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Reflexiones Sobre La Responsabilidad Contractual Del Estado A La Luz de La Nueva
Reflexiones Sobre La Responsabilidad Contractual Del Estado A La Luz de La Nueva
Responsabilidad del Estado(*), Por Legarre, Catalina - El Derecho, [275] - (14/12/2017, nro
14.328)
Introducción
El nuevo régimen de responsabilidad del Estado que rige a nivel nacional, aprobado por la ley
26.944 (en adelante, LRE), no solo contiene normas respecto de la responsabilidad del Estado por
sus hechos u omisiones, lícitos e ilícitos, sino que también dedica algún artículo a la
responsabilidad del Estado por el incumplimiento de los contratos que celebra.
Así, en lo general, su art. 1º establece que la nueva ley rige la responsabilidad del Estado por el
daño que su actividad o inactividad les produzca a los bienes o derechos de las personas.
Asimismo, prevé que las disposiciones del Código Civil no son aplicables a la responsabilidad del
Estado ni directa ni subsidiariamente(1).
En lo relativo a la responsabilidad contractual del Estado, el art. 10 de la LRE dispone que se rige
por lo dispuesto en las normas específicas y que, en caso de ausencia de regulación, se aplica la
LRE en forma supletoria.
Lo primero que se advierte es que el nuevo régimen distingue entre dos ámbitos de la
responsabilidad patrimonial: el contractual y el extracontractual. Esta solución parece la adecuada,
dada la especialidad que reviste la responsabilidad extracontractual del Estado, en particular por
acto lícito, donde el interés de la comunidad y el sacrificio que ello representa para algunos
aconsejan el tratamiento de ambos ámbitos por separado(2).
Con posterioridad al dictado de la LRE, se sancionó el nuevo Código Civil y Comercial de la
Nación, vigente a partir del 1º de agosto de 2015(3), que, entre otras cosas, deja de lado la
distinción mencionada y dispone la unificación de ambos regímenes de responsabilidad, siguiendo
la tendencia que venía promoviendo la doctrina civilista(4). Esta decisión no altera el criterio
seguido por el legislador en la LRE cuando el Estado debe responder, ya que, en lo que hace a
esta cuestión, dicha norma debe ser considerada especial(5).
Por otra parte, el nuevo Código incorpora alguna disposición similar a la prevista en el art. 1º de la
LRE respecto de la aplicación de sus disposiciones a la responsabilidad del Estado, aunque con
algún matiz clarificador. En tal sentido, el art. 1764 prevé que lo que resulta inaplicable a la
responsabilidad del Estado de manera directa o subsidiaria son las disposiciones del capítulo 1 del
título V, "Otras fuentes de las obligaciones", estableciéndose a continuación que la responsabilidad
del Estado se rige por las normas y los principios del derecho administrativo nacional o local, según
corresponda(6).
De esta manera, el Código Civil viene a precisar qué normas de dicho ordenamiento no podrán ser
aplicadas ni directa ni subsidiariamente en materia de responsabilidad del Estado –i. e. los arts.
1708 a 1780, que integran el capítulo "Responsabilidad civil"–.
En cuanto al rol del Código Civil en el ámbito de la materia que nos ocupa, hasta la entrada en
vigencia de la nueva normativa transcripta, la inexistencia de un régimen jurídico autónomo que
regulara la responsabilidad del Estado hizo que dicho ordenamiento fuera norma fundamental en el
desarrollo de este instituto. Su papel protagónico ha sido indudable tanto en lo que hace a este
asunto como también a otras instituciones del derecho administrativo(7), discutiéndose doctrinaria y
jurisprudencialmente acerca de su aplicación directa o analógica en el ámbito del derecho
administrativo(8).
Ahora bien, ¿qué cabe decir respecto de la responsabilidad contractual del Estado? Hemos visto
que, cuando la norma específica no regule la materia, el art. 10 de la LRE prevé que se aplica en
forma supletoria tal régimen. En consecuencia, ante un vacío legal, ¿rige el impedimento de aplicar
subsidiariamente el nuevo Código Civil en materia de responsabilidad?
Más allá de la claridad del art. 10, entiendo que esta norma debe ser interpretada en forma
armónica con lo decidido por el legislador en cuanto a que los regímenes de responsabilidad
contractual y extracontractual no se encuentran unificados en el ámbito del derecho público, tal
como se señaló párrafos atrás. De ello se sigue, a mi criterio, que hay determinadas normas de la
LRE que no podrán ser aplicadas directamente en materia contractual, por haber tenido en miras
una situación jurídica distinta. La LRE podrá aplicarse directamente ante un vacío, en la medida en
que dicha norma sea la que mejor concilie la naturaleza de la relación que vincula al Estado con el
contratista. De lo contrario, podrá recurrirse a las disposiciones relevantes del Código Civil, ya que
forzar la aplicación de la LRE podría derivar en la declaración de inconstitucionalidad de esa ley.
Realizadas las aclaraciones que anteceden, me propongo examinar las siguientes cuestiones que
se presentan en materia contractual, de cara a las previsiones respectivas de la LRE: 1) aplicación
del Código Civil a los contratos administrativos; y 2) el alcance de la indemnización cuando se
incumple un contrato, en el sentido amplio de la palabra y más allá de cuál sea el origen del
incumplimiento.
Sobre el asunto tiene dicho nuestro Máximo Tribunal que la noción de contrato es común al
derecho público y privado, en tanto en ambos casos se configura un acuerdo de voluntades
generador de situaciones jurídicas subjetivas, sin perjuicio del régimen especial de los contratos
administrativos. Esta diferencia de régimen, según se expresa en la causa "Dulcamara", "no obsta a
que se apliquen a los contratos administrativos las normas que rigen tal instituto en el Código Civil,
pues estas últimas son respecto de ello, principios generales de los que no cabe apartarse". Y
concluye en "que el contrato administrativo queda subsumido en la definición contenida en el art.
1137 del cód. civil y en que, por ende, se le aplican, en la medida que no sean incompatibles con
sus características propias antes señaladas, las normas del Libro Segundo, Sección III, Título I, de
dicho ordenamiento legal"(14). Dicho título se refiere a los contratos en general. Autores como
Sáenz han afirmado, en posición que comparto, que el citado precedente indicaría la intención de la
Corte de descartar la aplicación exclusivamente analógica del derecho civil y de permitir, en
cambio, su aplicación directa(15).
Por ello, en lo que se vincula con el contrato en sí y con los principios generales que lo rigen
–como ser los de pacta sunt servanda, rebus sic stantibus, buena fe, deber de cooperación, lealtad
e información(16)–, entiendo que el Código Civil tendrá un papel similar al que tenía hasta el
momento del dictado del nuevo Código ya que, en lo que aquí interesa, recoge principios comunes
a los distintos campos del derecho.
El alcance de la indemnización
Como introducción a esta cuestión, es preciso recordar algunas premisas fundamentales de
nuestro derecho ya que, como bien se ha dicho, es mejor prevenir los daños que puedan derivar en
la responsabilidad del Estado que tener que reparar(17).
Como vimos, los contratos administrativos "constituyen una especie dentro del género de los
contratos, caracterizados por elementos especiales, como que una de las partes intervinientes es
una persona jurídica estatal, que su objeto está constituido por un fin público o propio de la
administración y que llevan insertas, explícita o implícitamente, cláusulas exorbitantes del Derecho
Privado"(18).
En este sentido, reducir las facultades exorbitantes a su mínima expresión pone un límite al obrar
de la administración, cuyos funcionarios –virtuosos pero también débiles–, al analizar la posibilidad
de dejar sin efecto un contrato, se verán menos tentados de recurrir a tales facultades para
disfrazar el fracaso de cierta gestión, ocultar las simples ganas de realizar un proyecto distinto del
que está en trámite o encubrir cualquier otro fin ilegítimo(22). Así, se ha dicho que "[e]l
otorgamiento a la administración pública de facultades de ''alteración'', modificación o adecuación
incentiva el obrar con ligereza o displicencia. El funcionario contratante ''descansa'' o confía en tales
posibilidades, y de allí a una actuación negligente, a un obrar con descuido, hay un corto paso.
¡Para qué afanarse en estudiar las circunstancias y sus posibles mutaciones si con la invocación
''generosa'' del bien común puedo salvar o corregir mis errores!"(23).
No está de más recordar, como bien señala Gelli, que el funcionario público, cuando actúa, está
limitado por las atribuciones que el ordenamiento le otorga y, en consecuencia, no puede dar
cualquier respuesta ante una situación determinada, sino que es su deber dar la respuesta
adecuada(24). Esta será la que resguarde del mejor modo posible los intereses de la sociedad que
incluyen, en primera medida, contar con funcionarios diligentes y respetuosos de los valores
supremos que deben regir en toda comunidad organizada.
Por eso, los principios básicos enraizados en nuestro Estado de derecho son los que deben, como
regla, dirigir el obrar de la administración, partiendo, en lo que aquí interesa, del principio general ya
mencionado de que los contratos se celebran para cumplirse y que el respeto de la palabra
empeñada debe partir, de modo ejemplar, del propio Estado. Ello, enriquecido con el principio de
buena fe, que debe inspirar en forma ininterrumpida los actos de quienes trabajan para el gobierno,
quienes han de ser leales a los fines de la sociedad y estar sedientos de otorgar confianza a
quienes viven y se relacionan en ella. Difícil es exigir si no se gobierna con ese modelo.
Esto no equivale a sostener que el Estado deba absorber todas las consecuencias negativas que
impactan sobre un contrato ni que sea responsable de todo aquello que el contratista no puede
controlar. Los contratistas son hombres de negocios y, en general, sobradamente versados en lo
que hacen. En consecuencia, todo riesgo propio de una contratación con el Estado no podrá ser
invocado por el contratista para eximirse de cumplir con sus obligaciones.
Tampoco importa negar la necesidad de normas especiales para los contratos que celebra la
administración, sobre todo teniendo en cuenta que por su complejidad y duración muchas veces
impiden que incluso el administrador más diligente pueda adelantarse y prever alteraciones futuras
en el desarrollo del contrato. Es para tales supuestos, entonces, que en algunos casos existen
reglas diferentes de las del derecho privado, tendientes a resguardar la continuidad del contrato en
pos del interés público o a permitir su finalización antes de lo pactado, cuando así lo exija el
bienestar general. Suponiendo, entonces, que nos encontramos ante una situación de tal
naturaleza, quien la provoca tendrá que hacerse cargo de las consecuencias ya que, en definitiva,
se deja de cumplir el acuerdo celebrado.
Ahora bien, en el campo de los contratos, la cuestión de la indemnización por responsabilidad del
Estado reviste interés, a los fines de este trabajo, en dos supuestos y siempre que exista un
contrato válido(25). Por un lado, en los casos en que haya un incumplimiento contractual liso y
llano(26). Por el otro, cuando se termina el contrato antes de lo pactado, con fundamento en un
acto legítimo de la administración, dictado por razones de oportunidad, mérito y conveniencia(27).
En el primer supuesto, el factor de atribución de la responsabilidad, siguiendo a Perrino, es la falta
contractual. En el segundo, la existencia de un sacrificio o daño especial(28).
En estos casos, la rescisión se debe plantear judicialmente, previa intimación al órgano contratante
para que cumpla con lo pactado, a no ser que se dé el caso de que la administración reconozca el
incumplimiento en sede administrativa. En consecuencia, en general será el juez quien declare la
existencia de la responsabilidad contractual del Estado y el monto de la indemnización. Se tendrán
en cuenta, para ello, los principios que gobiernan la materia en el derecho civil(30) y el monto que
se fije deberá restituir al contratista a la situación anterior al hecho dañoso. La necesidad de una
declaración judicial, tal como lo expresa Aguilar Valdez(31), impide una solución rápida al problema
del contratista, quien debe seguir cumpliendo bajo riesgo de que sea el Estado quien plantee la
caducidad ulterior por su incumplimiento.
Ahora bien, cuando dicho incumplimiento encuentra su fundamento en razones ajenas al contrato,
también estamos ante un caso de responsabilidad del Estado, aunque, en general, nos
encontraremos en el campo de la responsabilidad extracontractual(32), que tiene como fundamento
la revocación del contrato por razones de oportunidad, mérito y conveniencia.
Es en este ámbito donde tienen mayor protagonismo las atenuaciones a los principios generales
que rigen la relación contractual entre privados, porque justamente las prerrogativas son exclusivas
de una de las partes –el Estado–. Por eso, ante la particularidad que esto representa, deben
buscarse mecanismos que den previsibilidad sobre lo que pueda ocurrir en el inesperado caso de
que un contrato sea terminado en forma anticipada. La Corte Suprema ha expresado, en un fallo
reciente en el que se analizaba la responsabilidad del Estado, que "… la gobernabilidad requiere
de un mínimo de previsibilidad para que los ciudadanos actúen sobre la base de la confianza,
disminuyendo los costos de las transacciones y beneficiando a los consumidores"(33). Esta
previsibilidad debe existir en todos los planos, incluso en el de los contratos. Por lo demás, es de
suponer que a mayor previsibilidad, menor será el costo del acuerdo que se celebre, ya que ello
permite hacer ofertas más ajustadas y otorga al contratante la posibilidad de obtener mejores
precios y de ampliar el número de propuestas(34).
Nos recuerda Tawil que el fundamento de la responsabilidad sin falta que causa un daño especial
al administrado encuentra respaldo en lo dispuesto en los arts. 14, 16, 17, 19, 28 y 116 de la CN.
En consecuencia, la indemnización en esos casos ha de ser integral, salvo ley expresa en contrario
que no podrá afectar, en ningún caso, la sustancia del derecho. En este sentido, la indemnización
en los casos de revocación de un contrato por razones de oportunidad, mérito o conveniencia
debería incluir tanto el daño emergente como el lucro cesante(35).
Sin embargo, es harto conocido y de larga data el debate doctrinario que existe sobre si la
indemnización debe ser plena o si corresponde excluir el lucro cesante(36). Es principalmente la
jurisprudencia de nuestro Máximo Tribunal la que mantiene viva la discusión. La Corte sostiene en
forma sistemática la procedencia del lucro cesante cuando se trata de actos de gobierno que se
traducen en la terminación de un contrato por razones de oportunidad, mérito y conveniencia(37),
aun en pronunciamientos dictados estando ya vigentes normas como la contenida en el art. 12, inc.
b), del decreto 1023/2001(38). Recuérdese que este artículo incluye, dentro de las facultades y las
obligaciones con las que cuenta la autoridad administrativa, la de revocar un contrato por
oportunidad sin que ello genere derecho a indemnización en concepto de lucro cesante. Y si bien
es cierto que los casos que revisó el Máximo Tribunal son de contratos celebrados con anterioridad
a la sanción del decreto mencionado, la mayoría del Tribunal ni siquiera lo considera como
antecedente para tener en cuenta al momento de resolver(39).
Hay que reconocer, de todas maneras, que el riesgo de un cambio en la jurisprudencia de la Corte
podría verse acentuado a partir del dictado de la ley 26.944, cuyo art. 5º –que podría resultar
aplicable en virtud de lo dispuesto en el art. 10– prescribe que en ningún caso de responsabilidad
del Estado por actividad legítima procede la reparación del lucro cesante.
En materia de obra pública, por ejemplo, la ley 13.064 no tiene normas específicas. Es más, tal
circunstancia fue una de las razones que tuvo en cuenta la Corte en el caso "Sánchez Granel" para
considerar improcedente la limitación de la responsabilidad del Estado(40). A partir de ahora,
entonces, en los contratos que se rijan por la LRE, de aplicarse subsidiariamente el citado art. 5º,
podría sostenerse que corresponde excluir el lucro cesante de la indemnización que se reconozca.
En este sentido, el argumento de que "no hay norma que regule la materia", seguido por la Corte en
tal causa, pierde fuerza.
Sin embargo, también dijo el Tribunal, al resolver la citada causa, que en principio no corresponde
restringir el alcance de la responsabilidad y que la ley de expropiaciones no puede ser aplicada
analógicamente por importar "… una restricción constitucional del derecho de propiedad mediante
una ley del Congreso valorativa de la utilidad pública del bien sujeto a desapropio"(41). Es decir,
para la Corte, la intervención previa del Congreso, en el caso concreto, tiene también
trascendencia.
Habrá que esperar, entonces, para ver a qué conclusión llega la jurisprudencia, en particular la de
nuestro Máximo Tribunal, el día en que deba entender en una causa en la que se cuestione la
terminación de un contrato por razones de oportunidad, celebrado bajo la vigencia de la LRE. Lo
cierto es que el art. 5º debe ser interpretado en armonía con todo el ordenamiento jurídico, por lo
que, cuando la exclusión del rubro en cuestión importe aniquilar el derecho a una justa
indemnización, cabrá preguntarse si tal medida no debe originarse en el Poder Legislativo(42),
conforme surge del art. 17 de nuestra Constitución(43), como ocurre en materia expropiatoria,
donde es el cuerpo legislativo en su totalidad el que decide la extinción de un derecho adquirido en
pos del interés público(44). Y es tal lo que debería ocurrir en materia contractual. Al analizar el
alcance de la indemnización, no es lo mismo la revocación de un acto administrativo unilateral que
la de uno dictado por un acuerdo de partes. Cuando no existe un vínculo contractual entre las
partes, la confianza depositada por quien resulta perjudicado, respecto de la permanencia en
tiempo del derecho que pretende adquirido, no puede considerarse de la misma entidad ni con la
misma protección jurídica que si se hubiera celebrado un contrato (sin que ello importe adelantar
opinión sobre cuál debe ser el alcance de la responsabilidad cuando no existe relación contractual,
capítulo que excede el ámbito de este trabajo). El contrato se caracteriza por la expectativa cierta
de cumplimiento. Esto obliga a dar adecuada interpretación a lo dispuesto en el citado art. 5º(45).
Esta conclusión nos trae nuevamente a la afirmación que hicimos anteriormente, que la LRE podrá
ser aplicada supletoriamente, en materia contractual, en la medida en que ello no signifique ignorar
la naturaleza misma del contrato y las consecuencias que necesariamente derivan de tal
naturaleza. Esto no quiere decir que el interés público se convierta en objeto de ventajas para los
contratistas, sino que la persecución de dicho interés, en casos donde la expectativa de quien
reclama encuentra su fuente en un contrato, no importa limitar el derecho de quien ve frustrada su
expectativa contractual. Por eso, el alcance de la responsabilidad debe tener en cuenta la esencia
de las obligaciones asumidas por la administración y el consecuente conocimiento previo de cómo
evitar la interrupción del contrato de que se trate.
Conclusión
Muchas son las dudas que se presentan a partir del dictado de la LRE en materia de
responsabilidad cuando el Estado celebra un contrato con un particular. No solo respecto de los
temas aquí tratados, sino también de otros, como ser cuál será el plazo de prescripción para
accionar, el alcance de la fuerza mayor como eximente de responsabilidad del contratista o qué
quiere decir que "la sanción pecuniaria disuasiva es improcedente contra el Estado, sus agentes y
funcionarios", según se expresa al final del art. 1º.
Muchas de estas dudas, hay que decirlo, existían antes del dictado de la ley 26.944, y lo que
frustra en definitiva a la doctrina y a quienes buscaban obtener mayor previsibilidad a través del
dictado de esta ley es que se haya perdido la posibilidad de resolver las cuestiones que
presentaban mayor debate. Entre ellas, el alcance de la indemnización cuando se revoca un
contrato por razones de oportunidad, mérito o conveniencia. Claro que alguien podrá decir que esta
cuestión está zanjada en el art. 5º, aplicable supletoriamente cuando se revoca un contrato,
aunque, como se dijo, tal afirmación parece difícil de sostener de acuerdo con las normas de mayor
jerarquía que rigen la propiedad y con la doctrina de la Corte sobre el asunto.
Por eso habrá que confiar en el rol que tienen nuestros tribunales y la doctrina, con la esperanza
de que en ambos espacios se puedan buscar soluciones que acerquen las diferencias planteadas,
con propuestas objetivas que procuren dar seguridad jurídica al gobierno y a los gobernados.