Está en la página 1de 5

Bailando con el diablo.

La mujer de negros cabellos, bailaba al compás de su pieza musical favorita, movía sus pies
al ritmo de la vibración en el suelo, y alzaba sus brazos recordando aquellos tiempos, dónde
bailar era su trabajo y no su pasatiempo.

Monique nunca fue una muchacha muy vivaz, siempre se mantuvo al margen, actuando
como esperaban que lo hiciera. El porte y presencia de la mujer, hacia poner verde de
invidia a cualquier jovencita que tuviera la dicha de apretar su mano.

Pero esos tiempos, tiempos en los que los más renombrados teatros, gozaban por colgar
carteles luminosos y llamativos con su nombre, eran nada más que recuerdos del pasado.
Ya nadie quería contratarla, nadie quería ver a una "anciana" como ella en un teatro tan
famoso y llamativo. Monique lloraba todas las noches, reviviendo los hermosos momento
que vivió en esos teatros y auditorios, recordaba casi a la perfección los olores de ese
teatro, solía recordar el olor a tabaco, que se perdía entre el aroma de perfume femenino, y
cera para pislos de madera. Aquellos teatros, tan deslumbrantes y hasta estúpidamente
perfectos, que habían tenido el honor de recibir a Monique Delevaunt y sus tan aclamadas
piezas de Ballet.

¡Oh qué hermosos tiempos! Solía exclamar Monique mientras entrelazaban sus manos e
imaginaba esos actos, que parecían nada más que un baile, un silple y llano baile para tan
adinerados espectadores, mientras que para Monique, eran sentimientos, e incluso parte de
su propia alma.

Y así como la pieza musical termina, la juventud también se apaga, tal y como lo hace un
tocadiscos de primera.

María, la madre de Monique solía decir; "No importa que tan caro o lujoso sea el perfume, o
que tan talentosa o hermosa seas, todo, acaba igual, acaba tan repentina y dolorosamente,
al igual que una pieza de música en tu tocadiscos favorito"

Y así es, ahora, Monique entendia las palabras de su avejentada madre. Después de todo,
no podía decir mucho sobre ella. ¿De que planeaba quejarse? Monique pensaba en las
cosas que le hubiera querido decir a su madre, antes de que su cuerpo fuera enterrado tres
metros bajo tierra. Y aunque la muchacha pensará en la desdicha muerte de su madre, y las
frases y quejas que hubiera parloteado sobre el cajón de su madre, pasaban por su cabeza
día y noche, jamás podría regresarse en el tiempo. Pero como todo, los sentimientos de
Monique eran algo pasajero, lloraba y arrojaba jarrones al suelo mientras pensaba en su
fallecida madre, pero más temprano que tarde, sus labios se cerrarían casi al instante,
recordando que ella misma está postrada en una estúpida silla de "paraliticos", como decía
Monique.

"¿Que más puedo esperar? Me queda sentarme y esperar que la muerte me abraze cálida y
lentamente."

Monique se repetía esas palabras todos los días, hasta que terminó ignorando la cruda
realidad.
Un día de entre tantos, en los que la rutina de ir al médico y llamar a las putas criadas eran
lo más relevante, Monique despertó vacilando, pensando en positivo, como nunca, se sentó
en el borde de la cama, como a diario, pero ese día, al apoyar los pies en el frío suelo de
cerámica, no sintió esa vacía y triste sensación de muerte, está vez, Monique, con escasa
fuerza, pudo reincorporarse y quedarte parada, quieta, tan quieta, que cualquiera quebla
viera pensaría que era una estatua.

Dejando escapar sollozos ahogados, y dejando su labio inferior temblar al compás de su


entrecortada respiración, la mujer comenco a caminar por los suelos de su morada, como si
ese accidente jamás hubiese marcado tan profundo en sus huesos.

Al caminar hasta la cocina, ahí la veía, a Sarah, su compañera de casa y criada, sentada en
la barra del desayuno, como lo hacía a diario.

—Buenos días mi señora ¿Cómo se ha levantado hoy? ¿Le apetece unos pancakes?

—Si, seguro.

La voz de la segura y fría mujer, se desestabilizo por un breve momento. ¿Por qué Sarah no
estaba sorprendida de su mejora?

—¿No te sorprende? —Dijo la mujer con un tono más que iriente.

—¿Que debería sorprenderme señora?

—Mi mejora ¿Acaso eres una maldita ciega? Ayer estaba postrada en una puta silla, y
ahora mírame, mis piernas son tan ligerss y flexibles como una pluma.

Un silencio pesado e incómodo reino en la cocina, y entonces, la risa escandalosa y


exagerada de la criada, hicieron que Monique abriera los ojos como platos.

—¿Que es tan gracioso jovencita?

—Señora, parece que anoche sus vitaminas le hicieron daño, está diciendo locura tras
locura.

—Pero ¿Jamás estuve en una silla de ruedas?

—Ay señora, por favor, está en excelentes condiciones médicas, eso sería impensable a
estas alturas.

Monique apretó los labios, y sonrió agradecida, todo era un sueño, ella jamás fue una
paralitica. Abrumada por los sentimientos, se levantó bruscamente de su asiento, y corrió
hasta su dormitorio, dónde se arregló con las más finas telas y joyas.
Al rato, volvió con su desbordante energía, casi corriendo, hasta su tocadiscos favorito, y
así, una vez más, dió inicio a su pieza de música favorita, Danse Macabre.

—Señora, lamento interrumpirla, debo irme, mi madre necesita de mi presencia. —Exclamo


la joven Sarah, con una rostro de preocupación absoluto.

—Si, ya vete, haz lo que te plazca.

La joven Sarah hizo una reverencia hacia Monique, y se retiró a paso rápido de la lujosa
casa de la señora.

Irritada por el comportamiento insolente de su criada, Monique volvió a prestar atención a su


tocadiscos, y a la música que sonaba en toda la sala de baile de su lujosa mansión.

Y así comenzó a mover sus brazos y piernas, como si de plumas se tratará, meneandose
cuál cisne en un río, agitando su ser al ritmo de la música, al ritmo del caudal del río en el
que este orgulloso y perfecto cisne, agitaba sus blancas y relucientes alas.

Horas, los segundos se hicieron minutos, y los minutos horas, y así, durante una infinidad
de horas, que pareciera imposible, Monique bailaba al ritmo de la música, sintiendo la brisa
del atardecer soplar en sus relucientes y ondulados cabellos. Monique estaba bailando
desde el amanecer, y el día ya estaba acabando, en cambio su energía, parecería
inagotable.

La mujer sonreía, y reía mientras bailaba su pieza favorita, mientras la luz del día se iba
acabando poco a poco.

El cuerpo de la mujer no era invencible, y se veía claramente retratado en los pieza


magullados y morados, que aún pareciendo imposible, seguían danzando en los brillantes
suelos de madera. Monique no sentía dolor, sentía todo lo contrario, felicidad y placer,
estaba haciendo lo que tanto amaba y disfrutava, bailar.

Y así, entre baile y baile, la luz del día se apagó, y las 23:30, asomaron en el carisimo reloj
que Monique solía lustrar a diario.

La mujer, más que feliz y calmada, siguio bailando, ignorando las deformidades que en su
cuerpo se habían originado. Después de un día entero bailando, sus pies parecían los de un
cadáver viviente, además de sus brazos y piernas, que parecían estar fracturadas en mil
pedazos.

A Monique, poco parecía importarle, el día estaba pronto a acabar, y junto con el día,
acabaría la pieza musical, con exactamente siete minutos de duración, los siete minutos
más divertidos que Monique viviría.

Y así inicio la pieza músical, y junto a ella, las piernas y brazos de la mujer se agitaban
como alas, plasmando en su cuerpo y alma, algo más que sentimientos, no era un
sentimiento, era una vida en una pieza músical, imágenes de su infancia, del auditorio en el
que tanto había vivido, de su amor perdido, de su madre, imágenes de toda su vida
pasaban cuál cinta de película en su cabeza, mientras que Monique bailaba al compás de la
música.

El tocadiscos hacía su trabajo, tocando la pieza favorita de la mujer, mientras que al compás
de esta, los huesos de Monique iban crujiendo, y a medida que crujían, se rompían en
pedazos, dejando la figura de la tan hermosa mujer irreconocible.

Por más que una locura parezca, el cuerpo de la mujer, siguió bailando hasta que el reloj
tocó las 00:00, y el tocadiscos se apagó repentinamente.

Cómo si de magia se tratara, el cuerpo de Monique sin vida, deformado y morado, cayó al
suelo, haciendo un estruendo más que notable desde el piso de abajo.

Y así, más temprano que tarde, la apresurada criada corrio hasta el segundo piso, y al verla,
sus cuerdas vocales le permitieron dar el grito más fuerte de su vida.

Sarah, con los ojos llorosos, y la voz temblorosa, llamo a emergencias, preocupada y
aterrada por la situación de su adorada jefa.

Después de los minutos más tortuosos de su vida, Sarah pudo divisar a los ayudantes de
medicina parados en la puerta de entrada de la lujosa mansión de la señora Monique.

—Adelante, es por aquí. —Dijo la joven haciendo un ademán con su mano, y guiando a los
trabajadores de salud hasta la sala de baile.

—¿Es ella?

—Asi es señor, hoy me retire temprano del trabajo, anoche le había dado sus medicinas
correctamente, y hoy, la Vi mucho mejor que ayer, con más ánimos, en su rostro ví a la
mujer que conocí hace seis años, es más señor, me dijo que me fuera y la dejara tranquila.

La voz de la joven criada se quebró, y las lágrimas escaparon a mares de sus ojos.

—Jamas pensé que algo así pudiera ocurrir, es decir, me dijeron que estás medicinas
controlarían sus alucinaciones, y me dijeron también que está silla era la más segura y
cómoda en todo París, dios mío, que horror.

Así es, el cuerpo de Monique estaba en el suelo, no estaba deformado ni morado, sino
estaba tirado en el suelo, al lado de su silla de ruedas.

La mujer, sufría de alucinaciones desde los 32 años, es por eso que el auditorío negó su
participación en los bailes, sería peligroso tenerla ahí. Años después, Monique ignoro las
advertencias y gracias a un descuido, cayó del escenario y quedó invalida de la cintura para
bajo, obligándola a vivir su vida en una silla de ruedas.

Monique, la mujer soberbia y orgullosa, había muerto en sus sueños, imaginando que
bailaba hasta morir, y que el tocadiscos, que hacía ya años que no funcionaba, tocaba su
pieza favorita. Y muy lejano a ser real, Monique falleció de un infarto y cayó de su silla de
ruedas, golpeando su cabeza contra el frío suelo, y así generando un estruendo en el piso
de abajo.

Para cuándo Sarah llegó y alertó a emergencias, ya era demasiado tarde, Monique había
perdido la vida, dejando a su paso, un charco de sangre alrededor de su cabeza, una silla
de ruedas destruida, y un tocadiscos enganchado en su brazo izquierdo, que al caer, se
llevó consigo.

Y así, como la madre de Monique solía decir, todo tiene un final, y este era el final del sueño
y vida de Monique De Je-Vaunt.

También podría gustarte