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IMPULSO INVOLUCIONARIO:
Pliegue · Follow
69 min read · Mar 5

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Las ecologías afectivas y las ciencias del encuentro entre plantas e


insectos
Por Carla Hustak y Natasha Meyer

Traducción por Daniela Céspedes, colectivo Pliegue

Edición por Tomás Flores, colectivo Pliegue

Material realizado y liberado gratuitamente por Colectivo Pliegue. Texto


correspondiente a nuestro Grupo de estudio Nuevas Epistemologías (en
instagram: @pliegue, Youtube: Producciones Pliegue). Si deseas colaborar
traduciendo otros artículos de forma voluntaria o mejorar esta traducción,
escríbenos a producción@pliegue.cl
:
Los naturalistas llevan mucho tiempo fascinados con las prácticas mediante
las cuales las plantas atraen a sus insectos y animales polinizadores. Las
orquídeas son una de las grandes familias de plantas que han llamado la
atención, por las técnicas que utilizan para asegurar la fertilización. Charles
Darwin fue uno de los naturalistas del siglo XIX que invirtió tiempo en
documentar los encuentros entre orquídeas e insectos.
:
Tras años de estudio intensivo, su tratado de 1862, Sobre los diversos artificios
por los que las orquídeas son fecundadas por los insectos exclamaba: “[C]uán
numerosos y bellos son los artificios para la fecundación de las orquídeas”. En
su descripción de la especie Orchis mascula, insistió, “[E]n ninguna otra planta,
o de hecho en casi ningún animal, pueden las adaptaciones de una parte a la
otra, y del conjunto a otros organismos muy alejados en la escala de la
naturaleza, pueden ser considerados más perfectos que las que presenta esta
Orchis” (28). Desde el punto de vista de su teoría de la selección natural, los
cuerpos de las orquídeas y de los insectos estaban perfectamente articulados
entre sí, sirviendo tanto para la reproducción de las orquídeas como para la
alimentación de los insectos. Darwin se deleitó con su capacidad para
discernir la funcionalidad mecánica y la utilidad de las orquídeas y tomó esto
como una demostración de que incluso, las formas bellas tenían valor
utilitario y adaptativo. En este sentido, su libro sobre las orquídeas debía
leerse como una prueba de la existencia de la selección natural y la
adaptación, de hecho, como un estudio del caso más difícil (Browne, Charles;
Desmond y Moore).

Los investigadores que estudian la ecología de la polinización de las plantas


hoy en día se enfrentan a un conjunto de teorías evolutivas que se han
modificado significativamente desde la elaboración de Darwin de la selección
natural en su Origen de las Especies de 1859. Los comportamientos de las
plantas y los insectos se basan ahora en modelos deterministas, que reducen
las interacciones entre especies a la acción de “genes egoístas” orientados a
la tarea de reducir el gasto energético de un organismo, mientras se
maximiza su aptitud reproductiva para la supervivencia de la especie a largo
plazo (véase Dawkins, por ejemplo). Este tipo de argumentos neodarwinistas
son endémicos en el floreciente campo conocido como “ecología química”
(véase Dicke y Takken, por ejemplo). Los investigadores de este campo se
centran en los determinantes químicos que conforman las relaciones
:
ecológicas, incluidas las feromonas y otras sustancias químicas de
señalización que secretan los organismos para atraer, repeler y comunicarse
entre sí. Si Darwin describió la brillante gama de colores, formas flexibles,
texturas sensuales y néctares dulces que atraían a los polinizadores hacia las
flores de las orquídeas, hoy los ecólogos químicos se acercan a las plantas con
la atención y los instrumentos adecuados a las nubes de atractores químicos
volátiles que las plantas sintetizan y liberan en la atmósfera.

La lógica neodarwiniana es particularmente pronunciada en los estudios que


se realizan actualmente sobre las orquídeas Ophrys (véase, por ejemplo,
Vereecken y Scheistl; y Vereecken et al.). Muchas de las numerosas especies
que componen el género Ophrys tienen la notable capacidad de atraer a los
polinizadores a pesar de que no ofrecen a los insectos una “recompensa” de
néctar. Los ecologistas químicos han descubierto que las especies de Ophrys
pueden atraer a sus polinizadores de forma selectiva exhalando compuestos
volátiles que imitan las feromonas sexuales de sus insectos polinizadores.
Estas nubes volátiles pueden provocar comportamiento sexual “típico” en los
insectos macho: por ejemplo, los científicos han observado que las abejas
macho excitadas se arremolinan alrededor de las flores, exponen sus
genitales antes de aterrizar y realizan “movimientos precopulatorios”
mientras intentan fervientemente copular con ellas (Nilsson 257). Al hacerlo,
las abejas participan “inadvertidamente” en la fecundación de las orquídeas.
Estudios recientes sobre el comportamiento de los polinizadores señalan que
las abejas macho incluso “intentan regularmente copular con pequeñas
cuentas de plástico perfumadas con mezclas sintéticas” tanto de feromonas
sexuales femeninas como de extractos florales (Vereecken et al. 330). El
señuelo aromático de las orquídeas Ophrys se ha convertido en un caso de
manual sobre la estrategia evolutiva conocida como “engaño sexual”, una
forma de mimetismo “Pouyaniano”, llamado así por el botánico francés que
describió por primera vez el fenómeno (Vereecken y Schiestl 329; Correvon y
:
Pouyanne). También conocido como mimetismo “agresivo”, esta estrategia
permite a las orquídeas Ophrys aprovechar las inclinaciones sexuales de los
insectos macho para sus propios fines. Las orquídeas aparecen en estos relatos
como “fraudes” involucrados en una “estafa sexual” (Nilsson 255; Vereecken y
Schiestl). En esta historia, las “respuestas conductuales innatas” de los
insectos macho son explotadas (Vereecken y Schiestl 7484). Los insectos son
identificados como “incautos” que han caído en una señal que finge el olor de
sus hembras congéneres (Vereecken y Schiestl 7486).

Ofrecemos este ejemplo del mimetismo de Ophrys para mostrar cómo los
relatos que están surgiendo en el campo de la ecología química restringen las
narrativas de las relaciones entre especies. En este relato, el comportamiento
del organismo se racionaliza según una lógica calculadora y funcionalista.
Por ejemplo, según L. Anders Nilsson, la excitación de los insectos y la
exhibición de las orquídeas no deben exceder los de una lógica económica
orientada a minimizar el gasto de energía y recursos, y maximizar el
“rendimiento reproductivo”. Preocupado por los efectos del mimetismo de
Ophrys en la conservación de las energías sexuales de las abejas macho,
Nilsson llega a asegurar a sus lectores que las abejas macho pueden
diferenciar entre las flores y las hembras y que, aunque se excitan, “la
eyaculación no se produce en las flores”: “Sólo la excitación sexual suficiente
más que una excitación completa, a un nivel que evita el agotamiento del
polinizador y la pérdida de esperma” (257). Siguiendo una formulación
neodarwiniana, el mimetismo de Ophrys no debe ser demasiado eficaz, pues
de lo contrario, la población de sus polinizadores declinaría (véase también
Vereecken y Scheistl). Obsérvese también cómo cualquier indicio de intimidad
entre especies está cuidadosamente restringido en este relato.

El acontecimiento de la polinización en estos relatos es un encuentro


decididamente “asimétrico” (Nilsson 259). Las declaraciones recientes en la
:
literatura se resisten a utilizar el término “coevolución” para describir este
fenómeno en Ophrys. Dado que las orquídeas Ophrys no ofrecen alimento a los
insectos visitantes, el evento de polinización no se considera un encuentro
mutuamente beneficioso; sino que se trata de un fenómeno engendrado por
una “adaptación unilateral” de la orquídea a la abeja (Vereecken et al. 330).
Según este planteamiento, las orquídeas son las únicas participantes que
obtienen un beneficio del encuentro, y los insectos se vuelven pasivos ante las
artimañas de las plantas. Aunque se les conceda el poder de engañar, estas
plantas siguen figurando como actantes mecánicos: sus químicos aromáticos,
en una sintonía casi perfecta, no son proposiciones ingeniosas; son
simplemente los efectos ciegos de la variación genética en curso, sometida a
las fuerzas selectivas impuestas por sus polinizadores. Una economía
neodarwiniana, al parecer, no puede admitir el placer, el juego o la
improvisación dentro de las especies o entre ellas.
:
Figura 1 Intimidades orquídea/insecto: Orquídeas Ophrys y sus polinizadores. Ilustraciones de Inga
Thomasson. Reimpreso de Kullenberg y Bergström, “Hymenoptera Aculeata Males as Pollinators of
Ophrys Orchids” con permiso de John Wiley and Sons, Inc.

Este ensayo propone una lectura alternativa de la ecología de plantas e


insectos. En lugar de reafirmar esta historia neodarwiniana, trabajamos “a
contracorriente” de la lógica dominante en la ecología de las plantas.
Seguimos al antropólogo de la ciencia Stefan Helmreich, que identifica las
teorías como herramientas explicativas y como fenómenos que necesitan ser
explicados (Alien). Él afirma que los enfoques “transversales, oblicuos”, o
“laterales” a las teorías explicativas “pueden producir representaciones
convincentes de un mundo real” (23). Leemos a contracorriente del
neodarwinismo para encontrar otros modelos para una ciencia de la ecología.
Para ello es necesario leer con los sentidos puestos en sintonía con las
:
historias contadas, en registros que de otro modo estarían silenciados.
Trabajando en contra de las lógicas reduccionistas, mecanicistas y
adaptacionistas que fundamentan las ciencias ecológicas, ofrecemos una
lectura que amplía los relatos de las prácticas creativas, improvisadas y rápidas
a través de las cuales las plantas y los insectos participan en la vida de los
demás. En este ensayo complementamos la lógica evolutiva con un modo
involutivo de atención. Nos preguntamos: ¿Y si la topología de los encuentros
insecto/orquídea estuviera condicionada no sólo por una economía
calculadora que busca maximizar la aptitud, sino que también por una ecología
afectiva, conformada por el placer, el juego y la experimentación?

¿Cómo cambiaría, por ejemplo, la historia de la polinización de Ophrys, si


reescribiéramos estas relaciones en modo involutivo? Amplias claves para una
lectura involucionaria pueden hallarse en la literatura. Los estudios de campo
sobre la polinización de las orquídeas Ophrys por parte de las abejas,
realizados en la década de 1970, enfatizaron la tactilidad y la fisicalidad del
sexo entre orquídeas e insectos. Estos estudios mostraron que la estructura del
labelo de la Ophrys y la “dirección de los pelos” de su epidermis son
“esenciales” para la experiencia del insecto al iniciar la “cópula” con la flor
(Kullenberg y Bergström 20–21; Kullenberg) (véase la figura 1). Una larga
historia de investigación sobre la sensibilidad al tacto de las plantas (véase
Bose; Braam; Darwin y Darwin, Power of Movement) atestigua la excitabilidad
de los tejidos vegetales, y como veremos, los experimentos de Darwin en la
década de 1860 demostraron que las orquídeas pueden alterar su anatomía en
respuesta a los insectos visitantes. Estudios más recientes demuestran la
importancia de la microestructura de los pétalos de las orquídeas y su
colorido, y sugieren que estas características atraen a los machos a
“entregarse” a los placeres de la pseudocopulación (véase, por ejemplo,
Bradshaw et al.). Un estudio reciente sobre las abejas de las orquídeas
neotropicales sugiere incluso que estos insectos recogen sustancias químicas
:
volátiles de las flores y las “almacenan” en “bolsas” para “exponer después sus
‘perfumes’” durante las exhibiciones de cortejo (Shorkhopf, Mitko y Eltz 953).
En lugar de proponer teorías de “adaptación unilateral”, estos relatos
enmarcan a las orquídeas y sus polinizadores en un modo “coevolutivo”
(Bradshaw et al.) que llama la atención sobre las prácticas que unen a plantas e
insectos en una asociación multisensorial cargada de afecto. En una lectura
involutiva, las relaciones miméticas entre plantas e insectos toman forma en el
espesor del espacio entre los cuerpos donde los afectos y las sensaciones se
transducen a través de tejidos excitables. [1] En este sentido, el poder mimético
de los aromas seductores de Ophrys no tiene por qué reducirse al resultado de
la ventaja selectiva de las mutaciones aleatorias. En una lectura involucionista,
la mímesis es un efecto y una constelación de afectos inmanentes a los
cuerpos responsivos, sensibles y sensitivos.

Este ensayo llama la atención sobre los afectos, las sensaciones y las prácticas
que conforman las relaciones en las ecologías de planta/insecto. A lo largo del
ensayo desmenuzamos el concepto de impulso involutivo para explorar un
enfoque feminista de la relacionalidad entre especies. Reunimos las teorías
feministas del afecto, la diferencia y la responsabilidad para articular lo que
Isabelle Stengers podría llamar una “ecología de las prácticas” (Cosmopolitics)
entre las plantas, los insectos y los científicos que ponen de manifiesto sus
intrincadas relaciones.

Comenzamos este análisis visitando a Darwin en su casa a las afueras de


Londres y observándolo mientras documentaba los detalles de la anatomía de
los insectos y las orquídeas. Donde su obra de 1859, Origen de las Especies, le
permitió elaborar una visión panorámica del cambio en las especies
individuales a lo largo del tiempo evolutivo, su trabajo sobre las orquídeas lo
envolvió en los ritmos diarios y en los encuentros mundanos de las especies
mezcladas, cuyas intimidades extrañas y desconocidas desafiaban las
:
suposiciones sobre los límites corporales y de las especies. De hecho, cuando
Darwin centró su atención en los encuentros íntimos entre las orquídeas y sus
insectos polinizadores, sus relatos funcionalistas sobre la adaptación se vieron
a veces silenciados por historias de afinidades, atracciones e intimidades. La
propia práctica experimental de Darwin adopta la forma de una etología
sensible a las prácticas de las plantas y los insectos. Al rastrear sus técnicas
experimentales multisensoriales nos encontramos con que se inclina hacia el
evento de la polinización para imitar tanto a los insectos como a las orquídeas,
mientras intenta generar pruebas experimentales de los mecanismos de la
fecundación. Junto con los insectos, Darwin fue capturado en la órbita de estas
seductoras plantas. Este ensayo documenta cómo su práctica experimental
inquisitiva y multisensorial lo tuvo afectivamente enredado en el acontecimiento
de la fertilización. [2] Cuando amplificamos los modos de atención e
implicación de Darwin en los ritmos diarios de la vida entre insectos y
orquídeas, encontramos en su relato los contornos nacientes de una ecología
afectiva que constituye la base de una ciencia de las relaciones interespecies.
[3]

La investigación de Darwin se opone a los relatos neodarwinistas


contemporáneos que reducen las complejas relaciones entre las orquídeas y
los insectos de tal manera que anulan la capacidad de acción de las orquídeas
y los insectos y hacen que las ecologías estén pobladas por autómatas ciegos y
reactivos. Con la esperanza de reimaginar la ecología en un modo involutivo,
nos dirigimos al campo más amplio de la ecología química para desarrollar
una lectura involutiva de la investigación contemporánea sobre la señalización
de las plantas y la comunicación entre especies. Los investigadores de este
campo se han interesado especialmente por las plantas y están descubriendo
que estos organismos pueden catalizar ecologías enteras sintetizando y
dispersando señales químicas volátiles. En el proceso, están produciendo
fascinantes reportes de las plantas como practicantes [practitioners] con el
:
ingenio y el “know-how” para “hacerse amigas” de los insectos y “defenderse”
de los herbívoros. Pululando bajo la superficie de los relatos neodarwinistas de
los ecologistas químicos, encontramos los destellos de una ecología afectiva
contorneada por afinidades y repulsiones, y repleta de plantas elocuentes y
otros organismos locuaces. La segunda mitad de este artículo documenta la
inserción de los investigadores y sus instrumentos en medio de una ecología
efusiva plena de interacciones entre señales químicas. Como primer paso para
reunir estos hilos dispares situamos nuestro giro trópico hacia las ecologías de
las plantas en el contexto de los trabajos recientes sobre las vidas y los mundos
más-que-humanos.

Un giro tropical hacia las ecologías vegetales

Presentadas en la mayoría de los casos como los objetos estáticos y estéticos de


los cuadros de naturaleza muerta, las plantas son situadas habitualmente en la
parte inferior de esas persistentes jerarquías de los seres vivos que identifican
el movimiento hacia el exterior y la acción como signos de agencia y vitalidad.
Las plantas tienden a ser dejadas en la maleza, relegadas a un segundo plano
en el que se desarrolla la acción real del mundo. Y, sin embargo, los
profesionales que trabajan estrechamente con las plantas ofrecen una
perspectiva novedosa. En The Aliveness of Plants, de Peter Ayrs, se señala que
Darwin es más conocido por su trabajo sobre los animales. Sin embargo, esta
fama oculta su compromiso a largo plazo con los estudios botánicos [4], un
compromiso que compartió con muchos miembros de su familia, incluido su
abuelo Erasmus Darwin, famoso por su animado relato poético de la vida y los
amores de las plantas [5]. Los otros entusiastas de las plantas incluyen a Marie
Stopes, una conocida botánica británica de principios del siglo XX y defensora
del control de la natalidad, que reconoció que las plantas habían sido pasadas
por alto por la gran atención prestada a los animales en el pensamiento
evolutivo. En su libro Ancient Plants, Stopes señaló: “Tan silenciosamente y tan
:
lentamente [las plantas] viven y se mueven que, en nuestro apresurado
movimiento, a menudo olvidamos que pertenecen, al igual que nosotros, a los
organismos vivos y en evolución” (174; véase también Hustak). Como Stopes, la
Premio Nobel Barbara McClintock tenía un “sentimiento” por la vida dinámica
de las plantas (Keller). Ella era genetista de maíz y pasaba los veranos
experimentando con el maíz en campos de pruebas agrícolas. Se sentía
obligada a seguir el ritmo de sus plantas mientras crecían bajo el cálido sol del
verano. Vio más allá de las formas estáticas que normalmente registramos:
“Los animales pueden caminar, pero las plantas tienen que quedarse quietas
para hacer lo mismo con ingeniosos mecanismos”. Según ella, las plantas
pueden “hacer casi cualquier cosa que se les ocurra” y tienen inmensas
capacidades para el movimiento de maneras que están “fantásticamente más
allá de nuestra imaginación” (199–200). Para Stopes, McClintock y muchos de
los practicantes que documentamos en este ensayo, las plantas son practicantes
[practitioners] que viven vidas activas con una extraordinaria destreza sensorial
y una predilección por los comportamientos innovadores.

En The Vegetative Soul, Elaine Miller sostiene que los recientes estudios
feministas sobre lo no humano siguen valorando la actividad del animal por
sobre la aparente pasividad de la planta [6]. Los enfoques sobre lo no humano
tienden a privilegiar el “valor de encuentro” de los organismos que los
humanos pueden “tener en cuenta”, es decir, aquellos animales junto con los
cuales podemos cerrar los ojos (Haraway, When Species) [7]. Sin embargo, si la
atención a los animales puede hacer que los investigadores queden atrapados
en un circuito afectivo que se repite de forma iterativa y recursiva entre
humanos y animales, sostenemos que la investigación sobre las plantas nos
hace correr por los rizomas hacia una ecología interespecífica. Los cuerpos de
las plantas son extensos, dispersos y enmarañados: “[A]ún cuando tienen
raíces, siempre hay un exterior en el que forman un rizoma con otra cosa: con
el viento, con un animal, con los seres humanos” (Deleuze y Guattari 11) [8].
:
Gilles Deleuze y Félix Guattari nos instan a “seguir las plantas”, y lo que
aprendemos es que para seguirlas hay que sumergirse en el suelo, mezclarse
con hongos y microbios simbióticos, conversar con los insectos y dejarse
llevar por otros cultivadores de plantas, sólo algunos de los cuales son
humanos [9]. Uno se encuentra inmediatamente en la espesura de las
relaciones entre especies, una maraña de “seres y hechos” (Schrader) cargada
de afectividad. Los cuerpos distribuidos y descentralizados de las plantas
pueden verse como un “nodo de acción duradera” en torno al cual giran otras
relaciones (Haraway, Modest_Witness 142). De este modo, las plantas pueden
enseñarnos a intensificar el “valor de encuentro” en cualquier ecología. Es a
Darwin a quien acudimos en busca de guías para este mundo interespecies.

Darwin entre las orquídeas

“He tenido mucha suerte y ahora he examinado casi todas las orquídeas británicas
frescas, y cuando esté en la costa edactaré un artículo bastante largo sobre los
medios de su fertilización para la Linn. Soc. y no puedo imaginar nada más perfecto
que los muchos y curiosos ardides. No descansaré hasta ver un Catasetum expulsar
masas de polen y un Mormodes torcer su columna”

Charles Darwin

A lo largo de unos veinte años, Charles Darwin produjo seis volúmenes


dedicados al estudio de las plantas. Pero fueron las orquídeas, con sus
ornamentadas estructuras florales, sus colores y sus olores, las que captaron
toda su atención. Confesó en una carta a J. D. Hooker el 13 de octubre de 1861:
“Nunca me interesó más un tema en mi vida que el de las orquídeas”. En una
carta anterior insistía en que “no descansaría” hasta que viera por sí mismo
cómo estas plantas en flor se dedicaban a sus increíbles “ardides” para atraer
a los insectos polinizadores (9 de junio de 1861). Estaba obsesionado. De
hecho, había pasado años coleccionando especímenes de orquídeas y
:
maravillándose con las artísticas anatomías con las que atraían a los insectos
para polinizar sus flores (Browne, Charles).

Cuando Darwin publicó De las varias ardides por las cuales las orquídeas
británicas y extranjeras son fertilizadas por insectos en 1862, consideró a las
orquídeas como un caso específico para ilustrar la amplia teoría evolutiva
desarrollara en el Origen de las especies (Browne, Charles 200). Uno de los
principios de esta teoría era que las especies se benefician de la reproducción
sexual con otros miembros de su especie. Un corolario era que la
autopolinización -la producción de una nueva generación a partir de un
individuo que alberga tanto órganos reproductores “masculinos” como
“femeninos” — es perjudicial para mantener la variación en una población. Al
principio de su trabajo sobre las orquídeas, Darwin explica que El origen de las
especies “sólo daba razones generales para creer que es una ley casi universal
de la naturaleza el que los seres orgánicos superiores requieran de un cruce
ocasional con otro individuo”. Su texto sobre las orquídeas, sin embargo,
demostraría la plenitud de esta convicción a través de una estrecha
investigación de los intrincados mecanismos por los que estas plantas evitan la
autofecundación y aseguran la fecundación cruzada con otras (On the Various
Contrivances 1): “La diversidad de los artificios, casi todos adaptados para
favorecer el entrecruzamiento de flores distintas, parece no tener límites”
(158) [11]. Admitió que las formas ancestrales de las orquídeas pueden haberse
reproducido, pero que su supervivencia reproductiva dependía del desarrollo
de relaciones con insectos polinizadores que pudieran facilitar la
reproducción mediante fecundación cruzada. Resulta que las orquídeas
estaban atrapadas en un ensamblaje interespecífico que perturbaba las
sexualidades normativas victorianas y los límites de las especies.

Aunque su intención era utilizar a las orquídeas como caso de prueba para
sacar los detalles locales y particulares de la teoría evolutiva (Burkhardt),
:
leemos a Darwin a contracorriente de su lógica evolutiva. A nosotras nos
interesan los momentos de perplejidad, exceso y tirón afectivo: momentos en
los que quedó atrapado en el impulso energético que reúne a los organismos en
complejas relaciones ecológicas. Sus estudios sobre insectos que fecundan
orquídeas nos ofrecen un retrato de alta resolución del tipo de afinidades a las
que había aludido en la famosa metáfora del “banco enredado”. En efecto, es
en la conclusión del Origen de las especies donde se encuentra a sí mismo
“contemplando” la “inextricable red de afinidades” de “un banco enredado
vestido con muchas plantas de muchas clases, con pájaros cantando en los
arbustos, con varios insectos revoloteando, y con gusanos arrastrándose por la
tierra húmeda” (489). En la conclusión del Origen de las especies, Darwin amplía
su punto de vista desde las trayectorias evolutivas de las especies individuales
hasta una consideración de las relaciones ecológicas. Este “banco enredado”
describe un medio momentáneo contorneado por múltiples especies que se
involucran en la vida de las demás [12]. Sólo tres años más tarde, en su tratado
de 1862 sobre la polinización de las orquídeas, vislumbramos que se involucra
en una “red inextricable de afinidades” y que ofrece los atisbos de lo que
podría llamarse una ecología afectiva de los encuentros planta/insecto. En
secciones posteriores de este ensayo se examinará lo que está en juego en una
lectura involucionista de la fitoecología, pero por ahora centraremos nuestra
atención en los experimentos de polinización de Darwin.

Formas experimentales de vida

Viviendo en Down House, en la campiña inglesa, Darwin encontró no sólo un


hogar propicio para el estudio, sino también un laboratorio. La obra de
Michael Boulter, El jardín de Darwin, ha destacado la importancia de Down
House como “un lugar que podría ofrecer pistas sobre transmutación,
diferente de lo que entonces se ofrecía en los museos y sociedades científicas”
(23). En este hogar y laboratorio experimental habitaban, entre otros muchos
:
organismos, plantas, palomas, percebes y colaboradores de Darwin, entre los
que se encontraban miembros de su familia. Los habitantes de Down House
formaban una ecología afectiva [13]. Darwin y sus hijos trazaron patrones de
vuelo de las abejas y de sus visitas a las orquídeas silvestres que crecían en los
campos cercanos (Desmond y Moore 460; Smith 137). Cerca de su escritorio,
Darwin podía recurrir cómodamente a sus colecciones de insectos y a sus
plantas. Junto a las ventanas, colocaba plantas en macetas para observar
detenidamente los efectos de la luz y la oscuridad en los tropismos y el
crecimiento de las mismas (Chadarevian; Darwin y Darwin, Power of
Movement). Aunque Darwin estudió muchas plantas, su fascinación por las
orquídeas es bien conocida (Browne, Charles 169). En su biografía de Darwin,
Adrian Desmond y James Moore afirman que, después de que Darwin pasara
por su fase de los percebes y su obsesión por las palomas, se vio
completamente envuelto en el ámbito de las orquídeas [14]. En su jardín o en
algún claro cercano, a menudo se concentraba en las mismas flores durante
largos períodos de tiempo. Se empeñaba en captar a las abejas “trabajando” y
dedicaba una atención especial a la geometría precisa de las interacciones
entre las orquídeas y los insectos durante la polinización (On the Various
Contrivances, 113) [15]. Stengers ha utilizado el concepto de “logro” para
comprender la participación colectiva de agentes más- que-humanos en un
mundo cambiante (“Including Nonhumans”). La casa y el jardín de Darwin
eran espacios experimentales que proporcionaron un lugar para este tipo de
logros entre especies.
:
:
Figura 2a. Anatomía de una orquídea, Orchismascula. Ilustración de G. B. Sowerby

En su práctica experimental, Darwin entabló una relación sensorial con sus


sujetos de experimentación [16]. Jonathan Smith ha comentado el carácter
distintivo de la botánica de Darwin, describiéndola como “experimental y
fisiológica, sin que huela a laboratorio” y “teóricamente informada pero
cuidadosamente descriptiva” (139). Smith hace hincapié en las dimensiones
sensoriales de las observaciones científicas de Darwin.

Figura 2b. Características anatómicas etiquetadas. [Se muestra traducción de texto reimpreso por
autoras con permiso de John van Wyhe, ed. 2002-. La obra completa de Charles Darwin Online
:
(http://darwin-online.org.uk/).

Vemos que el método de Darwin se rehusa a emular el modelo idealizado de


un observador científico imparcial y desvinculado [17]. Participó activamente
con sus sujetos de experimentación, hasta el punto de que se sintió conmovido
por ellos.

El relato de Darwin sobre la fecundación de las orquídeas se centra


especialmente en cuatro partes anatómicas: la probóscide del insecto, la larga
lengua con la que absorbe el néctar; el rostelo de la orquídea, el tejido que
separa los órganos reproductores femeninos de los masculinos, que a menudo
contiene un líquido viscoso; el labelo, un pétalo que a menudo sirve como
punto de aterrizaje para los insectos y sirve para guiarlos hacia los nectarios; y
los polinios, sacos que contienen polen para fecundar otras flores. Investigó
las anatomías de cientos de especímenes de orquídeas, prestando mucha
atención al color, la textura, la fuerza, la flexibilidad y la elasticidad de los
tejidos, y la viscosidad, el olor y el sabor de sus fluidos. El texto original de
Darwin estaba ilustrado con intrincados dibujos que diagramaban las
características anatómicas de cada especie que examinaba. La figura 2a ilustra
las características anatómicas de la Orchis mascula; es una de las primeras
figuras que aparecen en su texto. [18]

Darwin se enfocó intensamente en las zonas de interacción donde las abejas y


las orquídeas se involucraban en la vida del otro. Observó ávidamente a los
insectos chupar el néctar, observando cómo algunos lamen el nectario durante
más de dos o tres minutos. Tomó nota especialmente del labelo de cada
especie, ese pétalo especial que se extiende fuera de la flor como una
plataforma y “ofrece” un “excelente espacio de aterrizaje” (On the Various
Contrivances, p. 98) y un “buen lugar de apoyo” (57) para los insectos. En una
especie, mostró cómo sus “dos crestas prominentes, inclinadas hacia el
centro” actuaban como una “guía” para atraer al insecto hacia el nectario. El
:
“cuerpo flexible” del insecto le permitía alcanzar el nectario y entrar en
contacto con los polinios (25). Sin embargo, no bastaba con afirmar que el
insecto utilizaba el labelo como plataforma. Quería entender cómo el labelo
“inducía” al insecto a “posarse” (77). Para ello, observó los placeres del gusto
que podían atraer al insecto. En un caso observó que el labelo secretaba gotas
de néctar tentadoras a cierta distancia del “verdadero nectario” (77).

Darwin identificó el labelo de la orquídea como uno de los muchos artilugios


que atraían a los insectos hacia sus órganos reproductores. Lo que más le
impresionó fue sobre todo el modo en que las orquídeas se aseguraban de que
los insectos visitantes abandonaran sus flores con sacos de polen adheridos a
sus cuerpos. Observó las flores día y noche y observó cuidadosamente a los
insectos visitantes, anotando especialmente que las flores habían perdido sus
polinias y que los insectos se las llevaban con ellos. Descubrió que cuando los
insectos buscaban néctar, una orquídea a menudo “depositaba” activamente su
polinio en algún lugar del cuerpo del insecto. En algunos casos, las orquídeas
harían todo lo posible para asegurar que el insecto visitante se fuera con
polen. En su revisión de 1877 de Sobre varios ardides, observó que en algunas
especies la labella no invitaba tan inocentemente al insecto a descansar. Estas
orquídeas eran “extremadamente sensibles o irritables” y los labelos tenían
una habilidad de tipo resorte que se activaba al contacto. En estos casos, un
“insecto que hace contacto” que se posaba en la flor quedaba “temporalmente
aprisionado dentro de la flor, que de otro modo estaría casi completamente
cerrada”, cuando ésta se cerraba (2a ed. 87). El labelo permanecía “cerrado de
media hora a una hora y media, y al volver a abrirse” volvía a ser “sensible al
tacto” (88). Los tejidos de las orquídeas eran para Darwin excitables, y estas
notables plantas podían alterar activamente su anatomía, retorciéndose,
girando y torciendo sus formas en respuesta a los insectos visitantes.

En su carta a J. D. Hooker citada en el epígrafe más arriba, Darwin insiste en


:
que “nunca descansaría” hasta ver a un “Catasetum expulsar masas de polen, y
a un Mormodes torcer su columna” (9 de junio de 1861). Ambas especies
tienen ingeniosos mecanismos que les permiten lanzar sus masas de polen
con gran fuerza a los insectos visitantes (véanse las figuras 3 y 4). Tuvo la
oportunidad de observar estas especies cuando se le enviaron especímenes a
su casa. Sin embargo, tuvo que someter las flores a una intensa
experimentación antes de de que pudiera presenciar el espectáculo de la
eyección de polen:

“Me enviaron varias flores [de Catasetum] por correo y por el ferrocarril, y debieron
de ser muy sacudidas, pero no explotaron. Dejé caer dos flores desde una altura de
dos o tres pulgadas sobre la mesa, pero las polinias no fueron expulsadas. Corté de
golpe con unas tijeras el grueso labelo y el ovario cerca de la flor; pero esta violencia
no produjo ningún efecto. Ni tampoco pinchazos profundos en varias partes de la
columna, incluso dentro de la cámara estigmática.” (On the Various
Contrivances, p. 24)

Darwin estaba sorprendido. Otras especies resultaron ser mucho más


sensibles. En una especie encontró que “un toque del más fino cabello
humano es suficiente para causar la explosión” que liberaría el polinio (142).
En el caso de Catasetum, llegó a extremos para probar la “naturaleza de la
excitación” que provocaba la eyección del polen (224). En cinco ensayos con
una especie de Catasetum “golpeó, dobló y pinchó violentamente” su antena.
Este enfoque agresivo no pareció provocar ninguna respuesta. Luego, cuando
tocó el lado izquierdo de la flor con menos fuerza, el polinio “salió disparado”.
En su sexta prueba, Darwin dio “un golpe fuerte en la antena derecha”. Esto
aparentemente “causó el acto de expulsión”, de lo cual aprendió que la
orquídea “no estaba completamente paralizada” por sus pruebas (228).
:
:
Figura 3: Catasteum saccatum, se muestra la visión frontal de la columna (A) y la visión lateral de la
flor (B), con todos los sépalos y pétalos removidos excepto el labelo. Etiquetas anatómicas: a. antelo;
an. antenas del rostelo; d. disco del polinio; f. filamento del antelo; g. germen o ovario; l. labelo; p.
masas-polen; pd. pedúnculo del polinio; s. cámara estigmática. Ilustración de G. B. Sowerby.
Reimpreso con permiso de John van Wyhe, ed. 2002-. The Complete Work of Charles DArwin Online
(http://darwin-online.org.uk/).
:
Figura 4: Mormodes ignea, se muestra la vista lateral de la flor, con los sépalos superior y proximal
cortados. Etiquetas anatómicas: a. antelo; pd. pedúnculo del polinio; s. estigma; l. labelo; ls. sépalo
inferior. Ilustración de G. B. Sowerby. Reimpreso con permiso de John van Wyhe, ed. 2002-. The
Complete Work of Charles Darwin Online (http://darwin-online.org.uk/).

Cuando especies de Mormodes llegaron a su casa, se enfrentó a retos similares.


Pasó días arduos con estos especímenes, realizando ensayo tras ensayo en su
intento de averiguar su peculiar mecanismo. Al principio tuvo poco éxito:
“Pinché profundamente la columna en diferentes partes y el estigma, y corté
los pétalos, e incluso el labelo, sin provocar la expulsión del polinio” (260).
Tomó medidas drásticas: “A una gota de cloroformo, de aguardiente de vino y
de agua hirviendo sobre esta parte del rostelo, ni tampoco, para mi sorpresa,
la exposición de toda la flor al vapor de cloroformo” (261). Admite con
franqueza: “Al final de la duodécima prueba estaba desesperado” (261–62). Sin
embargo, perseveró y finalmente encontró que “una minúscula bisagra” que
“articulaba” la antera a la columna “un poco por debajo de su ápice
filamentoso doblado” era, de hecho, “sensible al tacto”:

“Lo intenté cuatro veces y descubrí que podía tocar con cierta fuerza cualquier otra
parte; pero cuando toqué suavemente este punto con la aguja más fina,
instantáneamente la membrana que une el disco a los bordes de la cavidad en la que
se aloja se rompió y el polinio salió disparado hacia arriba y se posó en la cresta del
labelo [. . .]. Ahora supongamos que un insecto se posa en la cresta del labelo (y
ningún otro lugar de aterrizaje conveniente está disponible) y que se inclina delante
de la columna para roer o chupar la base de los pétalos hinchados de líquido dulce.
El peso y los movimientos del insecto presionarían y moverían el labelo junto con la
cúspide subyacente doblada de la columna; y ésta última, presionando sobre la
bisagra del ángulo, provocaría la expulsión del polinio, que infaliblemente
golpearía la cabeza del insecto y se adheriría a ella” (259–60, énfasis añadido).

En ausencia de un insecto roedor y chupador, Darwin se introdujo él mismo en


:
la escena de la polinización para demostrar cómo las orquídeas modifican
activamente su anatomía en respuesta a la actividad de los insectos. Quedó
especialmente impresionado por la fuerza con la que estas especies expulsan
su polen. En el caso de Catasetum observó que sus “fuerzas combinadas bastan
para expulsar el polinio con con una fuerza considerable a una distancia de
dos o tres pies. Varias personas me han dicho que, al tocar las flores de este
género en sus invernaderos, los polinios han golpeado sus caras. He tocado las
antenas de C. callosum mientras sostenía la flor a un metro de distancia de una
ventana, y el polinio golpeó el cristal, y se pegó por su disco adhesivo, a la
superficie vertical lisa” (On the Various Contrivances, 2a ed. 186). La “utilidad de
una expulsión tan forzosa” es la de sujetar el polinio de forma segura al insecto
volador, “impulsando” el “suave y viscoso cojín del disco contra el tórax peludo
de los grandes insectos himenópteros que frecuentan las flores. Una vez
adherido a un insecto, es seguro que ninguna fuerza que el insecto pudiera
ejercer arrancaría el disco y el pedicelo [. . .] y así las bolas de polen podrían
quedar fácilmente en el estigma adhesivo de la flor femenina” (192).

Mediante intervenciones a veces violentas, a veces torpes y a veces tiernas, se


puede ver a Darwin experimentando con intensidades de contacto. A medida
que se inclina hacia y se involucra en el acontecimiento de la polinización,
participa remodelándose a sí mismo como insecto polinizador. En cada uno de
sus experimentos encuentra nuevas formas de simular al insecto y estimular la
flor para determinar el grado de su sintonía sensorial con la penetración del
insecto. En el proceso, aprende a medir las diferencias perceptivas entre los
organismos y a despertar una respuesta de las plantas.
:
Figura 5: Herramientas experimentales de Darwin. Reimpreso con permiso de John van Wyhe, ed.
2002-. The Complete Work of Charles Darwin Online (http://darwin-online.org.uk/).

Moviéndose en el tiempo, el espacio y la relación sensorial con las orquídeas e


insectos, Darwin asumió los papeles de polinizador y polinizado. Mientras
experimentaba con una especie de Mormodes, utilizó su dedo para imitar los
movimientos de un insecto: “Probé colocando mi dedo enguantado en la cima
de los labios, con la punta solo sobresaliendo del margen, y luego moviendo
suavemente el dedo, fue realmente hermoso ver cómo instantáneamente el
polinio se proyectaba hacia arriba, y con qué precisión toda la superficie
viscosa del disco impactó mi dedo y se adhirió firmemente a él” (On the Various
Contrivances, 2a ed. 259). Sus experimentos le llevaron a involucrarse de lleno
en una suerte de juego de roles [role- playing] en el que utilizaba su cuerpo y
una amplia gama de instrumentos para imitar los movimientos de los insectos
y ver si podía provocar la misma respuesta que ellos. Con una pluma, un
pincel o incluso la punta de un de un lápiz (véase la figura 5), se ponía en la
posición del insecto para sentir las tensiones y la elasticidad de los tejidos de
las orquídeas. Observando la especie Orchis pyramidalis, Darwin describió un
:
“bonito experimento” en el que introdujo una “fina cerda directamente en la
estrecha boca del nectario” para poder

“observar la manera certera en que los estrechos discos viscosos y alargados que
forman el techo se quedan pegados a la cerda. Cuando se retira la cerda, los polinios
que se adhieren a su lado superior se retiran; y mientras los discos forman los lados
del techo arqueado, se adhieren de alguna manera a los lados de la cerda. Entonces
se deprimen rápidamente, de forma que se sitúan en la misma línea que la cerda,
uno un poco de un lado, y el otro en el otro lado; y si la cerda, mantenida en la
misma posición relativa, se inserta ahora en el nectario de otra flor, los dos extremos
de los polinios golpean con precisión las dos superficies estigmáticas protuberantes,
situadas a cada lado de la boca del nectario.”(81)

Darwin mostró cómo en el momento del encuentro, el “cuerpo flexible” del


insecto podía ser capaz de encajar en los estrechos contornos del nectario (25).
Esto permitía a la orquídea fijar sus masas de polen en el cuerpo del insecto de
forma tan perfecta que cuando éste se iba a visitar la siguiente flor,
despositaba el polen directamente en los estigmas de la nueva flor. Extendido
flexiblemente a través de la cerda, Darwin encontró una manera de participar
en el evento de la polinización.

Al insertarse en las relaciones cinestésicas y afectivas de los insectos y las


orquídeas su práctica experimental tomó forma mimética. La inclinación de
Darwin por la imitación y el cultivo de afectos y simpatías por sus sujetos
experimentales a través de encuentros íntimos son bien documentados por
Gillian Beer en Las tramas de Darwin. Beer señala que Darwin era
extraordinariamente sensible a una serie de fenómenos: “Responde al
momento del giro de una hoja y a los inmensos pasajes lentos que levantan
escarpes. Así que es sensible al temblor de un zarcillo, pero también a las
rocas y los fósiles” (246). Esta receptividad le dio una “capacidad de empatía”
que “le permitió apreciar las opciones estéticas de las lombrices de tierra, las
:
exploraciones eróticas de las orquídeas, así como la ira de otros primates”
(254). Sus actos de mímica son, para Beer, formas de “intimidad y actuación”
que sirven como “medios de prueba” (253) experimentales. Y aun así, las
intimidades y relaciones empáticas de Darwin no eran inocentes; se basaban
en las violentas transgresiones corporales del experimento biológico [19]. Beer
tiende a restar importancia a esta violencia en sus esfuerzos por hacer ver que
los actos de Darwin “invierten” las relaciones de significación que solemos
asociar con el “antropomorfismo” (253). En este sentido, los experimentos de
Darwin con orquídeas resuenan con lo que la estudiosa de la ciencia Sara
Wylie ha explorado en el contexto de los primeros experimentos de los
investigadores con las hormonas de los insectos. La autora señala la “ironía
típica de las relaciones miméticas” en las que “los humanos que dieron este
paso” se “convirtieron extrañamente en insectos” (15).

Al imitar a las flores y a los insectos, Beer sugiere que Darwin descentra y
desplaza al ser humano. Al hacerlo, lo humano ya no es la medida de lo no
humano; más bien, las formas y los movimientos de los animales y las plantas
reinscriben la sensibilidad humana. Pero esto no siempre fue tan obvio. Por
ejemplo, lo que parece una comparación explícitamente antropomórfica de
diferentes especies de Catasetum:

“La posición de las antenas en este Catasetum puede compararse con la de un


hombre con el brazo izquierdo levantado y doblado de manera que su mano se
sostenga delante de su pecho, y con el brazo derecho cruzando su cuerpo más abajo
para que los dedos se proyecten justo más allá de su lado izquierdo. En el Catasetum
callosum ambos brazos se mantienen más abajo y se extienden simétricamente. En
C. saccatum el brazo izquierdo se inclina y se mantiene al frente, como en C.
tridentatum, pero más bajo; mientras que el brazo derecho cuelga hacia abajo
paralizado, con la mano girada un poco hacia fuera. En todos los casos se notará
cuando un insecto visita el labelo, y ha llegado el momento de la expulsión del
:
polinio, para para que pueda ser transportado a la planta femenina”. (On the
Various Contrivances, p. 235).

En una primera lectura, esto puede parecer una típica puesta en escena
antropomórfica que modela la flor según la anatomía de un hombre [20]. Sin
embargo, leemos a Darwin como si estuviera conduciendo un “experimento
corporal” -un giro encarnado del conocido “experimento de pensamiento”, que
lo encuentra ejercitando su destreza kinestésica para averiguar las diferencias
en la anatomía de Catasetum [21]. El hombre que está detrás de esta analogía
no es un hombre cualquiera; es Darwin moviendo su cuerpo para modelarlo
según la anatomía distintiva de cada orquídea. En lugar de imponer la forma
humana a la planta, ha adaptado su cuerpo a las formas peculiares de estas
flores. Y una vez que este experimento corporal es transcrito en un texto como
el de arriba, puede leerse como un protocolo para que los lectores lleven a
cabo sus propios experimentos corporales y prueben estas posturas orquídeas
por sí mismos.

En sus textos sobre las orquídeas, se puede ver a Darwin entregando su cuerpo
a sus experimentos. Esta práctica recuerda la lectura de la mímesis que hace el
antropólogo Michael Taussig como un “momento sensual de conocimiento
que incluye una fleixbilidad y un reflejo del conocedor en lo desconocido” (45).
Mientras que Beer no se detiene en la violencia de las inclinaciones miméticas
de Darwin, Taussig la pone en primer plano. En su meditación sobre la notable
inclinación de Darwin por la mímesis, Taussig documenta a un joven Darwin
en medio de su de su viaje en el Beagle, entusiasmado con la mímica de los
“primitivos” en la playa de Tierra del Fuego. El relato de Taussig de las
anotaciones del diario de Darwin nos obliga a reconocer la violencia de la
mímesis y a pensar detenidamente en las relaciones asimétricas de poder que
permitieron a Darwin moverse “corporalmente en alteridad” (40) [22]. Así,
mientras los experimentos miméticos de Darwin, a veces violentos y a veces
:
tiernos, lo pusieron en sintonía con las sensibilidades de las orquídeas y de los
insectos, debemos apreciar las formas de la vida en la naturaleza, debemos
apreciar las formas de poder que conforman esta ecología mimética. Su
“capacidad de empatía” y su amor por las orquídeas era expansiva, pero su
salto al medio del devenir- orquídea de los insectos y el devenir-insecto de las
orquídeas no fue benigno.

Y sin embargo, fue a través de una forma experimental de vida contorneada


por el amor y la violencia que la investigación de Darwin ganó su tracción. Su
captura recíproca en una maraña mimética afectivamente cargada le permitió
cultivar las atenciones de un etólogo capaz de seguir el ritmo a las prácticas
tanto de las plantas como de los insectos (Stengers, Cosmopolitics) [23]. Y
mientras documentó las tensiones, afinidades y ritmos de los cuerpos y
devenires “intra-actuando” (Barad, Meeting), produjo algo más que un relato
funcionalista de las adaptaciones evolutivas. Los experimentos
multisensoriales y corporales de Darwin ofrecen una oportunidad para
explorar el impulso involutivo en una ecología afectiva que también incluye al
científico. Es a la tarea de desentrañar este concepto de “impulso involutivo”
que nos dirigimos ahora.

De la evolución a la involución

Esta lectura de Darwin se inspira en las ideas de muchas académicas


feministas que recurren a la biología para teorizar la diferencia y la
materialidad [24]. Quizá resulte sorprendente que sea Darwin quien esté
recibiendo más atención en los estudios recientes. Esto supone un cambio
significativo que se opone a lo que Griet Vandermassen, en ¿Quién teme a
Charles Darwin? ha llamado una tradición de “biofobia” en la teoría feminista.
Recientemente, Elizabeth Grosz ha explorado las teorías evolutivas de Darwin
en busca de nuevas trayectorias en el pensamiento feminista. Grosz sostiene
que las feministas pueden encontrar nuevas y prometedoras direcciones en las
:
ideas de Darwin sobre la variación, la selección sexual y el parentesco entre
humanos, animales, plantas y bacterias y otros organismos [25]. Ella se ve
alentada por el compromiso de Darwin con un “concepto de devenir temporal”
(Nick of Time 8). En su opinión, Darwin “crea una ciencia en la que la historia y,
por tanto, la irrupción de acontecimientos inesperados, es central”. Desde esta
perspectiva, interpreta los objetivos de las ciencias de la vida contemporáneas
con bastante generosidad, sugiriendo que están “irremediablemente ligados” a
lo “imprevisible, lo no determinista, el movimiento de la virtualidad”. Grosz
también se inspira en los aspectos “aleatorios”, “mecánicos” y
“fundamentalmente sin sentido y sin dirección” de los puntos de vista
evolutivos de Darwin y los ve como términos generativos para la teoría
feminista (Time Travels, 17–18). Sin embargo, aquí es donde nuestra lectura
diverge de la de Grosz. De hecho, estos son los mismos términos de los que los
neodarwinistas se han apoderado y a través de los cuales producen relatos tan
reduccionistas de las relaciones ecológicas. Nosotras defendemos una visión
de las relaciones ecológicas que se contornean con lógicas diferentes.

Por supuesto, es crucial hacer una distinción entre el enfoque de Darwin y la


reformulación de sus teorías, en forma neodarwiniana. Los biólogos
evolutivos, Stephen J. Gould y Richard Lewontin elogian a Darwin por su
enfoque “pluralista” del cambio evolutivo (Gould y Lewontin). De hecho, Gould
señala que Darwin era a menudo ambivalente sobre los mecanismos de
especiación, y en algunos contextos incluso rozó los planteamientos
lamarckianos sobre la novedad evolutiva que preveían la herencia por parte de
los organismos de rasgos adquiridos. A la luz de la franqueza de las
convicciones vacilantes de Darwin, Gould critica las teorías evolutivas
actuales, que parecen haberse aferrado a una versión “fundamentalista” de la
evolución, una teoría que fetichiza la selección natural como único
mecanismo de la evolución. A diferencia de Darwin, estos enfoques
“ultradarwinistas” mantienen una fe inquebrantable en el poder de la
:
selección natural como único “agente optimizador” de la evolución (Gould y
Lewontin). En lugar de analizar a los organismos como “conjuntos integrados”,
estos enfoques “adaptacionistas”, anatomías desmenuzan los complejas
anatomías y comportamientos de los organismos en “rasgos unitarios” para
contar “relatos adaptativas” para cada rasgo “considerado por separado”
(Gould y Lewontin, p.581). Este relato satisfactorio impecable del cambio
evolutivo parece saciar el deseo moderno “profundamente arraigado” de
relatos que identifiquen una función última para cada rasgo. Además, estos
son los relatos en los que las adaptaciones son hechas legibles como opciones
racionales en una lógica económica que tiene como objetivo maximizar las
ventajas de adecuación mientras se calculan los gastos energéticos más bajos.
Estas lógicas se han vuelto hegemónicas en las ciencias de la vida
contemporáneas.

Darwin trazó las diversas formas y comportamientos de la vida a lo largo de las


ramas de un árbol genealógico (Helmreich, “Trees”). El neodarwinista amplía
esta forma genealógica. Para ellos, las ramas divergentes significan el cambio
evolutivo a través de mutaciones genéticas aleatorias acumuladas en
poblaciones de especies individuales. Los organismos tienen poca capacidad
de acción en estos reportes que atribuyen el impulso evolutivo a las artimañas
de los “genes egoístas” que luchan por mantener la ramificación de sus
especies huésped en un campo competitivo estructurado por muchos
enemigos y pocos aliados (por ejemplo, Dawkins).

Los enfoques neodarwinistas sobredeterminan las temporalidades que se


consideran relevantes para el estudio de la vida. En el trazado de las
trayectorias evolutivas, los seres y los hechos se difuminan a través de los
cambios experimentados a largo plazo por especies enteras y promediados a lo
largo de generaciones y poblaciones. En este marco, el arco temporal del
cambio evolutivo se inscribe en un telos estratégico de lucha y supervivencia
:
de las especies. En el proceso, estos relatos pierden de vista los organismos
particulares y las diferencias locales y efímeras. Las prácticas que quedan
fuera del ámbito de la reproducción o la supervivencia, incluidas las
improvisaciones y los experimentos lúdicos de los organismos, no se registran
en la memoria evolutiva, consideradas irrelevantes, se vuelven invisibles en
estos amplios barridos del tiempo.

Pero no todos los ecologistas evolutivos comparten estos puntos de vista. Con
motivo del 150 aniversario de la publicación del Origen de las especies, la difunta
ecóloga microbiana Lynn Margulis (1938–2011) organizó un simposio en el
Balliol College de Oxford, en el Reino Unido, que denominó Homenaje a
Darwin [26]. En su conferencia, que siguió a los discursos de Richard Dawkins
y otros destacados pensadores de la evolución, Margulis se centró en la idea de
Darwin de que “toda la vida” comparte un “ancestro común”: “Es una idea
brillante de Darwin, que podemos apladir. Pero pienso que el concepto de que
el árbol es la topología correcta está muy equivocado” (“Simbiogénesis”). Para
Margulis, esto se debe a que “un árbol supone que los linajes siguen
ramificándose y ramificándose desde un ancestro común”. Margulis indicó
trabajos recientes que demuestran el “movimiento de material genético de una
rama a otra” e insistió a gritos que este movimiento “hace que la topología sea
una red y ya no un árbol”. Si las imágenes de los árboles representan la
filogenia, la lealtad filial y la defensa de la línea familiar, la teoría
endosimbiótica de Margulis da cuenta de la innovación evolutiva en la densa
maraña de ramas, como explica en Simbiosis en la Evolución de las Células [27].
En su opinión, las nuevas formas de vida surgen de mezclas íntimas en las
relaciones entre especies. Los endosimbiontes están constituidos por actos de
lo que el coautor e hijo de Margulis, Dorion Sagan, y otros han llamado actos
de “ingestión sin digestión” (véase “Lo humano es más que humano”). Los
numerosos trabajos de colaboración de Margulis y Sagan describen formas de
cambio evolutivo que se inician por afinidades interespecíficas [28]. Su teoría
:
evolutiva se basa en una ecología comunitaria cargada de afectividad,
configurada menos por líneas genealógicas de descendencia y filiación que
por asociaciones rizomáticas y audaces saltos improvisados a través de las
líneas de las especies.

Más que la formación de nuevas especies a través de la endosimbiosis, lo que


pretendemos rastrear en este ensayo es el propio impulso a través del cual los
organismos se acercan unos a otros y se involucran en la vida de los demás. Si,
como nos recuerda el Oxford English Dictionary, la evolución es un “rodar hacia
afuera”, una especie de especiación a través de la divergencia en forma de
árboles ramificados, nos acercamos a la involución como el “rodar, enrollarse,
girar hacia adentro” que lleva juntas a distintas especies a inventar nuevos
modos de vida (OED). Capturados en las ecologías afectivas de los encuentros
entre plantas e insectos, nos alejamos de los árboles evolutivos para dirigirnos
a otros modelos de relación y de “llegar a ser con” a través de la diferencia
(Haraway, When Species). Utilizamos el concepto de impulso [momentum] menos
en el sentido que le da la física newtoniana y más en el sentido de lo que
pueden sentir los bailarines cuando se inclinan y siguen un movimiento; es
decir, como un “ímpetu” y como el “vigor continuo resultante de un esfuerzo
inicial o gasto de energía” (OED). El impulso involutivo nos ayuda a
comprender los empujes y tironeos afectivos entre los cuerpos, incluyendo las
afinidades, rupturas, enredos y repulsiones entre organismos que inventan
constantemente nuevas formas de vivir con y junto a los demás.

La “involución creadora” de Deleuze y Guattari inspira una perspectiva que


amplía las relaciones constituidas a través de la afinidad (veáse también
Bergson) [29]. En su opinión, el devenir “no es una evolución, al menos no una
evolución por descendencia y filiación”: se trata de una alianza (238). Insisten
en que los pliegues interiores de la involución no deben confundirse en
absoluto con regresión (238). Mil Mesetas ilumina los modos involutivos de
:
llegar a ser a través del ritornelo repetido de la intimidad planta/insecto:
avispa-orquídea. En lugar de dos organismos individuales autónomos y
claramente delimitados, la avispa-orquídea es un fenómeno “intra-activo”. Más
que una unión de planta e insecto, esta avispa-orquídea está ligada en un
bloque de devenir (238) inseparable. Esto no “vincula la avispa a la orquídea,
más que las conjuga o las mezcla: pasa entre ellas, llevándolas en una
proximidad compartida en la que desaparece la discernibilidad de los puntos”
(294) [30]. El acontecimiento implica un “devenir-avispa de la orquídea y un
devenir-orquídea de la avispa” (10).

Stengers identifica estos devenires inextricables como formas de “captura


recíproca” (Cosmopolitics). Consideremos, por ejemplo, las orquídeas Ophrys
descritas al principio de este ensayo. Una lectura involutiva desestabilizaría los
relatos basados en la captura “unilateral” de la abeja por la orquídea
“sexualmente engañosa”, describiendo más bien a la orquídea y sus abejas
polinizadoras como mutuamente constituidas a través de una captura
recíproca de la que no puede desprenderse ni la planta ni el insecto. Es en la
conversación con esta avispa-orquídea donde rastreamos el impulso involutivo
que reúne a plantas e insectos en actos de polinización y comunicación.

Si los evolucionistas tienden a fetichizar las lógicas económicas, las mutaciones


aleatorias que impulsan el cambio generacional y los relatos funcionalistas de
la adaptación, los involucionistas amplifican otras dimensiones de la vida
ecológica. Están pendientes de las formas de vida fugaces y contingentes que
ocurren “ahora”, y “ahora”, y “ahora”. Al hacerlo, llaman la atención sobre la
práctica y las improvisaciones momentáneas de los practicantes de múltiples
especies atrapados en ecologías cargadas de afectividad. La lectura de Darwin
como involucionista amplía nuestro alcance para teorizar el afecto, la
materialidad más-que-humana y las diferencias que importan [31]. Así que
aquí, incluso si trabajamos para desentrañar el legado de la lógica evolutiva de
:
Darwin, seguimos encontrando prometedora su historia natural involucionista
de la polinización de las orquídeas, un relato que traza un mapa de los enredos
e intimidades entre especies y que desbarata las nociones de fijación natural
de los límites de las especies y los relatos normativos de la reproducción
sexual y la sensualidad.

En lo que sigue, vamos más allá de la maraña mimética de los eventos de


polinización para examinar otros modos de involución entre plantas e
insectos; descubrimos más pruebas de que se trata de relaciones, literalmente,
con mucha química.

Ecología Química

Si Darwin se involucró táctilmente en las anatomías afectivas del sexo entre


orquídeas e insectos, en nuestro contexto contemporáneo encontramos a los
científicos olfateando las sutiles ecologías de las propuestas químicas de
plantas e insectos. Los estudios sobre los atractivos químicos de las orquídeas
Ophrys que se relatan en la introducción de este ensayo pueden reconocerse
como una investigación dentro de un campo más amplio y creciente conocido
como ecología química. Mientras que la investigación sobre la polinización de
las orquídeas se especializa en la problemática evolutiva de los productos
químicos miméticos, los ecólogos químicos se ocupan de cuestiones más
amplias de comunicación y estudian una serie de aspectos dentro y entre las
especies que se catalizan a través de excitaciones moleculares. Al igual que la
polinización, la comunicación, la expresión y la articulación son prácticas a
través de las cuales los organismos se involucran [involve themselves] (*) en la
vida de los demás. Considera el siguiente relato como un vistazo a las sutiles
ecologías químicas que los investigadores de este campo están tratando de
analizar: Inspirado por el aroma del humo de la madera impactada por los
rayos, las semillas de tabaco silvestre y sus primeras hojas finas se abren paso
en los suelos secos del desierto de Utah. Sus tallos se engrosan y alargan, y sus
:
hojas se despliegan para beber en el sol caliente. Extraen el agua del suelo y la
hacen pasar por sus vasos filigranados, liberándola en forma de vapor
refrescante. Exhalan una nube atmosférica de moléculas volátiles que se
mezclan con otros gases que revolotean alrededor de sus hojas.

Los saltamontes llegan para alimentarse y devastar sus hojas. Una polilla
revolotea cerca y se posa en una de las plantas, buscando néctar y un lugar
para poner sus huevos. Más adelante en la temporada, cuando sus huevos
eclosionan, emergen las larvas del gusano del tabaco, encantadas de descubrir
su proximidad a esta su comida favorita. Trepan por los tallos del tabaco con
sus cuerpos dirigidos a alimentarse y comienzan su ingestión rítmica,
rebanando cada hoja con mandíbulas hambrientas.

Pero estas plantas de tabaco no entregan pasivamente sus cuerpos a estos


herbívoros hambrientos. Sus membranas celulares son sensores que
transducen excitaciones a través de sus tejidos: pueden sentir a los insectos
trepando por sus tallos y hojas y pueden saborear la saliva de los insectos para
discernir con precisión quién se está alimentando en sus hojas. En respuesta a
una oruga que se alimenta, una planta de tabaco propaga corrientes eléctricas
a través de su cuerpo distribuido y sintetiza un nuevo lote de potentes
productos químicos. Pronto, las células en sus raíces, tallos y hojas distantes
están produciendo toxinas que frenan el crecimiento de la oruga al perjudicar
su sistema nervioso y la digestión. Pero la planta no se detiene allí. Pide ayuda.
Sintetiza y libera una nube concentrada de químicos volátiles que pueden
dispersarse ampliamente. Las plantas que crecen cerca escuchan la llamada y
activan sus propias respuestas de defensa para alejar a los depredadores. A
favor del viento, un insecto depredador capta notas reveladoras en un bouquet
especialmente diseñado, y cuando se dirige a la fuente, descubre que la planta
le ha dado un regalo: una sabrosa larva de gusano cornudo.

Esta es una historia que Ian Baldwin lleva mucho tiempo tratando de contar.
:
Baldwin, científico estadounidense, dirige el Instituto de Investigación de
Ecología Química del Instituto Max Planck en Jena, Alemania, donde dirige un
laboratorio y un enorme invernadero dedicados a estudiar la comunicación
entre plantas e insectos. También dirige una gran estación de investigación en
Utah, donde estudia la ecología química de las plantas silvestres Nicotiana. Su
equipo de investigación está produciendo pruebas de que las plantas tienen
varias estrategias para defenderse contra los depredadores. Lo hacen no sólo
interfiriendo en el crecimiento y la digestión de los herbívoros mediante la
síntesis activa de toxinas en tejidos vegetales, sino también sintetizando
sustancias químicas volátiles que atraen a los insectos depredadores ansiosos
por alimentarse de las plagas de las plantas. Sorprendentemente, las plantas
parecen tener la habilidad de ofrecer apoyo desde un “tercer nivel trópico”, es
decir, a partir de insectos depredadores que pueden alimentarse de estos
herbívoros.

El campo de la ecología química se basa en el principio general de que las


especies han desarrollado formas complejas de utilizar la química para
atraerse, repelerse y colaborar entre sí. Un manual con sentido del humor la
llama “ecología del olor corporal” (Dicke y Takken), pero esta definición no da
cuenta del uso activo y creativo de la química por parte de los organismos. Los
investigadores de este campo prestan una atención extraordinaria a la destreza
sensorial de los organismos, su capacidad de comunicación y su capacidad
interpretativa para dar sentido a las emisiones químicas de los demás. Algunos
de los primeros estudios en este campo se centraron en la señalización
“intraespecífica” entre insectos, como el ejemplo ampliamente conocido de la
atracción de los machos de las polillas a las feromonas de la polilla femenina.
Hoy en día, la señalización interespecífica se ha vuelto un sitio activo de
investigación, especialmente con el desarrollo de la comunicación entre
plantas e insectos.
:
Además de estudiar el uso que las plantas hacen de la química para el sexo y la
reproducción, como vimos en el caso de la polinización de las orquídeas, los
ecologistas químicos intentan analizar las complejas relaciones entre
depredadores y presas, así como entre huéspedes, parásitos y parasitoides.
Investigan las estrategias inventivas de los organismos para protegerse de la
depredación y buscar alimento en el contexto de complejas ecologías
interespecíficas. Esta investigación es, por tanto, un importante “primer paso
hacia la apreciación del involucramiento de información química en el
contexto ecológico de las redes alimentarias” (Dicke y Takken 2). En la
actualidad existen varias revistas, manuales de estudio y de laboratorio, así
como grandes institutos y estaciones de investigación en Europa y Estados
Unidos, dedicados a la investigación en este ámbito.

Según Baldwin, Kessler y Halitschke, “las plantas son maestras de intercambio


de gases, no sólo construyen literalmente bosques a partir de los gases del aire,
sino que también liberan complejos ramilletes de compuestos orgánicos
volátiles en el aire” (1). Es esta volatilidad la que es leída como una especie de
vocalidad, una forma de hablar en un vocabulario químico. Las plantas emiten
compuestos volátiles continuamente. Algunos son exhalados
“constitutivamente”, mientras que otros son “inducidos” por acontecimientos
notables, como la detección de la saliva de un herbívoro en los tejidos heridos
(Arimura, Agrawal y Bruin; Birke y Hubbard 21; Dicke et al.; y Felton y
Tumlinson). Trabajando de modo involutivo, interpretamos la amplia y
creciente bibliografía sobre la señalización y la comunicación de las plantas
para sugerir que éstas articulan (Latour) sus experiencias y deseos en una
atmósférica aromática (Choy; Sloterdijk) de químicos volátiles a través de la
cual han desarrollado ingeniosos medios para sembrar y responder a las
conversaciones a larga distancia entre otras plantas e insectos [32].

Al menos en la prensa, los ecologistas químicos son más cautos. Al igual que
:
los científicos de orquídeas, los ecologistas químicos se basan en una lógica
neodarwiniana que limita los comportamientos adaptativos a los que han sido
amplificados y afianzados en los genomas a través de las fuerzas de la
selección natural. Además, en sus manos, la ecología tiende a configurarse
como una economía militarizada: la comunicación de las plantas se basa en el
flujo de información cibernética; las plantas tienen presupuestos de defensa;
reclutan “guardaespaldas” (Sabelis y De Jong); y aparentemente pueden
realizar análisis de coste-beneficio de los gastos de energía y del uso de los
recursos. En estos relatos, las plantas llevan a cabo una especie de “guerra
química”, y sus señales aéreas son tratadas como si fueran versiones botánicas
del código Morse. Estas metáforas se vuelven explícitas en una reciente
divulgación de la ecología química aparecida en el 2000, titulada Ladrones,
Embusteros y Asesinos: Relatos de la Química en la Naturaleza (Agosta).

En contra de esta lógica dominante, leemos a los ecólogos químicos como


involucionistas, es decir, como practicantes cuya investigación los involucra en
una ecología afectiva, que en este caso se ve excitada por la química volátil.
Leemos generosamente sus trabajos de investigación científica y encontramos
otras narrativas de relacionalidad que pululan bajo los discursos
neodarwinistas. ¿Qué aspecto podría tener una lectura involucionista de la
ecología química? Aquí examinamos algunas posibilidades de una teoría
feminista de la diferencia y la responsabilidad basada en una lectura
involucionista de las ciencias contemporáneas de la comunicación
planta/insecto.

Las químicas de la comunicación planta/insecto

Un temprano mentor reclutó a Baldwin en este campo para hacer uso de su


habilidad para trepar a los árboles (Abbot 887). Una vez en lo alto del canopy,
Baldwin pudo montar un aparato experimental para recoger datos sobre los
compuestos volátiles liberados en las hojas de los árboles expuestos a la
:
depredación de los insectos. Este trabajo dio lugar a un artículo muy
controvertido en 1983, el primero que proponía que, al comunicarse mediante
aromas químicos, las plantas podían alertar a sus vecinos sobre la llegada de
depredadores (Baldwin y Schultz). La prensa lo recogió como una noticia
sensacionalista y bautizó el fenómeno como “árboles parlantes”. La sugerencia
casi escandalosa de que las plantas podían conversar entre sí, suscitó una serie
de debates que empujaron a los miembros de la comunidad de plantas
señalizadoras a recalibrar sus metáforas y a reflexionar sobre el significado de
los términos “señal” y “comunicación” (Baldwin, Kessler y Halitschke; Baluška;
Fowler y Lawton). Años después, Baldwin y sus colaboradores insisten en una
modificación: “Esta frase [‘árboles parlantes’] parece desafortunada porque lo
más probable es que la selección favorezca a las plantas que ‘escuchan’ los vocs
[compuestos orgánicos volátiles] liberados por sus vecinas y responden
adaptando sus fenotipos para mejorar su propia adecuación” (Baldwin et al.,
“Volatile Signaling” 812, énfasis añadido). Bajo presión, moviliza una lógica
evolutiva para volver a montar e relato. “Olmos que escuchan” le ofrece una
alternativa que no incita a tanta disidencia (Baldwin et al; Baldwin, Kessler y
Halitschke; y Paschold, Halitschke y Baldwin).

¿Qué cuenta, entonces, como señal para estos investigadores? ¿Qué significaría
la comunicación entre organismos tan lentos que no tienen ojos, boca o lo que
la mayoría reconocería como un cerebro? [33] Baldwin reconoce que la
comunicación es “un término cargado”, pero insiste en una definición mínima
que permite “el intercambio de información, independientemente de la
“intención”” (Baldwin, Kessler y Halitschke 1). Los primeros relatos sobre
comunicación entre especies identificaron los compuestos volátiles que las
plantas exhalan a la atmósfera en respuesta a la depredación como
“infoquímicos”; es decir, sustancias químicas que transmiten información
sobre el estado de la planta (Vet y Dicke). Pero, ¿qué constituye una
información? ¿Y para quién y en qué condiciones se considera una señal? Estas
:
son las preguntas con las que luchan los ecologistas químicos, y lo que está en
juego es ontológico y epistemológico. ¿Las plantas pretenden comunicarse con
otras plantas e insectos? En el contexto de la señalización entre plantas e
insectos, los investigadores pueden dar un rodeo a este complicado terreno;
después de todo, es fácil argumentar que los insectos, con sus bien
documentados sistemas sensoriales y comportamientos adaptativos, han
aprendido inteligentemente a leer las emisiones de las plantas en busca de
señales de una comida apetitosa.

El caso de la señalización de planta a planta (intra e interespecífica) es más


difícil de navegar, y según un participante en el debate, “Pocos temas de la
ecología vegetal han inspirado tanto entusiasmo y controversia” como la
sugerencia de la “comunicación entre plantas” (Agrawal, 446). En efecto, las
plantas tienen que ser capaces de recibir las señales, de aprender a
“escucharse” unas a otras y a tener la capacidad de actuar sobre las
proposiciones hechas por otras plantas. Así que, si Baldwin insiste en que las
plantas pueden escuchar las conversaciones de las demás, otros están menos
convencidos: “La emisión de sustancias químicas volátiles se conoce como la
capacidad de las plantas de “hablar”, es decir, de emitir información sobre su
situación de ataque. Aunque las respuestas comportamentales de los animales
que habitan en las plantas a esta información química ha adquirido el estatuto
de dato de manual, sigue existiendo escepticismo sobre la capacidad de las
plantas para responder a las señales de daño emitidas por sus vecinos. Todavía
se piensa que las plantas son “sordas” a la información química emitida por las
plantas vecinas” (Dicke, Agrawal y Bruin 403).

Para quienes se adhieren a la persistente jerarquía del ser que hace que vuelve
a las plantas ciegas y mecánicas, no es posible formular la pregunta “¿Pueden
las plantas hablar?”; lo mejor que pueden hacer es preguntar “¿Pueden oír?”
[34]. La intencionalidad de las plantas es un terreno problemático para los
:
ecologistas químicos, que se cuidan de la acusación de antropomorfismo.Y, sin
embargo, su investigación plantea importantes cuestiones sobre lo que
constituye precisamente un sujeto o un signo en lo que parece ser una
ecología efusiva rebosante de mensajes y significados.

Los ecologistas químicos se cuidan de matizar lo que entienden por


comunicación y evitan los términos “símbolo”, “signo” y “comportamiento”
(Schenck y Seabloom 2). Parece que se han decantado por “señal” como la
unidad básica de la comunicación. Una señal es para ellos “una cantidad física
detectable o un impulso por el que se pueden transmitir mensajes o
información”, y la comunicación es un “proceso por el que se intercambia
información entre un emisor de señales y un receptor a través de un sistema
común de señales”. En un artículo sobre la ecología evolutiva de las señales de
las plantas, H. Jochen Schenck y Eric W. Seabloom recurren a la definición de
información de Gregory Bateson, inspirada en la cibernética, para ayudarles a
analizar las complejidades de la señalización y la comunicación de las plantas:
“La información es cualquier diferencia que produce una diferencia en algún
acontecimiento posterior” (Schenck y Seabloom 2). Los autores van más allá:
“La información se presenta en forma de respuestas a preguntas binarias
como ser o no ser, hombre o mujer. La información continua puede
expresarse como una serie de opciones binarias. Esto significa que la cantidad
de información puede medirse en bits”. Este modelo informático de
comunicación, que tan fácilmente encaja en la lógica de cálculo de una
economía militarizada , puede leerse como una estrategia defensiva que
protege a los investigadores romper con las formas restringidas de agencia
permitidas dentro de los modelos neodarwinistas de la evolución.

Otras narrativas pululan bajo la superficie. A pesar de los intentos de contener


el discurso sobre la acción de las plantas, las descripciones de los hábitos
locuaces de las plantas siguen perturbando un discurso científico más
:
restringido. Para Baldwin, el cultivo intenso ha incapacitado a plantas que, de
otro modo, serían muy hábiles. Las prácticas agrícolas intensas y el uso de
plaguicidas las han vuelto “sordas” y “mudas” (Paschold, Halitschke y
Baldwin). En contraste, insinúa que las variedades silvestres aún saben “gritar”
por ayuda a insectos aliados [35]. A pesar de sus esfuerzos por limitar su
discurso, los investigadores como Baldwin parecen estar atrapados en una
evocadora y productiva maraña sinestésica de antropomorfismos. Y aunque
introducen de contrabando algunas suposiciones muy humanas sobre la
capacidad, la discapacidad y la vocalidad, parece haber un amplio espacio en
sus historias para leer de nuevo la relacionalidad.

Articulaciones a través de la diferencia

“Las plantas están escuchando y respondiendo”.

-Agrawal

Una lectura involucionista nos exigiría empezar con la aserción de que todavía
no sabemos lo que es una señal o lo que puede hacer, y mucho menos lo que
constituye la comunicación entre especies. Los conceptos de señal y
comunicación tienen historias específicas que limitan la forma en que se leen
las declaraciones químicas de las plantas en el contexto de una ecología
evolutiva. Seguimos, aquí, la densa maraña de antropomorfismos sensoriales e
intencionalidades que hacen tropezar a estos ecólogos químicos cuando
intentan hablar de la extraña capacidad de las plantas para conversar entre sí y
con los insectos.

Desde un punto de vista involutivo, las plantas son alquimistas que convierten
la luz del sol y el dióxido de carbono en expresiones volátiles y formas
innovadoras de medios atmosféricos susceptibles de expresarse a larga
distancia. Son artesanos que elaboran anatomías que responden
:
miméticamente. También son sensores muy atentos cuyos cuerpos pueden
registrar la más sutil diferencia de temperatura (Bose y Das, “Researches”), el
más leve roce del ala de un insecto que pasa (Darwin, On the Various
Contrivances; Shteir, “Sensitive”), y que pueden discernir pequeñas diferencias
en los herbívoros detectando sustancias distintas en su saliva (Alborn et al.).
Sus raíces y rizomas forman una red de conexiones tan compleja como el
sistema nervioso de un animal (Baluška, Lev-Yadun y Mancuso; Trewavas), y
se mueven activamente en respuesta a su mundo siempre cambiante (Bose,
Life Movements; Darwin y Darwin, Power of Movement).

Los sistemas sensoriales de las plantas son, según la evocadora expresión de


Bruno Latour, articulados [articulate] (**); es decir, son como la “nariz” de un
experto perfumista entrenado para discriminar las diferencias de los olores.
Para Latour, una nariz es “ capaz de discriminar diferencias cada vez más
sutiles y poder distinguirlas entre sí, incluso cuando están enmascaradas o
mezcladas con otras” (207). Latour sugiere que “no es por casualidad que a la
persona se le llame “una nariz”, como si por la práctica, hubiera adquirido un
órgano que definiera su capacidad de detectar diferencias químicas y de otro
tipo”. Sintonizadas de manera aun más sutil que nuestras narices entrenadas,
las plantas tienen una capacidad increíble para articular la diferencia, es decir,
para discernir las diferencias sutiles de sus mundos. Esta capacidad de
articular las diferencias del mundo también las convierte en articuladas en el
sentido que pueden expresarse y responder a sus mundos cambiantes
inventando nuevos tipos de propuestas químicas. Latour se basa en Stengers
(“Constructivist Reading”) para argumentar que el mundo está lleno de
“proposiciones” esperando a ser registradas por los organismos interesados.
Los que invierten sus energías en sintonizar con los demás pueden aprender
con el tiempo a discriminar diferencias cada vez más sutiles en los discursos
de los demás.
:
La comunicación no tiene por qué limitarse a contextos donde se envían y
reciben paquetes individuales de datos binarios. Tal vez las proposiciones de
las plantas no tengan relación con nuestros modelos de semiosis y sintaxis. Tal
vez no sean “representaciones” que intentan, con éxito o no, nombrar o
reflejar un mundo preexistente (Barad, “Posthumanist”; Latour). En una
lectura involucionista, los mecanismos de señal-respuesta dan paso a
ontologías más vivas y a mundos intraactivos. La pregunta se vuelve: ¿Cómo se
transducen las energías y las químicas cargadas afectivamente dentro de los
cuerpos y entre ellos? Cuando empezamos con las plantas, rápidamente
llegamos a entender que los organismos pueden aprender a sintonizar sus
cuerpos sensoriales con el ritmo improvisado de las diferencias que
conforman el mundo. En este sentido, las plantas son generadoras de
diferencias; constantemente llevan a cabo experimentos para improvisar
nuevas formas de articularse, para registrar nuevos tipos de diferencias en el
mundo e inventar nuevas formas de hacer una diferencia en el mundo.

Nuestra lectura involucionista de los encuentros entre plantas e insectos


germina una ecología afectiva, en la que los nichos ecológicos y los entornos
que rodean los espacios entre los cuerpos están llenos de energías, afectos y
proposiciones. En esta formulación, un entorno nunca es un espacio pasivo o
vacío entre cuerpos. En el contexto de las articulaciones planta/insecto, el aire
está cargado de significado.

Aperturas

En “Las promesas de los monstruos”, Donna Haraway nos recuerda que la


articulación tiene otro significado, que indica prácticas de unión y
construcción de alianzas, afinidades y conexiones (véase también Hall).
“Articularse con” es unirse a otros, y esto es precisamente lo que hacen las
plantas y los insectos en sus modos involutivos. Darwin y los ecologistas
químicos también se articulan con otros al insertarse en el impulso energético
:
de los encuentros entre plantas e insectos. En sentido latouriano, sus
experimentos generan formas de articular la diferencia y hacer que estas
diferencias se articulen. Sin embargo, como nos recuerda Haraway, estas
uniones son “no inocentes”; se cultivan a través de “práctica[s] impugnable[s]”
en la que “los socios nunca quedan fijados de una vez por todas para siempre”
(314). Como nos recuerda la afición de Darwin por la mímesis, no se pueden
pasar por alto las asimetrías de poder entre los socios en estos experimentos.

Al inclinarse hacia los experimentos de Darwin, revoloteando junto a los


insectos mientras éstos se alimentan de los nectarios de las flores y
sintiéndonos atraídos por el señuelo del labelo y las volátiles nubes de la
planta del tabaco, podemos empezar a contar nuevos tipos de historias. A
medida que nos subimos a este impulso involutivo y llamamos la atención
sobre los ritmos de estas relaciones íntimas, podemos perturbar las lógicas
militarizadas y económicas que impregnan las ciencias de la ecología. Y
aunque las lecturas involutivas no pueden borrar o socavar completamente
estas lógicas, sí ofrecen un suplemento que amplía las visiones que de otro
modo quedarían silenciadas.

Es en los encuentros entre orquídeas, insectos y científicos que encontramos


aperturas para una ecología de intimidades interespecíficas y sutiles
propuestas. Lo que está en juego en este enfoque involutivo es una teoría de
relacionalidad ecológica que toma en serio a los organismos como
practicantes inventivos que experimentan mientras elaboran vidas y mundos
interespecíficos. Esta es una ecología inspirada en una ética feminista de la
“capacidad de respuesta” en la que las cuestiones de la diferencia entre
especies se conjugan siempre con la atención a los afectos, los enredos y las
rupturas; es una ecología afectiva en la que la creatividad y la curiosidad
caracterizan las formas de vida experimentales de todo tipo de tipos de
practicantes, no sólo los humanos. Necesitaremos este modo de pensamiento
:
ecológico para realizar un trabajo más eficaz en el desafío del status quo de la
irresponsabilidad ecológica.

Este ensayo está dedicado, en cariñosa memoria, a Lynn Margulis (1938–2011),


involucionista extraordinaria.

Extendemos nuestro agradecimiento a Sophia Roosth y Astrid Schrader, por la


invitación a contribuir a este número especial de differences y a Elizabeth Weed
por su generoso apoyo durante el proceso de redacción y revisión. Muchas
gracias también a Etienne Benson, Donna Haraway, Stefan Helmreich, Kelly
Ladd, Maria Puig de la Bellacasa, Hugh Raffles, Catriona Sandilands y Joan
Steigerwald por sus lecturas cercanas y generadoras de versiones anteriores de
este ensayo. Muchas gracias a Martha Kenney, Rusty Shteir y a los
participantes en el taller Politics of Care in Technoscience de la Universidad de
York por sus generosos comentarios sobre este ensayo. Gracias también a Dani
Pacey por las traducciones y la transcripción. La redacción e investigación de
este ensayo ha sido posible gracias a una generosa subvención del Consejo de
Investigación de Ciencias Sociales y Humanidades de Canadá.

Carla Hustak se doctoró en Historia, en la Universidad de Toronto en 2010.


Tiene dos ensayos en prensa, uno de ellos de próxima publicación en el
Journal of Transnational American Studies y otro en el Journal of the History of
Sexuality. Recientemente ha recibido una beca Mellon de posdoctorado en la
Universidad de Illinois, Urbana-Champaign. Actualmente se encuentra
revisando su tesis, titulada: “Intimidades radicales: potencial afectivo y la
política transatlántica del amor en el movimiento de reforma sexual, 1900–
1930, como un manuscrito de libro.

Natasha Myers es profesora asociada del departamento de antropología y del


programa en Estudios de Ciencia y Tecnología de la Universidad de York, en
Toronto. Su trabajo ha aparecido en Body & Society, Social Studies of Science
:
Studies. Actualmente está terminando un manuscrito sobre la cultura visual y
los modos de encarnación en las ciencias de la vida contemporáneas, que será
publicado por Duke University Press. Su nuevo proyecto, “Sensing Botanical
Sensoria”, es una etnografía de las artes y las ciencias de la experimentación
botánica. Una beca de investigación del Consejo de Investigación de Ciencias
Sociales y Humanidades de Canadá proporcionó una generosa financiación
para la investigación y redacción de este ensayo.

NOTAS DE LA TRADUCCIÓN

(*) Aquí se puede entender el involve como un juego de palabras entre


“involucrarse” e “involucionar” (involve en vez de evolve).
(**) Articulate puede traducirse tanto como “articulado” o como “elocuente”.
Ambos sentidos están involucrados en el uso que se le está dando al término
aquí.

NOTAS DEL ARTÍCULO

[1] Sobre la transducción de los afectos a través de los tejidos excitables, véase
Myers, “Dance Your PhD” y Molecular Embodiments; y Myers y Dumit.

[2] Sobre los “enredos afectivos” de la investigación en ciencias de la vida, véase


Myers “Animating Mechanism” y “Molecular Embodiments”

[3] Aquí nos basamos en teorías del afecto que están tomando forma en
trabajos recientes de antropología (Stewart, Taussig) estudios culturales
(Clough and Hardt; Massumi), estudios de ciencia Hardt; Massumi), estudios
tecnológicos (Murphy; Myers y Dumit), y geografía (Thrift). Nos conmueve la
respuesta de Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, a la pregunta de Spinoza:
“¿Qué puede hacer un cuerpo? Encuentran en los cuerpos el poder de
respuesta de afectar y ser afectado; una capacidad que mantiene los cuerpos
:
en una relación responsiva.

[4] La botánica de Darwin está siendo, actualmente, objeto de una gran


atención por parte de los estudiosos. Véase, por ejemplo, Ayrs; Bellon,
Endersby y Hoquet.

[5] Erasmus Darwin ofreció un retrato de la acción de las plantas en su poema


de 1789 “The Loves of the Plants”. Véase, por ejemplo, Browne, “Botany for
Gentlemen”; y Schiebinger.

[6] Miller argumenta que las plantas ofrecen un sitio productivo para
reorientar la teoría feminista y ella se aproxima a las plantas en términos de la
intención feminista de perturbar la dicotomía pasivo/activo, donde el macho
es codificado como activo y la hembra, pasiva. Miller recurre a las plantas en
conjunción con las ideas de eflorescencia de la filósofa Luce Irigaray, para
sugerir un lugar productivo, pero hasta ahora descuidado, para el análisis
feminista.

[7] Véase, por ejemplo, Derrida; Haraway, When Species; y Wolfe. Véase
también el ensayo de Haraway, “Sowing Worlds”, para nuevas formas de
pensar la relacionalidad con las plantas.

[8] “Las plantas con raíces o radículas pueden ser rizomórficas en otros
aspectos: la cuestión es si la vida vegetal en su especificidad no es entera
rizomática” (Deleuze y Guattari, 6).

[9] En un reciente número especial de Social Text, Julie Livingston y Jasbir


Puar, defienden un argumento similar de un enfoque “interespecies” de lo no
humano. Nuestro enfoque también coincide con el llamamiento de Eben
Kirksey y Stefan Helmreich, que reclaman a una “etnografía multiespecie”.
Aunque empecemos por las plantas, también esperamos ir más allá del
:
concepto de especie, con una apreciación de la importancia de los medios, de
los intermedios, de las relaciones ecológicas a tantas escalas diferentes.

[10] Véase la correspondencia de Darwin en línea en


http://www.darwinproject.ac.uk/.

[11] Darwin amplió este debate sobre los intereses evolutivos de la


reproducción sexual en la publicación de 1868, The Variation of animals and
plants under domestication. En este texto, sugiere que las flores hermafroditas
forman “uniones ilegítimas” y que “el acto de impregnación es menos seguro,
y la fertilidad menos, cuando el polen y los óvulos pertenecen a la misma flor,
que cuando pertenecen a dos individuos distintos de la misma forma” (113).
Recuerda las notables anatomías de las orquídeas y señala que algunas
orquídeas “adquirieron una constitución tan peculiar que pueden ser
fecundadas más fácilmente con el polen de una especie distinta que por el
suyo propio” (117). Según Darwin, esto es “exactamente lo contrario de lo que
ocurre con todas las especies ordinarias” (117).

[12] En Darwin’s Plot, Gillian Beer ofrece una generosa lectura de la metáfora
de Darwin que amplía el papel de la “afinidad” y el “enredo” en su enfoque de
la historia natural y la teoría evolutiva. Según Beer, “puede haber un juego de
palabras en la insistencia en el “enredo” de Darwin en su teoría y su metáfora.
El significado principal que se da a ‘evolucionar’ en la edición de 1826, del
diccionario del Dr. Johnson en la biblioteca de Darwin es “Desplegar:
desentrañar enredar’” (19). Véase Hagen sobre la metáfora del banco enredado
y la relación de la evolución con la ecología.

[13] Peter Sloterdijk podría llamar a esto una “democracia de efecto


invernadero”, una que sugiere que los humanos y los no humanos en entornos
cerrados pueden sintonizar sensiblemente con la presencia del otro.
:
[14] Si las orquídeas y los insectos ya eran lugares de fascinación para los
victorianos (Browne, Charles Clark; Desmond y Moore), las investigaciones
intensivas de Darwin sobre las orquídeas muestran una nueva perspectiva. El
trabajo de Darwin sobre la polinización tomó forma en una época en que las
mujeres, el sexo y la botánica eran vinculadas a la cultura popular victoriana.
Esto, como muchos han mostrado, es una tendencia que remonta a la
aparición del sistema de clasificación sexual de Linneo (Campbell; George;
Kemp; Schiebinger; Shteir, Cultivating Women; Teute).

[15] Véase Raffles para una revisión involutiva de los estudios de Karl von
Frisch sobre el comportamiento y la comunicación de las abejas. En Darwin y
las abejas, véase también Davis.

[16] Véase la historia medioambiental Carolyn Merchant sobre el concepto de


asociación con la naturaleza.

[17] Véase por ejemplo, Harding; Haraway, “Situated Knowledges”; y Myers,


“Molecular Embodiments”.

[18] Darwin tuvo mucho cuidado al seleccionar sus ilustradores y asegurar que
las representaciones publicadas fueran precisas. George Sowerby ilustró las
flores del libro de Darwin sobre las orquídeas. Darwin se enfrentó a varios
retos en la ilustración botánica y hortícola. Se enfrentó al particular reto de
representar visualmente los mecanismos de la fecundación cruzada. Sus
ilustraciones destacaban los órganos sexuales de las orquídeas, removiendo
con frecuencia los sépalos y pétalos para exponerlos. John Ruskin, un
acérrimo opositor a Darwin, escribió el libro Proserpina en respuesta a la
representación de los órganos sexuales de las orquídeas, realizada por Darwin.
Ruskin oscureció deliberadamente los órganos sexuales de las flores, detrás de
los pétalos. Ver Smith.
:
[19] Beer describe un notable experimento que encuentra a Darwin imitando
las acciones peculiares de una hembra babuino, cuyo “corazón amplio” la llevó
a adoptar las crías de muchas otras especies (252). Darwin realiza un
experimento para disipar las dudas de sus críticos que esta hembra babuino
pudo haber mordido las garras de un gatito que ella adoptó, en orden de
prevenir que la arañara. Su experimento involucraba que él “imitara” al
babuino para probar su punto: “Traté y descubrí que podía agarrar fácilmente
con mis dientes, las pequeñas y afiladas garras de un gatito de casi cinco
semanas” (253).

[20] Véase el libro de Alison Syme, A Touch of Blossom, un relato maravilloso de


flores antropomorfizadas en la pintura de Siecle.

[21] Véase Myers, “Dance your PhD” para saber más sobre “experimentos
corporales” como modos de investigación cargados afectiva y cinestésica en
las ciencias de la vida.

[22] Taussig desarrolla su concepto de mimesis en conversación con Darwin,


para recordar a sus lectores la no inocencia de la mimesis, especialmente en
contextos coloniales racistas y sesgados por relaciones de poder. En el relato
de Taussig, Darwin intenta “mimetizarse con los mimos (fueguinos)” (80).
Taussig compara los sonidos que hacen al saludar a Darwin y a sus
compañeros de barco, con los sonidos que los ingleses hacen cuando imitan el
cacareo de las gallines, haciendo notar que estos son sonidos que “los ingleses
no los usan para imitar a los animales sino para controlarlos, y Darwin, al
describir el habla de los fueguinos- a quienes cataloga como el los hombres de
grado más inferior- no solo compara este habla con este habito de imitación-
control y nuestro vocabulario frente al de los animales. Él mismo, imita estos
sonidos, imita la imitación para imitar mejor a los imitadores” (80). Para más
información sobre la violencia y el racismo de la mimesis, en el contexto de las
relaciones coloniales, véase Bhabha.
:
[23] Véase Stengers, Cosmopolitics, sobre la captura recíproca. Véanse los
escritor de Deleuze sobre Spinoza y Jakob von Uexküll en Spinoza, para una
revisión de este enfoque de la etología.

[24] Véase, por ejemplo, Alaimo; Alaimo y Hekman; Barad, Meeting the
Universo; Bennett; Braidotti, Peroler; Birke y Hubbard; Grosz, Becoming
Undone, Nick of Time, y Time Travels; Franklin; Har away, Modest_Witness,
Simians y Cuando las especies; Irigaray; y Subramaniam.

[25] Véase Grosz, Becoming Undone, Nick of time y Time travels. Mientras que
Grosz se fija en Darwin para pensar en la generación de diferencia, la promesa
de la variación y la producción de identidad, Elizabeth Wilson relee las
expresiones de las emociones en hombres y animales de Darwin e incorpora
sus conceptos evolutivos en una revisión feminista del sistema nervioso.

[26] Las conferencias de Homenaje a Darwin, están disponibles en línea en


http://www.voicesfromoxford.com/homagedarwin_part2.html

[27] Véase Helmreich, “Trees”, para una discusión de los árboles evolutivos y
los estudios de las transferencias horizontales de genes que constituyen
nuevas topologías evolutivas en forma de redes y telarañas.

[28] Véase, por ejemplo, Margulis y Sagan, Acquiring Genomes, Microcosmos,


y What Is Life?; y Margulis, Asikainen y Krumben, Chimeras and Consciousness.

[29] El concepto de involución ha sido retomado por otros autores. Richard


Doyle desarrolla el concepto para explotar la expansión de la conciencia en su
reciente libro Darwin’s Pharmacy. Para Doyle, la “involución” es el difícil y
alegre reconocimiento de que uno es inmanente en el sistema que uno
observa: bienvenido a la noosfera, donde la atención focalizada provoca
transformaciones de la biosfera. Tanto el mecanismo de encantamiento de
:
una flor y su cadena de asociación con un sistema exogámico de reproducción
sexual mediada por la estética, sugieren un sujeto que está sujeto, incluso o
especialmente en su experiencia de interioridad, a una ecología de prácticas
altamente diferenciales y completamente dinámica. Como forma y contenido
de una capacidad de vinculación transespecífica, las flores figuran y de hecho,
actualizan la conectividad física necesaria para cualquier receta que
experimente la colectividad ecológica de un yo, que toma “conciencia de lo
que vive” en un enredo dinámico con tipo de otros (84). Diane Chisholm’s
“Biophilia, Creative Involution, and the Ecological future of queer desire” ofrece
otro enfoque de la involución. Documenta que la escritora de la naturaleza,
Ellen Meloy, se enredó afectivamente con el borrego cimarrón, el cactus pera y
la flor del pincel rojo. De forma similar al análisis que presentamos aquí,
Crisholm desarrolla la adaptación de Deleuze y Guattari del concepto
“involución creativa” de Bergson, para investigar las “conjugaciones de afecto”
entre organismos, en una ecología que incluye al escritor de naturaleza
(Chisholm, 360).

[30] La línea o bloque de devenir que une a la avispa y a la orquídea, produce


una desterritorialización compartida: la de la avispa, que se convierte en una
pieza liberada del sistema reproductivo de la orquídea, pero también de la
orquídea, que se convierte en objeto de un orgasmo en la avispa, también
liberada de su propia reproducción. Una coexistencia de dos movimientos
asimétricos que se combinan para componer un bloque, por una línea de fuga
que escapa de presiones selectivas. La línea o el bloque, no vincula a la avispa
o a la orquídea, más de lo que las conjuga y las mezcla: pasa entre ellas,
llevándolas en una proximidad compartida en la que la discernibilidad de los
puntos desaparece (Deleuze y Guattari, 293–94).

[31] Véase, por ejemplo, Barad, Meeting the Universe; Butler; Castricano;
Clough y Hardt; Hird; Parikka y Whatmore.
:
[32] En su ensayo,” ¿Cómo hablar del cuerpo?”, Latour desarrolla el concepto
de articulación en el doble sentido del término, tanto del habla clara como de
la discriminación de las diferencias. Utiliza el ejemplo de los kits utilizados
para entrenar las narices en la industria del perfume. Los aprendices tienen
que aprender a articular diferencias cada vez más finas entre las fragancias.
En el proceso, se vuelven más articulados, y más capaces de emitir
declaraciones acerca de las diferencias.

[33] De hecho, muchos en el creciente campo de la “neurobiología vegetal”


sostienen que las plantas tienen algo parecido a un cerebro. Los investigadores
apuntan a homologías electroquímicas entre las neuronas animales y la
fisiología de las plantas y sugieren que la red filigrana de las raíces de las
plantas y los tejidos conductores que recorren la planta, junto a los tallos y las
hojas, forman un sistema coordinado de células que pueden permitir que la
planta actúe como un sistema nervioso (Balušca, LevYadun, y Mancuso;
Stahlberg y Trewavas). Estos investigadores se basan en una larga historia de
investigación sobre la excitabilidad de las plantas, empezando por las
investigaciones de J. C. Bose de principios del siglo XX sobre los nervios de las
plantas en Bengala, India (véase Cinti; y Myers, “Sensing”), para argumentar
que las plantas tienen poderes cognitivos y potencialmente una especie de
conciencia (on plant consciousness, see also Doyle; and Trewavas).

[34] Véase Roosth para una discusión de problemas similares asociados con las
atribuciones de la subjetividad celular.

[35] Sobre los “gritos” no humanos, véase Roosth.

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