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Él nunca había dicho nada directamente sobre ello, por supuesto, pero
después de eso hizo un esfuerzo para crear sutiles oportunidades de
demostrar mi valía, que generalmente llegaban a mí empujándome en la
dirección general de los problemas y mirando atentamente ante cualquier
señal abierta de renuencia a ponerme en peligro de nuevo. Por suerte, mis
viajes promocionales lejos de la batería habían limitado sus oportunidades
para este tipo de diversiones, pero en un par de ocasiones me habían
dejado sin otra alternativa que acompañar a alguna unidad de observación
avanzada con una demostración externa de entusiasmo a fin de no socavar
mi fraudulenta reputación.
Sin embargo, todo eso estaba a punto de cambiar, cuando el coronel sacó
la cabeza por mi oficina a la mañana siguiente de mi charla con Divas.
-Por supuesto- le respondí, con todos los signos de cortesía, haciendo caso
omiso de los latidos débiles de la resaca y el amasec que había traído a la
habitación conmigo esa mañana. -¿Puedo ofrecerle un poco de té?
-Como quiera- bebí el fragante líquido y levanté una ceja con educada
curiosidad. -¿Cómo puedo ayudarle?
-No esta vez- le sonreí, así pude fingir que era una broma, asentí a Jurgen. -
Gracias Por recordármelo- me volví hacia el coronel. -Algunos de nuestros
artilleros están bajo custodia civil. Parece que se pusieron un poco
demasiado animados en una de las posadas locales anoche- suspiré, con
un pesar cuidadosamente fingido. -Así que aunque ese pequeño viaje
suyo suena de lo más agradable, supongo que tendré que acercarme por
allí y arreglar las cosas.
En tiempos de paz había sido el hogar de cerca de dos mil personas, mucho
más que el puñado de cientos de personas en los pueblos de los
alrededores, la mayoría de ellos se dedicaban a apoyar a los caseríos
dispersos que se agrupaban por los alrededores, de alguna manera, la
agitación de la guerra y la llegada de muchos guardias a la zona, con sus
salarios que necesitan ser gastados, casi duplicó la población. No hace falta
decir que la mayoría de los recién llegados, estaban apoyando el esfuerzo
de guerra mediante el mantenimiento de la moral entre los soldados de
maneras que no cumplían del todo con la aprobación de los residentes de
larga duración. O, para el caso, de los Arbites locales, que habían triplicado
su carga de trabajo en los últimos meses. Eso había sonado bastante
impresionante hasta que me di cuenta de que en realidad significaba que
la sargento al cargo del sector había estado acompañada por un par de
“crucigramistas” resentidos de la capital provincial, que claramente habían
sido seleccionados sobre la base de que las autoridades de ese país habían
decidido que la ciudad era más que capaz de gestionarse perfectamente,
por si misma, sin más.
La misma sargento era harina de otro costal, como yo sabía muy bien,
siempre tenía mucho cuidado en establecer buenas relaciones con los
Arbites locales tan pronto como eran desplegados en la región y
sorprendiéndome agradablemente, esta, se había convertido en algo más
que una sencilla relación de trabajo. Wynetha Phu era una sólida oficial de
carrera a sus treinta y cinco años, alrededor de una década mayor que yo
en ese momento, con una figura que parecía bastante buena en uniforme
(y aún mejor fuera de él, ya lo había descubierto en un par de ocasiones).
Era buena en su trabajo, conocía a la mayoría de lugareños de vista,
además de por su nombre y reputación, había rechazado la posibilidad de
promoción a deberes y derechos más desafiantes en la ciudad al menos
tres veces, que yo supiera, porque ella disfrutaba de la sensación de ser
parte de una comunidad rural muy unida. A pesar de nuestra amistad, me
miró con frialdad cuando entré en el puesto de los Arbites en los que
ejercía su mando sobre los dispersos pueblos y aldeas del sector 13.
-Lo sé. Acepte mis disculpas- dije adoptando una expresión de resignado
buen humor. -Nos mantienen bastante ocupados en la Guardia, ya sabe.
-Será mejor que vaya con él- le dije a Jurgen. -Asegúrese de que se
comportan como deben.
-Señor- trotó detrás del Arbites, que pareció moverse un poco más rápido
ahora que su nuevo compañero se le acercó y me dejó solo con Wynetha.
Esperaba un poco de conversación amistosa, incluso un leve coqueteo o
dos, pero su mente estaba totalmente por la labor esa mañana, me tuve
que conformar con una sonrisa y la oferta de una taza de recafeína.
-Déjeme adivinar- dije, mientras pasaba mis huellas digitales por las placas
de datos, permitiendo que las escanearan y así confirmar que me había
hecho cargo de los reincidentes en nombre del Comisariado. -Conducta
lasciva, embriaguez, desorden público y un par de peleas.
-Es obvio que conoce bien a sus hombres- dijo ella secamente. Tomó un
sorbo de su taza de recafeína.
-Conozco estas perlitas un poco demasiado bien- dije, revisando los cinco
nombres que, entre ellos, constituían un buen 10% de mi carga de trabajo.
Eso podría no parecer mucho, pero para una batería de más de trescientos
soldados de la Guardia era un logro bastante impresionante a mi propia
manera. -Hochen, Nordstrom, Milsen, Jarvik- levanté la cabeza para mirar
con desaprobación al soldado que llevaban, prácticamente en volandas,
entre el pequeño grupo de hombres que salía tímidamente de las celdas. -
E inevitable, el artillero Erhlsen- me sonrió con la avergonzada expresión
que se había convertido en demasiado familiar en este último par de años.
-Dime, Erhlsen, ¿estás planeando hacer de la limpieza de letrinas una
ordenada carrera a tiempo completo?- se limitó a encoger de hombros.
De todos ellos, Nordstrom estaba visiblemente, con mucho, peor que los
demás. Los otros no podrían haber permanecido firmes, pero al menos
eran capaces de funcionar. Jarvik y Hochen tuvieron que sostenerlo entre
ellos mientras él parecía centrarse en el sonido de mi voz con un visible
esfuerzo.
-¿Qué tal antes de eso?- sugerí. Todo esto parecía una pérdida de tiempo
para mí, pero suponía que Wynetha tenía que, al menos, hacer un esfuerzo
para investigar lo que pasó a unos pocos cientos de metros de su puesto
del sector, además, cuanto más tiempo permaneciera en el mismo, más
podría apreciar su compañía y menos tiempo le daría a Mostrue para salir
de la sede de la brigada y arrastrarme a cualquier pequeña sorpresa que
hubiera planeado.
-Había una chica, ¿no estaba allí?- interrumpió Milsen. -¿Con el pelo
morado?- lo miré para tratar de acallarlo, pero Nordstrom estaba
asintiendo. El fantasma de una sonrisa apareció en su rostro.
-Kamella- por un momento una expresión soñadora similar descendió
sobre Milsen también. -Tenía unos tatuajes increíbles.
-Lo sabía- miró Milsen triunfante. -Lo último que recuerdo antes de
venirme abajo en el callejón es estar comprando una bebida para ella.
-Suena como una de las joygirls (chicas alegres, usen la imaginación, nt)
locales. Seguramente trabajará en el Luna Creciente.
-Creo que podemos dejar el asunto, con total confianza, en manos de los
Arbites- dije con toda la autoridad que pude reunir. A su favor Jarvik captó
la indirecta y se calló, aunque hubiera apostado una pequeña suma a que
la próxima vez que viniera a la ciudad me iba a encontrar, como mínimo,
las ventanas del Luna Creciente tapiadas.
-Oh querido. Parece que no hay nadie- dijo Wynetha en voz alta, el
sarcasmo goteaba de cada sílaba. Se volvió hacia el policía, que había
sacado su propia arma con un destello de anticipación en los ojos. -Vamos
a tener que volar las bisagras.
-Arriba- los ojos del barman estaban fijos en las pistolas laser en manos de
los dos Arbites. Miré a mí alrededor, sin encontrar nada que pareciera una
amenaza. El establecimiento estaba tan mal como yo había previsto,
parecía más una madriguera de la parte baja de la colmena que algo que
uno esperaría encontrar en un mundo agrícola, pero supongo que sus
clientes no estaban pagando, precisamente, por la sofisticada decoración.
-Debe ser esto- le dije. Wynetha estuvo de acuerdo y abrió el camino por
las escaleras, que desembocó en un corredor que recorría a lo largo el
edificio, forrado con simples puertas de madera. Los tres nos miramos. -
¿Uno a la vez?- sugerí con un encogimiento de hombros.
Paré un golpe de una mano con los dedos terminados en uñas como
garras, sintiendo como la hoja atravesaba la quitinosa piel y me agaché,
esas mandíbulas asesinas se cerraron a un palmo de mi cara. Wynetha
disparó de nuevo y por un momento pensé que había fallado, hasta que
me di cuenta de que estaba reteniendo al resto de la camada. Era evidente
que tendría que terminar esto por mi cuenta.
-Larabi. Saque las armas, estamos cerca y nos persiguen- todo lo que
pude oír por respuesta fue el débil eco de la estática, me dijo que su
auricular se había activado, pero su expresión fue suficiente para valorar el
otro extremo de la conversación. -Hemos descubierto un culto de
genestealers. Informe a la oficina de la división y a las unidades de la
Guardia locales- su voz quedo atrapada por un momento. -No, él está
muerto. Sólo yo y el comisario.
Bueno, eso era muy discutible, pero dadas las circunstancias cabía esperar
que actuasen como los soldados que eran, así que me limité a asentir.
Wynetha activó su vox de nuevo.
-Arme a los soldados- hizo una pausa. -No me importa que pinta tengan,
ni como estén, incluso si lo único que pueden hacer es recordar en qué
dirección apunta un arma, son mejor que nada.
-Harán mucho más que eso- le dije, picado por el insulto implícito a los
hombres con los que servía. Aunque era cierto que eran guerreros de
retaguardia en lugar de tropas de combate de primera línea, denles un
‘earthshaker’ (Pieza de artillería pesada, nt) o dos y habrían allanado el bloque
de la ciudad que se les hubiera ordenado como tú quisieras, pero
precisamente las armas ligeras no eran su especialidad. Por otro lado,
practicaban asiduamente en el campo de tiro, Mostrue se aseguró de eso,
como de cada otra regulación y Ehrlsen al menos era un tirador bastante
bueno, yo mismo podía dar fe de ello por el mero hecho de que todavía
estaba respirando. Y no me olvidé que todos ellos ya habían luchado contra
los ‘nidos en Desolatia, por lo que incluso si no eran exactamente los
veteranos aguerridos que deseara, ya habían demostrado que podían
luchar de cerca y de una manera personal si era necesario. Así que, en
general, me sentí muy confiado en sus habilidades.
-Eso espero- Wynetha tumbó al último de los cultistas que había entre
nosotros y el puesto del sector, al salir del callejón desembocamos en una
plaza abierta. Las suelas de nuestras botas resonaron sobre las losas, ecos
que renacían en las fachadas de los bloques del Administratum que nos
rodeaban y pequeñas astillas de piedra nos acompañaron, precedido por el
distintivo rasgado de aire ionizado que acompañaba a la descarga de un
arma laser y el gruñido más profundo de un Stubber o dos. A pesar de mis
temores, me volví para mirar atrás, disparando un par de tiros con la vaga
esperanza de mantener las cabezas de nuestros asaltantes agachadas,
luego redoblé mis esfuerzos para llegar al puesto del sector.
-Por aquí, ¡comisario! ¡Dese prisa!- la familiar voz de Jurgen me instó, miré
bien el puesto del sector, ahora tentadoramente cerca y lo vi, agazapado
tras una de las columnas que sostenían el pórtico, con un rifle láser
levantado y escupiendo la muerte a la horda de cultistas tras nosotros. Un
momento más tarde me di cuenta de otro fogonazo y distinguí a Erhlsen
posicionado de manera similar, recorriendo un objetivo tras otro con suave
precisión. Él me vio y sonrió, sin duda disfrutaba enormemente.
-¿Qué demonios pensó que hacía, a que estaba jugando allí?- Wynetha
estaba mirándome con una compleja mezcla de emociones en su rostro. -
¿Estabas tratando de que te matarán?
No tenía sentido admitir que había estado tan ido que ni siquiera me había
dado cuenta de que nuestros camaradas habían abierto un corredor de
seguridad para nosotros, así que me limite a encoger los hombros.
-¿Dónde están los otros?- le pregunté. Jurgen hizo un gesto hacia la parte
trasera del edificio.
-No sé- Jurgen pareció confundido por un momento. -Pensé que estaba
con nosotros.
Para mi asombro ni siquiera lo frenó, intentando golpearme los ojos con los
dedos extendidos de la otra mano. Agaché mi cabeza justo a tiempo,
sintiendo el impacto contra mi cráneo apenas amortiguado por mi gorra, oí
sus dedos crujiendo un instante antes del sonido de una pistola láser junto
a mi oído me dijera que Wynetha seguía cubriéndome la espalda. Al caer,
pasó rápidamente a mi lado, corriendo para alcanzar el final del pasillo.
-Lo sé- el timbre sin emoción de su voz me advirtió lo que estaba a punto
de hacer, incluso antes de que mi mente consciente registrara la
inexpresividad de su mirada.
-¡Aquí, comisario!
-Tendrían buena pinta cocinados al vapor- dijo Jarvik, mirando por encima
del voladizo del tejado y tomando un objetivo al azar entre la multitud.
Seguí su mirada y el aliento pareció congelárseme en la garganta.
Estábamos rodeados ahora por lo que parecía ser cientos de
monstruosidades, lamiendo alrededor de nuestro endeble refugio como la
marea entrante alrededor de un castillo de arena. En ese momento supe
que estábamos condenados, que lo único que podíamos hacer era esperar
alargar lo inevitable.
-No fue lo mismo sin ti- le aseguré, serio. Eché un vistazo a Erhlsen, que
estaba sorprendentemente tenue teniendo en cuenta que se suponía que
era otro de los invitados de honor. -Dadas las circunstancias, esperaba que
estuviera un poco más feliz, Erhlsen. Bebida gratuita, toda la comida que
pueda comer...
-Lo sé. Son estos- tocó las rayas de los galones recién cosidos en su manga
de mal humor. -Son un poco... inhibidores.
FIN