pasión de mí! A l pronunciar estas palabras siente una voz interior que le dice: — ¡Aním ate, hijo mío. Es cierto que tu confesor se ha equivocado; pero allá él. . . Tú has obedecido, y por esto tu obediencia será recompensada— . Quien así hablaba era J esu cristo, que le tranquilizó, y así murió santamente. D. — ¿Será así, Padre? M. — Seguramente, porque J esucristo, al con ferir a los sacerdotes el poder y el mandato de confesar, les dijo categóricamente: “ Todo lo que perdonaréis será perdonado, y todo lo que retuvie reis será retenido” . Por tanto, si el confesor dice al penitente: “ Y ete a com ulgar” , que vaya, por que hará bien; si por el contrario, le dice: “ No te acerques a com ulgar” , no debe acercarse.
«= * *
D. — Lo que usted me acaba de decir sobre la
obediencia al confesor en cuanto a comulgar, es tan sencillo que hasta los niños lo comprenden. M. — Cierto; es cosa sencillísima y que la comprenden hasta los niños, pero hay quien 110 la quiere comprender, porque razona con su ca beza y no con la del confesor, y, cerrado en su jui cio, se form a una conciencia falsa, se engaña a sí mismo, acaricia sus remordimientos y se atreve a comulgar por capricho, por respeto humano, por egoísmo y por otras razones. D. — ¿También tiene que ver en esto el respe — 21 —
to Iraniano, el capricho, el egoísmo y cosas por el
D i s cíp u lo . — H aga el favor, Padre, de expli
carme la parábola de los invitados a las bodas, y de lo que sucedió con el que no llevaba el vestido nupcial. M a es tr o . — Con mucho gusto, escucha pues, con atención. * * *
Narra el Santo Evangelio que un rey quiso
celebrar con la m ayor solemnidad la boda de su kijo, y preparó una gran cena, invitando a ella a bus parientes y amigos. Muchos presentaron sus excusas y evadieron la invitación, en vista de lo cual el rey ordenó a — 24 —
sus criados fueran por las plazas y por las calles
de la ciudad e invitaran a cuantos encontrasen. Llena ya la sala y ocupados todos los puestos, revistó a todos los convidados, y, al ver a uno que 110 llevaba el vestido de boda, le dijo: “ Am igo ¿có mo has venido sin el vestido o traje de boda?” Y acto seguido, dirigiéndose a los criados, les dijo: “ Llevadlo, atadlo y metedlo en el calabozo” . D. — Padre ¿qué significa este vestido de bo da que no llevó aquel pobre infeliz, y por qué le metieron en la cárcel, siendo, como era, pobre? M. — Este banquete representa a la Eucaris tía, o sea, la Sagrada Comunión. E l rey que hace la fiesta, con motivo de la boda de su hijo, es el Eterno Padre: el hijo es J esucristo, que se despo só con nuestra humana naturaleza. Los invitados son todos los hombres de la tierra. Significa que Dios nos ha creado a todos pa ra el cielo, y por esto nos invita a todos a ir por la senda de la fe, de la caridad, de la penitencia y de los Sacram entos; pero de todos estos invita dos, muchos no quieren creer: son los incrédulos; otros presentan excusas o se sirven de cualquier pretexto: éstos son los pecadores que difieren su conversión; finalmente, otros acuden al banquete, pero sin el vestido o traje de boda: son los sacri legos, representados en aquel infeliz que fué reti rado del banquete, atado y llevado al calabozo. D. — ¿Entonces, para qué le forzaron a entrar al banquete? M. — Cuando vió que era indigno debió opo nerse, y presentar excusa, o pedir disculpa antes de entrar. E l hecho es bien claro; todo el que va a co m ulgar en pecado mortal se encuentra en las mis mas condiciones de este infeliz, y por tanto en pe ligro de ser juzgado y condenado. Además, Dios mismo lo ha dicho, por medio del Apóstol San Pablo: “ E l que come mi carne in dignamente, come su misma condenación y se juz ga a sí mismo” . # # #
Se lee en un capítulo del sagrado Libro de los
Números que, cuando el marido, por una sospecha fundada, temía no le fuera fiel su mujer, tenía derecho, según la ley de Moisés, a llevarla a la presencia del sacerdote. Este, para desvanecer la duda, tomaba un poco de polvo del suelo del T a bernáculo, y mezclándodo con agua, se lo hacía beber a la m ujer de quien se sospechaba. Si era culpable, caía inmediatamente muerta a los pies de los presentes, como herida por un veneno bien concentrado; pero si era inocente no le pasaba na da, y volvía a su casa en medio del contento y de la alegría de sus parientes. Lo mismo sucede, aunque invisiblemente, en la Sagrada Comunión; ¡ pobre del alma que, en pe cado mortal, se acerca a sabiendas a recibir la Sa grada Comunión de manos del sacerdote... ! Será para ella un veneno mortal. Feliz, por el contrario, el que se alimenta de este P an de Vida, teniendo el corazón limxúo por una sincera contrición; recibirá bendiciones y gra cias entre los aplausos de los ángeles, y la Sagrada Comunión será para él prenda de la gloria eterna. D. — ¿Tan numerosos serán los que comulgan sin vestido de boda, o sea en pecado mortal? M, — ¿Quién puede asegurar que sean muchos? Lo cierto es que, desgraciadamente, abundan, y en todas las clases sociales.
LOS J UDAS SE SUCEDEN
A mediados del siglo X V I I I , una religiosa de
la Visitación, de Turín, tuvo una visión tremenda y por demás impresionante. Mientras rezaba de votamente ante J esús Sacramentado, se le apa reció la sagrada H ostia chorreando sangre fresca. Ni tiempo tuvo para volver en sí, a causa del asombro y del miedo, cuando repentinamente se encontró en el atrio de las dos iglesias situadas al principio de la plaza de San Carlos, y allí oye una algazara de gente que viene de las calles late rales de la parte que mira a los Alpes. Gritos, vo ces, aullidos, blasfem ias horribles. . . L a chusma, que aumentaba cada vez más, llenaba completa mente la plaza. Em pieza una comedia asquerosísima e inme diatamente después todos se van precipitadamen te por las calles de la derecha hacia el río P o ; les sigue una grande oleada de sangre que inunda to da la plaza, y se desliza por las mismas calles hasta — 27 —
perderse en el río, juntamente con toda aquella
gentuza, verdaderos demonios. L a monjita, horrorizada, se dirige al Señor, y exclam a: “ ¡Oh J esús, sálvanos!” y J esús le res ponde : *1Tranquilízate, que la oleada ya pasó. Sá bete que. todos éstos son los profanadores de mi Sangre Eucarística. Son todos los que, en esta ciu dad del Sacramento, pisotean la Sagrada Eucaris tía, comulgando sacrilegamente. Son los J udas que se suceden a través de los siglos. Vete y cuenta a todos lo que acabas de v er” . L a R eligiosa cumplió el encargo, impresionan do grandemente la narración de este hecho, narra ción que hizo muchísimo bien. D. — Tiemblo, Padre, de m iedo; ¿pero es ver dad todo estol M. — Y bien auténticos; existen documento» en los archivos de la iglesia y de la Curia de Turín* D. ■ — ¿Es posible que haya tantos J udas? M. — Y a lo creo, y entre todas las clases so ciales, como te he dicho. D. — ¿Y por qué J esucristo, que es Dios, 110 ha previsto estos abusos? M, — Sí, los ha previsto, y, sin embargo ha instituido la Comunión y el sacerdocio, sabiendo también que muchos comulgarían digna y santa mente, de donde recibiría gran honra y gran amor, como también previo que sin la Comunión no sería posible a un gran número de cristianos mantenerse fieles y constantes en su fe. D. — Entonces, J esucristo, al instituir la San — 28 —
tísima Eucarística ¿ha preferido nuestro prove
cho, aún a costa de ser despreciado? M. — Por cierto, ha preferido nuestro prove cho, aún a costa de ser despreciado. J esús es siem pre J esús, infinito en bondad y misericordia. Hace como la madre que se deja arañar de su hijo, y en cima le come a besos; o como la que, a pesar de que la amenazan y la pegan, les aguanta, les quie re y les atiende constantemente. J esús es siempre el Divino Maestro, amante, paciente, resignado, indulgente. D. — A ún así, a mi me parece que 110 debería perm itir tantos sacrilegios. M. — Tu opinión o juicio es demasiado corto y terreno; el de J esús es muy distinto. Más con tento y felicidad siente E l cuando uno comulga bien, que dolor pueden causarle todos los sacrile gios que cometen tantas almas indignas. E s como el sol, que, aunque extienda sus rayos sobre todas las inmundicias »de la tierra, no obstante todo lo llena de luz, de vida y de calor. Y , volviendo al ejemplo de la madre, se siente más contento y fe liz con el cariño de un hijo bueno que con todos los disgustos de los demás hijos malos. D. — ¡ Oh J esús, tan mal correspondido a pesar de ser tan bueno! M. — Sí; infinitamente bondadoso es J esu cristo. ¿Por esto abusan tanto de su bondad? más ¡ay! de los ingratos y de los traidores. D. — ¿Y los castigos para éstos serán terri bles? M. — Terribilísim os, pero bien merecidos. No — 29 —
habrá excusa para ellos ; las palabras de J esucris
to son eternas e infalibles: “ E l que come indigna mente mi Carne, come su misma condenación” . D. — Luego ¡ pobres de los sacrilegos! M. — Por cierto, bien infelices. Lo verás en Io que sigue.
CASTIGOS TERRIBLES
Es espeluznante el caso de un desgraciado
que, públicamente, se jactaba de ser ateo y de abo rrecer a los curas, a la Iglesia, sus fiestas y Sa cramentos. Cuantas veces afeaban su parecer y preten dían convencerle de sus desatinos y necias pala bras, exponiéndose al peligro de una mala muer te, contestaba él: — A la hora de la muerte ya me entenderé yo solo con Dios, y, por lo que hace al honor de mi fam ilia, no me faltará tiempo para simular que comulgo convencido y bien preparado. ¡Qué desgraciado! Sobrevínole una enferme dad mortal, y al decirle que sería conveniente lla mar al sacerdote, contestó: — Y o siempre estoy bien con Dios; al confesor no tengo nada que de cirle : que me traigan la Comunión. Con mucho pe sar se le trajo la Comunión para complacer a los parientes, y esperando que volvería en sí. La re cibió como la puede recibir un incrédulo: sin fer vor, sin devoción, sin respeto y como si se burlara, con la mayor indiferencia. Pero ¿qué sucedió? Que