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ANTOLOGÍA
DE SAN AGUSTÍN
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Edita
Fundación Maior
Desengaño 10, 3º A
28004 Madrid
Tel. 915 227 695
info@maior.es
www.maior.es
Los textos escogidos por Hans Urs von Balthasar que aparecen en la edición
alemana, han sido traducidos del latín tomando en cuenta algunas versiones ya
existentes en español y otras lenguas.
Agradecemos la generosa colaboración de Salud Jiménez Quirós.
ISBN: 978-84-944724-1-1
Depósito legal: M-17679-2016
INTRODUCCIÓN.......................................................13
I LA REDENCIÓN ..................................................27
La Palabra: En el principio existía elVerbo 27 · Las tres figu-
ras delVerbo 30 · El descenso de Dios: La salud, el amigo, la
sabiduría 32 · Aparecer y ocultarse 33 · El Mediador 34 · Adán
y Cristo 35 · Fue hecho pecado 35 · El descenso de Dios 36.
El intercambio: Admirable intercambio 37 · Reconócete en
Mí 38 · El oro y el heno 39 · Dios, el hombre, el animal 40 ·
La belleza perdida 40. La gracia: La salvación de Dios 41 ·
Doble salvación 42 · La dicha de ser inferior 43 · La elección
de la gracia 44 · Confesar a Dios 45 · Dios ama el primero 46
· No hay que ir a buscar a Dios 47 · Naturaleza y gracia 47 ·
Omnipotencia de Dios y cooperación del hombre 51 · Los
obreros de la viña 53 · El fariseo y la pecadora 54 · La perfec-
ción humana 56
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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INTRODUCCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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INTRODUCCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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INTRODUCCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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INTRODUCCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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INTRODUCCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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INTRODUCCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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I. LA REDENCIÓN
LA PALABRA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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LA REDENCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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LA REDENCIÓN
fueron hechas todas las cosas, viene aquello que en modo muy
noble y luminoso está en el evangelio según San Juan: En el
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra
era Dios (Jn 1,1)…
Pero escucha otro modo de hablar, otra manera de dar a
conocer a Cristo, al que predica la Escritura. Las palabras que
he mencionado han sido dichas refiriéndose al tiempo ante-
rior a la Encarnación. Ahora, en cambio, escucha lo que, a su
vez, proclama la Escritura: La Palabra, dice, se hizo carne y ha-
bitó entre nosotros (Jn 1,14)… por esto entonces es mediador y
cabeza de la Iglesia, por el cual somos reconciliados con Dios,
por medio del sacramento de su humildad, pasión, resurrec-
ción, ascensión y juicio futuro…
Hay un tercer modo de hablar de Cristo, se trata del Cris-
to total en relación a la Iglesia; es decir, es proclamado cabeza
y cuerpo. Pues la cabeza y el cuerpo forman un único Cristo;
no porque Él no esté íntegro sin el cuerpo, sino porque se dig-
nó ser un todo íntegro con nosotros, el que aun sin nosotros
es plenamente, no sólo como Palabra, Hijo unigénito igual al
Padre, sino también en el hombre mismo que asumió, en el
cual es a la vez Dios y hombre. Con todo, hermanos, ¿de qué
modo somos nosotros su cuerpo y Cristo es uno con noso-
tros? ¿Dónde encontramos que el único Cristo es cabeza y
cuerpo, es decir el cuerpo con su cabeza? En Isaías, la esposa
habla junto con su esposo como en singular, de manera cierta
es uno solo y el mismo el que habla, ved lo que dice: Como a
esposo, me ciñó la diadema, y como a esposa, me revistió de adornos
(Is 61,10). Como a esposo y como a esposa; a la misma persona
llama esposo, en cuanto cabeza, y esposa, en cuanto cuerpo.
Parecen dos y es uno solo. Por otro lado, ¿de qué modo somos
miembros de Cristo? El Apóstol lo dice clarísimamente: Voso-
tros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,27).Todos en
conjunto somos los miembros y el cuerpo de Cristo; no sólo
los que estamos en este recinto, sino también los que se hallan
en la tierra entera; ni sólo los que viven ahora, sino también,
¿cómo lo diré?: desde el justo Abel hasta el fin del mundo,
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
EL DESCENSO DE DIOS
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LA REDENCIÓN
Aparecer y ocultarse
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El Mediador
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LA REDENCIÓN
Adán y Cristo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El descenso de Dios
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LA REDENCIÓN
EL INTERCAMBIO
Admirable intercambio
11. El Verbo que era Dios, se hizo carne y habitó entre no-
sotros (Jn 1,14). Él, en sí mismo, no tenía nada que hubiera
podido morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros
la carne mortal. Así es como el Inmortal ha podido morir,
así ha querido dar vida a los mortales, el que después ha de
hacer partícipes de sí a aquéllos de los cuales se hizo partí-
cipe. Porque nosotros no teníamos en nosotros nada de qué
vivir y Él no tenía en sí nada de qué morir. Así, Él ha hecho
con nosotros, en un mutuo tomar parte en lo que es del otro,
un admirable intercambio: era nuestro aquello por lo que Él
murió, era suyo aquello por lo que nosotros podremos vivir.
A decir verdad, la carne que Él tomó de nosotros para poder
morir, esa misma carne, nos la ha dado Él, porque es creador; y
la vida de la que viviremos en Él y con Él, no la ha recibido de
nosotros… Es así como Él murió en aquello que era suyo, ya
que Él mismo creó esta misma carne en la que Él ha muerto.
(Serm. 218/C, 1; Morin I 3; M. A. 453)
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Reconócete en Mí
13. El mismo cáliz que quería que pasara era aquél que
había venido a beber. ¿Qué significa entonces, Señor, lo que
dijiste: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz? A punto de sufrir
y de morir, dijiste a tus discípulos: Mi alma está triste hasta la
muerte (Mt 26,38). Busco en estas palabras aquellas otras, tuyas
también: Tengo poder para entregar mi alma y poder para recuperarla
de nuevo (Jn 10,17.18). ¿De dónde procede lo que escucho: Mi
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LA REDENCIÓN
alma está triste hasta la muerte? Nadie te la quita, ¿por qué estás
triste? Si tienes poder para entregar tu alma, ¿por qué dices:
Padre, si es posible, pase de mí este cáliz? Responde a quien le pre-
gunta y te dice: «¡Oh, hombre!, en mi carne te he recibido a ti;
si te he recibido en mi carne, ¿no te he recibido, acaso, en mis
palabras?». Cuando digo que tengo poder para entregar mi alma y
poder para recuperarla de nuevo, hablo como creador; mas cuando
digo que mi alma está triste hasta la muerte, te hablo como cria-
tura. Gózate por mí en ti; reconócete a ti en mí. Cuando digo:
Tengo poder para entregar mi alma, soy tu auxilio, y cuando digo:
Mi alma está triste hasta la muerte, soy tu espejo.
(Serm. 375/B, 3; Denis 5; M. A. 25)
El oro y el heno
14. Toda carne es heno, y la gloria del hombre como la flor del
heno. El heno se secó y la flor cayó. La palabra del Señor, en cambio,
permanece para siempre (1 Pe 1,24)… Y por más que los hombres
le tributen dignidad y honores a esta carne, es ciertamente flor,
pero flor de heno. Una vez seco el heno, no puede permanecer
la flor; como el heno se seca, así la flor cae. Tenemos, pues, a
qué asirnos para que no caigamos, puesto que la palabra del
Señor permanece para siempre. ¿Acaso el Verbo de Dios nos
ha despreciado, hermanos? ¿Acaso miró con desprecio esta
nuestra fragilidad y mortalidad y dijo «es carne, es heno; que
se seque el heno y caiga su flor; no vayamos en su ayuda»? Al
contrario, tomó nuestro heno para hacernos oro. La Palabra
del Señor, que permanece para siempre, no consideró indigno
de sí hacerse temporalmente heno, no para sufrir ella misma
cambio alguno, sino para otorgar al heno un cambio a mejor:
La Palabra se hizo carne y habitó en medio de nosotros, padeció por
nosotros el Señor, fue sepultado, resucitó, y subió al cielo y está
sentado a la derecha del Padre, no ya como heno, sino como
oro incorrupto e incorruptible.
(Serm. 113/B, 1-2; Mai 13; M. A. 289)
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
16. ¿No crees? ¡Cree, cree! Pues es más lo que hizo que
lo que prometió. ¿Qué hizo? Murió por ti. ¿Qué prometió?
Que vivirás con Él. Es más increíble que el Eterno haya muer-
to a que el mortal viva para siempre. Ya poseemos lo que es
más increíble. Si Dios murió por el hombre, ¿no ha de vivir el
hombre con Dios?
(Enarr. in Psal. 148, 8; P. L. 37, 1942)
La belleza perdida
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LA REDENCIÓN
LA GRACIA
La salvación de Dios
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Doble salvación
20. Dice el Apóstol: Así será, todo el que invoque el nombre del
Señor, será salvo (Rom 10,13). Todos vosotros, que habéis dado
vuestro nombre para el bautismo, corréis hacia esta salvación: una
salvación que no es para un breve tiempo sino para la eternidad;
una salvación que no tenemos en común con los animales y
que tampoco es común para buenos y malos. Todos nos damos
cuenta claramente de que la salud del tiempo presente, por la que
los hombres tanto trabajan, ya sea para lograrla o para recobrarla,
no es importante solamente para los hombres sino que también
lo es para los animales grandes o pequeños, desde los dragones
y los elefantes hasta para las moscas y los gusanos. Entonces, los
mismos hombres también tienen esta salud, la del tiempo presen-
te, tanto aquéllos que invocan a Dios y aquéllos que blasfeman.
Por eso dice el salmo santo: Salvarás a los hombres y a los animales,
Señor, ¡cómo se multiplica tu misericordia!, pero los hijos de los hom-
bres aguardarán a la sombra de tus alas (Sal 35,7ss). Así por la gran
misericordia de Dios, esta salud llega hasta los últimos animales;
pero los hijos de los hombres, que pertenecen al Hijo del hombre, se
acogerán a la sombra de tus alas. Eso es lo que nosotros hacemos en
esta vida: esperamos ahora aquello que recibiremos más tarde. ¿Y
qué nos promete el salmo? Se embriagarán con la abundancia de tu
casa y les alimentarás con el torrente de tus delicias porque cerca de ti está
la fuente de la vida (ib., 9). La fuente de la vida es Cristo.
(Serm. 213, 1; Morin I 1; M. A. 441-442)
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LA REDENCIÓN
43
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
La elección de la gracia
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LA REDENCIÓN
Confesar a Dios
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LA REDENCIÓN
Naturaleza y gracia
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LA REDENCIÓN
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2 El pelagianismo.
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LA REDENCIÓN
29. Quienes son guiados por el Espíritu de Dios, ésos son hi-
jos de Dios (Rom 8,14). ¿Quieres guiarte a ti mismo, quieres
ser movido a partir de ti para realizar cuanto conduzca a dar
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LA REDENCIÓN
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vida eterna, ella será igual para todos. No será más larga para
unos y más breve para otros, porque es igualmente eterna, y lo
que no tiene fin no lo tendrá ni para ti ni para mí. Allí, de un
modo estará la castidad conyugal y de otro modo la integridad
virginal; será diferente el fruto de las buenas obras y la corona
del sufrimiento; uno de una manera y otro de otra; pero, en lo
de vivir eternamente, ninguno vivirá más que el otro…
Mas prestad atención y comprended, hermanos míos; na-
die ha de dejar para más tarde el ir a la viña, apoyado en la se-
guridad de que llegue cuando llegue habrá de recibir el mismo
denario. Es seguro, en efecto, que también a él se le promete
el denario, pero no se le ordena que vaya más tarde. ¿Acaso los
que fueron llevados a la viña cuando salió el amo a buscarlos a
la hora de tercia, le dijeron: «espera; ya iremos a la hora sexta»?
Y los que halló a la hora sexta en la plaza, ¿le dijeron acaso:
«iremos a la hora nona»? ¿O bien, a los que encontró en la hora
nona le dijeron: «no vamos sino hasta la hora undécima»? Ya
que a todos se les dará lo mismo, ¿para qué nos fatigamos más
que los otros? Lo que Él haya de dar y lo que Él haya de hacer,
está en manos de su sabiduría; tú, cuando seas llamado, ve… Se
te llama a la hora sexta; ve. El amo también te ha prometido un
denario si vienes a la undécima; pero que vivas incluso hasta
la hora séptima, eso nadie te lo ha asegurado. No digo hasta la
undécima, sino al menos hasta la séptima. ¿Por qué entonces
haces esperar a Aquél que te llama estando cierto del salario
pero incierto del día? Mira, no sea que lo que Él ha prometido
darte, lo pierdas tú remitiéndolo para después.
(Serm. 87, 4-6; P. L. 38, 532-534)
El fariseo y la pecadora
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LA REDENCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
La perfección humana
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LA REDENCIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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II. LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
La serpiente de bronce
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LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El Arca
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LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA
Testimonios
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
64
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA
Promesa y cumplimiento
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA
Los Macabeos
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LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA
Esaú y Jacob
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al primer hijo; pero, bajo la figura del mayor, el menor fue ben-
decido. La madre actúa como figura de la Iglesia. Daros bien
cuenta hermanos, la Iglesia no es sólo de aquéllos que tras la
venida y el nacimiento del Señor comenzaron a ser santos, sino
también de aquéllos –cualesquiera fuesen– que ya antes eran
santos: ésos ya pertenecen a la Iglesia. No vayamos a creer que
el Padre Abrahán no tiene nada que ver con nosotros por el
hecho de que existió antes de que Cristo naciera de la Virgen
y que nosotros tan sólo después hemos sido hechos cristianos,
es decir, después de la pasión de Cristo: el Apóstol declara que
hemos llegado a ser hijos de Abrahán imitando la fe de Abrahán.
¿Y nosotros que, imitándolo, somos admitidos en la Iglesia, va-
mos a excluirle a él de esa misma Iglesia? Es esta Iglesia la que
queda representada en Rebeca, la mujer de Isaac. Esta Iglesia
estaba ya en los santos y profetas que tuvieron la comprensión
del Antiguo Testamento, porque estas promesas, aunque eran
carnales, significaban para ellos un «no se qué» espiritual.Y si
hay algún significado espiritual, los espirituales pertenecen al
hijo menor ya que la carne viene primero y después el espíri-
tu… Nadie llega a ser espiritual sino a partir de lo carnal. Pero
si uno persevera en una prudencia carnal, se quedará siempre
en Esaú. Si uno llega a ser espiritual, entonces será el hijo
menor. Pero es el menor quien será el mayor. Uno ha sido el
primero en el tiempo, pero el otro le precede en virtud. En
efecto, cuando Jacob había preparado un plato de lentejas, Esaú
prefirió comérselas antes que obtener la bendición. Jacob le
dijo: Dame tu primogenitura y te daré las lentejas que he preparado
(Gen 25,31).Y él vendió su derecho de primogenitura al más
joven. Uno obtuvo una satisfacción temporal, el otro obtuvo
una dignidad sempiterna…
Hay un pueblo cristiano. Pero en ese pueblo cristiano
conservan el primado quienes pertenecen a Jacob. En cambio,
quienes viven carnalmente, creen carnalmente, esperan car-
nalmente y aman carnalmente, pertenecen todavía al Antiguo
Testamento y aún no al Nuevo. Les cabe el destino de Esaú y
no participan aún de la bendición de Jacob.
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acerca de ese mismo rebaño? Tengo otras ovejas que no son de este
aprisco, voy, las haré volver y habrá un solo rebaño y un solo pastor
(Jn 10,16). ¿Qué otras ovejas tiene el Señor Jesucristo si no
son las que proceden de los gentiles?... Estos dos pueblos que
proceden de dos lugares diferentes están asimismo represen-
tados por dos murallas. La Iglesia de los judíos procede de la
circuncisión, la Iglesia de los paganos del prepucio. Proceden
pues de lugares diferentes, pero son unidas en la casa. Es por
ello por lo que el Señor fue llamado «la piedra angular». Pues
en el salmo se dice: La piedra que rechazaron los arquitectos es aho-
ra la piedra angular (Sal 117,22).También dice el Apóstol: Sobre
la piedra angular que es Cristo Jesús (Ef 2,20)... Los dos cabritos
son, entonces, como los dos pueblos, como los dos apriscos
y como los dos muros; son también como los dos ciegos que
estaban al borde el camino (Mt 20,30), como las dos barcas en
las que quedaron reunidos los peces (Lc 5,7). Son numerosos
los pasajes de las Escrituras en los que se hace referencia a los
dos pueblos, que sin embargo son uno solo en Jacob… Pero
no le habría alcanzado la bendición si él mismo no hubiera
cargado con los pecados que no había cometido…
Entonces, ¿qué significa: Vino con astucia y se ha llevado
tu bendición? Porque cuanto se actuaba se realizaba a modo
de figura, por ello se dice: «Vino con astucia». En efecto, Isaac
no habría confirmado la bendición a un hombre falso que
no hubiera merecido nada más que una justificada maldición.
Esta astucia no era en verdad tal porque no había mentido di-
ciendo: Soy Esaú, tu hijo mayor. Había hecho un pacto con su
hermano, quien le había vendido su primogenitura. Le dice al
padre que tiene lo que le había comprado al hermano: lo que
éste había perdido había pasado al otro…
Por ello, Isaac, conociendo esto en el misterio, confirmó
la bendición y le dice a su hijo Esaú: ¿Qué podría hacer yo por
ti? Y éste le dice: Bendíceme también a mí, padre, porque no tienes
una sola bendición (Gen 27,37-38). Pero Isaac sabía que no tenía
más que una. ¿Por qué una solamente? Que el Espíritu San-
to me asista para que yo pueda decirlo y vosotros entenderlo.
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El juicio de Salomón
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con él, eran como esos animales que le habían sido mostrados
sobre el lienzo, a los que Dios había ya purificado, puesto que
había aceptado sus limosnas. Debían ahora ser sacrificados y
comidos, es decir, que tenía que morir su vida pasada, en la
que ellos no habían conocido a Cristo; y, tenían que pasar a su
cuerpo, como a una nueva vida en la comunión de la Iglesia.
(Serm. 149, 6-9; P. L. 38, 802-803)
55. El hombre que tuvo dos hijos es Dios, que tiene dos
pueblos. El hijo mayor es el pueblo de los judíos; el menor,
el de los paganos. La herencia recibida del padre es el alma, la
inteligencia, la memoria, el ingenio y todo aquello que Dios
nos dio para que le conociésemos y alabásemos. Tras haber
recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región
lejana. «Lejana», es decir, hasta olvidarse de su creador. Dilapidó
su herencia viviendo desordenadamente; gastando y no adquirien-
do, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que le
faltaba; es decir, consumiendo todo su ingenio en lascivias, en
vanidades, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad
llamó meretrices.
No es de admirar que a este despilfarro siguiese el ham-
bre. Sobrevino un hambre extrema en aquel país; no hambre de
pan visible, sino hambre de la verdad invisible. Impelido por
el hambre, se puso en manos de uno de los principales de aquella
región. En este «principal» ha de verse al diablo, príncipe de los
demonios, en cuyo poder caen todos los curiosos, pues toda
curiosidad ilícita no es otra cosa que una hedionda carencia
de verdad. Este hijo menor, apartado de Dios y con el hambre
de su espíritu, fue reducido a servidumbre y le tocó ponerse
a cuidar cerdos; es decir, la servidumbre última e inmunda
de que suelen gozarse los demonios. No en vano permitió el
Señor a los demonios entrar en la piara de los puercos. Aquí
él se alimentaba de bellotas, que no le saciaban. Las bellotas
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LA CASA DE DIOS
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III. CRISTO Y LA IGLESIA
LA CABEZA Y EL CUERPO
En el cielo y en la tierra
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dices que no hay más que un Dios. Crees lo recto, pero también
los demonios creen y tiemblan (Sant 2,19). En consecuencia,
si sólo crees y no amas, eso te es común con los demonios.
Pedro dijo: Tú eres el Hijo de Dios y se le respondió: Dichoso
eres, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo reveló ni la carne ni
la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,16-17). En
los evangelios hallamos también que los demonios dijeron:
¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? (Mt 8,29).
Le proclaman Hijo de Dios los apóstoles y le proclaman Hijo
de Dios los demonios; la confesión parece igual, pero el amor
no es igual. Los primeros creen y aman; los segundos creen
y temen. El amor espera el premio, el temor el castigo. He-
mos descubierto, pues, que alguien puede tener fe sin tener
caridad. Por lo tanto, que nadie se jacte en la Iglesia de tener
algún don, y si acaso sobresale en ella por algún don que le
ha sido concedido, vea antes si posee la caridad. El mismo
apóstol Pablo habló y enumeró muchos dones de Dios pre-
sentes en los miembros de Cristo que constituyen la Iglesia,
diciendo que a cada miembro se le han concedido los dones
adecuados y que no puede ser que todos tengan el mismo
don. Pero ninguno quedará sin algún don: apóstoles, profetas,
doctores, poseedores del don de milagros, dones del poder de curación,
de auxilio, de gobierno, don de la diversidad de lenguas (1 Cor
12,28). De éstos se habló, pero vemos otros muchos en otras
personas distintas. Que nadie, pues, se apene porque no se le
ha concedido lo que se ve que se concedió a otro: tenga la
caridad, que no sienta envidia de quien posee un don y, con
aquél que lo tiene, poseerá lo que él personalmente no tiene.
En efecto, cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento
envidia por ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente,
pero lo tengo en él; no sería mío si no formásemos un solo
cuerpo bajo una misma cabeza.
Si, por ejemplo, la mano izquierda del cuerpo tiene un
anillo y no la derecha, ¿acaso está ésta sin adorno? Mira cada
una de las dos manos y verás que una lo tiene y la otra no;
mira el conjunto del cuerpo al que se unen ambas manos
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para expresar que era amado por la Iglesia de Dios, dice: Doy
testimonio a favor vuestro de que, si hubiera sido posible, os hubie-
seis sacado los ojos y me los habríais dado a mí (Gal 4,15). Nada
hay pues en el cuerpo más sublime y más respetado que los
ojos y nada más pequeño que el dedo meñique del pie. Sin
embargo, vale más que el cuerpo tenga un dedo que esté
sano que no un ojo con legañas, pues la salud, común a to-
dos los miembros, es más preciosa que las funciones de cada
uno de ellos. Así ves que en la Iglesia un hombre tiene algún
don pequeño y, con todo, tiene la caridad; quizá veas en la
misma Iglesia a otro más eminente, con un don mayor, que,
sin embargo, no tiene caridad. Sea el primero el dedo más
alejado, y el segundo el ojo; el que tiene salud, ése es el que
más aporta al conjunto del cuerpo. Finalmente, es molestia
para el cuerpo entero el que cualquier miembro enferme,
y, en verdad, todos los miembros aportan su colaboración
para que sane el que está enfermo, y la mayor parte de las
veces sana. Pero si no hubiera sanado y la podredumbre en-
gendrada indicase la imposibilidad de sanar, de tal modo se
mira por el bien de todos que a ese miembro se le separa de
la unidad del cuerpo.
(Serm.162/A, 4-6; Denis 19, 4-6; M. A. 101-104)
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el Verbo era Dios (Jn 1,1). Él queda para ti, para que Dios sea
todo en todos (1 Cor 15,28).
(Serm. 78-79; P. L. 38, 490-493)
EL ESPOSO Y LA ESPOSA
Dos y uno
68. Cristo y la Iglesia son dos en una sola carne (Gen 2,24;
Ef 5,32). Has de referir este dos a la distancia originada por
la majestad; son dos, dos en modo claro. Nosotros no somos
el Verbo.Y es claro que nosotros no somos Dios junto a Dios
en el principio. Tampoco somos nosotros Aquél por quien
todo fue hecho. Pero llegando a carne, ahí está Cristo, tanto
Él como nosotros.
(Enarr. in Psal. 142, 3; P. L. 37, 1847)
Hombre y mujer
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Las bodas
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72. El Señor, que, invitado, asiste a las bodas (Jn 2,1), ex-
cluido un significado sólo místico, quiere dar confirmación de
que Él fue quien hizo las bodas. Habrían de surgir hombres
en el futuro, de quienes habla el Apóstol, que prohibirían el
matrimonio (1 Tim 4,3), diciendo que las nupcias son una cosa
mala y que fue el diablo quien las hizo… Quienes han sido
instruidos en la fe católica saben que el autor de las nupcias
es Dios, y así como el matrimonio es de Dios, el divorcio es
del diablo. Aunque a causa de la fornicación le es permitido al
hombre despedir a la mujer, porque ella primero no ha que-
rido ser esposa, no conservó la fe conyugal a su marido.Y no
quedan privados de nupcias aquéllos que consagran a Dios su
virginidad, si bien en la Iglesia tienen más alto grado de honor
y de santidad: pues, con toda la Iglesia, toman parte en esas
bodas en las que Cristo es el Esposo.
(Tract. in Joann. 9, 2; P. L. 35, 1458-1459)
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Pureza
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CRISTO Y LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
75. Como los ojos de los siervos están atentos a las manos
de su señor, y los ojos de la esclava a las manos de su señora; así
también están atentos nuestros ojos al Señor, Dios nuestro, es-
perando su misericordia (Sal 122,2-4). No es sorprendente
que nosotros seamos los siervos y Él el Señor. Lo que sí
sorprende es que nosotros seamos la esclava y Él la señora,
pero… es que somos la Iglesia y no es extraño que Él sea la
señora ya que es la Sabiduría y Fortaleza de Dios... Cuan-
do oyes la palabra Cristo, eleva tus ojos a las manos de tu
Señor; cuando oyes las palabras fortaleza y sabiduría de Dios,
eleva tus ojos a las manos de tu Señora, porque eres siervo
y esclava; siervo, porque eres pueblo, y esclava, porque eres
Iglesia. Con todo, esta misma esclava ha recibido de Dios
una grande dignidad: fue convertida en esposa. Pero, hasta
que lleguen esos abrazos espirituales en los que ella podrá
disfrutar sin inquietud de Aquél al que ella ha amado, de
Aquél por el que ella ha suspirado durante ese viaje que
dura mucho tiempo, será sólo novia… A ella no se le dice:
«no ames», como se le dice a una virgen ya desposada, pero
aún no casada. Y justamente se le dice entonces: «no ames
todavía; cuando te hayas convertido en esposa, entonces
ama». Con razón se habla así, ya que ahí el deseo es preci-
pitado y está fuera de lugar, pues no es casto amar a alguien
con quien no sabe uno si se va a casar. Puede ser en efecto
que otro llegue a ser su esposo o que otro la tome por es-
posa. En cambio, como no hay nadie que pueda ser puesto
en el lugar de Cristo, que la Iglesia ame con toda seguridad
y tranquilidad.Y, antes de que ella llegue a estar unida a Él,
que le ame y que suspire por Él en la distancia, durante su
larga peregrinación. Solamente Él la tomará como esposa
porque solamente Él le dio tales arras. En efecto, ¿quién
puede desposarse de tal manera que muera por aquélla que
quiere tomar como esposa?
(Enarr. in Psal. 122, 5; P. L. 37, 1633)
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CRISTO Y LA IGLESIA
Padre y madre
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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CRISTO Y LA IGLESIA
Instruyéndose a sí mismo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Viéndose a sí mismo
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CRISTO Y LA IGLESIA
a Dios? ¿Quién es, pues, aquél que ellos ven y de cuya vista
se regocijan? ¿Acaso no es ese pueblo que se ve a sí mismo y
que se alegra… ese pueblo que es la misma Iglesia y que ve
a la Iglesia?
(Enarr. in Psal. 118 [19], 1; P. L. 37, 1154)
Actuando en Él mismo
82. El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago
y las hará aún mayores (Jn 14,12). ¿Qué quiere decir esto? No
hallábamos quien hiciera las obras que Cristo hizo y ¿hemos
de hallar quien haga obras mayores que Él? Y sin embargo,… era
mayor aquello que hicieron los discípulos, es decir, curar a los
enfermos con tan sólo pasar su sombra (Hch 5,15) que sanar-
los con tocar el borde de su manto, como lo hizo el Señor; y
también fueron muchos más los que creyeron con la predica-
ción de los apóstoles que con la del mismo Señor, hecha por su
propia boca. Es así que hemos de ver cómo ha de entenderse
que las obras son mayores: no porque fuese mayor el discípu-
lo que el Maestro, o mayor el siervo que el Señor, o mayor el
hijo adoptivo que el Unigénito, o el hombre mayor que Dios,
sino que por medio de ellos se dignó hacer esas obras mayores
Aquél que en otro lugar les dijo: Sin mí nada podéis hacer (Jn
15,5). En verdad, sólo Él, dejando a un lado sus muchas otras
obras innumerables, los creó sin contar con ellos, sin ellos hizo
este mundo y sin ellos se hizo a Sí mismo cuando se dignó
hacerse hombre Él también. ¿Qué han hecho ellos sin Él sino
el pecado? En fin, todo lo que en este terreno hubiera podido
engañarnos lo apartó… porque continúa enseguida y añade:
Porque yo me voy al Padre, y cuanto pidiereis al Padre en mi
nombre, yo lo haré. El que había dicho «hará» dice después
«haré»; como si dijese: «no os parezca esto imposible, pues el
que cree en mí no podría ser más grande que yo, sino que yo
haré entonces obras mayores que las de ahora; por medio del
que cree en mí yo haré obras mayores que las que ahora hago
119
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
sin él.Yo las hago sin él y yo las hago a través de él; mas cuan-
do yo las hago sin él, no las hará él mismo; en cambio, cuando
las hago por su medio también las hará él, aunque no las hace
él por sí mismo. Además, hacer cosas mayores por medio de
él que sin él, no es debilidad, sino condescendencia». ¿Cómo
pagarán los siervos al Señor por todos los beneficios que les
ha concedido? (Sal 115,12). Sobre todo teniendo en cuenta
que, entre otros bienes, se ha dignado concederles también
éste, el de hacer obras mayores por medio de ellos que las que
hizo sin ellos. ¿No se separó triste de la boca del Señor aquel
rico que fue buscando en ella consejo para la vida eterna? Lo
oyó y lo rechazó. Sin embargo, después, lo que uno no hizo al
oírlo de su boca, lo hicieron muchos cuando el buen Maestro
habló por medio de los discípulos. Aquello era algo despre-
ciable a los ojos de aquel rico, a quien Él mismo amonestó, y
algo digno de amor para aquéllos a quienes hizo pasar de la
riqueza a la pobreza por medio de sus pobres.Ved cómo hizo
mayores obras siendo predicado por quienes creyeron en Él
que hablando a quienes le escuchaban.
(Tract. in Joann. 72, 1; P. L. 35, 1822-1823)
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CRISTO Y LA IGLESIA
Caminando a través de Él a Él
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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CRISTO Y LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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CRISTO Y LA IGLESIA
Santificándose Él mismo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
EL ESPÍRITU Y LA IGLESIA
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CRISTO Y LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
un poco. Mas hoy al oír las lecturas, sobre las que había de ha-
blaros, cuando era leído el Evangelio en tal modo sentí latirme
el corazón, que me pareció voluntad de Dios escuchaseis algo
a este propósito por medio de mi ministerio…
Si comprendiésemos todo pecado como un pecado contra
el Espíritu Santo, ¿quién se podría salvar? Si, por el contrario,
no consideramos ningún pecado como pecado contra el Es-
píritu Santo, contradecimos al Salvador. Sin duda, hay alguna
blasfemia y alguna palabra que si fuese dicha contra el Espíritu
Santo no será perdonada... Para que veáis esto de manera más
clara, atended a aquello que dice el mismo Salvador sobre los
judíos: Si Yo no hubiera venido y no les hubiese hablado, no tendrían
pecado (Jn 15,22). Sin embargo, hablando así, no pretende que
nosotros entendamos que los judíos habrían estado totalmen-
te sin ningún pecado si Él no hubiera venido ni les hubiera
hablado a ellos; pues, sin duda, los encontró llenos y cargados
de pecados…
Sabéis, carísimos, cómo en la invisible e incorruptible
Trinidad, que nuestra fe y la Iglesia católica conserva y predi-
ca, Dios Padre no es Padre del Espíritu Santo, sino del Hijo.
Y Dios Hijo no es Hijo del Espíritu Santo sino del Padre.Y
Dios Espíritu Santo no es el Espíritu sólo del Padre o sólo del
Hijo, sino del Padre y del Hijo… En el Padre se manifiesta a
nosotros la autoridad, en el Hijo el nacer, en el Espíritu Santo
la comunión del Padre y del Hijo, y en los tres la igualdad.
Así, por medio de lo que es común al Padre y al Hijo, ellos
han querido establecer una comunión entre nosotros y con
ellos; y han querido también recogernos en unidad por obra
de aquel Don por el que los dos son uno, es decir, el Espí-
ritu Santo, que es Dios y don de Dios. Es en Él que somos
reconciliados con la divinidad y nos deleitamos en ella. ¿De
qué nos serviría que conociésemos algún bien si asimismo no
amásemos? Porque, así como aprendemos gracias a la verdad,
así también amamos gracias a la caridad; para que conozca-
mos más plenamente y gocemos del bien conocido entonces
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CRISTO Y LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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CRISTO Y LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
él aún de manera más clara y abierta: Y cuando uno dice «Yo soy
de Pablo» y otro dice «Yo soy de Apolo», ¿no procedéis de un modo
simplemente humano? Pues ¿qué es Apolo y qué Pablo? Servidores
a través de los cuales habéis creído (1 Cor 3,4-5). Éstos, es decir,
Pablo y Apolo, vivían concordes en la unidad del Espíritu y
en el vínculo de la paz. Sin embargo, por haber querido des-
unirlos, y porque habían comenzado a inflarse a favor del uno
contra el otro, los corintios merecen ser llamados hombres
carnales y animales, incapaces de percibir las cosas del Espíri-
tu de Dios. Con todo, como no están separados de la Iglesia,
los llama párvulos en Cristo. En cambio, sobre aquéllos que
están fuera de la Iglesia, no se dice que no perciben las cosas que
son del Espíritu, y no se refiere a la percepción de un conoci-
miento, sino que se dice de ellos: no tienen el Espíritu. No se
sigue necesariamente que quien tiene perciba, por medio del
saber, aquello que tiene…
Mas no se ha de decir que está en la Iglesia y que pertene-
ce a la comunión en el Espíritu quien se mezcla entre las ove-
jas de Cristo con corazón fingido a través de una pertenencia
sólo corporal. El Santo Espíritu que nos educa huye de la falsedad
(Sab 1,5). Así, quienes han sido bautizados en congregaciones,
más bien disgregaciones, cismáticas o heréticas, puesto que no
han renacido del Espíritu, son semejantes a Ismael, que nació
de Abrahán según la carne, pero no son como Isaac, que na-
ció por el Espíritu, pues nació por la promesa (Gal 4,28.29).
Sin embargo, cuando vienen a la Católica y son integrados
en la comunión del Espíritu, que sin duda no tenían fuera de
ella, no se les repite un lavado de la carne; pues, aun cuando
permanecían fuera, no les faltó esa forma de piedad. Pero sí
se les otorga aquello que sólo nos puede ser dado dentro de
la Iglesia: la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Antes
de ser católicos ellos eran aquéllos de quienes dice el Apóstol
tienen la forma de la piedad, pero reniegan de su fuerza (2 Tim 3,5).
En efecto, bien puede un sarmiento tener una forma visible,
aun separada de la cepa; pero la vida invisible de la raíz no la
puede poseer sino en la cepa…
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CRISTO Y LA IGLESIA
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IV. EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
NAVIDAD Y EPIFANÍA
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EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
LA IGLESIA EN LA PASIÓN
Belleza desfigurada
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EL AÑO DE LA IGLESIA
96. Jesús, pues, fatigado del viaje, estaba sentado (Jn 4,6). No
se fatiga en vano Jesús, no se cansa en vano la fortaleza de
Dios; no se fatiga sin causa Aquél por medio del cual noso-
tros, los cansados, somos restablecidos… Jesús se cansa del
viaje por ti. Encontramos en Jesús la fortaleza y encontramos
en Jesús la debilidad: Jesús fuerte y débil… La fortaleza de
Cristo te creó y la flaqueza de Cristo te volvió a crear. La
fortaleza de Cristo hizo que existiese lo que no existía y la
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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EL AÑO DE LA IGLESIA
Conmovido
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
movió para alcanzar las cosas más elevadas, así también pade-
ciese con nosotros las más bajas… Le escucho a Él, que dice,
ahora mi alma está turbada (Jn 12,27). ¿Qué significa esto? ¿Por
qué mandas a mi alma seguirte, si veo que la tuya se turba?
¿Cómo podré sufrir yo lo que tan gran fortaleza siente que
es muy pesado? ¿Qué fundamento he de buscar, si la roca su-
cumbe? Pero en mi meditación paréceme oír la respuesta del
Señor, que me dice: «Me seguirás aún más, porque así, turbán-
dome, me pongo entre ti y tu carga, para que la puedas llevar;
has escuchado la voz de mi fortaleza dirigida a ti, oye en Mí la
voz de tu flaqueza; te doy fuerzas para que corras, y no freno
el que aceleres, sino que pongo en Mí todo lo que te infunde
miedo y lo extiendo como un camino sobre el que puedas
pasar». ¡Oh, Señor mediador, Dios sobre nosotros, hombre por
nosotros, reconozco tu misericordia!
(Tract. in Joann. 52, 1-2; P. L. 35, 1769-1770)
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EL AÑO DE LA IGLESIA
Tentación
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Unidad en el sufrimiento
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EL AÑO DE LA IGLESIA
mis delitos (Sal 21,2). Igual que se dice antes: A causa de mis
pecados, así también se dice aquí: Las palabras de mis delitos. Y
como es una verdad muy cierta que Cristo no tiene ni peca-
do ni delito, entonces comenzamos a juzgar que las palabras
del salmo no son suyas. Sin embargo, es muy violento y duro
considerar que este salmo no le pertenece a Cristo, pues aquí
tenemos descrita tan claramente la pasión como nos la relata
el Evangelio. Es aquí, en este salmo, donde leemos: Repartieron
mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes. ¿Qué significa que
el mismo Señor, cuando pendía de la cruz, pronunció con
su boca el primer verso de este salmo y dijo: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46) ¿Qué quiso dar
a entender con esto, sino que todo este salmo le pertenece a
Él, puesto que lo recitó desde el principio? Lo que a conti-
nuación se añade: las palabras de mis delitos, no hay duda que
es la voz de Cristo. Pero ¿dónde están los pecados si no es en
su cuerpo, que es la Iglesia? Habla el cuerpo de Cristo y la
Cabeza. ¿Por qué habla como si fuera uno solo? Porque serán
dos en una sola carne (Mt 19,5)… Puesto que son una carne,
no es de admirar que haya una misma voz, que tengan unas
mismas palabras, como de una sola carne que son, cabeza y
cuerpo. Por tanto, escuchémosle como a uno solo, pero a la
cabeza como cabeza y al cuerpo como cuerpo. No se divi-
den las personas, sino que se distingue la dignidad, porque la
cabeza salva y el cuerpo es salvado. La cabeza ofrece la mi-
sericordia y el cuerpo llora su miseria. La cabeza purifica, el
cuerpo confiesa sus pecados; sin embargo, es una sola voz…
(Enarr. in Psal. 37, 6; P. L. 36, 399-400)
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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EL AÑO DE LA IGLESIA
Ten piedad de mí
109. Sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus
manos (Jn 13,3); por lo tanto también al mismo traidor, porque,
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El sufrimiento victorioso
PASCUA
El Aleluya
111. Este es el día que hizo el Señor (Sal 117,24). Ved qué
alegría, hermanos míos; alegría en vosotros que os habéis con-
gregado, alegría en cantar salmos e himnos, alegría en recor-
dar la pasión y resurrección de Cristo, alegría en la esperanza
de la vida futura. Si tanta alegría nos da esto que esperamos,
¿qué será cuando lo poseamos? ¡Mirad cómo se transforma el
espíritu cuando en estos días escuchamos el Aleluya! ¿No es
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EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
«No me toques»
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EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Las cicatrices
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EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL AÑO DE LA IGLESIA
ASCENSIÓN
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EL AÑO DE LA IGLESIA
Cristo en el corazón
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
todas las cosas. Mas ellos no habrían podido ser llenados de esta
inteligencia si no se hubiese alejado de sus ojos el amor carnal.
Por eso dijo: Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre,
porque el Padre es más grande que yo. Conforme al hombre que
soy, Él es más grande que yo, y es igual, en cuanto soy Dios…
A la manera en que quien se pone un vestido no se convierte
en su vestido, sino que permanece siendo el mismo hombre
íntegro. Si un senador se viste de esclavo, porque quizá con su
vestidura senatorial no puede entrar a consolar a alguien que
está prisionero en la cárcel; si se pone entonces la vestidura de
un encarcelado, se le ve en sucias vestiduras según su aspecto
humano. No obstante, por dentro, su dignidad senatorial per-
manece tanto más íntegra cuanto mayor fue la misericordia
por la que quiso revestirse de los hábitos de la humildad. Así
pasa con el Señor, que sigue siendo Dios, que sigue siendo el
Verbo, que sigue siendo la Sabiduría, la Fuerza Divina, que
sigue siendo aquél que gobierna los cielos, que sigue siendo
el que dispone las cosas de la tierra, que colma a los sabios,
que es todo en todos, todo en la totalidad del mundo, que
está todo entero en los patriarcas, en los profetas, en los santos,
todo entero en el seno de la Virgen para revestirse de nuestra
carne, para unírsela a sí mismo como a una esposa. Salió de su
lecho nupcial como esposo para desposar a la Iglesia, la virgen
casta. Así, es menor que el Padre en cuanto hombre y es igual
a Él en cuanto Dios. Echad fuera de vosotros los deseos según
la carne. Como si dijese a sus apóstoles: «No queréis dejarme
marchar, igual que nadie quiere abandonar a un amigo y por
eso le dice: “Permanece con nosotros otro poco, pues nuestra
alma recobra fuerzas para el camino cuando te vemos”; pero
es mejor que no veáis esta carne y penséis en la divinidad.
Me aparto de vosotros externamente, pero internamente os
lleno de mí mismo». ¿Acaso Cristo entra en el corazón según
la carne y con la carne? Según su divinidad, Él posee nuestro
corazón; según la carne, Él habla al corazón por medio de los
ojos y así instruye desde fuera. Sin embargo, Él habita den-
tro, para que nosotros volviéndonos a nuestro interior seamos
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EL AÑO DE LA IGLESIA
PENTECOSTÉS
La fiesta de la unidad
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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EL AÑO DE LA IGLESIA
LA GRAN MISIÓN
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
los confines de la tierra (Hch 1,8). ¿Qué hay sobre esa misma
encomienda de la Iglesia en la venida del Espíritu Santo? Vino
el Espíritu Santo, y los primeros que quedaron llenos de Él
hablaban las lenguas de todos los pueblos. Y que cada uno
de esos hombres hablaba las lenguas de todos, ¿qué otra cosa
significaba sino la unidad que se extiende a través de todas
las lenguas? Aferrados a esto, establecidos en esto, fortalecidos
en esto y unidos en esta fe mediante un amor inquebranta-
ble, alabemos como niños al Señor y cantemos Aleluya. Pero
¿esto, en una sola parte? ¿Y entonces, desde dónde? ¿Hasta
dónde? Desde la salida del sol hasta el ocaso, alabad el nombre del
Señor (Sal 112,3).
(Serm. 265, 5-12; P. L. 38, 1221-1224)
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EL AÑO DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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V. LAS FUENTES DE LA SALUD
EL BAUTISMO
El mar Rojo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Invitación al bautismo
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LAS FUENTES DE LA SALUD
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Bautismo y por eso eran elevados a un nuevo rango de más rigurosa disciplina
(N. de H. U. von Balthasar).
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LAS FUENTES DE LA SALUD
La fe y el bautismo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
La Sagrada Escritura
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LAS FUENTES DE LA SALUD
El cántico nuevo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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LAS FUENTES DE LA SALUD
ATAR Y DESATAR
Quitad la piedra
133. Jesús llegó al sepulcro, que era una gruta sobre la cual es-
taba puesta una piedra (Jn 11,38). El muerto bajo la piedra, el
culpable bajo la ley. Sabéis que la ley que fue dada a los judíos
estaba escrita en una piedra.Todos los culpables están debajo
de la ley; en cambio, los que viven honestamente están con
la ley. La ley no ha sido dictada para los justos. ¿Qué se en-
tiende por: Retirad la piedra? Anunciad la gracia. El apóstol
Pablo se llama a sí mismo ministro de la Nueva Alianza, no de
la letra, sino del espíritu; y luego continúa: porque la letra mata,
mas el espíritu vivifica (2 Cor 3,6). La letra que mata, es como
la piedra que oprime. Quitad la piedra, quitad el peso de la
ley y anunciad la gracia. Si se hubiera otorgado una ley capaz
de dar vida, la justicia dependería enteramente de la ley. Pero no, la
Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa fuera
otorgada por la fe en Jesucristo a los que creen (Gal 3,21-22). Por
eso: Quitad la piedra.
(Tract. in Joann. 49, 22; P. L. 35, 1756)
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El escándalo de la penitencia
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LAS FUENTES DE LA SALUD
EL PAN Y EL VINO
183
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
184
LAS FUENTES DE LA SALUD
El rito de la misa
185
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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LAS FUENTES DE LA SALUD
5 Los puntos suspensivos indican aquí que el texto latino puede tener una
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Sacramento de salvación
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LAS FUENTES DE LA SALUD
Un pan, un cuerpo
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VI. MIEMBROS Y FUNCIONES
MARÍA Y LA IGLESIA
Tierra y cielo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Maternidad virginal
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MIEMBROS Y FUNCIONES
El rechazo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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MIEMBROS Y FUNCIONES
195
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
196
MIEMBROS Y FUNCIONES
197
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
198
MIEMBROS Y FUNCIONES
199
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
JUAN EL PRECURSOR
200
MIEMBROS Y FUNCIONES
201
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
202
MIEMBROS Y FUNCIONES
203
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
204
MIEMBROS Y FUNCIONES
PEDRO
205
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
206
MIEMBROS Y FUNCIONES
207
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
que me amas, ¿qué otra cosa podrías hacer por mí? El Príncipe
de los pastores lo constituyó pastor, para que así, Pedro apacen-
tase las ovejas de Cristo, no las suyas propias. Porque algunos,
que han querido ser discípulos de los apóstoles, han tenido que
ser reconducidos al justo pensar por los propios apóstoles. Eran
ovejas de Cristo, pero querían serlo de los hombres, y se decían
unos a otros: Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas. Ha-
bía allí también ovejas que reconocían al Señor: Yo, en cambio, soy
de Cristo (1 Cor 1,12). Pero Pablo, sabiendo que Cristo había
confiado sus propias ovejas a los apóstoles, y que por tanto esas
ovejas no le pertenecían, rechazó tal dominio; confiesa que él
no es el Señor, para estar con el Señor. ¿Acaso fue crucificado Pablo
por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Vosotros
sois ovejas de Él, ¿no sabéis de quién sois ovejas? Leed la señal
con la que habéis sido marcados. Apacienta mis ovejas. ¿Por qué?
Porque me amas, porque me tienes afecto, te confío mis ovejas;
apaciéntalas, pero recuerda que son mías. Los cabecillas de las
herejías quieren que sean suyas las ovejas que son de Cristo; sin
embargo, lo quieran o no lo quieran, se ven obligados a poner
sobre ellas la señal de Cristo; quieren hacerse un patrimonio
propio, pero deben escribir también ahí el nombre del Señor6.
(Serm. 229/O, 1-3; Morin I 17; M. A. 496-497)
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MIEMBROS Y FUNCIONES
PEDRO Y JUAN
209
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
la otra mira sólo aquellas cosas que son buenas; en fin, una es
buena, pero aún es miserable; la otra es mejor y bienaventurada.
La primera está significada por medio del apóstol Pedro,
la otra por medio de Juan. Aquella primera se desenvuelve
toda entera aquí hasta el fin del mundo y en eso encuentra su
fin; la segunda se extiende hasta que sea completada después
del fin de este mundo, mas en el mundo futuro no tendrá
fin. Por eso se le dice al primero: Sígueme; en cambio, se dice
sobre el otro: Si quiero que permanezca hasta que yo venga, ¿a ti
qué? Tú sígueme (Jn 21,19-23). ¿Qué significa esto? Por cuan-
to sé, por cuanto percibo, ¿qué otra cosa significa sino: «Tú
sígueme por medio de la imitación, por medio del sufrir los
males temporales; él, que permanezca hasta cuando yo venga
para entregar los bienes sempiternos»? Esto puede decirse en
un modo más amplio: «que me siga la acción ya completa,
informada por el ejemplo de mi pasión; mas la contempla-
ción, ya comenzada, que permanezca así hasta cuando venga,
y cuando venga entonces quedará completada». La plenitud
santa de la paciencia sigue a Cristo llegando hasta la muerte;
pero la plenitud del conocimiento permanece así hasta que
venga Cristo, entonces ella será manifestada. Aquí, en la tierra
de los que mueren, se soportan los males de este mundo; allí,
en la tierra de los que viven, se contemplan los bienes del
Señor. Y cuando Él dice: Quiero que él permanezca hasta que
yo venga, no ha de entenderse como si hubiera dicho que-
dar o permanecer en esta vida, sino más bien en el sentido
de esperar: pues lo que está significado por medio de él no
quedará cumplido de ninguna manera ahora sino sólo hasta
cuando Cristo haya venido. Sin embargo, aquello que está
significado por medio de ése a quien se le dijo: Tú sígueme, si
no viene realizado ahora durante esta vida, no se podrá lle-
gar a aquello que se espera. En esta vida activa, cuanto más
amamos a Cristo, más fácilmente vamos siendo liberados del
mal. Sin embargo, Él mismo nos ama menos tal como somos
ahora, y es por eso que nos libera de ella, para que no seamos
siempre así. Allí, en cambio, nos ama más, porque ya no habrá
210
MIEMBROS Y FUNCIONES
PABLO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
212
MIEMBROS Y FUNCIONES
213
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
214
MIEMBROS Y FUNCIONES
LOS MÁRTIRES
Amantes de la vida
159. ¿En qué consiste esta vida que tanto se ama? Desear,
temer, anhelar, equivocarse, fatigarse, afligirse, una verdadera
tristeza, una alegría falaz, desleírse en oraciones, estar llenos
de temor por las tentaciones. ¿Qué vida es ésta? ¿Quién es
capaz de describir toda su miseria, por mucha elocuencia que
posea? Sin embargo, amamos esta vida.Y la otra vida, ¿en qué
consiste? La describiré, pero no mucho ni por mucho tiempo:
Cantaré a mi Dios mientras viva (Sal 145,2). Los mártires fueron
unos amantes de la vida y por ello sufrieron la muerte.Y sin
embargo, hermanos míos, es tan dulce esta vida, tan horrible
y tan miserable, es tan dulce que los mártires no la habrían
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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MIEMBROS Y FUNCIONES
Entre lobos
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Mas son palabras de uno que sufre, no de uno que está disfru-
tando. En otro lugar dice: Gemimos oprimidos… porque no que-
remos ser despojados. ¡Oh, voz de la naturaleza, y confesión de
la pena! El cuerpo es pesado, el cuerpo es molesto, el cuerpo
es algo que ha de corromperse; gemimos bajo su peso, pero
nadie lo abandona de buena gana, nadie lo deja con gusto. No
queremos ser despojados, dijo él. ¿Has de permanecer así, gimien-
do siempre? Si gimes oprimido por él, ¿por qué no quieres ser
despojado de él? No –dice él–. Advierte cómo continúa: No
queremos ser despojados, sino sobrevestidos… Lo cual no significa
que la corrupción quede oculta debajo de la incorrupción,
sino que lo mortal sea absorbido por la vida (2 Cor 5,4).
(Serm. 299, 8-9; P. L. 38, 1373-1374)
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Pablo, que lo den los otros apóstoles, o que sea Esteban, el que
mora en todos ellos da testimonio de sí mismo. Él es Dios sin
ellos, pero, ¿qué son ellos sin Él?... ¿Quieres amar a Dios? Deja
que Dios habite en ti. Que Él se ame a sí mismo desde ti; es
decir, que Él te mueva a que le ames, que Él te abrase, que Él
te ilumine, que Él te despierte.
(Serm. 128, 3-4; P. L. 38, 714-715)
La fecundidad de la sangre
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Martirio incruento
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MIEMBROS Y FUNCIONES
171. Que nadie diga: «No puedo ser mártir porque aho-
ra no hay persecución contra los cristianos». Tú escuchas que
Juan recibió el martirio; y si consideras la verdad, él murió por
Cristo. Pero dices, «¿de qué manera murió por Cristo quien
no fue interrogado sobre Cristo ni fue obligado a renegar de
Él?» Escucha a Cristo mismo que dice: Yo soy el camino, la verdad
y la vida (Jn 14,6). Si Cristo es la verdad, quienquiera que es
condenado por la verdad, sufre por Cristo y es legítimamente
coronado. Que nadie busque excusas; todos los tiempos es-
tán abiertos para los mártires. Y nadie diga que los cristianos
no padecen persecución. No es posible vaciar de contenido
la sentencia del apóstol Pablo, puesto que es verdadera; por
medio de él habló Cristo; no mintió. Dice así: Todos los que
deseen vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2
Tim 3,12). Todos, dice él, no quedó excluido nadie, ninguno
quedó separado. Si quieres probar la verdad de lo que dijo,
comienza a vivir piadosamente en Cristo. Verás cuán verdadero
es eso que dice.
(Serm. 94/A, 2; Caillau II 6; M. A. 252-253)
EL OBISPO Y LA COMUNIDAD
Sucesión
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
En la consagración de un obispo
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
cosas buenas, siendo vosotros malos? (Mt 12,34). Mirad esta otra
comparación. No cojáis uvas de las zarzas, pues las zarzas nunca
pueden dar uvas. Pero ¿no habéis advertido cómo, al crecer el
sarmiento de la vid, se llega al seto y se mezcla con las zarzas,
y entre las zarzas las vides dan su fruto y de ellas cuelgan los
racimos? Estás hambriento, pasas y ves el racimo colgar de las
zarzas…, quieres cogerlo. Cógelo, alarga tu mano con cuidado
y cautela; evita las espinas, coge el fruto. Lo mismo has de hacer
cuando un hombre malo o pésimo te presenta la doctrina de
Cristo: escúchala, cógela, no la desprecies… pero ¡estate aten-
to a las espinas!... Para no equivocarte, mira de dónde coges
el fruto: allí está el sarmiento. Dirige tu mirada al sarmiento y
advierte que pertenece a la vid, que sale de la vid, que crece
desde la vid, pero que termina estando en medio de las zarzas.
¿Acaso la vid debe retirar sus sarmientos? De idéntica manera,
la doctrina de Cristo, creciendo y desarrollándose, se mezcló
con árboles buenos y con zarzas malas. La predican los buenos
y la predican los malos.Tú observa de dónde procede el fruto,
de dónde se origina lo que te alimenta y de dónde lo que te
punza; a la vista están mezcladas ambas cosas, pero en la raíz se
encuentran separadas.
(Serm. 340/A, 1-10; Morin I 32; M. A. 563-573)
Si el Señor no construye…
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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MIEMBROS Y FUNCIONES
El mercenario
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MIEMBROS Y FUNCIONES
La pasión en la Iglesia
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MIEMBROS Y FUNCIONES
«¿Y tú has de hacer lo que nadie hace? ¿Tú sólo serás cristia-
no?» Mas si se les muestra que también otros hacen esto y se les
lee el Evangelio, donde el Señor manda hacerlo,… ¿qué es lo
que responden ésos con lengua engañosa y labios perversos? «Qui-
zás no podrás cumplirlo, es demasiado lo que emprendes»... Es
mejor un insulto que no una alabanza engañosa.
(Enarr. in Psal. 119, 3; P. L. 37, 1599-1600)
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Imposible huir
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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MIEMBROS Y FUNCIONES
Holocausto
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Elevado a Dios
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MIEMBROS Y FUNCIONES
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Mediador
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MIEMBROS Y FUNCIONES
El humus de la Iglesia
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VII. LA IGLESIA COMO AMOR
SEGUIMIENTO DE CRISTO
Toda la ley
Sígueme
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Yo soy el camino
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LA IGLESIA COMO AMOR
Avanzar
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
199. Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con
sus pasiones y sus deseos (Gal 5,24). En verdad, el cristiano
debe pender siempre de esta cruz durante toda esta vida, que
transcurre en medio de tentaciones. En esta vida no existe
algún tiempo en el que sean quitados los clavos de los que
se habla en el salmo: Traspasa mis carnes con los clavos de tu
temor (Sal 118,120). Carnes son las concupiscencias carnales;
clavos son los preceptos de la justicia; el temor de Dios clava
a aquéllas con ellos y nos crucifica cual sacrificio agradable a
Él. Por eso dice también el Apóstol: Os suplico, por tanto, her-
manos, por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos
como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios (Rom 12,1). Es ésta
una cruz en la que el siervo de Dios no sólo no se siente
confundido, sino que hasta se gloría, diciendo: Lejos de mí
el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la
cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo (Gal
6, 14). Esta cruz, repito, no dura sólo cuarenta días, sino la
totalidad de esta vida.
(Serm. 205, 1; P. L. 38, 1039)
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LA IGLESIA COMO AMOR
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El Maestro llama
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LA IGLESIA COMO AMOR
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
La atracción de la gracia
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LA IGLESIA COMO AMOR
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EL AMOR
El mandamiento nuevo
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LA IGLESIA COMO AMOR
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
tener que dejarlo fuera el decir que os améis unos a otros, y como
si éste no estuviera incluido en eso otro que se dijo: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. Pues, de estos dos preceptos, dice Él,
penden toda la Ley y los Profetas (Mt 22,34-40). Pero para quie-
nes entienden bien, en cada uno de ellos se encuentra a los
dos. Porque quien ama a Dios, no puede despreciar a quien
manda amar al prójimo.Y quien santa y espiritualmente ama al
prójimo, ¿qué ama en él sino a Dios? Es éste un amor distinto
de todo amor mundano, y para distinguirlo agregó el Señor:
como yo os he amado. ¿Qué amó Él en nosotros sino a Dios?
No porque ya le teníamos, sino para que le tuviésemos, para
conducirnos, como dije poco antes, allí donde Dios ha de ser
todo en todos. De esta manera, se dice rectamente que el mé-
dico ama a los enfermos; porque ¿qué otra cosa ama en ellos
sino la salud, que desea restituirles, y no la enfermedad, que
ha venido a expulsar? Así nosotros querámonos mutuamente
mediante la solicitud del amor, para que tengamos a Dios en
nosotros. Este amor nos lo da el mismo que dice: Que os améis
unos a otros como yo os he amado. Por esto Él nos amó, para que
nos amemos mutuamente; amándonos Él nos ha concedido
esto: que estemos unidos entre nosotros por un mutuo amor,
que seamos miembros, unidos por tan suave vínculo, en el
cuerpo de tan excelente Cabeza.
En esto, dice Él, conocerán todos que sois mis discípulos: si
os amáis unos a otros. Como si dijera: junto con vosotros, hay
quienes no son míos, mas tienen algunos dones míos: no sólo
su naturaleza, vida, sentidos, la razón y la salud, que es común
a todos los hombres y a las bestias; sino también el don de
lenguas, los sacramentos, el don de profecía, de ciencia, de la
fe, el don de repartir sus bienes a los pobres, de entregar su
cuerpo a las llamas; pero, puesto que no tienen amor, hacen
ruido como los címbalos, nada son, de nada les aprovecha (1
Co 13,1-3). No es entonces por esos dones míos, por muy
buenos que sean, y que pueden tener también quienes no son
mis discípulos, sino por esto conocerán todos que sois mis discípulos:
si os amáis unos a otros. ¡Oh, Esposa de Cristo, hermosa entre
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LA IGLESIA COMO AMOR
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El traje de boda
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LA IGLESIA COMO AMOR
una vestidura que veo en los buenos y que veo en los malos.
¿Acaso es el altar, o más bien, lo que se recibe allí? Pero ve-
mos que son muchos los que lo comen, y lo comen y beben
para su propia condenación. ¿Qué es entonces? ¿El ayunar?
También ayunan los malos. ¿Concurrir a la iglesia? También
concurren los malos. En fin, ¿hacer milagros? Pero no sólo
los buenos hacen milagros, sino también los malos, es más, a
veces los buenos no los hacen. Míralo en el pueblo antiguo;
los hechiceros del faraón hacían milagros, los israelitas no
los hacían. Entre los israelitas los hacían únicamente Moisés
y Aarón; los demás no los hacían, ellos los veían, se llenaban
de temor y creían…
¿Cuál es, por tanto, ese traje de boda? Ésta es esa vesti-
dura nupcial: El fin de este mandato, dice el Apóstol, es el amor
que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe
no fingida (1 Tim 1,5). Éste es el traje de boda. No se trata de
un amor cualquiera, pues a veces parece que también se aman
entre sí los hombres cómplices de mala conciencia. Quienes
realizan robos juntos, quienes juntos hacen maldades, quienes
juntos gustan de los bufones, quienes al unísono aplauden a
los aurigas y cazadores de los circos, muchas veces se quieren
entre sí: pero no está en ellos el amor que brota de un corazón
puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida. Y el traje de
boda es solamente este amor. Si hablara las lenguas de los hom-
bres y de los ángeles, pero no tengo amor, soy, dice él, como un metal
que resuena o un címbalo que aturde. Las lenguas han llegado
solas al banquete y se les dice: «¿Por qué habéis entrado aquí
sin tener el traje de boda?» Si tuviera, dice, el don de profecía y
conociera todos los misterios y toda la ciencia; y si tuviera fe como
para mover montañas, pero no tengo amor, nada soy. Mirad, mu-
chas veces éstas son cosas admirables, pero de hombres que
no tienen el traje de boda. Aunque tuviera yo todas esas co-
sas, si no tengo también a Cristo, nada soy. Así lo dice: Nada
soy. ¿Entonces, la profecía es «nada»? ¿El conocimiento de los
misterios, es «nada»? No es que estas cosas sean nada; sino que
yo, si las tengo, pero no tengo amor, nada soy. ¡Cuántas cosas
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LA IGLESIA COMO AMOR
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
los que han de atesorar para los padres, sino los padres para los hijos
(2 Cor 12,14). Muchos tomáis de ahí motivos para fomentar
vuestra avaricia: os procuráis bienes pensando en vuestros
hijos y acumuláis para ellos. Ensanchad este afecto, que este
amor crezca: amar a los hijos y al propio esposo o esposa no
es todavía el traje de boda.Vosotros tenéis fe en Dios. Amad
a Dios ante todo. Lanzaos hacia Dios, y a cuantos pudierais,
arrastradlos hacia Dios. Al hijo, a la esposa, al esclavo, arrás-
tralo hacia Dios. Si es un forastero, arrástralo hacia Dios. Si
es tu enemigo, arrástralo hacia Dios; arrástralo, arrastra a tu
enemigo. Una vez conquistado, ya no será enemigo tuyo. Así
debe progresar, así se debe nutrir el amor, para que siendo
nutrido, llegue a ser perfecto; es así como uno se reviste del
traje de boda.
(Serm. 90, 5-10; P. L. 38, 561-566)
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LA IGLESIA COMO AMOR
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Amor desinteresado
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LA IGLESIA COMO AMOR
Amor paciente
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210. Llevad los unos las cargas de los otros… cada cual carga
con su propio fardo (Gal 6,2.5). Quienes lo habéis advertido de-
cís ciertamente en vuestro corazón: «¿Cómo llevamos unos las
cargas de los otros si cada uno tiene que llevar la suya propia?
¿Cómo cada uno carga con su propio fardo si hemos de llevar
los unos las cargas de los otros?» Confieso que se trata de una
buena cuestión. Llamad y se os abrirá; llamad poniendo aten-
ción, llamad empeñándoos; llamad también en nuestro favor
con la oración, para que podamos deciros algo digno; llamando
de esa manera, nos ayudáis, y la cuestión quedará resuelta rá-
pidamente. ¡Ojalá que así como tan rápido quede resuelta, así
también cada uno ponga por obra de una manera eficaz lo que
hubiere entendido! Llevamos unos las cargas de los otros en lo
que se refiere al peso de la debilidad de todos; cada uno ha de
llevar su propia carga en lo que respecta a la piedad. ¿Qué os
lo que acabo de decir? ¿Qué es lo que somos los hombres sino
sólo hombres, y por eso mismo débiles, que no estamos exentos
totalmente del pecado? Por esto llevamos unos las cargas de los
otros. Pues, si tu sintieses hastío ante el pecado de tu hermano,
y él ante el tuyo, y os desentendieseis el uno del otro, come-
téis en verdad un gran pecado. Pero si tú soportas lo que él no
puede, y él soporta lo que tú no puedes sobrellevar, entonces
lleváis mutuamente vuestras cargas.Y puesto que lleváis el uno
la carga del otro, cumplís la santísima ley del amor. Bien, ésa es
la ley de Cristo…
Por lo tanto, hermanos, si algún hombre está envuelto en alguna
falta, vosotros, que sois espirituales –vosotros todos, quienquiera que
seáis, que sois espirituales–, corregidle con espíritu de mansedumbre.
Y si levantas la voz, ama interiormente. Si exhortas, si halagas,
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LA IGLESIA COMO AMOR
Amor corredentor
Dios es amor
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LA IGLESIA COMO AMOR
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
POBRE Y RICO
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LA IGLESIA COMO AMOR
La dádiva al pobre
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La limosna
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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LA IGLESIA COMO AMOR
Cedros y pájaros
224. Y los cedros del Líbano, que él plantó. Allí anidan los
pájaros (Sal 103,16-17). Hay pájaros pequeños… hay algunos
servidores de Dios que han acogido la palabra del Evangelio:
Deja todo lo que tienes, o bien, vende todo cuanto tienes, dalo a los
pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme (Mt 19,21).
Y esto lo oyeron no sólo los potentados, sino que lo escucha-
ron también los pequeños; los pequeños también han querido
hacer esto y ser espirituales… No les vayamos a decir: «Tú
no has dejado nada». No se ensoberbezca el que dejó muchas
cosas. Pedro, del que sabemos que era pescador, ¿qué es lo que
pudo haber dejado para seguir al Señor?... Ha dejado mucho,
hermanos míos, ha dejado mucho el que dejó no sólo todo
cuanto tenía, sino también todo cuanto deseaba tener… Ese
deseo ha sido cortado… Pedro dejó todo el mundo, y recibió
todo el mundo. Como quien nada tiene y lo posee todo (2 Cor
6,10). Esto lo hacen muchos; lo hacen quienes tienen poco
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LA IGLESIA COMO AMOR
El juicio de la limosna
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El templo de Dios
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Distintos y uno
228. Él, que modeló uno a uno sus corazones (Sal 32,15). Con
la mano de su gracia, con la mano de su misericordia, Él modeló
nuestros corazones… los modeló uno a uno, nos da un corazón
distinto sin que por ello se rompa la unidad… Así como entre
nuestros miembros son diferentes las acciones que cada uno rea-
liza pero la salud es una sola, así también en todos los miembros
de Cristo existen distintos dones, pero el amor es uno.
(Enarr. in Psal. 32 III, 21; P. L. 36, 296)
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LA IGLESIA COMO AMOR
Trinidad
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VIII. EL ESCÁNDALO
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EL ESCÁNDALO
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Dad al César…
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Las tribulaciones
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EL ESCÁNDALO
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EL ESCÁNDALO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
pues, Roma ardió una primera vez, una segunda y ahora una
tercera. ¿Por qué te complaces en refunfuñar contra Dios por
una ciudad que del arder ha hecho ya costumbre?
Pero ellos continúan: «muchos cristianos han sufrido en la
ciudad numerosos males». ¿Se te ha olvidado que es propio de
los cristianos sufrir los males temporales y esperar los bienes
eternos? Tú, que eres pagano, tienes algo por qué llorar, pues
has perdido los bienes temporales y no has hallado todavía los
eternos. El cristiano tiene algo en lo que pensar: Hermanos míos,
considerad un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de
pruebas (Sant 1,2). Cuando te dicen en el templo cosas como
éstas: «Los dioses tutelares de Roma no la guardaron ahora
porque ya no están», podrías responderles: «Que la hubiesen
salvado en aquel entonces, cuando todavía estaban». Nosotros
mostramos que nuestro Dios es veraz: Él predijo todas estas
cosas; lo habéis leído y escuchado; pero no sé si lo recordáis
quienes os turbáis por tales palabras. ¿No habéis escuchado a
los profetas, no habéis escuchado a los apóstoles, no habéis es-
cuchado al mismo señor Jesucristo que preanunció los males
que habrían de venir? Cuando se acerque a su término la edad
del mundo, cuando el fin esté cerca –lo habéis oído, hermanos;
lo hemos oído juntos–, habrá guerras, habrá tumultos, habrá
tribulaciones, habrá hambre. ¿Por qué nos contradecimos a
nosotros mismos, de modo que cuando son leídas, las creemos,
y cuando se cumplen, murmuramos?
«Pero lo de ahora es más, dicen ellos, la desolación que
sufre el género humano ahora es mayor». De aquí a que po-
damos considerar la historia pasada, sin tocar la cuestión, yo
ignoro si de verdad sea mayor; pero bien, admitamos que es
mayor, pues creo que es mayor. El mismo Señor nos resuelve
la cuestión. Ahora, se dice, el mundo es azotado mucho más,
se encuentra más golpeado. ¿Por qué se encuentra más asolado
ahora, cuando el Evangelio se predica en todas partes? Prestas
atención solamente a la fama que acompaña a su predicación y
no a la impiedad con la que se le desprecia. Ahora, hermanos,
por un momento dejemos de lado a los paganos, volvamos
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EL ESCÁNDALO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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EL ESCÁNDALO
La Iglesia es el mundo
242. Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en
ti, que ellos también sean uno, para que el mundo crea que tú me
has enviado (Jn 17,21). ¿Qué significa esto? ¿Acaso el mundo
ha de creer cuando todos seamos uno en el Padre y el Hijo?
¿No es eso aquella paz perpetua; e incluso es, todavía más
que la fe, la recompensa de la fe? Seremos uno; no para que
creamos sino porque habremos creído.Y si bien en esta vida,
todos los que creemos en el Único, somos uno, por medio
de la misma fe común, según dice el Apóstol: Todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28), aun así somos uno, no para
que creamos, sino porque creemos. Entonces ¿qué significa:
Que todos sean uno para que el mundo crea? Verdaderamente,
ese todos es el mundo que cree. No son una cosa quienes han
de ser uno y otra cosa diferente el mundo que ha de creer
precisamente porque ellos sean uno; pues sin duda alguna,
Él dice refiriéndose a los primeros: Que todos sean uno, sobre
los cuales había dicho también: No ruego solamente por ellos,
sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos (Jn
17,20), añadiendo en seguida: Para que todos sean uno. ¿Qué
es ese todos sino el mundo, no el que claramente es hostil,
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EL ESCÁNDALO
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EL ESCÁNDALO
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El núcleo de la herejía
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EL ESCÁNDALO
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EL ESCÁNDALO
Pureza orgullosa
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EL ESCÁNDALO
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EL ESCÁNDALO
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EL ESCÁNDALO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
los donatistas.
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EL ESCÁNDALO
La herejía es impaciente
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El pastor va a la búsqueda
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EL ESCÁNDALO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
EL ESCÁNDALO DE LA IGLESIA
Trigo y paja
Dentro y fuera
257. El Señor conoce a los que son suyos (2 Tim 2,19): ésas
son las ovejas. Algunas veces ellas no se conocen a sí mismas,
pero el Pastor sí que las conoce según esa predestinación, se-
gún esa presciencia de Dios, según la elección de las ovejas
antes de la creación del mundo, pues dice el Apóstol: Nos esco-
gió en Él antes de la creación del mundo (Ef 1,4). Según esta pres-
ciencia y predestinación de Dios, ¡cuántas ovejas están fuera
y cuántos lobos dentro, cuántas ovejas dentro y cuántos lobos
fuera! Pero ¿qué significa lo que dije: «cuántas ovejas fuera»?
Hay muchos entregados hoy a la lujuria que serán castos; mu-
chos que blasfeman a Cristo, han de creer en Cristo; muchos
que se embriagan serán sobrios; muchos ladrones de lo ajeno
que darán lo suyo propio; pero ahora escuchan la voz extraña,
siguen a los extraños. Del mismo modo, ¡cuántos que dentro
cantan las alabanzas de Dios le han de blasfemar, cuántos que
son castos y van a fornicar, cuántos sobrios han de entregarse
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EL ESCÁNDALO
Falsos hermanos
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
entrado para ver y nadie les dice: «No debéis entrar aquí para
ver...» No tengas miedo de todos los que con ánimo fingido
entran, se quedan y se esconden. Su padre es Judas, que vivió
con tu Señor; Él, sin duda alguna, le conocía. Si bien Judas era
un traidor, vivía dentro y allí se escondía; sin embargo, su co-
razón era manifiesto al Señor de todas las cosas. Conociéndolo,
eligió a uno; para que esto te sirviese de consuelo a ti, que no
habrás de conocer a los que deberías evitar. Él habría podido
no elegir a Judas… Nos ha precedido con el ejemplo: «lo he
soportado, he querido cargar con el que yo ya conocía, para
ofrecerte un consuelo a ti, que no lo conocerás».
(Enarr. in Psal. 55, 9; P. L. 36, 652-653)
Judas
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EL ESCÁNDALO
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La masa grande
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único Dios como el legítimo esposo del alma, fornicar con una
multitud de demonios.Y lo que es más grave, no le repudias ni
le abandonas claramente, como lo hacen los apóstatas, sino que
acoges a los adúlteros permaneciendo en la casa de tu esposo…,
permaneciendo en el matrimonio te das a la fornicación… Se
te ha dicho que observes espiritualmente el sábado, no como los
judíos que guardan el sábado mediante un descanso carnal… Tú
quieres descansar para luego fatigarte cuando lo que deberías
hacer es fatigarte para luego descansar… Se te ha dicho: Honrarás
a tu padre y a tu madre.Y tú, que no quieres padecer pena algu-
na de parte de tus hijos, llenas de injurias a tus padres. Se te ha
dicho: No matarás. Pero tú quieres matar a tu enemigo y quizá
no lo haces por miedo a un juez humano, no porque pienses
en Dios… Se te ha dicho: No cometerás adulterio, es decir, no va-
yas hacia ninguna otra mujer fuera de la que es tu esposa. Sin
embargo, exiges esto de tu esposa pero no quieres guardar este
mismo comportamiento hacia ella. Siendo tú quien debe pre-
ceder a tu esposa en virtud, pues la castidad es una virtud, caes
ante el primer asalto de la libídine; anegado en la derrota, exiges
que tu mujer salga vencedora.Y aun cuando tú debieras ser la
cabeza de tu esposa, ella va delante de ti hacia Dios; ella, de la
que tú eres la cabeza...Así como Cristo es la cabeza de la Iglesia,
y a la Iglesia se le manda que siga a su Cabeza y que camine por
sus huellas, del mismo modo cada hogar tiene como cabeza al
hombre y a la mujer como cuerpo. Allí donde la cabeza dirige,
el cuerpo tiene que seguir. ¿Por qué la cabeza habría de querer
ir allí donde no quiere que el cuerpo le siga?... En todos esos
mandamientos, la palabra de Dios es tu adversario.
(Serm. 9, 3; M. A. 36, 76-77)
El sacerdote y el monje
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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EL ESCÁNDALO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
268. Dices: «¡el juicio está lejos!» Ante todo, ¿quién te dice
que el juicio está lejos? Pero incluso aunque el juicio estuviese
lejos, ¿también está lejos tu día? ¿Cómo sabes cuál es tu hora?
¿Acaso muchas personas de buena salud no se echaron a dor-
mir y se quedaron tiesos? ¿Acaso no llevamos nuestra ruina
con nosotros, en nuestra propia carne? ¿No somos más frágiles
aún que si estuviésemos hechos de cristal? El cristal es muy
frágil pero, bien conservado, dura mucho. Puedes encontrar
copas en las que los abuelos y sus antepasados han bebido,
ahora beben en ellas los nietos y bisnietos. Una cosa tan frágil,
bien custodiada, ha llegado a ser algo duradero. En cambio,
nosotros los hombres vamos caminando frágiles entre muchos
y cotidianos peligros. E incluso en el caso de que no nos so-
brevengan desgracias imprevistas, incluso en ese caso, no lo-
gramos vivir demasiado tiempo. La vida humana, toda entera,
es breve. Desde la infancia hasta la decrépita vejez, toda entera,
es breve… Todos los días mueren hombres; los que viven los
sepultan, celebran sus funerales y se prometen a sí mismos una
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EL ESCÁNDALO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
La barca de Pedro
270. Por medio de todas las cosas que hizo el Señor nos
enseñó cómo hemos de vivir aquí. Pues en este siglo no hay
nadie que no sea peregrino, aunque no todos deseen regresar
a la patria. Y durante el camino tenemos que sufrir oleajes y
tempestades; pero es menester que sigamos en la barca. Porque
si aún estando en la barca hay peligros, fuera de ella hay desas-
tre seguro. Por muchas fuerzas que tenga el que va nadando a
brazadas en el agua, al fin, vencido por la inmensidad del mar,
será engullido y sumergido. Es, pues, necesario que vayamos
en la barca, es decir, que seamos llevados por el madero, para
poder atravesar este mar.Y este madero, en el que nuestra de-
bilidad es llevada, es la cruz del Señor, con la que nos signamos
y nos defendemos de los embates de este mundo. Padecemos
a causa del oleaje; pero quien nos socorre es el mismo Dios.
El Señor sube a orar a solas en el monte, dejando a las turbas.
Ese monte significa la altura de los cielos… La Cabeza de la
Iglesia está ya arriba, para que los demás miembros lo sigan
hasta el fin. Por tanto, si intercede por nosotros, solo Él ora,
como habiendo subido a la cima de un monte, por encima de
las criaturas más sublimes.
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EL ESCÁNDALO
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
La Iglesia es paciente
¡Qué profundidad!
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EL ESCÁNDALO
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IX. LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
NOSTALGIA
Viudez
Dilación
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El canto en la noche
276. Que todos los pueblos te alaben (Sal 66,4). Andad por el
camino con todos los pueblos… ¡vosotros, hijos de la paz; vo-
sotros, hijos de la única Católica; andad por el camino, cantad
mientras camináis! Esto es lo que hacen los viajeros para alivio
de sus fatigas. Cantad también vosotros durante este camino,
cantad un cántico nuevo; que nadie cante aquí viejas cancio-
nes. Cantad cánticos de amor a vuestra patria… así como can-
tan los viajeros, que muchas veces cantan en la noche.
(Enarr. in Psal. 66, 6; P. L. 36, 807-808)
La semilla en invierno
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LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
Árboles secos
El grano de mostaza
279. Sálvame, ¡oh Dios!, porque las aguas han penetrado hasta
mi alma (Sal 68,2). Ese grano es despreciado ahora, porque se
le ve lanzando voces tan humildes... En efecto, considerad que
el grano de mostaza es menudísimo, oscuro, despreciable; para
que en él se cumpla lo que se dijo: Le vimos, y no tenía figura ni
belleza (Is 53,2)… Si bien a través de los males nos encamina-
mos a los bienes, sin embargo este tránsito es un tanto amar-
go y tiene la hiel que los judíos dieron a beber al Señor en la
pasión; tiene también algo de agrio que debe ser soportado...
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
En los dolores
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LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
Santo deseo
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Como…
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LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
Marta y María
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
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LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
aparte, que Dios los despierte para que vivan; ¿para qué ha-
bríamos de hablar sobre los muertos? No creen en la llegada
del día del juicio, no temen ni desean aquello en lo que no
creen. Pero si alguien empieza a creer en el día del juicio, si ha
empezado a creer, empieza también a temer. Mas porque teme
todavía, no tiene aún confianza en el día del juicio, en él el
amor aún no es perfecto. ¿Pero, acaso ha de desesperar? Aquél
en el que tú ves el inicio, ¿por qué has de perder la esperanza
de que llegue al final? Tú dirás, ¿qué inicio puedo yo ver en
él? El temor mismo. Escucha la Escritura: Inicio de la sabiduría
es el temor del Señor (Eclo 1,16). Por tanto, ya ha empezado a
temer el día del juicio.Y teniendo temor, que se corrija,... que
mortifique sus miembros terrenos… en esa misma medida se
robustecerán sus miembros celestiales. Los miembros celes-
tiales son todas las buenas obras. A medida que los miembros
celestiales empiezan a crecer, empieza a desear lo que antes
temía.Temía que Cristo viniese y encontrase en él un impío al
que condenar. Ahora desea que Él venga, pues ha de encontrar
un hombre piadoso al que coronará. Cuando el alma casta, que
desea el abrazo del esposo, empieza a desear a Cristo que ha
de venir, renuncia al adulterio; llega a ser virgen en su interior
por la fe, la esperanza y la caridad. A partir de entonces tiene
confianza en el día del juicio, ya no lucha contra ella misma
cuando ora y dice: Venga tu reino.
(Tract. in Ep. Joann. 9, 2; P. L. 35, 2045-2046)
DIOS
Dios es todo
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LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
El ojo puro
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LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
Encontrar y buscar
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EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Amén, Aleluya
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LA ESPERANZA DE LA IGLESIA
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OBRAS PUBLICADAS
- Antología de San Agustín: El rostro de la Iglesia, introducción y
selección de los textos por Hans Urs von Balthasar
- La Escritura en la Tradición, Henri de Lubac, S. J. (coeditado con
la BAC)
- El arte de la vida. Lo cotidiano en la belleza, Marko I. Rupnik, S. J.
Colección Acercarse
- Adrienne von Speyr, varios autores
- Henri de Lubac, Ricardo Aldana
- George MacDonald, Ricardo Aldana
- John Henry Newman, Stratford Caldecott, Léonie Caldecott y
Ricardo Aldana
Actas
- I Congreso Fe Cristiana y Servicio al Mundo. Hans Urs von Bal-
thasar en el centenario de su nacimiento
- II Congreso Fe Cristiana y Servicio al Mundo. Hans Urs von Bal-
thasar y Adrienne von Speyr, una misión en común
- Congreso. La misión de Hans Urs von Balthasar y Adrienne von Speyr
en el inicio de tercer milenio (México)
Colección Educar
- Juntar virtud con letras, Consejos ignacianos para estudiar mejor, Manuel
Iglesias S. J.
Navidad
- Diccionario de la Navidad