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Acabemos Con Ellos
Acabemos Con Ellos
Estefanía
***
Dye aseguró a Gerard que el comisario del oro les haría una visita, pero
transcurrieron dos días sin que esto sucediera.
Cuando Dye no podía ir a la parcela de Cowler, para pasear y charlar con
Susele, era ésta la que se acercaba hasta la parcela de Gerard.
La muchacha empezaba a sentir cierta inclinación hacia el muchacho,
llegando a preocupar a éste.
Cowler estaba seguro de que su hija se había enamorado de Dye, y aunque
no conocía al muchacho, no podía negar que le agradaba.
Al día siguiente, Dye se atrevió a salir con la muchacha a pasear, aunque
no se atrevió a alejarse demasiado.
Cuando regresaba con Susele, se dio cuenta que dos hombres estaban
escondidos en las proximidades de la parcela de Gerard.
No dijo nada a la joven y siguió hacia la parcela de Cowler. Pero una milla
más allá, detuvo su montura y dijo a la joven:
-¿Podrías seguir tu sola?
Susele miró extrañada al joven.
-¿Por qué no me acompañas?
-Cuando pasamos por la parcela de Gerard, vi a dos hombres escondidos
en las proximidades y temo que sus intenciones sean funestas para
Gerard...
-¿Por qué no me lo has dicho antes? -preguntó enfadada la joven.
-No quise que se dieran cuenta de que les habla visto.
-¡Entonces no pierdas tiempo! ¡Marcha!
-¡Gracias, Susele! Y dicho esto, Dye regresó a galope tendido hacia la
parcela de Gerard.
Estaba anocheciendo.
Antes de llegar, desmontó y con los dos «Colt» en las manos se arrastró.
Unas veinte yardas antes de llegar a la cabaña, una conversación llegó
hasta sus oídos.
-Créenos que sentimos mucho lo que vamos a hacer, pero debes
comprender que es una orden del comisario y no tenemos más remedio
que obedecerle, ya que para ello nos paga -dijo uno de los que estaban en
la cabaña riendo a carcajadas.
-¡No creo que vuestra cobardía llegue a tanto! -exclamó asustado Gerard.
-Nadie sabrá quiénes han sido tus asesinos... -decía otra voz riendo-. De
esta forma ningún minero retirará el oro de la oficina de Gregory...
-Dye sabrá vengarme, estoy seguro!
-No será mucho lo que viva ese muchacho... Te damos cinco minutos para
que nos digas el lugar en que has guardado el oro.
-Puede que en vuestra cobardía lleguéis a matarme, pero no conseguiréis
robar nuestro oro...
-¡Hablarás! -exclamó uno.
Dicho esto, llegó hasta Dye el gemido de Gerard al ser golpeado.
No esperó a más. Se levantó del suelo y, con los dos «Colt»
empuñados, se aproximó sin hacer el menor ruido hasta una ventana desde
la cual observó lo que sucedía en el interior.
Los hombres que maltrataban a Gerard eran los dos ayudantes del
comisario del oro.
Dye sonreía de manera diabólica.
Sabía que aquellos dos hombres estaban tranquilos por haberle visto pasar
en compañía de Susele.
-¡Estoy perdiendo la paciencia! -exclamó Hull, como se llamaba uno de los
ayudantes del comisario del oro.
-Debes tener paciencia, Hull -dijo Clavelly, el otro ayudante-.
Te aseguro que antes de un minuto habrá hablado...
Y Clavelly sacó un cuchillo de monte de una de sus botas de montar y se
aproximó a Gerard.
Este, contemplando el cuchillo que empuñaba Clavelly, no pudo evitar el
temblar como hoja al viento.
-El cuchillo es más silencioso que el revólver -observó riendo Clavelly. Puso
el cuchillo en el vientre de Gerard y poco a poco iba apretando.
Gerard, al sentir la punta del cuchillo en sus carnes, dijo temblando:
-¡Ha…bla…ré!
Clavelly se retiró de él sonriendo al tiempo que decía:
-¿Dónde guardas el oro?
-¿Qué... pensáis... ha...cer... con...migo?
-Te prometo que te dejaremos lejos del pueblo... -dijo sonriendo Hull.
En esos momentos entró Dye en la cabaña, ordenando:
-¡Poned las manos sobre vuestras cabezas! ¡Pronto o disparo!
Hull y Clavelly, aterrados, obedecieron.
No esperaban que regresara tan pronto aquel muchacho y por ello estaban
tan tranquilos.
Gerard casi perdió el conocimiento de la inmensa alegría que sintió al ver
a Dye.
-¡Sois dos cobardes indeseables! -exclamó Dye- ¿Quién os ordenó esto?
Los dos guardaron silencio.
-Voy a contar hasta tres; si cuando acabe no habeís hablado...
¡Lo sentiré por vosotros...! ¡Una…! ¡Dos…!
-¡Fue orden de Gregory! -exclamó Hull, asustado
-Bien. Ahora vais a pagar vuestra cobardía. -Y Dye, sin esperar a más,
disparó contra los dos cobardes.
Ambos cayeron con la frente destrozada.
Gerard no pudo expresar su agradecimiento a Dye. Cuando reaccionó, Dye
había sacado los cadáveres de los dos ayudantes y, poniéndolos cruzados
sobre la montura de cada uno, se alejó de la cabaña.
Unas cuatro millas más al norte, desmontó y preparó los dos lazos en un
árbol.
Minutos después, cuando se alejaba, los cuerpos de Hull y Clavelly
quedaban colgando del árbol elegido para ello.
Regresó a la cabaña de Gerard y le dijo:
-Si mañana te preguntan, dices que no les viste.
-¿Qué has hecho con ellos?
-En estos momentos están adornando las ramas de un hermoso árbol.
-¡Qué miedo pasé!
-Lo comprendo... Pero esto te indicará qué clase persona es el comisario
del oro...
-¡Tenías mucha razón...! ¡Qué cobarde!
-Yo me encargaré de él, pero cuando llegue el momento.
Dye dejó en la cabaña a Gerard, y se encaminó la parcela de Cowler.
Una vez allí, contó a éste y a su hija lo sucedido.
-Ahora espero que comprenda la verdad sobre Banco que han montado en
las oficinas de Gregory...
-¡Qué cobardes! -exclamó Susele-. Si no te das cuenta de la vigilancia de
esos hombres, a estas horas estaría el pobre Gerard más que muerto...
-¡Tienes mucha razón! -exclamó Cowler.
-He venido para decirles que si mañana son interrogados por el comisario,
le aseguren que yo estuve ustedes hasta muy avanzada la noche.
-Descuida, Dye, así lo haremos -dijo Susele.
-Ahora me gustaría hablar a solas con tu padre -comentó Dye.
Susele miró sin comprender al joven y, encogiéndose de hombros, se metió
en una habitación.
Cowler contemplaba al joven un tanto extrañado.
No comprendía lo que aquel muchacho quisiera decirle.
-Siéntate y habla tranquilo -dijo Cowler-. Diré a Susele que nos prepare una
taza de café.
La joven acudió a la llamada de su padre y en minutos preparó un exquisito
café.
De nuevo se retiró la joven.
Dye no sabía cómo empezar... Por fin dijo:
-Creo que se habrá dado cuenta de la inclinación que su hija siente hacia
mí, ¿verdad?
-Así es -repuso sonriente Cowler-. Y diré que ello me agrada.
-Gracias -dijo emocionado Dye-. Por ello quiero hablarle, ya que a mí me
sucede lo mismo, de algo que pasó hace unos meses en Cheyenne... Allí
poseen mis padres un rancho, que es la envidia de todos los ganaderos.
Un día fui hasta Cheyenne y me encontré no llevaba dinero. Lo comenté
en el bar en que había pedido la bebida, y dos vaqueros que estaban a mi
lado a los que conocía, me invitaron a beber. Agradecido me uní a ellos y
recorrimos la mayoría de los locales. Yo ingería whisky tras whisky y
aquellos dos hombres, que me parecieron buenas personas, pagaban el
valor de mi bebida. No me di cuenta de la gran que estaba cometiendo...
Horas después no tenía, para arrepentirme. Cuando a la mañana siguiente
se disiparon los efectos del alcohol, y me despejé, estaba rodeado del
sheriff y de una gran multitud. En los primeros momentos me sonreí, ya que
creí que se debía aquella curiosidad a mi estado de embriaguez, pero al
darme cuenta de que empuñaba un «Colt»
y que a pocas pulgadas de mi cuerpo yacían dos víctimas, me di cuenta de
lo que había sucedido. Los dos muertos de las personas más ricas y
estimadas de Cheyenne. Busqué entre los reunidos a los dos vaqueros que
me invitaron, pero no estaban allí... Entonces empecé a darme cuenta de
la trastada que me habían jugado… El sheriff era un gran amigo de mi
Padre, pero no pudo creerme y me encerró. Desde entonces le odié con
toda mi alma, aunque comprendía que él no tuviera otro remedio que no
creerme por las circunstancias en que me encontraron. El «Colt» que yo
sostenía en la mano era mío y había sido disparado dos veces. Me juzgaron
un mes más tarde y me condenaron a morir colgado de una cuerda... Mi
padre no pudo encontrar a los dos vaqueros que les describí, y hasta creo
que ni mi propio padre creyó en mi inocencia... Mi madre estuvo a punto de
enloquecer... Pero la noche antes de la designada para morir, pude
sorprender al ayudante del sheriff y huir... Este me persiguió como una
hiena, pero conseguí burlarle... Crucé la frontera de este territorio y me
refugié en Denver... Allí vi unos pasquines que me reclamaban como un
vulgar asesino... ¡En aquellos momentos juré matar al sheriff...!
Le consideraba culpable de mi desgracia... Ahora creo que el hombre había
cumplido con su deber... Durante una semana busqué por Denver a los dos
vaqueros que me embriagaron, pero sin resultado. Pensé que tal vez
estuvieran aquí y por eso vine. Pero no tuve suerte... Decidí olvidar lo
sucedido y quedarme aquí... Entonces conocí hace unos días a su hija y,
sin proponérmelo, me enamoré de ella... Si le he contado todo esto es para
que usted se lo diga a su hija y que ella pueda decidir con conocimiento
sobre la persona que ama...
Cowler contemplaba con curiosidad a Dye. Guardó silencio durante unos
minutos y después dijo:
-Creo en tu sinceridad, muchacho. Admiro la valentía que has tenido de
contarme a mí con la franqueza que lo has hecho lo que te ocurrió... Has
querido decirme que eres un Gun-Man peligroso y un sentenciado a
muerte... A pesar de ello me alegro que mi hija se haya fijado en ti... Estoy
seguro de que de no ser como acabas de contarme lo que te sucedió, no
hubieras venido a mí. Sería mucho más sencillo engañar a mi hija, ya que
ésta por el amor que te profesa, te hubiera perdonado aun siendo culpable
de esas dos muertes.
Puedes estar tranquilo: yo hablaré a mi hija... y no olvides que aquí tienes
a un padre. Dicho esto, Cowler abrazó a Dye.
Este, sin poder evitarlo, lloró emocionado.
Sin más palabras, Dye salió de la cabaña de Cowler.
El hombre quedó pensativo.
En esos momentos salió su hija y, al no ver a Dye preguntó:
-¿Se ha ido?
-Si.
-¿Por qué no se ha despedido de mí? -preguntó, mirando a su padre con
fijeza.
-Debió creer que estarías descansando.
-¿De qué habéis hablado durante tanto tiempo?
-Quiero hablarte de ese muchacho... -dijo su padre-. ¡Ven y siéntate!
-¿Qué sucede...? ¿Qué te ha dicho...? ¿Es casado? El padre, riendo,
repuso:
-¡Nada de eso, hija mía...! ¡Es un gran muchacho! ¡Me agrada te hayas
enamorado de él!
Con estas palabras, Susele quedó tranquila. Se sentó y escuchó a su
padre.
Este habló durante mucho tiempo refiriendo a su hija lo que aquel
muchacho le había contado. Cuando finalizó, dijo:
-¡Además, no puede ser malo quien ha llorado como él cuando yo le
abracé!
Susele, llorando de alegría, se abrazó a su Padre.
Al día siguiente montó a caballo y se encaminó al rancho de Betty. Iba muy
contenta.
Al llegar a la vivienda salió el padre de Betty.
-¿Cómo tan temprano por aquí Susele? -preguntó el padre de la joven…
-¿Y Betty?
-No está en el rancho... Vamos, quiero decir en casa.
¿Adónde ha ido?
-Hace unos días que no se separa de ese nuevo vaquero... Y te diré en
confianza que ello me preocupa.
-No tiene por qué preocuparse, míster Joe... Archer es un gran muchacho.
-Pero no le conocemos...
-¿Dónde podré encontrarles?
-Trabaja en aquel valle que ves al lado de aquellas dos montañas.
-Gracias. Dicho esto, Susele puso a galope a su montura.
Joe quedó en la puerta contemplando a la joven y rascándose la cabeza
un tanto preocupado.
Susele vio a Betty que, desde cerca de unos árboles, le hacía señas con la
mano.
Se encaminó hacia ella.
Desmontó y se abrazó a la joven llena de alegría,
-¿Qué te sucede? -preguntó extrañada Betty al advertir la alegría de la
amiga.
-¡Dye me ama! -exclamó Susele.
Archer se aproximó para saludar a la joven.
Betty explicó a éste la alegría de la joven.
-Es un gran muchacho -dijo Archer, sonriendo.
Susele contó a la pareja lo que Dye habló con su padre la noche anterior.
Archer escuchaba con atención.
Cuando finalizó la joven, dijo éste: -Dye no ha mentido.
Las dos muchachas le contemplaron extrañadas.
-¿Conocías a Dye?
-Personalmente, no, pero había oído hablar mucho de él en Cheyenne.
-¿Eres de esa población?
-No. Hace solamente un mes que llegué a aquella ciudad.
-¿Qué fue lo que oíste decir acerca de Dye? -Preguntó, curiosa, Susele.
-Todo lo que oí, me dio la impresión de que era querido...
Solamente el sheriff aseguraba que era el culpable de las muertes de que
fue acusado. Según me dijeron, hasta los familiares de las víctimas no
creían en la culpabilidad de Dye...
Le querían mucho. Susele, escuchando a Archer, lloraba de alegría.
-Lo único que ha hecho mal es no seguir o buscar a los vaqueros quo lo
embriagaron para demostrar su inocencia -agregó Archer.
-Los buscó por este territorio, pero no tuvo suerte -dijo Susele.
-Debiera seguir buscando, no podrá regresar al lado de, sus padres sin
antes demostrar al sheriff que no fue el autor de aquellas muertes.
-Según creo, él tenía confianza en encontrarles por esta cuenca.
-Puede que esté en lo cierto -dijo Archer-. Ya que aquí se han dado cita lo
peor de este territorio y de los limítrofes.
-Puede que algún día les encuentre sin buscarles.
-Hasta que esto no suceda, el sheriff de Cheyenne no se convencerá de su
inocencia... Y os aseguro que ese hombre no es mala persona... Según me
dijeron quería mucho a Dye, hasta que le encontraron dormido al lado de
las víctimas.
Continuaron hablando sobre muchas cosas. Susele habló de Dye con
entusiasmo.
Betty, mirando a Archer, le dijo:
-Creo que pronto tendremos boda.
-Espero que se casen antes de irme yo -declaró el joven.
Betty contempló apenada a su amiga ante estas palabras de Archer.
-¿Piensas marchar de aquí? -preguntó Susele.
-Una vez acabe lo que vine a hacer aquí, no tendré más remedio que ir a
Denver.
Pero después regresaré a buscar a Betty.
Betty miró con fijeza a Archer y, sin preocuparse de la presencia de su
amiga, se abrazó al joven besándole reiteradas veces.
Susele, contemplando la escena, sonreía.
Capítulo VII
-Las cosas se están poniendo muy feas, Harry -decía Nick-. Esos dos
muchachos acaban de matar a cinco de nuestro bando...
¡De seguir así, nos veremos abandonados por todos! ¡Son dos demonios!
-Aseguran que son los pistoleros más peligrosos que han existido en el
Oeste.
Aunque estoy seguro de que exageran un poco -dijo Harry.
-Lo que acaban de hacer demuestra que no existe fantasía por parte de los
testigos -agregó Nick-. Yo creo que debiéramos ir pensando en algo
provechoso para nosotros... Sin pensar en los otros...
Harry contempló sonriente a su compañero.
-¿Qué pretendes insinuar? -preguntó a Nick.
-Es bien sencillo. Creo que tenemos una fabulosa fortuna para nosotros en
esa caja fuerte... Si sabemos hacer las cosas y somos un poco decididos
no tendremos necesidad de trabajar...
-¿Quieres hablar con claridad?
-Te estoy exponiendo el mejor negocio que se nos ha presentado en
nuestra vida... ¡Llevarnos el oro que hay en estos momentos aquí!
Harry miró a su compañero y guardó silencio.
-¿Qué piensas? -preguntó Nick.
-En lo que me estás proponiendo...
-¿Qué te parece?
-Muy peligroso...
-Si sabemos hacer las cosas, no sospecharán la verdad.
-No podremos engañar a Gregory...
-Piensa que Black y Terry han venido buscándonos con la idea de
matarnos, cosa que harán en el momento que crean oportuno... Si no lo
han hecho, ha sido debido a que MacClelland habló con ellos antes de
encontrarnos y les propuso intervenir en este negocio... Cuando tengan
esos dos una oportunidad de conseguir una buena cantidad de este oro, lo
harán después de habernos liquidado...
Harry volvió a quedar pensativo.
-Creo que tienes razón -dijo al fin-. Pero no comprendo cómo lo haremos
para que no desconfíen...
-Es bien sencillo -aclaró Nick, contento de que su amigo aceptara su
proposición de robo-. Dentro de unos días hablarás con MacClelland de tu
temor a Terry y a Black... Demuestras tener mucho miedo... Pasados dos
días de tu conversación con él, desaparecerás de aquí con el oro... Yo me
quedaré aquí. En las saquetas de oro echaremos arena y una capa de oro
por encima; de esta forma, Gregory comprobará que te fuiste sin robar
nada. Al día siguiente de tu marcha, huiré yo.
Nos reuniremos en Trinidad, pueblo fronterizo con Nuevo México.
Harry paseó nervioso por la oficina que hacía las veces de Banco.
De pronto, sonriendo, se paró y exclamó:
-¡No podremos llevar a cabo tu plan!
Nick le contempló extrañado y preguntó curioso: -¿Por qué?
-Porque Terry y Black andan buscando a esos dos muchachos para
provocarles...
Si les encuentran, estoy seguro de que la pesadilla de Terry y Black habrá
desaparecido para nosotros.
-¿Estás seguro? -Me lo ha dicho el sheriff.
-Es una pena... -se lamentó Nick-. Tendremos que pensar otro plan...
-Será muy peligroso. MacClelland y el resto los muchachos no dejarían de
rastreamos hasta que no acabaran con nosotros...
-Sabremos burlarles... -dijo Nick-. Con ese oro nos iremos a México... Hacia
el sur del vecino país.
Siguieron charlando sin que pudieran ponerse de acuerdo.
Después de mucho discutir, lo dejaron hasta conocer el encuentro de los
dos muchachos con Terry y Black.
Mientras tanto, éstos esperaban a los dos amigos, en el local de Paul.
-¿No vienen por las tardes esos dos ventajistas que mataron a cinco
hombres esta mañana en este local? -preguntó Terry a Paul.
Este, antes de responder, les contempló con curiosidad y dijo:
-Suelen hacerlo todos los días...
-¿Por qué les llamáis ventajistas? -inquirió minero.
-¿Acaso no lo son? -preguntó Black.
-¡Desde luego que no! -exclamó el minero-. Se defendieron de las
traiciones...
-¡Eres un cobarde! -exclamó Black, interrumpiendo al minero.
El minero palideció visiblemente, pero a pesar de su miedo a aquellos dos
hombres, dijo:
-Os han debido engañar... Ese muchacho, así como su amigo, son los
hombres más veloces que han pasado por esta cuenca.
-No sabes lo que dices... -cortó Terry-. Si hablas así, es debido a que no
nos conoces; de lo contrario no lo harías.
-Además, nosotros sabemos que emplearon la ventaja para acabar con
nuestros amigos -añadió Black.
-Quien lo haya dicho, os ha mentido -dijo el minero.
-¿Quieres decir con tus palabras que nuestros amigos mienten? -preguntó
Terry.
-Yo fui testigo y puedo aseguraros...
-Que eres un cobarde como esos muchachos, ¿verdad? -dijo Black,
interrumpiendo al minero.
Paul hizo una seña a éste y el minero guardó silencio. Segundos después,
el minero se disponía a salir del local.
-¿Por qué te vas? -preguntó Terry.
-Voy a mi parcela...
-Será muy conveniente para ti y para todos que no salgáis mientras
estemos nosotros aquí -observó Terry, sonriendo.
-Es que yo tengo que ir...
-A avisar a ese muchacho, ¿verdad? -dijo Black.
El minero que, efectivamente, tenía ese propósito, guardó silencio y
regresó al mostrador.
Terry y Black sonreían complacidos.
Pero transcurrida más de una hora de espera, se cansaron y salieron.
Entonces el minero salió del local de Paul y se encaminó hacia la parcela
de Cowler. Estaba seguro de que allí encontraría a Dye.
Pero se equivocó: Dye no estaba allí. Había salido con Susele a pasear.
Explicó a Cowler lo que sucedía en el pueblo.
Este, al escuchar lo que decía el minero, dijo:
-Gracias... Puedes marchar
tranquilo, yo avisaré a Dye.
Una hora más tarde, se presentaban los cuatro jóvenes en la parcela de
Cowler.
Este explicó a Dye lo que le dijo el minero.
-¿Quiénes son esos personajes...? ¿Les conoce?
-No -repuso Cowler-. Creo que llegaron hace nos días nada más.
-¿Pistoleros? -preguntó Archer.
-A juzgar por su presentación en el pueblo, así es -contestó Cowler-. Tan
pronto llegaron, golpearon a un borracho y mataron a un amigo de éste sin
que hiciera intención de ir a sus armas.
Dye y Archer guardaron silencio.
-Supongo que no pensaréis ir, ¿verdad? -preguntó Betty.
-No podemos decepcionar a los mineros que empiezan a fiar en nosotros
-dijo Dye-. Estoy dispuesto a presentarme como sheriff y si cuento con la
ayuda de los mineros lo conseguiré y con ello la cuenca se verá libre de los
ventajistas y asesinos que la dirigen.
-¡Es una locura! -exclamó Susele.
-Debes tener confianza en mí.
-¡No debes exponerte por todos los cobardes...!
-No debes insultar a los mineros... -la interrumpió su padre-.
Ninguno de nosotros poseemos las suficientes facultades como para
enfrentarnos con probabilidades de triunfo con los que nos tienen
dominados por el terror.
Susele guardó silencio.
-No debe tomar en cuenta a su hija sus palabras -dijo Dye-.
Piense que lo hace por el gran cariño que me profesa.
-Pero estoy de acuerdo con Susele -dijo Betty-. Si fuerais en busca de esos
hombres sería un suicidio, una demostración de vuestra locura... No
estarán solos. Estoy segura de que ellos piensan que no dejaréis de ir tan
pronto como os enteréis. Pero cuando entréis en el local de MacClelland
en su busca, serán otros los que disparen contra vosotros...
-Estoy de acuerdo con esta muchacha -dijo Cowler.
-No dejaremos que nos sorprendan -declaró de Archer.
-Debéis tener confianza en nosotros... -agregó Dye-. Pensad que por saber
el riesgo que supone para nosotros ir en busca de esos hombres,
pensaremos en todo y no permitiremos que nos traicionen... Les
esperaremos en el local de Paul.
Las muchachas siguieron exponiendo sus puntos de vista y siempre
rogando que los muchachos desistieran de la idea; pero pronto se
convencieron que sería inútil seguir discutiendo; ¡eran dos tozudos!
Lo único que consiguieron las muchachas fue que dejaran para el día
siguiente.
Llegada la noche, Dye y Susele acompañaron a la otra pareja hasta las
proximidades del rancho de Joe Burman.
Cuando se despedían hasta el día siguiente, Archer dijo:
-Creo que he cometido una equivocación con solicitar trabajo de cowboy.
Los tres jóvenes le contemplaron con curiosidad.
La más extrañada era Betty. -¿Por qué dices eso? -preguntó ésta¿Es que
no estás contento en el rancho?
-No es eso, Betty -dijo Archer-. Pero yo he venido a la cuenca para
descubrir ciertas anormalidades que sucedían y no creo que lo consiga
mientras siga en tu rancho... Así que he decidido a partir de esta noche
quedarme en la parcela de Gerard con éste y Dye.
Betty contemplaba a Archer con la boca abierta.
-¿Qué has venido buscando? -inquirió la muchacha.
-Perdona que no pueda hablar con...
-Será preferible que hables con claridad -le interrumpió, sonriente, Dye-.
No creas que me has engañado... Conozco tu personalidad.
Ahora el sorprendido era Archer.
-Oí hablar en Denver de ti -agregó, sonriente-, Dye-. Todos temían al
inspector Harry Sardis por su velocidad con las armas... Cometiste una
gran equivocación al llegar aquí... No te quitaste la estrella de cinco untas
que llevabas bajo el chaleco.
Las dos muchachas contemplaron a Archer curiosas. Esta noticia agradaba
a Betty, ya que le había creído un huido como Dye.
Archer, sonriente, dijo:
-Tienes que perdonar que no me fiara de ti ni...
-No tienes que excusarte por ello. Lo comprendo perfectamente. Pero, me
gustaría que fueras sincero conmigo y me dijeras lo que buscas aquí; yo
podría ayudarte a conseguirlo…
-Cuando lleguemos a la parcela te lo explicaré.
-¿Conocías mi personalidad como pistolero reclamado? preguntó Dye.
-Sí. Pero no tienes nada que temer... Un agente me contó lo sucedido y me
aseguró que, tú no eras el responsable de aquellas muertes.
Siguieron charlando unos minutos y, después de dejar en el rancho a Betty,
los tres regresaron a la cuenca.
Dejaron a Susele en la parcela de su padre y ellos se encaminaron hacia
la de Gerard.
Este contempló, extrañado, a Archer.
Pero cuando supo que se quedaría con ellos, se alegró.
Archer y Dye estuvieron hablando durante mucho tiempo antes de retirarse
a descansar.
Archer explicó lo que iba buscando.
-Será muy difícil, ya que no conozco personalmente a Mulford
-terminó diciendo Archer.
-¿De qué le acusáis?
-Mató a un inspector y a dos agentes en Laramie…
-Mejor dicho, los asesinó, sabía que iban tras él y les esperó con las armas
empuñadas. Cuando entraron en el local en que se hallaba, disparó sin
previo aviso y después desapareció de aquella ciudad... Recibimos un
anónimo hace dos meses en el que aseguraban que Mulford estaba en la
cuenca de Cripple Creek.
Por ello he venido yo.
Siguieron conversando sobre lo mismo durante varios minutos más.
Gerard preparó unas tazas de café.
Se retiraron a descansar cuando ya empezaba a amanecer.
A la mañana siguiente, en el local de MacClelland, Terry y Black charlaron
con éste animadamente.
-Ya te asegurábamos que ese muchacho tan pronto supiera que le
estábamos esperando no se atrevería a venir -dijo Terry.
-No lo creáis -disintió MacClelland-. Esos muchachos si no han venido es
porque no saben que les esperáis... Tan pronto lo sepan, os aseguro que
no dejarán de venir.
-Creo que estás equivocado -dijo Black.
-Ya veréis como hoy se presentan.
En estos momentos, un empleado del saloon entró, diciendo:
-Esos dos muchachos se encuentran en el local de Paul.
MacClelland miró sonriente a sus amigos y les dijo:
-¡Estaba seguro de que vendrían!
-Ahora les daremos su merecido -dijo Terry.
-¿Vamos? -preguntó Black.
-¡Vamos!
-Debéis tener mucho cuidado -encareció MacClelland-. Si lo deseáis podéis
hablar con los muchachos que vayan con vosotros.
-¡No es necesario! -exclamó Terry.
-Procurad no fallar.
-¡Descuida!
Y los dos salieron del local.
Se encaminaron decididos hacia el local de Paul. Un minero, que estaba al
lado de una ventana en interior del local, dijo:
-¡Ahí vienen los dos que os buscaban ayer!
Dye y Archer se aproximaron a la ventana.
Archer, sonriente, dijo:
-No quiero que me vean de momento...
-¿Les conoces?
-Si. Son dos pistoleros que tuvieron que huir de Laramie...
Espero que ellos puedan darme algún detalle Mulford.
Dye se encaminé de nuevo al mostrador.
Archer quedó sentado a una mesa.
Segundos después irrumpían en el local, Terry y Black.
El rostro de Dye, al fijarse en aquellos hombres detenidamente, se cubrió
de una lividez cadavérica.
Terry y Black se fijaron también en él.
-Sois vosotros los que me buscabais ayer, ¿verdad? -inquirió Dye.
-Así es.
-¿Qué deseabais de mí? -Pronto sabrás lo que deseamos de ti... -repuso
sonriente, Black.
-¿No me conocéis? -preguntó Dye ante la sorpresa de Archer.
Estos dos se fijaron detenidamente en él.
-Me recuerdas a alguien, pero no consigo recordar -dijo Terry.
-¡Soy un viejo amigo vuestro! -aseguró Dye.
Este estaba seguro de que aquellos dos hombres eran los que le invitaron
en Cheyenne a beber whisky para, cuando se le despejó el efecto del
exceso de bebida, encontrarse junto a dos cadáveres acusado de sus
muertes.
-¡Qué suerte la mía! -exclamó Dye de nuevo-. Si ayer llego a saber que
erais vosotros, no hubiera dejado de venir... Pero antes de mataros tendréis
que confesar algo muy importante para mí.
-Somos nosotros quienes te vamos a matar... -aseguró Terry-.
Pero no me gustaría hacerlo sin antes saber de qué nos conocemos...
-Nos conocemos de Cheyenne -dijo Dye-. Yo no tenía dinero y vosotros
fuisteis muy espléndidos conmigo invitándome en exceso... Después
asesinasteis a dos honrados ciudadanos de aquella ciudad y me dejasteis
dormido al lado de los cadáveres con un Colt empuñado... ¿Lo recordáis
ahora?
Terry y Black palidecieron visiblemente.
-Sí, ya veo por vuestros rostros que lo recordáis... -agregó Dye.
-Ahora que conozco esto, no hay motivos para retrasar tu muerte. Ayer
mataste a cinco compañeros a traición y…
-¿Estáis seguros? -preguntó Archer, interrumpiendo a Terry.
Black y Terry volvieron la cabeza hacia Archer y, al fijarse en éste
palidecieron visiblemente.
Los testigos se dieron cuenta de que aquellos hombres conocían a Archer.
Este se levantó de su asiento y se encaminó hacia ellos.
Capítulo X
-Yo ayudé a ese muchacho a matar a uno de ellos -dijo Archer al estar
próximo a Terry y a Black-. ¿Tenéis algo que objetar?
Los dos pistoleros se miraron y Terry dijo:
-No sabíamos que se trataba de usted, inspector… De haberlo sabido no
hubiéramos aceptado nunca este trabajo...
-¿Quién os paga por ello? -MacClelland -repuso Black.
-Está bien -dijo Archer-. Tendréis que hacer una declaración en regla
conforme fuisteis vosotros quienes matasteis en Cheyenne a aquellos dos
hombres tan queridos en aquella ciudad y después puede que os perdone
si me decís algo referente a Mulford.
Black y Terry se miraron antes de responder.
Pero Black, creyendo que en ello le iba la vida, dijo:
¡Yo hablaré, inspector...!
Los testigos hablaban entre ellos con animación.
Todos observaban a Archer con curiosidad; se alegraban de que aquel
muchacho fuera un inspector federal.
-¡Eres un cobarde! -exclamó Terry-. ¡No debes hacer caso de las palabras
del inspector, pues una vez que acabes de confesar lo que él desea que
confesemos, te matará!
-No debes hacerle caso, Black -dijo Archer-. Yo cumpliré mi palabra.
-¡No debes hacerle caso! -exclamó Terry.
-Sabré cumplir lo prometido -dijo Archer.
Black no sabía qué hacer.
-¡Si lo haces es que eres un cobarde...! ¡Pero yo no consentiré que...!
Tuvo Terry que dejar de hablar por el plomo que recibió en su frente.
Dye empuñaba firmemente un «Colt» que acababa de disparar contra
Terry.
Este cayó sin vida y con la frente destrozada.
Black le contemplaba sin comprender lo sucedido.
-Confesarás la verdad de lo que hicisteis a este muchacho en Cheyenne,
¿verdad, Black?
Este, haciendo un gran esfuerzo, pudo decir:
-Sí..., sí..., lo firmaré… Diré la verdad de lo que ocurrió allí…
-¡Paul! -llamó Archer-. ¿Tienes papel y pluma ahí?
-Sí, inspector -repuso éste, asombrado.
-Pasemos a ese reservado y ahí harás la confesión -dijo Archer.
Pasaron a un reservado, y Paul les llevó papel y Pluma. Una vez que Black
hizo la confesión, los muchachos la leyeron.
Dye estaba muy contento.
-¡Bien! -exclamó Archer una vez leído lo escrito por Black-.
Ahora quiero hacerte unas cuantas preguntas... ¿Conoces a Mulford?
Black, mirando a Archer, dijo:
-¿A quién se refiere, inspector?
-Un famoso Gun-Man asesino que mató a un inspector y a dos agentes en
uno de los locales de Laramie...
Black guardó silencio unos minutos. Al término de los cuales dijo:
-Mulford es... el juez de este pueblo...
Archer contempló a Dye, sorprendido por las palabras de Black.
No comprendía que un hombre sin sentimientos como Mulford pudiera
llegar a ser juez de un pueblo como Cripple Creek.
-¿Estás seguro? -preguntó, extrañado, Archer.
-Sí -repuso Black-. Es el hombre que dirige a MacClelland y...
-¿Le conociste en Laramie? -inquirió Archer, que no acababa de
comprender bien las palabras de Black- ¿Estás seguro de que es el
mismo?
-Completamente seguro, inspector... ¿Desea saber algo más?
-Sí... ¿Conoces el verdadero nombre de MacClelland?
-Su verdadero nombre es White... Fue...
-Famoso en Cheyenne también, ¿verdad? –interrumpió Archer a Black.
-Así es -repuso éste.
-Yo me crié en esa ciudad y no le conozco -declaró Dye.
-No me extraña -dijo, sonriente, Archer-. Su local era solamente
frecuentado por las altas personalidades del territorio...
-¿Puedo marchar? -preguntó Black, asustado.
-Aún no, Black -dijo Archer-. Deseo que me expliques lo que han pensado
hacer con el oro que han depositado los mineros...
-¿Qué cree usted que harán?
-¿Robarlo?
-Veo que tiene inteligencia, inspector... -dijo Bleck, sonriente. ¿Quiénes son
Harry y Nick? -preguntó Dye.
-¡Dos cobardes que nos traicionaron hace unos meses a ése y a mí!
–exclamó Black, enfurecido, señalando el cadáver de su compañero.
-¿Anduvieron por Wyoming? -preguntó Archer.
-Si.
-¿Pistoleros?
-Sí... Aunque más bien ventajistas... -repuso Black.
-Les odias, ¿verdad? -¡Con toda mi alma! Archer y Dye quedaron en
silencio.
Archer pensaba a toda velocidad.
-¿Quieres ganarte la libertad y el indulto? -preguntó Archer a Black.
-¿Qué pretendes, Archer? -inquirió Dye.
-Quiero que Black nos ayude para acabar con todos los ventajistas de esta
cuenca.
-No puedes fiarte de un criminal -dijo Dye.
-Si él promete ayudarnos, yo le prometo la libertad -agregó Archer.
Black, contemplando al inspector, dijo:
-¿Lo promete?
-¡Mi palabra!
-¿Qué debo hacer?
-Escucha...
Archer habló durante varios minutos con Black.
Este escuchaba con suma atención.
Cuando Archer finalizó, dijo:
-...Si no haces lo que te he dicho, te prometo que echaré detrás de ti a
todos mis hombres y que no descansarán hasta que no hayas muerto...
-Le aseguro que obedeceré...
-No olvides que si lo haces bien, tendrás diez mil dólares de recompensa
–dijo Dye, que estaba de acuerdo con el plan del amigo-. Con ellos podrás
retirarte de la vida que has llevado hasta ahora y comprarte un rancho lejos
de aquí y convertirte en un ciudadano honrado...
Black, contemplando a los dos amigos, dijo con cierta amargura:
-Siempre deseé vivir tranquilo... ¡Prometo que haré todo lo que usted me
ha dicho! Si hasta ahora he sido un vulgar ladrón y asesino, ha sido por
culpa de Terry, ya que no tenía la fuerza de voluntad de apartarme de él...
-Espero que lo hagas bien. Si es así, te prometo que te ayudaré a escapar
de mis compañeros y que este muchacho dirá que moriste a mis manos...
Con ello quedarás libre al cambiar de nombre...
Black, emocionado, dijo: -¿Permite que le abrace, inspector?
Este quedó un tanto intranquilo y preguntó:
-¿No pensarás hacer una de las tuyas?
-¡Se lo prometo! -dijo Black al tiempo de quitarse el cinturón-canana.
Archer abrazó a Black y cuando éste salió a cumplir sus órdenes, dijo a
Dye:
-En el fondo es un gran muchacho.
-¡Estoy de acuerdo contigo! -exclamó Dye, emocionado por las lágrimas de
Black.
-Ese hombre será el encargado de limpiar la cuenca -añadió Archer.
Black se encaminó hacia el local de MacClelland.
Archer y Dye no permitieron que nadie saliera del saloon de Paul.
Black entró decidido en el Placer.
Tan pronto le vio MacClelland se encaminó hacia él, sin poder contener su
alegría y le preguntó:
-¿Ya?
-En el local de Paul han quedado sus cadáveres… -dijo Black con una
sonrisa natural-. Vengo para que me entregues los cinco mil ofrecidos...
MacClelland, sin poder contener su alegría, se encaminó hacia el
mostrador y pidió cinco mil dólares al barman.
Este se los entregó.
-¡Aquí los tienes! -exclamó alegre MacClelland-. ¡Yo siempre cumplo mi
palabra!
Black cogió los cinco mil dólares y dijo: -Vengo a buscaros para que podáis
contemplar lo largo de esos cuerpos sobre el suelo...
MacClelland, sonriendo, llamó a Gregory y al sheriff.
Harry y Nick no estaban en el local.
Una vez que supieron lo sucedido, Gregory y el sheriff, felicitaron a Black
por el triunfo obtenido frente a Dye y a Archer.
Sin poder evitar el deseo de contemplar a los dos muchachos muertos, los
tres se encaminaron con Black hacia el local de Paul.
Cuando entraron en el local, y vieron a los dos muchachos sobre el suelo,
dijo MacClelland:
-¡Veo que no me habéis mentido! ¡Os felicito...! Pero ¿dónde está Terry?
-No tuvo suerte... -dijo con tristeza Black-. Cayó sin vida antes de que yo
les matara...
-¡Eso no importa! -exclamó el sheriff-. El caso es que acabaste con esos
dos pistoleros que me tenían preocupado...
Los testigos sonreían.
Dye y Archer estaban sobre el suelo con las armas empuñadas, pero
contemplando a los visitantes.
-¡Esto hay que celebrarlo! -exclamó Gregory.
-¿Qué es lo que tiene que celebrar, comisario? -preguntó Archer al tiempo
de ponerse en pie.
Gregory y sus acompañantes estuvieron a punto de perder el conocimiento
ante la sorpresa de ver levantarse a Archer.
Los tres le consideraban muerto.
En esos momentos, Dye se puso en pie.
Entonces, MacClelland, mirando a Black, dijo:
-¡Eres un traidor cobarde!
-¡He cumplido mi palabra, inspector! -dijo Black.
-¿Inspector? -preguntó Gregory, asustado.
-¿De qué se extraña, comisario? -inquirió a su vez Archer.
Gregory guardó silencio.
Los tres temblaban asustados.
-¿Quién le nombró comisario de esta cuenca? -preguntó de nuevo Archer.
-El... go...ber...na...dor... -repuso Gregory con mucha dificultad.
Archer, por toda respuesta, se echó a reír.
-¿Es que no me recuerdas? -preguntó Archer, dejando de sonreír.
Gregory se fijó con detenimiento en Archer.
Después de unos segundos de contemplación, respondió:
-No...
-Me conociste la primera vez en Dodge City y más tarde en Laramie... ¿No
recuerdas aún?
Gregory debió reconocer a Archer, ya que su temblor aumentó
considerablemente, haciendo sonreír a los testigos.
El de la placa se parapetó tras el cuerpo de Gregory y quiso sorprender a
los muchachos. Pero se equivocó, pues Dye volvió a demostrar su
habilidad al destrozar la frente del sheriff.
MacClelland y Gregory temblaron visiblemente y, sin poder evitarlo,
tuvieron que sentarse para no caer al suelo.
Estaban aterrados.
-¿Fuiste tú quien mató al comisario del oro de esta cuenca, designado por
el gobernador? -preguntó Archer.
Gregory no podía articular una sola palabra.
Dándose cuenta de este detalle, los dos amigos dejaron que transcurrieran
unos segundos.
-Estoy esperando tu respuesta -dijo Archer.
Gregory movió la cabeza afirmativamente.
Los testigos, ante esta confesión, se abalanzaron sobre Gregory y
MacClelland sin que ninguno de los dos muchachos pudiera impedirlo.
Black aprovechó esto para salir del local.
Una vez en la calle se encaminó hacia la oficina del comisario del oro. Iba
en busca de Harry y de Nick.
Segundos después, los cuerpos de Gregory y MacClelland quedaban sin
vida y completamente destrozados en la calzada, ya que a base de golpes
les sacaron del local.
Uno de los mineros trajo dos lazos y segundos después colgaban del
porche del local de Paul.
Archer y Dye se miraron sonrientes.
Pero Dye, mirando a todas partes, preguntó a su compañero:
-¿Dónde está Black?
Archer miró a los reunidos y al no ver a Black dijo:
-¡Vamos...! ¡Ese es capaz de avisar al juez!
Dicho esto, salió corriendo del local seguido por Dye.
Una vez en la calle miraron hacia todos los lados y, al no encontrar a Black,
se miraron entre si sorprendidos.
-¿Hacia dónde habrá ido? -preguntó Dye.
-¡No lo sé!
Dye se aproximó a un minero y preguntó por Black. Este, un tanto
extrañado, respondió:
-No le conozco...
-¿Qué sucede, Dye? -preguntó un minero.
-¿Habéis visto a Black?
-¿Te refieres a uno de los que os buscaban ayer?
-Si -afirmó contento Dye.
-Le he visto entrar en la oficina del comisario del oro hace unos segundos...
-¡Vamos! -exclamó Archer-. ¡Puede escapar con todo el oro!
Al oír estas palabras, todos los mineros siguieron a los dos muchachos.
Black entró en la oficina del comisario del oro y, al ver a los dos personajes
que llevaban el negocio, les saludó.
Estos, al ver la mirada de Black, retrocedieron un poco asustados.
-¿Qué vienes buscando, Black? -preguntó Harry.
Este, sin responder, siguió avanzando hacia ellos.
Nick, un tanto aterrado, dijo:
-¿Qué te sucede?
-¡Vengo a mataros por traidores! -dijo Black sin dejar de avanzar hacia
ellos.
Tanto Harry como Nick siguieron retrocediendo hasta que tropezaron con
una de las paredes.
-¡Yo no fui quien os delató! -exclamó Harry, asustado-. ¡Fue cosa de Nick!
-¡No debes hacerle caso! -exclamó Nick, asustado al ver la mirada de Black
clavada en él-. ¡Es un cobarde...! ¡Vosotros sabéis que lo fue siempre!
No pudieron seguir hablando.
Black fue a sus armas.
Pero no tuvo suerte, ya que Nick, antes, de morir pudo disparar contra él
matándole.
Dye y Archer, al percibir el tiroteo, quedaron paralizados.
Después de unos segundos sin que nadie apareciera en la puerta de la
oficina del comisario del oro, prosiguieron la marcha.
Todos los mineros imitaron a los muchachos y llevaban las armas
empuñadas por si acaso pretendían defenderse los que hubiera en el
interior de la oficina.
-¿Qué habrá sucedido? -preguntó Archer.
-Han debido pelear... -dijo Dye.
-Entremos -propuso Archer al llegar a la oficina.
Cuando entraron, quedaron paralizados al ver la escena.
Archer, sonriendo tristemente, dijo:
-Se nos ha adelantado para matar a estos dos...
-¡Era un gran hombre! -exclamó Dye-. Pudo escapar y no lo hizo...
-Sus motivos tendría para ello... -repuso Archer-. Recuerda que cuando le
preguntamos por éstos, nos contestó que eran unos traidores...
-Me gustaría saber si es que se dejó matar o no pudo evitarlo... -comentó
Dye.
Archer guardó silencio durante unos segundos.
Al finalizar sus pensamientos, dijo:
-¡Vamos a por el juez...! ¡No debe escaparse!
Los dos muchachos salieron corriendo de aquel lugar donde quedaban tres
cadáveres regando con su sangre, ya fría, el suelo de la oficina.
Conclusión
Fin