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SOBRE ESTA EDICIÓN DIGITAL

Esta edición digital se distribuye gratuitamente por Saint John Pu-


blications a través de la web balthasarspeyr.org, por gentileza de
Fundación Maior. Puede ser compartida libremente entre particu-
lares y sin ánimo de lucro. Queda prohibida su publicación en otras
páginas web. Para citarla, utilícese https://doi.org/10.56154/x6 co-
mo referencia.

El libro puede adquirirse en formato físico en la web de dicha fun-


dación, maior.es.
INTRODUCCIÓN Y SELECCIÓN DE LOS
TEXTOS POR HANS URS VON BALTHASAR

ANTOLOGÍA
DE SAN AGUSTÍN
EL ROSTRO DE LA IGLESIA
Edita
Fundación Maior
Desengaño 10, 3º A
28004 Madrid
Tel. 915 227 695
info@maior.es
www.maior.es

© 1991 Johannes Verlag Einsiedeln (Friburgo), selección de los textos e intro-


ducción (p. 9-22) de Hans Urs von Balthasar
© 2016 Fundación Maior, para la presente edición española

Título original de la obra: Augustinus: Das Antlitz der Kirche


Preparación de los textos: Javier Montero Casado de Amezúa y Antonio
Zamora Solís

Los textos escogidos por Hans Urs von Balthasar que aparecen en la edición
alemana, han sido traducidos del latín tomando en cuenta algunas versiones ya
existentes en español y otras lenguas.
Agradecemos la generosa colaboración de Salud Jiménez Quirós.

Traducción de la introducción: Ricardo Aldana Valenzuela

Imagen de la portada: San Agustín, de Antonello da Messina.

ISBN: 978-84-944724-1-1
Depósito legal: M-17679-2016

Maior es una fundación que considera la cultura como elemento primordial


para la formación integral de la persona, en especial de la juventud. Propone la
contemplación de la Belleza, que despierta en el hombre el gusto y la fascina-
ción por el arte, la literatura, la música, y toda expresión cultural enriquecedora.
Asimismo, busca prestar un servicio al mundo descubriendo las posibilidades
de mejorarlo, atendiendo ante todo al bien de cada persona.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.......................................................13

I LA REDENCIÓN ..................................................27
La Palabra: En el principio existía elVerbo 27 · Las tres figu-
ras delVerbo 30 · El descenso de Dios: La salud, el amigo, la
sabiduría 32 · Aparecer y ocultarse 33 · El Mediador 34 · Adán
y Cristo 35 · Fue hecho pecado 35 · El descenso de Dios 36.
El intercambio: Admirable intercambio 37 · Reconócete en
Mí 38 · El oro y el heno 39 · Dios, el hombre, el animal 40 ·
La belleza perdida 40. La gracia: La salvación de Dios 41 ·
Doble salvación 42 · La dicha de ser inferior 43 · La elección
de la gracia 44 · Confesar a Dios 45 · Dios ama el primero 46
· No hay que ir a buscar a Dios 47 · Naturaleza y gracia 47 ·
Omnipotencia de Dios y cooperación del hombre 51 · Los
obreros de la viña 53 · El fariseo y la pecadora 54 · La perfec-
ción humana 56

II. LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA ............59


Cristo en la Antigua Alianza: Por todas partes, Él 59 · En
todos los signos 59 · La serpiente de bronce 60. La Iglesia
en la Antigua Alianza: La Iglesia desde el principio 61 ·
El Arca 62 · Testimonios 63 · El sentido de los salmos 64 ·
Promesa y cumplimiento 65 · Los Macabeos 67 · El cumpli-
miento como ruptura 68. Los dos pueblos: Esaú y Jacob 69 ·
El combate de Jacob con el ángel 79 · El juicio de Salomón 82
· La ruina de los judíos 86 · La acogida de los paganos 87 · Un
hombre tenía dos hijos 88 · La casa de Dios 96

III. CRISTO Y LA IGLESIA .......................................101


La cabeza y el cuerpo: En el cielo y en la tierra 101 · Una
sola justicia 102 · La vida de los miembros 102 · La mujer del
Apocalipsis 106 · La Iglesia sobre el Tabor 107. El esposo
y la esposa: Dos y uno 109 · Hombre y mujer 109 · Las
bodas 110 · Pureza 112 · Los amigos del esposo 112 · Sierva,
novia, esposa 114 · La Iglesia es hombre y mujer 115 · Padre y
madre 115. Uno sólo vive: Se anuncia a sí mismo median-
te sí mismo 116 · Instruyéndose a sí mismo 117 · Viéndose
a sí mismo 118 · Actuando en Él mismo 119 · Dando dones
a sí mismo 120 · Caminando a través de Él a Él 121 · Por Él
mismo, entrando en Él mismo 123 · Santificándose Él mis-
mo 125. El Espíritu y la Iglesia: El Espíritu, alma de la
Iglesia 126 · El Espíritu, ser de la Iglesia 127

IV. EL AÑO DE LA IGLESIA .....................................135


Navidad y Epifanía 136. La Iglesia en la Pasión: Belleza
desfigurada 138 · La Iglesia saliendo del costado abierto 139
· La debilidad que nos fortifica 139 · Conmovido 141 ·
Tentación 143 · Unidad en el sufrimiento 144 · Sufrimiento
que completa 146 · La Iglesia bajo la cólera 147 · Los ami-
gos que persiguen 148 · Ten piedad de mí 149 · La túnica
sin costura 149 · El sufrimiento que domina 149 · El sufri-
miento victorioso 150. Pascua: El Aleluya 150 · La mujer
ante la tumba 151 · «No me toques» 152 · Las cicatrices 154
· La Iglesia que sube 154. Ascensión: Tan sólo el que bajó,
sube 157 · El Cristo total, sube a los cielos 159 · La ascensión
del corazón 160 · Cristo en el corazón 163. Pentecostés:
La fiesta de la unidad 165 · La medida del Espíritu: el amor
por la Iglesia 167 · La gran misión 167

V. LAS FUENTES DE LA SALUD ............................173


El bautismo: El mar Rojo 173 · Sangre que expía 17 ·
Invitación al bautismo 174 · La fe y el bautismo 177 · La
Sagrada Escritura 178 · El cántico nuevo 179 · Libre para un
servicio nuevo 180. Atar y desatar: Quitad la piedra 181 ·
¡Quitad las ataduras! 182 · El escándalo de la penitencia 182.
El pan y el vino: Convertíos en lo que sois 183 · El rito de
la misa 185 · La carne bajo una doble forma 188 · Sacramento
de salvación 188 · Un pan, un cuerpo 189
VI. MIEMBROS Y FUNCIONES...............................191
María y la Iglesia: La fe como seno materno 191 · Tierra
y cielo 191 · Maternidad virginal 192 · El rechazo 193 ·
Fecundos para Dios 198 · Virginalmente en todos los estados
de vida 198. Juan el precursor 200. Pedro 205. Pedro y
Juan 209. Pablo 211. Los mártires: Amantes de la vida 215
· Entre lobos 217 · Pedro, testigo de Cristo 218 · Los discípu-
los y el ladrón 218 · Grandeza del sufrimiento 219 · No se reza
por los mártires 220 · En los mártires, solamente Cristo 220 ·
La fecundidad de la sangre 222 · Martirio incruento 224. El
obispo y la comunidad: Sucesión 225 · En la consagración
de un obispo 226 · Si el Señor no construye… 232 · Los
peligros del magisterio 233 · Los tormentos del cargo 234
· El mercenario 235 · El celo hasta la muerte 236. Los ca-
minos de los santos: El camino de todos los estados de
vida 238 · La pasión en la Iglesia 239 · Imposible huir 242 ·
Holocausto 245 · Elevado a Dios 246 · Angustia entre Dios y
el mundo 247 · Mediador 248 · El humus de la Iglesia 249 ·
Cristo en sus santos 250

VII. LA IGLESIA COMO AMOR ...............................251


Seguimiento de Cristo: Toda la ley 251 · Sígueme 251 ·
Yo soy el camino 252 · Avanzar 253 · Ligereza por medio del
amor 255 · El Maestro llama 256 · La atracción de la gracia 258
· En esto, muchos han hecho otro tanto 258. El amor: El man-
damiento nuevo 260 · El amor, por encima de la Escritura 263
· El traje de boda 264 · El amor es la medida de las obras 268
· Amor desinteresado 270 · Amor paciente 271 · Amor que
carga 272 · Amor que perdona 274 · Amor corredentor 275 ·
Dios es amor 275 · Amar al prójimo es amar a Dios 276 · La
unidad del amor 276 · La llamarada sube al cielo 277. Pobre y
rico: Dios de los ricos y de los pobres 278 · La dádiva al po-
bre 279 · La limosna 280 · Fidelidad para con los pobres 280 ·
Vale tanto cuanto tengas 282 · El sacerdote que mendiga 282
· Cedros y pájaros 283 · La limosna del pobre 284 · El jui-
cio de la limosna 285. La Iglesia como amor: El templo de
Dios 286 · Distintos y uno 287 · Unidos en un mismo fin 287
· Una fuente tiene que manar 288 · Trinidad 289

VIII. EL ESCÁNDALO ...............................................291


No existe salvación fuera de la Iglesia 291. El escánda-
lo del mundo: La ciudad de Dios y la ciudad del mundo 292
· Los límites alcanzan el corazón 293 · Dad al César… 294 ·
Todos los cristianos sufren 295 · Las tribulaciones 296 · El es-
cándalo de los paganos 296 · Por qué fue quemada Roma 297
· Los dos mundos 302 · La Iglesia es el mundo 303 · ¡Pensad
en las raíces! 304. El escándalo de las herejías: La túnica
del Señor 305 · El origen de las herejías 305 · Separada del
cuerpo 307 · El núcleo de la herejía 308 · Pureza orgullosa 311
· La utilidad de las herejías 316 · Combatid las herejías 317 ·
El morir de las herejías 318 · La herejía es impaciente 319 ·
El pastor va a la búsqueda 320. El escándalo de la Iglesia:
Trigo y paja 322 · Dentro y fuera 322 · Falsos hermanos 323
· Judas 324 · La cizaña por doquier 325 · La masa grande 326
· Los reproches de los tibios 327 · La palabra de Dios como
adversario 327 · El sacerdote y el monje 328 · Para los pere-
zosos 334 · La barca de Pedro 336 · La Iglesia es paciente 338
· ¡Qué profundidad! 338

IX. LA ESPERANZA DE LA IGLESIA.......................341


Nostalgia: Viudez 341 · Dilación 341 · El canto en la no-
che 342 · La semilla en invierno 342 · Árboles secos 343 · El
grano de mostaza 343 · Destetarse del mundo 344 · En los
dolores 344 · Santo deseo 345 · Las lágrimas de los bienaventu-
rados 345 · Como… 346 · Marta y María 347 · Deseo del jui-
cio 349. Dios: Dios es todo 350 · El ojo puro 352 · Encontrar
y buscar 353 · Amén, Aleluya 354
ABREVIATURAS

P. L. Patrologia Latina ed. Migne


M. A. Miscellanea Agostiniana
Serm. Sermones
Enarr. in Psal. Enarrationes in Psalmos
Tract. in Joann. Tractatus in Evangelium Joannis
Tract. in Ep. Joann. Tractatus in Epistolam Joannis ad Parthos
INTRODUCCIÓN

Pertenece a las tergiversaciones de nuestra época apre-


ciar más altamente el camino que la meta y el buscar más
que el encontrar. En el sentido de lo superficialmente inte-
resante, este modo de valorar puede ser correcto, pero en el
sentido de la decisión por la verdad es falso. San Agustín, el
más grande de todos los que han buscado –y de los que han
encontrado– sería el último en dar la palabra a una posesión
tranquila sin cuestionamientos. Para él, Dios, no sólo aquí
abajo sino en la eternidad, es aquél que siempre de nuevo
hay que buscar en el haber encontrado. «Sea buscado para
que sea encontrado; Él está escondido; sea buscado, porque
se le ha encontrado en su inmensidad» (Tract. in Joann. 63, 1).
Pero el encontrar del que aquí se habla sigue siendo, sin em-
bargo, un auténtico encontrar, más aún, un encontrar siem-
pre más profundo, siempre más inconmovible, siempre más
responsable. El buscar sin encontrar es el atrio que las Con-
fessiones describen como el camino lleno de tropiezos hasta
la conversión. La entrada en la Iglesia es el primer punto de
inflexión de esta existencia dramática. Pero todavía quedaba
por recorrer entero un segundo camino, menos claramen-
te delimitable: de un simple «reconocimiento» de la Iglesia
católica a una plena existencia a partir de la Iglesia misma.
Es el camino desde la juvenil etapa filosófica a la madurez
teológica, de la existencia privada especulativa, apoyada en sí
misma, a la existencia predicadora como sacerdote y obispo,
que vive sólo para la Iglesia, y con esto el desplazamiento,
paulatino pero incesante, del centro de gravedad, desde una
lucha en torno a «Dios y el alma» en los Soliloquios (noverim
me, noverim te! 2, 1; 1), en torno al problema general de la
verdad (en el platonismo cristiano de las obras tempranas), a
una lucha a partir de la verdad del Evangelio con toda herejía
que ataca a esta verdad.

13
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Solo en esta segunda y última inflexión, San Agustín


recorre hasta el final el camino del gran convertido. Este
camino empieza obligadamente ocupándose del yo, de su
«problemática religiosa», pero para seguir adelante, también
obligadamente, hacia un alejamiento creciente de sí mismo,
en la medida en que el yo y su estrechez se entrega y desa-
parece en la Iglesia, siempre más profundamente conocida y
amada.Tres centros focales posee la imagen católica del mun-
do: Dios, Cristo, la Iglesia. Pero estos tres no están uno junto
al otro sin relación, más bien constituyen una única realidad
inseparable (cf. textos 2, 215). Dios no sólo se ha abierto y
es accesible a nosotros en Cristo, Cristo lo es sólo mediante
la Iglesia. Este «Dios en Cristo en la Iglesia», sin embargo,
no hay que entenderlo en el sentido de una cadena que se
resuelve hacia arriba, como si la Iglesia se hiciera superflua
una vez que ha mediado entre un alma y Cristo, y Cristo se
hiciera superfluo como medio al haber conducido esta alma
al Padre. Este camino ascendente, que como tal es cierta-
mente el «orden de la salvación», tiene como su forma más
íntima e irreversible el «descenso» de Dios: descenso de la
Palabra eterna a la existencia definitiva en la carne; descenso
del Mediador hecho carne como «Cabeza» de la humanidad
en su «Cuerpo», la Iglesia. Esta dirección del descenso es el
criterio de autenticidad del ascenso del alma a Dios. Por
eso la «existencia religiosa» (como trato con Dios) tiene su
autenticidad en la «existencia cristiana» (como caminar en
Cristo, el Camino), la «existencia cristiana» tiene su auten-
ticidad en la «existencia eclesial» (como entrar y terminar
de toda religión privada meramente personal en la vida de
la Iglesia). Esto último es tanto el único entrar en el sentir
de Cristo, que se enajenó de sí mismo, se vació, se negó a sí
mismo, para llegar a ser obediente hasta la muerte, más aún,
hasta la muerte de cruz (Flp 2,7), como el auténtico Ya no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2,20), también como
el auténtico entrar en la vida interior de Dios mismo, por-
que la posesión del Padre en el Hijo se cumple sólo en la

14
INTRODUCCIÓN

posesión de ese Espíritu Santo que, como tal, es el Espíritu


de la unidad, de la comunión, de la Iglesia. El Espíritu Santo
es el alma de la Iglesia (texto 37), y Agustín no teme decir
que la medida precisa de nuestro amor al Espíritu y, por ello,
a Dios, es dada absolutamente por la medida de nuestro amor
a la Iglesia (texto 123). De este modo, toda la mística sobre
Cristo y toda la mística trinitaria tiene su medida, su lugar,
su autenticidad y fecundidad en una «mística de la Iglesia».
Por eso el Agustín maduro, el obispo, no es otra cosa que
hombre de la Iglesia, y todos los intentos de interpretar la
época de su madurez hacia atrás (hacia la época de búsqueda
de su juventud), o de abstraer el pathos de su eclesialidad en
favor de cualquier cuestionamiento religioso general, darán
como resultado una imagen no sólo incompleta, sino falseada
en lo esencial. La Iglesia es el horizonte preciso, insupera-
ble, de la salvación de Cristo –¡no un horizonte estrechado,
porque ella es la Catholica, la universal!– así como Cristo es
para nosotros el horizonte de Dios. Por eso todo el anhelo
del Agustín maduro se dirige exclusivamente y sin reservas
a la recepción, fundamentación y alargamiento de este ho-
rizonte eclesial, en defensa (que llena más de la mitad de sus
obras) contra todo intento de religión que se aparta de lo
católico como contra todo espiritualismo de la división que
hace explotar la unidad de la Iglesia católica visible, bajo el
ropaje que sea.Toda la obra de Cristo desemboca para él en la
«gran indicación» (textos 124-125): el testamento del Señor
que se despide de la tierra es la unidad de la Catholica y sólo
esta unidad. Lo absolutamente inadmisible es agitarse en los
límites de la Iglesia: todo el que, aún con la mejor y más pura
intención de contribuir a mejorar, se aparta de la unidad, está
por lo mismo en un error indiscutible.
Es necesario ser claro al respecto: todos los aspectos y
posibilidades del «agustinismo», que en el curso posterior de
la historia de la Iglesia han trasmitido siempre nuevos pre-
textos para cismas y herejías –desde la exaltación medieval a
Lutero, Jansenio y Bayo, hasta el más moderno iluminismo–,

15
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

son en Agustín mismo sólo armas y medios para la defensa


de la integridad católica. Lutero y Jansenio ya pueden haber
tenido una visión muy profunda de la doctrina agustiniana de
la gracia, pero les falta, por el mismo hecho de que se salen
del fuego central de la Catholica, lo esencial en Agustín. Un
Agustín «simpatizante» de Lutero o Jansenio es tan contrario
a todo sentido como un Agustín simpatizante de Pelagio o
Donato. Porque toda otra consideración se vuelve a encontrar
ante la preocupación que determina todo, la preocupación
por la unidad eclesial. Todo lo que posteriormente se remitió
a Agustín «contra» la forma de la Iglesia vivía más abierta o
más ocultamente de un resentimiento contra esta unidad: re-
sentimiento contra la visibilidad de la Iglesia en general, contra
su «mundanización» y «burocratización» en particular, contra
cualquier forma de su «figura de esclavo» (Flp 2,7). Pero si ha
habido un hombre de la Iglesia libre de resentimiento con-
tra ella es Agustín. Tal vez nadie ha sufrido más a causa de su
«figura de esclavo»: a causa de las ofensas, más aún, de la deca-
dencia preponderante también en su interior, pero ninguno
ha proclamado más clara, luminosa y sabiamente que él su «a
pesar de todo» respecto de esta figura de la Iglesia, y en medio
de dolores casi insoportables.
El motivo de esto es que él no defendía en la Iglesia una
institución exterior, sino el lugar y el centro del dogma de
Dios y de Cristo mismo. La «dogmática» es para él, por con-
tenido y por forma, dogmática eclesial, o no es nada. En la
Iglesia y sólo desde la Iglesia se ha de captar la esencia de la
verdad en la perfección accesible a nosotros. Pero también
por eso no existe para él ninguna dogmática eclesial separada
de la «doctrina de vida» (como «ética», «ascética» y «místi-
ca»); la vida cristiana tiene más bien su medida de perfección
en la eclesialidad de esta vida. Este criterio de medida en el
tiempo del floreciente monacato oriental y el incipiente oc-
cidental, es tal vez más sorprendente y está más cargado de
consecuencias que la fundamentación de la dogmática ecle-
sial. Por eso, en la presente selección de textos ha sido puesto

16
INTRODUCCIÓN

de relieve, temáticamente y con todo cuidado, este segundo


lado «existencial» –quizás por primera vez en una presenta-
ción de Agustín–.
Por lo que se refiere, en primer lugar, al lado «dogmático»
de la doctrina sobre la Iglesia, éste tiene su centro sin duda en
la doctrina del «Cristo total», como Cabeza y Cuerpo. La in-
cansable repetición de los textos paulinos sobre Cristo, como
la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, como Esposo de la Iglesia
Esposa, la profundización especulativa de estas indicaciones de
la Escritura en dirección a una última unidad de vida (textos
79-86), tiene algo casi angustiante en su radicalismo. Frente a
la mala opinión de que los Padres griegos habían acentuado
del modo más fuerte la unidad «física» de Cristo y la Iglesia, y
de que Agustín se atenía más a la línea media de una unidad
simplemente «moral», los textos 79-86 muestran precisamente
que Agustín va hasta las últimas consecuencias de una unidad
óntica, de la que no parece estar muy lejos una especie de
panteísmo cristológico. Pero aquí hay que hacer notar que el
radicalismo agustiniano de la teología del «Cuerpo místico»
no es en sí mismo nada sino el radicalismo de la teología de
la encarnación misma. Para Agustín, como para la patrística
en general, no hay ningún hombre individual aislable de la
comunión del género humano. La encarnación de Dios en
el hombre Cristo es por eso, necesariamente, una vincula-
ción de Dios con el corpus humanum en general (si bien según
la naturaleza, no según la hipóstasis). En esta vinculación se
apoya la totalidad de la salvación, que comunica al Cuerpo
entero la obra que ha sido realizada únicamente por la Cabe-
za. Esta comunicación no es la atribución externa y jurídica
de los resultados acabados a una comunidad que los recibe de
modo meramente pasivo, sino más bien el dejar participar a los
miembros en la obra de la Cabeza. La salvación no es sólo el
«perdón de los pecados», sino más profundamente, más esen-
cialmente y en mayor plenitud de gracia, el hecho de que los
miembros son dotados con la salvación, con la tarea, la vida, el
obrar y sufrir de la Cabeza misma. Esto y sólo esto es la gracia

17
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

completa, el más alto poder-hacer por gracia; esto y sólo esto


es la comunión del Esposo Cristo con la Esposa Iglesia en el
misterio de la fecundidad salvadora.
Y, sin embargo, esta doctrina de Agustín no se ha de con-
fundir y asimilar con ese «organismo» sin distancia, y por eso
frecuentemente embarazoso, del romanticismo alemán, que
no dejó de influir en ciertas formulaciones de la Escuela de
Tubinga y del joven Möhler. Aquí está por todos lados, como
trasfondo portante, una filosofía pre-teológica de la comunión
«orgánica», cuya «más alta realización» constituye la unidad de
Cristo y la Iglesia. El biologismo místico que se muestra en el
vocabulario de esta orientación está completamente ausente
en Agustín. Para apreciar con justicia su teología del Cuerpo
de Cristo, se debe contemplar a la luz de su doctrina de la gra-
cia. Como doctor de la gracia, Agustín es el maestro doctrinal
de la verdadera distancia.Y sólo desde el desnivel inaudito de
esta distancia que en la gracia se da entre Dios y hombre, en-
tre Creador y creatura, entre el Misericordioso y el pecador,
puede ser valorado el milagro de la gracia de Cristo e Iglesia.
Nunca habla Agustín de amor sin las lágrimas de una gratitud
sin palabras, nunca puede apropiarse del Dios misericordioso
sin el temblor ante el abismo que queda detrás de él, nunca
besa sin arrodillarse en el polvo. Por eso la imagen de Cabeza
y Cuerpo tiene su complemento imprescindible en la ima-
gen de Esposo y Esposa, en cuanto aquí el Esposo entrega su
belleza y se expone para purificar y enaltecer a la «prostituta»
Iglesia por medio de su muerte (textos 17, 52, 94). La osci-
lación pendular de la doctrina agustiniana de la gracia, entre
desesperanzada separación de Dios por el pecado y la más alta
unidad de vida con Dios en la gracia, ofrece así el ritmo para
la relación entre Cristo y la Iglesia. Por eso los textos sobre la
doctrina de la gracia (18-32) tenían que ser situados antes de
la doctrina temática de la Iglesia.
De ahí se desarrolla también su forma particular: la doc-
trina (común a los Padres) de la Iglesia en la Antigua Alianza
es sólo una consecuencia de la universalidad de la gracia de

18
INTRODUCCIÓN

Cristo y de la comunión de Dios en la encarnación con to-


dos los tiempos de la historia del mundo. Pero con esto surge
por primera vez ese problema de los límites de la Iglesia, ese
problema que, como tal, es la auténtica cruz (¡y no en sentido
traslaticio!) de la Iglesia misma. Porque con este problema,
por un lado, está dado el casi inevitable escándalo en la Iglesia,
la cual, con plena conciencia de que sus fronteras no coinci-
den con las del Reino de Dios, debe sin embargo anunciar
su necesidad para la salvación.Y, por otro lado, aparece con el
mismo problema la tensión casi insoportable de la conciencia
intraeclesial misma, cuya más dura prueba es este cruce de las
fronteras invisibles por parte de las visibles. Pero no hay que
sacudirse esta cruz de encima, sino que debe ser sufrida hasta
el final. Porque esta cruz es el signo de que la Iglesia –también
con la altísima autoridad de su misión y la fuerza de su santi-
dad– está bajo Dios y bajo su divina Cabeza. Aun cuando ella
tiene de Él la tarea de saberse y anunciarse como la única que
hace feliz, aun cuando Dios se ha ligado indisolublemente a
los sacramentos de ella, a la palabra de ella, a través de todo
esto Dios sigue siendo Dios, y por tanto el Libre, el Insondable,
el Soberano, que alienta donde Él quiere, que se compadece
cuando Él quiere. Sacramento y gracia, forma y contenido,
no están tan unidos que no puedan ser separados: la forma
del sacramento en la recepción indigna separada de la gracia,
la gracia en el corazón penitente separado del sacramento. Así
puede haber muchos de fuera que en realidad están dentro. Es
bien sabido que Agustín ha sido el primero en llevar adelante
la doctrina sobre la separación de la forma respecto del conte-
nido: el bautismo válidamente administrado fuera de la Iglesia
no necesita ser repetido al entrar en la Iglesia, en la cual a la
forma válida se asocia entonces el contenido válido, también la
gracia como amor del Espíritu Santo. Pero es también sabido
que Agustín, en la correspondiente separación del contenido
respecto de la forma da la palabra a un rigor que la teología
posterior –mediante el desarrollo del pensamiento de fon-
do de Agustín– ha suavizado significativamente. Mientras que

19
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

para él es impensable el caso de que uno pueda permanecer


con conciencia plenamente buena en el cisma, o que como
judío o pagano pueda desde fuera corresponder en la Iglesia
con la gracia escondida de Dios mediante un «creer implíci-
to» a las exigencias de Dios, la teología posterior, por razón de
la plena soberanía de Dios, hace abrir también esta segunda
posibilidad, no sin añadir ciertamente que esto puede ocurrir
sólo por una oculta adhesión a la Iglesia visible («bautismo de
deseo», «comunión espiritual»). No habrá que perder de vista
esta peculiaridad de Agustín en los textos sobre la herejía: en
ellos siempre se trata del hereje y del cismático consciente
(«formal») y por tanto de mala voluntad. Sin embargo, la co-
rrección de la más reciente teología de ninguna manera sua-
viza la cruz para la Iglesia, más bien crece aún más la tensión
agustiniana de las fronteras que se entrecruzan. Este cruce, lo
decíamos ya, es dado con la esencia de la Iglesia misma como
institución visible e invisible del Reino de Dios. Entre los
dos aspectos existe tanto indisolubilidad (porque fuera de la
Iglesia no hay salvación) como solubilidad (porque la elección
de Dios acerca de la gracia sigue siendo libre). Sólo así lo sa-
cramental ha escapado del peligro de la magia. No hay gracia
sin encarnación, sin forma; pero carne, visibilidad y forma no
son la gracia misma. Incluso y precisamente la carne puede
no ser comprendida carnalmente (texto 138). Pero tampoco
se atreva nadie a buscar un camino a la gracia sin pasar por la
carne de Cristo, por la Iglesia: si lo hace alguno, ya se ha extra-
viado y perdido. Esta última inaferrabilidad de la relación de
forma y gracia (reflejo de la inaferrabilidad de Dios mismo) se
abre por eso también hacia una perspectiva múltiple que no
se puede reconducir a ningún último denominador. Ésta es
completamente clara en los textos sobre la Iglesia en la Anti-
gua Alianza (sólo aparentemente enrevesados y trabajosos, en
realidad plenamente consecuentes): en cuanto la tensión entre
forma visible y gracia invisible se presenta una primera vez en
la relación de Antigua y Nueva Alianza: de letra y espíritu, de
ley y libertad, de temor y amor, de promesa y cumplimiento.

20
INTRODUCCIÓN

Pero igualmente porque aquí no se trata de una separación


temporal, sino de que el espíritu se encarna en la letra (y sólo
así la cancela), la libertad cumple la ley (y sólo así la supera), el
amor profundiza el temor como reverencia (y sólo así lo ex-
cluye), por eso esta primera tensión se hace transparente hacia
la segunda, neotestamentaria, la de cristianos en apariencia y
cristianos efectivos, la de paja y grano, la de malos y buenos
dentro de la Catholica misma.Y esta segunda tensión se juega
una vez más en una tercera: la relación de judíos y paganos (cf.
texto 33), donde el rechazo de los judíos y la elección de los
paganos se juega en el trasfondo incomprensible de la elección
total de todo Israel (Rom 9-11).
Siempre de nuevo un espiritualismo pseudo-cristiano, an-
tes y después de Agustín, ha intentado quitarse esta cruz de
la existencia eclesial mediante un punto de apoyo «históri-
co-metafísico» superior. Pero Agustín sabe que la existencia
eclesial depende en su pervivencia de la perseverancia en esta
cruz. Por eso para él las últimas palabras clave de la existencia
eclesial son ciertamente suspirar, gemir, ser oprimido, pero más
profundamente aún el persistir, la paciencia que todo lo vence.
Toda herejía es para él impaciencia; quizás es comprensible, si
se mira a la magnitud del debate, pero siempre también im-
perdonable, aquello con lo que no hay que negociar si se ha
comprendido lo que significa la Iglesia. Sí, Agustín no vacila al
comprender este sufrimiento de la Iglesia en su forma propia
como esa pasión por la que ella es partícipe de la pasión salva-
dora de Cristo mismo y completa en su cuerpo lo que falta aún a
la pasión de Cristo (Col 1,24). Pero ningún sufrimiento es tan
grande que el bien de la unidad católica no lo sea más. Porque
la Iglesia es la unidad católica, porque ella es el lazo del amor
y la paz, del amor fraterno como amor de Dios en Cristo por
el Espíritu Santo. Toda purificación de la Iglesia que ataque a
esta unidad, destruye por lo mismo a esta Iglesia. Los que lo
intentan son los «falsos enamorados de la Esposa» (texto 74),
mientras que el verdadero «amigo del Esposo» vigila celosa-
mente sobre su incorrupción.

21
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Frente a este «sentido eclesial», como quizás antes de


Agustín sólo lo posee también un Basilio, y después de él
quizás sólo un Ignacio de Loyola, un «sentido» que está tan
lejos de la falsa «tolerancia» como de la «estrechez confesio-
nal», poco importa que algunas partes de la teología sobre la
Iglesia en Agustín aún no estén completamente desarrolladas.
La posición de la Madre de Dios en la conciencia eclesial del
santo no es comparable en modo alguno con las de Anselmo
o Bernardo. Junto a los numerosos sermones sobre Juan el
Bautista, Pedro y Pablo, Esteban y Lorenzo, no se halla nin-
gún sermón temáticamente sobre María. Y, sin embargo, los
textos marianos (141-147) demuestran que desde los temas
dogmáticos, que siempre con la más alta clarividencia apun-
tan a la vinculación inmediata de María y la Iglesia, Agustín
puede exponer la plenitud total de los misterios marianos en
todo momento. No es algo distinto de lo que ocurre con la
doctrina sobre el primado de Roma. Es un hecho irrefuta-
ble que para Agustín Pedro es en el Evangelio la «represen-
tación» (personam gerens) de la Iglesia entera, a la que fueron
concedidas las llaves del reino de los cielos, y que la Roca
sobre la que Cristo construye su Iglesia es, en una última re-
conducción, Cristo mismo. Exteriormente esta posición se
ha podido equiparar sin más con alguna matización del mo-
derno galicanismo y episcopalismo. Pero esta comparación
engañaría y apartaría del asunto principal. Para Agustín y su
época la cuestión de la jurisdicción de la Sede Romana no
era una cuestión que tocara la unidad de la Iglesia misma. Él
se sabía en comunión con la comunidad romana y con su
Obispo, cuya primacía reconoce, cuya sentencia definitoria
en la lucha pelagiana él invoca y recibe con alegría, cuya su-
cesión apostólica es para él el símbolo viviente de la auténtica
tradición eclesial.Todo esto queda dentro de la conciencia de
unidad católica no perturbada. Comparar esta conciencia con
la de un episcopalista moderno equivaldría al más grotesco
anacronismo. Si la cuestión del Concilio Vaticano I hubiese
sido entonces tan candente como el problema del donatismo

22
INTRODUCCIÓN

o del pelagianismo, es claro de qué lado se habría decantado


Agustín, él, que por amor a la unidad de la Iglesia estaba dis-
puesto no sólo a soportar el desprecio, sino a renunciar a toda
concepción privada (cf. texto 52, conclusión).
El punto central de Agustín sigue siendo la lucha por la
Iglesia: junto al frente temprano contra Manes y el tardío con-
tra Pelagio, en medio está el frente contra Donato. Pero esto
significa el frente de la Iglesia visible y de la inserción sin re-
servas en su cuerpo contra todo intento de evasión de este
abrazo por obra de una religiosidad privada, personal, mística.
No tienen razón el mayor saber ni la profunda sabiduría, sino
la mayor obediencia, la humildad profunda. Tiene razón esta
unidad contra todo intento de división; y porque esta unidad
es amor, el amor tiene la última palabra. El «ama y haz lo que
quieras» de Agustín celebra aquí su último triunfo, en cuan-
to que el «haz lo que quieras» no sólo tiene su medida en el
«ama», sino que en éste ya ha brotado y se ha sumergido.
De la profundidad de la doctrina de la Iglesia fluye la
«doctrina de la vida» existencial cristiana. Ésta no define nin-
gún inicio nuevo junto al primero. Más bien la doctrina prác-
tica de la perfección, de nuevo, no es otra cosa sino la Iglesia
vivida. Se ha señalado ya que toda la doctrina individualista y
casi a-eclesial del monacato oriental, que Casiano trasplantó a
Occidente, ha pasado ante Agustín sin dejar huellas. O mejor,
él renunció a su propio ideal monástico de juventud de Casi-
ciaco para dejar entrar toda su ética en la de la Iglesia.Y no fal-
ta la advertencia dolorosa, ligeramente irónica y, de nuevo, muy
seria, sobre la separación de la comunión eclesial, intentada por
un cierto monacato, pero en la praxis imposible (textos 186,
267). El abrazo en torno al hombre eclesial se cierra; no hay
escape, y en la huida, todo intento de ruptura, incluso priva-
do, es descubierto por la gracia de Dios y es hecho imposible.
Para Agustín, el monacato como constitución de una reserva
en la tierra sería –si fuese posible– una empresa no cristiana.
Por tanto, el monacato queda como ideal de una existencia
cristiana eclesial acrecida, por decirlo así, representativa.

23
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Agustín introduce en este punto una visión que quiebra la


punta de la valoración monástica (texto 284; cf. 10, 156). Por-
que para él Marta significa la vida de aquí abajo, María la del
más allá.Y sólo como un momento (si bien el más alto) dentro
del orden, hace valer el momento de la «visión que eleva» en
medio de la actividad preponderante en la vida terrena. Pero
por lo demás, el camino del hombre cristiano va desde una
«libertad preciosa» siempre más unívocamente hacia el interior
de «las prensas» de la Iglesia (texto 183). Esto y sólo esto es la
medida de la «perfección» cristiana: ser exprimido en la Iglesia,
por obra de la Iglesia, para la Iglesia –trabajando y sufriendo–
como los racimos de uva y las olivas en el lagar y el molino. En
esto ve Agustín el camino de los santos: ser crucificados y llegar
a serlo siempre más justamente en esa cruz de la Iglesia entre
letra y espíritu, entre paja y grano, entre cielo y tierra. Sólo
el que ha querido tomar en serio su existencia eclesial, como
Agustín asegura siempre de nuevo, reconoce el hecho de que
la Iglesia es esta cruz. Entonces él comenzará a arder de amor
a las almas, seguirá ardiendo de vergüenza en el escándalo de
la Iglesia para finalmente quedar calcinado como «holocausto»
en el reconocimiento sin reservas de la impotencia humana y
de la gracia divina en medio de este enigmático «escándalo»
de la Iglesia. De este modo él entra en el permanente «entre»
de la nostalgia que es la Palabra para la existencia eclesial en la
tierra (textos 273-285). Pero este arder no es meramente un
rapto místico, sino que se realiza ante todo en el diario y so-
brio seguimiento de Cristo (textos 195-203): como amor que
regala. No en vano las exhortaciones a la afabilidad, al perdón,
al amor a los enemigos, y sobre todo a la limosna, ocupan en
la predicación de Agustín un espacio sorprendente. Aquí, y no
en el saber ni en el contemplar, se demuestra la autenticidad
del amor. Y si el amor es la medida de todas las obras (texto
207), la limosna vale como medida del amor, según Mt 25.
Pero todo esto, de nuevo, no como una «praxis» que existe
para sí misma, sino siempre como efluvio del dogma central
eclesial. La Iglesia es Cuerpo de Cristo y por eso amor activo

24
INTRODUCCIÓN

a Cristo es amor activo a sus miembros. En la medida en que


amando ayudamos a «uno de sus más pequeños», le hemos
ayudado a Él, que se digna sufrir en sus miembros hasta el fin
del mundo. Así se cierra el círculo entre dogma y vida de la
Iglesia, por la que ciertamente Agustín no ha derramado su
sangre corporal, pero sí, y es más, ha entregado alma y espíritu:
sufriendo en ella, pero sufriendo por ella, como la Esposa y el
Cuerpo de su Señor.

La presente selección ha sido hecha sobre toda la obra


de predicación de Agustín. En su predicación -más que en
sus escritos polémicos defensivos– él se manifiesta como lo
que es: como hombre de la Iglesia. Si esta selección, por tanto,
no ofrece ciertamente toda la enseñanza de Agustín sobre la
Iglesia, trasmite lo más vital de ella, porque esto ha sido tras-
mitido del modo más inmediato. Lo que el Obispo predica a
los pescadores pobres de Hipona, a los que se dirige con título
protocristiano de sanctitas vestra, vuestra santidad, porque para
él ellos representan a la santa Iglesia católica, lo que él ilustra,
agudiza y explica para ellos desde todos los ángulos, desde la
más alta especulación sobre el Cuerpo místico de Cristo hasta
la más sobria aplicación en el amor cotidiano al prójimo, es
siempre el mismo misterio.
La predicación de Agustín es casi siempre tan inmediata
y vital como asistemática. Sólo raramente un tema es lleva-
do hasta el final, sin las más inesperadas digresiones, apenas es
presentado. Aclamaciones de la comunidad, movimiento en el
pueblo, animan la imagen y se reflejan en las palabras del Obis-
po. El estilo es suelto –al contrario de las obras cuidadosamente
«escritas»–, no raramente exuberante, tan expresivo y liso en las
fórmulas aisladas como de amplio respiro en la construcción
total. Hay un único pathos agustiniano: penetrante como soni-
do suavemente lastimero y dulce (sólo Kierkegaard lo recuerda
de lejos en esto), abundancia de juegos de palabras, asonancias

25
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

y rimas, con frecuencia más por medio de una antítesis, de un


ritmo que desdice, que por las palabras mismas. De este ritmo
había que conservar lo más posible en la traducción, porque «lo
imponderable en Agustín se da o no se da con ese ritmo o con
su pérdida» (E. Przywara), también con el peligro de imponer al
lector alemán un tempo más lento del que está acostumbrado.
Agustín también quiere este retardamiento para dejar que los
pensamientos se afirmen en el anzuelo, y mediante la música
de sus palabras –las cuales, como también las traducciones aquí
ofrecidas, quieren ser «escuchadas», no «leídas»–, trasladar las al-
mas a ese despertar y movimiento que debe seducirlas y abrirlas
a los misterios aludidos.

Hans Urs von Balthasar

26
I. LA REDENCIÓN

LA PALABRA

En el principio existía el Verbo

1. En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a


Dios, y el Verbo era Dios (Jn 1,1). Esto puede ser entendido de
modo inefable, no es la palabra del hombre la que hace que
sea entendido... El Verbo de Dios es una cierta forma, es una
forma no formada sino que es forma de todo aquello que es
formado, ella es invariable, perfecta, a la que nada le falta, sin
tiempo, sin lugar, que lo trasciende todo, que existe en todas las
cosas, fundamento sobre el que son y techo bajo el cual son. Si
dices que todas las cosas son en Él, no mientes. El Verbo mismo
es llamado Sabiduría de Dios, pues dice la Escritura: Todas las
cosas las hiciste en la Sabiduría (Sal 103,24).Todas las cosas, pues,
son en Él, y sin embargo, por ser Dios, todas están debajo de
Él. Decimos cuán incomprensible es lo que se ha leído, y, sin
embargo ha sido leído; pero no para que fuese comprendi-
do por el hombre, sino para que se doliese el hombre de no
comprenderlo y para que encuentre aquello por lo que está
impedido para la comprensión y lo remueva; y ardientemente
desee la inteligencia del Verbo inmutable y así sea cambiado de
peor en mejor. El Verbo en nada aprovecha o crece acercán-
dose aquél que lo ha de conocer; aunque te quedes, aunque
te vayas y vuelvas, Él permanece íntegro, permaneciendo en
sí mismo y renovando todas las cosas. Él es, entonces, la forma
de todos los seres, forma increada, sin tiempo, como dijimos,
y sin un lugar en el espacio. Todo lo que está contenido en
un lugar, está circunscrito. Una forma está circunscrita por
sus límites, tiene lindes desde donde y hasta donde es... Todo
aquello que ocupa un lugar en el espacio es menor en la parte
que en el todo… No imaginemos del Verbo nada semejante,

27
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

nada tal pensemos. No figuremos las cosas espirituales a partir


de lo que nos sugiere la carne. Aquella Palabra, aquel Dios, no
es menor en la parte que en el todo.
Pero tú no puedes concebir una cosa así. Tal ignorancia es
más piadosa que una ciencia presuntuosa. Hablamos de Dios.
Está escrito: Y el Verbo era Dios. Hablamos de Dios, ¿qué tiene
de extraño que no lo comprendas? Si le comprendes, no es
Dios. Sea esto una piadosa confesión de ignorancia más que
una temeraria confesión de ciencia. Alcanzar a Dios un poco
con la mente es una dicha grande; comprenderle, abarcarle, del
todo imposible. Dios se presenta al espíritu, ha de ser conocido;
el cuerpo se presenta a los ojos, ha de ser visto.Y aun el cuer-
po, ¿piensas tú abarcarle con el ojo? No; de ninguna manera.
En todo aquello que miras nunca ves el todo. Si miras al rostro
de un hombre, mientras le ves el rostro, no le ves la espalda, y
cuando le ves la espalda, no le ves el rostro. No lo ves, por tanto,
de modo que lo comprendas totalmente; sino que cuando miras
otra parte que no veías antes, si no te hace la memoria recordar
lo que antes habías visto, nunca podrás decir que has alcanzado a
ver algo, aunque sea de modo superficial.Tocas aquello que ves,
andas de un lado a otro, o bien le rodeas para ver el todo. No
puedes, por tanto, ver de una sola mirada el todo.Y en la vuelta
que das para ver no vas viendo sino partes; uniendo éstas con
las ya vistas, te parece ver el todo; mas aquí no se trata de la vista
de los ojos, sino de la vivacidad de la memoria.
¿Por tanto hermanos, qué se puede decir del Verbo? Esto
es lo que afirmo: decimos de los cuerpos que están ante los
ojos, que no pueden ser abarcados con la mirada, ¿qué ojo del
corazón comprende a Dios? Basta que le toque, y esto si su ojo
es puro...Y el hombre se hace dichoso si alcanza a tocar con
el corazón a Aquél que permanece siempre dichoso, y que es
Él mismo la dicha eterna, y es vida eterna que da al hombre
vida, sabiduría perfecta que hace sabio al hombre, luz eterna
que al hombre ilumina…
Pero para que lleguemos, si todavía no podemos, a ver al
Dios Verbo, oigamos ahora al Verbo carne: pues fuimos hechos

28
LA REDENCIÓN

de carne, oigamos al Verbo hecho carne. Porque a eso vino,


para eso tomó nuestra flaqueza, para que puedas acoger la
firme expresión de Dios, que lleva sobre sí tu debilidad. Y,
verdaderamente es llamado leche; da leche a los pequeños
para dar a los mayores la comida sólida de la Sabiduría. Dé-
jate amamantar pacientemente ahora, para que después, aún
deseoso, seas alimentado. Pues, ¿cómo se hace la leche con la
que son nutridos los niños en la infancia? ¿No es, acaso, de las
viandas de la mesa? Mas el niño es incapaz de comer esa vian-
da que está en la mesa, ¿qué hace la madre? Hace de la vianda
carne propia y de ahí elabora la leche. Hace para nosotros algo
que podamos tomar. De este modo, el Verbo se hizo carne
para que quienes éramos niños pequeños nos alimentásemos
de leche; porque respecto de la comida sólida éramos niños.
Hay, sin embargo, una diferencia: cuando la madre transforma
en leche el manjar que ella ha hecho su carne, el manjar se
convierte en leche; pero el Verbo, permaneciendo sin cambio
alguno, se ha hecho carne, para hacer de ella, por así decirlo,
su propio tejido...
Y, ¿qué dice Él a los débiles... para que puedan tocar, si-
quiera en parte, al Verbo por quien todo ha sido hecho? Venid
a mí todos los atribulados y abrumados, que yo os aliviaré. Tomad
mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón (Mt 11,28-29). ¿Qué proclama el maestro Hijo de
Dios, la Sabiduría de Dios, por quien todas las cosas fueron
hechas? Convoca a todo el género humano y dice: Venid a
mí todos los que estáis fatigados y aprended de mí. Pensabas quizá
que la Sabiduría de Dios iba a decir: «Aprended cómo hice
los cielos y los astros, pues todas las cosas, antes de ser creadas,
en Mí estaban ya contadas. Aprended de qué modo, en virtud
de inmutables designios, hasta los cabellos de vuestra cabe-
za están contados». ¿Pensabas que te iban a ser dichas éstas y
otras cosas tales? No; lo primero que dijo fue: que soy manso y
humilde de corazón. Esto es lo que tenéis que aprender. Mirad
hermanos; ciertamente es algo pequeño. Aspiramos a grandes
cosas, aprendamos más bien estas pequeñas cosas y seremos

29
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

grandes. ¿Quieres comprender la excelsitud de Dios? Aprende


antes la humildad de Dios.Tú mismo has de querer y procurar
ser humilde, puesto que también Dios se dignó ser humilde
por ti, no lo hizo por sí… Cuando hayas aceptado la humildad
de Cristo te levantarás con Él; no es que Él, siendo el Verbo,
vaya a elevarse, sino que eres tú más bien quien te elevas para
que Él sea percibido por ti más y más. Al principio entende-
rás de manera vacilante y titubeante, después entenderás de
modo más cierto y más claro. No es Él quien crece, sino tú el
que progresas y así parece que Él se levanta contigo.Y es así,
hermanos. Creed a los mandamientos de Dios, ponedlos por
obra, y Él os dará la fuerza del entendimiento. No anticipéis y
pongáis la ciencia antes que el mandamiento de Dios.
(Serm. 117, 2-5; P. L. 38, 662-671)

Las tres figuras del Verbo

2. Por cuanto hemos podido vislumbrar en las páginas


sagradas, hermanos, a nuestro Señor Jesucristo se le consi-
dera y nombra de tres modos cuando es anunciado sea por
la Ley y los Profetas, sea por las Cartas apostólicas, sea por la
fe en los hechos sucedidos que conocemos por el Evangelio.
El primer modo nos lo muestra como Dios, en referencia a
su divinidad coeterna e igual a la del Padre, antes de asumir
la carne. El segundo nos lo muestra y nos lo hace entender,
una vez asumida la carne, como Dios que también es hom-
bre y como hombre que también es Dios y que posee una
excelencia singular por lo cual no puede ser equiparado a
los demás hombres, sino que es mediador y cabeza de la
Iglesia. El tercer modo es en cierta manera el Cristo total, en
la plenitud de la Iglesia, es decir, cabeza y cuerpo; según la
plenitud de aquel Hombre perfecto (Ef 4,13), hombre en el
que somos miembros cada uno…
Para mostrar el primer modo de ser de Nuestro Señor
Jesucristo, nuestro Salvador, el Hijo único de Dios, por quien

30
LA REDENCIÓN

fueron hechas todas las cosas, viene aquello que en modo muy
noble y luminoso está en el evangelio según San Juan: En el
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra
era Dios (Jn 1,1)…
Pero escucha otro modo de hablar, otra manera de dar a
conocer a Cristo, al que predica la Escritura. Las palabras que
he mencionado han sido dichas refiriéndose al tiempo ante-
rior a la Encarnación. Ahora, en cambio, escucha lo que, a su
vez, proclama la Escritura: La Palabra, dice, se hizo carne y ha-
bitó entre nosotros (Jn 1,14)… por esto entonces es mediador y
cabeza de la Iglesia, por el cual somos reconciliados con Dios,
por medio del sacramento de su humildad, pasión, resurrec-
ción, ascensión y juicio futuro…
Hay un tercer modo de hablar de Cristo, se trata del Cris-
to total en relación a la Iglesia; es decir, es proclamado cabeza
y cuerpo. Pues la cabeza y el cuerpo forman un único Cristo;
no porque Él no esté íntegro sin el cuerpo, sino porque se dig-
nó ser un todo íntegro con nosotros, el que aun sin nosotros
es plenamente, no sólo como Palabra, Hijo unigénito igual al
Padre, sino también en el hombre mismo que asumió, en el
cual es a la vez Dios y hombre. Con todo, hermanos, ¿de qué
modo somos nosotros su cuerpo y Cristo es uno con noso-
tros? ¿Dónde encontramos que el único Cristo es cabeza y
cuerpo, es decir el cuerpo con su cabeza? En Isaías, la esposa
habla junto con su esposo como en singular, de manera cierta
es uno solo y el mismo el que habla, ved lo que dice: Como a
esposo, me ciñó la diadema, y como a esposa, me revistió de adornos
(Is 61,10). Como a esposo y como a esposa; a la misma persona
llama esposo, en cuanto cabeza, y esposa, en cuanto cuerpo.
Parecen dos y es uno solo. Por otro lado, ¿de qué modo somos
miembros de Cristo? El Apóstol lo dice clarísimamente: Voso-
tros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,27).Todos en
conjunto somos los miembros y el cuerpo de Cristo; no sólo
los que estamos en este recinto, sino también los que se hallan
en la tierra entera; ni sólo los que viven ahora, sino también,
¿cómo lo diré?: desde el justo Abel hasta el fin del mundo,

31
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

mientras haya hombres que engendren y sean engendrados,


cualquiera de los justos que pase por esta vida, todo el que vive
ahora, es decir, no en este lugar, sino en esta vida, todo el que
venga después; todos ellos forman el único cuerpo de Cristo,
cada uno en particular son miembros de Cristo. Si entonces en
conjunto son cuerpo, cada uno es miembro; es necesario que
haya una cabeza de la cual éste sea el cuerpo. Es Él mismo, dice
la Escritura, el que es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; el primogéni-
to, el que tiene la primacía (Col 1,18).Y como también se dice de
Él que es para siempre la cabeza de todo principado y potestad (ib.
2,10), esta Iglesia, ahora peregrina, queda unida a aquella otra
Iglesia celeste, donde tenemos a los ángeles como ciudadanos,
y nos arrogaríamos desvergonzadamente el ser iguales a ellos
tras la resurrección de los cuerpos, de no haberlo prometido
la Verdad al decir: serán iguales a los ángeles de Dios (Lc 20,36).
Así se constituye la única Iglesia, la ciudad del gran Rey…
Entonces, sea que yo hable de cabeza y cuerpo, sea que hable
de esposo y esposa, comprended que se trata de una sola cosa. …
Mostrad, pues, que sois un cuerpo digno de tal cabeza, una esposa
digna de tal esposo. Tal cabeza no puede sino tener un cuerpo
que sea digno de ella, ni tan gran varón tomar una mujer sino
digna de él. Para presentarse a Sí mismo, dice la Escritura, una Iglesia
gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante (Ef 5,27). Ésta es la
esposa de Cristo, la que no tiene ni mancha ni arruga…
(Serm. 341, 1-13; P. L. 39, 1493-1501)

EL DESCENSO DE DIOS

La salud, el amigo, la sabiduría

3. En este mundo son necesarias estas dos cosas: la salud


y el amigo; dos cosas que son de gran valor y que no debemos
despreciar. La salud y el amigo son bienes naturales. Dios hizo
al hombre para que existiera y viviera: es la salud; mas, para

32
LA REDENCIÓN

que no estuviera solo, se requirió la amistad. La amistad, pues,


comienza por el propio cónyuge y los hijos, y se alarga hasta
los extraños. Mas si consideramos que todos hemos tenido un
único padre y una única madre, ¿quién puede considerarse
extraño? Todo hombre es prójimo de todo hombre. Interroga
a la naturaleza. ¿Es un desconocido? Es un hombre. ¿Es un
enemigo? Es un hombre. ¿Es un amigo? Siga siéndolo. ¿Es un
enemigo? Hágase amigo.
A estas dos cosas necesarias en este mundo: la salud y el
amigo, vino como una peregrina la Sabiduría. Ella encontró
a los hombres hechos unos necios, extraviados, entregados
al culto de cosas superfluas, amantes de las cosas temporales
e ignorantes de las eternas. Esta Sabiduría no fue una ami-
ga para los necios. A pesar de no ser amiga de los necios y
estar lejos de ellos, asumió lo más cercano a nosotros y se
hizo próxima a nosotros. Éste es el misterio de Cristo. ¿Cabe
algo más distante que la necedad y la sabiduría? ¿Cabe algo
más próximo que un hombre y otro hombre?... Así pues la
Sabiduría tomó al hombre y se hizo próxima por medio de
aquello que era próximo. Hemos visto así estas tres cosas: la
salud, el amigo, la sabiduría.
(Serm. 299/D, 1-2; Denis 16, 1; M. A. 75-77)

Aparecer y ocultarse

4. En nuestra vida conocemos dos momentos: el inicio


y el fin, nacer y morir; nacer es comenzar a sufrir y morir
es marchar hacia lo incierto. Sabemos estas dos cosas, el na-
cimiento y la muerte; esto abunda entre nosotros. El lugar
en que vivimos es la tierra, el lugar en que viven los ángeles
es el cielo. Nuestro Señor ha venido, pues, de otra región a
ésta; de la región de la vida a la región de la muerte, de la
región de la felicidad a la región del sufrimiento. Ha veni-
do trayéndonos sus bienes y ha soportado pacientemente
nuestros males. Llevaba sus bienes ocultamente y soportaba

33
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

abiertamente nuestros males. El hombre se mostraba, Dios


estaba oculto; la debilidad aparecía, la majestad estaba oculta;
la carne se mostraba, el Verbo estaba oculto. La carne pade-
cía, ¿dónde estaba el Verbo cuando la carne padecía? Ahí el
Verbo no cesaba de hablar, nos enseñaba la paciencia… Re-
cordad queridos lo que habéis escuchado cuando se leía su
Pasión: Si es el Hijo de Dios, que baje de la cruz y creeremos en
Él. Si es el Hijo de Dios, que se salve a sí mismo (Mt 27,40-42).
Él oía esto y callaba; Él pedía por los que hablaban así, y no
se manifestaba. En otro Evangelio en efecto está escrito que
Él gritó por ellos: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen
(Lc 23,34). Allí veía a quienes iban a ser suyos, veía a aqué-
llos que pronto habrían de creer en Él y quería que aquello
les fuera perdonado. Nuestra Cabeza pendía de la cruz, pero
conocía a sus miembros en la tierra.
(Serm. 229/E, 1; Morin I 9; M. A. 467)

El Mediador

5. Así Él es mediador entre Dios y los hombres: porque Él


es Dios junto con el Padre y hombre junto con los hombres.
El hombre, sin la divinidad, no puede ser mediador, Dios sin la
humanidad no puede ser mediador. He aquí pues al mediador:
la divinidad sin la humanidad no es mediadora; la humanidad
sin la divinidad no es mediadora. Pero, entre la divinidad sola
y la humanidad sola, es mediadora la divinidad humana y la
humanidad divina de Cristo.
(Serm. 47, 21; P. L. 38, 310)

6. Se acercó a aquello que Él no era, pero no perdió lo


que era. Se hizo Hijo del hombre, pero no dejó de ser Hijo de
Dios. Por ello es mediador que «está en medio». ¿Qué quiere
decir «en medio»? Ni en alto ni en bajo. ¿Cómo, pues, ni en
alto ni en bajo? Ni en alto porque es carne; ni en bajo porque
no es pecador. Sin embargo, en tanto que es Dios, está siempre

34
LA REDENCIÓN

en alto. Porque no vino a nosotros de modo que dejase al Pa-


dre; se fue de entre nosotros, mas se fue y no nos dejó.Volverá
a nosotros sin dejar al Padre.
(Serm. 121, 5; P. L. 38, 680)

Adán y Cristo

7. Uno y uno. Un hombre por el que advino la caída,


un hombre por el que nos ha venido la reconstrucción; por
aquél la ruina, por éste la reconstrucción. Cayó aquél que no
permaneció de pie; te levanta quien no ha caído. Se derrumbó
aquél, porque abandonó al que permanece; aquél que perma-
nece, descendió hasta aquél que yacía por tierra.
(Serm. 30, 5; P. L. 38, 190)

8. Cuando viniere congregará de los cuatros vientos a sus elegi-


dos (Mc 13,27)… El nombre de Adán significa el orbe terrá-
queo según la lengua griega… pues las cuatro partes del orbe
comienzan por estas letras: al oriente le denominan Anatolen;
al occidente, Disin; al norte, Arctos, y al sur, Mesembrian. Con
ellas se forma la palabra Adam. Entonces, Adán se halla espar-
cido por todo el orbe de la tierra. Estuvo en un lugar, cayó,
y en cierto modo, roto en pedazos, llenó el orbe terráqueo;
pero la misericordia de Dios recogió de todas las partes los
fragmentos, los fundió con el fuego de la caridad e hizo uno
de lo que se había hecho pedazos… El que lo rehizo es quien
lo había hecho…
(Enarr. in Psal. 95, 15; P. L. 37, 1236)

Fue hecho pecado

9. Vino en la carne, es decir, en carne semejante a la de


pecado (Rom 8,3); no, pues, en la carne de pecado, no ha-
biendo absolutamente en Él pecado alguno, y por eso se hizo

35
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

verdadero sacrificio por el pecado, porque Él no tenía ningún


pecado... Cuando Dios mandó ofrecer sacrificios por el pe-
cado –en los cuales no había verdadera expiación del pecado,
sino que eran una sombra de lo futuro–, a aquellos mismos
sacrificios, a aquellas víctimas, a aquellos animales que eran
llevados a sacrificar por los pecados –en cuya sangre estaba
prefigurada la sangre de Cristo–, la Ley los llama pecado, hasta
el punto de que en algunos lugares está escrito que los sa-
cerdotes sacrificantes ponían sus manos sobre la cabeza del
pecado, esto es, sobre la cabeza de la víctima que debía ser
inmolada por el pecado. Ese pecado, es decir, ese sacrificio por
el pecado, fue hecho Nuestro Señor Jesucristo, aquél que no
conocía pecado (2 Cor 5,20-21).
(Tract. in Joann. 41, 5-6; P. L. 35, 1695-1696)

El descenso de Dios

10. Señor, qué bueno es estarnos aquí. Pedro, cansado ya de


vivir entre la muchedumbre, había encontrado la soledad del
monte, ahí tenía a Cristo alimento del alma. ¿Por qué irse de
allí? ¿Para qué pasar a las fatigas y dolores, teniendo allí santos
sentimientos de amor hacia Dios y, por tanto, buenos modos
de actuar? Él quería estar bien, y por eso añadió: Si quieres, ha-
gamos tres tiendas (Mt 17,4)…
¡Desciende, Pedro! ¡Tú, que deseabas descansar en el
monte, desciende!: El amor no busca su bien propio (1 Cor
13,5); no busca su propio bien porque dona lo que posee…
Esto aún no lo comprendía Pedro cuando deseaba vivir con
Cristo en el monte. Cristo te reservaba, ¡oh, Pedro!, esta di-
cha para más allá de la muerte. Ahora, sin embargo, te dice:
desciende a trabajar en la tierra, a servir en la tierra, a ser
despreciado, a ser crucificado en la tierra. La Vida descendió
para padecer la muerte, el Pan descendió para tener hambre,
el Camino descendió para cansarse de andar, la Fuente des-
cendió para tener sed. ¿Aún rehúsas tú trabajar? No busques

36
LA REDENCIÓN

tu propio bien; ten caridad, predica la verdad, y entonces


llegarás a la eternidad, donde hallarás seguridad.
(Serm. 78, 3-6; P. L. 38, 491-493)

EL INTERCAMBIO

Admirable intercambio

11. El Verbo que era Dios, se hizo carne y habitó entre no-
sotros (Jn 1,14). Él, en sí mismo, no tenía nada que hubiera
podido morir por nosotros si no hubiera tomado de nosotros
la carne mortal. Así es como el Inmortal ha podido morir,
así ha querido dar vida a los mortales, el que después ha de
hacer partícipes de sí a aquéllos de los cuales se hizo partí-
cipe. Porque nosotros no teníamos en nosotros nada de qué
vivir y Él no tenía en sí nada de qué morir. Así, Él ha hecho
con nosotros, en un mutuo tomar parte en lo que es del otro,
un admirable intercambio: era nuestro aquello por lo que Él
murió, era suyo aquello por lo que nosotros podremos vivir.
A decir verdad, la carne que Él tomó de nosotros para poder
morir, esa misma carne, nos la ha dado Él, porque es creador; y
la vida de la que viviremos en Él y con Él, no la ha recibido de
nosotros… Es así como Él murió en aquello que era suyo, ya
que Él mismo creó esta misma carne en la que Él ha muerto.
(Serm. 218/C, 1; Morin I 3; M. A. 453)

12. Así nos habla el Señor, nuestro Dios y nuestro Salva-


dor, diciéndonos en cierto modo: «¡Oh, hombres!; Yo hice al
hombre recto y él se torció a sí mismo. Os apartasteis de mí y
perecisteis en vosotros. Pero Yo he de buscar lo que se había
perdido. Os alejasteis de mí y perdisteis la vida: Y la vida era la
luz de los hombres (Jn 1,4). Fue eso lo que dejasteis cuando pe-
recisteis todos en Adán. La vida era la luz de los hombres. ¿Qué
vida? En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios,

37
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

y el Verbo era Dios. Él era la vida, vosotros yacíais en vuestra


muerte. Yo, el Verbo, no tenía en qué morir; tú, hombre, no
tenías de qué vivir». Porque Cristo el Señor ha querido per-
mitírmelo, he tomado sus palabras; si Él mismo ha tomado las
mías, ¡cuánto más yo las suyas! Hablando, en cierto modo, en
silencio, por medio de las cosas que acontecieron, dice: «Yo
no tenía nada por lo que morir; tú, hombre, no tenías de qué
vivir; asumí de ti en qué morir por ti; asume tú de mí, de qué
vivir conmigo. Hagamos un intercambio (commercium): Yo te
doy a ti y tú me das a mí.Yo recibo de ti la muerte; tú, recibe
de mí la vida. Despierta, mira lo que te doy y lo que recibo.Yo,
siendo excelso en el cielo, he recibido de ti la humildad en la
tierra.Yo, tu Señor, he recibido de ti la forma de esclavo; soy
tu salud y he recibido de ti heridas; soy tu vida y he recibido
de ti la muerte. Siendo la Palabra, me hice carne para poder
morir. Junto al Padre no tenía carne; la he tomado de lo que
es tuyo para pagar por ti… En fin, he muerto en lo tuyo; vive
tú de lo mío1.
(Serm. 375/B, 5; Denis 5; M. A. 26-27)

Reconócete en Mí

13. El mismo cáliz que quería que pasara era aquél que
había venido a beber. ¿Qué significa entonces, Señor, lo que
dijiste: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz? A punto de sufrir
y de morir, dijiste a tus discípulos: Mi alma está triste hasta la
muerte (Mt 26,38). Busco en estas palabras aquellas otras, tuyas
también: Tengo poder para entregar mi alma y poder para recuperarla
de nuevo (Jn 10,17.18). ¿De dónde procede lo que escucho: Mi

1 Resulta difícil expresar en español la formulación de San Agustín: Mortuus


sum de tuo, vive de meo. Literalmente: «Yo he muerto de lo que es tuyo, vive de
aquello que es mío». Alargando el contenido que esas palabras tienen en modo
concentrado, podría decirse: «He muerto por aquello que te pertenece en
modo más propio, vive tú de aquello que, en modo propio, me pertenece a mí».

38
LA REDENCIÓN

alma está triste hasta la muerte? Nadie te la quita, ¿por qué estás
triste? Si tienes poder para entregar tu alma, ¿por qué dices:
Padre, si es posible, pase de mí este cáliz? Responde a quien le pre-
gunta y te dice: «¡Oh, hombre!, en mi carne te he recibido a ti;
si te he recibido en mi carne, ¿no te he recibido, acaso, en mis
palabras?». Cuando digo que tengo poder para entregar mi alma y
poder para recuperarla de nuevo, hablo como creador; mas cuando
digo que mi alma está triste hasta la muerte, te hablo como cria-
tura. Gózate por mí en ti; reconócete a ti en mí. Cuando digo:
Tengo poder para entregar mi alma, soy tu auxilio, y cuando digo:
Mi alma está triste hasta la muerte, soy tu espejo.
(Serm. 375/B, 3; Denis 5; M. A. 25)

El oro y el heno

14. Toda carne es heno, y la gloria del hombre como la flor del
heno. El heno se secó y la flor cayó. La palabra del Señor, en cambio,
permanece para siempre (1 Pe 1,24)… Y por más que los hombres
le tributen dignidad y honores a esta carne, es ciertamente flor,
pero flor de heno. Una vez seco el heno, no puede permanecer
la flor; como el heno se seca, así la flor cae. Tenemos, pues, a
qué asirnos para que no caigamos, puesto que la palabra del
Señor permanece para siempre. ¿Acaso el Verbo de Dios nos
ha despreciado, hermanos? ¿Acaso miró con desprecio esta
nuestra fragilidad y mortalidad y dijo «es carne, es heno; que
se seque el heno y caiga su flor; no vayamos en su ayuda»? Al
contrario, tomó nuestro heno para hacernos oro. La Palabra
del Señor, que permanece para siempre, no consideró indigno
de sí hacerse temporalmente heno, no para sufrir ella misma
cambio alguno, sino para otorgar al heno un cambio a mejor:
La Palabra se hizo carne y habitó en medio de nosotros, padeció por
nosotros el Señor, fue sepultado, resucitó, y subió al cielo y está
sentado a la derecha del Padre, no ya como heno, sino como
oro incorrupto e incorruptible.
(Serm. 113/B, 1-2; Mai 13; M. A. 289)

39
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Dios, el hombre, el animal

15. Que Dios se haya humillado sólo hasta hacerse hom-


bre, ¿quién iba a exigirle más? Tú no te humillarías para con-
vertirte de hombre en animal, y, con todo, ¡qué gran diferencia!
Si te humillases hasta convertirte de hombre en animal, no te
habrías humillado tan grande distancia como la distancia que
se humilló Dios. En efecto, en el hombre convertido en animal
lo que ocurre es que algo racional se transforma en irracional,
pero en uno y otro caso, mortal: mortal es el hombre, mortal
el animal; nace el hombre como nace el animal; es concebido
el hombre y también el animal; el hombre, como el animal, se
nutre de alimentos corporales y crece. ¡Cuántas cosas tiene en
común el hombre con las bestias! Sólo les distingue la razón
del alma, donde se halla la imagen del Creador. En cambio, en
Dios que se hizo hombre, el Eterno se hizo mortal, se revistió
de una carne sin pecado tomada de la masa de nuestra raza, se
hizo hombre, nació, tomando de nosotros lo que le permitiría
padecer por nosotros.
(Serm. 341/A, 2; Mai 22; M. A. 315)

16. ¿No crees? ¡Cree, cree! Pues es más lo que hizo que
lo que prometió. ¿Qué hizo? Murió por ti. ¿Qué prometió?
Que vivirás con Él. Es más increíble que el Eterno haya muer-
to a que el mortal viva para siempre. Ya poseemos lo que es
más increíble. Si Dios murió por el hombre, ¿no ha de vivir el
hombre con Dios?
(Enarr. in Psal. 148, 8; P. L. 37, 1942)

La belleza perdida

17. El que había invitado a la boda era aquel esposo, her-


moso en su aspecto, más hermoso que todos los hijos de los
hombres. Aquel esposo se hizo feo porque su esposa era fea,
para hacerla hermosa. ¿Cómo lo feo se hizo hermoso? Si no lo

40
LA REDENCIÓN

demuestro, soy un blasfemo. El profeta me da un testimonio de


su hermosura al decir: Más hermoso por su aspecto que los hijos de
los hombres (Sal 44,3). Otro profeta me aporta el testimonio de
su deformidad al afirmar: Le vimos y no tenía hermosura ni decoro;
al contrario, su rostro era abyecto y su compostura deforme (Is 53,2)…
Ambos hablaron de Cristo, ambos se referían a la piedra an-
gular. En el ángulo se unen las paredes. Si no concordasen, no
hay edificio, sino ruina. Los profetas concuerdan…
Quien existía en la forma de Dios, no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios. Es aquí cuando el profeta lo vio más hermoso
en su aspecto (formam) que los hijos de los hombres; dinos tú,
¿cuándo lo viste sin hermosura ni decoro? Al contrario, se des-
pojó de sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los
hombres, fue hallado en su aspecto como un hombre (Flp 2,6). De su
deformidad se dice todavía: Se humilló haciéndose obediente hasta
la muerte y muerte de cruz. He aquí cuando le vi. Entonces con-
cuerdan ambos profetas… ¿Qué hay más hermoso que Dios?
¿Qué más deforme que un crucificado? Así pues, este Esposo,
más hermoso en su aspecto que los hijos de los hombres, se
hizo deforme para hacer hermosa a su Esposa, a la que dice:
¡Oh, hermosa entre las mujeres! (Cant 1,7).
(Serm. 95, 4-5; P. L. 38, 582-583)

LA GRACIA

La salvación de Dios

18. Si hay algo en el hombre de verdad y de justicia, tie-


ne su origen en aquella fuente que se debe desear con ansia
en este desierto, para que, refrescados por ella como con unas
gotas de rocío y confortados durante el tiempo de esta pe-
regrinación, no muramos en el camino y podamos llegar al
descanso y saciedad que ella ofrece.
(Tract. in Joann. 5, 1; P. L. 35, 1414)

41
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

19. Si eres bueno, que tu alabanza vaya a la fuente de tu


bondad. Si eres malo, que tu alabanza vaya a la fuente que
puede transformarte en bueno. Si eres bueno no es sino de Él
de quien obtienes tu bondad. Si eres malo, lo eres tan sólo por
tu causa. Sal de ti y llégate a Aquél que te ha creado. Porque
huyendo de ti, persigues tu propio ser, y persiguiéndote te ad-
hieres a Aquél que te ha creado.
(Serm. 29, 4; P. L. 38, 187)

Doble salvación

20. Dice el Apóstol: Así será, todo el que invoque el nombre del
Señor, será salvo (Rom 10,13). Todos vosotros, que habéis dado
vuestro nombre para el bautismo, corréis hacia esta salvación: una
salvación que no es para un breve tiempo sino para la eternidad;
una salvación que no tenemos en común con los animales y
que tampoco es común para buenos y malos. Todos nos damos
cuenta claramente de que la salud del tiempo presente, por la que
los hombres tanto trabajan, ya sea para lograrla o para recobrarla,
no es importante solamente para los hombres sino que también
lo es para los animales grandes o pequeños, desde los dragones
y los elefantes hasta para las moscas y los gusanos. Entonces, los
mismos hombres también tienen esta salud, la del tiempo presen-
te, tanto aquéllos que invocan a Dios y aquéllos que blasfeman.
Por eso dice el salmo santo: Salvarás a los hombres y a los animales,
Señor, ¡cómo se multiplica tu misericordia!, pero los hijos de los hom-
bres aguardarán a la sombra de tus alas (Sal 35,7ss). Así por la gran
misericordia de Dios, esta salud llega hasta los últimos animales;
pero los hijos de los hombres, que pertenecen al Hijo del hombre, se
acogerán a la sombra de tus alas. Eso es lo que nosotros hacemos en
esta vida: esperamos ahora aquello que recibiremos más tarde. ¿Y
qué nos promete el salmo? Se embriagarán con la abundancia de tu
casa y les alimentarás con el torrente de tus delicias porque cerca de ti está
la fuente de la vida (ib., 9). La fuente de la vida es Cristo.
(Serm. 213, 1; Morin I 1; M. A. 441-442)

42
LA REDENCIÓN

21. No desprecies las obras de tus manos (Sal 137,8). No digo:


Señor, no desprecies las obras de mis manos; no me glorío de
mis obras. Sin duda busqué al Señor con las obras de mis manos,
de noche en su presencia, y no quedé decepcionado (Sal 76,3). Sin
embargo, no confío en las obras de mis manos, pues temo que
al examinarlas encuentres más pecados que méritos. Sólo pido
esto, sólo digo esto, sólo deseo lograr esto: No desprecies las obras
de tus manos. Ve en mí tu obra, no la mía; porque si atiendes a
la mía, me condenarás; pero si ves la tuya, la coronarás. Cual-
quier obra buena que yo tenga, me viene de Ti; por eso son
más bien tuyas que mías.
(Enarr. in Psal. 137, 18; P. L. 37, 1783-1784)

La dicha de ser inferior

22. Servid al Señor con temor; exultad por él temblando (Sal


2,11). Alegrarse por Él, no por uno mismo: por Él, de quien
procede todo lo que eres, es Él por quien eres hombre, por
quien eres justo, si es que ya eres justo… Ciertamente, ante tus
ojos, ves que eres justo porque no robas, porque no adulteras,
porque no eres un homicida, porque no das falso testimonio,
porque honras a tu padre y a tu madre, porque adoras a un solo
Dios, porque no adoras a ídolos o demonios. Pero vas a aban-
donar este camino si te envaneces ante ti, si acaso consideras
que todo lo haces por ti mismo… ¿Qué hacer, pues, para que
no nos desviemos del camino justo? Bienaventurados quienes
confían en Él (Sal 2,13). Si son bienaventurados quienes confían
en Él, desgraciados quienes se fían de sí mismos. Desgraciado,
pues, el hombre que pone su esperanza en el hombre (Jer 17,5). Así
pues, ni siquiera en ti, ya que tú también eres hombre. Porque
si pones tu esperanza en otro hombre, serás humilde inútil-
mente. Si pones tu esperanza en ti mismo, entras en los peligros
del orgullo… Si piensas en los bienes que posees, ¿qué tienes
que no hayas recibido? Si lo has recibido, ¿por qué enorgullecerte como
si no lo hubieras recibido? (1 Co 4,7). Solamente hay uno, Dios,

43
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

que no conoce otra cosa sino dar. No tiene un donador quien


no tiene alguien más grande que él. Por eso tú, si eres inferior,
sí, precisamente porque eres inferior, tienes que agradecer y
felicitarte porque has sido hecho a su imagen para así poderte
encontrar en Él, ya que en ti te habías perdido. Por ti mismo
nada pudiste sino perderte, y no podrás encontrarte a ti a no
ser que te busque el que te hizo…
(Serm. 13, 2-3; P. L. 38, 107-108)

La elección de la gracia

23. Dios se hizo deudor, no por haber recibido nada de


nosotros, sino por habernos prometido lo que le agradó. No
es lo mismo decir a un hombre: «tú me debes porque yo te he
dado», que «me debes porque me lo has prometido». Cuando
dices: «me debes porque te presté», tú has otorgado un bien,
pero lo has hecho como un intercambio y no como un don;
pero cuando dices: «me debes porque me lo prometiste», tú
no has dado nada, y sin embargo exiges. Quien prometió, dará
por su bondad, para que la confianza puesta en él no se vuel-
va maldad, pues quien engaña es malo. Pero, a Dios, ¿acaso le
decimos: «devuélveme, porque te he dado»? ¿Qué dimos no-
sotros a Dios, si cuanto somos y tenemos de bueno lo hemos
recibido de Él? Nosotros no le hemos dado nada a Él. No es
así como podemos pretender que Dios es deudor nuestro. Es
eso lo que nos dice el Apóstol: ¿Quién conoció el pensamiento
del Señor o fue jamás su consejero? ¿Quién le dio primero a Él para
que Él tenga que devolver? (Rom 11,34-35). Entonces, el modo
en que podemos exigir a nuestro Señor es que le digamos:
«danos aquello que nos has prometido porque hemos hecho
lo que has mandado; y, aun esto lo has hecho Tú, porque nos
ayudaste en la fatiga».
Que nadie diga, por tanto: «Dios me llamó porque le he
servido». Pues ¿cómo le habrías servido de no haber sido llama-
do? Si Dios te llamó porque le serviste, entonces tú le has dado

44
LA REDENCIÓN

algo primero y Él te ha pagado por ello; mas el Apóstol te quita


esas palabras de la boca cuando dice: ¿Quién le dio primero, hasta
el punto de que Él tenga que devolver? Por supuesto que ya existías
cuando fuiste llamado; pero cuando fuiste predestinado, ¿no
fue antes de que existieras? ¿Qué le diste a Dios, tú, que según
esto le habrías dado algo, cuando todavía no existías? ¿Qué es
lo que hizo Dios cuando predestinó al que no existía? Lo que
dice el Apóstol: Llama a las cosas que no son para que sean (Rom
4,17). Si tú hubieses existido ya, no habrías sido predestinado;
si no hubieses estado alejado de Él, no habrías sido llamado; si
no hubieras sido impío, no habrías sido justificado; tampoco
habrías sido glorificado de no haber sido tú terreno y abyecto.
Por tanto, ¿quién le dio primero a Él, hasta el punto de que Él deba
devolver? Porque de Él, y por Él, y en Él son todas las cosas. ¿Qué le
damos? ¡A Él la gloria! (Rom 11,36). Pues no existíamos cuan-
do fuimos predestinados, y estábamos lejos cuando fuimos lla-
mados, y éramos pecadores cuando fuimos justificados; demos
gracias a Dios, no seamos desagradecidos.
(Serm. 158, 2-3; P. L. 38, 863-864)

Confesar a Dios

24. ¿Qué es confesar a Dios sino humillarse ante Dios y


no arrogarse mérito alguno? Porque hemos sido salvados por
su gracia, como dice el Apóstol: no por las obras, para que nadie
pueda enorgullecerse, porque es por su gracia por lo que hemos sido
salvados (Ef 2,8-9). No es que primero haya existido una vida
virtuosa en la que Él desde lo alto se haya complacido, que la
hubiera apreciado y que hubiera dicho: «vamos a ayudarles,
socorramos a los hombres ya que viven en el bien». Nuestra
vida no le fue agradable, todo lo que hacíamos por nuestra
cuenta le disgustó; pero, no le ha desagradado aquello que Él
mismo hizo en nosotros. Así, Él condenó lo que nosotros hici-
mos y salvó lo que Él hizo; condenó las malas acciones de los
hombres y salvó a los hombres mismos; porque los hombres

45
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

no se han creado a ellos mismos pero han llevado a cabo ma-


las acciones. Lo que Dios hizo en ellos es bueno, porque Dios
ha hecho al hombre a su imagen y semejanza. Pero lo que el
hombre, por sí mismo, por su libre arbitrio, ha hecho mal, des-
viándose de su autor y creador para volverse hacia la iniquidad,
eso Dios lo condena para librar al hombre; es decir, Dios con-
dena lo que el hombre ha hecho y Dios libra lo que Él mismo
ha hecho. Así pues, nosotros no éramos buenos y Él ha tenido
piedad de nosotros y ha enviado a su Hijo para morir, no por
los buenos sino por los malos, no por los justos sino por los
impíos, porque Cristo murió por los impíos (Rom 5,6).
(Serm. 23/A, 1-2; Mai 16; M. A. 301)

Dios ama el primero

25. Porque el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis


amado (Jn 16,27). Así que, ¿Él nos ama porque nosotros le
amamos o más bien nosotros le amamos porque nos ama Él?
Responda el mismo evangelista en su Epístola: Nosotros le ama-
mos porque Él nos ha amado primero (1 Jn 4,10). Lo que ha hecho
que nosotros pudiésemos amar es que hemos sido amados.
Amar a Dios es enteramente don de Dios. Él nos ha donado el
amarle; Él, que amó sin haber sido amado. Hemos sido amados
siendo desagradables para que en nosotros hubiera algo que le
agradase.Y no amaríamos al Hijo si no amásemos también al
Padre. El Padre nos ama porque amamos al Hijo, pero hemos
recibido del Padre y del Hijo el poder amar al Padre y al Hijo,
porque el Espíritu de ambos ha derramado la caridad en nuestros
corazones (Rom 5,5), por medio de este Espíritu amamos al
Padre y al Hijo, amando también a ese Espíritu con el Padre y
el Hijo. Ese piadoso amor nuestro con que honramos a Dios,
lo creó Dios, y vio que era bueno, por eso verdaderamente Él
amó lo que Él hizo. Pero no hubiera creado en nosotros lo que
Él pudiera amar si, antes de crearlo, Él no nos hubiese amado.
(Tract. in Joann. 102, 5; P. L. 35, 1898)

46
LA REDENCIÓN

No hay que ir a buscar a Dios

26. ¿Qué daré al Señor por todo lo que me ha dado? (Sal


115,12). Buscando por todas partes algo para dar, parece como
si hubiera encontrado. ¿Y qué ha encontrado? «Tomaré» el cáliz
de la salvación. Pensabas que podías dar y mira que todavía bus-
cas recibir. Pon atención, te lo ruego. Si todavía buscas recibir,
quedarás como deudor. Entonces, ¿para cuándo serás uno que
da? Y si siempre serás uno que está en deuda, ¿cuándo devolve-
rás? No encontrarás algo que puedas dar. Nunca tendrás nada
sino lo que Él te dio.
(Serm. 254, 6; P. L. 38, 1185)

27. Escucha aquello que dice Dios: Te corona por su bondad


y su misericordia (Sal 102,4). Te corona por su bondad, te co-
rona por su misericordia. Tú no eras digno de ser llamado; ni,
una vez llamado, de ser justificado; ni, una vez justificado, de
ser glorificado. Ha quedado un resto salvado por una elección de la
gracia. Por tanto, si es por la gracia no lo es por las obras. Porque en-
tonces la gracia no sería gracia (Rom 11,5). En efecto, a quien trabaja
le es dado un salario no como gracia sino como una deuda. Habla el
Apóstol: No según una gracia sino según una deuda (Rom 4,4).
Pero a ti te corona por su bondad y su misericordia.Y si tenías
méritos anteriores, entonces Dios te dice: «Examina bien esos
méritos tuyos y verás que son dones míos».
(Serm. 131, 8; P. L. 38, 733)

Naturaleza y gracia

28. El primer hombre fue creado en una naturaleza sin pe-


cado y sin vicio alguno. Fue creado en rectitud, no fue él quien
se hizo recto a sí mismo. Lo que él hizo por sí mismo es bien
sabido: cayendo de la mano del alfarero, se quebró. Aquél que
le había hecho, lo sostenía, pero el hombre quiso separarse de
Aquél que le había hecho.Y Dios lo permitió, como si hubiera

47
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

dicho: «Bien, que me abandone, que se dé cuenta de lo que es.


Que experimente en la miseria que sin mí no puede hacer nada».
Es así como Dios ha querido manifestarle al hombre lo que
vale el libre arbitrio sin Dios. ¡Qué malvado es el libre arbitrio
sin Dios! Hemos hecho la experiencia de lo que vale sin Dios.
He aquí por qué nos hemos convertido en unos desdichados,
porque sabemos bien por experiencia lo que vale sin Él.Y en-
tonces, cuando alguna vez hemos hecho esa experiencia, final-
mente lo descubrimos, y venid, adorémosle y prosternémonos ante
Él y lloremos delante del Señor que nos ha creado (Sal 94,6). Para
que así nos pueda crear de nuevo Aquél que nos creó, a nosotros
que nos habíamos perdido por medio de nosotros mismos. Sí, el
hombre fue creado bueno y por su libre arbitrio se convirtió en
malo. ¿Cuándo llegará el día en el que el hombre, que se volvió
malo abandonando a Dios por su libre arbitrio, llegue a forjar al
hombre bueno? Mientras era bueno no pudo conservarse bue-
no, ¿acaso ahora que es malo podrá hacerse a sí mismo bueno?
¡Cuando era bueno no se conservó en el bien, y ahora que es
malo dice: «me haré yo mismo bueno»! ¿Qué podrás hacer tú,
que eres malo y que siendo como eras bueno te has perdido, si
antes no te rehace quien es y permanece siempre bueno?
Por tanto es Él el que nos ha creado y no nosotros mismos. Somos
su pueblo y ovejas de su rebaño (Sal 94,6-7). Pues, he aquí que
a nosotros los hombres, Aquél que nos creó, nos ha hecho su
pueblo; ya que simplemente como hombres creados, no éra-
mos todavía su pueblo… Porque también los paganos nacen,
los impíos y todos los enemigos de su Iglesia; que ellos nacie-
sen significa que también Él los ha creado. No los ha creado
ningún otro Dios…
La naturaleza es común a todos, no así la gracia. No se ha
de considerar la naturaleza como gracia, y si se le ha de consi-
derar como gracia es precisamente porque ha sido concedida
gratuitamente. Es imposible que el hombre que no existía haya
merecido existir. Si acaso lo ha merecido es que ya existía, pero
no existía aún. Por tanto, ¡lo habría merecido antes de existir! Y
sin embargo ha sido creado.Y lo ha sido no como un animal,

48
LA REDENCIÓN

un árbol o un guijarro, sino que ha sido creado a imagen de su


Creador. ¿Quién le ha dado este obsequio? Es Dios, que existía
ya y existía desde toda la eternidad. ¿Y a quién se lo ha entrega-
do? Al hombre que aún no existía. Aquél que existía ha dado y
quien no existía ha recibido. Entonces, ¿quién ha podido hacer
esto sino Aquél que llama a las cosas que aún no son para que sean?
(Rom 4,17). He aquí lo que dice el Apóstol a este respecto: Es
Él quien nos ha elegido antes de la creación del mundo (Ef 1,4). Nos
ha elegido antes de la creación del mundo. Hemos sido creados
en este mundo y este mundo no existía aún cuando nosotros
fuimos elegidos. ¡Inefable, hermanos, maravilloso! ¿Quién se-
ría capaz de explicar esto? ¿Quién podría siquiera pensar en
aquello que habría que explicar? ¡Han sido elegidos quienes ni
siquiera existían! Y aquél que elige no se equivoca; ¡no es una
elección vana! Sin embargo, Él los elige, considera elegidos a
aquéllos a los que va a crear para elegirlos. Los tiene en sí mis-
mo, no en su naturaleza sino en su presciencia…
Su pueblo y ovejas de su rebaño. Él, que ha enviado al de-
güello a la oveja sin mancha, ha transformado a los lobos en
ovejas. Ésta es la gracia. Dejando aparte esa gracia común de
la naturaleza por la que fuimos creados hombres, pues no nos
hicimos dignos de ella ya que ni siquiera existíamos. Dejemos
aparte esa gracia, aquí se trata de una gracia más grande por la
que hemos sido hechos su pueblo y ovejas de su rebaño mediante
Jesucristo Nuestro Señor.
Se podría argüir: «también fuimos creados hombres por
medio de Jesucristo». Es cierto. También los paganos han sido
creados por medio de Jesucristo. Digo bien, los paganos han sido
creados por medio de Jesucristo no para que fuesen paganos
sino para que fuesen hombres. ¿Quién es, en efecto, Jesucristo,
sino en el principio era el Verbo, el Verbo que estaba junto a Dios y
que era Dios? Él estaba en el principio junto a Dios. Por él han sido
creadas todas las cosas (Jn 1,1-3). Por tanto, también los paganos
son sus deudores ya que han sido creados hombres.Y son tanto
más culpables cuanto que han abandonado a Aquél que les ha
creado, para ir a adorar cosas que ellos mismos han hecho.

49
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Descartando, pues, aquella gracia por la que la naturaleza


humana ha sido creada… ésta es la gracia más grande… que
hemos sido hechos fieles creyentes por el Verbo hecho carne.
He aquí las cosas que frecuentemente hemos tenido que razo-
nar para vosotros contra esta nueva herejía que trata de abrir-
se camino2, porque queremos que permanezcáis firmes en el
bien… Combatiendo la gracia para defender el libre arbitrio,
han confundido los oídos religiosos y católicos. Se empezó a
tenerles miedo, a evitarles como a perversidad manifiesta. Se
empezó a decir de ellos que hablaban en contra de la gracia.
Entonces, para quitarse esta contrariedad, encontraron el si-
guiente argumento: «Nada de eso, decían, no estamos dicien-
do nada contra la gracia de Dios. –¡Probadlo!–. No discuto la
gracia de Dios precisamente porque estoy defendiendo el libre
arbitrio… Por el simple hecho de que defiendo el libre arbitrio
del hombre puedo mantener que el libre arbitrio es suficiente
para ser justo, pero no digo que eso sea sin la gracia de Dios».
Se levantaron los oídos de la gente devota. Ante semejantes
afirmaciones empezaban a tranquilizarse: «¡Gracias a Dios! De-
fienden el libre arbitrio pero sin negar la gracia de Dios. Hay un
libre arbitrio en efecto y de nada sirve sin la gracia de Dios. Por
tanto, si sostienen el libre arbitrio sin negar la gracia de Dios,
¿en qué se equivocan?» ¡Doctor! Explícanos esa gracia de la que
hablas. «Cuando hablo del libre arbitrio del hombre, dice, toma
buena nota de que digo “del hombre”» — ¿Y a continuación?
— «¿Quién ha creado al hombre? — ¡Dios! — ¿Quién le ha
dado el libre arbitrio? — ¡Dios! — Si, pues, Dios ha creado al
hombre, si Él le ha dado libre arbitrio, todo aquello que puede
hacer el hombre con su libre arbitrio, ¿a la gracia de quién lo
debe, sino a la de Aquél que lo creó con libre arbitrio?» Esto es
lo que dicen ellos como en modo muy agudo.
Ved sin embargo hermanos: no han hablado sino de esa
gracia general por la que el hombre ha sido creado, por la cual

2 El pelagianismo.

50
LA REDENCIÓN

somos hombres. Es verdad que junto con los impíos nosotros


somos hombres, pero no somos cristianos junto con ellos, eso
es lo que nos diferencia. Esta gracia, por la que somos cristianos,
¡es la gracia de la que queremos oírles hablar! ¡Es la gracia que
queremos que reconozcan! La gracia que nosotros deseamos, es
ésa de la que el Apóstol dice: No ha sido en mí inútil la gracia de
Dios. Si la justicia viene de la ley, entonces Cristo ha muerto en vano
(Gal 2,21)… La Escritura ha encerrado todo bajo el pecado para que
la promesa –promesa, no predicción; el que promete, cumple él
mismo–, para que la promesa se otorgara por la fe en Jesucristo a los que
creen (Gal 3,22). He aquí la situación en la que nos encontró la
gracia del Salvador: la Ley por sí sola no había podido sanarnos.
En efecto, ¿por qué nos fue dada la Ley si la naturaleza hubiera
sido suficiente? Aún más, la Ley no ha podido ser suficiente sien-
do tal la debilidad de la naturaleza misma. La Ley ha sido dada
pero no como la que puede dar la vida. Entonces, ¿por qué ha
sido dada la Ley? La Ley, dice el Apóstol, ha sido dada con vistas a
la prevaricación (Gal 3,19-22). Ha sido dada en vista de la preva-
ricación para hacerte prevaricador. «¿Cómo, para hacerme pre-
varicador?» Sí, porque Dios conocía tu orgullo; sabía que decías:
«¡Oh, si alguien pudiera enseñarme! ¡Oh, si hubiera alguien que
me mostrase el camino, [¡esto me bastaría!]».Y la Ley te dice: «¡no
codiciarás!» Acabas de conocer la Ley, que te dice: «¡no codicia-
rás!» Se ha levantado entonces la codicia que antes no conocías.
Estaba allí, pero no la conocías. Desde ese momento empiezas a
estar obligado a vencer la codicia que estaba presente pero oculta,
que ahora acaba de aparecer. ¡Orgulloso! Por medio de la Ley, te
conviertes en prevaricador. Reconoce la gracia y alábala.
(Serm. 26, 2-9; P. L. 38, 171-175)

Omnipotencia de Dios y cooperación del hombre

29. Quienes son guiados por el Espíritu de Dios, ésos son hi-
jos de Dios (Rom 8,14). ¿Quieres guiarte a ti mismo, quieres
ser movido a partir de ti para realizar cuanto conduzca a dar

51
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

muerte a las obras de la carne? ¿De qué te sirve el no ser epi-


cúreo, si eres estoico? Seas epicúreo, seas estoico, no serás con-
tado entre los hijos de Dios. Quienes son movidos por el Espíritu
de Dios, ésos son hijos de Dios.
Me dirá alguno: «Entonces, si “somos movidos”, no somos
nosotros los que actuamos». Le respondo: «No, al contrario; ac-
túas tú y eres movido a actuar; y sólo actúas bien cuando eres
guiado por el que es bueno. El Espíritu de Dios que obra en
ti, te ayuda cuando obras tú. Su mismo nombre de «auxiliador»
te indica que también tú mismo haces algo. Reconoce lo que
pides, reconoce lo que proclamas cuando dices: Sé mi auxilio,
no me abandones (Sal 26,9). Invocas verdaderamente a Dios
como auxiliador, pero nadie recibe ayuda para algo si no hace
algo también. Quienes son movidos por el Espíritu de Dios, dice,
éstos son hijos de Dios: movidos, no por la letra, sino por el Es-
píritu; no por la ley que ordena, amenaza y promete, sino por
el Espíritu que exhorta, ilumina y ayuda. Sabemos, dice el mis-
mo Apóstol, que todo coopera para el bien de los que aman a Dios
(Rom 8,28). Si tú no «operases», Él no podría «co-operar».
Pero poned aquí mayor vigilancia, no sea que diga vues-
tro espíritu: «Aun en el caso de que faltase la cooperación
de Dios y su ayuda, mi espíritu puede hacerlo; aunque con
mayor fatiga, aunque no sin cierta dificultad, puede realizar-
lo». Sería lo mismo que decir: «Hemos llegado a fuerza de
remos y no sin fatiga; si hubiésemos tenido viento favorable,
habríamos llegado más fácilmente». No es de esta clase la
ayuda de Dios; no es como ésta la ayuda de Cristo ni la del
Espíritu Santo. Si te faltase totalmente, nada bueno podrías
hacer. Actúas por voluntad propia, que se cree libre, sin la
ayuda de Él, pero entonces actúas mal. A esto se reduce la
fuerza de tu voluntad, que decimos libre, y que, obrando mal,
se convierte en esclava digna de condenación…
No se trata de lo que algunos empezaron a decir cuando se
vieron obligados a confesar alguna vez la gracia, y bendecimos
a Dios porque al menos han dicho esto, pues acercándose cada
vez más, pueden progresar y llegar a lo que es auténticamente

52
LA REDENCIÓN

la verdad. Al menos ya admiten que la gracia de Dios ayuda a


hacer el bien más fácilmente. Éstas son sus palabras: «Dios dio
su gracia a los hombres para que lo que se les manda hacer por
su libre albedrío, con la gracia lo puedan hacer más fácilmente.
Navegar con velas es más fácil, con remos es más difícil; pero,
no obstante, también se puede llegar sólo con remos. Se cami-
na mejor sobre un jumento que a pie, pero también se llega a
pie». Pero no es así… Leed lo que dijo el Maestro, el Evangelio
es santo, los cuellos de todos los engreídos se ponen bajo él.
Aquí ya no habla Agustín sino que es el Señor. ¿Y qué dice el
Señor? Sin mí nada podéis hacer (Jn 15,5).
(Serm. 156, 12; P. L. 38, 855-857)

Los obreros de la viña

30. Los obreros de la viña murmuraron contra el amo,


diciendo: no han trabajado más que una hora, y los has tratado
igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el ca-
lor. Y, dándole una respuesta justísima, dijo el amo a uno de
ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia… ¿No puedo yo hacer
lo que quiera con lo que es mío? ¿O has de mirar mal el que yo sea
bueno? (Mt 20,13.15) Si tomase el bien ajeno, con razón se
me reprendería como ladrón e injusto; si no hubiese pagado
mis deudas, se me podría acusar de fraudulento y ladrón; mas
si pago aquello que debo y también dono a quien yo quiero,
no puede reprenderme aquél a quien debía, y, aquél a quien
he donado debe regocijarse en mayor manera». Nada se podía
responder a esto, y así se igualó a todos, los primeros pasaron a
ser últimos, y los últimos primeros. Igualando, no invirtiendo
el orden absurdamente...
En cuanto al salario seremos todos iguales, los primeros y
los últimos, los últimos y los primeros, porque aquel denario
es la vida eterna, y en la vida eterna todos serán iguales. Si
bien, según la diversidad de los méritos, algunos brillarán más
y otros brillarán menos, sin embargo, en lo que se refiere a la

53
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

vida eterna, ella será igual para todos. No será más larga para
unos y más breve para otros, porque es igualmente eterna, y lo
que no tiene fin no lo tendrá ni para ti ni para mí. Allí, de un
modo estará la castidad conyugal y de otro modo la integridad
virginal; será diferente el fruto de las buenas obras y la corona
del sufrimiento; uno de una manera y otro de otra; pero, en lo
de vivir eternamente, ninguno vivirá más que el otro…
Mas prestad atención y comprended, hermanos míos; na-
die ha de dejar para más tarde el ir a la viña, apoyado en la se-
guridad de que llegue cuando llegue habrá de recibir el mismo
denario. Es seguro, en efecto, que también a él se le promete
el denario, pero no se le ordena que vaya más tarde. ¿Acaso los
que fueron llevados a la viña cuando salió el amo a buscarlos a
la hora de tercia, le dijeron: «espera; ya iremos a la hora sexta»?
Y los que halló a la hora sexta en la plaza, ¿le dijeron acaso:
«iremos a la hora nona»? ¿O bien, a los que encontró en la hora
nona le dijeron: «no vamos sino hasta la hora undécima»? Ya
que a todos se les dará lo mismo, ¿para qué nos fatigamos más
que los otros? Lo que Él haya de dar y lo que Él haya de hacer,
está en manos de su sabiduría; tú, cuando seas llamado, ve… Se
te llama a la hora sexta; ve. El amo también te ha prometido un
denario si vienes a la undécima; pero que vivas incluso hasta
la hora séptima, eso nadie te lo ha asegurado. No digo hasta la
undécima, sino al menos hasta la séptima. ¿Por qué entonces
haces esperar a Aquél que te llama estando cierto del salario
pero incierto del día? Mira, no sea que lo que Él ha prometido
darte, lo pierdas tú remitiéndolo para después.
(Serm. 87, 4-6; P. L. 38, 532-534)

El fariseo y la pecadora

31. Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha amado


mucho. A quien poco se le perdona, ama poco (Lc 7,47). Hay que
tener cuidado, y mucho, para evitar que por una mala com-
prensión por parte de quienes fomentan sus concupiscencias

54
LA REDENCIÓN

carnales y sienten pereza en salir de ellas hacia la libertad, se


introduzca subrepticiamente en estas palabras del Señor aquella
sentencia, invención de lenguas maldicientes ya durante la pre-
dicación de los apóstoles, de la cual es testigo el apóstol Pablo:
Y como algunos afirman que decimos: hagamos el mal para que venga
el bien (Rom 3,8). Dirá, pues, alguien: «Si a quien se le perdona
poco, ama poco, a quien más se le perdona, más ama. Es mejor
amar más que amar menos. Conviene, por tanto, pecar mucho,
deber mucho, deseando que se nos perdone, para que amemos
más a quien nos ha perdonado tan grandes deudas. Pues, aquella
mujer pecadora, cuanto más debía, tanto más amaba a quien
le perdonaba sus muchas deudas, según las palabras del mismo
Señor: Le han sido perdonados sus muchos pecados porque amó mu-
cho»… Ciertamente comprendéis la profundidad del problema,
sé que lo comprendéis… Estamos en aprietos; pero el Señor,
que nos propuso esta verdad, me librará de la estrechez.
Esto se dijo a causa de aquel fariseo que, en su opinión,
no tenía pecado alguno o muy pocos. En efecto, no habría
invitado al Señor si no hubiera sentido un cierto afecto hacia
Él. Pero ¡cuán pequeño era! No le dio el beso de la paz y, ya
que no le dio lágrimas, ni siquiera le dio agua para lavar los
pies. No lo agasajó como aquella mujer que sabía quién y de
qué la iba a curar. ¡Oh, fariseo! Tú amas poco porque piensas
que necesitas poco perdón; no porque se te perdona poco,
sino porque juzgas que tienes pocas cosas que se te tengan que
perdonar. «¿Entonces, qué?, dice este fariseo, ¿acaso yo, que no
he cometido homicidio alguno, he de considerarme un ho-
micida? Yo, que no he cometido adulterio, ¿debo ser castigado
como adúltero? ¿Se me han de perdonar todos estos pecados
que no he cometido?» Presentemos dos clases de hombres y
hablemos con ellos. Llega uno, pecador suplicante, cubierto de
espinas como un erizo y temeroso más que una liebre. Pero,
las rocas son refugio para los erizos (Sal 103,18) y las liebres. Se
acerca a la roca, allí encuentra refugio, allí recibe ayuda. El otro
no cometió muchos pecados; ¿qué haremos con él para que
ame mucho? ¿Cómo le persuadiremos? ¿Contradeciremos las

55
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

palabras del Señor: A quien poco se le perdona, poco ama? Así de


claro: a quien poco se le perdona. Pero tú que afirmas no haber
cometido muchos pecados, ¿por qué no los cometiste?, ¿quién
te dirigió para no caer? Demos gracias a Dios, pues por vuestra
actitud y vuestra voz me doy cuenta que ya habéis compren-
dido. La cuestión parece resuelta por lo que veo. El primero
cometió muchos pecados y se hizo deudor de todos ellos. El
segundo, con la ayuda de Dios, cometió pocos.Al mismo tiem-
po que uno le atribuye el haberle perdonado, el otro le atribu-
ye el no haber pecado. En tu vida pasada llena de ignorancia,
antes de ser iluminado3, cuando todavía no distinguías el bien
del mal ni creías en Aquél que sin tú saberlo te guiaba, no fuis-
te adúltero. Esto te dice tu Dios: «Yo te dirigía y te conservaba
para mí. Para que no cometieses adulterio, te faltó quien te
lo sugiriera; y el que te faltase fue obra mía. Te faltó tiempo y
lugar; yo hice que esas cosas te faltasen. Si acaso hubo quien
te lo sugirió y no te faltó ni tiempo ni lugar, yo te atemoricé
para que no consintieses. Reconoce, pues, la gracia de esto, a
quien debes también el que no hayas consentido. El primero es
deudor ante mí por lo que hizo y ves que se le perdonó. Pero
también tú me debes a mí por todo aquello que no hiciste. No
existe ningún pecado que cometa un hombre que no pueda
cometerlo otro hombre si está ausente aquel Guía por el cual
el hombre fue creado.
(Serm. 99, 5-6; P. L. 38, 597-598)

La perfección humana

32. No llames a juicio a tu siervo (Sal 142,2). Necesito mu-


cho más tu misericordia que tu juicio irresistible… Soy sin
duda siervo tuyo, ¿a qué, pues, llevarme a juicio? Pues nadie de
entre los que viven podrá ser hallado justo en tu presencia. ¿Qué ha

3 Por «iluminación» se entendía el Bautismo.

56
LA REDENCIÓN

dicho? Que mientras se vive en esta vida nadie es justo –a los


ojos de Dios hay que entender–. No en vano añadió «en tu
presencia», pues a los ojos de los hombres alguien puede ser
considerado justo conforme a lo que cumplió: Yo que, según
la justicia de la Ley, viví irreprochablemente, ante los ojos de los
hombres. Pero, ante la presencia de Dios: nadie de entre los que
viven podrá ser hallado justo en tu presencia...
Existiendo aquella justicia según la cual viven los ánge-
les, aquella justicia en la que no habrá concupiscencia alguna,
cada uno, a partir de ella, piense en lo que es ahora y en lo
que será entonces, y hallará que, en comparación de aquélla,
esta justicia es pérdida y basura. Quien piensa que ahora puede
cumplir la justicia porque vive honesta e inocentemente se-
gún lo que el juicio humano alcanza a valorar, se ha quedado
a medio camino; no desea otra cosa mejor porque piensa ha-
berla cumplido, y, sobre todo, atribuyéndoselo a sí mismo, se
hará soberbio. Y es mejor un pecador humilde que un justo
soberbio. Por esto dice el Apóstol: Y ser hallado, en Él, revestido,
no de mi propia justicia, que proviene de la ley –como pensaban los
judíos–, sino de la justicia que proviene de la fe en Cristo Jesús (Flp
3,9). Un poco más adelante, dice: Espero así llegar a la resurrec-
ción de los muertos. Él ha creído que es allí donde se cumplirá
para él la justicia, es decir, que va a ser revestido de la justicia
plena. En comparación con aquella resurrección, toda la vida
que llevamos es basura. Escucha todavía al Apóstol, que afirma
más claramente: Espero así llegar a la resurrección de los muertos.
No que ya lo haya alcanzado o que sea ya perfecto. Y añadió se-
guidamente: Yo no pienso haberla alcanzado; sino una sola cosa...
¿Qué es esta una sola cosa sino vivir de la fe, en la esperanza
de la salvación eterna donde la justicia será plena y perfecta?
Una sola cosa, olvidándome de lo que queda atrás y tendiendo hacia
lo que está delante, pongo todo mi deseo en conseguir la recompensa
de la sublime vocación de Dios en Cristo Jesús. Y dirigiéndose a
aquéllos que podrían presumir de su perfección, dice: Todos
los que somos perfectos sabemos esto. Acaba de decir que era im-
perfecto y ahora se dice perfecto. ¿Qué otra cosa quiere decir,

57
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sino que la perfección del hombre consiste en que descubra


que no es perfecto? Todos los que somos perfectos sabemos esto.Y si
quizá en algo sentís de otra manera, también esto os lo revelará Dios
(Flp 3,6-16), es decir, para que, si acaso os creéis justificados al
haber tenido algún progreso de vuestra alma con una lectura
de las Escrituras que os descubriera cuál es la verdadera y plena
justicia, os halléis sin embargo culpables; condenéis las cosas
presentes por el deseo de las futuras, viváis de la fe, la esperanza
y la caridad. Entonces comprenderéis que aquello que creéis
aún no lo veis, aquello que esperáis aún no lo poseéis y que
mientras deseáis no habéis alcanzado la plenitud… Nadie llegó
a ver el rostro de Dios y vivió (Ex 33,20). No se ha de vivir esta
vida pensando en ver ya aquel rostro. Hay que morir al mundo
para vivir por siempre para Dios… Será una saciedad insacia-
ble, sin preocupación alguna. Estaremos siempre hambrientos
y seremos siempre saciados.
(Serm. 170, 6-9; P. L. 38, 930-931)

58
II. LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

CRISTO EN LA ANTIGUA ALIANZA

Por todas partes, Él

33. El Señor, Dios de los dioses, habla (Sal 49,3). Ha hablado


de muchas maneras: ha hablado Él mismo por los ángeles, por
los profetas, por su propia boca, por sus apóstoles, habla por
sus fieles, por nuestra humilde persona, cuando decimos algo
verdadero; es Él el que habla.Ved como hablando muchas ve-
ces, de muchas maneras, por medio de muchos instrumentos y
de muchos órganos, sin embargo, es Él quien se hace escuchar
en todas partes, haciendo vibrar las cuerdas, dando el ritmo,
prestando el aliento.
(Enarr. in Psal. 49, 3; P. L. 36, 566)

En todos los signos

34. Los signos han cambiado, pero la fe no. Los signos,


que significaban algo, han sido cambiados, mas no así ese
«algo» que significaban. Representaba a Cristo un carnero,
representaba a Cristo un cordero, representaba a Cristo un
becerrillo, representaba a Cristo un chivo, todo eso es Cristo.
Un carnero, porque es aquél que conduce al rebaño, también
es aquél que fue encontrado enredado en las zarzas cuando
el padre Abrahán recibió la orden de no inmolar a su hijo y
de interrumpir su sacrificio, en cualquier caso, no sin haberlo
ofrecido. Isaac era Cristo, también el carnero era Cristo. Isaac
llevaba la leña para su sacrificio, Cristo llevó su propia cruz.
Un carnero en el lugar de Isaac, pero no hay otro Cristo en
el lugar de Cristo: mas en Isaac, como en el carnero, estaba
Cristo. El carnero tenía enredado sus cuernos en las espinas

59
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

de las zarzas; pregunta a los judíos con qué le coronaron. Él


es el cordero: He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los
pecados del mundo. Él es un toro: mira los cuernos de la cruz.
Él es un chivo, por su carne semejante a la carne de pecado.
Todas estas cosas habían estado veladas hasta que despuntó el
día y desaparecieron las sombras.
(Serm. 19, 3; P. L. 38, 133)

La serpiente de bronce

35. En el desierto el Señor dijo a Moisés que hiciese


una serpiente de bronce, que la levantara en alto sobre un
madero y que anunciase al pueblo de Israel que todo aquél
que sufriera las mordeduras de las serpientes mirase a aquella
serpiente levantada sobre el madero. Así se hizo. Los hombres
eran víctimas de las mordeduras, miraban y quedaban sanos
(Nm 21,6-9). ¿Qué son estas serpientes que muerden? Son
los pecados de la carne mortal. ¿Quién es la serpiente levan-
tada en alto? Es la muerte del Señor en la cruz. Porque la
muerte que vino por medio de la serpiente fue simbolizada
por la efigie de la serpiente. La mordedura de la serpiente
da la muerte. La muerte del Señor da la vida. Se mira a la
serpiente para que la serpiente no pueda nada. ¿Qué es esto?
Se mira a la muerte para que la muerte no pueda nada. Pero
¿la muerte de quién? La muerte de la Vida, si es que se pue-
de decir la muerte de la vida; y puesto que se puede decir,
es admirablemente dicho. ¿Acaso no se ha de poder decir lo
que se pudo hacer? ¿Dudaré yo de confesar lo que el Señor
se dignó hacer por mí? ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo,
Cristo está en la cruz. ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo,
Cristo ha muerto. Pero en la muerte de Cristo encontró la
muerte su muerte. Porque la vida muerta mató a la muerte;
la plenitud de la vida se tragó la muerte: la muerte fue ab-
sorbida en el cuerpo de Cristo. Así lo diremos nosotros en la
resurrección, cuando ya en el triunfo cantemos: ¿Dónde está,

60
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

¡oh, muerte!, tu victoria? ¿Dónde está, ¡oh, muerte! tu aguijón? (1


Co 15,54). Ahora, entre tanto, hermanos, para que sanemos
de los pecados, miremos a Cristo crucificado; porque así como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él no
perezca, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,14-15).
(Tract. in Joann. 12, 11; P. L. 35, 1489-1490)

LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

La Iglesia desde el principio

36. Mi alma desfallece con el deseo de tu salvación y he espe-


rado en tu palabra (Sal 118,81). ¿Y quién dice esto? ¿Acaso no
lo dice la estirpe elegida, el sacerdocio real, la nación consagrada, el
pueblo de su propiedad (1 Pe 2,9) y lo dice desde el origen del
género humano hasta el fin del mundo presente en aquéllos
que en su respectivo tiempo vivieron, viven y vivirán aquí
deseando a Cristo?... Así pues, este deseo del que ahora trata-
mos procede del amor a su manifestación, sobre la cual dice
el Apóstol: Cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también
vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria (1 Col 3,4). Por
lo tanto en los primeros tiempos de la Iglesia, antes del parto
de la Virgen, hubo santos que desearon la venida de su Encar-
nación.Y en los tiempos actuales, desde que ascendió al cielo,
también hay santos que anhelan su manifestación, en la que ha
de juzgar a vivos y muertos.
(Enarr. in Psal. 118 [20], 1; P. L. 37, 1556-1557)

37. Cristo es nuestra cabeza y nosotros somos el cuerpo


de esa cabeza. ¿Acaso sólo nosotros y no también aquéllos que
existieron antes de nosotros? Todos los justos que existieron
desde el principio del mundo tienen por cabeza a Cristo. Ellos
creyeron en Él como el que tenía que venir, nosotros creemos

61
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

en Él como el que ya vino. Ellos han sido sanados por la fe en


Él, como también nosotros; para que de este modo Él mismo
fuese cabeza de toda la ciudad de Jerusalén, es decir, de todos
los fieles, desde el principio hasta el fin, uniendo a ellos tam-
bién los ejércitos y las legiones de ángeles, a fin de constituir
una sola ciudad bajo un solo rey, como una sola provincia bajo
un solo gobernador, dichosa, en perpetua paz y salud, alaban-
do a Dios sin fin, bienaventurada sin fin. Éste es el cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia.
(Enarr. in Psal. 36 III, 4; P. L. 36, 385)

38. Todos nosotros hemos recibido de su plenitud (Jn 1,16).


¿Qué quiere decir todos nosotros? Quiere decir que el patriar-
ca, el profeta, cualquier justo, cualquier predicador, el mismo
Juan, mayor que el cual no ha surgido nadie entre los nacidos
de mujer; todos han bebido de esta fuente…
(Serm. 293/D, 3; Morin I 22; M. A. 513)

El Arca

39. Cuarenta días flotó el arca durante el diluvio, arca


que es la Iglesia, hecha de maderas incorruptibles. Estas ma-
deras incorruptibles son las almas de los santos y de los justos;
no obstante, el arca tenía animales puros e impuros, puesto
que, mientras se vive en este siglo y la Iglesia es purificada
por el Bautismo cual nuevo diluvio, no puede sino tener
buenos y malos; por eso aquel arca tenía animales puros e im-
puros. Pero Noé, una vez que salió de ella, ofreció sacrificios
a Dios sólo de animales puros (Gen 6-8). De ello debemos
entender que en esta arca hay animales puros e impuros, pero
que después del diluvio, Dios no acepta más que a los que se
purificaron… Durante todo el tiempo presente, mientras nos
hallamos aquí, el arca está bajo el diluvio; durante el tiem-
po en que los cristianos se bautizan y son purificados por el
agua, se ve nadar en medio de las olas el arca que durante

62
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

cuarenta días flotó sobre el agua. El Señor, al permanecer con


sus discípulos durante cuarenta días, se dignó dar a entender
que la fe en la encarnación de Cristo es necesaria a todos
durante este tiempo.
(Serm. 264, 5; P. L. 38, 1216)

Testimonios

40. Cristo es cabeza y cuerpo. La cabeza está en el cielo, el


cuerpo en la tierra. La cabeza es el Señor; el cuerpo es su Iglesia…
Testimonio para la cabeza: Las promesas se hicieron a Abrahán
y a su descendencia. No se dice: «a sus descendientes» como si fuesen
muchos, sino como a uno solo: «a su descendencia», es decir, a Cristo
(Gal 3,16). Un testimonio para el cuerpo fue dado a Abrahán
y lo ha recordado el Apóstol: Las promesas se hicieron a Abra-
hán.Tan cierto como que Yo vivo, dice el Señor, lo juro por mí mismo,
porque has obedecido a mi voz y no has perdonado a tu hijo amado
por mi causa, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia
como las estrellas del cielo y como las arenas del mar. En tu descen-
dencia serán benditas las naciones del mundo (Gen 22,16-18). He
aquí, pues, un testimonio para la cabeza y un testimonio para
el cuerpo. Escucha aún este pasaje corto en el que se mezclan
casi en una sola frase los testimonios para la cabeza y para
el cuerpo. A propósito de la resurrección de Cristo el salmo
decía: ¡Álzate, oh Dios, sobre los cielos…! y a continuación para
el cuerpo: Sobre toda la tierra, tu gloria (Sal 56,6.12). Otro tes-
timonio para la cabeza: Han taladrado mis manos y mis pies, han
contado todos mis huesos. Me han observado, me han mirado, se han
repartido mis vestidos y han echado a suertes mi túnica. Escucha en-
seguida, tras unas pocas palabras, lo que se dice para el cuerpo:
Los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor. Las familias
de todas las naciones se postrarán ante su presencia y Él será el dueño
de todos los pueblos, porque del Señor es el Reino y Él dominará sobre
todos los pueblos (Sal 21,17 ss). Otro testimonio para la cabeza:
Llega como el esposo que sale de su tálamo; y, en el mismo salmo,

63
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

este testimonio para el cuerpo: Su pregón llena toda la tierra y su


palabra alcanza los confines del mundo (Sal 18,6.5).
(Serm. 129, 5-6; P. L. 38, 722-723)

El sentido de los salmos

41. Es difícil que encuentres en los Salmos otra cosa sino


las voces de Cristo y de la Iglesia; o sólo la de Cristo, o sólo la
de la Iglesia, de la cual ciertamente nosotros somos parte. Por
eso, cuando reconocemos nuestra voz, no nos es posible reco-
nocerla sin un movimiento de afecto, y tanto más nos deleita-
mos cuanto más nos damos cuenta de que estamos allí mismo.
El rey David fue un solo hombre, pero no siempre representó
únicamente a un hombre, pues algunas veces prefiguró a la
Iglesia, que consta de muchos miembros y se extiende hasta
los confines de la tierra. Otras veces, sin embargo, prefiguró a
un único hombre, personificó al que es Mediador entre Dios y
los hombres, al hombre Cristo Jesús (1 Tim 2,5).
(Enarr. in Psal. 59, 1; P. L. 36, 713)

42. Dame inteligencia (Sal 118,73). El Señor Jesús pidió en


este salmo, por medio del profeta, como para sí, que Dios dé
entendimiento a su cuerpo que es la Iglesia, para que conozca
los mandamientos de Dios. La vida de su Cuerpo, es decir, de
su pueblo, está oculta con Él en Dios (Col 3,3) y Él mismo
padece necesidad en este Cuerpo y pide aquello que es nece-
sario para sus miembros.
(Enarr. in Psal. 118 [19], 1; P. L. 37, 1553-1554)

43. Alma mía, bendice al Señor (Sal 103,1). Hablamos todos


juntos de nuestra alma, porque el alma de todos nosotros, en la
misma fe, es un alma única.Y todos nosotros que creemos en
Cristo, se trate de quien se trate, por la unidad de su cuerpo
somos un solo hombre.
(Enarr. in Psal. 103 I, 2; P. L. 37, 1336)

64
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

44. Tú mi socorro y mi libertador, oh Dios mío, no tardes (Sal


39,18). Como un solo hombre que ruega a Dios, los miem-
bros de Cristo, el cuerpo de Cristo extendido por todo el
mundo, es un único mendigo, un único pobre.
(Enarr. in Psal. 39, 28; P. L. 36, 451)

Promesa y cumplimiento

45. Si tal vez estáis pensando cómo a la Ley se la llama


Antiguo Testamento y, no obstante, pende del amor (cfr. Mt
22,40), siendo así que el amor renueva al hombre y pertene-
ce al hombre nuevo, he aquí el motivo. Se le pone delante el
nombre de «Antiguo» a ese Testamento porque se trata de una
promesa terrena, ahí el Señor promete a quienes le adoran,
un reino terreno. Pero en aquel entonces existieron también
quienes amaban a Dios, que le amaban gratuitamente y pu-
rificaron sus corazones suspirando castamente por Él. Ellos,
apartado el velo que cubría las antiguas promesas, llegaron a
percibir la prefiguración del futuro Nuevo Testamento y com-
prendieron que todas aquellas cosas mandadas o prometidas
en el Antiguo, según el hombre viejo, eran figuras del Nuevo
Testamento, que el Señor iba a hacer realidad en los tiempos
finales. Abiertamente lo dice el Apóstol: Todo esto les acontecía
en figuras; mas fueron escritas en atención a nosotros, quienes hemos
llegado al final de los tiempos (1 Co 10,11). Así, pues, de un modo
oculto se anunciaba de antemano el Nuevo Testamento pre-
cisamente por medio de aquellas antiguas figuras. Mas, con
la llegada del tiempo del Nuevo Testamento, éste comenzó a
ser predicado abiertamente y aquellas figuras a ser expuestas
y explicadas, de forma que se percibiese allí lo «nuevo» donde
en lo «viejo» estaba prometido. Entonces, Moisés era mensa-
jero del Antiguo Testamento; pero, quien era emisario de lo
viejo era uno que comprendía el Nuevo: anunciaba al pueblo
carnal lo antiguo, pero él, espiritual, advertía allí lo nuevo. Los
apóstoles, en cambio, eran anunciadores y ministros del Nuevo,

65
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

pero no porque antes no existiera aquello que después habría


de ser manifestado por medio de ellos. El amor está allí, en el
Antiguo; el amor está aquí, en el Nuevo. Pero en el primero el
amor está más oculto y el temor más a la vista; en el Nuevo, en
cambio, es más manifiesto el amor, y menos el temor. Sin duda
alguna, cuanto crece la caridad tanto así disminuye el temor.
Y en verdad, con el amor creciente el alma se hace segura y
donde la seguridad es plena el temor es nulo; lo dice también
el apóstol Juan: El amor perfecto expulsa el temor (1 Jn 4,18).
(Serm. 350/A, 2; Mai 14; M. A. 293)

46. Has reservado hasta ahora el vino bueno (Jn 2,10). En


efecto, Cristo guardó hasta ahora el buen vino, esto es, su
Evangelio… La profecía existía ya en los tiempos antiguos, y
no ha existido tiempo alguno en que hayan faltado los orá-
culos proféticos; pero aquella profecía era agua mientras en
ella no se veía a Cristo. En el agua está oculto en cierto modo
el vino… Lee todos los libros proféticos. Si no ves en ellos a
Cristo, ¡qué insípidos y qué sin sentido los hallarás! En cambio,
si ves allí a Cristo, no sólo tiene sabor lo que lees, sino que
también embriaga: transforma el alma de lo corporal con el fin
de que, olvidando lo pasado, te lances a lo que tienes delante
de los ojos (Flp 3,13)… Jesucristo nuestro Señor convirtió el
agua en vino y ahora ya tiene sabor lo que antes no lo tenía, ya
embriaga lo que al principio no embriagaba. Él habría podido
ordenar derramar el agua y así Él mismo habría introducido en
las tinajas un vino sacado de las profundidades misteriosas de la
naturaleza de donde también sacó el pan con el que alimentó a
tantos miles de hombres…, ahí la omnipotencia del Señor era
por así decirlo la fuente de ese pan. Habría podido hacerlo así,
una vez derramada el agua introducir el vino en su lugar. Pero
haciendo eso habría dado a entender que reprobaba las anti-
guas Escrituras. Mientras que, por el contrario, convirtiendo el
agua en vino nos muestra que las Escrituras antiguas también
provienen de Él, pues por orden suya se llenaron las tinajas…
(Tract. in Joann. 9, 3-5; P. L. 35, 1459-1460)

66
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

Los Macabeos

47. La gloria de los Macabeos ha hecho de este día para


nosotros un día solemne. Cuando eran leídos sus admirables
sufrimientos no sólo los hemos escuchado, sino que también
los hemos visto y contemplado.Tiempo ha que tuvieron lugar
los acontecimientos: fue antes de la encarnación, antes de la
pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Los Macabeos
fueron parte de aquel primer pueblo en el que vivieron los
profetas, quienes preanunciaron las realidades presentes.Y que
nadie se figure que antes del pueblo cristiano no hubo un pue-
blo de Dios; es más, por hablar de un modo que ciertamente
es verdad, aunque el nombre no es comúnmente usado: aquel
pueblo de entonces también era cristiano. Cristo no comenzó
a tener un pueblo después de su pasión, sino que su pueblo
existía en la descendencia de Abrahán, de quien da testimo-
nio el mismo Señor, diciendo: Abrahán se regocijó deseando ver
mi día; lo vio y se alegró (Jn 8,56). Entonces, de Abrahán nació
aquel pueblo que fue esclavo en Egipto y que, con brazo po-
deroso, por medio de Moisés siervo de Dios, fue liberado de
la esclavitud; el pueblo que fue también conducido de lado a
lado por medio del mar Rojo, cuyas olas les abrieron camino,
que fue probado después en el desierto, que fue puesto bajo
la Ley y a quien le fue dado en posesión un reino. Ahí donde,
como dije, nacieron los profetas, ahí también florecieron estos
gloriosos mártires. Es verdad que Cristo no había muerto aún;
sin embargo, Cristo que había de morir, les hizo mártires. Lo
primero que encomiendo a vuestra caridad es que, cuando ad-
miréis a esos mártires no penséis que no eran cristianos. Ellos
fueron cristianos, ellos han precedido con hechos el nombre
de «cristianos» que más tarde se divulgó…
Mas ved ahí que un judío se yergue para decirnos: «¿Con
qué derecho sumáis a vuestros mártires estos mártires nues-
tros? ¿No es en vosotros osadía imprudente celebrar su me-
moria? Leed sus confesiones de fe, mirad si por ventura han
confesado a Cristo». A lo cual respondemos: «En verdad, tú

67
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

eres uno de los que no creyeron en Cristo, los cuales, como


desgajados del tronco del olivo, sustituidos por un olivo sil-
vestre, se han secado estando fuera (Rom 11,17). ¿Qué vas a
decir tú, siendo como eres, uno de los infieles? No confesaban
expresamente a Cristo, porque el misterio de Cristo estaba ve-
lado todavía; el Antiguo Testamento es velo del Nuevo Testa-
mento, y el Nuevo Testamento levanta el velo del Antiguo…»
La lectura, en fin, del Antiguo Testamento no es abolida, antes
recibe su complemento de quien dijo: Yo no vine a derogar la
ley, sino a darle cumplimiento (Mt 5,17). Cuando se descorre un
velo, es para que se pueda ver lo que estaba oculto; el Antiguo
Testamento permanecía cerrado porque no había llegado la
llave de la cruz.
Los mártires confesaron en modo abierto al mismo que
confesaron los Macabeos en modo oculto: unos murieron
por Cristo revelado en el Evangelio, los otros murieron por el
nombre de Cristo velado aún en la ley. Unos y otros le per-
tenecen, a unos y a otros ayudó Cristo en sus luchas, a ambos
los coronó Cristo. Unos y otros han dado su servicio a Cristo.
(Serm. 300, 1-5; P. L. 38, 1376-1379)

El cumplimiento como ruptura

48. David, hijo de Jesé, fue rey de Israel por un cierto


tiempo durante la Antigua Alianza. Ahí, en ese tiempo, la Nue-
va Alianza se hallaba oculta como el fruto en la raíz. Si buscas
el fruto en la raíz, no lo encontrarás; tampoco encontrarás
el fruto en las ramas a no ser en aquéllas que proceden de la
raíz… Y así como Cristo mismo... según la carne, estaba oculto
en la simiente de los patriarcas, y habría de llegar un tiempo en
el que Él se manifestase como fruto visible, como está escrito:
Floreció de la raíz de Jesé (Is 9,1); así también la Nueva Alianza…
En el tiempo de la Antigua Alianza, hermanos, las promesas
hechas por nuestro Dios a aquel pueblo carnal eran temporales
y terrenas. Se les prometió un reino terreno, se les prometió

68
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

aquella tierra en la que fueron introducidos al ser liberados de


Egipto… en la que se edificó la Jerusalén terrenal. Después, en
virtud de sus pecados, fueron perseguidos, vencidos y hechos
cautivos, y finalmente, también fue arrasada la ciudad. Aquellas
promesas eran tales que no habrían de perdurar; sin embargo,
por medio de ellas estaban prefiguradas las promesas futuras,
que han de permanecer. Por tanto, todo aquel camino andado
de las promesas temporales, era figura y una cierta profecía de
lo que había de venir… Al desaparecer las cosas por las que
aquel pueblo carnal, sobre el que reinó David, alababa a Dios,
también terminaron los himnos de David, no los del Hijo de Dios,
sino los del hijo de Jesé (Sal 72,1)… Puesto que el pueblo fue
conducido a la tierra «de la promesa», ¿acaso habría ella de
durar para siempre? Si así hubiera sido, no habría sido figura
o símbolo, sino realidad misma. Pero como era figura, aquel
pueblo fue conducido a una realidad temporal.Y si fue con-
ducido a realidades temporales, era necesario que lo temporal
desapareciese, de modo que por medio de su derrumbamiento
se viese obligado a buscar lo que no ha de pasar jamás.
(Enarr. in Psal. 72, 1-5; P. L. 36, 916-917)

LOS DOS PUEBLOS

Esaú y Jacob

49. La Ley contiene dos Testamentos, uno es el Antiguo


y el otro el Nuevo. El Antiguo consistía en promesas tem-
porales, pero que tenían significados espirituales. Comprenda
vuestra caridad. Si a los judíos les fue prometida la «tierra de
la promesa», esa tierra de la promesa significa algo espiritual.
Si a los judíos les fue prometida Jerusalén, una ciudad de paz,
ya el nombre mismo de la ciudad de Jerusalén, significa algo
espiritual. Si a los judíos les fue entregada la circuncisión de
la carne, es porque ella tiene la significación de una cierta

69
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

circuncisión espiritual. Si a los judíos les fue mandado guardar


únicamente uno de los siete días, el Sábado, es porque éste sig-
nifica un descanso espiritual, que no tiene ocaso. En efecto, en
cada uno de los siete días de los que se habla en el Génesis, se
dice de todos ellos: «Y atardeció». Sin embargo, del día séptimo
no se dice que tuviera un atardecer. En ese séptimo día, que
no tiene atardecer, nos es dado un signo del descanso eterno,
donde no existe el ocaso. Si a los judíos les fue mandado in-
molar sacrificios carnales, todos ellos significan, por medio de
las víctimas de animales, sacrificios espirituales.
Por tanto, todos aquéllos que consideraron que lo presen-
te que les era entregado era algo grande y que no buscaron
ya nada más para el avenir y que no fueron capaces de com-
prender espiritualmente lo que acontecía de manera carnal,…
todos ellos pertenecen al Antiguo Testamento.
Pues, el Antiguo Testamento es la promesa en figuras; el
Nuevo Testamento es la promesa comprendida espiritualmen-
te. Si bien la Jerusalén terrena es algo que pertenece al Antiguo
Testamento, sin embargo, contiene en sí una imagen que se
refiere a la Jerusalén celestial y por ello pertenece al Nuevo
Testamento. La circuncisión de la carne pertenece al Antiguo
Testamento; la circuncisión del corazón pertenece al Nuevo
Testamento. Según el Antiguo Testamento, el pueblo es libera-
do de Egipto; según el Nuevo Testamento, el pueblo es libera-
do del diablo. Los opresores egipcios y el Faraón perseguían a
los judíos que salieron de Egipto; al pueblo de los cristianos le
persigue el pecado de los mismos cristianos y el diablo, prínci-
pe de los pecados. Pero igual que los egipcios no persiguieron
a los judíos nada más que hasta el mar, del mismo modo los pe-
cados no persiguen a los cristianos sino sólo hasta el bautismo.
Escucha cómo nos dice el Apóstol que todas esas cosas
eran figura de nosotros: No quiero que ignoréis, hermanos, que
todos nuestros padres estuvieron bajo la nube.Y, si estuvieron bajo la
nube, estuvieron en la oscuridad. ¿Qué significa que estuvieron
en la oscuridad? Pues, que no entendieron de modo espiritual
todo cuanto se realizaba en ellos de manera corporal. Y todos

70
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

atravesaron el mar, y todos fueron bautizados en Moisés y todos co-


mieron del mismo manjar espiritual (1 Cor 10,1-3). Pues, se les dio
el maná en el desierto, igual que a nosotros se nos da la dulzura
de las Escrituras para que podamos resistir en el desierto de la
vida humana. Ellos conocieron el maná que ahora reciben los
cristianos, a ellos el salmo mismo les dijo: Gustad y ved qué dulce
es el Señor (Sal 33,9). Y todos, continua diciéndonos, comieron el
mismo alimento espiritual. ¿Qué quiere decir «el mismo»? Quiere
decir que tiene el mismo significado. Y todos bebieron la misma
bebida espiritual. Y mira de qué manera expuso una sola cosa y
calló acerca de las demás. Pues, bebían de la piedra espiritual que les
seguía.Y la piedra era Cristo.Todas esas cosas eran figura de nosotros
(1 Cor 10,1-6). A ellos les fueron mostradas, mas eran figura
de nosotros, porque les eran mostradas corporalmente y nos
significaban a nosotros espiritualmente. Por tanto, quienes las
han percibido de modo carnal, son quienes han pertenecido
al Antiguo Testamento.
Ved ahora que Isaac era anciano. ¿Qué papel desempe-
ñaba Isaac cuando quería dar su bendición a su primogénito?
Ya era un anciano,… en esta ancianidad yo veo mostrado el
Antiguo Testamento. Por eso, quienes estuvieron bajo la nube
son del Antiguo Testamento, porque no comprendían; por eso
mismo se dice que los ojos de Isaac se habían oscurecido…
Hermanos, ¿entonces qué decir? A pesar de todo, quiso ben-
decir a Esaú, su hijo mayor. La madre amaba al más joven, el
padre al mayor, como el primogénito que era. Era justo en
modo igual para con el uno y el otro, pero su amor se incli-
naba por el primogénito. Él quiere bendecir al de más edad
ya que el Antiguo Testamento había sido prometido al primer
pueblo. No han sido dirigidas las promesas sino solamente a
los judíos. Está claro que solamente a ellos se les promete, que
sólo a ellos se les ofrece todo. Ellos fueron llamados de Egipto,
fueron librados de sus enemigos, conducidos a través del mar,
alimentados con el maná, ellos reciben la Alianza, reciben la
Ley, reciben las promesas, reciben en fin la propia tierra pro-
metida. No es, pues, sorprendente que haya querido bendecir

71
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

al primer hijo; pero, bajo la figura del mayor, el menor fue ben-
decido. La madre actúa como figura de la Iglesia. Daros bien
cuenta hermanos, la Iglesia no es sólo de aquéllos que tras la
venida y el nacimiento del Señor comenzaron a ser santos, sino
también de aquéllos –cualesquiera fuesen– que ya antes eran
santos: ésos ya pertenecen a la Iglesia. No vayamos a creer que
el Padre Abrahán no tiene nada que ver con nosotros por el
hecho de que existió antes de que Cristo naciera de la Virgen
y que nosotros tan sólo después hemos sido hechos cristianos,
es decir, después de la pasión de Cristo: el Apóstol declara que
hemos llegado a ser hijos de Abrahán imitando la fe de Abrahán.
¿Y nosotros que, imitándolo, somos admitidos en la Iglesia, va-
mos a excluirle a él de esa misma Iglesia? Es esta Iglesia la que
queda representada en Rebeca, la mujer de Isaac. Esta Iglesia
estaba ya en los santos y profetas que tuvieron la comprensión
del Antiguo Testamento, porque estas promesas, aunque eran
carnales, significaban para ellos un «no se qué» espiritual.Y si
hay algún significado espiritual, los espirituales pertenecen al
hijo menor ya que la carne viene primero y después el espíri-
tu… Nadie llega a ser espiritual sino a partir de lo carnal. Pero
si uno persevera en una prudencia carnal, se quedará siempre
en Esaú. Si uno llega a ser espiritual, entonces será el hijo
menor. Pero es el menor quien será el mayor. Uno ha sido el
primero en el tiempo, pero el otro le precede en virtud. En
efecto, cuando Jacob había preparado un plato de lentejas, Esaú
prefirió comérselas antes que obtener la bendición. Jacob le
dijo: Dame tu primogenitura y te daré las lentejas que he preparado
(Gen 25,31).Y él vendió su derecho de primogenitura al más
joven. Uno obtuvo una satisfacción temporal, el otro obtuvo
una dignidad sempiterna…
Hay un pueblo cristiano. Pero en ese pueblo cristiano
conservan el primado quienes pertenecen a Jacob. En cambio,
quienes viven carnalmente, creen carnalmente, esperan car-
nalmente y aman carnalmente, pertenecen todavía al Antiguo
Testamento y aún no al Nuevo. Les cabe el destino de Esaú y
no participan aún de la bendición de Jacob.

72
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

Que comprenda vuestra santidad. Isaac, el anciano de los


ojos oscurecidos, quería bendecir a su hijo mayor, ya que el
Antiguo Testamento se dirigía a los judíos. Precisamente por-
que el Antiguo Testamento no estaba siendo entendido por
parte de ellos, por eso se habla de los «ojos oscurecidos». Como
ya he dicho, hermanos, se le habla al mayor, pero la bendición
recae en el menor. En efecto, esa madre, que ha de ser vista
como presente en todos los santos, es decir, la Iglesia, que
comprendió la profecía, es quien aconseja a su hijo menor…
para que vaya a buscar dos cabritillos del ganado que estaba
allí cerca y para que ella, la madre, los preparase a la manera en
que eran del agrado del padre, [y con las pieles de los cabritos le
cubrió las manos y la parte lampiña del cuello, y le puso una de las
vestimentas de Esaú], para que así, el padre bendijese a su hijo
menor mientras el mayor estaba ausente…
¿Así pues, qué otra cosa significa el que bajo la apariencia
del mayor, sea el menor quien recibe la bendición, sino que
bajo las figuras del Antiguo Testamento prometido al pueblo
de los judíos, la bendición espiritual alcanza al pueblo de los
cristianos?… Pero la bendición podría no llegar a nosotros, si,
ya purificados de los pecados por el nacimiento de la regene-
ración, no sobrelleváramos nosotros con paciencia los pecados
de los demás. En efecto, la madre había engendrado dos hijos.
Estad atentos hermanos; había engendrado uno con mucho
vello y otro sin vello. Los vellos significan los pecados; en
cambio, la piel sin vello, la suavidad, significa la mansedumbre,
es decir, la limpieza de todo pecado. Los dos hijos son bende-
cidos, ya que la Iglesia bendice las dos especies de hombres.
Igual que Rebeca dio a luz dos hombres, así en el seno de la
Iglesia nacen dos tipos de hombres, uno velludo y otro sin
vello… Pues hay hombres que, incluso después del bautismo,
no quieren desembarazarse de sus pecados y quieren seguir
obrando como han obrado siempre… Éste es el Esaú que ha
nacido velludo…
¿Qué se dice de Esaú? Era cazador montaraz; Jacob, en cam-
bio, sin malicia (sine dolo), permanecía en casa (Gen 25,27)… Así

73
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

pues, éste, ¿qué quiere para sí mismo, cuando de él se dice que:


Se acercó con astucia (cum dolo) y se ha llevado la bendición (Gen
25,35)? Por ahora, miremos qué es lo que significa «astucia»
(dolo) y veamos qué es lo que Jacob debe hacer. Él lleva sobre
sí los pecados ajenos y, aunque éstos sean ajenos, los lleva con
paciencia. Es eso lo que significa el llevar encima las pieles de
los cabritos, es decir, lleva pacientemente lo que es de otros, no
está aferrado a lo que le es propio. Así también, imitan a Jacob
todos aquéllos que, por la unidad de la Iglesia, llevan sobre sí
los pecados de los otros. Porque Jacob mismo está en Cristo,
igual que Cristo está en la semilla de Abrahán. Está dicho en
efecto: En tu descendencia serán benditas todas las naciones de la
tierra (Gen 22,18). Nuestro Señor Jesucristo, que no cometió
pecado alguno, ha llevado los pecados de los demás. ¿Y no ha-
brían de querer sobrellevar los pecados de los demás aquellos
mismos a quienes les han sido perdonados los pecados? Por
tanto, si Jacob remite hacia Cristo, lleva los pecados ajenos, es
decir, las pieles de los cabritos. ¿Y, cuál es la astucia (dolus)?
Esaú, por su parte, llega tarde y trae lo que su padre le ha
ordenado. Encuentra que su hermano ha sido bendecido en
su lugar y él no es bendecido ya con ninguna otra bendición.
Puesto que ellos eran dos hombres, eran figura de dos pueblos.
La única bendición significa la unidad de la Iglesia. Hay dos
pueblos y Jacob encarna los dos; pero los dos pueblos están
representados de modo diferente en su relación con Jacob.
En efecto, Nuestro Señor Jesucristo, que había venido tanto a
los judíos como a los gentiles, fue repudiado por parte de los
judíos, que pertenecían al hijo mayor. Sin embargo, Él eligió
a algunos de entre ellos que pertenecían al hijo menor, que
habían comenzado a desear y a comprender espiritualmente
las promesas del Señor, que no recibían de manera carnal la
tierra que deseaban, sino que deseaban espiritualmente aquella
ciudad en la que ninguno nace carnalmente… Cuando ellos
hubieron comenzado a anhelarla, comenzaron a pertenecer a
Jacob –quienes creyeron en Cristo– y así es como en la misma
Judea se formó el rebaño del Señor. Pero, ¿qué dice el Señor

74
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

acerca de ese mismo rebaño? Tengo otras ovejas que no son de este
aprisco, voy, las haré volver y habrá un solo rebaño y un solo pastor
(Jn 10,16). ¿Qué otras ovejas tiene el Señor Jesucristo si no
son las que proceden de los gentiles?... Estos dos pueblos que
proceden de dos lugares diferentes están asimismo represen-
tados por dos murallas. La Iglesia de los judíos procede de la
circuncisión, la Iglesia de los paganos del prepucio. Proceden
pues de lugares diferentes, pero son unidas en la casa. Es por
ello por lo que el Señor fue llamado «la piedra angular». Pues
en el salmo se dice: La piedra que rechazaron los arquitectos es aho-
ra la piedra angular (Sal 117,22).También dice el Apóstol: Sobre
la piedra angular que es Cristo Jesús (Ef 2,20)... Los dos cabritos
son, entonces, como los dos pueblos, como los dos apriscos
y como los dos muros; son también como los dos ciegos que
estaban al borde el camino (Mt 20,30), como las dos barcas en
las que quedaron reunidos los peces (Lc 5,7). Son numerosos
los pasajes de las Escrituras en los que se hace referencia a los
dos pueblos, que sin embargo son uno solo en Jacob… Pero
no le habría alcanzado la bendición si él mismo no hubiera
cargado con los pecados que no había cometido…
Entonces, ¿qué significa: Vino con astucia y se ha llevado
tu bendición? Porque cuanto se actuaba se realizaba a modo
de figura, por ello se dice: «Vino con astucia». En efecto, Isaac
no habría confirmado la bendición a un hombre falso que
no hubiera merecido nada más que una justificada maldición.
Esta astucia no era en verdad tal porque no había mentido di-
ciendo: Soy Esaú, tu hijo mayor. Había hecho un pacto con su
hermano, quien le había vendido su primogenitura. Le dice al
padre que tiene lo que le había comprado al hermano: lo que
éste había perdido había pasado al otro…
Por ello, Isaac, conociendo esto en el misterio, confirmó
la bendición y le dice a su hijo Esaú: ¿Qué podría hacer yo por
ti? Y éste le dice: Bendíceme también a mí, padre, porque no tienes
una sola bendición (Gen 27,37-38). Pero Isaac sabía que no tenía
más que una. ¿Por qué una solamente? Que el Espíritu San-
to me asista para que yo pueda decirlo y vosotros entenderlo.

75
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Examinemos las bendiciones: la bendición que ha recibido


Jacob y la que ha recibido Esaú. El mismo Isaac le dice a Ja-
cob: ¿Eres tú mi hijo Esaú? Y Jacob responde: Lo soy… Respiró
el olor de su vestimenta, le bendijo y le dijo: He aquí el olor de
mi hijo, olor como el de un campo fecundo que el Señor ha bendecido.
Percibe el olor de unos vestidos y dice que es el olor de un
campo. Has de comprender a Cristo en el misterio escondido
en el interior y has de comprender a la Iglesia como la vesti-
dura de Cristo.
Que vuestra santidad comprenda. Una sola cosa puede
estar significada de muchos modos; es decir, la Iglesia, que
quedaba significada por los dos cabritos, es la misma que aho-
ra queda significada por la vestimenta, porque la misma cosa
puede quedar significada de muy distintas maneras y ella no
es ninguna de estas cosas por esencia y sí que es todas ellas por
figura. El cordero no puede ser león, ni el león, cordero; pero
Nuestro Señor Jesucristo ha podido ser a la vez león y cordero.
Mas como no es ni cordero ni león en su esencia, es león y es
cordero por figura. De igual modo, los dos cabritos no pueden
ser la vestimenta, ni la vestimenta dos cabritos, y, sin embargo,
la Iglesia, puesto que por esencia no es los cabritos ni la vesti-
dura, es los cabritos y es la vestidura según la figura.Y también
se puede decir de ella que es las otras cosas.
Aquel campo es la Iglesia. Probemos que ese campo es la
Iglesia. Escucha al Apóstol que dice a los fieles: Sois agricultura
de Dios, sois edificación de Dios (1 Cor 3,9)… Él huele el campo
a partir de las vestiduras del hijo. Pero ese campo no es nada
por sí mismo, por eso añadió: …que el Señor ha bendecido. Y el
Señor te dará el rocío del cielo, de arriba, y la fertilidad de la tierra,
abundancia de trigo y de vino. Las naciones te servirán y serás señor
de tu hermano y los hijos de tu padre te adorarán. Quien te maldiga
será maldito y quien te bendiga será bendito (Gen 27,28-29). Ésta
es la bendición dada a Jacob. Si Esaú no hubiera sido también
bendecido no habría dificultad alguna. Él también fue bende-
cido, aunque no con la misma bendición, y, sin embargo, con
una bendición no completamente diferente a ésta… Esaú le

76
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

dice a su padre: Pese a todo, bendíceme también a mí. E Isaac, que-


dando como sofocado; esto es, siendo coaccionado. ¡Gran asunto
este, gran misterio, que ojalá comprendamos! Bendice siendo
forzado, y pese a todo bendice. Que él bendice, es verdad,
pero bendice siendo forzado. ¡Atención a lo que esto signifi-
ca! Examinemos la bendición misma y comprendamos lo que
significa el bendecir siendo forzado…
Isaac habló entonces a Esaú: He aquí que vivirás de la ferti-
lidad del suelo y del rocío del alto cielo. Le dijo lo mismo que al
otro… por tanto esto es algo común tanto a Esaú como a Ja-
cob. ¿Qué es lo propio de Jacob? Las naciones te servirán. ¿Qué
es lo propio de Jacob? Todos tus hermanos te servirán y quien te
bendiga será bendito y quien te maldiga será maldito. Tiene Esaú
también un no se qué de propio, que no ha sido dicho a Ja-
cob: Vivirás de tu espada y servirás a tu hermano. Pero para no
quitarle la libre voluntad,… añadió: pero llegará el momento en
que te quites y desates el yugo de tu cuello (Gen 27,39-40). Eres
libre, si quieres, para convertirte; entonces no seréis más como
dos sino uno solo: Jacob. Pues, todos aquéllos que de Esaú se
convierten, llegan a formar parte de Jacob. La semejanza hace
la unidad, la desemejanza hace la diversidad.
En la Iglesia hay hombres malvados que pertenecen a Esaú,
también ellos son hijos de Rebeca, hijos de la madre Iglesia,
nacidos de su seno y que, siendo velludos, perseveran en sus
pecados carnales. Pese a todo, han nacido de su seno. Participan,
pues, del rocío del cielo y de la fertilidad de la tierra. Del rocío
del cielo: de todas las Escrituras, de toda palabra divina; de la
fertilidad de la tierra: de todos los sacramentos visibles. Porque
un sacramento visible pertenece a la tierra.Todas estas cosas las
tienen como algo común en la Iglesia los buenos y los malos…
El Señor hace llover lo mismo sobre el trigo que sobre las espi-
nas. Hace llover sobre el trigo para destinarlo al granero y sobre
las espinas para destinarlas al fuego, y, sin embargo, la lluvia es
una sola. De la misma manera, la Palabra de Dios llueve sobre
todos. Que cada uno examine qué raíz tiene; que cada uno vea
cómo aprovecha la buena lluvia. Si uno la utiliza para hacer

77
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

crecer espinas, ¿por ello habrá de acusar a la lluvia de Dios?


Antes de llegar a la raíz, esa lluvia es suave; la palabra de Dios
es suave, hasta que llega al corazón malvado que transforma la
lluvia de Dios en su propia falsedad…
Aunque todas estas cosas se refieren a los dos, sin embargo,
el todos los pueblos no pertenece sino solamente a los espiri-
tuales, ya que son ellos quienes pertenecen a la Iglesia que ha
llenado todo el orbe de la tierra… Solamente Jacob recibió el
que todos los pueblos le servirían. Porque los que son carnales,
en la Iglesia extendida por toda la tierra, no hacen sino servir
a los espirituales. ¿Cómo así? Porque los espirituales progre-
san gracias a ellos. Por ello los hombres carnales son llamados
esclavos. Si éstos hacen lo que no quieren, sin embargo, la
conducta malvada de los carnales aprovecha en algo a los espi-
rituales, porque de la misma convivencia con ellos traen algún
provecho, y son coronados por su paciencia…
¿Quiénes son aquéllos que se han dividido sino ésos a
los que pertenece la espada de la que se dijo: Vivirás de tu
espada?... Aquéllos que se separan son los mismos que tienen
la espada de la división; habrán de morir por su espada igual
que viven por su espada… Sabéis bien en cuantos partidos
se ha terminado dividiendo la secta de Donato y no creo
que os pase desapercibido que quien hiere a espada a es-
pada muere. Así pues, se le dijo a Esaú: Vivirás de tu espada.
También son así quienes, sin estar separados de la Iglesia, se
comportan como si estuvieran fuera. Son tales quienes aman
en la Iglesia sus propios honores; sin duda alguna, son tales
quienes aman en la Iglesia sus propios beneficios mundanos.
Ellos son paja. Pero falta el viento, por esto no vuelan de la
era. Lo que digo brevemente es esto: falta que llegue alguna
prueba, pues saldrían volando de la era. Y cuando la Iglesia
adopta finalmente alguna decisión en su contra, ¡con qué
facilidad se separan de ella! Con qué facilidad van al exte-
rior a atesorar, no queriendo perder los primeros puestos…
De qué manera quieren mantener al pueblo bajo su mando
y no le dejan seguir en la unidad de Cristo; quieren hacer

78
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

de las ovejas propiedad suya, ésas a las que no han comprado


con su propia sangre; y por ello las consideran despreciables,
porque no las han comprado ellos… Miradlos presentes por
la Iglesia entera, ved a los que son de tal manera; mirad a los
que sí están dentro y a los que volarían fuera de la era ape-
nas encontrasen la ocasión y que quieren arrastrar consigo
el trigo. Pero los verdaderos y rebosantes granos de trigo
soportan la paja y permanecen en la era hasta el final, hasta
que llegue el último cosechador; lo hacen como aquél que
en la piel de los cabritos llevó los pecados ajenos y mereció
recibir la bendición paterna.
(Serm. 4, 8-34; P. L. 38, 37-50)

El combate de Jacob con el ángel

50. ¿Acaso el Señor nos ha elegido porque éramos bue-


nos? No ha elegido a quienes eran buenos sino a aquéllos que
Él quería hacer buenos. Estábamos todos bajo la sombra de la
muerte, todos estábamos cogidos y atrapados en esa masa de
pecado que venía de Adán. Si la raíz estaba corrompida, ¿qué
fruto habría podido nacer del árbol del género humano? Pero
el que tenía que sanar las corrupciones vino sin corrupción, y
el que venía a purificar el pecado vino sin pecado.
No os fijéis en los judíos que ahora son sólo paja, es
decir, salieron de la era que a la sazón fue triturada. Pero si
lo pensamos bien, hermanos, es de los judíos de donde pro-
ceden los patriarcas, de los judíos proceden los apóstoles, de
los judíos procede la Virgen María, de la que nació Cristo, y
de los judíos también nos vino después el creyente Pablo y
esos miles de hombres que fueron bautizados el mismo día;
de los judíos proceden innumerables iglesias de los cristianos.
Pero aquel trigo ha sido ya almacenado en el granero; y por
lo que hace a la paja, el diablo se divertirá sobre ella. Hay ju-
díos fieles y hay judíos infieles. ¿Dónde fueron condenados
por primera vez? En el primero, en el padre de todos, Jacob

79
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

mismo, que también fue llamado Israel. Jacob, que significa


el: «suplantador»; Israel, que quiere decir: «el que ve a Dios».
Cuando volvía de Mesopotamia con sus hijos, un ángel lu-
chó con él, un ángel que era figura de Cristo.Y en esa lucha,
aunque muy superior en fuerzas, Él quiso dejarse vencer y
ganó Jacob. Así Cristo el Señor se dejó vencer por los judíos;
ellos le vencieron cuando le mataron. Fue muestra de gran
fuerza el ser vencido; ahí donde fue vencido, allí venció a
favor nuestro. ¿Qué quiere decir esto: cuando fue vencido
ha sido vencedor por nosotros? Significa que porque pade-
ció, vertió la sangre con que nos ha rescatado. Pues así estaba
escrito: Jacob prevaleció. Y sin embargo Jacob, en su combate,
reconocía un misterio. En ese combate, el hombre venció al
ángel, y cuando éste le dijo: «Déjame marchar», el que venció
le contestó: «No te dejaré marchar sin que antes me bendigas».
¡Qué gran misterio! El vencido es quien bendice, el que
padeció es quien libera; ya entonces la bendición fue plena.
Él preguntó: ¿Cómo te llamas? Aquél respondió: Jacob. Replicó: ya
no te llamarás Jacob, te llamarán Israel. La imposición de un tal
nombre es gran bendición. Israel se traduce, ya lo he dicho:
«el que ve a Dios». El nombre es de uno solo, la recompensa
es de todos. De todos: pero de los fieles y los bendecidos,
judíos y griegos. Porque el Apóstol llama griegos a todos
los paganos porque el griego es una lengua que está muy
extendida entre los paganos. Gloria y honor –son palabras del
Apóstol– gloria y honor y paz y bendición a quien hace el bien, al
judío primero y al griego; cólera e indignación, sufrimiento y angus-
tia a toda alma que hace el mal, a los judíos primero y a los griegos
(Rom 2,9-11). A los buenos judíos, el bien, el mal a los per-
versos; a los paganos buenos el bien, el mal a los perversos.
Que los judíos no se enorgullezcan ni vayan a decir:
«¡Mira, después de todo, Jacob es nuestro padre! Ha vencido
al ángel y éste le ha bendecido». Nosotros decimos: «Pueblo
de Israel, mírate ahí con atención, no eres Israel; te llamas así
pero no lo eres de verdad; en ti ese nombre es un error y el
pecado permanece en ti». Pero el judío me dice: «Mira, Jacob

80
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

es mi padre; Israel es mi padre, ¿dónde está mi pecado?» –Lee


el texto, en él te encontrarás–. Ahí está escrito: Hirió a Jacob
a lo largo del muslo, que se le secó, y cojeaba (Gen 32,25). Jacob,
un solo hombre, es bendecido y cojea. Pero ¿en qué es ben-
decido? ¿En qué cojea? Si has creído en Cristo, reconócete
bendecido; si has negado a Cristo, reconócete cojo; eres de
aquéllos de los que dice el profeta: Han cojeado en su camino
(Sal 17,46). ¿De dónde eran las santas mujeres a las que el
Señor se apareció primeramente cuando resucitó? ¿No eran
judías? ¿De dónde eran los apóstoles que, si bien al principio
no creyeron en lo que les anunciaban las mujeres, sin embargo
enseguida lo escucharon en persona y le reconocieron cuan-
do les echó la reprimenda y se acercaron al maestro? ¿Acaso
no eran judíos? He aquí al Israel bendito. En unos pocos es
bendecido, en muchos cojea. Eso quiere decir «a lo largo del
muslo», la mayor parte de los de su raza. Porque el texto no se
limita a decir: «le hirió en el muslo», sino «a lo largo del muslo».
Allí donde se dice «a lo largo del muslo» no hay duda de que
se trata de la mayoría de la raza. ¿Y qué tiene de extraño? Veo
que el grano es poco y me admira la gran cantidad de paja,
veo lo que se reserva para el granero y lo que queda para el
horno. Que escuchen mientras están en vida, que se corrijan
de su cojera y que se alleguen a la bendición.
(Serm. 229/F, 1-3; Morin I 10; M. A. 472-473)

51. Jacob, en quien estaba prefigurado el pueblo cristiano,


luchó con el Señor. Sí, el Señor se le apareció, es decir, un án-
gel, que desempeñaba el papel de Dios, luchaba contra Jacob
y quería sujetarlo y asirlo. Jacob luchó y fue él el que logró
vencer sujetando al otro.Y cuando le tenía sujeto, no le dejó
marchar sino hasta que fue bendecido… El ángel le tocó en la
parte superior del muslo, el cual se secó, razón por la cual Jacob
cojeaba.Y le dijo: Déjame ir, ya es de día. Y él: No te dejaré mar-
char sin que me hayas bendecido. Y el ángel le bendijo. ¿Cómo?
Cambiándole el nombre. No te llamarás ya Jacob sino Israel porque
has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido (Gen

81
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

32,24-28). Ésta es la bendición.Ved, se trata de un hombre; por


un lado es tocado y se seca, pero por otro es bendecido. Se trata
del mismo único hombre, que por una parte es paralizado y
cojea y que por otra recibe una bendición, es bendecido para
que tenga fuerza…
La parte paralizada de Jacob simboliza a los malos cristia-
nos, ya que en el mismo Jacob existe una bendición y una co-
jera. Es bendecido en los cristianos que viven bien, cojea en los
cristianos que viven mal… Por ahora la Iglesia cojea. Con un
pie marcha con firmeza, pero tiene el otro inválido. Hermanos,
mirad a los paganos. Se encuentran de cuando en cuando con
buenos cristianos que sirven a Dios, entonces quedan atraídos,
se admiran y creen. A veces lo que ven es que viven mal y se
dicen: «¡Ésos son los cristianos!». Esos cristianos que obran mal
pertenecen a la parte alta del muslo de Jacob que se seca tras
haber sido tocada. Ese tocar del Señor, es la mano que castiga
y vivifica. Por ello, por una parte es bendecido y por otra se
queda paralizado.
(Serm. 5, 6-8; P. L. 38, 57-59)

El juicio de Salomón

52. Las dos mujeres (que se presentaron ante Salomón)


representan, según una primera consideración, a la Sinagoga
y a la Iglesia. La sinagoga está convencida de que ha matado
a su hijo mientras ella dormía, Cristo, nacido del pueblo ju-
dío según la carne; es decir, que siguiendo simplemente la luz
de la vida presente no ha comprendido la manifestación de
la verdad en las palabras del Señor. Por eso está escrito: Des-
pierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te
iluminará (Ef 5,14). Por otra parte, que las dos vivieran en la
misma casa (y sólo ellas), no deja de tener su significado: que
no ha existido en este mundo ninguna otra religión sino o
de prepucio o de circuncisión… Las dos eran prostitutas, el
Apóstol dice en efecto que tanto los griegos como los judíos

82
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

vivían bajo el pecado. Porque cualquier alma que, separada de


la verdad eterna, se goza en las basuras terrenas, se prostituye
lejos del Señor…
Ahora, que grite ella que el Evangelio es suyo, que es
algo que se le debe y que ella lo ha traído al mundo. Pues esto
es lo que decían en sus discusiones con los paganos, aquéllos
de entre los judíos que llevados todavía por el sentir de la
carne se atrevían a llamarse cristianos. Consideraban la veni-
da del Evangelio como algo debido a su propia justicia. Pero
no era de ellos lo que no sabían poseer espiritualmente… El
Apóstol los desmiente diciéndoles que la gracia cristiana les
corresponde tanto menos cuanto que la reclaman como una
cosa que les es debida y de la que se envanecen como si fuera
un derecho suyo, diciendo que es obra de ellos. Para aquél que
trabaja, dice, el salario se le otorga como algo debido y no como una
gracia. Pero a aquél que no trabaja sino que cree en aquél que justifica
al impío, la fe se le cuenta como justicia (Rom 4,4-5).Y por esto los
excluye también del número de aquéllos que entre los judíos
habían creído con rectitud y que habían conservado viva la
gracia espiritual. Ése es el resto del pueblo judío del que dice
que ha sido salvado, cuando el mayor número marchó a su
perdición. Así pues, incluso en este tiempo, un resto ha sido salvado,
elegido por gracia.Y si es por gracia no es por las obras, porque de lo
contrario la gracia no sería ya gracia (Rom 11,5-6). Por lo que
quedan excluidos de la gracia aquéllos que consideran el don
del Evangelio como un bien propio, es decir, reclaman que les
es debido en recompensa por sus obras. Es como si la Sinagoga
gritase: «Es mi hijo». Pero mentía.También ella había recibido
el hijo, pero, echada sobre él mientras dormía, esto es, por su
saber orgulloso, lo había matado. La otra madre permanecía
en vela y comprendía que no era por sus méritos, ya que ella
misma también era pecadora, sino por la gracia de Dios por lo
que se le había concedido un hijo.Y esto era por obra de la fe
evangélica que ella deseaba nutrir en el seno de su corazón…
Aquella sentencia del juez, con la que ordenó que el niño
fuese dividido, no fue dada para romper la unidad sino para

83
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

probar la caridad. El nombre mismo de Salomón significa


en nuestra lengua «pacífico». El rey pacífico no desgarra los
miembros que por su unidad y su concordia están unidos me-
diante un mismo espíritu que les da vida, sino que por me-
dio de una amenaza, descubre a la verdadera madre y por su
sentencia logra apartar a la falsa. Por tanto, si llega una prueba
de este tipo, que no se divida la unidad de la gracia cristiana,
aprendamos así a decir: «Dadle pues el niño, con tal de que
viva». La madre verdadera no busca su honor materno sino la
salud del hijo. Esté donde esté el hijo, siempre será poseído más
por el sincero amor de su madre, que por una falsa usurpación.
De la misma manera, veo también que estas dos mujeres
en la misma casa, significan dos tipos de hombres en la única
Iglesia. El primero se caracteriza por que reina entre ellos la
verdadera caridad, el otro por que domina entre ellos la hi-
pocresía… Las dos eran prostitutas, porque todos los hombres
han sido convertidos desde la codicia del mundo a la gracia
de Dios y nadie puede en verdad gloriarse de méritos ante-
riores debidos a su propia justicia. Aquello que es propio de
la prostituta, su prostitución, eso es lo que le pertenece; ¡pero
el que ella tenga un hijo, le viene de Dios! Todos los hombres,
en efecto, han sido formados por un solo Dios creador. No
hay pues que sorprenderse de que Dios obre el bien, incluso
en medio de los pecados de los hombres. En efecto, el Se-
ñor nuestro, obró la salvación del género humano también
a partir del crimen de Judas el traidor… Y sin embargo, si la
prostituta ha conservado de buen grado el hijo que conci-
bió, y si, sobreponiéndose a su deseo de disfrutar o a su deseo
del dinero de su vergonzoso comercio, se ha negado a tomar
un veneno abortivo que le hiciese expulsar de sus entrañas
aquello que ha concebido, al temer que su fecundidad fue-
ra un desdoro para con su vida de pecado; ese deseo, que se
desperdigaba en muchos y que ahora se vuelve hacia el solo
don de Dios, no se llama ya codicia sino amor. Entonces,
rectamente se puede entender el hijo de la prostituta como
la gracia de la pecadora…

84
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

Pero si ella hubiese dado a luz según la hipocresía, esto es,


si ella se hubiese alegrado durante un breve tiempo por el per-
dón de sus pecados, pero después, como por el sueño, quedase
subyugada por los deseos terrenales y cayese precipitada des-
de la esperanza de la recompensa del cielo hasta un descanso
simplemente terreno por el peso de su corazón, entonces ella
ahogaría el perdón que había merecido por su fe. Así son los
hombres que prefieren hacerse pasar por justos exteriormente
antes que alegrarse en la verdad. A causa de sus mentiras se-
cretas se dedican a aprovecharse del trabajo de otros hombres,
mintiendo, atrayendo hacia sí, durante la noche, al hijo vivo.
No sólo usurpan para sí las buenas obras de los otros, sino que
les atribuyen a los otros los crímenes que ellos mismos han
cometido, como si colocasen junto a los demás a su propio
hijo muerto…
Pero la mayor prueba de amor que existe en la Iglesia
de Cristo tiene lugar cuando se rechaza el honor que se po-
see a los ojos de los hombres, con tal de que no se corten
los miembros del niño y que la fragilidad cristiana no que-
de desgarrada por la ruptura de la unidad. El Apóstol dice,
en efecto, que él se ha comportado como una madre para
con sus hijos en aquéllos en los que él había llevado a cabo
la obra buena del Evangelio, no él mismo sino la gracia de
Dios con él. En efecto, esta prostituta no podía llamar suya
ninguna otra cosa sino sus propios pecados, porque el don
de la fecundidad le había sido dado por Dios. Tanto más se
ama la gracia de Aquél que dona cuanto más grande era la
pena que se merecía. Es así como el Señor dice con razón
hablando sobre la prostituta: Le ha sido perdonado mucho por-
que ha amado más (Lc 7,47). El Apóstol dice también: Me he
hecho pequeño en medio de vosotros, como una madre que cuida con
cariño a sus hijos (1 Tes 2,7). Pero en cuanto se ve el peligro
de que el niño sea cortado en dos, mientras que la hipocresía
exige que se le rinda un falso honor y se prepara para ver
rota la unidad, la madre desprecia su honor con tal de con-
servar vivo a su hijo y verlo intacto. Teme que si exige con

85
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

aspereza el honor que a sus entrañas le es debido, termine


ofreciéndole a la hipocresía la oportunidad de dividir esos
frágiles miembros por la espada del cisma. Que la caridad,
que es madre, diga pues: «Dadle el niño». Se trata al fin y al
cabo de que Cristo sea anunciado, ya sea por hipocresía o con sin-
ceridad (Flp 1,18).
(Serm. 10, 2-8; P. L. 38, 92-97)

La ruina de los judíos

53. No los mates, para que no se olviden de tu ley (Sal 58,11).


A mis enemigos, dice Dios, a esos mismos que me mataron
a mí, no los mates. Perdure el pueblo de los judíos; sin duda
su ciudad fue vencida y destruida por los romanos. No se
permite a los judíos vivir en su ciudad y sin embargo son ju-
díos.Todas esas tierras están sometidas a los romanos. ¿Quién
distingue ya a los pueblos que constituyeron el imperio ro-
mano, siendo así que todos se hicieron romanos y todos se
llaman de este modo? Sin embargo, los judíos subsisten mar-
cados con una señal; y, si fueron vencidos, no lo fueron hasta
el punto de ser absorbidos por los vencedores. No sin razón
grabó Dios en Caín una señal para que nadie le matase des-
pués de haber matado él a su hermano. Ésta es la señal que
tienen los judíos: conservan lo que resta de su ley, son circun-
cidados, observan el sábado, inmolan la Pascua y comen los
ázimos. Permanecen pues los judíos; no están muertos, son
necesarios para los pueblos creyentes. ¿Y por qué? Para mos-
trarnos a nosotros, en nuestros «enemigos», su misericordia:
Mi Dios se mostró a mí en mis enemigos (Sal 58,11). Muestra su
misericordia al acebuche injertado, en las ramas cortadas a
causa de la soberbia. Mira cómo han quedado tendidos por
el suelo quienes fueron soberbios, mira cómo fuiste injertado
tú que yacías por tierra. No te ensoberbezcas para que no
merezcas que te corten.
(Enarr. in Psal. 58 I, 20-21; P. L. 36, 704-705)

86
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

La acogida de los paganos

54. Pedro vio el cielo abierto y que bajaba a la tierra un recipien-


te semejante a un lienzo grande, con nudos en las cuatro esquinas.Y
veía dentro toda clase de cuadrúpedos y reptiles y de pájaros del cielo.
Y una voz divina le dijo: «Vamos Pedro, sacrifica y come» (Hch
10,11ss). Aquel lienzo simboliza a la Iglesia. Las cuatro esqui-
nas de las que cuelga simbolizan las cuatro partes del mundo a
las que se extiende la Iglesia católica, que se ha extendido por
todas partes. Quien quiere separarse y amputarse del conjunto,
no se acoge al misterio de esas cuatro esquinas. Si no se acoge
a la visión de Pedro tampoco puede acogerse a las llaves que le
fueron dadas a Pedro. Dios dice, en efecto, que al final reunirá
a sus elegidos de los cuatro vientos porque en la actualidad la
fe católica se ha extendido a los cuatro puntos cardinales. Los
animales que estaban allí son las naciones.Todas esas naciones,
que eran impuras en sus errores, en sus codicias y en sus su-
persticiones antes de la venida de Cristo, han quedado puri-
ficadas por su venida y porque Él tomó sobre sí sus pecados.
Y en adelante, después de que ha sido realizada la remisión de
los pecados, ¿por qué no recibirles en el Cuerpo de Cristo que
es la Iglesia de Dios y que Pedro representa simbólicamente?
Que reciba entonces a esas naciones ya purificadas, cuyos
pecados han sido perdonados. Por ello Cornelio, un pagano, le
envió mensajeros.Y también las personas que estaban con él
eran paganas. Sus limosnas, que habían sido acogidas, en cierta
manera le habían purificado, y sólo le quedaba incorporarse
a la Iglesia, esto es al Cuerpo del Señor, como un alimento
puro. Pedro por su parte titubeaba en entregar el evangelio a
paganos, ya que los circuncisos que habían creído, prohibían
a los apóstoles entregar la fe cristiana a incircuncisos. Pensa-
ban que no podían tomar parte en el evangelio sin recibir
la circuncisión entregada a sus padres. Este lienzo quitó esta
duda, por este motivo, tras esta visión Pedro fue avisado por
el Espíritu Santo para que bajase y fuese con quienes venían
de parte de Cornelio y allí fue. Cornelio y quienes estaban

87
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

con él, eran como esos animales que le habían sido mostrados
sobre el lienzo, a los que Dios había ya purificado, puesto que
había aceptado sus limosnas. Debían ahora ser sacrificados y
comidos, es decir, que tenía que morir su vida pasada, en la
que ellos no habían conocido a Cristo; y, tenían que pasar a su
cuerpo, como a una nueva vida en la comunión de la Iglesia.
(Serm. 149, 6-9; P. L. 38, 802-803)

Un hombre tenía dos hijos

55. El hombre que tuvo dos hijos es Dios, que tiene dos
pueblos. El hijo mayor es el pueblo de los judíos; el menor,
el de los paganos. La herencia recibida del padre es el alma, la
inteligencia, la memoria, el ingenio y todo aquello que Dios
nos dio para que le conociésemos y alabásemos. Tras haber
recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región
lejana. «Lejana», es decir, hasta olvidarse de su creador. Dilapidó
su herencia viviendo desordenadamente; gastando y no adquirien-
do, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que le
faltaba; es decir, consumiendo todo su ingenio en lascivias, en
vanidades, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad
llamó meretrices.
No es de admirar que a este despilfarro siguiese el ham-
bre. Sobrevino un hambre extrema en aquel país; no hambre de
pan visible, sino hambre de la verdad invisible. Impelido por
el hambre, se puso en manos de uno de los principales de aquella
región. En este «principal» ha de verse al diablo, príncipe de los
demonios, en cuyo poder caen todos los curiosos, pues toda
curiosidad ilícita no es otra cosa que una hedionda carencia
de verdad. Este hijo menor, apartado de Dios y con el hambre
de su espíritu, fue reducido a servidumbre y le tocó ponerse
a cuidar cerdos; es decir, la servidumbre última e inmunda
de que suelen gozarse los demonios. No en vano permitió el
Señor a los demonios entrar en la piara de los puercos. Aquí
él se alimentaba de bellotas, que no le saciaban. Las bellotas

88
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

son, según lo entendemos, las doctrinas mundanas, estrepito-


sas, pero que no nutren, digno alimento para puercos, pero
no para los hombres; es decir, doctrinas con las que se gozan
los demonios, doctrinas incapaces de justificar a los creyentes.
Al final se dio cuenta del estado en que se encontraba,
de lo que había perdido, de a quién había ofendido y en ma-
nos de quién había caído. Y regresando a sí mismo; primero a sí
mismo y así luego al Padre. Quizá se había dicho: Mi corazón
me abandonó (Sal 39,13) y por ello hacía falta que ante todo
tornase a sí mismo, conociendo de este modo que se hallaba
lejos de su padre. La Escritura reprocha esto mismo a ciertos
hombres diciendo: Volved, rebeldes, al corazón (Is 46,8). Ha-
biendo retornado a sí mismo, se encontró miserable: Encontré
la tribulación y el dolor e invoqué el nombre del Señor (Sal 114,3).
¡Cuántos sirvientes de mi padre tienen pan de sobra y yo perezco aquí
de hambre! ¿De dónde le pudo haber venido esto a la mente,
sino porque ahí ya se anunciaba el nombre de Dios? Para al-
gunos había pan, pero no lo apreciaban de verdad, como era
debido, buscaban otra cosa; de éstos se dice: En verdad os digo
que ya recibieron su recompensa (Mt 6,5). A los tales se les debe
considerar como mercenarios, no como hijos, pues a ellos se-
ñala el Apóstol cuando escribe: Que Cristo sea anunciado, ya sea
por conveniencia o sinceramente (Flp 1,18). Quiere que se vea en
ellos a algunos que son mercenarios porque buscan sus propios
intereses y, anunciando a Cristo, abundan en pan.
Se levantó y regresó, porque al caer había permanecido en la
tierra. Su padre lo ve de lejos y corre hacia él. Su voz está en
el salmo: Conociste de lejos mis pensamientos (Sal 138,3). ¿Qué
pensamientos? Los que tuvo en su interior: Diré a mi padre: he
pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de llamarme hijo
tuyo, trátame como a uno de tus servidores. Aunque ya pensaba
decirlo, no lo decía aún; con todo, el padre lo oía como si lo
estuviera diciendo. Algunas veces alguien se halla en medio de
una tribulación o una tentación y piensa orar; con el mismo
pensamiento, medita sobre lo que ha de decir a Dios en la ora-
ción, como un hijo que por serlo solicita la misericordia del

89
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

padre.Y dice para sí: «Diré a mi Dios esto y aquello; no he de


temer que al decirle esto, al gemirle así, no me escuchará mi
Dios». La mayor parte de las veces ya le está oyendo mientras
dice esto, pues cuando pensaba estas cosas no se ocultaba su
pensamiento a los ojos de Dios. Cuando él se disponía a orar,
ya estaba presente quien iba a estarlo una vez que empezase
a orar. Por eso se dice en otro salmo: He dicho, confesaré al Se-
ñor de mi delito (Sal 31,5). Mirad que en cierto modo hablaba
todavía para sí, que apenas se disponía.Y al momento añadió:
Y tú perdonaste la impiedad de mi corazón. ¡Cuán cerca está la
misericordia de Dios de aquél que confiesa! No está lejos Dios
de los arrepentidos de corazón. Así lo tienes escrito: Cerca está
el Señor de los que tienen un corazón contrito (Sal 33,19). Éste ya
había quebrantado su corazón en el país de la miseria; había
regresado a su corazón para quebrantarlo. Por soberbia había
abandonado su corazón y a causa de la ira había retornado a
él. Se enfureció para castigarse a sí mismo, más bien a su propia
maldad; había retornado para merecer la bondad de su padre.
Habló airado conforme a aquellas palabras: Airaos y no pequéis
(Sal 4,5). Todo el que se arrepiente se irrita contra sí mismo,
precisamente porque está enfadado, se castiga. De aquí pro-
ceden todos aquellos movimientos propios del penitente que
se arrepiente y se duele de verdad. De aquí el cortarse los ca-
bellos, el ceñirse con cilicios y el darse golpes de pecho.Todas
estas cosas, en verdad, son indicio de que el hombre se aíra y es
duro consigo mismo. Lo que hace la mano por el exterior, lo
hace internamente la conciencia; se golpea en el pensamien-
to, se hiere y, para decirlo con mayor verdad, se da muerte.Y
dándose muerte ofrece a Dios el sacrificio del espíritu humillado.
Y Dios no desprecia el corazón contrito y humillado (Sal 50,19). Por
tanto, quebrantando su corazón, humillándose, hiriéndose, le
da muerte a su corazón.
Aunque aún estaba pensando en lo que iba a decir a su
padre… he aquí que su padre corre a su encuentro. ¿Qué
quiere decir el «correr» sino anticiparse con su misericordia?
Estando todavía lejos, dice, se conmovió por misericordia y corrió

90
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

hacia él. ¿Por qué se conmovió de misericordia? Porque el


hijo había confesado ya su miseria. Corriendo hacia él se le echó
al cuello. Es decir, puso su brazo sobre el cuello de su hijo. El
brazo del Padre es el Hijo; le dio pues a Cristo para que lo
llevara, carga que no pesa, sino que alivia. Mi yugo es suave y mi
carga ligera (Mt 11,30). Lo colocó así sobre su hijo, que se había
levantado, de modo que poniéndolo sobre él no le permitía
caer de nuevo.Tan ligera es la carga de Cristo, que no sólo no
oprime, sino que alivia.Y no es al modo de las cargas que se
llaman ligeras, que aunque ciertamente son menos pesadas,
con todo, tienen su peso… la carga de Cristo no es así; hay
que llevarla para poder ser aliviado; si la dejas te encontrarás
oprimido con más peso.Y que esto, hermanos, no os parezca
imposible. Quizá encuentre yo un ejemplo con el que veáis
que lo que digo sucede también corporalmente. Es algo ma-
ravilloso e increíble. Vedlo en las aves. Toda ave lleva sus alas.
Mirad y ved cómo las pliega cuando desciende para descansar
y cómo en cierto modo las coloca sobre los costados. ¿Crees
que le son un peso? Quítaselo y caerán; cuanto menos de ese
peso lleve el ave, tanto menos volará.Tú, pensando ser miseri-
cordioso, le quitas ese peso; pero si verdaderamente quieres ser
misericordioso con ella, ahórrale tal cosa; o si ya le quitaste las
alas, aliméntala para que le crezca de nuevo ese peso y vuele
sobre la tierra. Una carga como ésta deseaba tener quien decía:
¿Quién me dará alas como de paloma y así volaré y descansaré? (Sal
54,7). El haber echado el padre el brazo sobre el cuello del
hijo le sirvió de alivio, no de opresión; le honró, no le abrumó.
¿Cómo sería el hombre capaz de cargar el peso de Dios, si el
mismo Dios que es cargado no fuese quien carga?
El padre manda que se le ponga la mejor vestidura, la que
había perdido Adán al pecar.Tras haber recibido en paz al hijo
y haberlo besado, ordena que se le dé un vestido: la esperanza
de la inmortalidad mediante el bautismo. Manda asimismo
que se le ponga anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado
para los pies como preparación para el evangelio de la paz,
puesto que son hermosos los pies del que anuncia el bien (Rom

91
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

10,15). Todo esto lo hace Dios mediante sus siervos, es decir,


a través de los ministros de la Iglesia. Pues ¿acaso los ministros
dan de su propio haber el vestido, el anillo y los zapatos? Ellos
se deben a su ministerio, se entregan a su oficio, pero quien
otorga es Aquél de cuya despensa y tesoro se toman estas cosas.
También mandó matar un becerro bien cebado, es decir, se
le admitió a la mesa en la que el alimento es Cristo muerto.
A todo el que acude a la Iglesia desde una región lejana se le
mata el becerro cuando se le predica la muerte de Jesús y se
le admite a participar de su cuerpo. Se mata un becerro bien
cebado porque quien estaba perdido ha sido hallado.
El hermano mayor, cuando vuelve del campo, como está
enfadado, no quiere entrar. Simboliza al pueblo judío que
mostró esa animadversión incluso entre aquéllos que ya ha-
bían creído en Cristo. Porque los judíos se indignaban de que
viniesen los gentiles tan fácilmente a recibir el bautismo sal-
vador en medio de su pecado, sin la imposición de las cargas
de la ley, sin el dolor de la circuncisión carnal; se irritaban
porque ellos eran saciados con el becerro cebado… Pensad
ahora en cualquier judío que haya guardado en su corazón
la ley de Dios y vivido en ella sin tacha alguna… que haya
adorado desde su juventud al único Dios, al Dios de Abrahán,
de Isaac y de Jacob, al Dios anunciado por la Ley y los Profe-
tas, y que haya observado los preceptos de la ley; cuando este
judío comienza a pensar en la Iglesia y a ver que el género
humano se reúne en el nombre de Cristo, cuando piensa en
la Iglesia, entonces regresa del campo y se acerca a la casa …
Del mismo modo que el hijo menor aumenta cada día en
los paganos que creen, así también, aunque más raramente, el
hijo mayor retorna desde los judíos. Piensan en la Iglesia y se
llenan de admiración ante lo que ella es: ven que la ley es suya
y que la ley es también nuestra; que los profetas son suyos y
que también son nuestros; que ellos ya no tienen sacrificios y
que entre nosotros se ofrece el sacrificio cotidiano; ven que
han estado en el campo del padre y que, sin embargo, no han
comido del becerro cebado.

92
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

Se oye de la casa el sonido de la sinfonía y los coros.


¿Qué es la sinfonía? La concordia de las voces. Quienes no
están concordes, cantan desafinando; los que lo están, cantan
bien. Ésta es la sinfonía que recomendaba el Apóstol cuando
decía: Os ruego, hermanos, que digáis todos lo mismo y que no
haya entre vosotros divisiones (1 Cor 1,10). ¿A quién no de-
leita esta sinfonía santa, es decir, el ir de acuerdo las voces,
no cada una por su lado, sin nada inadecuado o fuera de
tono que pueda ofender el oído de un entendido? Un coro
existe en vista de la concordia. En el coro lo que agrada es
la única voz forjada a partir de muchas otras, que guarda la
unidad a partir de todas ellas, que no es discordante por una
variedad desordenada.
El hijo mayor, al oír esa música en casa, enojado, no quería
entrar. ¿No es frecuente que un judío, lleno de méritos a los
ojos de los suyos, se pregunte cómo pueden tanto los cris-
tianos? «Nosotros tenemos las leyes paternas; Dios habló a
Abrahán, de quien hemos nacido.Y la ley la recibió Moisés,
quien nos libró de la tierra de Egipto, conduciéndonos a
través del mar Rojo.Y he aquí que éstos, con nuestras Escri-
turas, cantan nuestros salmos por todo el mundo y ofrecen
a diario un sacrificio, mientras que nosotros perdimos no
sólo el sacrificio, sino también el templo». Y entonces pre-
gunta a uno de los criados: «¿Qué sucede aquí?» Pregunte
el judío a cualquier siervo, que abra los profetas, que abra al
Apóstol, pregunte a quien quiera: ni el Antiguo ni el Nuevo
Testamento callaron sobre la vocación de los gentiles. En
el siervo que es interrogado veamos el libro que es exami-
nado; ahí encontrarás que la Escritura te dice: Tu hermano
volvió y tu padre mató un becerro bien cebado, porque lo recobró
sano. Y esto que lo diga el siervo, ¿a quién recobró sano el
padre? «A aquél que había muerto y ha vuelto a la vida, a
éste recibió para salvarle». Había que matar un becerro ce-
bado para aquél que se había marchado a una región lejana,
pues habiéndose apartado lejos de Dios se había convertido
en un impío. El siervo, el apóstol Pablo, responde: En efecto,

93
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Cristo murió por los impíos (Rom 5,6). Malhumorado y airado,


no entra; pero si bien ante la respuesta del siervo no quiso
hacerlo, entra sin embargo ante la invitación del padre. En
verdad, hermanos, míos, también ahora acontece esto. Con
frecuencia, sirviéndonos de las Escrituras de Dios, conven-
cemos de error a los judíos, pero quien habla es todavía el
siervo y se enoja el hijo; así, a pesar de estar convencidos, no
quieren entrar. ¿Qué significa todo esto? Los cantos te han
emocionado, el coro te toca el corazón, la celebración y la
fiesta de la casa, el banquete y el becerro cebado, todas estas
cosas te han conmovido. Nadie te excluye. Pero ¿a quién
dices esto? Mientras sea el siervo el que le habla, se enfada
el hijo y no quiere entrar.
Vuelve al Señor, que dice: Nadie puede venir a mí si no lo
atrae el Padre (Jn 6,44). Sale, pues, el padre y suplica al hijo;
esto significa atraer. El que es más grande llama con mayor
fuerza suplicando que no mandando. Esto es lo que sucede,
amadísimos, cuando algunos hombres, entregados al estudio
de las Escrituras, habiendo escuchado y teniendo una cierta
conciencia de sus buenas obras, llegan a decir a su padre: Padre,
no he desobedecido ningún mandato tuyo. Entonces, cuando se les
llega a convencer con las Escrituras y no saben qué responder,
se aíran y oponen resistencia como queriendo vencer. Luego
les dejas solos con sus pensamientos, y Dios comienza a ha-
blarles interiormente: esto es el salir del padre y decir al hijo:
«Entra con nosotros y come».
Con todo, el hijo le responde: Mira, hace tantos años que
te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has
dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que
ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas,
has matado para él el novillo cebado! Son ya pensamientos inte-
riores en los que el padre le habla de manera oculta; él reac-
ciona entonces y responde en su interior, no ya contestando
al siervo, sino contestando a la súplica del padre que le amo-
nesta con dulzura: «¿Cómo es esto? Nosotros poseemos las
Escrituras de Dios y no nos hemos apartado del único Dios; a

94
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

ningún dios extraño hemos elevado nuestras manos. Siempre


le hemos reconocido como el único, siempre hemos adorado
al mismo: al que hizo el cielo y la tierra; y, sin embargo, no
hemos recibido el cabrito». ¿Dónde encontramos el cabrito?
Entre los pecadores…
¿Qué le responde el padre? Hijo, tú siempre estás conmigo.
El padre atestiguó que los judíos siempre estuvieron con él,
que siempre adoraron al único Dios. Tenemos el testimo-
nio del Apóstol, que dice que los judíos estaban cerca y los
gentiles lejos; pues hablando a los gentiles, dice: Cristo vino
a anunciar la paz, paz a vosotros que estabais lejos, paz también
a los que estaban cerca (Ef 2,17)… «Tú estás siempre conmigo.
Ciertamente estás conmigo, ya que no te has marchado lejos,
pero, sin embargo, para tu mal, estás todavía fuera de casa. No
quiero que estés ausente de nuestro banquete. No envidies a
tu hermano menor. Tú estás siempre conmigo». Dios no ates-
tiguó en su favor lo que el hijo, quizá con más presunción
que prudencia, había asegurado: Nunca he desobedecido nin-
gún mandato tuyo, sino que le dijo: Tú estás siempre conmigo…
y todo lo mío es tuyo. ¿Acaso porque es tuyo no es también
de tu hermano? ¿Cómo es tuyo? Aquello que poseéis de
modo común, no lo dividáis con disputas. Todo lo mío, dijo, es
tuyo… ¿Cómo puede decir todo lo mío es tuyo? De verdad,
todo lo de Dios es nuestro, pero no todo nos está someti-
do. Una cosa es decir: «mi esclavo» y otra diferente decir:
«mi hermano». Todo lo que llamas «mío», es en verdad tuyo,
cuando hablas conforme a la verdad es tuyo; pero ¿acaso tu
hermano es tuyo del mismo modo que el esclavo? No dices
del mismo modo «mi casa» que «mi mujer», como no dices
del mismo modo «mi hijo», que «mi padre» o «mi madre».
Escucho: «todo es tuyo, salvo yo mismo». Dices «Dios mío»,
pero ¿dices del mismo modo «mi Dios» que «mi esclavo»?
Más bien, digo «mi Dios» como «mi Señor». Tenemos, pues,
a alguien superior: nuestro Señor, de quien podemos gozar, y
tenemos las cosas inferiores, de las que somos dueños. Todo,
por tanto, es nuestro si nosotros somos de Él.

95
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Todo lo mío, dijo, es tuyo. Si fueses amante de la paz, si te


calmas, si gozas del regreso del hermano, si nuestro festín no
te entristece, si no permaneces fuera de la casa, aunque vengas
llegando apenas del campo, todo lo mío es tuyo. Era necesario
celebrar una fiesta y alegrarse, porque Cristo ha muerto por los im-
píos (Rom 5,6) y ha resucitado. Ese es el significado de: pues
tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y
ha sido hallado.
(Serm. 112/A, 2-14; Caillau II, 11; M. A. 256-264)

LA CASA DE DIOS

56. El Señor es grande en Sión (Sal 98,7). Es evidente que


Sión es la ciudad de Dios. ¿Cuál es esta ciudad de Dios, sino
la santa Iglesia? Pues los hombres que se aman mutuamente
y que aman a su Dios, que habita entre ellos, constituyen la
ciudad de Dios.Ycomo una ciudad se mantiene por una ley, la
de ellos es el amor y Dios es el Amor mismo, pues claramente
se escribió: Dios es amor (1 Jn 4,8). Luego quien está lleno de
caridad, está lleno de Dios, y si muchos están llenos de cari-
dad, ellos constituyen la ciudad de Dios, y esta ciudad de Dios
es llamada Sión; entonces la Iglesia es Sión. En ella el Señor es
grande. Permanece tú en ella y Dios no estará fuera de ti.
(Enarr. in Psal. 98, 4; P. L. 37, 1260-1261)

57. Cántico de la dedicación de la casa. Ahora se fabrica la


casa, es decir, la Iglesia; más tarde se dedicará. En la dedicación
aparecerá la gloria del pueblo cristiano, que ahora está ocul-
ta… Con la venida del Señor nuestro Dios… tendrá lugar la
dedicación de la casa… entonces será verdadera esta aclamación
en el pueblo de Dios, que ahora es torturado, es atribulado con
tantas pruebas, con tantos tropiezos, con tantas persecuciones,
con tanta oposición. Quien no progresa no siente en la Igle-
sia estos tormentos del alma. Piensa que en ella hay paz. Pero

96
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

que comience a progresar y verá en qué tribulaciones se halla,


porque, cuando hubiere crecido la hierba y hubiere dado su
fruto, entonces aparecerá también la cizaña…
Sin embargo, hermanos, antes de que llegue el día de la
dedicación de la casa, observemos que ya ha sido dedicada
nuestra Cabeza. Ya tuvo lugar la dedicación de la casa en la
Cabeza, como dedicación del fundamento. La cabeza está arri-
ba, el fundamento está abajo; quizá haya yo hablado mal… no
obstante, creo que no me he equivocado... Entienda vuestra
santidad lo que os digo; quizá pueda aclararlo en el nombre
de Cristo. Los pesos son de dos tipos. El peso es en efecto el
impulso por el que cada cosa trata de llegar a su lugar. Eso es
el peso.Tienes en la mano una piedra, sientes que el peso pre-
siona sobre tu mano, porque busca su propio sitio… ¿Quieres
saber qué busca? Quita la mano, y caerá en tierra y quedará allí;
llegó a donde debía, encontró su propio lugar. Existen otras
cosas que se dirigen hacia arriba. Si echas agua sobre aceite,
por su propio peso ella se dirige hacia abajo. Busca su lugar,
busca ser ordenada, porque el agua sobre el aceite estaría fuera
del orden… Igual que el agua derramada sobre el aceite busca
por su propio peso su propio lugar hacia abajo, así el aceite
derramado debajo del agua busca por su propio peso su lugar
hacia arriba… El fundamento de las cosas que tienden hacia
abajo se pone abajo; por el contrario, la Iglesia de Dios, coloca-
da abajo, tiende hacia el cielo. Allí está colocado nuestro funda-
mento, nuestro Señor Jesucristo, sentado a la diestra del Padre.
(Enarr. in Psal. 29, 5-10; P. L. 36, 219-225)

58. Ahora se edifica aquella Ciudad, ahora se cortan las


piedras de los montes por las manos de los que predican la
verdad y se tallan para que se acoplen en una construcción
eterna.Todavía hay muchas piedras en manos del Artesano, que
no caigan de sus manos para que una vez talladas puedan ser
parte de la construcción del templo. Ésta es la Jerusalén que se
edifica como ciudad, el fundamento de ella es Cristo.
(Enarr. in Psal. 121, 4; P. L. 37, 1260)

97
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

59. Él mismo es el fundamento y la piedra angular… el


origen de este fundamento ocupa la cima.Y del mismo modo
que los cimientos de una construcción material ocupan la
parte más profunda, así los cimientos de una construcción
espiritual se encuentran en lo más alto… En estas ciudades
terrenas una cosa es la estructura de los edificios y otra cosa
son los ciudadanos que habitan esas construcciones. Aquella
ciudad celeste se edifica con sus propios ciudadanos, pues ellos
mismos son las piedras que constituyen la ciudad; en efecto,
son piedras vivas.
(Enarr. in Psal. 86, 3; P. L. 37, 1103)

60. Cuando era construida la casa después de la cautividad (Sal


95,1). Las piedras empleadas para la nueva casa, que se edifica
después de la cautividad, son de tal manera reunidas y, de tal
manera la caridad las vincula en unidad, que ya no hay piedra
sobre piedra, sino que todas ellas son una sola piedra… Esta
casa ha crecido mucho, se le han juntado muchos pueblos;
sin embargo, aún no se ha extendido a todos los pueblos; en
su crecimiento ha llegado ya a muchos y acabará alcanzan-
do a todos. No obstante las contradicciones de aquéllos que
se glorían de habitar en ella y dicen: «ha decrecido ya». No,
crece todavía…
(Enarr. in Psal. 95, 1-2; P. L. 1227-1228)

61. El templo de Dios es santo, el templo de Dios sois vosotros


(1 Cor 3,17).Todos vosotros, los que creéis en Cristo hasta el
punto de amarle. Pues esto es creer en Cristo: amar a Cristo.
Todos aquéllos que creen de esta manera son piedras vivas
con las que se edifica el templo de Dios (1 Pe 2,5). Ellos son
la madera imposible de pudrir con la que se construyó el
Arca, la que no pudo ser hundida por el diluvio. Éste es el
templo de Dios: los propios hombres. Es ahí donde se reza a
Dios, es ahí donde Dios escucha. Quien reza a Dios fuera del
templo de Dios, no podrá ser escuchado para recibir la paz
de la Jerusalén celestial y, si es escuchado, será para obtener

98
LA IGLESIA EN LA ANTIGUA ALIANZA

bienes temporales que Dios también concede a los paganos.


Indudablemente, también los demonios fueron escuchados
para ir a meterse dentro de los cerdos. Ser escuchado para la
vida eterna es cosa bien diferente y eso es concedido sólo a
quienes rezan en el templo de Dios… Éste es el que ora en
espíritu y en verdad, el que reza en la paz de la Iglesia y no en
el templo antiguo que era símbolo y figura… Bajo esa mis-
ma figura, el Señor expulsó a algunos hombres del templo,
a aquéllos que no buscaban sino su propio interés, es decir,
que iban al templo para comprar y vender. Si el templo an-
tiguo no era sino símbolo y figura, está claro que también el
cuerpo de Cristo, el verdadero templo, alberga igualmente,
confundidos, a compradores y vendedores, esto es, a hombres
que buscan sus propios intereses y no los de Cristo Jesús (Flp 2,
21)… Pues, ¿acaso no fueron los que querían hacer de la casa
de Dios una cueva de bandidos quienes llevaron el templo a
la ruina? Del mismo modo, quienes se conducen mal en la
Iglesia católica, por cuanto está en ellos, quieren convertir
la casa de Dios en una cueva de bandidos, aunque cierta-
mente no podrán destruir este Templo. Sin embargo, llegará
el tiempo en el que serán expulsados fuera por la cuerda de
sus pecados.
(Enarr. in Psal. 130, 1-3; P. L. 37, 1704-1705)

62. Aquél que tiene una morada muy retirada, en lo es-


condido, tiene también una tienda en la tierra. Su tabernáculo
en la tierra es su Iglesia, todavía peregrina. Porque he de entrar
en el lugar del tabernáculo (Sal 41,5). Pues fuera del lugar del
tabernáculo errará buscando a Dios... Subiendo hacia el ta-
bernáculo llega a la casa de Dios. Y así, mientras se maravilla
por las partes del tabernáculo, es conducido a la casa de Dios,
arrastrado por una cierta dulzura y un no sé qué oculto deleite
interior, como si en la casa de Dios sonase dulcemente algún
órgano... y él sigue los sonidos… que arrastran al ciervo a la
fuente de las aguas.
(Enarr. in Psal. 41, 9; P. L. 36, 469-470)

99
III. CRISTO Y LA IGLESIA

LA CABEZA Y EL CUERPO

En el cielo y en la tierra

63. Vuestra fe no ignora, muy queridos hermanos, y sabe-


mos que así lo habéis aprendido siguiendo las enseñanzas del
Maestro del cielo en quien habéis colocado vuestra esperanza,
que Nuestro Señor Jesucristo, que ya ha sufrido por nosotros
y que ha resucitado, es la cabeza de la Iglesia y que la Iglesia
es su cuerpo y que la salud de ese cuerpo es la unidad de sus
miembros y el vínculo del amor. Cualquiera que se enfría en
el amor es un enfermo dentro del cuerpo de Cristo. Pero Él es
tan poderoso que ha exaltado ya nuestra cabeza y puede tam-
bién sanar a los miembros enfermos, siempre que aquéllos no se
hayan separado por grandes impiedades y permanezcan unidos
al cuerpo hasta que sean curados.Todo aquello que permanece
unido al cuerpo conserva la esperanza de sanar, pero lo que ha
sido amputado no puede ser ni curado ni sanado. Como Él es
cabeza de la Iglesia y la Iglesia es su cuerpo, el Cristo entero es
a la vez cabeza y cuerpo. Él ha resucitado ya. Nosotros tenemos
pues la cabeza en el cielo. Nuestra cabeza intercede por no-
sotros. Nuestra cabeza, libre del pecado y de la muerte, ofrece
un sacrificio de propiciación a Dios por nuestros pecados, para
que también nosotros, finalmente resucitados y transformados
en la gloria celestial, sigamos a nuestra cabeza. Allí donde está la
cabeza, allí están los miembros. No desesperemos, estando aún
aquí abajo, somos miembros, y hemos de seguir a nuestra cabeza.
Ved así, hermanos, al amor de nuestra cabeza. Ella está ya
en el cielo y sin embargo sufre allí mientras la Iglesia sufra aquí.
Aquí Cristo tiene hambre, tiene sed, está desnudo, es peregrino,
está enfermo, está en prisión. Él nos dice que todo lo que aquí
sufre su cuerpo, es Él quien lo sufre… Tuve hambre y me disteis de

101
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

comer… Todo aquello que hicisteis a estos mis pequeños a mí me lo hi-


cisteis (Mt 25,42.45). Pasa igual en nuestro cuerpo: la cabeza está
en lo alto y los pies en la tierra y, sin embargo, si en una avalancha,
en una aglomeración alguno te aplasta el pie, ¿no es la cabeza la
que dice: «¿Me estás aplastando?»… Igualmente Cristo, cabeza a
la que nadie puede aplastar, dice: Tuve hambre y me disteis de comer.
(Serm. 137, 1-2; P. L. 38, 754-755)

Una sola justicia

64. La cabeza y el cuerpo son un solo Cristo. Por ello no


debemos considerarnos extraños a esa justicia que el Señor mis-
mo menciona diciendo que [el Espíritu convencerá al mundo]
respecto de la justicia, porqueYo me voy al Padre (Jn 16,8). En efecto,
también nosotros hemos resucitado con Cristo y estamos con
Cristo nuestra cabeza, por ahora, mediante la fe y la esperanza.
Pero nuestra esperanza será colmada en la resurrección final de
los muertos. Cuando sea colmada nuestra esperanza, también
será colmada nuestra justicia. Y que el Señor es quien ha de
completarla, es lo que debemos esperar; Él nos la ha manifestado
en su propia carne (es decir, en nuestra cabeza), en esa carne re-
sucitó y ascendió al Padre. Porque así está escrito: Ha sido entrega-
do a causa de nuestros pecados y ha resucitado para nuestra justificación
(Rom 4,25)… Del mismo modo que también está escrito: Para
que en Él seamos nosotros justicia de Dios (2 Cor 5,21). En efecto,
no hay justicia alguna si no es en Él. Pero si permanecemos en
Él, Él va con nosotros todo entero al Padre y es entonces cuando
se cumple en nosotros la perfecta justicia.
(Serm. 144, 5-6; P. L. 38, 790)

La vida de los miembros

65. ¿Podemos hallar alguien que tenga la fe y no la ca-


ridad? Muchos hay que creen y no aman… Está escrito: Tú

102
CRISTO Y LA IGLESIA

dices que no hay más que un Dios. Crees lo recto, pero también
los demonios creen y tiemblan (Sant 2,19). En consecuencia,
si sólo crees y no amas, eso te es común con los demonios.
Pedro dijo: Tú eres el Hijo de Dios y se le respondió: Dichoso
eres, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo reveló ni la carne ni
la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,16-17). En
los evangelios hallamos también que los demonios dijeron:
¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? (Mt 8,29).
Le proclaman Hijo de Dios los apóstoles y le proclaman Hijo
de Dios los demonios; la confesión parece igual, pero el amor
no es igual. Los primeros creen y aman; los segundos creen
y temen. El amor espera el premio, el temor el castigo. He-
mos descubierto, pues, que alguien puede tener fe sin tener
caridad. Por lo tanto, que nadie se jacte en la Iglesia de tener
algún don, y si acaso sobresale en ella por algún don que le
ha sido concedido, vea antes si posee la caridad. El mismo
apóstol Pablo habló y enumeró muchos dones de Dios pre-
sentes en los miembros de Cristo que constituyen la Iglesia,
diciendo que a cada miembro se le han concedido los dones
adecuados y que no puede ser que todos tengan el mismo
don. Pero ninguno quedará sin algún don: apóstoles, profetas,
doctores, poseedores del don de milagros, dones del poder de curación,
de auxilio, de gobierno, don de la diversidad de lenguas (1 Cor
12,28). De éstos se habló, pero vemos otros muchos en otras
personas distintas. Que nadie, pues, se apene porque no se le
ha concedido lo que se ve que se concedió a otro: tenga la
caridad, que no sienta envidia de quien posee un don y, con
aquél que lo tiene, poseerá lo que él personalmente no tiene.
En efecto, cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento
envidia por ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente,
pero lo tengo en él; no sería mío si no formásemos un solo
cuerpo bajo una misma cabeza.
Si, por ejemplo, la mano izquierda del cuerpo tiene un
anillo y no la derecha, ¿acaso está ésta sin adorno? Mira cada
una de las dos manos y verás que una lo tiene y la otra no;
mira el conjunto del cuerpo al que se unen ambas manos

103
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

y advierte que la que no tiene adorno lo tiene en aquélla


que lo tiene. Los ojos ven por donde ha de irse, los pies
van por donde los ojos ven; ni los pies pueden ver, ni los
ojos caminar. Pero el pie te responde: «También yo tengo
luz, pero no en mí, sino en el ojo, pues el ojo no ve sólo
para sí, sin ver también para mí». Dicen igualmente los ojos:
«También nosotros caminamos, no por nosotros, sino por
los pies; pues los pies no se llevan solos a sí mismos sin lle-
varnos a nosotros». Así, pues, cada miembro, según los dis-
tintos y peculiares oficios que le han sido confiados, realiza
lo que ordena la mente; no obstante eso, todos constituyen
un solo cuerpo y mantienen una unidad; y no se arrogan lo
que tienen otros miembros en el caso de que no lo tengan
ellos, ni piensan que les es ajeno lo que todos tienen al mis-
mo tiempo en el único cuerpo. Finalmente, hermanos, si a
algún miembro del cuerpo le sobreviene alguna molestia,
¿cuál de los restantes miembros le negará su ayuda? ¿Qué
cosa está más en el extremo de un hombre que el pie?; y en
el mismo pie, ¿qué está más en el extremo que la planta?;
y en la misma planta, ¿qué otra cosa que la misma piel con
que se pisa la tierra? Así y todo, esta extremidad del cuerpo
forma parte del conjunto de tal modo que, si en ese mismo
lugar se clava una espina, todos los miembros concurren a
prestar su ayuda para extraerla: al instante se doblan las rodi-
llas, la espalda se curva… uno se sienta para sacar la espina;
ya el mismo hecho de sentarse con el fin expuesto es obra
de todo el cuerpo. ¡Cuán pequeño es el lugar que sufre la
molestia! Es tan pequeño como la espina que lo punzó; y,
sin embargo, el cuerpo entero no se desentiende de la mo-
lestia sufrida por aquel extremo y exiguo lugar; los restantes
miembros no sufren dolor alguno, pero todos lo sienten en
aquel único lugar. De aquí tomó el Apóstol un ejemplo de
la caridad, exhortándonos a amarnos mutuamente como se
aman los miembros en el cuerpo: Si sufre, dice, un miembro, se
compadecen también los otros miembros; y si es glorificado uno solo,
se alegran todos. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros

104
CRISTO Y LA IGLESIA

(1 Cor 12,26-27). Si así se aman los miembros que tienen


su cabeza en la tierra, ¡cómo deben amarse aquéllos que la
tienen en el cielo! Ciertamente no se aman entre ellos si
han sido separados de su cabeza; mas cuando la Cabeza es
tal, que así como ha sido exaltada y colocada en el cielo a la
derecha del Padre, sin embargo aún sufre aquí en la tierra,
no en sí, sino en sus miembros, hasta el punto de que dirá
al final de los tiempos: tuve hambre, tuve sed, fui extranjero; y
cuando nosotros le digamos: ¿Cuándo te vimos hambriento o
sediento?, responderá, por decirlo así: «Yo, la cabeza, estaba en
el cielo, pero en la tierra los miembros tenían sed» y conclui-
rá diciendo: cuando lo hicisteis a uno de mis pequeños a mí me
lo hicisteis; y, a su vez, a los que nada de esto hicieron: cuando
no lo hicisteis a uno de mis pequeños, tampoco a mí me lo hicisteis
(Mt 25,35-45). Pues bien, a esta Cabeza no nos unimos si
no es por la caridad.
Así, pues, hermanos, vemos que cada miembro, en su
competencia, realiza su tarea propia, de forma que el ojo ve,
pero no actúa; la mano en cambio actúa, pero no ve; el oído
oye, pero no ve ni actúa; la lengua habla, pero ni oye ni ve; y
aunque cada miembro tiene funciones distintas y separadas,
unidos en el conjunto del cuerpo tienen algo común entre
todos. Las funciones son distintas, pero la salud es única. En
los miembros de Cristo, la caridad es lo mismo que la salud
en los miembros del cuerpo. El ojo está colocado en el lu-
gar mejor, en lugar destacado, puesto como consejero en la
fortaleza, para que desde ella mire, vea y muestre. Gran ho-
nor el de los ojos, por su ubicación, por su sensibilidad más
aguda, por su agilidad y por cierta fuerza que no tienen los
restantes miembros. De aquí que los hombres juran por sus
ojos con más frecuencia que por cualquier otro miembro.
Nadie ha dicho a otro: «Te amo como a mis oídos», a pesar
de que el sentido del oído es casi igual y cercano a los ojos.
¿Qué decir de los restantes? Cada día dicen los hombres: «Te
amo como a mis propios ojos».Y el Apóstol, indicando que
se tiene mayor amor a los ojos que a los otros miembros,

105
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

para expresar que era amado por la Iglesia de Dios, dice: Doy
testimonio a favor vuestro de que, si hubiera sido posible, os hubie-
seis sacado los ojos y me los habríais dado a mí (Gal 4,15). Nada
hay pues en el cuerpo más sublime y más respetado que los
ojos y nada más pequeño que el dedo meñique del pie. Sin
embargo, vale más que el cuerpo tenga un dedo que esté
sano que no un ojo con legañas, pues la salud, común a to-
dos los miembros, es más preciosa que las funciones de cada
uno de ellos. Así ves que en la Iglesia un hombre tiene algún
don pequeño y, con todo, tiene la caridad; quizá veas en la
misma Iglesia a otro más eminente, con un don mayor, que,
sin embargo, no tiene caridad. Sea el primero el dedo más
alejado, y el segundo el ojo; el que tiene salud, ése es el que
más aporta al conjunto del cuerpo. Finalmente, es molestia
para el cuerpo entero el que cualquier miembro enferme,
y, en verdad, todos los miembros aportan su colaboración
para que sane el que está enfermo, y la mayor parte de las
veces sana. Pero si no hubiera sanado y la podredumbre en-
gendrada indicase la imposibilidad de sanar, de tal modo se
mira por el bien de todos que a ese miembro se le separa de
la unidad del cuerpo.
(Serm.162/A, 4-6; Denis 19, 4-6; M. A. 101-104)

La mujer del Apocalipsis

66. Nuevamente hacemos que vuestra caridad esté


atenta a esto: el Señor y Salvador nuestro, Cristo Jesús, es
Cabeza de su Cuerpo, único Mediador entre Dios y los
hombres,… nacido de la Virgen, por decirlo así, en soledad,
como hemos escuchado en el Apocalipsis. Soledad en efec-
to, porque considero que solamente Él ha nacido así… Esta
mujer es la antigua ciudad de Dios, de la cual dice el salmo:
Cosas excelsas se dijeron de ti, ciudad de Dios (Sal 86,2). El ini-
cio de esta ciudad se remonta al mismo Abel, así como la
ciudad perversa se remonta a Caín. Es entonces esta antigua

106
CRISTO Y LA IGLESIA

ciudad de Dios, que soporta el peso de esta vida terrenal,


que espera el cielo, la que también es llamada Jerusalén y
Sión. Un salmo también habla de uno nacido en Sión e
incluso fundador de la misma Sión: El hombre dirá: Madre
Sión. ¿Qué hombre? En ella ha nacido el hombre y el mismo
Altísimo la fundó (Sal 86,3-5)… es el mismo Altísimo quien
ha fundado la ciudad en la que Él se hizo hombre… Estaba
revestida de sol y a punto de dar a luz, llevaba en su seno un hijo
varón. Era el mismo quien nacía en Sión y quien fundaba
Sión.Y esa mujer, ciudad de Dios, estaba cubierta con la luz
de Él, de cuya carne estaba embarazada. Con razón tiene
ella la luna a sus pies (Ap 12,1-2) ya que revestida de fuer-
za, pisaba la creciente y decreciente mortalidad de la carne.
Entonces el Señor Jesucristo, cabeza y cuerpo, ha querido
también hablar en nosotros, nos ha hecho miembros suyos…
Esto es lo que tenéis que retener y fijar para siempre en la
memoria como hijos del saber de la Iglesia y de la fe católica,
para que reconozcáis a Cristo, cabeza y cuerpo, y al mismo
Cristo Verbo unigénito de Dios e igual al Padre. Es así como
podréis mirar qué grande es la gracia que os permite llegar
a Dios, pues Él ha querido ser uno con nosotros, Él que es
uno con el Padre.
(Enarr. in Psal. 142, 3; P. L. 37, 1845)

La Iglesia sobre el Tabor

67. Sobre el Tabor, el Señor Jesús resplandeció como el


sol, se le tornaron los vestidos blancos como la nieve, y ha-
blaban con Él Moisés y Elías. Fue Jesús mismo quien se hizo
radiante como el sol para darnos a entender que Él es la luz
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9). Lo
que es el sol para los ojos de la carne, lo es Él para los ojos
del corazón; lo que es el sol para la carne, lo es Él para los
corazones. Sus vestidos representan a su Iglesia, porque los
vestidos, si no los sostiene quien los lleva puestos, se caen

107
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

al suelo… ¿Qué tiene de sorprendente que a la Iglesia se la


represente con una vestidura blanca, pues le oímos al profeta
Isaías decir: Aunque vuestros pecados fueran rojos como escarlata,
yo los dejaré blancos como la nieve (Is 1,18)? ¿Qué valen Moi-
sés y Elías, es decir, la Ley y los Profetas, si no hablan con
el Señor? ¿Quién leería la Ley y los Profetas si no diesen
testimonio del Señor?... Este, dijo la voz, es mi Hijo amado,
en quien tengo mis complacencias, oídle a Él, porque Él es a
quien oísteis en los profetas, a Él oísteis en la ley y, ¿dónde
no le habéis escuchado? Al oír estas palabras los discípulos
cayeron por tierra. Ya nos ha sido mostrado en la Iglesia el
Reino de Dios. Allí está, en efecto, el Señor, allí está la Ley
y los Profetas; mas el Señor está como el Señor que es, la
ley está en la persona de Moisés, la profecía en la persona
de Elías, ellos dos están como siervos y ministros. Ellos son
los vasos, Él es la fuente. Moisés y los profetas hablaban y
escribían, cuando ellos vertían algo es porque eran llenados
por aquella fuente…
Pedro deseaba plantar tres tiendas, una para Moisés, otra
para Elías y otra para Cristo… ¿Por qué pensaba en tres tien-
das sino porque todavía no había comprendido la unidad de
la Ley, de los profetas y del Evangelio? Después fue corregi-
do por la nube: mientras hablaba, una nube luminosa los envol-
vió. He aquí que la nube formó una sola tienda, ¿por qué tú
querías construir tres? De la nube salió una voz que decía: éste
es mi Hijo amado, escuchadle a Él. Elías habla, pero escuchadle a
Él. Moisés habla, pero escuchadle a Él. Los profetas hablan, la
ley habla, pero escuchadle a Él; Él, voz de la ley y lengua de
los profetas…
El Señor extendió la mano y levantó a los que yacían por
tierra. Inmediatamente no vieron a nadie sino tan sólo a Jesús…
El que ellos cayeran en tierra significa que morimos… Que
el Señor los levanta significa la resurrección.Tras la resurrec-
ción, ¿de qué te sirve ya la ley?, ¿de qué te sirve la profecía?
Por esto ya no aparece Elías, no aparece Moisés.Y queda para
ti: en el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y

108
CRISTO Y LA IGLESIA

el Verbo era Dios (Jn 1,1). Él queda para ti, para que Dios sea
todo en todos (1 Cor 15,28).
(Serm. 78-79; P. L. 38, 490-493)

EL ESPOSO Y LA ESPOSA

Dos y uno

68. Cristo y la Iglesia son dos en una sola carne (Gen 2,24;
Ef 5,32). Has de referir este dos a la distancia originada por
la majestad; son dos, dos en modo claro. Nosotros no somos
el Verbo.Y es claro que nosotros no somos Dios junto a Dios
en el principio. Tampoco somos nosotros Aquél por quien
todo fue hecho. Pero llegando a carne, ahí está Cristo, tanto
Él como nosotros.
(Enarr. in Psal. 142, 3; P. L. 37, 1847)

Hombre y mujer

69. ¿A quién se dijo: Levántate sobre los cielos, oh Dios? ¿A


quién van dirigidas esas palabras? ¿Acaso a Dios Padre podría
decírsele: «levántate», a Él, que nunca se abajó? Levántate Tú,
Tú, que estuviste encerrado en el seno de tu madre; Tú, que
fuiste hecho en aquélla que Tú hiciste; Tú, que yaciste en un
pesebre; Tú, que, como cualquier niño, tomaste el pecho de
carne; Tú, que, a la vez que llevabas el mundo, eras llevado
por tu madre; Tú, a quien el anciano Simeón conoció de
pequeño y te proclamó grande; Tú, a quien la viuda Ana vio
tomando el pecho y reconoció como Todopoderoso;Tú, que
por nosotros sufriste hambre y sed y por nosotros te fatigaste
en el camino –¿acaso el Pan padece hambre, la Fuente sed
o el Camino se fatiga?–; Tú, que has llevado todo esto por
nosotros; Tú, que dormiste y, sin embargo, como guardián

109
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

de Israel no duermes; finalmente, Tú, a quién Judas vendió,


a quien los judíos compraron y no poseyeron; Tú, que fuiste
apresado, atado, flagelado, coronado de espinas, colgado del
madero, traspasado por una lanza; Tú muerto, Tú sepultado,
levántate sobre los cielos, ¡oh Dios!...
Ya ha tenido lugar, ya se ha cumplido. Pero nosotros lo de-
cimos así como fue predicho que habría de suceder: Levántate
sobre los cielos, ¡oh Dios! No lo hemos visto pero lo creemos;
y, he aquí que está ante nuestros ojos lo que sigue: Levántate
sobre los cielos, ¡oh Dios!, y sobre toda la tierra tu gloria (Sal 56,6).
Quien no ve lo segundo, que no crea lo primero. ¿Qué signi-
fica, pues: y sobre toda la tierra tu gloria, sino sobre toda la tierra
tu Iglesia, sobre toda la tierra tu noble mujer, sobre toda la tie-
rra tu esposa, tu amada, tu paloma, tu mujer? Ella es tu gloria,
pues dice el Apóstol: El varón no debe cubrir la cabeza, ya que es
la imagen y la gloria de Dios; la mujer, por su parte, es la gloria del
varón (1 Cor 11,7). Si la mujer es la gloria del varón, la Iglesia
es la gloria de Cristo.
(Serm. 262, 4-5; P. L. 38, 1208-1209)

Las bodas

70. Invitado el Señor, va a las bodas (Jn 2,1). ¿Qué hay


de extraño en que vaya a aquella casa a las bodas quien ha
venido a este mundo a unas bodas? Pues, si no viene a unas
bodas, no tiene aquí esposa. ¿Cuál es el sentido de estas
palabras del Apóstol: Os desposé con un único varón, para pre-
sentaros a Cristo como una virgen pura? (2 Co 11,2)… Tiene
aquí, pues, una esposa a la que redimió con su sangre y a la
que dio como prenda el Espíritu Santo. La salvó de la escla-
vitud del diablo, murió por sus pecados y resucitó para su
justificación (Rom 4,25). ¿Quién ofrecerá a su esposa dones
tan grandes? Ofrezcan los hombres preciosidades de la tie-
rra: oro, plata, piedras preciosas, caballos, esclavos, posesiones,
fincas, ¿acaso ofrecerá alguien su sangre? Porque si alguien

110
CRISTO Y LA IGLESIA

da su sangre a su esposa, ya no le es posible tomarla con él.


El Señor, en cambio, muere sereno y da su vida por aquélla
que, resucitando, sería suya, la cual ya había unido a sí en el
vientre de la Virgen. El Esposo es el Verbo, y la Esposa es la
carne humana…
(Tract. in Joann. 8, 4; P. L. 35, 1452)

71. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá


a su esposa, y serán los dos una sola carne (Gen 2,24). Si, pues,
Cristo se une a la Iglesia con el fin de ser dos en una carne,
¿en qué sentido se puede decir que deja a su padre y a su ma-
dre? Deja a su Padre, porque el que era de condición divina
no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía
guardar celosamente sino que al contrario, se anonadó a sí mis-
mo tomando la condición de siervo (Flp 2,6)… ¿Cómo dejó a su
madre? Abandonando la sinagoga de los judíos, de la que nació
según la carne, y uniéndose a la Iglesia, a la que congregó de
todas las naciones.
(Tract. in Joann. 9, 10; P. L. 35, 1463)

72. El Señor, que, invitado, asiste a las bodas (Jn 2,1), ex-
cluido un significado sólo místico, quiere dar confirmación de
que Él fue quien hizo las bodas. Habrían de surgir hombres
en el futuro, de quienes habla el Apóstol, que prohibirían el
matrimonio (1 Tim 4,3), diciendo que las nupcias son una cosa
mala y que fue el diablo quien las hizo… Quienes han sido
instruidos en la fe católica saben que el autor de las nupcias
es Dios, y así como el matrimonio es de Dios, el divorcio es
del diablo. Aunque a causa de la fornicación le es permitido al
hombre despedir a la mujer, porque ella primero no ha que-
rido ser esposa, no conservó la fe conyugal a su marido.Y no
quedan privados de nupcias aquéllos que consagran a Dios su
virginidad, si bien en la Iglesia tienen más alto grado de honor
y de santidad: pues, con toda la Iglesia, toman parte en esas
bodas en las que Cristo es el Esposo.
(Tract. in Joann. 9, 2; P. L. 35, 1458-1459)

111
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Pureza

73. Guardaos del amor ilícito.Vosotros sois miembros de


Cristo y sois cuerpo de Cristo. Escuchad al Apóstol y espan-
taos. No ha podido expresarlo de forma más enérgica y vehe-
mente, no ha podido ser más duro para apartar a los cristianos
del amor de la fornicación que cuando dijo: ¿Tomaré acaso los
miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz? Para
llegar a esa pregunta había dicho anteriormente: ¿No sabéis
que quien se une a una meretriz se hace un solo cuerpo con ella? (1
Cor 6,15-16).Y adujo el testimonio de la Escritura: Serán dos
en una sola carne (Gen 2,24). Éstas son palabras divinas, pero
referidas a marido y mujer, donde es lícito, está permitido y
es honesto; no referidas a la unión torpe, ilícita y condena-
ble con toda razón. Del mismo modo que la unión lícita del
marido y la mujer hace de los dos una sola carne, así también
la unión de la meretriz y su amante los convierte en una sola
carne. Convirtiéndose, pues, en una sola carne, ha de llenarte
de terror y espanto lo que añadió: ¿Tomaré, pues, los miembros de
Cristo? Cristiano, considera atento los miembros de Cristo; no
quieras estar atento a los miembros de Cristo en el otro, mira
en ti los miembros de Cristo, puesto que has sido comprado
con la sangre de Cristo. ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo
para hacerlos miembros de una meretriz? Quien no se horroriza
de eso, causa horror a Dios.
(Serm. 349, 3; P. L. 39, 1530-1531)

Los amigos del esposo

74. Amadísimos, mucho nos encomienda Dios la uni-


dad. Que esto os mueva. Al principio de la creación, cuan-
do hizo todas las cosas, los astros en el firmamento y en la
tierra las hierbas y los árboles, Dios dijo: Produzca la tierra, y
aparecieron los árboles y todo cuanto verdea; dijo: Produzcan
las aguas los peces y prodúzcanse las aves, y así se hizo; Produzca

112
CRISTO Y LA IGLESIA

la tierra el alma viviente de todos los animales domésticos y fieras


salvajes, y así ocurrió. ¿Hizo Dios, acaso, de una única ave
todas las demás; de un único pez, de un único caballo y de
una única fiera los restantes peces, caballos y fieras salvajes?
¿No produjo, por ventura, la tierra abundantes cosas al mis-
mo tiempo y llenó muchos espacios con numerosos retoños?
Pero llegó a la creación del hombre y creó uno solo, y de ese
uno, todo el género humano. No quiso hacer dos por sepa-
rado, hombre y mujer; sino que hizo uno, y de uno una. ¿Por
qué esto? ¿Por qué de un único hombre se origina el género
humano sino porque al género humano es encomendada la
unidad? Y Nuestro Señor Jesucristo nació de sólo una mujer,
la Virgen es la unidad; ella conserva la virginidad y se man-
tiene incorruptible.
El mismo Señor confía a los apóstoles la unidad de la
Iglesia… Esto lo volvió a hacer después de su resurrección.
Vivió con ellos cuarenta días y, cuando iba a ascender al cielo,
les encomendó a su vez la Iglesia misma. El Esposo, listo para
emprender el viaje, confió su esposa a sus amigos, no para que
ella entregara su amor a alguno de ellos, sino para que siguie-
ra amándole a Él como a esposo, y a ellos como a amigos del
esposo, pero a ninguno de ellos como a esposo. De esto se
preocupan con celo los amigos del esposo, y no permiten que
ella sea corrompida por un amor lascivo. Ellos odiarían si fue-
sen amados de tal modo. Considerad ahora al celante amigo
del esposo: cuando ve que la esposa se entrega, por decirlo así,
a la fornicación en brazos de los amigos del esposo, dice: Oigo
decir que hay cismas entre vosotros, y en parte lo creo (1 Cor 11,18).
Los de Cloe me han comunicado, hermanos, que hay entre vosotros
discordias y que cada uno de vosotros dice: «Yo soy de Pablo», «Yo
de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo?
¿Acaso ha sido crucificado Pablo por vosotros o habéis sido bautizados
en el hombre de Pablo? (1 Cor 1,11-13). ¡He aquí al amigo! Re-
chaza lejos de sí el amor de una esposa que no es la suya. No
quiere ser amado por la esposa para poder reinar con el Esposo.
(Serm. 268, 3-4; P. L. 38, 1233-1234)

113
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Sierva, novia, esposa

75. Como los ojos de los siervos están atentos a las manos
de su señor, y los ojos de la esclava a las manos de su señora; así
también están atentos nuestros ojos al Señor, Dios nuestro, es-
perando su misericordia (Sal 122,2-4). No es sorprendente
que nosotros seamos los siervos y Él el Señor. Lo que sí
sorprende es que nosotros seamos la esclava y Él la señora,
pero… es que somos la Iglesia y no es extraño que Él sea la
señora ya que es la Sabiduría y Fortaleza de Dios... Cuan-
do oyes la palabra Cristo, eleva tus ojos a las manos de tu
Señor; cuando oyes las palabras fortaleza y sabiduría de Dios,
eleva tus ojos a las manos de tu Señora, porque eres siervo
y esclava; siervo, porque eres pueblo, y esclava, porque eres
Iglesia. Con todo, esta misma esclava ha recibido de Dios
una grande dignidad: fue convertida en esposa. Pero, hasta
que lleguen esos abrazos espirituales en los que ella podrá
disfrutar sin inquietud de Aquél al que ella ha amado, de
Aquél por el que ella ha suspirado durante ese viaje que
dura mucho tiempo, será sólo novia… A ella no se le dice:
«no ames», como se le dice a una virgen ya desposada, pero
aún no casada. Y justamente se le dice entonces: «no ames
todavía; cuando te hayas convertido en esposa, entonces
ama». Con razón se habla así, ya que ahí el deseo es preci-
pitado y está fuera de lugar, pues no es casto amar a alguien
con quien no sabe uno si se va a casar. Puede ser en efecto
que otro llegue a ser su esposo o que otro la tome por es-
posa. En cambio, como no hay nadie que pueda ser puesto
en el lugar de Cristo, que la Iglesia ame con toda seguridad
y tranquilidad.Y, antes de que ella llegue a estar unida a Él,
que le ame y que suspire por Él en la distancia, durante su
larga peregrinación. Solamente Él la tomará como esposa
porque solamente Él le dio tales arras. En efecto, ¿quién
puede desposarse de tal manera que muera por aquélla que
quiere tomar como esposa?
(Enarr. in Psal. 122, 5; P. L. 37, 1633)

114
CRISTO Y LA IGLESIA

La Iglesia es hombre y mujer

76. A la Iglesia en su totalidad se la denomina tanto mujer


como varón. Es mujer, pues se la llama virgen. El Apóstol dice:
Os he entregado a un solo varón para presentaros a Cristo como virgen
casta (2 Cor 11,2). Entendemos que es varón por lo que dice
el mismo Apóstol: Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe,
al conocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto, a la medida de la
edad de la plenitud de Cristo (Ef 4,13). Si es mujer, Cristo es su
varón; si es varón, Cristo es su cabeza.
(Serm. 64/A, 3; Mai 20; M. A. 313)

Padre y madre

77. Ama a tu padre, pero no lo ames más que al Señor.


Ama a aquél que te ha dado la vida, pero no le ames más que
a tu Creador… Ama a tu madre, pero no más que a la Iglesia,
que te ha dado a luz para la vida eterna. Finalmente, a partir
del amor a tus padres aprende cuánto debes amar a Dios y a
la Iglesia. Si son tan dignos de ser amados aquéllos que te han
engendrado para luego morir, ¡de cuánto amor son dignos
aquéllos que te han engendrado para que llegues a la eternidad
y permanezcas en ella para siempre!
(Serm. 344, 2; P. L. 38, 1512)

78. Amemos al Señor, Dios nuestro; amemos a su Iglesia;


a Él como a Padre, a ella como a madre; a Él como a Señor, a
ella como su Esclava, porque somos hijos de su Esclava. Mas
este matrimonio se halla unido con gran caridad. Nadie podría
ofender a uno y al mismo tiempo merecer el favor del otro.
Nadie diga: «Adoro a los ídolos, consulto a los augures, a los
adivinos, pero no abandono la Iglesia de Dios; soy católico».Tú
que tienes a la madre has ofendido al padre. Otro dice: «Lejos
de mí tal cosa; no consulto a los adivinos… no rindo culto a
las piedras, pero pertenezco al partido de Donato». ¿De qué te

115
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

aprovecha no ofender al padre que quiere desagraviar la ofensa


hecha a la madre? ¿De qué te aprovecha que ensalzas al Señor,
honras a Dios, lo anuncias, conoces a su Hijo, al que confiesas
sentado a la derecha del Padre, si blasfemas de su Iglesia? ¿No
te muestran el camino recto los matrimonios humanos? Pues
mira: si tuvieses un protector a quien obsequiases todos los días
y entrases en su casa a diario para servirle, a quien cotidiana-
mente no digo ya que le saludases, sino que también le reve-
renciases y le dedicases constantes servicios, si luego inventases
una sola cosa mala de su mujer, ¿volverías en adelante a entrar
en su casa? Conservad entonces, carísimos, conservad todos
unánimemente a Dios por padre, y a la Iglesia por madre.
(Enarr. in Psal. 88 II, 14; P. L. 38, 1140-1141)

UNO SÓLO VIVE

Se anuncia a sí mismo mediante sí mismo

79. Te confesaremos, ¡oh Dios!; te confesaremos e invocaremos tu


nombre (Sal 74,2). Son muchos los corazones de los que con-
fiesan, uno solo el de los que creen. Diversos son los pecados
que los hombres confiesan, pero su fe es una sola... Cuando
Cristo haya comenzado a habitar en el interior del hombre por la fe
(Ef 3,17) y el que ha sido invocado haya comenzado a poseer
al que ha confesado, entonces se constituye el Cristo total,
cabeza y cuerpo, y de muchos se hace uno… Y, ya hable la
cabeza, ya hablen los miembros, Cristo es el que habla: habla
actuando como cabeza, habla actuando como cuerpo. Mas,
¿qué es lo que fue dicho? Serán dos en una sola carne. Éste es un
misterio grande, yo lo digo en orden a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,31-
32).También el mismo Señor dice en el Evangelio: Ya no serán
dos, sino una sola carne (Mt 19,6). Como veis, se trata de dos
personas diferentes y al mismo tiempo, por la unión de los
que se unen, una sola... Se llama a sí mismo esposo en tanto

116
CRISTO Y LA IGLESIA

que cabeza, y esposa, en tanto que cuerpo… Contaré todas tus


maravillas. Cristo se predica a sí mismo, se predica también por
medio de los que ya son sus miembros y que están en Él para
atraer a otros, para que se acerquen los que aún no están y se
unan así a sus miembros, por medio de los cuales se predica el
Evangelio; y así se forme un solo cuerpo bajo una sola cabeza,
con un mismo espíritu y una sola vida.
(Enarr. in Psal. 74, 4; P. L. 36, 948-949)

Instruyéndose a sí mismo

80. El padre me mostrará obras mayores que ésta, para que os


llenéis de asombro (Jn 5,20). Luego es a nosotros a quienes las
va a mostrar, no a Él. Y como es a nosotros a quien el Padre
las mostrará, por eso añade: para que os llenéis de asombro. Así
explicó lo que quieren significar estas palabras: el Padre me mos-
trará. ¿Por qué no dijo: el Padre os mostrará a vosotros, sino
más bien: el Padre mostrará al Hijo? Porque nosotros somos
miembros del Hijo; y lo que nosotros, sus miembros, apren-
demos, lo aprende Él en cierto modo en sus miembros… A
Aquél que dijo: Cuando disteis algo a uno de estos pequeñuelos, a
mí me lo disteis, hagámosle ahora esta pregunta diciéndole: Se-
ñor, ¿cuándo serás Tú uno que aprende, un discípulo, Tú que
enseñas todas las cosas? Él nos dará la respuesta al instante por
medio de nuestra fe: cuando uno de mis pequeñuelos aprende,
aprendo yo también.
Felicitémonos, pues, a nosotros mismos y seamos agrade-
cidos; se nos ha hecho llegar a ser no sólo cristianos, sino Cris-
to mismo. ¿Os dais cuenta, hermanos, comprendéis la gracia
que Dios nos ha hecho? Es para que os llenéis de admiración y
de alegría. Se nos ha hecho llegar a ser Cristo mismo. Porque,
si Él es la cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre
completo es Él y nosotros. Esto es lo que el apóstol Pablo afir-
ma: hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento
del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la edad de la

117
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

plenitud de Cristo (Ef 4,13). Por tanto, la plenitud de Cristo es


la cabeza y los miembros. ¿Cuál es la cabeza y cuáles son los
miembros? Cristo y la Iglesia. Gran soberbia sería arrogarnos
esto por cuenta nuestra si Él mismo no se hubiera dignado
prometérnoslo, es Él quien por el Apóstol dice: Vosotros sois el
cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Co 12,27).
Por tanto, cuando el Padre muestra algo a los miembros
de Cristo, lo muestra a Cristo. Sucede así, de cierta manera,
un grande milagro que, sin embargo, es verdadero: es mos-
trado a Cristo lo que Cristo conocía y lo que es mostrado a
Cristo es por medio de Cristo mismo… A los miembros les
son mostradas las cosas por la cabeza. Mira, esto lo puedes
ver en ti mismo. Supón que tú quieres coger algo con los
ojos cerrados; no sabe tu mano adónde dirigirse, y tu mano
es por supuesto uno de tus miembros, no se ha separado de
tu cuerpo. Abre los ojos; la mano ya ve adónde dirigirse. El
miembro sigue la dirección que le muestra la cabeza… Así
algo es mostrado a Cristo por medio de Cristo. La cabeza
muestra para que vean los miembros, la cabeza enseña para
que aprendan los miembros; sin embargo, miembros y cabeza
son un solo hombre.
(Tract. in Joann. 21, 7-9; P. L. 35, 1568-1569)

Viéndose a sí mismo

81. Los que te temen me verán y se regocijarán; porque he


esperado en tus palabras (Sal 118,74). Es decir, en tus palabras
mediante las que prometiste que son los hijos de la promesa,
la descendencia de Abrahán, en quien serán bendecidas todas
las naciones. Pero ¿quiénes son los que temen a Dios y quién
es aquél a quien verán y se alegrarán, porque él ha esperado
en la palabra de Dios? Si es el Cuerpo de Cristo, es decir la
Iglesia, quien habla aquí por medio de Cristo, o si esta voz
es de Cristo, que en la Iglesia o desde ella habla como de sí
mismo, ¿acaso no están ellos mismos entre aquéllos que temen

118
CRISTO Y LA IGLESIA

a Dios? ¿Quién es, pues, aquél que ellos ven y de cuya vista
se regocijan? ¿Acaso no es ese pueblo que se ve a sí mismo y
que se alegra… ese pueblo que es la misma Iglesia y que ve
a la Iglesia?
(Enarr. in Psal. 118 [19], 1; P. L. 37, 1154)

Actuando en Él mismo

82. El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago
y las hará aún mayores (Jn 14,12). ¿Qué quiere decir esto? No
hallábamos quien hiciera las obras que Cristo hizo y ¿hemos
de hallar quien haga obras mayores que Él? Y sin embargo,… era
mayor aquello que hicieron los discípulos, es decir, curar a los
enfermos con tan sólo pasar su sombra (Hch 5,15) que sanar-
los con tocar el borde de su manto, como lo hizo el Señor; y
también fueron muchos más los que creyeron con la predica-
ción de los apóstoles que con la del mismo Señor, hecha por su
propia boca. Es así que hemos de ver cómo ha de entenderse
que las obras son mayores: no porque fuese mayor el discípu-
lo que el Maestro, o mayor el siervo que el Señor, o mayor el
hijo adoptivo que el Unigénito, o el hombre mayor que Dios,
sino que por medio de ellos se dignó hacer esas obras mayores
Aquél que en otro lugar les dijo: Sin mí nada podéis hacer (Jn
15,5). En verdad, sólo Él, dejando a un lado sus muchas otras
obras innumerables, los creó sin contar con ellos, sin ellos hizo
este mundo y sin ellos se hizo a Sí mismo cuando se dignó
hacerse hombre Él también. ¿Qué han hecho ellos sin Él sino
el pecado? En fin, todo lo que en este terreno hubiera podido
engañarnos lo apartó… porque continúa enseguida y añade:
Porque yo me voy al Padre, y cuanto pidiereis al Padre en mi
nombre, yo lo haré. El que había dicho «hará» dice después
«haré»; como si dijese: «no os parezca esto imposible, pues el
que cree en mí no podría ser más grande que yo, sino que yo
haré entonces obras mayores que las de ahora; por medio del
que cree en mí yo haré obras mayores que las que ahora hago

119
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sin él.Yo las hago sin él y yo las hago a través de él; mas cuan-
do yo las hago sin él, no las hará él mismo; en cambio, cuando
las hago por su medio también las hará él, aunque no las hace
él por sí mismo. Además, hacer cosas mayores por medio de
él que sin él, no es debilidad, sino condescendencia». ¿Cómo
pagarán los siervos al Señor por todos los beneficios que les
ha concedido? (Sal 115,12). Sobre todo teniendo en cuenta
que, entre otros bienes, se ha dignado concederles también
éste, el de hacer obras mayores por medio de ellos que las que
hizo sin ellos. ¿No se separó triste de la boca del Señor aquel
rico que fue buscando en ella consejo para la vida eterna? Lo
oyó y lo rechazó. Sin embargo, después, lo que uno no hizo al
oírlo de su boca, lo hicieron muchos cuando el buen Maestro
habló por medio de los discípulos. Aquello era algo despre-
ciable a los ojos de aquel rico, a quien Él mismo amonestó, y
algo digno de amor para aquéllos a quienes hizo pasar de la
riqueza a la pobreza por medio de sus pobres.Ved cómo hizo
mayores obras siendo predicado por quienes creyeron en Él
que hablando a quienes le escuchaban.
(Tract. in Joann. 72, 1; P. L. 35, 1822-1823)

Dando dones a sí mismo

83. Subiste a lo alto, hiciste cautiva la cautividad, has recibido


dones entre los hombres (Sal 67,19). Hablando el Apóstol sobre
esto, lo recuerda y lo expone refiriéndolo a Cristo el Señor de
esta manera: A cada uno de nosotros se da la gracia según la medida
del don de Cristo; por lo cual –dice– subió a lo alto y llevó cautiva la
cautividad, entregando dones a los hombres… (Ef 4,7-8). No nos
ha de inquietar que el mismo Apóstol, trayendo a la memoria
este testimonio, no haya dicho: has recibido dones entre los hom-
bres, sino: ha entregado dones a los hombres. En efecto, él, con au-
toridad apostólica, habló atendiendo a que el Hijo es Dios con
el Padre, y conforme a esto, en verdad, dio dones a los hombres
enviándoles el Espíritu Santo, que es el Espíritu del Padre y

120
CRISTO Y LA IGLESIA

del Hijo. En cambio, atendiendo a que el mismo Cristo ha de


ser considerado en su Cuerpo, que es la Iglesia, por lo que sus
miembros son sus santos y sus fieles, según está escrito: Vosotros
sois cuerpo de Cristo y miembros de su cuerpo (1 Cor 12,27), sin
duda que Él mismo recibió dones entre los hombres. Cristo subió
a lo alto y está sentado a la derecha del Padre; pero si no estu-
viese igualmente en la tierra, no clamaría desde el cielo: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch 9,4).Y siendo que Él mismo
dice: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo
hicisteis (Mt 25,40), ¿por qué dudamos de que Él recibe en sus
miembros los dones que éstos aceptan?
Pero ¿qué significa llevaste cautiva la cautividad?... Llamó
cautividad a los hombres mismos, que estaban cautivos bajo
el poder del diablo... y es Cristo el que conduce cautiva esta
cautividad. ¿Por qué no ha de ser feliz la cautividad (captivitas),
si los hombres pueden ser capturados para el bien? En este
sentido se dijo a Pedro: Desde ahora serás capturador (capiens) de
hombres (Lc 5,10). Son cautivos porque han sido hecho cauti-
vos, y están capturados porque han sido subyugados. Han sido
puestos bajo el yugo suave (Mt 11,30), liberados del pecado, de
quien eran esclavos, hechos siervos de la justicia (Rom 6,18) de
la que estaban desembarazados.
(Enarr. in Psal. 67, 25-26; P. L. 36, 827-830)

Caminando a través de Él a Él

84. A esto dícele Tomás: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo


podemos saber el camino? (Jn 14,5). El Señor había dicho que
ellos conocían ambas cosas, y Tomás dice ahora que ambas les
son desconocidas, tanto el lugar adonde va como el camino
por donde se va. Mas Él no sabe mentir, entonces ellos lo sa-
bían pero no sabían que lo sabían. Les va a convencer de que
saben lo que hasta ahora consideran ignorar. Le dijo Jesús:Yo soy
el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). ¿Qué es esto, hermanos?...
¿Acaso sus apóstoles, con quienes hablaba, podían decirle: No

121
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

te conocemos? Por tanto, si le conocían y Él es el Camino,


sabían el camino; si le conocían y Él es la Verdad, conocían la
verdad; si le conocían y Él es la Vida, conocían la vida. Así en-
tienden que saben lo que no sabían que conocían ya…
Ellos sabían el camino porque conocían a Aquél que es
el camino; es el camino por donde se va; pero ¿es también el
camino y el lugar adónde se va? Él les había dicho que sabían
ambas cosas, el camino y el lugar adonde va. Era pues nece-
sario decirles: Yo soy el camino, para mostrarles que sabían lo
que creían ignorar, porque le conocían a Él. De todos modos,
puesto que, conociendo el camino por donde se iba, queda-
ba por saber adónde iba, ¿por qué tenía necesidad de decir
también: Yo soy el camino, la verdad y la vida, sino porque iba
a la verdad, porque iba a la vida? Iba, pues, a Él mismo por
sí mismo.Y nosotros, ¿adónde vamos sino a Él mismo, y por
dónde vamos sino por Él mismo? Luego Él va a Él mismo por
sí mismo, y nosotros a Él por Él mismo; mejor, al Padre Él y al
Padre nosotros. Porque de sí mismo dice en otro lugar: Voy al
Padre (Jn 16,10); y en este pasaje, refiriéndose a nosotros, dice:
Nadie viene al Padre sino por mí. Y así, Él va por sí mismo a Él
y al Padre, y nosotros por Él a Él mismo y al Padre. ¿Quién
entiende esto sino quien lo gusta de modo espiritual? ¿Y qué
es lo que comprende de todo esto, aunque lo sepa espiritual-
mente? ¿Cómo queréis hermanos, que yo os lo explique?...
Dime, Señor mío, ¿qué he de decir a tus siervos y con-
siervos míos? Tomás, el apóstol, te tuvo delante cuando te inte-
rrogó; mas no te habría comprendido si no te hubiese tenido
dentro de sí. Yo te interrogo sabiendo que estás por encima de
mí; te interrogo en cuanto puedo hacer salir fuera de mí a mi
alma (Sal 41,5), adonde pueda escuchar tus enseñanzas sin rui-
do de palabras. Manifiéstame, te lo suplico, cómo Tú mismo
vas a Ti. ¿Acaso, por venir a nosotros, te dejaste a Ti, máxime
porque no viniste por Ti mismo, sino que te envió el Padre?
Sé verdaderamente que te has anonadado, sé que tomaste la
forma de esclavo (Flp 2,7), no que de la forma de Dios hayas
descendido para luego volver a ella o que la hayas perdido

122
CRISTO Y LA IGLESIA

para luego recibirla de nuevo: y, sin embargo viniste, y no sólo


hasta hacerte visible a los ojos humanos, sino también hasta
entregarte en manos de los hombres, ¿de qué modo, sino en tu
carne? Por medio de ella viniste permaneciendo dónde esta-
bas, por ella volviste, sin dejar por ello el lugar adonde habías
venido. Si, pues, viniste y volviste por ella, también por ella, sin
duda alguna, no eres sólo para nosotros el camino por el que
llegamos a Ti, sino que también para Ti,Tú has sido el camino
por el que has venido y has vuelto. Pero, cuando te has ido a
la vida, que eres Tú mismo, también has llevado tu carne de
la muerte a la vida. En verdad, no es la misma cosa el Verbo
de Dios y el hombre; pero el Verbo se hizo carne, esto es, se
hizo hombre. Aunque no por esto es una la persona del Verbo
y otra la persona del hombre, porque Cristo, que es lo uno y
lo otro, es una única persona; y, por consiguiente, del mismo
modo que cuando murió la carne murió Cristo y cuando fue
sepultada la carne fue sepultado Cristo…, así, cuando la carne
vino de la muerte a la vida, Cristo vino a la vida. Y porque
Cristo es el Verbo de Dios, Cristo es la vida; y así, de un modo
admirable e inefable, Aquél que nunca se separó o se perdió a
sí mismo, vino a Sí mismo.
(Tract. in Joann. 69, 1-3; P. L. 35, 1815-1817)

Por Él mismo, entrando en Él mismo

85. Ya que el mismo Jesucristo Salvador nuestro dijo que


Él era el Pastor y la puerta, y que el buen pastor entra por la
puerta (Jn 10,2), debemos explicar cómo Él mismo entra por
medio de sí mismo... Lo voy a decir sin dudar. Si yo intento
entrar donde vosotros, quiero decir en vuestro corazón, pre-
dico a Cristo; pero si predicase otra cosa estaría pretendiendo
entrar por otra parte. Cristo es, pues, la puerta que me per-
mite entrar a vosotros; entro a través de Cristo, no en vuestras
paredes, sino en vuestros corazones... Nosotros predicamos
a Cristo y predicando a Cristo entramos por la puerta. Pero

123
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Cristo predica a Cristo, porque se anuncia a sí mismo, y, por


ende, el Pastor entra por Él mismo. Cuando la luz manifiesta
las cosas que en ella se ven, no ha menester otra cosa para que
se vean, y de este modo manifiesta las cosas y se manifiesta a sí
misma.Todo cuanto entendemos, lo entendemos por el enten-
dimiento; y ¿por quién sino por el entendimiento conocemos
al entendimiento?... El ojo puede ver las cosas, mas no se ve a
sí mismo; el entendimiento, en cambio, entiende las cosas y se
entiende a sí mismo.Y del mismo modo que el entendimien-
to se entiende a sí mismo, de igual manera Cristo se predica
a sí mismo. Si se predica a sí mismo, y predicando entra en
ti entonces entra en ti por sí mismo. También Él es la puerta
para ir al Padre, pues no se puede llegar al Padre si no es por
Él. Porque uno solo es Dios y uno solo el mediador entre Dios y los
hombres, que es el hombre Cristo Jesús (1 Tim 2,5). Muchas cosas
se expresan por medio de la palabra, cuanto os he dicho lo he
dicho por medio de la palabra.Y si quiero deciros una palabra,
¿podría hacerlo sin la palabra? Por eso todas las cosas que no
son lo que es la palabra se dicen por medio de la palabra; y la
misma palabra no puede decirse sino por la palabra. Con la
ayuda del Señor los ejemplos no nos han faltado. Compren-
ded bien cómo el Señor Jesucristo es puerta y pastor: puerta,
abriéndose a sí, y pastor, entrando por medio de sí.
Y ciertamente, hermanos, siendo Él el pastor, concedió
serlo también a sus miembros, pues pastor es Pedro, pastor es
Pablo, pastores los demás apóstoles y pastores también los obis-
pos santos. Pero ninguno de nosotros se dirá puerta; esto Él lo
ha reservado para sí mismo como algo propio, por Él han de
entrar las ovejas. Finalmente, el apóstol Pablo cumplía el oficio
de pastor bueno cuando predicaba a Cristo, porque entraba por
la puerta. Pero, cuando las ovejas indisciplinadas comenzaron a
dividirse en bandos y a fabricarse otras puertas, no para entrar
a reunirse, sino para extraviarse y dividirse, diciendo unos: yo
soy de Pedro; otros, yo soy de Pablo; otros, yo de Apolo, otros, yo
de Cristo; espantado de quienes dijeron: Yo soy de Pablo, gritó a
las ovejas: ¿por dónde vais, miserables? Yo no soy la puerta. ¿Por

124
CRISTO Y LA IGLESIA

ventura por vosotros fue crucificado Pablo o habéis sido bautizados en


el nombre de Pablo? (1 Cor 1,12). Pero quienes decían: Yo soy de
Cristo, habían encontrado la puerta.
(Tract. in Joann. 47, 1-3; P. L. 35, 1732-1735)

Santificándose Él mismo

86. Puesto que el Mediador entre Dios y los hombres, el hom-


bre Cristo Jesús (1 Tim 2,5) ha sido constituido cabeza de la
Iglesia, y los hombres son miembros suyos, por ello, dice lo
que sigue: Y por ellos me santifico a mí mismo (Jn 17,19). ¿Qué
significa: Por ellos me santifico a mí mismo, sino que en mí mis-
mo yo los santifico, puesto que ellos son Yo? Porque éstos de
quienes ahora habla son, como dije antes, miembros suyos, y
Cristo es uno solo: cabeza y cuerpo; nos lo enseña el Apóstol
cuando sobre la descendencia de Abrahán dice: Si vosotros sois
de Cristo, sois descendencia de Abrahán; porque anteriormente
había dicho: [La promesa dada] no dice: «y a los descendientes»,
como si fueran muchos, sino a uno solo, «y a tu descendencia», es decir,
a Cristo (Gal 3,29.16). Si, pues, la descendencia de Abrahán es
Cristo, ¿qué otra cosa señaló a quienes dijo: Sois descendencia
de Abrahán, sino que sois Cristo? Así se explica lo que en otro
lugar dice el mismo Apóstol: Ahora me alegro en mis sufrimientos
por vosotros y completo en mi carne lo que falta de los padecimientos
de Cristo (Col 1,24). No dijo: de mis padecimientos, sino de
los de Cristo, porque era miembro de Cristo; y en sus perse-
cuciones, que eran las que había de padecer Cristo en todo
su cuerpo, también él completaba en parte los sufrimientos
de Él.Y para que lo veas claramente en este pasaje, advierte lo
que sigue. Después de haber dicho: Yo por ellos me santifico a mí
mismo, para que comprendiésemos lo que Él decía en esto, es
decir, que los santificaba en sí, luego añadió: Para que ellos sean
también santificados en la verdad; lo cual ¿qué otra cosa es sino
en Mí, porque la verdad es aquel Verbo que era en el principio
Dios? En Él fue santificado el mismo hijo del hombre en el

125
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

principio de su creación, puesto que el Verbo se hizo carne;


porque una persona fueron el Verbo y el hombre. Entonces se
santificó en sí, esto es, se santificó a Sí, hombre, en Sí, Verbo;
porque Cristo es uno solo, Verbo y hombre, que santifica al
hombre en el Verbo.Y en atención a sus miembros dice: y por
ellos, y continúa, Yo…, es decir, para que también a ellos les sea
provechoso, porque también ellos son Yo; así como a mí me
fue de provecho en mí, porque soy hombre sin ellos: Y yo me
santifico a mí mismo, esto es, los santifico a ellos en mí como a
mí mismo, porque ellos en mí son también Yo.
(Tract. in Joann. 108, 5; P. L. 35, 1916)

EL ESPÍRITU Y LA IGLESIA

El Espíritu, alma de la Iglesia

87. Si queréis poseer el Espíritu Santo, prestadme aten-


ción, hermanos míos. Llamamos alma a nuestro espíritu, por el
que vive todo hombre, llamamos alma a nuestro espíritu, por
el que vive cada uno de los hombres en particular; mirad lo
que hace el alma en el cuerpo: da vida a todos los miembros.
Ve por los ojos, oye por el oído, huele por la nariz, habla por
la lengua, por las manos trabaja y por medio de los pies anda.
Presente en todos los órganos, a la vez toda entera en todos,
les presta vida y su función peculiar a cada uno. Ni oye el ojo,
ni el oído habla, ni la lengua ve; sin embargo, cada miembro
vive: vive el oído, vive la lengua; las funciones son diversas, mas
la vida es común. Así es la Iglesia de Dios, obra milagros por
medio de algunos santos, por otros predica la verdad; es virgen
en unos, en otros guarda la castidad conyugal; en éstos una cosa
y en aquéllos otra; cada uno tiene su don, su función específica,
pero su vida es la misma. Lo que es el alma respecto al orga-
nismo humano, lo es el Espíritu Santo respecto al Cuerpo de
Cristo, la Iglesia; el Espíritu Santo hace en toda la Iglesia lo que

126
CRISTO Y LA IGLESIA

hace el alma en todos los miembros de un mismo cuerpo.Ved


ahora lo que debéis evitar, observar o temer. Ocurre a veces
que hay que amputar un miembro del cuerpo: digamos un pie,
una mano, un dedo. ¿Sigue acaso el alma en el miembro am-
putado? Integrado en el cuerpo, vivía; separado del cuerpo ha
perdido la vida, muere. Así un cristiano católico vive mientras
permanece unido al cuerpo de la Iglesia; en separándose del
cuerpo, es hereje, miembro cortado y sin vida. Si queréis vivir
del Espíritu Santo, guardad la caridad, amad la verdad, desead
la unidad para llegar a la eternidad. Así sea.
(Serm. 267, 4; P. L. 38, 1231)

El Espíritu, ser de la Iglesia

88. A quien dijere una palabra contra el Espíritu Santo, no se


le perdonará ni en este siglo ni en el futuro (Mt 12,32)… A juicio
de algunos, sólo pecan contra el Espíritu Santo los que, lava-
dos ya por el lavatorio de la regeneración (el bautismo) en la
Iglesia y recibido el Espíritu Santo, siendo ingratos para con
este gran beneficio del Salvador, se precipitan en algún pecado
gravísimo como el adulterio, el homicidio, la ruptura con todo
aquello que es cristiano o con la Iglesia católica. Mas no veo
yo cómo pueda probarse el significado de esas palabras en ese
sentido; porque, dentro de la Iglesia, no se niega la posibilidad
de penitencia a ninguna suerte de crímenes…
Así, pues, hermanos, disponed los oídos a mi palabra y
vuestras almas a la acción de Dios; porque digo a vuestra ca-
ridad que no hay tal vez en las santas Escrituras cuestión más
importante, y ninguna más difícil.Y he de confesar a vosotros
algo sobre mí: en mis sermones al pueblo rehuí siempre la
obscuridad y el engorro de este problema; no porque no tu-
viera yo mis pensamientos sobre él, ni tampoco porque haya
desatendido el pedir, buscar y llamar, tratándose de cosa tan
importante, sino por figurarme que, viniendo el caso, no ha-
llaría la expresión justa de mi pensamiento que la esclareciera

127
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

un poco. Mas hoy al oír las lecturas, sobre las que había de ha-
blaros, cuando era leído el Evangelio en tal modo sentí latirme
el corazón, que me pareció voluntad de Dios escuchaseis algo
a este propósito por medio de mi ministerio…
Si comprendiésemos todo pecado como un pecado contra
el Espíritu Santo, ¿quién se podría salvar? Si, por el contrario,
no consideramos ningún pecado como pecado contra el Es-
píritu Santo, contradecimos al Salvador. Sin duda, hay alguna
blasfemia y alguna palabra que si fuese dicha contra el Espíritu
Santo no será perdonada... Para que veáis esto de manera más
clara, atended a aquello que dice el mismo Salvador sobre los
judíos: Si Yo no hubiera venido y no les hubiese hablado, no tendrían
pecado (Jn 15,22). Sin embargo, hablando así, no pretende que
nosotros entendamos que los judíos habrían estado totalmen-
te sin ningún pecado si Él no hubiera venido ni les hubiera
hablado a ellos; pues, sin duda, los encontró llenos y cargados
de pecados…
Sabéis, carísimos, cómo en la invisible e incorruptible
Trinidad, que nuestra fe y la Iglesia católica conserva y predi-
ca, Dios Padre no es Padre del Espíritu Santo, sino del Hijo.
Y Dios Hijo no es Hijo del Espíritu Santo sino del Padre.Y
Dios Espíritu Santo no es el Espíritu sólo del Padre o sólo del
Hijo, sino del Padre y del Hijo… En el Padre se manifiesta a
nosotros la autoridad, en el Hijo el nacer, en el Espíritu Santo
la comunión del Padre y del Hijo, y en los tres la igualdad.
Así, por medio de lo que es común al Padre y al Hijo, ellos
han querido establecer una comunión entre nosotros y con
ellos; y han querido también recogernos en unidad por obra
de aquel Don por el que los dos son uno, es decir, el Espí-
ritu Santo, que es Dios y don de Dios. Es en Él que somos
reconciliados con la divinidad y nos deleitamos en ella. ¿De
qué nos serviría que conociésemos algún bien si asimismo no
amásemos? Porque, así como aprendemos gracias a la verdad,
así también amamos gracias a la caridad; para que conozca-
mos más plenamente y gocemos del bien conocido entonces

128
CRISTO Y LA IGLESIA

la caridad ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu


Santo, que se nos ha dado (Rom 5,5).
El primer don que ha venido a nosotros de parte de la
bondad de Dios desde el inicio de la fe ha sido la remisión de
los pecados, para que podamos recibir la vida eterna que nos
será dada al final… Dios no deposita en nosotros sus bienes
sin antes librarnos de nuestros males, y tanto crecen los unos
cuanto disminuyen los otros; y no llegarán a ser plenos aquéllos
en tanto no se acaben éstos del todo. Ahora bien, que nuestro
Señor perdona los pecados en virtud del Espíritu Santo, como
que en virtud del Espíritu Santo arroja los demonios, puede
ser entendido de lo que dijo a sus discípulos después que re-
sucitó de entre los muertos: Recibid el Espíritu Santo, añadiendo
a continuación: si a alguno perdonareis los pecados, le serán perdo-
nados; si a alguno se los retuviereis, le serán retenidos (Jn 20,22-23).
También aquella regeneración en la que se realiza la remisión
de todos los pecados pasados se obra por el Espíritu Santo, lo
dice el Señor expresamente: Quien no renaciere del agua y del
Espíritu, no podrá entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Observad
sin embargo que nacer del Espíritu no es lo mismo que ali-
mentarse del Espíritu, como nacer de la carne –lo que sucede
cuando la madre da a luz– no es lo mismo que alimentarse
de la carne –lo que tiene lugar cuando se amamanta al niño,
cuando éste se vuelve a beber con contento de ahí de donde
ha nacido para vivir…– El primer don de la bondad de Dios
en el que hemos de creer es la remisión de los pecados en el
Espíritu Santo… Por esto el Señor dijo: Yo he venido a traer
fuego a la tierra (Lc 12,49), y de ahí que el Apóstol diga: Fervo-
rosos de Espíritu (Rom 12,11), porque a partir de Él la caridad
arde, y esa caridad fue derramada en nuestros corazones por
el Espíritu Santo…
Pues es contra este don gratuito, contra esta gracia de Dios
contra la que habla el corazón impenitente. La impenitencia es
la blasfemia contra el Espíritu que no se perdonará ni en este
siglo ni en el futuro. Contra este Espíritu Santo, por el cual han
sido perdonados todos los pecados de aquéllos que han sido

129
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

bautizados y que la Iglesia ha recibido para que a quien per-


donase los pecados le quedasen verdaderamente perdonados,
contra Él dice una palabra muy mala y enormemente impía
–ya con la lengua, ya con el corazón– aquél que atraído a la
penitencia por la paciencia de Dios, él, por la dureza de su cora-
zón y por su corazón impenitente va atesorando contra sí cólera para
el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual
dará a cada uno según sus obras (Rom 2,4-6)… Pero esta obsti-
nación o corazón impenitente no puede ser juzgado mientras
vive el pecador en esta carne; porque no se debe desesperar
de nadie mientras la paciencia de Dios le invite a la penitencia
y mientras no arrebate la vida al impío Aquél que no quiere la
muerte del malvado, sino que se convierta y viva (Ez 18,23). Si hoy
es pagano, ¿cómo sabes que no será cristiano mañana? Si hoy
es judío infiel, ¿qué si mañana cree en Cristo? Si hoy es hereje,
¿no puede seguir mañana la verdad católica? Si hoy es cismá-
tico, ¿no puede mañana abrazar la paz católica?...
También en la misma Iglesia todos los pecados encuentran
perdón, a no ser que se trate del pecado del corazón impeni-
tente dirigido contra el Espíritu Santo. Porque ¿cómo podría
ser perdonado el pecado que impide el perdón de los otros?
Todos los pecados serán perdonados a todos aquéllos en los
que no se halle aquel pecado que no se perdonará jamás.Y al
contrario, no cabe perdonar ningún otro pecado a aquéllos
que se encuentran en el pecado que no se perdona jamás, ya
que el perdón de todos los otros pecados queda impedido por
la atadura de éste…
Puesto que los pecados no son perdonados fuera de la
Iglesia, era necesario que fuesen perdonados en el Espíritu
por quien la Iglesia es congregada en unidad. En efecto, si uno
se arrepiente de sus pecados fuera de la Iglesia, pero conserva
un corazón impenitente respecto de ese único pecado por el
que es ajeno a la Iglesia de Dios, ¿de qué le sirve tal arrepenti-
miento? Basta que diga esa sola palabra contra el Espíritu San-
to, esa palabra lo hace extraño a la Iglesia que recibió este don,
para que en ella se realice la remisión de los pecados por el

130
CRISTO Y LA IGLESIA

Espíritu Santo. Aun cuando es la Trinidad quien lleva a cabo la


remisión, sin embargo, se entiende que ella corresponde pro-
piamente al Espíritu Santo. Él es el Espíritu de los hijos adoptivos
por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! (Rom 8,15), a fin de poder
decirle a Dios: perdónanos nuestras deudas (Mt 6,12). Y, como
dice el apóstol Juan, en esto conocemos que Cristo permanece en
nosotros, por su Espíritu que nos ha dado (1 Jn 3,24). Este mismo
Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios
(Rom 8,16). A Él corresponde también el obrar la comunión
que hace de nosotros el cuerpo único del Hijo único de Dios.
Por eso está escrito: Si hay algo que nos anima en Cristo, algo de
caridad que nos consuela, algo de comunión en el Espíritu (Flp 2,1).
Por esta comunión, aquéllos sobre los que vino por primera
vez hablaban las lenguas de todos los pueblos. En efecto, igual
que por medio de las lenguas se comunican las comunidades
del género humano, así era necesario que a través de las len-
guas de todos los pueblos quedase significada esta comunión
de los hijos de Dios y de los miembros de Cristo que habría
de extenderse a todos los pueblos. De modo que, así como
en aquel entonces era manifiesto que había recibido el Espí-
ritu Santo quien hablaba las lenguas de todos los pueblos, así
ahora se conoce que ha recibido el Espíritu Santo quien se
halla unido por el vínculo de la paz a la Iglesia, que ha sido
extendida hacia todas las naciones. Por eso dice el Apóstol:
Solícitos por conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de
la paz (Ef 4,3)…
Y clarísimamente expresó el apóstol Judas que los que
viven separados de la Iglesia no poseen este Espíritu: Éstos
son los que se separan a sí mismos, hombres carnales, que no tienen
el Espíritu (Jds 19). Por lo que aun dentro de la Iglesia, a unos
que, si bien constituidos dentro de la unidad, por medio de
los nombres de los hombres andaban maquinando cismas,
el apóstol Pablo, amonestándoles, les dice, entre otras cosas:
Pues el hombre carnal no percibe qué son las cosas del Espíritu de
Dios; son para él una locura, y no las puede entender, porque hay
que juzgarlas espiritualmente (1 Cor 2,14)… Y lo dice también

131
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

él aún de manera más clara y abierta: Y cuando uno dice «Yo soy
de Pablo» y otro dice «Yo soy de Apolo», ¿no procedéis de un modo
simplemente humano? Pues ¿qué es Apolo y qué Pablo? Servidores
a través de los cuales habéis creído (1 Cor 3,4-5). Éstos, es decir,
Pablo y Apolo, vivían concordes en la unidad del Espíritu y
en el vínculo de la paz. Sin embargo, por haber querido des-
unirlos, y porque habían comenzado a inflarse a favor del uno
contra el otro, los corintios merecen ser llamados hombres
carnales y animales, incapaces de percibir las cosas del Espíri-
tu de Dios. Con todo, como no están separados de la Iglesia,
los llama párvulos en Cristo. En cambio, sobre aquéllos que
están fuera de la Iglesia, no se dice que no perciben las cosas que
son del Espíritu, y no se refiere a la percepción de un conoci-
miento, sino que se dice de ellos: no tienen el Espíritu. No se
sigue necesariamente que quien tiene perciba, por medio del
saber, aquello que tiene…
Mas no se ha de decir que está en la Iglesia y que pertene-
ce a la comunión en el Espíritu quien se mezcla entre las ove-
jas de Cristo con corazón fingido a través de una pertenencia
sólo corporal. El Santo Espíritu que nos educa huye de la falsedad
(Sab 1,5). Así, quienes han sido bautizados en congregaciones,
más bien disgregaciones, cismáticas o heréticas, puesto que no
han renacido del Espíritu, son semejantes a Ismael, que nació
de Abrahán según la carne, pero no son como Isaac, que na-
ció por el Espíritu, pues nació por la promesa (Gal 4,28.29).
Sin embargo, cuando vienen a la Católica y son integrados
en la comunión del Espíritu, que sin duda no tenían fuera de
ella, no se les repite un lavado de la carne; pues, aun cuando
permanecían fuera, no les faltó esa forma de piedad. Pero sí
se les otorga aquello que sólo nos puede ser dado dentro de
la Iglesia: la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Antes
de ser católicos ellos eran aquéllos de quienes dice el Apóstol
tienen la forma de la piedad, pero reniegan de su fuerza (2 Tim 3,5).
En efecto, bien puede un sarmiento tener una forma visible,
aun separada de la cepa; pero la vida invisible de la raíz no la
puede poseer sino en la cepa…

132
CRISTO Y LA IGLESIA

Puesto que las cosas son así, porque la remisión de los


pecados no tiene lugar sino en el Espíritu Santo, sólo puede
darse en la Iglesia que posee el Espíritu Santo… Quien no está
conmigo, dice Cristo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, des-
parrama (Mt 12,30). Esto lo dice para mostrar que no pertene-
cen a Él quienes, recogiendo fuera de Él, no quieren recoger,
sino desparramar.Y prosigue: Os digo por eso que todo pecado y
blasfemia les serán perdonados a los hombres; mas la blasfemia contra
el Espíritu no se la perdonará. ¿Qué significa esto? ¿Que por ello
sólo la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada, porque
quien no está con Cristo está contra Él, y quien no recoge con
Él, desparrama? Eso mismo. Por tanto, quien no recoge con Él,
sea cual sea el modo en que recoja bajo Su nombre, no tiene
el Espíritu Santo…
Pues, aunque alguien sea tan contrario a la verdad que re-
sista a Dios que habla en su Hijo único..., aun a éste se le per-
donará si por el arrepentimiento vuelve a la bondad de Dios,
quien no desea la muerte del impío sino que se convierta y
viva, y que dio a su Iglesia el Espíritu Santo para que a quien
perdonase los pecados, por medio de ese Espíritu, le quedasen
perdonados. Mas quien se muestre adverso a este don y en vez
de pedirlo con la penitencia le sea contrario con su impeniten-
cia, éste se hace a sí mismo imperdonable; no a causa de un pe-
cado cualquiera, sino porque la misma remisión de los pecados
ha sido despreciada y combatida. También es dicha la palabra
contra el Espíritu Santo cuando no se vuelve de la dispersión a
la comunidad que ha recibido el Espíritu Santo para perdonar
los pecados… Un refugio hay para que la blasfemia no sea irre-
misible: guardarse de un corazón impenitente y evitar el creer
que la penitencia pueda ser eficaz fuera de la Iglesia, pues ella
es el lugar donde se otorga el perdón de los pecados y donde se
custodia la unidad del Espíritu por el vínculo de la paz.
(Serm. 71, 7-37; P. L. 38, 448-466)

133
IV. EL AÑO DE LA IGLESIA

89. Sabemos, hermanos, y retenemos con firmísima fe,


que Cristo murió una sola vez por nosotros; el Justo por los
pecadores, el Señor por los siervos… el Pastor por el rebaño y,
lo que es lo más admirable de todo, el Creador por la criatura:
conservando lo que siempre es, entregando lo que se hizo Él
mismo; Dios oculto, hombre visible, dando vida por su poder,
muriendo por su debilidad; inmutable en su divinidad, pasi-
ble en su carne; como dice el Apóstol: Quien fue entregado por
nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (Rom 4,25).
Sabéis perfectamente que eso tuvo lugar una sola vez. Con
todo, como si tuviera lugar más veces, esta fiesta solemne repite
cada cierto tiempo lo que la verdad proclama, mediante tantas
palabras en la Escritura, que sucedió una sola vez. Pero no son
contrarias la verdad y la solemnidad, como si ésta mintiese y
aquélla dijese lo verdadero. Lo que la verdad indica que tuvo
lugar en realidad una sola vez, la solemnidad lo renueva en los
corazones piadosos al celebrarlo. La verdad descubre las cosas
que sucedieron y cómo sucedieron; la solemnidad, en cambio,
no permite que se vuelvan simplemente pasadas las cosas pa-
sadas, no repitiéndolas, pero sí celebrándolas. Así, pues, Cristo,
nuestra Pascua, ha sido inmolado (1 Cor 5,7). Indudablemente
murió una sola vez, Él ya no muere y la muerte no tiene domi-
nio sobre Él (Rom 6,9). Por tanto, según la voz de la verdad,
decimos que la Pascua tuvo lugar una sola vez, y que no va a
volver a darse; en cambio, según la voz de la solemnidad, cada
año decimos que la Pascua ha de llegar. Así pienso que ha de
entenderse lo que está escrito en el salmo: El pensamiento del
hombre te confesará y los restos del pensamiento celebrarán para Ti un
día de fiesta (Sal 76,11). Si el entendimiento no confiase a la
memoria lo que se refiere a las cosas realizadas en el tiempo,
al transcurrir éste, no quedaría ni rastro de ellas. Por eso, el
entendimiento del hombre, al contemplar la verdad, confiesa

135
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

al Señor; y los restos del pensamiento que permanecen en la


memoria no cesan de celebrar en las fechas establecidas las so-
lemnidades para que el entendimiento no sea juzgado ingrato.
(Serm. 220; P. L. 38, 1089)

NAVIDAD Y EPIFANÍA

90. Celebremos, pues, con gozo, el día en que María dio


a luz al Salvador; la esposa, al creador de los esposos; la virgen,
al príncipe de las vírgenes; y ella, entregada a un marido, es
madre no por el marido; virgen antes del matrimonio, virgen
en el matrimonio, virgen durante el embarazo, virgen cuando
amamantaba.Verdaderamente, al nacer, el Hijo todopoderoso
de ningún modo quitó la virginidad a su Santa Madre, la cual
Él había elegido para nacer. Buena es la fecundidad en el ma-
trimonio, pero mejor es la integridad en la virginidad. Cristo
hombre, que en cuanto Dios –pues es al mismo tiempo Dios
y hombre– podría conceder una y otra cosa, nunca daría a su
madre el bien que aman los casados si hubiese significado la
pérdida de otro bien mejor, por el que las vírgenes renuncian
a ser madres. Así, pues, la santa Iglesia, virgen, celebra hoy el
parto de la Virgen. A ella dice el Apóstol: Os he unido a un único
varón para presentaros a Cristo como virgen casta (2 Cor 11,2). ¿De
dónde proviene aquello de virgen casta en tanta gente de uno y
otro sexo, en tantos no sólo jóvenes y vírgenes, sino también
padres y madres casados? ¿De dónde, digo, como virgen casta
sino de la integridad de la fe, la esperanza y la caridad? La vir-
ginidad que Cristo pensaba abrigar en el corazón de su Iglesia,
la conservó primero en el cuerpo de María. En el matrimonio
humano, la esposa se entrega al esposo para dejar de ser virgen;
la Iglesia en cambio no podría ser virgen si no encontrase el
Hijo de una virgen en el Esposo al que ella fue entregada.
(Serm. 188, 4; P. L. 38, 1004-1005)

136
EL AÑO DE LA IGLESIA

91. Ha parecido justo, y lo es en realidad, que, ya que aque-


llos magos fueron los primeros de entre los gentiles en conocer
a Cristo el Señor y, movidos aún no por Su palabra, siguieron la
estrella que se les apareció y, cual lenguaje celestial, les hablaba
en forma visible de la Palabra que aún no hablaba, pareció justo
entonces que los gentiles pudieran alegrarse conociendo el día
de la salvación concedida a quienes fueron las primicias de entre
ellos y pudieran consagrar ese día a Cristo Nuestro Señor rin-
diendo solemne homenaje de acción de gracias. Entre los judíos,
las primicias para la fe y la revelación de Cristo, fueron aquellos
pastores que, llegando de las cercanías, lo vieron el mismo día
que nació.A unos se lo anunció una estrella, a otros los ángeles.A
éstos se les dijo: Gloria a Dios en los cielos (Lc 2,14); en aquéllos se
cumplió que los cielos proclaman la gloria de Dios (Sal 18,2). Unos
y otros, en verdad, como los comienzos de dos paredes que
traían distinta dirección, la de la circuncisión y la del prepucio,
se juntaron en la piedra angular. Es así como ellos encuentran en
Él la paz, Él que ha hecho de los dos una sola cosa (Ef 2,14).Y
en verdad, los pastores alabaron a Dios por haber visto a Cristo;
mas los magos, además de haberle visto, lo adoraron. En unos la
gracia es lo primero, en los otros la humildad es mayor. Quizás
aquellos pastores, siendo menos culpables, experimentaban más
vivamente el gozo de la salvación, mientras que los magos, car-
gados de muchos pecados, más sumisamente suplicaban perdón.
(Serm. 203, 1-2; P. L. 38, 1035-1036)

92. Los judíos se ensoberbecían, han sido humillados; los


paganos perdían la esperanza, han sido levantados. Que bus-
quen la piedra angular, que corran a ella… y que ahí encuen-
tren el beso de la paz.
(Enarr. in Psal. 58, 10; P. L. 36, 712)

93. Desde la cuna de su infancia se manifestó tanto a los


que estaban cerca como a los que estaban lejos. A los judíos, en
la cercanía de los pastores, y a los gentiles, en la lejanía de los
magos. Aquéllos llegaron el mismo día que nació; éstos, según

137
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

se cree, llegaron a Él un día como hoy. Se les manifestó, pues,


sin que los primeros fueran sabios ni los segundos justos, pues
en la rusticidad de los pastores predomina la ignorancia, y en
las prácticas sacrílegas de los magos, la impiedad. A unos y a
otros los unió a Sí aquella piedra angular que vino a elegir lo
necio del mundo para confundir a los sabios (1 Cor 1,27), y a
llamar no a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,13); para que
nadie, por grande que sea, se ensoberbezca, y nadie, aunque
sea el menor, pierda la esperanza.
(Serm. 200, 4; P. L. 38, 1030)

LA IGLESIA EN LA PASIÓN

Belleza desfigurada

94. Era Dios de Dios... Mas este Verbo de Dios se hizo


carne para morar entre nosotros; la majestad está latente, la de-
bilidad es manifiesta, para que la debilidad sea entregada a la
muerte y conservada la majestad. Le vimos y no tenía apariencia
ni presencia; antes bien su rostro estaba desfigurado y su aspecto era
despreciable: hombre todo él llagado y hecho a todos los quebrantos
(Is 53,2-3). Esta deformidad de Cristo es la que a ti te da forma;
si Él no hubiera querido ser deforme, no habrías tú recobra-
do la forma que habías perdido. Deforme colgaba de la cruz,
pero su deformidad era nuestra belleza. Por tanto, en esta vida,
conservemos a Cristo deforme. ¿Qué significa conservar a
Cristo deforme? A mí líbreme Dios de gloriarme sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí
y yo para el mundo (Gal 6,14). He ahí la deformidad de Cristo.
¿He pretendido yo, acaso, enseñaros alguna otra cosa, sino el
camino? Pues el camino del cielo es creer en el Crucificado.
Nosotros llevamos sobre la frente la señal de su deformidad;
no nos sonrojemos de la deformidad de Cristo.
(Serm. 27, 1-6; P. L. 38, 179-181)

138
EL AÑO DE LA IGLESIA

La Iglesia saliendo del costado abierto

95. Uno de los soldados abrió su costado con una lanza, y al


punto salió sangre y agua (Jn 19,34). El evangelista hizo uso de
una palabra escogida cuidadosamente al no decir que hirió,
golpeó u otra cosa parecida, sino «abrió»; de manera que allí,
en cierto modo, quedaba abierta la puerta de la vida, de don-
de manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se
entra a la vida que es vida verdadera. Aquella sangre fue de-
rramada para la remisión de los pecados; y el agua templa el
cáliz de la salvación; el agua dona el lavado y la bebida. Esto
es lo que preanunciaba el mandato dado a Noé de abrir una
puerta en un lado del arca, por ella debían entrar los animales
que no habrían de perecer en el diluvio, en los cuales la Igle-
sia estaba prefigurada. Por esto la primera mujer fue formada
del costado del varón dormido, y fue llamada madre de los
vivientes. Sin duda ella era el signo de un gran bien antes del
gran mal de la prevaricación. Este segundo Adán, inclinada la
cabeza, se durmió en la cruz, de modo que, de aquello que
brotó de su costado mientras dormía, le fuese formada una
esposa. ¡Oh, muerte por la que los muertos recuperan la vida!
¿Qué cosa más pura que esta sangre? ¿Qué es más saludable
que esta herida?
(Tract. in Joann. 120, 2; P. L. 35, 1953)

La debilidad que nos fortifica

96. Jesús, pues, fatigado del viaje, estaba sentado (Jn 4,6). No
se fatiga en vano Jesús, no se cansa en vano la fortaleza de
Dios; no se fatiga sin causa Aquél por medio del cual noso-
tros, los cansados, somos restablecidos… Jesús se cansa del
viaje por ti. Encontramos en Jesús la fortaleza y encontramos
en Jesús la debilidad: Jesús fuerte y débil… La fortaleza de
Cristo te creó y la flaqueza de Cristo te volvió a crear. La
fortaleza de Cristo hizo que existiese lo que no existía y la

139
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

flaqueza de Cristo hizo que no pereciese lo que existía ya.


Por medio de su fortaleza nos ha creado y a través de su de-
bilidad nos ha buscado…
Así es como Jesús se debilita cansado del viaje. Su viaje es
la carne, que por nosotros asumió… Por lo tanto, cansado del
viaje no es otra cosa sino su estar cansado en la carne. Jesús es
débil en su carne, mas no quieras tú ser débil; sé fuerte tú en
la debilidad de Él, ya que lo débil de Dios es más fuerte que
todos los hombres (1 Cor 1,25).
Adán, que es figura del que ha de venir (Rom 5,14),
nos ha dado bajo la imagen de estas cosas un gran símbolo
del misterio; o más bien, es Dios quien nos lo ofrece en la
persona misma de Adán. Pues, mientras Adán duerme, me-
reció recibir esposa, una esposa formada para él de una de
sus costillas, puesto que de Cristo durmiente en la cruz te-
nía que nacer la Iglesia, de su costado, del costado de Aquél
que duerme; porque del costado del que estaba clavado en
la cruz, y que abrió la lanza, brotaron los sacramentos de la
Iglesia. Pero ¿por qué os he querido recordar esto, herma-
nos? Porque es la flaqueza de Cristo la que nos hace fuertes.
¡Qué imagen tan poderosa se nos ha dado de ello por ade-
lantado! Dios podía haber quitado carne al hombre y for-
mado de ella a la mujer, y esto podía parecer como lo más
conveniente. En efecto, se trataba de crear al sexo más débil,
y la debilidad parece que debía hacerse más bien de carne
que de huesos, pues los huesos son más duros y consistentes
que la carne. Sin embargo, no sustrajo carne para hacer a
la mujer, sino huesos, y la mujer fue formada de los huesos
sacados; y luego el lugar de los huesos fue llenado de carne.
Podía haber restituido hueso por hueso, y para hacer a la
mujer también podía haber sustraído, no una costilla, sino
carne. ¿Qué quiso significar con esto? En la costilla: la mu-
jer es hecha como algo fuerte; en la carne: Adán fue hecho
como algo débil. Son Cristo y la Iglesia; la flaqueza de Él es
nuestra fortaleza.
(Tract. in Joann. 15, 6-8; P. L. 35, 1512-1513)

140
EL AÑO DE LA IGLESIA

97. Queridos hermanos, hace ya muchos años que fue


proclamada esta profecía sobre Nuestro Señor y Salvador: Se
levantará como un retoño y como raíz en una tierra árida (Is 53,2).
¿Por qué como una raíz? Por esto: no había en él ni belleza ni
honor alguno. Sufrió, fue humillado, le escupieron en la cara. No
tenía belleza alguna: aparecía el hombre, aunque era Dios. Así
como la raíz no es hermosa, pero tiene dentro de sí la fuerza
de su belleza… Si te muestran la raíz, no tiene belleza alguna.
No desprecies lo que es abyecto, porque de ahí procede lo que
admiras. Como una raíz en la tierra árida. Ahora mirad la gloria
del árbol. La Iglesia ha crecido, los paganos han creído, los prín-
cipes de la tierra han sido vencidos en el nombre de Cristo para
que así fuesen vencedores en todo el orbe. Sus cuellos han sido
colocados bajo el yugo de Cristo. Antes de ser cristianos perse-
guían a los cristianos en nombre de sus ídolos, ahora persiguen
a los ídolos en nombre de Cristo.Todos recurren a la ayuda de
la Iglesia en todas sus necesidades, en todos sus sufrimientos.
Aquel grano de mostaza ha crecido y ha llegado a ser mayor
que todas las demás plantas: las aves del cielo, los grandes de este
mundo, vienen y se posan en sus ramas. ¿De dónde procede esta
gran belleza? Ha surgido de una raíz desconocida, y esa belleza
aparece en grande gloria. Busquemos la raíz: le han escupido
en el rostro, ha sido humillado, flagelado, crucificado, traspasado,
deshonrado. Mirad, en ello no hay belleza alguna, pero en la
Iglesia es apreciada la gloria de la raíz. He aquí al Esposo que
describió el profeta, aunque humillado, despreciado, rechazado.
Ahora vosotros podéis ver el árbol que ha crecido a partir de
esa raíz y que llena el universo. Una raíz en tierra árida.
(Serm. 44, 1-2; P. L. 38, 258-259)

Conmovido

98. Se dice de Él que, cuando resucitó a Lázaro, se conmo-


vió (Jn 11,33). Era conveniente que el único mediador entre
Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, así como nos

141
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

movió para alcanzar las cosas más elevadas, así también pade-
ciese con nosotros las más bajas… Le escucho a Él, que dice,
ahora mi alma está turbada (Jn 12,27). ¿Qué significa esto? ¿Por
qué mandas a mi alma seguirte, si veo que la tuya se turba?
¿Cómo podré sufrir yo lo que tan gran fortaleza siente que
es muy pesado? ¿Qué fundamento he de buscar, si la roca su-
cumbe? Pero en mi meditación paréceme oír la respuesta del
Señor, que me dice: «Me seguirás aún más, porque así, turbán-
dome, me pongo entre ti y tu carga, para que la puedas llevar;
has escuchado la voz de mi fortaleza dirigida a ti, oye en Mí la
voz de tu flaqueza; te doy fuerzas para que corras, y no freno
el que aceleres, sino que pongo en Mí todo lo que te infunde
miedo y lo extiendo como un camino sobre el que puedas
pasar». ¡Oh, Señor mediador, Dios sobre nosotros, hombre por
nosotros, reconozco tu misericordia!
(Tract. in Joann. 52, 1-2; P. L. 35, 1769-1770)

99. Se turbó en su espíritu (Jn 13,21). Se turbó quien tiene


poder para dar su vida y poder para volverla a tomar (Jn 10,18).
¿Acaso se turba un poder tan grande, se estremece la firmeza
de la piedra, o más bien es nuestra flaqueza la que se turba en
Él? Así es, los siervos no crean en nada indigno de su Señor, an-
tes reconózcanse como miembros en su cabeza. Quien murió
por nosotros, se turba también por nosotros. Quien murió por
su propio poder, se turbó también por su poder. Quien transfi-
guró el cuerpo de nuestra flaqueza, haciéndole tomar la forma
de su cuerpo de gloria (Flp 3,21), transfiguró también en Sí
el afecto de nuestra debilidad, padeciendo con nosotros por
el afecto de su corazón.Y así, cuando el grande está turbado,
el fuerte, el invicto, el verdadero, no temamos por Él, como si
cediese: no perece, sino que nos busca. A nosotros, y solamente
a nosotros, nos busca de este modo; en su turbación hemos de
vernos nosotros mismos, para que cuando estemos turbados
no perezcamos por la desesperación. Cuando se turba Aquél
que no se turba sino queriendo, es para consolar a quien está
turbado aun sin quererlo.

142
EL AÑO DE LA IGLESIA

¡Caigan por tierra los argumentos de los filósofos que nie-


gan que el sabio pueda experimentar la turbación en su espí-
ritu. Dios convirtió en necedad la sabiduría de este mundo (1
Cor 1,20), y conoció Dios los pensamientos de los hombres,
que son vanidad (Sal 93,11). Que claramente se estremezca el
alma del cristiano, pero no por la miseria, sino por la miseri-
cordia; tema que los hombres se pierdan para Cristo, se entris-
tezca cuando alguno se pierde para Cristo; desee que todos los
hombres sean ganados para Cristo; se goce cuando vuelven a
Cristo; tema él mismo perderse para Cristo; se entristezca por
vivir lejos de Cristo; anhele reinar con Cristo y se regocije con
la esperanza de reinar con Cristo…
Preguntará quizá alguno ¿acaso es que el ánimo del cris-
tiano debe turbarse también ante la inminencia de la muerte?
¿Cómo es que el Apóstol desea marcharse y estar con Cristo?
(Flp 1,23)… Ciertamente, son muy fuertes aquellos cristianos
–si es que los hay– que no se estremecen para nada a la vista de
la muerte; pero ¿son más fuertes que Cristo? ¿Quién, por loco
que sea, osará decir tal cosa? ¿Qué significa el que Él se haya
turbado sino que ha consolado a los débiles en su Cuerpo, es
decir, en la Iglesia, a través del voluntario hacerse semejante a
ellos en su debilidad, con el fin de que, si alguno de los suyos
se turba en su espíritu ante la inminencia de la muerte, fije sus
ojos en Él y no se considere digno de reprobación por sen-
tir tal estremecimiento y sea devorado por una muerte peor
que es la desesperación? Y nosotros, a quienes su turbación da
tranquilidad y su debilidad da fuerza, ¡cuánto bien debemos
anhelar y esperar de la participación de su divinidad!
(Tract. in Joann. 60, 2-5; P. L. 35, 1797-1799)

Tentación

100. Pues Él nos modeló en sí mismo cuando quiso ser


tentado por Satanás… En efecto, tú eras tentado en Cristo
porque Cristo había tomado la carne para sí por causa tuya;

143
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

y Él por su parte tenía para ti la salud; Él recibía de ti, para sí


mismo, la muerte; Él tenía, desde sí mismo, para ti, la vida; de
ti para Él, los ultrajes; de sí para ti, los honores; entonces, de ti
para sí, la tentación; de sí para ti, la victoria. Si nosotros hemos
sido tentados en Él, en Él vencemos nosotros al diablo… Me
exaltaste sobre una roca... Oye a San Pablo, que dice: La piedra
era Cristo (1 Cor 10,4). En Él hemos sido edificados. Por tanto,
aquella piedra en la que fuimos edificados, fue primero batida
por los vientos, los ríos y las lluvias cuando Cristo era tentado
por el diablo. Mira sobre qué firmeza te ha querido establecer.
(Enarr. in Psal. 60, 3; P. L. 36, 724-725)

Unidad en el sufrimiento

101. Mis huesos no encuentran reposo a la vista de mis pecados


(Sal 37,4). ¿Quién es el que habla aquí? Algunos dicen que
son palabras de Cristo, basados en ciertas cosas que se dicen
aquí de su pasión, a las cuales llegaremos en seguida y que
yo también reconozco que se dicen de la pasión del Señor.
Pero ¿cómo Aquél que no tenía pecado (1 Pe 2,22) pudo de-
cir: Mis huesos no encuentran reposo a la vista de mis pecados? La
necesidad de comprender nos obliga a verlo como el Cristo
completo y total, es decir, cabeza y cuerpo. Cuando habla
Cristo, unas veces habla únicamente como Cabeza, como
el Salvador, nacido de la Virgen María; otras veces habla en
nombre de su cuerpo, que es la santa Iglesia, extendida por
toda la tierra. Nosotros somos en ese cuerpo suyo, si es que
nuestra fe sincera, nuestra esperanza segura y nuestra cari-
dad ardiente se fundan en Él; somos en su cuerpo, somos sus
miembros, y nos damos cuenta de que nosotros hablamos
ahí… Pues si dijésemos que estas palabras del salmo no son
de Cristo, tampoco serían palabras de Cristo aquellas otras:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Porque es aquí
donde encontramos lo que sigue: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado? Están lejos de mi salvación las palabras de

144
EL AÑO DE LA IGLESIA

mis delitos (Sal 21,2). Igual que se dice antes: A causa de mis
pecados, así también se dice aquí: Las palabras de mis delitos. Y
como es una verdad muy cierta que Cristo no tiene ni peca-
do ni delito, entonces comenzamos a juzgar que las palabras
del salmo no son suyas. Sin embargo, es muy violento y duro
considerar que este salmo no le pertenece a Cristo, pues aquí
tenemos descrita tan claramente la pasión como nos la relata
el Evangelio. Es aquí, en este salmo, donde leemos: Repartieron
mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes. ¿Qué significa que
el mismo Señor, cuando pendía de la cruz, pronunció con
su boca el primer verso de este salmo y dijo: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46) ¿Qué quiso dar
a entender con esto, sino que todo este salmo le pertenece a
Él, puesto que lo recitó desde el principio? Lo que a conti-
nuación se añade: las palabras de mis delitos, no hay duda que
es la voz de Cristo. Pero ¿dónde están los pecados si no es en
su cuerpo, que es la Iglesia? Habla el cuerpo de Cristo y la
Cabeza. ¿Por qué habla como si fuera uno solo? Porque serán
dos en una sola carne (Mt 19,5)… Puesto que son una carne,
no es de admirar que haya una misma voz, que tengan unas
mismas palabras, como de una sola carne que son, cabeza y
cuerpo. Por tanto, escuchémosle como a uno solo, pero a la
cabeza como cabeza y al cuerpo como cuerpo. No se divi-
den las personas, sino que se distingue la dignidad, porque la
cabeza salva y el cuerpo es salvado. La cabeza ofrece la mi-
sericordia y el cuerpo llora su miseria. La cabeza purifica, el
cuerpo confiesa sus pecados; sin embargo, es una sola voz…
(Enarr. in Psal. 37, 6; P. L. 36, 399-400)

102. Lo que aconteció a la Cabeza le sucedió también al


cuerpo. Así como sucedió al Señor en la cruz, así también le
pasó a su cuerpo en toda aquella persecución que se llevó a
cabo contra él; mas todavía no han cesado las persecuciones
de los hombres. Dondequiera que encuentran a un cristiano
suelen ultrajarle, atormentarle, mofarse de él, llamarle estúpido,
inepto, débil de corazón, sin ingenio… Sin embargo, si nuestro

145
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Juez no nos otorga inmediatamente nuestra salvación, no lo


hace porque esté disgustado, sino por amor; no por debilidad
sino habiéndolo meditado; no porque no pueda socorrernos
ya ahora, sino para que el número de todos nosotros pueda ser
completado hasta el fin.
(Enarr. in Psal. 34 II, 8; P. L. 36, 338)

Sufrimiento que completa

103. Él ha ido delante como Cabeza; después se siguió


a sí mismo en su cuerpo… Hallándose en la cruz, una vez
recibido el vinagre, el último padecimiento, dijo: Todo está
cumplido. E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu (Jn 19,30).
¿Qué significa «está cumplido»? Quiere decir: «Ya no me fal-
ta nada para llenar la medida de mis sufrimientos»… Por lo
tanto, estaban completados todos los padecimientos, pero en
la Cabeza; quedaban aún los padecimientos de Cristo en el
cuerpo. Vosotros sois cuerpo y miembros de Cristo (1 Cor 12,27).
Y como el Apóstol era uno de estos miembros, por eso dijo:
Para que complete en mi carne lo que falta de los padecimientos de
Cristo (Col 1,24).Vayamos, pues, hacia allí, adonde Cristo ha
ido primero; porque es también Cristo quien sigue yendo
allí adonde Él nos precedió.
(Enarr. in Psal. 86, 5; P. L. 37, 1104- 1105)

104. ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre? Con in-


sultos, lanzando oprobios, engaños y persecuciones… Todos
juntos para matarlo (Sal 61,4). ¿Tanto espacio hay en el cuerpo
de un solo hombre para que pueda ser matado por todos?
Debemos ver y entender que ahí se trata de nosotros, de la
persona de nuestra Iglesia, de la persona del Cuerpo de Cris-
to. Jesucristo es un solo hombre con su cabeza y su cuerpo;
el salvador del cuerpo y los miembros del cuerpo son dos en
una sola carne, en una voz, en un solo sufrimiento y, cuando
el pecado haya desaparecido, en un solo descanso. Así, pues,

146
EL AÑO DE LA IGLESIA

los padecimientos de Cristo no los soporta sólo Cristo y sin


embargo no hay sufrimientos de Cristo fuera de Cristo. Por
tanto, si entiendes por Cristo la cabeza y el cuerpo, no hay
padecimientos de Cristo fuera de Cristo. Si por el contrario
consideras a Cristo sólo como cabeza, los padecimientos de
Cristo no los soporta sólo Cristo. En efecto, si los padecimien-
tos de Cristo los soporta únicamente Cristo, si solamente los
padece la cabeza, ¿por qué el apóstol Pablo, como uno de los
miembros, dice: Padezco para completar en mi carne lo que falta
de los padecimientos de Cristo? (Col 1,24). Luego si eres uno de
los miembros de Cristo, seas el hombre que seas, sea que es-
cuches estas palabras o que no las escuches –y forzosamente
las entiendes si eres miembro de Cristo– sea lo que sea lo que
sufras de parte de aquéllos que no son miembros de Cristo,
sabrás que es lo que faltaba de los padecimientos de Cristo. Si
son completados es que faltaban; colmas la medida, pero no
la rebasas. Padeces tanto cuanto de tus padecimientos debía
ser añadido al universal padecimiento de Cristo, que padeció
como nuestra cabeza y padece en sus miembros, es decir, en
nosotros mismos. A este fondo (por así decirlo) que nos es
común, como una propiedad pública, nosotros pagamos lo
que debemos, cada uno la parte que nos toca y conforme a
nuestras fuerzas aportamos nuestro canon de sufrimientos... La
satisfacción o la liquidación plena de todos los sufrimientos no
se completará sino cuando se termine el mundo.Todo cuanto
padecieron los profetas, desde el derramamiento de la sangre del
justo Abel hasta la sangre de Zacarías (Mt 23,35), ha sido cargado
sobre un hombre.
(Enarr. in Psal. 61, 4; P. L. 36, 730-731)

La Iglesia bajo la cólera

105. Sobre mí ha atravesado tu cólera (Sal 87,8)… A través de


su propio Cuerpo, es decir, a través de la unidad de los santos
y los creyentes, cuya cabeza es Cristo, atraviesa la ira de Dios;

147
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sin embargo, esta ira no permanece, porque no se dijo refi-


riéndose al creyente sino al incrédulo: la ira de Dios permanece
sobre él (Jn 3,36)...
(Enarr. in Psal. 87, 15; P. L. 37, 1119)

Los amigos que persiguen

106. Mis amigos y allegados me han cercado y han quedado


en pie (Sal 37,12). Entiende qué significa: han quedado en pie
contra mí… Entendamos que habla ya la voz de la Cabeza; ya
comienza nuestra Cabeza a resplandecer en la pasión. Pero,
una vez más, cuando haya comenzado a hablar la Cabeza, no
separes el cuerpo de allí. Si la Cabeza no quiso separarse del
clamor del cuerpo, ¿se atreverá el cuerpo a separarse de los
sufrimientos de la Cabeza? Padece tú en Cristo, puesto que
Cristo se presenta como uno que pecó en tu flaqueza. Aho-
ra, Él decía tus pecados como por su propia boca, los llama
suyos; pues decía ante la presencia de mis pecados (Sal 37,4), los
cuales no eran suyos. Luego, así como a favor de su cuerpo
ha querido tener por suyos nuestros pecados, de igual modo
debemos querer que sean nuestros sus padecimientos, por ser
Él nuestra Cabeza. Pues no ha de ser sólo Él quien padece a
los enemigos que surgen de entre sus amigos, y nosotros en
cambio no. Antes bien, aprestémonos a celebrar el convite
con Él. No rechacemos tal cáliz, para que encontremos por
medio de la debilidad de Cristo el deseo de su grandeza. Pues
a los que querían conseguir su grandeza y no pensaban por
entonces en la humildad de Cristo, les respondió diciéndoles:
¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? (Mt 20,22). Entonces,
aquellos sufrimientos del Señor también son nuestros sufri-
mientos: si alguien sirve rectamente a Dios, conservando la
fe, dando a cada cual lo suyo y viviendo con justicia entre
los hombres, quiero ver si no sufre también eso mismo que
Cristo dice aquí de su Pasión.
(Enarr. in Psal. 37, 16; P. L. 36, 406)

148
EL AÑO DE LA IGLESIA

Ten piedad de mí

107. Apiádate de mí, ¡oh Dios!; apiádate de mí, porque en ti


confía mi alma (Sal 56,2). Cristo dice en la pasión: Apiádate de
mí, ¡oh Dios! Dios dice a Dios: Apiádate de mí. Aquél que junto
con el Padre se ha apiadado de ti, clama dentro de ti: Apiádate
de mí. En efecto, aquello que de Él clama: Apiádate de mí, es
tuyo, de ti lo recibió, se vistió de carne por librarte a ti. Grita
la carne misma: Apiádate de mí, ¡oh Dios!; apiádate de mí. Clama
el hombre entero: alma y carne… Escuchando al Maestro que
ora; aprende a orar. Pues para esto oró, para enseñarnos a orar,
como también padeció para enseñarnos a padecer, resucitó
para enseñarnos a esperar la resurrección.
(Enarr. in Psal. 56, 5; P. L. 36, 665)

La túnica sin costura

108. La vestidura del Señor Jesucristo, dividida en cuatro,


fue figura de su Iglesia, por estar dividida en cuatro dentro de
todo el mundo, pues éste consta de cuatro partes; y por estar dis-
tribuida por todo el orbe de la tierra de manera igual entre todas
esas partes, es decir, en la concordia. Por eso dice en otro lugar
que enviará sus ángeles para que recojan de los cuatro vientos a
sus escogidos… La túnica que fue echada a suertes, significa la
unidad de todas las partes, que se funda en el vínculo de la cari-
dad… No tiene costuras para que no se rasgue, y se la lleva uno
solo, porque reúne a todos en una unidad… De esa totalidad,
según lo indica la lengua griega, le viene el nombre de católica.
(Tract. in Joann. 118, 4; P. L. 35, 1949)

El sufrimiento que domina

109. Sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus
manos (Jn 13,3); por lo tanto también al mismo traidor, porque,

149
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

si no le tuviera en sus manos, no dispondría de él a su voluntad.


De este modo, el traidor había sido entregado a Aquél a quien
deseaba entregar. Y así, entregándolo, obraba el mal para que
fuese realizado un bien que desconocía por parte de Aquél a
quien entregaba. Sabía muy bien el Señor lo que haría por los
amigos, Él, que pacientemente se valía de los enemigos; es así
como el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, las
malas para usarlas, y las buenas, para hacerlas Él.
(Tract. in Joann. 55, 5; P. L. 35, 1786)

El sufrimiento victorioso

110. Cuando les fue dado el Espíritu Santo, se cumplió


en ellos lo que les había dicho: Tened confianza; yo he vencido al
mundo (Jn 16,33). Han confiado y han vencido. ¿Pero en quién
sino en Él? No hubiera Él vencido al mundo si el mundo hu-
biera alcanzado la victoria sobre sus miembros. Por lo cual dice
el Apóstol: Gracias a Dios, que nos da la victoria; añadiendo en
seguida: Por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor 15,57), que
había dicho a los suyos: Tened confianza; yo he vencido al mundo.
(Tract. in Joann. 103, 3; P. L. 35, 1901)

PASCUA

El Aleluya

111. Este es el día que hizo el Señor (Sal 117,24). Ved qué
alegría, hermanos míos; alegría en vosotros que os habéis con-
gregado, alegría en cantar salmos e himnos, alegría en recor-
dar la pasión y resurrección de Cristo, alegría en la esperanza
de la vida futura. Si tanta alegría nos da esto que esperamos,
¿qué será cuando lo poseamos? ¡Mirad cómo se transforma el
espíritu cuando en estos días escuchamos el Aleluya! ¿No es

150
EL AÑO DE LA IGLESIA

como si gustáramos un «no se qué», un algo de aquella ciu-


dad celestial? Y si estos días nos infunden tan grande alegría,
¿qué sucederá aquél en que se nos diga: Venid, benditos de mi
Padre; recibid el reino (Mt 25,34); cuando todos los santos sean
congregados en la unidad, cuando se encuentren allí quienes
no se conocían de antes y se reconozcan quienes ya se cono-
cían; allí donde la compañía será tal que nunca se perderá un
amigo ni se temerá un enemigo? Henos, pues, proclamando
el Aleluya; es cosa buena y alegre, llena de gozo, de placer y
de suavidad. Con todo, si estuviéramos diciéndolo siempre,
nos cansaríamos; pero como va asociado a cierta época del
año, ¡con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva, se va!
¿Acaso allí, de igual manera, habrá gozo y habrá cansancio?
No lo habrá. Quizá diga alguien: «¿Cómo puede suceder que
se hará siempre lo mismo y no se sentirá ningún cansancio?»
Si logro mostrarte algo que esta vida nunca llega a cansar, has
de creer que allí todo será así. Se cansa uno de un alimento, de
una bebida, de un espectáculo; se cansa uno de esto y aquello,
pero nunca se cansó nadie de la salud. Así, pues, como aquí, en
esta carne mortal y frágil, en medio del tedio originado por
la pesantez del cuerpo, nunca ha podido darse que alguien se
cansara de la salud, de idéntica manera tampoco allí producirá
cansancio la caridad, la inmortalidad, la eternidad.
(Serm. 229/B, 2; Morin I 8; M. A. 465-466)

La mujer ante la tumba

112. Se han llevado al Señor del sepulcro y no sé dónde lo


han puesto (Jn 20,2). Ellos corrieron, entraron, vieron sólo los
lienzos, no el cuerpo; pensaron que había desaparecido, no
que había resucitado. Ellos vieron que no estaba en la tumba,
estos varones pensaron que había sido sustraído y se fueron
de allí. La mujer se quedó y comenzó a buscar entre lágrimas
el cuerpo de Jesús, se puso a llorar cerca del sepulcro. Ellos se
preocuparon menos, su condición es más fuerte, pero tienen

151
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

menos amor. La mujer buscaba a Jesús más que ellos, porque


en el paraíso ella fue la primera que perdió a Jesús. Puesto que
la muerte había entrado por ella, ella era la que más buscaba
la vida. Pero después de todo, ¿cómo la buscaba? Como al
cuerpo de un muerto, no como la incorruptibilidad del Dios
vivo. Tampoco ella creía que si el cuerpo no estaba en el se-
pulcro era porque el Señor había resucitado. Ella entró y vio
a los ángeles. No se mostraron así los ángeles ni a Pedro ni a
Juan y, sin embargo, sí que se mostraron a una mujer. Todo
esto, queridos hermanos, nos muestra claramente que el sexo
más débil buscó más aquello que, como ya hemos dicho, había
perdido primero.
(Serm. 229/L, 1; Morin I 14; M. A. 486)

«No me toques»

113. No me toques (Jn 20,17). Mirad que Él ha sido to-


cado por sus discípulos: Tocad y ved que un espíritu no tiene
carne y huesos (Lc 24,30)… «¿Por qué a Tomás le es permiti-
do tocar, mientras que a María se le dice: No me toques?». En
ese mismo lugar Él expuso el porqué al decir: Pues aún no
he subido al Padre. ¿Qué significa esto? Estás aquí en la tierra
e impides que te toquen; cuando hayas ascendido, ¿quién
podrá tocarte? Estando en la tierra, rechazas la mano que se
te acerca. A este respecto podemos conjeturar en modo un
poco rebuscado y decir: «Hizo bien el Señor en reservar a
los incrédulos el que lo tocaran; a esta mujer le impidió que
lo tocara porque ya había creído. En efecto, ¿qué necesidad
tenía de tocar y buscar a quien había reconocido ya cuando
lo escuchó?». Mas el Señor no dejó de hablar; Él dijo después
el porqué. No me toques. ¿Por qué? Pues aún no he subido a mi
Padre: tócalo entonces cuando haya subido al Padre. ¿Qué
quiere decir «tócalo cuando haya subido al Padre»? Significa:
tócalo como igual al Padre. ¿Qué significa: «Tócalo como
igual al Padre»? Significa: toca a Dios, es decir, cree en Dios.

152
EL AÑO DE LA IGLESIA

Creer lo que aparece ante tus ojos es fácil: es la forma de


siervo que asumió por ti, es el vestido de Dios. No significa
gran cosa ver la carne. La vieron también los judíos, quienes
lo mataron; en cambio, no la vieron los gentiles y creyeron.
Y, entonces, Él continúa: en la manera en que ahora me ves,
en los miembros de carne, en la imagen que ya conoces, así
como me ves ahora, no me toques; es decir, no permanezcas
ahí, que tu mirada no llegue sólo hasta eso, que no sea éste el
término de tu fe. Sí, es verdad, quiero que creas en mí como
hombre que soy, pero no permanezcas ahí, extiende la mano
de la fe, no te quedes ahí…
Lo han tocado así quienes confesaron que subió al cielo y
está sentado a la derecha del Padre. Así lo toca la Iglesia, de la que
María era figura.Toquemos a Cristo, toquémoslo. Creer es to-
carlo. No alargues tu mano sólo hasta el límite del hombre…
No te digo que te retires. ¿Qué es lo que digo? Digo que no
te detengas ahí; quien quiere detenerse en el camino no llegará
a la posada. Levántate, camina; Cristo hombre es tu camino;
Cristo Dios es tu patria…
Pues de esta manera lo tocó la que padecía flujo de sangre.
¡Qué fe había en ella, que el Señor le dijo: «Ponte al frente y
manifiéstate de entre la muchedumbre; obtén la alabanza por
la misma razón por la que has obtenido ya la salud»! Vete, hija;
tu fe te ha salvado; vete en paz. Si preguntas de qué fe se trata,
escucha: Dijo en su corazón: Si tocare la orla de su vestido, quedaré
sana (Mt 9,21)… ¡Qué tocar! ¡Qué creer! ¡Qué exigir! Y esto
por obra de una mujer fatigada por sus padecimientos de san-
gre, igual que la Iglesia, afligida y lastimada en sus mártires por
el derramamiento de sangre, pero llena de las virtudes de la fe.
Antes gastó sus bienes en médicos, es decir, en los dioses de los
gentiles, que nunca pudieron curarla; a esta Iglesia el Señor no
le mostró su presencia corporal, sino espiritual. Ahora, la mujer
que lo tocó y el Señor que ha sido tocado ya se han conocido.
Mas para enseñar a tocar a aquéllos para los que era necesario
conocer la salvación dijo: ¿Quién me ha tocado? Y los discípulos
le replicaron: La muchedumbre te apretuja y tú preguntas: «¿Quién

153
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

me ha tocado?» (Lc 8,45). Preguntas quién te ha tocado, como si


te encontrases en algún lugar elevado, donde ninguno te toca,
Tú, al que una multitud infinita apretuja. Dijo el Señor: Alguien
me ha tocado, he sentido más a la única que me tocó que a la
turba que me oprimía. La multitud sabe fácilmente apretujar:
¡ojalá que aprenda a tocar!
(Serm. 375/C, 1-6; Mai 95; M. A. 343-345)

Las cicatrices

114. No seas incrédulo. ¿Eran falsas las cicatrices del Se-


ñor...? ¡Lejos de nosotros el pensar eso! ¡No! Las palabras del
Señor son verdaderas, el Señor ha mostrado huesos de verdad,
cicatrices verdaderas. Ha llevado al cielo verdaderos miembros,
mas no ha llevado al cielo la corrupción. Esa carne dice: la
muerte está muerta.
(Serm. 375/C, 3; Mai 95; M. A. 433)

La Iglesia que sube

115. ¿No sabíais que debía cumplirse todo lo que sobre mí


estaba escrito en la Ley, en los profetas y en los salmos? Entonces
les abrió los ojos del espíritu para que comprendieran las Escrituras.
Y les dijo: Estaba escrito que el Cristo debía padecer y resucitar de
entre los muertos al tercer día (Lc 24,44-46)… ¡Oh, Iglesia santa,
escucha y ve! Escucha las cosas que habían sido predichas,
míralas cumplidas. Era la cabeza la que persuadía, el Señor
Jesucristo; era la cabeza de la Iglesia la que les convencía de
que estaba en verdad vivo, intacto, firme, y quien condu-
cía a la fe a los que creen… Así la cabeza les convenció en
cuanto a Él mismo. Pero, ¿y nosotros?, ¿y el cuerpo? La ca-
beza es Cristo; el cuerpo es la Iglesia. Los apóstoles veían a
la cabeza pero no veían a la Iglesia futura. ¡Prestad atención!
Veían a la cabeza, tocaban a la cabeza, abrazaban a la cabeza,

154
EL AÑO DE LA IGLESIA

conversaban con la cabeza pero no veían a la Iglesia futura.


¿Y entonces nosotros, qué? En cierto modo, en este acto de
matrimonio habrían tenido que ser nombrados y expresados
el esposo y la esposa. Pero teniendo en cuenta que Él ya ha
mostrado como esposo y que ha silenciado el nombre de la
esposa, las bodas no han tenido lugar nada más que a medias.
Es necesario que lleguen a completarse esas bodas celestiales;
el esposo ya se ha mostrado, es pues necesario que aparezca
la esposa: Él está presente, ella ha de llegar; Él en su resurrec-
ción, ella en la predicación; que se le vea a Él; que se crea en
ella. ¿Cómo lo han visto? Ved que un espíritu no tiene huesos ni
carne como vosotros veis que yo tengo… ¿Y qué sobre la Iglesia?
Y en su nombre se proclamará la penitencia y el perdón de los pe-
cados. ¿Dónde y hasta dónde? A todos los pueblos, comenzando
por Jerusalén (Lc 24, 47). Ésta es la Iglesia.
(Serm. 229/J, 4-5; Morin I App. 7; M. A. 584-585)

116. Porque era necesario que el Cristo padeciera y resucitara


de entre los muertos al tercer día y que se predicase en su nombre la
penitencia y el perdón de los pecados por todos los pueblos, comen-
zando por Jerusalén (Lc 24,46-47). Mirad que los discípulos
vieron a Cristo después de la resurrección y también escu-
charon de su boca que, según las Escrituras Santas, así tenía
que suceder. Nosotros no hemos visto a Cristo presente en
su carne, pero escuchamos a diario las Escrituras cuando és-
tas son leídas, con las que ellos también fueron fortalecidos.
¿Qué les dijo a propósito de las Escrituras? [Que estaba escri-
to] que en su nombre se predicase por todos los pueblos la penitencia
y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén. Esto no lo
veían los discípulos; sólo veían a Cristo, que hablaba sobre la
Iglesia futura. Así, ellos creían por la palabra de Cristo aquello
que no veían.Veían la Cabeza, pero aún no veían el cuerpo;
nosotros vemos el cuerpo y creemos lo que se refiere a la
Cabeza. Son dos: el esposo y la esposa, la cabeza y el cuerpo,
Cristo y la Iglesia. Se manifestó personalmente a los discípu-
los y les prometió la Iglesia; a nosotros nos mostró la Iglesia

155
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

y nos ordenó creer lo que se refiere a Él. Los apóstoles veían


una cosa, la otra no la veían; también nosotros vemos una
cosa y no vemos la otra. Así como ellos, estando delante de la
Cabeza, creían todo cuanto se refería al cuerpo, así nosotros,
viendo el cuerpo, creamos en la Cabeza. ¿O hemos de ne-
garla acaso? La verdad con su clamor no nos permite hacerlo.
Vemos, en efecto, cómo la Iglesia de Cristo alaba el nombre
del Señor desde la salida del sol hasta el ocaso. Comenzando,
dijo, por Jerusalén. Así fue hecho, pues les había dicho: Per-
maneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto,
puesto que os enviaré desde el Padre lo que he prometido.
Hallándose ellos en la ciudad, vino el Espíritu Santo en el día
de Pentecostés, llenó a los discípulos, y hablaron las lenguas
de todos los pueblos. Un solo hombre hablaba las lenguas
de todos los pueblos, porque la unidad de la Iglesia se iba a
realizar en todos los pueblos… A muchos se les traspasó el co-
razón, y muchos millares de hombres se acercaron a Cristo (Hch
2,37-41). Entonces se ordenaron siete diáconos para hacer
frente a las necesidades del ministerio, entre los que destaca-
ba el santo Esteban, lleno del Espíritu Santo. Una vez orde-
nados, el espíritu del santo Esteban no podía contenerse de
predicar la verdad: hervía, echaba chispas, se encendía, hasta
el punto que los judíos, llenos de envidia debido a la dureza
de su corazón, hicieron caer sobre él una cruel lapidación, y
a nosotros nos procuraron el mártir precursor de todos los
mártires. Muerto, pues, Esteban, la Iglesia que había nacido
en Jerusalén sufrió una persecución. Según la promesa del
Señor, comenzaban a levantarse los cimientos de la Iglesia
a partir de Jerusalén. Se produjo la persecución y se disper-
saron los hermanos. Como troncos ardientes encendidos en
una misma hoguera, se dispersaron por la tierra, y prendían
fuego en cualquier lugar a donde llegaban. Así se llenaron
del Evangelio Judea y Samaria; se avanzó hasta los gentiles
y se llegó hasta los confines del mundo.Vemos el Evangelio
extendido por todo el mundo, no porque se haya alejado de
la raíz, sino porque ha crecido. Lo estamos viendo; la fe se

156
EL AÑO DE LA IGLESIA

encuentra extendida por todos los pueblos, comenzando por


Jerusalén. Niéguelo quien se atreva; no son mis palabras las
que hieren sus oídos, pues la misma verdad golpea los ojos
de quienes lo niegan y cierra su boca, y se cumple así lo que
está escrito: Pues ha sido cerrada la boca de quienes hablaban fal-
sedades (Sal 62,12).
(Serm. 229/I, 2-4; Mai 86; M. A. 325-327)

ASCENSIÓN

Tan sólo el que bajó, sube

117. Nuestro Señor Jesucristo ha subido hoy al cielo;


suba con Él nuestro corazón. Escuchemos al Apóstol, que
dice: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba,
donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre; buscad las cosas de
arriba, no las de la tierra (Col 3,1-2). Pues así como Él ascendió
y no se apartó de nosotros, de idéntica manera también no-
sotros estamos ya con Él allí, aunque aún no se haya realizado
en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido. Él ha sido
ensalzado ya por encima de los cielos; no obstante, sufre en
la tierra cuantas fatigas nosotros padecemos como miembros
suyos. Una prueba de esta verdad la dio al clamar desde lo alto:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch 9,4) Y al decir: Tuve
hambre, y me disteis de comer (Mt 25,35). ¿Por qué nosotros no
nos esforzamos en la tierra de tal modo que descansemos ya
con Él en el cielo mediante la fe, la esperanza y la caridad, por
las cuales vivimos unidos a Él? Él, aún estando allí en el cielo,
está también con nosotros; igualmente, nosotros, aún estando
aquí, estamos allí con Él. Esto Él lo puede por su divinidad,
su poder y su amor; nosotros, aunque no lo podemos en vir-
tud de la divinidad como Él, lo podemos, no obstante, por
el amor, pero un amor que se abandona en Él. Él no se alejó
del cielo cuando descendió de allí hasta nosotros, ni tampoco

157
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

se alejó de nosotros cuando ascendió de nuevo al cielo. Que


estaba ahí en el cielo mientras se hallaba aquí en la tierra, lo
atestigua Él mismo: Nadie subió al cielo sino quien bajó del cielo,
el hijo del hombre que está en el cielo (Jn 3,13). No dijo: «El Hijo
del hombre que estará en el cielo», sino: El Hijo del hombre
que está en el cielo.
Que Él está con nosotros incluso cuando está en el cielo
es algo que prometió antes de ascender, cuando dijo: Mirad
que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Pero
también nosotros estamos allí mediante nuestros nombres,
puesto que Él mismo dijo: Regocijaos, porque vuestros nombres
están escritos en el cielo (Lc 10,20), a pesar de que con nuestros
cuerpos y fatigas desgastemos la tierra y nosotros seamos
desgastados por la tierra... No hemos de perder la esperanza
de alcanzar la perfecta y angélica morada celestial porque Él
haya dicho: Nadie sube al cielo sino quien bajó del cielo: el Hijo del
hombre que está en el cielo. Parece que estas palabras las hubiese
dicho Él refiriéndose únicamente a sí mismo, como si a fin
de cuentas ninguno de nosotros lo pudiese recibir. Pero Él
dijo esas palabras a causa de la unidad, porque Él es nuestra
cabeza y nosotros su cuerpo. Por tanto, nadie sube sino sólo
Él, porque nosotros somos Él en cuanto que Él es Hijo del
hombre por nosotros, y nosotros hijos de Dios por Él. Así, de
modo verdadero, habla el Apóstol: De la misma manera que el
cuerpo es único y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo
(1 Cor 12,12). No dijo: «Así Cristo», sino así también Cris-
to. Entonces, Cristo tiene muchos miembros y es un único
cuerpo. Descendió del cielo por misericordia y no asciende
nadie sino Él; y, si nosotros somos en Él, es por gracia. Es por
esto que nadie descendió sino Cristo, y nadie ascendió sino
Él. No se trata de diluir la dignidad de la cabeza en el cuerpo,
sino que la unidad del cuerpo no sea separada de la cabeza…
Descendió sin el vestido del cuerpo, ascendió con él; y, sin
embargo, nadie ascendió, sino quien descendió. Pues si Él
nos incorporó a sí mismo como miembros suyos, de forma

158
EL AÑO DE LA IGLESIA

que, incluso incorporados nosotros, sigue siendo Él mismo,


con mayor razón ese cuerpo que Él ha tomado de la Virgen,
no puede pertenecer a otra persona más que a Él. Cuando
alguien sube a un monte o a una muralla, o a cualquier otro
lugar elevado, ¿acaso no se dirá que es el mismo el que bajó y
que ahora ha subido, si bajó despojado de sus vestiduras y as-
ciende con ellas, o si descendió desarmado y asciende arma-
do? Pues de este modo se dice nadie subió sino quien descendió,
aunque haya subido con algo que no tenía al descender; y es
así que nadie subió al cielo sino Cristo, porque nadie sino Él
bajo de allí, aunque haya descendido sin cuerpo y haya as-
cendido con él, habiendo de ascender también nosotros, no
por nuestro poder, sino por la unidad de Él con nosotros. En
efecto, son dos en una sola carne; es un gran misterio entre Cristo
y la Iglesia (Ef 5,31-32); por eso dice Él mismo: Ya no son dos,
sino una sola carne (Mt 19,6).
(Serm. 263/A, 1-3; Mai 98; M. A. 347-349)

El Cristo total, sube a los cielos

118. ¿Quieres subir? Mantente sujeto al que sube.Tú no


puedes elevarte por ti mismo, porque nadie sube al cielo sino el
que bajó del cielo: el Hijo del hombre, que está en el cielo (Jn 3,13).
Y si nadie asciende sino quien descendió, y ése es el Hijo
del hombre, nuestro Señor Jesucristo, ¿acaso también quie-
res subir tú? Sé entonces un miembro suyo, del único que
asciende. En efecto, Él es la Cabeza y constituye un único
hombre con sus miembros. Y como nadie puede subir sino
quien haya sido constituido miembro de su cuerpo, en eso
se cumple lo de: Nadie sube al cielo sino el que bajó. No puedes
decir: ¿Cómo es que subió por ejemplo Pedro, cómo subió
Pablo, cómo subieron los apóstoles, si nadie sube sino el que
bajó? Se te podría responder ¿Qué es lo que Pedro, Pablo,
los otros apóstoles y todos los fieles escuchan de parte del
Apóstol? Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno de vosotros

159
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sus miembros (1 Cor 12,27). Si, por tanto, el cuerpo de Cristo


y los miembros no son sino una sola persona, no hagas tú
dos. Él deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa
y para que sean así los dos una sola carne. Aquí en el mundo
Él dejó a su Padre, no se mostró como igual al Padre, al con-
trario, se vació de sí mismo, tomando la forma de siervo (Flp 2,7).
Dejó también a su madre, la Sinagoga, de la que nació según
la carne. Y se unió a su Esposa, a saber, a su Iglesia. Él mis-
mo recordó un testimonio de esta unidad cuando demostró
que no está permitido separar a los esposos: ¿No habéis leído
que al principio Dios los hizo hombre y mujer? Continuó: Serán
dos en una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre. ¿Y qué significa dos en una carne? Lo dice a
continuación: Por tanto, ya no serán dos, sino una sola carne (Mt
19,4-6). Ninguno sube sino el que descendió.
Mirad, vosotros sabéis ya que esposo y esposa son un solo
hombre, pero esto solamente según la carne de Cristo, no se-
gún su divinidad. Porque nosotros no podemos ser lo que Él
es según la divinidad que le es propia, pues Él es Creador y
nosotros somos criaturas; Él es el hacedor, nosotros la hechura;
Él es el autor, nosotros su obra; mas para que fuéramos con Él
y por medio de Él una sola cosa, ha querido ser nuestra cabe-
za. De nosotros tomó la carne en la que habría de morir por
nosotros y así… Él mismo es a la vez Esposo y Esposa. Clara-
mente Él es Esposo, en cuanto es cabeza, y Esposa, en cuanto
es cuerpo. Serán por tanto, dijo, dos en una sola carne; y, no ya dos,
sino una carne sola.
(Serm. 91, 7-8; P. L. 38, 570-571)

La ascensión del corazón

119. Levantaos vosotros de la tierra: como esto no le es po-


sible al cuerpo, que vuele entonces el espíritu. Elevaos vosotros
de la tierra; sufrid en la tierra las fatigas, pensad en el descanso
del cielo. Actuemos aquí el bien para que permanezcamos

160
EL AÑO DE LA IGLESIA

siempre allí. No hay para el corazón ningún lugar en la tierra


donde pueda conservar su integridad: si permaneciese en la
tierra, se corrompería.Todos ponen en un lugar elevado lo que
tienen de valor; muchos hombres, mejor dicho, todos los hom-
bres, cuando oyen hablar de la inminencia de algunos peligros
por causa de las guerras, buscan dónde poder conservar aque-
llo que tienen de valor. ¿Acaso no es así? ¿Puede alguien del
género humano comportarse distintamente a como digo? Si
tiene plata, si tiene oro, si tiene joyas, si tiene preciosos collares
o vestidos caros, busca dónde los puede conservar y asegurarse
de no perder lo que posee. Lo más oportuno es que ponga en
lo alto lo mejor que tiene, que lo coloque en un lugar eleva-
do. ¿Qué tiene mejor que su corazón? Los bienes de la tierra
se poseen con el corazón. En efecto, ¿acaso poseen algo los
niños pequeños, que aún no tienen el sentido y el uso de la
razón? Lo tienen dormido, aún no está despierto en ellos lo
que tienen por creación. Nace para ser heredero de todos los
bienes y, aunque por derecho sean suyas todas las cosas, no las
posee aún, porque todavía no tiene aquello con qué poseerlas.
Por eso dijo el Apóstol: Mientras el heredero es pequeño, en nada
se distingue del siervo (Gal 4,1). Si, pues, poseemos algo en la
tierra, es por el corazón, la inteligencia, el sentido, el ingenio,
la razón, el pensamiento, la decisión. ¡Cuántas cosas he men-
cionado! ¿Y, qué he dicho? ¿Quién puede comprenderse a sí
mismo? ¡Cuánto menos a Quien le hizo! Confiemos a ese
lugar lo que apreciamos. Examinad, hermanos míos, las cosas
en torno vuestro y hallad lo más valioso que tengáis. Mi invita-
ción se dirige también a los avaros; ¡con cuánta mayor facilidad
me escuchan los que no lo son! Dejo convictos a los avaros:
¡Oh tú, hombre avaro y acaparador, que por doquier buscas
ganancias, sean justas o vergonzosamente injustas!; mucho lodo
reúnes junto a ti; lodo amontonas, y no temes enfangarte en
él, porque tienes en mucho los bienes terrenos. Hombre eres,
tienes un cuerpo y un alma; refiriéndome primero a tu cuerpo,
te pregunto qué es lo que tienes en mayor estima. Pienso que
en tu cuerpo no encuentras nada más valioso que tus ojos...

161
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Considera ahora tus tesoros, mira qué es lo que guardas. Si


alguien te dijera: «O me das lo que tienes guardado en la tie-
rra o ahora mismo te saco los ojos», ¿no darías todo por tus
ojos? Lo darías todo para no quedarte ciego en medio de tus
riquezas, pues no poseerías lo que no ves. Tu avaricia posee,
efectivamente, el oro, o una parte cualquiera de la tierra, por
muy pequeña o lejana que sea; sin embargo con tus ojos po-
sees el cielo, con tus ojos miras al sol, con tus ojos contemplas
los astros, por medio de tus ojos posees el mundo. ¿Y para
qué seguir diciendo cosas? Interrógate a ti mismo; tu alma
te responderá en nombre del cuerpo: «Dalo todo, guarda mis
ventanas». Esto es lo que te dice tu alma: «En tu rostro tengo
dos ventanas, a través de ellas veo esta luz; entrega el oro para
que no se cierren mis ventanas». Es decir, que estás dispuesto
a dar todo por tus ojos.
Ciertamente, en tu cuerpo no tienes cosa más valiosa que
tus ojos; eso limitándonos al cuerpo. Pero ahora te mostraré
que posees algo que aprecias más que a tus ojos: aquello a
quien hablo es más precioso para ti que tus ojos; enseguida
me lo vas a reconocer. Pero insisto: estoy diciendo aquello a
lo que hablo, no aquello por lo que hablo. Por el oído llego
hasta la mente, por el oído estimulo tu mente, por el sonido
hablo a tu mente, exhorto a tu mente y la edifico. Pregunto
a la mente acerca de la mente misma y así interrogo al hom-
bre… Si se te permitiese conservar ambas cosas, ojos y mente,
sería una felicidad. Pero si no te es posible tener las dos y se te
propone quedarte con una sola de ellas y se te dice: «Elige lo
que sea mejor para ti: perder los ojos del cuerpo o la mente».
¿Qué haces? Si pierdes la mente, te conviertes en una bestia;
si pierdes los ojos, tendrás la mente y serás un hombre. Di,
elige lo que quieras. ¿Qué quieres ser: un hombre ciego o
una bestia que ve? Habéis aplaudido, habéis decidido; lo que
habéis decidido, ¿cómo lo visteis? ¿Qué os he mostrado para
que aplaudieseis? ¿Os he mostrado algunos hermosos colores,
algunas formas bellísimas, oro o plata? ¿Os he presentado al-
gunas piedras preciosas para que las contemplarais? Nada de

162
EL AÑO DE LA IGLESIA

esto; y, sin embargo, habéis aplaudido y con vuestro aplauso


habéis dado a entender vuestra elección. Aquello con lo que
tú has visto lo que has elegido, es la mente misma, a la cual
yo hablo. Y, puesto que has elegido aquello que escuchaste
por medio de mi palabra, eso créelo también según la palabra
de Dios. Eso, en lo que escuchas y haces cuando decimos le-
vantemos el corazón. Piensa en Cristo sentado a la derecha del
Padre; piensa en que ha de venir a juzgar a vivos y a muertos.
Que piense la fe; la fe radica en la mente, en los fundamentos
del corazón está la fe.
(Serm. 265/C, 1-2; Morin I 20; M. A. 504-506)

Cristo en el corazón

120. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el


Padre es más grande que yo (Jn 14,29). Estaban fijados en Él sólo
como hombre y eran incapaces de pensar en Él como Dios.
Ellos llegarían después a pensar en Él como Dios cuando, como
hombre, hubo de desaparecer de entre ellos y de la mirada de
sus ojos; para que, eliminada la familiaridad que ellos se ha-
bían hecho con la carne, aprendieran a pensar en su divinidad
incluso en la ausencia de esa carne… Comenzaréis a no ver
este vestido que tomé por humildad. Sin embargo, este vestido
será elevado al cielo para que aprendáis que debéis esperar. No
dejó aquí en la tierra la vestidura que quiso vestir aquí, pues
si la hubiese abandonado aquí abajo, todos habrían perdido la
esperanza en la resurrección de la carne… Una vez que delante
de los ojos Él fue elevado en su aspecto según la carne, ya no lo
vieron como hombre.Y si se entristecieron, fue porque había
aún en sus corazones algún rastro de deseo carnal. Sin embargo,
ellos se reunieron después y comenzaron a orar. Pasados diez
días había de enviarles el Espíritu Santo, para que Él los llena-
ra de amor espiritual, removiendo de ellos los deseos según la
carne. De esta manera les hacía comprender que Cristo era la
Palabra de Dios, Dios junto a Dios, por quien fueron hechas

163
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

todas las cosas. Mas ellos no habrían podido ser llenados de esta
inteligencia si no se hubiese alejado de sus ojos el amor carnal.
Por eso dijo: Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre,
porque el Padre es más grande que yo. Conforme al hombre que
soy, Él es más grande que yo, y es igual, en cuanto soy Dios…
A la manera en que quien se pone un vestido no se convierte
en su vestido, sino que permanece siendo el mismo hombre
íntegro. Si un senador se viste de esclavo, porque quizá con su
vestidura senatorial no puede entrar a consolar a alguien que
está prisionero en la cárcel; si se pone entonces la vestidura de
un encarcelado, se le ve en sucias vestiduras según su aspecto
humano. No obstante, por dentro, su dignidad senatorial per-
manece tanto más íntegra cuanto mayor fue la misericordia
por la que quiso revestirse de los hábitos de la humildad. Así
pasa con el Señor, que sigue siendo Dios, que sigue siendo el
Verbo, que sigue siendo la Sabiduría, la Fuerza Divina, que
sigue siendo aquél que gobierna los cielos, que sigue siendo
el que dispone las cosas de la tierra, que colma a los sabios,
que es todo en todos, todo en la totalidad del mundo, que
está todo entero en los patriarcas, en los profetas, en los santos,
todo entero en el seno de la Virgen para revestirse de nuestra
carne, para unírsela a sí mismo como a una esposa. Salió de su
lecho nupcial como esposo para desposar a la Iglesia, la virgen
casta. Así, es menor que el Padre en cuanto hombre y es igual
a Él en cuanto Dios. Echad fuera de vosotros los deseos según
la carne. Como si dijese a sus apóstoles: «No queréis dejarme
marchar, igual que nadie quiere abandonar a un amigo y por
eso le dice: “Permanece con nosotros otro poco, pues nuestra
alma recobra fuerzas para el camino cuando te vemos”; pero
es mejor que no veáis esta carne y penséis en la divinidad.
Me aparto de vosotros externamente, pero internamente os
lleno de mí mismo». ¿Acaso Cristo entra en el corazón según
la carne y con la carne? Según su divinidad, Él posee nuestro
corazón; según la carne, Él habla al corazón por medio de los
ojos y así instruye desde fuera. Sin embargo, Él habita den-
tro, para que nosotros volviéndonos a nuestro interior seamos

164
EL AÑO DE LA IGLESIA

vivificados por Él, seamos formados desde Él mismo, porque


Él es la forma increada de todas las cosas.
(Serm. 264, 3-4; P. L. 38, 1214-1216)

PENTECOSTÉS

La fiesta de la unidad

121. Cuando el Espíritu vino del cielo y llenó a los que


habían creído en Cristo, ellos comenzaron a hablar en todas
las lenguas; y, en aquel tiempo, si alguien hablaba las lenguas
de todos, éste era el signo de que había recibido el Espíritu
Santo. ¿Acaso ahora ya no es dado el Espíritu Santo a los cre-
yentes? Lejos de nosotros creer esto; en tal caso no tendríamos
nosotros esperanza alguna.También ellos [los herejes], en ver-
dad, confiesan que el Espíritu Santo es dado a los que creen;
también nosotros decimos esto, esto es lo que creemos y, aún
más, afirmamos que esto tiene lugar sólo en la Iglesia católi-
ca. Sean, pues, ellos católicos, allí es comunicado el Espíritu
Santo; seamos católicos nosotros, aquí se comunica el Espíritu
Santo. No busquemos ahora cuál es la diferencia, ni quiénes
son católicos: lo que está claro es que el Espíritu es donado.
¿Por qué ahora no hablan las lenguas de todos quienes reci-
ben el Espíritu Santo, sino porque entonces estaba prefigura-
do en unos pocos lo que después habría de ser manifiesto en
todos? ¿Qué preanunció el Espíritu Santo, conmoviendo los
corazones de aquéllos a quienes entonces había llenado y en-
señándoles todas las lenguas? Un hombre apenas aprende dos
o tres lenguas, ya sea mediante maestros, ya por la presencia
frecuente en algunas regiones en las que se hablan; o, como
mucho, tres o cuatro. Quienes habían sido llenados del Espíritu
Santo las hablaban todas, y ciertamente de forma instantánea,
no porque las hubiesen aprendido poco a poco. ¿Qué es lo
que mostraba, entonces, el Espíritu? Dime por qué ahora no

165
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

hace lo mismo, ¿no es acaso porque lo hacía significando algo?


¿Y qué es lo que significaba, sino que el Evangelio se iba a
extender por todas las lenguas? Me atrevo a decir que tam-
bién ahora la Iglesia habla todas las lenguas, pues proclama en
todas ellas el Evangelio, y lo que hace poco he dicho acerca
de los miembros lo repito a propósito de las lenguas. Como
el ojo dice: «El pie anda por mí», y el pie dice: «El ojo ve por
mí», también yo digo: «Mi lengua es el griego, también lo es el
hebreo, mi lengua es la siriaca: a todas las une la misma fe y a
todas las incluye la unidad de la caridad». Lo que ha quedado
ya como manifiesto mediante el Señor, había sido predicho
antes por los profetas: A toda la tierra alcanza su pregón y hasta
los extremos del orbe su lenguaje (Sal 18,5). He aquí hasta dónde
llegó el crecimiento de la Iglesia, que por esa totalidad recibe
el nombre de católica. Advierte también que todas las lenguas
se extendieron por la totalidad de las tierras: No son lenguajes
ni palabras cuyo sonido no se escuche (Sal 18,4).
(Serm. 162/A, 11; Denis 19; M. A. 109-110)

122. Así como después del diluvio, la impía soberbia de


los hombres construyó una torre muy alta contra Dios, a con-
secuencia de lo cual el género humano mereció el ser dividido
por medio de la diversificación de las lenguas, de forma que
cada pueblo hablaba la suya propia, sin que la comprendie-
ran los demás; de idéntica manera, la humilde piedad de los
creyentes reunió en la unidad de la Iglesia la diversidad de
las lenguas. Esto sucedió para que lo que la discordia había
dispersado fuese reunido nuevamente por la caridad, y para
que los miembros desperdigados del género humano, como
miembros de un solo cuerpo, fuesen restituidos y unidos a la
única cabeza que es Cristo; y es así como son fundidos en la
unidad del cuerpo santo gracias al fuego del amor. De este don
del Espíritu Santo están totalmente alejados los que odian la
gracia de la paz, los que no guardan el vínculo de la unidad.
Aunque también ellos se reúnan hoy con toda solemnidad,
aunque escuchen estas mismas lecturas por las que saben que

166
EL AÑO DE LA IGLESIA

el Espíritu Santo ha sido prometido y ha sido enviado; las es-


cuchan para su propia condenación, no para recibir el premio.
¿De qué les sirve acoger con el oído lo que rechazan con el
corazón y celebrar el día de Aquél cuya luz odian? Vosotros, en
cambio, hermanos míos, miembros del cuerpo de Cristo, pe-
queños retoños de la unidad, hijos de la paz, celebrad este día
con alegría y confianza. En vosotros se cumple lo que estaba
prefigurado en aquellos días, cuando vino el Espíritu Santo.
(Serm. 271; P. L. 38, 1245-1246)

La medida del Espíritu: el amor por la Iglesia

123. También nosotros recibimos el Espíritu Santo si


amamos a la Iglesia, si la caridad es lo que nos mantiene uni-
dos y si nos alegramos de llevar el nombre y de profesar la fe
«católica». Creámoslo así, hermanos: quienquiera que sea, en la
medida en que ama a la Iglesia de Cristo, en esa misma medida
posee el Espíritu Santo… Pues, si amas la unidad, quien en ella
posee algo valioso, lo posee también para ti. Expulsa toda envi-
dia y así será tuyo todo lo que tengo; aleje yo de mí la envidia,
y será mío todo lo tuyo. La envidia divide, la buena salud une...
Poseemos, sin duda, el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia;
amamos a la Iglesia si permanecemos fundados en su unidad
y su caridad… La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5,5).
(Tract. in Joann. 32, 8; P. L. 35, 1645-1646)

LA GRAN MISIÓN

124. ¿Señor, es ahora el tiempo en que vas a restaurar el reino de


Israel? (Hch 1,6). Considerad el orden y el método del maes-
tro bueno, maestro singular, el único maestro. No respondió

167
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

a lo que le habían preguntado, y sí respondió a lo que no le


habían preguntado. Pues Él sabía que no les convenía saber
lo que le preguntaron; pero lo que Él sabía que les convenía,
se lo dijo aunque ellos no se lo hubiesen preguntado. No os
corresponde a vosotros, les dijo, conocer el tiempo. ¿Adónde te con-
duce el conocer el tiempo? De lo que se trata es de ponerse
por encima del tiempo, y ¿tú vas buscándolo?… Pero ¿qué os
corresponde a vosotros saber? Antes bien, recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos. ¿Dón-
de? En Jerusalén. Esto era lo que indudablemente teníamos
que escuchar, pues en estas palabras se anuncia la Iglesia, aquí
la Iglesia es encomendada, viene proclamada la unidad y se
condena la división. Se dijo a los apóstoles: Seréis mis testigos.
Ahora se dice a los creyentes, a los vasos de Dios, a los vasos de
misericordia: Seréis mis testigos. ¿Dónde? En Jerusalén, donde
recibí la muerte; en toda Judea, y Samaria y hasta los confines de
la tierra. He aquí lo que tenéis que oír, esto es lo que debéis
conservar. Sed la esposa y esperad tranquilos al esposo. La es-
posa es la Iglesia. ¿Dónde se ha señalado que ha de estar ella,
la que estos testigos habrían de anunciar? Muchos, en efecto,
han de decir: «Mírala, está aquí». Los escucharía si otro no me
dijera también: «Mira, está aquí». ¿Qué dices tú? «Está aquí».
Ya iba yo hacia allí, pero otro con voz semejante me llama:
«Mírala aquí». Tú, desde una parte dices: «Hela aquí»; desde
otra parte dice otro: «Hela allí». Preguntemos al Señor, inter-
pelémosle a Él. Que las partes hagan silencio, escuchemos al
todo. Dice uno desde una esquina: «Aquí está»; desde la otra
dice otro: «No está ahí, sino aquí». Dinos tú, Señor, dónde
está; indícanos Tú a la que redimiste, muéstranos a la que Tú
has amado. Hemos sido invitados a tus bodas; muéstranos a
tu esposa, no sea que perturbemos tu vínculo esponsal con
nuestras disputas. Él nos la indica y nos la muestra claramen-
te: no abandona a los inquietos que desean saber, ni ama a
los que están continuamente discutiendo. Lo dice a sus dis-
cípulos y lo dice también a quienes no le preguntan, porque
se opone a los que disputan. Y quizá por ello no había sido

168
EL AÑO DE LA IGLESIA

interrogado sobre esto por los apóstoles, porque el rebaño de


Cristo todavía no había sido dividido por parte de los ladro-
nes. Nosotros, conocedores por experiencia de los dolores de
la división, busquemos con empeño que la unidad coagule.
Los apóstoles preguntan por el «tiempo» del juicio, y el Señor
responde con el «lugar» de la Iglesia. No respondió a lo que le
preguntaron, sino que veía ya de antemano nuestros dolores.
Seréis, dijo, mis testigos en Jerusalén. Pero esto es poco. No has
pagado un precio tan grande por esto, no has adquirido úni-
camente eso. En Jerusalén. Añade algo más: Y hasta los confines
de la tierra. Has topado con los confines, ¿por qué no pones fin
a las disputas? Que nadie me diga ya: «Mira, está aquí» o «No
ahí, sino aquí». Que calle la presunción humana, escuchemos
el anuncio divino y que se conserve la verdadera promesa:
En Jerusalén, y en toda Judea, y Samaria, y hasta los confines de la
tierra (Hch 1,6). Dichas estas cosas, una nube lo envolvió.Ya no
era necesario que fuese añadido nada más, para que ellos no
tuviesen que conjeturar sobre otras cosas.
Ved, por tanto, hermanos, lo que debéis amar ante todo y
a lo que debéis adheriros firmemente. El Señor, resucitando,
habiendo sido glorificado, nos encomienda la Iglesia; ahora
que, ascendiendo, ha de ser glorificado, nos encomienda nue-
vamente la Iglesia; enviando al Espíritu Santo desde el cielo,
nos encomienda de nuevo la Iglesia. ¿Qué dijo a sus discípulos
al resucitar? Esto es lo que os dije cuando aún estaba con vosotros:
que era necesario que se cumpliera todo lo escrito sobre mí en la ley
de Moisés y en los profetas y los salmos. Entonces les abrió el enten-
dimiento para que comprendiesen las Escrituras, y les dijo: Así está
escrito, y así convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los
muertos al tercer día. ¿Dónde está la encomienda de la Iglesia
que Él les hace? Y que en su nombre se predicase la penitencia y el
perdón de los pecados. Y esto, ¿dónde? Por todos los pueblos, comen-
zando por Jerusalén (Lc 24,44-47). Esto lo dice ya glorificado
mediante la resurrección. ¿Qué es lo que dice ahora que ha
de ser glorificado por la ascensión? Lo que habéis escuchado:
Seréis mis testigos en Jerusalén, y en toda Judea, y Samaria, y hasta

169
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

los confines de la tierra (Hch 1,8). ¿Qué hay sobre esa misma
encomienda de la Iglesia en la venida del Espíritu Santo? Vino
el Espíritu Santo, y los primeros que quedaron llenos de Él
hablaban las lenguas de todos los pueblos. Y que cada uno
de esos hombres hablaba las lenguas de todos, ¿qué otra cosa
significaba sino la unidad que se extiende a través de todas
las lenguas? Aferrados a esto, establecidos en esto, fortalecidos
en esto y unidos en esta fe mediante un amor inquebranta-
ble, alabemos como niños al Señor y cantemos Aleluya. Pero
¿esto, en una sola parte? ¿Y entonces, desde dónde? ¿Hasta
dónde? Desde la salida del sol hasta el ocaso, alabad el nombre del
Señor (Sal 112,3).
(Serm. 265, 5-12; P. L. 38, 1221-1224)

125. Por este motivo nuestro Señor Jesucristo, subiendo


a los cielos después de cuarenta días, confió con insistencia su
cuerpo diciendo por dónde se iba a extender en la tierra: veía
que muchos habrían de venerarle por haber subido al cielo y
se daba cuenta de que esa honra era inútil si se pisoteaba a sus
miembros que quedaban sobre la tierra. Y para que nadie se
fuese a equivocar en esto e, incluso adorando a la cabeza en el
cielo, lo pisotease aquí en la tierra, dejó dicho dónde habrían
de estar sus miembros. A punto de ascender dijo sus últimas
palabras y, tras haberlas dicho, ya no habló más aquí en la tie-
rra. La cabeza que iba a subir a los cielos nos encomendó sus
miembros que quedaban en la tierra y después partió. En ade-
lante no se encuentra a Cristo hablando en la tierra; uno se da
cuenta de que Él habla, pero lo hace desde el cielo. ¿Y por qué
habla desde lo alto del cielo? Porque sus miembros eran piso-
teados aquí en la tierra. A Pablo el perseguidor le dice desde
lo alto: Pablo, ¿por qué me persigues? (Hch 9,4). He ascendido a
los cielos, pero yazgo todavía en la tierra; aquí estoy sentado a
la derecha de Dios Padre, pero allí sigo teniendo hambre, sed,
sigo siendo peregrino.
¿En qué manera, Él, en el momento de ascender, enco-
mendó a su cuerpo aquí en la tierra? Cuando le preguntaron

170
EL AÑO DE LA IGLESIA

sus discípulos: Señor, ¿es éste el tiempo en que te manifestarás y


en que vas a restaurar el reino de Israel?, Él, que tenía que partir,
respondió: No os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre
ha establecido con su sola autoridad; en cambio, vosotros recibiréis
la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis
mis testigos. Ved, pues, por qué lugar se extiende su cuerpo,
ved dónde no quiere ser atropellado: Seréis mis testigos en Je-
rusalén, y en toda Judea, y en Samaria y hasta los confines de la
tierra (Hch, 1,6-8). He aquí los lugares en los que yazgo; yo,
que asciendo. Subo porque soy la cabeza; mi cuerpo sigue
estando en la tierra. ¿Dónde está? Hasta los confines de la tierra.
Entonces, ten cuidado para no golpearle, para no violentarle,
no atropellarle.
Estas son las últimas palabras de Cristo, las que dijo en el
momento de subir al cielo. Imagínate a un hombre enfermo
que desfallece en su cama, acostado en su casa, reducido a la
nada por su enfermedad, a punto de morir, jadeante, teniendo,
por decirlo así, su alma ya en los labios y, preocupado por una
cosa para él muy querida, que aprecia mucho, se acuerda de
ella y llamando a sus herederos les dice: «Os lo ruego, haced
esto». Casi se puede decir que se esfuerza violentamente en
conservar la vida para no morirse antes de haber manifestado
claramente su voluntad.Y cuando ha pronunciado ya esas úl-
timas palabras, expira su alma y su cuerpo es enterrado.
¿Cómo no se habrán de acordar los herederos de las últi-
mas palabras del moribundo? Y si acaso hubiese alguien que
les dijese: «No hagáis eso». ¿Qué le responderán? «¿Acaso no
voy yo a hacer lo que mi padre me ha encargado en sus últi-
mos momentos, mientras expiraba su alma; aquello último que
resonó en mis oídos y que provenía de mi padre que se mar-
chaba? Quizás podría actuar de otro modo si se tratara de otras
palabras, pero las últimas me obligan de modo especial porque
ya no le he vuelto a ver, ya no he vuelto a escuchar su voz».
Reflexionad, hermanos, con un corazón cristiano. Si
las palabras de quien está a punto de marcharse a la tumba
son para los herederos particularmente dulces, agradables y

171
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

de tanto valor; para los herederos de Cristo, ¿qué valor habrán


de tener esas últimas palabras de Aquél que no se marchaba
nuevamente al sepulcro sino que ahora subía al cielo?... ¿Qué
cosa pueden esperar para sí mismos aquéllos que no guardan
las últimas palabras de quien está sentado en el cielo y que
mira desde lo alto si sus palabras se desprecian o no? Las pala-
bras de Aquél que dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, de
Él, que reserva para el juicio todo aquello que hace padecer a
sus miembros.
(Tract. in Ep. Joann. 10, 9; P. L. 35, 2060-2062)

172
V. LAS FUENTES DE LA SALUD

EL BAUTISMO

El mar Rojo

126. Creo… en el perdón de los pecados. Si éste no existiese


en la Iglesia, ninguna esperanza nos quedaría; si no existiese
en la Iglesia el perdón de los pecados, no habría ninguna espe-
ranza de vida futura ni de liberación eterna. Damos gracias a
Dios porque concedió este don a su Iglesia. Mirad que habréis
de acercaros a la fuente santa: seréis mojados en el bautismo
salvador y seréis renovados con el baño de la regeneración; al
salir de ese baño estaréis ya sin pecado alguno.Todo lo que en
el pasado os perseguía quedará destruido allí.Vuestros pecados
serán semejantes a los egipcios que perseguían a los israelitas;
los persiguieron, pero sólo hasta el mar Rojo. ¿Qué significa
«hasta el mar Rojo»? Hasta la fuente consagrada con la cruz y
la sangre de Cristo. Lo que es rojo tiñe de rojo. ¿No ves cómo
el costado de Cristo tiñe de rojo? Pregunta a los ojos de la fe;
si miras a la cruz, pon atención también a la sangre; si miras
a lo que de ella cuelga, considera también lo que derramó.
El costado de Cristo fue perforado con una lanza, y de allí
brotó el precio que pagó por nosotros. Por esto el bautismo
está marcado con el signo de Cristo; es decir, se hace la señal
de la cruz sobre el agua en la que os sumergís y por la que
pasáis cual si fuera el mar Rojo. Vuestros pecados son vues-
tros enemigos; van detrás de vosotros, pero sólo hasta el mar.
Cuando hayáis entrado en él, vosotros os libraréis, pero ellos
serán aniquilados, del mismo modo que el agua cubrió a los
egipcios mientras los israelitas pasaban a pie enjuto. ¿Y qué
dijo la Escritura? No quedó ni uno solo de ellos (Sal 105,11). Ha-
yas pecado mucho, hayas pecado poco, hayas hecho pecados
grandes o hayas cometido pecados pequeños, ¿qué importa,

173
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

si no quedó ni uno solo de ellos? Pero como hemos de vivir aún


en este mundo, en el que nadie vive sin pecado, por eso el
perdón de los pecados se obtiene no solamente en el baño del
santo bautismo, sino también mediante la oración del Señor
hecha a diario, la que vais a recibir dentro de ocho días. En
esa oración encontraréis una especie de bautismo cotidiano,
de forma que tendréis que dar gracias a Dios, que concedió a
su Iglesia este don que proclamamos en el símbolo; en efec-
to, después de decir: Creo… en la santa Iglesia, añadimos: en el
perdón de los pecados.
(Serm. 213, 9; Morin I 1; M. A. 448-449)

Sangre que expía

127. Ellos mataron al médico; el médico, de su sangre,


ha hecho la medicina para los que lo mataban… Os habéis
dejado arrastrar por vuestra cólera y habéis derramado san-
gre inocente; creed y bebed lo que habéis vertido… ¡Qué
grande misericordia y qué grande gloria! ¡Qué no se les ha
de perdonar, si les ha sido perdonado el que hayan matado a
Cristo! Por lo tanto, amados míos, nadie ha de dudar de que
los pecados son perdonados en el baño de la regeneración,
absolutamente todos, los más pequeños y los más grandes;
tenéis de ello un ejemplo y un gran testimonio: no hay pe-
cado más grande que matar a Cristo; y puesto que ese pecado
ha sido perdonado, ¿qué pecado quedará sin perdonar en el
creyente bautizado?
(Serm. 229/E, 2; Morin I 9; M. A. 468)

Invitación al bautismo

128. Acercaos, pues, a Dios con corazón contrito, puesto


que está cerca de los contritos de corazón, y os salvará a vo-
sotros, los humildes de espíritu (Sal 33,19). Acercaos a porfía

174
LAS FUENTES DE LA SALUD

para que seáis iluminados.Vosotros estáis todavía en las tinie-


blas y las tinieblas viven en vosotros; pero seréis luz en el Se-
ñor que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9).
Vivíais conformados al mundo, seréis reformados según Dios.
Que finalmente os hastíe la cautividad babilónica. He aquí
que nuestra madre, la Jerusalén celestial, os sale al encuentro
en los caminos, llena de alegría os invita y os pide que deseéis
la vida, que améis el ver días buenos, ésos que nunca habéis
disfrutado ni disfrutaréis en este mundo. En el mundo, vues-
tros días desaparecían como el humo, para ellos aumentar sig-
nificaba disminuir, el crecer significaba hacerse más breves, el
sucederse de ellos era un desvanecerse. Quienes vivisteis en el
pecado durante muchos y malos años, desead vivir para Dios,
no muchos años que han de terminar algún día y corren para
desaparecer bajo la sombra de la muerte, sino desead más bien
días mejores y años buenos, cercanos a la Vida que es capaz de
donar vida en verdad, donde ya no habrá hambre alguna, ni
os fatigaréis a causa de la sed, porque vuestro alimento será la
fe y vuestra bebida la sabiduría.Ya ahora, en la fe, bendecís al
Señor en la Iglesia; pero entonces, en la visión, seréis saciados
desbordantemente de las fuentes de Israel…
Esperad en Él, vosotros que sois asamblea del nuevo pue-
blo; y pueblo que estás a punto de nacer, pueblo que hizo el
Señor, esmérate para ser dado a luz con salud y no ser abortado
funestamente. Mira, he aquí el seno de la madre Iglesia, mira
que se esfuerza y fatiga en medio de gemidos para traerte a la
vida y para conducirte a la luz de la fe. No agitéis por vuestra
impaciencia las entrañas de la madre, estrechando así las puer-
tas de vuestro parto. Pueblo que estás siendo creado, alaba a tu
Dios. Alaba a tu Señor, tú que estás recibiendo la vida. Porque
eres amamantado, alábale; porque eres educado, alábale; por-
que eres alimentado, crece en sabiduría y en edad. También
Él aceptó para sí la espera del parto temporal; Él, a quien la
brevedad del tiempo no le hace ser menos y al que ninguna
duración del tiempo le hace ser más, sino que desde sus días
eternos excluyó de sí mismo toda estrechez y todo tiempo.

175
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Por eso, así como advierte aquel benigno educador de los


que son pequeños: no seáis niños en juicio; sed niños en malicia,
pero hombres perfectos en juicio (1 Cor 14,20). Como candidatos al
bautismo que sois, sed adolescentes en Cristo en un modo que
conviene a aquello que sois4, para que crezcáis como jóvenes
hasta llegar al hombre completo. Como está escrito, alegrad a
vuestro padre con vuestro progresar en la sabiduría y no con-
tristéis a vuestra madre con vuestra necedad (Prov 10,1; 15,20).
Amad lo que vais a ser. Vais a ser hijos de Dios, hijos de
adopción. Eso se os otorgará y se os concederá gratuitamente.
Vuestra participación en ese don será tanto más abundante
y generosa cuanto mayor sea vuestra gratitud hacia Aquél
de quien lo habéis recibido. Anhelad ir hacia Él, que conoce
quiénes son los suyos. No tendrá inconveniente en contaros
entre los que Él sabe que son suyos si, invocando el nombre
del Señor, os apartáis de la injusticia. Tenéis en este mundo a
vuestros padres carnales, o los habéis tenido, que os engen-
draron para la fatiga, el sufrimiento y la muerte; pero, en un
modo más feliz que en la orfandad, cada uno de vosotros
puede decir de ellos: Mi padre y mi madre me han abandonado
(Sal 26,10). Reconoce pues, cristiano, a aquel Padre que, al
abandonarte ellos, te recogió desde el seno de tu madre, y a
quien el hombre creyente dice con verdad: Tú eres mi protector
desde el seno de mi madre (Sal 21,11). Dios es Padre, la Iglesia
es madre. Habéis nacido de éstos de manera muy distinta a
como habéis nacido de aquéllos. Ni la fatiga, ni la miseria, ni
el llanto, ni la muerte, sino la agilidad, la dicha, el gozo y la
vida acogerán estos nacimientos. Por medio de aquéllos ha
tenido lugar un nacimiento lamentable, por medio de éstos
sucede un nacimiento digno de ser apreciado. Aquéllos, al
engendrarnos, nos engendran para la pena eterna a causa de

4 Competentes, aquellos catecúmenos que solicitaban inmediatamente el

Bautismo y por eso eran elevados a un nuevo rango de más rigurosa disciplina
(N. de H. U. von Balthasar).

176
LAS FUENTES DE LA SALUD

la antigua culpa; éstos, regenerándonos, hacen que desapa-


rezca la pena y la culpa. Ésta es la re-generación de aquéllos que
lo buscan, de los que buscan el rostro del Dios de Jacob (Sal 23,6).
Buscadlo con humildad; pues, una vez que le hayáis hallado,
llegaréis a una altura segura.Vuestra infancia será la inocencia;
vuestra niñez, la reverencia; vuestra adolescencia, la paciencia;
vuestra juventud, el valor; vuestra edad adulta, el mérito; y
vuestra senectud no será otra cosa que vuestro entendimien-
to canoso y sabio. No se trata sólo de que pases a través de
todas estas partes o etapas de la vida, sino de que te renueves
permaneciendo en ellas; en efecto, aquí no entra la segunda
para que muera la primera, ni el surgir de la tercera supone
la muerte de la segunda, ni nace la cuarta para que fenezca la
tercera; tampoco la quinta envidiará a la cuarta para quedarse
ella, ni la sexta dará sepultura a la quinta. Si bien estas edades
no vienen al mismo tiempo, sin embargo perseveran juntas y
en concordia en el alma piadosa y justa. Ellas te conducirán a
la séptima, la del descanso y la de la paz perpetua.
(Serm. 216, 4-8; P. L. 38, 1078-1081)

La fe y el bautismo

129. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado


(Jn 15,3). ¿Por qué no dice: «estáis limpios por el bautismo con
que habéis sido lavados» y dice, en cambio, por la palabra que os
he hablado? ¿No es acaso porque es precisamente la palabra la
que limpia con el agua? Quita la palabra, ¿qué es el agua sino
sólo agua? Se junta la palabra al elemento y se realiza entonces
el sacramento, y así éste es también como una palabra visible.
Esto mismo había dicho cuando lavó los pies a los discípulos:
El que se ha bañado, no necesita limpiarse más que los pies porque
todo él está ya limpio (Jn 13,10). ¿Y de dónde le viene al agua
esta virtud tan grande por la que al tocar el cuerpo limpia el
corazón? ¿Acaso no porque es la palabra la que actúa; la palabra
no solamente porque es dicha, sino porque es una palabra que

177
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

se cree? Porque, en la misma palabra, una cosa es el sonido que


pasa y otra cosa es la fuerza que permanece. Ésta es la palabra de
fe que os predicamos, dice el Apóstol, que, si confiesas con tus labios
que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre
los muertos, serás salvado, porque con el corazón se cree para alcan-
zar la justicia, y con los labios se confiesa para alcanzar la salvación
(Rom 10,8-10). Por esto se lee en los Hechos de los Apóstoles:
Ha purificado sus corazones con la fe (Hch 15,9).Y el bienaven-
turado San Pedro en su carta: A vosotros os salva el bautismo; no
la limpieza de las manchas del cuerpo, sino la petición de una buena
conciencia (1 Pe 3,21). Ésta es la palabra de fe que os predicamos; sin
duda, esta palabra es con la que el bautismo es consagrado para
poder purificar. Cristo, que es con nosotros vid y con el Padre
labrador, amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Lee al
Apóstol y considera lo que añade: Para santificarla, purificándola
con el baño del agua en la palabra (Ef 5,25-26). No se le podría
atribuir de ningún modo la purificación a este elemento que
fluye y que cae si no se le agregase la palabra.Y esta palabra de
la fe puede tanto en la Iglesia de Dios que, a través de ella, la
que cree, la que ofrece, la que bendice, la que baña, puede lim-
piar también a un pequeñito que no habla, aunque el pequeño
no pueda valerse todavía para creer con el corazón y alcanzar
la justicia, confesar con la boca para la salvación. Todo esto se
hace mediante la palabra, de la cual dice el Señor: Vosotros estáis
ya limpios por la palabra que os he hablado.
(Tract. in Joann. 80, 3; P. L. 35, 1840)

La Sagrada Escritura

130. Todo el que sabe que ha nacido [por el nuevo Bau-


tismo], que escuche esto: es un niño, un niño que aún no sabe
hablar; que acerque su boca con avidez a los pechos de su
madre y así crecerá rápidamente. Pues la Iglesia es madre y sus
pechos son los dos Testamentos de las Escrituras divinas. Es de
ahí de donde hay que sorber la leche de todos los misterios

178
LAS FUENTES DE LA SALUD

(sacramenta) que a lo largo del tiempo han sido realizados para


nuestra salvación eterna; para que así, alimentado y fortale-
cido, pueda llegar a comer el alimento que contienen: En el
principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era
Dios (Jn 1,1).
(Tract. in Ep. Joann. 3, 1; P. L. 35, 1998)

El cántico nuevo

131. El Aleluya es el cántico nuevo. El hombre nuevo


canta el cántico nuevo. Lo he cantado yo; lo habéis cantado
también vosotros, pequeños, los que acabáis de ser renovados
por Él; y nosotros lo hemos cantado con vosotros porque
también hemos sido rescatados al mismo precio. Voy a ex-
hortaros según las exigencias de la caridad fraterna, pero no
sólo a vosotros, mi exhortación se dirige también a cuantos
me escuchan como hermanos e hijos: hermanos, porque una
misma madre Iglesia nos ha engendrado, hijos, porque yo os
he engendrado mediante el Evangelio.Vivid bien, hijos muy
amados, para que podáis presentar buenas cuentas del gran
sacramento que habéis recibido… Amad al Señor, puesto que
Él os ama a vosotros; tratad frecuentemente con esta madre
que os engendró. Ved que ella os ha congregado a vosotros,
para que así la criatura fuese unida al Creador, para hacer de
los siervos hijos de Dios y de los cautivos del demonio, her-
manos de Cristo. No seréis ingratos ante estos grandes bene-
ficios de ella si le ofrecéis el obsequio respetuoso de vuestra
presencia. Nadie puede tener a Dios como Padre favorable
si desprecia a la Iglesia madre. Esta madre santa y espiritual
prepara cada día para vosotros los alimentos espirituales, me-
diante los cuales robustece no vuestros cuerpos, sino vuestras
almas. Os otorga el pan del cielo y os da a beber el cáliz de
la salvación: no quiere que ninguno de sus hijos sufra de esa
hambre. Haced esto por vuestro bien, amadísimos: no aban-
donéis a una madre como ésta, para que seáis saciados de la

179
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

abundancia de su casa y para que os haga beber del torrente


de sus delicias y os confíe a Dios Padre en calidad de hijos
dignos. Ella os conduzca libres y sanos a la patria eterna des-
pués de haberos nutrido piadosamente.
(Serm. 255/A, 1-2; Mai 92; M. A. 332-333)

Libre para un servicio nuevo

132. El siervo no permanece para siempre en la casa (Jn 8,35).


La casa es la Iglesia, el siervo es el pecador. Muchos pecadores
están dentro de la Iglesia; pero por eso no dijo «El siervo no
está en la casa», sino «no permanece para siempre en la casa». Si
allí no habrá ningún siervo ¿entonces quién estará? Cuando
el Rey justo, se siente en el trono, dice la Escritura, ¿quién podrá
gloriarse de tener el corazón puro o de estar limpio de todo pecado?
(Prov 20,8-9). Llenos de terror nos dejó, hermanos míos,
diciendo que el siervo no permanece para siempre en la casa. Y
añade: pero el hijo permanece para siempre. ¿Estará solo Cristo
en su casa? ¿Ningún pueblo se unirá a Él? ¿De quién será
cabeza, si no hay cuerpo? ¿Acaso el Hijo será todo eso, el
cuerpo y la cabeza? No en balde nos dejó el temor y nos dio
la esperanza: el temor para que no amásemos el pecado, y la
esperanza para no desconfiar del perdón de los pecados. Todo
el que comete pecado es siervo del pecado, y el siervo no permanece
en la casa para siempre. ¿Qué esperanza nos queda a nosotros,
que no estamos sin pecado? Escucha tu esperanza: El hijo
permanece para siempre. Si el Hijo os hace libres, entonces seréis
verdaderamente libres (Jn 8,35-36). Ésta es, hermanos, nuestra
esperanza: ser hechos libres por quien es verdaderamente
libre y que, liberándonos, nos haga siervos; porque éramos
siervos de la concupiscencia, y una vez liberados somos he-
chos siervos de la caridad. Lo mismo dice el Apóstol: Vosotros,
hermanos, habéis sido llamados a la libertad; ahora bien, no utilicéis
la libertad como estímulo para la carne; al contrario, sed siervos unos
de otros mediante la caridad (Gal 5,13). No diga el cristiano:

180
LAS FUENTES DE LA SALUD

«Soy libre, he sido llamado a la libertad; era siervo, pero he


sido redimido y hecho libre por esa misma redención; haré
pues lo que quiera: nadie se oponga a mi voluntad, puesto
que soy libre». Porque si a causa de esa voluntad tuya, pecas,
eres siervo del pecado. No abuses, pues, de la libertad, para
pecar libremente, sino usa de ella para no pecar. Tu voluntad
será libre si es buena. Serás libre si fueres siervo, libre del pe-
cado, siervo de la justicia, como dice el Apóstol: Cuando erais
siervos del pecado, erais libres en lo que toca a la justicia… pero
ahora, liberados del pecado y hechos siervos de Dios, dais fruto para
vuestra santificación que conducen a la vida eterna (Rom 6,20.22).
(Tract. in Joann. 41, 8; P. L. 35, 1695-1696)

ATAR Y DESATAR

Quitad la piedra

133. Jesús llegó al sepulcro, que era una gruta sobre la cual es-
taba puesta una piedra (Jn 11,38). El muerto bajo la piedra, el
culpable bajo la ley. Sabéis que la ley que fue dada a los judíos
estaba escrita en una piedra.Todos los culpables están debajo
de la ley; en cambio, los que viven honestamente están con
la ley. La ley no ha sido dictada para los justos. ¿Qué se en-
tiende por: Retirad la piedra? Anunciad la gracia. El apóstol
Pablo se llama a sí mismo ministro de la Nueva Alianza, no de
la letra, sino del espíritu; y luego continúa: porque la letra mata,
mas el espíritu vivifica (2 Cor 3,6). La letra que mata, es como
la piedra que oprime. Quitad la piedra, quitad el peso de la
ley y anunciad la gracia. Si se hubiera otorgado una ley capaz
de dar vida, la justicia dependería enteramente de la ley. Pero no, la
Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa fuera
otorgada por la fe en Jesucristo a los que creen (Gal 3,21-22). Por
eso: Quitad la piedra.
(Tract. in Joann. 49, 22; P. L. 35, 1756)

181
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

¡Quitad las ataduras!

134. El Señor ha mirado desde lo alto del cielo para escuchar el


gemido de los prisioneros, para desatar a los hijos de los condenados a
muerte (Sal 101,20)… La remisión de los pecados es un «des-
atar». ¿De qué le hubiera servido a Lázaro salir del sepulcro
si no se hubiera dicho: Desatadlo y dejadlo andar? (Jn 11,44)
Está claro que fue el Señor mismo quien… venció el grande
montón de tierra puesto sobre el que había sido sepultado y
éste salió atado. Salió pues, no por sus propios pies, sino por
el poder de quien le hizo salir fuera. Esto sucede también en
el corazón de quien se arrepiente. Cuando oyes a un hombre
que se arrepiente de sus pecados, ya ha vuelto a la vida. Cuan-
do oyes a un hombre declarar su conciencia confesando, ya ha
sido conducido fuera del sepulcro, pero aún no está desatado.
¿Cuándo será desatado? ¿Por quién será desatado? Todo lo que
desatéis en la tierra –dice el Señor– será desatado en el cielo (Mt
16,19). Por esto mediante la Iglesia puede otorgarse este «ser
desatado» de los pecados; pero resucitar al mismo muerto no
lo puede hacer sino sólo el Señor que lo llama en el interior;
pues estas cosas las obra Dios interiormente.Yo hablo a vues-
tro oído, ¿acaso por eso conozco lo que es obrado en vuestros
corazones? Lo que se obra interiormente, no se obra por no-
sotros, sino por el Señor.
(Enarr. in Psal. 101 II, 3; P. L. 37, 1306-1307)

El escándalo de la penitencia

135. Mis enemigos me insultan todo el día (Sal 101,9)…


¿Cuál es hoy el insulto de los paganos contra nosotros?...
«Vosotros corrompéis el orden, pervertís las costumbres del
género humano… Vosotros dais a los hombres la posibilidad
de la penitencia, les prometéis así que ya no serán castigados
por sus pecados; y, por ello los hombres no tienen preocupa-
ción alguna al hacer el mal ya que están ciertos de que todo lo

182
LAS FUENTES DE LA SALUD

que ellos hagan les será perdonado…» El oprobio es entonces


por esto: Porque comí ceniza como pan y porque he mezclado mi
bebida con mis lágrimas (Sal 101,10). ¡Oh, tú, que me ultrajas!
A ti te invito a comer este «pan», pues no te atreverás a decir:
«No soy pecador»… ¿Y qué harías, miserable, si no hubiese
un puerto para el perdón? Si hubiese existido solamente el
haber permitido que los hombres pecasen y no existiera el
perdón de los pecados, ¿dónde estarías, adónde irías?... Ellos
dicen: «Sin embargo, los hombres aumentan los pecados con
la esperanza del perdón». Mas es justo lo contario, porque lo
que multiplica los pecados es el desesperar de ser perdona-
dos... Así pues, para que la desesperación no empujara a los
hombres a una vida aún peor, Él les prometió el puerto del
perdón; y a su vez, para que por la esperanza del perdón no
viviesen peor, estableció para los hombres que fuera incierto
el día de la muerte; Él ha constituido ambas cosas dentro de
su grande sabiduría y providencia.
(Enarr. in Psal. 101 I, 10; P. L. 37, 1300-1301)

EL PAN Y EL VINO

Convertíos en lo que sois

136. La tarea de explicaros la Palabra y la solicitud con


la que os hemos dado a luz para que Cristo se forme en
vosotros, que sois pequeños y que, renacidos ahora del agua
y del Espíritu, contempláis con nueva luz el alimento y la
bebida puestos sobre esta mesa del Señor y los recibís con
nuevo fervor, me obliga a explicaros lo que significa este
sacramento tan grande y divino, esta medicina tan célebre y
tan noble, este sacrificio tan puro y tan propicio. Sacrificio
que ahora ya no se inmola en una sola ciudad, la Jerusalén
terrena; ni en aquella tienda construida por Moisés, ni en
el templo fabricado por Salomón, cosas todas que fueron

183
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sombra de lo futuro, sino desde el lugar donde sale el sol hasta el


lugar de su ocaso, como fue predicho por los profetas. En él se
ofrece a Dios una víctima de alabanza apropiada a la gracia
del Nuevo Testamento. No se buscan ya víctimas cruentas
en los rebaños de ovejas; ya no se presentan ante el altar de
Dios ni corderos ni cabritos, pues ahora nuestro sacrificio
es el cuerpo y la sangre del Sacerdote mismo. Los salmos lo
habían predicho mucho tiempo antes: Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec (Sal 109,4). En el libro del Géne-
sis leemos, y así lo creemos, que Melquisedec, sacerdote del
Dios altísimo, ofreció pan y vino cuando bendijo a Abrahán,
nuestro padre.
Así, pues, Cristo nuestro Señor, que padeciendo ofreció
por nosotros lo que de nosotros había tomado naciendo, cons-
tituido príncipe de los sacerdotes para siempre, ordenó que
se ofreciera el sacrificio que estáis viendo, el sacrificio de su
cuerpo y su sangre. En efecto, de su cuerpo, herido por la lan-
za, brotó agua y sangre, mediante la cual borró nuestros pe-
cados. Recordando esta gracia, obrando vuestra salvación con
temor y temblor, puesto que es Dios quien obra en vosotros,
acercaos a participar de este altar. Reconoced en este pan lo
que estuvo colgado del madero, y en este cáliz lo que manó
del costado. En su múltiple variedad, aquellos antiguos sacri-
ficios del pueblo de Dios eran signo de este único sacrificio
que habría de venir. Cristo mismo es, a la vez, cordero por la
inocencia y sencillez de su alma, y cabrito por su carne, seme-
jante a la carne de pecado. Todo lo anunciado de antemano
en muchas y variadas formas en los sacrificios de la Antigua
Alianza pertenece a este único sacrificio que ha sido revelado
en la Nueva Alianza.
Recibid, pues, y comed el cuerpo de Cristo, transforma-
dos ya vosotros mismos en miembros de Cristo, en el cuerpo
de Cristo; recibid y bebed la sangre de Cristo. Para no dejaros
dispersar, comed el vínculo que os une; para que no os esti-
méis en poco, bebed vuestro precio. A la manera como esto
se transforma en vosotros cuando lo coméis y lo bebéis, así

184
LAS FUENTES DE LA SALUD

transformaos también vosotros en el cuerpo de Cristo vivien-


do en actitud obediente y piadosa… Teniendo, pues, vida en
Él, seréis una sola carne con Él. En efecto, este sacramento no
os presenta el cuerpo de Cristo para separaros de Él. El Apóstol
recuerda que esto se halla predicho ya en la Escritura sagrada:
Serán dos en una sola carne… En otro lugar dice también respec-
to a esta misma eucaristía: El pan es uno, nosotros, siendo muchos,
somos un solo cuerpo (1 Cor 10,17). Comenzáis, pues, a recibir
lo que ya habéis empezado a ser…
Lo recibís dignamente si os guardáis del fermento de las
doctrinas perversas, de forma que seáis panes ácimos de sin-
ceridad y de verdad; si conserváis aquel fermento de la cari-
dad que oculta la mujer en tres medidas de harina hasta que
fermenta toda la masa. Esta mujer es la Sabiduría de Dios, que
ha venido en una carne mortal gracias a una virgen, que sem-
bró su evangelio en todo el orbe de la tierra, este orbe Él lo
restauró después del diluvio a partir de los tres hijos de Noé,
cual si fuesen esas tres medidas antes dichas hasta que fuera
fermentado todo. Éste es el «todo», que en griego se dice holon,
donde vosotros estaréis si guardáis el vínculo de la paz «según
el todo», que en griego recibe el nombre de catholon, de donde
la «católica» recibe su nombre.
(Serm. 228/B, 1-5; Denis 3; M. A. 18-20)

El rito de la misa

137. Debéis conocer lo que habéis recibido, lo que vais


a recibir y lo que debéis recibir a diario. Ese pan que voso-
tros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es
el cuerpo de Cristo. Ese cáliz –mejor, lo que contiene el cá-
liz– santificado por la palabra de Dios, es la sangre de Cristo.
Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su cuerpo y
sangre, que derramó por nosotros, para la remisión de nues-
tros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois
eso mismo que habéis recibido. Dice, en efecto, el Apóstol:

185
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

El pan es uno, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo (1


Cor 10,17). He aquí cómo expuso el sacramento de la mesa
del Señor: El pan es uno, nosotros, siendo muchos, somos un solo
cuerpo. En este pan se os indica cómo debéis amar la unidad.
¿Acaso este pan se ha hecho de un solo grano? ¿No eran,
acaso, muchos los granos de trigo? Pero antes de convertirse
en pan estaban separados; han sido unidos mediante el agua
después de haber sido triturados. Si el trigo no es molido y
amasado con agua, nunca llegará a adquirir esa forma que
llamamos pan. Lo mismo os ha pasado a vosotros: mediante
la humillación del ayuno y el rito del exorcismo habéis sido
como molidos. Llegó el bautismo, y habéis sido como amasa-
dos con el agua para que llegaseis a adquirir la forma del pan.
Pero todavía falta el fuego, sin el cual no hay pan. ¿Qué es lo
que significa el fuego, es decir, la unción con aceite? Pues-
to que el aceite alimenta el fuego, es símbolo del Espíritu
Santo… Viene entonces el Espíritu Santo, después del agua,
el fuego, y sois transformados en el pan que es el cuerpo de
Cristo. Y así queda significada con toda certeza la unidad.
Conservad los misterios en su orden. Primero, después de la
oración, sois exhortados a tener levantado el corazón; eso es
lo que corresponde hacer a los miembros de Cristo. Pues si
habéis sido transformados en cuerpo de Cristo, ¿dónde está
vuestra Cabeza?... Nuestra Cabeza está en el cielo. Por eso,
cuando se os dice: Levantemos el corazón, respondéis: Lo tene-
mos levantado hacia el Señor. Y para que este tener el corazón
levantado hacia el Señor no lo atribuyáis a vuestras fuerzas,
a vuestros méritos, a vuestros sudores –pues es un don de
Dios el tener levantado el corazón–, después que el pueblo
ha respondido: Lo tenemos, nuestro corazón, levantado hacia el
Señor, el sacerdote u obispo que preside continúa: Demos gra-
cias al Señor nuestro Dios, por poder tener el corazón en alto.
Demos gracias, porque si Él no nos lo hubiese concedido lo
tendríamos en la tierra.Y vosotros lo confirmáis respondien-
do: «Es digno y justo que demos gracias a Él, quien ha hecho
que tengamos el corazón levantado hacia nuestra Cabeza».

186
LAS FUENTES DE LA SALUD

A continuación, después de la consagración del sacrificio de


Dios, puesto que Él ha querido que también nosotros fuése-
mos Su sacrificio (lo que antes ha quedado mostrado donde
se trató de aquel primer sacrificio de Dios y de lo que noso-
tros somos –es decir, signo de la realidad–)...5 Bien, y he aquí
que cuando la consagración se termina, recitamos la oración
del Señor, que habéis aprendido y recitado públicamente.
A continuación de ella se dice: La paz esté con vosotros, y los
cristianos se intercambian el ósculo santo, que es la señal de
la paz. Que se realice en el interior de la conciencia lo que
indican los labios; es decir, como tus labios se acercan a los de
tu hermano, de idéntica manera tu corazón no debe alejar-
se del suyo. Grandes son estos misterios; grandes en verdad.
¿Queréis saber cómo se nos confían? Dice el Apóstol: Quien
come el cuerpo de Cristo o bebe la sangre de Cristo indignamente,
es reo del cuerpo y de la sangre del Señor (1 Cor 11,27). ¿En qué
consiste recibirlo indignamente? En recibirlo con desprecio,
en recibirlo en plan de burla. No te parezca vil por el hecho
de ser visible. Lo que ves pasa, aquello de lo que es signo, que
es invisible, no pasa, sino que permanece.Ved que se le reci-
be, se le come, se consume. ¿Pero, acaso queda consumido el
cuerpo de Cristo? ¿Se consume, acaso, la Iglesia de Cristo o
los miembros de Cristo? De ningún modo. Aquí en la tierra
somos purificados, allí, en el cielo, seremos coronados. Por
tanto, permanecerá para siempre lo que está significado en el
signo aunque el signo desaparezca. Recibidlo, pues, de ma-
nera que penséis en ello, mantengáis la unidad en el corazón
y tengáis siempre vuestro corazón fijo en lo alto. No esté
vuestra esperanza en la tierra, sino en el cielo; vuestra fe esté
firme en Dios, sea agradable a Dios, pues lo que aquí creéis
aunque no lo veis, lo veréis allí donde el gozo no tendrá fin.
(Serm. 227; P. L. 38, 1099-1101)

5 Los puntos suspensivos indican aquí que el texto latino puede tener una

laguna, puesto que es oscuro.

187
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

La carne bajo una doble forma

138. Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí


y yo en él (Jn 6,57)... Esto nos enseñó y anunció con palabras
llenas de misterio: que estemos en su cuerpo bajo la cabeza,
que es Él, como miembros suyos; comiendo su carne y no se-
parándonos de la unidad de su cuerpo. Pero muchos de los que
estaban presentes no entendieron y se escandalizaron; oyendo
estas cosas, no pensaban sino en la carne, porque eso eran ellos:
carne. El Apóstol dice, y es verdad: Tener pensamientos según la
carne es muerte (Rom 8,6). El Señor nos da a comer su carne,
pero entender según la carne es muerte.Y sin embargo Él nos
habla de su carne, porque en ella está la vida eterna. Luego no
debemos entender la carne según la carne.
(Tract. in Joann. 27, 1; P. L. 35, 1616)

Sacramento de salvación

139. Por medio de esta comida y bebida quiere dar a en-


tender la comunión (societas) que hay entre su cuerpo y cada
uno de sus miembros, que es la santa Iglesia, en los predestina-
dos, los llamados, los justificados, los santos glorificados y en
sus creyentes. De entre estas cosas, lo primero ha sido realizado
ya, es decir, la predestinación; lo segundo y lo tercero, que son
la llamada y la justificación, se realizaron ya, se realizan, y se se-
guirán realizando; la cuarta, en cambio, que es la glorificación,
se obra ahora en la esperanza y en el futuro será una realidad.
El signo (sacramentum) de esta realidad, es decir, de la unidad del
cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en la mesa del Señor
y de esta misma mesa es comido, en algunos lugares todos los
días y en otros con algunos días de intervalo. Algunos lo toman
para su vida, y otros para su perdición. Pero la realidad misma,
de la que esto es signo, se da a todo hombre para la vida.A nadie
que participe de él, sea quien sea, le es dado para la perdición.
(Tract. in Joann. 26, 15; P. L. 35, 1614)

188
LAS FUENTES DE LA SALUD

Un pan, un cuerpo

140. Los creyentes saben lo que es el cuerpo de Cristo


si no desatienden el ser cuerpo de Cristo. Que sean transfor-
mados en el cuerpo de Cristo si quieren vivir del Espíritu de
Cristo. No vive del Espíritu de Cristo sino solamente el cuer-
po de Cristo. Comprended, hermanos míos, lo que he dicho.
Tú eres un hombre, tienes espíritu, tienes cuerpo. Yo le digo
espíritu a lo que suele llamarse alma, es por ella por la que eres
un hombre. Pues estás constituido por alma y cuerpo. Tienes
un espíritu invisible y un cuerpo visible. Dime quién es el
que vive a partir del otro. ¿Es tu espíritu el que vive gracias a
tu cuerpo o es tu cuerpo el que recibe la vida de tu espíritu?
Todo aquél que viva me responderá –pues el que no puede
responder a esto, no sé si vive–. ¿Cuál será la respuesta de quien
vive? «En verdad, mi cuerpo vive gracias a mi espíritu». Pues
bien, ¿quieres tú también vivir del Espíritu de Cristo? Vive en
el cuerpo de Cristo. ¿Es que acaso mi cuerpo vive de tu es-
píritu? Mi cuerpo vive de mi espíritu, y tu cuerpo vive de tu
espíritu. El cuerpo de Cristo no puede vivir sino del Espíritu
de Cristo. De ahí viene lo que el apóstol Pablo dijo, mostrán-
donos este pan: El pan es uno, nosotros, siendo muchos, somos un
solo cuerpo (1 Cor 10,17). ¡Oh sacramento de la piedad, oh
signo de la unidad, oh vínculo de la caridad! Quien quiera vi-
vir, tiene donde vivir y de qué vivir. Que se acerque, que crea,
que se deje incorporar a este Cuerpo para que reciba la vida...
Que viva de Dios para Dios.
(Tract. in Joann. 26, 13; P. L. 35, 1612-1613)

189
VI. MIEMBROS Y FUNCIONES

MARÍA Y LA IGLESIA

La fe como seno materno

141. Creemos, pues, en Jesucristo, nuestro Señor, que nació


del Espíritu Santo y de la virgen María. Pues también la misma
bienaventurada María dio a luz creyendo a Aquél que concibió
creyendo. Después que le fue prometido el hijo, preguntó cómo
podía suceder eso, puesto que no conocía varón. Ella sabía de un
solo modo de conocer varón y de dar a luz; aunque ciertamente
no lo sabía por propia experiencia, sino que había conocido de
otras mujeres el ejercicio natural, es decir, que un hombre nace
del varón y de la mujer. Ella recibió esta respuesta del ángel: El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso, el que nacerá de ti será santo y será llamado Hijo de
Dios. Después que el ángel le hubo dicho estas palabras, ella, lle-
na de fe, habiendo concebido a Cristo antes en su espíritu que
en su seno, dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra (Lc 1,34-38). Hágase, dijo, el que algo sea concebido en
una virgen sin la semilla de un hombre; que nazca del Espíritu
Santo y de una mujer intacta Aquél en quien la Iglesia renacerá
del Espíritu Santo, intacta también… María ha creído, y se ha
cumplido en ella lo que creyó. Creamos también nosotros, para
que lo que se cumplió pueda sernos también provechoso.
(Serm. 215, 4; P. L. 38, 1074)

Tierra y cielo

142. Ha nacido de un modo admirable. ¿Qué hay más


maravilloso que el parto de una virgen? Concibe, y es virgen;
da a luz, y permanece virgen. Ha sido formado por aquélla que

191
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Él creó; le ha donado la fecundidad sin haber corrompido su


virginidad. ¿De dónde procede María? De Adán.Y Adán, ¿de
dónde? De la tierra. Si Adán procede de la tierra y María de
Adán, también María procede de la tierra. Si María es tierra,
reconozcamos lo que cantamos: La verdad ha brotado de la tierra.
¿Qué beneficio nos ha dado? La verdad ha brotado de la tierra y
la justicia ha mirado desde el cielo (Sal 84,12)… No poseíamos
justicia alguna; aquí no había más que pecados. ¿De dónde
procede la justicia? ¿Qué justicia hay sin fe? Pues, el justo vive
de la fe (Rom 1,17)… La justicia ha mirado desde el cielo para
que los hombres tuvieran justicia, no propia, sino de Dios.
(Serm. 189, 2; Frangipane 4; M. A. 210)

Maternidad virginal

143. Creo en la santa Iglesia. Nosotros somos la santa Igle-


sia; pero no he dicho «nosotros», como si me refiriese sólo
a los que estamos aquí, a quienes ahora me oís. De cuantos
estamos aquí, cristianos creyentes por la bondad de Dios, en
esta Iglesia, es decir, en esta ciudad; de cuantos hay en esta re-
gión, en esta provincia, cuantos hay al otro lado del mar y de
cuantos están en todo el orbe de la tierra, pues desde la salida
del sol hasta el ocaso alabado sea el nombre del Señor (Sal 112,3);
de todos se forma la Iglesia católica, nuestra verdadera madre,
la verdadera esposa de aquel esposo. ¡Honrémosla porque es
Señora de tan grande Señor! ¡Grande y única la misericordia
del esposo para con ella! Encontró una meretriz, la ha hecho
virgen. Porque ella no debe negar que fue meretriz, no sea
que se olvide de la misericordia de Aquél que la liberó. ¿Y
cómo no iba a ser ella meretriz, si fornicaba delante de los
ídolos y demonios? Ha existido en todos la fornicación del
corazón; la de la carne ha tenido lugar en algunos pocos; pero
la del corazón en todos.Vino Él y la convirtió en virgen; Él
hizo virgen a la Iglesia. Es virgen por la fe; hay pocas consa-
gradas vírgenes según la carne; pero, según la fe, todos deben

192
MIEMBROS Y FUNCIONES

ser vírgenes, las mujeres y los hombres. Pues es por la fe que


debe existir la castidad, la pureza y la santidad. ¿Queréis saber
cómo es virgen la Iglesia? Escuchad al apóstol Pablo, oíd al
amigo del esposo, celoso de Él, no de sí mismo: Os he despo-
sado con un único varón. Lo decía a la Iglesia; ¿a qué Iglesia? A
la de cualquier lugar a donde esa carta pudiera llegar: Os he
desposado con un único varón, para presentaros a Cristo como una
virgen casta. Pero me temo, dijo, que al igual que la serpiente enga-
ñó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose
de la castidad que reside en Cristo (2 Cor 11,2-3). Ahí donde
temes ser seducido, ahí eres virgen. Temo, dijo, que como la
serpiente engañó a Eva con su astucia. ¿Acaso aquella serpiente
tuvo comercio carnal con Eva? Y sin embargo, destruyó la
virginidad de su corazón. Temo, dijo, que se perviertan vuestras
mentes apartándose de la castidad que reside en Cristo. Así, pues,
la Iglesia es virgen. Es virgen, que siga siendo virgen; que
tenga cuidado del seductor, no sea que encuentre en él al
corruptor. La Iglesia es virgen.Tal vez me dirás: «Si es virgen,
¿cómo es que da a luz hijos? O, si no alumbra hijos, ¿cómo
es que hemos dado nuestros nombres para nacer de sus en-
trañas?» Yo te respondo: «Es virgen y da a luz; imita a María,
que dio a luz al Señor». ¿No dio a luz la virgen santa María y
permaneció virgen? Así también la Iglesia: da a luz y es vir-
gen; y, si lo piensas atentamente, da a luz a Cristo, puesto que
los bautizados son miembros suyos. Dice el Apóstol: Vosotros
sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro (1 Cor 12,27).
Si, pues, da a luz a los miembros de Cristo, la semejanza con
María es grandísima.
(Serm. 213, 8; Morin I 1; M. A. 447-448)

El rechazo

144. Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su ma-


dre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él…
Y Él dijo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y,

193
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Éstos son mi madre y


mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre (Mt 12,46-52).
(…) ¿Cómo es que Cristo, el Señor, despreció piadosamente
a su madre? No se trataba de una madre cualquiera, sino, aún
más, se trataba de la virgen madre… Él desdeñó a una madre
tal, para que el afecto materno no se mezclase en la obra que
estaba actuando y la impidiese. ¿Qué es lo que estaba actuan-
do? Hablaba a los pueblos, destruía en ellos el hombre viejo,
edificaba en ellos el hombre nuevo, libertaba a las almas, des-
ataba a los que vivían prisioneros, iluminaba los espíritus cie-
gos, realizaba una labor buena. En medio de estas obras, ardía
por el bien, con su acción y su palabra. En ese momento le
fue anunciado el afecto carnal… Que oigan las madres, para
que no impidan las buenas obras de sus hijos por su afecto
carnal… Pero me vas a decir: «Entonces, ¿comparas a mi hijo
con Cristo?» No lo comparo a él con Cristo ni a ti con María.
Cristo el Señor no condenó el afecto materno, sino que nos
ha mostrado en sí mismo un grande ejemplo, de que se ha de
despreciar a la madre en favor de la obra de Dios. Hablando,
Él era nuestro Maestro, también lo era rechazando; por eso se
dignó rechazar a la madre, para enseñarte que por las obras de
Dios has de rechazar a tu padre.
¿No habría podido Cristo, el Señor, hacerse hombre sin
madre, como lo pudo hacer sin padre?… Considerad y re-
cordad de dónde precisamente hizo al primer hombre… Y,
si un ángel ha podido mostrarse en una verdadera aparien-
cia humana cuando lo ha querido, ¿acaso no pudo el Señor
de los ángeles, a partir de donde hubiese querido, hacer un
verdadero hombre a quien asumir? Sin embargo, Él no ha
querido tener a un hombre como padre, ni venir a los hom-
bres a través de la concupiscencia carnal; sino que Él ha que-
rido una madre, para tener un madre entre los hombres, por
medio de la cual poder enseñarles que hay que rechazar a la
madre en favor de la obra de Dios. Ha querido tomar para sí
el sexo masculino y se ha dignado honrar al sexo femenino

194
MIEMBROS Y FUNCIONES

en su madre. En efecto, antiguamente, la mujer había pecado


y había presentado el pecado al varón, y el fraude del diablo
había engañado a ambos esposos. Si Cristo viniera como va-
rón, pero sin honrar al sexo femenino, las mujeres perderían
la esperanza, máxime porque por medio de la mujer cayó el
varón; Él ha honrado a ambos, ha estimado a ambos, a los dos
los ha acogido. Ha nacido de una mujer.Varones, no desespe-
réis: Cristo se dignó ser varón. Mujeres, no desesperéis: Cristo
se dignó nacer de una mujer. El sexo de los dos concurra a
la salvación de Cristo: venga el varón, venga la mujer; en la
fe no hay varón ni mujer. Cristo te enseña a rechazar a tus
padres y a amar a tus padres. Porque cuando no antepones tus
padres a Dios, entonces los amas ordenada y piadosamente.
Quien ama –son palabras del Señor– quien ama a su padre o a
su madre más que a mí, no es digno de mí (Mt 10,37)… Que los
ame, pues, pero no los ame más que a Mí: Dios es Dios y el
hombre es hombre…
Mirad, estad más atentos a aquello, hermanos míos, fijaos
con más atención en eso, os lo ruego, eso que dijo Cristo el
Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Esta es mi
madre y mis hermanos; y el que haga la voluntad de mi Padre, que
me envió, es para mí un hermano, hermana y madre. ¿Acaso la Vir-
gen María no hizo la voluntad del Padre, ella que creyó con
fe, que en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera
la salvación entre los hombres, que fue creada por Cristo antes
de que Cristo se hubiese criado en ella? «Hizo», de mane-
ra evidente, santa María «hizo» la voluntad del Padre; y por
eso para María es más ser discípula de Cristo que haber sido
madre de Cristo. Ella es más dichosa por haber sido discípu-
la de Cristo que por haber sido su madre. Por eso María era
bienaventurada, pues también antes de darlo a luz, llevó en
su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Al Señor,
que caminaba con las multitudes que lo seguían, que hacía
milagros divinos, a Él le gritó una cierta mujer: ¡Dichoso el
vientre que te llevó! (Lc 11,27). ¡Bienaventurado el vientre que
te llevó! Pero, ¿qué respondió el Señor, para que la dicha no

195
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

se buscase en la carne?: Mejor, bienaventurados los que oyen la


palabra de Dios y la guardan. Por eso María era bienaventu-
rada, porque escuchó la palabra de Dios y la guardó: guardó
más la verdad en su espíritu que la carne en su seno. Cristo
es Verdad, Cristo es carne; Cristo Verdad está en el espíritu de
María, Cristo carne en el seno de María: es más lo que está en
el espíritu que lo que es llevado en el vientre. María es santa,
María es bienaventurada, pero la Iglesia es mejor que la virgen
María. ¿Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un
miembro santo, un miembro excelente, un miembro supere-
minente, pero es un miembro del cuerpo entero. Si es parte
del cuerpo entero, sin duda, el cuerpo es más que uno de sus
miembros. El Señor es la cabeza y el Cristo total es la cabeza
y el cuerpo. ¿Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos
a Dios como cabeza.
Por lo tanto, carísimos, estad atentos a vosotros mismos.
También vosotros sois miembros de Cristo, sois cuerpo de
Cristo. Mirad ahora por qué llegáis a ser lo que Él dijo: He
aquí mi madre y mis hermanos. ¿De qué manera seréis madre
de Cristo? Todo el que escucha y todo el que hace la voluntad de
mi Padre, que está en los cielos, es para mí un hermano y hermana
y madre. Piensa, entiendo bien lo de «hermanos», entiendo lo
de «hermanas» pues la herencia es una sola; y la misericordia
de Cristo es tal que aun siendo el Hijo único, no ha querido
ser hijo Él solo, sino que ha querido que fuésemos herederos
del Padre, coherederos con Él. Aquella herencia es tal, que no
puede hacerse pequeña por la multitud de los que juntamen-
te la han de heredar. Entiendo, pues, que seamos hermanos
de Cristo, que sean hermanas de Cristo las mujeres santas
y fieles. ¿Pero cómo podremos entender eso de «madres de
Cristo»? ¿Qué diré? ¿Nos atreveremos a decir que somos ma-
dres de Cristo? Sí, me atrevo a decir que somos madres de
Cristo. Si dije que vosotros erais hermanos de Cristo, ¿no me
he de atrever a decir que sois su madre? Pero, mucho menos
me atreveré a negar lo que Cristo afirmó. ¡Ea! Queridísimos
hermanos, mirad cómo la Iglesia, esto es muy claro, es Esposa

196
MIEMBROS Y FUNCIONES

de Cristo; lo que es más difícil de ser comprendido, y sin


embargo es verdad, ella es madre de Cristo. María, la virgen,
la ha precedido como su tipo, como tipo de la Iglesia. Os
pregunto, ¿por que María es madre de Cristo? ¿No es acaso
porque dio a luz a los miembros de Cristo? Y a vosotros, a
quienes estoy hablando, que sois miembros de Cristo, ¿quién
os ha dado a luz? Oigo la voz de vuestro corazón: la Madre
Iglesia. Esta Madre santa, honorable, semejante a María, da a
luz y es virgen. Que da a luz, lo pruebo por vosotros mismos:
habéis nacido de ella; ella también da a luz a Cristo, pues sois
miembros de Cristo. He demostrado que da a luz y voy a de-
mostrar que es virgen. No me faltará un testimonio divino,
no me faltará. Adelántate al pueblo, bienaventurado Pablo, sé
testigo de lo que he afirmado; alza la voz y di lo que quiero
decir: Os he desposado con un solo varón, para presentaros a Cristo
como virgen casta. ¿Dónde está esa virginidad? ¿Dónde se teme
que se haga presente la corrupción? Dígalo el mismo que la
llamó virgen. Os he desposado con un solo varón, para presentaros
a Cristo como virgen casta. Pero me temo, dijo, que al igual que la
serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes
apartándose de la castidad que reside en Cristo (2 Cor 11,2-3).
Conservad la virginidad en vuestros espíritus; la virginidad
del espíritu es la integridad de la fe católica. Allí donde Eva
fue corrompida por la palabra de la serpiente, allí debe ser
virgen la Iglesia por el don del Omnipotente. Por lo tanto, los
miembros de Cristo den a luz en el espíritu, así como María
dio a luz a Cristo en el vientre sin dejar de ser virgen, y de ese
modo seréis madres de Cristo. No es para vosotros imposible,
no es cosa que exceda vuestras fuerzas, ni cosa que os cause
espanto: fuisteis hijos, sed también madres. Hijos de la ma-
dre, cuando fuisteis bautizados; entonces habéis nacido como
miembros de Cristo. Traed ahora al lavatorio del bautismo a
los que podáis; de ese modo, así como fuisteis hijos cuando
nacisteis, así ahora, conduciendo a los que van a nacer, podéis
ser madres de Cristo.
(Serm. 72/A, 3-8; Denis 25; M. A. 158-164)

197
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Fecundos para Dios

145. Cristo ha nacido, que ninguno de nosotros dude de


que hemos de volver a nacer; Él fue engendrado, pero no ha de
ser regenerado. ¿Para quién era necesaria la regeneración sino
para aquél cuya generación significaba una condena? Que se
haga presente en nuestros corazones su misericordia. Su ma-
dre lo llevó en su vientre, llevémoslo nosotros en el corazón;
la Virgen quedó grávida por la encarnación de Cristo, queden
grávidos nuestros corazones por la fe en Cristo; ella dio a luz al
Salvador; nosotros demos a luz la alabanza. No seamos estériles,
que nuestras almas sean fecundas para Dios.
(Serm. 189, 3; P. L. 38, 1006)

Virginalmente en todos los estados de vida

146. La Iglesia, que imita a la madre de su Señor, ya que


no pudo ser virgen en el cuerpo, sin embargo, es madre y vir-
gen en el espíritu. Cristo, al nacer, de ninguna manera arran-
có la virginidad a su madre; Él, que hizo virgen a su Iglesia
liberándola de la fornicación de los demonios… Quien sana
en vosotros lo que heredasteis de Eva, ¡cómo iba a dañar lo
que habéis amado en María! Aquélla cuyas huellas seguís no
yació con varón para concebir, y después de haber dado a luz
permaneció siendo virgen. Imitadla en cuanto podáis, no en
la fecundidad, porque esto no lo podéis si es que habéis de
conservar íntegra la virginidad. Sólo ella pudo poseer ambas
cosas, de las cuales vosotros habéis querido tener una, y esta
única la perderíais si pretendierais poseer las dos. Sólo pudo
poseer ambas cosas la que engendró al Todopoderoso, que le
dio tal poder. Era necesario que sólo el Hijo único de Dios
deviniese Hijo del hombre de este modo también único. Pero,
no porque Cristo es el hijo de una sola virgen él ya no es algo
para vosotros. En verdad, a Él, que no habéis podido dar a luz
como hijo en la carne, lo habéis encontrado como esposo en

198
MIEMBROS Y FUNCIONES

el corazón; un esposo tal, que vuestra dicha lo ha de conser-


var también como Redentor, que vuestra virginidad no lo ha
de temer como su destructor. Quien no quitó la virginidad a
la madre ni siquiera en el parto corporal, mucho más la con-
servará en vosotros por su abrazo espiritual. No os conside-
réis estériles por haber permanecido vírgenes, pues también la
piadosa integridad de la carne pertenece a la fecundidad del
espíritu. Obrad lo que dice el Apóstol: puesto que no pensáis
en las cosas del mundo ni en cómo agradar a vuestros maridos,
pensad en las cosas de Dios y en cómo agradarle a Él en todo
(1 Cor 7,32-34), para que podáis tener, no un vientre fecundo
por los hijos, sino un alma fecunda por las virtudes. Por último,
me dirijo a todos, os lo digo a todos, interpelo con esta voz a la
entera virgen casta que el Apóstol ha desposado con Cristo. Lo
que admiráis en la carne de María, realizadlo en el interior de
vuestra alma. Quien cree en su corazón con vistas a la justicia,
concibe a Cristo; quien con su boca confiesa para la salvación,
da a luz a Cristo (Rom 10,10). Así, que abunde la fecundidad
en vuestro espíritu y que se conserve la virginidad.
(Serm. 191, 3-4; P. L. 38, 1001-1011)

147. Exultad de gozo, vírgenes de Cristo; la madre de


Cristo comparte vuestra suerte. No habéis podido dar a luz a
Cristo, pero por Cristo no habéis querido dar a luz. Quien no
ha nacido de vosotras, ha nacido por vosotras. Sin embargo, si
os acordáis de su palabra –y os debéis acordar–, también vo-
sotras sois sus madres porque hacéis la voluntad de su Padre.
Él fue quien dijo: Quien hace la voluntad de mi Padre, ese es mi
hermano, y mi hermana, y mi madre (Mt 12,50). Exultad, viudas
de Cristo, que habéis ofrecido la santidad de la continencia a
quien hizo fecunda la virginidad. Exulte también la castidad
matrimonial; exultad todos los que vivís con vuestros cónyu-
ges en la fidelidad: lo que habéis perdido en el cuerpo, con-
servadlo en el corazón. Allí donde ya no puede conservarse
íntegra la carne por motivo del intercambio carnal, que ahí la
consciencia sea virgen por la fe, por la que también la Iglesia

199
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

entera es virgen. En la persona de María, la virginidad piadosa


dio a luz a Cristo; en la persona de Ana, la viudez ya entrada
en años reconoció a Cristo, un pequeño niño; en la persona de
Isabel, la castidad conyugal y la fecundidad de una anciana se
pusieron al servicio de Cristo. Todos los estados de los miem-
bros creyentes ofrecieron a la Cabeza lo que, por gracia de Él,
pudieron ofrecerle. Por tanto, puesto que Cristo es la verdad,
la paz y la justicia, concebid esto mediante la fe, dad a luz esto
mediante las obras, de forma que lo que actuó el seno de Ma-
ría con la carne de Cristo lo actúe vuestro corazón respecto a
la ley de Cristo. ¿De qué manera podríais no pertenecer al par-
to de la virgen, vosotros que sois miembros de Cristo? María
dio a luz a vuestra Cabeza, la Iglesia a vosotros. Pues también
ésta es madre y virgen a la vez: madre por sus entrañas de ca-
ridad, virgen por la integridad de la fe y la piedad. Da a luz a
los pueblos, pero todos ellos son miembros de Uno solo, del
que ella es cuerpo y esposa, guardando también en esto una
semejanza con aquella virgen, porque también ella es, entre los
muchos, madre de la unidad.
(Serm. 192, 2; P. L. 38, 1012-1013)

JUAN EL PRECURSOR

148. En la Iglesia de Cristo, difundida a lo largo y a lo


ancho de la tierra, se celebra hoy el nacimiento de Juan el
Bautista, el amigo del esposo y el precursor del Señor. Yo
debo un sermón en esta solemnidad, vosotros le debéis aten-
ción, todos debemos devoción. Entre los nacidos de mujer no
ha surgido nadie mayor que Juan el Bautista (Mt 11,11); sólo le
antecede Aquél por el que ha sido creado. Ha acontecido algo
maravilloso: que haya precedido en el nacer a Aquél sin cuya
obra en ningún modo hubiera podido nacer. Con razón éste
es la voz y Aquél es la Palabra; pues éste dijo: Yo soy la voz

200
MIEMBROS Y FUNCIONES

del que clama en el desierto (Jn 1,23), mientras que de Aquél se


dijo: En el principio existía la Palabra (Jn 1,1). Algo semejante
sucede en nuestras palabras, si bien ellas son diferentes por
mucho: la palabra nace en la mente antes de convertirse en
la voz del que habla; la voz se profiere por la boca para que,
mediante ella, la palabra se dé a conocer a los que escuchan.
Así también Cristo permaneció en el Padre; Él, por medio
de quien había sido creado Juan, al igual que todas las cosas.
Juan nació del seno de su madre; él, por quien Cristo habría
de ser dado a conocer a todos los hombres. Aquél era el Verbo
en el principio, antes de la creación del mundo; éste, en los
últimos tiempos fue la voz delante del Verbo. La palabra viene
después del entendimiento; la voz viene después del silencio.
Así, María creyó para después dar a luz a Cristo; Zacarías,
que habría de engendrar a Juan, enmudeció. Además, Aquél
nació de una jovencita en la flor de la vida; éste, de una an-
ciana marchita. La palabra se multiplica en el corazón del que
piensa, la voz se consume en el oído del que escucha. Quizá
también a esto se refieran las palabras: Es necesario que Él crezca
y yo disminuya (Jn 3,30), pues todos los anuncios de la Ley y
los Profetas enviados delante de Cristo, cual voz ante la pa-
labra, llegan hasta Juan, en quien cesaron las últimas figuras;
a partir de entonces, la gracia del Evangelio y la predicación
manifiesta del reino de los cielos, que no tendrá fin, fructifica
y crece en todo el mundo.
Esto nos lo indicaron el nacimiento y el sufrimiento de
cada uno, de Juan y de Cristo. En efecto, Juan nació cuando el
día comienza a disminuir; Cristo, cuando los días comienzan
a crecer. El disminuir de él, quedó significado en la decapita-
ción; el crecer de Él, en la elevación sobre la cruz. Hay tam-
bién otro significado un poco más oculto, que el Señor abre
a quienes llaman, y que conviene que sea recibido de nuestra
parte, en eso que Juan dijo a cerca de Cristo: Conviene que Él
crezca y que yo disminuya. En Juan había quedado consumado
todo lo que pertenece a la justicia humana, todo cuanto el
hombre puede alcanzar, pues la Verdad dijo sobre él: Entre los

201
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

nacidos de mujer no ha surgido nadie mayor que Juan el Bautista.


Ningún hombre, por tanto, puede ser más grande que ése;
pero él es solamente hombre; Cristo, en cambio, es Dios y
hombre. Puesto que en la gracia cristiana esto es lo que prin-
cipalmente se encomienda y esto es lo que se aprende: que
nadie se gloríe en el hombre, antes bien que quien se gloríe,
que se gloríe en el Señor (2 Cor 10,17), por ello el hombre dijo
de Dios, el siervo de su Señor: Conviene que Él crezca y yo, en
cambio, disminuya. Dios, ciertamente, ni disminuye ni aumen-
ta en sí mismo; pero en los hombres crece la gracia divina y
disminuye el poder humano cuanto más y más progresamos
en la verdadera piedad; hasta que el templo de Dios, que está
en todos los miembros de Cristo, sea conducido a aquella
perfección en la que, vaciado de todo principado, todo poder
y toda fuerza, Dios sea todo en todos (1 Cor 15,24-28). Dice
aquel Juan, el Evangelista: Era la luz verdadera que ilumina a
todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9); dice este Juan, el
Bautista: Todos nosotros hemos recibido de su plenitud (Jn 1,16).
Así pues, cuando la luz, que en sí permanece siempre entera,
aumenta en quien es iluminado, éste disminuye en sí mismo,
cuando queda abolido lo que era sin Dios. Pues, el hombre,
sin Dios, no puede hacer otra cosa que pecar; el poder del
hombre disminuye cuando prevalece la gracia divina que des-
truye el pecado. La debilidad de la criatura cede ante la fuerza
del Creador, y la soberbia del amor propio viene a menos en
favor de la caridad hacia los demás, por Juan, que en nuestra
miseria clama sobre la misericordia de Cristo: conviene que Él
crezca y yo, en cambio, disminuya.
(Serm. 293/C; Mai 101; M. A. 351-352)

149. Cristo tenía discípulos; también Juan. Juan bautiza-


ba, Cristo también. Es un hombre, pues de entre los nacidos de
mujer no ha surgido nadie más grande que Juan el Bautista; y, sin
embargo, reúne discípulos propios, como actuando contra
Cristo y haciéndole competencia; pero, con todo, a favor de
Cristo. Precisamente porque era tan grande como para poder

202
MIEMBROS Y FUNCIONES

ser tomado por el Cristo, él tuvo que dar testimonio de Cris-


to. Aquél de quien da testimonio el más grande de entre los
hombres, es más que hombre. Yo no soy aquél que vosotros
pensáis. Soy en efecto grande y por ello pensáis así; pero yo
no soy quien vosotros creéis. ¿Quién eres tú?, le preguntaron.
Soy la voz de quien clama en el desierto; preparad los caminos del
Señor (Jn 1,23). Mirad al Precursor, acoged a aquél que señala
el camino, temed al juez. Preparad el camino del Señor, enderezad
los senderos, que todo monte y colina sea rebajado, que todo valle
sea elevado, que lo que está torcido se vuelva recto, que lo escabroso
se vuelva llano; y toda carne verá la salvación de Dios (Is 40,3-5).
Verán, no a mí, sino la salvación de Dios. Toda carne verá la sal-
vación de Dios. La lámpara da testimonio del día, porque Cristo
es el día. ¿Quién es Juan? Es una lámpara. Pero, ¿qué necesidad
había de una lámpara? Porque el día estaba escondido; per-
maneció escondido hasta cuando hubo padecido; no habría
padecido si no hubiese estado oculto. Porque si lo hubieran co-
nocido jamás habrían crucificado al Señor de la gloria (1 Cor 2,8).
Y sin embargo, para que no se resistan mucho tiempo al día,
los judíos son confundidos por la lámpara; fueron enviados a
Juan. Él les dice: No lo soy; en medio de vosotros hay uno, que es
más grande que yo. ¿Cuánto más grande?... Escuchemos a Juan,
escuchemos cuánto más grande confesó que era el Señor Je-
sús. Dijo: Quien viene detrás de mí, es más grande que yo. Oyes
que dice: más grande que yo y preguntas: ¿cuánto más grande?
Si se calla, podemos empezar a sospechar, pero creámosle del
todo: Juan es el servidor, Cristo es el Señor. Que Juan nos diga
cuánto más grande es Él: De quien no soy digno, dice, de desatar
la correa de sus sandalias (Jn 1,27). ¡Se habría humillado ya mu-
cho si se hubiese reconocido digno de eso! Si Él está de pie o
está sentado y tú le desatas la correa de sus sandalias, lo puedo
ver muy claro: Él es el Señor y tú eres el siervo. Pero eso no
es bastante, dice Juan; yo ni siquiera soy digno de hacer eso.
Entonces respóndenos, si puedes hacerlo: ¿por qué no estás tú
entre sus discípulos y por qué has reunido discípulos fuera de
los de Él? Yo, dice Juan, yo no soy un discípulo suyo; sí lo soy,

203
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

pero de un modo que vosotros no veis. Quien tiene a la esposa


es el esposo. Es la voz de Juan en relación con Cristo el Señor:
Quien tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo está
allí y lo escucha (Jn 3,29). Sin duda que no es su discípulo; sin
duda que es su siervo porque está ante Él, es su amigo porque
se lo concede Él. Pues Él ha dicho a sus discípulos: Ya no os
llamo siervos, sino amigos (Jn 15,15).Ved, entonces, al discípulo
en la intimidad, en lo escondido, y en los lugares secretos del
santuario.
(Serm. 293/D, 2-3; Morin I 22; M. A. 511-513)

150. Juan, pues, parece estar puesto como una frontera


entre las dos Alianzas, la Antigua y la Nueva.Y, que él sea en
cierto modo un límite, así como lo he dicho, lo atestigua el
Señor mismo cuando dice: La Ley y los Profetas llegan «hasta»
Juan Bautista (Lc 16,16). Él lleva en sí la representación de
la antigüedad y el anuncio de la novedad. Y porque él es el
representante de lo antiguo, nace de padres ancianos; por-
que es también representante de lo nuevo, se muestra como
profeta ya en el seno de la madre. Sin haber nacido todavía,
exultó en el seno de su madre ante la venida de santa Ma-
ría. Ya entonces había sido elegido, elegido antes de haber
nacido; habrá de mostrarse como precursor de Alguien que
él no había visto aún. Son misterios divinos que exceden la
medida de la fragilidad humana. Por último, nace, recibe su
nombre y queda desatada la lengua del padre. Refiere lo que
sucedió a la imagen significativa de las cosas:... Zacarías calla,
se queda sin voz hasta cuando Juan, el precursor del Señor,
nace y le abre nuevamente la voz. ¿Qué significa el silencio
de Zacarías sino la profecía que estaba latente, y que antes de
la predicación de Cristo se hallaba, en cierto modo, oculta y
cerrada? Queda abierta ahora con su venida; la hace clara el
que anunciaba a ése que había de venir. Esto es lo que sig-
nifica la «apertura de la voz» de Zacarías en el nacimiento
de Juan: lo mismo que la rasgadura del velo por la cruz de
Cristo. Si Juan se hubiese anunciado a sí mismo, no habría

204
MIEMBROS Y FUNCIONES

abierto la boca de Zacarías. La lengua queda desatada porque


la voz nace. En efecto, cuando Juan anunciaba al Señor, se le
preguntó: Tú ¿quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz del que
clama en el desierto (Jn 1,22-23).
(Serm. 293, 2; P. L. 38, 1328)

151. Juan era el representante de todas las voces, Cristo


era el representante de la Palabra. Es necesario que disminuyan
todas las voces cuando nos acercamos a ver a Cristo. Cuanto
más te acerques a la contemplación de la sabiduría, tanto me-
nos necesitas de la voz. Hay una voz en los profetas, una voz en
los apóstoles, una voz en los salmos, una voz en el Evangelio.
Que llegue Aquél que en principio era la Palabra, y la Palabra es-
taba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Cuando nosotros le vea-
mos tal cual es, ¿acaso se leerá entonces el Evangelio? ¿Acaso
hemos de escuchar las profecías? ¿O hemos de leer las cartas
de los apóstoles? ¿Y por qué? Porque menguan las voces por
la Palabra que crece, puesto que conviene que Él crezca y que yo
disminuya (Jn 3,30).
(Serm. 288, 5; P. L. 38, 1307)

PEDRO

152. El apóstol Pedro titubeó sobre el mar; solamente


Pedro titubeó sobre las aguas, pero solamente él anduvo sobre
el mar. Solamente él negó al Señor por temor, pero solamente
él, por amor, siguió al Señor hasta el peligro. También estaba
allí el bienaventurado Juan, pero contaba con la amistad del
sumo sacerdote; pues Juan era amigo del sumo sacerdote a
cuya casa había sido llevado el Señor. Pedro siguió por amor;
la debilidad titubeó, la caridad lloró y entonces la debilidad
acogió el perdón.
(Serm. 299/C, 1; Morin I 24; M. A. 522)

205
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

153. Cuando escuchas al Señor que dice: Pedro, ¿me amas?,


considera que se trata de un espejo y mírate ahí. Pues, ¿qué otra
cosa representaba Pedro sino una figura de la Iglesia? Así, pues,
cuando el Señor interrogaba a Pedro, nos interrogaba a nosotros,
interrogaba a la Iglesia.Y para que advirtáis que Pedro era una
figura de la Iglesia, recordad aquel pasaje del Evangelio: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno
no prevalecerán sobre ella; te daré las llaves del reino de los cielos (Mt
16,18-19). Es un hombre sólo quien las recibe.Y lo que son las
llaves del reino de los cielos, lo explicó Él mismo: Lo que atéis en
la tierra quedará atado también en el cielo, y lo que desatéis en la tierra
quedará desatado también en el cielo. Si esto fue dicho solamente
a Pedro, sólo Pedro lo ha hecho; pero, Pedro ha muerto, Pedro
se ha ido. Entonces, ¿quién ata, quién desata? Me atrevo a decir
que esas llaves también las tenemos nosotros. ¿Qué estoy dicien-
do? ¿Que nosotros atamos y también nosotros desatamos? Sí,
también vosotros atáis y desatáis. El que está atado, ha quedado
separado de vuestra comunidad y cuando ha quedado separado
de vuestra comunidad, ha quedado atado por vosotros. Del mis-
mo modo, cuando se reconcilia, él queda desatado por vosotros,
puesto que también vosotros rogáis a Dios por él.
Luego todos amamos a Cristo y somos miembros suyos.
Cuando Él confía las ovejas a los pastores, todo el número
de los pastores se reduce al cuerpo del único Pastor. Y para
que os deis cuenta que el número entero de los pastores
se reconduce al único cuerpo del único Pastor, Pedro es
en verdad pastor, sin duda alguna; pero ciertamente, Pablo
también es pastor; Juan es pastor, Santiago es pastor, Andrés
es pastor, y todos los otros apóstoles son pastores. Todos los
obispos santos son ciertamente pastores, nadie lo duda. Pero,
entonces, ¿de qué manera es verdadero esto: Y habrá un solo
rebaño y un solo pastor (Jn 10,16)? Ahora bien, si es verdad
que habrá un solo rebaño y un solo pastor, entonces, el número
completo e incalculable de pastores queda reconducido al
cuerpo del único pastor. Pero en ese cuerpo estáis también
vosotros, sois sus miembros… Y así es el amor de Cristo, a

206
MIEMBROS Y FUNCIONES

quien nosotros amamos en vosotros; el amor de Cristo, a


quien vosotros también amáis en nosotros…
(Serm.229/N, 2-3; Morin I 16; M. A. 493-494)

154. El Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó... (Lc


22,61-62). Si el Señor no se hubiese vuelto para mirarle, Pedro
se habría olvidado totalmente. El Señor se volvió y miró a Pedro, y
Pedro se acordó que le había dicho Jesús: «Antes de que el gallo cante,
me habrás negado tres veces». Y, saliendo fuera, lloró amargamente.
Era necesario para Pedro el bautismo de las lágrimas, para lavar
el pecado de su negación; pero ¿de dónde lo habría podido
obtener si no se lo hubiese dado el Señor?...
Y ahora, tras la resurrección del Señor, Pedro viene interro-
gado, le es sacada una confesión, le es predicho su sufrimiento,
es hallado lleno de amor, le es dada fuerza para que permanezca
firme. El Señor le pregunta ahora, después de su resurrección:
«Pedro, ¿me amas más que éstos? (Jn 21,15).Tú que me negaste, ¿me
amas? Ha sucedido ya lo que te basta: ves vivo a Aquél que viste
ir a la muerte, cuando tú temiste morir. Mira que estoy vivo,
mira que soy Yo, ¿por qué temiste morir? Cuando me negaste,
en verdad, no me perdiste.Así pues, ¿me amas? Porque soyYo».Y
él: «Señor, sí,Tú sabes que te amo. ¿Por qué me preguntas lo que ya
sabes? Tú sabías ya, cuando me predecías, que te iba a negar. Tú
sabías ya lo que yo ignoraba sobre mí, y ¿lo que yo sé, lo ignoras
tú? Veo en mi corazón que te amo, pero lo ves también Tú; pues,
no puedes no ver mi actual amor,Tú que viste mi temor futuro».
Y el Señor, que lo sabe, le pregunta otra vez.Y una vez más, al
que le pregunta lo mismo, Pedro respondió lo mismo. El Señor
le pregunta por tercera vez, para borrar con la triple confesión la
triple negación. Congratulémonos con el Apóstol: Estaba muerto
y ha vuelto a la vida; se había perdido, y ha sido encontrado.
Ahora él es preparado para cosas mejores y más grandes; se
le dice: Apacienta mis ovejas. Allí donde ha de exponerse al peligro
en su carne, ahí ha de ser glorificado en su espíritu. Pues, apacen-
tando las ovejas de Cristo, ¡cuántas cosas habría de padecer por el
nombre de Cristo! Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos. Si es

207
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

que me amas, ¿qué otra cosa podrías hacer por mí? El Príncipe
de los pastores lo constituyó pastor, para que así, Pedro apacen-
tase las ovejas de Cristo, no las suyas propias. Porque algunos,
que han querido ser discípulos de los apóstoles, han tenido que
ser reconducidos al justo pensar por los propios apóstoles. Eran
ovejas de Cristo, pero querían serlo de los hombres, y se decían
unos a otros: Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas. Ha-
bía allí también ovejas que reconocían al Señor: Yo, en cambio, soy
de Cristo (1 Cor 1,12). Pero Pablo, sabiendo que Cristo había
confiado sus propias ovejas a los apóstoles, y que por tanto esas
ovejas no le pertenecían, rechazó tal dominio; confiesa que él
no es el Señor, para estar con el Señor. ¿Acaso fue crucificado Pablo
por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Vosotros
sois ovejas de Él, ¿no sabéis de quién sois ovejas? Leed la señal
con la que habéis sido marcados. Apacienta mis ovejas. ¿Por qué?
Porque me amas, porque me tienes afecto, te confío mis ovejas;
apaciéntalas, pero recuerda que son mías. Los cabecillas de las
herejías quieren que sean suyas las ovejas que son de Cristo; sin
embargo, lo quieran o no lo quieran, se ven obligados a poner
sobre ellas la señal de Cristo; quieren hacerse un patrimonio
propio, pero deben escribir también ahí el nombre del Señor6.
(Serm. 229/O, 1-3; Morin I 17; M. A. 496-497)

155. Pedro era un pescador y sin embargo hoy, un ora-


dor merece una grande alabanza si es capaz de comprender
lo que dice este pescador. Por eso, el apóstol Pablo, hablando
a los primeros cristianos, les decía: Fijaos en vuestra asamblea,
hermanos: no hay en ella muchos sabios según la carne, ni muchos
poderosos, ni muchos aristócratas; sino que lo necio del mundo lo ha
escogido Dios para confundir a los sabios, y lo débil del mundo lo
ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la
gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular
a lo que cuenta (1 Cor 1,26-28). Si Cristo hubiera comenzado

6 Los herejes y los cismáticos (los donatistas) bautizan en nombre de Jesús.

208
MIEMBROS Y FUNCIONES

eligiendo un orador, éste habría dicho: «Claro, he sido elegi-


do debido a mi elocuencia»; si hubiera elegido a un senador,
éste habría dicho: «He sido elegido gracias a la dignidad que
poseo»; aún más, si hubiera elegido primero al emperador, el
emperador habría dicho: «He sido elegido debido al grande
poder que poseo». ¡Que callen éstos y que esperen un poco,
que callen por un momento! Que no se les haga a un lado,
que no se les desprecie; pero que esperen un poco quienes
pueden gloriarse en sí mismos sobre sí mismos. Dadme, dice
Él, a ese pescador, dadme a ese insignificante, dadme a ese
ignorante, dadme a aquél con el que el senador no quiere
cruzar palabra, ni aun cuando le compra el pescado; a ese mis-
mo, dice, dámelo. Cuando lo haya llenado de mí mismo, será
manifiesto que soy Yo quien hace las cosas. Aunque también
a través del senador, del orador, del emperador, soy Yo quien
ha de obrar. Algún día también he de actuar Yo por medio
de un emperador, pero lo hago de un modo más claro en el
pescador. El senador puede gloriarse de sí mismo, también lo
puede hacer el orador y el emperador; pero el pescador no
puede gloriarse sino en Cristo. Que venga primero él, que
venga para enseñar la saludable humildad; a través de él, el
emperador mismo será más fácilmente atraído.
(Serm. 43, 6; P. L. 38, 256-257)

PEDRO Y JUAN

156. La Iglesia conoce dos vidas que le han sido anunciadas


y donadas por parte de Dios; de éstas, una la vive en la fe y la
otra en la visión; una la vive en el tiempo de peregrinación, la
otra en la eternidad de la permanencia; una la vive en el trabajo,
la otra en el descanso; una en el camino, otra en la patria; una en
las labores de la acción, otra en el premio de la contemplación…
Una debe discernir entre lo que es bueno y lo que es malo,

209
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

la otra mira sólo aquellas cosas que son buenas; en fin, una es
buena, pero aún es miserable; la otra es mejor y bienaventurada.
La primera está significada por medio del apóstol Pedro,
la otra por medio de Juan. Aquella primera se desenvuelve
toda entera aquí hasta el fin del mundo y en eso encuentra su
fin; la segunda se extiende hasta que sea completada después
del fin de este mundo, mas en el mundo futuro no tendrá
fin. Por eso se le dice al primero: Sígueme; en cambio, se dice
sobre el otro: Si quiero que permanezca hasta que yo venga, ¿a ti
qué? Tú sígueme (Jn 21,19-23). ¿Qué significa esto? Por cuan-
to sé, por cuanto percibo, ¿qué otra cosa significa sino: «Tú
sígueme por medio de la imitación, por medio del sufrir los
males temporales; él, que permanezca hasta cuando yo venga
para entregar los bienes sempiternos»? Esto puede decirse en
un modo más amplio: «que me siga la acción ya completa,
informada por el ejemplo de mi pasión; mas la contempla-
ción, ya comenzada, que permanezca así hasta cuando venga,
y cuando venga entonces quedará completada». La plenitud
santa de la paciencia sigue a Cristo llegando hasta la muerte;
pero la plenitud del conocimiento permanece así hasta que
venga Cristo, entonces ella será manifestada. Aquí, en la tierra
de los que mueren, se soportan los males de este mundo; allí,
en la tierra de los que viven, se contemplan los bienes del
Señor. Y cuando Él dice: Quiero que él permanezca hasta que
yo venga, no ha de entenderse como si hubiera dicho que-
dar o permanecer en esta vida, sino más bien en el sentido
de esperar: pues lo que está significado por medio de él no
quedará cumplido de ninguna manera ahora sino sólo hasta
cuando Cristo haya venido. Sin embargo, aquello que está
significado por medio de ése a quien se le dijo: Tú sígueme, si
no viene realizado ahora durante esta vida, no se podrá lle-
gar a aquello que se espera. En esta vida activa, cuanto más
amamos a Cristo, más fácilmente vamos siendo liberados del
mal. Sin embargo, Él mismo nos ama menos tal como somos
ahora, y es por eso que nos libera de ella, para que no seamos
siempre así. Allí, en cambio, nos ama más, porque ya no habrá

210
MIEMBROS Y FUNCIONES

en nosotros cosa que le desagrade y que tenga que arrancar;


pues Él no nos ama aquí por ninguna otra cosa sino para cu-
rarnos y apartarnos de las cosas que no ama. [En ello vemos
por qué Pedro tiene que amarle más que los otros, mientras
que Él ama a Juan más que a los otros (Jn 21,15)]. Que lo
ame, pues, Pedro; para que seamos liberados de esta mortali-
dad. Que Juan sea amado por Él; para que seamos guardados
en aquella inmortalidad.
Pero que nadie separe a estos dos insignes apóstoles.Ambos
estaban en lo que Pedro representaba y ambos habrían de estar
en lo que representaba Juan. Significando algo, uno seguía y
el otro permanecía; sin embargo, creyendo, ambos soportaban
los males presentes de esta miseria, ambos esperaban los bienes
futuros de aquella bienaventuranza.Y no solamente ellos, sino
esto es lo que hace toda la santa Iglesia, esposa de Cristo, la cual
tiene que verse libre de estas tentaciones y guardarse para aque-
lla felicidad. Estas dos vidas son las que simbolizaron Pedro y
Juan, uno cada una; pero, por la fe, ambos caminaron en ésta a lo
largo del tiempo, y ambos han de gozar para siempre de la otra
por la contemplación. Por todos los santos que pertenecen en
modo inseparable al cuerpo de Cristo, puesto que está al timón
en esta vida agitada por las tempestades, Pedro, el primero de
los apóstoles, recibió las llaves del reino de los cielos para atar y
desatar los pecados.También por ellos, por todos los santos, Juan
el evangelista, que está en el seno silencioso de esa otra vida tan
oculta, reposó su cabeza sobre el pecho de Cristo.
(Tract. in Joann. 124, 5-7; P. L. 35, 1972-1976)

PABLO

157. …Puesto que nunca falta la persecución, y el dia-


blo o tiende asechanzas o maltrata, debemos estar siempre
preparados con el corazón fijo en el Señor y, por cuanto

211
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

podamos, en medio de estas fatigas, tribulaciones y tenta-


ciones, pedir que nuestra fortaleza venga del Señor, porque
por nosotros mismos somos poca cosa y somos nada. Ha-
béis escuchado al apóstol Pablo, ahora que fue leído, acerca
de lo que hemos de decir sobre nosotros: Como abundan los
sufrimientos de Cristo en nosotros, así también por Cristo abunda
nuestro consuelo (2 Cor 1,5)… Desfalleceríamos cuando nos
acechase el perseguidor si nos faltase el Consolador. Y por-
que las fuerzas para soportar o para experimentar el alivio
en el momento oportuno, que es necesario a causa del mi-
nisterio, no les venían de sí mismos, ved lo que dijo: Os hago
saber, hermanos, la tribulación que hemos sufrido en Asia, la cual
nos abrumó sobre toda medida, más allá de nuestras fuerzas (2 Cor
1,8). Aquella tribulación supera las fuerzas humanas; ¿acaso
también supera los auxilios divinos? «Sobre toda medida», y
sigue, «por encima de nuestras fuerzas, hemos recibido una car-
ga». ¿Cuánto más allá de las fuerzas? Fíjate en lo que dice
respecto a las fuerzas del alma: De forma que hasta nos hastiaba
el vivir. ¡Cómo se sentiría afectado el Apóstol por la multitud
de tribulaciones, de tal manera que, ése a quien la caridad lo
empujaba a vivir, el tedio lo apartaba de la vida! ¡Cómo le
forzaba a vivir la caridad! Esa caridad de la que dice en otro
lugar: Mas el permanecer en la carne me es necesario por vosotros
(Flp 1,24). ¡Mirad, tanto habían crecido la persecución y la
tribulación que hasta le hastiaba vivir! Ved cómo el temor y el
temblor cayeron sobre él y le cubrieron las tinieblas, según oísteis
cuando se cantaba el salmo (Sal 54,6-7). Es la voz del cuerpo
de Cristo; es la voz de los miembros de Cristo… El temor y el
temblor, dijo, cayeron sobre mí y las tinieblas me cubrieron.Y dije:
¿Quién me dará alas como de paloma? Entonces volaré y descan-
saré (Sal 54,6-7). ¿No parece quizá que es esto lo que decía
el Apóstol cuando habló así: De forma que hasta nos hastiaba el
vivir? En cierta manera, había quedado hastiado por la atadu-
ra de la carne; quería volar hacia Cristo; la abundancia de las
tribulaciones hacía peligroso el camino, pero no lo cerraba.
Estaba hastiado de vivir, pero esto no en esa vida eterna de

212
MIEMBROS Y FUNCIONES

la que él mismo dice: Para mí, vivir es Cristo, y el morir una


ganancia (Flp 1,21). Mas, dado que la caridad le retenía aquí,
¿qué dice a continuación? «Pero si el vivir en esta carne me
aporta fruto, no sé qué elegir; estoy cogido por ambos lados, pues
tengo deseo de desatarme de estos lazos y estar con Cristo. ¿Quién
me dará alas como de paloma? Pero, permanecer en la carne me
es necesario por vosotros». Sus polluelos se agitaban piando, les
protegía con sus alas extendidas, les daba calor como él mis-
mo dice: Me hice como un niño en medio de vosotros, cual nodriza
que acurruca a sus niños (1 Tes 2,7).
Y ved, hermanos, lo que acabamos de leer en el Evan-
gelio: ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como una gallina a
sus polluelos y tú no lo has querido (Mt 23,37). Fijaos bien en
la gallina y fijaos bien en las demás aves que hacen sus nidos
al alcance de nuestros ojos; éstas empollan sus huevos y ali-
mentan a sus polluelos, mas no veréis que alguna de ellas se
haga débil junto con sus hijos. Mirad ahora cómo se com-
porta la gallina cuando cría a sus polluelos, notad cómo su
voz cambia y se le quiebra por una cierta ronquera. Sus mis-
mas plumas, ya no las tiene recogidas y ágiles sino erizadas
y debilitadas. De manera que así, cuando ves cualquier otro
tipo de ave de la que no ves el nido, no puedes saber si tiene
huevos o polluelos; sin embargo cuando ves una gallina, aun-
que no veas sus huevos ni sus polluelos, por su propia voz y
su aspecto corporal comprenderás que es madre. ¿Qué hizo,
pues, nuestra madre la Sabiduría? Se hizo débil en la carne
para reunir, engendrar y dar calor a sus hijos. Pero lo débil
de Dios es más fuerte que los hombres: quería reunir a los
hijos de Jerusalén bajo las alas de la debilidad de su carne,
pero bajo la fuerza oculta de su divinidad. Es lo que ella ha-
bía enseñado a su Apóstol, porque es lo que ella hacía en él,
y es lo que el Apóstol mismo dice: ¿Queréis recibir una prueba
de él, de Cristo, que habla en mí? (2 Cor 13,3).Y dice también
que los sufrimientos de Cristo abundaban en él: no sus pro-
pios sufrimientos, sino los sufrimientos de Cristo. Porque él
estaba en el cuerpo de Cristo y era miembro de Cristo; y

213
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

todo cuanto se actuaba en el Apóstol, en un miembro suyo,


para con esos polluelos que habían de recibir calor, era la
Cabeza quien lo realizaba.
(Serm. 305/A, 5-6; Denis 13; M. A. 38, 59-61)

158. Yo estoy a punto de ser inmolado y el tiempo de mi parti-


da está cerca. He combatido el buen combate, he concluido la carrera,
he mantenido la fe. Por lo demás, me aguarda la corona de justicia
que en aquel día me dará el Señor, juez justo; y no sólo a mí, sino
a todos los que aman su manifestación (2 Tim 4,6-8)… Dijo so-
bre sí mismo: «ser inmolado», no «morir»; no porque quien
es inmolado no muera, sino porque no todo el que muere es
inmolado. Por tanto, «ser inmolado» es morir para Dios. La
palabra procede del sacrificio. A todo aquello que es sacrifi-
cado se le da muerte para Dios. El Apóstol comprendió en
el sufrimiento a quien era deudor de su propia sangre: había
sido hecho deudor de su propia sangre, por la que fue derra-
mada la sangre de su Señor. Uno solo derramó esa sangre e
hizo deudores a todos. Cuantos recibimos la fe, debemos lo
que recibimos, y esto porque se dignó hacernos deudores y
pagadores. Bien, ¿quién de nosotros, en medio de tanta indi-
gencia y en la pobreza de nuestra debilidad, es capaz de pagar
a tan gran acreedor? Pero está escrito de este modo: el Señor
dará su palabra a quienes la anuncien, junto con una gran fuerza (Sal
67,12). Su palabra, por la que serán calumniados; fuerza, por
la que ellos serán capaces de sufrir. Él mismo se ha preparado
víctimas para sí, Él ha ofrecido esos sacrificios a sí mismo, fue
Él quien llenó a los mártires con su Espíritu, Él mismo ins-
truyó a los confesores con su fuerza. En verdad, Él les dijo: No
sois vosotros los que hablaréis (Mt 10,20). Aunque esté dispuesto
a sufrir, aunque vaya a verter su sangre por la fe de Cristo, sin
embargo, dice justamente: ¿Qué le devolveré al Señor por todos
los bienes que me ha dado? ¿Qué es lo que se le presentó? Tomaré
el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor (Sal 115,13).
Pensabas en lo que darías a cambio, buscabas algo que devol-
ver y como si fueses a pagarle algo se te presentó: «Tomaré» el

214
MIEMBROS Y FUNCIONES

cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor. ¿Es cierto que


eras uno que había de devolver? Mira, lo que haces es que «to-
mas». Lo que recibes, puesto que recibes lo que debías, lo re-
cibes para devolver; deudor recibiendo, deudor devolviendo.
Entonces, ¿qué devolveré?, dice él. Tomaré el cáliz de la salvación.
Así, pues, también recibes esto, el cáliz de la pasión, el cáliz del
que dice el Señor: ¿Podréis beber el cáliz que yo he de beber? (Mt
20,22). Pero mira, el cáliz está ya en tu mano, la pasión es ya
inminente. ¿Qué haces para no temblar? ¿Qué haces para no
titubear? ¿Qué haces para que no suceda que no puedas be-
ber lo que ya llevas contigo? «¿Qué haré?», dice. También ahí
recibiré: seré deudor, puesto que invocaré el nombre del Señor.
Yo, dijo, estoy por ser inmolado. Esto le había sido confirmado
por una revelación, pues la fragilidad humana nunca hubiera
osado prometérselo. Su confianza no procedía de sí, sino de
quien ha entregado todo, al que se refería cuando antes decía:
¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7)
(Serm. 299, 3; P. L. 38, 1368-1369)

LOS MÁRTIRES

Amantes de la vida

159. ¿En qué consiste esta vida que tanto se ama? Desear,
temer, anhelar, equivocarse, fatigarse, afligirse, una verdadera
tristeza, una alegría falaz, desleírse en oraciones, estar llenos
de temor por las tentaciones. ¿Qué vida es ésta? ¿Quién es
capaz de describir toda su miseria, por mucha elocuencia que
posea? Sin embargo, amamos esta vida.Y la otra vida, ¿en qué
consiste? La describiré, pero no mucho ni por mucho tiempo:
Cantaré a mi Dios mientras viva (Sal 145,2). Los mártires fueron
unos amantes de la vida y por ello sufrieron la muerte.Y sin
embargo, hermanos míos, es tan dulce esta vida, tan horrible
y tan miserable, es tan dulce que los mártires no la habrían

215
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

podido despreciar por amor a la verdad y a la vida eterna


sin la ayuda de Aquél que les ordenaba que la despreciaran.
A menudo, también la ambición desprecia la muerte, pero
lo hace ahí donde ya no hay salud: un vicio empuja hacia
otro vicio, pues la ambición es algo de este mundo… Con
frecuencia, los hombres desprecian la muerte por la concu-
piscencia de la carne, desprecian la muerte por la concupis-
cencia de los ojos, desprecian la muerte por la soberbia de la
vida, pero todo esto pertenece al mundo. Quien desprecia la
muerte por amor de Dios no podría hacerlo de ningún modo
sin la ayuda de Dios… No es en ti donde está la salvación
porque del Señor viene la salvación (Sal 3,9). ¿Quieres saber lo
que eres por ti mismo y en todo lo que a ti se refiere? Su
espíritu sale de él y todo lo suyo vuelve a la tierra; ese día desapa-
recerán todos sus pensamientos (Sal 145,4). Mira, eso es lo que
eres si en ti no hay otra cosa que tú mismo… Bienaventurado
aquél cuyo auxilio es el Dios de Jacob (ib. 5). Sí, sin duda despre-
cias la muerte, tienes fe, también cumples los mandamientos;
desdeñas las amenazas de quienes te persiguen; amas y deseas
muy ardientemente la vida eterna. Es verdad, lo haces; pero
bienaventurado aquél cuyo auxilio es el Dios de Jacob. Suprime
ese auxilio y no me encuentro nada más que con un desertor.
Adán es el desertor; Cristo es el refugio… Y Aquél que me
socorre me dice: «temes el pecado, pero consientes en pecar
para eludir la muerte. Mira,Yo padezco lo que tú temes. Pa-
dezco lo que temes; teme lo que Yo no hago. ¿Qué es lo que
temes? La muerte. Mira,Yo la sufro. Teme lo que Yo no hago:
el pecado». Quien no cometió pecado y en su boca no se encontró
falsedad alguna (1 Pe 2,22). Así pues, no hagas lo que Él tam-
poco ha hecho y no temas lo que Él ha sufrido. No eres tú
quien ha de causarse la muerte sino que padecerás la muerte;
experimenta el temor ante lo que haces, no ante lo que sufres.
Teme aquello que haces, queriéndolo hacer, no aquello que
sufres sin quererlo; la muerte no te mata, si no eres causa de
muerte para ti mismo.
(Serm. 335/B, 3-5; Morin I 31; M. A. 560-562)

216
MIEMBROS Y FUNCIONES

160. A veces encontramos a algunas personas que prefie-


ren el gozo de la justicia a las voluptuosidades y los placeres de
sus cuerpos. Pero, ¿acaso podremos encontrar a alguno entre
vosotros que por esa justicia desprecie las torturas, los dolores y
la muerte? Bien, pensemos al menos en eso que no nos atreve-
ríamos a afirmar. ¿Qué es lo que estamos pensando? ¿En quién
pensamos? Millares de mártires se presentan ante nuestros ojos,
ellos son los verdaderos y perfectos amantes de la justicia. De
ellos se dijo: Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os
veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la prueba de
vuestra fe obra la paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una
obra perfecta (Sant 1,2-4; Rom 5,3). ¿Qué cabe añadir para que
se realice la obra perfecta? ¡Ama, arde, llénate de fervor; pisa
todas esas cosas que te deleitan y pasa adelante! ¡Llega a las as-
perezas, a los terrores, a los espantos, a los peligros inminentes:
pisotéalos, rómpelos y pasa! ¡Qué amar! ¡Qué caminar! ¡Qué
morir a sí mismo! ¡Qué llegar a Dios!
(Serm. 159, 8; P. L. 38, 871-872)

Entre lobos

161. Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos (Mt


10,16). A partir de esto queda claro cuán muchos son los lobos
y cuán pocas las ovejas, porque no son los lobos los enviados
entre las ovejas sino que son más bien las ovejas las enviadas
en medio de los lobos. El Señor no dice: «mirad que os envío
como leones en medio del rebaño», sino que al decir ovejas en
medio de lobos, da claramente a entender lo pequeño del núme-
ro de las ovejas en relación con las manadas de lobos. Y pese
a que un único lobo es capaz de desbaratar un gran rebaño,
las ovejas, enviadas en medio de innumerables lobos, iban sin
tener miedo; porque quien las enviaba no las abandonaba. ¿Por
qué habrían de tener miedo de ir en medio de lobos, teniendo
en cuenta que con ellas va el Cordero que ha vencido al lobo?
(Serm. 64/A, 1; Mai 20; M. A. 311)

217
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Pedro, testigo de Cristo

162. Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo que,


cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuan-
do seas viejo extenderás tus manos, otro te ceñirá y te llevará adonde
no quieras. Esto dijo manifestando con qué muerte iba a dar gloria
a Dios (Jn 21,18-19). Éste fue el fin que encontró aquél que
negó y que también amó: altivo por su presunción; postrado
por su negación; purificado por sus lágrimas; probado por su
confesión; coronado por sus sufrimientos; este fin halló: morir
en un amor completo por el nombre de Aquél con quien, en
una prisa perversa, había prometido morir. Confirmado ahora
por su resurrección, que haga lo que antes prometía débil y a
destiempo. Convenía que fuese así, que Cristo muriese pri-
mero por la salvación de Pedro y que Pedro muriese después
por la predicación de Cristo.
(Tract. in Joann. 123, 4; P. L. 35, 1967)

Los discípulos y el ladrón

163. La muerte de sus santos es preciosa a los ojos del Señor


(Sal 115,15). La muerte de los santos mártires es preciosa
porque su precio es la sangre de su Señor. Él sufrió su pasión
porque ellos iban a sufrir después de Él. Él fue delante, y le
siguieron muchos. El camino era muy áspero, pero Él lo hizo
suave al pasar antes que los demás. Como Él lo atravesó pri-
mero, los otros no temieron atravesarlo también. Él murió,
y esto llenó de terror a sus discípulos. Resucitó, les quitó
el temor y les otorgó el amor. Pues cuando Cristo murió,
los discípulos vacilaron y consideraron que había perecido.
Mas, cuando ellos le siguieron, ved allí la gracia de Dios. El
ladrón creyó en Él precisamente cuando los discípulos vaci-
laron. Un ladrón estaba clavado en una cruz próximo a Él, y
de tal manera creyó en Él que llegó a decir: Señor, acuérdate
de mí cuando llegues a tu reino (Lc 23,42). ¿Quién le instruía

218
MIEMBROS Y FUNCIONES

sino quien pendía junto a Él? Estaba clavado a su lado, pero


habitaba en su corazón.
(Serm. 328, 1; P. L. 38, 1451-1452)

Grandeza del sufrimiento

164. La muerte no puede ser amada, puede ser soporta-


da. Pues si ella pudiese ser amada, nada grande habrían hecho
quienes la recibieron por la fe. Si los hubiésemos visto de-
leitándose en banquetes, ¿habríamos dicho de ellos que eran
grandes hombres, que eran hombres fuertes? Si los hubiéramos
mirado rodeados de placeres, ¿habríamos alabado en ellos la
fortaleza o la paciencia? ¿Por qué habríamos de hacerlo? ¿Será
acaso por haber hecho lo que es contrario al sufrimiento y
al dolor? ¿Será acaso porque vivieron alegremente entre vo-
luptuosidades y placeres? ¿Es acaso por haber vivido de ese
modo por lo que son alabados por nosotros como los que son
grandes, fuertes y muy pacientes? No es así como nosotros ve-
neramos a los mártires. Ellos son en verdad hombres grandes,
hombres fuertes, hombres pacientes. ¿Quieres saber por qué
eso es algo que debe ser soportado y no amado? Pregúntale al
nombre: se llama sufrimiento. Pues no sólo los hombres sino
que también todos los seres animados, por naturaleza, rehúyen
la muerte y tienen miedo de ella. Sí, por eso son grandes los
mártires, porque aquello que es extremadamente duro, ellos lo
aceptaron con fortaleza por el reino de los cielos y soportaron
todas las fatigas con la mente puesta en las promesas… Por
ello [Cristo dijo a Pedro]: Te llevará adonde tú no quieras. Ha-
bló refiriéndose a la naturaleza, no a la entrega por amor. Esta
naturaleza de nuestra debilidad el Señor la ha transformado
asumiéndola Él mismo cuando, estando a punto de sufrir, dijo
a su Padre: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt 26,39)…
Cuando Pablo dice: Yo estoy a punto de ser derramado en libación
y el tiempo de mi partida es inminente (2 Tim 4,6), parece en estas
palabras como si, lleno de gozo, se apresurase al sufrimiento.

219
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Mas son palabras de uno que sufre, no de uno que está disfru-
tando. En otro lugar dice: Gemimos oprimidos… porque no que-
remos ser despojados. ¡Oh, voz de la naturaleza, y confesión de
la pena! El cuerpo es pesado, el cuerpo es molesto, el cuerpo
es algo que ha de corromperse; gemimos bajo su peso, pero
nadie lo abandona de buena gana, nadie lo deja con gusto. No
queremos ser despojados, dijo él. ¿Has de permanecer así, gimien-
do siempre? Si gimes oprimido por él, ¿por qué no quieres ser
despojado de él? No –dice él–. Advierte cómo continúa: No
queremos ser despojados, sino sobrevestidos… Lo cual no significa
que la corrupción quede oculta debajo de la incorrupción,
sino que lo mortal sea absorbido por la vida (2 Cor 5,4).
(Serm. 299, 8-9; P. L. 38, 1373-1374)

No se reza por los mártires

165. En la patria no habrá lugar alguno para la súplica


sino sólo para la alabanza. ¿Por qué no para la súplica? Porque
no hará falta nada. Lo que aquí se cree, allí será visto; lo que
aquí se espera, allí se poseerá; lo que aquí se pide, allí será re-
cibido. Con todo, en esta vida existe ya una cierta perfección,
que fue alcanzada por los santos mártires. Es por esto una
costumbre de la Iglesia, conocida por los fieles, mencionar el
nombre de los mártires ante el altar de Dios, y no para rogar
por ellos; se ruega por todos los otros difuntos de los que se
hace memoria. Pues es una injuria rogar por un mártir, a cuyas
oraciones debemos encomendarnos nosotros.
(Serm. 159, 1; P. L. 38, 868)

En los mártires, solamente Cristo

166. Y, con todo, amadísimos, nosotros no tenemos por


dioses a nuestros mártires, ni los adoramos como a dioses. No
les ofrecemos templos, ni altares, ni sacrificios. Los sacerdotes

220
MIEMBROS Y FUNCIONES

no ofrecen sacrificios a ellos. ¡Lejos de nosotros! Los sacrifi-


cios son entregados a Dios. Sí, los sacrificios se ofrecen a Dios,
pues todas las cosas nos son donadas por Él. Incluso cuando
ofrecemos algo en las memorias de los santos mártires, ¿acaso
no es a Dios a quien lo ofrecemos? Ciertamente, los santos
mártires ocupan un lugar de honor. Prestad atención: en la
plegaria ante el altar de Cristo, su nombre es mencionado
en un lugar especial, pero no son adorados en lugar de Cris-
to. ¿Cuándo escuchasteis que yo, u otro colega o hermano
mío, u otro presbítero dijese en la memoria de San Teógenes:
«Ofrezco a ti, ¡oh, Teógenes santo!», o «Te ofrezco, Pedro», o
«Te ofrezco, Pablo»? Nunca lo habéis escuchado. Nunca se
hace, ni está permitido.Y si alguien te pregunta: «Tú, ¿adoras a
Pedro? », responde así...: «Yo no adoro a Pedro, sino que adoro
al Dios a quien Pedro también adora». Es entonces cuando
Pedro te ama…
Por tanto, amadísimos, exultad de gozo en las fiestas de los
santos mártires. Orad, para que sigáis las huellas de los mártires.
Pues no es que vosotros seáis hombres y ellos no hayan sido
hombres; no es que vosotros hayáis nacido y que ellos hayan
nacido de algún otro modo; la carne que ellos cargaron no era
de un género diferente a la que vosotros lleváis. Todos proce-
demos de Adán, todos nos esforzamos por vivir en Cristo. Es
Él quien es nuestro Señor, Él es la Cabeza misma de la Iglesia,
es el Hijo unigénito de Dios.
(Serm. 273, 7-8; P. L. 38, 1251-1252)

167. Los mártires, ¿no son por ventura, testigos de Cris-


to y rinden testimonio a la Verdad? Mas, si lo pensamos con
cuidado, cuando esos mártires dan testimonio, Él mismo da
testimonio de sí. Pues es Él quien habita en los mártires, para
que ellos den testimonio de la Verdad. Escucha a uno de entre
los mártires, al mismo apóstol Pablo: ¿Queréis recibir una prueba
de que es Cristo quien habla en mí? (2 Cor 13,3). Luego cuando
Juan da testimonio, Cristo, que mora en Juan, da testimonio
de sí mismo.Ya sea que dé testimonio Pedro, ya sea que lo dé

221
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Pablo, que lo den los otros apóstoles, o que sea Esteban, el que
mora en todos ellos da testimonio de sí mismo. Él es Dios sin
ellos, pero, ¿qué son ellos sin Él?... ¿Quieres amar a Dios? Deja
que Dios habite en ti. Que Él se ame a sí mismo desde ti; es
decir, que Él te mueva a que le ames, que Él te abrase, que Él
te ilumine, que Él te despierte.
(Serm. 128, 3-4; P. L. 38, 714-715)

La fecundidad de la sangre

168. El Señor Jesucristo dijo cuando pendía en la cruz:


Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46). Esto lo
dijo como hombre, como el crucificado, como nacido de
mujer, como revestido de carne; como el que iba a morir por
nosotros, como el que habría de estar en el sepulcro, como el
que iba a resucitar al tercer día, como el que iba a ascender
a los cielos. Todas estas cosas como hombre. Como hombre,
pues: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Él dijo: Padre;
Esteban dijo: Señor Jesús. ¿Y qué más? Recibe mi espíritu (Hch
7,58): «Tú te dirigiste al Padre, yo me dirijo a Ti: te reco-
nozco como Mediador; viniste a levantar al caído, pero no
caíste conmigo». Recibe, dijo, mi espíritu. Esto suplicaba para
sí, y le vino a la mente otra cosa con la que poder imitar a
su Señor. Recordad las palabras de Aquél que pendía en la
cruz y poned atención a las de aquél que confesaba su fe al
ser apedreado. ¿Qué dijo el Señor? Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen (Lc 23,34). Quizás, por entonces, se en-
contraba Esteban en medio de aquéllos que no sabían lo que
hacían… quizá Esteban estaba entre ésos. Si así fue, también
para él fue eficaz aquella oración: Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen. Sin embargo, Saulo sí que estaba entre
ellos. Cuando era lapidado el cordero Esteban, él era todavía
un lobo, aún estaba sediento de sangre; aún pensaba que para
sus manos era poco el lapidar, y guardaba los vestidos de los
demás. Entonces, Esteban, recordando aquello que había sido

222
MIEMBROS Y FUNCIONES

dicho en su favor, si es que él también estaba entre ésos sobre


los que dijo el Señor: Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen; pues bien, imitando también en esto a su Señor, para
ser su amigo, dijo él: Señor, no les tengas en cuenta este pecado
(Hch 7,59)… ¿Piensas que Saulo escuchó estas palabras? Las
escuchó, pero se rió de ellas. Sin embargo, él estaba dentro de
la oración de Esteban. Él estaba todavía lleno de furia, pero
la oración de Esteban por él ya estaba siendo escuchada… Y
Saulo marchaba furioso, marchaba como lobo al redil, hacia
los rebaños del Señor. Hacía su camino cual lobo rabioso,
sediento de sangre y anhelando muertes. Pero el Señor le
dijo desde lo alto: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Lobo,
lobo, ¿por qué persigues al Cordero? Yo, con mi muerte he
matado al león. ¿Por qué me persigues? Despójate de tu ser de
lobo; de lobo, conviértete en oveja, y de oveja, en pastor».
Bellísima es esta escena, en la que veis cómo el santo Esteban
es apedreado, veis cómo Saulo guarda los vestidos de los que
apedrean. Ese es Pablo, apóstol de Jesucristo, ese es aquel Pablo,
siervo de Cristo Jesús. Has escuchado bien la voz: ¿Por qué me
persigues? Has sido derribado y has sido levantado; derriba-
do como perseguidor y levantado como predicador. Habla,
escuchamos: Pablo, siervo de Cristo Jesús por voluntad de Dios
(Rom 1,1; 1 Cor 1,1)… Reinas con Cristo junto con aquél
a quien lapidaste; os veis allí el uno al otro. Ambos escu-
cháis ahora nuestro sermón. Orad ambos por todos nosotros.
Quien os ha coronado a los dos os escuchará a los dos, a uno
primero, a otro después: a uno, el que sufrió la persecución,
y al otro, el que persiguió.
(Serm. 316, 3-5; P. L. 38, 1433-1435)

169. Celebremos devotamente las fiestas de los mártires,


así como lo hacemos ahora, con sobria alegría, en una casta
asamblea, con un pensamiento lleno de fe, con una predica-
ción llena de esperanza. El alegrarse juntos por las virtudes de
los que son más grandes, constituye no sólo una pequeña parte
de la imitación de ellos… Que no nos parezca poco el que

223
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

también seamos miembros del cuerpo del que ellos forman


parte, aunque no podemos equipararnos a ellos. Si un miembro
sufre, todos sufren con él; si un miembro es glorificado, los demás se
alegran con él (1 Cor 12,26). La gloria es para la Cabeza, desde
ahí reluce sobre las manos y los pies, sobre los miembros su-
periores e inferiores. Así como únicamente la Cabeza entregó
su vida por nosotros; a ejemplo suyo, los mártires entregaron
sus vidas por los hermanos y regaron la tierra con su sangre,
para que de los pueblos germinara esta mies abundantísima.
Por tanto, somos fruto también de sus trabajos. Nosotros los
admiramos, que ellos se apiaden de nosotros; nos alegramos
por ellos, que ellos rueguen por nosotros. Ellos extendieron
por el suelo sus cuerpos como se extendieron los mantos para
que el Señor pasara montado en el borrico camino de Jerusa-
lén.Y como si fueran ramos arrancados de los árboles, cojamos
himnos y alabanzas de las Escrituras, para cantarlos como signo
de nuestra común alegría. Preparémonos todos, en fin, para
acoger al mismo Señor, sigamos al mismo Maestro, acompa-
ñemos al mismo Príncipe, pongámonos bajo la misma Cabe-
za, vayamos hacia la misma Jerusalén, practiquemos la misma
caridad; abracemos la misma unidad.
(Serm. 280, 6; P. L. 38, 1283-1284)

Martirio incruento

170. Le ves languidecer, le ves cómo gime en su lecho,


cómo apenas mueve sus miembros, cómo apenas mueve sus
labios, y este hombre agotado vence sobre el demonio. Mu-
chos han sido coronados tras haber luchado contra las fieras
en el anfiteatro; muchos son coronados tras haber vencido al
demonio en su propio lecho. Parece que no son capaces de
moverse y en su interior, en su corazón, ¡tienen tal fuerza, sos-
tienen un tal combate! Pero allí donde la lucha es en secreto,
también lo es la victoria.
(Serm. 4, 36; P. L. 38, 52)

224
MIEMBROS Y FUNCIONES

171. Que nadie diga: «No puedo ser mártir porque aho-
ra no hay persecución contra los cristianos». Tú escuchas que
Juan recibió el martirio; y si consideras la verdad, él murió por
Cristo. Pero dices, «¿de qué manera murió por Cristo quien
no fue interrogado sobre Cristo ni fue obligado a renegar de
Él?» Escucha a Cristo mismo que dice: Yo soy el camino, la verdad
y la vida (Jn 14,6). Si Cristo es la verdad, quienquiera que es
condenado por la verdad, sufre por Cristo y es legítimamente
coronado. Que nadie busque excusas; todos los tiempos es-
tán abiertos para los mártires. Y nadie diga que los cristianos
no padecen persecución. No es posible vaciar de contenido
la sentencia del apóstol Pablo, puesto que es verdadera; por
medio de él habló Cristo; no mintió. Dice así: Todos los que
deseen vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2
Tim 3,12). Todos, dice él, no quedó excluido nadie, ninguno
quedó separado. Si quieres probar la verdad de lo que dijo,
comienza a vivir piadosamente en Cristo. Verás cuán verdadero
es eso que dice.
(Serm. 94/A, 2; Caillau II 6; M. A. 252-253)

EL OBISPO Y LA COMUNIDAD

Sucesión

172. A cambio de tus padres te han nacido hijos (Sal 44,17).Te


engendraron los apóstoles; ellos fueron enviados, ellos predica-
ron, ellos fueron nuestros padres. ¿Pero acaso habrían podido
permanecer siempre corporalmente con nosotros? Y aunque
uno de ellos dijo: Deseo partir para estar con Cristo que es con mu-
cho lo mejor, es necesario por vosotros que permanezca en la carne (Flp
1,23.24), con todo, ¿cuánto tiempo pudo permanecer aquí?
¿Acaso hasta el tiempo presente? ¿Acaso hasta el fin? ¿Quizá
quedó desierta la Iglesia desde la partida de ellos? De ninguna
manera. A cambio de tus padres te han nacido hijos. ¿Qué significa

225
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

eso?... Han sido constituidos los obispos. ¿Y hoy, de dónde


han nacido los obispos que se hallan por todo el mundo?... La
Iglesia los llama padres, ella misma los engendró; también ella
los estableció en la sedes de los padres. Luego no pienses que
estás abandonada porque no ves a Pedro, porque no ves a Pa-
blo, porque no ves a aquéllos mediante quienes has nacido; de
la descendencia que te ha nacido, ha crecido para ti la paterni-
dad. A cambio de tus padres te nacieron hijos; los constituirás príncipes
por toda la tierra… Ésta es la Iglesia católica; sus hijos fueron
constituidos príncipes sobre toda la tierra; sus hijos han sido
constituidos en el lugar de los padres. Reconózcanlo quienes
se desgajaron; vengan a la unidad; acérquense al templo del rey.
(Enarr. in Psal. 44, 32; P. L. 36, 513)

173. No le hemos conocido en la carne y sin embargo


hemos merecido comer su carne y ser miembros en su carne.
¿Por qué? Porque nos ha enviado a algunos. ¿Y a quién? Pues
a sus mensajeros, a sus discípulos, a sus servidores, a sus redi-
midos que ha creado, pero también a sus hermanos que ha
rescatado –todo cuanto he dicho es poco– a sus miembros, a
sí mismo. Ha enviado sus miembros a nosotros y nos ha hecho
miembros suyos.
(Tract. in Joann. 31, 11; P. L. 38, 1641)

En la consagración de un obispo

174. Hoy, por gracia y misericordia de Dios, será consa-


grado vuestro obispo; por eso hemos de hablar sobre esto, para
que con ello, nosotros mismos nos exhortemos, a él le infor-
memos y a vosotros os instruyamos. El que preside un pueblo
debe tener presente, ante todo, que es siervo de muchos.Y eso
no ha de tomarlo como una deshonra; no ha de tomar como
una deshonra, repito, el ser siervo de muchos, porque ni siquie-
ra el Señor de los señores desdeñó el servirnos a nosotros. A
causa de la hez de la carne, había surgido en los discípulos de

226
MIEMBROS Y FUNCIONES

Cristo el Señor, en nuestros apóstoles, una cierta ambición de


grandeza, y el humo de la vanidad había comenzado a llegar ya
a sus ojos. Pues, según leemos en el Evangelio, surgió entre ellos
una disputa sobre quién de ellos era el mayor (Lc 22,24). Pero el
Señor, médico que se hallaba presente, los libró de su tumor,…
les recomendó la humildad poniendo delante de sus ojos a un
niño… Es tan grande la malicia que hay en la soberbia, ella es
la maldad primera, el principio y el origen, la causa de todos
los pecados…
Por esto Pablo, en la lectura que hemos escuchado, al
mencionar las distintas virtudes que ha de poseer un obispo,
añadió también esto: No sea un neófito, es decir un novato en
la fe; para que no sea que, hinchado por la soberbia, vaya a dar en
el juicio del diablo (1 Tim 3,6)… Dirigiéndose el Señor a los
apóstoles y confirmándolos en la santa humildad, tras haber-
les propuesto el ejemplo del niño, les dijo: Quien de vosotros
quiera ser el mayor, sea vuestro servidor (Mt 20,26).Ved cómo no
he hecho afrenta alguna a mi hermano, vuestro futuro obispo,
al querer e invitarlo a que sea vuestro siervo. Si se la hice a él,
antes me la hice a mí mismo; no soy un cualquiera que habla
sobre un obispo, sino que hablo siendo yo mismo obispo; y
lo que a él aconsejo me infunde temor a mí también, y tengo
presente en mi interior lo que dijo el santo Apóstol: Corro, pero
no como quien no sabe el camino; lucho, pero no como quien golpea
al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea
que, aun predicando a otros, sea yo hallado digno de reprobación (1
Cor 9,26-27)…
Veamos, por tanto, qué es en lo que preside el obispo que
es siervo:… Como el Hijo del hombre, que no vino a ser servido,
sino a servir (Mt 20,28). Investiguemos en qué sirvió. Si nos
fijamos en los servicios corporales, vemos que eran los discí-
pulos quienes le servían a Él, aunque Él los enviaba para que
comprasen y preparasen los alimentos… Escucha lo que sigue:
No vino, dijo, a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por
muchos. He aquí cómo sirvió el Señor, he aquí de qué manera
nos mandó que fuéramos siervos. Dio su vida en rescate por

227
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

muchos: nos redimió. ¿Quién de nosotros es capaz de redimir


a otro? Por la sangre de Él y por la muerte de Él, hemos sido
rescatados de la muerte; con su humildad, caídos como está-
bamos, hemos sido levantados; pero también nosotros debe-
mos aportar nuestro granito de arena a favor de sus miembros,
puesto que nos hemos convertido en miembros suyos: Él es la
Cabeza, nosotros el cuerpo. Además, el apóstol Juan nos ex-
horta en su carta a seguir el ejemplo del Señor…, dice: Cristo
entregó su vida por nosotros; de igual manera, nosotros debemos dar
nuestra vida por nuestros hermanos (1 Jn 3,16).También el Señor
mismo, después de la resurrección, preguntó: Pedro, ¿me amas?
Él le respondió: «Te amo». La pregunta se repitió tres veces, y
tres veces la respuesta; y las tres veces le dijo el Señor: Apacienta
mis ovejas (Jn 21,15-17). ¿Cómo puedes mostrarme que me
amas si no es apacentando mis ovejas? ¿Qué me puedes dar
a Mí con tu amor, cuando todo lo esperas de Mí? Ahí tienes,
pues, lo que has de hacer para amarme: apacienta mis ovejas. Así
una, dos y tres veces. — ¿Me amas? —Te amo. —Apacienta
mis ovejas.Tres veces lo había negado por temor; tres veces lo
confesó por amor. A continuación, después que el Señor había
confiado por tercera vez sus ovejas a quien le había respondido
y confesado su amor, condenando y borrando su temor, aña-
dió: Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías;
pero, cuando seas anciano, otro te ceñirá y te llevará a donde tú no
quieras. Esto lo dijo indicando de qué muerte iba a glorificar a Dios
(Jn 21,18-19). Le preanunció su cruz, le predijo su pasión. Di-
rigiéndose ya hacia ella, el Señor le dijo: «Apacienta mis ovejas,
padece por mis ovejas». Así debe ser un buen obispo, y, si no
es así, no es obispo…
Cuando el Apóstol describe cómo ha de ser el obispo, lo
primero que pone es esto: Quien desea el episcopado, desea una
buena obra (1 Tim 3,1)… Desear el episcopado no es desear
ser obispo sino que es desear una obra buena. Pero ¿quiere ser
obispo quien no realiza una obra buena, sino su propia obra?
Ese tal no desea el episcopado. Es lo que decía poco antes: bus-
ca tener el nombre, no la realidad. —Quiero ser obispo. ¡Oh,

228
MIEMBROS Y FUNCIONES

si yo fuese obispo! —¡Ojalá lo fueras! ¿Buscas sólo el nombre


o buscas la realidad? Si buscas la realidad, deseas una buena
obra; si buscas el nombre, puedes tenerlo aun con obras malas,
para mayor sufrimiento tuyo. —¿Qué he de decir, pues? ¿Que
hay obispos malos? De ninguna manera; no los hay. Sin duda
alguna, me atrevo a decir que no hay obispos malos, porque,
si son malos, no son obispos. Tú me haces volver otra vez al
nombre, y me dices: —Es un obispo, pues se sienta en la cá-
tedra. —También existen los espantapájaros como guardianes
de las viñas.
… He hablado de obispos buenos y de obispos malos; he
dicho lo que debemos ser y lo que debemos evitar. Mas ¿qué
os concierne a vosotros, pueblo de Dios? También a vosotros
os concierne algo… Debéis orar por nosotros. Cuanto más
elevado es el lugar en que estamos, tanto mayor es el peligro
en que nos encontramos. Pensamos, en efecto, en la cuenta que
hemos de dar tanto de los honores como de las maldiciones
que nos otorgan los hombres. Muchos nos honran, muchos
nos critican y muchos nos maldicen. En mayor peligro nos po-
nen quienes nos honran que quienes nos maldicen. La honra
humana hace cosquillas a nuestra soberbia, mientras que las
maldiciones de los hombres nos ejercitan en la paciencia…
Quien habla mal de mí hace que crezca mi recompensa, mien-
tras que quien me adula quiere disminuirla. Mas ¿qué diré,
hermanos? ¿He de desear que vosotros habléis mal de mí para
que aumente mi recompensa? No quiero que aumente mi re-
compensa a costa de un mal vuestro. Hablad bien, sed atentos
con nosotros; aunque yo corra peligro, deseo que vosotros no
veáis disminuidos vuestros méritos.
¿Y qué pasa si a un pueblo le cae un obispo malo? El Se-
ñor y Obispo de los obispos os ha donado seguridad, para que
vuestra esperanza no esté puesta en un hombre. He aquí que,
como obispo, os hablo en el nombre del Señor; pero ignoro
cómo soy; ¡cuánto menos lo sabéis vosotros! En cierto modo,
puedo presentir lo que seré dentro de una hora; mas ¿cómo
puedo saber lo que seré en adelante? Pedro presumió, después

229
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

le fue puesto ante sí quién era Pedro; ignoraba que estaba


enfermo, pero el Médico lo sabía. Dijo, presumió, y hasta se
atrevió a prometer: Iré contigo hasta la muerte (Lc 22,33). Daré
mi vida por ti (Jn 13,37). Y aquel Médico, mirándole hasta el
fondo de su corazón, dijo: ¿Con que vas a entregar tu vida por
mí? En verdad te digo: antes que cante el gallo, me habrás negado tres
veces (Jn 13,38).
Así pues, que el Señor me conceda, con la ayuda de vues-
tras oraciones, ser y perseverar, siendo hasta el final lo que
todos los que me queréis bien queréis que sea y lo que quiere
que sea quien me llamó y me envió; ayúdeme Él a cumplir lo
que me mandó. Pero, seamos como seamos los obispos, vues-
tra esperanza no ha de apoyarse en nosotros. Dejo de lado mi
persona; os hablo como obispo: quiero que para mí seáis causa
de alegría, no de que me llene de orgullo. No puedo en ver-
dad felicitar a nadie que ponga su esperanza en mí; hay que
corregirle y no animarle a eso; hay que hacerle cambiar y no
dejarle que siga en esa idea. Si no puedo advertírselo, sufro por
ello, pero si puedo advertírselo, eso ya no me hace sufrir. Ahora
os hablo en nombre de Cristo a vosotros, pueblo de Dios; os
hablo en la Iglesia de Dios, os hablo yo, como un siervo cual-
quiera de Dios: vuestra esperanza no esté puesta en nosotros,
no esté en los hombres. Si somos buenos, somos siervos; si
somos malos, somos siervos; pero, si somos buenos, somos ser-
vidores fieles, verdaderamente servidores. Fijaos en lo que os
servimos: si tenéis hambre y no queréis ser ingratos, observad
de qué despensa se sacan los manjares. No te corresponde el
ponerte a mirar cuál es el recipiente en el que se te pone lo
que estás ávido de comer. En la gran casa del padre de familia,
no hay sólo vajilla de oro y plata, sino también de barro (2 Tim 2,20).
Hay vasos de plata, de oro y de barro.Tú mira sólo si tiene pan,
de quién es el pan y quién lo da para que te lo sirvan. Mirad
a Aquél de quien estoy hablando, el dador de este pan que se
os sirve. Él mismo es el pan: Yo soy el pan vivo que he bajado
del cielo (Jn 6,51). Así, pues, por Cristo, os servimos a Cristo;
os servimos a Él, pero bajo sus órdenes; para que Él llegue

230
MIEMBROS Y FUNCIONES

hasta vosotros, sea Él mismo el juez de nuestro servicio. Si, por


ejemplo, el obispo es un ladrón, nunca te ha de decir desde
esta cátedra: «Roba»; él no te dirá otra cosa más que ésta: «No
robes». Esto lo recibe de la despensa del Señor. Si te quisiera
decir algo que fuera más allá de esto, lo rechazarías y le dirías:
«Esto no es de la despensa del Señor; son cosas tuyas». Quien
habla mentira, habla de lo suyo (Jn 8,44). Que te diga, pues, según
Dios: «No robes, no seas adúltero, no cometas homicidio»; que
te lo diga según Dios, para que sientas temor, para que no te
enorgullezcas, para que te apartes del amor del mundo, para
que pongas tu esperanza en el Señor. Eso ha de decirte según
Dios. Si él personalmente no lo cumple, ¿a ti qué te importa?
Cristo es el Señor tu Dios, y Él te ha dado firmeza al decir:
Los escribas y los fariseos, como imagen de los que presiden, se
han sentado en la cátedra de Moisés; haced lo que os dicen, pero no
hagáis lo que ellos hacen, pues dicen, pero no hacen (Mt 23,3). ¿Qué
has de replicar a estas palabras? ¿Con qué te vas a excusar en
el juicio de Cristo? Quizá digas: «Obré mal porque vi que mi
obispo no vivía bien». Se te responderá: «Elegiste un compañe-
ro con quien condenarte, no con quien liberarte…» Por esto
debemos hacer lo que ellos nos dicen y no debemos hacer lo
que ellos hacen.Y más adelante dice: ¿Acaso se recogen uvas de
las zarzas, o higos de los abrojos? A todo árbol se le conoce por su
fruto (Mt 7,16). ¿Qué decir, pues? ¿Cómo hemos de obedecer?
¿Cómo hemos de entenderlo? Fijaos bien: son abrojos, son
zarzas. Haced lo que os dicen. ¿Me mandas entonces que coja
uvas de las zarzas?; ¿en un lugar me lo mandas y en otro me
lo prohíbes?, ¿cómo podré obedecer? Escucha y comprende.
Cuando digo: «Haced como os dicen, pero no hagáis lo que
ellos hacen», has de fijarte en lo que he dicho antes: Se han
sentado en la cátedra de Moisés. Cuando dicen cosas buenas, no
las dicen ellos, sino la cátedra de Moisés. La cátedra está aquí
para significar la doctrina; no es que hable la cátedra, sino la
doctrina de Moisés, que está presente en su memoria, pero no
en sus obras. En cambio, cuando hablan ellos, es decir, cuando
hablan de lo suyo, ¿qué se les dice a ellos? ¿Cómo podéis decir

231
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

cosas buenas, siendo vosotros malos? (Mt 12,34). Mirad esta otra
comparación. No cojáis uvas de las zarzas, pues las zarzas nunca
pueden dar uvas. Pero ¿no habéis advertido cómo, al crecer el
sarmiento de la vid, se llega al seto y se mezcla con las zarzas,
y entre las zarzas las vides dan su fruto y de ellas cuelgan los
racimos? Estás hambriento, pasas y ves el racimo colgar de las
zarzas…, quieres cogerlo. Cógelo, alarga tu mano con cuidado
y cautela; evita las espinas, coge el fruto. Lo mismo has de hacer
cuando un hombre malo o pésimo te presenta la doctrina de
Cristo: escúchala, cógela, no la desprecies… pero ¡estate aten-
to a las espinas!... Para no equivocarte, mira de dónde coges
el fruto: allí está el sarmiento. Dirige tu mirada al sarmiento y
advierte que pertenece a la vid, que sale de la vid, que crece
desde la vid, pero que termina estando en medio de las zarzas.
¿Acaso la vid debe retirar sus sarmientos? De idéntica manera,
la doctrina de Cristo, creciendo y desarrollándose, se mezcló
con árboles buenos y con zarzas malas. La predican los buenos
y la predican los malos.Tú observa de dónde procede el fruto,
de dónde se origina lo que te alimenta y de dónde lo que te
punza; a la vista están mezcladas ambas cosas, pero en la raíz se
encuentran separadas.
(Serm. 340/A, 1-10; Morin I 32; M. A. 563-573)

Si el Señor no construye…

175. Son muchos los que se fatigan en la edificación, pero


si no es Él quien edifica, entonces en vano se cansan los constructo-
res (Sal 126,1). ¿Quiénes son los que se fatigan en la construc-
ción? Todos los que en la Iglesia predican la palabra de Dios,
los ministros de los sacramentos de Dios… Nosotros os habla-
mos desde fuera, es Él quien edifica dentro. Nosotros solamen-
te advertimos cómo escucháis, pero lo que pensáis, únicamente
lo advierte el que ve vuestros pensamientos. Es Él quien edifi-
ca, es Él quien aconseja, es Él quien inspira temor, quien abre la
inteligencia, quien dispone vuestro entendimiento a la fe. Sin

232
MIEMBROS Y FUNCIONES

embargo, nosotros también nos fatigamos como obreros; pero,


si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores...
[La Iglesia] así como tiene constructores, también tiene guar-
dianes… Son los obispos quienes hacen esto. Es por eso que
el lugar del obispo está colocado más alto, para que él pueda
ver desde ahí arriba y custodiar al pueblo... Desde este lugar
elevado hemos de rendir cuentas rigurosamente si no estamos
aquí con el deseo en el corazón de estar con humildad a vues-
tros pies, si no oramos por vosotros para que os guarde quien
conoce vuestras almas. Pues podemos veros entrar y salir, pero
no alcanzamos a ver qué pensáis en el corazón, ni tampoco
podemos ver lo que hacéis en vuestras casas. Luego, ¿cuál es el
modo en que custodiamos? Como hombres, en cuanto pode-
mos, en cuanto nos es concedido.Y, puesto que custodiamos
como hombres y no podemos hacerlo perfectamente, por ello,
¿permaneceréis acaso sin guarda? De ninguna manera. Pues,
¿dónde está Aquél de quien se dice: Si el Señor no guarda la ciu-
dad, en vano se fatigó el centinela? Trabajamos custodiando, pero
nuestra fatiga será inútil si no os guarda Aquél que ve vues-
tros pensamientos. Él os guarda cuando estáis despiertos, Él os
guarda cuando estáis dormidos… Nosotros os guardamos por
el oficio de gobierno, pero queremos ser guardados junto con
vosotros. Nosotros somos pastores para vosotros, mas junto
con vosotros somos ovejas de aquel único Pastor. Desde este
lugar que ocupamos, somos maestros para vosotros; pero junto
con vosotros somos discípulos en esta misma escuela bajo el
único Maestro.
(Enarr. in Psal. 126, 2-3; P. L. 37, 1668-1669)

Los peligros del magisterio

176. Aunque parece que somos nosotros los que tene-


mos un lugar elevado para que se escuche mejor nuestra voz,
sois sin embargo vosotros los que juzgáis a ese lugar elevado y
nosotros quienes somos juzgados. Se nos llama maestros, mas

233
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

nosotros buscamos a quien nos enseñe sobre muchas cosas y


no queremos ser considerados maestros. Es peligroso y ha sido
prohibido por el Señor mismo que dice: No queráis ser llamados
«maestro», uno solo es vuestro maestro, Cristo (Mt 23,10). Lo que es
peligroso es el magisterio. La seguridad es para los discípulos…
El Apóstol había aceptado su cometido de maestro por nece-
sidad; escuchad lo que dice a propósito de esto: Yo me presenté
a vosotros débil y temblando de miedo (1 Cor 2,3). Lo que es más
seguro es que, nosotros que hablamos y vosotros que escucháis,
nos sepamos condiscípulos bajo un solo Maestro.Y lo que es
completamente más seguro, y esto es necesario, es que nos es-
cuchéis no como maestros sino como condiscípulos vuestros.
Ved, pues, la preocupación que se nos impone cuando se dice:
Hermanos, no os constituyáis muchos en maestros… pues todos falta-
mos a menudo en muchas cosas. ¿Quién no tendría miedo oyendo
al Apóstol? Dice: Todos. ¿Y qué es lo que sigue? Si alguien no
falta en el hablar, ese es un hombre perfecto (Sant 3,1-2). ¿Quién se
atrevería a considerarse perfecto? Quien está de pie y escucha,
ese es el que no falta en el hablar. Pero quien habla, aun si no
falta –lo que es difícil–, cuánto es lo que padece temiendo no
vaya a faltar. Por tanto, es necesario que vosotros seáis no so-
lamente quienes escuchan a quienes hablan sino que tengáis
piedad de quienes tienen miedo; para que así, en aquello que
nosotros decimos de verdadero –puesto que todo lo verdadero
pertenece a la Verdad– sea a Él a quien alabéis y no a nosotros,
mas ahí donde nosotros faltemos como hombres, también sea
a Él a quien oréis por nosotros.
(Serm. 23, 1-2; P. L. 38, 155-156)

Los tormentos del cargo

177. Apartaos de mí, malvados, y escudriñaré los mandamientos


de mi Dios (Sal 118,115). Él no ha dicho «cumpliré», sino escudri-
ñaré. Luego para que los conozca perfectamente y con cuidado,
desea apartar de sí a los malvados... Porque los malvados nos

234
MIEMBROS Y FUNCIONES

ejercitan en el cumplimiento de los mandamientos, pero nos


apartan del escrutarlos; no sólo cuando nos persiguen o quie-
ren discutir con nosotros, sino también cuando nos compla-
cen y honran y al mismo tiempo piden que nos ocupemos en
favorecer sus viciosos y codiciosos apetitos y que dediquemos
a ello nuestro tiempo. Nos apartan también cuando persiguen
a los débiles y les obligan a presentar su causa ante nosotros, a
los que no nos atrevemos a decir: Hombre, dime: ¿quién me ha
constituido juez o árbitro entre vosotros? (Lc 12,14). Pues el Após-
tol constituyó personas eclesiásticas para que conocieran tales
causas, prohibiendo a los cristianos litigar en el foro secular.Y
no se diga menos de ésos que, aun cuando no quitan lo ajeno,
reclaman lo suyo con avidez; les decimos: «Apartaos de toda
codicia», poniéndoles ante sus ojos ese hombre al que se le dijo:
¡Necio!, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que
acumulaste? (Lc 12,20); pero ellos, por más que se lo digamos, no
se apartan ni se alejan de nosotros, sino que instan, exigen, rue-
gan, se alborotan y nos piden con insistencia que nos ocupemos
más de las cosas que ellos aman que de escudriñar los manda-
mientos de Dios, que nosotros amamos. ¡Oh, qué pesadas son
esas muchedumbres alborotadoras y con cuánto deseo de las
palabras divinas se dijo esto: Apartaos de mí, malvados, y escudri-
ñaré los mandamientos de mi Dios! Que me perdonen los fieles
obedientes, que rara vez nos molestan para que decidamos so-
bre sus negocios seculares y que, cuando lo hacen, se someten
sin dificultad a nuestras orientaciones; no nos abruman con sus
pleitos sino que, más aún, nos consuelan con su obediencia.
(Enarr. in Psal. 118 [24], 3; P. L. 37, 1569-1570)

El mercenario

178. Cuando el mercenario ve venir al lobo abandona las ovejas


y huye, porque ni le pertenecen las ovejas ni se preocupa por ellas (Jn
10,12-13). ¿Fue tal el apóstol Pablo?... En una Carta he visto a
Pablo que huía, fue bajado por el muro dentro de una espuerta

235
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

para escapar de las manos del perseguidor (2 Cor 11,33). ¿No


hubo entonces en él preocupación alguna por las ovejas que
abandonaba ante el lobo que venía?...
¿Quién es el mercenario, el que huye viendo venir al lobo?
Es el que busca lo propio y no lo que es de Jesucristo, que no
se atreve a reprender con libertad al que peca (1 Tim 5,20).
Por ejemplo, pecó no sé quién, pecó gravemente, y debe ser
reprendido, debe ser excomulgado; pero cuando él sea exco-
mulgado será un enemigo, maquinará y causará daños cuando
le sea posible. Ahora bien, el que busca su propio interés y no
el de Jesucristo, por no perder lo que persigue, por no perder
la ventaja de la amistad de un hombre y no tener que soportar
las molestias de una enemistad, calla y no lo reprende. Aquí
tenéis al lobo con las garras en la garganta de la oveja. El diablo
ha incitado a uno de los fieles a cometer un adulterio; tú callas,
no le reprendes. ¡Ah mercenario! Has visto venir al lobo y has
huido. Quizás responderá y dirá: «Aquí estoy, no he huido».
Has huido, porque has callado; has callado, porque has temido.
El temor es la huida del alma. Con el cuerpo te has quedado,
pero has huido con el espíritu; es precisamente eso lo que no
hacía quien decía: Aunque con el cuerpo estoy ausente, estoy con
vosotros en espíritu (Col 2,5). ¿Cómo habría de huir el espíritu
de quien, incluso ausente de modo corporal, reprendía con sus
escritos a los fornicadores?
(Tract. in Joann. 46, 7-8; P. L. 35, 1731-1736)

El celo hasta la muerte

179. Apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17). ¿Qué ovejas? Las


que compré con mi sangre. He muerto por ellas. ¿Me amas?
Muere por ellas… Aquello que fue encomendado a Pedro, eso
que le fue mandado, no lo escuchó Pedro solamente.También
los otros apóstoles lo escucharon, lo retuvieron, lo conservaron;
sobre todo, ese compañero suyo de sufrimientos y de fecha
de celebración, el apóstol Pablo. Lo escucharon ellos y nos

236
MIEMBROS Y FUNCIONES

lo transmitieron, para que lo escucháramos también nosotros.


Nosotros os apacentamos, junto con vosotros somos apacen-
tados; que el Señor nos conceda fuerzas para amaros hasta tal
punto que podamos morir también por vosotros, o mediante
el hecho (effectu) o mediante la disponibilidad (affectu). Pues
no porque el apóstol Juan no haya sufrido el martirio ha de
decirse que pudo haberle faltado un alma disponible para el
sufrimiento. No sufrió el martirio, pero pudo haberlo sufrido.
Dios conocía su estar dispuesto.
(Serm. 296, 4-5; Casinen. I 133; M. A. 403-404)

180. Doy fe de ello ante Dios y ante sus ángeles: por lo


que a nosotros respecta, os hemos dado lo que hemos recibido;
y no somos nosotros quienes os lo hemos dado, sino que os ha
sido dado por medio de nosotros. Es dinero del Señor; noso-
tros lo repartimos, no somos nosotros quien lo dona.Tenemos
el mismo Señor; nosotros repartimos los víveres entre nuestros
compañeros de servicio; también nosotros vivimos del mismo
granero. No nos pertenecemos sino que somos de Aquél que
vertió su sangre como precio por nosotros. Hemos sido res-
catados juntos y todos valemos un mismo precio: el trigo del
que todos nos alimentamos es el santo Evangelio. Quien nos
ha rescatado, de esclavos que éramos, nos ha hecho hermanos;
el único Heredero nos ha hecho coherederos.
(Serm. 260/D, 2; Morin I 18; M. A. 500)

181. Os hablo y salvo mi alma (Ez 3,18-21). Si me callase,


me encontraría no sólo en un gran peligro, sino que estaría ya
establecido en una gran ruina. Pero a partir del momento en
que he hablado, he cumplido mi tarea y a vosotros os toca el
tener cuidado con el peligro que corréis. ¿Qué es lo que yo
quiero? ¿Cuál es mi deseo? ¿Qué es lo que ansío? ¿Por qué
hablo? ¿Por qué me siento aquí? ¿Qué es por lo que vivo?
No es otra cosa sino esta intención: que vivamos juntos con
Cristo. Es ésta mi «ambición», ésta es mi «honra», ésta es mi
«conquista», es mi gozo y mi verdadero bien. Aun si vosotros

237
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

no me escuchaseis, no por eso me voy a callar, así salvaré mi


alma. Pero no quiero ser salvado sin vosotros.
(Serm. 17, 2; P. L. 38, 123)

LOS CAMINOS DE LOS SANTOS

El camino de todos los estados de vida

182. Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para


que sigamos sus huellas (1 Pe 2,21). En estas palabras parece
como si el apóstol Pedro considerase que Cristo padeció sólo
por los que siguen sus huellas, y que el sufrimiento de Cristo
no aprovecha en nada sino sólo a los que siguen sus huellas.
Los santos mártires lo siguieron hasta el derramamiento de la
sangre, hasta el asemejarse en el sufrimiento; le siguieron los
mártires, pero no solamente ellos. No se hundió el puente una
vez que pasaron ellos ni se agotó el manantial después que ellos
bebieron. ¿Cuál es, si no, la esperanza de los buenos creyentes,
ya sea que lleven juntos el yugo del matrimonio bajo la alianza
conyugal y vivan casta y concordemente; ya sea que refrenen
los deseos de la carne en la continencia de la viudez; o ya sea
que pongan de manifiesto la excelsa santidad floreciendo en
una virginidad siempre nueva siguiendo al Cordero adonde-
quiera que vaya? ¿Qué esperanza hay para ellos, y digo aún
más, qué esperanza para nosotros, si es que no siguen a Cris-
to sino solamente los que derraman su sangre por su causa?
Nuestra Madre la Iglesia, ¿ha de perder los hijos que procreó
en manera tanto más fecunda cuanto de mayor seguridad go-
zaba en tiempos de paz? ¿Acaso ha de rogar a Dios le mande
persecuciones y pruebas para no perderlos? ¡Nunca, hermanos
míos! ¿Cómo puede solicitar persecuciones quien clama todos
los días: no nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13)?
En el vergel del Señor, hermanos, se encuentran no sola-
mente las rosas de los mártires, sino también los lirios de los

238
MIEMBROS Y FUNCIONES

vírgenes, las hiedras de los esposos y las violetas de las viudas.


En ningún modo, amadísimos, que ningún género de hombre
desespere de su vocación; por todos sufrió Cristo; está escrito
sobre Él de un modo veraz: Quiere que todos los hombres sean
salvos y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4).
Entendamos entonces cómo el cristiano debe seguir a
Cristo aun sin la efusión de su sangre, aun sin el peligro del
sufrimiento. El Apóstol dice, hablando de Cristo el Señor:
Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
¡Qué majestad! Al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la
condición de esclavo, hecho semejante a los hombres; y así reconocido
como hombre por su presencia. ¡Qué humildad! Cristo se humi-
lló. ¡Cristiano!, tienes algo que debes guardar… Después de
haber recorrido la senda de tantas humillaciones, derribada la
muerte, Cristo subió al cielo; ¡sigámoslo! Oigamos al Apóstol:
Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios; buscad las cosas de arriba, no
las de la tierra (Col 3,1-2). Hay que desdeñar todo cuanto el
mundo nos presenta como placentero en las cosas pasajeras y
no hay que arredrarse ante lo que el mundo considera como
áspero y terrible. Y quien obre así, que no dude que camina
tras las huellas de Cristo y con razón puede atreverse a decir
con el apóstol Pablo: Nuestra morada está en los cielos (Flp 3,20).
(Serm. 304, 2-3; P. L. 38, 1396-1397)

La pasión en la Iglesia

183. En favor de los lagares (Sal 83,1)… La uva ciertamente


pende de la vid, y la aceituna del olivo. Los lagares suelen em-
plearse para estas dos clases de frutos; mientras penden como
frutos, gozan libremente del aire; la uva no es vino ni la acei-
tuna es aceite antes de ser apisonadas. Así son los hombres
que Dios predestinó antes de todos los tiempos para hacerlos
conformes a la imagen de su Hijo unigénito (Rom 8,29), el
cual, sobre todo en su pasión, fue exprimido como un gran

239
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

racimo de uvas. Así también los hombres, antes de acercarse al


servicio de Dios, gozan en el mundo como en una deliciosa
libertad, al estilo de la uva y la aceituna que penden de la vid
y del olivo. Pero como se escribió: Hijo, cuando te acerques al
servicio de Dios, permanece en la justicia y el temor y prepara tu alma
para la tentación (Eclo 2,1); quienquiera que entra al servicio de
Dios, que reconozca que se ha acercado al lagar; será probado,
machacado, exprimido; no para perecer en este mundo, sino
para que fluya hacia las bodegas del Señor.
(Enarr. in Psal. 83, 1; P. L. 37, 1055-1056)

184. Cuando el hombre haya comenzado a disponerse


para la subida; lo diré de modo más claro: cuando el hombre
cristiano haya comenzado a pensar en progresar, comienza
entonces a padecer las lenguas de los adversarios. El que aún
no ha sufrido por causa de ellas, aún no ha hecho ningún
progreso... ¿Quiere alguien entender lo que estoy diciendo,
mejor aún, de lo que juntos hemos escuchado? Que haga ex-
periencia. Que empiece a ir adelante, a querer subir, a querer
despreciar lo terreno, lo caduco, lo temporal; a querer tener en
nada la felicidad del mundo, a pensar únicamente en Dios, a
no alegrarse del lucro, a no afligirse por las pérdidas, a querer
vender todos sus bienes y distribuirlos a los pobres, a seguir a
Cristo.Veremos entonces cómo sufre a causa de las lenguas de
los que pretenden echarlo atrás y de los que lo contradicen
con muchas razones; y lo que es más grave, de los que, como si
lo aconsejasen, quieren apartarlo de su salvación… Por tanto,
el que se dispone a subir, primeramente suplica a Dios que le
proteja contra estas lenguas, y dice: En la tribulación clamé a ti,
Señor, y Tú me escuchaste (Sal 119,1). ¿Cómo es que ya lo escu-
chó? Sí, desde el momento mismo en que lo estableció en el
camino para esa subida. Y teniendo en cuenta que el que ha
de subir ya fue escuchado, ¿qué pide? Señor, libra mi alma de los
labios perversos y de la lengua engañosa. ¿Cuál es esa lengua enga-
ñosa? Es la lengua fraudulenta, lengua que, so capa de consejo,
lo que quiere es hacer daño perversamente. Son los que dicen:

240
MIEMBROS Y FUNCIONES

«¿Y tú has de hacer lo que nadie hace? ¿Tú sólo serás cristia-
no?» Mas si se les muestra que también otros hacen esto y se les
lee el Evangelio, donde el Señor manda hacerlo,… ¿qué es lo
que responden ésos con lengua engañosa y labios perversos? «Qui-
zás no podrás cumplirlo, es demasiado lo que emprendes»... Es
mejor un insulto que no una alabanza engañosa.
(Enarr. in Psal. 119, 3; P. L. 37, 1599-1600)

185. Moisés y Aarón entre sus sacerdotes, Samuel entre los


que invocan su nombre… Tú les has sido propicio, Tú has vengado
todos sus delitos (Sal 98,6.8)… ¿Qué habremos de decir? ¿Que
quizá Moisés tuvo una primera vida en el pecado? Pues él,
habiendo matado a un hombre, huyó de Egipto (Ex 2,12-15).
Aarón también tuvo una primera vida en la que desagradó a
Dios, porque dejó que el pueblo insensato y furioso se hiciese
un ídolo… ¿Qué hizo Samuel, habiendo estado consagrado
al templo desde niño?... En ningún lugar quedó dicho algo
malo sobre Samuel; nada por parte de los hombres. Quizás
Dios conocía en él algo que debía aún purgar, pues lo que
parece perfecto a los hombres, ante la perfección de Él, es
aún imperfecto. Muchas veces los artistas ejecutan obras de
arte y las muestran a los inexpertos en la materia; y, cuando ya
los que no saben la juzgan como perfecta, los propios artistas,
que conocen los matices que todavía faltan, las retocan, de
suerte que los hombres se maravillan ante tanto retoque de
las obras que proclamaron perfectas… Así también esos santos
vivían ante los ojos de Dios: como si no tuvieran culpa algu-
na, como si fuesen perfectos, como ángeles; sin embargo sólo
Él sabía lo que aún les faltaba… Digo esto para que sepan los
cristianos, los que lo han conocido ya aquí,… los que Él ha
amado hasta el punto de verter su sangre por ellos, que se-
pan, pues, cuánto serán vapuleados cuando hayan progresado
mucho… Leed y ved las venganzas [que padecieron Moisés
y Aarón] y, vosotros que vais progresando, soportad estas ven-
ganzas. Cotidianamente soportaban las protestas del pueblo,
cotidianamente toleraban a los que vivían inicuamente y se

241
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

veían obligados a vivir entre aquéllos mismos cuya conducta


condenaban todos los días. Ésta era la venganza. Aquél para el
que es pequeña, aún no ha progresado.Tanto más te atormen-
tará la injusticia ajena cuanto más te hayas apartado de la tuya.
A partir del momento en el que seas trigo, es decir, hierba
buena de semilla buena, hijo del reino… entonces aparecerá
la cizaña junto a ti,… te verás en medio de los malvados.Ten-
drás el deseo de alejar de ti a los malvados, querrás apartar de
la Iglesia a todos los que son malvados, pero te lo impedirá el
juicio del Señor, que dice: Dejad crecer a ambos hasta el tiempo
de la siega, no suceda que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis
juntamente con ella el trigo (Mt 13,26-29)… Luego las pruebas
han de ser soportadas; y quizás esto está dentro de eso que se
dijo: El siervo que sabe cuál es la voluntad de su Señor y no obra
conforme a ella, será vapuleado con muchos azotes (Lc 12,47-48).
En muchas cosas, cuando se nos da a conocer la voluntad
del Señor, también se nos da a conocer claramente nuestra
propia culpa; y cuanto más nos muestra Él, tanto más nos
sentimos inclinados al llanto y a las lágrimas. ¡Veamos, pues,
cuán justo es todo lo que Dios exige de nosotros y cuánta es
aún la imperfección en que nos encontramos! Es entonces
cuando se cumple en nosotros esta palabra: El que aumenta su
saber aumenta también su dolor (Eclo 1,18). Mira, cuanto más
abunde en ti el amor, más te dolerás por el que peca... no te
atormentará de manera que te enfades contra él, sino que
serás uno que se duele por él… Mira a Pablo, el apóstol:…
¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién se escandaliza sin que
yo me abrase? (2 Cor 11,28-29).
(Enarr. in Psal. 98, 10-12; P. L. 37, 1265-1269)

Imposible huir

186. Temor y terror vinieron sobre mí, y las tinieblas me cu-


brieron. Y dije:… ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré
y descansaré? (Sal 54,6-7). O bien anhelaba la muerte, o bien

242
MIEMBROS Y FUNCIONES

deseaba la soledad. Dice: «mientras se actúa así para conmigo,


mientras se me ordena que ame a mis enemigos, la injurias
de ellos aumentan y me ensombrecen, se nubla mi vista, me
quitan la luz, acometen contra mi corazón, dan muerte a
mi alma. Quisiera alejarme para no agregar más pecados a
los pecados permaneciendo, pero no tengo fuerzas. ¡Ojalá al
menos pudiera apartarme un poco del trato de los hombres,
para que mis heridas no sufrieran con los golpes repetidos
y que una vez sanado pudiera volver a la batalla!» Es esto lo
que sucede, hermanos, y así surge muchas veces el deseo de
la soledad en el corazón de los siervos de Dios; no es por
otra razón sino por la gran cantidad de pruebas y tropiezos;
por eso dice: ¿Quién me dará alas?... Muchas veces intenta
el hombre corregir a los hombres torcidos y perversos que
están encomendados a su cuidado, ante los que acaba fraca-
sando todo esfuerzo y todo cuidado; si no los puede corre-
gir, es necesario sufrirlos.Y ése que no puede ser corregido,
es de los tuyos, bien en la comunidad del género humano o
bien, muchas veces, en la comunión eclesial. Él está dentro,
¿qué harás? ¿Adónde irás? ¿Hacia dónde te alejarás para no
padecer estas cosas?... «He hecho todo; todas las fuerzas que
tenía, las he utilizado; me he empleado a fondo y veo que de
nada me sirvió; todos mis esfuerzos se consumieron en vano;
sólo queda el dolor… No puedo ya serles útil. Ojalá pudiese
descansar en alguna parte, separado de ellos corporalmente,
aunque no por el amor… tal vez orando por ellos les ayude
en algo...» Es necesario tener este deseo en el corazón; y no se
ve afectado por este deseo sino quien ha comenzado a andar
por la vía estrecha. Así aprende que no faltan persecuciones
en la Iglesia aun en este tiempo en que parece que la Iglesia
está libre de las persecuciones que padecieron nuestros már-
tires. No faltan persecuciones, porque es verdad esto: Todos los
que quieren vivir piadosamente en Cristo soportarán persecuciones
(2 Tim 3,12). Si no quieres padecer persecuciones, es que no
quieres vivir piadosamente en Cristo. ¿Quieres probar que
es verdad lo que se dijo? Comienza a vivir piadosamente en

243
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Cristo. ¿En qué consiste vivir piadosamente en Cristo? En


que pertenezca a tus entrañas lo que dice el Apóstol: ¿Quién
desfallece sin que yo desfallezca, quién se escandaliza sin que yo me
abrase? (2 Cor 11,29). Los desfallecimientos de los demás, los
escándalos de los otros, fueron persecuciones para Él. ¿Por
ventura faltan en este tiempo?...
¿Por qué razón pensáis, hermanos, que se llenaron los
desiertos de siervos de Dios? Si se hubiesen encontrado bien
entre los hombres, ¿se habrían apartado de ellos? Y, sin em-
bargo, ¿qué hacen? Mirad, se alejan huyendo, moran en el
desierto. Pero, ¿tal vez separados o solitarios? La caridad los
mantiene unidos, para que permanezcan entre muchos, y de
entre estos muchos surgen quienes se entregan al «ejercicio».
En toda comunidad de muchos, es necesario que se encuen-
tren también quienes son malos. Dios, que sabe que debemos
ejercitarnos, mezcla con nosotros a los que no han de per-
severar o a los que de tal modo han disimulado, que ni han
comenzado aquello en lo que debían perseverar. Sabe que es
necesario para nosotros el soportar a los malos, para que la
bondad progrese en nosotros…
He aquí que me alejé huyendo y asenté mi morada en el desierto.
¿En qué desierto? Adondequiera que vayas, se te reunirán los
demás, irán contigo al desierto, afectarán tu vida, no podrás
repeler la compañía de tus hermanos; se mezclarán también
contigo los malos, debes entregarte todavía al «ejercicio». He
aquí que me alejé huyendo y asenté mi morada en el desierto. ¿En
qué desierto? Quizá en la conciencia, adonde no entra hom-
bre alguno, en donde nadie está contigo, en donde estás solo
tú con Dios… No podrás estar separado del género humano
mientras vivas entre los hombres. Atiende más bien a aquel
Consolador, Rey y Señor, Emperador y Creador nuestro, que
se crió también entre nosotros: mira que entre sus Doce se
mezcló uno al que Él tuvo que sufrir… Quizá éste, como ha-
bía yo dicho antes, huyó hacia su conciencia, encontró allí un
poco de desierto donde descansar. Pero aquel amor le contur-
ba: estaba solo en su conciencia, mas ya no lo está en el amor;

244
MIEMBROS Y FUNCIONES

interiormente se consolaba en su conciencia, mas no le aban-


donaban exteriormente las tribulaciones. Por tanto, sosegado
en sí pero pendiente de los otros, como aún sigue angustiado,
¿qué dice? Esperaba a Aquél que me salvase de la pusilanimidad
y de la tempestad. Estás en el mar, hay tempestad; no te resta
más que exclamar: ¡Señor, perezco! (Mt 14,30). Que te tienda
la mano Aquél que pisa intrépido sobre las olas,… que te ha-
ble interiormente y te diga: «Pon tu mirada en Mí, mira qué
es lo que he soportado»... Tal vez con razón se turba tu cora-
zón, porque se ha borrado de tu memoria Aquél en quien has
creído.Te parece insoportable cuanto padeces porque no traes
a la mente lo que Cristo padeció por ti… Cuando hayas con-
templado con todo el corazón lo que Cristo padeció, ¿acaso
no lo sufrirás tú también con un ánimo sereno?, y quizá lo
harás alegrándote, porque has sido hallado semejante en algo
al sufrimiento de tu Rey.
(Enarr. in Psal. 54, 8-10; P. L. 36, 633-636)

Holocausto

187. Entraré en tu casa con holocaustos (Sal 65,13). ¿Qué


es el holocausto? El sacrificio en el cual ha sido quemado
todo, pero con fuego divino... y todo ha quedado consumido
por ese fuego divino… Bien, ha prometido holocaustos –es el
cuerpo de Cristo quien habla, es la unidad de Cristo quien
lo dice–: «Que tu fuego consuma todo lo que es mío, que no
quede nada para mí, que todo sea para Ti». Esto se cumplirá en
la resurrección de los justos: …Entonces se cumplirá lo que está
escrito: la muerte ha sido consumida en la victoria (1 Cor 15,54).
La victoria es como el fuego divino. Cuando devora nuestra
muerte, entonces es holocausto, pues no queda ya nada mortal
en la carne, ni nada culpable en el espíritu. Todo lo que pro-
cede de la vida mortal será consumido a fin de que en la vida
eterna quede consumado: ésos serán los holocaustos.
(Enarr. in Psal. 65, 18; P. L. 36, 789)

245
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

188. Te confesaré Señor con todo mi corazón (Sal 137,1). Él


dijo: todo mi corazón se encienda con la llama de tu amor. Que
en mí no quede nada reservado para mí, nada por lo que haya
de mirarme a mí, sino que me encienda todo entero en Ti,
que me queme todo entero en Ti, que yo todo entero te ame,
como abrasado por Ti.
(Enarr. in Psal. 137, 2; P. L. 37, 1775)

Elevado a Dios

189. Él pasó insatisfecho por encima de todo lo de esta


tierra, como un águila en vuelo pasó más allá de toda niebla
que cubre la tierra entera. Pues, así dice la Escritura: Y como
niebla cubrí toda la tierra (Eclo 24,3). Llegó a una región limpia
y clara, habiendo pasado a través de toda criatura, buscando a
su Dios, derramando su alma fuera de sí, llegó al Principio, a la
Palabra-Dios junto a Dios… Había pasado por encima de todo,
por la agudeza penetrante de su espíritu, vigoroso y confiado;
había pasado por encima de la tierra y de todo lo que está en la
tierra, por encima del aire, a través de todas las nubes desde las
que Dios habló en muchas ocasiones, de muchas maneras y a
muchos; había incluso superado a todos los ángeles por la agu-
deza de su fe..., y encontró a la única Palabra del único Padre,
y vio que Dios ha dicho una sola cosa; vio la Palabra por la cual
fueron hechas todas las cosas y en quien están todas a un mismo
tiempo, no divididas, no separadas, no desiguales. Pues no podía
Dios desconocer lo que hacía por medio de la Palabra; y, si co-
nocía lo que hacía, en Él estaba lo que hacía antes de que fuese
hecho... Por tanto, todas las cosas, antes de que fuesen hechas,
estaban en esa Palabra por la que Él hizo todas las cosas.Y una
vez hechas, ellas son ahí; mas aquí son de un modo, allí son de
otro; son de un modo en la naturaleza propia en la que han sido
hechas y son de otro en el arte por el cual fueron hechas. ¿Quién
nos explicará esto? Podemos intentarlo: caminad con Él y veréis.
(Enarr. in Psal. 61, 18; P. L. 36, 742)

246
MIEMBROS Y FUNCIONES

Angustia entre Dios y el mundo

190. Dije: Tendré cuidado en mi camino para no pecar con mi


lengua (Sal 38,2)… Él ve cuán difícil es, debido a la necesidad
de hablar que tiene el hombre, que uno no diga algo que des-
pués querría no haber dicho. Cansado por la congoja de estos
pecados, ha tratado de evitarlos. El que atraviesa el camino su-
fre esta dificultad, que no me juzgue quien no es todavía uno
que camina; que camine y hará experiencia de lo que digo…
Contra esto, el mejor remedio es el silencio… Hablo de cosas
espirituales al carnal, al que ve y oye por fuera, pero por den-
tro está sordo y ciego… Mientras que el pecador se pone frente a
mí. ¿Qué quieres decir tú, de bueno y santo… cuando incluso
a los que escuchaban de buena gana, deseosos de aprender…
el mismo Señor les dijo: muchas cosas me quedan por deciros, pero
no podéis cargar con ellas por ahora (Jn 16,12)?... Por tanto, no te
apresures a escuchar lo que no comprendes, sino a crecer para
que puedas comprender…
Ensordecí y fui humillado y me callé el bien… (Sal 38,3)
Como se detuvo en el callarse, comenzó a no escuchar. Tenía
tanto miedo a decir alguna cosa no buena que permaneció en
el no decir nada, ni siquiera cosas buenas; y como se estableció
en el callar, comenzó a ya no escuchar. Puedes permanecer de
pie sólo si eres uno que camina, si esperas oír de Dios lo que
has de decir a los hombres: atravesando, corres entre el uno y
el otro, entre Dios que es rico y el pobre que busca algo que
escuchar, corres para ver que puedes escuchar de allí, y que
puedes decir aquí. Pero si eliges no hablar nada hacia aquí, no
merecerás escuchar nada de allí… ¿Por qué buscas tanto el re-
cibir si eres negligente en el dar? Por no haber querido decir lo
que habías recibido, con razón te ves impedido para recibir lo
que ansiabas... Sí, querías algo, mas algo tienes; da lo que tienes
para que merezcas recibir lo que no tienes… Me callé las cosas
buenas y se renovó mi dolor… Y comencé a dolerme más por
haber callado lo que debía haber dicho que por haber dicho
alguna vez algo que no habría debido decir.

247
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Y mientras medito, se encendió el fuego (Sal 38,4). Mi corazón


comenzó a inquietarse,… puesto en este vaivén: entre hablar
y callar,… corriendo el peligro de echar perlas a los puercos,
corriendo el peligro de no distribuir el sustento a los demás
siervos como yo,… en esta angustia entonces he hablado con mi
propia lengua. No volvamos a aquello que ya hemos atravesa-
do, tampoco nos quedemos en los lugares adonde ya hemos
llegado… No estés tan seguro por las cosas que has pasado ya,
sino más bien, sé solícito por ésas a las que aún no has llegado...
Esto fue lo que él deseó,… no quedarse en el camino, y como
por las gotas de rocío del Señor que vienen de la nube de las
Escrituras, llegar como el ciervo a la fuente de la vida… Por
lo demás, he llegado a saber que este deseo lo tienen pocos, y
no me entienden bien salvo los que han gustado alguna vez de
aquello de lo que hablo. Hablo, sin embargo, a todos.
(Enarr. in Psal. 38, 3-6; P. L. 36, 414-418)

Mediador

191. En verdad os digo que veréis el cielo abierto, y a los ángeles de


Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre (Jn 1,48-51). Los ángeles
son los anunciadores de la verdad de Dios; que suban y vean: En
el principio existía la Palabra… Que bajen y vean que la Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Suban para levantar a los
grandes, bajen para alimentar a los pequeños. Mira a Pablo que
sube: Si nuestro espíritu ha quedado extasiado, es por Dios. Míralo
que baja: Si nos hemos moderado, por vosotros ha sido (2 Cor 5,13).
Míralo que sube: Hablamos sabiduría entre los perfectos (1 Cor 2,6).
Míralo que baja: En vez de alimento sólido, os di a beber leche (1 Cor
3,2)... Esto adviene en la Iglesia. Se sube hacia la Cabeza, se baja
hacia los miembros. Cristo está allí, Cristo está aquí.
(Enarr. in Psal. 44, 20; P. L. 36, 507)

192. Hay una gran diferencia entre descender y caer.


Puesto que Adán cayó, por eso Cristo descendió… Aquél cayó

248
MIEMBROS Y FUNCIONES

por su soberbia, éste descendió por misericordia. Pero no des-


cendió solo –sin embargo, es el único que bajó del cielo– sino
que muchos santos, imitándole, descienden y han descendido
hasta nosotros… Si empezamos a desatinar, fue por Dios; si nos
moderamos, es por vosotros (2 Cor 5,13). ¿Qué quiere decir: Si nos
moderamos? Nosotros hablamos de tal modo que vosotros po-
dáis comprender: porque el mismo Cristo se hizo tal, naciendo
y sufriendo, para que los hombres pudieran hablar de Él, ya
que un hombre habla más fácilmente de otro hombre. Es por
eso que los grandes descendieron hasta los pequeños, mas les
hablaban no de otra cosa sino de lo que es grande; entonces Él
mismo, que era grande, se hizo pequeño, para que los grandes
pudieran hablar a los pequeños acerca de Él… Aliméntate de
lo que Él se hizo por ti y crecerás hasta lo que Él es.
(Enarr. in Psal. 119, 2; P. L. 37, 1598)

El humus de la Iglesia

193. Como el abono de la tierra es pulverizado sobre la tierra,


así fueron disueltos nuestros huesos en el sepulcro (Sal 140,7)… Sa-
bemos que todas las cosas despreciables son las que abonan la
tierra. Las cosas que son despreciables para los hombres hacen
fecunda la tierra. Pues también se dijo en algún otro salmo:
Mataron a los santos, y no hubo quien los sepultase (Sal 78,3). Pero
todas aquellas muertes se convirtieron en abono de la tierra.
Así como la tierra recibe nutrientes de las cosas despreciables
y abyectas, así también de lo que este mundo despreció la tie-
rra recibió abono para que por ello brotase más abundante la
mies de la Iglesia. Vosotros lo sabéis ya, hermanos, no quiero
nombrar ni es propio mencionar las cosas despreciables con
las que se nutre la tierra. Es eso de lo que en cierto modo se
alimenta la tierra y la enriquece, y que es despreciable, repug-
nante y aborrecible para los hombres. Pero ¿qué hizo el Señor
de esto? Lo diré usando ya de sus palabras: Levantó al indigente
de la tierra, y del estiércol ensalzó al pobre, lo colocó con los príncipes,

249
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

con los príncipes de su pueblo (Sal 112,7-8). Ha sido arrojado a


la tierra, como un abono ha sido extendido por la tierra. Así
yacía Lázaro ulcerado; sin embargo, fue trasladado por los án-
geles al seno de Abrahán. Preciosa es a los ojos del Señor la muerte
de sus santos (Sal 115,15). Así como resulta despreciable para
el mundo, así resulta preciosa para el Agricultor. Pues Él sabe
que en ella hay provecho y abundante fruto, y sabe qué es lo
que hay que apreciar y qué se ha de escoger para que brote la
mies más fértil, aunque el mundo la desprecia. ¿Acaso ignoráis
que Dios eligió como valioso a lo despreciable del mundo, a lo que no
cuenta, para anular a lo que cuenta? (1 Cor 1,28).
(Enarr. in Psal. 140, 21; P. L. 37, 1829-1830)

Cristo en sus santos

194. Cristo mismo habla en sus santos. Así lo dice el


Apóstol: ¿Queréis recibir una prueba de que es Cristo quien habla en
mí? (2 Cor 13,3).Y aunque diga también que: Ni quien planta es
nada, ni tampoco quien riega, sino Dios, que hace crecer (1 Cor 3,7),
lo dice porque no quería ser amado él, sino que Dios fuese
amado en él. Sin embargo, da testimonio a otros diciendo: Me
recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús mismo (Gal
4,14). Luego, es Él quien ha de ser amado en todos sus santos,
quien dice: Tuve hambre, y me disteis de comer (Mt 25,35). No
dice: «Disteis a ellos», sino: Me disteis. ¡Es tan grande el amor
de la Cabeza para con su cuerpo!
(Serm. 197, 5; P. L. 38,1023-1024)

250
VII. LA IGLESIA COMO AMOR

SEGUIMIENTO DE CRISTO

Toda la ley

195. Toda la ley pende de dos preceptos: Amarás al Señor,


tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente; y
amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se
sostienen toda la Ley y los Profetas (Mt 22,37-40). En Cristo tie-
nes la totalidad. ¿Quieres amar a tu Dios? Lo tienes en Cristo:
En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. ¿Quieres amar a tu prójimo? Lo tienes en
Cristo: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
(Serm. 261, 8; P. L. 38, 1206)

Sígueme

196. Tú dices: «¿Qué he de hacer? He dado a los pobres


todo lo que tenía y reparto con los necesitados lo que po-
seo. ¿Qué más puedo hacer?» Tienes algo más: a ti mismo, te
tienes a ti mismo, tú formas parte de tus bienes, tú has de ser
sumado entre ellos. Considera el consejo que dio tu Señor
al rico: Anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres (Mt
19,21). ¿Acaso le dejó irse después de haberle dicho esto?
No.Y para que él no pensase que perdía aquello que amaba,
primero le aseguró que en esto él no perdía sino que al con-
trario se procuraba algo: Tendrás, le dijo, un tesoro en el cielo.
¿Pero es que basta con esto? No. Y ven y sígueme. ¿Lo has
amado? ¿Quieres seguirlo? Aquél al que tú quieres seguir, ha
corrido, ha volado. ¿Por qué camino? A través de las tribu-
laciones, a través de los oprobios, a través de las acusaciones
falsas, de los escupitajos en el rostro, de las bofetadas y los

251
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

azotes, a través de la corona de espinas, a través de su cruz y


de su muerte. ¿Por qué eres perezoso? ¿Querías seguirlo? Se
te ha mostrado el camino.
(Serm. 345, 6; Frangipane 3; M. A. 207)

Yo soy el camino

197. Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Todo


hombre anhela la verdad y la vida; pero no todo hombre halla
el camino.También algunos de los filósofos de este mundo al-
canzaron a ver que Dios es una cierta vida eterna e inmutable,
inteligible e inteligente, que es sabia y que concede sabiduría.
También vieron que Él es una verdad fija, estable, indeficien-
te, donde está el principio de todas las cosas creadas; lo vieron
ciertamente, pero de lejos. Lo vieron, mas en el seno del error,
y por ello no encontraron por qué camino llegar a esa heredad
tan grande, tan inefable y tan bienaventurada.Y de que tam-
bién ellos vieron –en la medida en que puede ser visto por el
hombre– al Creador a través de la criatura, al Artesano a través
de su obra y al Artífice del mundo por medio del mundo, de
ello es testigo el apóstol Pablo, al que sin duda alguna deben
creerle los cristianos...: Lo invisible de Él, es decir, de Dios, su
eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a
partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son
inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como
Dios ni le dieron gracias, antes se ofuscaron en sus razonamientos,
de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas.
Son palabras del Apóstol y no mías: Su corazón insensato quedó
envuelto en tinieblas. Alardeando de sabios, resultaron ser necios. Lo
que hallaron por su diligencia, lo perdieron por su orgullo.
Llamándose a sí mismos sabios, es decir, atribuyéndose a sí mis-
mos el don de Dios, vinieron a ser necios… Encontraste la ver-
dad y esta misma verdad la cambiaste por la injusticia (Rom
1,18-21).Y lo que habías llegado a conocer por medio de las
obras de Dios, lo has perdido por las obras del hombre… No

252
LA IGLESIA COMO AMOR

encontraron el camino que los condujese a la posesión de lo


que vislumbraron.
Sin embargo, Cristo, que es verdad y vida junto al Padre,
el Verbo de Dios, sobre quien se dijo: La vida era la luz de los
hombres (Jn 1,4); pues bien, puesto que Él mismo es verdad
y vida junto al Padre, y nosotros no teníamos cómo ir hacia
la verdad, Él, el Hijo de Dios, que es siempre verdad y vida
en el Padre, se ha hecho camino para nosotros haciéndose
hombre. Camina a través de Él, que es hombre, y llegarás a Él,
que es Dios. A través de Él, tú vas a Él. No busques fuera de
Él un camino por el que puedas llegar a Él. Si Él no hubiera
querido ser camino, habríamos andado siempre extraviados.
Se ha hecho camino por el que tú puedes andar. Yo no te
digo: «Busca el camino». Ha sido el Camino mismo quien
ha venido a ti. ¡Levántate y anda! Camina con tu modo de
vivir, no con los pies. Pues hay muchos que caminan bien
con los pies, pero en su modo de vivir caminan mal. Sucede a
veces, que hay algunos que caminan bien, pero van fuera del
Camino. Seguramente hallarás hombres que llevan una vida
ordenada, y no son cristianos. Corren bien, mas no andan
por el Camino; y cuanto más corren, más se extravían, pues
se alejan del Camino. Si estos hombres entran en el Camino
y le siguen, ¡cuánta seguridad hay! Porque andan bien y no
yerran. Cuando, por el contrario, no siguen el Camino, ¡qué
dignos de lástima son por muy bien que anden! Pues, es me-
jor avanzar cojeando en el Camino que caminar velozmente
pero fuera del Camino.
(Serm. 141, 1-4; P. L. 38, 776-778)

Avanzar

198. Vosotros veis bien que somos viandantes.Y os pre-


guntáis: «¿Qué es caminar?» Lo digo con una sola palabra:
«avanzar», ya que temo que no comprendáis bien y acabéis
teniendo pereza para caminar. Avanzad hermanos. Examinaos

253
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

siempre a vosotros mismos, sin engañaros, sin adularos, sin aca-


riciaros. Dentro de ti, contigo, no hay alguien ante quien debas
sonrojarte o ante quien te envanezcas. Hay alguien allí, pero
es Alguien a quien le agrada la humildad, que sea Él quien
te ponga a prueba. Pero también ponte tú mismo a prueba.
Que siempre te desagrade lo que eres si quieres llegar a ser
lo que todavía no eres. En efecto, donde te encuentres satis-
fecho contigo mismo, allí te quedarás. El día en el que digas:
«Ya está bien», ese día estarás incluso muerto. Añade siempre
algo, camina siempre, avanza siempre. No te quedes en el ca-
mino, no vayas para atrás, no te desvíes. Quien no avanza, se
queda detenido. Quien vuelve a las cosas de las que ya se ha-
bía separado, retrocede. Quien apostata, se desvía del camino.
Va adelante mejor un cojo por el camino, que uno que corre
saliéndose de él.
(Serm. 169, 18; P. L. 38, 926)

199. Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con
sus pasiones y sus deseos (Gal 5,24). En verdad, el cristiano
debe pender siempre de esta cruz durante toda esta vida, que
transcurre en medio de tentaciones. En esta vida no existe
algún tiempo en el que sean quitados los clavos de los que
se habla en el salmo: Traspasa mis carnes con los clavos de tu
temor (Sal 118,120). Carnes son las concupiscencias carnales;
clavos son los preceptos de la justicia; el temor de Dios clava
a aquéllas con ellos y nos crucifica cual sacrificio agradable a
Él. Por eso dice también el Apóstol: Os suplico, por tanto, her-
manos, por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos
como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios (Rom 12,1). Es ésta
una cruz en la que el siervo de Dios no sólo no se siente
confundido, sino que hasta se gloría, diciendo: Lejos de mí
el gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la
cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo (Gal
6, 14). Esta cruz, repito, no dura sólo cuarenta días, sino la
totalidad de esta vida.
(Serm. 205, 1; P. L. 38, 1039)

254
LA IGLESIA COMO AMOR

Ligereza por medio del amor

200. Parece duro y pesado lo que mandó el Señor; es


decir, que si alguien quiere seguirlo, debe negarse a sí mis-
mo. Mas no es ni duro ni pesado lo que manda Él, que es
quien ayuda a que se realice lo que manda. Pues, es verdad
eso que se dice en el salmo dirigiéndose a Él: Por las palabras
de tus labios yo he afrontado caminos duros (Sal 16,4), y también
es verdad lo que el mismo Señor dijo: Mi yugo es suave, y mi
carga ligera (Mt 11,30). En efecto, el amor hace que sea sua-
ve todo lo duro de los mandamientos. ¡Conocemos cuántas
cosas hace el amor! También en esas muchas ocasiones en
que el amor es reprobable y lascivo: ¡cuántas cosas duras han
soportado los hombres, cuántas cosas indignas e insoporta-
bles llevaron a cabo hasta el final, y todo para poder llegar
a lo que amaban! Ya se tratase de un amante del dinero, por
lo que se le llama avaro.Ya fuese un amante de la honra, por
lo que se le llama ambicioso; o ya fuese por amor a la belle-
za corporal, por lo que se le llama libertino. ¿Quién podría
enumerar todas las especies de amor? Mirad sin embargo,
cuánto es lo que se esfuerzan ésos que aman, mas no les
importa su fatiga. Al contrario, su mayor sufrimiento es que
alguien pretenda ahorrarles esfuerzos. Los hombres son tales
como es su amor. Ninguna otra cosa se ha de cuidar en el
cómo hay que vivir sino el elegir qué es lo que hay que amar.
¿Por qué te admiras si el que ama a Cristo y quiere seguir a
Cristo, amando se niega a sí mismo? Porque si el hombre se
pierde amándose, no hay duda que se halla negándose.
Es bueno seguirle a Él; mas ha de verse por dónde. El Se-
ñor Jesús no dijo estas palabras cuando ya había resucitado de
entre los muertos. No había padecido aún; Él estaba yendo a
la cruz, estaba yendo a la ignominia, a las afrentas, a los azo-
tes, a las espinas, a las llagas, a los insultos, a los oprobios y a la
muerte. El camino es muy duro y áspero: te quita los ánimos,
no quieres seguirle. ¡Síguele! El camino es áspero porque el
hombre lo hizo tal para sí; mas Cristo ha roto esa aspereza al

255
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

caminar y pasar por él. ¿Quién no querrá ir a la exaltación? A


todos les place el estar en lo alto, pero la humillación es la esca-
linata por donde se sube. ¿Para qué echas el pie hacia delante?
¿Es que quieres caer en vez de subir? Comienza a recorrer la
escalinata del abajamiento y entonces subirás. Este escalón de
la humildad no lo querían tener en cuenta los dos discípulos
que decían: Manda, Señor, que uno de nosotros se siente a tu derecha
y el otro a tu izquierda. Buscaban la cima, pero no veían el esca-
lón. El Señor les mostró cómo era el escalón. ¿Qué fue lo que
les dijo? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? (Mc 10,37-38).
Vosotros que aspiráis al vértice de la grandeza, ¿podéis beber el
cáliz de la humildad? Por eso no solamente dijo: Que se niegue
a sí mismo y me siga, sino que añadió: Que tome su cruz y me siga.
¿Qué significa: Tome su cruz? Que cargue con todo cuanto es
penoso, que me siga de esta manera. Porque tan pronto haya
comenzado a seguirme por medio de mi modo de vivir y mis
preceptos, tendrá muchos que le serán contrarios, muchos que
se lo estorben, muchos que le disuadan, y esto será por parte
de aquéllos que parece que acompañan a Cristo en su camino.
Pues también caminaban con Cristo quienes impedían a los
ciegos que gritasen (Mt 20,30). Sea que se trate de amenazas,
o se trate de halagos o cualquier otra suerte de estorbo, tómalo
como cruz si es que quieres seguirle: soporta, carga, no sucum-
bas. Vemos que los mártires eran animados por estas palabras
del Señor. Cuando hay persecución, ¿no deben ser desprecia-
das todas las cosas por amor de Cristo? Sí, el mundo puede
ser amado, pero se debe poner primero a Aquél por quien el
mundo fue creado.
(Serm. 96, 1-4; P. L. 38, 584-587)

El Maestro llama

201. Acabamos de leer cómo el Señor se comportó de


diferente manera con tres hombres. A uno que se ofreció a
seguirlo lo rechazó; a otro que no se atrevía, lo animó a ello;

256
LA IGLESIA COMO AMOR

y a un tercero que difería el hacerlo lo inculpó (Lc 9,57-62).


Ante un bien tan excelente como es seguir al Señor adonde
quiera que vaya, ¿quién más dispuesto, más resuelto, más pron-
to que aquél que dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas?
Lleno de admiración, preguntas: ¿Cómo es esto; cómo es que
un hombre tan bien dispuesto desagradó al Señor Jesucristo, al
Maestro bueno, que va en busca de discípulos a quienes dar el
reino de los cielos? Mas, puesto que Él era un Maestro tal, que
preveía lo que habría de venir, entendemos que este hombre,
hermanos míos, si hubiera seguido a Cristo, habría buscado
su propio interés y no el de Jesucristo. Pues el mismo Señor
dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos (Mt 7,21)… ¿Y qué fue lo que respondió? Las zorras tie-
nen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre
no tiene dónde reclinar su cabeza. Pero, ¿dónde no lo tiene? En
tu fe. Las zorras tienen madrigueras en tu corazón; eres falaz.
Las aves del cielo tienen nidos en tu corazón: eres soberbio.
Siendo falaz y soberbio no me seguirás. ¿Cómo puede seguir
la doblez a la simplicidad?
Después, al segundo, que estaba callado, que no decía nada
y nada prometía, le dice: Sígueme. Todo cuanto de malo veía en
el primero, lo veía ahora de bueno en éste. Al que no quería, le
dice Sígueme. Mira que tienes a un hombre dispuesto –Te segui-
ré adondequiera que vayas– y sin embargo es a quien no quiere
seguirte a quien le dices: Sígueme. Él dice: «Excluyo al primero
porque veo en él madrigueras, veo en él nidos». Pero ¿qué es
lo que pesa sobre aquél que cuando Tú le llamas él se excusa?
Le impeles y no viene, le ruegas y no te sigue ¿Qué es lo que
dice? Iré primero a enterrar a mi padre. Se le mostraba al Señor la
fe de su corazón, pero el amor filial pedía un tiempo. Cuando
Cristo el Señor, destina los hombres al Evangelio, no quiere
que se interponga excusa alguna de amor carnal o terrenal...
Yo, dice Jesús, te llamo para el Evangelio, te llamo para otra
obra, y ésta es más grande que lo que quieres hacer tú.
Llega en aquel momento un tercer discípulo, al que nadie
había dicho nada y dice: Te seguiré, Señor, pero déjame primero

257
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

despedirme de los de mi casa. En mi opinión, el sentido de las pa-


labras es: «Avisaré a los míos, no sea que, como suele acontecer,
me busquen». Pero, el Señor dice: Nadie que pone las manos en el
arado y mira hacia atrás es apto para el reino de los cielos. El Oriente
es quien te llama y tú miras a Occidente.
(Serm. 100, 1-3; P. L. 38, 602-604)

La atracción de la gracia

202. Nadie viene a mí si no lo atrae el Padre, que me ha en-


viado (Jn 6,44). No dijo «si no lo guía», sino atrae. Es el cora-
zón sobre el que realiza esta violencia, no sobre la carne. ¿De
qué te admiras? Cree, y vienes; ama, y eres atraído. No creas
que se trata de una violencia áspera y molesta; es dulce, suave;
es la suavidad misma lo que te atrae. Cuando la oveja tiene
hambre, ¿no se le atrae mostrándole hierba? Me parece que
no es empujada corporalmente sino que se le ata por medio
del deseo. Así, ven tú también a Cristo; no pienses que se
trata de un largo camino: tú vienes a Él cuando crees. Pues,
a Él, que está en todas partes, se llega amando, no navegando.
Y puesto que en el curso de este viaje también abundan las
borrascas y las tempestades de las diversas pruebas, por eso tú,
cree en el Crucificado para que tu fe pueda subirse al leño.
No te hundirás, sino que el leño te llevará. Así navegaba por
entre las olas de este siglo el que decía: Lejos de mí el gloriarme
en otra cosa sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal 6,14)
(Serm. 131, 2; P. L. 38, 730)

En esto, muchos han hecho otro tanto

203. Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido


(Mt 19,27)… ¡Pedro! ¿Qué es lo que has dejado? Una navi-
chuela y una red. Él podría responderme: «He dejado todo el
mundo porque nada he reservado para mí». La pobreza total,

258
LA IGLESIA COMO AMOR

es decir, el que es pobre de todo, posee pocas riquezas, pero


posee grandes deseos. Dios no se fija en lo que tiene, sino
en lo que desea. Es la voluntad la que es juzgada, la que es
escrutada invisiblemente por Aquél que es invisible. Así pues,
dejaron todo, dejaron el mundo entero, puesto que corta-
ron con todo eso que esperaban de este mundo; siguieron
a Aquél por quien el mundo fue hecho y creyeron en sus
promesas.Y después, muchos han hecho esto. Pero hay algo
sorprendente hermanos; ¿quiénes hicieron esto? Lo hicieron
los mismos que había dado muerte al Señor. Allí mismo, en
Jerusalén, después de haber ascendido el Señor al cielo y ha-
ber cumplido su promesa de enviar a los diez días el Espíritu
Santo, los discípulos, llenos del Espíritu Santo, hablaron las
lenguas de todos los pueblos. Oyéndolos entonces muchos
judíos presentes en Jerusalén y sintiendo pavor ante el don
de la gracia del Salvador, admirados y estupefactos, disputa-
ban entre sí sobre el origen de todo aquello. Los apóstoles les
dieron la respuesta: se lo había otorgado, mediante su Espíri-
tu, Aquél a quien ellos dieron muerte; entonces les pidieron
un consejo sobre cómo salvarse. En efecto, habían perdido
la esperanza, y no pensaban que se les pudiera perdonar el
gran crimen de haber dado muerte al Señor de toda criatura.
Pero los apóstoles les consolaron. Habiéndoseles prometido
el perdón y la impunidad, creyeron, y, vendiendo cuanto po-
seían, pusieron el importe de la venta de sus cosas a los pies
de los apóstoles, tanto más buenos cuanto más atemorizados.
Un temor mayor arrancó de ellos lo mejor. Esto lo hicieron
quienes dieron muerte al Señor; muchos otros lo hicieron
después y muchos siguen haciéndolo. Lo sabemos; tenemos
los ejemplos ante los ojos; son muchos los que nos producen
consuelo y satisfacción, puesto que la palabra de Dios no
queda infecunda en quienes le escuchan con fe. Pero otros
no lo hicieron igual y sin embargo ante la persecución die-
ron prueba de que usaban de las cosas de este mundo como si
no las poseyeran. Y no sólo hombres del pueblo, no sólo los
artesanos, no sólo los pobres, no sólo los indigentes, los de la

259
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

clase media, sino también muchos grandes ricos, senadores


e incluso mujeres de la más alta clase social, cuando llegó la
persecución, renunciaron a todos sus bienes.
(Serm. 301/A, 4; Denis 17; M. A. 84-85)

EL AMOR

El mandamiento nuevo

204. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros


(Jn 13,34). ¿No había sido ya mandado esto en la antigua ley
de Dios, ahí donde está escrito: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo? (Lev 19,18). ¿Por qué es denominado nuevo por el Se-
ñor, eso que bien se sabe es tan antiguo? ¿Tal vez será un man-
damiento nuevo porque nos despoja del hombre viejo y nos
reviste del hombre nuevo? Se renueva el hombre que escucha,
o mejor, el hombre que obedece, no por cualquier amor, sino
por ese amor del que añade el Señor, para distinguirlo del
amor carnal: Como yo os he amado. Pues se aman mutuamen-
te los que son marido y mujer, los padres y los hijos; se aman
entre sí todos aquéllos que se hallan unidos por algún vínculo
humano; por no hablar del amor culpable y condenable, que se
tienen mutuamente los adúlteros y adúlteras, los barraganes y
las rameras y aquéllos a quienes unió, no un vínculo humano,
sino una relación vergonzosa que corrompe la vida humana.
Luego Cristo nos dio el mandato nuevo de amarnos como Él
nos amó. Este amor nos renueva, para ser así hombres nuevos,
herederos de la Nueva Alianza y cantores del nuevo cántico.
Este amor, queridísimos hermanos, renovó ya entonces a los
justos de la antigüedad, a los patriarcas y profetas, como renovó
después a los bienaventurados apóstoles, y es el que también
renueva ahora a todas las gentes y el que de todo el género
humano, difundido por todo el orbe, forma y congrega un
pueblo nuevo, cuerpo de la nueva esposa del Hijo unigénito

260
LA IGLESIA COMO AMOR

de Dios, de la que se dice en el Cantar de los Cantares: ¿Quién


es ésta que sube resplandeciente de blancura? (Cant 8,5). Blanca, sí,
porque ha sido renovada, y ¿a partir de qué sino del mandato
nuevo? Por eso en ella los miembros se muestran solícitos los
unos con los otros, y si un miembro sufre, con él sufren los
otros; y si un miembro es honrado, con él se alegran todos los
miembros (1 Cor 12,25-26). Pues escuchan y custodian: os doy
un mandato nuevo, que os améis unos a otros, no aman como se
aman los que se corrompen, ni como se aman los hombres por
ser hombres, sino como se aman por ser dioses e hijos todos
del Altísimo (Sal 81,6), para ser hermanos de su único Hijo,
amándose mutuamente con el amor con que Él los ha amado,
para ser conducidos a aquel fin que les satisfaga, donde serán
saciados de bienes todos sus deseos (Sal 102,5). Pues no falta-
rá ya nada a su deseo, cuando Dios sea todo en todos (1 Cor
15,28). Ese fin no tendrá fin. Allí nadie morirá, porque nadie
llega allí sin morir antes a este siglo, no con la muerte común a
todos, en la que el cuerpo es abandonado por el alma, sino con
la muerte de los elegidos, en la que el corazón ha sido pues-
to en lo alto, aún cuando se permanece todavía en esta carne
mortal. El Apóstol decía acerca de esta muerte: Estáis muertos
y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3).Y quizá
por eso se dijo: El amor es fuerte como la muerte (Cant 8,6). Este
amor hace que muramos a este mundo aun cuando estemos en
este cuerpo corruptible, y que nuestra vida esté escondida con
Cristo en Dios; aún más, el amor mismo es nuestra muerte al
mundo y nuestra vida con Dios. Porque, si la muerte adviene
cuando el alma sale del cuerpo, ¿cómo no ha de ser muerte
cuando nuestro amor sale del mundo? Pues el amor es fuerte
como la muerte. ¿Qué puede haber más fuerte que él, que
vence al mundo?
Mas no debéis pensar, hermanos míos, que con eso que
dijo el Señor: Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros,
quede puesto fuera aquel mandamiento más grande, en el que
se nos manda amar al Señor nuestro Dios con todo el corazón,
con toda el alma y con todas las fuerzas; como si supusiera

261
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

tener que dejarlo fuera el decir que os améis unos a otros, y como
si éste no estuviera incluido en eso otro que se dijo: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. Pues, de estos dos preceptos, dice Él,
penden toda la Ley y los Profetas (Mt 22,34-40). Pero para quie-
nes entienden bien, en cada uno de ellos se encuentra a los
dos. Porque quien ama a Dios, no puede despreciar a quien
manda amar al prójimo.Y quien santa y espiritualmente ama al
prójimo, ¿qué ama en él sino a Dios? Es éste un amor distinto
de todo amor mundano, y para distinguirlo agregó el Señor:
como yo os he amado. ¿Qué amó Él en nosotros sino a Dios?
No porque ya le teníamos, sino para que le tuviésemos, para
conducirnos, como dije poco antes, allí donde Dios ha de ser
todo en todos. De esta manera, se dice rectamente que el mé-
dico ama a los enfermos; porque ¿qué otra cosa ama en ellos
sino la salud, que desea restituirles, y no la enfermedad, que
ha venido a expulsar? Así nosotros querámonos mutuamente
mediante la solicitud del amor, para que tengamos a Dios en
nosotros. Este amor nos lo da el mismo que dice: Que os améis
unos a otros como yo os he amado. Por esto Él nos amó, para que
nos amemos mutuamente; amándonos Él nos ha concedido
esto: que estemos unidos entre nosotros por un mutuo amor,
que seamos miembros, unidos por tan suave vínculo, en el
cuerpo de tan excelente Cabeza.
En esto, dice Él, conocerán todos que sois mis discípulos: si
os amáis unos a otros. Como si dijera: junto con vosotros, hay
quienes no son míos, mas tienen algunos dones míos: no sólo
su naturaleza, vida, sentidos, la razón y la salud, que es común
a todos los hombres y a las bestias; sino también el don de
lenguas, los sacramentos, el don de profecía, de ciencia, de la
fe, el don de repartir sus bienes a los pobres, de entregar su
cuerpo a las llamas; pero, puesto que no tienen amor, hacen
ruido como los címbalos, nada son, de nada les aprovecha (1
Co 13,1-3). No es entonces por esos dones míos, por muy
buenos que sean, y que pueden tener también quienes no son
mis discípulos, sino por esto conocerán todos que sois mis discípulos:
si os amáis unos a otros. ¡Oh, Esposa de Cristo, hermosa entre

262
LA IGLESIA COMO AMOR

las mujeres! ¡La que subes espléndida y apoyada en tu Amado!,


porque con su luz eres iluminada para volverte blanca, y con
su ayuda eres sostenida para que no caigas. ¡Oh, cuán bien se
canta sobre ti en aquel Cantar de los Cantares, que es como tu
epitalamio: El amor es tu delicia (Cant 7,6). Es ese amor el que
no deja que tu alma se pierda con la de los impíos (Sal 25,9); es
él quien frente a ellos defiende tu causa (Sal 42,1). Él es fuerte
como la muerte; él es tu delicia. ¡Qué género de muerte tan
admirable, al que le ha parecido poco el no ser una pena, sino
que todavía más es una delicia!
(Tract. in Joann. 65, 1-3; P. L. 38, 1808-1809)

El amor, por encima de la Escritura

205. Extendió el cielo como una piel (Sal 103,2)… Tome-


mos esto en un modo figurado, si es que queremos descubrir
lo que está oculto y llamar donde está cerrado. Encontramos
entonces que Dios extendió el cielo como una piel para que
comprendiéramos que el cielo es la Sagrada Escritura. Ésta
es la autoridad que Dios ha puesto en primer lugar en su
Iglesia; de ahí comenzó a seguirse lo restante... Protege con el
agua lo que está por encima del cielo (Sal 103,3)… ¿Qué signi-
fica esto en sentido figurado?... ¿Qué es lo que está más alto
que la Sagrada Escritura? ¿Qué es lo que encontramos por
encima de las santas Escrituras? Pregúntale a Pablo: Os voy
a mostrar, dice él, un camino más excelso (1 Cor 12,31). ¿Cuál
es ése que llama el camino más excelso? Si hablara las lenguas
de los hombres y de los ángeles, pero no tuviera amor, no sería más
que un metal que resuena o un címbalo que aturde (1 Cor 13,1).
Por lo tanto, si no puede hallarse nada más excelentísimo en
la Sagrada Escritura que el amor, ¿cómo se protege con las
aguas lo que está por encima del cielo, siendo lo que está por
encima de la Escritura los preceptos de la caridad? Escucha
de qué manera: El amor de Dios, dice él, ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado

263
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

(Rom 5,5). En la expresión «derramado» has de entender


que se trata de las aguas, hay que entenderlas en el amor del
Espíritu Santo. Éstas son las aguas de las que se dice…: Co-
rran tus aguas por tus plazas; ningún extraño participará de ellas
(Prov 5,16-17). Todos los extraños o apartados del camino
de la verdad, ya sean paganos, judíos, herejes y cualquier
mal cristiano, pueden tener muchos dones, pero pueden no
tener amor… Pueden participar del bautismo, pueden par-
ticipar de los otros sacramentos, pueden participar de la ora-
ción, pueden hallarse dentro de estas paredes y formar parte
de esta congregación, pero no participan con nosotros del
amor… El camino más excelso del amor contiene a los que
propiamente pertenecen al reino de los cielos. El precepto
del amor está sobre los cielos, sobre todos los libros; a él se
someten todos los libros, por él luchan la lengua de los san-
tos y todos los afectos (motus) de aquéllos que sirven a Dios,
tanto del cuerpo como del alma.
(Enarr. in Psal. 103, 8-9; P. L. 37, 1341-1344)

El traje de boda

206. Recibid el traje de boda. Explícanos, dices, qué es el


traje de boda. Sin duda alguna, ese traje es el que llevan
puesto tan sólo los buenos, los que quedarán en el banque-
te, que son reservados para ese banquete en el que no ha de
participar ninguno que sea malo, y que son llevados a él por
la gracia de Dios; son éstos los que poseen el vestido nupcial.
Busquemos, por tanto, hermanos míos, quiénes entre los fie-
les tienen algo que no tienen los malos, y ello será el traje
de boda. Si dijéramos que son los sacramentos, mirad que,
en cierta manera, éstos son comunes a buenos y malos. ¿Es
el bautismo? Sin el bautismo, es verdad, nadie llega a Dios;
pero no todos los que poseen el bautismo llegan a Dios. Por
tanto, no puedo entender que el bautismo sea el traje de
boda, es decir, el sacramento tomado por sí mismo; ésta es

264
LA IGLESIA COMO AMOR

una vestidura que veo en los buenos y que veo en los malos.
¿Acaso es el altar, o más bien, lo que se recibe allí? Pero ve-
mos que son muchos los que lo comen, y lo comen y beben
para su propia condenación. ¿Qué es entonces? ¿El ayunar?
También ayunan los malos. ¿Concurrir a la iglesia? También
concurren los malos. En fin, ¿hacer milagros? Pero no sólo
los buenos hacen milagros, sino también los malos, es más, a
veces los buenos no los hacen. Míralo en el pueblo antiguo;
los hechiceros del faraón hacían milagros, los israelitas no
los hacían. Entre los israelitas los hacían únicamente Moisés
y Aarón; los demás no los hacían, ellos los veían, se llenaban
de temor y creían…
¿Cuál es, por tanto, ese traje de boda? Ésta es esa vesti-
dura nupcial: El fin de este mandato, dice el Apóstol, es el amor
que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe
no fingida (1 Tim 1,5). Éste es el traje de boda. No se trata de
un amor cualquiera, pues a veces parece que también se aman
entre sí los hombres cómplices de mala conciencia. Quienes
realizan robos juntos, quienes juntos hacen maldades, quienes
juntos gustan de los bufones, quienes al unísono aplauden a
los aurigas y cazadores de los circos, muchas veces se quieren
entre sí: pero no está en ellos el amor que brota de un corazón
puro, de una buena conciencia y de una fe no fingida. Y el traje de
boda es solamente este amor. Si hablara las lenguas de los hom-
bres y de los ángeles, pero no tengo amor, soy, dice él, como un metal
que resuena o un címbalo que aturde. Las lenguas han llegado
solas al banquete y se les dice: «¿Por qué habéis entrado aquí
sin tener el traje de boda?» Si tuviera, dice, el don de profecía y
conociera todos los misterios y toda la ciencia; y si tuviera fe como
para mover montañas, pero no tengo amor, nada soy. Mirad, mu-
chas veces éstas son cosas admirables, pero de hombres que
no tienen el traje de boda. Aunque tuviera yo todas esas co-
sas, si no tengo también a Cristo, nada soy. Así lo dice: Nada
soy. ¿Entonces, la profecía es «nada»? ¿El conocimiento de los
misterios, es «nada»? No es que estas cosas sean nada; sino que
yo, si las tengo, pero no tengo amor, nada soy. ¡Cuántas cosas

265
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

buenas no sirven de nada si falta la única cosa buena! Si no


tuviera yo amor, aunque diera limosnas a los pobres, aunque
por confesar el nombre de Cristo llegara hasta la efusión de
la sangre o hasta el fuego, cosas que también pueden hacerse
por vanagloria, todas ellas serían cosas vanas...
Hay dos cosas dentro de un único hombre: la caridad y la
sensualidad. Que la caridad nazca en ti, si aún no ha nacido;
y si ha nacido, cuídala, nútrela, que crezca. Por otra parte, la
sensualidad, si bien en esta vida no es posible que se extinga
completamente, porque, si dijéramos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Jn
1,8); pero si en la medida en que en nosotros hay sensualidad,
tanto así no estamos sin pecado, entonces que la caridad crezca
y la sensualidad mengüe; para que así, cuando ésa llegue a ser
completa, es decir, la caridad, la sensualidad quede consumida.
Revestíos con el traje de boda; os lo digo a los que aún no lo
tenéis. Estáis ya dentro, os habéis acercado ya al banquete, y
no tenéis aún la vestidura que reclama el honor del Esposo;
aún buscáis vuestros intereses, no los de Jesucristo. La vestidura
nupcial se recibe para honrar la unión conyugal, para honrar
al esposo y a la esposa. Conocéis al esposo: es Cristo; conocéis
a la esposa: es la Iglesia. Honrad al que se casa, honrad a la que
es conducida; si habéis honrado bien a éstos que se desposan,
seréis verdaderamente hijos.Ved, pues, en qué habéis de pro-
gresar: amad al Señor, y de ahí aprenderéis cómo habéis de
amaros a vosotros mismos; y cuando amando al Señor hayáis
llegado a amaros, con toda seguridad amaréis a vuestros próji-
mos como a vosotros mismos.
¿Quién es mi prójimo? Todo hombre es prójimo tuyo.
¿Acaso no hemos tenido todos los dos mismos padres? Los
animales tienen como prójimos a los otros animales de su
propia especie: la paloma a la paloma; el leopardo al leopar-
do; el áspid al áspid; las ovejas a las ovejas.Y ¿no ha de ser el
hombre prójimo del hombre? Traed a la memoria la forma-
ción de las criaturas...: se nos hizo un padre, ni siquiera dos:
padre y madre…, sino que del único padre, la única madre;

266
LA IGLESIA COMO AMOR

el uno de ninguno, sino que fue hecho por Dios, y de ese


uno la única. Mirad cuál es nuestra estirpe: hemos manado
de una sola fuente; y como esa «una» se cambió en amargura,
todos, de oliva que éramos, nos hicimos oleastro. Mas vino la
gracia. Uno solo nos engendró al pecado y a la muerte; pero,
con todo, somos una única familia; con todo, somos todos
prójimos unos de otros; con todo, no sólo somos semejantes,
sino parientes.Vino uno contra uno: contra uno que despa-
rramó, uno que recogió; así también, contra uno que da la
muerte, uno que da la vida. Porque del mismo modo que en Adán
mueren todos, todos serán vivificados en Cristo (1 Cor 15,22). Al
modo, pues, que todo nacido de Adán muere, todo el que
cree en Cristo recobra la vida; pero esto sólo si tiene el traje
de boda, si una vez invitado al banquete ha de quedarse y no
ha de ser expulsado...
No os exhorto para que tengáis fe, sino amor. Pues no
podéis tener amor sin tener fe; hablo del amor de Dios y del
prójimo. ¿Cómo puede existir el amor sin la fe? ¿Cómo ama
a Dios quien no cree en Dios? ¿Cómo puede amar a Dios el
necio que dice en su corazón: No hay Dios? (Sal 13,1). Puede
ocurrir que creas que Cristo ha venido y que no lo ames;
pero, que ames a Cristo y no confieses que Él ha venido, es
imposible. Por tanto, tened fe junto con amor. Éste es el traje
de boda. Quienes amáis a Cristo, amaos mutuamente, amad
a vuestros amigos, amad a vuestros enemigos... Alargad vues-
tro amor, que no llegue sólo hasta vuestras mujeres e hijos,
porque un tal amor se halla también en las bestias y en los
pájaros. Bien sabéis cómo los gorriones y golondrinas aman a
su pareja; ambos empollan los huevos, ambos alimentan a sus
polluelos por una cierta bondad natural y desinteresada, sin
ponerse a pensar en recompensa alguna. El gorrión no dice:
«Alimentaré a mis gorrioncillos para que, cuando yo sea vie-
jo, ellos me alimenten a mí». No piensa en nada de esto, ama
gratuitamente, da de comer gratuitamente, les da su cariño
paternal sin buscar recompensa alguna. También vosotros, lo
he visto, lo sé, amáis así a vuestros hijos, pues no son los hijos

267
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

los que han de atesorar para los padres, sino los padres para los hijos
(2 Cor 12,14). Muchos tomáis de ahí motivos para fomentar
vuestra avaricia: os procuráis bienes pensando en vuestros
hijos y acumuláis para ellos. Ensanchad este afecto, que este
amor crezca: amar a los hijos y al propio esposo o esposa no
es todavía el traje de boda.Vosotros tenéis fe en Dios. Amad
a Dios ante todo. Lanzaos hacia Dios, y a cuantos pudierais,
arrastradlos hacia Dios. Al hijo, a la esposa, al esclavo, arrás-
tralo hacia Dios. Si es un forastero, arrástralo hacia Dios. Si
es tu enemigo, arrástralo hacia Dios; arrástralo, arrastra a tu
enemigo. Una vez conquistado, ya no será enemigo tuyo. Así
debe progresar, así se debe nutrir el amor, para que siendo
nutrido, llegue a ser perfecto; es así como uno se reviste del
traje de boda.
(Serm. 90, 5-10; P. L. 38, 561-566)

El amor es la medida de las obras

207. El Padre ha entregado (tradidit) a Cristo (Rom 8,32);


Judas también lo ha entregado (tradidit); ¿acaso no parece que
es casi igual lo que han hecho? Judas es un traidor (traditor);
entonces, ¿Dios Padre será también un traidor (traditor)? Tú
respondes: «¡No, lejos el pensar así!» Pero no soy yo quien lo
dice, es el Apóstol: El que no perdonó a su propio Hijo sino que
lo entregó (tradidit) por todos nosotros. El Padre lo ha entregado
y Él se ha entregado. El mismo Apóstol dice: Quien me amó
y se entregó por mí (Gal 2,20). Si el Padre ha entregado a su
Hijo y si el Hijo se ha entregado a sí mismo, ¿qué es lo que
ha hecho Judas?... Una misma acción es la que ha sido hecha;
pero ¿qué es aquello que distingue al Padre que entrega a su
Hijo, al Hijo que se entrega a sí mismo y a Judas, el discípulo
que entrega a su maestro? Se les distingue en que el Padre y
el Hijo lo han hecho por amor; Judas, en cambio, lo ha he-
cho por simple traición. Así, veis que no hay que tener en
consideración lo que hace el hombre, sino más bien con qué

268
LA IGLESIA COMO AMOR

espíritu e intención hace lo que hace.Vemos que Dios Padre


ha hecho lo mismo que Judas; sin embargo, nosotros bende-
cimos al Padre y maldecimos a Judas. ¿Por qué bendecimos al
Padre y maldecimos a Judas? Bendecimos el amor, maldeci-
mos la iniquidad. ¡Cuánto bien ha sido concedido al género
humano a partir de la entrega de Cristo! ¿Acaso Judas pensó
en eso para luego entregar? Dios pensó en nuestra salvación,
para ella hemos sido rescatados; Judas pensó en el precio por
el que vendió al Señor. El Hijo mismo pensó en el precio, en
el que ha pagado por nosotros; Judas ha pensado en el precio
que recibió por haber vendido. La distinta intención realizó
acciones distintas. Aunque la acción es la misma, si la medimos
en referencia a las diferentes intenciones, encontramos que lo
uno ha de ser amado, lo otro condenado, lo uno glorificado,
lo otro abominado.Tal es el valor de la caridad.Ved que es ella
sola la que discierne; ved que sólo ella es la que distingue las
acciones hechas por los hombres.
Hemos dicho todo esto a propósito de acciones seme-
jantes entre sí. Respecto a acciones diferentes, podemos en-
contrar la acción de un hombre que se muestra duro movido
por la caridad y la acción de uno que es cariñoso movido
por la maldad. Un padre pega a su hijo, un traficante de es-
clavos les acaricia. Si pones las dos cosas delante, las heridas
y las caricias, ¿quién no habrá de elegir las caricias y huir de
los golpes? Pero si miras a las personas, es la caridad la que
golpea y la iniquidad la que acaricia.Ved lo que os queremos
decir: que las acciones de los hombres no pueden ser distin-
guidas sino a partir de la raíz de la caridad. Pues se pueden
hacer muchas cosas que presentan una buena apariencia, mas
sin embargo, no proceden de la raíz de la caridad. Las espinas
también tienen flores. En cambio, otras cosas tienen la apa-
riencia de ser ásperas, parecen ser crueles, pero son realizadas
a partir de la caridad que las dicta, para nuestra educación.
Entonces, de una vez por todas, un breve precepto es el que
se te manda: ama, y haz lo que quieras. Si te callas, cállate
por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por

269
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

amor; si perdonas, hazlo por amor; que lo que haya dentro de


ti sea la raíz del amor, porque de esta raíz solamente puede
brotar el bien.
(Tract. in Ep. Joann. 7, 7-8; P. L. 35, 2052-2053)

Amor desinteresado

208. Todo amor, incluso el amor carnal,… queridos her-


manos, comporta una cierta benevolencia hacia aquéllos a quie-
nes se ama. Mas no debemos amar a los hombres… en el modo
en que escuchamos a un comilón decir: «Yo amo los mirlos».Y si
le preguntas ¿por qué los amas?, responde: los amo para matarlos
y comerlos. Él dice que los ama, pero los ama para que no exis-
tan más, los ama para destruirlos.Y todo aquello que amamos
para comer, lo queremos para consumirlo y para nutrirnos. ¿Es
que acaso los hombres han de ser amados de esta manera, como
algo para el propio consumo? No, puesto que la amistad es una
cierta benevolencia, que hace que alguna vez donemos algo a
quienes amamos. Pero, ¿y si no tenemos nada que aportarles?
Para el que ama, la sola benevolencia es suficiente. En efecto, no
debemos desear que haya miserables para que nosotros podamos
ejercitar obras de misericordia. Das pan al que tiene hambre,
pero sería mejor si no hubiera nadie que pasara hambre y si no
encontraras a nadie a quien dar… Haz desaparecer a los mise-
rables: no habrá ya obras de misericordia. Cesarán las obras de
misericordia, pero ¿acaso el ardor de la caridad será apagado?
Amas de un modo más genuino a un hombre que es feliz, para
el que no tienes algo que le puedas dar; ese amor será más puro
y mucho más sincero. Porque si das a un mísero, quizás tú te
quieras poner por encima de él y quieres que él quede sometido
a ti, él, que está en el origen del bien que has hecho. Él estaba en
necesidad, tú le has dado: porque tú le has dado parecerás más
grande que aquél al que tú le has dado. Desea que él sea para ti
un igual, para que los dos estéis bajo Aquél único al que no se
le puede dar nada…

270
LA IGLESIA COMO AMOR

Si quieres ser mejor que algún otro hombre, sentirás en-


vidia contra él cuando lo veas como uno igual a ti. Debes
querer que todos los hombres sean tus iguales; y si superas a
alguien a causa de tu prudencia, has de desear que él sea tam-
bién prudente. Mientras él es tardo, él aprende de ti; mien-
tras es ignorante tiene necesidad de ti. Así, parece que eres el
maestro y él el alumno; tú, superior porque eres el que enseña,
él, inferior porque es el que aprende. Si no deseas que él sea
tu igual querrás que siga siendo siempre alumno.Y si quieres
tenerlo siempre como alumno, serás un maestro envidioso. Si
eres un maestro envidioso, ¿cómo serás maestro? Te lo ruego,
por favor, no le enseñes tu envidia. Escucha al Apóstol que dice
desde las entrañas de su caridad: Desearía que todos los hombres
fueran como yo mismo (1 Cor 7,7). ¿Todos tenían que ser iguales
a él? Justamente por esto él era superior a todos, porque por
la caridad deseaba que todos fueran iguales a él.
(Tract. in Ep. Joann. 8, 5-8; P. L. 35, 2038-2040)

Amor paciente

209. No debemos ser negligentes: tú no sabes qué trae-


rá el día de mañana. La paciencia de Dios nos advierte para
que corrijamos nuestra vida si es mala y, mientras es tiempo,
elijamos lo mejor. ¿O creéis, acaso, que Dios está dormido y
no ve a quienes obran el mal? Mas, quizá quiere enseñarnos
la paciencia y Él, el primero, se muestra paciente. Pensad en
un hombre que quizá ha progresado y ya no hace lo que ha-
cía antes, es decir, el mal. Sufre las molestias de una persona
maligna y quiere que Dios la elimine y murmura contra Él
porque está manteniendo ahí a su enemigo, que tal vez obra
el mal, y porque no le libra de él. Se ha olvidado que también
Dios obró pacientemente con él y que, si antes hubiese que-
rido obrar con severidad, no existiría ya él para hablar. ¿Pides
a Dios que sea severo? Puesto que tú has atravesado el puente,
que pase el otro también. Como tú pasaste, pase también el

271
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

otro. No porque tú hayas pasado ya vas a romper el puente de


la misericordia de Dios; otros tienen que pasar aún.
(Serm. 113/A, 12; Denis 24, 12; M. A. 152)

Amor que carga

210. Llevad los unos las cargas de los otros… cada cual carga
con su propio fardo (Gal 6,2.5). Quienes lo habéis advertido de-
cís ciertamente en vuestro corazón: «¿Cómo llevamos unos las
cargas de los otros si cada uno tiene que llevar la suya propia?
¿Cómo cada uno carga con su propio fardo si hemos de llevar
los unos las cargas de los otros?» Confieso que se trata de una
buena cuestión. Llamad y se os abrirá; llamad poniendo aten-
ción, llamad empeñándoos; llamad también en nuestro favor
con la oración, para que podamos deciros algo digno; llamando
de esa manera, nos ayudáis, y la cuestión quedará resuelta rá-
pidamente. ¡Ojalá que así como tan rápido quede resuelta, así
también cada uno ponga por obra de una manera eficaz lo que
hubiere entendido! Llevamos unos las cargas de los otros en lo
que se refiere al peso de la debilidad de todos; cada uno ha de
llevar su propia carga en lo que respecta a la piedad. ¿Qué os
lo que acabo de decir? ¿Qué es lo que somos los hombres sino
sólo hombres, y por eso mismo débiles, que no estamos exentos
totalmente del pecado? Por esto llevamos unos las cargas de los
otros. Pues, si tu sintieses hastío ante el pecado de tu hermano,
y él ante el tuyo, y os desentendieseis el uno del otro, come-
téis en verdad un gran pecado. Pero si tú soportas lo que él no
puede, y él soporta lo que tú no puedes sobrellevar, entonces
lleváis mutuamente vuestras cargas.Y puesto que lleváis el uno
la carga del otro, cumplís la santísima ley del amor. Bien, ésa es
la ley de Cristo…
Por lo tanto, hermanos, si algún hombre está envuelto en alguna
falta, vosotros, que sois espirituales –vosotros todos, quienquiera que
seáis, que sois espirituales–, corregidle con espíritu de mansedumbre.
Y si levantas la voz, ama interiormente. Si exhortas, si halagas,

272
LA IGLESIA COMO AMOR

si corriges, si te muestras duro: ama y haz todo cuanto quieras.


El padre no odia a su hijo y, sin embargo, si es necesario, le da
un azote; le causa algún dolor para proteger su salud. Esto es
lo que significa con espíritu de mansedumbre. Si un hombre está
envuelto en alguna falta y dijeses: «No es de mi incumbencia»,
y yo te dijese: «¿Por qué no es de tu incumbencia?», y tú me
respondieses: «Porque cada cual carga con su propio fardo», yo te res-
pondería entonces: «También has escuchado con atención, y lo
has comprendido: Llevad los unos las cargas de los otros». Por ello,
si un hombre se hallase envuelto en alguna falta, tú, que eres
espiritual, corrígelo con espíritu de mansedumbre. Él, induda-
blemente, habrá de rendir cuentas de su pecado, dado que cada
uno ha de cargar con su propio fardo; pero si tú te desentiendes
de su herida tendrás que dar rigurosa cuenta del pecado de tu
negligencia. Por este motivo, si no habéis llevado mutuamente
los unos las cargas de los otros, tendréis que rendir cuentas seve-
ras de haber llevado cada uno solamente su propia carga. Obrad
así, de manera que llevéis los unos las cargas de los otros, y Dios
os concederá que cada uno pueda cargar con su propio fardo…
Pero esos «espirituales» a los que exhortó… quizá decían
dentro de su corazón: «Llevemos las cargas de quienes se ha-
llan envueltos en faltas, dado que no tenemos nada que ellos
puedan llevar por nosotros». Escucha por las palabras que si-
guen que no debes estar tan seguro, pon atención: cuídate de
ti mismo, no sea que también tú seas tentado (Ga 6,1). Que no se
ensoberbezcan los espirituales ni se pongan por encima de los
demás; aunque, si en verdad son espirituales, no se ensalzarán; si
temo que ellos pretendan elevarse, es porque son carnales; con
todo, esté atento también el espiritual no sea que también él
sea tentado. ¿Acaso por ser espiritual ya no es hombre? ¿Acaso
por ser espiritual no carga con un cuerpo corruptible que oprime
el alma (Sab 9,15)? ¿Acaso por ser espiritual ha concluido esta
vida que toda entera es una tentación sobre la tierra (Job 7,1)? Por
tanto, con razón y en modo completamente acertado se le dijo:
cuídate de ti mismo, no sea que también tú seas tentado.
(Serm. 163/B, 2-4; Frangipane 5; M. A. 213-215)

273
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Amor que perdona

211. Si tu hermano te ofende siete veces en un día, y siete veces


vuelve a decirte: «me arrepiento», perdónale (Lc 17,4). No te hastíes
de perdonar siempre al que se arrepiente. Si no fueras deudor,
impunemente podrías ser un acreedor exigente; pero si siendo
acreedor, eres también deudor, y lo eres de quien no tiene deuda
alguna, pon atención a lo que haces con tu deudor porque eso
mismo hará Dios con el suyo. Escucha y teme: Que se goce mi cora-
zón, dijo, para que sienta temor a tu nombre (Sal 85,11). Si te alegras
cuando se te perdona, teme para que puedas perdonar. El mismo
Salvador manifestó cuán grande debe ser tu temor poniéndonos
delante en el Evangelio a aquel siervo a quien su señor le pidió
cuentas y le encontró deudor de cien mil talentos. Mandó que
lo vendieran a él y a todas sus posesiones, para que pagase (Mt
18,25). Aquél, postrado a los pies de su señor, comenzó a ro-
garle que le diese tiempo y mereció ser perdonado. Él, en cam-
bio, saliendo de la presencia de su señor, después de haberle sido
perdonada toda la deuda, encontró también a su deudor, siervo
como él, que le debía cien denarios y, cogiéndolo por la garganta,
comenzó a forzarlo para que pagara. Cuando le fue perdonada a
él la deuda, se alegró su corazón, pero no en manera que temiera
el nombre del Señor, su Dios. El siervo decía a su consiervo lo
mismo que éste había dicho al señor: Ten paciencia conmigo y te lo
pagaré. Pero contestó: «No. Tú tienes que pagar hoy». Fue infor-
mado de ello el padre de familia y, como sabéis, no sólo le ame-
nazó con que a partir de aquel momento no le perdonaría nada
en el caso de hallarle otra vez deudor, sino que hizo caer de nuevo
sobre su cabeza todo cuanto le había condonado y mandó que
le devolviera cuanto le había sido perdonado. ¡Cómo hemos de
temer, hermanos míos, si tenemos fe, si creemos en el Evangelio
y no pensamos que el Señor es un mentiroso! Temamos, preste-
mos atención, tomemos precaución, perdonemos. ¿Pierdes acaso
algo de aquello que perdonas? Lo que das es perdón, no dinero…
«Pero así, dirás, no habrá disciplina alguna; cualquier pecado
permanecerá siempre impune. Siempre agrada pecar cuando el

274
LA IGLESIA COMO AMOR

que peca piensa que siempre le vas a perdonar». No es así. Que


la disciplina esté en vela, pero que tampoco duerma la bene-
volencia. ¿Por qué juzgas que devuelves mal por mal cuando
das una corrección al que peca? No pienses de este modo; en
eso devuelves bien por mal, y no estarías obrando bien si no
le concedes ese don...
(Serm. 114/A, 2-5; Frangipane 9; M. A. 8, 233-236)

Amor corredentor

212. Pues si yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, tam-


bién vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo
para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis
(Jn 13,14-15). ¿Quizá podríamos decir que un hermano pue-
de limpiar a otro hermano de la suciedad de su pecado? Por
supuesto, y aún más, en la grandeza de esta acción debemos
ver una advertencia para nosotros: que confesándonos mutua-
mente nuestros pecados, oremos los unos por los otros, como
Cristo intercede en favor nuestro (Rom 8,34)… Y si Aquél
que no tiene ningún pecado, ni lo tuvo, ni lo puede tener, ora
por nuestros pecados, ¿cuánto más nosotros debemos orar mu-
tuamente por los nuestros? Y si Aquél a quien nada tenemos
que perdonar, nos perdona, ¿cuánto más nos debemos per-
donar mutuamente nosotros, que no podemos vivir aquí sin
pecado?... Nos corresponde, porque Él nos lo dona, ejercitar
este servicio de caridad y de humildad; a Él le pertenece el
escucharnos y limpiarnos de toda suciedad de pecado.
(Tract. in Joann. 58, 5; P. L. 35, 1794-1795)

Dios es amor

213. ¿Cómo podremos alegrarnos en el Señor, si el Señor


está tan lejos de nosotros? Pues bien, ¡que no esté lejos! Tú eres
el que haces que Él esté lejos. Ama y Él estará cerca. Ama y Él

275
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

habitará en ti. El Señor está cerca. No os inquietéis por nada (Flp


4,5-6). ¿Quieres ver cómo, si amas, Él está contigo? Dios es
amor (1 Jn 4,8) ¿Por qué dejas volar los fantasmas de tu imagi-
nación y te pones a preguntarte: «Acaso puedes pensar qué es
Dios», «acaso puedes saber cómo es Dios»? No es nada de todo
lo que te puedas imaginar. No es nada de todo lo que puedes
comprender con tu entendimiento. Aun si Él fuese algo de
eso, nunca podría ser comprendido por el pensamiento. Pero
para que puedas gustarlo de algún modo: Dios es amor. Me di-
rás: «¿Qué piensas tú que es el amor?» El amor es aquello por
lo que nosotros amamos. ¿Y qué es lo que amamos? El Bien
inefable, el Bien dador de bienes, el Bien Creador de todos
los bienes. Que sea Él quien te alegre, Él, de quien tienes todo
cuanto te alegra.
(Serm. 21, 2; P. L. 38, 143)

Amar al prójimo es amar a Dios

214. El amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios


y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios (1 Jn, 4,7-8).
¿Por qué? Porque Dios es amor. Miradlo ahora: actuar contra el
amor es actuar contra Dios. Que nadie diga: «cuando no amo a
mi hermano peco sólo contra un hombre –¡escuchadlo bien!–
y el pecado contra un hombre es de un peso ligero; ojalá que
sólo contra Dios pudiera yo no pecar». ¿De qué manera no pe-
carás contra Dios cuando pecas contra el amor?: Dios es amor.
(Tract. in Ep. Joann. 7, 4-5; P. L. 35, 2031)

La unidad del amor

215. Mirad que el único Cristo nos es puesto delante


para que sea contemplado: Todo el que cree que Jesús es el Cris-
to, ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser, es decir,
al Padre, ama también a Aquél que ha nacido de Él, es decir, al

276
LA IGLESIA COMO AMOR

Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Y sigue: En esto conocemos que


amamos a los hijos de Dios (1 Jn, 5,1-2). Como si se dijera: «en
esto conocemos que amamos al Hijo de Dios». Ha dicho a los
hijos de Dios quien hace poco había hablado sobre el Hijo de
Dios; porque los hijos de Dios son el cuerpo del único Hijo de
Dios; y, puesto que Él es la Cabeza y nosotros los miembros,
el Hijo de Dios es uno solo. Por tanto, quien ama a los hijos
de Dios, ama al Hijo de Dios; y quien ama al Hijo de Dios
ama al Padre; y nadie puede amar al Padre si no ama al Hijo;
y quien ama al Hijo, ama también a los hijos de Dios. ¿A qué
hijos de Dios? A los miembros del Hijo de Dios. Amándolos,
él mismo se transforma en un miembro, y mediante el amor
entra en la estructura del cuerpo de Cristo; así, habrá un solo
Cristo que se ama a sí mismo. Pues cuando los miembros se
aman mutuamente, el cuerpo se ama… En efecto, si amas a
tu hermano, ¿acaso amas a tu hermano y no amas a Cristo?
¿Cómo será esto posible puesto que tú amas a los miembros
de Cristo? Así pues, cuando amas a los miembros de Cristo,
amas a Cristo; cuando amas a Cristo, amas al Hijo de Dios;
cuando amas al Hijo de Dios, también amas al Padre. El amor
no puede ser separado. Decide por tu parte a quién vas a amar,
lo demás te ha de seguir.
(Tract. in Ep. Joann. 10, 3; P. L. 35, 2055-2056)

La llamarada sube al cielo

216. ¿No ardía nuestro corazón en el camino mientras nos ex-


plicaba las Escrituras? (Lc 24,32). Arded, pero no con el fuego
que ha de quemar a los demonios. Arded con el fuego de la ca-
ridad para distinguiros de los demonios. Este ardor os empuja,
os lleva hacia arriba, os levanta al cielo. Por muchas molestias
que hayáis sufrido en la tierra, por mucho que el enemigo
oprima y hunda el corazón cristiano, el ardor de la caridad se
dirige a las alturas. Pongamos una comparación. Si tienes una
antorcha encendida, ponla derecha: la llama se dirige hacia el

277
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

cielo; inclínala hacia abajo: la llama sube en dirección al cie-


lo; inviértela totalmente: ¿acaso se queda la llama en la tierra?
Sea cual sea la dirección que tome la antorcha, la llama no
conoce más que una: tiende hacia el cielo. Encenderos en el
fuego del amor con espíritu ardiente. Arded vosotros mismos
en alabanzas a Dios con un comportamiento irreprochable.
Uno es ardiente, otro frío: que el ardiente encienda al frío,
que el que arde poco desee arder más y pida ayuda. El Señor
está dispuesto a concederla; nosotros, con el corazón dilatado,
deseemos recibirla.
(Serm. 234, 3; P. L. 38, 1117)

POBRE Y RICO

Dios de los ricos y de los pobres

217. Habla la Escritura: El rico y el pobre se encuentran; a


ambos los hizo el Señor (Prov 22,2). El rico y el pobre se en-
cuentran. ¿Y en qué camino sino en el de esta vida? Nació
el rico, nació el pobre. Os encontráis andando juntos por el
camino. Tú, no oprimas; tú, no engañes. Éste pasa necesidad,
aquél nada en la abundancia. A ambos los hizo el Señor. A tra-
vés del que tiene, Él socorre al que no tiene. Por medio del
que no tiene, prueba al que tiene. Lo hemos escuchado, lo
hemos dicho; temamos, tengamos cuidado, oremos y termi-
nemos llegando.
(Serm. 85, 7; P. L. 38, 523)

218. Que el pobre diga: «Dios mío». Que el rico diga:


«Dios mío». Aquél tiene menos, éste tiene más. Más dinero,
pero no más de Dios. Para llegar a Dios, el rico Zaqueo re-
partió la mitad de su patrimonio. Para llegar a Dios, Pedro
abandonó su barca y sus redes. Para llegar a Dios, la viuda
dio dos monedas pequeñitas. Para llegar a Dios, uno aún más

278
LA IGLESIA COMO AMOR

pobre ofreció un vaso de agua fresca (Mt 10,42).Y aquél que


era completamente pobre y necesitado no entregó más que
su buena voluntad. Dieron cosas distintas pero todos llegaron
a Uno solo, pues no amaban distintas cosas. Así también vo-
sotros, hombres, ovejas de Dios, ovejas del rebaño de Dios, no
os inquietéis por la diversidad de vuestros bienes temporales.
Sí, algunos tienen honores, otros no; unos tienen dinero, otros
nada de dinero; unos tienen un cuerpo bello, otros menos
bello; unos están ya cansados por los años, otros son jóvenes,
otros niños; unos son hombres, otros mujeres. Pero Dios está,
para todos, igualmente presente.
(Serm. 47, 30; P. L. 38, 315-316)

La dádiva al pobre

219. Casi siempre Dios, que podría alimentar Él mismo


a sus siervos, los hace ser pobres, para poderlos encontrar tra-
bajando. Nadie se ensoberbezca porque da algo a un pobre:
Cristo fue pobre; nadie se vanaglorie porque acoge a un pere-
grino: Cristo fue peregrino. Es mejor el que ha sido acogido
que el que lo acoge; más rico el que recibe que el que da. El
que recibía, poseía todas las cosas; el que daba, había recibi-
do lo que daba de Aquél a quien daba. Por tanto, hermanos
míos, que nadie se ensoberbezca cuando da algo a un pobre;
nadie diga en su corazón: «Yo doy, él recibe; yo lo acojo, él
necesita techo». Quizá aquello de lo que tú estás necesitado,
es más grande. ¡Quizá aquél a quien recibes es un justo! Él
está necesitado de pan, tú estás necesitado de la verdad; él
necesita un techo, tú estás falto del cielo; él carece de dinero,
tú careces de justicia…
Quizá pienses en tu interior: «¡Dichosos los que merecieron
recibir a Cristo como huésped! ¡Si yo hubiera estado allí! ¡Si
hubiera sido, al menos, uno de aquellos dos a los que encontró
en el camino!» ¡Sigue tú en el camino, y no te faltará Cristo
como huésped!… Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños,

279
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

conmigo lo hicisteis (Mt 25,40). Él, que es rico, sigue estando


necesitado hasta el fin de los tiempos.Tiene necesidad, sí, pero
no como Cabeza, sino en sus miembros.
(Serm. 239, 4-6; P. L. 38, 1128-1130)

La limosna

220. Limosna es un término griego que significa «miseri-


cordia». ¿Qué misericordia más grande pudo descender sobre
los miserables que aquélla por la que el Creador del cielo dejó el
cielo; por la que el Creador de la tierra se revistió de un cuerpo
terreno; que hizo igual a nosotros por la mortalidad al que desde
la eternidad permanece igual al Padre; que otorgó la forma de
siervo al señor del mundo, de forma que el Pan tuvo hambre,
la Saciedad sed, la Fortaleza se hizo débil, la Salud fue herida
y la Vida murió? Y todo ello para saciar nuestra hambre, irrigar
nuestra aridez, consolar nuestra debilidad, extinguir nuestra ini-
quidad y encender la caridad. ¿Hay acaso mayor misericordia
que ésa por la que el Creador es creado, por la que el Señor sirve,
por la que el Redentor es vendido, el que exalta es humillado,
el que resucita muere? Con referencia al dar limosna, se nos or-
dena que demos pan al que pasa hambre (Is 58,7): Él, para darse
a nosotros, que estábamos hambrientos, primero se entregó por
nosotros a gente desalmada. Se nos manda que acojamos al pe-
regrino: por nosotros, Él vino a su propia casa, y los suyos no lo
recibieron (Jn 1,11). Que nuestra alma lo bendiga a Él, que se
muestra propicio ante todas nuestras iniquidades.
(Serm. 207, 1; P. L. 38, 1043)

Fidelidad para con los pobres

221. Conserva la fidelidad para con tu prójimo en su pobreza


para disfrutar también de sus bienes (Eclo 22,23)… No despre-
cies a los pobres que no tienen adónde ir, que no tienen lugar

280
LA IGLESIA COMO AMOR

donde entrar. Bien, tienen moradas, y son moradas eternas.


Poseen lo que vosotros en vano desearéis recibir, como el rico
aquel, si no los acogéis ahora en vuestra casa, porque aquél
que recibe a un justo por ser justo, recibirá la recompensa de un justo;
quien recibe a un profeta porque es profeta, recibirá la recompensa de
un profeta; quien dé un vaso de agua fresca a uno de estos mis peque-
ños tan sólo porque es discípulo mío, en verdad os lo digo, no perderá
su recompensa (Mt 10,41-42). Pues ciertamente ése conserva la
fidelidad hacia su prójimo en medio de su pobreza, por eso
gozará de sus bienes. Es tu mismo Señor quien te dice esto,
Aquél que siendo rico se hizo pobre. Él te expondrá mejor y
de modo más sólido esas palabras. Pues, quizá tu corazón al-
guna vez vacila y duda sobre el pobre que has acogido en tu
casa: «¿Será un hombre sincero, no será más bien un ladino,
un mentiroso o un hipócrita? Tu alma titubea al mostrar mi-
sericordia hacia él, porque no puedes ver su corazón.Y si no
lo puedes, muestra misericordia también hacia el malo, así tu
misericordia alcanzará también al bueno. Quien teme que su
semilla caiga en el camino, entre las espinas o en terreno pe-
dregoso, y es perezoso para sembrar en invierno, tiene después
hambre en verano. Sin embargo, te lo dice tu Señor, de quien
no puedes en absoluto dudar si eres cristiano: «Aun siendo
rico, por ti, me hice pobre». Porque siendo de condición divina
–¿hay algo más rico que esa naturaleza?– no retuvo ávidamente el
ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición
de esclavo –¿hay algo más rico que la naturaleza divina? ¿hay
algo más pobre que la condición de esclavo?– se hizo semejante
a los hombres en todo, se comportó como un hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, incluso muerte de cruz
(Flp 2,6-8). Todavía has de añadir esto: Tuvo sed en la cruz y
recibió una bebida. No de parte de un hombre compasivo
sino de alguien que le insultaba. Aquél que es la fuente de la
vida bebió vinagre en el momento de morir. No lo tomes a la
ligera, no lo desprecies, no vayas a decir: «¿Entonces mi Dios
se ha hecho hombre? ¿Mi Dios ha sido entregado a la muerte
y ha sido crucificado?». Sí, efectivamente es así, fue crucificado.

281
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Su pobreza es lo que se te entrega. Estaba lejos de ti; la po-


breza te lo ha acercado. Conserva la fidelidad para con tu prójimo
en su pobreza. Y ciertamente es en Él en quien nunca vacila,
en quien nunca queda oscurecida esa frase. En el lugar de la
palabra «prójimo» coloca el vocablo «Cristo» y recíbelo con
humildad. Pues siendo humilde tú mismo, te acompasas con
el que es humilde… ¿Y qué significa: para que goces también de
sus bienes?... Él dijo: Padre, quiero que allí donde Yo estoy, también
estén ellos conmigo (Jn 17,24).
(Serm. 41, 1-7; P. L. 38, 247-252)

Vale tanto cuanto tengas

222. Venid, benditos de mi Padre; recibid. ¿Qué han de reci-


bir? El reino. ¿Por qué razón? Tuve hambre, y me disteis de comer
(Mt 25,34-35). ¿Qué cosa de tan poco valor, qué cosa más te-
rrena que partir el pan con el hambriento? ¡Tanto vale el reino
de los cielos!... Mas si no tienes la posibilidad de compartir el
pan, o no tienes una casa en donde hospedar, ni vestidos con
que cubrir a nadie, da entonces un vaso de agua fresca (Mt
10,42), deposita dos monedas en el cestillo de los pobres. Pues
la pobre viuda compró con dos céntimos cuanto compró Pe-
dro abandonando las redes, cuanto compró Zaqueo dando la
mitad de su patrimonio.Vale tanto cuanto tengas.
(Enarr. in Psal. 49, 13; P. L. 36, 574)

El sacerdote que mendiga

223. No pondrás bozal al buey que trilla… Porque el Señor


estableció que quienes anuncien el Evangelio vivan del Evangelio (1
Cor 9,9.14)… Los que anuncian la palabra son a la vez ju-
mentos y servidores. Que la tierra produzca, si fue irrigada,
heno para los jumentos (Sal 103,14)… Sé curioso, sé próvido,
investiga, ve qué es de lo que vive cada uno de ellos, cómo sale

282
LA IGLESIA COMO AMOR

adelante, de dónde saca para vivir; esta curiosidad no es cen-


surable… Comprende acerca del necesitado y del pobre (Sal 40,2).
Uno se ha acercado a ti para pedirte; anticípate tú a otro para
que no te pida… El mismo Señor poseía una bolsa… y de lo
que en ella se metía, también Él daba a los pobres, sobre los
que Dios nos ha enseñado que no han de ser despreciados.
Y si no desprecias al pobre, ¿cuánto menos al buey por el que
son trilladas las cosas en la era?, y ¿cuánto menos al que es tu
servidor? No necesita alimento; pero quizás necesita vestido. No
necesita vestido; tal vez necesita techo, quizás está construyen-
do una iglesia, quizás está edificando algo útil para la casa de
Dios; Él espera que le consideres, espera que comprendas acerca
del indigente y del pobre.Tú, al contrario, eres tierra dura, pedre-
gosa, no regada, o regada en vano, y te escudas diciéndote: «No
lo sabía, lo ignoraba, nadie me lo indicó».
(Enarr. in Psal. 103 III, 9-12; P. L. 37, 1364-1366)

Cedros y pájaros

224. Y los cedros del Líbano, que él plantó. Allí anidan los
pájaros (Sal 103,16-17). Hay pájaros pequeños… hay algunos
servidores de Dios que han acogido la palabra del Evangelio:
Deja todo lo que tienes, o bien, vende todo cuanto tienes, dalo a los
pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme (Mt 19,21).
Y esto lo oyeron no sólo los potentados, sino que lo escucha-
ron también los pequeños; los pequeños también han querido
hacer esto y ser espirituales… No les vayamos a decir: «Tú
no has dejado nada». No se ensoberbezca el que dejó muchas
cosas. Pedro, del que sabemos que era pescador, ¿qué es lo que
pudo haber dejado para seguir al Señor?... Ha dejado mucho,
hermanos míos, ha dejado mucho el que dejó no sólo todo
cuanto tenía, sino también todo cuanto deseaba tener… Ese
deseo ha sido cortado… Pedro dejó todo el mundo, y recibió
todo el mundo. Como quien nada tiene y lo posee todo (2 Cor
6,10). Esto lo hacen muchos; lo hacen quienes tienen poco

283
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

y llegan y se hacen pajarillos útiles... ellos anidan en los cedros


del Líbano. Pues también los cedros del Líbano, los nobles, los
ricos, los grandes de este mundo, cuando escuchan con temor
esta palabra: bienaventurado el que atiende al necesitado y al pobre,
ponen la mirada en sus bienes, en sus quintas, en todas sus
riquezas superfluas, por las que parece que son grandes, y las
entregan a los siervos de Dios; dan campos, huertos, edifican
iglesias, monasterios, y reúnen a los pajarillos para que puedan
anidar en los cedros del Líbano... Sin embargo, hermanos míos,
esos pajarillos, si son espirituales, aunque aniden en ellos, no
deben tener por cosa grande a los cedros del Líbano, ni pensar
que son superiores aquéllos de quienes ellos se surten de lo
necesario. Pues ellos son pajarillos...Y si acaso alguna vez los
cedros del Líbano se encolerizasen y sacudiesen de sus ramas
a los siervos de Dios por medio de insultos o de cualquier es-
cándalo, los pajarillos se echarían a volar; pero, ¡ay del cedro
que quede desierto de nidos de pájaros! Porque los pajarillos
no desaparecerán, no perecerán.
(Enarr. in Psal. 103, 3, 15-17; P. L. 37, 1370-1372)

La limosna del pobre

225. Escuche vuestra caridad cómo se da la limosna…


Algunas veces también el rico se encuentra con que es pobre y
algo le viene donado de parte del pobre. Se acerca alguien a un
río, de modo tanto más delicado cuanto más rico es. No puede
atravesarlo. Si se desnudase para atravesarlo, se enfriaría, enfer-
maría y se moriría. Llega un pobre, que tiene un cuerpo más
fuerte que el del otro y lo hace pasar. El pobre le dio al rico una
limosna. Luego no penséis que únicamente son pobres aquéllos
que no tienen dinero. Míralo en todo el que está necesitado de
algo. Quizás tú eres rico en lo que él es pobre y entonces tienes
en qué poder socorrerlo. Quizá puedes ayudarlo con tus pro-
pios miembros y es mucho mejor que si lo hubieras socorrido
con dinero. Necesita consejo; tú eres hombre de consejo: él es

284
LA IGLESIA COMO AMOR

pobre en cuanto consejo, tú eres rico en ello. Mira que no te


cuesta trabajo, no pierdes nada; le aconsejas y con ello le diste
limosna.Ahora, hermanos míos, al hablaros, estáis ante nosotros
como pobres, y, porque el Señor se ha dignado darnos primero,
nosotros os damos de ello; así todos recibimos de Aquél que es
el único rico. El cuerpo de Cristo se sostiene de la siguiente
manera: los miembros están unidos y anudados mediante la ca-
ridad y el vínculo de la paz, cuando cada uno da de lo que tiene
al que no tiene. Este cuerpo es rico en el que tiene, y es pobre
en el que no tiene. Es así como debéis amaros y quereros. No
miréis únicamente por vosotros; estad atentos a los que pasan
necesidad junto a vosotros.
(Enarr. in Psal. 125, 13; P. L. 37, 1665-1666)

El juicio de la limosna

226. En el juicio final no se les dirá: «Venid, recibid el Rei-


no, pues habéis vivido castamente, no habéis defraudado a nadie,
no habéis oprimido al pobre, no os habéis apropiado los bienes
de los otros, no habéis engañado a nadie con falso testimonio».
No dirá ninguna de estas cosas sino: Recibid el Reino. ¿Por qué?
Porque tuve hambre y me disteis de comer. ¡Cuánto está esto por
encima de todo lo demás, que el Señor no dijo nada acerca
de todas las otras cosas y nombró sólo ésta! A su vez, dice a los
otros: Id al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y sus
ángeles. Qué cantidad de quejas podría argüir contra los impíos
si ellos preguntaran: «¿Por qué vamos nosotros al fuego eterno?»
¿Buscas un porqué, tú, que fuiste adúltero, homicida, hipócrita,
sacrílego, blasfemo, infiel? No es por ninguna de estas cosas, sino
porque tuve hambre y no me diste de comer.Veo que también voso-
tros os emocionáis y os quedáis admirados. Pues verdaderamente
es algo admirable.Y busco como puedo la explicación de esta
cosa admirable, y no os la esconderé. Está escrito: como el agua al
fuego, así la limosna extingue los pecados (Eclo 3,30).También está
escrito: Encierra tu limosna en el corazón del pobre y ella será la que

285
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

rogará por ti al Señor (ib. 29,15).Y también está escrito: Escucha mi


consejo ¡oh, rey! y redime tus pecados mediante la limosna (Dan 4,24).
Hay muchos otros testimonios en las palabras divinas en los que
se muestra el gran valor de la limosna para lograr el perdón y
la destrucción de los pecados. Para con los que va a condenar
y, aún más, principalmente para con los que va a coronar, sólo
tendrá en cuenta las limosnas; como si dijera: «si os examinara
y os juzgara e hiciera cuidadoso escrutinio de todas vuestras
acciones sería muy difícil no encontrar algo por lo que tuviera
que condenaros; pero, entrad en el Reino porque tuve hambre y me
disteis de comer. No es porque no hayáis cometido pecado por lo
que entráis en el Reino sino porque vuestros pecados los habéis
expiado con las limosnas». Por otra parte, a los malos: Id al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Y éstos, puestos como
acusados a causa de los delitos de tiempo atrás, llenos de temor,
si bien demasiado tarde, teniendo presente sus pecados, no se
atreverían a decir que son condenados injustamente… Pero es
como si Él les dijese: «No, no es por ninguna de esas cosas que
vosotros pensáis, sino porque tuve hambre y no me disteis de co-
mer… Pues bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán mi-
sericordia (Mt 5,7).Ahora, sin embargo: id al fuego eterno. Porque el
juicio es sin misericordia para el que no tuvo misericordia (Sant 2,13)».
(Serm. 389, 5; P. L. 38, 407-408)

LA IGLESIA COMO AMOR

El templo de Dios

227. Todos los creyentes constituyen un único lugar para


el Señor. El Señor tiene su lugar en el corazón, porque el co-
razón de todos los que están unidos por la caridad es uno solo.
¡Cuántos miles, hermanos míos, creyeron cuando colocaron a
los pies de los apóstoles el precio de sus bienes! ¿Y qué dice de
ellos la Escritura? Que fueron, en verdad, constituidos templo

286
LA IGLESIA COMO AMOR

de Dios; no sólo templo de Dios cada uno de ellos, sino que


también, todos ellos juntos y a la vez, fueron hechos templo
de Dios. Entonces, ellos fueron constituidos como lugar para el
Señor. Para que sepáis que en todos ellos se hizo un solo lugar
para el Señor, dice la Escritura: Había en ellos una sola alma y
un solo corazón en Dios (Hch 2,41). Muchos, para no hacer un
lugar para el Señor, buscan sus propias cosas, aman sus propios
intereses, se gozan de su propio poder, anhelan su propio bien-
estar. Mas quien quiere hacer un lugar para el Señor no debe
alegrarse de su propio bien, sino del común. Fue eso lo que
hicieron aquellos primeros cristianos con sus bienes privados:
los hicieron comunes. ¿Acaso perdieron lo que les era propio?
Si lo hubieran tenido para sí solos y cada uno hubiera con-
servado lo propio, cada uno tendría sólo eso que poseía como
propio; pero, al hacer común lo que era particular, también las
cosas de los demás se hicieron suyas.
(Enarr. in Psal. 131, 4; P. L. 37, 1718)

Distintos y uno

228. Él, que modeló uno a uno sus corazones (Sal 32,15). Con
la mano de su gracia, con la mano de su misericordia, Él modeló
nuestros corazones… los modeló uno a uno, nos da un corazón
distinto sin que por ello se rompa la unidad… Así como entre
nuestros miembros son diferentes las acciones que cada uno rea-
liza pero la salud es una sola, así también en todos los miembros
de Cristo existen distintos dones, pero el amor es uno.
(Enarr. in Psal. 32 III, 21; P. L. 36, 296)

Unidos en un mismo fin

229. Si ahora no viene dado un testimonio de la pre-


sencia del Espíritu Santo por medio de milagros, ¿de dónde
pues nos viene dado, cómo puede saber cada cual que ha

287
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

recibido el Espíritu Santo? Que pregunte a su corazón: si ama


a su hermano, el Espíritu de Dios permanece en él. Que vea,
que se examine a sí mismo delante de la mirada de Dios; que
vea si hay en él el amor de la paz y de la unidad, el amor de
la Iglesia extendida por toda la faz de la tierra. Que no esté
atento a amar únicamente al hermano que tiene delante de
sus ojos, puesto que hay muchos hermanos nuestros a los que
no vemos, y estamos unidos a ellos en la unidad del Espíri-
tu. ¿Qué tiene de extraño que no estén aquí con nosotros?
Todos nosotros estamos en un solo cuerpo, tenemos una sola
Cabeza que está en el cielo. Hermanos, nuestros ojos no se
ven entre sí, por decirlo así, no se conocen. ¿Acaso no se re-
conocen dentro del amor que unifica todo el cuerpo? Bien,
para que sepáis que ellos se reconocen dentro de la unidad de
la caridad: cuando los dos están abiertos, es imposible que el
ojo derecho mire hacia un lado sin que el otro mire también.
Intenta dirigir la mirada hacia un punto con un solo ojo sin
que el otro también mire, a ver si puedes. Se mueven juntos, se
dirigen juntos; el objetivo al que se dirigen es uno solo, aun-
que el sitio en que están sea distinto. Entonces, si todos aqué-
llos que junto contigo aman a Dios tienen también contigo
un solo fin, no te fijes en que por el cuerpo te encuentras en
un lugar separado; juntos habéis fijado la mirada del corazón
hacia la luz de la verdad.
(Tract. in Ep. Joann. 6, 10; P. L. 35, 2025)

Una fuente tiene que manar

230. No llevéis con vosotros bolsa (Lc 10,4) ¿Qué cosa es


una bolsa? Es el dinero encerrado y guardado: es la sabiduría
mantenida oculta. ¿Qué quiere decir no llevéis bolsa con voso-
tros? No seáis sabios solamente para vosotros mismos. Recibe
el Espíritu: en ti debe haber una fuente, no una bolsa; algo de
donde se pueda tomar, no donde se guarden cosas.
(Serm. 101, 6; P. L. 38, 608)

288
LA IGLESIA COMO AMOR

Trinidad

231. El Padre y Yo somos uno (Jn 10,30) Que el arriano


escuche: uno; que Sabelio escuche: somos… El Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo es un solo Dios; son tres y es un solo Dios.
El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu Santo
no es ni el Padre ni el Hijo, pero es el Espíritu del Padre y del
Hijo: y todo esto es un solo Dios. ¿Por qué un solo Dios? Por-
que hay ahí un grande amor, una gran paz, una gran concordia
y no hay disonancia alguna. Voy a decirte ahora cómo pue-
des creer esto que no puedes comprender si no crees. Dime,
¿cuántas eran las almas, según los Hechos de los Apóstoles,
que creyeron cuando vieron los milagros de los apóstoles?...
Tres mil almas (Hch 2,41). Mira, se trata de miles de almas, ve
cuántos miles son.Y sin embargo, sobre todos ellos vino el Es-
píritu Santo, por medio del cual el amor ha sido derramado en
nuestros corazones. ¿Y qué se dice acerca de todas esas almas?
Había en ellos un solo corazón y una sola alma (Hch, 4,32).Tantas
almas tenían una sola alma; no por naturaleza sino por gracia.
Y si todas esas almas, por medio de la gracia que viene de lo
alto, han llegado a ser un alma sola, ¿te sorprende que el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo sean un solo Dios?
(Serm. 229/G, 5; Morin I 11; M. A. 477-478)

289
VIII. EL ESCÁNDALO

NO EXISTE SALVACIÓN FUERA DE LA IGLESIA

232. En verdad, en verdad os digo: quien no entra por la puerta en el


redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido (Jn
10,1). Hay muchos que, por ciertas costumbres de su vida, son te-
nidos por hombres buenos, varones buenos, mujeres buenas, ino-
centes; parece que observan todo cuanto está mandado en la ley,
que guardan el honor debido a sus padres, que no cometen des-
honestidades, ni homicidios, no roban, no levantan falsos testimo-
nios contra nadie, y así parece que observan también las otras cosas
mandadas en la ley; mas no son cristianos… Los paganos pueden
muy bien decir: «Nosotros vivimos bien». Pero, si no entran por
la puerta, ¿de qué les sirve ese bien vivir de que se jactan? El vivir
bien le debe aprovechar a cada uno para esto: para que le sea con-
cedido el vivir siempre; pues a quien no se le concede vivir siem-
pre, ¿de qué le aprovecha vivir bien? Pues no se debe decir que
viven bien quienes ignoran por su ceguera cuál es el fin del vivir
bien o quienes por su orgullo desprecian ese fin. No hay ninguna
esperanza verdadera y cierta de vivir eternamente si no se conoce a
la vida, que es Cristo, y si no se entra en el redil a través de la puerta.
Muchas veces tales personas buscan también persuadir a los
hombres para que vivan honestamente, pero sin que se hagan cris-
tianos. Estas personas quieren subir por otra parte, quieren robar y
matar; y no como el pastor, que quiere guardar y salvar. Existieron
algunos de entre los filósofos que con sutileza disertaron acerca
de las virtudes y de los vicios, que establecieron divisiones, que
elaboraron definiciones, que sacaron conclusiones con sus razo-
namientos perspicaces, que llenaron libros, que aireaban a grandes
voces su sabiduría, que incluso se atrevieron a decir a los hombres:
«Seguidnos, afiliaos a nuestra secta si queréis vivir felices». Pero no
entraban por la puerta; ellos querían destruir, degollar y matar.

291
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

¿Qué os he de decir sobre ellos? Mirad, también los fariseos


leían, y Cristo resonaba en eso que leían, lo esperaban como el
que había de venir, y no le conocían como el que estaba presen-
te; también ellos se jactaban de estar entre los que veían, es decir,
entre los que eran sabios; pero negaban a Cristo y no entraban
por la puerta. También ellos, si lograban engañar a algunos, los
engañaban para degollarlos y matarlos, no para darles libertad.
Dejemos a todos éstos, veamos si todos los que se glorían en el
nombre de Cristo, entran por la puerta.
Son innumerables los que se jactan no sólo de ser capaces de
ver, sino que pretenden ser vistos como iluminados por Cristo:
pero son herejes. Pero, ¿quizá ellos han entrado por la puerta? De
ningún modo… Predica a Cristo tal y como él se lo figura, no tal
y como lo declara la verdad.Tienes el nombre, pero no tienes lo
real. «Cristo» es el nombre de algo real; guarda eso que es real si
quieres que el nombre te sea de provecho… Conservad sólo esto:
el redil de Cristo es la Iglesia católica. Cualquiera que quiera en-
trar en el redil, que entre por la puerta, que confiese al verdadero
Cristo.Y no sólo confiese al verdadero Cristo, sino que busque
la gloria de Cristo y no la suya propia; porque muchos, buscando
su propia gloria, han dispersado las ovejas de Cristo en lugar de
reunirlas. Cristo el Señor es una puerta humilde; quien quiera
entrar por esta puerta, ha de humillarse para poder entrar con la
cabeza sana. Quien en vez de humillarse se enorgullece, quiere
entrar por el muro, y quien sube por el muro, sube para caerse...
(Tract. in Joann. 45, 2-5; P. L. 38, 1720-1721)

EL ESCÁNDALO DEL MUNDO

La ciudad de Dios y la ciudad del mundo

233. Hay una Babilona, hay una Jerusalén… La primera tie-


ne como rey al diablo, la otra tiene como rey a Cristo… Todos
los que se gozan en las cosas terrenas, todos los que anteponen a

292
EL ESCÁNDALO

Dios su propia felicidad en la tierra, todos los que buscan su pro-


pio interés y no el de Jesucristo (Flp 2,21), pertenecen a aquella
única ciudad que místicamente se llama Babilona y que tiene por
rey al diablo. Por el contrario, todos los que se gozan de las cosas
de arriba (Col 3,1),… que evitan el pecado y, si han pecado, no se
avergüenzan de confesarse, que son humildes,… todos ellos per-
tenecen a la única ciudad que tiene a Cristo por rey… Aquella
ciudad nació primero, esta ciudad nació después.Aquélla comen-
zó con Caín, ésta con Abel. Estos dos cuerpos, que bajo dos reyes
actúan cada uno lo que le pertenece a cada ciudad, se oponen
entre sí hasta el fin del mundo, hasta cuando se lleve a cabo la se-
paración de lo que ahora está mezclado, y unos sean colocados a
la derecha, y otros a la izquierda… No es primero, dice el apóstol,
lo que es espiritual, sino más bien lo animal; después viene lo espiritual
(1 Cor 15,46). Por eso aquella ciudad es mayor en cuanto a edad,
porque primero nació Caín y después Abel; pero entre ellos el ma-
yor servirá al menor (Gen 25,23)… Caín edificó una ciudad –así lo
hemos leído– antes de que existiese cualquier otra ciudad; en la
alborada de los acontecimientos humanos, Caín edificó una ciu-
dad… Más tarde fue construida Jerusalén, el reino de Dios, la ciu-
dad santa, la ciudad de Dios… Cuando fue edificada Jerusalén, no
se edificó donde no había habido ninguna otra ciudad, sino que
fue construida donde antes había estado la ciudad que se llamaba
Jebús, de ahí eran originarios los jebuseos. Al ser tomada esta ciu-
dad, devastada y sometida, fue edificada una ciudad nueva en el
lugar de la antigua que quedó destruida, y se llamó Jerusalén, vi-
sión de paz, ciudad de Dios… En efecto, cada uno comienza des-
de la mortalidad y la maldad; después es transformado en bueno.
(Enarr. in Psal. 61, 5-7; P. L. 36, 733-734)

Los límites alcanzan el corazón

234. Mirad estos dos géneros de hombres: el primero es el


de los que se fatigan, el otro es el de aquéllos que, por ahora, se
fatigan; el primero es el de los que piensan en la tierra, el otro es

293
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

el de los que piensan en el cielo; unos han puesto su corazón en


el abismo, los otros tienen su corazón unido ya al de los ángeles.
El primer género de hombres es el de los que esperan en las va-
nidades de la tierra, que tanto poder otorgan aquí en el mundo.
El otro es el de los que tienen parte ya en los bienes del cielo que
ha prometido el Dios que no miente. Pero estos dos géneros de
hombres están mezclados. Nos encontramos ahora con que un
ciudadano de Jerusalén, un ciudadano del reino de los cielos, ad-
ministra algún negocio aquí en la tierra. Imagínate que lleva un
manto púrpura, es magistrado, edil, procónsul, emperador, go-
bernante de la república terrena; pero él tiene su corazón puesto
en lo alto, si es que es cristiano, si es fiel, si es piadoso, si desprecia
las cosas en medio de las que se encuentra y espera lo que no
ha llegado aún... Luego no desconfiemos de los ciudadanos del
reino de los cielos cuando los vemos ocupados en algún negocio
de la ciudad de Babilonia, en algún asunto de la república mun-
dana; ni tampoco felicitemos al momento a todos los hombres
que vemos entregados a asuntos del reino de los cielos, porque
sucede también que, algunas veces, los hijos de la pestilencia se
sientan en la cátedra de Moisés, de los cuales se dice: Haced lo que
dicen, pero no hagáis lo que hacen, porque dicen y no hacen (Mt 23,3).
Aquéllos, en medio de los asuntos terrenos, elevan el corazón al
cielo, y éstos, en medio de palabras celestes, arrastran el corazón
por la tierra. Llegará el tiempo de la bielda, cuando unos y otros
sean separados con todo cuidado, y no irá ni siquiera un solo
grano al montón de la paja que ha de ser quemado, ni una pajita
al acervo de grano que ha de ser conservado en los graneros.
(Enarr. in Psal. 51, 6; P. L. 36, 603-604)

Dad al César…

235. Conocemos las persecuciones que soportó el Cuerpo


de Cristo, es decir, la santa Iglesia, de parte de los reyes de la tie-
rra. Reconozcamos también aquí sus palabras, cuando dice: Los
príncipes me persiguieron sin motivo, y mi corazón temió sólo tus palabras

294
EL ESCÁNDALO

(Sal 118,161). ¿En qué habían perjudicado los cristianos a los


reinos de la tierra?… ¿Quizá el rey prohibió a sus soldados pagar
y entregar lo que se debe a los reyes terrenos? ¿Acaso cuando
los judíos se presentaron a calumniarle sobre esto no dijo: Dad
al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios? (Mt 22,21).
¿No pagó también Él su tributo, sacándolo de la boca de un pez?
¿Por ventura su precursor, a los soldados de un reino de aquí, que
preguntaban qué debían hacer para conseguir la salud eterna, les
dijo: «Desceñid vuestro cinturón, arrojad las armas, abandonad a
vuestro rey, para que podáis entrar al servicio de Dios»? ¿No les
dijo más bien: No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con fal-
sas denuncias, sino contentaos con vuestra paga? (Lc 3,14). ¿Acaso no,
uno de sus soldados y de sus amadísimos compañeros, dijo a sus
otros compañeros de batalla, que en cierta manera también están
bajo las órdenes de Cristo: que toda alma se someta a las autoridades
constituidas (Rom 13,1)? Y, poco después dice: dad a cada cual lo
que es debido: si son impuestos, impuestos; si tributos, tributos; si temor,
temor; si respeto, respeto.A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo
(Rom 13,7-8). ¿Acaso no mandó también que la Iglesia rogase
por los reyes mismos? ¿En qué, pues, les ofendieron los cristianos?
¿Qué deuda no pagaron? ¿En qué no obedecieron los cristianos
a los reyes de la tierra? Luego los reyes terrenos persiguieron a
los cristianos sin motivo. Pero atiende a lo que sigue: y mi corazón
temió sólo tus palabras. Ellos usaron también de palabras amena-
zadoras: «te destierro, confisco tus bienes, te mato, te atormento
con garfios, te arrojo al fuego, te entrego a las bestias, despedazo
tus miembros», pero más bien mi corazón temió sólo tus palabras.
(Enarr. in Psal. 118 [31], 1; P. L. 37, 1591)

Todos los cristianos sufren

236. Todos los cristianos sufren. Si no los oprimen los hom-


bres, es el diablo quien los oprime.Y si los emperadores se han
hecho cristianos, ¿acaso también el demonio se hizo cristiano?
(Enarr. in Psal. 93, 19; P. L. 37, 1207)

295
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Las tribulaciones

237. El mundo es ahora como un lagar; está en el tiempo de


la molienda (pressura). Si no eres más que hez de aceite, saldrás por
el desagüe; si eres aceite, permaneces en el recipiente. Es necesario,
pues, que haya tribulaciones (pressurae). Estad atentos a lo que es
jugo, estad atentos a lo que es aceite. Alguna vez se realiza un es-
trujamiento en el mundo, por ejemplo, el hambre, la guerra, la es-
casez, la carestía, la pobreza, la mortandad, el saqueo, la avaricia; son
los aplastamientos de los pobres, los sufrimientos de las ciudades;
continuamente podemos ver estas cosas. Fueron predichas como
futuras y ahora vemos que son realidad. Encontramos a hombres
que, en medio de estas tribulaciones, murmuran y dicen: «¡Mira
cómo abundan los males en los tiempos cristianos! ¡Cómo abun-
daban los bienes antes de ellos! Entonces no había tantos males».
Del estrujamiento sale este jugo, corre por el desagüe. Su boca
es negra porque blasfema. No brilla. En cambio, el aceite reluce.
Hallas a otro hombre que ha estado en el mismo estrujamiento,
que ha sido triturado con la misma tribulación con que lo ha sido
el otro. ¿Acaso no es la misma trilla la que le trilló a él? Habéis
escuchado la voz de la hez; escuchad ahora la voz del aceite: «¡Gra-
cias a Dios! ¡Bendito sea tu nombre! Todos estos males con los
cuales nos trituras, habían sido predichos; estamos seguros de que
llegarán también los bienes. Cuando también nosotros somos co-
rregidos junto con los malvados, se cumple tu voluntad.Te hemos
conocido como un Padre que promete, te hemos conocido como
un Padre que castiga; instrúyenos y danos la heredad que prome-
tiste para el final. Bendecimos tu santo nombre, porque nunca
fuiste mentiroso: todo lo que habías predicho, lo has cumplido».
(Serm. 113/A, 11; Denis 24; M. A. 38, 151)

El escándalo de los paganos

238. Los paganos nos dicen con frecuencia estas cosas:


«Explicadnos la razón, ¿por qué Cristo vino y qué beneficio

296
EL ESCÁNDALO

concedió Él al género humano? ¿Es que los asuntos humanos


no están peor que antes, desde que Cristo vino? ¿La vida de los
hombres, no era más feliz entonces que ahora? Que nos lo di-
gan los cristianos: ¿qué bien nos trajo Cristo? ¿De dónde pien-
san ellos que las cosas humanas son más felices porque Cristo
vino?»... Pero como van siendo arrancados los pecados para que,
extirpada la codicia, quede plantado el amor de Jerusalén; como
se mezclan amarguras con esta vida temporal, para que se deseen
las cosas eternas; como los hombres son instruidos por medio de
azotes, para que aceptando la corrección paterna no reciban una
sentencia de condena; por esto –dicen ellos–: ¡Cristo no trajo
nada bueno; Cristo trajo penas! Tú comienzas a decir al hombre
todas las cosas buenas que hizo Cristo, mas no lo comprende. Le
muestras a aquéllos que… venden todos sus bienes y los dan a los
pobres… y se burlan de ellos como si fuesen unos locos. ¡Vaya!,
dicen ellos, ¿éstos son los bienes que trajo Cristo, que el hombre
pierda todos sus bienes y dándolos a los pobres, quede él pobre?
(Enarr. in Psal. 136, 9; P. L. 37, 1766-1767)

Por qué fue quemada Roma

239. La gente dice: «el cuerpo de Pedro yace en Roma, el


cuerpo de Pablo yace en Roma, el cuerpo de Lorenzo yace en
Roma, los cuerpos de otros santos mártires yacen en Roma y
Roma está reducida a la miseria, Roma ha sido devastada, afli-
gida, pisoteada e incendiada. ¡Cuántos muertos hay a causa de
las desgracias, del hambre, de la peste, de la espada! ¿Dónde están
las tumbas de los apóstoles?» Pero, ¿qué dices tú? «Mira, esto es
lo que he dicho: Roma padece males tan grandes, ¿dónde están
las tumbas de los apóstoles?» Están ahí, están ahí, pero no están
en ti. ¡Ojalá estuvieran en ti, quienquiera que seas que dices estas
cosas, que desvarías, que llamado en el Espíritu, gustas lo carnal,
tú, que eres eso: carnal. ¡Ojalá estuviesen en ti las tumbas de los
apóstoles; ojalá pensases en los apóstoles! Verías qué felicidad les
fue prometida, si la terrena o la eterna.

297
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Escucha al Apóstol, si vive en ti su memoria: Pues la leve


tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga
de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se
ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno (2
Cor 4,17-18). En Pedro mismo, la carne que tuvo fue temporal
y, ¿no quieres tú que la piedra de Roma sea también tempo-
ral? Pedro, el apóstol, reina con el Señor; el cuerpo del apóstol
Pedro yace en un determinado lugar. Es una «memoria»7 que
despierta el amor hacia las cosas eternas, no para que te ape-
gues a la tierra, sino para que con el apóstol pienses en el cielo.
Dime, si eres fiel: «cultiva el recuerdo de los apóstoles, también
el recuerdo del Señor tu Dios, que ciertamente está ya sentado
en el cielo». Escucha adónde te enviará el apóstol: Si habéis re-
sucitado con Cristo, gustad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la
tierra. Pues habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en
Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también voso-
tros apareceréis gloriosos, junto con Él (Col 3,1-4). Escucha esto
con pocas palabras: ¡Levantemos el corazón! ¿Te lamentas y
lloras porque se derrumbaron las piedras y maderos y porque
han muerto quienes tenían que morir? Concedamos que al-
guno de esos muertos habrá de vivir para siempre, ¿te lamentas
porque cayeron los maderos y las piedras y porque murieron
quienes de todos modos tenían que morir? Si tienes el corazón
en lo alto, ¿dónde tienes el corazón? ¿Qué murió allí? ¿Qué
se derrumbó allí? Si tienes el corazón en lo alto, donde está tu
tesoro, allí está también tu corazón (Mt 6,21). Tu carne está abajo;
aunque tu carne se asuste, no se turbe tu corazón. Dices: «Con
todo, yo no lo quería». ¿Qué es lo que no querías? «No quería
que Roma padeciese tantos males». Excusamos el que tú no lo
quisieses; pero no debes airarte contra Dios porque Él lo quería.
Tú eres hombre, Él es Dios. ¿Dirás tú: «No lo quiero», donde
Él dice: «Lo quiero»? Él no te condena por tu «no lo quiero»,

7 Memoria, la tumba de los mártires.

298
EL ESCÁNDALO

y tú, ¿blasfemas contra Él por su «lo quiero»? «Mas ¿por qué


Dios quiso eso?» ¿Por qué lo quiso? Mientras eres siervo, acata
la voluntad del Señor tu Dios hasta que seas hecho un amigo,
entonces conocerás el parecer del Señor Dios tuyo. ¿Qué sier-
vo hay tan soberbio que si su señor le ordena que realice algo,
le responda: «Por qué»? El señor se reserva para sí su parecer;
que el siervo muestre respeto a esa voluntad si quiere cumplirla
perfectamente, si quiere actuar bien, si de siervo quiere con-
vertirse en amigo, según lo dijo el mismo Señor: Ya no os llamo
siervos, sino amigos (Jn 15,15). Quizá llegará a conocer también
los motivos de su señor; entre tanto, hasta que llegue a cono-
cerlos, sobrelleve de buen grado su voluntad…
Pero veo que aún dices en tu corazón: «Mira, Roma se
derrumba en los tiempos cristianos, o más bien, ha sido de-
rrumbada y ha sido quemada; pero ¿por qué en los tiempos
cristianos?» ¿Quién eres tú que preguntas esto? «Un cristiano».
Entonces, si eres cristiano, respóndete a ti mismo: «Porque
Dios lo quiso». «Pero, ¿qué respondo al pagano que me in-
sulta?» ¿Qué es lo que te dice? ¿Por qué te insulta? «Me dice:
He aquí que, cuando ofrecíamos sacrificios a nuestros dioses,
Roma se mantenía en pie; ahora, cuando prevalece y abunda
el sacrificio ofrecido a vuestro Dios y son rechazados y prohi-
bidos los sacrificios ofrecidos a los nuestros, ved lo que sufre
Roma». Respóndele brevemente por ahora, para librarte de
él..., su propia historia lo conserva así, que éste es el tercer in-
cendio de la ciudad de Roma… Ella ha ardido ahora, una sola
vez, en el tiempo de los sacrificios de los cristianos; ya había
ardido antes, otras dos veces, en el tiempo de los sacrificios de
los paganos. Una vez fue quemada por los galos, al punto que
se salvó solamente la colina del Capitolio; Roma ardió por
un segundo incendio causado por Nerón, no sé decir si por
crueldad o ligereza. Nerón, emperador de la misma Roma,
siervo de los ídolos, asesino de los apóstoles, lo mandó, y Roma
fue incendiada.Vosotros pensáis: «¿por qué, cuál fue la razón?»
Hombre vanidoso, soberbio y débil, encontró su deleite en el
incendio de Roma. «Quiero ver, dijo, cómo ardió Troya». Así,

299
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

pues, Roma ardió una primera vez, una segunda y ahora una
tercera. ¿Por qué te complaces en refunfuñar contra Dios por
una ciudad que del arder ha hecho ya costumbre?
Pero ellos continúan: «muchos cristianos han sufrido en la
ciudad numerosos males». ¿Se te ha olvidado que es propio de
los cristianos sufrir los males temporales y esperar los bienes
eternos? Tú, que eres pagano, tienes algo por qué llorar, pues
has perdido los bienes temporales y no has hallado todavía los
eternos. El cristiano tiene algo en lo que pensar: Hermanos míos,
considerad un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de
pruebas (Sant 1,2). Cuando te dicen en el templo cosas como
éstas: «Los dioses tutelares de Roma no la guardaron ahora
porque ya no están», podrías responderles: «Que la hubiesen
salvado en aquel entonces, cuando todavía estaban». Nosotros
mostramos que nuestro Dios es veraz: Él predijo todas estas
cosas; lo habéis leído y escuchado; pero no sé si lo recordáis
quienes os turbáis por tales palabras. ¿No habéis escuchado a
los profetas, no habéis escuchado a los apóstoles, no habéis es-
cuchado al mismo señor Jesucristo que preanunció los males
que habrían de venir? Cuando se acerque a su término la edad
del mundo, cuando el fin esté cerca –lo habéis oído, hermanos;
lo hemos oído juntos–, habrá guerras, habrá tumultos, habrá
tribulaciones, habrá hambre. ¿Por qué nos contradecimos a
nosotros mismos, de modo que cuando son leídas, las creemos,
y cuando se cumplen, murmuramos?
«Pero lo de ahora es más, dicen ellos, la desolación que
sufre el género humano ahora es mayor». De aquí a que po-
damos considerar la historia pasada, sin tocar la cuestión, yo
ignoro si de verdad sea mayor; pero bien, admitamos que es
mayor, pues creo que es mayor. El mismo Señor nos resuelve
la cuestión. Ahora, se dice, el mundo es azotado mucho más,
se encuentra más golpeado. ¿Por qué se encuentra más asolado
ahora, cuando el Evangelio se predica en todas partes? Prestas
atención solamente a la fama que acompaña a su predicación y
no a la impiedad con la que se le desprecia. Ahora, hermanos,
por un momento dejemos de lado a los paganos, volvamos

300
EL ESCÁNDALO

nuestro ojo hacia nosotros. El evangelio es anunciado, todo


el mundo está lleno de él. Antes de que el evangelio fuese
predicado, la voluntad de Dios estaba escondida; ahora, me-
diante la predicación de este evangelio, la voluntad de Dios ha
quedado al descubierto. Mediante esta predicación se nos ha
dicho lo que debemos amar, lo que debemos despreciar, qué
hacer, qué evitar, qué esperar: todo esto lo hemos oído. No
hay parte alguna del mundo para la que la voluntad de Dios
esté escondida. Supón que el mundo sea un siervo y escucha
lo que dice el evangelio. Escucha la voz del Señor; el siervo es
este mundo. El siervo que ignora la voluntad de su señor y no actúa
conforme a ella, recibirá pocos azotes (Lc 12,48). El siervo es el
mundo; siervo porque el mundo fue hecho por Él, y el mundo no
lo conoció. Un siervo que ignora la voluntad de su señor: esto
era antes el mundo. El siervo que desconoce la voluntad de
su señor y no actúa conforme a ella, será golpeado con pocos
azotes. Pero, el siervo que conoce la voluntad de su señor: esto es
lo que es ahora el mundo; lo que sigue, decíroslo a vosotros
mismos, es más digámonoslo: El siervo que conoce la voluntad de
su señor y no actúa según ella, recibirá muchos azotes. ¡Ojalá que
muchas veces sea azotado y que no, una sola vez para siempre,
sea condenado!...
Al menos, quédate en tu puesto: no murmures, no blasfe-
mes, antes bien alaba a tu Dios, que te corrige; alábale, porque
te corrige para consolarte: el Señor corrige al que ama; castiga a
todo hijo que acoge (Hbr 12,6). ¡Tú eres un hijo muy delicado del
Señor, quieres ser acogido y no quieres ser castigado! ¡Para que
tú puedas vivir a tus anchas, Él debería mentir! La memoria de
los apóstoles, por medio de la que se te prepara el cielo, ¿debía
preservar para ti, aquí en la tierra, para siempre, los teatros de la
locura? ¿Es que Pedro murió y fue sepultado allí, para que no
cayera una sola piedra de ese teatro? A los niños indisciplina-
dos, Dios les quita de las manos los juguetes… Si Él te ahorrase
el dolor, te perderías. No sabes lo que deseas, desdichado… Es
mejor ser castigado que ser condenado…
(Serm. 296, 6-12; Casinen. I 133; M.A. 404-410)

301
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Los dos mundos

240. El mundo persigue al mundo… ¿Qué mundo es el


que persigue? Todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del siglo, no vie-
ne del Padre, sino que procede del mundo.Y el mundo pasa. Éste es
el mundo que persigue. ¿Cuál es el mundo al que persigue?
Todo el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre, como
también Dios permanece para siempre (1 Jn 2,16-17)… Quien
persigue es el mundo condenado; quien padece persecución
es el mundo reconciliado. El mundo condenado: todo, menos
la Iglesia; el mundo reconciliado: la Iglesia.
En este mundo, es decir, en la Iglesia, que toda entera sigue
a Cristo, Él dijo a todos sin excepción: El que quiera seguirme,
que se niegue a sí mismo. No son solamente las vírgenes quienes
deben escuchar esto, y las casadas no; o sólo las viudas deben
hacerlo, y las esposas no; o sólo los monjes deben escucharlo,
y los maridos no; o sólo los clérigos deben hacerlo, y los lai-
cos no; más bien: toda la Iglesia, el cuerpo entero, todos los
miembros sigan a Cristo por medio de las tareas propias que
les han sido repartidas y diferenciadas. Sígale la Iglesia única
en su totalidad; sígale la paloma, la esposa, la rescatada y la que
recibió en dote la sangre de su Esposo.
(Serm. 96, 6-9; P. L. 38, 587-588)

241. Por este amor debemos soportar con paciencia los


odios del mundo. En efecto, es necesario que nos odie, pues
él ve que no queremos lo que él ama. Pero el Señor nos con-
suela desde sí mismo; Él, después de decir: Esto es lo que os
mando: que os améis unos a otros (Jn 15,12), añadió: Si el mun-
do os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros (Jn
15,18). ¿Por qué el miembro se ha de poner por encima de
la cabeza? Rechazas el permanecer en el cuerpo si no quieres
sobrellevar el odio del mundo junto con la cabeza. Si fuerais
del mundo, el mundo amaría lo suyo (Jn 15,19). En verdad, esto
lo dice a la Iglesia entera, a la que también se refiere varias

302
EL ESCÁNDALO

veces con el nombre de «mundo», como en aquel pasaje: Dios


estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo (2 Cor 5,19); y
lo mismo en aquel otro: El Hijo del hombre no ha venido para
juzgar al mundo, sino para que el mundo fuese salvado por medio
de Él (Jn 3,17).Y Juan dice en su epístola: Tenemos un abogado
ante el Padre: Jesucristo, el justo, Él es víctima de propiciación por
nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del
mundo entero (1 Jn 2,1-2). Luego el mundo entero es la Igle-
sia, y el mundo entero odia a la Iglesia. Por tanto, el mundo
odia al mundo, el enemigo al reconciliado, el condenado al
salvado, el manchado al que ha sido limpiado.
(Tract. in Joann. 87, 2; P. L. 35, 1853)

La Iglesia es el mundo

242. Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en
ti, que ellos también sean uno, para que el mundo crea que tú me
has enviado (Jn 17,21). ¿Qué significa esto? ¿Acaso el mundo
ha de creer cuando todos seamos uno en el Padre y el Hijo?
¿No es eso aquella paz perpetua; e incluso es, todavía más
que la fe, la recompensa de la fe? Seremos uno; no para que
creamos sino porque habremos creído.Y si bien en esta vida,
todos los que creemos en el Único, somos uno, por medio
de la misma fe común, según dice el Apóstol: Todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28), aun así somos uno, no para
que creamos, sino porque creemos. Entonces ¿qué significa:
Que todos sean uno para que el mundo crea? Verdaderamente,
ese todos es el mundo que cree. No son una cosa quienes han
de ser uno y otra cosa diferente el mundo que ha de creer
precisamente porque ellos sean uno; pues sin duda alguna,
Él dice refiriéndose a los primeros: Que todos sean uno, sobre
los cuales había dicho también: No ruego solamente por ellos,
sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos (Jn
17,20), añadiendo en seguida: Para que todos sean uno. ¿Qué
es ese todos sino el mundo, no el que claramente es hostil,

303
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sino el mundo creyente? Pues mirad que el que había dicho:


No ruego por el mundo (Jn 17,9), ruega por el mundo para que
crea. Porque hay un mundo del que está escrito: Para no ser
condenados junto con el mundo (1 Cor 11,32). Por este mundo
no ruega y no ignora el lugar a que está predestinado.Y hay
asimismo un mundo del cual está escrito: El Hijo del hombre
no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea
salvado por medio de Él (Jn 3,17), por eso dice el Apóstol: Dios
estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo (2 Cor 5,19). Él
ruega por este mundo, diciendo: Para que el mundo crea que tú
me has enviado… Que todos sean uno, es lo mismo que: Que el
mundo crea, porque es creyendo que ellos devienen uno; per-
fectamente uno, quienes siendo una sola cosa por naturaleza,
habían dejado de ser uno al separarse del Único.
(Tract. in Joann. 110, 2; P. L. 35, 1920-1921)

¡Pensad en las raíces!

243. Hemos sido sacados del mundo y hemos sido agre-


gados al pueblo de Dios en el tiempo en que el arbusto que
nació del grano de mostaza ha extendido ya sus ramas… He-
mos abierto los ojos para ver el esplendor de la Iglesia de
Cristo, y hemos encontrado a la «estéril»… de tal manera que
se ha olvidado ya de las injurias y los oprobios de su privación:
quizá por eso podemos quedar maravillados al leer en alguna
profecía las voces de la flaqueza de Cristo o de la nuestra. Y
puede suceder que ahora nos alegremos menos por ellas, por-
que no hemos venido en el tiempo en que esas cosas se leían
con sabor, cuando abundaban las persecuciones. Pero, por otra
parte,… si pensamos prudente y rectamente que la vida del
hombre es una tribulación sobre la tierra (Job 7,1), y que nadie está
seguro por completo,… entonces también ahora, en el mismo
esplendor de la Iglesia, reconoceremos las voces de nuestra
aflicción. Y como miembros de Cristo, puestos bajo nuestra
cabeza mediante el vínculo de la caridad y sosteniéndonos

304
EL ESCÁNDALO

unos a otros… reconoceremos también que la tribulación es


algo común a todos nosotros desde el principio hasta el fin.
Apartemos un tanto el pensamiento del crecimiento del ar-
busto y de la extensión de sus ramas y del esplendor en donde
descansan las aves del cielo; y escuchemos que la grandeza de
la que ahora nos gozamos en el arbusto, ha crecido a partir
de algo pequeño.
(Enarr. in Psal. 68 I, 1; P. L. 36, 840-841)

EL ESCÁNDALO DE LAS HEREJÍAS

La túnica del Señor

244. Conservemos firmemente lo que significaba aque-


lla túnica tejida toda de una pieza de arriba abajo y que no
dividieron los que mataron a Cristo, sino que quienes la con-
siguieron, la obtuvieron echándolo a suertes. Los sacramentos
de Cristo pueden ser divididos por muchos de los herejes, pero
ni uno solo de los creyentes desgarra ni divide la caridad de
Cristo, sino que quienes participan de la herencia de los san-
tos en la luz, ésos la conservan como su propio bien, porque
espiritualmente aman la unidad.
(Serm. 218/B, 2; Morin I 2; M. A. 451-452)

El origen de las herejías

245. Hay quienes son débiles y no son idóneos para reci-


bir el alimento sólido, quieren abalanzarse sobre lo que no son
capaces de acoger.Y si alguna vez llegan a comprender algo, o se
imaginan que comprenden aquello que en el fondo no pueden
acoger, se levantan por encima de los demás y se ensoberbecen.
A sus ojos se ven como sabios. Esto es lo que sucede a todos los
heréticos; puesto que son «animales» y «carnales», defendiendo

305
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sus sentencias depravadas, que no han sido capaces de ver como


falsas, han quedado excluidos de la Iglesia católica.
(Enarr. in Psal. 130, 9; P. L. 37, 1710)

246. Quien no espera en el Señor se tambalea entre los


malos; por esta razón han surgido los cismas. Han titubeado
entre los malos puesto que eran peores, y no han querido per-
manecer buenos entre los malos. ¡Oh, si hubieran sido trigo,
habrían soportado la paja en la era hasta el tiempo de la biel-
da! Pero como eran paja, al haber soplado el viento antes del
tiempo de la bielda, éste arrastró la paja de la era y la arrojó
entre las espinas. Sí, ciertamente la paja ha sido ya arrojada de
allí; pero ¿acaso es sólo trigo lo que ha permanecido? Antes
de la bielda, solamente la paja sale volando; sin embargo, en la
parva aún queda trigo y paja.
(Enarr. in Psal. 25 II, 6; P. L. 36, 191-192)

247. Hermanos, puesto que somos cristianos católicos,


corramos por este camino que es la única Iglesia de Dios,
según está predicha en los Escritos Santos. Dios no quiso
que permaneciera oculta, para que nadie tuviera excusa; fue
predicho que ella se iba a extender por el orbe de la tierra y
ahora ha sido mostrada a todos los pueblos de la tierra.Y no
deben turbarnos las innumerables herejías y cismas; nos tur-
barían más estas cosas si no existieran, puesto que también
han sido predichas.Todos, ya sea que permanezcan en la Ca-
tólica o ya sea que estén fuera de ella, testimonian el Evan-
gelio. ¿Qué significa lo que estoy diciendo? Dan testimonio
de que son verdad todas las cosas que han sido dichas en el
Evangelio. ¿Y de qué forma se predijo que habría de estar
presente la Iglesia de Dios en medio de los pueblos? Como
única, cimentada sobre la roca, a la que no podrán vencer
las puertas del infierno. Las puertas del infierno son el prin-
cipio del pecado: La paga del pecado es la muerte (Rom 6,23),
y la muerte pertenece ciertamente a los infiernos. ¿Cuál
es el principio del pecado? Preguntemos a la Escritura. El

306
EL ESCÁNDALO

principio de todo pecado, dice, es la soberbia (Eclo 10,15); y si la


soberbia es el principio del pecado, la soberbia es la puerta
de los infiernos. Pensad ahora en qué fue lo que dio origen
a todas las herejías; no hallaréis ninguna otra madre a no ser
la soberbia. Pues cuando los hombres presumen mucho de sí
mismos, llamándose santos y queriendo arrastrar a las masas
tras de sí y queriendo desgajarlas de Cristo, sólo por sober-
bia se han aprovechado de las herejías y se han servido de
los cismas. Mas, puesto que la Iglesia católica no puede ser
vencida por todas aquellas herejías y cismas, es decir, por esos
hijos de la soberbia, por eso mismo se predijo: Y las puertas
del infierno no prevalecerán sobre ella (Mt 16,18).
(Serm.346/B, 3; Mai 12; M. A. 286-287)

Separada del cuerpo

248. Lo que es nuestro espíritu –es decir nuestra alma–


respecto de nuestros miembros, eso mismo es el Espíri-
tu Santo respecto de los miembros de Cristo, respecto del
cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Por eso, el Apóstol, des-
pués de haber hablado de «un cuerpo», para que no pen-
sásemos que se trataba de un cuerpo muerto, dijo: Un solo
cuerpo. Pero te pregunto: ¿este cuerpo vive? Sí, vive. ¿De
dónde recibe la vida? De un único espíritu: Y un solo espí-
ritu (Ef 4,4). Hermanos, poned atención en nuestro cuerpo
y doleos por los que se desgajan de la Iglesia. Cada uno de
nuestros miembros cumple sus funciones en bien de los
otros miembros, mientras estamos con vida, mientras nos
mantenemos sanos; si uno sufre por cualquier causa, todos
los miembros sufren con él. Sin embargo, precisamente por-
que el miembro está en el cuerpo, puede sentir dolor, pero
no puede expirar. Pues, ¿qué es expirar sino perder el espí-
ritu? Y ahora, si un miembro es arrancado del cuerpo, ¿acaso
lo sigue el espíritu? Podemos reconocer el miembro de que
se trata: es un dedo, una mano, un brazo, una oreja; pero

307
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

fuera del cuerpo tiene solamente la forma, pero no tiene


vida. Así es también el hombre separado de la Iglesia. Buscas
en él el sacramento, y lo encuentras; buscas el bautismo, y lo
encuentras; buscas el símbolo, y lo encuentras. Tiene sólo la
forma: si el Espíritu no te vivifica interiormente, en vano
te glorías de la «forma» exterior.
(Serm. 268, 2; P. L. 38, 1232-1233)

El núcleo de la herejía

249. Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne,


es de Dios (1 Jn 4,2). Vemos, en efecto, que muchas herejías
confiesan que Cristo ha venido en carne y, no obstante, no
podemos decir que ellas procedan de Dios. El maniqueo niega
que Cristo haya venido en carne; no hay para qué fatigarse ni
para qué emplear largo tiempo en mostraros cómo tal error no
viene de Dios; pero el arriano confiesa que Cristo ha venido
en carne, también el eunomiano, el sabeliano, y el fotiniano…
Y, ¿quién podría enumerar detalladamente todas esas abomi-
naciones? Hablemos por ahora de las que son más conocidas.
Es verdad que para muchos son desconocidas esas herejías que
he citado; esa ignorancia es más segura. Sabemos con certeza
que el donatista confiesa que Cristo ha venido en carne y, sin
embargo, lejos de nosotros considerar que su error viene de
Dios. Por aludir a los herejes más recientes, el pelagiano con-
fiesa que Cristo ha venido en carne; no obstante, en ningún
modo su error viene de Dios.
Por tanto, queridísimos, observémoslos diligentemente,
pues nosotros no dudamos que sea verdadera la sentencia: Todo
espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios. Hemos
de mostrarles que ellos no confiesan que Cristo haya venido
en carne; porque si concedemos que ellos tienen esta confe-
sión, a su vez, hemos de confesar que ellos vienen de Dios…
El arriano escucha y predica el parto de la Virgen Ma-
ría. ¿Confiesa por ello que Cristo ha venido en la carne? No.

308
EL ESCÁNDALO

¿Cómo lo hemos de probar? Si el Señor socorre con su ayuda


a vuestra inteligencia, será muy fácil… ¿De qué manera puede
confesar que Cristo ha venido en carne, quien niega a Cristo
mismo? Pues, ¿quién es Cristo? Preguntémoslo al bienaven-
turado Pedro… Pedro respondió, uno por todos, porque la
unidad está en todos: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo (Mt
16,16). Ahí tienes la verdadera confesión, la confesión plena…
Quien confiesa que Cristo ha venido en la carne, sin duda,
confiesa que ha venido en la carne el Hijo de Dios. Que el
arriano diga ahora si confiesa que Cristo haya venido en carne.
Si confiesa que el Hijo de Dios ha venido en carne, confiesa
que Cristo ha venido en carne. Si niega que Cristo es el Hijo
de Dios, no conoce a Cristo; lo confunde con algún otro, no
habla sobre Cristo mismo. Pues, ¿quién es el Hijo de Dios?...
En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo
era Dios… ¿Qué dices tú, arriano? Tú dices que en el principio
Dios hizo al Verbo… Lo niegas como el Hijo… Así también,
algo no muy diferente, respecto a su camarada el eunomiano.
Yo pregunto: ¿Cristo vino en carne? Responde: «Sí, vino». Y
nosotros consideramos que lo confiesa. Pero le pregunto aún:
¿Quién era el Cristo que vino en la carne; era uno igual al Pa-
dre o desigual? Él responde: «Desigual». Tú dices que ha venido
en la carne uno que era desigual al Padre, niegas por tanto que
Cristo haya venido en carne, porque Cristo es igual al Padre.
Oye al sabeliano. «El Hijo es el mismo que el Padre». Esto
afirma y así punza e inocula su veneno. Dice: «Él es el mismo
Padre. Cuando quiere, es Hijo; cuando quiere, es Padre». ¡Ese
no es Cristo! También tú yerras si dices que un tal Cristo es el
que ha venido en carne...
¿Qué es lo que dices tú, Fotino? Fotino responde: «Cris-
to es solamente hombre, no es Dios». Confiesas la forma de
siervo, niegas la forma de Dios.Y Cristo, en la forma de Dios,
es igual al Padre, en la forma de siervo es igual que nosotros.
También tú niegas que Cristo haya venido en carne.
Y el donatista, ¿qué? Muchísimos donatistas confiesan lo
mismo que nosotros confesamos sobre el Hijo: que el Hijo

309
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

es igual al Padre y de su misma substancia… y sin embargo


son donatistas. Digámosles: lo confesáis con palabras, lo ne-
gáis con las obras. Pues existe quien niega por medio de sus
obras. No todo el que niega, niega con la palabra. Es evidente
que hay hombres que niegan con sus hechos. Preguntemos
al Apóstol: todo es limpio para los limpios, responde él, mas para
los impuros e incrédulos no hay nada limpio, porque su mente y su
conciencia están manchadas. Confiesan que conocen a Dios, pero lo
niegan con sus obras (Tit 1,15-16). ¿Qué significa negar con
las obras? Ensoberbecerse y llevar a cabo cismas; gloriarse, no
en Dios, sino en el hombre. Así Cristo viene negado por los
hechos; pues sin duda alguna, Cristo ama la unidad. En fin,
para hablar de una manera más clara, ved el modo en el que
ellos niegan a Cristo: Nosotros llamamos Cristo al mismo
de quien Juan Bautista dice: El que tiene la esposa, es el esposo.
Éste es un buen matrimonio, son nupcias santas. El esposo es
Cristo; su esposa, la Iglesia. Nosotros conocemos a la esposa
a partir de su esposo… Así, pues, Cristo es el Esposo de esta
Iglesia que se predica en todas las naciones, se multiplica y
crece hasta los confines de la tierra, comenzando por Jeru-
salén (Lc 24,44-47): es de ella de quien Cristo es el Esposo.
¿Qué dices tú? Cristo, ¿de quién es esposo? ¿De la facción
de Donato? No lo es; no es Él. Tú, ¡buen hombre!: Él no lo
es; más bien, ¡hombre malvado!, Él no es ese… Si dices que
Él lo es, y sin embargo Él no lo es, niegas que Cristo haya
venido en carne.
Nos queda el pelagiano; no de entre todas las herejías, sino
sólo de entre aquéllas que he podido recordar en este breve
tiempo. Pues ya lo había dicho antes: ¿quién puede enumerar
tantas abominaciones? ¿Qué es lo que dices, pelagiano? Parece
que confiesas que Cristo ha venido en carne; pero, discutien-
do contigo, encontramos finalmente que lo niegas. Cristo, en
efecto, vino en la carne, ella era una semejanza de carne de
pecado, no era una carne de pecado. Las palabras del Apóstol
son: Dios envió a su Hijo en semejanza de carne de pecado (Rom
8,3). No en una «semejanza de carne», como si su carne no

310
EL ESCÁNDALO

fuese carne; sino que en semejanza de carne de pecado, pues Él


era carne, pero no carne de pecado. Ese Pelagio se obstina en
igualar la carne de cualquier niño y la carne de Cristo.Y, que-
ridísimos, no lo es. No sería preciso subrayar tanto en Cristo
la semejanza de carne de pecado si toda otra carne no fuese
carne de pecado. ¿De qué te aprovecha decir que Cristo ha
venido en carne, si te esfuerzas en igualarlo a la carne de todos
los niños? Te digo, por tanto, lo mismo que dije al donatista:
Él no lo es…
Si examinásemos todas las herejías, encontraríamos que
todas ellas niegan que Cristo haya venido en carne. Sí, todos
los herejes niegan el que Cristo haya venido en carne… Mas
lo digo a vuestra caridad: también todos los malos católicos
confiesan que Cristo ha venido en carne, sin embargo, lo nie-
gan con sus obras. No estéis tan seguros respecto a vuestra fe.
Unid a la fe la correspondiente vida recta, para que confeséis
que Cristo ha venido en carne, profesando la verdad con las
palabras y viviendo en el bien con las obras.
(Serm. 183, 1-13; P. L. 38, 988-993)

Pureza orgullosa

250. Saludable y lleno de verdad es lo que escribe el


bienaventurado apóstol Juan; entre otras cosas, dice: Si deci-
mos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y
la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados,
fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda
iniquidad (1 Jn 1,8-9)... La afirmación es absoluta, y no tie-
ne necesidad de alguien que la explique: Si decimos que no
tenemos pecado... ¿Quién hay, entonces, que no tenga peca-
do? Como dice la Escritura: ni aun el niño, cuya vida es de un
día sobre la tierra (Job 14,4). Este pequeñito no ha cometido
ningún pecado, pero lo arrastra de sus padres. Por tanto, no
hay manera de que alguno pueda afirmar de sí que no tiene
pecado. Mas el hombre fiel se ha acercado por medio de la

311
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

fe al lavatorio de la regeneración, y todos los pecados le han


sido perdonados; ya vive bajo la gracia, vive en la fe, ha sido
hecho miembro de Cristo, ha sido hecho templo de Dios. De
todos modos, aun habiendo sido hecho miembro de Cristo
y templo de Dios, si dijese que no tiene pecado, se engaña a
sí mismo, y la verdad no está en él; miente completamente
si dice: Yo soy justo.
Sin embargo, hay algunos, odres hinchados, llenos del
aire de la arrogancia, enormes no por su grandeza, sino por
la enfermiza hinchazón de su orgullo, que se atreven a decir
que puede encontrarse a algunos hombres que no tienen
pecado. «En esta vida –dicen– los justos carecen de pecado
totalmente». Pero son unos herejes quienes dicen esto, los
pelagianos; y lo mismo los celestianos. Y cuando se les res-
ponde: «¿Qué es lo que decís? ¿Es que aquí vive un hombre
sin pecado, sin pecado alguno en absoluto, ni de obra, ni de
palabra ni de pensamiento?», responden a partir del aire de
soberbia del que están llenos (ojalá se les acabara ese aire, se
desinflarían y callarían, es decir, llegarían a ser más humil-
des y ya no estarían inflados); responden, digo: «¡Claro que
sí! Estos hombres santos y fieles de Dios no pueden tener
pecado alguno ni de obra, ni de palabra, ni de pensamien-
to». Y cuando se les arguye: «¿Quiénes son estos justos que
están sin pecado?», replican y dicen: «Toda la Iglesia». Me
maravillaría yo de poder encontrar uno, dos, o tres, o los
diez que Abrahán deseaba. Abrahán, en efecto, bajó a diez
desde cincuenta; y tú, hereje, me respondes y afirmas que
«toda la Iglesia». ¿Cómo lo pruebas? «Lo pruebo». Pruébalo,
te lo ruego. Me darías una muy grande alegría si pudieras
mostrarme que absolutamente la totalidad de la Iglesia, en
cada uno de sus fieles, no tiene pecado alguno. «Lo pruebo».
A ver, ¿cómo? «Habla el Apóstol». ¿Qué dice el Apóstol?
«Cristo amó a la Iglesia». Escucho y reconozco que son pala-
bras del Apóstol: Purificándola mediante el lavado del agua con
la palabra, a fin de presentarse a sí una Iglesia gloriosa, sin man-
cha o arruga o cosa parecida (Ef 5,25-27). ¡Hemos escuchado

312
EL ESCÁNDALO

grandes truenos de la nube! Porque el Apóstol es nube de


Dios. Han resonado estas palabras y nos han hecho temblar.
Pero decidnos, antes de que busquemos el significado
de esas palabras del Apóstol, indicadnos, digo, si vosotros sois
justos o no. Nos responden: «somos justos». Por tanto, ¿no
tenéis pecado? ¿Durante los días, durante las noches, no ha-
céis nada malo, no decís nada malo, no pensáis nada malo?
No se atreven a decirnos: «nada». ¿Qué responden entonces?
«Nosotros, ciertamente, somos pecadores; mas estamos ha-
blando de los santos, no de nosotros». Os pregunto esto: ¿sois
cristianos? No os pregunto: ¿sois justos?, sino simplemente,
¿sois cristianos? No se atreven a negarlo. «Somos cristianos»,
dicen. Luego, ¿sois fieles? ¿habéis sido bautizados? «Sí, he-
mos sido bautizados». ¿Se os perdonaron todos los pecados?
«Se nos perdonaron». Entonces, ¿cómo ahora sois pecadores?
Esto me basta para refutaros. Sois cristianos, fuisteis bautiza-
dos, sois fieles, sois miembros de la Iglesia, ¿y tenéis manchas
y arrugas? ¿Cómo explicar que no tenga la Iglesia en este
tiempo mancha y arruga, siendo vosotros mancha y arruga
para ella? Si no queréis pertenecer a la Iglesia, sino solamen-
te si ella es sin mancha ni arruga, arrancaos entonces de sus
miembros con vuestras manchas y arrugas, desgajaos de su
cuerpo. Mas ¿para qué decirles que se separen de la Iglesia, si
ya lo hicieron? Porque son herejes, ya están fuera. ¡Han que-
dado fuera junto con toda su pureza! Retornad y escuchad,
escuchad y creed.
Tal vez diréis en vuestro corazón, inflado y henchido:
«¿Íbamos nosotros a decir que somos justos? Por humildad
era necesario que dijésemos que somos pecadores». Entonces,
¿mentís por humildad?... Eres justo, estás sin pecado y dices que
tienes pecado. Luego, te presentas como testigo falso contra ti.
Dios no acepta tu mentirosa humildad. Examina tu vida, mira
tu conciencia… Oye a Juan; él mismo te repite lo que ya antes,
verazmente, había dicho: Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. No tie-
nes pecado y dices que tienes pecado; la verdad no está en ti…

313
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Dejemos, en fin, las palabras de Juan. Mira, en el cuer-


po de la Iglesia, de la que tú dices que no tiene ni mancha
ni arruga ni cosa parecida y que está sin pecado; mira, pues,
llegará la hora de la oración, toda la Iglesia va a orar y cier-
tamente tú estás fuera.Ven a la oración que nos ha enseñado
el Señor, ven a la balanza; ven y di: Padre nuestro, que estás en
los cielos. Prosigue: Santificado sea tu nombre, venga tu reino, há-
gase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; el pan nuestro de
cada día dánosle hoy… Sigue, y di: Perdónanos nuestras deudas.
Responde ahora, hereje, ¿cuáles son tus deudas? ¿Has, por
ventura, recibido de Dios dinero prestado? «No», dice. No
te interrogaré más sobre esto; el mismo Señor será quien te
exponga la suerte de deudas que pedimos se nos perdone.
Digamos lo que sigue: Así como nosotros perdonamos a nuestros
deudores. Exponga esto el Señor: Pues, si vosotros perdonáis a los
hombres sus ofensas –por tanto, vuestras deudas son los peca-
dos–, también vuestro Padre os perdonará vuestros pecados. Vuelve,
hereje, a la oración, si te has vuelto sordo a la razón de la fe
verdadera. Perdónanos nuestras deudas. ¿Lo dices o no lo dices?
Si no lo dices, aunque estuvieses presente con tu cuerpo, sin
embargo, estás fuera de la Iglesia. Ésta es, en efecto, la ora-
ción de la Iglesia, voz emanada del magisterio del Señor. Él
mismo fue quien dijo: Orad así; se lo dijo a los discípulos, lo
dijo a los apóstoles y nos lo dijo a nosotros, corderillos suyos,
sea cual sea la clase de la que seamos; se lo dijo a los carne-
ros del rebaño: Orad así. Mirad quien lo dice y a quien lo
dice. La Verdad, a los discípulos; el pastor de los pastores a los
carneros. Orad así: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores. El rey a los soldados; el Señor,
a sus siervos; Cristo a los apóstoles; la Verdad hablaba a los
hombres; la sublimidad hablaba a los pequeños: «Yo sé lo que
sucede en vosotros; os pongo en mi balanza y os hago saber
el resultado; con toda certeza os digo lo que hay en vosotros.
Pues esto lo conozco mejor yo que vosotros. Decid enton-
ces: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a
nuestros deudores».

314
EL ESCÁNDALO

Te pregunto ahora a ti, hombre justo, santo, hombre sin


mancha ni arruga a ti te pregunto: ¿Ésta es la oración de la
Iglesia, de los fieles y de los catecúmenos? Sin duda alguna,
es propia de los que han sido regenerados, esto es, de los
bautizados. A fin de cuentas, y esto vale más que todo lo
otro, es la oración de los hijos. Porque, si no es de los hijos,
¿con qué rostro puede el hombre decir: Padre nuestro, que
estás en los cielos? ¿Dónde estáis, pues, vosotros, justos y san-
tos? ¿Estáis o no estáis entre los miembros de la Iglesia?...
Si toda la Iglesia dice: perdónanos nuestras deudas, quien no
dice esto es uno que está fuera... Miradlo, toda la Iglesia
dice: Perdónanos nuestras deudas. Tiene, por tanto, manchas
y arrugas. Pero la confesión estira las arrugas, la confesión
limpia las manchas. La Iglesia está en pie por la oración, para
ser purificada mediante la confesión; y en tanto viva en este
mundo, así debe perseverar. Y, cuando cada uno haya salido
de su propio cuerpo, le será perdonado todo, todo lo que
tenía como una deuda de la que debía ser perdonado, pues
ha quedado perdonado también en virtud de las súplicas co-
tidianas: entonces sale limpio, y es atesorado para la Iglesia,
como oro puro, en los tesoros del Señor; así, en los tesoros
del Señor, la Iglesia no tiene mancha ni arruga. Por tanto,
si allí no tiene mancha ni arruga, ¿para que debe orar aquí?
Para recibir el perdón. Quien da el perdón es quien limpia
la mancha; quien perdona es quien estira la arruga.Y ¿dónde
han sido estiradas nuestras arrugas? En la cruz de Cristo, que
fue como el tendedero de tan grande lavandero. En esa cruz,
esto es, en el tendedero, vertió Él su sangre por nosotros.Y
vosotros, los fieles, ya sabéis qué testimonio tenéis que dar
de la sangre que habéis recibido. Decís: «Amén». Sabéis que
se trata de la sangre que ha sido derramada por muchos, para
la remisión de los pecados. Mirad cuál es el modo en que la
Iglesia llega a estar sin mancha ni arruga: quedando como
bien lavada, extendida en el tendedero de la cruz. Pero esto
[esta purificación] puede ser realizada solamente aquí [en la
cruz]. El Señor se presenta a sí mismo una Iglesia gloriosa,

315
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

sin mancha ni arruga. Realiza esto también aquí; se la pre-


senta a sí mismo allí. Lo que realiza es esto: que no tengamos
ni mancha ni arruga. Es admirable quien lo realiza, lo hace
bien y con cuidado, es un artesano muy sabio. Nos extiende
sobre el madero y nos hace quedar sin arruga a los que, lim-
piándolos, había hecho quedar sin mancha. Él mismo, que
vino sin mancha ni arruga, fue extendido sobre el tendedero,
aunque lo hizo por nosotros, y no por sí mismo, para que
nosotros llegásemos a ser sin mancha ni arruga. Por tanto,
roguémosle, que sea esto lo que haga.
(Serm. 181, 1-7; P. L. 38, 979-983)

La utilidad de las herejías

251. La Iglesia católica queda afirmada por los herejes, y


queda probado quiénes son los que entienden bien por aqué-
llos que entienden mal. Pues muchas cosas se hallaban ocultas
en las Escrituras, y cuando los herejes se separaron, agitaron a
la Iglesia de Dios con sus cuestionamientos: entonces se mani-
festaron muchas cosas que antes estaban ocultas y se conoció
la voluntad de Dios... Muchos que podían comprender y ex-
plicar las Escrituras excelentemente estaban ocultos en medio
del pueblo de Dios; no afirmaban la solución de las cuestiones
difíciles porque ningún impostor los había instado a ello. ¿Aca-
so se había profundizado hasta el fondo sobre la Trinidad antes
de que comenzaran a ladrar los arrianos? ¿Se había tratado
con detalle sobre la penitencia antes de que los novacianos se
opusiesen a ella? Tampoco se había aclarado completamente
el bautismo antes de que lo contradijesen los que exigían re-
petir el bautismo, que quedaron puestos fuera; ni en lo que se
refiere a la unidad de Cristo habían sido dichas con precisión
las cosas que se han dicho ahora, a raíz de que los hermanos
más débiles habían empezado a turbarse por aquella separa-
ción. Así pues, aquéllos que sabían tratar sobre estas cuestiones
y resolverlas –para que los débiles no perecieran angustiados

316
EL ESCÁNDALO

por las preguntas de los impíos–, esclarecieron en público, con


sus palabras y algunas discusiones, las oscuridades de la ley.
(Enarr. in Psal. 54, 22; P. L. 36, 643)

Combatid las herejías

252. Los herejes también se atreven a decir que suelen


padecer persecución de parte de los reyes y príncipes cató-
licos. ¿Qué persecución es la que ellos soportan? Son sufri-
mientos corporales. Si es verdad que alguna vez han padecido
o el cómo lo han padecido, ellos lo saben y corresponde a su
conciencia; pero lo que han padecido han sido sufrimientos
del cuerpo, mientras que la persecución que realizan ellos, es
más grave… ¡Se extrañan de que se levanten los príncipes cris-
tianos contra los hombres detestables que dividen a la Iglesia!
¿Es que no tendrían que levantarse? ¿Cómo podrían entonces
dar cuenta a Dios de su poder? Que escuche y comprenda
vuestra caridad qué es lo que quiero decir: corresponde a los
reyes cristianos de este mundo el querer ver en paz, durante el
tiempo de su reinado, a su madre la Iglesia, de la que ellos han
nacido espiritualmente. Hemos leído las visiones y las gestas
proféticas de Daniel: tres jóvenes alababan a Dios en medio del
fuego, el rey Nabucodonosor quedó maravillado por los jóve-
nes que alababan a Dios y por el fuego que rodeándolos no les
hacía daño. Después de haberse admirado, ¿qué es lo que dijo
el Rey Nabucodonosor, que no es ningún judío o circunciso,
sino que es ése que había erigido una estatua suya y que había
obligado a todos a que la adorasen? ¿Qué fue lo que dijo, sin
embargo, conmovido por las alabanzas de los tres niños, por
las que vio la majestad de Dios presente en medio del fuego?
Dijo: Promulgaré un decreto para todos los pueblos y lenguas de toda
la tierra. ¿Qué decreto es ése? Que todos los que hayan proferido
alguna blasfemia contra el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, sean
reos de muerte y que sus casas sean destruidas (Dan 3,96). ¡Mirad
de qué modo se muestra severo este rey extranjero para que no

317
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

se blasfeme más contra el Dios de Israel, porque Él ha podido


librar del fuego a esos tres jóvenes! ¿Y no quieren que los reyes
cristianos sean severos porque Cristo viene asfixiado8, Él, que
libró del fuego del infierno no sólo a estos tres niños, sino a
todo el orbe de la tierra junto con sus reyes?
(Tract. in Joann. 11, 13-14; P. L. 35, 1482-1483)

El morir de las herejías

253. Desaparecen como agua que corre (Sal 57,8). Que no


os atemoricen, hermanos, algunos de esos ríos que llamamos
torrentes; se llenan de agua en el invierno, pero no temáis.
Su agua pasa después de un poco, corre, hace estrépito por
un tiempo, pero cesa pronto, no puede subsistir por mucho
tiempo. Muchas de las herejías han muerto ya; corrieron por
sus arroyuelos cuanto pudieron, fluyeron, se secó su torrente;
apenas se conserva algún recuerdo suyo o de que hayan existi-
do. Desaparecen como agua que corre. Pero no sólo esos torrentes,
sino que también todo este mundo hace grande estrépito por
un tiempo y busca a quién arrastrar. Todos los impíos, todos
los soberbios, hacen gran estruendo como agua que irrumpe
contra la peña de su soberbia; ¡que no os atemoricen! Son
aguas de invierno que no pueden manar siempre. Es necesario
que fluyan, a través de su cauce, hasta su fin.Y, sin embargo, el
Señor bebió del torrente de este mundo. Él padeció aquí, be-
bió de este torrente; pero bebió en el camino, bebió de paso,
porque no se detuvo en el camino de los pecadores (Sal 1,1).
¿Qué es lo que dice de Él la Escritura? En el camino beberá del
torrente; por eso levantará la cabeza (Sal 109,7). Es decir, por eso
ha sido glorificado.
(Enarr. in Psal. 57, 16; P. L. 36, 685-686)

8 «Asfixiado», «ahogado», por causa de la repetición del Bautismo de parte de

los donatistas.

318
EL ESCÁNDALO

La herejía es impaciente

254. Porque habéis empujado con vuestros flancos y vuestros


lomos, y habéis golpeado a cornadas a las ovejas débiles oprimién-
dolas hasta echarlas fuera (Ez 34,21). ¿Quién no comprende
esto? ¿Quién no se aterroriza? Si ninguna oveja está fuera
del redil esta palabra no se cumple. Pero si lloramos al ver
que son demasiadas las ovejas que van errantes fuera del re-
dil, ¡ay de aquéllos por cuyos flancos, por cuyos lomos, y por
cuyos cuernos esto ha sucedido! Esto no lo han hecho sino
las ovejas fuertes. ¿Y quiénes son esas ovejas fuertes? Las que
presumen de su propia fuerza. ¿Quiénes son esas, en suma?
Las que se vanaglorian de su propia justicia. Nadie ha divi-
dido el rebaño de las ovejas, nadie las ha empujado fuera del
redil, sino aquéllos que se llaman a sí mismos justos. Hombros
atrevidos, listos para empujar, porque no sobrellevan la carga
de Dios. Flancos malvados, amigos para conspirar entre sí,
séquito de la obstinación. Cornamentas altas, que se levan-
tan de orgullo. ¡Empuja de lado y con tus hombros, corta el
aire con tus cuernos y echa fuera lo que tú no has rescata-
do! Sí, claro, la razón de todo esto es que tú eres justo y los
otros son injustos, y era algo indigno el que el justo tuviese
algo que ver con los injustos; es decir, era algo indigno que
el trigo estuviese entre la cizaña, era indigno de las ovejas el
estar pastando en medio de los cabritos esperando hasta que
llegara el Pastor, quien no se equivoca al separar.Y entonces,
¿acaso eres tú el ángel encargado de arrancar la cizaña? Yo
no te reconocería como ese ángel aunque hubiese llegado ya
el tiempo de la cosecha. Antes de cosechar, ni tú ni ningún
otro puede ser verdaderamente ese ángel. Aquél que ha ele-
gido a los segadores, ha designado también el tiempo. Bien
pueden los hombres llamarse a sí mismos ángeles; incluso
podríamos encontrar en la Escritura ese término aplicado a
los hombres. Pero por lo que a mí se refiere, prefiero esperar
al tiempo de la cosecha. Puedes arrogarte el nombre de ángel,
pero no puedes adelantar la venida del tiempo de la cosecha;

319
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

por tanto, es falso lo que dices que eres, pues no ha llegado


aún el tiempo en que lo puedas ser. Por eso cuando llegue el
tiempo y sean enviados los verdaderos segadores, no sé dónde
te encontrarán: si entre lo que ha de ser limpiado, para que
seas guardado en el granero, o si entre lo que ha de ser atado,
para que seas arrojado al fuego. Pero digo: quizás, porque no
me atrevo yo a juzgar. Por el momento lloro porque tú estás
fuera. Si en el futuro tú puedas estar dentro, no lo sé…
Dios ha dejado la separación para el final, tú separas antes
de que llegue el tiempo. No esperas a que llegue el fin, tú, que
tampoco sabes cuándo será tu fin. ¿De dónde procede enton-
ces esta actitud? Acusaste falsamente a los que acusaste de ser
machos cabríos, pues si los hubieras acusado según la verdad,
no te habrías separado tú. Es tu propia separación lo que los
hace que queden limpios. Eran cizaña, ¿por qué has querido
separarte de ellos antes de tiempo? Aun estando mezclado
con ellos, eras trigo, estabas plantado en el mismo campo, eras
regado por la misma lluvia. ¿Por qué, pues, tú te has marcha-
do? ¿Puedes encontrar la razón? No puedes mostrar que son
culpables ésos a los que acusas. Saliendo antes del tiempo, se-
parándote, tú mismo das prueba de tu culpa… ¿Quiere él que
yo lo llame justo? Que venga, que dé buenos frutos en medio
de la paz católica, que sea esta paz católica lo que custodie.
Porque no hay fruto alguno cuando no va acompañado de la
paciencia. Y con paciencia, dice Él, dan frutos (Lc 8,15). ¿Quieres
que te diga cómo es a ti a quien le ha caído encima la grani-
zada? Escucha este otro pasaje: Malditos aquéllos que han perdido
la paciencia (Eclo 2,16).
(Serm. 47, 16-18; P. L. 38, 304-306)

El pastor va a la búsqueda

255. «Si estoy en el error, dice, si he perdido el camino


¿por qué me requieres? ¿por qué me buscas?» Precisamen-
te porque estás en el error, quiero rescatarte. Porque te has

320
EL ESCÁNDALO

perdido, quiero encontrarte. «Pero yo quiero estar equivoca-


do, quiero andar perdido así». Tú quieres errar de tal manera,
quieres perecer. ¡Con cuánta mayor razón yo no quiero eso
para ti! Es más, me atrevo a decir que soy importuno. Escucho
al Apóstol que dice: Predica la palabra, insiste, oportuna o impor-
tunamente (2 Tim 4,2)… No te temo, ¡no puedes derribar el
tribunal de Cristo e instaurar el tribunal de Donato! Yo te
llamaré si vas sin rumbo, yo te buscaré si vas perdido, lo quie-
ras o no, yo actuaré así. Incluso aunque me hieran las espinas
del bosque, me adentraré en medio de todas sus estrecheces,
cortaré toda la maleza y mientras el Señor al que temo me dé
fuerzas, recorreré todos los rincones. Reconduciré al que va
errante, buscaré la oveja perdida. Si no quieres que yo padezca,
no vayas errante, no te pierdas.
Es poco decir que me duele verte descarriada y en trance
de perecer. Pero además temo que si te descuidara a ti, mata-
ría yo también a la oveja fuerte. Pues ve qué es lo que sigue:
Habéis matado a la que era fuerte. Si no me preocupo por el que
se equivoca y anda extraviado, también algún otro, aunque sea
fuerte, encontrará deleite en el errar y el extraviarse. Deseo
las ganancias que se hacen fuera, pero temo mucho más los
daños que sobrevienen dentro. Si tu error me dejase indife-
rente, el que es fuerte se daría cuenta y entonces pensaría que
caer en la herejía es cosa de nada.Y cuando los bienes de este
mundo le deslumbraran para hacerle cambiar, inmediatamente
ese fuerte, si no te hubiera buscado cuando andabas perdido,
me diría, cuando él estuviera también a punto de extraviarse:
«Dios está tanto aquí como allí, ¿qué más da? Todo esto vie-
ne de los hombres, que se ponen a disputar entre sí. En todas
partes se puede adorar a Dios». Si cualquier donatista llegara a
decirle: «Te entregaré a mi hija con tal de que te hagas uno de
los nuestros», es necesario que él pueda estar atento y decir: «Si
no hubiese nada de malo en el estar de la parte de ésos, nues-
tros pastores no dirían tantas cosas en su contra, no se afanarían
tanto por su error».
(Serm. 46, 14-15; P. L. 38, 278-279)

321
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

EL ESCÁNDALO DE LA IGLESIA

Trigo y paja

256. La Iglesia, en el tiempo presente, es una era. Muchas


veces lo hemos dicho y lo repetiremos otras tantas, que la Igle-
sia tiene paja y trigo. Nadie pretenda retirar toda la paja sino
hasta que llegue el tiempo de la bielda. Nadie abandone la era
antes de la bielda por no querer padecer a los pecadores…
Cualquiera que de lejos observa la era, juzga que hay sólo paja.
Si no mira con más diligencia, si no alarga la mano, si no dis-
tingue mediante el soplo… difícilmente llegará a percibir los
granos. Algunas veces pasa otro tanto con los granos, se hallan
como separados unos de otros, sin ningún contacto, hasta tal
punto que cada uno de ellos podría pensar… que está solo.
(Enarr. in Psal. 25 II, 5; P. L. 36, 190-191)

Dentro y fuera

257. El Señor conoce a los que son suyos (2 Tim 2,19): ésas
son las ovejas. Algunas veces ellas no se conocen a sí mismas,
pero el Pastor sí que las conoce según esa predestinación, se-
gún esa presciencia de Dios, según la elección de las ovejas
antes de la creación del mundo, pues dice el Apóstol: Nos esco-
gió en Él antes de la creación del mundo (Ef 1,4). Según esta pres-
ciencia y predestinación de Dios, ¡cuántas ovejas están fuera
y cuántos lobos dentro, cuántas ovejas dentro y cuántos lobos
fuera! Pero ¿qué significa lo que dije: «cuántas ovejas fuera»?
Hay muchos entregados hoy a la lujuria que serán castos; mu-
chos que blasfeman a Cristo, han de creer en Cristo; muchos
que se embriagan serán sobrios; muchos ladrones de lo ajeno
que darán lo suyo propio; pero ahora escuchan la voz extraña,
siguen a los extraños. Del mismo modo, ¡cuántos que dentro
cantan las alabanzas de Dios le han de blasfemar, cuántos que
son castos y van a fornicar, cuántos sobrios han de entregarse

322
EL ESCÁNDALO

después a la bebida; cuántos que ahora están en pie, después


han de caer! Y es que no son ovejas… Es cierto que escuchan
a Cristo, mientras los otros no le escuchan, pero lo cierto es
que conforme a la predestinación, no son ovejas, mientras que
los otros sí que lo son.
(Tract. in Joann. 45, 12; P. L. 35, 1725)

Falsos hermanos

258. Se pregunta: ¿Quién es Cristo? Cristo fue un hom-


bre, no pudo vivir aunque quería vivir, murió sin quererlo,…
vencido, crucificado y entregado a la muerte... Esto lo dicen
los enemigos. «Éste es abiertamente un enemigo», dice Cris-
to, «me odia, me declara su enemistad sin esconderla. Con
todo, resulta fácil tolerarlo o evitarlo. Pero en cambio, ¿qué
haré de Absalón? ¿Qué haré de Judas? ¿Qué haré de los falsos
hermanos?» ¿Qué de los hijos perversos que, pese a todo, son
hijos, los cuales no blasfeman contra Cristo delante de noso-
tros sino que junto con nosotros lo adoran, pero sin embargo
persiguen a Cristo en medio de nosotros?... Te puedes pro-
teger del pagano entrando en la Iglesia; pero cuando incluso
allí encuentras a quienes temes, ¿dónde buscarás otro lugar
para esconderte? En fin, el mismo Apóstol, que gime a causa
de los peligros entre los falsos hermanos, dice: Por fuera, el combate;
por dentro, temores (2 Cor 7,5).
(Enarr. in Psal. 142, 4; P. L. 37, 1847)

259. De entre aquéllos que han sido separados de los santos,


algunos entran nuevamente, mas lo hacen disfrazados, y causan
peores tribulaciones al cuerpo de Cristo, ya que no se les evita
como a gente totalmente extraña. Recordando los peligros
más graves, el Apóstol añade después de haber enumerado
muchos de sus sufrimientos… Peligros entre los falsos hermanos
(2 Cor 11,26). Ellos son muy peligrosos, sobre ellos se dice
en otro salmo: Habían entrado para ver (Sal 40,7). Ésos habían

323
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

entrado para ver y nadie les dice: «No debéis entrar aquí para
ver...» No tengas miedo de todos los que con ánimo fingido
entran, se quedan y se esconden. Su padre es Judas, que vivió
con tu Señor; Él, sin duda alguna, le conocía. Si bien Judas era
un traidor, vivía dentro y allí se escondía; sin embargo, su co-
razón era manifiesto al Señor de todas las cosas. Conociéndolo,
eligió a uno; para que esto te sirviese de consuelo a ti, que no
habrás de conocer a los que deberías evitar. Él habría podido
no elegir a Judas… Nos ha precedido con el ejemplo: «lo he
soportado, he querido cargar con el que yo ya conocía, para
ofrecerte un consuelo a ti, que no lo conocerás».
(Enarr. in Psal. 55, 9; P. L. 36, 652-653)

Judas

260. Hermanos míos, ¿qué deseaba Nuestro Señor Jesu-


cristo advertir a su Iglesia, habiendo querido tener entre los
doce a un perverso, sino esto: que soportemos a los malvados
y que no dividamos el cuerpo de Cristo? Mirad, en medio
de los santos está Judas, he aquí que es un ladrón –y no me-
nosprecies esto–, es un ladrón y un sacrílego, no es un ladrón
cualquiera: es un ladrón de los bienes, pero de los bienes del
Señor; ladrón de los bienes, pero de los bienes sagrados... Aco-
ged el ejemplo del Señor que vivió aquí en la tierra. ¿Por qué
tuvo bolsa aquél a quien los ángeles servían, sino porque su
Iglesia habría de tener su propia bolsa? ¿Por qué admitió a un
ladrón, sino para que su Iglesia soportase con paciencia a los
ladrones? Mas ése que acostumbraba sacar dinero de la bolsa,
no dudó en vender al Señor mismo a cambio de dinero.Vea-
mos qué respondió el Señor ante esto. Mirad, hermanos, no le
dijo: «Hablas de tal manera a causa de tus robos». Él conocía
al ladrón, pero no lo delataba sino que más aún, lo soportaba
y nos mostraba un ejemplo de paciencia para cargar con los
malvados dentro de la Iglesia.
(Tract. in Joann. 50, 10-11; P. L. 35, 1762)

324
EL ESCÁNDALO

La cizaña por doquier

261. ¿Y dónde no ha sembrado cizaña aquel enemigo?


¿Qué estado, qué campo de trigo ha encontrado en el que no
haya sembrado cizaña? ¿Acaso la sembró entre los laicos y no
entre los clérigos, o entre los obispos? ¿O la sembró entre los
casados, pero no entre los que profesan castidad? ¿O la sembró
entre las casadas y no entre las vírgenes? ¿O la sembró entre las
casas de los laicos y no entre las congregaciones de los mon-
jes? La esparció por doquier, la sembró por todas partes. ¿Ha
dejado algo donde no haya hecho la mezcla? Pero demos gra-
cias a Dios ya que, quien ha de dignarse en separar, no puede
errar. No se oculta a vuestra caridad que la cizaña se encuentra
también en la mies más excelsa y honorable. También en el
estado de los profesos se halla cizaña.Y decís: «En tal lugar se
encontró que también había malvados; en tal congregación
se ha encontrado a algunos malvados»; mas se ha visto que en
todas partes hay malos, pero no siempre reinarán los malos
con los buenos. ¿Por qué te asombras de haber descubierto
malos en un lugar santo? ¿No sabes que el primer pecado,
la desobediencia, ocurrió en el paraíso y que por ella cayó el
ángel? ¿Acaso contaminó el cielo? Cayó Adán; ¿acaso ensució
el paraíso? Cayó uno de los hijos de Noé; ¿acaso contaminó
la casa del justo? Cayó Judas; ¿acaso contaminó al coro de los
apóstoles? A veces, según los juicios humanos, se considera que
algunos son trigo, pero son cizaña; a algunos se les considera
como cizaña, sin embargo, son verdaderamente trigo. Por estas
cosas que están ahora escondidas, dice el Apóstol: No juzguéis
nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor y Él iluminará lo que
esconden las tinieblas, y pondrá al descubierto los designios del cora-
zón; entonces cada uno recibirá de Dios su alabanza (1 Cor 4,5-6).
La alabanza de los hombres pasa; a veces el hombre alaba al
malvado sin saberlo; a veces el hombre acusa al santo y no lo
sabe. ¡Dios perdone a los que no saben y venga en auxilio de
los que sufren!
(Serm. 73/A, 3; Caillau II 5; M.A. 250-251)

325
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

La masa grande

262. Oh Dios, hemos recibido tu misericordia en medio de tu pue-


blo (Sal 47,10). ¿Quiénes son los que han recibido y dónde han
recibido? ¿Acaso no es tu pueblo mismo quien ha recibido tu
misericordia?... ¿Cómo puede ser entonces que hemos recibido en
medio de tu pueblo? Parece como si fuesen unos quienes la recibie-
ron y otros quienes la recibieron en medio de ellos. Es un gran
misterio y sin embargo muy sabido... En verdad, ahora son conta-
dos dentro del pueblo de Dios todos los que llevan sus sacramen-
tos, pero no todos pertenecen a su misericordia. Ciertamente,
todos los que reciben el sacramento del bautismo de Cristo son
llamados cristianos, pero no todos viven de una manera digna
a este sacramento. Pues hay algunos de quienes dice el Apóstol:
Tienen apariencia de piedad, pero han renegado de su fuerza (2 Tim
3,5). Sin embargo, por esta apariencia de piedad son contados en
el pueblo de Dios… ¡Dios!, hemos recibido tu misericordia en medio
de tu pueblo. En medio de tu pueblo, que no la recibió, nosotros
hemos recibido tu misericordia. Vino a los suyos, y los suyos no le
recibieron. A los que están en medio de ellos, a todos los que le
recibieron, les dio el poder de hacerse hijos de Dios (Jn 1,11-12).
A todo el que se pone a pensar sobre ello, se le plantea la
cuestión: «Veamos, este pueblo que en medio del pueblo de
Dios, recibe la misericordia de Dios, ¿cuál es su numero? ¡Qué
pocos son! ¡Apenas se encuentra alguno!... ¿Cuántos son aqué-
llos que parece que observan los preceptos de Dios? Apenas se
encuentra uno o dos, o poquísimos. Y entonces, Dios, ¿ha de
salvar solamente a éstos y ha de condenar a los restantes?» Y
continúan diciendo: «¡De ninguna manera! Cuando venga y
vea a tanta muchedumbre colocada a su izquierda, se compa-
decerá y concederá el perdón». Se ve muy claro, esto fue lo que
prometió también la serpiente al primer hombre; Dios le había
amenazado con la muerte si gustaba del árbol prohibido (Gen
2,17), pero ella le dijo: ¡De ninguna manera, no moriréis! Creyeron
a la serpiente y se dieron cuenta de que era verdad aquello con
que Dios les había amenazado y que era falso lo que el diablo

326
EL ESCÁNDALO

les había prometido. Así también ahora, hermanos, poned ante


vuestros ojos la Iglesia, a la manera y semejanza del paraíso; la
serpiente no cesa de sugerir en ella lo que entonces sugirió.
(Enarr. in Psal. 47, 8-9; P. L. 36, 538-539)

Los reproches de los tibios

263. Cuando uno haya comenzado a vivir según el Evan-


gelio, se levantarán en su contra sus parientes, sus vecinos y
amigos. Los que aman el mundo se le opondrán. «¿Es que estás
loco? ¡Estás exagerando!: ¿acaso los demás no son cristianos
también? Esto es una tontería, esto es una locura». La turba
grita muchas cosas como éstas para que los ciegos no clamen
(Mt 20,39). La multitud increpaba a los que clamaban, pero
no logró acallar sus clamores. Que comprendan qué es lo que
han de hacer quienes quieran ser sanados.También ahora pasa
Jesús… Los malos cristianos y los cristianos tibios intentan
estorbar a los buenos cristianos, a los que verdaderamente se
empeñan, a los que quieren cumplir los preceptos de Dios que
están escritos en el Evangelio… Te insultarán, te llenarán de
oprobios, intentarán empujarte hacia atrás; pero tú clama hasta
que tu clamor llegue a los oídos de Jesús.
(Serm. 88, 13; P. L. 38, 546)

La palabra de Dios como adversario

264. «Es el momento de reconciliarte con tu adversario»…


¿Quién es ese adversario? Tu adversario no es el diablo. Pues
la Escritura nunca te exhortaría a ponerte de acuerdo con el
diablo. Hay, pues, otro adversario, un adversario que el hombre
hace tal para sí mismo… La palabra de Dios es tu adversario.
¿Por qué es tu adversario? Porque te manda cosas contrarias a
ti, las cosas que no haces. Ella te dice: «El Señor tu Dios, es uno
solo, adora a un solo Dios». Lo que tú quieres es, abandonado el

327
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

único Dios como el legítimo esposo del alma, fornicar con una
multitud de demonios.Y lo que es más grave, no le repudias ni
le abandonas claramente, como lo hacen los apóstatas, sino que
acoges a los adúlteros permaneciendo en la casa de tu esposo…,
permaneciendo en el matrimonio te das a la fornicación… Se
te ha dicho que observes espiritualmente el sábado, no como los
judíos que guardan el sábado mediante un descanso carnal… Tú
quieres descansar para luego fatigarte cuando lo que deberías
hacer es fatigarte para luego descansar… Se te ha dicho: Honrarás
a tu padre y a tu madre.Y tú, que no quieres padecer pena algu-
na de parte de tus hijos, llenas de injurias a tus padres. Se te ha
dicho: No matarás. Pero tú quieres matar a tu enemigo y quizá
no lo haces por miedo a un juez humano, no porque pienses
en Dios… Se te ha dicho: No cometerás adulterio, es decir, no va-
yas hacia ninguna otra mujer fuera de la que es tu esposa. Sin
embargo, exiges esto de tu esposa pero no quieres guardar este
mismo comportamiento hacia ella. Siendo tú quien debe pre-
ceder a tu esposa en virtud, pues la castidad es una virtud, caes
ante el primer asalto de la libídine; anegado en la derrota, exiges
que tu mujer salga vencedora.Y aun cuando tú debieras ser la
cabeza de tu esposa, ella va delante de ti hacia Dios; ella, de la
que tú eres la cabeza...Así como Cristo es la cabeza de la Iglesia,
y a la Iglesia se le manda que siga a su Cabeza y que camine por
sus huellas, del mismo modo cada hogar tiene como cabeza al
hombre y a la mujer como cuerpo. Allí donde la cabeza dirige,
el cuerpo tiene que seguir. ¿Por qué la cabeza habría de querer
ir allí donde no quiere que el cuerpo le siga?... En todos esos
mandamientos, la palabra de Dios es tu adversario.
(Serm. 9, 3; M. A. 36, 76-77)

El sacerdote y el monje

265. Ahí tienes al Señor que dice de los fariseos: Se han


sentado en la cátedra de Moisés (Mt 23,2). El Señor no se refería
a ellos únicamente; como si pudiese mandar a las escuelas de

328
EL ESCÁNDALO

los judíos a quienes creyeran en Él, para que aprendiesen allí el


camino del reino de los cielos. ¿Acaso no ha venido el Señor
a esto, a instituir la Iglesia?... Mas bajo el nombre de fariseos y
escribas se refería a algunos que había de haber en su Iglesia
que dirían y no harían; en la persona de Moisés, se figuró Sí
mismo… ¿Qué fue lo que dijo? En la cátedra de Moisés se han
sentado los escribas y fariseos; haced lo que dicen mas no hagáis lo
que hacen. Cuando los sacerdotes malvados escuchan esto, que
ha sido dicho por ellos, lo quieren tergiversar. Yo mismo he
escuchado a algunos que se empeñaban en querer malinter-
pretar esta afirmación. Y si les fuese posible, ¿no la borrarían
del Evangelio? Mas como no la pueden borrar, buscan falsear-
la; pero la gracia y la misericordia del Señor están cerca y no
permite que lo hagan, porque todas sus palabras las ha rodeado
con la muralla de su verdad… Dicen: «Está muy bien dicho.
Pues se os dijo a vosotros que hagáis lo que os decimos pero
que no hagáis lo que nosotros hacemos. Porque nosotros ofre-
cemos el sacrificio y a vosotros no os está permitido». Mirad
la astucia de estos hombres, –¿qué diré?– de estos mercenarios.
Pues si ellos fuesen pastores, no dirían estas cosas. Para cerrarles
la boca, el Señor continuó:… ellos dicen, y no hacen… Escucha
lo que sigue: Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre
los cuellos de los hombres; pero ellos no están dispuestos a mover un
dedo para empujar (Mt 23,2-4). Los desaprobó abiertamente, los
describió y los puso de manifiesto. Cuando ellos se empeñan
en querer retorcer el sentido de esta afirmación, demuestran
que no buscan en la Iglesia otra cosa sino sus propias conve-
niencias y que no leyeron jamás el Evangelio, porque, si cono-
ciesen esta página y alguna vez la hubiesen leído entera, nunca
se atreverían a decir lo que dicen… Oye al Apóstol que gime
a causa de ellos. Habla de algunos que anuncian por amor el
Evangelio, habla de otros que lo hacen por conveniencia, de
éstos dice: Anuncian el Evangelio, sin rectitud (Flp 1,16)… Pero
entonces, ¿qué añade? Pues bien, de cualquier manera, sea por
conveniencia, sea con verdad, que Cristo sea anunciado. Por tanto,
permite que haya mercenarios… El pastor mismo ha querido

329
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

tener mercenarios. Éstos hacen algún bien donde pueden y


son útiles en la medida que pueden serlo. Sin embargo, cuan-
do buscaba alguna utilidad especial el Apóstol, cuyo camino
tenían que seguir los débiles, dice: Os envié a Timoteo, el cual os
recordará cuáles son mis caminos (1 Cor 4,17). En otras palabras:
«Os envié un pastor que os recordará mi proceder; es decir, un
pastor que anda los caminos por donde yo ando».Y, al enviar-
les ese pastor, ¿sabéis que les dice? Porque no tengo ningún otro
que sea tan unánime conmigo, ni que se preocupe tanto de vosotros
con un afecto sincero. Pues, ¿no tenía consigo a muchos otros?
¿Pero, qué dice enseguida? Pues todos buscan sus intereses, no los
de Jesucristo (Flp 2,20-21). Es decir: «He querido mandaros un
pastor; porque hay ya muchos mercenarios entre vosotros y
no había necesidad de enviaros uno más. Para algunas cosas y
para resolver algún negocio, se puede enviar a un mercenario;
para lo que Pablo quería entonces, era necesario un pastor.Y
a duras penas, entre tantos mercenarios, halló un pastor; por-
que pastores hay pocos, mientras que mercenarios abundan.
Y ¿qué ha dicho de los mercenarios? En verdad os digo: han
recibido ya su recompensa (Mt 6,2)… Desde el lugar elevado en
el que se encuentran, ellos no pueden sino decir: «Haced el
bien, no perjuréis, no defraudéis, no engañéis a nadie». Pero a
veces viven de tal manera que acuden al obispo e incluso soli-
citan su consejo para ver el modo de apropiarse las posesiones
de otro. Hablamos por experiencia, porque alguna vez nos ha
pasado esto; de otro modo no lo creeríamos. Muchos solicitan
de nosotros malos consejos: consejos para mentir, para engañar
astutamente, piensan que con ello nos dan gusto. Mas no creo
desagradar al Señor si os aseguro, por el nombre de Cristo,
que nadie me ha arrastrado a esas cosas ni ha encontrado en
mí lo que quería. Porque, dicho sea con licencia de quien nos
ha llamado: somos pastores, no mercenarios… Señor,Tú sabes
que he hablado;Tú sabes que no me he callado; sabes con qué
corazón lo he hecho; sabes cómo he llorado ante ti, cuando
yo hablaba y nadie me escuchaba.
(Serm. 137, 6-15; P. L. 38, 757-762)

330
EL ESCÁNDALO

266. ¡Ved qué bueno y qué agradable, convivir los hermanos


unidos! (Sal 132,1). Estas palabras del Salterio, este dulce soni-
do… dio a luz a los monasterios. Ante este sonido se desperta-
ron los hermanos que habían anhelado habitar unidos,… y los
que se hallaban dispersos fueron congregados… Sin embargo,
carísimos, hay también quienes son monjes falsos y nosotros
los conocemos como tales; pero, con todo, la santa convivencia
no se destruye por aquéllos que profesan ser lo que no son.
Hay monjes falsos, como clérigos falsos y falsos creyentes... De
estas tres clases de hombres se dijo: Habrá dos en el campo: uno
será tomado y otro dejado; habrá dos en el lecho: se tomará al uno y
se dejará al otro; habrá dos en el molino: la una será tomada y la otra
dejada (Lc 17,34-35).
(Enarr. in Psal. 132, 1; P. L. 37, 1729-1730)

267. ¿Adónde ha de retirarse el cristiano para no gemir


entre los falsos hermanos?… Si porque progresa no quiere
soportar a ningún hombre, precisamente por este no querer
soportar a nadie, queda mostrado que no progresa. Atienda
vuestra caridad: Soportándoos unos a otros, dice el Apóstol, con
caridad, cuidando de conservar la unidad de espíritu en el vínculo de la
paz (Ef 4,2-3). Soportándoos unos a otros. ¿Es que no hay algo en
ti que el otro tenga que soportar? Me maravillo si no hay algo;
pero bien, concedamos que no lo hay: entonces eres tanto más
fuerte para soportar a los demás cuanto nada tienes en ti que
tengan que soportar los otros. Tú no eres soportado; soporta
a los demás. «No puedo», dices. Entonces también tienes algo
en ti que los demás han de soportar.
«Me apartaré –dice otro– con unos pocos buenos; con
ellos se vivirá bien… ¿qué motivo hay para tener que ver
algo con la masa?»… ¿Estará allí finalmente la alegría?... No,
todavía no, sino que aún habrá llanto, existirá todavía la pre-
ocupación a causa de las tentaciones. Pues también el puer-
to tiene en algún lugar su entrada; si el puerto no la tuviese
por ningún lado, ninguna barca entraría en él... Algunas veces
el viento irrumpe por esa parte descubierta y, en donde no

331
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

hay escollos, con todo, las naves se rompen estrellándose unas


contra otras… «Seré prudente, no admitiré a ninguno que sea
malvado». ¿Cómo harás para no admitir a ningún malvado?...
¿A partir de qué puedes conocer a quien quizá quieres dejar
fuera?... ¿Es que todos vendrán a ti con el corazón abierto? Los
que han de entrar no se han conocido aún a sí mismos, ¿cuánto
menos tú? Muchos se prometieron a sí mismos que habían de
observar aquella vida santa,… fueron puestos en el crisol y se
quebraron… Todos queremos tener bien defendidos nuestros
corazones para que no pueda entrar en ellos nada que sugiera
el mal. ¿Quién sabe por dónde entra? Únicamente sabemos
que luchamos cotidianamente en nuestro corazón. Dentro de
su corazón el hombre lucha en soledad contra una multitud.
Se insinúa la avaricia, se insinúa la lujuria, se insinúa la gula,
susurra la misma alegría mundana; todas esas cosas sugieren el
mal. Sí, de todas se aparta, a todas rebate, a todas las rechaza;
pero es difícil que no quede herido por alguna. Luego, ¿en
dónde habrá seguridad?...
De aquí procede el que se engañen los hombres o para
no emprender una vida mejor, o para emprenderla a la ligera;
porque, cuando quieren ensalzarla, de tal modo la ensalzan,
que no hablan sobre los males que en ella se hallan mezclados;
y los que quieren vituperarla lo hacen con ánimo tan cruel y
perverso, que cierran los ojos a los bienes, y sólo resaltan los
males que allí hay o que piensan que hay… Diré, hablando
en modo general, que se alaba a la Iglesia de Dios; se dice:
«los cristianos son grandes hombres, sólo los cristianos; es algo
grande la Iglesia católica, ahí todos se aman entre sí, cada uno
se desgasta por todos los demás en cuanto puede...» Quizás oye
esto uno que ignora que, en lo anterior, se ha callado acerca
de los malvados que allí se hallan mezclados, y entonces viene,
impelido por tal elogio,… mas sufre escándalo a causa de los
falsos cristianos y se aleja de quienes son verdaderos cristianos.
Por otra parte están quienes odian a los cristianos, los maldi-
cientes, quienes se abalanzan con insultos: «¿Quiénes son los
cristianos? ¿Qué son los cristianos? Avaros, usureros. Los que

332
EL ESCÁNDALO

llenan los teatros y anfiteatros durante los juegos y otras clases


de espectáculos, ¿no son los mismos que llenan las iglesias los
días festivos? Son borrachos, tragones, envidiosos, murmura-
dores los unos de los otros». Ciertamente hay cristianos que
son así, pero no solamente ellos son así. Este calumniador,
con un ánimo cegado, no habla de los buenos; lo mismo que
aquél que alaba, con ánimo imprudente, no habla de los ma-
los… Lo mismo ha de tenerse en cuenta cuando se habla de
los clérigos. Pues los que alaban a los clérigos se fijan sólo en
los buenos ministros, en los fieles administradores, en los que
sufren con paciencia a todos, en los que consagran todos sus
afanes de misericordia en favor de los necesitados, en los que
no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo (Flp
2,21). Alaban estas cosas y se olvidan de los malvados que hay
entremezclados. Otros, por el contrario, se dedican a censurar
la avaricia de los clérigos, las costumbres disolutas de los clé-
rigos, las reyertas de los clérigos; los insultan como avariciosos
de los bienes ajenos, como borrachos, como glotones… Lo
mismo sucede en la vida en común que se da entre los herma-
nos de los monasterios: «hay excelsos varones, santos; por eso
viven cotidianamente entregados a los cánticos, a la oración, a
las alabanzas de Dios,… no ansían nada avaramente,… nadie
usurpa para sí lo que otro hermano no pueda tener, todos se
aman, todos se sostienen mutuamente». ¡Lo has alabado bien,
lo has alabado! Quien ignora lo que acontece en el interior; el
que no sabe que también las naves en el puerto chocan unas
contra otras a causa del viento que entra allí, entra esperando
hallar seguridad, esperando que no ha de encontrar a nadie a
quien tenga que soportar. Pero ese tal encuentra allí también
malos hermanos, que jamás habrían podido ser reconocidos
como tales sin haber entrado antes allí (ante todo, es necesario
soportarlos, pues puede ser que se corrijan, y no deben ser
excluidos en modo fácil sin antes haber sido soportados), y
sucede luego que también éste se vuelve de una impaciencia
insoportable: «¿Quién me mandaba a mí meterme aquí? Yo
pensaba que lo que había aquí era caridad». Irritado, pues, a

333
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

causa de las incomodidades que le causan unos pocos hombres,


al no haber perseverado en el cumplimiento de aquello a lo
que se había comprometido, se vuelve un desertor del cami-
no tan santo que había emprendido y se hace culpable de no
haber cumplido su promesas. Y eso no es todo, pues, tras su
salida de allí, se convierte en un crítico y en un murmurador,
y cuenta solamente aquellas cosas que él afirma que no ha
podido soportar; algunas veces, esas cosas son verdad… ¡Oh,
malvado! ¿Por qué callas acerca de aquéllos que son buenos?...
Nadie os engañe, hermanos,… debéis saber que toda profesión
en la Iglesia cuenta con obreros falsos. No he dicho que todos
los hombres sean falsos, sino que en toda profesión se hallan
individuos falsos.
(Enarr. in Psal. 99, 9-13; P. L. 37, 1276-1280)

Para los perezosos

268. Dices: «¡el juicio está lejos!» Ante todo, ¿quién te dice
que el juicio está lejos? Pero incluso aunque el juicio estuviese
lejos, ¿también está lejos tu día? ¿Cómo sabes cuál es tu hora?
¿Acaso muchas personas de buena salud no se echaron a dor-
mir y se quedaron tiesos? ¿Acaso no llevamos nuestra ruina
con nosotros, en nuestra propia carne? ¿No somos más frágiles
aún que si estuviésemos hechos de cristal? El cristal es muy
frágil pero, bien conservado, dura mucho. Puedes encontrar
copas en las que los abuelos y sus antepasados han bebido,
ahora beben en ellas los nietos y bisnietos. Una cosa tan frágil,
bien custodiada, ha llegado a ser algo duradero. En cambio,
nosotros los hombres vamos caminando frágiles entre muchos
y cotidianos peligros. E incluso en el caso de que no nos so-
brevengan desgracias imprevistas, incluso en ese caso, no lo-
gramos vivir demasiado tiempo. La vida humana, toda entera,
es breve. Desde la infancia hasta la decrépita vejez, toda entera,
es breve… Todos los días mueren hombres; los que viven los
sepultan, celebran sus funerales y se prometen a sí mismos una

334
EL ESCÁNDALO

vida larga. Nadie dice: «voy a corregirme, no vaya a ser que


mañana yo sea como el que acabo de enterrar». Estas palabras
os agradan, sin embargo a mí lo que me importa son los com-
portamientos. Así pues, dejad de entristecerme con vuestras
costumbres depravadas, pues mi alegría en esta vida no está en
otra cosa sino en que llevéis una vida buena.
(Serm. 17, 7; P. L. 38, 128)

269. Ayer advertí e hice ver a vuestra caridad que si vivi-


mos bien, si muere nuestra antigua vida malvada y progresa a
diario la nueva, la resurrección de Cristo se realiza en noso-
tros. Hay aquí muchos penitentes; al momento de imponerles
las manos se forma una fila larguísima. «Orad, penitentes…»
Y los penitentes se ponen a orar. Los examino y encuentro
que viven mal. ¿Cómo se arrepiente uno de lo que ha hecho?
Si se arrepiente, que no vuelva a hacerlo. Si, por el contrario,
vuelve a hacerlo, el nombre de «penitente» que se le da no
es verdad, y el pecado permanece. Algunos de entre voso-
tros han pedido por sí mismos entrar en la categoría de los
penitentes; otros, después de haber sido excomulgados por
mí, se han visto obligados a ir a ese lugar de penitentes. Los
que lo solicitaron por propia iniciativa, quieren seguir ha-
ciendo lo mismo que antes hacían, y quienes habiendo sido
excomulgados por nosotros, se han visto obligados a entrar
entre los penitentes, no quieren marcharse de ahí, como si el
lugar de ésos que se arrepienten, fuese un lugar privilegiado.
El que debe ser lugar de humildad se convierte en lugar de
iniquidad. Me dirijo a vosotros, los que os llamáis penitentes
y no lo sois; a vosotros me dirijo: ¿qué puedo deciros? ¿Os he
de alabar? En esto no os alabo (1 Cor 11,22), sino que gimo
y lloro. ¿Y qué hago yo convertido así en una vil cantinela?
Cambiad de vida, cambiad de vida, os lo suplico. Cuándo será
el fin de nuestra vida, es algo incierto. Todo hombre camina
con su muerte. Pensando que la vida será larga, diferís el vivir
bien. Pensáis que la vida es larga, y no teméis una muerte que
puede llegar de un momento a otro…

335
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Estaréis pensando: «dice lo de siempre». ¿Y vosotros? Vo-


sotros hacéis lo de siempre. Pero yo rasgo mis vestiduras ante
Dios. Tengo miedo de que se me reproche el no haber ha-
blado. ¿Qué queréis? Yo cumplo con mi tarea y busco que en
vosotros haya fruto. De vosotros sólo quiero el gozo de vues-
tras obras y no dinero. No me hace rico quien vive bien. No
obstante, que viva bien y me hará rico. Mis riquezas no son
otras que vuestra esperanza en Cristo. Mi gozo, mi descanso y
el alivio en mis dificultades y en mis pruebas no es otro que
vuestra vida santa. Os lo suplico, si no os importa nada de vo-
sotros mismos, compadeceos al menos de mí.
(Serm. 232, 8-9; P. L. 38, 1111-1112)

La barca de Pedro

270. Por medio de todas las cosas que hizo el Señor nos
enseñó cómo hemos de vivir aquí. Pues en este siglo no hay
nadie que no sea peregrino, aunque no todos deseen regresar
a la patria. Y durante el camino tenemos que sufrir oleajes y
tempestades; pero es menester que sigamos en la barca. Porque
si aún estando en la barca hay peligros, fuera de ella hay desas-
tre seguro. Por muchas fuerzas que tenga el que va nadando a
brazadas en el agua, al fin, vencido por la inmensidad del mar,
será engullido y sumergido. Es, pues, necesario que vayamos
en la barca, es decir, que seamos llevados por el madero, para
poder atravesar este mar.Y este madero, en el que nuestra de-
bilidad es llevada, es la cruz del Señor, con la que nos signamos
y nos defendemos de los embates de este mundo. Padecemos
a causa del oleaje; pero quien nos socorre es el mismo Dios.
El Señor sube a orar a solas en el monte, dejando a las turbas.
Ese monte significa la altura de los cielos… La Cabeza de la
Iglesia está ya arriba, para que los demás miembros lo sigan
hasta el fin. Por tanto, si intercede por nosotros, solo Él ora,
como habiendo subido a la cima de un monte, por encima de
las criaturas más sublimes.

336
EL ESCÁNDALO

Entre tanto, la barca que lleva a los discípulos, esto es, la


Iglesia, es agitada por las olas y sacudida por las tempestades
de las tentaciones.Y el viento que le es contrario, no cesa; es
decir, el diablo la combate y trata de impedir que llegue al
descanso. Pero el que intercede por nosotros es más grande.
Pues en nuestros vaivenes, que tanta fatiga nos causan, nos da
confianza, viniendo a nosotros y confortándonos; basta que
en nuestra turbación no saltemos de la nave arrojándonos al
mar. Porque aunque la barca oscile, es una barca: ella sola lleva
a los discípulos y sólo ella recibe a Cristo. Sí, es verdad, ella
peligra en el mar; pero sin ella, rápidamente se muere uno.
Mantente, pues, en la barquilla y ruega a Dios. Cuando todos
los conocimientos ya no son suficientes, cuando ya no bastan
para dirigir el timón, y las mismas velas, tan henchidas, pueden
ser más peligrosas que útiles; cuando se ha perdido ya la posi-
bilidad de cualquier ayuda y fuerza humana, a los navegantes
les queda sólo la posibilidad de orar y clamar hacia Dios con
voces.Y Aquél que ayuda a los navegantes para que lleguen al
puerto, ¿acaso va a abandonar a su Iglesia y no la ha de con-
ducir al reposo?
(Serm. 75, 2-4; P. L. 38, 475-476)

271. Todos estamos en la nave; unos realizando trabajos,


otros siendo llevados; sin embargo, todos a un mismo tiempo
peligramos en la tempestad y todos nos salvamos al arribar
al puerto… Los que descienden hacia el mar en naves, realizan su
trabajo en la inmensidad de las aguas (Sal 106,23-28), es decir,
entre una inmensidad de pueblos… Por tanto, quienes en la
inmensidad de las aguas realizan su trabajo, ellos vieron las obras
de Dios y sus maravillas en lo profundo. ¿Pues, qué hay tan pro-
fundo como los corazones de los hombres? Muchas veces allí
se originan los vientos, las tempestades de las sediciones y de
las disensiones que perturban la nave… Quienes están senta-
dos al timón y quienes aman fielmente la nave, lo perciben…:
Se turbaron y se tambalearon como borrachos. Por supuesto que
cuando hablan, cuando leen, cuando exponen, parecen sabios,

337
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

pero ¡ay de ellos en el momento de la tempestad! Pues todo,


así continúa, todo su saber se desvaneció. Algunas veces todo el
saber humano no basta, los vientos braman desde cualquier
lugar al que uno se vuelve, la tempestad se enfurece, los brazos
desfallecen…, los que guían no ven en absoluto hacia dónde
dirigir la proa… a qué impulsos abandonar la nave. ¿Qué resta
por hacer sino lo que sigue?: Ellos clamaron al Señor.
(Enarr. in Psal. 106, 12; P. L. 37, 1425-1426)

La Iglesia es paciente

272. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no hay


en él escándalo (1 Jn 2,10). ¿Quiénes son los que sufren escán-
dalo o quiénes lo causan? Aquéllos que se escandalizan por
Cristo y por su Iglesia… Si tú has conservado la caridad, no
sufrirás escándalo alguno ni por Cristo ni por su Iglesia; no
abandonarás ni a Cristo ni a la Iglesia. Pues quien abandona la
Iglesia, ¿de qué manera está en Cristo, él, que no está entre los
miembros de Cristo? ¿Cómo estará en Cristo el que no está
en el cuerpo de Cristo?... Así como aquél a quien le cauterizan
dice: «no lo soporto, no lo aguanto» y se retira, así son quienes
no soportan algunas cosas en la Iglesia, padecen escándalo, y
se separan del nombre de Cristo o de la Iglesia… ¿Y por qué
no hay escándalo en aquél que ama a su hermano? Porque quien
ama a su hermano, soporta todo por la unidad; porque en la
unidad de la caridad se da el amor fraterno.
(Tract. in Ep. Joann. 1, 12; P. L. 35, 1986-1987)

¡Qué profundidad!

273. Dios nos encerró a todos en la incredulidad para usar mi-


sericordia con todos (Rom 11,32). «¿Cuál es la “razón” de la
equidad y de la justicia de Dios en el encerrar a todos en la
incredulidad para tener misericordia de todos?» Tú buscas la

338
EL ESCÁNDALO

«razón»; yo, en cambio, tiemblo en presencia de este abismo.


¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios!
Allá tú con tus razonamientos; yo me asombro; discute tú, yo
he de creer. Veo un abismo, no puedo llegar hasta el fondo.
¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios!
¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! Qué
insondables sus decisiones; y tú, ¿has venido a escudriñarlos? Qué
irrastreables son sus caminos; y tú, ¿has venido a rastrearlos? Si has
venido a escudriñar lo insondable y a rastrear lo irrastreable,
créelo, estás perdido.
(Serm. 27, 7; P. L. 38, 182)

339
IX. LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

NOSTALGIA

Viudez

274. La Iglesia entera es una viuda, ya sea en los hombres


o en las mujeres, sea en los hombres casados o en las esposas,
sea en los adolescentes, sea en los viejos, sea en los vírgenes.
Toda la Iglesia es una viuda, abandonada en este mundo. Si ella
se percibe así, si se da cuenta de su viudez, entonces hay un
auxilio disponible para ella.
(Enarr. in Psal. 131, 23; P. L. 37, 1726)

Dilación

275. ¡Ay de mí, que habito aquí tan prolongadamente! (Sal


119,5), es principalmente... la voz de la Iglesia, que se fati-
ga en esta tierra. Es la voz de ella, que clama en otro salmo
desde los últimos rincones de la tierra: Desde los confines de
la tierra clamé a Ti. ¿Quién de nosotros clama desde los con-
fines de la tierra? Ni yo, ni tú, ni aquél; sino la Iglesia entera,
toda la heredad de Cristo, clama desde los confines de la
tierra, porque su heredad es la Iglesia, y de la Iglesia se dijo:
Pídeme, y te daré las gentes en heredad, y como posesión tuya, los
confines de la tierra (Sal 2,8). Luego si la posesión de Cristo
se extiende hasta los confines de la tierra, y la posesión de
Cristo son todos los santos, y todos los santos son un solo
hombre en Cristo, porque la unidad santa está en Cristo, el
mismo único hombre dice: Desde los confines de la tierra clamé
a Ti, al estar angustiado mi corazón (Sal 60,3). La peregrinación
de este hombre se ha prolongado entre los malos… Muchos
son desdichados pero no gimen; peregrinan errantes pero

341
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

no quieren volver. Pero el que quiere regresar, reconoce la


desgracia de su peregrinación.
(Enarr. in Psal. 119, 6; P. L. 37, 1602)

El canto en la noche

276. Que todos los pueblos te alaben (Sal 66,4). Andad por el
camino con todos los pueblos… ¡vosotros, hijos de la paz; vo-
sotros, hijos de la única Católica; andad por el camino, cantad
mientras camináis! Esto es lo que hacen los viajeros para alivio
de sus fatigas. Cantad también vosotros durante este camino,
cantad un cántico nuevo; que nadie cante aquí viejas cancio-
nes. Cantad cánticos de amor a vuestra patria… así como can-
tan los viajeros, que muchas veces cantan en la noche.
(Enarr. in Psal. 66, 6; P. L. 36, 807-808)

La semilla en invierno

277. Dios,Tú has conocido mi necedad (Sal 68,8)… Pues, ¿qué


cosa hay más semejante a la necedad que aun teniendo en su
poder el echar por tierra con una sola palabra a sus perseguido-
res, no obstante, se contiene, para padecer, para ser azotado, ser
escupido, ser abofeteado, ser coronado de espinas y, finalmente,
ser clavado en un madero? Es ciertamente una necedad; pero
también si no se conoce la agricultura y sus ciclos, cuando el
grano cae en la tierra parece algo sin sentido. Se cosecha con
gran trabajo, hay que transportarlo a la era, trillarlo, y luego se
bielda.Y después de los múltiples peligros debidos a los cielos
y a las tormentas, de tantos esfuerzos de los trabajadores y de
tantas preocupaciones de los dueños, se mete el trigo limpio
en el granero. Llega el invierno y el grano que había quedado
limpio se saca de nuevo al campo y se arroja sobre la tierra. Pa-
rece locura; pero que no lo sea, lo hace la esperanza.
(Enarr. in Psal. 68 I, 10; P. L. 36, 849)

342
LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

Árboles secos

278. Todos los fieles buenos son ricos, pero no en riquezas


de este mundo. Ni siquiera ellos mismos perciben cuántas son
sus riquezas, solamente después se darán cuenta. La raíz está viva
y sin embargo en invierno, incluso un árbol vigoroso parece que
está seco. Durante el invierno tanto el árbol vigoroso, como el
seco están despojados del esplendor de sus hojas y ambos están
privados de su sabroso fruto. Llegará el verano y entonces se po-
drán diferenciar los árboles. La raíz viva hace que broten las hojas
y el árbol se carga de frutos. El árbol seco permanecerá vacío en
verano, igual que estaba en invierno. Por eso para el primero se
prepara el granero y para el otro se afila el hacha, para cortarle y
echarle al fuego. Para nosotros, el verano es la llegada de Cristo.
Nuestro invierno es el ocultarse de Cristo. Nuestro verano es el
manifestarse de Cristo. Por eso el Apóstol dirigía estas palabras a
los árboles buenos y fieles: Habéis muerto y vuestra vida está oculta
con Cristo en Dios. Habéis muerto ciertamente, pero estáis muer-
tos en vuestro aspecto, vivos en la raíz. Date cuenta de que el ve-
rano llegará, tal y como se dice en lo que sigue: Cuando aparezca
Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis con Él en la gloria (Col
3,3-4). Los ricos son éstos, pero no ricos de este mundo.
(Serm. 36, 4; P. L. 38, 216)

El grano de mostaza

279. Sálvame, ¡oh Dios!, porque las aguas han penetrado hasta
mi alma (Sal 68,2). Ese grano es despreciado ahora, porque se
le ve lanzando voces tan humildes... En efecto, considerad que
el grano de mostaza es menudísimo, oscuro, despreciable; para
que en él se cumpla lo que se dijo: Le vimos, y no tenía figura ni
belleza (Is 53,2)… Si bien a través de los males nos encamina-
mos a los bienes, sin embargo este tránsito es un tanto amar-
go y tiene la hiel que los judíos dieron a beber al Señor en la
pasión; tiene también algo de agrio que debe ser soportado...

343
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

Prefigurándonos, pues, y como transformándonos en Sí mis-


mo a nosotros, dice así: ¡Sálvame, ¡oh Dios!...
(Enarr. in Psal. 68 I, 3; P. L. 37, 842-843)

Destetarse del mundo

280. Las madres o nodrizas, cuando ven que los niños ya


han crecido y que ya no conviene nutrirlos con leche, si ellos,
no obstante, desean el pecho con importunidad, para que no
mamen mucho, untan sus pezones con alguna cosa amarga que
desagrade al pequeño y no vuelva a pedir la leche. ¿Por qué, pues,
mamas con tanto deleite todavía, si el mundo se te ha hecho
amargo? Dios llenó el mundo de amarguras; pero tú lo deseas
con ardor, te apoyas en él, mamas de él y sólo en él encuentras
placer. ¿Por cuánto tiempo? ¡Qué no harías si fuese dulce, cómo
lo amarías! ¿Te causan molestia estas cosas? Elige otra vida.
(Serm. 311, 14; P. L. 38, 1419)

En los dolores

281. Ahora la Iglesia da a luz con el deseo, después dará a


luz en la visión. Ahora da a luz con lágrimas, después dará a luz
en el gozo; ahora da a luz orando, después dará a luz alabando.
Y dará a luz un varón (Ap 12,5), porque todos los esfuerzos de
la acción van dirigidos a ese fruto de la contemplación. Sólo
ese fruto es libre, porque es deseado por sí mismo y no es en
vista de otra cosa… Este corto instante que vivimos nos parece
largo porque tenemos que trabajar todavía; pero cuando haya
finalizado, nos daremos cuenta de cuán breve ha sido. Que
nuestro gozo, pues, no sea como el gozo del mundo, de quien
está dicho: El mundo, empero, se gozará (Jn 16,20). Sin embargo,
no estemos tristes durante este tiempo del parto con dolores,
según el deseo, privados de gozo; sino como dice el Apóstol:
Alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación (Rom 12,12).

344
LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

Porque la misma parturienta, a la cual hemos sido comparados


(Jn 16,21-22), se goza por el hijo que pronto ha de llegar más
de lo que se entristece por los dolores que siente ahora.
(Tract. in Joann. 101, 5-6; P. L. 35, 1895-1896)

Santo deseo

282. La vida entera del verdadero cristiano es un santo


deseo. Lo que deseas no lo ves todavía; pero deseándolo, vie-
nes hecho capaz de ser colmado cuando llegue eso que has de
ver. Pues, por ejemplo, si quieres llenar algún recipiente y sabes
cuán grande es lo que te van a dar, entonces agrandas el saco,
la bolsa, el odre o cualquier otra cosa de la que se trate, porque
sabes qué es lo que ahí vas a tener que meter y te das cuenta de
que el hueco es pequeño. Ampliándolo aumentas su capacidad.
Dios hace también así: alargando el tiempo de la espera, amplía
el deseo; por medio del deseo agranda el alma; ampliándola, la
hace capaz de recibirle.Ved cómo Pablo agranda su «saco» para
poder recibir lo que ha de venir. Dice: No es que ya lo haya «reci-
bido» o que ya sea perfecto. Hermanos, yo no creo haber ya alcanzado.
Entonces, ¿qué haces tú en esta vida si aún no has alcanzado?
Una sola cosa, olvidándome de lo que queda detrás de mí, me «extien-
do» hacia aquello que está por delante, y en este esfuerzo, corro tras la
recompensa a la cual se me llama desde lo alto (Flp 3,12-14). Dice
que se «extiende» y que en ese «esfuerzo», corre. Se considera-
ba demasiado pequeño para poder contener lo que ni el ojo vio,
ni el oído oyó, ni ha subido al corazón del hombre (1Co 2,9). Eso es
nuestra vida, ejercitarnos por medio del deseo.
(Tract. in Ep. Joann. 4, 6; P. L. 35, 2008-2009)

Las lágrimas de los bienaventurados

283. No hay nada que vaya tan unido a la miseria como


el llanto; nada tan distante y tan opuesto a la miseria como la

345
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

bienaventuranza. Hablas sobre los que lloran y los llamas bien-


aventurados (Mt 5,5). Entended –habla Él– lo que digo: digo
que son bienaventurados los que lloran. ¿Por qué son bien-
aventurados? En esperanza. ¿Por qué son los que lloran? En
realidad… El bienaventurado Cipriano se entristeció en los
padecimientos del martirio, ahora ya ha sido consolado con la
corona de la victoria. De todos modos, incluso habiendo sido
consolado, está todavía triste. Pues nuestro Señor Jesucristo
aún intercede por nosotros; todos los mártires que están ya con
Él, interceden también por nosotros. Su intercesión no cesa,
terminará solamente cuando haya desaparecido nuestro llanto.
Cuando desaparezca nuestro llanto, todos a una sola voz, en un
solo pueblo, en una sola patria, seremos consolados.
(Enarr. in Psal. 85, 24; P. L. 37, 1099)

Como…

284. ¿Dónde está el gozo? En la esperanza futura. Así,


dice en efecto el Apóstol: Siempre gozosos. En medio de tan-
tas tribulaciones, siempre gozosos y siempre tristes. Siempre
gozosos, porque él mismo lo dice: Como tristes, pero siempre
gozosos. Nuestra tristeza tiene un como; nuestro gozo no con-
lleva este como porque está fundado en una esperanza cierta.
¿Por qué nuestra tristeza lleva consigo un como? Porque pasa
como un sueño… Vuestra caridad sabe bien que quien habla
de sus sueños añade como: «Como que estaba sentado, como
que hablaba, como que comía, como que cabalgaba, como que
disputaba». Todo es como, porque al despertar no encuentra
lo que veía en el sueño. El mendigo dice: «Como si me hu-
biese encontrado un tesoro». Si el como si no estuviese allí,
ya no sería mendigo; pero, puesto que el como está, sigue
siendo un mendigo. Así, para quienes ahora abren sus ojos a
las alegrías del mundo y cierran su corazón, su como pasa, y
llega su verdad. Su como es la felicidad del mundo, su verdad
es el penar. Nuestro como es la tristeza, pero nuestra alegría

346
LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

no es como. Pues no dice el Apóstol: «Como si estuviéramos


alegres, pero estando siempre tristes». Tampoco dijo: «Como
si estuviéramos alegres y como si estuviéramos tristes», sino
que dijo: Como (quasi) tristes, pero siempre gozosos. Como (si-
cut) pobres, –aquí puso un como diferente del otro como– pero
enriqueciendo a muchos. Porque cuando el Apóstol decía esto,
en verdad nada tenía, había abandonado todas sus cosas, no
poseía riqueza alguna ¿Y qué añade enseguida? Como (qua-
si) quienes nada tienen –ahora, este mismo «no tener nada»
era el como del Apóstol– y lo poseen todo (2 Cor 6,10). En
esto último ya no se dice como (quasi). Sí, como que pasaba
necesidad, pero no como que enriquecía a muchos sino que
verdaderamente lo hacía. Como que nada tenía, pero no como
que todo lo poseía sino que verdaderamente lo poseía. ¿De
dónde viene que poseyera todo en modo verdadero? Porque
vivía adherido al Creador de todo.
(Enarr. in Psal. 48 II, 5; P. L. 36, 559)

Marta y María

285. Marta, te preocupas de muchas cosas, cuando una sola es


necesaria; María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada (Lc
10,41-42)… ¿Ha sido vituperado el servicio de Marta, ocupa-
da en los cuidados de la hospitalidad, ella que recibió en su casa
al mismo Señor? ¿De qué manera era vituperada con justicia
quien se gozaba de albergar a tan notable huésped? Si eso es
verdad, que dejen de hacer lo que hacen todos los que sirven
a los necesitados, que elijan para sí la mejor parte, que no les
será quitada. Que se dediquen a la Palabra, que gusten de la
dulzura de la doctrina, que se ocupen en lo que concierne a
la ciencia salvadora; que no les de ningún cuidado quién va
como peregrino en el camino, quién necesita pan o vestido,
quién necesita ser visitado, quién ha de ser rescatado, quién
ha de ser sepultado; descansen de las obras de misericordia y
aplíquense a la única ciencia. Si ésta es la mejor parte, ¿por qué

347
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

no la hacemos nuestra todos, dado que en esta causa tenemos


al Señor mismo por defensor?...
Con todo, no es así, sino que es como dijo el Señor. No es
como tú lo entiendes; es como debes entenderlo. Pon atención
a estas palabras: Estás ocupada en muchas cosas, cuando una sola
es necesaria; María eligió la mejor parte. No es que tú eligieses la
mala, sino que ella eligió la mejor. ¿Por qué la mejor? Porque
tú te afanas por muchas cosas, y ella por una sola. Lo uno se
antepone a lo múltiple. Lo uno no proviene de lo múltiple,
sino lo múltiple de lo uno. Son muchas las cosas que fueron
hechas; uno solo el que las hizo… Dios hizo todas las cosas y he
aquí que eran muy buenas (Gen 1,31). Muy buenas son las cosas
que hizo, ¡cuánto mejor será quien las hizo! Prestemos aten-
ción a nuestras ocupaciones en lo que toca a las muchas cosas.
Es necesario el servicio del dar alivio a los cuerpos. ¿Por qué?
Porque hay hambre, porque hay sed. También es necesaria la
misericordia a causa de la miseria. Partes el pan con el ham-
briento, porque te encontraste con uno. Haz desaparecer, si
puedes, el hambre: ¿a quién partirás tu pan? Haz desaparecer el
peregrinaje, ¿a quién brindarás hospitalidad? Haz desaparecer
la desnudez, ¿para quién prepararás el vestido? Que no exista
más la enfermedad, ¿a quién visitarás? Que no exista más la
cautividad, ¿a quién redimirás? Que no existan más las riñas,
¿a quiénes pondrás de acuerdo? Que no haya más muerte, ¿a
quién darás sepultura? En el mundo venidero no existirán más
estas necesidades y, por ende, tampoco estos servicios. Por tan-
to, Marta atendía justamente en lo que respecta a la necesidad
corporal del Señor –no sé cómo decir, si necesidad o volun-
tad, o voluntad de necesidad–. Servía a la carne mortal. Pero
¿quién existía en la carne mortal? En el principio era el Verbo y el
Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios: he aquí lo que oía
María. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: he aquí a
quién servía Marta. Luego María eligió la mejor parte, que no le
será quitada. Pues eligió lo que permanecerá por siempre…
Podéis ver, muy queridos, en estas dos mujeres –por cuan-
to puedo ver, lo habéis comprendido ya– que ambas habían

348
LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

sido agradables al Señor, ambas dignas de amor, ambas discí-


pulas suyas,… que en estas dos mujeres están significadas dos
vidas, la presente y la futura, la de trabajo y la de descanso,
la abrumada y la bienaventurada, la temporal y la eterna…
Ambas inocentes, ambas, digo, dignas de alabanza; mas una es
laboriosa y otra ociosa. Ninguna de las dos es facinerosa, de
esto se debe guardar la laboriosa; ninguna de las dos es desi-
diosa, de esto se debe guardar la ociosa. Por tanto, en esa casa
estaban al mismo tiempo estas dos vidas y la Fuente de la vida
misma. En Marta estaba la imagen de las realidades presentes;
en María, la de las futuras. En lo que Marta hacía, ahí estamos;
lo que María hacía, eso es lo que esperamos. Hagamos bien
esto de ahora, para tener aquello en modo pleno… Vosotros
os preocupáis de muchas cosas, los quehaceres de Marta os tienen
ocupados, es más, nos tienen ocupados a todos. Pues, ¿quién
descansa de este servicio del prestar ayuda?, ¿quién respira li-
bre de todos estos cuidados? Hagamos todo esto santamente,
hagámoslo con amor… La fatiga pasa y llegará el descanso;
pero al descanso no se llega sino a través de la fatiga. La nave
queda atrás, y se llega a la patria; pero a la patria no se llega
sino con la nave. Si consideramos las olas y las tempestades de
este mundo, nuestra vida es un viaje por mar.Y sé que no nos
hundiremos precisamente por esto, porque somos llevados por
el leño de la cruz.
(Serm. 104, 1-7; Morin I 29; M. A. 544-549)

Deseo del juicio

286. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en


que tengamos confianza en el día del juicio (1 Jn 4,17). Quien tiene
confianza para el día del juicio, tiene en sí el amor perfecto.
¿En qué consiste el tener confianza en el día del juicio? En no
temer la llegada del día del juicio. Hay hombres que no creen
en el día del juicio; ésos no pueden tener confianza en relación
con un día que no creen que ha de llegar. Pero dejémoslos

349
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

aparte, que Dios los despierte para que vivan; ¿para qué ha-
bríamos de hablar sobre los muertos? No creen en la llegada
del día del juicio, no temen ni desean aquello en lo que no
creen. Pero si alguien empieza a creer en el día del juicio, si ha
empezado a creer, empieza también a temer. Mas porque teme
todavía, no tiene aún confianza en el día del juicio, en él el
amor aún no es perfecto. ¿Pero, acaso ha de desesperar? Aquél
en el que tú ves el inicio, ¿por qué has de perder la esperanza
de que llegue al final? Tú dirás, ¿qué inicio puedo yo ver en
él? El temor mismo. Escucha la Escritura: Inicio de la sabiduría
es el temor del Señor (Eclo 1,16). Por tanto, ya ha empezado a
temer el día del juicio.Y teniendo temor, que se corrija,... que
mortifique sus miembros terrenos… en esa misma medida se
robustecerán sus miembros celestiales. Los miembros celes-
tiales son todas las buenas obras. A medida que los miembros
celestiales empiezan a crecer, empieza a desear lo que antes
temía.Temía que Cristo viniese y encontrase en él un impío al
que condenar. Ahora desea que Él venga, pues ha de encontrar
un hombre piadoso al que coronará. Cuando el alma casta, que
desea el abrazo del esposo, empieza a desear a Cristo que ha
de venir, renuncia al adulterio; llega a ser virgen en su interior
por la fe, la esperanza y la caridad. A partir de entonces tiene
confianza en el día del juicio, ya no lucha contra ella misma
cuando ora y dice: Venga tu reino.
(Tract. in Ep. Joann. 9, 2; P. L. 35, 2045-2046)

DIOS

Dios es todo

287. En la tierra una cosa es la fuente y otra cosa es la luz.


Si tienes sed, buscas la fuente, y para poder llegar a la fuente,
buscas la luz; y si sucede que es de noche, enciendes una lám-
para para que puedas ir a la fuente. Mas aquella fuente es la luz

350
LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

misma: es fuente para el sediento, es luz para el ciego. Que los


ojos se abran para que vean la luz; que las fauces del corazón
se abran para que beban de la fuente. Lo que bebes, lo ves, lo
escuchas. Dios se convierte para ti en todo, porque Él es para
ti el todo de las cosas que amas. Si miras a las cosas visibles,
ni el pan es Dios, ni el agua es Dios, ni esta luz es Dios, ni el
vestido es Dios, ni la casa es Dios; todas estas cosas son visibles
y son singulares; lo que es el pan no lo es el agua, lo que es el
vestido no lo es la casa, y lo que son estas cosas no lo es Dios,
porque todas esas cosas son visibles. Pero Dios es todo para ti:
si tienes hambre, es para ti pan; si tienes sed, es para ti agua; si
estás en las tinieblas, es para ti luz, porque permanece siempre
incorruptible; si estás desnudo, es para ti un vestido de inmor-
talidad, cuando esto que es corruptible se vista de incorruptibilidad
y esto que es mortal se vista de inmortalidad (1 Cor 15,54). Todo
puede decirse de Dios, mas de Dios nada se dice dignamente.
No hay nada más rico que esta escasez. Buscas un nombre que
le pueda convenir, no lo encuentras; buscas hablar de Él de
cualquier manera, los encuentras todos.
(Tract. in Joann. 13, 5; P. L. 35, 1415)

288. En la tierra, lo que es oro no puede servirte de plata;


lo que es vino no te sirve de pan; lo que es luz para ti, no puede
ser tu bebida. En cambio, tu Dios será para ti todo. Lo come-
rás, para que no tengas hambre; lo beberás para no tener sed;
serás iluminado por Él para que no seas ciego; serás sostenido
por Él para no desfallecer. Él, el Todo Entero, te poseerá todo
entero. Allí, con Aquél con quien todo lo posees, no padecerás
ya ninguna penuria: tú lo tendrás todo, y Él lo tendrá todo,
porque tú y Él seréis uno; un único todo que tendrá también
aquél que os posee.
(Enarr. in Psal. 36 I, 12; P. L. 36, 363)

289. ¿Qué es lo que Dios nos promete? Hermanos míos,


¿qué tendría que deciros, para que sea eso lo que deseemos?
¿Qué os diré? ¿Es oro? ¿Es plata? ¿Son tierras? ¿Son honores?

351
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

¿Es alguna cosa de todo lo que conocemos en la tierra? Eso es


muy poco. Lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni lo puede concebir
el corazón del hombre, Dios lo ha preparado para los que lo aman
(1Co 2,9). En pocas palabras, no alguna de sus promesas sino
Él mismo. Él es más grande que todo, Él es quien hizo todo; Él
es más hermoso que todo, es quien dio hermosura (formavit) a
todo; Él es más poderoso que todo, es quien dio fuerza a todo.
Todo lo que amamos en la tierra, en comparación con Dios,
es nada. Es poco: lo que amamos es nada, también nosotros
mismos somos nada. Quien ama, en comparación con la cosa
que ha de ser amada, debe convertirse en vil ante sus propios
ojos. Éste es el amor que se nos manda con todo el corazón,
con toda el alma, con todo el espíritu. Pero también añadió:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pen-
de la Ley y los Profetas (Mt 22,37.39.40). Para que así, cuando
ames al Señor, sepas que te amas a ti mismo si de verdad amas
al Señor. Si, por el contrario, no amas a Dios, tampoco te amas
a ti mismo. Entonces, cuando amando a Dios hayas aprendido
a amarte, lleva a tu prójimo hacia Dios, para que juntos podáis
disfrutar del bien, de ese gran bien que es Dios.
(Serm. 301/A, 6; Denis 17; M. A. 86-87)

El ojo puro

290. Hermanos, todo nuestro trabajo en esta vida ha de


consistir en sanar el ojo del corazón para que pueda ver a Dios.
Precisamente para esto se celebran los santos misterios, para
esto la palabra de Dios viene predicada, para esto son las reco-
mendaciones morales de la Iglesia, o sea, las que se proponen
corregir las costumbres, enmendar las concupiscencias carnales
y que renunciemos a este mundo, no sólo de palabra, sino me-
diante una vida transformada; todas las cosas de las que tratan
las santas y divinas Letras, apuntan hacia esto, a que el interior
sea purificado de lo que nos aparta del poder ver a Dios… Es
para ti un sufrimiento el que tu Creador se te quiera mostrar;

352
LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

sí, un sufrimiento para tu ojo antes de ser curado y sanado.


Pues Adán pecó en el paraíso y se escondió del rostro de Dios.
Cuando tenía el corazón sano con una conciencia pura, se
gozaba de la presencia de Él; mas después del pecado su ojo
quedó enfermo, comenzó a tener miedo de la luz divina, se
refugió en las tinieblas y en la espesura de los árboles, huyendo
de la Verdad y apeteciendo las sombras.
(Serm. 88, 5-6; P. L. 38, 542)

Encontrar y buscar

291. Buscad a Dios, y vuestra alma vivirá (Sal 68,33). ¡Bus-


quemos al que ha de ser encontrado; busquemos al que hemos
encontrado! Para que busquemos al que ha de ser encontra-
do, está oculto; para que busquemos al que ha sido hallado, es
inmenso. Por eso en otro lugar se dice: Buscad siempre su rostro
(Sal 104,4). Sacia al que lo busca, según lo que éste es capaz; y
al que lo encuentra, lo hace más capaz, para que cuando haya
comenzado a ser capaz de contener más, de nuevo busque ser
colmado. Pues no se dijo: Buscad siempre su faz, de la misma
manera como se dijo de algunos: Siempre están aprendiendo y
nunca llegan al conocimiento de la verdad (2 Tim 3,7), sino más
bien como dice aquél: Cuando el hombre hubiere terminado, en-
tonces comienza (Eclo 18,7).
(Tract. in Joann. 63, 1; P. L. 35, 1803-1804)

292. ¿Quizá es que, también incluso cuando lo hayamos


visto cara a cara, como Él es, deberemos todavía seguir buscán-
dolo, y tendrá que ser buscado sin fin ya que sin fin debe ser
amado? De hecho, acostumbramos a decir a alguien que está
presente: «No te busco», queriendo decirle: «no te amo». Por
tanto, mientras se actúa con un amor perpetuo, al amado se le
busca incluso cuando está presente, para que así no se ausente.
Por esto, cuando se ama a alguien, incluso cuando se le está
viendo, se desea que no se ausente, sin cansarse uno por ello,

353
EL ROSTRO DE LA IGLESIA

es decir, que buscamos sin cesar su presencia. Es esto lo que


sin duda significa, buscad siempre su rostro: que el encontrar no
implique el final de la búsqueda, que es característica del amor;
sino que el amor creciente aumente también la búsqueda del
que ha sido encontrado.
(Enarr. in Psal. 104, 3; P. L. 37, 1392)

Amén, Aleluya

293. Todo nuestra actividad será «Amén» y «Aleluya».


¿Qué decís, hermanos? Veo que al escuchar esto os habéis lle-
nado de gozo… «Amén» y «Aleluya» no lo diremos con soni-
dos pasajeros, sino con el afecto del alma. ¿Pues, qué significa
«Amén»? ¿Qué significa «Aleluya»? «Amén» equivale a «es ver-
dad»; «Aleluya» quiere decir «Alabad a Dios». Puesto que Dios
es la verdad inmutable, sin mengua ni crecimiento, sin defecto
ni progreso, sin mancha alguna de falsedad, perpetua y esta-
ble, y que permanece siempre incorruptible, las acciones que
obramos en las cosas creadas y en esta vida son como figura de
las cosas verdaderas mediante la significación de los cuerpos, y
por ellas caminamos en la fe; mas, cuando veamos cara a cara
lo que ahora vemos como en un espejo, en enigma, entonces
diremos con otro afecto muy distinto e inefable: «es verdad»; y,
al decir eso, estaremos diciendo «Amén», pero con una sacie-
dad insaciable. Como nada faltará, habrá saciedad; mas como
siempre nos deleitará aquello que no nos va a faltar, si se puede
hablar así, habrá una saciedad insaciable. Así, pues, cuanto más
insaciablemente saciado por la verdad te encuentres, tanto más
dirás con insaciable verdad «Amén». ¿Quién puede decir ahora
cómo es aquello que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón
del hombre (1 Cor 2,9)? Como veremos la verdad sin cansan-
cio alguno y con deleite perpetuo, y la contemplaremos con
una evidencia ciertísima, encendidos por el amor de esa ver-
dad y uniéndonos a ella mediante un dulce, casto y al mismo
tiempo incorpóreo abrazo, con nuestra voz le alabaremos y le

354
LA ESPERANZA DE LA IGLESIA

diremos también «Aleluya». Exhortándose recíprocamente a


tal alabanza, animados por un amor muy ardiente de los unos
a los otros y hacia Dios, todos los ciudadanos de aquella ciudad
dirán «Aleluya», porque dirán «Amén».
(Serm. 362, 29; P. L. 39, 1632-1633)

355
OBRAS PUBLICADAS
- Antología de San Agustín: El rostro de la Iglesia, introducción y
selección de los textos por Hans Urs von Balthasar
- La Escritura en la Tradición, Henri de Lubac, S. J. (coeditado con
la BAC)
- El arte de la vida. Lo cotidiano en la belleza, Marko I. Rupnik, S. J.

Colección Acercarse
- Adrienne von Speyr, varios autores
- Henri de Lubac, Ricardo Aldana
- George MacDonald, Ricardo Aldana
- John Henry Newman, Stratford Caldecott, Léonie Caldecott y
Ricardo Aldana

Colección Verdad y Misión


- Formación del laico, Ricardo Aldana
- Dios y su imagen. Esbozo de una teología bíblica, Dominique Bar-
thélemy, O. P.
- Amor y reverencia, Ricardo Aldana
- Pequeña catequesis sobre naturaleza y gracia, Henri de Lubac, S. J.
- Misterio y ministerios de la mujer, Louis Bouyer

Colección Espíritu y Vida


- Llamadas. Una iniciación a la oración personal, Máximo Pérez, S. J.
- Te busco de nuevo. Exámenes de conciencia y preces de escrutinio, Jorge
de la Cueva, S. J.
- Conocer y amar a Jesús I. Orar con la Palabra, Luis Vega, S. J.
- Conocer y amar a Jesús II. Orar con la Palabra, Luis Vega, S. J.
- Conocer y amar a Jesús III. Orar con la Palabra, Luis Vega, S. J.

Actas
- I Congreso Fe Cristiana y Servicio al Mundo. Hans Urs von Bal-
thasar en el centenario de su nacimiento
- II Congreso Fe Cristiana y Servicio al Mundo. Hans Urs von Bal-
thasar y Adrienne von Speyr, una misión en común
- Congreso. La misión de Hans Urs von Balthasar y Adrienne von Speyr
en el inicio de tercer milenio (México)

Colección Hilo de Luna


- La historia de Nycteris y Photogen, George MacDonald

Colección Educar
- Juntar virtud con letras, Consejos ignacianos para estudiar mejor, Manuel
Iglesias S. J.

Navidad
- Diccionario de la Navidad

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