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Gustav Fechner

ANATOMÍA COMPARADA
DE LOS ÁNGELES
SOBRE LA DANZA

Traducción de Marcos Guntin

Marie Bardet
un pensamiento
cuando se pone sensible

Pequeña
biblioteca
sensible
Fechner, Gustav Theodor
Anatomía comparada de los ángeles: Sobre la danza / Gustav Theodor Fechner;
contribuciones de Marie Bardet - 1ra. ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires:
Cactus, 2017.
112 p. - 15 x 11 cm - (Pequeña biblioteca sensible; 2)
Traducción de: Marcos Guntin.
ISBN 978-987-3831-18-8
1. Filosofía. 2. Ángeles. I. Bardet, Marie, colab. II. Guntin, Marcos, trad. III. Título.
CDD 110

Título original: Vergleichende Anatomie der Engel (1825)


Über den Tanz (1824)
Autor: Gustav Fechner

© de la presente edición: Editorial Cactus, 2017

Traducción: Marcos Guntin


Traducción del texto de Marie Bardet: Pablo Ires
Maquetación: Manuel Ⱥdduci
Impresión: Elías Porter y Cía. srl

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.


ISBN: 978-987-3831-18-8
1ra. edición en castellano – Buenos Aires, mayo de 2017

impreso en argentina / printed in argentina

www.editorialcactus.com.ar
editorialcactus@yahoo.com.ar
ÍNDICE

Nota sobre Gustav Fechner��������������������������������������������������������� 5

Gustav Fechner - Anatomía comparada


de los ángeles (15)
Prólogo ��������������������������������������������������������������������������� 17
Introducción .������������������������������������������������������������������ 17
I. Sobre la forma de los ángeles�������������������������������������� 21
II. Sobre el lenguaje de los ángeles �������������������������������� 35
III. Sobre si los ángeles también tienen piernas�������������� 42
IV. Los ángeles son planetas vivientes����������������������������� 47
V. Sobre los sentidos de los ángeles��������������������������������� 56
VI. Hipótesis final����������������������������������������������������������� 61

Gustav Fechner - SOBRE LA DANZA (63)

Marie Bardet
un pensamiento cuando se pone sensible�������������������� 81
nota sobre gustav fechner1

E l prestigio de lo absoluto se ha desgranado bastante


en nuestras manos. Sus pruebas lógicas pierden su
fuego; los retratos que muestran de él sus mejores pinto-
res de la Corte son uniformes y nebulosos en extremo;
y no nos da alivio alguno más allá del frío confort de
asegurarnos que con él todo está bien, y que solo necesi-
tamos elevarnos a su eterno punto de vista para ver que
también con nosotros todo está bien. En cambio, intro-
duce ciertas dificultades perniciosas en filosofía y teolo-
gía, de las cuales nunca deberíamos haber escuchado si
no fuera por su intrusión.
Pero si lanzamos lo absoluto fuera del mundo, ¿de-
beríamos entonces concluir que en el camino de la con-
ciencia el mundo no contiene nada mejor que nuestra
conciencia? ¿No vale nada nuestra creencia instintiva en
presencias más elevadas, nuestro persistente volvernos ha-
cia la compañía divina? ¿Es solo la patética ilusión de se-
res con mentes incorregiblemente sociales e imaginativas?

1 Extraída de “Cuarta conferencia. Acerca de Fechner”, en


William James, Un universo pluralista. Filosofía de la experiencia,
traducción de Sebastián Puente, Cactus, Buenos Aires, 2009.
6 william james

Creo que semejante conclusión negativa sería desespe-


radamente apresurada, algo como arrojar el bebé junto
con el agua del baño. Lógicamente es posible creer en se-
res suprahumanos sin identificarlos para nada con lo ab-
soluto. Me parece que el tratado de alianza ofensiva y de-
fensiva que algunos grupos del clero cristiano han hecho
recientemente con nuestros filósofos trascendentalistas
está basado en un bienintencionado pero terrible error.
Ni el Jehová del Antiguo Testamento ni el padre ce-
lestial del nuevo tienen nada en común con lo absoluto,
excepto el hecho de que los tres son más grandes que el
hombre; y si ustedes dicen que, en las mentes más re-
flexivas y modernas, los dioses de Abraham, de David,
y de Jesús estaban inevitablemente destinados a con-
vertirse en la noción de lo absoluto, luego de transfor-
marse primero entre sí, contesto que aunque en ciertas
mentes específicamente filosóficas puede haber sido ese
el caso, en mentes que deben calificarse más adecua-
damente de religiosas el desarrollo siguió otro sendero
completamente distinto. Toda la historia de la Cris-
tiandad evangélica está allí para probarlo. Propongo
en estas conferencias argumentar por esa otra línea de
desarrollo. Para colocar la doctrina de lo absoluto en
su marco adecuado, de modo que no vaya a llenar toda
la bóveda celeste y excluir posibilidades alternativas
de pensamiento más elevado –como parece hacer con
muchos estudiantes que se le acercan con un limitado
nota sobre gustav fechner  7

conocimiento previo de filosofía– la contrastaré con un


sistema que, considerado de manera abstracta, pare-
ce primero tener mucho en común con el absolutismo,
pero que, tomado concretamente y en lo temperamen-
tal, se encuentra verdaderamente en el polo opuesto.
Me refiero a la filosofía de Gustav Theodor Fechner,
un escritor poco conocido hasta el momento para los
lectores ingleses, pero destinado, estoy convencido, a
ejercer más y más influencia con el paso del tiempo.
Es el intenso carácter concreto de Fechner, su fer-
tilidad de detalle, lo que me llena de una admiración
que me gustaría hacer que esta audiencia comparta.
Entre los maniáticos por la filosofía que conocí en el
pasado había una mujer de cuyo sistema he olvidado
todos los principios excepto uno. Si hubiera nacido en
el Archipiélago Jónico hace unos tres mil años, esa sola
doctrina le hubiera asegurado a su nombre un lugar en
todos los planes de estudio y exámenes universitarios.
El mundo, decía, está compuesto solo por dos elemen-
tos, a saber, lo Denso y lo Delgado. Nadie puede negar
la verdad de este análisis hasta donde llega (aunque a
la luz de nuestro conocimiento contemporáneo de la
naturaleza él mismo tiene un sonido bastante “delga-
do”), y en ningún lugar es más cierto que en esa parte
del mundo llamada filosofía. (...) Desde Green hasta
Haldane lo absoluto que se nos propone para ordenar
las confusiones del matorral de experiencia en que
8 william james

ocurre nuestra vida se conserva como una pura abs-


tracción que casi nadie intenta hacer una pizca más
concreta. Si abrimos Green, no obtenemos más que el
yo trascendental de la apercepción (nombre de Kant
para el hecho de que para ser incluida en la experien-
cia una cosa tiene que ser presenciada), convertido en
una especie de burbuja de jabón sin tiempo lo suficien-
temente grande como para reflejar todo el universo.
La naturaleza, sigue insistiendo Green, consiste solo en
relaciones, y eso implica la acción de una mente que es
eterna; una conciencia auto-distintiva que escapa ella
misma a las relaciones por las cuales determina otras
cosas. Presente a todo lo que es en sucesión, ella mis-
ma no está en sucesión. Si tomamos a los Cairds2, nos
dirían poco más del principio del universo –es siempre
un regreso a la identidad del yo desde la diferencia de
sus objetos–. Este yo se separa a sí mismo de los objetos
y deviene así conciente de ellos en su mutua separa-
ción, mientras al mismo tiempo los ata juntos como
elementos de una más alta autoconciencia.
Esto parece la quintaesencia de lo delgado; y el asun-
to difícilmente se vuelve más denso cuando deducimos,
después de enormes cantidades de lectura, que el gran
ser envolvente en cuestión es como tal razón absoluta, y

2 Edward Caird y John Caird formaron parte del llamado neo-


idealismo inglés. [N. del T.]
nota sobre gustav fechner  9

que como tal se caracteriza por el hábito de usar algu-


nas insípidas “categorías” con las cuales lleva a cabo su
eminente trabajo de relacionar. Todo el material activo
de los hechos naturales es eliminado y solo queda el más
desnudo formalismo intelectualista.
(...) Es tiempo de poner nuestra mirada en Fechner,
cuya densidad es un refrescante contraste con la delga-
da, abstracta, indigente y raída apariencia, con el aspec-
to famélico, escolar, que presentan las especulaciones de
la mayoría de nuestros filósofos absolutistas.
Hay algo realmente raro y misterioso en el contraste
entre las pretensiones abstractas del racionalismo y lo que
los métodos racionalistas concretamente pueden hacer. Si
la “lógica primera” de nuestra mente fuera realmente la
“presencia implícita” en todo nuestro pensamiento finito
de la totalidad “concreta universal”, de la totalidad de la
razón, o de la realidad, o del espíritu, o de la idea abso-
luta, o como quiera que pueda llamarse; y si esta razón
trabajara (por ejemplo) a través del método dialéctico,
¿no parece extraño que en la mayor instancia de racio-
nalización que ha conocido la humanidad, a saber en la
“ciencia”, el método dialéctico no fuera probado ni si-
quiera una vez? No se me ocurre ni un solo ejemplo de su
empleo en ciencia. Por los resultados de la ciencia se debe
agradecer a las hipótesis y a las deducciones que derivan
de ellas, controladas por observaciones sensoriales y ana-
logías con aquello que conocemos en otros lugares.
10  william james

Fechner no usó más métodos que estos últimos al ar-


gumentar a favor de sus conclusiones metafísicas acerca
de la realidad. Pero primero déjenme repasar algunos
pocos hechos de su vida.
Nacido en 1801, hijo de un pobre pastor rural en
Saxony, vivió desde 1817 hasta 1887, cuando murió,
setenta años más tarde, en Leipzig; un típico gelehrter3
de la tradicional franja germana. Sus recursos siempre
fueron escasos, así es que sus extravagancias solo podían
estar en el camino del pensamiento, pero eran unas
hermosas extravagancias. Aprobó sus exámenes médicos
en la Universidad de Leipzig a la edad de veintiún
años, pero decidió consagrarse a la física en lugar de
convertirse en médico. Esto ocurrió diez años antes de
que fuera nombrado profesor de física, aunque pronto
fue autorizado a dictar clases. Mientras tanto, tenía que
hacer que ambos extremos se encontraran, y lo hizo a
través de voluminosos esfuerzos literarios. Tradujo, por
ejemplo, los cuatro volúmenes del tratado sobre física de
Biot, y los seis del trabajo de Thénard sobre química,
y se ocupó más tarde de sus ediciones ampliadas.
Editó colecciones de química y física, un periódico
farmacéutico y una enciclopedia en ocho tomos, de la
cual escribió cerca de un tercio. Publicó tratados de física
e investigaciones experimentales propias, especialmente

3
Ilustrado. [N. del T.]
nota sobre gustav fechner  11

sobre electricidad. Las mediciones eléctricas, como


ustedes saben, son la base de la ciencia eléctrica, y las
mediciones de Fechner en galvanismo, llevadas a cabo
con los aparatos más simples hechos por él mismo, son un
clásico hasta el día de hoy. Durante este tiempo publicó
también, bajo el nombre de Dr. Mises, algunos escritos
semi-filosóficos, semi-humorísticos, que atravesaron
varias ediciones, además de poemas, ensayos artísticos y
literarios, y otros artículos ocasionales.
Pero el exceso de trabajo, la pobreza, y un proble-
ma ocular producido por sus observaciones sobre las
post-imágenes4 (también una obra de investigación clási-
ca) produjeron en Fechner, que por entonces tenía treinta
y ocho años, un tremendo ataque de neurastenia con una
dolorosa hiperestesia de todas las funciones, del cual su-
frió durante tres años, aislado completamente de la vida
activa. La medicina de hoy hubiera clasificado rápida-
mente la enfermedad del pobre Fechner como parte de
una neurosis de hábito, pero era tal su severidad que en
sus días fue tratada como un castigo de una maldad in-
comprensible; y cuando repentinamente comenzó a me-
jorar, tanto Fechner como otros trataron la recuperación
como una especie de milagro divino. Esta enfermedad
produjo una gran crisis en su vida, al poner a Fechner
cara a cara con su desesperación interna. Escribe: De no

4 Imágenes que persisten en la retina, luego de ser vistas. [N. del T.]
12  william james

haberme aferrado a la fe, y de no haber producido ese aferramiento


de un modo u otro su recompensa, so hätte ich jene zeit nicht ausge-
halten5. Lo salvó su fe religiosa y cosmológica –de allí en
más lo acompañó el gran propósito de elaborar y comu-
nicar esta fe al mundo–. Lo hizo en la escala más grande;
pero hizo muchas otras cosas antes de morir.
Entre estas otras realizaciones deben incluirse un libro
sobre la teoría atómica, también clásico; cuatro compli-
cados volúmenes matemáticos y experimentales sobre lo
que llamó psicofísica –muchas personas consideran que
Fechner prácticamente fundó la psicología científica en
el primero de estos libros–; un volumen sobre evolución
orgánica y dos trabajos sobre estética experimental, en
los cuales otra vez algunos conocedores consideran que
Fechner puso los cimientos de una nueva ciencia. De
los trabajos más religiosos y filosóficos daré cuenta más
largamente en lo inmediato.
Todo Leipzig lo lloró al morir, pues era el modelo del
docto alemán ideal, tan osadamente original en su pen-
samiento como sencillo en su vida, un modesto, genial
trabajador esclavo de la verdad y el saber, y con todo,
dueño de un admirable estilo literario de tipo vernáculo.
La generación materialista, que en los cincuenta y los
sesenta llamó fantásticas a sus especulaciones, fue reem-
plazada por una con mayor libertad de imaginación, y

5 ... no hubiera soportado así toda esa época. [N. del T.]
nota sobre gustav fechner  13

un Preyer, un Wundt, un Paulsen, y un Lasswitz podrían


ahora hablar de Fechner como de su maestro.
Su espíritu era, en efecto, una de esas encrucijadas
de la verdad organizadas de modo multitudinario, pero
que solo son ocupadas en contadas ocasiones por hijos
de hombres, y desde la cual nada está ni demasiado lejos
ni demasiado cerca como para ser visto en la perspectiva
debida. La observación más paciente, las matemáticas
más exactas, la más hábil discriminación, el sentimiento
más humano, florecían en él a la escala más grande, sin
detrimento aparente de unos hacia otros. Fue de hecho
un filósofo en el “gran” sentido, aunque le preocuparan
mucho menos que a otros filósofos las abstracciones de
orden “delgado”. Para él lo abstracto vivía en lo con-
creto, y el motivo oculto de todo lo que hizo fue llevar
siempre a una mayor evidencia lo que llamaba la visión
diurna del mundo, consistiendo esta visión en que el uni-
verso entero en sus diferentes amplitudes y longitudes
de onda, exclusiones y envolturas, está vivo y conciente
en todas partes. A su libro principal, Zend-avesta, le tomó
cincuenta años llegar a una segunda edición (1901). Fe-
chner escribía alegremente: Una golondrina no hace el vera-
no. Pero la primera golondrina no vendría a menos que el verano
estuviera llegando; y para mí, ese verano significa mi visión diurna
prevaleciendo en algún momento.
gustav fechner

ANATOMÍA COMPARADA
DE LOS ÁNGELES
un boceto

(Escrito bajo el seudónimo de Dr. Mises)


 17

prólogo

L a edad moderna se ha granjeado un considerable


mérito por el empeño con el que procura ampliar
los conocimientos acerca de la constitución del ser hu-
mano mediante estudios comparados sobre criaturas in-
feriores. Sin embargo, aún no se ha pensado en dirigir,
con los mismos fines, observaciones sobre la constitución
de criaturas superiores, independientemente de si cupie-
re esperar de ello frutos semejantes. El propósito de los
presentes bocetos es dar comienzo a la tarea de llenar
estas lagunas. Dado que he surcado en vano el sistema
de Linneo en busca de un nombre para el objeto de mis
observaciones, me he visto forzado a recurrir al vocablo
popular “ángel”, por el cual se entiende comúnmente
a las criaturas superiores en general. Si las considera-
ciones que siguen se apartasen en algunos aspectos de
las concepciones tradicionales acerca de los ángeles, solo
cabría alegrarnos por las rectificaciones obtenidas.

introducción

E l hombre, en términos generales, no es menos pue-


blerino y dado al aislamiento que la gran mayoría
de los seres. Parado frente al espejo de la autocontem-
18  gustav fechner

plación, se observa con indulgencia y ve en sí mismo


la obra maestra de la creación. Pero por más que en
este planeta tenga en sus manos tanto el orbe soberano
como la manzana dorada de la belleza, si participara en
un concurso universal de todas las criaturas, difícilmente
lograría alzarse siquiera con el carozo de esta última.
Sin dudas, la forma humana nos es agradable porque
nosotros mismos somos humanos. Es decir, nuestro sen-
timiento, erigido en juez, instintivamente toma partido;
pero ya dice Cicerón que, por el mismo motivo, es dable
suponer que el caballo buscaría la forma ideal en el ca-
ballo y el asno en el asno. La vanidad es, como se ve, un
error natural que no depende meramente de individuos
sino de las especies, por lo que nosotros jamás debería-
mos hacer de nuestro sentimiento acerca de nosotros
mismos el Paris que otorga la manzana1.
Por ende, si abandonamos a este juez sobornado y pre-
guntamos al entendimiento, poseedor de una mirada im-
pasible y fría, pero por ello tanto más clara e imparcial, y
le pedimos que se expida sobre la forma del ser humano,

1 Alusión al mito griego de la manzana de la discordia, en la que


Eris, la diosa de la discordia, dejó caer una manzana dorada con
lainscripción καλλίστῃ,“paralamásbella”.Tresdiosasreclama-
ron la manzana para sí: Hera, Atenea y Afrodita. Zeus decidió
que Paris, príncipe de Troya, decidiese quién debía ser la legítima
propietaria de la manzana. [N. del T.]
anatomía comparada de los ángeles  19

él nos dirá: sea la Belleza lo que fuere, lo mínimo que es-


pero de ella es armonía de la forma. Pero cuando observo
la figura humana, con sus múltiples ángulos, arrugas pro-
tuberantes, callosidades, orificios, concavidades, etc., si
bien ciertamente reconozco una máquina bien equipada
para diversas actividades útiles, no sé propiamente dónde
se encontraría la belleza del conjunto.
Me parece más bien un esfuerzo malogrado, o logra-
do a medias, por prevalecer, de aquello que se destaca
más o menos en diversas partes aisladas: en el arco de
la frente, la forma del busto femenino, el florecimiento
del ser humano en su plenitud, en el ojo, acaso el único
órgano casi perfecto. Pero todas estas partes diversas, si
bien parecen estar agraciadas por la belleza, no conver-
gen en ningún conjunto donde el entendimiento pue-
da hallar una armonía tal como la que exige la Belleza.
Y a muchas partes las ve como instrumentos y enseres
útiles al cuerpo, no como los miembros que pudieran
satisfacer el concepto de belleza. Pero la Belleza debería
albergar en sí misma su unidad, no tomarla prestada,
por utilidad o provecho, de aquel judío. Como dije, de-
bemos abordar estas consideraciones de manera impar-
cial, dejando de lado el sentimiento que es innato al ser
humano en tanto humano.
Nos encontramos ahora contemplando a la Tierra des-
de gran altura, observándola junto a los demás cuerpos
celestes, comparando sus criaturas, y nos es permitido, si
20  gustav fechner

encontrásemos alguna más perfecta, reírnos de la figura


humana, surcada por montes y caletas, en cuya arcilla
se divisa por doquier el grosero tacto de una Naturaleza
que recién hace sus primeros tanteos.
En efecto, incluso dejando de lado que el entendimien-
to no es lo suficientemente sofisticado como para decir-
nos si podrían existir criaturas más bellas que nosotros, si
nos resistimos a creerlo, aunque más no sea por el mismo
motivo que lleva al enamorado a indignarse cuando se
pretende adjudicar a su ser amado cualquier escalafón
que no sea el más alto, es porque estamos enamorados de
nosotros mismos; entonces, incluso pasando por alto este
proceder del entendimiento, no es muy remota la conclu-
sión de que no nos cabe esperar en modo alguno que la
figura más perfecta se encuentre sobre la Tierra.
Podríamos sostener esta expectativa si a nuestra Tie-
rra le correspondiera un lugar privilegiado en el uni-
verso. Sin embargo, se desprende de su posición que ni
siquiera ocupa tal lugar en nuestro sistema planetario,
puesto que no se encuentra ni en la mayor proximidad
al Sol, ni en el lugar de máxima lejanía, ni siquiera en
el centro de los otros planetas. Por ende, incluso si no la
opacara ya nuestro Sol, como astro Rey, de todos modos
la Tierra solo aparece ocupando un rango intermedio
en el orden planetario. En un cuerpo celeste más per-
fectamente formado también cabrá esperar seres más
perfectamente formados.
anatomía comparada de los ángeles  21

Ahora bien, si en la elaboración de la figura humana


no ha sido alcanzada aún la cúspide del arte divino: ¿no
podemos especular al menos hacia cuáles figuras habrá
de verse conducido por sus progresos ulteriores? Toma-
mos entonces nuestro telescopio y observamos cuerpos
celestes cuyo rango superior al del nuestro no esté en
discusión, y vemos si efectivamente hay allí tales criatu-
ras. Tras los descubrimientos de Gruithuisen en la Luna,
tal cosa de ningún modo será considerada imposible. El
ojo corporal se aventura ya en el cosmos con trancos de
cuarenta mil millas, ¿cuánto más podrá efectuar el de
la mente, al que he recurrido cuando el abismo parecía
demasiado abrumador al primero? Dejo aquí asentados
los resultados de mis observaciones sobre el cosmos que
fueron dirigidas al Sol y su entorno. Podrá confirmar-
las quien observe a través del mismo telescopio que yo,
sin requerir ninguna prueba adicional. Las pruebas y el
ropaje con que se viste la exposición que sigue son solo
para aquellos que no cuentan con los medios para una
observación directa.

capítulo primero
sobre la forma de los ángeles

H e observado la figura humana y he visto, como


dijera, un agregado de desniveles, protuberancias
22  gustav fechner

y cavidades, en las que no pude percibir ninguna uni-


dad formal que le fuera inherente. Me pregunté si no
sería posible modelar algo más perfecto. Comencé pues
a desvestir al ser humano de sus desniveles y protube-
rancias asimétricas, y cuando hube terminado, cuando
le hube retirado y alisado la última joroba que aún per-
judicaba su unidad formal, no quedaba más que una
simple esfera.
Contemplé mi creación y sacudí la cabeza mientras
rodaba frente a mí siempre la esfera y nada más que la
esfera. Es verdad, un antiguo y célebre filósofo natural
(Jenófanes), cuyos pensamientos hoy en día son frecuen-
temente reimpresos, ya denominaba a la esfera como la
forma de Dios; y también es verdad que la armonía y
la unidad hacen a la esencia de la Belleza, y esta no se
encuentra más puramente expresada en ninguna forma
tanto como en la esférica. Pero para significar algo, la
armonía debe vivir en una multiplicidad. Espero de la
criatura más perfecta que también sea la más sofisticada
espiritualmente, cuyo cuerpo pueda ser la expresión en
la que se refleja el espíritu, pero ¿qué expresión puede
mostrar una esfera, que en ningún lado exhibe una im-
presión? Contemplé mi creación con fastidio.
Si hay amantes entre mis lectores, ellos no podrán
perdonar mi fastidio. Denosté a mi creación porque era
una esfera, y “¿qué otra cosa puedo ver cuando miro tus
ojos azules, salvo dos esferas donde el alma pareciera
anatomía comparada de los ángeles  23

haber levantado su sede? Puesto que ¿no es siempre el


ojo aquello que presta expresividad a lo más espiritual
en el hombre?”. Pensé en esto y supe entonces que tam-
bién una esfera podía tener alma y expresar alma, solo
que al pensarla no había que tener en mente una bola de
boliche. Volvía a cobrarle afecto a mi creación: se había
vuelto un hermoso ojo.
El ser humano es un microcosmos, es decir un mundo
en miniatura. La filosofía y la fisiología convergen para
mostrarlo. Su miembro más noble es una esfera que se
alimenta de luz, así como también el miembro más no-
ble del macrocosmos es un ser semejante, solo que inde-
pendiente e infinitamente más refinado.
Vemos que dos circunstancias convergen para adjudi-
carle a los ángeles la forma esférica. Por un lado, la no-
ción de forma perfecta la conlleva; por otro, la objeción
que podría presentarse en contra es neutralizada cuan-
do mostramos que incluso en nuestra Tierra el miembro
más elevado, más pleno de alma de los seres vivos tiene
forma esférica. La Tierra, al ocupar un rango inferior,
no tenía fuerza suficiente como para hacer de la esfe-
ra un ser independiente, para hacer del ser humano en
su totalidad, como su miembro más noble, una esfera;
pero este miembro pudo al menos realizar esta forma, el
apogeo de todas las formas, en su miembro más noble,
el ojo. La objeción podrá ser definitivamente superada
más adelante, cuando mostremos que la forma esférica
24  gustav fechner

de los ángeles no está exenta de variaciones que produ-


cen una multiplicidad, solo que todo no puede exhibirse
a la vez. La forma fundamental del ángel sigue siendo
la esfera, y solo queremos ver en la esfera una forma
fundamental de la Belleza.
Los elementos de prueba provistos hasta ahora, que
en parte se apoyaron sobre afirmaciones meramente
conceptuales, quizá puedan parecer débiles por sí mis-
mos, pero cobran fuerza con lo que sigue, por la sor-
prendente conexión en la que se muestran, fundada en
hechos de la naturaleza.
Cada ser vivo está configurado conforme al elemento
en el que vive. Cada elemento forma, por así decirlo, a
sus criaturas. Si la estructura de estas no se adecuara a
aquel, no podrían vivir en su seno.
Ahora bien, en el Sol el elemento es la luz. Por ende,
si existen criaturas solares (y quién les disputará el rango
superior respecto de las criaturas terrestres, cuando son
hijas del cuerpo celeste que domina en medio de los de-
más), ¿qué otra cosa podrían ser más que ojos que han
cobrado independencia?
Nuestro ojo puede considerarse como una criatura
independiente en nuestro cuerpo, su elemento es la luz,
y su estructura está configurada de manera acorde a di-
cho elemento. A la inversa, una criatura cuyo elemento
es la luz, ha de tener la estructura del ojo, puesto que la
relación es recíproca.
anatomía comparada de los ángeles  25

Podemos incluso considerar directamente a nuestro


ojo como una criatura solar en nuestra Tierra. Vive de
y en los rayos del Sol, y tiene por ende la forma de sus
hermanos en el mismo Sol. Pero es obvio que el Sol tiene
un efecto débil sobre nuestra Tierra. El ser humano vive
mayormente en el elemento terrestre, y a este se adecua
la mayor parte de su ser. El Sol, a través de su influen-
cia remota, solo puede hacer de una pequeña parte del
hombre su criatura, y ha debido detenerse en el primer
nivel de su configuración.
Las criaturas solares, en cambio, a las que, en tan-
to que seres superiores, llamo ángeles, son ojos vueltos
libres, y de la más elevada configuración interna, pero
siempre formados de acuerdo a la misma tipología. La
luz es su elemento, como el aire es el nuestro. Toda su
estructura está calculada en función de ello, hasta en lo
más íntimo.
La siguiente circunstancia también contribuye a ha-
llar plausible que en la base de la tipología del ojo se en-
cuentre una criatura independiente e incluso superior:
El ojo contiene todos los sistemas que, en conjunto,
conforman el organismo humano en su totalidad. Se en-
cuentran allí reunidos en miniatura, pero de un modo
supremamente organizado: un sistema se ordena con-
céntricamente en torno al otro, mientras que en el resto
del organismo los sistemas se encuentran enredados en-
tre sí de una manera extremadamente irregular. El ojo
26  gustav fechner

es un organismo completo en miniatura, pero uno en el


que la naturaleza en formación logra imponerse frente a
sí misma de manera unívoca.
El sistema nervioso se vuelve retina; el sistema circu-
latorio se dispone como coroides, este se ve recubierto
por el sistema de los tejidos fibrosos, la piel dura; aquí se
disponen en bello ordenamiento los músculos oculares,
y el conjunto queda encapsulado por el sistema óseo,
las paredes de las fosas oculares. La parte del ojo que
apunta hacia afuera está revestida por la conjuntiva, una
continuación de la piel que, al igual que la piel, también
puede adoptar la naturaleza de un tejido mucoso. La cá-
mara ocular anterior está revestida con un tejido seroso.
Entonces, puesto que el ojo contiene en sí todos los ele-
mentos de una criatura independiente, y esto de un modo
supremamente organizado, puesto que su forma externa
coincide con el concepto general de lo Bello, puesto que,
asimismo, lleva una vida en la luz como también, cabría
esperar, lo hace un ángel, puesto que finalmente vemos el
Sol que, en tanto punto central de nuestro sistema plane-
tario, puede tenerse por lugar de residencia de las criatu-
ras más elevadas, rodeado de una atmósfera de luz, para
la cual es específicamente adecuada la estructura del ojo,
tenemos aquí ya una cantidad significativa de datos que
convergen plenamente sobre un único resultado, y nos
vemos conducidos al mismo destino por caminos entera-
mente diversos. Pero más aún.
anatomía comparada de los ángeles  27

“Los extremos se tocan”, dice el refrán, y es una


frase profundamente cierta. Pero solo se tocan de un
lado, mientras que del otro se encuentran a una dis-
tancia infinita. La naturaleza obedece esta ley en todas
sus relaciones. Por ejemplo: si observo una superficie de
agua, libre de influencias que la perturben, será plana
como un espejo. Si le arrojo una piedra, se producirá
una onda. Si arrojo dos, dos ondas se cruzan. El agua se
agita más cuanto más ondas se provoquen. Pero si pro-
voco una cantidad infinita de ondas, una en cada punto,
el agua aparecerá nuevamente plana como un espejo,
porque ahora ninguna onda puede verse destacándose
frente a las demás.
En su forma externa, las superficies de agua con nin-
guna onda y con infinitas ondas se manifiestan iguales.
En tal medida se tocan los extremos y convergen entre
sí. Pero mientras que desde este punto de vista conver-
gen, hay una divergencia interna entre ellos que, desde
otro punto de vista, los mantiene infinitamente distantes.
Mientras que allí no hay ninguna actividad en el agua,
aquí la agitación infinita tan solo viste el mismo ropaje.
Más ejemplos: los objetos que son impulsados, o bien
hacia ninguna o bien hacia todas las direcciones a la vez,
permanecen igualmente en reposo.
Un cráneo que no tenga un órgano de Gall, o que
los tenga todos en el más perfecto grado de desarrollo y
homogeneidad, será igual de liso.
28  gustav fechner

Las primeras ideas infantiles del ser humano son


siempre por naturaleza aquellas a las que termina por
regresar la más acabada filosofía, solo que con una con-
ciencia plenamente desarrollada.
Lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande
son igualmente inasibles.
Los ejemplos antedichos debieran bastar, aunque po-
drían citarse muchos más, para probar la universalidad
de nuestro principio. Pasaremos ahora a aplicarlo.
El más bajo paramecio, el primer comienzo en la
Creación de la vida, es una pequeña esfera, pero todavía
muy poco sofisticada, compuesta de una masa homogé-
nea en la que no puede distinguirse nada con un micros-
copio. No hay órganos internos o sistemas. La criatura
más elevada será, de acuerdo a nuestra ley, una esfera
como el paramecio, solo que con el más alto grado de
desarrollo en su organización interna.
Asimismo, cada criatura comienza su desarrollo a
partir de una esfera, el huevo (incluyendo al ser huma-
no en el útero de la madre), y en su progreso volvería
a desarrollarse hasta ser una esfera, si no fuera por la
conformación de la Tierra, sobre la que debe vivir y a la
que corresponde también un ordenamiento subalterno,
quedando retenida en un estadio formativo inferior.
Ahora bien, si observamos, en su crecimiento a través
de los estadios inferiores, la parte superior de las cria-
turas, la cabeza, constatamos que esta siempre tiende
anatomía comparada de los ángeles  29

hacia la forma esférica, lo que en el caso del ser humano


casi se logra. La cabeza humana es, en efecto, más esfé-
rica que la de cualquier otro animal.
Pero esto no es todavía lo más notable, sino la manera
en que la naturaleza procede con la esferización de la
cabeza, y la relación que guarda respecto de los ojos.
Colóquese un cráneo humano al lado del cráneo de
un cuadrúpedo (el que no tenga a disposición un cráneo
semejante, puede comparar las cabezas vivientes de am-
bos, aunque en tal caso el fenómeno es menos evidente),
y obsérvese cómo la cabeza del animal se transforma en
la del ser humano. Se encontrará lo siguiente:
En el ascenso hacia el ser humano, la cabeza entera
se esferiza en cierta medida, o, en otras palabras, se es-
fuerza por asumir una forma esférica, y de modo tal que
un determinado punto en ella sea el centro de esa esfera.
Este centro de gravedad, en torno al cual la cabeza se
esfuerza por organizarse, es el punto medio entre ambos
ojos, el orificio nasal.
En el animal, la frente se repliega del orificio nasal
hacia atrás, mientras que en el ser humano se inclina
hacia delante, acarreando consigo toda la parte superior
del cráneo.
Si la frente se inclinara todavía más hacia delante, su
punto basal, al no estar desplazado el punto entre los
ojos (en el que en cierta medida se arraiga como un vec-
tor radial), terminaría por chocar con este.
30  gustav fechner

Mientras que la mitad superior del cráneo se inclina


hacia adelante alejándose de los ojos hacia arriba, la mi-
tad inferior también se inclina hacia delante presionan-
do desde abajo, completando así el cerramiento. Esto
claramente resulta de la avanzada del orificio occipital y
la pequeña ala esfenoidal.
Esto no es aún suficiente: en los animales, los ojos se en-
cuentran a los costados, casi hacia atrás, y el espacio inter-
medio entre ellos es muy grande. En el progreso hacia el ser
humano, las fosas oculares se trasladan desde los costados
hacia el frente, siempre acercándose a nuestro punto medio
desde ambos lados, de manera tal que el espacio interme-
dio entre los dos ojos se angosta cada vez más, mientras
que las pupilas se desplazan cada vez más hacia el frente.
Es decir que nuestra cabeza también se cierne sobre
nuestro punto medio desde los costados.
Si continuamos el último movimiento desde el punto
en el que se detuvo en el ser humano, veremos ambos
ojos finalmente converger sobre el punto medio, para
fusionarse en un único ojo. Esta fusión ya es anticipada
por la unificación de los nervios ópticos y la visión mo-
noscópica de cada ojo individual.
Sin embargo, en el fondo era un error cuando deno-
minábamos a la raíz nasal el punto medio general sobre
el cual todo tendía a converger. En realidad, los mismos
ojos proporcionan los puntos medios que atraen a toda
la cabeza: pero como la cavidad nasal se encuentra justo
anatomía comparada de los ángeles  31

en el medio de ambos, la cabeza entera parece centrar su


circunferencia en torno suyo, cuando en rigor el centro
se establece respecto de los ojos, que le son equidistantes.
Ni siquiera el corrimiento hacia delante de los ojos
desde los costados hacia el frente tiene relación con este
punto. Los ojos arrastran toda la cabeza, pero también
se atraen entre sí. Y, al atraerse el uno al otro, se corren
acercándose mutuamente cada vez más, hasta que final-
mente se fusionan en el punto nasal, centro del espacio
intermedio que todavía los separaba. Recién entonces el
ojo consuma de hecho su dignidad como punto central.
Salta a la vista la prueba de que no es el punto medio
entre los ojos sino los ojos mismos los que constituyen el
centro de atracción, como inferimos del comportamiento
de ambas fosas nasales, cuyo movimiento y transforma-
ción en el progreso de la organización no guarda relación
con aquel medio, sino que recae directamente sobre los
ojos. En el ganado, las fosas nasales se extienden de ma-
nera horizontal en la superficie inclinada hacia la frente.
En la medida en que los ojos se mueven hacia el frente, las
fosas nasales se desplazan hacia fuera y hacia arriba, para
acomodarse a ellos, cada fosa nasal de su lado, y de ese
modo surge la nariz curvada del ser humano.
De esta aproximación general de las partes de la ca-
beza en torno al ojo también se desprende que el ser hu-
mano tiene las cavidades oculares más cerradas de todo
el reino animal.
32  gustav fechner

Sin embargo, la naturaleza no se detendrá en el se-


micerramiento que alcanzó en el ser humano. Imagíne-
se las cavidades oculares como dos semiesferas huecas
situadas en la cabeza. En el animal, estas se encuen-
tran a los lados de la cabeza, y más o menos se dan la
espalda entre sí. En el ser humano, están desplazadas
hacia delante y han rotado de forma tal que sus aber-
turas parecieran caer en un plano hacia adelante. Pero
esa rotación continuará a medida que sigan acercándose
entre sí, de tal modo que la apertura de una semiesfera
finalmente se ajustará a la otra, y las semiesferas huecas
se combinarán en una esfera hueca completa, o las dos
cavidades oculares se harán una sola, donde, como diji-
mos, el ojo también se volverá uno solo.
En la Naturaleza, cada forma de movimiento y de
progresión se prolonga sin límites, mientras no sea neu-
tralizada por una fuerza contraria. La fuerza contraria
que inhibe el desarrollo continuado hacia lo alto entra
en vigor más temprano en la Tierra que para las criatu-
ras superiores; y más temprano en los animales que en
los seres humanos; pero de todos modos podemos ver
anunciarse allí la dirección del proceso hacia una for-
mación más perfecta.
Todo lo que divisamos en el ser humano como en fase
de desarrollo, en transición, se encontrará completado
en la criatura más elevada. El cerebro habrá colisiona-
do con el ojo y lo envolverá como su cuerpo, en donde
anatomía comparada de los ángeles  33

circulará el éter nervioso en vez de nuestra tosca masa


sanguínea. De ese modo dejará libre el paso para que
la luz se infiltre hasta lo más íntimo, puesto que nues-
tro cerebro y sistema nervioso también se componen de
una substancia traslúcida, que solo tras el fallecimiento
se torna opaca por coagulación de la albúmina2.
Pero todas las partes del cuerpo que deben su apari-
ción y significado tan solo a su relación con la Tierra,
desaparecen.
Así, la cabeza se divide del resto del cuerpo, a través
del cuello, y procura volar hacia el Sol, contra la fuerza
gravitatoria; pero los pies aún la atornillan al suelo. Esta
división es mucho más clara en los seres humanos que
en todos los animales, dado que en el cisne y la jira-
fa, pese a tener un cuello prolongado, la cabeza parece
aún más una continuación del cuello, y el pez ni siquiera
tiene cuello. La parte principal de la cabeza, de la que
en última instancia depende su permanencia en las al-
turas, no está apartada del maxilar y la mandíbula, que
señalan, por así decirlo, un torso terráqueo y miembros
terráqueos de la cabeza. En cambio, dichos huesos se re-
traen, atrofiándose en su transición hacia el ser humano,

2 Según las nuevas investigaciones anatómicas, la luz debe pene-


trar también en nuestro ojo gracias a una capa de substancia ner-
voganglionar, antes de alcanzar las fibras nerviosas de la retina,
que están encargadas de conducir la luz al cerebro.
34  gustav fechner

y convierten antiguos instrumentos propios para devo-


rar en instrumentos para comer. Pero un ángel tampoco
necesita ya instrumentos para comer, puesto que no hay
para él nada sólido que pueda ser comido.
Finalmente, la importancia central de los ojos en
nuestra cabeza puede probarse también mediante la si-
guiente consideración.
En la expresión de felicidad, la expansión general de
los rasgos faciales parte de los ojos, mientras que en el do-
lor se da una concentración generalizada de dichos rasgos
hacia los ojos3. En la expresión del amor, el rostro comple-
to se estira suavemente en paralelo a la línea que conecta
los ojos. En la expresión del odio o la ira, los rasgos facia-
les se contraen hacia la línea media, de tal modo que los
pliegues longitudinales de la frente cruzan verticalmente
la dirección de los ojos. A partir de esto, puede inferirse
con seguridad la expresión de las mismas emociones en

3 En lo que concierne a las partes inferiores del rostro, es preciso


notar que la boca –cuando uno ríe o más generalmente cuando
uno expresa alegría– se abre ligeramente, provocando por esto
mismo un rebajamiento del mentón, mientras que cuando uno
expresa sufrimiento, toda la zona que engloba la nariz, la boca y
el mentón resulta contraída hacia lo alto. Pero esto no contradice
el hecho de que el mentón se baje cuando el hombre abre la boca
para gritar de dolor, puesto que el grito mismo es una tendencia
instintiva para aligerar el dolor, mientras que toda contracción es
la pura expresión del dolor mismo.
anatomía comparada de los ángeles  35

los ángeles suponiéndolas tan perfectas en ellos como lo


hace posible su forma perfecta. Es decir, en la expresión
de la alegría, la esfera de un ángel se expandiría en todas
direcciones, en la expresión del dolor se contraería en el
sentido opuesto; en la expresión del amor se expandiría
en forma de disco hacia su objeto, en la expresión del odio
se le alejaría adoptando una forma de bastón. La cabeza
del ser humano no consigue hacer esto porque represen-
ta, por así decirlo, apenas un ángel lisiado y contrahecho,
por lo cual el ser humano procura asistir su expresividad
con todo el cuerpo, salta fuera de sí en todas direcciones
en la alegría, se dobla sobre sí mismo en el dolor, extiende
los brazos hacia el objeto amado en el amor, y en el odio
levanta su puño al aire, lanzándole golpes al oponente,
con todo lo cual ciertamente no es todavía un ángel.

capítulo segundo
sobre el lenguaje de los ángeles

L os ángeles se comunican sus pensamientos mediante


la luz. En vez de sonidos, tienen colores.
Una masa totalmente muerta solo puede hacerse no-
tar por otra mediante el tacto, por presión inmediata.
Así, la piedra, cuando yace sobre una piedra. La misma
materia rígida que las compone a ambas es el medio de
su comunicación.
36  gustav fechner

Dan más muestras de vitalidad las masas entre las cua-


les se da una comunicación a través del gusto, es decir
mediante la interacción química (el gusto, en efecto, no es
más que una sensación de la reacción química que sucede
entre substancias). Las sales son un ejemplo de esto. El
medio de su comunicación es el fluido en el que son di-
sueltas (puesto que solo pueden interactuar químicamen-
te en una solución). El lenguaje con el que se llaman entre
sí llega más lejos que el de los seres antedichos, donde solo
podía haber comunicación en el contacto directo.
Las plantas se comunican entre sí mediante el olfato.
El medio de su comunicación es el vapor. Su lenguaje
llega a su vez más lejos que el de los seres menciona-
dos arriba. Pero así como en las substancias químicas el
lenguaje se daba en una seducción de los átomos entre
sí, para aparearse, y en las masas muertas en el aparea-
miento mismo, ese parece ser el propósito del aroma
de las plantas, dado que recién aparece en la floración,
cuando se activa su sexualidad, estimulando a las partes
masculinas y femeninas a aparearse.
El animal comunica por el oído; el medio de su comu-
nicación es el aire; su lenguaje se propaga todavía más
lejos que el de los seres precedentes. Pero allí también,
tiene por objetivo principal incitar la atracción mutua.
El lenguaje humano también es fundamentalmente
un sonido; pero solo es utilizado para concebir ideas
mediante la inseminación recíproca de dos espíritus.
anatomía comparada de los ángeles  37

Y el ser humano muestra aún más su proximidad al


estadio superior al comunicarse mediante la escritura,
un lenguaje que nuevamente llega más lejos que los
anteriores.
Falta todavía la criatura más elevada, que se comuni-
caría con los otros mediante el rostro; para quien la luz
sería el medio del lenguaje. Allí nos conduce la evolu-
ción gradual de la Naturaleza. Esta criatura es el ángel.
Su lenguaje, una vez más, tiene un alcance mayor que
los anteriores; y, si pudimos ver en el peldaño precedente
cómo el lenguaje se tornaba más desarrollado, permi-
tiendo una expresión de complejidad creciente, pode-
mos ver cómo aquí, en la luz como medio del lengua-
je, se ha alcanzado la cima: en los colores y grafismos
hay combinaciones infinitamente más variadas que en
el sonido, y es posible suponer que los ángeles pueden
registrar muchas modificaciones de la luz que para no-
sotros permanecen ocultas, porque su estructura toda
se encuentra adaptada a ellas, mientras que nuestro ojo
tan solo ofrece una débil impresión de ellas. De manera
similar, muchos animales no distingan quizás alturas to-
nales porque su órgano auditivo no tiene una construc-
ción tan acabada como el nuestro.
El lenguaje ocular del amor es una premonición del
lenguaje de los ángeles, quienes no son sino ojos más
perfectos. En este punto quisiera referirme a una pro-
gresión notable con un paréntesis igualmente notable.
38  gustav fechner

Es sabido que el amor siempre desciende del cielo a la


Tierra, y a veces incluso más abajo, hallando su tumba si
en su descenso llega demasiado lejos. Puede comparárse-
lo a un meteorito incandescente, que también desciende
desde la pureza de las regiones celestes para extinguirse
al llegar a la Tierra, dejando tras de sí tan solo una triste
escoria; y cuanto más ígnea y veloz su trayectoria, más
profunda será la tumba que logre excavarse.
El amor, entonces, al descender del cielo, trae consigo
el lenguaje que allí se habla: el lenguaje de los ojos. Es
por eso que las miradas son en todas partes lo primero
que intercambian los amantes.
Pero el amor siente pronto que ya no está en el cielo, y su
órgano comunicativo, que en el cielo se encontraba en su
elemento, no tarda en fracasar en su tarea. Recurre enton-
ces al lenguaje de los seres humanos: los amantes se hablan.
El amor desciende incluso más abajo, pero, he aquí lo
notable, se saltea en el hombre el lenguaje de las plantas,
dejándoselo a los animales en celo.
Pero no se olvida de la cuarta etapa. Es el beso. Se
extingue en la quinta, que mencioné al principio.
Esta prueba del lenguaje de los ángeles que tomamos
de la progresión de la Naturaleza se encuentra estrecha-
mente ligada a la siguiente, fundada en la constitución
natural del Sol.
La luz es el elemento de los ángeles, como para noso-
tros lo es el aire. El medio de la comunicación de nuestros
anatomía comparada de los ángeles  39

pensamientos es el aire, porque el sonido consiste en vi-


braciones en el aire. Para los ángeles, su elemento también
será el medio para la comunicación de sus pensamientos.
Si bien los ángeles son transparentes, pueden emitir
colores a voluntad. Cuando quiere decirle algo a los de-
más, el ángel lo pinta sobre su superficie. Al ver la ima-
gen, el otro sabe lo que ocurre en el alma de aquel.
Nosotros, por nuestra parte, habitualmente respiramos
en silencio, dejando entrar y salir el aire libremente, sin
emitir sonido. Pero también podemos hacer que el aire
suene según nuestra voluntad. Del mismo modo el ángel
puede dejar que su elemento, la luz, entre y salga sin alte-
raciones, lo que le confiere su claridad transparente; pero
cuando desea hablar con los demás, precisa colorearse
descomponiendo la luz según su voluntad (o bien, según
Euler, como nosotros con el aire, haciéndola vibrar).
Asimismo nuestro principio, de que los extremos se
tocan, también confirma nuestra perspectiva. Los para-
mecios son transparentes, los ángeles han de serlo tam-
bién. Los infusorios deben dejarse atravesar por todos
los rayos sin desarrollarlos, por lo que permanecen total-
mente incoloros; los ángeles también pueden dejar pa-
sar todos los rayos a través suyo, pero con la facultad de
desarrollar colores en ellos4. El ser humano, como nivel

4 Numerosos animales, que contactan con el extremo inferior,


contienen ángeles por la propiedad que tienen de producir un
40  gustav fechner

intermedio entre los extremos sirve como confirmación.


Pierde el pelaje y su piel se vuelve translúcida, y sus sen-
timientos también se pintan parcialmente sobre su piel
en la coloración del rostro.
La manera en que los ángeles producen las alteracio-
nes cromáticas mediante las cuales hablan probablemen-
te sea la siguiente: la piel del ángel es extremadamente
suave, delgada, transparente, incluso hecha probable-
mente de un vapor concentrado, como las pompas de
jabón. Como en el Sol todo es etéreo, no hay materia
en estado sólido en su superficie ni en sus inmediacio-
nes, debido al intensísimo calor que todo lo derrite5. Los
ángeles, por lo tanto, solo necesitan contraer y expandir
su piel a su antojo en determinados lugares para hacer-

juego de colores cambiante y diverso, a través de los que parecen


ser movimientos o contracciones voluntarias de su piel, o de la
substancia translúcida de su cuerpo, así las sepias y hormiphora
cucumis; pero en mi conocimiento su color primero no es una
translucidez incolora; los ángeles reúnen esas dos cualidades, la
facultad de los colores y la translucidez, mientras que a los ani-
males inferiores les es concedida una sola de esas dos cualidades.
5 Un ángel experimentaría tantas dificultades en comprender
cómo podemos nosotros vivir en nuestro universo solidificado,
como nosotros las tenemos para concebir que algunas criaturas
vivientes puedan existir, por ejemplo sobre Saturno, incluso todo
lo que es agua congelada que no es sin duda más que hielo. La
clave del misterio reside sencillamente en que cada elemento se
fabrica por así decir sus criaturas.
anatomía comparada de los ángeles  41

la más densa o más delgada, de tal modo que, al igual


que la pompa de jabón, bajo el principio, conocido por
los físicos, de los colores espectrales, puedan producir el
variadísimo juego cromático que precisan para su len-
guaje.
La vista es el sentido más elevado para nosotros. Pero
para los ángeles la vista se encuentra relegada al mismo
nivel que en nosotros ocupa el oído. Ellos deben tener
un sentido aún más alto que nosotros, que ocupe para
ellos el lugar de nuestra visión. Nosotros no podemos te-
ner nada de ese sentido, porque excede nuestra posición.
¿Pero no podemos siquiera sugerir qué clase de sen-
tido sería este?
Oh, sí: pero lo haremos recién en uno de los capítulos
que siguen.

capítulo tercero
sobre si los ángeles también tienen piernas

S i los ángeles son esferas puras, cae de maduro que


no tienen piernas. Sin embargo, en primer lugar, de
todo lo antedicho todavía no va de suyo que sean es-
feras puras, y, en segundo lugar, se puede, a la inversa,
suplementar las pruebas antedichas en favor de la forma
esférica de los ángeles mostrando, o haciendo verosímil
desde otros puntos de vista, que no tienen piernas. A
42  gustav fechner

eso nos conduce la siguiente consideración que asciende


en la escala de los seres. Algunos gusanos, por ejemplo
del género scolopendra, tienen Dios sabe cuántas pier-
nas, y un par más o menos no les hace ninguna dife-
rencia. Las mariposas y escarabajos tienen apenas seis,
los mamíferos apenas cuatro. Las aves, que se acercan a
los ángeles más que los mamíferos por su elevación por
sobre la tierra y por el libre movimiento en el espacio,
tienen dos. También se les acerca el ser humano, que
con sus pensamientos sobrevuela a todos los animales e
incluso según su propia opinión es apenas mitad animal,
y ya mitad ángel, y también él tiene solo dos piernas; con
cada nuevo progreso hacia el estadio angélico, caen dos
piernas. Como el estadio más próximo ya solo comporta
dos piernas, los ángeles no pueden tener ninguna.
Los más elementales infusorios tampoco tienen pier-
nas; pero estos no son sino los extremos que se tocan,
como habíamos explicado antes, que respaldan la prue-
ba por el lado contrario.
Esto me lleva a una digresión acerca de las manos del
ser humano.
Al ser humano le fue dado elegir si quería transfor-
mar sus dos patas delanteras en alas, como las aves, con
las que hubiera podido desprenderse aún más de la Tie-
rra. Solo que vio que este desprendimiento era nomás
aparente: debía permanecer aún en la Tierra para po-
der moverse con libertad hacia sus diversas partes. Por
anatomía comparada de los ángeles  43

eso prefirió convertir las alas, con las que vanamente


hubiera intentado abandonar la Tierra, en manos, para
tener un arma con la que, al menos, podía hacer de esta
su esclava. En vez de órganos que pudieran transportar-
lo hacia todos los tesoros de la tierra, optó por órganos
con los que pudiera tomar y acaparar todos los tesoros
de la tierra.
Naturalmente hubiera sido bueno si el ser humano
hubiera recibido tanto manos como alas. Pero no podía
ser. La naturaleza, cuando hubo llegado en su escala de
desarrollo a las proximidades del ser humano, no podía
disponer de más de cuatro patas. Tampoco podía des-
prender de la Tierra las cuatro de un golpe, haciendo ya
ángeles a partir de animales. Por eso se deshizo al menos
de dos, reemplazándolas por las alas en las aves, y por las
manos en los seres humanos.
La fábula lo cuenta así: la Tierra habló al demonio
o espíritu creador que avanzaba con paso de monarca
a través de la naturaleza: “déjame a mis niños que he
criado, que alimento y cuido, ¿por qué quieres quitár-
melos?”.
“No”, le respondió este: “si se quedan contigo, no lle-
garán a nada. El niño debe abandonar a la madre para
culminar su formación”. Señaló al Sol: “allí llevaré a tus
hijos”. Pero la Tierra no quería desprenderse de sus hijos.
Y el demonio le habló a la piedra: “Tú puedes que-
darte junto a tu madre, y saciar su ciega ternura. Ningún
44  gustav fechner

ángel saldrá de ti”. Pero a la planta le dice: “Sal del rega-


zo de tu madre; el Sol te envía sus heraldos y te llama a
su reino cálido y exuberante”. La planta siguió el llama-
do y buscó desligarse del regazo materno con violencia,
mientras esta clamaba: “hija, quédate conmigo, el Sol te
seduce con promesas brillantes, pero no te alimenta ni
cuida como yo”. Y le imploró entre lágrimas a la planta
que luchaba por abandonarla, y la retuvo con violencia
desde las raíces, porque creía “si dejo ir a mi hija, termi-
nará por languidecer en el Sol”.
Pero entonces el demonio se volvió hacia la Tierra y
le dijo: “Tu hijo ha madurado para ingresar a una es-
cuela superior: ¡deja ya de retenerlo!”. Como no lo sol-
taba, este lo arrancó violentamente del regazo. Pero la
madre dio un manotazo y lo tomó de los pies. Así como
la mujer humana toma a su hijo de los pies si de repen-
te, mientras lo mece en sus brazos, opone resistencia y
rechaza su amor, así tomó firmemente a su criatura, que
anhelaba acudir al llamado, y la tironeó hacia su pecho
nutricio para apretarlo contra sí. Por entonces le queda-
ban todavía cuatro patas.
De nuevo se dirigió el demonio a la Tierra y le dijo:
“dame ahora a tu hijo, puesto que ya es tiempo de que lo
lleve al reino de la luz, donde ha de convertirse en ángel”.
“¡Ay!”, dijo la Tierra, “en qué me ayudará que se haya
convertido en ángel cuando ya no pueda apretarlo contra
mis pechos?”. Pero él desoyó sus súplicas, tomó al niño
anatomía comparada de los ángeles  45

para quitárselo y arrancó otras dos piernas con violencia.


Pero el amor materno fue más poderoso que el poder del
demonio, y este no pudo arrancarle las restantes.
“Muy bien”, le dijo, “madre insensata, conserva a tu
hijo, y déjalo permanecer en tu regazo como un lisia-
do sin desarrollar. Pero soporta también el castigo de tu
amor desmesurado”. Y tomó las dos piernas que con
su violencia había obtenido e hizo con ellas las alas del
pájaro, y le dijo a este: “aquí están las alas con las que
hubieras debido elevarte hacia allí, allí donde te con-
vertirías en ángel. Que tu madre viva por siempre en
el temor, de que sin embargo cuando la toques desees
huir de ella”. Cuando la criatura se supo alada, deseó
en efecto huir de la madre; pero esta aún la retenía, de
tal modo que, por más que aleteara, no conseguía des-
prenderse de ella. La madre se regocijó de poder todavía
brindar alimento y reparo a su criatura, y triunfó sobre
el demonio. Entonces este se enfureció, tomó las alas y
las convirtió en manos, y le dijo a la criatura: “Golpea
a tu madre, porque no quiere dejar que la abandones, y
oblígala a brindarte el alimento que antes solo te brinda-
ba a raíz de un amor egoísta, de tal modo que pierda el
último consuelo inmerecido. Si ella te hubiera dejado ir,
ya no precisarías de su tosco alimento, sino que vivirías
allí, en la luz, y serías un bello ángel”.
El hombre cumple con sus manos la maldición que el
demonio pronunció contra su madre.
46  gustav fechner

Luego de este episodio, vuelvo nuevamente a nuestro


tema.
Así como en general todas las protuberancias irregu-
lares de las criaturas terrestres, los pies resultan de que
su formación no está determinada por un solo centro
fuera de ellas, sino por varios.
Las plantas son atraídas en parte por la Tierra, en
parte por el Sol, y por ello la mitad crece hacia abajo y la
mitad hacia arriba. El animal también se ve atraído por
la Tierra, aunque por su configuración lo esté en menor
medida. Así surgen esos brotes que le crecen hacia aba-
jo, las piernas. En la configuración de las criaturas sola-
res, en cambio, solo influye la atracción del Sol, puesto
que los planetas son como arvejas en comparación al
Sol. Así, la forma esférica puede desarrollarse libremen-
te. Que el Sol lleva en sí el impulso hacia el desarrollo de
formas esféricas puede verse en parte en la forma de los
planetas, en parte en el hecho de que la cabeza humana,
que entre todas las cabezas sobre nuestra Tierra es la
que más se vuelve hacia el Sol, también tiene la forma
más esférica, y dentro de ella en particular el ojo, que
se corresponde de manera aún más especial con el Sol.
Tan solo la fuerza de atracción que la Tierra ejerce en
dirección contraria al Sol impide que las criaturas te-
rrestres desarrollen plenamente su forma esférica.
Aquí se encuentra la razón por la cual las criaturas de
nuestra Tierra no pueden ser esféricas, mientras que las
anatomía comparada de los ángeles  47

criaturas solares sí pueden serlo, y por qué estas carecen


de piernas.
Pero si los ángeles no tienen piernas, ¿cómo se mue-
ven? Del mismo modo que se mueven los planetas ¿Aca-
so estos tienen piernas?

capítulo cuarto
los ángeles son planetas vivientes

E n principio, podemos decir que las criaturas que vi-


ven en el Sol son planetas, pero de tal especie que,
en lugar de caminar sobre él valiéndose de piernas, des-
criben en torno suyo órbitas a una distancia ínfima; aves
del cielo que no tienen las alas de las aves, porque no las
precisan para volar.
La vida se intensifica con la proximidad al Sol. Los
planetas más remotos parecen ser bloques gélidos; el
anillo de Saturno es un anillo de hielo. La Tierra se ha
cubierto ya de una bella corteza llena de vida, verdor y
florescencia. Es ella misma una criatura solar, aunque
solo sea vital y colorida en la superficie.
En Venus y Mercurio, los rayos solares deben pene-
trar más profundamente: su capa externa viviente ha
de llegar más lejos, hasta cerca del núcleo; y en los pla-
netas más cercanos al Sol, a los cuales el calor solar
48  gustav fechner

puede atravesar por completo, la capa viviente debe


alcanzar hasta el núcleo mismo. Estarán, por ende, en-
teramente vivos, y a una esfera enteramente viviente se
la podrá llamar arbitrariamente “planeta” o “individuo
independiente”.
He aquí una prueba para mi presunción de que exis-
ten tales planetas. Si se divide la distancia media de Sa-
turno al Sol en cien partes iguales, la distancia media del
Sol a Mercurio corresponderá a 4 de estas partes, la de
Mercurio a Venus 3, la de allí a la Tierra 6, la de aquí
hasta Marte 12, la de Marte a la distancia media de los
cuatro planetas Vesta, Juno, Ceres, Pallas, que parecen
no ser más que fragmentos de uno solo, 24; desde estos
hasta Júpiter, 48, y desde allí hasta Saturno 96. De esta
progresión ya concluyó Kepler que en el espacio entre
Marte y Júpiter debía moverse un planeta mayor, allí
donde luego efectivamente se descubrieron cuatro frag-
mentos del mismo.
Se observará que esta progresión solo conserva su
regularidad hasta Mercurio. Sería asombroso que fue-
ra meramente casual, sin que hubiera allí ninguna ley
subyacente. Y ese sería el caso si no se quiere asumir que
la progresión que se extiende hasta Mercurio también
continúa del mismo modo, según las leyes de series ma-
temáticas, entre Mercurio y el Sol (una serie interrumpi-
da no sería una serie). Según esto, puesto que el espacio
intermedio entre planetas en dirección al Sol se reduce
anatomía comparada de los ángeles  49

siempre a la mitad, debe haber un planeta entre el Sol


y Mercurio a una distancia de 1,5 de este último. Dicho
planeta a su vez debe tener entre sí mismo y el Sol otro
planeta que se encuentre a una distancia de 0,75; y de
este modo han de encontrarse una infinidad de plane-
tas entre el Sol y Mercurio, porque la progresión nunca
puede llegar a cero. Estos planetas, entonces, represen-
tan la infinidad de seres vivientes en el Sol.
En general, los planetas pierden magnitud en rela-
ción con su proximidad al Sol. Así, los más próximos al
Sol, al ser los que le pertenecen en primer lugar, proba-
blemente emitan luz propia, lo que explica que no sean
identificados mediante los telescopios de los astrónomos,
en parte por su pequeñez, en parte por su luz, difícil de
distinguir de la del Sol. También su translucidez con-
tribuye a hacerlos invisibles. Por lo tanto, no hay que
preguntar por ellos a los astrónomos.
Ciertamente, me he referido antes a los ángeles como
ojos, y ahora me refiero a ellos como planetas que han
cobrado vida. Pero el nombre no cambia en nada el con-
tenido, sirviendo tan solo para destacar a veces una, a
veces otra relación.
Se puede incluso llamar a nuestra Tierra un ojo, y
a nuestro propio ojo tan solo una repetición perfeccio-
nada de la Tierra, en la que esta se ha reproducido a sí
misma. Sin embargo, con estas expresiones no pretendo
decir otra cosa sino que la Tierra guarda cierto tipo de
50  gustav fechner

relación con un ojo; o bien, con otras palabras, las ex-


presiones breves “la Tierra es un ojo”, “el ángel es un
ojo”, deben ser consideradas como abreviaturas para la
expresión “hay cierta ecuación que liga los dos términos
entre sí”.
Nuestra Tierra, al igual que el ojo, es una esfera com-
puesta de capas concéntricas, muchas de ellas transpa-
rentes y de distinta densidad, la atmósfera y el mar, a
las cuales la luz solar atraviesa provocando las imágenes
vivaces y exuberantes sobre su superficie, de las cuales
llega tan solo una impresión a nuestro ojo. Pero lo que
merece ser subrayado es que nuestra Tierra es un ojo
invertido. La superficie terrestre, con sus criaturas sen-
sibles, figura una retina convexa rotada hacia afuera; el
mar y la atmósfera son el húmor vítreo y el cristalino,
cuya acción conjunta permite que los rayos solares pue-
dan traer la colorida pintura de la vida hasta la retina de
la Tierra, tal como en nuestros ojos. La impresión que
en nuestro ojo es meramente ideal, en el ojo de la Tierra
es real, pero las condiciones son las mismas.
Como criaturas celestiales, los ángeles naturalmente
se pliegan al orden cósmico, y no andan antojadiza-
mente de aquí para allá según su mero capricho, sino
que siguen voluntariamente y por impulso interior, en
la medida en que son libres, el sendero divino, así como
sobre la Tierra, aunque en un sentido algo distinto, cada
buen hombre sigue las leyes de un ordenamiento supe-
anatomía comparada de los ángeles  51

rior, más estrictamente cuanto mejor hombre sea, pero


lo hace según un impulso interior. Los ángeles, contando
con una libertad mayor, se atienen a los caminos pres-
critos por las leyes del reino de los cielos de manera más
estricta aun que los mejores hombres. Es que son, en
efecto, ángeles. Para elucidar con mayor detalle esta lla-
mativa relación entre libertad y necesidad, donde ningu-
na de las dos sabe cómo coexiste con la otra, remito al
lector a los tratados que dedicaron a la cuestión filósofos
y teólogos, quienes la conocen mejor y no encuentran en
ella dificultad alguna.
Sea por libertad, por necesidad, o bien por libertad
concebida como necesidad interna, o por alguna otra
cosa, que los ángeles se mueven y que lo hacen de este
modo, el resultado sigue siendo el mismo. Esto es, como
los ángeles son muchos, y como cada uno, en tanto con-
viene a alguien nacido en un estado bien ordenado, y
mucho más en el estado mejor ordenado, toma en cuen-
ta la existencia y los movimientos de los otros –lo que los
astrónomos llaman con necedad perturbaciones, cuan-
do más bien son consideraciones recíprocas– los ángeles
disfrutan de una inagotable multiplicidad de movimien-
tos entre, a través, y en torno a ellos, gracias a los cuales
se ofrecen lados siempre nuevos, en relaciones siempre
nuevas y cambiantes entre sí, y esta multiplicidad desafía
a todo cálculo, como ocurre cuando se procura calcu-
lar los movimientos de una sociedad de seres humanos
52  gustav fechner

que se entrecruzan unos con otros. Aquí, como allá, no


se manifiesta más que un vaivén y un hormigueo, cuyo
significado y propósito solo comprenden aquellos que
efectúan los movimientos. Los planetas distantes al Sol
nunca regresan a las mismas posiciones relativas entre
sí, ni repiten con exactitud las mismas órbitas. Sin em-
bargo, es evidente que, en términos generales son como
tirados por un mismo cordel. Ese cordel, en cambio, ya
no existe en los planetas más próximos al sol.
Con la misma libertad con la que se mueven, si no
es con una libertad aún más fundamental, los ángeles
también pueden cambiar su forma, lo cual también está
fuera del alcance de los planetas distantes al Sol, por-
que son rígidos o porque, como la Tierra, tienen una
corteza rígida. En los ángeles, en cambio, no hay nada
que sea rígido: todo está entretejido como hecho de aire
y luz. La piel más sólida no sería más que una burbuja
de vapor o de espuma, la cual, siendo esférica por natu-
raleza, se podría contraer, expandir, enredar, abultar, y
plegar a discreción, si estuviera animada internamente
por un principio vital como el de los ángeles. Sin su cor-
teza rígida la Tierra podría desarrollar una capacidad
similar a la de los ángeles, como aquella que inferimos
han desarrollado algunas criaturas de su superficie, que,
habiéndose librado de la rigidez, siguen siendo parte de
la Tierra. La vitalidad plena originaria, de la cual la Tie-
rra ha conservado apenas fragmentos sueltos en torno
anatomía comparada de los ángeles  53

suyo, y en sí misma, ha permanecido de manera plena y


homogénea en el ángel, es decir una criatura dotada de
impulsos internos capaz de disponer de su propia forma
con libertad, con una libertad mucho mayor que la de
las criaturas terrestres. En efecto, estas últimas han par-
ticipado de la rigidez terráquea en los huesos sólidos, en
caparazones, o en tejidos similares al cuero, por razón
de los cuales se han visto restringidos, algunos más, otros
menos, en su libertad de mudar de forma. Tan solo los
más elementales infusorios representan una excepción,
en la medida en que, según el principio de la convergen-
cia de los extremos, comparten con los ángeles la forma
fundamental y el movimiento libre, así como la libertad
de mudar de forma6.
Entonces, así como el color fundamental de los
ángeles era la transparencia, aunque a estos les que-
daba reservado descomponer la luz simple en colores,
también la esfera apenas es la forma fundamental de los
ángeles, pero lo que ellos quieran hacer de ella está li-
brado a su arbitrio.
Sin embargo, la esfera no deja de ser la forma funda-
mental toda vez que las demás transformaciones provie-
nen de ella como de un centro, en torno al cual oscilan

6 De aquí en adelante, hacen las veces de organismos más rudi-


mentarios las llamadas moneras que son pequeñas masas viscosas
simples, capaces de tomar las formas más diversas a voluntad.
54  gustav fechner

en todas direcciones, y a la que los ángeles regresan al


adoptar un reposo pleno.
Ahora podemos dar un paso más hacia delante. Cier-
tamente, hay también diversos tipos y rangos de ángeles,
y solo los ángeles de orden superior pueden tener una
forma elemental puramente esférica, mientras que los
demás exhiben solo una forma cuasi-esférica, algo así
como formas elipsoides, más aplanadas y alargadas, con
las más diversas relaciones entre sus ejes, las cuales, em-
pero, también oscilan a su vez en torno a la esfera como
una forma central.
Cada forma elipsoide diferente significará un desa-
rrollo hacia una dirección predominante. Esto también
ocurre con los planetas reales. Entretanto, dado que una
clasificación de los ángeles no es nuestra tarea y la des-
viación elíptica de los ángeles respecto de la forma esfé-
rica solo podría ser pequeña, no repararemos sobre ella,
como en general no se repara sobre pequeñas desvia-
ciones en cualquier aproximación inicial, y seguiremos
ateniéndonos a la esfera como forma básica esencial de
los ángeles.
Tras todo lo dicho anteriormente, no puede seguir
diciéndose que la apariencia de los ángeles vaya a care-
cer de la multiplicidad requerida para la belleza. Por el
contrario, ha de pensarse que, aún siendo esferas trans-
parentes, son tales que a través de ellas trasluce una cui-
dada organización interna, pudiendo darse todas las for-
anatomía comparada de los ángeles  55

mas y colores que deseen, intercambiándolos entre ellas


como deseen, siendo así capaces de producir las más
hermosas pinturas y formas plásticas. Frente a la belleza
maravillosa y maravillosamente cambiante que un ángel
puede conferirse a sí mismo en color y forma –indiscu-
tiblemente habrá respecto a esto talentos diversos entre
los ángeles– la máxima belleza humana no pasa de un
pálido muñeco de felpa. Y cuando el pintor pretende,
con el simple agregado de un par de alas, haber produci-
do ángeles, esto ha de resultar muy curioso a los ángeles
verdaderos. Pero si nuestros expertos humanos no supie-
ran hacer justicia a la belleza de los ángeles, ello habrá de
explicarse, según el principio mentado más arriba, por el
hecho de que ellos mismos no son ángeles.

capítulo quinto
sobre los sentidos de los ángeles

E l sentido más elevado para nosotros es la vista. Su


emisario tiene las alas más veloces y abarcadoras,
así como el cuerpo más refinado, puesto que es el rayo
de luz. Pero los ángeles tienen un sentido aún más ele-
vado: su mensajero tiene alas con las que no vuela en el
tiempo, sino que sobrevuela el tiempo mismo, un cuerpo
que es más sutil que lo más sutil en el espacio, porque es
el espacio mismo.
56  gustav fechner

El emisario de la vista se aproxima a esta espiritualiza-


ción, el del sentido angélico más elevado la ha alcanzado.
¿Cuál es este sentido? Recuérdese que los ángeles son
planetas vivientes.
Su sentido es el sentir de la gravitación universal o de
la fuerza de atracción, que pone a todos los cuerpos en
relación recíproca, y es percibida por su núcleo viviente.
Este sentido como sensación de la fuerza pura no
tiene en rigor emisario que permanezca por detrás del
tiempo, porque la gravitación opera sin pérdida de tiem-
po; ni tampoco tiene un cuerpo físico, dado que opera
de manera pura a través de todo el espacio.
La gravitación enlaza los cuerpos celestes más distan-
tes de manera inmediata. Los ángeles perciben de este
modo sin intermediario el modo en que están posiciona-
dos respecto de todo el universo, y cómo el universo en-
tero está posicionado respecto de ellos. En efecto, la más
leve alteración en la estructura del cosmos les producirá
una sensación, ya que no hay ninguna que ocurra tan
remota, en regiones tan infinitamente alejadas de ellos,
como para que la gravitación ya no pueda difundirla
mediante algún efecto perceptible. Pero siendo el ángel
todavía un ser finito, el único que posee el sentido del
todo es Dios, quien se eleva sobre el tiempo y el espacio.
Los ángeles reaccionan a las sensaciones que reciben a
través de estos sentidos con sus propios movimientos. ¿Y
cómo podrían ser determinados a moverse por la fuerza
anatomía comparada de los ángeles  57

gravitatoria si no sintieran en nada el efecto de esta fuer-


za? La sensación más bien desencadena el impulso mo-
triz, determinándolo en su dirección e intensidad. Si ellos
no quisieran ceder a este impulso, lo sentirían con desga-
no, aunque, como no los disminuye en nada ceder a él,
proceden y lo hacen. Pero, ¿no debería percibir la Tierra
el mismo impulso cuando se mueve alrededor del sol y es
desviada hacia aquí y hacia allá por los demás planetas?
¿Sabemos, pues, si esto no es realmente lo que sucede?
El ser humano tiene tan solo un débil análogo de este
sentido universal en la sensación que le indica cómo su
propio centro de gravedad se encuentra posicionado res-
pecto de la tierra, posición que no puede abandonar y
que lo mantiene en su marcha erguida. Los ángeles, en
cambio, tienen la sensación correspondiente con respec-
to a todo el universo.
Mientras que el ángel nos supera con este sentido ce-
lestial, se ve en cambio desprovisto de nuestro sentido
terráqueo más bajo, al haber perdido los miembros rela-
tivos a la tierra firme, es decir el tacto, y quizá también el
gusto. En cambio, nuestros sentidos más elevados reapa-
recen en él en forma más desarrollada que en nosotros.
Dado que los ángeles son, bajo otros aspectos, ojos
independientes, cuya entera estructura está calculada en
función de la luz como elemento, se desprende fácilmen-
te de esto cuán perfecta ha de ser su vista. En compara-
ción, nosotros solo somos ciegos topos.
58  gustav fechner

Yo no tendría ninguna objeción si acaso fueran recep-


tivos a la electricidad y al magnetismo, que no son sino
modificaciones de la luz. En algún lado tales fenómenos
deben ser percibidos. Sin embargo, eso también signi-
fica que serán capaces de emitirlos a voluntad, siendo
a primera vista los más perfectos peces torpedo7. Ya la
Tierra, un planeta distante, es magnética. ¿Por qué no
habrán de serlo también los más próximos?
Sin duda los ángeles también han de poder producir
y detectar sonidos, igual que nosotros, o, mejor dicho,
mejor que nosotros. Mencionaré, al respecto, una venta-
ja que tienen frente a nosotros. La danza y la música son
hermanas, que parecen originalmente brotadas de una
misma semilla. Si queremos bailar, primero tenemos que
componernos una música extraña que frecuentemente
no corresponde a la danza. No es así para los ángeles.
Para ellos, música y danza son una, de tal forma que la
danza lleva consigo su música. En efecto, ocurre en ellos
lo que en las partículas más diminutas. Cuando los cuer-
pos suenan, el sonido no consiste en otra cosa más que
en la rápida vibración de sus átomos, en una danza de
estos; y cuando muchos de ellos se ponen a bailar juntos,
representan trayectorias regulares de figuras sonoras.

7 Peces capaces de emitir una potente descarga eléctrica, para


defenderse y para cazar. [N. del T.]
anatomía comparada de los ángeles  59

La velocidad de los planetas es prodigiosa, y se incre-


menta con la proximidad del Sol. Si los planetas vivien-
tes giran en torno al Sol o incluso a sí mismos, necesa-
riamente han de producir un sonido, y este sonido debe
corresponderse con su movimiento. Entonces, cuando
los ángeles bailan, la pieza musical se compone por sí
misma. Ellos bailan sus figuras sonoras.
Esta es la verdadera armonía de las esferas, de los be-
llísimos ojos, de los ángeles.
Cabe preguntarse si solo Dios percibirá esta armonía.
El ángel también puede producir sonidos sin moverse del
lugar, al llevar partes de sí mismo a una rápida oscilación.
Esto puede ocurrir de infinidad de maneras, con ritmos
infinitamente diversos, y en secuencias infinitamente va-
riadas. Por ende, si un ángel puede producir sonidos de
tal modo, indudablemente también podrá percibirlos. Se
habla de las voces angelicales de nuestras cantantes. ¡Pero
a quién le estaría dado oír el canto de una verdadera voz
angelical o incluso de un coro de ellas! Ahora bien, un
ángel puede dilatarse y contraerse en rápida alternan-
cia, y según lo que sabemos acerca de las expresiones de
alegría o dolor en los ángeles, podemos pensar que eso
puede ser una sonrisa o una mueca de llanto, según el
modo en que ejecute esas rápidas alternancias, mientras
que por lo general él se encuentra dilatado por encima de
su estado medio, o contraído por debajo del mismo. Solo
que sonará más musical que entre nosotros.
60  gustav fechner

Podemos inferir que el olfato debe tener un rango


muy elevado entre los ángeles a partir de la asombrosa
evaporación que debe producirse desde el Sol y en sus
inmediaciones.
Nuevamente encontramos en este dominio una con-
vergencia de los extremos. En los animales más infe-
riores, la misma epidermis es el órgano común para
la recepción de todos los estímulos sensoriales. Esto
también será el caso de los ángeles. Pero, mientras que
los animales inferiores no logran distinguir nada clara-
mente, el ángel podrá afinar su piel para la captación
de los diversos estímulos sensoriales de un modo tan
variado que no solo percibirá ora este, ora aquel, sino
que distinguirá también las más ínfimas modificaciones
de lo percibido.
Nuestros órganos visuales y auditivos también están
provistos en su actividad de mecanismos de acomoda-
ción voluntaria, pero estos solo abarcan modificaciones
dentro del mismo ámbito sensorial. El ángel podrá aco-
modar su epidermis incluso para sensaciones que con-
ciernen a diversos ámbitos sensoriales.
anatomía comparada de los ángeles  61

capítulo sexto
hipótesis final

A hora, tras haber expuesto estas verdades irrefuta-


bles, a las que el mismo Newton no negaría su reve-
rencia, séame permitido agregar una hipótesis a modo
de cierre.
Debido al enorme calor del Sol, no puede haber,
como se ha dicho, nada sólido en él ni en su entorno
inmediato, por lo que los ángeles no han de tener un
cuerpo bruto, sino antes bien consistirán de aire y vapor.
Así, podemos considerarlos en general como burbujas
de mayor o menor tamaño, llenas de éter y aire, que a
su vez pueden pensarse compuestas de un tejido celu-
lar, provisto de órganos internos, y hecho de pequeñas
burbujas de vapor aún más sutiles. Mi hipótesis, pues, es
esta: unas han de estar preferentemente llenas de oxíge-
no, otras de hidrógeno, masculinas las primeras, femeni-
nas las segundas. Ambas han de elevarse constantemen-
te desde la superficie solar, apareándose, y produciendo,
en la combustión del hidrógeno por el oxígeno, median-
te la cual se consuma su matrimonio, la luz que desde el
Sol brilla sobre nosotros.
Así pues, la luz solar es la antorcha nupcial de los ángeles.
Como mis criaturas, tras haber sido ángeles, ojos y
planetas, finalmente se han transformado en burbujas
62  gustav fechner

de vapor, las cuales nacieron, como lo observo ahora, en


la humedad acuosa de mi propia cámara ocular por el
esfuerzo de mi ojo al mirar hacia el Sol, y solo han pro-
vocado en mí una ilusión óptica de verlas objetivamente,
y como estas burbujas acaban justo de estallar, veo súbi-
tamente cortado el hilo de mis observaciones.
gustav fechner

SOBRE LA DANZA

(Escrito bajo el seudónimo de Dr. Mises)


 65

sobre la danza

L a danza es el primer arte; no solo sobre la Tierra,


sino en el mundo en general. Es, en efecto, como si,
en el instante de la creación, el universo entero hubiera
sido soplado de un cuerno de Oberón, destinado así a
girar en círculos eternos. Todos los planetas danzan en
torno a sus soles; y el Sol mismo, al cual, debido a su
corpulencia, no puede atribuirse mucho movimiento,
gira en torno a sí mismo, afanado por el aire universal
de la danza. En lo que concierne a nuestra propia Tie-
rra, no puede discutirse que la forma de pasodoble que
ella baila con la Luna ha sido el primer impulso hacia
la invención del vals, al que con pleno derecho se tiene
por una danza celestial. Es preciso atenerse a estos gran-
des ejemplos, y dejar que parloteen aquellos moralistas
y médicos que reprueban la danza: los primeros por te-
ner las buenas costumbres tan frescas en la mente como
marchitas en los pies; los últimos porque ven con plena
claridad que la danza es el único medio por el cual nos es
66  gustav fechner

dado seguir el guiño de la naturaleza y mantener sanos


cuerpo y alma, por lo cual esta los privaría totalmente
de su fuente de ingresos. Su Anatomía les enseña cómo
la entera disposición de nuestro pie se adecua principal-
mente a la danza; cómo tal músculo parece construido
para el pas glissé, tal otro para el pas floré, etc., de tal modo
que debe haber tantos músculos en la pierna como tipos
de pasos; cómo el ser humano solo tiene articulaciones
y puntas de los dedos en los pies para pararse en puntas
adecuadamente; cómo le son dadas turgentes pantorri-
llas, o al menos superficies a las que adosar artificiales,
para que no les duela el impacto del entrechat, y cómo por
todos aquellos músculos corren nervios, tan solo para
que, cual cuerda de violín afinada, puedan desarrollar
las vibraciones acordes a la danza. El médico sabe que
no sacará nada de un bailarín que prefiere un vaso de
ponche o limonada engullidos de golpe, frente a la bote-
lla etiquetada “una cucharada cada dos horas”. Por eso
va a las posadas, donde los parroquianos se arrastran
con languidez de aquí para allá o haraganean tirados en
camas, mientras la naturaleza los contempla enfurecida
con tamaño descuido de su voluntad: ¿por qué no bai-
lan los muy necios? Así seguramente no terminarían en-
fermos o muertos. Ciertamente, no existe en el mundo
mejor movimiento que un vals bien raudo al son de un
violín bien rasgado. Quien todavía conserve una dispo-
sición adversa respecto de la danza debería considerar,
sobre la danza  67

mientras observa un baile, a las personas que, tras haber


permanecido sentadas, por enfermedad, a lo largo de
toda la semana, se lanzan a formar un círculo, pese al
sudor, y para promover la circulación de los fluidos, para
lo cual incluso algunos abanican brazos y pies a izquier-
da y derecha, según las energías de cada uno. Entonces
habrá de encontrar la cosa de gran provecho.

Por mi parte, preferiría ser un trompo de madera


impulsado por el muchacho con su látigo o por el
músico con la fídula cuando nos llaman a bailar, antes
que un hombre culto quien, no prestándole más servicio
las piernas que la silla donde se sienta, esta acaba por
tener seis patas de madera en vez de cuatro. No es sino
por ello que la esfera es la forma más perfecta: porque
tiene infinitas piernas para bailar, puesto que tan solo
de ellas consiste su superficie. Cada uno de sus puntos
es el ápice de un dedo del pie sobre el cual puede girar,
y de hecho gira ante el más leve impuso. Nosotros, seres
imperfectos, apenas tenemos dos puntos en común con
aquella forma que un antiguo sabio llamara divina,
por cuyo intermedio nos es dado emular el curso de
las órbitas celestes. Pero estos dos órganos son también
los más nobles de todo nuestro cuerpo. Así como dos
cónsules otrora cargaran con todo el peso del Estado,
ellas cargan con todo el peso de nuestro organismo,
conduciéndolo y gobernándolo, debiéndoles este un
68  gustav fechner

incondicional acatamiento de su voluntad; puesto que,


allí donde van las piernas, allí debe acompañar todo el
ser humano. Y así como el tosco botón solo existe debido
a la punta de la aguja, en el hombre la cabeza solo tiene
valor en relación con sus pies, en la medida en que con
su peso evita que estos se vuelen de la tierra, a la que
ciertamente necesitan como punto de apoyo al bailar.
Para reconocer lúcidamente las ventajas de la dan-
za frente a las demás artes, se necesita examinarla
más de cerca.
Aquel que se pare durante más de cinco minutos
frente a una bella pintura dirá “¡hermoso!”, y seguirá de
largo. Sin embargo, ¿quién deliberadamente abandona-
rá el baile antes de que la aurora haya desplazado al cre-
púsculo?, ¿y qué dama no lo hace con el feliz sentimien-
to de haber sido ella misma objeto de fascinación, lo que
se condice con que se deje girar, para ofrecer perfiles
siempre nuevos? Solo se quedan sentados aquellos de
quienes con un perfil ya se ha tenido más que suficiente.
Jamás se ha rebajado la danza a servir como acompa-
ñamiento de la música, puesto que ¿dónde se ha visto a
alguien bailar al son de un concierto? Por el contrario, la
música siempre sirve de acompañamiento de la danza.
¿Y por qué deben formarse tan grandes artistas de la
armonía para escribir óperas, a partir de las cuales se
producen danzas vienesas y escocesas? ¿Se puede con-
siderar un criterio de la buena música el que sea ade-
sobre la danza  69

cuada para acompañar la danza? ¿Y quiénes, de entre


los apuestos señores en Leipzig, asisten a un concierto
por algún otro motivo que para comprometerse para el
próximo baile? ¿Y cuán frecuentemente miran el reloj
para saber si no llegará pronto el intervalo durante el
cual recuperarse del tedio a fuerza de té y helados?
¿Quién, por otro lado, levantó la mano alguna vez
de una delgada cintura durante la agitación de un vals
para echar un vistazo al reloj o llevar la mano a la boca
y disimular un bostezo? ¿Y quién que tenga los pies bien
puestos dudaría mucho tiempo, ante el caso de que aquí
se toque una sinfonía de Beethoven y allá un vysilanti,
entre arrullarse en armonías en un lugar o bambolear
grácilmente los pies en el otro? ¿Quién no transpiró con
entusiasmo hasta que el sudor brotara de todos los po-
ros, como si fuera un ánfora de las Danaides, para luego,
empapado, gimiente y agotado, exasperarse sin medida
ante el espectador que, sin tener la menor idea del arte,
lo contempla con vergüenza ajena? Y todo eso lo hizo
sin que se le pague: deja que se le llenen de polvo las
vestiduras, que se le salpique el frac con cera y se le ra-
yen los zapatos contra el piso, deja todo su uniforme de
ceremonias ennegrecido de inmediato, escupe sangre de
la nariz y de la boca cuando el sudor ya no le alcanza,
y no saca de ello una sola moneda. Solo el alto valor
intrínseco de la danza puede provocar que alguien se
someta libremente a tamaña calamidad. Resulta justo
70  gustav fechner

que se considere a la danza como una fuga hacia lo ce-


lestial, lo divino, como un aspirar hacia la naturaleza
del ángel: creemos tener alas, queremos lanzarnos a las
alturas, pero es tan solo un brinco, porque el peso de
nuestro cuerpo terrestre vuelve a empujarnos de regre-
so. Pero no nos permitimos considerarlo un intento, y
recién cedemos al haber quedado exhaustos tras vanos
esfuerzos, aunque algunos encontraron ya su Cielo en la
sola aspiración por alcanzarlo.
Incluso hasta donde pueda hablarse de un encanto
de la música en ausencia de la danza, este se debe tan
solo a vínculos explícitos u ocultos con la danza. Unas
bellas manos solo quieren mostrar que pueden bailar
tan bien sobre las teclas como los pies sobre el suelo. En
lo fundamental, las notas mismas no son otra cosa que
una danza de las más pequeñas partículas, configurando
delicados impulsos (figuras sonoras), como aquellos que
solo nuestros más grandes bailarines son capaces de lle-
var a cabo. De tal modo, debe tenerse al instrumentista
por un coreógrafo de las partículas, quien imprime re-
gularidad y ordenación armónica a lo que de otro modo
serían saltos desordenados.
En los tiempos que corren, la danza no se vería favo-
recida por una comparación con la poesía. Dejando de
lado que aquella se sostiene sobre dos pies iguales, mien-
tras que esta se pavonea por doquier sobre un pie largo
y otro corto, la danza es un arte liberal, que no corre
sobre la danza  71

tras el pan, sino que es ejercida desde un afán desintere-


sado. Esto es lo más noble que puede decirse de algunos
poetas: que precian su entusiasmo al punto de cubrir
los costos de su propia edición, mientras que, para los
demás, el entusiasmo hace las veces de repostera, signifi-
cándoles cada nueva edición de sus poemas apenas una
nueva hogaza de pan.
Asimismo, los antiguos griegos comprendían muy
bien que los días sagrados para la divinidad no pueden
celebrarse de manera más propicia que cuando “ani-
madas danzas, bellamente entrelazadas, desfilaban pa-
voneándose en torno del altar”1. No ha cambiado mu-
cho desde entonces; el día de fiesta y el día de baile son
una sola y misma cosa. Ahora solamente se separan un
poco más las cosas: en vez de bailar en torno al altar,
como entonces, nos sentamos. A la mañana se pasa un
rato frente al altar, dedicando al menos algunos pensa-
mientos devotos a la noche, mientras que para lo esen-
cial, es decir el baile mismo, ni siquiera se toman las
precauciones necesarias. Y luego a la noche se realiza
el baile sin altar, dado que ya no hace falta servirse del
pedestal con mirra e incienso, puesto que todos los par-
ticipantes de la celebración ya han de llevar perfume,

1 La cita es del poema “Saturnus Klage” [Lamento de Saturno],


de Karl Heinrich Leopold Reinhardt, en Gedichte, 1806, p. 124.
[N. del T.]
72  gustav fechner

y además en muchos lugares es preciso ahorrar espacio


para el buffet en la sala de baile. Las danzas griegas de-
bían tener un cariz muy distinto al de las nuestras. El
vals era desconocido a los antiguos, porque ellos gira-
ban más en torno al mundo de los objetos externos que
en torno a su propio Yo, como lo hacemos nosotros, en
tanto que cada uno se sabe y tiene por el punto central
único en torno al cual debe moverse, como ocurre en
el vals. Al oír que los griegos, y, en especial, las griegas,
ignoraban el vals, me siento como aquel hindú que se
maravillaba cuando se le decía que en Inglaterra se po-
día vivir sin cocos.

No se puede negar que el sexo bello frecuentemente


nos supera en su sentimiento por lo bello, de manera
que también en la apreciación del arte de la danza co-
rresponde sacarnos el sombrero ante ellas. Es verdad
que a nosotros también nos agrada mecernos en círcu-
los, pero cultivamos además una afición por la caza, la
equitación, la esgrima. Para la muchacha, en cambio,
nada sobrepasa al vals, ni siquiera probarse un vestido
nuevo; y tengo la convicción de que cualquier muchacha
daría gustosamente un pie si ello le diera el permiso de
bailar con otra; porque algunas, por un vals suplemen-
tario, son capaces de entregar la vida entera, y así en el
sentido más propio de la expresión se baten alegremente
por su vida. Recuerdo haber leído en el tratado sobre
sobre la danza  73

magnetismo vital de Passavant2 sobre muchachas que,


estando paralizadas al punto de casi no poder mover un
músculo, eran capaces de dar vueltas casi sin agotarse a
la hora de bailar.
Obsérvese cuán pudorosa está sentada aquella mu-
chacha. Parece ser poco más que una palanca de pre-
ciosa hechura aplicada a la puesta en movimiento de la
aguja de tejer. Ante la primera mirada atrevida que se
fija sobre ella, sus ojos se escabullen temerosos a su gua-
rida, y recién después de largo tiempo asoma una mira-
da, cual antena que otea el camino para cerciorarse que
ya no hay ninguna piedra con la cual se podría trope-
zar; la tantea con su pequeño dedo, y la rodea como si
detrás acechara una araña; véasela afuera: ¿no camina
a pasos cortos, como si se paseara con una hormiguita,
y como si San Andrés hubiese encomendado que las
puntas de un piecito nunca dejen ver el talón del otro?
Véase de nuevo esta obra maestra de la mecánica en el
baile. Nada más que la danza es capaz de insuflarle la
vida, el alma: alza el pie y comienza impacientemente
a golpetear contra el piso al compás, al igual que un
bravío corcel guerrero que pisotea la tierra al son de
la música militar, disconforme con las riendas que aún

2 Referencia al libro de Johann Karl Passavant, Untersuchungen


über den Lebensmagnetismus und das Hellsehen [Investigaciones sobre el
magnetismo vital y la clarividencia], Frankfurt, 1837. [N. del T.]
74  gustav fechner

lo retienen. Dócilmente se pliega ahora al brazo envol-


vente más audaz. Todas las ondas musculares se agitan
tempestuosamente en su interior. Su ojo refulge, can-
dente y encandilado por la brasa de la mirada ajena.
Con cada palabra, cada mirada y cada movimiento se
expresa que ella se siente partícipe de una esfera más
elevada y noble. ¿Y no es tal cosa el baile? ¿No son los tí-
tulos “diosa” y “ángel” tan comunes en el baile como el
de “ciudadana” en cualquier república? ¿No se quitan
por completo, hombres y mujeres por igual, el antiguo
traje de Adán, paseándose como una criatura nueva y
transfigurada por el cielo del salón de baile? ¿No se tor-
nan los ancianos aquí jóvenes de nuevo e igualmente
fervorosos? ¿No florecen en algunas mejillas rosas del
más bello carmesí, no se transforman en flores los ca-
bellos y vestidos de cada dama, no les crecen los más
hermosos cabellos a los calvos, y rizos a los lacios, no de-
sarrollan los zancudos las más bellas y perfectas panto-
rrillas? ¿No se vuelve, en fin, posible lo inverosímil? Un
pie logra pasar, cual camello por el ojo de la aguja, para
calzarse un zapato de muñeca; una cintura de abejorro
se desliza en un cuerpo de avispa, la boca más protes-
tona se maquilla una sonrisa angelical; corazones duros
como piedra, a los que no inmutan ríos de lágrimas, se
derriten, sentimentales y conquistados, en el caldo de
palabras dulces como azúcar; la más ennegrecida Ce-
nicienta se vanagloria de ser una princesa inmaculada;
sobre la danza  75

los jóvenes sastrecillos desenrollan las piernas de otro


modo eternamente plegadas; el farmacéutico, en lugar
de electuarios, ofrece, entre palabras y miradas dulces,
galletas de azúcar aún más dulces. ¿Quién tendría esto
por nuestra habitual vida terrena?
Por eso no debiera sorprendernos que para muchas
beldades el verano sea la estación más triste que hay,
porque usualmente pone fin a los bailes. Es verdad que
están las alegrías de la naturaleza, pero ofrecen apenas
un pobre sustituto. El amanecer, sí, podrá ser muy bo-
nito; pero el sol se cuida de levantarse todavía más tem-
prano que nosotros, de tal modo que si bien logra ver
el tocador de nuestras damas a través de la ventana, no
permite que a su vez ellas lo observen desde su tocador.
Igual de malicioso es el proceder del crepúsculo: sin fal-
ta observa en cada oportunidad el momento en que las
damas que se pasean se encuentran absorbidas por una
conversación efusiva acerca de un sombrero, zapato, u
otro artículo de la vestimenta humana, de tal modo que
ellas no lleguen a percatarse. También es cierto que cre-
cen flores muy bellas en verano; solo que lo hacen ape-
nas en lugares donde normalmente no llegan más que
cabras y vacas, mientras que en los senderos de los seres
humanos son reemplazadas por generosas cantidades de
polvo y polen. ¿Qué nos queda finalmente de todo el
verano que pueda suplirnos el regocijo invernal de la
danza? Al verano hay que considerarlo, cuando mucho,
76  gustav fechner

como un flaco intento de la naturaleza por indemnizar-


nos en algo por la privación de la danza por determi-
nado tiempo, durante el cual hemos de cobrar nuevas
energías para los bailes del invierno. Y es tan solo por
eso que el sol brilla con tal intensidad en el verano: por-
que la naturaleza humana depende de la transpiración
diurna provocada por la danza; pero esta función vital se
vería interrumpida durante el verano, cuando los seres
humanos son forzados a descansar, si el sol no intervinie-
se entonces como diaforético. Ciertamente el verdadero
significado de la sentencia bíblica “ganarás el pan con el
sudor de tu frente” no es otro que “no comerás a menos
que hayas bailado hasta transpirar”.
Incluso si se quisiera cerrar los ojos a todas las venta-
jas de la danza, necesariamente se debería conceder aún
que los bailes promueven la industriosidad de las mu-
chachas de la manera más provechosa. Aquella que de
otro modo no levantaría nunca una aguja y dejaría las
manos apoyadas ociosamente sobre su regazo se verá es-
timulada al más esforzado empeño artístico, y sus dedos
volarán tan rápido antes del baile como sus pies duran-
te. Dadle a cada muchacha un quehacer durante ocho
días antes del baile y ocho días después. De este modo,
todo el intervalo de un baile al otro será, o bien siembra
de aquella cosecha que será la velada festiva, o bien un
regusto de sus frutos, que ella saboreará en la rememo-
ración y aún más en la conversación.
sobre la danza  77

Considérese un pintor, quien durante semanas ha ru-


miado la idea de realizar una nueva pintura. Imagíneselo
recorriendo las tiendas en busca de procurarse la mejor
tela, los colores más brillantes; cómo, casi olvidándose de
comer y beber, no se aparta un ápice del caballete, ocu-
pándose solo de la ejecución de la obra que, en el día de
la inauguración, habrá de ganarle la fama; cómo repinta
y retoca una y cien veces, sin lograr que la imagen guar-
dada en su mente se haga así de tangible como él lo hu-
biera deseado; cómo sabe que su idea es divina, y cómo
él, una vez que hubo terminado, irradia la confianza de
que todos pasarán de largo ante las demás pinturas, solo
para detenerse frente a la suya. Una vez que el lector se
haya podido formar una imagen vívida de este pintor,
colóquese entonces en lugar del pintor una muchacha;
en lugar del caballete un espejo; en lugar de la tela y los
colores la seda y las cintas; en vez del pensamiento sobre
la pintura, la mejor idea que pueda hacerse una mucha-
cha de su atractivo. Entonces ya no le faltará nada para
hacerse una imagen de la muchacha que se encamina
hacia el baile de Navidad o algún otro de igual porte.
El cielo perdone a los padres y madres tiránicos que
son capaces de prohibir a sus hijas la asistencia a bailes.
Ciertamente más muchachas han fallecido de la pena
por bailes truncados que a causa del baile mismo. Y aún
cuando la tisis se llevara alguna que otra sobre la pista de
baile, ¿no es más bello bailar espléndidamente hacia el
78  gustav fechner

fin de la vida antes que llegar arrastrándose, encorvada


y afligida dentro de casa, todo a costa de poner un pie
en la tumba apenas un par de años antes? Cuando un
varón cae en combate, se dice que ha caído en el lecho
del honor; ahora bien, para una muchacha tal lecho del
honor es un baile; y una muchacha intrépida, enfrenta-
da cuerpo a cuerpo con la muerte por un baile, podrá
mirarla a los ojos con el mismo coraje que un valiente
en el campo de batalla, pidiendo como mucho un plazo
para una única ronda de vals.
Igual de cruel me parece la madre que del salón de
baile violentamente arranca a su hija, que se resiste y
la acaricia para apaciguarla, antes de que el gallo haya
anunciado al sereno su hora de dormir. ¡Bárbara! ¿No
te conmovió la mirada suplicante de la bella cuando ro-
gaba con tal dulzura? –Te lastimas, mi hija, ya ha sido
bastante por hoy. –¿De veras quieres irte? Apenas si en-
tro en calor. –Sí, sí, ya hace rato me pesan los párpados,
y mira que papá va a regañar. –Solo el Cotillón, después
acompañaré gustosa. –Ni un solo vals más: te debes re-
frescar; no te estás moderando, y las consecuencias van a
llegar. Y, he aquí que las flautas y violines llaman de nue-
vo a las parejas, convocan al chispeante rondó. El más
dulce caballero de todo el tropel llega cual Céfiro a sus
pies: –Mi bella señorita, ¿me permite el atrevimiento?
Pero ella debe negarle el brazo; y lo mira lamentándose
en sus adentros mientras él deslumbra con otra en las
sobre la danza  79

rondas. Se enrolla la chalina de la melancolía y reniega


con la madre camino a casa. Ya vienen, ya vienen todas
las parejas: se abalanzan hacia arriba, se abalanzan ha-
cia abajo; y la muchacha ya no vuelve a verlas.
marie bardet

un pensamiento
cuando se pone sensible
 83

un pensamiento
cuando se pone sensible

L eyendo a Fechner, hoy, emerge una pregunta: ¿qué


le pasa a un pensamiento cuando se pone sensible?
¿Qué le pasó a ese pensamiento que se puso sensible?
Es decir, que se metió con la sensación y tomó la sensi-
bilidad como vía de entrada a la conciencia y al mun-
do. En Fechner, la cuestión de la sensibilidad no marca
solamente el campo de experimentación psicofísica que
lo mantiene ocupado en sus investigaciones, sino que
desborda en todos los sentidos e impregna cada rincón
de su concepción del mundo. Él piensa –y describe– un
mundo donde todos los seres sienten en un cierto gra-
do, y donde sentir es, en cada ocasión, el pasaje de un
umbral, el umbral radical de la más pequeña diferencia
perceptible. Un mundo donde los elementos se afectan y
84  marie bardet

se sensibilizan unos con otros; un mundo donde el pen-


samiento está atravesado por una multitud de pasajes de
umbral: día/noche, vida/muerte, consciente/subcons-
ciente, perceptible/imperceptible, etc.
El conjunto heteróclito de su obra despliega los diver-
sos aspectos que componen su concepción del mundo:
los tratados psicofisiológicos (Elementos de psicofísica), otros
tratados filosóficos varios (La cuestión del alma1, Pequeño
libro sobre la vida después de la muerte, etc.), tratados meta-
físicos, y textos de juventud escritos bajo el seudónimo
de Dr. Mises, de corte humorístico y no por eso menos
fundamentales a la hora de entrar a su mundo. Anato-
mía comparada de los ángeles (1825) y Sobre la danza (1824)
fueron firmados por Dr. Mises y pertenecen a aquellos
textos de juventud de Fechner. Dos textos cortos, hoy
traducidos al castellano, que nos hacen entrar al mun-
do de conceptos e imágenes de Fechner por una puerta
menor, la del humor muy serio de aquel que sabe desli-
zar, tartamudear, cojear en la superficie del sentido de su
propia lengua científica, metafísica, hasta moral, pasos
y deslices.

1 Publicado en 2015 por la Editorial Cactus.


un pensamiento cuando se pone sensible  85

¿Qué le pasa a un pensamiento


cuando se pone sensible?

Gustav Fechner, formado en medicina (la cual nunca


ejerció), se consagra de entrada a la traducción de trata-
dos de física para ganarse la vida, luego a la enseñanza
primero de la física y después de la filosofía. Es la histo-
ria de un recorrido que cruza las disciplinas orientado
por una búsqueda clara: elaborar una ciencia experi-
mental de la sensación e inscribirla en una visión metafí-
sica del mundo, elaborando una ley de correlación entre
estímulos sensoriales y afecciones del alma. Retomando
por su cuenta las experiencias sobre el tacto de Weber
que datan del comienzo del siglo (De Tactu, 1834), revisa
la ley psicofísica que este último había propuesto, para
precisar sus condiciones de aplicación (entre umbrales
mínimo y máximo) y explorar sus posibilidades a fin de
establecer, dice, “una ciencia exacta de las relaciones en-
tre el alma y el cuerpo”. Espera de este modo renovar
las teorías sobre la relación entre el alma y el cuerpo, en
sus correspondencias y como dos aspectos paralelos, o
más bien uno cóncavo y el otro convexo, de una misma
realidad. A partir del trabajo sobre las sensaciones y del
estudio experimental del tacto, de la vista, y de otros
sentidos, compone una obra que va a incluir tanto la ley
de Weber-Fechner sobre la correlación entre estímulo
y sensación, el llamado efecto color de Fechner, como
86  marie bardet

una visión metafísica habitada por un panpsiquismo


que atribuye, por ejemplo, un alma a las plantas. En
el paisaje que describe este pensamiento, nuestros ojos
contemporáneos pueden entrever tanto los reflejos de
un empirismo experimental como los de un romanticis-
mo alemán (más allá de las referencias explícitas a Sche-
lling), huellas de discusiones con el monismo leibniziano
o spinozista, así como un pensamiento oriental (a su li-
bro sobre “las cosas del cielo y del más allá”, publicado
en 1851 le da por título Zend-Avesta).
Así, de este pensamiento que se lanza en la sensación
como campo de investigación y motivo de una escritura
heteróclita, emerge aquello que una historia chata de la
filosofía pretende haber tenido siempre bien separado:
empirismo e idealismo, positivismo y metafísica, mate-
rialismo y espiritualismo. Cohabitan en él los procedi-
mientos experimentales más fríos que una corriente de
psicología experimental no dudará en retomar por su
cuenta, y los cielos de un idealismo alemán de comien-
zos del siglo XIX, atravesados por una luz pálida que
recorre el universo entero. En efecto, el mundo fechne-
riano está atravesado por una luz, la del alma del mun-
do. No se trata tanto de una luz que llegaría a bañar y
a iluminar a todos los seres, sino más bien de que todos
los seres son en tanto que emergen a la luz, en tanto
que pasan a la superficie de una realidad más grande
que ellos. De las piedras a los cielos, de los animales a
un pensamiento cuando se pone sensible  87

los ángeles, pasando por los humanos y su sensibilidad


largamente estudiada por la psicofísica, los “cuerpos”
como las conciencias son concebidos como pequeñas
olas que se forman en la superficie de una inmensa ola
imperceptible por sí misma y nunca totalmente. Todas
esas pequeñas olas emergen menos bajo la forma de
una expresión a imagen de la forma ideal absoluta, que
como individuaciones parciales sin necesaria identidad
de forma. Es un punto que interesa mucho a William
James, quien describe de este modo la filosofía de Fech-
ner en su introducción al Pequeño libro de la vida después de
la muerte: “Ahora, según Fechner, nuestros cuerpos son
apenas unas pequeñas olas en la superficie de la tierra”2.
Nuestros cuerpos son pequeñas olas sobre la superfi-
cie de la tierra, apenas un surgimiento pasajero. Parale-
lamente (o en su cara cóncava) más que una formación
de lo idéntico, la conciencia, también ella, “emerge” a
la superficie. Entonces cuerpo y conciencia no se reúnen
ya por su forma, o por una localización cualquiera de
una en la otra, sino por el hecho de que comparten un
comportamiento, una intensidad: la de la emergencia y
del pasaje de un umbral. Materia de los cuerpos y mo-
vimientos de las almas, son pliegues a la superficie; la
conciencia individual es emergencia a la superficie de

2 William James, “Introduction to Gustav T. Fechner”, The Little Book of


Life after Death, ed. Little, Brown and Company, Boston, 1904, p. xv.
88  marie bardet

una ola de conciencia más amplia como James lo escribe


algunas líneas antes:

Hablando psicológicamente, podemos decir que


una ola general de conciencia emerge de un subsuelo
subconsciente, y que algunas partes de ella captan
cierto énfasis, tal como pequeñas olas captan luz.3

Pequeñas olas que emergen a la superficie, cuerpos


y conciencias son procesos de individuación que com-
parten menos una relación de identidad de forma o de
localización, que una manera de hacer: emerger a la
superficie, pasar un umbral. Esta manera de hacer es
la de la sensación, cuando un estímulo pasa el umbral
de perceptibilidad. Este pasaje al límite necesita menos
de un límite como una frontera del mundo (donde, por
creación, surge algo de la nada) de lo que señala el pro-
ceso repetido a numerosas escalas de un límite móvil,
nuevo con cada emergencia, cuya consistencia es dada
por el pasaje de umbral. Una extensión de agua calma
donde se lanza una piedra, algunos pliegues emergen,
algunas ondas se vuelven visibles en la superficie defor-
mándola. Estas pequeñas olas son deformaciones de la
superficie, sin ser despegue por encima, proyección o
evaporación, conservan al mismo tiempo una relación

3 Gustav T. Fechner, The Little Book of Life after Death, ibídem, p. xiv.
un pensamiento cuando se pone sensible  89

de resonancia con el por debajo de la superficie4. La


relación entre ese fondo y las pequeñas olas, tanto para
lo que pertenece a los cuerpos sobre la superficie del
mundo como a las conciencias sobre la superficie del
alma del mundo, es una relación de deformación y de
emergencia, y no de semejanza5.

4 “Although the undulating circle which a sinking stone leaves behind it


in the water creates, by its contact, a new circle around every rock which
still projects above the surface, it still retains in itself a connected circum-
ference which stirs and carries all within its reach; but the rocks are only
aware of the breaking of the perfect line”. Ibídem, p12.
5 Podemos encontrar una crítica a la idea de semejanza formal entre
alma y cuerpo en la imagen que Bergson (lector, crítico y conocedor fino
de la obra de Fechner) da de la relación entre cuerpo y espíritu: como un
abrigo colgado de un clavo, el alma está colgada del cuerpo sin reprodu-
cir su forma. Las relaciones entre Fechner y Bergson son múltiples y es
imposible enumerarlas todas aquí, pero el rechazo a plantear el problema
de la relación cuerpo/espíritu en término de localización o de semejanza
formal, la expansión de la conciencia o de la memoria a todo el uni-
verso, al menos hasta las plantas, o incluso el interés por una psicología
experimental al mismo tiempo que por una visión metafísica constituyen
ciertamente puntos de contacto de primera importancia. Y esto más allá
de que Bergson hace un estudio preciso de la psicofísica de Fechner en
su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, donde critica la voluntad
de cuantificar la sensación. Pero, como lo muestra Simondon en su Curso
sobre la percepción, la crítica bergsoniana se equivoca de blanco puesto que
el proyecto fechneriano no es una medición por unidad de cantidad sino
por diferencial correlativo de intensidades: “La crítica de Bergson no al-
canza estrictamente al aspecto esencial de la intención psicofísica; el pro-
blema, en efecto, no es exactamente el de saber si la sensación es medible
por la capacidad de superponerse a sí misma, o si se la puede considerar
como discontinua o continua, homogénea o heterogénea por relación a sí
90  marie bardet

La superficie es entonces menos un límite a priori que


algo que adquiere consistencia en cada emergencia y
pasaje de umbral. El nacimiento y la muerte son límites
que no están fijados a priori en el tiempo cronológico,
sino que se definen por el acontecimiento de su emer-
gencia y constituyen, entonces, el límite. El umbral de
perceptibilidad es redefinido cada vez que una diferen-
cia es percibida. En este sentido, la superficie es menos
un marco homogéneo de coordenadas de aparición,
que una membrana que adquiere consistencia a través
de la emergencia. Es aquello que, en inglés tanto como
en francés, subsiste en la brecha entre surface y superficie6,
que nos permitiría imaginar una surface que no tenga su-

misma en el curso de su incremento, sino más bien si ella es una magnitud


de igual dimensión que la energía. La crítica de Bergson alcanzaría si se
dirigiera a una teoría mecanicista y geométrica de la sensación –teoría
que estaría conforme a la metrología del siglo xvii–. De hecho, la psico-
física es una energética generalizada, que compara entre sí magnitudes
intensivas, no magnitudes extensivas, en el interior de un sistema más vas-
to, admitiendo la comparación entre magnitudes heterogéneas, gracias a
la noción de equivalencia, nueva por relación al pensamiento científico
del siglo xvii”. (Gilbert Simondon, Curso sobre la percepción, Cactus, Bs. As.,
2012, p. 81). Estas lecturas cruzadas contribuyen a hacer emerger un ar-
chipiélago o una constelación Fechner, Bergson y Simondon donde, sin
constituir una misma línea, algunos pensamientos se ponen sensibles y
abren un campo de estudio de y desde la sensación que supera la alterna-
tiva entre cantidad y cualidad para abrirse sobre la intensidad.
6 Se requiere un esfuerzo todavía más abstracto para lenguas que no
tienen la diferencia, como el español donde el término “superficie” vale
tanto para surface como para superficie.
un pensamiento cuando se pone sensible  91

perficie, concebir una surface que se caracterice menos por


las dimensiones de su extensión que por las vibraciones
que le dan consistencia a cada emergencia de pequeña
ola, pasaje de umbral. Un esfuerzo similar al que hay
que hacer para imaginar una brecha [écart] sin distancia-
miento, o una extensión en curso sin lo extenso dado, sin
duda, algo de cierto espesor 7.
A la superficie de la tierra, a la superficie del agua,
a la superficie del alma del mundo, emergen pequeñas
olas por contracción/dilatación, por pliegue, por pasaje,
por grados, emergen a la luz, formando una reflexión en
la superficie. Emergencia de una sensación en el umbral
de la perceptibilidad, emergencia de un cuerpo sobre
la superficie del mundo, emergencia de una conciencia
que pasa el límite de lo subconsciente, emergencia de un
pensamiento, forzado a pensar en términos de umbra-

7 Espesor, aquí también, ciertamente en otro sentido, pero también espe-


sura, fundamentalmente en el pensamiento de Fechner. Es este espesor del
pensamiento de Fechner el que James saluda en su texto de 1910: “Ahora
es tiempo de poner nuestra mirada en Fechner, lo que tiene de espeso, de
sustancial, es un refrescante contraste con la delgada, abstracta, indigen-
te y raída apariencia, con el aspecto famélico, escolar, que presentan las
especulaciones de la mayoría de nuestros filósofos absolutistas” (William
James, Un universo pluralista. Filosofía de la experiencia, Cactus, Bs. As., 2009, p.
94). Una espesura del detalle, de lo “concreto”, de la “observación sensi-
ble” contra la abstracción de lo absoluto. La inquietud para hacer jugar la
espesura de lo concreto contra la absolutidad de la abstracción es común
a los esfuerzos de pensamiento de otra constelación, cuyos autores han
escrito asiduamente unos sobre los otros: de Fechner, James y Bergson.
92  marie bardet

les, de superficie, o como volviéndose él mismo mem-


brana que adquiere consistencia en cada emergencia
de una visión, de un concepto, de una proposición, de
una explicación, membrana de resonancia de las piedras
lanzadas, de los cambios de corriente de aire, de los plie-
gues, de las contracciones/dilataciones de su piel con las
vibraciones de las membranas del mundo.

Hipérbolas de la sensibilidad fechneriana

Hipérbolas de esta superficie habitada y constituida


por pasajes de umbral y ondas de emergencia, los seres
ideales del mundo fechneriano son puras membranas
sensibles: ángeles. En su Anatomía comparada de los ángeles
Fechner describe seres que se mantienen en el límite
último de su pensamiento: ángeles, criaturas signadas
por la perfección, esferas traslúcidas cuya consistencia
consiste solo en una membrana, puras sensibilidades.
Esta anatomía adopta la apariencia de una demostra-
ción científica (recordemos que en ese entonces él ma-
nejaba de forma cotidiana la lengua en su tarea de tra-
ductor de los tratados de física) llevando al extremo los
juegos de deducciones formales, de suposiciones y de
comparación, rozando (o sucumbiendo a) la parodia.
Un tratado que hace rechinar la propia lengua del tra-
tado científico, y mantiene en vilo a toda persona que
un pensamiento cuando se pone sensible  93

lo lee, sin que nunca se pueda saber si tomar este escrito


en serio o si todo eso no es más que fanfarronería, hasta
el desenlace final. ¿Investigación científica? ¿teológi-
ca? ¿policial? Esta anatomía es una investigación, que,
como su título lo indica, se vale de una metodología
precisa: la comparación.
Esta anatomía comparada se despliega entonces, según
un encadenamiento de comparaciones con el resto de
los habitantes de la tierra, vegetales y minerales inclui-
dos, y de deducciones formales a partir de principios
enunciados así como así. Se abre con la enunciación
de dos principios que van a conducir una buena parte
de las deducciones y a organizar las comparaciones: la
perfección se define por la armonía y la diversidad, y la
estructura de un ser depende de su medio de vida. Esto
permite a Fechner atribuir seguidamente a los ángeles
una forma perfecta, la esfera, y definir su estructura por
el elemento en el cual viven, la cercanía con el sol: es-
tructura luminosa y sensible a la luz. Son por tanto es-
feras constituidas por una membrana traslúcida y que
comunica mediante la luz solar, capaces de la más gran-
de variación de color. Es así que nos hace comprender
a medida que avanzan los capítulos que esta membrana
de los ángeles se caracteriza más por su extrema sensi-
bilidad y su variabilidad que por la delimitación de su
circunferencia (ella será deformada según su deseo por
cada afección).
94  marie bardet

Fechner prosigue su descripción de la anatomía de los


ángeles comparándolos con el ojo que “puede considerar-
se como una criatura independiente en nuestro cuerpo,
su elemento es la luz, y su estructura está configurada de
manera acorde a dicho elemento”8. Esto le da pie para
describir a los ángeles a partir de su relación con la luz: su
estructura no es sino una función de la luz, constituyéndo-
se a través de su puro funcionamiento como fuente lumi-
nosa y superficie sensible a la luz. Los ángeles solo viven,
evolucionan y comunican por la luz. Esta comparación
va a permitirle a continuación precisar la perfección de
esos seres de sensibilidad perfecta (armoniosa y diversa):
ellos son sensibles a cualquier ínfima variación de luz que
“para nosotros permanecen ocultas, porque su estructura
toda se encuentra adaptada a ellas, mientras que nuestro
ojo tan solo ofrece una débil impresión de ellas”9. Esta
sensibilidad constitutiva de su estructura se caracteriza
por una capacidad de reaccionar ante la menor transfor-
mación de la luz que los rodea, y que al mismo tiempo
los constituye. El punto de comparación que conduce la
argumentación se ancla justamente en la sensibilidad hu-
mana, que va a constituir el objeto del trabajo científico
que llevará adelante Fechner a partir de la obra de Weber,
hasta establecer la ley, conocida hoy en día como la ley

8 Cf. supra, p. 24.


9 Cf. supra, p. 37.
un pensamiento cuando se pone sensible  95

Weber-Fechner, que establece una correlación diferencial


entre el estímulo y la sensación provocada.
Mucho tiempo después de haber escrito esta Anatomía
comparada de los ángeles, el 22 de octubre de 1850, tras
un período de postración por hipersensibilidad de va-
rios años que le hacía insoportable todo contacto con
el mundo exterior, luz, sonido, tacto, etc., Fechner tiene
una visión, en su lecho, al amanecer. Percibe la posibi-
lidad de establecer la ley psicofísica de relación entre la
actividad mental y su correlato físico, como consecuen-
cia de los trabajos de Weber. Medir la sensación, su efec-
to en nuestro psiquismo, dice, pero en un sentido muy
particular. Anuncia en sus Elementos de psicofísica que se
va a dedicar a medir “de manera preferente, sino ex-
clusiva, las sensaciones intensivas”10. Distingue en efecto
las medidas extensivas: tamaño (Grösse) y forma (Form),
de las intensivas: fuerza (Stärke) y cualidad (Qualität). La
medición de la sensibilidad no es una medición a partir
de una unidad de medida mediante la cual se podría de-
terminar cuántas (cantidad, medida extensiva) veces ella
se encuentra en tal o cual sensación. En este sentido, no
se trata de una medida absoluta sino de una constante

10 Gustav V. Fechner, Elemente der Psychophysik, Breitkopf & Härtel, Leipzig,


1860, Citado por Serge Nicolas, “La fondation de la psychophysique
de Fechner: des présupposés métaphysiques aux écrits scientifiques de
Weber”. En L’année psychologique. 2002 vol. 102, n° 2, pp. 255-298.
96  marie bardet

exponencial de la relación entre aumento de la intensi-


dad de un estímulo e intensidad del pasaje del umbral de
perceptibilidad, una relación entre diferencias de varia-
ción (de estimulación y de sensibilidad).
A partir de ahí, su proyecto de medición de la sensa-
ción establece que no hay relación simple y única entre
la fuerza de un estímulo y la intensidad de una sensación
sino una relación diferencial. Cada vez, es el pasaje de
un umbral de perceptibilidad; la única cosa evaluable es
la más pequeña diferencia perceptible, para cada nue-
vo estímulo, y eso varía según el nivel de solicitación ya
iniciado en el organismo en cuestión. Estudiando para
cada persona el umbral de perceptibilidad a partir del
cual esta percibe una variación de luz de una bombilla,
o de temperatura en la punta de un compás colocado
sobre la piel del cuello, Fechner, a partir de los trabajos
de Weber y de los suyos, reafirma por tanto la ley de
la correlación exponencial entre estímulos físicos y sen-
saciones psíquicas. A menor excitación general, mayor
es la sensibilidad a la menor variación de estímulo; a
mayor excitación, más alto es el umbral de sensibilidad
al cambio de intensidad del estímulo. Y esto, agrega Fe-
chner, entre dos límites: por encima del umbral del mí-
nimo perceptible absoluto, y por debajo del límite que es
la explosión del órgano solicitado.
Tanto Moshe Feldenkrais como otros fundadores de
métodos somáticos –métodos corporales occidentales
un pensamiento cuando se pone sensible  97

fundados a finales del siglo xix y durante el siglo xx que


buscan más un autoaprendizaje y un afinamiento de la
conciencia, o de la atención a uno mismo y al contexto,
a través del movimiento, que el entrenamiento del cuer-
po o el aprendizaje de un vocabulario de movimientos.
Entre ellos Eutonía, la técnica Alexander, Body Mind
Centering, etc.– a menudo hacen referencia a esta ley de
la primera psicofísica para justificar un aspecto funda-
mental: estos métodos proponen un movimiento lento,
el más pequeño posible, a menudo efectuado acostado
para reducir el esfuerzo de la musculatura llamada an-
ti-gravitatoria. Esto no deja por otra parte de plantear
un problema: esta evitación del movimiento rápido, este
rechazo del esfuerzo y del dolor, ¿no excluyen a priori
toda una serie de gestos, de experiencias vitales y per-
sonales? Siempre la referencia a esta ley anuda íntima-
mente dos aspectos: las modalidades de movimiento pro-
puestas y una cierta idea de la sensibilidad y por ende de
la atención buscada por estos métodos. Lejos de ser una
preferencia estética por el minimalismo o un imperativo
según el cual siempre hay que moverse lento y poco, el
hacer poco, lento, y suave está relacionado con la teoría
del aprendizaje y de la conciencia (atención) intrínseca
al método: propone series de pequeños movimientos,
invita a efectuarlos con el menor esfuerzo muscular po-
sible para sentir mejor todas las mínimas diferencias a
cada repetición del gesto. Ni relajación, ni gimnasia, las
98  marie bardet

clases de Feldenkrais buscan volver sensibles las mínimas


variaciones, y encontrar un tono muscular y atencional
adecuado para ello. Para esta teoría-práctica, de “aten-
ción a través del movimiento” como se llaman las cla-
ses grupales, la referencia a la ley de Weber-Fechner es
crucial, y así la explica por ejemplo Feldenkrais, a partir
de un ejemplo (ligado al peso, por tanto a la gravedad,
señalémoslo):

Por ejemplo, si sostengo un peso de 20 libras, no


puedo percibir si una mosca se posa encima, ya que
la menor diferencia de estímulo perceptible se sitúa
entre 1/20 y 1/40, y habría que añadir entonces o
quitar al menos media libra al peso transportado
para que el cambio se vuelva consciente [aware]. Si
tengo una pluma, el peso de un mosca hace una gran
diferencia. […] Una acción cada vez más fina solo es
posible si la sensibilidad –es decir, la capacidad de sentir
la diferencia– es mejorada.11

11 Traducido del original en inglés: Feldenkrais, Moshe, “Man and the


World”, en Beringer, Elizabeth (Dir.). Embodied Wisdom, California, North
Atlantic Books, 2010, p. 37. Para un estudio más desarrollado de esta rela-
ción de Feldenkrais con la ley de Weber-Fechner, nos permitimos reenviar
al artículo siguiente: Marie Bardet, “L’Attention à travers le Mouvement:
de la méthode Feldenkrais comme amorce d’une pensée de l’attention”,
Revista Brasilera de Estudos da Presença, Porto Alegre, v. 5, n. 1, p. 191-205,
enero/abril 2015, disponible en francés y en portugués (http://seer.ufrgs.
br/index.php/presenca/article/view/49243/32539).
un pensamiento cuando se pone sensible  99

Los ángeles, por su parte, son descritos por Fechner


en este texto de 1825 como esferas constituidas por una
membrana hipersensible a las variaciones de intensidades
y de colores de luz sin tener ninguna superficie determi-
nada, ninguna substancia por fuera de su sensibilidad que
hace de membrana modificable, ni ningún umbral míni-
mo para percibir la menor variación. A la vez fuentes de
luz y superficies sensibles a la luminosidad, hay que ima-
ginar a los ángeles como puras sensibilidades, que existen
en el límite, a través de su pura membrana. Su piel no es
nada sólida, se constituye a través de los pasajes de um-
bral de sensibilidad a la superficie [surface] (sin superficie
[superficie]), esferas luminosas y al mismo tiempo sensibles
a la luz, en contracción/dilatación permanente, capaz de
una infinita variación de luz y de sensibilidad a la luz.
Así, la perfección de los ángeles pasa por su aptitud
para sobrepasar los umbrales límites: son, por un lado,
infinitamente más sensibles a la menor variación posi-
blemente percibida por nuestra sensibilidad humana, y
por otro lado, capaces de una infinita variación de co-
lores, descompuestos sobre su superficie traslúcida. Sin
ninguna otra substancia que la membrana de sensibili-
dad que es su piel, los ángeles no tienen límite inferior a
su sensibilidad, ni órgano asignado a cada sentido que
determinaría un límite más allá del cual ya no podrían
percibir la luz demasiado fuerte, a riesgo de estallar. Son
hipérbolas del pasaje de umbral sin conocer ninguno de
100  marie bardet

los dos límites (más arriba y más abajo) que constituye-


ron el aporte fundamental de Fechner a las investigacio-
nes psicofísicas sobre la sensibilidad humana.
Esta hipérbola de la sensibilidad, esta perfección de
su variabilidad y de la armonía de su comportamiento
y por consiguiente de su forma, no sitúan sin embargo
a los ángeles como etapa última en una línea señalizada
de evolución progresiva (Fechner será un ferviente espa-
dachín contra el darwinismo) que iría de las plantas a
los hombres y luego a los ángeles, pasando por los ani-
males. En efecto, y en repetidas ocasiones, tanto al nivel
de su forma como de su comportamiento, permiten a
Fechner, en su estudio comparativo de los ángeles con
todos los demás seres vivientes, aproximar los ángeles a
seres más simples como los infusorios. Por su transluci-
dez, por ejemplo, los ángeles están más próximos de los
infusorios que de los hombres, y solo se distinguen de
ellos por su capacidad para difractar el espectro de luz a
través de su piel en mil matices. Este método comparati-
vo llevado al extremo por Fechner le hace trazar no una
línea evolutiva, por etapas progresivas de complejidad,
sino una curva, que se recorta en cada extremo, en apro-
ximaciones improbables por simplicidad de la forma, e
hipersensibilidad a la variabilidad12.

12 Cf. pp. supra 39-40 y también p. 53. Notemos que una curva semejan-
te hará confluir al oso y a Dios, por encima del hombre, en el texto sobre
un pensamiento cuando se pone sensible  101

Se ve bien cómo estos ángeles son las criaturas hi-


perbólicas de un pensamiento de las superficies sensibles
y variables y de las más pequeñas diferencias sensibles,
y cómo su perfección consiste en el infinito sobrepasa-
miento de todos los mojones colocados. En este sentido,
la lectura de este extraño y casi absurdo tratado com-
parativo sobre su anatomía nos señala los potenciales
contenidos en la sensibilidad en Fechner: variabilidad
infinita de los matices de sensaciones, por hipersensibi-
lidad a la menor diferencia, aceleración de los pasajes
por contracción/dilatación al “contacto” con los demás
seres, consistencia que emerge “justo” en la superficie
de sensibilidad.
Impulsando al extremo su concepción del ideal y de la
perfección a través de la sensibilidad, llevando su méto-
do comparativo y deductivo hasta el límite del absurdo,
Fechner interrumpe esta Anatomía comparada de los ángeles
por una suerte de “pito catalán” a su propio método.
Una lógica de la investigación, casi policial, llevada has-
ta sus últimas trincheras, forzada hasta el absurdo. Des-
baratando como por anticipado cualquier pretensión
cientificista y objetivista, de aquello que sin embargo
serán las búsquedas centrales de su vida, escribe:

el teatro de marionetas de Kleist, de próxima publicación en esta Pequeña


Biblioteca Sensible.
102  marie bardet

Como mis criaturas, tras haber sido ángeles,


ojos y planetas, finalmente se han transformado
en burbujas de vapor, las cuales nacieron, como lo
observo ahora, en la humedad acuosa de mi propia
cámara ocular por el esfuerzo de mi ojo al mirar
hacia el Sol, y solo han provocado en mí una ilusión
óptica de verlas objetivamente, y como estas burbujas
acaban justo de estallar, veo súbitamente cortado el
hilo de mis observaciones.

Así el último capítulo intitulado científicamente “Hi-


pótesis final” hace derrapar el despliegue concienzudo
de su lógica, por un pasaje al límite último: del estudio
científico a la imaginación, de las comparaciones lleva-
das con eficacia a la constatación de las lágrimas al bor-
de de los ojos del investigador cansado, de las visiones
metafísicas a las fantasías conceptuales de un pensador
que se agota en abarcar toda la realidad bajo su mirada.
Pasaje al absurdo, franqueamiento del fino límite que
separaba la demostración lógica por comparaciones y
deducciones y la parodia de cientificidad, emergencia
del grotesco de las aproximaciones que fundaban el tono
más serio del mundo del encadenamiento argumentati-
vo. Absurdo y grotesco, ciertamente, hipérbola llevada
a la parodia, sin duda, pero ese vuelco final de un texto
escrito sobre la cuerda tensa al extremo de la demos-
tración científica, ese guiño final, no llega de manera
cínica a recusar todo lo que ha sido dicho, a destruir
un pensamiento cuando se pone sensible  103

toda posibilidad de producción de sentido, toda elabo-


ración, tanto el compartir de un pensamiento como la
invención de un mundo. Fechner espesaba el texto re-
doblando la demostración con la experiencia sensible,
singular, vital, del autor. Vuelve repentinamente a poner
en situación lo que parecía ser la universalidad de un
pensamiento científicamente demostrado. Este vuelco,
o más bien este deslizamiento final de la situación de
enunciación, muy lejos de impedir toda lectura de Fech-
ner, pone en evidencia la complejidad y la paradoja de
un pensamiento situado y vidente a la vez, que pretende
captar todo lo real, y muy consciente de la situación de
su experiencia al mismo tiempo, sin ceder nada de la
producción de sentido y de la puesta en circulación de
su pensamiento.
Producción de sentido y ecos de un pensamiento, allí
también absurdo y paradojal sin ninguna duda, cuando
un Alfred Jarry reivindica una inspiración fechneriana
para su Ubu Rey. En efecto, durante la primera repre-
sentación de Ubu Rey, en el Teatro de la Obra, el 10 de
diciembre de 1896, declara:
El swedenborgiano doctor Mises ha comparado
de manera excelente las obras rudimentarias con las
más perfectas y los seres embrionarios con los más
completos, por el hecho de que a los primeros les fal-
tan todos los accidentes, protuberancias y cualidades,
lo que les deja la forma esférica o casi, como es el
104  marie bardet

óvulo y M. Ubu, y a los segundos se les añaden tantos


detalles que los hacen personales, que tienen igual-
mente forma de esfera, en virtud de este axioma: que
el cuerpo más pulido es el que presenta el mayor nú-
mero de asperezas.13

No será el único eco fechneriano en este final del siglo


xix, muy por el contrario. No hay más que ver las de-
cenas de referencias a las investigaciones psicofísicas de
Fechner a lo largo de la obra de Freud, y en particular
en las primeras páginas de Más allá del principio de placer:

Por otra parte, estaríamos dispuestos a confesar la


precedencia de una teoría filosófica o psicológica que
supiera indicarnos los significados de las sensaciones
de placer y displacer, tan imperativas para nosotros.
Por desdicha, sobre este punto no se nos ofrece nada
utilizable. […] No tenemos en mente una relación
simple entre la intensidad de tales sensaciones y esas
alteraciones a que las referimos; menos aún –según lo
enseñan todas las experiencias de la psicofisiología–,
una proporcionalidad directa; el factor decisivo res-
pecto de la sensación es, probablemente, la medida
del incremento o reducción en un período de tiempo.
Es posible que la experimentación pueda aportar algo

13 Alfred Jarry, Œuvres complètes, Bibliothèque de la Pléiade, vol. 1, París,


1972, pp. 399. Citado en nota del editor, Fechner, Anatomie comparée des
anges, ed. de l’Eclat, Paris, 1997, p. 8.
un pensamiento cuando se pone sensible  105

en este punto, pero para nosotros, los analistas, no es


aconsejable adentrarnos más en este problema hasta
que observaciones bien precisas puedan servirnos de
guía. Ahora bien, no puede resultarnos indiferente
hallar que un investigador tan penetrante como G. T.
Fechner ha sustentado, sobre el placer y el displacer,
una concepción coincidente en lo esencial con la que
nos impuso el trabajo psicoanalítico.14

Pero, por más central que sea la referencia a Fechner


en Freud, por más que le dé un sustento psicofísico a
su investigación que no encuentra psicólogos ni filósofos
donde apoyarse, los ángeles del Dr. Mises, hay que decir-
lo, no serán los principales protagonistas de la referencia
freudiana a Fechner…

Relaciones, movimientos y gravedad:


una danza

Esto es, como los ángeles son muchos, y como


cada uno, en tanto conviene a alguien nacido en un
estado bien ordenado, y mucho más en el estado me-
jor ordenado, toma en cuenta la existencia y los mo-
vimientos de los otros –lo que los astrónomos llaman
con necedad perturbaciones, cuando más bien son

14 Sigmund Freud, “Más allá del principio de Placer”, en Obras Comple-


tas, volumen 18, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, p 8.
106  marie bardet

consideraciones recíprocas– los ángeles disfrutan de


una inagotable multiplicidad de movimientos entre,
a través, y en torno a ellos, gracias a los cuales se
ofrecen lados siempre nuevos, en relaciones siempre
nuevas y cambiantes entre sí, y esta multiplicidad de-
safía a todo cálculo, como ocurre cuando se procura
calcular los movimientos de una sociedad de seres
humanos que se entrecruzan unos con otros. Aquí,
como allá, no se manifiesta más que un vaivén y un
hormigueo, cuyo significado y propósito solo com-
prenden aquellos que efectúan los movimientos.15

Y entonces surge la danza, como en la orilla de esta


anatomía comparada de los ángeles, en la articulación
entre el estudio comparativo de su forma y de las moda-
lidades de su sensibilidad, y la de sus actitudes sociales y
colectivas. Modo de ser “bien civilizado” dice Fechner,
pero menos según parece en el sentido de una “policía”
que hace aplicar las leyes, que de una educación16 de
“consideraciones recíprocas”, menos regida por la re-
petición de las reglas de un vivir en conjunto, que por
relaciones en parte renovadas, según una lógica incal-
culable y confusa cuyo sentido y movimiento, captables

15 Cf. supra, p. 51-52.


16 Se pierde en castellano el juego entre policé, civilizado, police, policía y
politesse, educación, del original francés. [N. del T.]
un pensamiento cuando se pone sensible  107

por aquellos que efectúan la danza, escapa a aquellos


que asisten a ella…
Resonancias indudables con lo que pueden hacer
nuestras danzas y sus búsquedas actuales de relaciones
inventadas y reinventadas, por ejemplo a partir del reto
de la improvisación, que habita fuertemente la creación
contemporánea, de diferentes maneras, y que juega a
regularse sobre una escucha y un hacer en conjunto, al
mismo tiempo. Improvisación en danza, que en sus ex-
presiones muy diversas, tiene como mínimo denomina-
dor común no la gran originalidad de lo absolutamente
nuevo, sino la renovación de la relación de composición
misma con la percepción de una situación y la ejecución
de un gesto. Relación fuerte con un contexto (temporal y
espacial e imaginado y memorial, etc.), y con el presen-
te. Apostando a menudo sobre un aquí y ahora espesa-
do con la escucha de sensaciones y de percepciones del
movimiento en curso mismo de gesto, un aquí y ahora
tejido por la relación gravitatoria a la vez constante y
siempre renovada.
Esta danza de los ángeles está ella misma determi-
nada por aquello que constituye su sentido primordial:
la relación con la gravedad. “Su sentido es el sentir de
la gravitación universal o de la fuerza de atracción,
que pone a todos los cuerpos en relación recíproca, y
es percibida por su núcleo viviente. Este sentido como
sensación de la fuerza pura no tiene en rigor emisario
108  marie bardet

que permanezca por detrás del tiempo, porque la gra-


vitación opera sin pérdida de tiempo; ni tampoco tie-
ne un cuerpo físico, dado que opera de manera pura
a través de todo el espacio”17. Una lógica del sentido
gravitatorio, que se da en el presente, presente de las
relaciones cuerpo a cuerpo sin necesario contacto to-
cante de una superficie definida con otra, (puesto que
la superficie [surface] apenas consistente de los ángeles
no tiene superficie [superficie] extensa definida que cons-
tituya su límite a contactar). En esta lógica gravitatoria
de los comportamientos recíprocos se redistribuyen en-
tonces necesariamente las extensiones e inextensiones
de los cuerpos y de los espacios, de los sentidos y de
los contactos18. De la gravedad, “este sentido cósmico”
nosotros, humanos, solo conocemos, dice Fechner, una
forma, que nos indica “[nuestro] propio centro de gra-
vedad [que] se encuentra posicionado respecto de la tie-
rra, posición que no [podemos] abandonar y que [nos]

17 Cf. supra p. 56.


18 Esa será la pregunta fundamental planteada por la princesa Elisabeth
a Descartes en su correspondencia de marzo a junio de 1643: ¿cómo el
alma mueve y es movida por el cuerpo? Necesariamente en un contacto
sin contacto, siendo este de un extremo al otro exclusivo de las extensiones
físicas. Es a partir de esta pregunta, repetida con insistencia por la prince-
sa en el curso de varias de sus cartas, que Descartes, en su respuesta del 28
de junio de 1643 ruega a la princesa Elisabeth que “[quiera] libremente
atribuir esta materia y esta extensión al alma”.
un pensamiento cuando se pone sensible  109

mantiene en su marcha erguida”19. Descripción fechne-


riana de nuestra propiocepción, que se extiende, según
su lógica comparativa e hiperbólica, a los ángeles, como
un perfeccionamiento de la nuestra, y les permiten una
infinita sensibilidad a las mínimas variaciones en todas
las direcciones al mismo tiempo: “la sensación corres-
pondiente con respecto a todo el universo”20.
Esta lógica del sentido gravitatorio extendida a los
ángeles conduce a Fechner, tal vez de manera aún
más sorprendente, a suministrar, con sus ángeles, una
“explicación” a una pregunta completamente funda-
mental y no obstante cotidiana en muchos casos de la
danza contemporánea: ¿se puede danzar sin música?
En el caso de los ángeles, dice, es la resonancia de cada
parte de su cuerpo entre sí la que instaura una música
inherente a la danza21. Ponerse a danzar no siguiendo
la línea rítmica de una música, sino al ritmo, no escan-
dido por un compás cualquiera, del propio movimiento,
balanceo gravitatorio, relación mutua, en definitiva,
con la gravedad.
Es tras esta aparición de la danza de los ángeles que
podemos leer (en el orden inverso de la cronología de
su publicación) el segundo tratado del Dr. Mises aquí

19 Cf. supra p. 57.


20 Ibídem.
21 Cf. supra p. 58.
110  marie bardet

pubicado Sobre la danza. En una lógica de exposición bas-


tante semejante al texto precedente, Fechner pretende
demostrar, a fuerza de peticiones de principio, deduccio-
nes pseudo-lógicas y repetidas apelaciones a la eviden-
cia del buen sentido, que la danza es la más perfecta de
las artes (puesto que los planetas mismos danzan entre
ellos) y que explica no solamente la anatomía, esta vez
humana (¿por qué, sino para danzar, este pie con forma
tan singular que le permite apoyarse y torcerse al mismo
tiempo?) sino también un ideal moral: la danza garanti-
za sin duda la salud física y psíquica.
Fechner pone en escena la prohibición de danzar
hecha a una muchachita, y por extrapolación a una
generación, volviéndose testigo y abogado a distancia.
Demuestra que esta prohibición es un ataque moral y
sanitario, que por sí solo explica el mantenimiento de la
función de los médicos y de los curas. En efecto si todo
el mundo danzara ya no habría necesidad, parece decir
Fechner, ni del servicio de unos para los males físicos,
ni de los otros para los males morales. Aquí también,
el paralelismo (o cóncavo/convexo) fundador de la teo-
ría fechneriana aplicada a la danza, a la danza tomada
como actividad social en el arte estacional de los bailes
de ciudades y poblados.
Danza de los planetas, danza de los ángeles, danza de
nuestros bailes, la danza vuelve y da vuelta y gira, como
un motivo fechneriano de la articulación entre sensibili-
un pensamiento cuando se pone sensible  111

dad, escucha, anatomía explicativa y modalidad de vivir


y hacer en conjunto.
En quien será recordado en la historia del pensa-
miento occidental como el gran experimentador de las
sensaciones, investigador incansable de las condiciones
de la relación entre materia y emoción, entre variacio-
nes de intensidad de una luz y el estremecimiento de un
alma, en aquel que no duda un segundo en atribuir un
alma a las plantas, en pasar bajo el ojo serio y burlón a
las criaturas celestes que son los ángeles, la danza viene
a ocupar el lugar de un ideal anatómico, poético y social,
al mismo tiempo. Absurdo, ciertamente, pero potente
hasta en su delirio mismo.

* * *
Esta primera edición se terminó de imprimir
en el mes de abril de 2017
en los Talleres Gráficos Elías Porter y Cía. srl,
Plaza 1202, Buenos Aires, Argentina.

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