Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Tormenta de Arena - Francine Zapater
Tormenta de Arena - Francine Zapater
Francine L. Zapater
Copyright 2013 © Francine L. Zapater
Nº Reg: B-1672-10
Gustavo A. Becquer
Prólogo
«La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los
guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos
los roba muchas veces y definitivamente.»
François Mauriac
Mi bolso empezó a temblar mientras sonaban las conocidas
notas de la melodía de mi móvil. Rebusqué con la mano en su
interior hasta acariciar con los dedos el borde del teléfono. Lo
saqué rápidamente, reconociendo el número que aparecía en
pantalla.
-Hola mamá.
-Hola cariño –dudó unos instantes antes de continuar
hablando- ¿te pillo en mal momento? –Preguntó,
extrañándome en sobremanera.
-No, tranquila, hoy hemos salido uno hora antes porque ha
faltado un profesor –le aclaré –voy de camino a casa. Dime
¿ocurre algo?
-Necesito hablar contigo, pero no por teléfono. –Arrugué la
frente, con la mosca detrás de la oreja.
¿Desde cuándo Nicole se había vuelto tan misteriosa? Puse los
ojos en blanco, solo me faltaba esto, intrigas familiares.
Decenas de hipótesis empezaban a atravesar mi mente en esos
momentos. Esto no pintaba bien.
-Mamá me estás preocupando, ¿qué pasa? –Exigí irritada.
-Lo siento cariño, pero de verdad que no te lo puedo contar por
teléfono, ¿podrías venir a verme esta tarde? –El tono y la
urgencia de voz de mi madre empezaban a angustiarme.
-¿Esta tarde? –Repetí de forma automática.
«No, esta tarde no», pensé sin llegar a decírselo a ella. Hoy era
el día de la cita con el autor de las notas anónimas. Tenía la
intención de acudir sin que Erik se enterase, pero ahora Nicole
estaba mal y me pedía que fuera a verla. Me debatí durante
unos segundos entre lo que debía y lo que tenía que hacer.
Apreté el puente de mi nariz con mis dedos mientras cerraba
los ojos, con el teléfono pegado a la oreja, sujetándolo con el
hombro. Dudé un momento, ¿qué era lo correcto?
Si faltaba a mi cita probablemente echaría a perder la única
oportunidad de descubrir al extraño desconocido, pero por otro
lado me preocupaba de veras lo que pudiera estar pasándole a
mi madre. Debía de ser algo realmente grave para no querer
decirme nada por teléfono. ¿Estaría enferma? ¿Problemas de
trabajo? Al final mi corazón tomó la decisión, anteponiéndose
a mi cabeza, y seguramente la más acertada.
-Está bien mamá, ahora llamaré a Erik y en cuanto pueda venir
a buscarme salimos para Chemainus, ¿Ok?
-Gracias cariño, te estaré esperando.- Su tono impaciente solo
avivaba mi desasosiego.
Colgué el teléfono y me quedé mirándolo. ¿Qué estaba
pasando? ¿Qué me había perdido? Tenía la sensación de que
algo se me escapaba, estaba pasando por alto algún detalle.
Era inútil devanarme los sesos de esa manera, lo mejor sería
llamar a Erik y acudir a casa de mi madre cuanto antes. Pulsé
el botón de llamada. Ni siquiera tenía que buscar su número en
la agenda de mi teléfono. Erik, a parte de mi madre, era el
contacto más frecuente. No pasaba una mañana sin que me
llegase algún SMS suyo y por norma a la hora del almuerzo, si
no nos veíamos, solíamos hablar un rato por teléfono.
Nuestra relación se había fortalecido con el paso de los meses.
Era habitual vernos siempre juntos. Pero si todo era tan
perfecto, ¿por qué tenía este presentimiento de “fingida de
felicidad a punto de derrumbarse”? Me volvía loca esté exceso
de presunción que me caracterizaba.
El móvil empezó a moverse en mi mano, despertándome de mi
ensoñación. Era él.
-¡Erik que sorpresa! Me has leído el pensamiento, estaba a
punto de llamarte.
-Sí, lo sé –por el tono de su voz deduje que seguía sin hacerle
ni pizca de gracia esa telepatía entre nosotros.
¿Por qué le molestaba tanto que conectásemos mentalmente?
Yo estaba encantada, pero Erik no quería ni hablar del tema, y
mucho menos que usará dicho medio para comunicarme con
él. Lo de esta tarde había sido pura casualidad, no tenía
intención de usar la telepatía, pero por lo visto entre mis
divagaciones lo había hecho. Intenté quitarle hierro al asunto,
bastante tenía en mi cabeza hoy como para añadir otra
preocupación más.
-Me ha llamado mi madre, necesita que vayamos a su casa esta
tarde. -Pausé para ver que me decía.
No dijo gran cosa.
-Aja -se limitó a contestar.
-¿Puedes pasar a recogerme cuando estés libre? -Añadí en
vista de que él no añadía nada más.
-Por supuesto, en seguida voy a buscarte. No te muevas de
casa, ¿vale? –Noté su voz agitada por el movimiento,
seguramente ya estaba de camino al coche.
Su advertencia era clara, no hacía falta mucha intuición para
saber que me estaba pidiendo que no acudiera a la cita. Tanto
insistirme para que no fuera solo conseguía que desease más
aún acudir a dicho encuentro y me arrepintiera de haber cedido
a la petición de Nicole.
«Las pasiones son como los vientos, que son necesarios para
dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de
huracanes.»
Bernard Le Bouvier de Fontenelle
Volvió a asomarse a la ventana. El cristal empañado
dificultaba la visión, pero aun así no tuvo dudas respecto a lo
que veía. Nada. La calle permanecía desierta. Ni rastro de
Estela. Ya hacía un buen rato que Luke se había ido en busca
de su hermano. Beth se apartó del cristal pensativa. «Donde
narices te has metido» pensó irritada. Miró la pantalla de su
teléfono, tirándolo sobre el sofá al ver que no tenía ningún
mensaje. Eran casi las dos de la madrugada y Estela seguía sin
dar señales de vida.
Beth se dirigió a la cocina, masajeando su cuello con ambas
manos. Lo notaba rígido, tirante, como si fuera de plástico
duro. Cogió una taza y la llenó hasta el borde de humeante
café. Iba a necesitar bidones de café para mantenerse
despierta, por que eso es lo que pensaba hacer, esperar
despierta. Estela la necesitaba. Ella no había entendido muy
bien que era lo que estaba pasando. Suerte que Luke se lo
explicó cuando Estela y Erik salieron de casa. El problema era
que el padre de su amiga, al que creía muerto, era un
alienígena como Luke y su hermano. Eso dejaba a su amiga en
un punto intermedio entre los humanos y los extraterrestres.
«Ya decía yo que Estela era un poco rarita» pensó tomando un
sorbo del amargo café mientras recostaba su cabeza contra la
pared de la cocina. Inmersa en sus pensamientos, notando la
pesadez de sus parpados a pesar de la dosis extra de café.
«Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo
les saldrá bien.»
Victor Hugo
Abrí los ojos dejando que la luz penetrase en ellos, cegándome
por un instante. Los volví a cerrar como un acto reflejo. ¿De
dónde salía tanta claridad? Lo último que recordaba era el
oscuro bosque que me engullía y ahora toda esta luz, era
desconcertante. Solo quedaban fogonazos de imágenes que
iban y venían en mi mente sin saber de donde salían. Gente.
Pasillos interminables. El ruido monótono de un motor. Intenté
de nuevo abrir los párpados, pero esta vez lentamente,
manteniéndolos entornados, como una fina línea, hasta que mi
visión se acostumbró al exceso de luz.
Estaba en un avión.
Giré rápidamente mi cabeza en busca de alguien que me
explicase que hacía allí, cuando encontré a mi lado el único
rostro que no esperaba volver a ver.
-Hola Estela. ¿Has dormido bien?
-¡Tú! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! -Grité desesperada en
respuesta al saludo de Markus.
Una azafata se acercó a nuestra fila, con su profesional sonrisa
y un inmaculado traje azul marino.
-¿Le puedo ayudar en algo? -Preguntó amablemente sin dejar
de sonreír.
Llevaba el cabello color platino peinado hacia atrás en un
pulcro moño. Posó su mirada en mi atractivo secuestrador y no
en mí, que era la que estaba gritando. ¡Por el amor de Dios,
que simples éramos los humanos a veces! Me dieron ganas de
abofetearla. Si ella supiera la clase de monstruo que tenía
delante de sus narices no se lo comería con los ojos.
-No, gracias señorita -Markus dudó unos segundos, buscando
el nombre de la azafata en la pequeña chapa metálica que
colgaba reluciente de su solapa, mientras fingía cogerme de la
mano cuando en realidad me la estaba destrozando.- Señorita
Clarie, ruego nos disculpe, mi hija padece un trastorno mental,
a veces no es capaz de distinguir la fantasía con la realidad. -
Aclaró con una sonrisa arrebatadora.
-Oh, lo siento. No quería ser entrometida. -Se disculpó la tal
Clarie sin dejar de flirtear descaradamente con Markus.-
Cualquier cosa que necesiten estaré por aquí. -Concluyó
alejándose de nuestro lado con su perfecto contoneo.
Markus se volvió hacia mí, penetrándome con esos ojos de
gato hasta lo más profundo de mí ser.
-Será mejor que te portes bien o ¿prefieres que te obligue a
comportarte? -Masculló apretándome aún más la mano. Noté
un dolor punzante atravesándome el brazo.
-Eres repugnante. -Le espeté en voz baja, ahogando un grito.-
¿Se puede saber qué quieres de mí?
-Estoy seguro de que Carl ya te habrá puesto al día. Por cierto
que sorpresa tan grata saber que tu padre está vivo. Es una
pena que esa situación no vaya a durar mucho tiempo. -Añadió
con una maliciosa sonrisa perfilándose en su cara.
-¿Cómo has conseguido meterme en este avión sin que nadie
sospechase?
-No me digas que tu noviete nunca ha usado sus poderes
mentales para propasarse un poquito contigo. -Comentó
mordaz acariciándome la mejilla.
Le propiné un manotazo apartando sus dedos de mi enrojecido
rostro. Se me revolvían las tripas de tan solo sentirlo cerca.
-No, Erik nunca haría eso. Él me quiere. -Reivindiqué.
Aunque recordé con tristeza que Luke si había manipulado en
más de una ocasión mi voluntad, dejándome en un estado
similar a la hipnosis.
-¡Que bonito! Se me parte el corazón con oírte decir eso. -Se
mofó. Su rostro se oscureció de golpe, asustándome.-
Escúchame bien, no tengo nada en contra tuya. Sinceramente
me eres indiferente, pero tú tienes algo que nosotros
necesitamos y mi obligación es conseguirlo.
Estaba petrificada en el asiento sin ser capaz de hablar, ni de
parpadear, incluso me costaba respirar. Aquellos ojos casi
transparentes me tenían aterrada.
-Míralo de este modo, vas a morir por una buena causa. -
Susurró en mi oído, erizándome la piel a causa del miedo.
La voz distorsionada del piloto anunció la llegada a nuestro
destino. Islandia. El aeropuerto permanecía igual de desolado
como lo recordaba mi memoria. Markus alquiló un
todoterreno, y salimos al exterior. La belleza del paisaje volvió
a sobrecogerme. Estábamos en pleno invierno. Toda la basta
extensión que aparecía ante mis ojos estaba cubierta por una
capa de nieve blanca, como si hubieran glaseado el paisaje en
exceso. Por unos instantes me sentí como una niña en un
cuento de navidad. El cielo oscuro contrastaba con los
destellos verdosos, como un mar de fantasía que ondeaba en el
océano del firmamento. Nunca había visto la aurora boreal.
Markus me arrancó de mi ensoñación agarrándome del brazo y
tirando de mí en dirección al lugar donde estaba aparcado el
coche.
Mi captor conducía con seguridad por las oscuras carreteras de
grava y polvo, mientras yo me agarraba con uñas y dientes al
salpicadero, intentando amortiguar el incómodo traqueteo del
vehículo. Tenía dolorido el trasero por los constantes botes que
estaba dando en el asiento. Miré de soslayo al kaeliano que me
retenía en contra de mi voluntad.
Mantenía su mirada al frente, con los brazos muy rectos
sujetando el volante, mientras escrutaba en la oscuridad la
dirección correcta. Tenía la frente poblada de arrugas,
provocadas por la concentración. Pude admirar el perfil
extremadamente bello y perfecto. Y pensar que un año atrás
yo, en mi ignorancia, había instado a mi madre a salir con este
degenerado… Mi madre.
Nicole volvió a mi mente, ocupando todos mis pensamientos.
Hacía algo más de una semana que no tenía noticias de ella.
Mi móvil había desaparecido sin que fuera consciente de
cuando ni donde, y eso dificultaba en gran manera la
comunicación entre ambas. Retorcí mis dedos con angustia e
inquietud. Mi madre se estaba recuperando de su caída
emocional y lo único que le faltaba era enterarse de que su hija
había sido secuestrada. Rogué al cielo por que Erik hubiera
podido hablar con ella para tranquilizarla, o más bien
engañarla con cualquier excusa barata. Me dolía en el alma la
perdida de confianza que últimamente estaba produciéndose
entre Nicole y yo. Pero era necesario, por su bien, por el mío,
por el de todos.
Un fuerte tirón del cinturón de seguridad me empotró de golpe
contra el asiento, arrancándome el aire de los pulmones.
Markus había frenado en seco y me miraba divertido desde su
asiento.
-Espero que hayas disfrutado del viaje -comentó con excesiva
amabilidad.
Mis tripas se revolvieron en señal de protesta. La actitud
displicente, pero a la vez arrogante, de mi secuestrador
acrecentaba mis ganas de vomitar.
-Me habría gustado más si nos hubiéramos estrellado contra un
árbol y ahora estuvieras muerto.- Solté iracunda sin
importarme lo más mínimo las represalias por mi
desafortunado comentario.
Noté el dolor palpitante en mi mejilla, unido a un escozor que
me recorría la parte derecha del rostro, cuando su mano
impactó contra mi cara. Estaba claro que no iba a dejarme
pasar una. Contuve un grito al ver su desmedida reacción, pero
no pude evitar que las lágrimas resbalasen por mis enrojecidas
mejillas debido al dolor, la impotencia y el pánico que me
embargaba en estos momentos.
-Se acabaron los jueguecitos, aquí estamos solos tú y yo, y no
voy a andarme con remilgos. -Me amenazó mientras abría la
puerta del coche y me obligaba a bajar, clavándome sus dedos
como garras en la piel de mi brazo. Noté como aumentaba la
presión hasta producirme un dolor tan feroz que estuve a punto
de desmayarme.- No tienes escapatoria, no hay más futuro
para ti que el que yo decida, así que tú misma, podemos
hacerlo por las buenas y que tú seas la única perjudicada, o por
las malas, y entonces te aseguro que tu querido Erik junto con
tu padre, acabarán corriendo tu misma suerte. La decisión
queda en tus manos. -Concluyó dedicándome una pérfida
sonrisa y guiñándome un ojo.
Resistí la tentación de contestar, apretando con fuerza los
labios hasta formar una línea tensa con ellos. Pensar en Erik o
en mi padre solo conseguía aumentar mi determinación. Sabía
que ellos harían lo imposible por salvarme, incluso de mí
misma, y en estos momentos eso era precisamente lo que yo
quería evitar. Por eso había huido, por que no permitiría jamás
que Erik se sacrificase por mí. Si morir era la única manera de
salvarlos a ellos, lo aceptaría sin más. Markus interpretó mi
silencio como una respuesta positiva por mi parte y empezó a
avanzar, sin soltar mi brazo, arrastrándome prácticamente al
interior del pequeño edificio.
Bestia
Nota:
Esta trilogía termina con la novela “Mar de Serenidad”. Para
más información visita http://francinezapater.com