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Felicito a los ganadores y a todos los participantes, también quiero reconocer el esfuerzo de

los organizadores del concurso. No conozco otro igual. Se parece más a un ateneo cultural que a
un certamen literario
Trataré de explicar el proceso de escritura de este relato.
Una tarde al acabar de visitar unos jardines de Béjar que llaman El Bosque, me entretuve
hablando con el guía que los enseñaba; esta persona, aficionada a la historia, me dijo que
pertenecía a una asociación que se llama Béjar 68. La conversación y el entusiasmo con que me
describió la participación de Béjar en la Revolución de 1868 me despertó la curiosidad. Me
recomendó publicaciones y escritos de Carmen Cascón e Ignacio Matas. Fue esa tarde cuando
nació el relato.
Mi primera intención fue recrear aquel momento revolucionario en el que la burguesía y el
proletariado, aún poco organizado, coincidieron en derribar la monarquía borbónica, por
agotada y corrupta, aunque después la burguesía, pasado ese sexenio, se asentara para siempre
en el poder, y el pueblo quedara relegado y solo en sus aspiraciones, transitando un camino no
exento de tragedias que a todos nos suenan.
Empecé a escribir el relato imitando las novelas de folletín. Necesitaba enfocar las distintas
clases sociales; escogí como personajes a una pareja mal avenida, expuesta a todo tipo de
lances. Pero aquello no prosperó. El intento quedó en un relato muy escueto de los sucesos del
68, que no me satisfacía. Este primer escrito lo abandoné para modificarlo en otro momento.
Hasta que la convocatoria de Hislibris me animó a retomarlo.
Me planteé lo siguiente:
Aligerar el relato de referencias históricas que lo hacían pesado, aunque mantuve la fiesta y
la partida de billar en el palacete burgués a riesgo, como advierte Lucie, de que ese pasaje
resultara cansado. No obstante me pareció esta inclusión necesaria para presentar la relación
entre clases. Fue la parte que más me costó escribir y aun así creo que sigue siendo la más
aburrida.
Quería también evitar la aparición de la violencia explícita. No me interesaba que
aparecieran los soldados, como sugieren Lazy Baby y Torka. Quería personajes cuyo contenido
vital fuera sus pequeñas cosas, porque me parecía que en las conmociones sociales o en los
desastres, el miedo deja de tener rostro humano, se esparce en el aire como si naciera por
generación espontánea y no hay nadie al que pedirle cuentas, lo cual lo hace inconmensurable.
Esa era mi primera intención, aunque esto no consiguiera reflejarlo del todo.
Los personajes, que son lo que más ha extrañado a los comentaristas, casi se perfilaron solos.
Me ha chocado que hayan tomado tanto peso en los comentarios: Corazón de León dice “que
atraen y repelen”; DJuank83 los ve como patológicos, “psicópatas” precisa; Capitán es muy
explícito y habla de que “entre ellos hay distancias monstruosas y que despiertan una curiosidad
insana”; Lucie hace de ellos una analogía con el protagonista nihilista de “El extranjero” de
Camus. No sé si aclarará deciros que en un principio solo me planteé unos protagonistas que
tuvieran acceso a la clase trabajadora y a la clase burguesa. Necesitaba reflejar las distintas
actitudes de burguesía y trabajadores: dos recién casados, con una historia personal de
desarraigo, huérfanos, con poco apego familiar y que pudieran mirar sin pasión las claves de su
entorno. Son rasgos que nacen como una determinación funcional del relato.
Después, para dar verosimilitud a los personajes, intenté creérmelos. Fantaseé. Recurrí a las
imágenes de época. Recordé los cuadros del Museo del Romanticismo, en especial “La familia
de Jorge Flaquer”. Volví a ver el cuadro, y con total subjetividad (muchos verán en él otra
cosa) me pareció que en esa familia el pintor involuntariamente reflejaba la incomunicación de
afectos. También rememoré una frase que hacía muchos años había escuchado a una anciana en
un pueblo de Ávila: “A veces somos como arcas cerradas”, casi literal aparece en el relato; todo
esto lo asocié al cuadro de Edvard Munch, “Las chicas en el puente”. Estas tres jóvenes que
juntas miran la corriente del agua, y que tal vez queriéndose, se las percibe tan lejos entre sí.
De este conjunto de sensaciones se conformaron los personajes. Los imaginé con
circunstancias personales que los hacían retraídos: su orfandad, su condición de industriales
mediocres. Pero a esto se añadían otras circunstancias sociales. Entendí que entre dos jóvenes
de clase media, pertenecientes a una familia de industriales cuyos esfuerzos van dirigidos al
lento ascenso social, su identidad bien podría venir determinada por valores puritanos —
cumplimiento y esfuerzo— como podría ser normal en una población pequeña, controladora,
competitiva y tal vez asfixiante, diferente a la burguesía madrileña que tan bien muestra Galdós.
En su momento no lo pensé, pero ahora creo que se parecerían más a los industriales que
aparecen en “Mariona Rebull” de la que tengo un leve recuerdo: burgueses que madrugan
durante años y no se permiten un desliz público.
Pero también hay algo para mí importante. El protagonista narrador cuenta recordando,
después precisaré más. Han pasado muchos años, y aunque, se recuerda a sí mismo como un
joven aturdido, desorientado en su propia familia, y sin puentes de afecto con su mujer, mientras
vive los sucesos del 68 hace una elección: deja de pertenecer a la burguesía, pequeña o grande,
y se identifica con el pueblo. No es el mismo antes que después del 68, de recién casado que
cuando recuerda escribiendo.
Illona se cuestiona si la relación afectiva que mantienen los protagonistas es una “relación
fallida”. Yo la veo como una relación contemplada en perspectiva, después de que han pasado
muchos años, mientras el protagonista escribe. Rememora los días de revolución en el primer
año de casados. Escribe con mucha contención, sin permitirse una grieta que deje al aire su
intimidad. Habla del suceso del perro, en el que los dos colaboran y se protegen y al final
expresa que van a pasear juntos y que ella le espera. Esto es todo. La consideración de si es una
“relación fallida” corresponde al lector. En mi opinión una relación de años es difícil juzgarla
por el esquema binario fallida-no fallida, pero bueno, esto es ficción.
Acerca de la voz narrativa. Capitán la compara con una melodía monótona. Al acabar el
relato y volver a leerlo confieso que tuve esa sensación. Pero concluí que este relato era así y no
podía ser de otra manera, me dije que si cambiaba el ritmo del relato o hacía gesticular al
narrador sonaría a falso. Una vez que había tomado el pulso a la voz narrativa no era capaz de
hacer otra cosa.
Insisto en que el narrador cuenta desde una perspectiva temporal, por lo que las acciones no
tienen la intensidad de la inmediatez.
Hojeando un anuario del Casino Obrero de Béjar observé que Béjar había organizado con
motivo del conflicto del 98 un homenaje de apoyo al Gobierno. En la primera versión de la que
os hablaba, el protagonista abandona el acto y en compañía de unos amigos entra a un café
donde rememora. Esto no era creíble: que un hombre tan introvertido se expresara de esa
manera en un café ante amigos circunstanciales contradecía su natural discreción. Por tanto lo
concebí en soledad escribiendo para él. También omití la referencia del 98, me parecía excesivo,
pero mantuve la melancolía propia de una persona que recuerda el 68 con la decepción por
tantos años de Restauración. Si en el 68 el protagonista tuviera 25 años, en el 98 tendría 55,
edad muy apropiada para la melancolía.
Disculpadme si me he extendido un poco, pero han sido muchos días sin decir ni mu.
Recibid un afectuoso saludo: Lazy Baby, Ekei, Íñigo Montoya (recojo esa lágrima),
Hijomoto, Ave, J.de Francia, Akane, Corazón de León, La Guaricha, Merak, DJuank83 (ya me
gustaría presentarte a la parejita, te caería bien), McFarlane (siento haberte puesto triste),
Capitán, Lucie (me has hecho leer “El extranjero”), Torka, Hatshepsut, Garnata, Graj, Tigrero,
Ilona, Argonauta, Pero López (ya lo he corregido). Gracias a todos por haber leído el relato y
por vuestras cariñosas palabras. Salud.

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