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El Tunel de Las Voces
El Tunel de Las Voces
Era una tarde muy fría y lluviosa, como casi todas las tardes de invierno, en
aquella región fría y montañosa del norte de Europa. Así que, para matar el
tiempo, un grupo de amigos reunidos en la única cafetería de aquel diminuto
pueblo conversaban sobre una historia muy extraña, una conocida leyenda
que, como pasa con casi todas las leyendas, casi todo el mundo asegura que
no se las cree, pero en el fondo…
—Siempre estáis igual. Esa historia es totalmente falsa —dijo Arnau, un chico
bien parecido y de aspecto muy serio y formal, que en una semana se iba a
casar con Nuria, la chica más bonita y adinerada de la región.
—Sí, pero tuvieron la mala idea de pasar con el coche por el túnel de las voces
y estas hablaron más de la cuenta. Dijeron que la chica le engañaba con el
mejor amigo de Juan.
El hecho es que se había hecho popular una historia que aseguraba que si se
pasaba por el túnel de noche, se sentían unas voces que siempre decían la
verdad. Según la leyenda, muchas parejas de novios y matrimonios habían roto
porque las voces habían dicho cosas indiscretas y desveladas inconfesables
secretos.
—¿Por qué vamos por aquí? No me gusta esta carretera. Supongo que no
querrás pasar por el túnel de las voces —preguntó la chica.
—Ya, pero no sé… Mis amigos me han explicado una cosa de Juan y..
-Vale, pues vamos. Pero que sepas que yo no tengo ningún secreto para ti —
dijo Nuria con total seguridad.
—No. Ahora la que quiere pasar soy yo. Pero si me prometes que siempre
confiarás en mí.
—El vehículo circuló, muy lentamente, por el interior del túnel. Al principio no se
oía nada, pero cuando estaba aproximadamente por la mitad, se comenzaron a
sentir unas voces fantasmagóricas e inquietantes:
—No habrá boda, no habrá boda… —La frase se sentía una y otra vez.
El chico no era capaz de pensar con claridad. Se imaginó muchos motivos para
que no se celebrara la boda: que su novia ya no le quería, que le era infiel…
El destino quiso que Arnau sobreviviese, aunque jamás volvió a ser el mismo.
El sentimiento de culpabilidad le atormentaba noche y día y se volvió medio
loco. No había un instante en que no recordase el maldito túnel y sintiese
dentro de su cabeza aquellas voces de ultratumba. Unas voces que, por
desgracia, siempre decían la verdad: «no habrá boda», «no habrá boda»…