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Luis Palau
1 de enero de 2017
El deseo más íntimo de nuestro Señor Jesucristo es que todos los suyos nos amemos,
vivamos en unidad y no permitamos que nada nos divida ni nos separe. Dios hizo todo
lo que tenía que hacer y el resultado es que somos un solo cuerpo en Cristo pues
estamos unidos por la fe. Somos uno en Jesucristo; somos más que hermanos; carne
de su carne y hueso de sus huesos. Es hora de practicar esta verdad frente a un
mundo muy dividido.
Siendo Hijo de Dios, en su omnisciencia veía los siglos y las generaciones, y veía
divisiones entre los cristianos. Por eso su clamor fue que seamos uno, tal como el
Padre y el Hijo.
Eso no significa que debamos actuar como si las diferencias no existieran. La gente
pensante e inteligente tiene diferencias de opinión. No estamos de acuerdo
absolutamente en todo, pero somos uno en Cristo, de manera que podemos orar
juntos, ministrar juntos y, sobre todo, proclamar su nombre juntos frente al mundo.
Debe haber unidad, no uniformidad.
Cristo sigue: "[...] para que el mundo crea que tú me enviaste". La unidad tendrá un
efecto profundo en el mundo que nos ve, nos critica y, a veces, nos aborrece. Esta
unidad los convencerá de que Jesucristo proviene del Padre y vino para salvarnos.
Los festivales masivos unidos dicen al mundo que tenemos una fe en común que nos
une en el amor de Jesucristo y en amor entre nosotros. "El amor que tengan unos por
otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos" (Juan 13:35 NTV).
Es hora de olvidar las diferencias; entender la unidad que Dios nos ha concedido;
demostrarla en la práctica; y ganar este mundo para nuestro Salvador.
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Luis Palau
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