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LL A MÓ A LOS QUE ÉL QUISO

Mc 3,13
Historias de vocación de las Servidoras
del Señor y de la Virgen de Matará
En portada: Miembros de nuestra Familia Religiosa “Del Verbo Encarnado” en la
Plaza San Pedro luego de la Santa Misa celebrada en la Basílica San Pedro durante
el encuentro internacional de la Familia Religiosa realizado en Roma, 2019.
Llamó a los
que Él Quiso
Mc. 3, 13

Historias de vocación de las


Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará

EDITORIAL «SERVIDORAS»
ROMA 2021
INDICE

1. Introducción 9
2. Nuestro Carisma y sus Elementos No Negociables 15
3. Testimonios Vocacionales 21
María Cáliz de la Alianza Nueva y Eterna 24
Mary of Divine Love 30
Maria da Divina Graça 38
María Pilar de Esperanza 46
Miriam Shir Ruah Adonai 52
Maria Radosty Boyiei 59
Maria He Ping Zhi Hou 62
Maria Yuraq Ostia 68
Maria Veronika vid Isusa 72
Maria Asterone Dodeka 78
Maria Zuflucht der Sünder 84
Maria Uteshenie 90
Maria Fidelitas Sacerdotum 100
Maria Virgo Lucis 106
María del Alma Santa 111
Maryja Niewiasta Eucharystii 116
Maria Moeder van de Troost 122
Mariam al-Habiba 126
María de los Dolores 131
Mariam Kidane Mehret 138
Maria Mater Unionis 150
Maria Boomiki foe Karmel 156
Maria Avrora Spasienja 160
Mariam Majdoleen l’Tefel Yesu 168
Mary Joy of Martyrs 172
Maria Zhu Zhi Bei Pu 180
Maria Dimora Eucaristica 186
Maria Fuhuo Zhi Mu 191
María de la Ternura 195
Mary Mother of Mercy 201
Maria Sterre der Zee 205
Maria Riparatrice 208
Maria Glória da Igreja 213
4. Apéndice 219
Historia de un Cireneo 221
Carta a una Hija Espiritual del Año 10.000 227
1
Introducción
INTRODUCCIÓN

¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?


(Sal 116, 12)

C ada vocación es verdaderamente una obra única e


irrepetible del amor de Dios, ¡algo que solamente Él
puede hacer! Pero para llevarla a cumplimento es
preciso que la persona responda libremente a la gran propuesta
de Dios. Nadie puede tocar esa libertad que hasta el mismo Dios
respeta. En cada vocación la libertad de Dios se encuentra con
la libertad de cada persona, en un diálogo misterioso y fascinante,
hecho de palabras y silencios, de mensajes y acciones, de miradas y
gestos; una libertad perfecta, la de Dios, y otra imperfecta, la del
hombre.1 No se puede forzar la vocación a la vida consagrada ni
la podemos inventar nosotros, esto es absolutamente imposible.
El único que puede mover a una persona desde adentro, desde
lo más profundo e íntimo de su ser, es Dios.

1
Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiasticas, Nuevas Vocaciones para
una Nueva Europa (In verbo tuo…), Documento final del Congreso Europeo
sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa, Roma,
5-10 de mayo de 1997.

9
Llamó a los que Él quiso

A lo largo de mi vida religiosa he podido escuchar muchísimas


historias de vocación de nuestras hermanas y tengo que decir
que jamás encontré dos iguales. Dios fue atrayéndolas hacia sí
por caminos elegidos por Él para cada una, en designios tan
únicos como única es cada persona. Me maravillaba ver cómo Él
llama a los que quiere, invitando singularmente a una persona a
ser Esposa de Jesucristo, a tratar de amores con Jesús presente en
la Eucaristía. Comprobaba que escuchar estas historias me hacía
mucho bien y deseaba transmitir ese bien a otros. Por ello, desde
que el padre de una religiosa nuestra -admirado también él por
los designios de la Providencia- me dijo con fuerza: “¡Ustedes
podrían escribir un libro con las historias de las vocaciones!”,
permaneció en mí el deseo de llevarlo a cabo.
En este primer libro publicamos solo 33 testimonios de los
más de 1500 de nuestras hermanas Servidoras, para honorar cada
uno de los años de la vida de Cristo, a quien la religiosa entrega
completamente su vida por amor. A modo de introducción de
los testimonios vocacionales presentamos un capítulo sobre
nuestro carisma y los elementos que llamamos “no negociables
del carisma”, por ser los que han ayudado a tantas vocaciones a
discernir si Dios las llamaba a ser parte de esta Familia Religiosa
“Del Verbo Encarnado”.
En el apéndice del libro nos pareció oportuno traer una
reflexión escrita por nuestra Hermana María del Corpus Domini,
que luego de una enfermedad partió a la Patria celeste en febrero
del 2017. Ella, como otras hermanas nuestras, perseveró en la
vocación religiosa hasta el final y nos dejó un hermoso ejemplo
de fidelidad y de amor a nuestra Familia Religiosa. Añadimos
también la “Carta a una hija del año 10.000” -ya publicada
en Las Servidoras I- pensando en las futuras generaciones de

10
Introducción

Servidoras, a quienes las primeras estamos unidas en la mente de


Dios y con quienes nos reuniremos muchísimo más en la gloria,
que esperamos.
Espero que este libro beneficie a quienes lo lean y sean movidos
a dar gracias a Dios -único autor de las vocaciones consagradas-
por seguir llamando muchas y santas vocaciones para su Iglesia.
Ponemos esta publicación en las manos de la Pura y Limpia
Concepción de Luján, Patrona de las vocaciones, de San Juan
Pablo Magno, Padre de nuestra Familia Religiosa, y de Santa
Teresita, contemplativa y patrona de las misiones.

Madre María Corredentora Rodriguez, SSVM


Superiora General

11
2
Nuestro carisma
y sus elementos
no negociables
NUESTRO CARISMA Y SUS
ELEMENTOS NO NEGOCIABLES

El elemento esencial de nuestro carisma está plasmado en los


números 30 y 31 de nuestras Constituciones:
Por el carisma propio del Instituto, todos sus miembros
deben trabajar, en suma, docilidad al Espíritu Santo y dentro
de la impronta de María, a fin de enseñorear para Jesucristo
todo lo auténticamente humano, aun en las situaciones más
difíciles y en las condiciones más adversas.
Es decir, es la gracia de saber cómo obrar, en concreto,
para prolongar a Cristo en las familias, en la educación, en
los medios de comunicación, en los hombres de pensamiento
y en toda otra legítima manifestación de la vida del hombre.
Es el don de hacer que cada hombre sea “como una nueva
encarnación del Verbo”, siendo esencialmente misioneros y
marianos.
Aquí se incluye, principalmente, la profesión de los votos
de castidad, pobreza, obediencia y esclavitud mariana que
nos constituye en religiosos de la Familia Religiosa del Verbo
Encarnado.

15
Llamó a los que Él quiso

Y junto a este elemento esencial encontramos otros “elementos


no negociables adjuntos al carisma”. Son aquellos que marcan,
por así decirlo, a fuego nuestra espiritualidad, nuestra identidad
religiosa. Se trata de realidades vividas desde los inicios, que de
alguna manera nos han distinguido y que pertenecen al carisma
de nuestra Familia Religiosa.
Diciendo “no negociables”, entendemos su esencial pertenencia
a nuestro carisma, a nuestra espiritualidad y a nuestra razón de
ser. Tanto que el prescindir de ellos significaría renunciar a la
misión que se nos ha confiado, deformando nuestra identidad
y muy posiblemente, sometiéndonos al espíritu del mundo y
traicionando así, la preciosa amistad a la cual Cristo nos ha
llamado. Contrariamente, si tales elementos son potenciados en
su justa medida, seguiremos siendo fuente de gran fecundidad
sobrenatural para nuestra Familia Religiosa en cuanto ofrecemos
a nuestra misión en la Iglesia un compromiso, una fuerza y una
eficacia incalculable.
El primero de ellos es “la digna celebración de la Santa
Misa y la marcada devoción eucarística”. La Eucaristía, en la
cual Cristo está realmente presente y sacramentalmente presente,
debe ser siempre el centro de nuestra vida espiritual y apostólica.
Cada uno debe ser adorador de Cristo en la Eucaristía y promotor
de la adoración eucarística y de la Santa Misa. Nuestro obrar, de
hecho, debe dirigirse a atraer las almas a Él.
Otro elemento característico es el hecho de que la nuestra
es una “espiritualidad seria” (no sensiblera), como se ve, por
ejemplo, en el hecho de que practicamos los Ejercicios Espiri­
tuales ignacianos. La Iglesia recomienda vivamente la práctica
de estos ejercicios a todos los cristianos con el fin de ordenar
la propia vida según Dios. También, esta espiritualidad seria se
manifiesta en el hecho de que nos formamos según la doctrina

16
Nuestro Carisma y sus Elementos No Negociables

de los grandes maestros de la vida espiritual como San Juan


de la Cruz y otros, y no según espiritualidades vacías que son
atrayentes porque están de moda.
El tercer elemento no negociable unido a nuestro carisma es el
tener una “visión providencial de la vida”. Que no quiere decir
otra cosa que vivir según aquello que dice San Pablo “todo coopera
para el bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). Es el saber decir
como San Pedro Julián Eymard (y estar convencidos): “Dios me
ama y predispone todos mis pasos según su bondad… se trate
de alegría o de pena, de consolación o de desolación, del buen
éxito o del fracaso de una empresa, de salud o de enfermedad. Y
visto que es la Divina Providencia la que dirige mi pequeña nave,
mi deber es conformarme al Divino Piloto que me conducirá de
modo seguro al puerto de la patria celeste”1.
Los dos elementos sucesivos hacen referencia a la formación
que deseamos para los miembros de nuestra Familia Religiosa:
el primero de ellos es “la docilidad al Magisterio vivo de la
Iglesia” de todos los tiempos.
El otro elemento es la central importancia que tiene Santo
Tomás de Aquino en nuestra formación y, en este ámbito, los
mejores tomistas, como el Padre Cornelio Fabro: “Porque el bien
de la persona consiste en ser en la verdad y en realizar la verdad”2.
Deseamos alejarnos de la superficialidad, la vana curiosidad, del
enciclopedismo, la erudición vana que busca la extensión y no la
profundidad. Queremos ser hombres y mujeres que sepan estar
a la altura de los acontecimientos, que sepan juzgar la realidad

1
Pedro Julián Eymard, Obras completas, IV Serie, Ejercicios espirituales
delante a Jesús Sacramentado, cuarto día.
2
San Juan Pablo II, Discurso a los participantes del Congreso Internacional
de Teología Moral, 1, (10/04/1986): Insegnamenti IX, 1 (1987), 970.

17
Llamó a los que Él quiso

temporal según la verdad sobrenatural. Es fácil dejarse llevar por


la corriente, pero sólo los que están bien afirmados en la verdad
y en la sana doctrina pueden resistir a la corriente.
Respecto al apostolado, el distintivo que debe resplandecer
en el alma y en las obras de nuestros miembros son variados.
Uno de ellos es aquello que nosotros llamamos “morder la
realidad”: esto no es otra cosa que el afrontar la realidad con
visión sobrenatural, para transformarla según el espíritu del
Verbo Encarnado y según la encarnación. Buscamos de afrontar
la evangelización sin diluir la fe en el racional, sin convertir lo
sacro en profano, sin caer en espiritualidades insustanciales. Lo
que perseguimos es que el Evangelio informe las culturas de los
hombres. Para lo cual es imperativo un renovamiento de la vida
bajo el influjo de la gracia.
Otro elemento de la pastoral es la: “creatividad apostólica
y misionera”. El celo apostólico nace del amor… es imposible
amar a Dios sin sentir arder en sí el fuego del apostolado. Un
amor por Dios que permanece indiferente a las inquietudes
apostólicas es completamente falso e ilusorio. La caridad es
creativa, es difusiva de sí, no desperdicia ninguna oportunidad
ni ahorra esfuerzos para hacer el bien. Por esto, deseamos estar
intensa y creativamente envueltos en la aventura misionera.
Otro elemento que nos caracteriza es “la elección de los
puestos de avanzada en la misión”, dado que la imitación del
Verbo Encarnado “nos urge a trabajar en los lugares más difíciles
(aquellos donde nadie quiere ir)”3.

3
Directorio de Espiritualidad SSVM 86.

18
Nuestro Carisma y sus Elementos No Negociables

Buscamos ser religiosos generosos que se inclinan a mostrar


la verdadera compasión de Cristo hacia el hermano que sufre
en el cuerpo y en el alma. Por esto, “las obras de misericordia,
sobre todo con discapacitados” son otro de los elementos no
negociables de nuestra Familia Religiosa.
Hay otro elemento que, en cierto modo, está presente en
todo lo que hemos dicho anteriormente, esto es, la fuerte
vida comunitaria y el espíritu de alegría que debe reinar en
nosotros: la alegría que ha caracterizado nuestro modo de vivir
desde los inicios.
Finalmente somos marianos. La devoción a la Virgen es algo
propio del carisma, no sólo por el cuarto voto, sino también por
la presencia de la Virgen en todas nuestras actividades, desde la
consagración que renovamos en cada Misa hasta la terminación
de todas nuestras fiestas con un canto a la Virgen. No es posible
ser de la Familia Religiosa Del Verbo Encarnado y no amar a
María.

19
3
Testimonios
Vocacionales
MARCADA DEVOCIÓN EUCARÍSTICA
MARÍA CÁLIZ DE LA ALIANZA
NUEVA Y ETERNA
España

P ero ¡cómo voy a conseguir en uno o dos folios meter toda


una vida y una vocación que ya dura 80 años! “¡Difícil me
lo ponéis, amigo Sancho!” que diría en Quijote… Pero
el que obedece está seguro de hacer la voluntad de Dios ¿no?
Pues intento. En realidad, bien miradas, bastarían dos oraciones:
Ingratitud demencial por mi parte. Misericordia demencial
(perdón, pero sí), misericordia infinita por parte del Señor…
Fue la primera una llamada “sin llamada”, pues ¡era tan evidente
que yo sería misionera! Y ser misionera por aquel entonces era ser
monjita. Por tanto, ¡ni preguntar al Señor! Yo seré monjita para
irme a las misiones. Y así, con 17 años, mi título de Bachiller

24
María Cáliz de la Alianza Nueva y Eterna

Superior en el bolsillo derecho, el de Magisterio en el izquierdo


y una sonrisa y alegría desbordante en los labios y en el corazón,
marché al Noviciado para poder irme a… ¡¡¡África!!!
Fue ésta una entrega con mucho más de mí que de Ti,
Señor… Mucha voluntariedad, mucho “querer comerme el
mundo”. Mucho “voy a hacer, voy a convertir, voy a servir”,
sí… ¿La oración? Sí, pero la convierto en acción… Pero fue una
entrega generosa, alegre y muy sincera y tú Señor la aceptaste y la
tomaste en serio… Después… “¡Que no; que esto no es lo mío!,
que yo he venido a ser misionera. ¿Qué hago como profesora
en este colegio tan chic?”. Y estudiar afuera y… ahora ¡toma!
por si fuera poco, a otro más chic todavía y a otro y… “¡Que
no, Madre, que no tengo vocación, que esto no es lo mío!”. Y
años… Y siempre un “que no” … “Pero ¡cómo que no! ¡Si no
hay hermana más alegre y entregada a los demás! Tentaciones,
eso es lo que es”. Y la verdad es que estaba contenta siempre y
que me gustaba y mucho ese apostolado, pero… erre que erre…
lo mío son “las misiones” (¿cómo podía ser tan ciega para no ver
ahí la misión?).
De mi salida del convento no culpo a nadie. Cierto que los
directores espirituales que tuve por aquellos tiempos eran…
diríamos ahora muy “progres”. “Es con los pobres, en la lucha
por la justicia y la igualdad de clases donde está Dios” … (tufillo
a marxismo ¿eh?). Empezaba a crecer por entonces la semilla de
lo que sería la Teología de la Liberación; la sembraron y germinó
en mi alma… Pero no culpo a nadie; me culpo a mí misma por
no estar demasiado enraizada en el Señor. Por vivir más hacia
afuera que hacia adentro. Por hacer más que por orar… Dejé a
Cristo para trabajar por Cristo (¡qué incoherencia la mía!) y ya,
una vez fuera, sí. Varios años de misionera seglar en distintos
lugares. Muy por Ti, pero sin Ti… Mucha lucha, mucho pelear
a “este lado”, contra los del otro lado… y si es necesario con

25
Testimonios Vocacionales

metralletas, pues con metralletas… Y tú Señor, cada vez más


lejos del pensamiento. Cada vez más lejos del corazón. Y lejos de
Ti, la caída en pecado es evidente.
Años. Décadas en las que te saqué de mi vida. Tanto que ni
me acordaba que existías. Una vida de mucho trabajo, de mucha
entrega por los otros, muy volcada en lo social; con aureola de
muy buena trabajadora, especialmente creativa, muy querida
y respetada por mis jefes, por los marineros y pescadores, por
las autoridades del país; medallitas de plata al mérito social
marítimo, ¡oh cuanto oropel, Señor! (y qué largos y qué negros
todos aquellos años) y junto con esto: Matrimonio. Nacimiento
de mi hijo, la guerra… Pero Tú no estabas. No contabas para
nada. ¿Existías? Estaba yo muy ocupada. No tenía tiempo para
preguntármelo tan siquiera. ¡Te cambié por ídolos de barro
mi Dios! Y mientras, yo seguía trabajando a destajo. Muerte
de mi marido, muerte de mi madre… vacío interior absoluto.
Desilusión paulatina de aquellos ideales de luchas sociales del
principio… ¡y este hueco perenne en el alma! Ese pensar que estás
vacía del todo, hasta la náusea, hasta el vértigo. Insatisfacción y
hambre y sed, pero ¿de qué?
Volví a Ti, pero no fue la mía una vuelta alegre y entusiasta, ni
muy de verdad tampoco. Sí, Misa y Comunión diaria, Confesión
quincenal, ratos de oración ante el Santísimo, esclavitud mariana,
mucho trabajo social y de enseñanza procurando llevarte… pero
seguía sintiendo vacío; algo faltaba… Y ahora, ya en el ocaso
de mi vida, Tú me sales al encuentro. ¡Tú que has tenido esa
paciencia infinita, ese amor sin medida en todos estos años!
Fue primero un contacto fortuito con el Monasterio del IVE
en Güímar y esa Misa concelebrada de los monjes, tan vívida
y vivida, como dice el P. Buela, que me hizo sentir como que
era la primera Santa Misa que oía en mi vida… y esa confesión
con el padre, que desde sus palabras ¡tan Tuyas! y su primera

26
María Cáliz de la Alianza Nueva y Eterna

absolución, creí, supe, que lo tenías preparado, “adjudicado”,


para que me guiase, para hablarme por él, para encarnar Tu
palabra para mí, sin miedo a equivocarme…
Algo cambió por dentro sin yo saber qué. Empecé a
aprehenderte en mi mente y a sentirte en mi corazón. Y a saber
que soy porque Eres; y a llenar este vacío de ya tantos años. Y
llegaron los Ejercicios Espirituales en el Monasterio. Y aquel dolor
inmenso por la vida malgastada, por tantos y tantos pecados e
ingratitudes. Y aquella palabra tuya en la Comunión: “Hoy sello
contigo mi Alianza”. No te entendí. El padre tampoco me lo
quiso explicar; sólo me dijo “Rece. Récelo… El Señor se lo hará
saber”. ¿Tendría esto algo que ver con eso que me había dicho
de que el Señor a lo mejor quiere que rompa muchos esquemas?
¿Pero qué esquemas? ¿Cuáles? Oré, recé… mucho.
Y la luz llegó. Cegadora, clara, sin duda alguna. Se valió el
Señor de la meditación de los dos binarios para mi mente y de
los tres grados de humildad para mi corazón. “Yo todo para ti.
Tú toda para Mí. La Alianza que hiciste conmigo casi de niña,
Yo me la tomé en serio, no la rompí”. ¿No querías ser Misionera?
Pues lo vas a ser de lleno, sin ti. A los pies de la Cruz, al lado de
Mi Madre, fundiéndote en Mí y dejándome hacer. Así te vas a
salvar y vas a salvar a miles de almas. ¿Y no querías prepararte
para la muerte? Pues Yo te voy a dar una muerte en vida. Vas a
morir; a ti misma, al mundo. Va a ser la tuya una muerte dura
y a la vez gozosa hasta que te lleve Conmigo… Serás religiosa
contemplativa”.
“¿Pero yo? ¿Pero ahora? ¡Pero si ahora estoy trabajando, libre
como los pájaros, para Ti y esta vez contigo, en mil cosas! Además,
con mi sordera, con mi ronquera, con estos 79 años uno encima
de otro, ¡y con mi hijo a punto de ser padre! ¿Tú estás seguro?
¡Pareciera un poco insensato, nada cuerdo, nada racional! Pero
si Tú lo quieres… Bueno, tú sabrás. Yo llamaré a las puertas de

27
Testimonios Vocacionales

los conventos; empezaré por el de la Familia Religiosa del Verbo


Encarnado: Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará,
porque me encanta su carisma, he leído sus Constituciones y
un libro de su fundador: “El Arte del Padre”, que ha contestado
a muchas de mis preguntas y me ha hecho conocerte y amarte
mucho más; además conozco en vivo y en directo a tus monjes
donde te encarnas tan bien… y mi director logra transmitirte
por ósmosis, tan lleno de Ti está… Sí. Empezaré por ahí, y si me
dicen que no -que será lo más probable- llamaré a las Carmelitas,
y si tampoco, a las Clarisas. Y si se me cierran todas las puertas,
me arrebujaré en tu Corazón y Tú verás cómo te las arreglas”.
Llamé a la puerta de la casa de las Hermanas en Madrid;
tiritando, claro. Con más miedo que confianza. La Madre
Provincial me recibió como si me conociera de toda la vida y
me abrió las puertas de par en par: “¡Pues claro! ¿Cuándo quiere
entrar?”.
Lo demás… Aquí estoy, pues me llamaste. Tú has sellado
tu alianza conmigo; aquella que comenzó hace miles de años
y que Tú, Señor, te la tomaste en serio. ¿Y qué puedo decir?
Aquí, en el Noviciado Contemplativo, en Tuscania, entre estas
Madres y estas hermanas; todas tan buenas y entregadas, todas
tan jóvenes, todas tan bonitas, todas tan vírgenes; yo, con mi
nombre nuevo que Tú me has dado, tan bello: María Cáliz de
la Alianza Nueva y Eterna (¡eres grande Señor!), con mi hábito
de Servidora, con mi flamante velo blanco de novicia; sin saber
ni entender qué te dicen y me dicen la mayoría de las veces, sin
poder cantarte en alto (¡esas octavas imposibles en el coro!), sin
entender el idioma, “viejitaencantadora”, en una sola palabra,
sí, pero viejita; así, toda entera para Ti. Salvando almas con mi
sacrificio y mi oración unida a la tuya en la Cruz.
Mantenme, ayúdame, quiéreme y enséñame a amarte cada
día más y más hasta que me lleves Contigo. ¡¡Y hoy y por siempre
cantaré eternamente tus Misericordias, Señor!!
28
María Cáliz de la Alianza Nueva y Eterna

SONETO A MI ESPOSO
EN EL DIA DE MIS VOTOS

Eslabón por eslabón se va formando


La cadena de mi vida consagrada
Y aunque no está del todo terminada
Mi voluntad a la Tuya ves atando
Que todo mi ser se vaya transformando
En Ti, mi Dios… y de tu altar en el ara.
Cual víctima en holocausto inmolada.
Amarrada a tu cruz, viva yo amando.

Manda tu llama, mi Cristo, de tal suerte


Que traspasada de amor, ya siendo nada.
Así: esclava, pobre, casta y obediente
Me encuentre como brasa incandescente
Deshecha toda de amor y ya entregada,
Siendo en Ti un solo fuego, la muerte.

María Cáliz de la Alianza Nueva y Eterna

29
MARY OF DIVINE LOVE

Australia

M e llamo Mary of Divine Love (María del Amor Divino).


Doy inicio a esta historia con algunos hechos: nací en
Sri Lanka, crecí en Australia, escuché sobre nuestro
Instituto por una chica del Canadá, conocí nuestra Familia
Religiosa en una misión en Papúa Nueva Guinea, ingresé al
Convento en Estados Unidos y ahora vivo en un Monasterio en
Italia. Comienzo de este modo para remarcar cómo Dios puede
mover personas, montañas, corazones de piedra cómo y dónde
Él quiera para que su voluntad se cumpla y Él sea adorado. Y en

30
Mary of Divine Love

su Bondad, su Voluntad es felicidad infinita. Y así como todas las


cosas concurren para su gloria, así también “todo coopera para el
bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28).
Recién nacida, cuando mis padres se dirigían desde el Hospital
de Sri Lanka camino a casa, se detuvieron en la Iglesia del Niño
Jesús. Allí, conmigo en brazos y arrodillados delante del altar,
rezaron una oración sencilla dando gracias por la vida que se les
había confiado para su protección y cuidado, con la conciencia
de que sus hijos no pertenecían a ellos sino a Dios. Esta verdadera
y devota generosidad de mis padres fue el inicio del crecimiento
escondido de la semilla de mi vocación, que se fue reforzando
durante mi infancia cuando los nombres de Jesús, María y José
eran familiares para mis oídos y estaban siempre en mis labios.
Nos mudamos a Australia cuando tenía 3 años. Alrededor de
mis 8 años mi mamá comenzó a llevarme junto a mi hermano
mayor a Misa diaria antes de la escuela. Y aunque podía
fácilmente repetir que Jesús está en la Eucaristía, poco entendía
de las profundidades de estas palabras. Esto sería algo que
Dios me revelaría poco a poco, soportando pacientemente mi
ignorancia.
Iba a la escuela primaria “San Juan María Vianney” y
visitábamos con frecuencia la Iglesia parroquial. Recuerdo
estar arrodillada en los bancos trazando con mis ojos las letras
mayúsculas que en forma de arco rodeaban el tabernáculo y el
gran crucifijo de madera. Mis labios se movían con frecuencia
silenciosamente mientras me esforzaba por formar aquellas
palabras latinas que decían: VERBUM CARO FACTUM
EST ET HABITAVIT IN NOBIS. Con el tiempo fui capaz
de pronunciarlas de memoria y de a poco aprendí lo que ellas
significaban, aunque no sabía lo mucho que ellas llegarían a
significar para mí.

31
Testimonios Vocacionales

Armada con estas gracias escondidas de mi infancia inicié


la escuela secundaria. Esta etapa de mi vida puede resumirse
simplemente como una batalla moral. Caí muchas veces mientras
me acostumbraba a poner mis afectos y valores en los que me
rodeaban, quienes, como yo, estaban en un período de grandes
cambios, y por lo tanto estaba continuamente decepcionada y
defraudada.
De todos modos, dos cosas permanecieron constantes a
lo largo de esos años y que me guiaron lentamente a desear
distinguir entre lo correcto de lo incorrecto, del verdadero bien
de la mentira y bienes aparentes. La primera cosa fue la presencia
continua de mis padres que nunca vacilaron en sus expectativas,
su compromiso en la oración familiar y su protección (contra
la cual me rebelaba continuamente). Nunca dejaban de
perdonarme, sin importar cuantas veces me equivocaba con
ellos. La segunda, fue la presencia de Jesús en la Eucaristía. A
pesar de mi confusión continué recibiéndola pues mi mamá
seguía llevándonos a Misa diaria. Durante este tiempo Cristo
continuó ofreciéndose cada día a sí mismo como alimento de mi
alma hambrienta y aun así la verdadera presencia de Quien me
sostenía permanecía inadvertida para mí.
Fue gracias a mis padres que comencé a participar del grupo
de jóvenes de la parroquia. Allí formé verdaderas amistades
que perduran incluso hasta hoy, más allá de las diferencias
de vocaciones y de océanos y países que nos separan. Fue la
solidaridad que encontré en estos grupos lo que me ayudó a
continuar mi búsqueda de Dios. A pesar de que éramos débiles
y propensos a caer, nuestra fe nos daba la fuerza para recomenzar
y tomar el siguiente paso, animándonos y aprendiendo unos
de otros.

32
Mary of Divine Love

Uno de los grandes regalos que recibimos a través del grupo


de jóvenes fue la introducción a la total consagración a María
según el método de San Luis María Grignion de Montfort.
Personalmente, amo decir que María es mi “salvavidas”. Ella
es la que Jesús envió para salvarme de las olas en las que todavía
nadaba y que finalmente me condujo a la seguridad de una
vida de conocimiento y creciente amor a su Hijo. Esta buena y
amable Madre fue quien finalmente removió el peso de muchos
malos hábitos. Ella realmente salvó mi vida para Cristo.
Finalizada la secundaria comencé a estudiar Música y
Educación en la Universidad. Tenía buenos amigos y la relación
con mis padres -ya pasados los años de la secundaria- era mejor
que nunca. Soñaba con ser profesora de música, casarme y
formar una gran familia católica, cerca de mis padres y amigos,
en mi querida Australia.
Un día entramos con unos amigos en una Iglesia que nunca
había visitado antes. El Santísimo estaba expuesto así que me
arrodillé y miré la Hostia consagrada en la Custodia. En ese
preciso momento supe sin sombra de dudas que tenía a Dios
frente a mí, que era el mismo Jesucristo y que Él estaba presente
en la Eucaristía por su amor a mí. Sabiendo esto los siguientes
pensamientos vinieron a mí mente: “Si éste es mi Dios, ¿quién
soy yo? Si El hizo esto por amor a mí, ¿qué he hecho yo por
Él? Si Dios mismo se me entrega de este modo, tan humilde
y totalmente, ¿cómo debo entregarme a Él? Pues… ¡vida
consagrada!”.
Simplemente surgió así. Supe que si Jesús se consagró
totalmente a sí mismo por mi salvación yo debía, al menos,
hacer lo mismo. Y con estos pocos pensamientos todo mi futuro
y mis sueños se derrumbaron alrededor de mí. Pero ¿qué estaba
pensando? ¿Yo? ¿Una hermana… de toda la gente?

33
Testimonios Vocacionales

¡Mentiría si dijera que la idea no me hizo desear salir corriendo


de miedo! No tenía ni idea de la vida religiosa. Y sin embargo
supe que tenía que entregarme a Jesús totalmente como Él se
entregó por mí en la Eucaristía. Simplemente entendí que esto
significaba la total consagración de mi vida.
Este momento dio inicio a otro período de batallas en mi
vida, en el que prevaleció el deseo de aferrarme a mi voluntad
por sobre lo que sabía que Dios me estaba pidiendo. Encontré
toda manera de convencerme a mí misma de que era un error
y de que en realidad yo no había entendido lo que Dios quería.
Era asidua en mi tarea de confundirme a mí misma y lo lograba
casi siempre, con excepción de los momentos de oración en
frente del Santísimo Sacramento. Aquí todas mis ideas, dudas,
distracciones y las barreras que había construido alrededor mío
se derrumbaban una y otra vez. Me veía a mí misma vencida
ante la constante voluntad amorosa de Jesús hacia mí.
No fue sino hasta que un sacerdote me dijo algunas profundas
y simples verdades que pude concluir esta pelea. El me indicó
que, al ni siquiera estar abierta a considerar la voluntad de
Dios, yo me estaba empujando hacia una grieta. Luego dijo
que cada uno de nosotros está llamado a amar y a ser amado.
Esto es esencial a cada vocación. Nuestro rol es entender que
Dios conoce exactamente el camino en el que vamos a vivir
esta realidad. Él es quien formó nuestro corazón y todos los
recovecos de nuestras mentes y corazones. Por lo tanto debemos
escuchar a nuestro Creador sabiendo que Él nos conoce mejor
que nosotros mismos. Es siguiendo su Voluntad que seremos
finalmente satisfechos, pues estaremos cumpliendo el fin para el
que fuimos creados. “Esto -concluyó el sacerdote- es lo que nos
traerá una alegría y una paz constante en esta vida y felicidad
eterna en la siguiente”.

34
Mary of Divine Love

La Providencia de Dios es tal que esta conversación tuvo lugar


en el momento en que me preparaba para viajar a Papúa Nueva
Guinea como voluntaria en las misiones. No sabía que éste sería
el primer encuentro con mi futura familia.
LLegué a Papúa en el año 2012. Allí las hermanas tienen un
hogar de misericordia y en ese momento había cuatro de ellas
cuidando más de 20 niñas. A su vez realizaban apostolado en
una gran comunidad, visitando los enfermos y ayudando en la
parroquia de los sacerdotes “Del Verbo Encarnado”. Durante mi
tiempo en la misión las palabras de Jesús en el Evangelio de San
Juan volvían a mi mente: “No hay mayor amor que dar la vida
por sus amigos”. En el ejemplo de las hermanas vi la medida
de este amor vivido cada día. Desde el momento en que se
levantaban en la mañana hasta el momento de irse a descansar,
se entregaban a sí mismas por amor a las niñas y a la gente
y por sus hermanas de Comunidad. Si uno se preguntara de
dónde provenía este amor inagotable, bastaría observarlas en la
Adoración al Santísimo para encontrar la respuesta. Allí entendí
que son verdaderamente esposas de Cristo y que su amor era el
de Él.
Comencé a darme cuenta de que esta era la clase de amor que
yo quería vivir, aunque el abandono que esto suponía todavía
me aterraba. Aun así, supe que, si tuviese que ingresar a la vida
religiosa, sería dentro de esta Familia Religiosa.
Esto no ocurrió sino hasta tres años después. Mientras tanto
seguía en contacto con las hermanas y volví dos veces a la misión
de Papúa. Había comenzado con la dirección espiritual y buscaba
la oportunidad de confesarme y pasar tiempo en Adoración. Fue
un tiempo difícil, pues estaba rodeada de amigos que estaban
de novios o que ya se estaban casando. Pero aunque lo que
me rodeaba era realmente bueno y hermoso, nuestro Señor

35
Testimonios Vocacionales

Eucarístico ahondaba en mi pensamiento de que Él me llamaba


a algo más alto: a un matrimonio eterno con Él y a una vida
entregada por sus hijos.
Finalmente, en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes
-convencida de las oraciones de mi patrona Santa Bernardita-
ingresé al Convento en los Estados Unidos, perteneciente a la
Provincia Inmaculada Concepción. Dios es muy atento a cada
detalle.
Él continuó mostrándome la delicadeza de su Providencia a lo
largo de mis años de formación. Un día durante el primer año del
Estudiantado, mientras rezaba delante del Santísimo Sacramento,
suavemente entró en mi mente un simple pensamiento: “Esto es
suficiente” … ¿Qué cosa? Ese momento, estar a los pies de Jesús,
delante suyo y adorándolo en el Santísimo Sacramento. Tenía
sentido para mí el estar allí y permanecer allí. Y es así cómo
surgió el pensamiento de la vida contemplativa.
Como dije, Jesús parecía proponerme cosas que nunca imaginé
posibles. Comencé nuevamente un tiempo de discernimiento,
esta vez, sobre una vocación dentro de la vocación. Visité nuestro
Monasterio en Brooklyn donde aprendí que la vida contemplativa
es una manera aún más profunda de abrazar a Jesucristo en el
momento de su gran manifestación de su amor por nosotros:
abrazar a Cristo en la Cruz. Y que es una llamada especial para
imitar cómo Él vive ahora presente en la tierra a causa de su
gran amor por nosotros: en la Eucaristía, en la soledad y en el
silencio de los Sagrarios. No puedo decir que el discernimiento
fue fácil porque incluso cuando era capaz de ver la belleza de la
vida contemplativa y el modo en que Jesús me iba guiando, no
dejaba ir aquel viejo miedo hacia lo desconocido y a la renuncia
de mi propia voluntad. Jesucristo en su amor hacia nosotros nos
llama mar adentro pero a veces nos da la luz necesaria para dar

36
Mary of Divine Love

sólo el siguiente paso. Esto es para que no confiemos en nuestra


capacidad, sino que mantengamos nuestros ojos fijos en Él y
dependamos solamente de Él.
Durante este tiempo tuve la oportunidad de peregrinar
a Francia junto a mis padres. El objetivo del viaje era llegar
a Lourdes para pedir por la salud de mi mamá, a quien le
diagnosticaron cáncer en etapa 3. También visitamos Paray-le-
Monial, donde Jesús reveló a Santa María Margarita su Sagrado
Corazón. Fue en la capilla de estas apariciones donde les confié
a mis padres mi deseo de ingresar al Monasterio. En seguida se
hizo evidente la generosidad de mis padres respecto al sacrificio
que implicaba para ellos mi ingreso a la vida contemplativa.
Me hicieron las preguntas que todos los padres harían, pero sin
dudar prometieron rezar por esta intención y aceptar esta cruz si
esta era la voluntad de Dios.
Finalmente, en el año 2019 durante mi tercer año de formación,
escribí una carta ofreciéndome a la Rama contemplativa de
nuestro Instituto y fue en la Solemnidad de la Anunciación del
2020 que ingresé al Monasterio en Tuscania, Italia. Realmente
Dios es maravilloso en los detalles de sus obras. Porque era el día
en que conmemoramos el misterio en el que “el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros”, un misterio que Él plantó en mi
corazón y en mis labios en los años de mi niñez.

37
MARIA DA DIVINA GRAÇA

Brasil

S oy religiosa del Instituto Servidoras del Señor y de la


Virgen de Matará desde hace 23 años y actualmente me
encuentro misionando en Brasil. Ingresé al convento con
12 años de edad.
Tengo sólo un hermano mayor que yo. Mis padres se separaron
cuando yo tenía casi 6 años. Mi padre formó otra familia y mi
madre se dedicó a cuidar de mi hermano y de mí. Más tarde mi
mamá encontró un hombre bueno y luego de un largo camino de
doce años fueron bendecidos con el sacramento del matrimonio.
El dolor por la separación de mis padres me hizo ver la vida
desde una perspectiva diferente. Mi personalidad estaba marcada

38
Maria da Divina Graça

por una búsqueda ansiosa y siendo niña cargaba con los anhelos
de “abrazar el mundo”, de querer “todo al mismo tiempo”, de
mirar a las personas grandes y desear crecer y llegar a ser adulta.
Privaciones, soledad y una particular pobreza se volvieron los
compañeros de mi infancia, y junto a ellos, la dulce compañía
y amor maternal de mi madre, con su olvido de sí y su silencio
fecundo. Ella fue quien nos enseñó a perdonar a nuestro padre.
Y así pasó el tiempo, con muy poco para vivir y con grandes
ansias de crecer, como una niña activa y sin miedos, muchas
veces incontenible e incapaz de doblegarse ante quien no le eran
suficientes unas pocas razones para calmar. Me hallaba en este
estado cuando a los once años de edad fui bendecida con la
gracia del Bautismo.
Yo no conocía más de la Iglesia Católica que apenas unas
ideas de su doctrina que mi madre me enseñaba. Fue mi abuela,
madre de este buen hombre con el cual mi madre se casó, quien
nos encaminó a buscar el Bautismo. Con este motivo fuimos a
la Parroquia vecina y allí experimenté algo que fue como una
especie de respuesta satisfactoria a todos mis anhelos. No sé bien
cómo explicarlo, pero el simple acto de entrar a la Iglesia, ver la
lucecita roja que ardía ante aquello que aún no sabía que era el
Sagrario y al mismo tiempo encontrarme por primera vez con
una religiosa, fueron para mí como una experiencia mística, me
dieron tal certeza de algo que yo no sabía explicar, que aún hoy
su simple recuerdo es suficiente para convencerme una vez más
que Cristo me llamó a servirlo.
La primera vez que participé de una Misa, fue a modo de
regalo de mi padrastro por el día de los niños, que en Brasil se
festeja en la Solemnidad de Nuestra Señora Aparecida, patrona
de nuestra nación. Era el primer paseo que él hacía solo conmigo
y mi hermano y me sorprende aún hoy que nos haya querido
llevar a una Misa. Como era día de Fiesta, la Iglesia estaba

39
Testimonios Vocacionales

repleta y como yo era muy pequeña me inquietaba al no poder


ver lo que ocurría delante de mí. En aquel momento lo único
que podía entender era que el ambiente en el que me encontraba
no era protestante. Este contacto con la Iglesia católica me dejó
un sabor a misterio y un deseo de penetrar en él.
A los diez años de edad comencé la catequesis. Mis interro­
gantes de un tiempo hallaban respuestas que me llenaban de
una consolación indescriptible y me traían sólidas certezas. Y
de tal manera me había preparado y entregado a este primer
encuentro con Dios, que a partir de mi Bautismo, el día 3 de
septiembre de 1995, mi madre notó un cambio significativo
en mi comportamiento: de indomable a reservada, de estar con
todos a seleccionar compañías, de altanera a humilde y de char­
latana a hablar poco. Mamá llegó a decir: “mi hija ha vuelto a
nacer”.
El escenario de mi vida dejó de ser el del mundo para ser el de
la Iglesia. Todo lo que antes me encantaba y daba placer, ahora
me daba insatisfacciones, no era que a mí no me gustase vivir
en el mundo -corría de aquí para allá, aprovechando lo que era
propio de las cosas de niños- pero era como si ya no perteneciera
a él, ya no me sentía su ciudadana.
La Madre Maria Sophie (madrina de bautismo de mi hermano
y mía) me preparó para la Primera Comunión y finalmente pude
recibirla el mismo día que mi hermano.
La Misa era para mí la mayor fuente de satisfacción, entendía
que estar en la Iglesia era principalmente estar en la Misa y que la
entrega total a Dios se realizaba en la Misa. El día de mi Primera
Comunión, entre asombros y ansiedades, quedé perpleja al tocar
el Cuerpo de Cristo con mis labios y verlo tan frágil en la Hostia.
Yo ya no estaba simplemente ante algo que no comprendía, sino
que el misterio pasaba a habitar en mi alma, a hacerse presente

40
Maria da Divina Graça

dentro de ella. A partir de este día me habitué a realizar los actos


de fe que había aprendido en el Catecismo.
Los llamados de Dios se hacían cada día más insistentes
en mi interior. Poco a poco la conciencia del llamado divino
tomaba forma y me pedía el sacrificio de diversos bienes, entre
los cuales, el más difícil de entregar -y no hubo ningún otro que
me quebrantara tanto el corazón- era aquel que consideraba mi
mejor tesoro: mi familia, de modo particular, mi madre y mi
hermano. Eran los dones más preciosos que Dios me había dado.
Respaldada por la gracia del “Sí”, mi respuesta fue inmediata y
a pesar del temor de no perseverar, experimenté una tal fuerza
interior que me sustentó y acompañó siempre, no obstante mis
infidelidades.
Y así fue que, a mis doce años de edad, en las primeras vísperas
del gran misterio del Verbo Encarnado, el 24 de marzo de 1997,
ingresé como aspirante en el Instituto “Servidoras del Señor y
de la Virgen de Matará” a pesar de las lágrimas de mi madre, la
tristeza de mi hermano y la negativa de todos mis familiares.
Dos semanas después de mi entrada al convento yo todavía
necesitaba revestirme del valor sobrenatural que a sus doce años
tuvo Jesús en el templo: ¿No sabíais que yo debo estar en la casa
de mi Padre? (Lc 2,49). Mi mamá, sin poder superar el dolor de
la separación, no se había contentado en ir hasta el convento a
visitarme y se propuso volver a casa conmigo. No había quién
pudiera convencerla de lo contrario. La Madre Corredentora
-que en aquella época tenía el cuidado de las novicias y
aspirantes- habló con mi mamá y luego me dijo que yo misma
fuera a encontrarme con ella. Ciertamente que yo conocía muy
bien a mi mamá y sabía que era una mujer decidida y que no se
echaba atrás. También yo me conocía lo suficiente para saber que
no solamente no podría ir contra mi mamá, sino que también

41
Testimonios Vocacionales

la extrañaba y que los sentimientos me movían más a volver con


ella que a permanecer en el Convento. La Madre Corredentora
se mantuvo de pie a mi lado sin decir palabra; yo lloraba tra­
tando de expresar mi deseo de quedarme y mi pobre madre
inquebrantable y enérgica no se dejó abatir por mis lágrimas.
La sensación dentro de mí era de desmoronamiento y me veía
vencida, pero fue grande la sorpresa cuando estando a punto de
retroceder para ir a buscar mis cosas, escuché en lo profundo de
mi alma estas palabras: “Pide una vez más”. Volví hacia mi mamá,
que a esta altura ya estaba llorando desconsolada, y le dije algo
así: “Mamá, ¡déjame quedarme! Yo quiero servir a Dios”. Sólo
entonces y como por milagro mi madre dio el consentimiento
para dejarme en el convento. Puedo asegurar que fue la Virgen
Santísima quien la sostuvo para que no desfalleciese, porque
su acto de entregarme a Dios y de vencer este amor natural de
madre fue heroico. En cuanto a mí, jamás olvidaré aquel día en
que vi a mi mamá volver a la casa sin mí. Yo necesitaba dar a
Jesús una respuesta firme: ¿No sabíais que yo debo estar en la casa
de mi Padre?
Hoy, habiendo pasado 23 años de mi vida en el Convento,
sólo me resta cantar las misericordias del Señor, inmersa como
estoy en el misterio fascinante e irresistible del llamado a la vida
consagrada.
Agradezco a Jesucristo, mi Esposo, por haberme tocado con
su gracia y no haber desistido de mí; a la Santísima Virgen, mi
buena Madre, que tanto vela por mi perseverancia. Agradezco
a mi mamá, “la doña Bela”, por su acto heroico de entregarme
a Dios por encima de todo, por su constante entrega a Nuestra
Señora como esclava de María y por ser un faro presente en mi
vida; a mi hermano Rafael, por ser modelo de hombre de buen
corazón; a mi padrastro y a mi abuela por haberme indicado la
senda de la fe. Por último, gracias, gracias y muchas gracias a mi
Congregación. Y a mis formadores, mi eterna gratitud.
42
UNA ESPIRITUALIDAD SERIA
MARÍA PILAR DE ESPERANZA

España

E studié Derecho en la Universidad de Barcelona. Acabada


la licenciatura empecé a trabajar a la vez que cursaba
un máster en Derecho Procesal Civil. Pasados dos años
decidí dejar el despacho de procuradores en el que estaba para
prepararme para las oposiciones (proceso selectivo para un puesto
de trabajo) a la Carrera Judicial. Era algo que me planteaba desde
el tercer año de carrera, pero hasta ese momento no me había
atrevido a dar el paso.
Durante esos primeros años de universidad saqué las
asignaturas con relativa facilidad, digamos que si alguien quería
encontrarme en la facultad debía buscar antes en la terraza

46
María Pilar de Esperanza

de la cafetería que en la biblioteca. Los fines de semana no


faltaba nunca un plan divertido que hacer y siempre que podía
organizaba una escapada fuera de Barcelona.
Pero la preparación para la Carrera Judicial es bastante exigente
y uno debe estudiar rigurosamente una media de diez horas al
día, seis días a la semana. A ello dediqué la mayor parte de mi
tiempo los 4 años anteriores a entrar en el convento. Mi vida
cambió bastante pero, a pesar de las renuncias que la oposición
implicaba, disfrutaba lo que hacía y procuraba seguir viendo a
mis amigos con frecuencia. Cualquier excusa era buena.
Mi vida de piedad era más teórica que práctica. Mis padres
son muy buenos y desde pequeños procuraron transmitirnos la
fe, sobre todo con el buen ejemplo que veíamos en ellos. Además
había ido a un colegio católico en el que había recibido una buena
formación. A pesar de ello, cuando empecé la Universidad Dios
dejó de ser una prioridad y ese lugar pasaron a ocuparlo mis
planes, proyectos, amigos, viajes. Me convertí en una “católica de
Misa el domingo” -y esto si llegaba a tiempo- y me conformaba
pensando que con eso bastaba.
Para el 2018 ya llevaba cuatro años preparando las oposiciones.
Estaba pendiente de que desde el gobierno se nos convocara
para el examen. Hacía ya unos años que convocaban poquitas
plazas pero sí lo hacían con cierta regularidad. En ese último
periodo, en cambio, la inestabilidad política era cada vez mayor
y llevábamos casi dos años sin convocatoria.
La espera se estaba haciendo un poco larga y el cansancio
acumulado de cuatro años estudiando a un ritmo exigente acabó
pasándome factura. El médico me recomendó que me diera
un tiempo para descansar y cargar pilas. Hice caso, pero para
mí eso fue un baño de humildad en toda regla. Más allá de lo
floja que me encontré por algún tiempo, el hecho era que yo,
la “niña bonita” de activísima vida social y prometedor futuro

47
Testimonios Vocacionales

profesional, que siempre había hecho lo que había querido y que


las cosas me habían salido casi siempre como las había planeado,
no podía continuar. Ahora que ha pasado un tiempo y lo veo
con perspectiva no me cabe duda de que eso fue una caricia de
Dios, en forma de más que merecida “colleja”, que me llamaba a
volver a lo importante.
Al poco tiempo volví a encontrarme bien, pero me
recomendaban no volver todavía a la exigencia de la oposición. Fue
entonces cuando decidí hacer un voluntariado. Busqué diversas
opciones por internet, pero nada acababa de convencerme. Una
amiga de mi hermana había hecho un voluntariado con las
Servidoras y me propuso hablar con ellas. Eso hice y a las dos
semanas estaba en un avión rumbo a Kazajstán.
Al sentarme en el avión recuerdo haber sido consciente de
lo que estaba haciendo y la locura que me pareció en aquel
momento. Viajaba a un país que apenas sabía situar en el mapa,
a hacer un voluntariado con monjas. ¡Yo no había tratado con
una monja en mi vida y me estaba yendo a la otra punta del
mundo a pasar un mes con tres! En ese momento me dio una
pereza increíble.
Sólo bajar del avión pude ver que la idea que tenía de monja
no se ajustaba en absoluto a la realidad. Llegué a las cinco de la
madrugada y en el pequeño aeropuerto de Shymkent estaban
esperándome, con una sonrisa fuera de lo normal, el padre Ariel,
la Madre Zastupnitza y la hermana Avrora. El abrazo y el cariño
con que me recibieron acabó por descolocarme del todo.
Al poco tiempo descubrí la respuesta de aquel recibimiento.
Como ya he dicho, mi trato con Dios era bastante frío, muy por
cumplir y basta; pero el día que uno deja toda esa teoría de lado
y se encuentra con Cristo, ese día cambia todo. Eso fue lo que
me pasó en Kazajstán. Volví a encontrarme con Cristo cara a
cara, con Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre, con

48
María Pilar de Esperanza

Cristo que está vivo, que es de carne y hueso, con Cristo que me
decía “¿a dónde vas?”.
Esto me hizo replantearme muchas cosas y poner un poco de
orden en mi vida. A esas alturas seguíamos sin convocatoria para
las oposiciones así que decidí que las dejaba definitivamente y
volvía a trabajar, me independizaba, hacía un plan para cuidar
mi vida de piedad, me tomaba mi vida personal en serio. Tenía
mi plan montado y me hacía mucha ilusión, pero como dice mi
padre: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.
Aunque nunca me hubiera planteado la vocación religiosa es
cierto que desde hacía mucho tiempo veía que en mi vida algo
tenía que cambiar. No sabía qué, porque no había nada que me
preocupase. Mi vida me gustaba y me divertía mucho, pero sabía
que faltaba algo. Era una inquietud muy sutil, muy interior, una
especie de vacío que no se llenaba con nada.
La última semana de voluntariado estando en la capilla
empecé a llorar. No sabía por qué, porque no lloraba de pena,
no era un llorar de tristeza, era un llorar de impresión, de sentir
a Dios muy cerca y de intuir que Dios me pudiese estar pidiendo
algo más. ¿Yo monja? ¿A estas alturas de la vida? ¡No hombre, no!
¡Yo vuelvo a Barcelona y esto se me pasa!… me dije.
Ya de vuelta en casa traté de hacer mi vida de siempre. Me
ilusionaba pensar en los nuevos proyectos que tenía entre manos,
pero ese pequeño vacío que había en mí antes de Kazajstán se
volvía cada vez mayor. Tenía la inexplicable necesidad de estar
muy cerca de Dios y aunque traté de suplirla con todas esas
cosas, no se llenaba con nada.
Me rendí. Uno no puede estar huyendo toda la vida. Me di
cuenta de que dándole la espalda a Dios me la estaba dando
también a mí misma y a mi propia felicidad. ¿De qué tenía
miedo? Sabía, lo había experimentado, que basta que uno lo
deje para que Dios derrame todas sus gracias en el alma. Y yo no

49
Testimonios Vocacionales

lo estaba dejando. Lo que Dios quiere para nosotros no puede


ser malo; igual es difícil, igual es costoso o supone un sacrificio,
pero Él de eso siempre saca mucho bien. Eso lo sabía, así que era
inútil seguir huyendo.
Hice Ejercicios Espirituales para discernir bien lo que Dios
quería de mí y supe que me llamaba a ser toda suya. No sé cómo
expresar con palabras cómo lo supe. Soy bastante cabezota por
lo que le había dado muchas vueltas al tema y había procurado
encontrar una razón de peso para no entrar en el convento.
Hice lista de pros y contras: ochocientos contras y tres pros. Y,
si era honesta, entre todos esos contras no había uno solo que
justificase que no lo hiciera.
Me arrodillé ante el Santísimo y le pedí que me diera la certeza
de saber que eso era lo que Él quería y sólo porque Él lo quería. Y
aunque Él no tenía por qué hacerlo, me la dio. Estaba a solas con
Él y no necesitaba nada ni a nadie más, ¿qué más certeza quería?
Humanamente no tiene ningún sentido. Lo había tenido
siempre todo y, sin embargo, siempre me había faltado algo;
ahora no tenía más que a Cristo y, en cambio, lo tenía todo. Si
mi hermano leyera esto me diría que estoy “hablando bonito”,
como si no se tratase más que de una idea que suena bien, pero
no. ¡Es verdad que al que carga con la cruz y le sigue, Dios le da
el ciento por uno ya en la tierra!
En los Ejercicios supe que Dios me llamaba a la vida con­
sagrada, pero ¿dónde? Al volver a casa busqué en Internet,
leí mucho y vi algunos videos. Al final uno se siente más
identificado con unas realidades que con otras, y yo veía que
cada vez me entusiasmaba más con la idea de entrar con las
Servidoras. Aun así, como ya he dicho, soy un poco cabezota y
por eso seguía buscando seguridades antes de dar el paso. Le pedí
al sacerdote que me había predicado los ejercicios espirituales
que me mandara las Constituciones de las Servidoras. Al leerlas

50
María Pilar de Esperanza

tuve la sensación de que en cierta medida ya las conocía y esa fue


la razón que me convenció definitivamente. Eran un fidelísimo
reflejo de lo que yo había visto en Kazajstán, o al revés, lo que
había visto durante el voluntariado encarnaba a la perfección el
texto de las Constituciones.
En ellas se hablaba de caridad y yo había experimentado
la que las hermanas habían tenido conmigo; se hablaba de la
importancia de la vida comunitaria y yo había visto la delicadeza
con la que se trataban entre ellas; se hablaba de la importancia de
la buena formación y la necesidad de tener una espiritualidad seria
y yo había podido reencontrarme con Cristo gracias a lo mucho
que cuidaban la liturgia y a las interesantes conversaciones que
con ellas mantuve; se hablaba de ir a los lugares más difíciles y yo
había comprobado las condiciones en que trabajaban; se hablaba
de alegría y a mí me la habían contagiado; de la devoción a la
Virgen… podría seguir así mucho tiempo, pero todo se reduce
a que pude darme cuenta de que siguiendo lo que se dice en
las Constituciones una podía ser muy feliz; y no sólo eso, sino
que, en cuanto que han sido aprobadas por la Iglesia, ¡son una
garantía de que quien las sigue se salva, de que quien es fiel a las
Constituciones será santo! ¡Qué más podía pedir!
Entré en el noviciado de Italia el 21 de octubre de 2018,
vísperas de la festividad de San Juan Pablo II.

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MIRIAM SHIR RUAH ADONAI

Eslovaquia

M e llamo Miriam Shir Ruah Adonai (Maria Cántico del


Espíritu de Dios), tengo 26 años y soy de Eslovaquia.
La primera vez que pensé en ser religiosa tenía seis
años. Había visto llegar a mi parroquia dos monjas en un auto y
en ese momento le dije a mi amiga: “Nosotras también seremos
como ellas, nos compraremos un auto ¡y así podremos ir a donde
queramos!”. Sabiendo que un auto costaba muy caro enseguida
comencé a ahorrar dinero y me enojaba un poco que mi amiga
no hiciera lo mismo.
Desde pequeña viajaba cada año a Italia para las exhibiciones
de gimnasia artística, deporte que practiqué desde los cuatro

52
Miriam Shir Ruah Adonai

años. Recuerdo estar en un colectivo lleno de gente (miembros


de los otros equipos de Vóley o Handball) y contarles a todos con
gran entusiasmo que yo sería religiosa, carmelita o misionera.
Este descubrimiento de las Órdenes religiosas lo había hecho mi
amiga. Pero todos se reían, incluyendo mi familia. Nadie quería
creerme, pues si bien por un lado iba a Misa dos veces al día y me
aprendía de memoria las preces -que siempre leía yo-, por otro
lado, me la pasaba hablando durante toda la Misa y enviándoles
mensajes a los monaguillos.
Al crecer dejé de ir a Misa dos veces al día y ya no pensaba
en ser religiosa. Creía que había sido una idea de mi infancia.
Ahora en cambio quería tener al menos diez hijos para armar
un equipo de fútbol, pues mi nuevo gran amor era el fútbol y
más específicamente, el Arsenal FC de Londres. Miraba todos
sus partidos, toda mi habitación era roja por el color de “mi”
equipo, sabía la fecha de nacimiento de todos los jugadores y
una vez hasta pude conocerlos en un partido en Austria. ¡Qué
alegría aquella vez!
Al mismo tiempo quería evangelizar y convertir todo el
mundo. Recuerdo que traté de convencer a algunos amigos “fans
del Arsenal” de ir a Misa. Pero la verdad es que tuve más éxito en
“arsenalizar”, así que algunas amigas mías comenzaron a seguir
el fútbol…
Mi gran ayuda en ese tiempo fue la Comunidad Piar, que
logró arraigar en mi corazón un amor apasionado a Jesucristo y
de modo particular, a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad,
el Espíritu Santo. Veía el ejemplo de algunos jóvenes que seguían
radicalmente a Jesús y que eran capaces de dejar un prestigioso
puesto de trabajo solo para ser dóciles a la voluntad de Dios.
De modo especial quedé sorprendida cuando el hermano de
mi amiga, conocido como “el gran rebelde”, cambió gracias a la
amistad con un sacerdote y después de haber iniciado la carrera

53
Testimonios Vocacionales

de Medicina decidió consagrarse a Dios y hacerse religioso…


¡Qué locura! Pero en el fondo admiraba la decisión que había
tomado y cuando él fue a nuestra escuela para invitarnos a
algunas actividades después de clases, decidí participar.
Cada vez que se hablaba del Espíritu Santo crecía en mí un
fuerte deseo de conocerlo. “¡Yo también lo quiero! ¿Qué debo
hacer?”. Y así comencé a ir todos los días a la Iglesia, a rezar el
Via Crucis y a rezar el Rosario volviendo del gimnasio, siempre
con el mismo deseo de saber quién era este Espíritu Santo.
Mientras tanto continuaba con la gimnasia y seguía al Arsenal
con gran pasión, hasta que me di cuenta de que me sacaban la
paz y me robaban la libertad. Era el tiempo en el que debía elegir
la Universidad.
En la Comunidad Piar había una religiosa a la que seguían
todos los jóvenes. Era una verdadera madre y con gran audacia
anunciaba la verdad. Yo tenía gran estima por ella, aunque la
miraba de lejos porque me daba un poco de miedo. Pero ahora
deseaba más que nunca escuchar la verdad y comencé a buscarla,
a estar cerca de ella. Quería tener una relación con el Espíritu
Santo como la tenía ella. Y me preguntaba: ¿Cómo lo escucha?
Gracias a esta hermana adquirí la fuerza para tomar decisiones,
para estar más cerca de Dios y serle más dócil. Entonces le
regalé a Dios mis amores: el fútbol y la gimnasia. Veía que Él
me respondía con gran generosidad y que estaba aprendiendo a
escucharlo más.
Y llegó el momento de elegir una carrera universitaria. Quería
estudiar algo relacionado con la medicina o algo sobre cómo
ayudar en los casos de emergencia en la montaña y salvar a la
gente en helicóptero… Cuando llegué al Correo postal para
enviar mi solicitud de estudios, encontré una propaganda que
ofrecía el estudio del ruso y del alemán. En aquel momento

54
Miriam Shir Ruah Adonai

vi con claridad que esto venía de Dios y que aquellos idiomas


tendrían un gran significado para mí en el futuro.
Comenzando la Universidad quería hablar de la grandeza
de Dios a todos. En aquel entonces encontré el libro “En la
escuela del Espíritu Santo” donde estaba escrito que las pequeñas
inspiraciones de Dios son como una cadena, una sigue a la otra y
si respondes a una, Dios te envía otras más grandes. Este “súper
mensaje” fue mi proyecto durante este tiempo de estudios. Con
tres amigos comenzamos a rezar juntos una vez por semana
y después de dos años ya éramos casi 40. Rezábamos por la
conversión de las personas, por la Universidad y también por
toda Eslovaquia.
En ese tiempo resonaba en mí la idea de ir Italia y más
concretamente a Roma. Cuanto más me resistía a esta invita­
ción con argumentos razonables (como terminar primero la
Universidad) se hacía más y más intensa. Comenzaba a entender
que podía hacer grandes cosas en el mundo por Dios, pero que
Él me quería a mí con todo mi corazón y todo mi ser. Yo quería
seguirlo en todo y al mismo tiempo que me entusiasmaba la idea
de llegar a la vocación religiosa, no dejaba por ello de sentir cierto
temor. Y antes de que pudiese pensarlo más profundamente, la
gracia de Dios me superó y ya estaba decidida a ser solo de Él
y del modo más radical posible. Sabía que tenía que dejar la
Universidad e irme.
En ese momento la Orden que más me atraía eran las
Carmelitas y justo antes de mi viaje llegaron a Eslovaquia las
reliquias de Santa Teresita del Niño Jesús. Fui a venerarlas varias
veces y le decía: “¡Llévame A CASA lo más pronto posible!”.
Viajé a Roma con una amiga y la Providencia nos preparó todo.
Vivíamos gratis en la casa de una señora que llamamos la mamma
italiana, cocinaba para nosotras y rezábamos juntas. Estando allí

55
Testimonios Vocacionales

tuve una fuerte intuición de que tenía que ir a la Basílica de San


Pedro para el inicio de la Cuaresma. Ese mismo día recibí tres
llamadas: una de un sacerdote y dos de seminaristas eslovacos
que justo estaban en Roma y querían regalarnos las entradas
para la Misa. Nos dieron ocho, aunque nosotras éramos sólo
dos. Ya en el Vaticano nos preguntábamos qué haríamos con las
entradas restantes. Un poco en broma sobre lo que había pasado
y un poco en serio, decidimos rezar para ver qué quería Dios que
hiciéramos. Luego de diez segundos una de nosotras dijo: “Azul
y blanco”. Suena un poco absurdo, pero con fe empezamos
a buscar a alguien vestido de azul y blanco para regalarle los
billetes. Poco después encontramos en medio de la plaza de
San Pedro a una religiosa vestida de azul, y en la cabeza “azul
y blanco”. ¡Si! ¡Encontrada! Cuando le mostramos las entradas,
ella las tomó sin decirnos nada y se fue muy velozmente. ¡Me
hizo reír muchísimo! Viéndome reír de ese modo, la hermana
volvió y acercándose me dijo: “¿Por qué ríes?”. “Porque eres loca,
pero buena”. Después comencé a bromear con ella por el color
de su hábito y le dije que yo lo usaría de otro color.
La hermana, que era argentina, me invitó a encontrarla al
día siguiente en la Basílica de Santa María la Mayor. Ella no
sabía ni siquiera cómo me llamaba cuando ya le había escuchado
contarme la historia de la Basílica, los milagros ocurridos y que el
Papa venía siempre a rezar allí antes de hacer un viaje. No quería
creerle (aunque en realidad me había convencido de todo) y la
contradecía diciéndole que el Papa seguramente lo haría algunas
veces, pero no siempre. Cuál no fue mi sorpresa cuando vi que el
Santo Padre entraba en la Basílica. Ella comenzó a saludarlo “en
argentino” y el Papa le respondió, sosteniendo entre sus manos
las flores para la Virgen.

56
Miriam Shir Ruah Adonai

Después de esto comenzó a hablarme de los Ejercicios


Espirituales según el método de San Ignacio de Loyola que ella
predicaría y me invitó a hacerlos. Le respondí que había venido a
Roma para entrar en el Carmelo. Fue la primera vez que me costó
decirlo y casi no fui capaz. Pero luego ella me ayudó a ingresar
con las carmelitas, sin hacer “propaganda” de su Congregación.
Entré al Carmelo con la gracia de Dios y con la felicidad más
grande de mi vida. Las carmelitas me dijeron que primero debía
pasar tres meses con ellas para conocerlas, pero para mí era lo
mismo, porque ya estaba decidida. Sin embargo, poco tiempo
después empecé a sentir una voz que me causaba mucha paz,
que me hablaba muy en lo profundo y me decía que el Carmelo
no era mi lugar. Pero yo no quería escucharla, ¡porque no quería
ningún otro lugar! Aunque es cierto que “al estilo carmelita” le
añadí las corridas en el jardín, tocar la guitarra y, después de
largas horas de oración, cantar desde la ventana: “¡Id por todo el
mundo a proclamar el Evangelio!”. Así, después de tres meses,
comprendí que debía dejar aquel lugar. Sabía que Roma era
donde Dios me había llamado para responderle. ¿Pero dónde?
Sin saber qué hacer, regresé a Eslovaquia. Faltaban unos
días para la Navidad cuando le escribí a la “hermana azul” de
Argentina pidiéndole hacer los Ejercicios Espirituales con las
Servidoras. Recuerdo que hubo muchísimos obstáculos en ese
viaje a Roma, casi pierdo el avión y en el apuro no llegué a
saludar a mis padres. Como sea, sabía que volvería después de
los Ejercicios.
Al principio permanecí un poco escéptica al método ignaciano,
pero estaba decidida a hacer todo aquello que Dios me mostrase
durante esos días, cualquier cosa. Y fue gracias a la genialidad de
San Ignacio que rápidamente descubrí, luego de pocos días de

57
Testimonios Vocacionales

silencio, la galante voz de Dios: “La mejor cosa que puedes hacer
es permanecer aquí. SI QUIERES”. Y siempre aquel galante:
“Si quieres”… ¡SI, QUIERO!
Decidí permanecer allí y no volver a casa. Y aunque esta
decisión fue muy criticada, fue la mejor de toda mi vida. Entré
al Noviciado sin entender nada, especialmente el por qué las
novicias siempre cantaban y jugaban. Pero sabía que Dios me
conoce, que todo lo sabe y no me importaba qué cosa dijera
mi sensibilidad: “Dios es firme y entenderé todo más adelante.
¡Su decisión no cambia nunca!”. No imaginaba que las cosas
que me costaban podrían luego convertirse en la fuente de las
más grandes victorias. Y que la Familia Religiosa, mi Familia
Religiosa del Verbo Encarnado y su carisma serían mi protección
y armas más poderosas. Comprendí también que los grandes
maestros como San Ignacio y San Juan de la Cruz enseñan a
reconocer las verdaderas mociones del Espíritu Santo y que, solo
abrazando la Cruz y la desnudez del espíritu, en unión a María
Santísima, se puede ser fecunda y fiel a sus inspiraciones.
Que la Virgen de los Dolores, Patrona de Eslovaquia, a quien
tanto agradezco, interceda por todos los eslovacos de la Familia
Religiosa “Del Verbo Encarnado” y que, si Ella lo desea, nos
envíe muchas vocaciones.

58
MARIA RADOSTY BOYIEI

Rusia

M i nombre es Maria Radosty Boyiei, que en ruso


significa María de la Alegría de Dios. Transcurrí
toda mi infancia en Rusia durante el tiempo del
comunismo soviético, por lo que en la escuela no nos enseñaban
nada sobre Dios ni se hablaba de Él. El único recuerdo que tengo
es que solo en una oportunidad nos dijeron que Dios no existía
y que era un invento de gente ignorante.
Pero en los últimos años de escuela, contemplando la
naturaleza, su belleza y su orden, entendí que Dios realmente
existe, que es Bueno y que en Él está la felicidad. Y quise saber
quién es Él, qué quiere de nosotros y qué tenemos que darle.

59
Testimonios Vocacionales

Sin embargo, no había nadie que me lo pudiera explicar. Había


pasado poco tiempo de la caída del comunismo, las Iglesias
ortodoxas eran muy pocas y casi no se veían y la conciencia
religiosa no se había creado todavía.
Estando en la Universidad conocí a una compañera de curso
que tenía problemas en su casa bastante graves, dificultades
económicas y que, además, como venía de otra ciudad, tenía
que vivir en la residencia estudiantil donde el ambiente era feo
e inmoral. A pesar de las dificultades ella permanecía siempre
serena y firme en el buen camino. Era alegre, bondadosa, no se
lamentaba de su vida y no se quejaba de sus problemas. En poco
tiempo nos hicimos amigas. Lo que más me atraía en ella era el
modo en que sufría. Me parecía evidente que no eran las razones
humanas las que le daban la fuerza para sostener su buen ánimo
y continuar en el buen camino. Ella fue un ejemplo para mí y
me transmitía cierta esperanza ya que pude aprender de ella a
fortalecerme en la vida.
En una oportunidad le pregunté de dónde sacaba la fuerza
para vivir y ser alegre en medio de tanto sufrimiento y tantas
dificultades. Me respondió: “Yo creo en Dios”. Y después de
explicarme un poco su fe me invitó a la parroquia católica de
Kazán.
Esta era -y lo es hasta ahora- la única parroquia católica en
toda una ciudad de casi un millón y medio de habitantes y está
a cargo de nuestros padres y hermanas. Su respuesta me pareció
no solo extraña, sino también poco adecuada… sinceramente,
pensé que estaba mal de la cabeza. Pero su modo de sufrir y su
fortaleza en las adversidades eran un testimonio evidente que
no se podía negar, se veía que en ella había algo más allá de lo
humano. Por esta razón y por el respeto a mi amiga la acompañé a
la parroquia y me quedé a escuchar el Catecismo para los adultos
que se preparaban para recibir el bautismo. Allí explicaron el

60
Maria Radosty Boyiei

primer mandamiento y en la introducción de la clase escuché


una sencilla y clara explicación de quién es Dios y qué quiere de
nosotros y qué tenemos que darle así que decidí quedarme en
esta Iglesia contra mi desconfianza y temor a equivocarme.
Seguí el catecismo de este mismo grupo y poco tiempo después,
gracias a las clases y a las homilías de nuestros sacerdotes, entendí
el modo de sufrir de mi amiga. Nuestros misioneros enseñando
la fe y el Evangelio nos explicaron qué es la Cruz, el sentido
del sufrimiento y la alegría de la Cruz. Toda la enseñanza fue
centralizada en este misterio.
Pero esta predicación superó todas mis expectativas, resultó
que el sentido del sufrimiento no es una fuerza, ni una
convicción, ¡fue un Dios que se hizo hombre que quiso, a través
de su terrible sufrimiento, salvar a toda humanidad! ¡Ni más,
ni menos! El modo de sufrir que eligió Dios fue tremendo,
pero el sentido que Él dio a este sufrimiento era más atrayente
y superaba el espanto. Quise colaborar en su obra tan grande y
de tanto honor: salvar el mundo entero. Así entendí que Dios
quiere que le de mi vida y en esta Familia Religiosa.
Entre mi conversón a la fe católica y el descubrimiento de mi
vocación pasaron solo 4 meses. Entré al Convento con 21 años
el 1 de octubre del año 2000.

61
MARIA HE PING ZHI HOU

Taiwán

S oy Maria He Ping Zhi Hou (María Reina de la Paz en chino


mandarín), tengo 37 años, soy de Taiwán y provengo de
una familia budista. En el año 2007 cursé el tercer año de
un Máster pero para graduarme necesitaba presentar una tesis.
Como pasaba el tiempo y yo no tenía ninguna idea sobre qué
escribir, opté por dejar los estudios y buscar un trabajo. Cuando
mis compañeros escucharon mi plan me animaron a no darme
por vencida y me invitaron a participar en una reunión que iban a
tener con los profesores. Y aunque no tenía muchas expectativas,
me reuní con ellos al día siguiente.

62
Maria He Ping Zhi Hou

Cuando estábamos en el aula una de mis compañeras llamada


Yawen, la única cristiana de la clase, escuchó una voz muy clara
que le decía: “Esto no es lo que ella necesita. Todo lo que ella
necesita, es a Mí”. Se dio cuenta de que Dios le pedía hablarme
de Jesús, pero ella se resistía y no quería hacerlo, en primer lugar
porque no éramos amigas y en segundo lugar porque ella estaba
allí para resolver sus propios problemas: necesitaba cambiar de
director de tesis, con todo lo que esto implicaba para ella. Pero
otra vez esa voz le habló diciéndole: “Si tú cuidas de mis cosas,
entonces Yo mismo cuidaré de las tuyas”. Entonces se acercó a mí
con dos preguntas: “¿Qué haces generalmente los domingos?” y
“¿Tú vas a la Iglesia?”. Le respondí, creyendo que ella solo quería
lograr una conversación. Después de esto, inmediatamente su
problema de cambio de director tuvo una ágil solución, que
superó todas sus expectativas. Yawen estaba muy contenta y le
contó a sus amigos sobre la Voz que había escuchado y lo que
Dios le había pedido pero se rieron de ella y le decían que estaba
loca. Sin embargo esto no le importó, comenzó a buscar mi
amistad, a ayudarme en los estudios y gradualmente compartió
su fe conmigo y hasta me llevó a la Iglesia.
Yawen era protestante y me invitaba a clases de Biblia en una
Iglesia presbiteriana. En ese momento yo era budista, pero me
gustaba escucharla hablar sobre Jesús, ir al curso de Biblia y a
los grupos de oración. Aun así, sentía que algo faltaba por lo
que, aunque participaba de estas actividades, yo seguía rezándole
cada día a mis ídolos paganos.
Así pasaron tres meses cuando de repente recordé que un año
atrás un cercano amigo de mi padre le había regalado un libro
sobre Jesús. Este era el único libro cristiano en toda mi casa, que
mi padre había guardado solo por compromiso con su amigo.
Así que cuando el fin de semana fui a visitar a mis padres, lo
busqué y me lo llevé al albergue de estudiantes en el que vivía

63
Testimonios Vocacionales

durante mi tiempo de estudios. Poco a poco este libro me atrajo


cada vez más y disfrutaba leerlo, como si Jesús me estuviera
hablando personalmente.
Una noche leí en este libro: “Día y noche espero por ti en
el Sagrario. Si solo uno de mis pequeños viene a visitarme, mi
Sagrado Corazón se alegra”. Y me sorprendió que a Jesús le hi­
ciera feliz una cosa tan pequeña. Entonces empecé a investigar
dónde quedaba la Iglesia Católica más cercana y al día siguiente
tomando mi bicicleta, después de las clases me dirigí hacia allí,
todavía sin saber qué era un Sagrario. Apenas entré en la Iglesia
me dirigí “naturalmente” hacia el lugar donde había una pequeña
lámpara encendida. Llegué frente al Tabernáculo y me arrodillé,
sin saber por qué. No hice nada especial, solo miraba el Sagrario
pensando que Jesús estaba allí y que Él estaba feliz por mi visita.
Y continué yendo varios días a la semana.
Otro día leí que Jesús decía: “Quiero que reces el Santo
Rosario en honor a la Virgen María”. Yo no tenía ni idea qué
era un Rosario, así que lo busqué en Internet. Luego compré
uno y comencé a rezarlo. En ese tiempo todavía rezaba a mis
ídolos, pero más por un sentido de obligación. En cambio, cada
vez que rezaba el Rosario sentía paz y alegría y realmente quería
hacer feliz a Jesús y a “Mamá María”.
Otro día leí en el libro que Jesús deseaba que los hombres
fueran a Misa y lo recibieran en la Comunión. Entonces empecé
a participar diariamente de la Misa antes de ir a clases. Un día
después de Misa le pregunté a una religiosa de la parroquia cómo
podía hacer para recibir a Jesús en la Comunión. Me dijo que era
necesario aprender el Catecismo y recibir el Bautismo.
Entonces comencé las clases de Catequesis, a pesar de que
mi familia se oponía fuertemente a mi decisión. Pero Dios me
dio la fuerza para continuar y el 22 de marzo del 2008 recibí el
Bautismo en la Iglesia católica.

64
Maria He Ping Zhi Hou

Continuaba rezando el Rosario, leyendo la Biblia y comencé a


preguntarme si Dios me estaría llamando a la vida religiosa. Pero
mi vida diaria continuaba. Entonces decidí entregar mi futuro
en las manos de la Virgen y pedirle que me guiara.
Un día una chica que participaba de un grupo de jóvenes
dirigido por un sacerdote del Instituto “Del Verbo Encarnado”
me invitó a participar de unas Jornadas de los jóvenes. Fue allí
donde conocí por primera vez a los sacerdotes y hermanas de
nuestra Familia Religiosa. Durante esos días percibí que vivían la
vida consagrada de un modo más profundo de lo que yo conocía,
en contraposición al espíritu del mundo.
Seis meses después realicé los Ejercicios Espirituales de San
Ignacio y comencé con la dirección espiritual. Cuando vi claro
que tenía vocación religiosa mi director espiritual me propuso
considerar diversas Congregaciones. Lo importante para mí era
que viviesen seriamente la vida espiritual y tuvieran un gran
amor por la Virgen.
Un día mi director me preguntó si quería ir a Filipinas para
participar de un “Ven y verás” con las Servidoras. Le dije que
sí, pero mis padres se opusieron fuertemente. Luego falleció
mi abuela y ya no tuve dinero para comprar el pasaje. Pero
el Niño Jesús fue remediándolo todo y los obstáculos fueron
desapareciendo uno a uno. Finalmente pude viajar para conocer
de cerca nuestro Instituto y después de esta experiencia en el
Convento decidí ingresar en nuestra Familia Religiosa.
Todavía hubo muchas batallas que pelear, pero nada es
imposible para Dios. ¡Alabado sea Jesús y su bendita Madre,
Reina de la Paz, que en medio a tan grandes combates me
confortó con esa Alegría y esa Paz que nada ni nadie nos puede
quitar si nos entregamos a Jesús por medio de María!

65
Docilidad al magisterio eclesiástico de todos los tiempos
MARIA YURAQ OSTIA

Perú

D esde muy niña deseaba saber lo que yo era y por qué


existía la naturaleza. En lo profundo de mi ser meditaba:
“¿Por qué existen el cielo, las estrellas, la luna, el sol
y todo lo que hay a mi alrededor? ¿Hasta dónde existirá este
cielo?”. Y me dije: “Debe haber un principio y un fin de todo
esto, pero después dejará de existir. ¿Y cuándo será esto, cómo
ocurrirá y qué va a pasar conmigo?”. Pero no hallaba la respuesta.
Mi familia vivía muy alejada de las ciudades en la sierra del
Perú, donde solo se habla quechua. Cuando tenía 12 años mis

68
Maria Yuraq Ostia

padres decidieron enviarme al colegio de un pueblo cercano.


Hasta ese momento nadie me había hablado de Dios, ni yo sabía
que existía.
Era un pueblo pequeño, pero para mí era otro mundo. Allí
escuché por primera vez nombrar a Dios y aunque no entendía
lo que significaba, tampoco indagaba más. Cuando llegué a mis
dieciséis años empecé a plantearme mi futuro. No me bastaba lo
que había a mi alrededor, no encontraba ni entendía el sentido
de la vida, veía claro que todo pasaba y se terminaba: el dinero,
la casa, las personas, las amigas. Tenía todos los bienes materiales
que me habían faltado durante mi infancia e incluso mis padres
venían a verme, pero todo me resultaba vacío, nada era eterno.
Para mí, morir era mejor que estar en este mundo.
En ese momento ya había aprendido que Dios había creado
al hombre: era la respuesta a aquella pregunta que me había
hecho siendo niña. Pero pensaba que Dios era malo, pues veía
el sufrimiento de las personas, la maldad del mundo, la muerte,
el odio, el rencor… hasta llegué a decir que Dios era maldad.
Sin embargo, había algo de Él que me atraía y quería conocerlo
más. Empecé a frecuentar las sectas protestantes pero yo no
encontraba el modo de llegar a Dios, ni sabía qué tenía qué hacer,
ni cómo. Hasta que un día, por mis inquietudes y mi curiosidad,
acepté la invitación de un sacerdote del Instituto “Del Verbo
Encarnado” a las actividades de la parroquia. Bueno, yo no sabía
lo que era un sacerdote, ni el Bautismo ni la Iglesia ni el Papa o
su jerarquía: no sabía quién era Cristo. Ni siquiera sabía que la
cruz era un signo cristiano, ya que cuando era niña mi madre me
decía que la cruz era diabólica y que si hallaba palos o algo con
forma de cruz los tenía que pisotear.
Finalmente, un día vi con claridad que Dios había creado al
hombre para ser feliz y que como hija suya yo podía alcanzar

69
Testimonios Vocacionales

esta felicidad. Comprendí que este Dios respondía a todas mis


inquietudes. Él era el principio y el fin de todas las cosas. Dios
no era malo, sino que si permitía el mal era solo porque Él podría
sacar un bien aún mucho mayor.
Pedí el Bautismo a los 17 años y lo recibí un domingo de
Resurrección, sin que mis padres lo supieran. Desde entonces mi
vida fue distinta: Misa diaria, Santo Rosario, confesión frecuente.
Había hallado la verdadera Iglesia fundada por Jesucristo, Quien
le dijo a Pedro: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16,18).
Y me di cuenta de que Ella nos ofrecía todos los medios para
conocer a Dios. Sabía también que la fe sin obras está muerta y
comencé a sentir un gran deseo de consagrarme a Dios.
Mi vocación a la vida religiosa nace del amor infinito que
Dios me tiene. Yo estaba muerta y con la muerte de Cristo
recobré la vida para que yo lo amara como Él me amó. Esto
me motivó a dedicarme al servicio de Dios y quería ser como
aquellos misioneros predicadores del Evangelio.
Así ingresé al Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen
de Matará. Me atraía de la Congregación el espíritu de alegría,
el hábito que distinguía a los religiosos y los hacía distintos
en el mundo en que yo vivía, también las predicaciones, la
delicadeza en la celebración de la Santa Misa, la vida de oración,
la Adoración al Santísimo, el Santo Rosario. Durante mis años
de formación pude conocer más mi Congregación y su fidelidad
a las enseñanzas de la Iglesia, el amor al Papa y a la Virgen.
Con el tiempo sentí un nuevo llamado de Dios, aún más
profundo, un deseo de silencio, soledad y apartamiento para
contemplar a Dios solo. Aunque sabía que Dios llama cuando
Él quiere, donde Él quiere y como Él quiere, jamás imaginé que
tendría otros caminos para mí. Finalmente ingresé a la Rama
Contemplativa de nuestro Instituto en la que vivo en silencio

70
Maria Yuraq Ostia

y soledad; solo para Dios, su Iglesia y las almas, consolando


al Sagrado Corazón de Jesús con mis oraciones, sacrificios y
penitencias.
A mis padres les costó mucho mi ingreso al Convento por
no conocer a Dios y la Iglesia Católica y les dolía que me fuera
lejos de ellos. Pero al pasar los años, Dios fue mostrándoles el
sentido de mi vida religiosa. Ahora están felices porque yo estoy
feliz. Están sorprendidos de la Iglesia Católica que empiezan
a conocer, por todas las obras que hace la Familia Religiosa y
también porque se sienten acogidos como en una familia.
Soy feliz porque he encontrado a Dios y nadie me lo puede
quitar, ni Dios me dejará porque puso su sello en mi frente
el día de mi Bautismo. Además, hice voto de vivir como el
Verbo Encarnado vivió en esta tierra: pobre, casto y obediente,
profesando además un cuarto voto de materna esclavitud a la
Virgen, agradeciéndole en mi corazón por haberme ayudado a
llegar al Bautismo.

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MARIA VERONIKA VID ISUSA

Ucrania

A ntes de mi ingreso al Convento trabajé por varios años


como mercadóloga en la empresa fabricante de puertas
más grande de Europa del Este. Mi trabajo en el área
del Marketing me parecía muy interesante y sin límites para
perfeccionarse. Los grandes temas de este período de mi vida
fueron el análisis de mercado, la búsqueda de socios estratégicos,
la inteligencia competitiva, las ventas en Europa y en los Estados
Unidos, entre otros dentro de este campo. Pero luego descubrí
que Dios es el mejor mercadólogo…

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Maria Veronika vid Isusa

Mi infancia transcurrió en el seno de una familia católica


de rizo bizantino cuando Ucrania todavía se encontraba bajo
el Régimen comunista. La Iglesia católica se mantenía en la
clandestinidad y mi madre continuaba participando de la Santa
Misa, nos transmitía las tradiciones cristianas y ayudaba a los
sacerdotes a pesar de los riesgos a los que se exponía por ir en
contra del Régimen. Para las grandes celebraciones de Pascua y
de Navidad también nos llevaba a mi hermana y a mí. Nosotras
sabíamos que no debíamos hablar de esto en la escuela porque
si los profesores se enteraban nosotras seríamos castigadas. Entre
tantos buenos ejemplos recibidos de mi madre durante mi vida,
recuerdo particularmente una frase de mi mamá que se quedó
para siempre en mi memoria: “Si la gente supiera la felicidad que
les espera en el Cielo, habría largas colas frente a los monasterios”.
Después de la escuela comencé los estudios en la Universidad
y me mudé de casa. Pero siempre recordaba que la cosa la más
importante en la vida es salvar el alma y que para lograrlo debía
participar de la Santa Misa y recibir la Comunión. Mi mamá me
preguntaba si continuaba rezando y yendo a Misa. Y la verdad es
que lo hacía, pero éstas fueron más o menos mis únicas prácticas
cristianas durante el tiempo de estudios. Ya vivía en el mundo y
había adquiridos sus valores y sus principios, había comenzado
a perseguir sus intereses y estaba atenta a sus indicadores del
éxito, etc. A pesar de la educación católica que había recibido,
ahora -como la mayoría de los jóvenes a mi alrededor- recibía
con alegría los nuevos valores mundanos y a pesar de que eran
falsos los aceptaba como verdaderos.
Ya había caído el Comunismo cuando en una oportunidad
mamá me habló de una chica que había ingresado al Convento.
Ella no la conocía personalmente pero aun sí lloraba de alegría
porque en Ucrania los Monasterios, los Conventos y las monjas

73
Testimonios Vocacionales

ya no tenían que esconderse delante del Gobierno. Esta chica


tomaría el nombre de Maria Hoshivska, una de las primeras
vocaciones ucranianas de las Servidoras.
Llegó el año 2012… yo tenía una gran necesidad de dedicarle
más tiempo a Dios y de hacer algo por mi alma. Pedí pasar
unos días en un Convento y la Madre Hoshivska, a quien ya
había conocido, me recomendó el Monasterio que tenemos en
la ciudad de Burshtyn. ¡No sé cómo sería mi vida hoy si no lo
hubiese hecho!
Después de esta primera visita continué con mi trabajo y
mi vida normal, pero algo en mí no me permitía olvidarme de
Dios, por lo que seguía visitando a las hermanas. En una de esas
visitas leí la historia de la vida de Santo Francisco de Asís y me
dije a misma que yo nunca podría hacer lo que él habia hecho,
¡abandonarlo todo para seguir a Dios!
No sé si fueron las oraciones de mi madre o la creencia en el
Paraíso o el miedo de perder mi alma, pero de repente entendí
que todo lo que estaba haciendo era por mí y que no estaba
haciendo nada por Dios; realizaba todo lo posible para tener
éxito en la sociedad, pero nunca le pedía a Dios un consejo,
nunca le preguntaba cuál era su Voluntad para mí.
A la luz de estos pensamientos, todas las cosas que yo
consideraba importantes perdieron fuerza. Empecé a pensar qué
podría hacer por Dios y cómo volverme menos egoísta en mis
decisiones y actos. Y la respuesta fue: ser monja…
Claro que personalmente hubiera preferido otras formas de
servirle. Por ejemplo, ayudando con mi dinero y tiempo a los
pobres y necesitados por medio de algunas obras de caridad, etc.
Pero ésta no era su Voluntad y de alguna manera yo lo sabía muy
claramente.

74
Maria Veronika vid Isusa

Tuve que dejarlo todo muy pronto porque sabía que las
atracciones de la sociedad moderna y la rutina diaria podían
apagar y borrar esta llamada que tenía adentro. Así que al mes y
medio dejé mi trabajo y entré al Convento.
Desde el primer día supe que había tomado la desición
correcta. ¡Dios es tan delicado y atento a los detalles! Descubrí
que nuestra Familia Religiosa, uniéndose al deseo de unidad de
la Iglesia que “respira con los dos pulmones”, es decir, oriental y
occidental, tenía un gran respeto y amor hacia el rito bizantino
en el que yo había crecido. A su vez, yo siempre le pedía ayuda
a la Virgen María y le prometía acercarme más a Dios y luego
supe que nuestra Congregación tiene una especial devoción por
Ella. Estos y miles de otros detalles pequeños y más grandes me
convencen todos los días de que hice la mejor elección.

75
CLARA INTENCIÓN DE SEGUIR A SANTO TOMÁS DE AQUINO
MARIA ASTERONE DODEKA

Estados Unidos

C recí totalmente alejada de cualquier idea sobre la


religión. No sabía absolutamente nada sobre Dios
y alcanzados mis diez años de edad todavía no había
escuchado el nombre de Jesús. Mis padres ciertamente estaban
comprometidos en ser buenas personas, pero consideraban la
religión y la creencia en Dios como un signo de debilidad. El
trabajo duro y la familia eran nuestros valores absolutos y Dios
no era necesario.
Poco a poco en mis encuentros con mis amigos de la escuela
empecé a darme cuenta de que había personas que creían en
Dios, un Creador a quien uno le debía devoción y adoración.

78
Maria Asterone Dodeka

La sola idea me causaba rechazo. Pero se había plantado una


semilla: el amor a la verdad y el deseo de vivir siempre guiada
por ella. Enfrentada a las creencias religiosas de mis amigos, me
vi obligada a decidirme sobre mis propias creencias. Y eso hice:
negué firmemente la existencia de cualquier tipo acerca de Dios
y del sentido transcendental de la vida.
Durante mis años de escuela secundaria se produjeron varios
debates sobre religión y el sentido de la vida. Con la misma
pasión con la que mis amigos buscaban compartir su fe conmigo
yo buscaba destruir la fe que ellos tenían. Según mi punto de
vista, mis amigos eran débiles, ignorantes y les habían lavado
el cerebro. Su fe no era más que una muleta que les ayudaría
a lo largo de la vida, que ya era difícil y dura porque carecía
de cualquier significado real. Como sea, estaba convencida de
la necesidad de vivir según la luz de la verdad a pesar de sus
exigentes consecuencias.
Pero yo no era en modo alguno inmune a la abrumadora
oscuridad del ateísmo teórico y práctico. El éxito y su “corolario”
(la felicidad) era el único propósito de mi vida. Aun así, a pesar
de mis logros académicos -tenía el mejor promedio de mi clase-
y atléticos -me habían llamado para jugar softball en el nivel
de competición más alto del deporte universitario- y mi buena
vida familiar… yo era completamente miserable. Cada nuevo
logro, cada nuevo premio, traían “un cierto sentido” de felicidad
pero muy fugaz y me dejaba en un estado de insatisfacción aún
mayor.
Estaba inquieta y comencé a envidiar la fe de mis amigos
cristianos. Deseaba haber crecido sin haber conocido la verdad y
que a mí también me hubiesen lavado el cerebro. Pero no había
sido así pues yo conocía la verdad.
Una noche después de haber recibido un prestigioso premio
deportivo, terriblemente abrumada por una indescriptible

79
Testimonios Vocacionales

sensación de oscuridad, me vi al borde de la desesperación.


Movida por lo que ahora reconozco una gracia actual, me
arrodillé junto a mi cama y dejando de lado la voz interior que
me ridiculizaba incesantemente, recé por primera vez en mi vida.
Le supliqué a Dios: “Si Tú verdaderamente existes, ayúdame a
creer. Estoy lista para creer. Quiero creer, pero no puedo hacerlo
por mí misma. Ayúdame a creer”.
¿Podrán las palabras describir lo que experimenté durante
este momento de oración? Inmediatamente, sintiendo de modo
profundo la presencia de Dios y de su Amor, supe, de modo
intuitivo y más allá de cualquier capacidad de duda, que Él
existe, que Él me ama y que yo le pertenecía.
A partir de esa noche mi alma se consumió en un deseo
desbordante de conocer a este Dios. ¿Quién es Él? ¿Quién
podrá enseñarme la verdad sobre Dios? Y comencé a estudiar
para descubrir cuál era la verdadera Iglesia que me enseñaría la
verdadera doctrina sobre Dios. Bajo la influencia de unos amigos
fui guiada a una secta que se proclama la verdadera Iglesia de
Jesucristo. Aunque yo era ignorante en materia de religión,
algunas de sus enseñanzas me resultaban muy extrañas…
pero me decía a mí misma: “Si fuese la verdad de Dios, ¿qué
podría decir?”. Y comencé las clases para ser bautizada con los
mormones.
¡Doy gracias a Dios por otros insistentes amigos católicos! Uno
de ellos me dio un ultimatum: me dijo que tenía que participar
al menos una vez de una Misa antes de convertirme en mormón.
Para ese entonces, gracias a las discusiones con mi amiga sobre
cuál es la verdadera Iglesia, yo ya conocía lo que los católicos
creían en relación a la Eucaristía y aunque yo no lo creyera al
menos tenía un conocimiento intelectual de lo que realizaban
durante el tiempo de adoración.

80
Maria Asterone Dodeka

Una vez más solo ahora puedo decir que lo que siguió fue otra
gracia actual de Dios, totalmente inmerecida. Estaba sentada en
la iglesia cuando surgió en mí una gran atracción por el Santísimo
Sacramento. No importa cuánto traté, no podía quitar mis ojos
de la Custodia que contenía el Santísimo Sacramento. Vinieron
a mi mente las palabras de nuestro Señor en el Evangelio de
San Juan, tantas veces escuchadas en los debates en los que mi
amiga trataba de argumentar la presencia real… y de repente,
secundando la gracia comencé a rezar: “Creo Señor, ¡pero
aumenta mi fe!”.
Una vez más, estaba llena de un espontáneo e intuitivo
conocimiento de la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento
y de un gran deseo de recibirlo en la Eucaristía.
Fui bautizada, recibí la Confirmación y la Primera Comunión
en la Iglesia católica cuando tenía dieciocho años.
Poco tiempo después me mudé a la otra parte del país para
comenzar los estudios universitarios. Haciendo los arreglos
necesarios pude ingresar en una Universidad católica y así
continuar mi formación espiritual al mismo tiempo que seguir
con mi carrera atlética y obtener una Licenciatura en Filosofía.
Fue en esta Universidad, que compartía el campus con un
Seminario diocesano, donde se me presentó por primera vez el
concepto de vida religiosa. Tan pronto como me explicaron la vida
consagrada me di cuenta de que en ella se daría el cumplimiento
de mi inicial experiencia de conversión: yo pertenecía totalmente
a Dios y éste era el modo en el que viviría esa pertenencia.
Descubrir en cuál Orden religiosa viviría mi consagración
me parecía que solo requería un pequeño esfuerzo: teniendo la
pasión por la verdad, con un nuevo amor por el trabajo de Santo
Tomás de Aquino debido a mis estudios de filosofía, claramente

81
Testimonios Vocacionales

yo tenía que ser religiosa dominica. Sería solo cuestión de


terminar mis estudios y de presentar mi aplicación de ingreso.
Al menos, así lo creía.
Conocí a las Servidoras en el Campus universitario durante
una especie de retiro de discernimiento en el que se invitan a
varias órdenes religiosas para que las jóvenes conozcan sus
diversos carismas. Aunque no me movía el carisma de las
Servidoras, disfruté el tiempo con las hermanas y estaba feliz
de que nos hubiesen invitado a visitar el Convento durante el
verano. Durante mi segunda o tercera visita, sucedieron dos
cosas que Dios usó para inclinar mi corazón hacia su Voluntad.
La primera ocurrió cuando me pidieron ayuda para trasladar
la Biblioteca del Estudiantado a otro sector del Convento.
Estaba fascinada con la cantidad de libros y especialmente
por la presencia de obras de Santo Tomás de Aquino. En este
momento yo estaba tomando clases de filosofía y debatíamos
sobre cómo la filosofía católica puede responder a los problemas
de la modernidad. Recuerdo que me impresionó la discusión
que tuve con la prefecta de estudios del Estudiantado en la que
ella describió el pensamiento del Padre Cornelio Fabro, un
filósofo contemporáneo e intérprete de Santo Tomás de Aquino,
quien propuso una respuesta a esta misma pregunta. Estaba
sorprendida: ¿quién sabía que fuera de los dominicos alguien
estudiara a Santo Tomás?
En segundo lugar, fui sorprendida por el comentario de una
amiga: “Siempre estás tan feliz después de estar con las hermanas…
¿qué más buscas?”. Sentí como si me hubiese chocado contra
una tonelada de ladrillos y la verdad de sus palabras resonó con
tanta fuerza que no pude negarlo. ¡Había tanta alegría cuando
estaba con las hermanas y esta alegría era contagiosa! Siempre
dejaba el convento en paz ¡y preguntándome cuándo regresaría!

82
Maria Asterone Dodeka

El decidir entrar supuso la sorpresiva dificultad de entregar­


me totalmente, pues no tenía deseos de ser misionera. Luché
tremendamente con el Señor. En el fondo yo sabía que era mi
vocación, pero Dios quería aquel acto de absoluta confianza.
Entonces, a pesar de mi resistencia, a mis 22 años entré al
Instituto Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará.
A menudo es solo con el paso del tiempo que las gracias
iniciales revelan su total significado. Ciertamente, el amor a la
verdad, plantado por Dios en mi alma en los días de mi juventud
y desarrollado durante mi encuentro inicial con Santo Tomás
de Aquino en mis años de Universidad, sirvieron como la guía
segura que me llevó a descubrir mi vocación dentro de la Familia
Religiosa del Verbo Encarnado.
Quedé perpleja ante las gracias que se sucedieron. La obedi­
encia me llevó a que ahora, ya profesa perpetua, viva en los
terrenos de mi antigua Universidad, estudiando y promoviendo
el pensamiento de Santo Tomás de Aquino mediante el Proyecto
Cultural Cornelio Fabro. ¡Sólo el Humor Divino puede arreglar
todas las cosas y ordenarlas de modo tan providencial!

83
MARIA ZUFLUCHT DER SÜNDER

Alemania

M i vocación comenzó con una visita de mi grupo


de confirmación a una abadía benedictina, donde
participamos en la vida de los monjes durante tres
días: desde la mañana hasta la oración de la noche. El monje
responsable de nosotros (éramos 30 jóvenes) nos explicó que ellos
llevan el hábito por ser un signo visible de que han entregado
toda su vida a Dios. Explicó que en el fondo un monje vive
exclusivamente para Dios. Sus palabras y su vida auténtica me
impresionaron mucho y yo también quise vivir para Dios y
hacerme monja. Tenía 15 años y la abadía de los monjes quedaba

84
Maria Zuflucht der Sünder

lejos de mi ciudad, pero este solo testimonio, una vida sólo para
Dios, fue suficiente para marcar los años siguientes.
Al cumplir los 18 años tuve la oportunidad de vivir en
Nueva Zelanda y graduarme allí de la escuela Secundaria. La
maravillosa familia que me acogió durante aquel año fue para
mí un verdadero regalo de Dios. Los padres eran católicos
practicantes que sabían cómo transmitir la fe a sus cuatro hijos
(el mayor tenía mi edad). Rezaban el Rosario todos los días
y no sólo iban a la Misa cada domingo, sino que también se
acercaban al sacramento de la Confesión. Yo no conocía ni el
Rosario ni la Confesión y un nuevo mundo se abrió ante mí.
Además del valor de esta devoción mariana, comprendí por
primera vez lo que es realmente el pecado y por qué la Confesión
es de gran importancia y no tan sólo “un accesorio” de la Primera
Comunión.
Cuando regresé a Alemania me di cuenta de lo poco que sabía
sobre mi fe, ¡ni siquiera conocía todos los sacramentos! Por eso
decidí estudiar Filosofía y Teología y al mismo tiempo busqué
un convento donde pudiera vivir toda mi vida sólo para mi Dios.
Concluido mi Bachillerato en Filosofía viajé a Roma a través
de un programa de intercambio para estudiar en el Angelicum,
la Universidad de la Orden de Predicadores. Gracias a los
Dominicos escuché la teología tomista por primera vez en mi
vida. Uno de mis mejores profesores, el padre Walter Senner,
O.P., me introdujo en las obras de Alberto Magno y de Tomás de
Aquino, quienes desarrollaron una teología sobre la base firme
de acertados conceptos filosóficos-metafísicos, capaz de dar
respuestas realmente profundas.
Después del programa de intercambio concluí mis estudios
en Alemania y trabajé durante un año como periodista para
periódicos y revistas católicas. Durante los últimos tres meses
trabajé para los Misioneros Oblatos de la Beata Virgen María

85
Testimonios Vocacionales

Inmaculada. Esto fue muy importante para mi vocación. Porque


hasta entonces sabía que Dios me llamaba a la vida religiosa y que
con certeza quería seguir la filosofía y la teología de San Alberto
Magno y de Santo Tomás, pues en ellos había descubierto el
mejor fundamento para poder responder en profundidad a las
difíciles preguntas que otros teólogos no logran responder. Pero
con los Oblatos, que son una Congregación misionera, aprendí
lo que significa transmitir la fe. En su revista, los misioneros de
todo el mundo escribían contando las dificultades de su misión
y al mismo tiempo hablaban con mucho entusiasmo sobre
cómo daban clases de catecismo en la selva o cómo realizaban
bautismos en las circunstancias más peligrosas. El amor a Dios
que los impulsaba era evidente. ¡Y se hizo claro para mí también
que Dios me llamaba a una orden misionera! La fe que yo recibí
quería transmitirla, con la convicción de que esto sería posible
con una sólida base filosófica y teológica que pudiera soportar
los ataques más severos. ¡Ahora le pedí a Dios que me mostrara
una orden que combinara los dos aspectos!
Como ya sabía que quería vivir mi vida sólo para Dios utilicé
el dinero ganado como periodista para volver al Angelicum y así
prepararme para la misión. Esta vez empecé una Licenciatura
con el enfoque principal en la teología de Santo Tomás.
Allí, después de unas semanas, conocí a una compañera de
estudios: era una hermana religiosa de una orden misionera que
utiliza la filosofía y la teología de Santo Tomás como sustento
para todo el trabajo misionero. Dios me había mostrado mi lugar.
Abandoné inmediatamente mis estudios para finalmente, con
28 años, vivir mi vida sólo para Dios. Después de mi Noviciado
y de los tres años de estudios en nuestras Casas de Formación,
mis superiores me enviaron nuevamente al Angelicum para que
pudiera terminar mi Licenciatura. Por la gracia de Dios ahora
soy ambas cosas: una misionera tomista.

86
CREATIVIDAD APOSTÓLICA Y MISIONERA
MARIA UTESHENIE

Uzbekistán

Y o soy una monjita que proviene de un país muy


desconocido, donde hay muy pocos católicos. Me llamo
Maria Uteshenie, que en ruso quiere decir María de la
Consolación. Soy de Uzbekistán, tengo orígenes coreanos y mi
lengua materna es el ruso.
Mi caso es un poco raro. Por eso pienso que es necesario contar
un poco sobre la historia del país, sobre los católicos y sobre los
coreanos. En el siglo XIII los turcos conquistaron Asia Central.
Desde ese entonces más del 90% de la pobla­ción es musulmana.
En 1867, después de la conquista rusa, el cristianismo volvió a
la región por medio de los colonos y oficiales rusos y europeos.

90
Maria Uteshenie

En el año 1937 muchos coreanos y ciudadanos de más de


veinte nacionalidades diversas llegaron a Asia Central (sobre
todo a Kazajstán y Uzbekistán) con la deportación del gobierno
soviético, que temía que fuesen espías. Actualmente hay 30.000
descendientes de coreanos en esas zonas.
Todo eso quiere decir que nosotros tenemos una gran variedad
de culturas y de conceptos de Dios. Mi familia es coreana y como
tal no pertenecíamos a ninguna religión, pienso que debido a la
influencia del Comunismo sobre nuestra cultura. Solo cuando
murió mi bisabuela encontramos una Biblia en coreano, que
luego me regalaron al hacer mis primeros votos.
¿Cómo conocí a Dios o, más bien, cómo Él me buscó?
Cuando yo tenía diez años, faltando pocos días para la
Navidad, nos invitaron a un concierto de órgano al que fui
con mi mamá y mi hermana. El concierto era en una Iglesia
Católica, que es la única en la capital del país. Aquel día quedé
impresionada por muchas cosas. La Iglesia construida al estilo
gótico me atraía mucho por su espíritu de quietud y al mismo
tiempo de mucha solemnidad. También me llamaba mucho la
atención el sacerdote franciscano con su hábito negro. De modo
particular me impresionaba ver que la gente que pasaba delante
del Sagrario hacía algún acto de reverencia. Cuando le pregunté
a mi mamá por qué la gente hacía esto delante de una cajita, no
supo qué contestarme. Y me acuerdo muy bien que durante el
concierto pensaba: “¿Quién es Dios y qué es esa cajita que me
atrae tanto?”.
Unos días después participamos con mi mamá y mi hermana
en nuestra primera Santa Misa. Era la vigilia de Navidad. Yo no
entendía mucho lo que pasaba, pero la solemnidad de la liturgia
tenía algo de misterioso y desconocido para mí que no dejaba
de atraerme. Desde ese día comencé a pedirle a mamá ir más
seguido a la Misa y ella estaba obligada a acompañarme, dado

91
Testimonios Vocacionales

que la iglesia quedaba a una hora de nuestra casa. Después de


dos años acompañándome a Misa y al Catecismo, ella también
pidió comenzar la preparación para recibir los Sacramentos. En
Uzbekistán es muy normal que la gente se convierta ya de adulta.
Así, después de cuatro años de haber escuchado nuestra primera
Santa Misa, recibimos juntas el Bautismo, la Primera Comunión
y la Confirmación. ¡Que gracia enorme! Y fue pura misericordia
de Dios, porque yo era una niña muy traviesa y complicaba la
vida de mi madre.
Desde que pude moverme sola comencé a participar de la Misa
diaria. Podía faltar a la escuela, pero a la Misa no. Mi vida estaba
en la parroquia. Desde la conversión estaba muy agradecida con
Dios por el don de la fe y porque me dejaba conocerlo cada vez
más, pero no sabía cómo agradecerle. Por otro lado, me parecía
que faltar a Misa era un acto de ingratitud de mi parte y el deseo
de servir a Dios se volvía cada vez más fuerte. Yo ya no sabía qué
más podía hacer, todo el tiempo que podía se lo dedicaba a la
parroquia. Siempre pensaba que podía dar más y no sabía qué
cosa. Pero nunca se me ocurrió ser monja. Era claro que Dios
me estaba preparando la mejor parte, pero aún no lo entendía.
En el año 2007, cuando tenía diecisiete años, mi párroco nos
llevó a las Jornadas de los Jóvenes de toda Asia Central, preparada
por la diócesis de Kazajstán. Los jóvenes de Uzbekistán éramos
diecisiete y el total de participantes era trescientos. Las jornadas
eran lo que siempre había soñado desde que conocí a Dios. Yo
no podía creer que todos fuésemos católicos, que tuviésemos los
mismos principios de vida cristiana y que todos nos esforzáramos
por vivir según los mandamientos. Eso para mí era el Cielo.
Se podía hablar tranquilamente de Dios y de las cosas de la fe
en la vida cotidiana. Era algo impresionante, porque nuestros
países estuvieron bajo el comunismo y ahora la mayoría son

92
Maria Uteshenie

musulmanes. Y los católicos de esta parte del mundo estamos


muy acostumbrados a defender permanentemente los principios
de la vida cristiana.
Otra cosa que me impresionó mucho era ver tantas religiosas
distintas, pienso que eran como de siete congregaciones diversas.
Para nosotros era mucho, porque en Uzbekistán la única
presencia de religiosas es la de las hermanas de la Madre Teresa
de Calcuta. Y para mí, la imagen de religiosa eran ellas o las
Carmelitas y no sabía que existiesen otras. Pero cuando vi tanta
diversidad me quedé pensando en por qué ellas dejaron todo y
vinieron a misionar a Asia Central, una tierra tan “seca” y dura
para los misioneros.
Entonces, como yo no podía estar quieta, me metí en la
sacristía “obligando” a unas monjitas que me permitieran ayudar
en la preparación de la liturgia. Todo el mundo bromeaba
conmigo diciéndome que iba a terminar como ellas, pero yo
estaba convencida de que eso no era para mí. Los caminos de
Dios ¡muchas veces nos parece que no son para nosotros! Pero
el tercer día de las Jornadas Dios me mostró muy claramente
que era eso lo que yo había buscado toda mi vida después de
la conversión: vivir para la Iglesia y ocuparme sólo de las cosas
de Dios, agradeciéndole de esta manera la gracia de haberlo
conocido.
En estas jornadas conocí a las Servidoras. Las hermanas que
estaban misionando en Tayikistán y las que recién llegaban para
abrir la nueva comunidad en Kazajstán habían ido a participar
con su grupo de jóvenes. Lo que me llamaba mucho la atención
de las Servidoras, aparte del hábito, era su creatividad apostólica
con los jóvenes. Después me enteré que la creatividad apostólica
es un elemento no negociable de nuestro carisma. Las hermanas

93
Testimonios Vocacionales

estaban todo el tiempo con ellos, rezaban, jugaban, comían


juntos. Para nosotros era un sueño que estas religiosas nos
dedicaran un poco más de tiempo.
Una noche durante las jornadas se expuso el Santísimo para
la adoración nocturna. Yo tenía un turno de media hora, pero al
final me quedé toda la noche rezando para que Dios me mostrara
claramente su voluntad.
Cuando volví a Uzbekistán ya estaba muy decidida. Con
mucha alegría le conté todo a mí mamá y le confesé mi gran
deseo de entregar mi vida al servicio de Dios en la vida religiosa.
Ella no entendía mucho en qué consistía esto, solo recuerdo que
lloró mucho y que estaba muy enojada con el sacerdote que había
organizado el viaje a Kazajstán. Y en señal de protesta dejó de ir
a la Iglesia por tres meses. Para mí siempre fue muy importante
que mi madre me apoyara en todo lo que hacía, pero en este caso
la discordia con mamá no me desanimaba.
Enseguida le conté a las hermanas de la Madre Teresa lo que
estaba pensando y ellas me invitaron a hacer un voluntariado
en el comedor de los pobres. Mi jornada empezaba a las 5 de la
mañana. Estaba todo el día con ellas y volvía a casa a las nueve
de la noche. Y aunque las hermanas eran un gran ejemplo para
mí, parecía que Dios me tenía reservado otro lugar.
Me faltaban dos años para terminar el terciario y no podía
ingresar al Convento hasta concluir los estudios. Dios continuaba
enviándome gracias para perseverar en la vocación. Fue una de las
misioneras de la Caridad quien me animó a perseverar, a ayudar
a mi mamá a aceptar mi vocación y a discernir la Congregación
a la cual Dios me llamaba. Para mí eran muy importantes estas
tres cosas: que la Congregación fuese misionera, porque gracias
a los misioneros tuvimos la oportunidad de conocer a Dios;
que fuese internacional, porque me llamaba mucho la atención
que las hermanas de la madre Teresa eran de distintas partes del

94
Maria Uteshenie

mundo, de distintas culturas y tenían una caridad exquisita entre


ellas; y otra cosa que era muy importante para mí era el hábito,
largo, cerrado y discreto. Y la hermana me dijo que sería bueno
que la Congregación tuviese algo relacionado con la Virgen, que
en ese momento para mí no era tan importante, pero pensé que
si ella pensaba así, entonces sería de Dios.
Enterado el obispo de estos deseos y de que me llamaban
la atención las hermanas de Tayikistán, me consiguió el email
para contactarme con ellas. Las hermanas me contaron que per­
tenecían a una Congregación misionera, internacional y que
tienen el cuarto voto de esclavitud mariana. Yo no lo podía creer.
Fui corriendo a contarle todo a la hermana de la Madre Teresa,
con la respuesta en mano y con mucha alegría. Ella me dijo que
una señal más clara no podía haber. ¡Qué impresionante son los
caminos de Dios!
Terminados mis estudios en el año 2009 ingresé al Convento
en Kazajstán. Allí estuve cinco meses y luego viajé a Ucrania
para realizar el Noviciado. Mi mamá, aunque todavía le costaba
mucho, ya estaba contenta de que Dios nos pidiese esta entrega
y me acompañó a Ucrania. Vivió en el convento dos semanas y
conoció mejor la Congregación. El último día me dijo: “Ahora
estoy tranquila y estoy muy contenta por vos, quiero que
aprendas de verdad amar a Dios, seas muy fiel a lo que Dios
te pide y no quiero que vuelvas atrás”. Y años después, unos
días antes de mis votos perpetuos, volvió a decirme lo mismo.
Me impresionaron sus palabras y me di cuenta de que nuestras
madres también ofrecen nuestras vidas a Dios.
Fue ella misma quien unos días después de mi ceremonia
de votos perpetuos me dijo que no le sorprendería si Dios me
pidiera una entrega aún más radical en la vida contemplativa. Me
sorprendí mucho porque ella no sabía que yo venía pensando en
esto desde hace años. Esta es otra historia de la vocación dentro

95
Testimonios Vocacionales

de la vocación. Pero les cuento que finalmente, luego de algún


tiempo en la misión, vi con claridad que Dios me llamaba a
entregarme a Él en el silencio y la soledad.
Termino con un detalle más: antes del ingreso al Monasterio,
en el día de Todos los Santos, mi abuela recibió los Sacramentos:
se bautizó, recibió la Confirmación y la Primera Comunión.
Para nosotras esto era un milagro y un inmenso regalo de Dios.
¡Ahora somos tres los católicos de la familia!
¡Qué grande es Dios y cómo hace las cosas! Y qué hermosos
son sus caminos, a pesar de las cruces que encontramos. Vale
la pena dar todo por el TODO y Dios nunca se deja vencer en
generosidad y en Amor. Es Él quien nos elige para participar
en su infinito Amor y en la obra de la salvación de las almas. Él
nos eligió para ser sus esposas y madres de las almas tan amadas
por Él.

96
fue rte vi da comu nitaria y el a mbiente de a legr ía
MARIA FIDELITAS SACERDOTUM

Bélgica

M i abuela siempre rezaba por sus hijos esperando tener


un día un hijo sacerdote o una hija religiosa. No tuvo
esa suerte, pero sus oraciones fueron escuchadas…
Dios escuchó también las oraciones de una religiosa belga:
Maria Moeder van de Troost (María Madre del Consuelo) que
pasó años (¡la mitad de mi vida!) pidiendo a Dios que enviase
a nuestro Instituto la segunda vocación de su país. Que mi
vocación es fruto de oraciones, es una consecuencia muy obvia.
Tenía quince años cuando una amiga me contó que su
hermana entraría en el convento. Inmediatamente pensé: ¡quizás
Dios me lo pide también a mí! Pero rechacé esta idea con la

100
Maria Fidelitas Sacerdotum

misma rapidez con la que apareció en mi mente. Tengo quince


años, ¿cómo Dios me va a pedir esto ahora? Pero la idea de una
posible vocación a la vida religiosa no salía de mis pensamientos.
La hermana de mi amiga, avisada de mis dudas vocacionales
por un email que le envié, se convirtió también en una nueva
intercesora.
Cada día era diverso. Un día decía sí con toda el alma, otro
día pensaba que entrar en el convento era simplemente una idea
loca. Decidí empezar de cero a discernir la Voluntad de Dios.
Por momentos estaba muy segura de que Dios me llamaba al
matrimonio, pues ¿por qué me hacía conocer chicos buenos,
católicos practicantes (algo que en Bélgica es más bien difícil
de encontrar) y me daba la posibilidad de formar una familia
cristiana?
Durante el último año del secundario pedí consejo a un
sacerdote y le dije que no sabía qué hacer para conocer la
Voluntad de Dios. Esperaba una charla de 20 minutos, pero solo
me regaló un libro: “Historia de un alma”, y me dijo: “me lo
regalaron las hermanas, pero ya lo tenía. Entonces es para vos”.
Las “hermanas” eran las Servidoras.
Leí el libro y quedé en contacto con este sacerdote. Santa
Teresita me aceptó como su amiga y me dio una imagen de
la vida religiosa que aún no tenía. Su confianza en Dios y su
simplicidad me ayudaron en el camino de mi vocación.
En diciembre del 2014 participé de un campamento donde
pude hablar con una Servidora sobre mi vocación. Al contarle
todo lo que yo pensaba haber visto, la hermana me respondió
simplemente: “Me parece algo más que un deseo superficial,
quizás vale la pena que visites uno de nuestros conventos para
conocer más”. No es que me hubiese dicho mucho, pero me
pareció importante: una religiosa veía en mi historia algo más que
sólo superficialidad. Ese mismo día pude hablar con el sacerdote

101
Testimonios Vocacionales

que me regaló el libro de Santa Teresita. Él simplemente me dijo:


“Me parece algo más que un deseo superficial, quizás vale la pena
visitar uno de los conventos de las hermanas para saber más” (¡!).
Sin dudar viajé a Holanda (ya que en Bélgica no teníamos
fundación todavía) y desde el primer momento me sentí como
en casa, como si fuera la cosa más normal del mundo estar allá
con las hermanas. Hablé con la superiora y ya no quise volver a
Bélgica. Era ya claro que Dios me llamaba a esta Congregación,
no importaba que sólo tuviese 16 años. Pero había que volver.
Ya de regreso, mis papás sospechaban algo, por lo que no
me costó decirles que quería entrar. Pero ellos ya lo sabían de
alguna manera. Lo aceptaron con dificultad, pero me pidieron
que estudiara una carrera antes de ingresar al Convento. Decidí
estudiar Magisterio por ser la carrera más corta y porque pensaba
que luego podría servirme como religiosa. Pedí vivir en una casa
del Opus Dei para universitarias, porque la Misa diaria no me
podía faltar y desde la casa de mis papás era imposible ir cada día.
La Santa Misa y la Adoración eran mis momentos de respiro.
Con la ayuda de mi director espiritual y de muchas hermanas
que se esforzaron para estar en contacto conmigo iba adelante,
siempre un poco más cerca de entrar. Para ayudarme, el Señor me
mandaba consolaciones. Un día, por ejemplo, en el negocio de
“Ayuda a la Iglesia que sufre” de Bélgica encontré una crucecita
de Matará. Nadie en el negocio sabía qué era ni de dónde había
venido, pero yo sabía que había “venido de Dios” para mí.
En la espera se me ocurrieron algunas ideas extravagantes,
como el tic de comprar ropa y otras cosas solo de color azul y
gris. Sabía que en el Noviciado se hablaría en italiano, así que
comencé a memorizar los días de la semana. Además, me inscribí
en cada página web que encontré de la Familia Religiosa para
recibir las crónicas, fotos, noticias, etc., tanto así que el día de la

102
Maria Fidelitas Sacerdotum

Virgen de Luján ¡sabía a qué hora se celebraba la Santa Misa en


la Finca de San Rafael, en la provincia de Brasil y en San Pedro
en Roma!
Pero la consolación más linda fue mi aventura en Argentina.
Desde el primer año de estudios de Magisterio, ya sabiendo que
tenía la posibilidad de hacer las últimas prácticas en otro país,
empecé a preguntar si podría organizar mis propias prácticas
en Argentina en lugar de elegir el programa propuesto por la
Universidad. Después de negociar e insistir mucho y habiendo
hablado con la Directora de nuestro Colegio Isabel La Católica
en San Rafael, obtuve todos los permisos que necesitaba.
Llegado el tiempo de viajar a Argentina decidí que quería
contar mi vocación a muchas personas más y la noticia se propagó
rápidamente entre todos mis compañeros de la Universidad.
Algunos me declararon loca, otros tenían un montón de
preguntas. Viendo tantas almas sedientas de Dios organicé
una presentación durante el recreo del almuerzo. Invité por
Facebook a más de 100 compañeros, pidiendo que me avisaran
los que quisieran venir. Yo quería ver si bastaba una mesa en la
cafetería o si tenía que reservar un aula. Cuando vi que llegaban
a 30 personas le pregunté a un profesor las posibilidades de
reservar un aula. Me preguntó para qué la necesitaba y yo estaba
feliz de decirle que iba a hablar de mi vocación a la vida religiosa.
Le sorprendió, pero me felicitó y me dio permiso.
Fui preparada con una presentación de PowerPoint con
muchas fotos de nuestras hermanas jugando, enseñando, cur­
ando enfermos, etc. Ya todo listo en el aula empezaron a entrar
mis compañeros, más de los que pensaba. No alcanzaban las
sillas, entonces se sentaron en el piso y encima de las mesas. Yo
nunca había visto todos esos jóvenes tan concentrados y atentos.
Después de contar mi historia empezaron las preguntas. Algunas

103
Testimonios Vocacionales

muy profundas, otras más por curiosidad. Pero el ambiente era


hermoso: nadie mostró vergüenza de preguntar y yo estaba feliz,
hablando de la voluntad de Dios para mi vida. Terminado el
tiempo que teníamos todos salieron con una gran sonrisa,
agradeciéndome lo que les había contado. Muchos de ellos me
dieron su correo electrónico pidiéndome que les enviara noticias
de vez en cuando.
Era febrero de 2018 y con una alegría inmensa me dirigí a
Argentina. Período mejor no existía: estuve en todas las fiestas
de la Familia Religiosa, incluido el 30° aniversario de fundación
de la Congregación. Estaba feliz viviendo con las “Cleofitas”
(la comunidad del Colegio, que me acogieron como su hermana
menor) y tan cerca de “la Finca” (el Seminario). Las chicas del
secundario eran mis amigas. Dando testimonio de mi vocación
en cada curso, conocí el Colegio desde adentro, la fe de los
alumnos y los maestros. Fue una gracia excepcional.
Durante todo este tiempo de espera para entrar al Convento
me di cuenta de que Dios me pedía rezar por la santificación de los
sacerdotes. Por ello, cuando finalmente ingresé al Noviciado en
el 2018, le pedí a la Madre un nombre relacionado con la misión
que veía que Dios me encomendaba. Durante ese año y el primer
año del Estudiantado, fue creciendo en mí el deseo de ofrecer mi
vida como un sacrificio para ellos. Yo no me daba cuenta de que
Dios me estaba preparando para la vida contemplativa. Poco a
poco me iba dando indicaciones, pequeñas “pistas”, hasta que el
Jueves Santo del 2020, durante los ejercicios espirituales, todo
se volvió muy claro para mí: Dios me pedía que dedicara toda
mi vida a la oración, a ofrecerme por las almas, especialmente
aquellas sacerdotales.
Pedí mi entrada a la vida contemplativa del Instituto y en
septiembre de ese mismo año ingresé en el Monasterio en
Tuscania para continuar mi formación. ¿Y qué decir de aquellos

104
Maria Fidelitas Sacerdotum

tres largos años de estudio para obtener el título de maestra?


Bueno, ¡ya sabemos que Dios se ríe de nuestros planes!
Doy gracias al Señor por haberme dado el don de la
perseverancia. Doy gracias por las oportunidades de dar testi­
monio de Él durante los años de espera. Doy gracias por las
oraciones y por la ayuda de tantas personas que hicieron posible
que llegue al Noviciado para estar para siempre en esta hermosa
Congregación.

105
MARIA VIRGO LUCIS

Holanda

S oy la séptima de nueve hijos de una familia católica


holandesa. Una familia así numerosa es una gran excepción
en mi país. Mi hermana mayor se casó cuando yo tenía
seis años y a mí, que no sabía nada de la vida religiosa, no se
me ocurría que Dios pudiese pedir otra cosa que no fuese el
matrimonio.
Iba a una escuela cristiana, aunque en la práctica no se notaba
mucho. Un día la profesora de Religión hizo un mal comentario
sobre las monjas. Yo era consciente de ser la única católica de
la clase y darme cuenta de que lo que había dicho no estaba
bien, pero no pude alzar la mano para refutarla simplemente

106
Maria Virgo Lucis

porque no sabía la respuesta. Tampoco tenía muchos criterios al


respecto, pues no conocía personalmente a las hermanas. Así que
decidí que para evitar que se repitiera una situación como esta en
el futuro debía conocerlas.
El prometido de mi hermana sabía de este deseo y me decía
que cerca de su casa había un Convento: “Son jóvenes y alegres,
si de veras quieres conocerlas pregúntales si puedes ir a visitarlas”.
Animada les envié un email y pedí quedarme con ellas cinco
días. Me dijeron que sí.
Quedé muy sorprendida del tiempo trascurrido allí, me di
cuenta de que las hermanas no eran aburridas y de que estando
con ellas me sentía como en casa. Pero en ese momento jamás
pensé que Dios pudiese pedirme a mí algo como esto y, por lo
tanto, luego de haber recibido las respuestas a mis preguntas,
volví a casa.
Finalizando la secundaria quise hacer un voluntariado en
algún país en el que al menos se hablara inglés y pensaba en
un orfanato en algún país de África. Pero no resultaba fácil
encontrar un lugar para mí: porque era demasiado joven, porque
costaba mucho o porque las organizaciones que conocía estaban
en países de África donde ni siquiera sabía si había una Iglesia
católica.
Sin saber todavía a dónde ir, volví a encontrarme con las
Servidoras en una Jornada de Jóvenes. El día estaba por terminar,
yo me dirigía a la salida del edificio para ir al colectivo, cuando
una de las hermanas que conocía me preguntó cómo estaba
y qué andaba haciendo. Le conté de mis deseos de encontrar
una organización para hacer voluntariado antes de iniciar la
Universidad. Mientras le hablaba no me daba cuenta que ella
tenía en sus manos los folletos con información del Voluntariado
de la Familia Religiosa en diversos países del mundo.

107
Testimonios Vocacionales

Durante medio año realicé un voluntariado con las Servidoras.


Estuve cuatro meses en Harlem (Nueva York) y dos meses en
Guyana. El tiempo transcurrido allí fue muy especial para mí,
pero una vez terminada la experiencia de apostolado, volví
a casa y comencé a estudiar Ciencias de la educación, como
hacía tiempo había decidido. Aunque las hermanas siempre
volvían a mi mente yo no volví a visitarlas, sea porque el estudio
demandaba todo mi tiempo, sea porque tenía cierto miedo.
Estudiar era algo que me gustaba de verdad y cuando me daba
cuenta de que podría tener vocación a la vida religiosa -dado
que de alguna manera lo pensaba siempre- no lograba entender
cómo podía ser posible. Si Dios me había dado una cosa que me
gustaba tanto, ¿por qué querría después quitármela?
El último año de Universidad fue terrible. En mi mente no se
acababa la guerra y la duda entre hacer la voluntad de Dios o la
mía no me dejaba en paz. El pensamiento de hacerme religiosa
no era un pensamiento pasajero, ¡a veces ni siquiera me dejaba
dormir!
Un día de enero me dirigía en bicicleta a la estación de tren,
estaba pasando por una rotonda en donde las bicicletas tienen la
prioridad cuando casi me atropella un auto que venía a mucha
velocidad. De haber chocado, aquel golpe sin duda hubiese sido
mortal. Entonces pensé: ¿qué hubiese sucedido si no hubiese
pasado a tiempo? Si me hubiese muerto y hubiese tenido que
presentarme a Jesús, ¿qué me habría preguntado? Tal vez me
hubiese dicho: ¿era realmente difícil? ¿por qué no has querido
seguirme? Entonces, viendo que mi vida podía terminar en
cualquier momento, rezaba pidiendo al Señor que me dé el
tiempo para cumplir su Voluntad.
A finales de enero de 2013 participé de las Jornadas de
formación organizadas por la “Renovación católica”. Durante
la primera tarde una de las líderes contó la historia de Gedeón.

108
Maria Virgo Lucis

Él debía ir a la batalla con su pequeño ejército tal como Dios se


lo había pedido. Se comprende que Gedeón no se entusiasmara
con la idea y que por lo tanto pidiese al Señor dos señales de que
debía ir a la batalla. Y Dios le concedió los dos signos. En aquel
momento la mujer que contaba la historia dijo: “Alguna vez le
hemos pedido al Señor que nos muestre algo. Y si nos ha dado
su respuesta, ahí llega nuestro turno. Es necesario ser obediente
a las cosas que sabemos que Dios nos pide”. Pero la única cosa
que yo quería hacer en ese momento era decir: “No, Señor, lo
lamento, ya tengo otras ideas y no escucharé nada de lo que me
estás pidiendo ahora”.
En febrero las hermanas me invitaron a hacer Ejercicios
Espirituales, pero solo logré llegar a la última parte de los
ejercicios. Fueron dos días muy intensos pues era la primera vez
que realizaba un ejercicio ignaciano. Y en el silencio Dios me
mostró claramente mi vocación.
En abril hablé con un sacerdote que conocía desde los once
años. “¿Qué debo hacer -le pregunté- si sabes que el Señor te
pide una cosa que no quieres hacer? ¿Es necesario esperar a sentir
el deseo de hacer su Voluntad?”. El sacerdote permaneció en
silencio por un momento y después me dijo: “Bueno, cuando
Jesús vino a la tierra sabía muy bien qué cosa le pedía el Padre.
Humanamente no sentía que quería hacerlo… pero lo hizo,
porque sabía que tenía que hacerlo. Es verdad que Jesús era
distinto de nosotros, pero de nuestra parte podemos aprender
mucho de sus ejemplos”.
Ya supe qué tenía que hacer al terminar mi último año de
Universidad. Todo parecía claro en mi cabeza hasta que recibí
una hermosa propuesta de trabajo de parte de una organización
católica que trabajaba con niños y el teatro. Justo en el momento
en que creía tener las cosas claras, me parecía que Dios me
pedía otra cosa. ¡Cuánta confusión! ¿Cómo saber qué hacer?

109
Testimonios Vocacionales

La organización era muy buena y tenían necesidad de ayuda.


¿Podría ayudarlos por un año y luego entrar en el convento?
Pedí consejo a las hermanas y también a una persona que estaba
segura que sabría guiarme. Todos me decían lo mismo: seguir
aquello que Dios me estaba pidiendo. Jamás hubiese estado en
paz de no haber obedecido a la Voluntad de Dios.
¡Cuánto tiempo necesité para darle más importancia a los
deseos de Dios antes que a los míos! Quería hacer mi voluntad,
sin entender que Él siempre sabe lo que nos conviene. Cuántas
veces Dios hubiese podido decirme: “Está bien, si no quieres
escucharme, te dejo y no te digo ya más nada, haz tu voluntad en
lugar de la mía. Es tu vida, haz lo que te plazca, pero no vengas a
mí llorando por haber elegido mal”. Pero Dios no nos abandona
así. La misericordia de Dios es tan grande que nos muestra su
Voluntad en cada pequeña cosa, con una paciencia enorme y
esto no podemos comprenderlo totalmente. Ahora le agradezco
por su insistencia, por no dejarnos como somos y por ayudarnos
a seguirlo siempre donde Él quiere.
Para finalizar, les cuento que en el momento en el que discerní
mi vocación yo no era consciente de que uno de los apostolados
de nuestra Familia Religiosa es precisamente la Educación,
considerada en nuestras Constituciones como uno de los puntos
de inflexión para la evangelización de la cultura. Yo había dejado
mi trabajo porque sabía que Dios me pedía otra cosa, pero
ahora Él me concedió la gracia de misionar precisamente en
una escuela en Francia, en la que me encuentro desde el 2019.
Volví a trabajar en una escuela, ya no solo porque humanamente
me gusta, sino porque Dios me envió a esta misión. Ésta es su
Voluntad y mi trabajo ahora tiene otro valor.

110
MARÍA DEL ALMA SANTA

Argentina

S oy la séptima de una familia numerosa de 8 hijos. Desde


pequeña mis papás me introdujeron en el camino de la
fe y me enseñaron buenos valores que me permitieron
mantenerme firme durante la adolescencia.
Terminando los estudios secundarios y con toda la preocu­
pación que significa el no saber qué carrera estudiar, mi familia
me propuso ciertas profesiones en vistas al futuro laboral y
familiar. Estaba muy insegura porque también me cuestionaba
mi existencia en este mundo. En lo más íntimo de mi ser quería
saber cuál era mi misión en esta vida, lo que Dios pensó para
mí desde toda la eternidad. En esta incertidumbre mis papás

111
Testimonios Vocacionales

me propusieron hacer un intercambio cultural en el exterior


del país. Veían que esto me ayudaría a crecer como persona y a
encontrarme conmigo misma.
Fue así que con 18 años viajé a Estados Unidos para vivir por
un año en una casa de familia en California. Cuidaba a los niños
y en el tiempo libre tenía la posibilidad de ir a la Universidad
para estudiar inglés. Viviendo en el “primer mundo” lo tenía
todo: podía viajar y conocer lugares turísticos, comprarme lo
que quisiera, pero nada de lo que el mundo me ofrecía me hacía
verdaderamente feliz.
Transcurrido este año todavía no sabía qué estudiar al volver
a Argentina. Providencialmente la empresa con la que hice el
intercambio me propuso extender la visa por medio año más,
con la posibilidad de cambiar de familia y conocer la otra costa
del país. Aproveché esta propuesta y me mudé a Scarsdale,
Nueva York, con una nueva familia que me daba la posibilidad
de ir más seguido a la Iglesia. Por gracia de Dios encontré una
Iglesia cerca donde se celebraba la Santa Misa todos los días y
había Adoración perpetua.
El domingo 17 de mayo del 2014, unas amigas del
Opus Dei me invitaron a recorrer Nueva York. Estábamos
cruzando el Henry Hudson Bridge, uno de los tantos puentes
neoyorquinos, cuando comenzamos a hablar sobre la juventud,
el noviazgo y las familias. Nos llamaba la atención el ver tantas
personas preocupadas, algunas tristes, parejas discutiendo. Nos
preguntábamos por qué no eran felices y concluimos que se debía
a la ausencia de Dios en un ambiente materialista y consumista,
que ha dejado a Dios en el último lugar, que se ha olvidado
de que es Él quien nos ha creado y que tiene una misión para
cada uno de nosotros. Yo pensaba también en cuál sería la mía y
qué sería de mi vida al regresar a Argentina.

112
María del Alma Santa

En ese momento vimos cerca de 15 hermanas cruzando el


puente. En seguida me llamó la atención lo felices que se veían.
Una de mis amigas dijo: “Miren a esas monjas, lo felices que
están. Seguramente es porque están llenas de Dios”. De pronto
tuve un gran deseo de ser como ellas y sentí que Dios me
confirmaba que quería que me entregase completamente a Él en
la vida religiosa. Pero pensé que era sólo mi imaginación porque
Dios no me podía llamar a mí.
Apenas volví a la casa busqué por Internet a esas hermanas
que había visto para descubrir el nombre de su Congregación.
Le pedí a Dios que me diera una señal: si Él quería que yo fuese
religiosa tenía que encontrarlas, de lo contrario, sería signo de
que no tenía vocación. Estuve buscándolas cerca de una hora y
no las encontré. Entonces pensé que Dios tenía otro plan para
mi vida.
Al poco tiempo una amiga me contó que estuvo viendo una
audiencia papal y que el Papa Francisco invitaba a los jóvenes
a hacer Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola para
ordenar la vida y darle sentido a cada cosa que hacemos. Ella me
pasó el dato de una página web de unos sacerdotes argentinos
que ofrecían la opción de hacer ejercicios online por tres, ocho o
treinta días. Comencé a hacerlos por treinta días. Pero como me
parecía que no los estaba haciendo bien, me comuniqué con uno
de los sacerdotes que aparecían en esa página web. Cuando él
supo que yo estaba en Nueva York me recomendó hacer ejercicios
espirituales presenciales que se predicarían el mes siguiente en
Maryland. Me dio un número de teléfono para que me pusiera
en contacto con la encargada del retiro. Mi amiga también quería
hacerlos, entonces ella fue quien llamó y creyendo comunicarse
con la casa parroquial, inició la conversación con la “secretaria”
que, para su gran sorpresa, también era argentina. En ese
momento ella no sabía que estaba hablando con una religiosa.

113
Testimonios Vocacionales

La “secretaria” le pasó la página web donde podríamos encontrar


toda la información sobre los ejercicios que queríamos realizar.
¡Era la página de las Servidoras! Cuando las vi no podía creer que
fuesen las mismas monjas que yo me había cruzado en el puente
el mes pasado. Y en ese momento me acordé que le había pedido
a Dios que me diera una señal si quería que fuese religiosa.
Finalmente, hice los ejercicios espirituales en el Noviciado
de Maryland, cerca de Washington, DC. Allí confirmé mi
vocación, comprendí que Dios me había elegido desde toda la
eternidad para ser religiosa. Cuando terminaron los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio las hermanas me preguntaron cómo
las había conocido. Les conté que había visto unas Servidoras
por primera vez en el puente Hudson de Nueva York… ¡Cuál no
fue mi sorpresa cuando me dijeron que ellas eran las que habían
pasado por ahí ese día! Habían terminado una misión popular
y venían de un largo viaje. Al ver aquel puente decidieron parar
para descansar y caminar un poco…
Mi deseo de ser religiosa que comenzó en ese puente, esa
alegría que vi en las hermanas como expresión de la presencia
de Dios en sus almas, me llevó a desear y querer entregarme
por completo a Dios, dejándolo todo para imitar a Cristo de
modo radical. Todo lo dispuso Dios en su infinita providencia
con número, peso y medida, porque estas cosas solo las puede
hacer Él. Comprendí que la vocación es un llamado de Dios,
es su obra y no la nuestra. Él es quien llama a quien quiere,
como quiere y donde quiere. Es el Espíritu Santo quien inspira,
dejándonos la libertad de seguir sus mociones, para dar nuestro
Fiat. Solo espera de nosotros la disposición del corazón para
aceptar su voluntad y es allí donde encontraremos la verdadera
paz del alma.

114
María del Alma Santa

Comencé mi Noviciado en el año 2015. Ya desde los inicios


de la vida religiosa tuve el deseo de ser contemplativa para
dedicarme a lo único necesario, la gloria de Dios y entregarme a
su servicio para la salvación de las almas. Mi pedido de ingreso
al Monasterio fue aceptado y luego de un tiempo de formación
contemplativa en Tuscania (Italia), me encuentro en Egipto
estudiando árabe, en espera de la fundación del Monasterio del
Bautismo del Señor en Maghtas, Jordania.

115
MARYJA NIEWIASTA
EUCHARYSTII
Italia

S oy Maryja Niewiasta Eucharystii (María Mujer Eucarística).


Tengo 21 años y soy de Verona, Italia. Mi papá es italiano
y mi madre es polaca. Gracias a mis padres recibí una
buena educación cristiana y desde pequeña aprendí a “hablar
con Dios” -como me enseñaba mamá- y a confiar en Jesús.
Pero con el pasar de los años comencé a alejarme de la Iglesia.
La veía como una Institución llena de reglas, algunas de las
cuales no compartía. Pero no dejaba de hablar con Dios, aunque
la mayoría de las veces era solo cuando lo necesitaba.

116
Maryja Niewiasta Eucharystii

En la escuela secundaria comenzó mi profunda caída. Fui el


blanco de burlas insignificantes, que quizá en el momento no
me molestaban mucho. Pero, por mi temperamento, me tomaba
todo como dirigido a mí y volvía sobre estas ofensas horas y
horas, atormentando mi mente y mi alma y convirtiendo lo que
podrían ser “los rasguños” de las burlas en heridas terribles e
incurables. Comencé a sentir un gran vacío, soledad y abandono.
Trataba de llenar estos sentimientos con la música, el arte, los
libros, pasando horas encerrada en mi habitación.
Durante el Bachillerato las cosas no mejoraron, aunque ya
no tenía que lidiar con las burlas o cosas semejantes. Yo misma
era la principal causa de mis males y lo sabía, pero me había
acostumbrado tanto a vivir encerrada en mi propio malestar que
no quería otra cosa y tenía miedo de estar mejor. Tenía pocos
fieles amigos, aunque sólo hasta cierto punto. Llegado el tercer
año del Bachillerato comencé a vestirme y a maquillarme de
negro y a escuchar música de tipo emo-satanista. Lo hacía por
rebelión, con la esperanza de que alguien se diera cuenta de que
estaba pidiendo ayuda a gritos y me salvase del infierno en el que
me estaba metiendo. Yo misma experimentaba que todas estas
cosas me producían daño, pero sentía que no podía abandonarlas.
Me ocurría, por ejemplo, que cuando escuchaba a un cantante
abiertamente satanista tenía una sensación de malestar interior
terrible, pero aun así no podía dejar de escucharlo. Era en verdad
una cosa diabólica.
Continuaba yendo a Misa todos los domingos para despistar
a mis padres y porque en el fondo yo sabía que allí estaban
las respuestas que buscaba. Incluso por un tiempo participé
de la Misa diaria, pero me sentía culpable porque sabía que mi
conciencia no estaba limpia y ya no me atreví a seguir yendo. Sin
embargo, Dios seguía llamándome.

117
Testimonios Vocacionales

En el tercer año del Bachillerato las cosas llegaron a un punto


sin regreso. La única amiga en la que confiaba y en la que había
puesto mi esperanza me dijo que ya no quería estar conmigo,
que yo era demasiado negativa, que estaba apegada a mi dolor
y que la estaba arrastrando al mismo agujero negro. Y tenía razón.
Suspendimos todos los planes que teníamos juntas, incluido el
viaje a las Jornadas de la Juventud en Polonia.
Faltaba una semana para que el grupo de jóvenes de mi
diócesis partiese a la Jornada de la Juventud con el Papa. El
domingo previo fui a Misa con mis padres y el sacerdote encar­
gado de los jóvenes vino a saludar a mi familia. Al verme me
ofreció la propuesta de mi vida: se había liberado un puesto en
el bus y él tenía necesidad de alguien que hablase polaco para
ayudar a traducir si fuese necesario. Le dije que lo pensaría y
durante la Misa me decidí a aceptar la propuesta y aprovechar la
oportunidad para cambiar un poco de aire.
Y fue allí, en Polonia, donde comenzó mi conversión pues
finalmente me confesé y me sentí libre. El Evangelio de la pri­
mera Misa de la Jornada era el pasaje de Zaqueo, que creo ser
para mí: “…desciende porque hoy debo ir a tu casa”. Ya no fue la
misma persona la que volvió de las Jornadas. Había cambiado y
la alegría fue la base de mi llamada. Hice nuevos amigos, amantes
de Cristo y pasé un año de mucha felicidad, aunque ésta todavía
no era completa.
Al terminar el cuarto año del Bachillerato comencé a pensar
qué cosa haría de mi vida. Tenía mil caminos abiertos, pero no
podía elegir una cosa y todo me parecía vano y vacío.
En un momento presencié una discusión familiar muy
fuerte que me entristeció al punto de encerrarme en mi cuarto
y preguntarle a Dios por qué Él no hacía nada. Me sentía

118
Maryja Niewiasta Eucharystii

impotente, no entendía cómo yo podía ayudar en situaciones de


este tipo y le gritaba a Dios qué quería de mí. Me fui a dormir y
Dios me respondió a la mañana siguiente.
Apenas me desperté mi mente estaba vacía, hasta que una
palabra apareció ocupando toda mi atención: MONJA. ¡Todo
tenía sentido! Me hacía religiosa, rezaba por mi familia y las
cosas andarían mejor. Pero había algo más. Descubrí que los
dones que Dios me había dado no eran solo para mi vida, sino
para los demás. Son dones para dar a otros. Así me invadió una
paz que jamás había sentido y el pensamiento de convertirme en
monja se volvió una certeza.
No tenía idea de qué se hace para ser religiosa y busqué en
internet “cómo convertirse en monja”. Navegando en la web
encontré el sitio de las Servidoras del Señor y de la Virgen de
Matará. Analicé la página de pies a cabeza, vi que entre las fotos
no había ninguna triste y aún más, eran todas muy jóvenes. Era
lo que buscaba.
Le conté todo a mis padres y no se sorprendieron tanto.
Llegaron las vacaciones y pasamos un mes en Polonia con mi
familia, el mes más feliz de mi vida antes de ingresar al Convento.
Contacté a las Servidoras y el día que me respondieron estaba
tan contenta que volaba.
De regreso a Italia participé de la jornada de discernimiento
vocacional en Bagnoregio, donde está la casa de formación de
las hermanas apostólicas. A decir verdad, no tenía necesidad de
hacer discernimiento, pero aquellos días me sentí como en casa
y experimenté una certeza tal que jamás podría contradecirme.
Pero el dilema ahora era otro: yo quería ser monja y tenía que
terminar la escuela secundaria. Me preguntaba si debía terminar
primero los estudios en mi casa o aceptar la propuesta de

119
Testimonios Vocacionales

ingresar al Aspirantado, una casa de formación para chicas que


conocen su vocación y quieren vivirla, pero que primero deben
terminar la escuela. Finalmente ingresé en el Aspirantado el 15
de septiembre de 2017, día de la Virgen de los Dolores.
Mis padres estaban orgullosos, ellos mismos habían hecho
una locura cuando tuvieron que elegir entre casarse o esperar
unos años. Ciertamente no fue fácil, a menudo nuestros “ojos
sudaban”, como decíamos con mamá para bromear por el dolor
de la separación. Pero Dios tenía aún más para mí, y ¡cuánto me
avergonzaba de haber sido elegida justo yo!
En el Aspirantado comencé a vivir sólo para Dios, me enamo­
raba de Él cada día más y sentía la necesidad de seguirlo aún
más de cerca. El día anterior a recibir el escapulario de la Virgen
del Carmen quise prepararme bien y busqué rezar más y estar
más recogida. Entonces Dios en su gran bondad me concedió
su gracia: en aquel recogimiento entendí que tenía que entrar al
Monasterio.
Hablé con mi superiora y decidimos que terminaría la escuela
y en el entretiempo me dedicaría a discernir la voluntad de Dios.
Ahora debía ver si tenía que entrar en el Monasterio y realizar
allí mi Noviciado, o si tenía que realizarlo con las hermanas
apostólicas e ingresar más tarde; pues lo mismo sería novicia,
mi sueño del velo blanco se habría hecho realidad y podría
ingresar luego. Sin embargo, el Monasterio me llamaba y mi
corazón anhelaba el silencio, donde se sienten los susurros de
Dios. Después de los exámenes finales de la escuela realicé una
experiencia en Tuscania, donde se encuentran el Noviciado y el
Estudiantado contemplativo.
Antes de llegar me venían ideas extrañas y me hacía películas
mentales sobre el Monasterio. Pensaba que lo que estaba ha­
ciendo era una locura y no sabía qué haría yo encerrada en un

120
Maryja Niewiasta Eucharystii

lugar por años. En el auto, camino al Monasterio, me dieron


ganas de volverme hacia atrás y de no pensar más en la vida
contemplativa. ¡Pero menos mal que llegué!
Una vez allí me inundó una profunda paz que solo Dios
puede dar. ¡Finalmente había encontrado mi hogar! En esos días
entendí que de verdad Dios me quería en el corazón vivo de la
Iglesia. Yo sabía que había ofendido tanto a Dios hasta el punto
de sentirme perdida, pero esto a Él no le importó, me miró y me
amó… y me llamó a vivir con Él.
Así dejando el mundo, familia, amigos, deseos, todo, decidí
entrar en el Monasterio, para decirle a Dios con mis pobres
palabras lo que nuestra Regla monástica llama “El Único
Necesario”: “Sólo Tú bastas y tú solo eres el anhelo de mi corazón”.

121
MARIA MOEDER VAN DE TROOST

Bélgica

M e llamo Maria Moeder van de Troost (Madre de la


Consolación), belga, soy Servidora desde el 2005 y
contemplativa desde el 2011. En este momento vivo
en el Monasterio “Santa Hildegarda de Bingen” en Luxemburgo.
De pequeña recibí la enseñanza religiosa en la escuela, pues
en mi casa nunca se habló de Dios y solo recibí los sacra­
mentos por tradición. Y aunque desde muy pequeña sentía una
fuerte atracción hacia Jesús, cuando llegó el día de realizar mi
Confirmación yo estaba más interesada en la ropa, la gente, la
fiesta, etc., que en el sacramento que iba a recibir. Sin embargo,
ese día ocurrió algo especial. En el momento en el que recibí el

122
Maria Moeder van de Troost

santo óleo entendí que algo muy profundo ocurría en mi alma


y sentí que Alguien me dijo: “Ahora eres mía”. Esta experiencia
me quedó tan grabada que hasta el día de hoy veo que esto fue el
primer paso hacia mi vocación.
Pero en la escuela secundaria la situación se complicó. En las
clases de religión ya no se hablaba más de Dios, sino solo del
diálogo, del respeto y valores hacia los otros. Era la moda de
ser ateo. Entonces mi fe en Jesús pasó a ser un asunto privado.
Interiormente seguía rezando y buscando a Dios, ¡y Él también
me buscaba a mí!
Cuando tenía 16 años vi muy claro la vocación religiosa, pero
me parecía un sueño inalcanzable, primero tenía que terminar
la escuela, después quizá estudiar algo más. A los 18 años Dios
volvió a golpear en mi puerta, pero yo había puesto un cartel que
decía: “No estoy, llama más tarde”.
Cuando tenía 21 años se produjo un quiebre en mi vida. Mi
madrina y tía por parte de mi papá murió de cáncer. Ella era mi
gran apoyo, mi ejemplo a seguir. Y me enojé mucho con Dios.
¿Cómo podía sacarme mi único sostén? ¿Cómo tenía que seguir
en el buen camino sin ella? Me enfermé de tristeza, me rebelé y
me fui por mal sendero cayendo en el pecado, como queriendo
decirle a Dios: “¡Mira lo que hiciste!” echándole de este modo
la culpa de mi comportamiento destructivo. Así pasaron nueve
años.
En el año 2000 comencé a trabajar como guardia en una
cárcel. Tenía un sueldo considerable, un auto muy lindo y nuevo,
celulares y computadoras de último modelo, podía darme varios
lujos. Con todo y más aún, me sentía vacía y muy infeliz. Pero
Dios volvió a golpear a mi puerta.
Sin nunca haber escuchado hablar de los Ejercicios Espirituales
de San Ignacio vinieron a mi mente estas preguntas: “¿Qué he
hecho por Cristo?” Nada, viví en pecado, lejos de Dios. “¿Qué

123
Testimonios Vocacionales

hago por Cristo?” ¿Sí, que hago? ¡Cumplo 30, tiempo para
cambiar la vida! “¿Qué he de hacer por Cristo?” Volver a Él y
estar feliz, ¡ya! ¿Pero cómo? ¿Dónde empiezo?
Una noche de trabajo en la cárcel, un preso me dio un
periódico holandés. Después de realizar la primera ronda de
control me puse a leerlo para ayudarme a mantenerme despierta.
Abrí el periódico y ¡ZAS!, un artículo de la Madre Anima Christi
sobre la Congregación: dos páginas llenas de Dios, de alegría. La
energía me saltaba del papel. ¡Eso era lo que buscaba! Pero ¡en
Italia!… Era muy lejos, ¿cómo se lo explico a mis papás? Me llevé
las páginas a casa y las leí y releí. Esto ocurrió en el 2003.
Un año más tarde (¡Dios ha tenido TANTA paciencia con­
migo!) vi un documental en la televisión sobre el Camino de
Santiago. Distintos peregrinos daban su testimonio y hablaban
de “un nuevo inicio” y de “tomar decisiones”. Un nuevo signo
y un golpecito de mi ángel en el hombro. “¡Listo! ¡Me voy!”. Y
sin mucha preparación partí sola a mediados de mayo del 2004.
Solo pensé esto: “No vuelvo de España sin respuesta, si tengo
que ser religiosa, me decido y basta. No quiero volverme vieja
pensando y quejándome de no haberlo intentado. ¿Vivir la vida
llena de oportunidades perdidas? NO”.
Dios me puso muchos ángeles en el Camino, personas que
en mi peregrinar hacia Compostela me iban diciendo lo que
necesitaba escuchar en cada momento. En una oportunidad un
hombre me dijo: “Si no haces lo que Dios quiere de ti, nunca
vas a ser feliz”. Volví a encontrármelo ya en Santiago y le conté la
decisión que había tomado. Le pregunté si podía tener su email
para seguir en contacto y me respondió: “No, no es necesario,
yo cumplí con mi misión en tu vida. Que te vaya bien”. Y se fue.
Cuando volví a casa empecé a escribir a algunas Órdenes
religiosas pidiéndoles ir a conocerlas. En una oportunidad una

124
Maria Moeder van de Troost

hermana me dijo: “Cuando entres en un convento y te sientas


invadida por una paz y alegría interior muy fuerte, este puede ser
un signo de que Dios te llama allí”.
¡En septiembre llegó el tiro de gracia! En un sitio de noticias
católicas de internet leí esta frase: “Las hermanas de la Madre
Anima Christi llegan a Holanda”. Me puse en contacto con las
Servidoras y me invitaron a conocerlas en una toma de hábito
que se haría allí. Viajé hasta Holanda y fue la misma Madre
Anima quien me abrió la puerta del Convento. Me parecía
que había llegado a casa y sentí una paz y una alegría enorme.
¡LISTO!
Por fin ingresé al Convento el 3 de abril del 2005, el domingo
de la Divina Misericordia. Mi patrono, San Juan Pablo II, había
partido al Cielo la noche anterior.
En Holanda terminó la búsqueda y empezó una vida nueva.
Otro país, otra cultura, otra vida, pero Dios guiándome siempre.
¡Qué gracia y qué agradecida que estoy!
Y ya desde hace nueve años que soy religiosa contemplativa.
Dios me hace reír, ¡me sacó de la reja de la cárcel para ponerme
atrás de otra! Es el humor de Dios. Estoy totalmente feliz y más
libre que nunca. ¿No me creen? ¡Vengan y verán!

125
MARIAM AL-HABIBA

Egipto

M e llamo Mariam al-Habiba (que traducido del árabe


significa María, la que ama), nací en Alejandría de
Egipto el 25 de marzo de 1990. En el año 1999
llegaron a Alejandría los sacerdotes del Instituto “Del Verbo
Encarnado” y un poco más tarde las Servidoras. En ese entonces
yo tenía ocho años.
Los religiosos del grupo fundador eran todos jóvenes y
tenían un gran espíritu misionero. A pesar de no tener ninguna
experiencia en tierras árabes, se aventuraron a la misión: llegaron
sin saber la lengua, sin tener fondos económicos y sin un lugar
seguro para alojarse. Egipto es uno de estos países en los cuales

126
Mariam al-Habiba

vivir resulta peligroso si uno no sabe inculturizarse, entender la


mentalidad musulmana y así saber cómo entrar en la sociedad.
Las hermanas empezaron a buscar alguien que les enseñara la
lengua árabe y buscaban entre las señoras que participaban en
la Santa Misa. Esperaban encontrar algún rostro amigable que
les inspirase la confianza suficiente como para pedirle que les
enseñara el difícil idioma gratuitamente. ¡Y eligieron a mi mamá!
Mi madre hablaba árabe, francés e inglés. Las hermanas
hablaban español e italiano. Remarco este detalle para hacer notar
cómo la Virgen y el Espíritu Santo las ayudaron en el aprendizaje
del árabe, pues no sé cómo se entendían entre ellas. ¡Aun así
aprendieron muy bien el árabe coloquial de Egipto! Yo iba con
mi mamá y me gustaba jugar con las hermanas, encontraba en
ellas una alegría y una paz contagiosa a la vez que muy espiritual
y las veía felices a pesar de ser muy pobres llamándome todo esto
mucho la atención.
Fui creciendo y cada vez me impactaba más la plenitud
-paradójica para mí- que notaba en sus vidas. Pensaba que
yo lo tenía todo: casa, amigos, talentos, deporte, buen nivel
económico en la familia y acceso a una escuela de alto nivel, todo
esto rodeado de una gran comodidad, y sin embargo sentía que
nada de esto me satisfacía. Buscaba una cosa y luego otra y nada
me llenaba, como si no estuviese donde Dios quisiera. Y ellas,
que no tenían nada ni nadie, siendo todavía jóvenes (tenían
todas entre 21 y 28 años) estaban siempre felices, llenas de una
paz profunda, como si estuvieran satisfechas aun sin tener nada.
Llenas de algo que era misterioso para mí. Y empecé a investigar:
¿Cuál es el secreto de estas hermanas, ese secreto que las llena
tanto y que yo no tengo?
A los 14 años mi mamá me convenció de participar en los
ejercicios espirituales predicados por un sacerdote y una hermana
de nuestra Familia Religiosa. El tercer día de los ejercicios,

127
Testimonios Vocacionales

escuchando la lectura de la “Imitación de Cristo” sentí que Dios


me dirigía directamente estas palabras: “Quiero que dejes todo,
todo para mí, y que me tengas sólo a Mí y a nadie ni nada más.
Nada vale en este mundo, quiero tu vida entregada a mí. Te
quiero toda entera para mí”. Fue una gracia de primer tiempo
de las que habla San Ignacio: sin dudar ni poder dudar supe que
esta era una llamada de Dios directa y personal para ser religiosa
como “ellas”, toda para Él solo.
Decidí entrar al Convento pero mi padre no me daba permiso.
Mi madre no me lo prohibió, pero se quedó en silencio y buscó
saber más sobre la llamada a la vida religiosa, pues no quería
negarle a Dios la vocación de uno de sus hijos. Aun así, le costaba
entender que pudiera llamarme a esta edad.
Durante los siguientes tres años continuaba yendo los fines
de semana a ver las hermanas para mantener encendida la
llama de mi vocación y no dejarme absorber por las atracciones
del mundo adolescente. Porque yo amaba la vida del mundo,
había empezado a jugar muy bien al Tenis, era soprano solista
y componía cantos para un coro, tenía muchas amistades, etc.
Comenzaba a notar que al acercarse la edad en la que podría
ingresar al convento, el mundo y el diablo me presentaban
muchos más éxitos y consuelos mundanos.
Cuando cumplí los 17 años y me faltaban dos semestres
para terminar la escuela, empecé a recordar a mis padres que
yo estaba determinada a entrar en el Convento. Mi mamá
lloraba emocionada en silencio, agradeciendo a Dios por este
don entre sus hijos, mientras que mi papá no podía creerme,
sufría mucho por este tema y no quería saber nada. Él esperaba
que yo alcanzase muchos éxitos universitarios y viviese sin sufrir
en la casa paterna. Él creía que por mi edad yo no sabría tomar
una decisión como ésta delante de Dios y, no conociendo la
Congregación, pensaba que se trataba de un grupo de jóvenes

128
Mariam al-Habiba

buenos pero que no conocían las cruces de una verdadera vida


religiosa. Su miedo era que yo entrara al Convento y en dos días
volviese a casa. Mi padre no era malo, pero no podía ver la mano
de Dios detrás de mi insistencia.
Cuando faltaban tres meses para terminar la escuela le supliqué
a Jesús, mi futuro Esposo, que con mi entrada en el Convento
me diera la oportunidad de dar un gran testimonio y de hacer
un gran apostolado entre mis compañeras y las jóvenes que me
conocían. Quería que todos pudiesen ver que solo Dios basta y
que todo es vano frente a la llamada de Cristo. Para ello le pedí a
Jesús que me ayudara a sacar el promedio más alto de la escuela
y que yo pondría todo de mi parte para lograrlo. Esto se lo pedí
porque en Alejandría la mentalidad es que si dejaste de estudiar
es porque no pudiste ingresar a la Universidad que querías, ya
que en Egipto cada Universidad acepta a los estudiantes según el
promedio que hayan tenido en la escuela.
Yo nunca fui de los primeros alumnos. Pero cuando terminé
los exámenes finales la sorpresa fue total: obtuve el primer
promedio de la escuela, el segundo de la ciudad y el tercero
del país (aunque en los periódicos aparecí en quinto lugar,
porque es su política que los primeros lugares deben ser para los
musulmanes y luego para los cristianos, aunque los porcentajes
demuestren otra cosa).
Después de esto le dije a mi padre que en diez días entraría
al Convento. Solo entonces se dio cuenta que estaba hablando
en serio. Intentó “salvarme” de este peligro de la vocación y
me llevó a hablar con tres sacerdotes distintos. Pero yo tenía
claro, solo por gracia de Dios y de su Madre, que el mundo me
absorbería y que no podría dejarlo más tarde, que el no ser fiel a
la gracia en su momento significaría perderla. Mi padre incluso
me llevó a hablar con el Nuncio apostólico con la esperanza
de que me convenciera de quedarme. Pero dialogando con el

129
Testimonios Vocacionales

Nuncio le pregunté (sin haberlo pensado antes, era Dios que me


socorría): “¿Y cómo fue su vocación?”. Me contó que él había
sido seminarista menor ¡desde los 13 años! Y él mismo me dijo:
“Yo no tengo derecho de prohibir a nadie seguir a Cristo. Cristo
llama cuando quiere, no hay condición de edades”. Y me dio su
bendición. Pobre mi papá, quedó muy dolido… Yo solo podía
llorar por las noches pidiendo a Dios fortaleza para seguirlo a
pesar del dolor de mi padre.
Finalmente, el 5 de agosto del 2008 llegué al Noviciado “Santa
Tais” en King-Mariut. Con los años mi padre fue percibiendo
mi gran felicidad y plenitud, llegando a decirme: “¡Quién sabe
hija, tal vez al final de esta vida, tu habrás tenido la razón”; y
otras veces: “¡Al menos estoy tranquilo de que mi suegra es la
mejor y de que tu Esposo es lo mejor de lo mejor!”.
Viví tres años en la misión de Egipto y tres en Italia cuando vi
delante de Dios que todavía me faltaba un paso más de entrega y
que Dios me pedía dedicarme sólo a Él. Quería un ofrecimiento
de mí misma, como el incienso escondido que sube hacia Él,
en pureza y totalidad absoluta, para cooperar en la salvación
de los hombres, especialmente por quienes tengo una deuda
de gratitud, por mi Familia Religiosa y por los sacerdotes del
IVE. Tuve que esperar un año para ingresar al Monasterio pues
me habían pedido estudiar Filosofía en Roma. Finalmente en
el 2014 ingresé al Monasterio de Brooklyn (Estados Unidos)
en donde viví dos años. Luego fui destinada al Monasterio de
Velletri, Italia, en el que me encuentro hace cuatro años y que
tiene como intención particular rezar por los sacerdotes.
Que este, mi humilde y sencillo testimonio, sirva como
esa semilla que despierte nuevas vocaciones que se consagren
enteramente a Dios, el Único Necesario, El Único que da esa
paz y esa alegría contagiosa a la vez que tan profunda.

130
MARÍA DE LOS DOLORES

Argentina

L a historia de mi vocación coincide con los inicios de


nuestro Instituto Religioso. Por designio de Dios formé
parte del primer grupo con el que el P. Buela fundó las
Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará en el año 1988,
contando entonces con sólo 15 años de edad y el permiso de mis
padres.
Inmensa es mi deuda de gratitud para con Dios y para con
los primeros seminaristas y sacerdotes del IVE, a través de los
cuales Dios me dio a entender que me había creado para Sí y
me enseñó el modo de consagración que quería para mí. Conocí
el Instituto “Del Verbo Encarnado” en el año 1985, cuando

131
Testimonios Vocacionales

un día llegaron al paraje de Los Maitenes, donde entonces yo


vivía con mis padres y hermanos. Este lugar, de cielos diáfanos y
paisajes de vid y frutales, distante unos 15 kilómetros del centro
de la ciudad, se había convertido, en unos de sus centros de
apostolado. Los seminaristas y los sacerdotes visitaban las casas
caminando largas distancias y con esmero y responsabilidad nos
enseñaban el catecismo, a rezar el rosario y a participar de la
Santa Misa, de la que sólo teníamos posibilidad de participar
una vez al mes.
En octubre de aquel mismo año recibí la Confirmación en
La Finca. Era la primera vez que iba al Seminario y recuerdo esa
alegría cristalina que había visto en nuestros “misioneros de Los
Maitenes” multiplicada en muchos “padres”, como llamábamos
a los seminaristas. Todos estaban felices y sonreían con gran
amabilidad. Allí conocí al P. Buela y a Monseñor Kruk.
Al año siguiente nos mudamos más cerca de la ciudad. El
Seminario nos quedaba a algo más de media hora de camino
y la escuela donde estaba el Centro Misional Suter, a escasos
5 minutos a pie. Esto me dio la oportunidad de dedicarme de
lleno a profundizar en la fe y en la vida cristiana. Me invitaron a
formar parte de la “Legión de María” y a ser catequista. Comencé
a hacer el apostolado que me asignaban en “La Legión” y eso me
hacía muy feliz. Ayudaba con mucho gusto en toda actividad
apostólica a la que nos invitaban a formar parte, especial­
mente en la preparación de Pesebres Vivientes. A veces incluso
organizábamos de propia iniciativa con los amigos del barrio
algún emprendimiento apostólico que habíamos aprendido en
La Finca (como desde esa época se empezó a llamar al Seminario
de San Rafael). Además, todos los sábados teníamos charlas de
formación. Nos enseñaron a confesarnos y el hermano “Payo”
me aconsejó que hiciera dirección espiritual. Me enseñó en qué
consistía y me presentó al P. Buela, quien comenzó a dirigir mi

132
María de los Dolores

alma. El Padre me hablaba varias veces de Marcelo Morsella,


que fue el primer seminarista “Del Verbo Encarnado” en partir
al Cielo, me lo ponía de ejemplo para crecer en la vida espiritual
y practicar la virtud. En 1987 hice mi primera consagración a
María en frente a la imagen de la Virgen de Luján que estaba, en
ese entonces, en el patio de la Casa San Pedro.
A menudo pensaba para mis adentros: “Si fuera varón ¡ya
mismo entro al seminario! … ¡pero soy mujer!” Y me quedaba
resignada, sin imaginar que todo se solucionaría de la mejor
manera. Mientras tanto yo trataba de vivir para Dios.
En uno de los libros que había tomado prestado del seminario
leí la historia de santa Rosa de Lima, y allí encontré la solución
a mi dilema: teníamos una habitación vieja detrás de la casa y
pensé en vivir allí sola, consagrada a Dios como Santa Rosa,
según lo que yo entendía. La negativa de mi madre vino a ser
consolada con la noticia de que el P. Buela pensaba fundar la
rama femenina del IVE. El seminarista que me invitó a participar
de las reuniones que se llevarían a cabo en la parroquia San
Maximiliano tuvo, gracias a Dios, la idea de decirlo delante de
mi mamá y mi papá. Con esto me ahorró mucho jaleo.
¿Qué veía en ellos para querer unirme a sus filas? En su
momento sólo podía describir rasgos atrayentes, pero ahora creo
que lo más apropiado es decir que me cautivaba la belleza del
carisma. Ellos vivían según el carisma y, espontáneamente, lo
dejaban ver en lo que hacían. Los veía alegres, con esa hermosa
combinación de alegría y sacrificio que supone una vida virtuosa.
Los veía normales, como nosotros, pero había algo en ellos que
proclamaba su pertenencia a Dios y que nos inspiraba confianza,
pero a la vez veneración y respeto. Eran apostólicos, abnegados,
agradecidos y mostraban un gran amor a Jesús, a María y al
P. Buela por ser el Padre Fundador, Padre de toda esa hermosa
“Familia de La Finca” … ¡y a nosotros ya nos habían hecho parte

133
Testimonios Vocacionales

de esa Familia Espiritual! Era nuestro segundo hogar. Antes de


que se diera esta posibilidad de vivir como ellos, había pensado
en ser maestra de frontera en zonas inhóspitas. Soñaba con una
vida de sacrificio y entrega, un ideal difícil que exigiera lo mejor
que yo pudiera dar para hacer felices a los demás. Y el Señor vino
a colmar todos los deseos de mi corazón.
Fue así que, a fines de 1987 me uní a las primeras reuniones
sobre cómo sería la nueva fundación. Y desde los Ejercicios
Espirituales de 1988 y posterior convivencia y fundación del
Instituto he perseverado, por gracia de Dios, hasta el presente.
El llamado de Dios me ha llevado como misionera a Perú, a
Estados Unidos y la mayor parte de mi vida a Extremo Oriente,
en Taiwán y Filipinas.
Cuando llegué a Taiwán y fuimos a la parroquia “Del Verbo
Encarnado” en Taichung, me encontré con el P. Lucio Flores,
IVE. Había varios niños paganos que habían ido a jugar y me
encontré con que estaba allí, vivo, el mismo espíritu de cuando
yo llegaba a la siesta a La Finca. La misma caridad, la misma
acogida, el mismo espíritu de familia.
A pesar de mis inquietudes por la vida contemplativa la
Voluntad de Dios me quiso en el ejercicio del apostolado antes
de llamarme al claustro, cosa que pude concretar en el 2018, en
Tuscania, Italia.
Cuando llegué al Monasterio para iniciar la Formación
contemplativa encontré la alegría, el espíritu de sacrificio y el
compromiso con la vocación que vivimos en el primer año
de fundación en 1988. El mismo carisma, desplegado en las
circunstancias dispuestas por la Providencia.
Con el paso del tiempo estos rasgos tomaron el nombre de
“elementos no negociables anexos al carisma”. Uno de ellos, que
dejé para el final, es la tierna devoción a Nuestra Señora, que creció
en mí con especial ímpetu desde que conocí la Congregación.

134
María de los Dolores

Ella, en verdad, ha hecho todo en mi vida. Desde los inicios de


la adolescencia cuando leí el “Tratado de la verdadera devoción
a María”, soñaba con estar entre esos apóstoles, enseñados por
Ella, hechos parecidos a Jesús, en Ella. Eso también me lo ha
concedido el Señor, estar abandonada a María, ahora en la vida
contemplativa y Ella hará su obra.

135
MORDER LA REALIDAD
MARIAM KIDANE MEHRET

Argentina

S oy la Hermana Mariam Kidane Mehret que significa


María Pacto o Alianza de la Misericordia. Es un nombre
en lengua amárica, la lengua que se habla en Etiopía.
Soy argentina. De familia de “tradición católica”, pero no
practicante. Aun así, recuerdo haber aprendido de labios de
mi madre la oración al Ángel de la Guarda y el Padre Nuestro
y mi padre permitió que sus hijas fuéramos educadas en la fe
y recibiéramos todos los sacramentos. Y si bien mis padres no
habían sido capaces de transmitirme una fe viva (porque ellos
mismos no la habían recibido, quizás), sí me enseñaron a desear
ser una persona de bien.

138
Mariam Kidane Mehret

Como la gran mayoría de los adolescentes que yo conocía,


luego de haber recibido la Confirmación dejé de frecuentar la
Iglesia. A pesar de esta lejanía, a lo largo de mi vida mantuve una
promesa que de niña hice a Dios. Debido a un grave accidente
de tránsito que habíamos tenido con mi familia cuando yo
estaba por cumplir nueve años, de la gran impresión y miedo
que tuve de ver a mi mamá toda ensangrentada, le hice una
promesa a Dios de rezarle cada noche un Ave María y un Padre
Nuestro para agradecerle y pedirle nunca más nos sucediera algo
así. Esta promesa la mantuve todos los días de mi vida y aún
en los momentos aparentemente más alejados de Dios, antes de
dormirme, rezaba.
Crecía convencida de que yo era la única medida de mis días:
sería lo que fuese capaz de hacer por mí misma. Cuando terminé
el colegio Secundario, comencé a estudiar en la Universidad
Tecnológica Nacional, carrera de Ingeniería en Sistemas de
Información. El estudio no me costaba, el primer año me
había ido muy bien. Pero al comenzar el segundo año, a los 19
años, empecé a trabajar en una discoteca, a ganar buen dinero,
y allí comenzaron los problemas. Malas compañías, alcohol y
trasnoches. Ese año, descuidé todas mis relaciones y mi carrera
universitaria. Al final del año me di cuenta, que había perdido el
año de universidad, por mis inasistencias.
Sin tomar real conciencia de la situación, organicé para irme
de vacaciones con mis amigas, al fin y al cabo, tenía ahora mi
propio dinero. Cuando ya tenía todo listo para irme, mi padre me
preguntó cómo me había ido ese año. Al escuchar mi respuesta,
simplemente canceló mis vacaciones porque no me las merecía.
¡Y así fue! Estuve los tres meses de las vacaciones, encerrada en
mi casa, muy enojada con mis padres.
Al finalizar el verano, mi padre me llamó para hablar y me
hizo reflexionar sobre el andar de las cosas el año anterior, y

139
Testimonios Vocacionales

me preguntó qué quería hacer: seguir estudiando o trabajar, o


cambiar de carrera, que él me apoyaría en esa decisión. Yo, que
había tenido mis buenos tres meses para reflexionar sobre lo
sucedido, le dije con los ojos en lágrimas, que lo único que veía
con claridad es que quería hacer cosas grandes, y que en lo que
fuera, elegía lo más grande, quería que mi vida fuese distinta
que la del resto.
Decidí retomar la universidad. Con 25 años me recibí de
Ingeniera. Era algo que soñaba que sucediese. Y, sin embargo,
cuando sucedió… No fue lo que yo esperaba. Había puesto
todas mis expectativas en ese momento, en ese logro, creyendo
que eso me daría felicidad…y no fue así, mi alma seguía vacía.
Dos años antes de recibirme, había comenzado a trabajar en
una gran empresa multinacional, y al recibirme quedé efectiva
con un muy buen contrato. Más rápido de lo que yo misma
me daba cuenta comenzaron a aumentar mis responsabilidades.
Un ascenso siguió a otro, y a otro. Con 27 años, fui nom­
brada Gerente del Departamento de Sistemas de la empresa. Al
año siguiente llegó otro ascenso, Gerente de área para toda la
Argentina, tuve que trasladarme a Buenos Aires. No vivía más
que para mi trabajo. Paralelamente a mi ascenso profesional,
crecía el desencanto por todas las injusticias que veía y por la falta
de moralidad en el actuar de muchos de lo que me rodeaban. Si
bien el trabajo me gustaba, comencé a desear ser despedida del
trabajo, pero era algo que deseaba secretamente. ¡¿Cómo podía
desear eso?! ¡Mi vida era un “éxito” para el mundo… pero yo, no
era feliz! El tiempo que duré en este cargo, fue un precipitarme
al vacío. Tenía 28 años. Mucho dinero. Mucha autoridad. Vivía
sola. Tenía mi auto importado. Tenía mi ropa de marca. Tenía
mi tiempo libre.

140
Mariam Kidane Mehret

Frecuentemente cuando llegaba a la noche al departamento me


preguntaba: “y después de esto, ¿qué sigue?”. Hasta ese momento
había hecho correctamente todo lo que la sociedad esperaba de
mí. ¿Qué más podía ofrecerme el mundo? ¿Más dinero? ¿Para
qué? ¿Esa era todo lo que la vida tenía para mí? ¿No había nada
más? ¿Dónde estaba la felicidad? ¿Dónde encontrarla?
Finalmente, y luego de tanto haberlo deseado, quedé libre de
ese trabajo. Me habían despedido, con una gran indemnización.
Ahora que era libre, quería reconciliarme con la humanidad.
Elegí viajar por los países más pobres y miserables del mundo.
Tenía la idea de que allí encontraría esa especie de “humanidad
pura” que buscaba. El recorrido incluía 31 países, de los cuales
22 eran en África, 4 de Medio Oriente, 3 de Asia, y 2 de Europa.
El primer punto fue llegar a la ciudad del Cairo, Egipto.
El primer día me presenté en la Embajada Argentina, y allí
providencialmente, gracias al embajador, conocí a un sacerdote
argentino misionero en Egipto. Ese primer encuentro cambiaría
mi vida. Yo no tenía ninguna intención de contactarme con
argentinos en ese viaje, solo quería entrar en contacto con la
gente del lugar. Pero sin embargo sucedió. No solo que no me
interesaba en absoluto hacer contacto con “chicos argentinos”
(como el embajador los llamaba), sino que mucho menos me
interesaba si esos “chicos argentinos” ¡eran curas! Este sacerdote,
que era muy simpático, escribió en mi agenda todos los contactos
de otros misioneros, curas y monjas, que estaban presentes en los
lugares que yo visitaría, por si necesitaba ayuda.
A la semana de estar en Egipto, agotada de tener que inter­
actuar con una cultura tan distinta, decidí ir a visitar a estos
misioneros. No tanto porque me interesase la labor misionera
(la cual realmente no conocía) sino movida por un deseo de
conocer un modo diverso de vivir.

141
Testimonios Vocacionales

En Alejandría, en la parroquia que el padre me había indi­


cado, conocí a las “hermanas”, todas sonrientes, todas alegres.
Enseguida me acogieron y me llevaron a conocer Alejandría. Yo
no podía parar de hacer preguntas. Todo en ellas me llamaba
poderosamente la atención, sus risas, su alegría y a la vez su
“normalidad”. Comencé a preguntarles quiénes eran. Qué ha­
cían, cómo vivían, si se casaban, si tenían hijos, de qué vivían, si
les pagaban por estar ahí, por qué hacían eso, por qué dejaban
su patria, su familia, su cultura, su lengua… Y tantas preguntas
más.
Esa noche nos quedamos hasta muy tarde hablando. Yo seguía
con todas mis inquietudes, sobre la Iglesia, sobre el Papa, tenía
muchos prejuicios, sin fundamento alguno. Y uno a uno, esos
prejuicios iban cayendo a la par que caía el velo de mis ojos.
Estaba delante de “algo” que hasta entonces ni siquiera se me
había ocurrido que existiera… y ese algo, realmente me dejaba
un gusto dulce en el alma. Había conocido otro modo de vivir,
otro tipo de humanidad. Era positivo. Pero yo tenía que seguir
con mis planes. El viaje debía continuar.
Me despedí. Tomé el tren, y no dejaba de darme vueltas en
la cabeza todo lo que había vivido en Alejandría. Estas mu­
jeres me parecían locas. Eran pobres, pobrísimas, renunciaban
a tener marido e hijos en la carne, iban a donde los superiores
las mandaban, nadie les pagaba por lo que hacían, no tenían ni
para comer, tenían que aprender una lengua dificilísima, lejos de
la familia y de los afectos. ¡Y eran felices! Y tontas no eran, eran
mujeres inteligentes. Era evidente que había algo más.
No era la pobreza lo que las hacía felices, no podía serlo.
Yo había conocido mucha gente pobre y no eran justamente
felices. No era la castidad, el no casarse o el no tener hijos lo que
las hacía felices, eso tampoco podía ser. Conocía muchísimas
jóvenes angustiadas porque se les pasaban los años y seguían sin

142
Mariam Kidane Mehret

conseguir novio. La maternidad y la familia era lo más natural


que yo conocía, toda mujer tendería a ello. La castidad no podía
ser la felicidad. Y ¿qué decir de la obediencia? ¡Ni hablar! Eso me
parecía la mayor de las locuras.
Pero la evidencia estaba delante de mis ojos. Ellas no tenían
nada, y eran felices. Yo, que lo tenía todo, no.
Mi conversión llegó a la semana siguiente, cuando decidí vol­
ver a visitarlas, para tratar de comprender cuál era el secreto de
esa felicidad. Allí y por una gracia extraordinaria de Dios, pude
hacer una confesión general (después de casi 15 años) y volví a la
vida de la gracia. Aquel día fue todo fiesta. Hay más alegría en el
Cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve
justos que no necesitan conversión. (Lc 15,10).
Según lo tenía previsto, continué mi viaje. De las diversas
etapas que siguieron, mi paso por Tierra Santa con las hermanas
fue muy provechoso para mi alma, porque lo poco que yo
conocía del catecismo sobre mi fe, en Tierra Santa cobró fuerza.
Cada día las hermanas se turnaban y me llevaban a peregrinar,
con la Biblia en la mano. Cuando llegábamos a un lugar preciso,
me hacían leer los capítulos correspondientes en la Biblia. Así
mi fe, ya no era un cuentito de niños del catecismo, sino que la
fe tenía ahora un fundamento y un valor histórico. Era algo real.
Un día aproveché de preguntarle al sacerdote sobre el signi­
ficado de la palabra “vocación”. El padre me habló de la voluntad
de Dios sobre cada uno de los hombres y que cada alma tiene una
misión en la vida. Me explicó que la vocación era una llamada a
la perfección. Y que era una intuición e inclinación a un estado
que podía ser profesión o carrera, pero también podía ser algo
“sobrenatural” y “religioso”. Esto yo no lo había escuchado
nunca en mi vida.
La respuesta del padre dejó abierto muchos más interrogantes.
La vocación era algo donde el hombre no tenía la iniciativa, sino

143
Testimonios Vocacionales

Dios; la vocación era un llamado; era una voz en el alma; era paz;
pero era también una invitación, un acto de amor, una oblación,
un holocausto. La vocación era algo grande.
Continué viajando, y tuve contacto con misioneros de las más
variadas congregaciones religiosas. Centenares de misioneros que
cada día amanecían ofreciéndose a sí mismos y así iban gastando
sus días y sus vidas por amor a los demás, por amor a Cristo, para
extender el Reino de Dios. No había ni títulos ni nombres detrás
de esas obras, había solo buenas obras. Yo estaba descubriendo
un rostro hermoso de la Iglesia, la Iglesia que rezaba por los
pecadores, su labor misionera, la caridad y eso que no salía en
ningún periódico ni noticiero… eso era algo positivo. Yo misma
era beneficiaria de esa caridad. Ese ir encontrando gente buena
en mi camino, me iba reconciliando con la humanidad. Dios
había comenzado a sanar mi alma.
Etiopía llegó y con ella otra gran conversión. El experimentar
que solo el amor puede sanar… que ante situaciones de gran
pobreza material y espiritual solo la caridad salvará el mundo.
No era mi dinero ni mis capacidades lo que podía sanar una
humanidad herida. Solo el amor, un amor que brotaba desde
lo profundo del alma, porque allí en lo profundo, moraba el
mismo Dios.
India. La Madre Teresa había fallecido hacía menos de 2 años,
ella era para mí aquello que yo admiraba, era el ejemplo acabado
de una mujer grande, que había elegido a lo grande. ¡Y la Madre
Teresa había sido distinta al resto! Muchas cosas lindas pasaron
en Calcuta y yo no podía contener mis lágrimas, era un desborde
de mi alma, era agradecimiento hacia Dios, y era también un
llanto de “felicidad”. ¿Sería eso? ¿Estaba encontrando finalmente
la felicidad? A pesar de que las Misioneras de la Caridad me
invitaron a quedar con ellas, no me quedé. Tenía que seguir.

144
Mariam Kidane Mehret

En una de las tantas veces que me volví a encontrar con las


hermanas argentinas, yo no estaba bien y una de las hermanas
lo percibió. Le expliqué que el origen de esa tristeza era pensar
que la vocación, aún siendo algo grandioso, no era para mí
porque yo había sido una gran pecadora. Ella me explicó que
en la vocación religiosa la iniciativa era de Dios. Que Él elegía,
libremente, no por nuestros méritos. Sino por puro amor suyo.
Que allí estaban ellas, no porque fuesen santas, sino porque
querían serlo. Estas aclaraciones le dieron tanta paz a mi alma, y
me puse muy contenta porque ¡quizás si!, quizás Dios me podía
estar llamando, quizás yo podría tener vocación, y podía aspirar
ahora a hacer esas cosas grandes que tanto deseaba mi alma.
Última conversación en Roma- Durante mi última escala en
Roma la madre me preguntó si yo había pensado alguna vez en
la vocación. Después de darle mi respuesta, me propuso rezarlo
por 6 meses y que al cabo de los cuales tomase una decisión, por
sí o por no. Ella veía que yo corría el riesgo de que por miedo a
tomar una decisión terminara como aquellas mujeres solteronas
y tristes que ni se casaron, ni se consagraron, ni tuvieron hijos, ni
hicieron nada por miedo a asumir el riesgo de una decisión. Así
que acepté el desafío. Sí o no, y según eso obrar en consecuencia.
Regresar a Argentina fue muy difícil y tuve que volver a
insertarme en el mundo de la gente “normal”. Pero a los dos
meses recibí un email. Era de una de las hermanas que había
conocido en Egipto, donde me decía que estaría por Argentina.
Esta hermana me dijo que ella vivía muy cerquita de San Rafael,
donde estaban los conventos de las hermanas, que si yo quería
podíamos juntarnos allí. Acepté enseguida la invitación.
No me podía contener dentro de mí por la alegría que me
daba pensar que nos volveríamos a ver. Las hermanas encarnaban
lo más parecido a la felicidad que yo añoraba. Al día siguiente,

145
Testimonios Vocacionales

fui a mi trabajo y le pedí a un amigo que me prestara dinero


para viajar a Mendoza e ir al encuentro de aquellas monjitas que
había conocido durante el viaje. Mientras me daba el dinero, y
nos despedíamos cerca de la puerta, me dijo:
— Sólo una última pregunta… vos ¿vas a volver?
— Creo que no! – respondí sonriendo.
Ingresé a las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará,
con 29 años. Recibí el hábito religioso al año siguiente, mis padres
y mis hermanas haciendo un gran sacrificio, me acompañaron
en la ceremonia. A los 31 años hice mi primera profesión de
votos en San Rafael, Mendoza. A los 37 hice mis votos perpetuos
en la Basílica de San Pedro en Roma.
Soy plenamente feliz en la Vida Religiosa. Hace poco una
joven me preguntó qué era lo que más me gustaba de la Vida
Religiosa, le dije que todo. Todo de esta vida que libremente
elegí llevar, me hace feliz.

146
LAS MISIONES EMBLEMÁTICAS
MARIA MATER UNIONIS

Brasil

Y o soy del 47. ¿47? ¡Sí, 47! Soy de Brasil, Provincia de São
Paulo, vivía en el km 47 de un barrio llamado Embura.
Decimos sencillamente: “Soy del 47”. Allí, “en el 47”,
iba creciendo alrededor de una mesa… esa mesa es la de la
cocina de mis abuelos maternos. Allí mis padres, tíos y abuelos
compartían chistes, risas, proyectos, preocupaciones, tristezas,
decidían cómo iban a ser las vacaciones, las fiestas de Navidad
y año nuevo, allí se solucionaban también los problemas entre
nosotros. Los niños comíamos en una sala al lado y a medida que
íbamos creciendo tomábamos parte de aquella mesa. Allí, ¿qué
tristeza era tan grande que no pudiese ser olvidada? Alrededor

150
Maria Mater Unionis

de aquella mesa, ¿quién podía reclamar que le faltase algo? ¿Qué


plata en el mundo podría comprar aquella mesa? Por ello cuando
años más tarde entré al Convento me sería fácil entender que
había otra Mesa alrededor de la cual tenía que girar toda nuestra
vida: la Santa Mesa del Sacrificio del altar.
En mi familia la gran mayoría son católicos, aunque no tan
practicantes. Vivimos cerca de muchas de las casas de nuestra
Familia Religiosa en Brasil y junto a mis cuatro hermanas me­
nores crecimos en ese ambiente de familia y alegría, entre fogones,
pascuetas, juegos florales, oratorios, misiones populares, etc.
De pequeña yo no entendía mucho, solo sabía que quería
hacer de mi vida algo grande. Cuando tenía 7 años quería ser
una gran empresaria. Planeaba tener un restaurante en el primer
piso y en el segundo un gimnasio: la gente iría a hacer ejercicio,
luego sentiría hambre y bajaría a comer, para luego volver a
subir. En mi cabeza de niña era un plan perfecto, ¡no había
modo de fallar!
A los 9 años escuché hablar que existían los psicólogos y que
ellos ayudaban a las personas a solucionar sus problemas. Ayudar
a que las personas fuesen más felices me parecía mejor que darles
de comer y ayudarlos a mantenerse bien físicamente.
A los 11 o 12 años me contaron la historia de la familia Prado
(un matrimonio que tiene 15 hijos de los cuales 8 son religiosos).
Esto bastó para que entendiese que ser madre de muchos hijos
y que fuesen sacerdotes era lo más grande que podía hacer de
mi vida. Decidí que tendría 12 varones por los apóstoles y
8 mujeres, ¡para mí no había mejor negocio! Serían 20 hijos de
sangre o adoptados, pero 20 y desde entonces empecé a rezar
por todos ellos. Como crecí con aquella gran figura de San Juan
Pablo II delante de mis ojos, para mí no quedaba otra que ésta:
mis hijos varones se iban a llamar todos Juan Pablo, pero en
distintos idiomas: João Paulo (portugués), Juan Pablo (español),

151
Testimonios Vocacionales

Giovanni Paolo (italiano), John Paul (inglés), Ioannes Paulus


(latín) y así cada vez que yo conocía un idioma nuevo iba
acrecentando la lista.
Con unos 12 o 13 años escuché por primera vez la palabra
“filosofía”. Busqué y entendí poco de lo que significaba, pero
me quedó una idea: la filosofía era lo que movía el mundo, lo
que movió las grandes guerras y los grandes hombres, buenos
o malos. Entonces ¡listo! Con la psicología yo iba ayudar a uno
y otro hombre y con la filosofía iba a manejar el mundo. Todo
resuelto, el plan era ese: sería una esposa muy católica y madre
de 20 hijos, profesora de filosofía y teología en escuelas públicas
para despertar el gigante que dormía en el corazón de los jóvenes.
Fue por esos tiempos que empecé a hacer dirección espiritual
con un sacerdote del Instituto “Del Verbo Encarnado”. Creo que
era la primera o la segunda vez que hablábamos cuando él me
dijo: “Sabes, hay un sacerdote que se llamaba Segundo Llorente
que fue misionero en Alaska durante 40 años. Después de estar
unos días fuera de su casa visitando a los esquimales, volvió y
encontró su casa y todas sus cosas flotando: había pasado un
deshielo. Él se sentó y empezó a reclamar a Dios por lo que le
había pasado. Entonces escuchó una voz interior que le decía:
¡Levántate tonto y empieza a trabajar! Él sabía que era la voz de
Dios”. Eso fue suficiente para que Segundo y yo comenzáramos
una amistad para toda la vida. Yo no podía pensar en otra cosa:
¿Qué hace un sacerdote en Alaska? ¿Qué hay en Alaska? ¡No hay
nada! Y si no hay nada, ¿por qué él fue sacerdote ahí? ¿Y cómo
pudo vivir allí 40 años? Mil pensamientos como ese fueron mi
distracción durante las clases y mi inquietud por muchas semanas.
Con todas estas preguntas sobre aquel misionero comenzaron
mis dudas vocacionales. Fui madurando mi vocación junto
con la idea de la misión en Alaska: aquel sacerdote estaba allí

152
Maria Mater Unionis

únicamente por la gloria de Dios y la salvación de las almas y


aunque hubiese una sola alma en ese lugar, él estaría allí por ella.
Muchas cosas pasaron hasta que la noche de un 23 de abril (el
día anterior a cumplir 15 años) le pedí a Dios como regalo una
luz para que yo supiese si tenía que ser monja o esposa y madre.
Y ese día Dios me concedió una luz tan clara, una certeza tan
grande, que nadie ni nada podría hacerme dudar de que Dios
me quería monja. Consagrarme a Dios era finalmente lo más
grande que yo podría hacer de mi vida: ser esposa de Cristo y
madre de las almas.
El 16 de julio de 2013 entré al Aspirantado. Durante los
primeros días nos contaron que se cerraba la misión de los padres
en Groenlandia. La noticia de esta misión tan lejana en un lugar
de tanto frío me hizo recordar a Segundo y todo lo de Alaska.
Fue como otra luz clara: “tengo que ir a Alaska”. Y empecé a
repetir esa frase: “Yo voy a Alaska”, lo que causaba muchas risas,
¡también mías! Mis superiores me contaron que no estábamos
allí y que no teníamos ningún pedido de fundación: “¿Alaska?
Quizá Siberia, Rusia, Islandia, también hace mucho frío allá”.
No sabía explicarles muy bien, pero intentaba decirles que no
era el frío, era Alaska.
Pasaron los años, llegó el Noviciado, el Estudiantado y yo
seguía repitiendo ¡Alaska! Aunque cuando ya había profesado los
votos me comenzó a parecer ridículo seguir repitiendo aquella
idea. Pero cada vez que yo empezaba a pensar que no era algo
real, Dios me daba un toque en el alma. La idea iba madurando
y como yo quería abandonarla, Dios me hacía ver que lo de
Alaska era cosa suya y para su gloria.
Fui comprendiendo el amor de Dios por su pueblo, por una
sola alma. Él mismo cuidaba a Israel, por ella fue suscitando
hombres y prometiéndoles una nueva tierra: Vete de tu tierra, y

153
Testimonios Vocacionales

de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré


(Gn 12,1). Elogiando la fe de Abraham, San Pablo dice: Por la
fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el
lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde
iba (Heb 11,8). Muy lejos de la fe de Abraham, muchas veces
intenté huir de Nínive como Jonás y puedo hacer mío el diálogo
de Jeremías con Dios:
“Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía,
y antes que nacieses, te tenía consagrado: profeta de las naciones
te constituí”.
— Yo dije: “¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme,
que soy un muchacho”.
— Y me dijo Yahveh: No digas: “Soy un muchacho”, pues
adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande
dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte
(Jr 1,5-8).
Pasaron 7 años desde mi ingreso al Aspirantado, cuando
al terminar mi formación en Italia, después de los Ejercicios
Espirituales y de haber escrito mi última carta de ofrecimiento
a Alaska, llegó a nuestro Instituto el pedido de fundación:
— “¿Qué estás viendo, Jeremías?”.
— “Una rama de almendro estoy viendo”.
— Y me dijo Yahveh: “Bien has visto. Pues así soy yo, velador
de mi palabra para cumplirla” (Jr 1,11-12).
Ahora estoy destinada a la misión de Alaska y la verdad es que
no sé muy bien qué es lo que me espera, pero pido a la Virgen
de Luján que mi vida sea una Eucaristía, un eco de aquel acto de
acción de gracias que se perpetúa sobre nuestros altares, donde
se ofrece el Santo Sacrificio para la gloria de Dios y la salvación
de las almas.

154
Maria Mater Unionis

Dios responde con fidelidad a nuestras infidelidades (Cf.


2 Tim 2,13), gracias a Dios no tenemos nada más que gloriar­nos
sino de nuestras flaquezas (Cf. 2 Cor 12,9), porque llevamos este
tesoro en vasijas de barro, para que aparezca claro que esta pujanza
extraordinaria viene de Dios y no de nosotros (2 Cor 4,7).
Me confío por completo a María y le entrego mi vocación y
todo mi futuro:
Totus tuus ego sum, et omnia mea tua sunt.
Accipio te in mea omnia, praebe mihi cor tuum, O Maria.
Yo soy todo tuyo, María, y todas mis cosas son tuyas.
Te acojo en todas mis cosas. Dame tu corazón.

155
MARIA BOOMIKI FOE KARMEL

Surinam

N ací y crecí en Moengo, un pequeño pueblo en


Surinam cerca del límite con Guyana francesa. Si
bien mi familia era considerada muy católica, eso solo
significaba que habíamos recibido los sacramentos, que íbamos
a Misa los domingos y que no participábamos de las actividades
paganas. Contrariamente a lo que la gente pensaba, yo siempre
creí que no le estábamos dando lo suficiente a Dios y desde muy
temprana edad deseé entregarle más de lo que veía que otros le
daban en casa, en la Iglesia o entre mis amigos.
Yo nunca había conocido una religiosa y ni siquiera sabía
que esta era una opción. Desde hacía 26 años que no surgían

156
Maria Boomiki foe Karmel

vocaciones religiosas femeninas en Surinam, por lo que yo pen­


saba que dar a Dios lo mejor significaba formar una hermosa
familia que pudiese servirlo como ninguna otra.
A medida que iba creciendo mi relación con Dios se hacía
cada vez más personal. Entonces mi sueño comenzó a tomar otra
dirección: nunca me casaría, ahorraría dinero y abriría orfanatos,
casas para niños abandonados y para la gente pobre.
Como no había escuelas secundarias en mi pueblo tuve que
mudarme a la ciudad para poder continuar los estudios. Había
vuelto a casa solo por el fin de semana cuando una religiosa vino
a visitar la parroquia. Me enteré que ella era de mi pueblo y que
incluso había ido a la escuela con mi papá. Después de la Misa
nos pidió a todos los jóvenes que nos quedáramos para poder
hablar con nosotros. Yo tenía hambre y trataba de escaparme
cuando mi mamá me atrapó y me hizo entrar a la Iglesia para
la charla. La hermana nos preguntó a todos sobre la clase de
trabajo a la que nos gustaría dedicarnos y recuerdo claramente
decirle que quería trabajar en una aerolínea dado que me gus­
taría hablar muchos idiomas. Me llamó la atención que ella
no mencionara ni una palabra sobre la vocación religiosa y me
sorprendió cuando dijo que mi nombre (Carmelita) debía tener
una relación con Santa Teresa, la patrona de nuestra parroquia.
Recibí mi nombre “Carmelita” de la enfermera del hospital que
asistió a mi mamá cuando ella me estaba dando a luz. Como mi
mamá casi muere durante el parto, creía que tenía que aceptar el
pedido de la enfermera que tanto la había ayudado ese día.
Aquella misma semana me mandó una tarjeta que decía:
“Querida carmelita, si tú de verdad quieres ser monja, tienes que
rezar mucho. Y yo también estaré rezando por ti”. Lo primero
que pensé fue que se había equivocado, pero con el tiempo esta
pequeña nota se convirtió en algo muy importante en mi vida y
cada vez que me la encontraba, el mensaje resonaba más fuerte
en mi corazón.
157
Testimonios Vocacionales

Durante mi tiempo de estudios en la Universidad comencé a


entender mejor que darle más a Dios puede también significar
entregarse uno mismo. No fue un proceso de discernimiento
fácil ya que no me atrevía a contárselo a nadie. Pero llegado el
último año de estudios fui a visitar a esta hermana, que para aquel
tiempo había regresado de su misión en Brasil. Cuando le mostré
la tarjeta que aún conservaba, ella dijo que no tenía memoria de
habérmela enviado, y que, si no fuese porque esa letra era la
suya, diría que ella no la había escrito. Desafortunadamente no
pudo ayudarme a encontrar mi camino al Convento y continué
mi discernimiento con un sacerdote que era muy activo con los
jóvenes. Me dijo que esperara porque el Obispo había invitado a
las “hermanas azules” a Surinam y que tal vez esta podría ser una
opción para mí. Ese día volví muy contenta a casa: este sacerdote
me había dado la esperanza de poder entrar al Convento.
Ese día investigué sobre las “monjas azules” en internet. Había
tres cosas que me llamaron mucho la atención y me atraían a este
Instituto: primero, la profunda alegría que veía en todas las fotos
y videos, me daba cuenta de que aquella alegría no estaba solo
en los rostros, sino que era profunda y provenía de un corazón
totalmente entregado a Dios. En segundo lugar, me atraían las
misiones emblemáticas: ir adonde sea que haya un alma que
salvar, sin importar los costos. Y en tercer lugar encontré las
obras de misericordia con las que siempre soñé.
Desde ese día no tuve más dudas de que aquel era mi lugar.
Podía pasar horas viendo videos y fotografías de las “monjas
azules” en internet, hasta que un día encontré un sitio de las
Servidoras en holandés. Decidí dejar un comentario, que en
realidad se trataba de mi historia completa y de cómo realmente
me encantaría ingresar en esta Familia Religiosa. No puedo
explicar lo que experimenté cuando me respondieron con un
email. Resultó que las hermanas que estaban destinadas para la

158
Maria Boomiki foe Karmel

nueva misión en Surinam eran las mismas que estaban a cargo del
sitio web. Así fue que comencé a hablar con la Madre Esperanza,
la futura superiora de la nueva comunidad.
Finalmente, el 13 de noviembre del 2010 llegaron las
Servidoras a Surinam. Aquel día yo estaba haciendo voluntariado
en la diócesis y escuché acerca de los preparativos que el obispo
estaba haciendo para recogerlas en el aeropuerto. Yo permanecí
callada, pues nadie sabía que estaba en contacto con ellas.
La llegada de las misioneras fue un gran acontecimiento para
todo el país, ya que solo las viejas generaciones habían visto
hermanas caminando por aquí en sus hábitos religiosos. Vi
por primera vez a la madre Esperanza en una entrevista de un
programa de televisión en la que hablaba sobre la reapertura de
la Catedral, que había permanecido cerrada por muchos años.
Con esta apertura comenzaron las Misas vespertinas para
los diferentes grupos de la diócesis. El tercer día la Misa estaba
dedicada a todos los jóvenes y ésta fue la primera vez que me
encontré personalmente con las hermanas. Estaba también allí
la Madre María de Anima Christi (Superiora general en aquel
momento), quien me explicó que las hermanas eran nuevas
y que necesitarían mucha ayuda. Al mismo tiempo la misma
Madre Esperanza me presentó a la Madre Anima como “su
amiga de Surinam”. Así empecé a visitarlas y a ayudarlas en todo
lo que podía.
Las hermanas habían llegado en noviembre y en abril del
año siguiente, ya tenía permiso para ingresar con ellas. Dios
arregló todo perfectamente para que yo pudiese ingresar en esta
Congregación. Al entrar pude profundizar en su carisma y llegué
a amar cada uno de sus aspectos.
¡Le pido a Dios que me conceda la gracia de la perseverancia
en esta Familia Religiosa hasta llegar al Cielo!

159
MARIA AVRORA SPASIENJA

Bolivia

M e llamo Maria Avrora Spasienja (María Aurora de la


Salvación en ruso) y soy de Bolivia. Mis padres me
educaron a mí y a mi hermano en los valores que ellos
mismos recibieron. Nos enseñaron la importancia de la familia
y buscaron con mucho esmero que tuviésemos una buena edu­
cación. Y fue por estos motivos que, a la edad de 18 años, me
dejaron viajar a Rusia para que yo pudiera continuar mis estudios
superiores en la Universidad.
Me parece útil mencionar que a esa edad sentía que el mundo
era mío. Ser el centro de atención era lo principal para mí y si
yo quería ser así de grande a los ojos de la gente no podía meter

160
Maria Avrora Spasienja

a Dios en mi vida. Además, ¿en qué me ayudaría Él si todo lo


podía sola? ¿Por qué tener junto a mí a quien me remordería la
conciencia por las cosas que hacía? Estos y muchos otros motivos
fueron mis excusas para, voluntariamente, alejarme de Dios y de
su Iglesia.
Tenía muchísimas ganas de salir de mi país porque es uno de
los más pobres de Latinoamérica y yo no quería, por nada del
mundo, ser pobre. Quería estudiar Genética y cuando encon­
tré unas becas para estudiar esta carrera en Rusia mandé mi
solicitud. Al cabo de un año me dieron la respuesta. ¡Al fin! ¡Me
voy a Rusia! Claro, no tenía ni la menor idea de cómo era Rusia.
Sólo sabía que en Moscú está la Plaza Roja, que tienen muchos
osos y que en invierno hace mucho frío. Pero era tan grande
mi deseo de ir a buscar una vida lujosa que sólo dos semanas
después de recibir la respuesta afirmativa, un 25 de diciembre, ya
estaba viajando para esas tierras lejanas. ¡Vaya qué locura! ¡Qué
inconsciente que era! Estaba tan enceguecida por mis deseos que
no advertía los peligros que podrían sobrevenirme.
Viví 5 años en Rusia. Visité muchas ciudades, conocí mucha
gente y lo único que encontraba era tristeza, rencor, dolor y
desesperación. Y no era el crudo invierno el causante de tantos
males juntos. Era la ideología comunista que había inculcado a
la gente tanto odio a Dios y al mismo hombre que muchos ni
siquiera soportaban la idea de tener que vivir. Sin ser conscientes
de esto, aspiraban a la felicidad creyendo que la encontrarían en
un mayor éxito material. Y yo creía lo mismo.
Mi futuro era prometedor y ya en esos momentos estaba en la
cima de mi carrera. Era conocida por los profesores, trabajaba en
un laboratorio muy bueno y estaba preparando mis papeles para
ir algunos meses a Alemania. En fin, a los ojos del mundo mi
vida era una maravilla, estaba asegurando mi futuro y borrando
mi pobre pasado.

161
Testimonios Vocacionales

Para alcanzar un gran puesto buscaba la amistad de muchas


personas, trataba de agradar a todos y por eso hacía lo que ellos
hacían. No quería sentirme fuera de la moda ni del grupo de
mis compañeros y para no quedar mal muchas veces tuve que
ir en contra de mi conciencia. ¡Y es así que, dejándose llevar
por las malas compañías, se puede caer muy bajo! Estando en
un país ateo (o mejor dicho anti-teo), sola, con todos los males
a mi disposición, me parecía comenzar a experimentar aquel
sufrimiento que una vez escuché que sufrían los condenados:
saber que uno pudo haberse salvado y que no se salvó porque no
lo quiso. Sólo el Señor sabe el vacío que había en mi alma y cuánto
quisiera poder expresarlo para que nadie más caiga en él. Estoy
segura de que si supieran cuánta miseria se acumula en aquellos
que buscan alejarse de Dios para ser felices, inmediatamente
cambiarían de vida.
Cuando yo estaba en aquel estado, todos a mi alrededor se
alegraban de mis éxitos, pero no sabían lo que pasaba dentro
de mí. Yo pensaba que lo que me faltaba era mi familia así que,
luego de tres años y medio en Rusia, volví de vacaciones a mi
casa. Estaba muy contenta de ver a mi familia, pero eso tampoco
sanó mi alma y yo sentía que me perdía sin ningún remedio.
Cuando volví a Rusia después de mis vacaciones mi estado
espiritual empeoró. Me di cuenta que en el mundo no había nada
ni nadie que pudiera llenar ese vacío, no encontraba consuelo en
nada y estaba muy desesperada. No entendía qué más me faltaba
si ya había estado con mi familia.
Alrededor de un año antes de ir de vacaciones a mi casa conocí
a los misioneros de nuestro Instituto en Kazán. Iba yo a visitarlos
mucho pero solamente para charlar un rato y descansar del ruso.
Mis amigos me decían que no fuera a Misa y por eso llegaba
directamente para el té que se ofrece luego de cada Celebración,
como es tradicional en Rusia. En las conversaciones con los

162
Maria Avrora Spasienja

padres y las hermanas evitaba todo lo que se refiriera a mi estado


interior y varias veces pensando en cómo vivían surgía en mí una
lucha - pues veía que era totalmente diferente de la forma de vida
que yo llevaba y que no estaba dispuesta a cambiar - tampoco
prestaba mucha atención a los buenos consejos que me daban.
Hasta que Dios, en su infinita bondad, me socorrió con su
misericordia. En el momento más oscuro pensé: “Quizás pueda
darle una oportunidad a Dios”. Y por tan sólo haberle abierto
una rendija de mi alma, el Señor vino en mi rescate. Y sin ningún
reproche, como el Padre que por años ha esperado ansioso el
regreso de su hija, comenzó a brindarme sus gracias para que yo
pudiera limpiar mi corazón de los tantos males que yo misma
me había causado y así luego pudiese recibirlo a Él mismo.
Poco a poco fui reformando mi vida y cambiando de amistades.
Comencé a ir a Misa, volví al sacramento de la Confesión que
hacía muchos años había dejado. También comencé a pedirle al
Señor que me consiguiera un novio que fuese perfecto, el más
bello de todos, que se preocupe por mí y me ame más que a
nadie en el mundo. Y el Señor, que siempre escucha la oración
de sus hijos, me concedió esa gracia: me mostró a aquel Hombre
perfecto que yo tanto estaba esperando, era el mismo Hijo de
Dios hecho carne. Claro, tenía que dejarlo todo para tenerlo solo
a él, ¡qué difícil decisión!
A pesar de mis luchas interiores no hablé de esto con nadie,
pues aún no quería dejar el mundo. Pero llegó el día en que uno
de los sacerdotes se dio cuenta y me lo preguntó, y yo, como los
niños que se sienten descubiertos en sus pensamientos, me puse
a llorar porque sabía que le estaba negando a Dios hacer lo que
Él me mostraba.
Ese año hice ejercicios espirituales. Al terminarlos volví a ver
claramente que Dios me llamaba a la vida religiosa. Pero me
imaginaba erradamente que vivir bajo la obediencia significaría

163
Testimonios Vocacionales

vivir oprimida realizando cosas que yo no quisiera hacer. En­


tonces decidí que simplemente sería una misionera laica. Ese
día todos me felicitaron por la decisión que había tomado, pero
yo sabía que no era lo que Dios me pedía y me puse a llorar
nuevamente. Hasta pensé en alejarme una vez más de la Iglesia
pues sabía que no podría estar delante del Señor haciendo algo
que no fuese su Voluntad. Luego de muchas luchas y oraciones
(y muchos sacrificios que las hermanas y los padres hacían por
mi) pude al fin tomar la decisión de entrar al convento.
¿Cuándo? Ahora mismo. El Señor que todo lo sabe y todo
lo puede no quiso esperar a que terminara mi carrera para
llamarme. Pero mi familia estaba muy triste y confundida. Para
ellos fue una decisión muy brusca pues no habían visto cómo
fui acercándome a Dios y pensaban que me estaban lavando
el cerebro y que me obligaban a entrar al convento. Mi madre
llegó a pensar que me iba porque había tenido un desencuentro
amoroso. Por otro lado, veían que iba a dejar los estudios que
serían mi única ayuda si dejaba el convento. “¿Por qué al menos
no terminas de estudiar?”. NO. “El Señor me llama ahora. Y
aunque después dejara el Convento (aunque yo estaba segura
de que tenía vocación) el Señor me ayudaría”. Esa era mi única
respuesta.
Y luego de muchas luchas, ya estando en Bolivia, tomé la
decisión de irme hacia el convento de las Servidoras en Argentina.
Al ver mi determinación quisieron al menos convencerme de que
entrara en alguna Congregación en Bolivia. Pero a ese punto yo
ya sabía que Dios me pedía que lo llevara a los lugares donde Él
no estaba -incluso los más lejanos- y que nuestra Congregación
estaba dispuesta a ir a esos lugares difíciles donde nadie quiere ir.
Y llegó el momento de partir. Mis padres sentían “que me
moría”. Creo que es lo que muchos padres sienten cuando uno
de sus hijos se va a la vida religiosa. Si el hijo quiere morir al

164
Maria Avrora Spasienja

mundo para consagrarse a Dios es lógico que les duela ver­


los morir. Muchos me dijeron que yo era egoísta porque sólo
pensaba en mi felicidad. Pero no es cierto. Desde que conocí a
Dios, en lo que más pienso es en su salvación eterna y más que
nunca agradezco los sacrificios que hicieron y que hacen por mi
hermano y por mí. Yo sabía que ellos no se daban cuenta de
que lo mejor era hacer la Voluntad de Dios y le dije al Señor:
“Si quieres que vaya Contigo, Tú quédate con ellos”. Y no los
ha dejado ni un instante hasta ahora. Es más, puedo decir con
alegría que ya pasados varios años de vida religiosa mis padres
participaron de mi profesión perpetua en Argentina y están
contentos de que sea misionera en esta Familia Religiosa.
Desde hace tres años me encuentro misionando en Shymkent
(Kazajstán) y me estoy preparando para abrir una nueva comuni­
dad en Karagandá.
Gracias sean dadas al Señor que en su Amor y Providencia me
libró de grandes males y me llamó a ser Esposa del Verbo.

165
LAS OBRAS DE MISERICORDIA
MARIAM MAJDOLEEN
L’ TEFEL YESU
Palestina

S oy la Hermana Mariam Majdoleen l’Tefel Yesu, que en


árabe significa Maria Magdalena del Niño Jesus y soy de
Belén, Palestina. Tenía 15 años cuando visité por primera
vez el Hogar “Niño Dios” que las Servidoras tienen en Belén, y
aunque por aquel tiempo ya sabía que Dios me llamaba a la vida
religiosa, no había tenido el coraje de decirle que sí al Señor.
Cuando entré en el Hogar me impresionó mucho ver a los
niños discapacitados y no era capaz de acercarme a ellos. De
repente, un niño con síndrome de Down se acercó a mí, me
abrazó ¡y me llamó mamá! Yo no supe qué hacer, quería llorar y
me conmoví mucho cuando la hermana me contó que este niño
era huérfano.
168
Mariam Majdoleen l’ Tefel Yesu

Volví a casa pensando en todo lo sucedido en esta visita y me


preguntaba: “Si las hermanas no estuvieran aquí, ¿quién cuidaría
de estos niños?”. Y me admiraba que vinieran de lejos para servir
a Dios y al prójimo en estas tierras de guerra. También empecé a
pensar qué podría hacer o dar a estos niños. Y resolví dedicarles
mi tiempo libre.
Entonces regresé y le pedí a la superiora hacer un voluntariado
durante el verano. Fue allí donde conocí más de cerca la familia
del Hogar, pero sin duda el mayor fruto de esa experiencia fue
el conocer y acercarme más a Dios. Poco a poco Él me mostraba
cuánta necesidad hay en el mundo de mujeres generosas, verda­
deras madres y esposas que sirvan a Cristo en los demás sin
esperar nada a cambio, movidas por las palabras del Evangelio:
En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40). Agradezco
mucho a Dios por esta experiencia que me ayudó a confirmar la
vocación.
Quise ingresar al Convento cuatro días después de haber
terminado la escuela, pero mi familia no estaba de acuerdo. Así
es que, en compañía de la Madre y de mi director espiritual, volví
a hablar con mi familia sobre mi deseo de consagrarme a Dios.
En ese momento los niños del Hogar y las hermanas rezaban el
Rosario pidiéndole a la Virgen la gracia de que mi familia pudiera
entender y aceptar mi vocación. Yo atribuyo a sus oraciones la
respuesta de mi papá, que después de haber escuchado al padre
simplemente dijo: “Si esa es su vocación puede irse tranquila”.
Gracias a esto pude empezar el Postulantado en la comunidad
de las hermanas en el Hogar en el 2016 y ese mismo año viajé a
Italia para continuar mi formación.
Finalmente, quiero agradecer a la Virgen por todas las gracias
que me ha concedido hasta ahora y le pido la gracia de la
perseverancia en la vocación y la perseverancia final.

169
la vi s i ó n p rovi de n c ia l de toda l a v i da
MARY JOY OF MARTYRS

Estados Unidos

S olo Cristo vale la pena. Escuché esa frase por primera vez
en un hogar para discapacitados en Argentina y en ese
entonces no entendía las palabras y mucho menos su
significado. La hermana que la pronunció realizó vanos intentos
de traducirla al inglés y viendo que yo no entendía nada,
concluyó: “Algún día entenderás”.
Hoy escribo después de 13 años de vida religiosa, así que
espero poder decir que he logrado entenderla y deseo que mi
vida sea reflejo de esta verdad.

172
Mary Joy of Martyrs

San Juan Pablo Magno en Vita Consecrata dice: “El primer


objetivo de la vida consagrada es el de hacer visibles las maravillas
que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas”1.
Entonces en vez de avergonzarme de mis miserias, quiero, tengo
el deber de contar cómo Dios ha obrado en mi vida y cómo ha
tenido tanta misericordia para conmigo. Y siendo que todo esto
lo ha hecho en mi frágil humanidad, sobresale la realidad del
don y de que todo es gracia inmerecida.
Nací en Maryland, Estados Unidos, mi mamá es católica y
mi papá, que proviene de familia protestante, se convirtió al
catolicismo pocos años después de que yo entrara al Convento.
En general, en casa no se practicaba la fe de una manera profunda
ni tampoco rezábamos en familia. Aun así, siempre me enviaron
a escuelas católicas y recuerdo que especialmente el ambiente
de la escuela primaria favorecía una vida de virtud y devoción.
Pero como decía, en mi vida faltaban las raíces, esa convicción
personal que se necesita cuando las virtudes son probadas.
Mientras pasaban los años de mi adolescencia yo me alejaba
cada vez más de Dios y de la vida de gracia. Me dejé llevar
por malas amistades, que no tenían ideales nobles y que solo
buscaban los placeres y las cosas terrenas. Creí esa mentira de
que uno, por no someterse a otros o a la ley goza de una libertad
y una autonomía absoluta. Dejé de lado las buenas relaciones
con mi familia, mi educación y los valores e ideales que antes
tenía. En poco tiempo y casi sin darme cuenta, en vez de gozar
de la libertad terminé esclava del mundo del alcohol y de las
drogas. Pero al mismo tiempo que buscaba llenar mi corazón
con cosas y amistades pasajeras y vanas, yo quedaba más y más
vacía, cada vez más triste. Me parecía que nada podía andar peor
y que nunca nada me iba a hacer feliz. Todo carecía de sentido y

1
San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Vita Consecrata, 20.

173
Testimonios Vocacionales

perdí el gusto de vivir. Es que aquello que creía que era la vida,
era en realidad la muerte del alma y el hastío que experimentaba,
aunque no lo sabía en ese momento, provenía de mis propios
pecados…
Al dolor que experimentaba por las consecuencias de mis
erradas decisiones, se sumaban los que provenían de las circun­
stancias de la vida. En espacio de muy poco tiempo vi morir,
por causa de diversos accidentes, a varios amigos del colegio. Sin
esperarlo me encontré frente al misterio del dolor propio y ajeno,
frente al misterio de un sufrimiento que no podía entender. No
encontraba la razón de lo que pasaba y buscaba huir de todo
aquello…
A pesar de todo esto y aunque me costaba aceptar que Dios
permitiese semejantes cosas, gracias en gran parte a lo que había
aprendido en la parroquia y en la escuela, en el fondo, muy en
el fondo, sabía que Dios era y que Dios era Padre y que yo no
estaba sola. Me costó muchas lágrimas, pero lo que intuía en ese
momento lo veo ahora con claridad: la mano de Dios guiaba
todo y ni una de esas lágrimas y ni uno de mis pecados esca­
paba a su Providencia, que de todo se ha valido para mi propia
salvación y santificación. Lo sabemos porque lo escuchamos en
las Sagradas Escrituras y porque lo hemos experimentado, pero
aun así muchas veces olvidamos esta gran verdad: Dios nunca
nos abandona. Como el buen pastor nos acompaña aun en los
valles más oscuros y nos va guiando… Está allí… pero ocurre
que muchas veces nosotros no lo queremos seguir y nos hacemos
incapaces de reconocer su presencia. Preferimos ir por nuestro
propio camino, hacer oídos sordos a su voz y a sus consejos
pensando así ser “libres”.
Un domingo decidí ir a Misa cerca de mi colegio. El sacerdote
pidió oraciones por algunos jóvenes que después de haberse
preparado por varios meses viajarían a Argentina para realizar un

174
Mary Joy of Martyrs

voluntariado en unos hogares para mujeres y niños discapacitados


en San Rafael, Argentina. Y me dije: tengo que ir.
Faltaban pocas semanas para partir, yo no tenía dinero para el
pasaje, es más, ni siquiera tenía pasaporte, no conocía a nadie del
grupo, no sabía ni dónde quedaba Argentina, tampoco sabía qué
iba a hacer en concreto y, sinceramente, tampoco me planteaba
estas preguntas. Solo sabía una cosa: que tenía que ir. Gracias
en gran parte a la ayuda de la encargada de la pastoral juvenil,
pocos días después estaba sentada arriba del avión junto a esta
señora, con doce chicas más y una hermana de las Servidoras.
Definitivamente no fueron cálculos ni motivos humanos los que
me llevaron ahí… Solo Dios en su infinita misericordia.
Cuando llegamos a Argentina y empezamos a visitar los
hogares yo me sentía en otro mundo. No fue tanto el shock
cultural ni la diferencia de la lengua, sino estar sumergida en
un ambiente verdaderamente cristiano, alegre, todo inmerso
en lo sobrenatural. Cosa a la cual no estaba acostumbrada. Nos
quedamos trabajando ahí poco más de una semana, algunas en
el hogar de niños “Santa Gianna Beretta Molla” (yo estaba en
este grupo) y otras en el hogar de mujeres ancianas y discapaci­
tadas llamado “Divina Providencia”. Fueron días muy llenos,
muy cargados. Podría contar mil cosas, pero quisiera comentar
los momentos que más me marcaron y que tienen que ver con la
caridad, la alegría y la eternidad.
Una noche nos reunimos todas a cenar en el hogar “Divina
Providencia”. En cierto momento una hermana me llevó a ver
a Miguelito, uno de los niños en silla de ruedas. Me explicó
los problemas que tenía, las cosas que le gustaban, y cómo uno
podía ver en sus expresiones y movimientos si él estaba feliz o no.
Mientras me hablaba yo reparaba en cuánto esa hermana amaba
a Miguelito y a todos los demás en la comunidad. Se confirmaba
una vez más lo que percibía en los hogares… que estas hermanas

175
Testimonios Vocacionales

servían y amaban a los chicos como a otro Cristo. La caridad que


ellas demostraban era del todo desinteresada y en ellas aprendí
que, de verdad, hay más alegría en dar que en recibir.
Esa alegría fue un punto central para mi conversión. Las
hermanas, sin decir nada, me enseñaron que la verdadera alegría
no viene del mundo sino de Dios. Yo pensaba: “Estas monjas son
las personas más felices que he visto en mi vida. ¿Cómo hacen?
Ellas son muy pobres, entonces, parece que la felicidad verdadera
no está en las riquezas… Ellas no se casan ni tienen hijos. Parece
entonces que los amores humanos, de por sí, no son el secreto
de la felicidad. Se levantan temprano para trabajar duro, todo
el día, todos los días. Bueno, entonces la vida cómoda no es el
secreto”. Y así continuaba, sacando cuentas, comparando su vida
y mi vida… Percibía que yo quería lo que ellas tenían… ¡pero
aparentemente no tenían nada! Y, por el contrario, yo poseía
todo aquello a lo que ellas renunciaban…
Finalmente, luego de darle vueltas al asunto, comprendí que
ellas gozaban de lo único que me faltaba: Dios y la vida de gracia.
Y entonces supe que sólo en Él iba a encontrar la verdadera
alegría.
Cuando llegó el momento de despedirnos por última vez de
las hermanas del “Divina Providencia”, aquella hermana que
me había impresionado por su delicadeza con los niños, me
despidió diciendo que esperaba que nos volviéramos a ver en
esta vida pero que, si no, nos veríamos en el Cielo. Para alguien
con fe puede parecer lo más normal decir algo del estilo. Y, de
hecho, me lo dijo con tanta naturalidad como si dijera: “nos
vemos la semana que viene en tal lugar del pueblo”. Pero para
mí esa visión sobrenatural era una novedad que me descolocó
completamente. No pude contener el llanto… en ese momento
veía ante mis ojos el modo errado en el que yo estaba viviendo…
Ella tenía una convicción muy profunda de la eternidad y vivía

176
Mary Joy of Martyrs

para ella. Yo, en cambio, vivía sólo para el presente, vivía en este
mundo como si lo fuera todo, como si todo terminase al final
de esta vida.
Al volver a mi casa no sabía qué hacer, no sabía dónde meterme,
porque ya no era la misma persona. Quería comenzar a vivir
para Dios, para la eternidad. Mis amigos no me entendían, aun
si yo trataba de explicarles todo lo que había vivido. Es que ya no
quería ser como era antes, no tenía los mismos deseos. Tampoco
sabía qué era lo que quería o lo que me esperaba. Aunque
sinceramente no estaba discerniendo la vocación, una cosa me
había quedado claro: quería vivir para Dios y tenía un deseo,
medio extraño, de querer ser como las monjas. Al verme tan
cambiada, mis amigos y las chicas del grupo me preguntaban:
“pero, vos, ¿te vas a hacer monja?” Y yo: ¡que no! Pero esas
preguntas no me dejaban tranquila…
Al mes de volver del viaje, la hermana que nos había
acompañado al voluntariado me invitó a hacer los ejercicios
espirituales según el método de San Ignacio de Loyola. Yo
trataba de buscar excusas para no ir pero la verdad es que no
tenía ningún motivo para no hacerlos. Así que, aunque con un
poco de resistencia, acepté la invitación. Fue otro momento de
pura misericordia de Dios y de inmerecida gracia. Los ejercicios
me ayudaron a realizar una confesión general de mi vida, sincera,
profunda… Y esta confesión preparó el terreno de mi alma para
que todos los dones que Dios me venía dando, todas sus gracias
e inspiraciones, pudiesen ahora dar su mayor fruto. Era volver
a tener vida de nuevo. No decidí la vocación durante ese retiro,
pero sí tuve una firme disposición de seguir a Dios en lo que
sea que me pidiese, incluso si algún día me llamase a la vida
religiosa.
Ya faltaba muy poco para empezar la Universidad, donde
me había anotado para estudiar Genética y yo todavía estaba

177
Testimonios Vocacionales

indecisa. Por un lado, tenía una beca completa para los 4 años
de la carrera y por el otro sentía esa voz, tan suave, pero tan
constante, que me decía que Dios quería algo más de mí. No
podía ignorarla… así que traté de llegar a un acuerdo con Dios
y de ese modo hacer un poco lo suyo y un poco lo mío y así
quedarme tranquila. Dije: “bueno, sí, voy a estudiar, pero en
las primeras vacaciones viajo a Argentina a hacer voluntariado
para pensar seriamente qué es lo que tengo que hacer. Es solo
cuestión de meses, ¿qué me cambia?”. Pero los tiempos y planes
de Dios son muy distintos a los nuestros…
Aquella señora que había organizado el voluntariado me invitó
a dar una charla sobre mi conversión a los chicos del Colegio. Ya
habían transcurrido seis semanas del inicio de la Universidad y
en ese entonces pensaba que para servir a Dios yo no necesitaba
hacerme religiosa sino que me podía casar y tener una familia
numerosa y como familia dedicarnos a la misión de la Iglesia.
Y hasta que eso sucediera podía servirlo de otras maneras. Así
que acepté la invitación y viajé un fin de semana a colaborar
en el retiro. Una de esas noches, los jóvenes tenían Adoración y
Confesiones. Y fue allí, delante del Santísimo Sacramento, donde
Dios me hizo ver que por más de que yo estuviera tratando de
vivir bien y de frecuentar los sacramentos, estaba huyendo de
lo que Él en verdad quería. Él quería más. Quería mi corazón,
quería mi todo. No quería mis obras, ni mi tiempo. Me quería
a mí.
Dejé la Universidad para dedicarme a discernir en concreto el
plan de Dios para mi vida. Por supuesto que esta decisión no le
cayó bien a mis papás. Yo, que desde hacía tres meses que pasaba
la vida de fiesta en fiesta, ahora venía a decirles que Dios me
dijo que tenía que dejar la Universidad -por la cual ellos habían
sacrificado su tiempo y esfuerzos- y eso porque tal vez, solo tal
vez, Dios mismo quería que me hiciera monja. Era una locura.

178
Mary Joy of Martyrs

Pedí volver al hogar Divina Providencia para discernir mi


vocación. Viajé a Argentina y pasé tres meses con las hermanas,
ayudando con las chicas y sobre todo tratando de vivir la vida de
las hermanas. Al llegar pensaba que tres meses sería poco tiempo
para descubrir lo que tenía que hacer… pero a las dos semanas ya
tenía muy claro que Dios quería que lo siguiera como religiosa
en este Instituto. Finalmente ingresé en el año 2007.
Muchas veces cuando uno se propone hacer voluntariado
piensa en el bien que puede llegar a hacer y cómo puede
ayudar a los demás. Y eso está muy bien. Pero experimenté
que Dios siempre quiere dar más que nosotros. Que nosotros
somos los primeros en ser beneficiados porque Él bendice aun
la más mínima generosidad con una abundancia de gracias y
consolaciones. Esto vale no solo para el voluntariado, sino para
toda la vida. Dios quiere grandes cosas de cada uno de nosotros,
basta que le dejemos obrar. Si me pide dejar algo, es solo para
que me pueda dar algo mejor o algo más grande. Como dice
Santa Edith Stein: “Él quiere tu vida para que te pueda dar la
suya.”2 Y si me pide el corazón, es sólo para que me pueda dar
el suyo.

2
Santa Edith Stein, Elevation of the Holy Cross, 14 de septiembre de 1939.

179
MARIA ZHU ZHI BEI PU

Hong Kong

Soy la Hermana Maria Zhu Zhi Bei Pu que significa Humilde


Servidora del Señor. Provengo de una familia pagana de Hong
Kong y soy la menor de cuatro hermanos. Crecí practicando la
religión popular de mi país llamada taoísmo, con gran temor
a los malos espíritus y con mucha incertidumbre sobre la
vida después de la muerte. No conocíamos el real y profundo
sentido de la vida y por esto además de la pobreza material que
experimenté junto a mi familia, la mayor y más terrible pobreza
fue la espiritual.
Fui educada en una escuela primaria protestante, donde
aprendí que Jesús era una persona que ha hecho muchas obras

180
Maria Zhu Zhi Bei Pu

moralmente buenas “sea que él que fuese real o ficticio”. Proseguí


mis estudios en una escuela católica donde las clases de catecismo
eran opcionales una vez a la semana. Y allí iba pero, no por un
interés religioso, sino porque era el único lugar de la escuela,
además de la biblioteca, donde encendían el aire acondicionado
durante el caluroso verano. Solía desafiar a mi maestro de religión
con muchas preguntas, como el por qué Jesús eligió solamente a
hombres para ser sus apóstoles, etc.
Volví a cambiar de escuela y continué mis estudios secundarios
en una escuela pública. Sólo entonces me di cuenta que faltaba la
oración en mi vida. Y aunque era muy claro que yo quería rezar,
no sabía por qué o cómo hacerlo. Finalmente, alguien me ayudó
a continuar el catecismo en una parroquia y así fue que, a la edad
de 19 años, recibí el Bautismo. Al finalizar la Universidad trabajé
como radióloga y como joven profesional ganaba muy bien.
Y aunque me había bautizado hacía poco, comencé a vivir de
una manera poco digna de un buen católico. En orden a llenar
mi soledad, el vacío y la inseguridad de mi corazón, comencé
a seguir lo que mis amigos y los medios de comunicación me
decían que tenía que hacer para estar bien. Adquirí el hábito de
comprar muchas cosas y ropa que no necesitaba y que ni siquiera
me agradaba. Comencé a entablar amistad con amigos populares
en mi ambiente, sin importarme la moralidad de sus vidas y así
me expuse a muchas ocasiones de pecado. Actué siguiendo mis
pasiones y deseos y ya no sabía cómo una persona vanidosa y
pecadora como yo podía comenzar a ser buena.
En el año 2001 una enfermedad llamada SARS (Síndrome
respiratorio agudo grave) atacó Hong Kong. Muchas personas
contrajeron esta enfermedad incurable y murieron en cuestión
de días. El temor creció en gran medida y muchos creyeron que
era el fin del mundo. Pero yo encontré una profunda paz en mi
corazón: me di cuenta que creía en Jesucristo y en su Evangelio y

181
Testimonios Vocacionales

tenía la esperanza en la vida eterna incluso si moría ese día. Esto


me conmovió de tal manera que quise comunicar esta esperanza
a las personas que no la tenían. Comencé a preguntarme si no
tendría vocación a la vida religiosa, aunque este pensamiento me
atemorizaba mucho. Entonces empecé a dedicarme al apostolado
y me ofrecí para servir en muchos grupos parroquiales. Pero me
daba cuenta de que esto no satisfacía el deseo de entregarme
a mí misma. Pasaron ocho años. Durante este tiempo escuché
la llamada muy fuertemente, pero me rehusaba a reconocerla
y rezaba a Dios para que Él me enviase un signo claro ¡de que
no tenía vocación! En el fondo no terminaba de creer que
Dios pudiese fijar sus ojos en mí y me consideraba indigna de
ser religiosa. Creía que Dios sólo llamaba a personas santas y
piadosas, no a una persona como yo. Pero la idea de “tal vez
tengo vocación” seguía volviendo a mi mente.
En el 2008 me uní al grupo de mi diócesis para participar
en la Jornada Mundial de la Juventud en Sídney. Allí conocí
a una chica que decidió su vocación luego de realizar los ejer­
cicios espirituales. Ella me animó a realizarlos para discernir la
voluntad de Dios para mí y finalmente alcanzar la paz. Así lo
hice y fue en estos ejercicios donde conocí por primera vez a
una Servidora. Decidí entrar al Convento, aunque no sabía nada
de vida religiosa ni de las diferentes Congregaciones. Luego de
algunos meses participé de un Ven y verás con nuestro Instituto
y vi claramente que Dios me quería aquí.
Ingresé hacia finales del 2010. Mi familia no comprendió mi
vocación consagrada a Dios y hasta ahora sigo siendo la única
católica en mi familia. Agradezco a Dios que ellos no me hayan
detenido en mi camino hacia Cristo y la vida religiosa. Sé que
mi perseverancia es importante para ellos porque podría ser el
puente para que conozcan a Jesucristo y reciban la gracia de la

182
Maria Zhu Zhi Bei Pu

conversión. Rezo por ellos cada día, confiando en la Voluntad de


Dios. Estoy convencida de que Él no rechaza la oración de una
de sus esposas, su elegida, aunque indigna.
La vida religiosa es distinta de lo que imaginaba. Buscamos la
santificación ofreciendo hasta la más pequeña cosa, en la Santa
Misa, en la Adoración y en las oraciones y sacrificios a Dios.
Experimentamos las caricias y la bendición del amor de Dios en
nuestra vida y a través nuestro, en la vida de los demás. No falta
la cruz de cada día que llega desde dentro y fuera, pero el secreto
de nuestra constante alegría está en vivir en el amor de Dios
sabiendo que Él está siempre con nosotras.
No importa lo que pase en esta vida, sea para mí difícil o
fácil, sus manos siempre me guían y El conoce la mejor manera
de llevarme al Cielo. Todo lo que hace falta es que responda a
su Amor con generosidad y fidelidad y Él es quien terminará
esta milagrosa obra maestra de mi vida. Sé que cuando alcance
el Cielo lo contemplaré cara a cara y le agradeceré por toda la
eternidad.

183
DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
MARIA DIMORA EUCARISTICA

Italia

L a historia de mi vocación comienza en el 2013 cuando,


sin ser creyente y sin una familia practicante detrás de mí
y sin siquiera amigos cristianos, entré en una Iglesia de
Roma y me encontré con un enorme Crucifijo llagado, similar
a aquel que miraba cuando con desgano iba a la Misa durante
la preparación para la Primera comunión. De frente al crucifijo
estallé en un llanto inexplicable que busqué contener cuanto
pude.
Poco tiempo después me confesé, recibí a Jesús en la Eucaristía,
me inscribí en el programa de Confirmación y comencé a
participar de la Misa diaria tanto como me era posible. Habían

186
Maria Dimora Eucaristica

pasado cinco o seis meses cuando comencé a sentir un fuerte


deseo de consagrarme a Dios. Hablé con un sacerdote que me
“tranquilizó” (?) diciéndome que se debía a la emoción por
la novedad de mi conversión, pero que probablemente no se
trataba de un verdadero llamado. En un abrir y cerrar los ojos
eliminé de mi mente el pensamiento de la consagración religiosa
y continué haciendo mi vida. Pero había un problema: el Buen
Dios no me había eliminado de sus planes.
En el 2015 hice la via francigena con unos amigos y allí conocí
un fraile muy bueno que poco tiempo después se convirtió en
mi director espiritual. Comencé a ir a sus catequesis semanales
y quedaba impactada al ir descubriendo las verdades de la fe.
Fue para mí ocasión para una segunda conversión, en la que
decidí tomar en serio mi vida cristiana y, en consecuencia, la
pregunta sobre mi vocación. Inicié a hacer dirección espiritual y
me resolví, con gran esfuerzo y fatiga, a cambiar mi vida.
Por más de dos años se libró una larga pelea entre Dios y yo.
En este arco de tiempo la idea de la vocación golpeaba mi mente,
pero mis apegos y afectos desordenados me impedían tener una
voluntad firme. No hablo todavía de la voluntad de dejar todo
y entrar al convento (ojalá hubiese llegado a ese punto) sino
de la voluntad de disponerse con un corazón sincero delante de
Dios, dispuesta a cumplir lo que Él desea de nosotros. ¿Y por
qué esta negación? Creo que en el fondo el corazón ya sabía la
respuesta a la pregunta y le da mucho miedo oír lo que no quería
escuchar. Pero tapar la Voluntad de Dios es como tapar una olla
de legumbres al fuego. Con el tiempo el hervor es más fuerte y la
tapa salta hasta que termina cayendo…
Entonces, ¿de dónde partir en una situación como esta? De
una fuerte devoción a María que no abandona a sus hijos y que,
como la aurora que anticipa la salida del sol, nos muestra el
camino seguro para llegar a su Hijo. Comencé a rezar el Rosario

187
Testimonios Vocacionales

todos los días y a seguir el consejo de mi director: “Pide hacer la


voluntad de Dios cada día, aunque no lo quieras. Pide al menos
quererlo y verás qué así será. Y cuando finalmente lo quieras,
pídelo insistentemente. Dios no te fallará”. Obedecí fielmente a
sus palabras y comencé a pedirle todos los días querer hacer Su
voluntad, incluso si cada músculo de mi ser se negaba, aunque
me agitara el pensar a qué cosas me estaba abriendo, aunque
tuviese miedo y otros infinitos aunques… Mientras tanto mi
fe se fortalecía y me parecía cada vez más claro que tenía más
fuerza para despegarme de mis seguridades terrenas y buscar solo
a Dios, sin prejuicios.
Entonces mi director espiritual me preguntó: “Piensa rápida­
mente y dime cómo te ves dentro de diez años. Dime la primera
cosa que te venga a la mente”. Respuesta: “Vestida de monja
en un campo de tierra jugando al fútbol con niños africanos”.
Toda la tarde me quedé pensando en porqué le dije esto, si para
empezar cuando alguno me hablaba de vivir a diez kilómetros
fuera de Roma estallaba en risotadas irónicas. (Pero dejemos a
los niños africanos. Todavía no estaba lista para pensar en una
Congregación misionera pues mi corazón no hubiese superado
el golpe). Y me veía vestida de monja. ¡De monja!
Estaba por terminar la Universidad, me faltaba un examen
y la tesis de grado y todos me preguntaban: “¿Qué harás de tu
vida?”. Sentía que un pulpo me apretaba el cuello, no deseaba
seguir con los estudios de especialista en Estadística, menos
que menos trabajar en ese sector y ya faltaba muy poco tiempo
para terminar el curso. Gran idea: un amigo que trabajaba con
discapacitados me dijo que en ellos se encuentra el Rostro de
Dios. La ecuación era simple: estoy buscando el Rostro de Dios,
entonces pediré hacer un servicio civil en una cooperativa que se
ocupa de los ancianos y discapacitados.
Así llegamos a septiembre de 2017 y yo sentía un volcán
encendido dentro mío y una extraña certeza de que mi vida
188
Maria Dimora Eucaristica

iba a cambiar totalmente. Fui a ayudar a un campamento de la


parroquia y durante una Santa Misa una voz interior me dijo:
“Nunca serás feliz hasta que no seas del todo mía”. Estallé en
llanto infinito. ¿De alegría? ¡Ojalá! Estaba desesperada. Era la
primera vez que claramente y sin ninguna duda Dios me llamaba
a Sí. Pero yo no quería pues hacía tantas cosas en mi vida, tenía
tantos amigos, hacía tanto deporte, tanto de todo, tanto afecto a
algunas amistades que me paralizaban…
De regreso a casa comencé a pensar en las palabras toda mía
y buscaba hacerlas entrar en mi vida cotidiana como a mí me
parecía. Me convencí de que Dios no podía querer de mí la
vida religiosa porque, hasta ese momento, no me había hecho
conocer ninguna Congregación.
Tras varios esfuerzos y con gran sed de la verdad decidí que
en señal de desapego y de capacidad de tomar decisiones por
mí misma iría sola por dos días a un monasterio para aislarme
del resto del mundo y tomarme el tiempo para rezar. En esas 48
horas comprendí que verdaderamente podía tomar una decisión,
que era el momento de dedicarme cuanto antes a una seria vida
de oración y de que Dios me recompensaría por esto.
A menudo con el grupo de catequistas realizábamos retiros
de tres o cuatro días. Con este fin el 29 de abril de 2018 nos
dirigimos al Santuario “Maria Santissima Addolorata di Castel­
petroso”. Allí la Virgen, de quien yo era ya muy devota, decidió
trazar paso a paso mi camino al Convento.
Para empezar, apenas llegamos al Santuario vi a dos hermanas
con un velo azul larguísimo y hermoso. Una amiga me dijo que
se trataba de las Servidoras. Además, durante todo el retiro y por
primera vez luego de años de Catecismo, se hablaba muy seguido
del misterio del Verbo hecho carne y esto realmente me tocaba mucho
porque nunca había escuchado hablar tanto de la relación entre la
Virgen y su Hijo. Siempre volvía este término que me intrigaba
mucho: Logos, el Verbo…
189
Testimonios Vocacionales

El 1° de mayo, día de San José obrero, subí la pequeña


montaña detrás del Santuario y mientras rezaba, de la nada
volvió a surgir el pensamiento de ser religiosa con la diferencia
de que por primera vez en la vida encontraba paz en lugar de
agitación. Fue tan dulce este pensamiento, tan delicado, que
dejó una paz muy profunda en mi alma. Como siempre, el Buen
Dios predispone todas las cosas del mejor modo y aquella misma
tarde encontramos fuera del santuario una simpática hermana
que se acercó a tomar la merienda con nosotros. Tres horas de su
historia de vocación y al menos una de mi llanto desesperado.
Después de este testimonio le dije a mi director espiritual: “Ya
no puedo luchar contra Dios, se acabaron mis fuerzas. ¡Quiero
ser religiosa!”.
El siguiente mes fue tal vez el más hermoso de mi vida, de
enamoramiento de la vocación religiosa, de prueba para ver si
verdaderamente estaría dispuesta a seguir los planes de Dios y
un mes en el que mi querida Madre celestial me mostró todo su
amor. El 13 de mayo, día de Nuestra Señora de Fátima, tuve una
entrevista decisiva en la que comprendí que el Instituto al que
Dios me llamaba era éste, aunque fuese misionero y yo no quería
alejarme de Roma ni siquiera usando Google maps… No podía
sino rendirme y regocijarme en el voto de esclavitud mariana,
esencial para mí en cualquier Orden que buscara.
Entré en el Convento el 9 de junio del 2018, día del
Inmaculado Corazón de María. Entre las dudas, miedos y la
inseguridad por lo que se vendría, en una Adoración eucarística
abrí la Biblia y Dios me regaló estas palabras: “Una cosa pido al
Señor, una sola que yo busco, habitar en la Casa del Señor todos
los días de mi vida” (Sal 26). Gracia que, por la Divina Bondad,
conservo hasta el día de hoy entre las Hermanas Servidoras del
Señor y de la Virgen de Matará.

190
MARIA FUHUO ZHI MU

“ Una muerta resucitada” ha sido el sobrenombre que una


feligresa de la parroquia le había dado a mi madre. Cuando
mamá tenía treinta y seis años le diagnosticaron tuberculosis
ósea severa, que en aquella época era una enfermedad incurable.
Dos neurosis en la columna lumbar la tuvieron postrada por
tres años. A los treinta y nueve años sus pulmones fueron afec­
tados por una bacteria por lo que a la tuberculosis se le sumó
hemoptisis. Los médicos le indicaron a mi padre que se prepara
para despedirse de ella. Mi madre le dijo a mi papá: “Nuestra
pobreza nos impide acceder a un tratamiento para sanarme;
confiemos totalmente en Dios y apoyémonos en la Virgen; que

191
Testimonios Vocacionales

sea como Dios quiera”. Y rezándole a María le dijo: “Madre


misericordiosa, me entrego totalmente en tus manos. Que el
Señor reciba mi alma, yo me tomo de tu mano y no te suelto.
Y si Dios no quiere recibir mi alma, de todos modos, yo no te
suelto. ¡Madre, me abandono totalmente a ti!”. Así rezaba todos
los días, confiando totalmente en Dios y en la Virgen.
Entre el 13 y el 14 de agosto se empezó a sentir peor. El
sacerdote vino a casa, le administró la Unción de los enfermos
y le dio la indulgencia plenaria para los moribundos. Al día
siguiente, Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, mi tía,
que cuidaba de mi madre, viéndola dormir muy tranquilamente
fue a participar de la Santa Misa. Mi casa se encontraba cerca de
la parroquia, por lo que llegábamos a escuchar claramente las
oraciones y cantos de los fieles en las celebraciones litúrgicas. Ese
día, siendo temprano y no habiendo nadie en casa, mi madre se
despertó y le dijo a la Virgen: “Madre, hoy es el día en que has
subido al cielo; yo confío totalmente en ti. Si Dios no recibe
mi alma, yo de todos modos no suelto tu mano”. Después de
rezar de este modo, se trazó por sí misma la señal de la cruz. E
inesperadamente sucedió el milagro: después de tres años postrada
en cama logró sentarse por sí misma. Escuchó las campanas
de la Iglesia que indicaban que comenzaba la Santa Misa. Se
arregló un poco y se dispuso a participar espiritualmente de la
misma. Al término de la celebración eucarística mi padre llegó
a casa con el sacerdote para darle el viático. Cuando llegaron se
sorprendieron de encontrarla sentada en la cama. El sacerdote
le dio la comunión y todos daban gracias a Dios y la Virgen. A
fines de agosto mi madre ya era capaz de moverse aún más y para
Navidad pudo ir a la iglesia a adorar al Niño Dios ayudada por
otra persona. Para la Pascua del año siguiente ya se movía con
total independencia.

192
Maria Fuhuo Zhi Mu

Mi nacimiento, en julio de 1953, trajo a mis padres gran


alegría y consuelo. Un vecino nuestro, pagano y de avanzada
edad, dijo a mi padre: “Esta niña en verdad es un don especial
del cielo, tendrías que llamarla Tian Ci, que significa don del
cielo”. Mis padres, agradecidos a Dios y a la Virgen, dijeron:
“Si Dios la ha dado, a Dios la ofrecemos”. Años más tarde, para
recordar el don de Dios y la gracia alcanzada por la Virgen, recibí
como nombre religioso María Madre de la Resurrección.
En 1966, cuando recién había podido terminar la escuela
primaria, comenzó la Revolución Cultural en China. Las igle­
sias fueron destruidas y los fieles dispersos. Obispos y sacerdotes
fueron enviados a prisión; las congregaciones religiosas fueron
disueltas. Sólo por las noches, cuando todos se iban a dormir,
podíamos rezar silenciosamente. Mi padre era miembro de la
Legión de María, y además era secretario del sacerdote de la
zona, por eso, desde que en 1952 la Legión de María había sido
prohibida por ir contra la Revolución Comunista China, nuestra
casa comenzó a ser vigilada.
En el año 1980 la situación se tranquilizó y la Iglesia comenzó,
gradualmente, un período de restauración. Los obispos y sacer­
dotes fueron liberados de prisión y de a poco se fue restableciendo
la vida de fe. Después de 1990 las congregaciones religiosas
comenzaron a restablecerse y a fundarse nuevas. Sin embargo,
tenían un límite de edad para la admisión y para ese entonces
mi edad lo excedía. Consulté en algunas congregaciones y me
dijeron que ya era grande para ingresar, por eso decidí servir a
Dios en la parroquia. ¡Pero yo no perdía la esperanza! Sobre esto
había tenido muy buenos ejemplos en mi familia. Rezando le dije
a Dios: “Padre Bueno y Misericordioso, querida Virgen Madre,
que nos han acompañado toda la vida dándonos sus dones; yo
sé que confiando en tu divina Providencia voy a obtener lo que

193
Testimonios Vocacionales

te pido”. Siempre tuve esta intención presente hasta que en el


año 2009 llegó una oportunidad. Un vecino nuestro recibió una
llamada de un sacerdote misionero en Mongolia, quien le dijo
que había conocido una Congregación que no tenía límite de
edad para el ingreso. La emoción que sentí en esos momentos
no se puede traducir en palabras. Sólo dije dando un grito:
“¡Gracias a Dios, gracias a la Virgen!” y le pedí a este sacerdote
que me pusiera en contacto con las hermanas.
Así, el 26 de mayo de 2010 me entrevisté con una de las
hermanas. Ella me habló de la espiritualidad y del fin específico
del Instituto, de la profesión de los tres votos y del cuarto voto
de consagración a la Santísima Virgen. Después de escucharla yo
decía con gran alegría en mi corazón: “¡Gracias a Dios, gracias
a la Virgen! ¡Esta es la congregación ideal para mí!”. En el año
2010 ingresé a la Familia Religiosa y comencé la formación y
por gracia de Dios, el 4 de diciembre de 2017 hice la profesión
perpetua.
La experiencia vivida en mi familia -y no sólo en ella pues
Dios infinitamente sabio y bueno obra siempre en favor de
los hombres- nos dice que, si nos entregamos totalmente a Él
y lo ponemos todo en sus manos, si confiamos en su Divina
Providencia, y nos disponemos a hacer en todo sus santa
Voluntad confiando en la intercesión y protección de la Virgen,
no hay nada que sea imposible. Basta que Dios quiera para que
se dé tan fácil como voltear la palma de la mano.
Que la Virgen nos ayude a aumentar nuestra confianza en
Dios, a entregarnos completamente, a confiar con todo el corazón
para que sigamos avanzando en el seguimiento de Jesucristo por
el camino de la santidad. Y este testimonio junto al de tantos
que han sido llamados por Dios sea en honor y gloria suya por
siempre.

194
MARÍA DE LA TERNURA

Argentina

E s Dios quien me dio la vida, cómo no se la voy a devolver…


Si hay algo que me enseñaron desde muy pequeña es que
todo lo que recibimos, material y espiritualmente, es
don de Dios y entonces no nos queda más que vivir agradecidos
con quien nos ama TANTO. Soy la última de diez hermanos, la
mimada de todos. Mi papá falleció cuando yo tenía ocho años
y pienso que eso unió mucho a la familia. Nunca me faltó el
calor y amor del hogar y a falta de un papá tuve muchos que me
cuidaron.

195
Testimonios Vocacionales

En casa son todos católicos practicantes, así que desde que


dormía en la cuna los nombres de Jesús y María me eran muy
familiares. Cuando tenía cinco años mi hermana mayor entró
en el Carmelo y cuando cumplí los siete se casó mi hermano
más grande. Luego todos los demás se casaron en fila. Así que a
medida que iba creciendo me parecía lo más normal pensar que
cuando uno es grande o se casa o se hace monja.
Me encantaba el deporte y desde 5to grado empecé a jugar al
hockey en un club. Era la primera vez que conocía gente que
vivía alejada de Dios y entonces surgió un deseo muy grande
de que todos lo conocieran y lo amaran más. Llegada la secun­
daria empecé a conocer nuestra fe más de cerca. En el colegio
me enseñaron el valor de la confesión frecuente, de las visitas
al Santísimo, un especial amor a la Virgen María, al Papa y a la
Iglesia. Por ese entonces llegó un capellán nuevo que siempre
nos hablaba de su misión en África y una de las numerarias que
nos acompañaba a los campamentos solidarios se fue de misión a
Camerún. Pienso que desde ahí Dios me iba llenando de anhelos
misioneros…
Nunca dejé el deporte, que cada vez me entusiasmaba más.
Empecé a ayudar en un hogar de niños. A los quince años, cuando
uno empieza a pensar en las cosas de la vida, decía para mis
adentros: “Si Dios quiere que me case, me caso; si Dios me quiere
monja, me hago monja”. A medida que conocía otras realidades
me daba cuenta de que Dios a mí me tenía muy mimada, lo
mínimo de mi parte era querer hacer lo que Él quisiera. Me
acuerdo que se lo dije a mi director y él me respondió: “Bueno,
quédate tranquila que Dios ya te va a mostrar”. En la “dulce
espera”, como empecé a llamarla, me encomendé especialmente
a la Virgen de Guadalupe.
Cada vez me impresionaba más el sufrimiento de los demás,
y me chocaba muchas veces con la impotencia de no poder

196
María de la Ternura

hacer nada para aliviarlo. Una vez nos fuimos de campamento


solidario a una de las “villas miseria”. Me acuerdo perfecto de
que llovía mucho y había un niño que estaba descalzo y con
poco abrigo sentado con una computadora buscando señal de
wifi al costado de la escuela. Vi tanta pobreza material, moral y
espiritual que no podía quedarme de brazos cruzados. Por eso
cuando volví del campamento entré en distintos grupos, entre
ellos “Frente Joven” y ayudaba en un grupo Pro-vida. Pero todo
era poco, nada me saciaba y sufría la impotencia de no estar
haciendo nada para cambiar las cosas.
Terminando el colegio estaba segura de que Dios me pedía
que le entregara mi vida. Pensé en el Carmelo por ser lo que
conocía, en el Opus Dei, donde tanto me ayudaron, pero no
veía nada claro. Me decidí a empezar enfermería simplemente
porque tenía una beca y porque algo tenía que hacer mientras
estaba en la “dulce espera”. Empecé a cursar en febrero y también
a trabajar en el CAM (Centro de Ayuda a la Mujer). Seguía
jugando al hockey y los días que podía ayudaba en un hogar de
niños y en otro hogar de la Madre Teresa de Calcuta. Empecé a
ir a charlas de formación en un centro del Opus Dei, procuraba
a toda costa cuidar la Misa diaria y la confesión frecuente. Y
en medio de todas estas cosas no había modo de quedarme
tranquila. Estaba en el hospital y veía tanto sufrimiento en las
personas que me daba cuenta de que hay un punto en el que la
ciencia ya no puede hacer más y es Dios el único que puede dar
esperanza y consolar en el dolor. Empecé a entender un poco
más la importancia de la oración.
Llegamos al mes de abril y mi director me dijo que predicaría
un retiro para mujeres en Luján. ¡Sí! Es lo que quería: ¡rezar
en silencio y saber qué es lo que Dios quiere! Porque en medio
de las corridas del día a día se me hacía difícil descubrir su
voluntad. La dificultad se presentó cuando me di cuenta de que

197
Testimonios Vocacionales

coincidía con un partido muy importante de hockey y además


con varios exámenes. Por un lado, tenía que mantener la beca
y no podía ausentarme a los exámenes y por otro si llegaba a
decir que faltaba al partido por ir a un retiro, me mataban. Así
que después de rezar pensé que lo mejor era dar ejemplo de
compromiso con el equipo y no ir al retiro. El día del partido
jugué tan mal, pero tan mal, que me arrepentí mil veces de no
haberme ido a Luján, pero Dios sabe, puede y nos ama y me dio
una segunda oportunidad. A la semana me llegó un email de una
prima invitándome a hacer un ejercicio ignaciano. Ni idea qué
era eso del Ejercicio, pero le pregunté si era en silencio y me dijo
que creía que sí. Era una fecha sin parciales y sin partido así que
dije: ¡adelante! Y nos fuimos juntas a la aventura. Yo me fui con
un librito de San Juan Pablo II que se llama “La vocación” que
me había dado esta numeraria amiga.
Llegué muy cansada al retiro y no entendía nada, no estaba
acostumbrada a hacer ejercicios espirituales así que me dormí
en todos los puntos, me sentía un poco perdida. Solamente le
dije al padre, que tampoco conocía, que yo venía a hacer este
ejercicio para saber qué es lo que Dios quería de mí. El padre
me dijo: “Adelante, Dios te lo va a mostrar” Y así fue. En uno de
los puntos en los que no me dormí, el padre habló del misterio
de la Encarnación del Verbo. Esa noche hubo Adoración
nocturna por turnos, si mal no recuerdo me anoté de 2 a 3 de
la mañana. Y rezando sobre este misterio se me vino a la mente:
“Congregación del Verbo Encarnado”. Fue un pensamiento que
no se me iba de la cabeza y que al mismo tiempo me llenó de
paz. “Ya está. Ahí es donde tengo que entrar”. Era clarísimo y no
podría explicarlo tampoco ahora. Fue una gracia especial. “Sin
dudar ni poder dudar” supe que tenía que dejarlo todo y entrar.
¡Por fin ya sabía dónde! La alegría y la paz, no puedo describirlas.

198
María de la Ternura

Al mismo tiempo me preguntaba si existirá este lugar o si sería


un invento mío, pero la paz que tenía me decía que no era algo
que había salido de mí. Esa noche no dormí nada. A la mañana
pedí hablar con el padre. Me daba mucha vergüenza contárselo.
Pero a alguien le tenía que decir lo que me había pasado. Se lo
expliqué con mucho esfuerzo y le pregunté si sabía si existía una
Congregación con ese nombre Y él se empezó a reír. Yo pensé:
“Lo mato, encima que le abro mi alma se me ríe en la cara”.
Se ve que el padre vio mi cara y se decidió a contestarme y me
dijo: “yo soy un sacerdote del Instituto Verbo Encarnado”. Ahí
la que se sorprendió fui yo y pensaba: “pero habrá monjas, ¡pues
yo no quiero ser sacerdote!”. Y entonces el padre me contó de
las hermanas y me explicó el carisma, me habló de las misiones
y del cuarto voto de esclavitud mariana. ¡Qué impresionante!
¡Justamente las dos cosas que antes me habían ensanchado el
alma: las misiones y la Virgen María!
Terminé los ejercicios espirituales, volví a mi casa un martes y
le dije a mi mamá: “el viernes me voy a San Rafael”. Mamá me
sacó corriendo. Iba a tener que esperar un tiempo para poder
finalmente entrar. En principio la idea de esperar era conocer un
poco más a las hermanas, conocer el carisma. Pero la realidad es
que durante ese año solamente pude viajar a San Rafael, donde
están las casas de formación del Instituto, una sola vez. ¡Y solo
por un día y medio! Es decir que lo que conocí fue poco y nada.
Pero en el fondo yo sabía que no necesitaba saber cómo eran las
hermanas y qué hacían. Dios ya me había mostrado muy claro
que era allí donde Él me quería. Después de tanto tiempo de
espera e incertidumbre esa luz del retiro era un gran consuelo y
una certeza total. Mi Buen Padre ya me había dado a conocer su
Voluntad. Ese año dejé de jugar al hockey. Se nota que Dios me
iba acompañando muy de cerca porque después de haber jugado

199
Testimonios Vocacionales

por más de nueve años, lo dejé sin que se me moviera un pelo.


Ya sabía que Dios me pedía algo grande, mucho más grande que
hacer un deporte.
El tiempo pasó con sus luchas y sus consuelos y llegó el
momento de despedirse. Pasamos las últimas vacaciones con mi
familia en el campo. ¡Cómo lo disfruté! Siempre digo medio
en chiste medio en serio que, si hay que ponerle porcentaje al
llamado, el cincuenta por ciento de mi vocación lo descubrí
en ese hermoso lugar: la familia, el mar, los caballos, el cielo
estrellado, los fogones, la alegría, el sacrificio, el esfuerzo, los
campamentos y la capilla, siempre ahí, en la punta del médano.
Raras veces nos íbamos a andar a caballo sin pasar cerquita de
Jesús, ya al paso, al trote o al galope, siempre la capilla a la vista,
como custodiándonos. Así estábamos siempre bajo la mirada
de Jesús. Me resultaba imposible no dar gracias a Dios cuando
estaba en el campo, su amor inmerecido se palpaba a cada paso
que daba.
Finalmente entré en el Instituto el 16 de abril del 2013.
Ahora quisiera aprovechar esta oportunidad para no solamente
darle gracias a Dios que me dio este inmenso don inmerecido
de la vocación, sino también a toda mi familia y amigos que
me acompañaron, especialmente a mi mamá por haberme trans­
mitido la fe y sobre todo a mi amadísima hermana carmelita,
que hoy me acompaña desde el Cielo. Pienso que sus oraciones
y sacrificios, su ejemplo de alegría y entrega movieron mi alma y
mi corazón para ser dócil a la Voluntad de Dios. Estoy más que
segura que si no hubiese sido por ella yo no estaría aquí y si sigo
adelante aún y por gracia de Dios seguiré hasta la muerte, no me
cabe duda de que es porque ella no se aparta ni un instante de
mi lado.
Si es Dios quien me dio la vida, ¡cómo no se la voy a devolver!

200
MARY MOTHER OF MERCY

Estados Unidos

¿ Cómo es posible que una joven que trabajaba en la ciudad


de Nueva York en los años ’90 conociera e ingresara en una
Congregación fundada solo unos años antes en una pequeña
ciudad de Argentina? Como sucede en cada vocación a la vida
religiosa, la Divina Providencia interviene y por medio de fieles
instrumentos Dios atrae hacia sí lo que es suyo.
Mi padre era un oficial militar y crecí rodeada de amor a Dios,
a la patria y a la familia. Como él es metodista y mi mamá es
católica, aunque mis hermanas y yo fuimos educadas en la fe de
mi madre, las típicas tradiciones católicas no fueron acentuadas
en casa. Aun así, cada domingo íbamos fielmente a Misa. Esto se

201
Testimonios Vocacionales

convirtió en un hábito para mí e incluso durante la Universidad


iba casi todos los domingos, aunque lo hacía por costumbre.
Varias veces llegaba a la última Misa de las 8 de la tarde, después
de haber hecho todo lo otro que quería hacer, pero si no iba sentía
que algo estaba mal durante toda la semana. Tenía varios amigos
“católicos” como yo, que no practicaban mucho su fe, pero aun
así siempre había alguno que estaba dispuesto a acompañarme.
Cuando estaba en la Universidad ocurrieron eventos mundial­
mente importantes que causaron una fuerte impresión en mis
amigos y en mí, entre ellos, las protestas de la Plaza Tiananmén
en China y la caída del Muro de Berlín. Nos preguntábamos si
también nosotros seríamos capaces de pelear y de dar nuestras
vidas por la libertad que teníamos. Pero las preocupaciones del
mundo material se sobrepusieron… Después de la Universi­
dad obtuve un trabajo en la ciudad de Nueva York. ¡Lo había
logrado! Buscaría un marido rico y lo tendría todo. Y así se iba
desenvolviendo mi vida en un ambiente materialista y mundano,
en el que me encontraba muy cómoda hasta que Dios intervino.
Sin haberlo buscado, Dios salió a mi encuentro en Nueva
York. El tiempo que pasé allí desde el año 1991 hasta el verano
de 1994 fueron increíbles. Aprendí lo que más pude sobre mi
fe, conocí personas extraordinarias que ayudaron a cambiar
la historia (el Padre Groeschel, el Padre Andrew Apostoli, el
Cardenal O’Connor, la Madre Agnus Mary, etc.), vi al Papa
Juan Pablo II en la Jornada de los Jóvenes en Colorado, viví mi
fe en una manera nueva y audaz y también vi a otros acercarse
a la fe. ¡Toda mi vida había cambiado! Y en medio de todo esto
la Virgen María entró en escena. En el año 1992 el padre Farley
-mi director espiritual de ese tiempo, a quien había conocido en
una Vigilia del Rosario- me propuso consagrarme a la Virgen
según el método de San Luis María Grignion de Montfort. Y
al año siguiente, un joven de nuestro grupo de amigos conoció

202
Mary Mother of Mercy

a unos sacerdotes argentinos en el Santuario “Nuestra Señora


de la Isla”, a cargo de los padres montfortianos. Poco tiempo
después ingresó al Instituto “Del Verbo Encarnado” y comenzó
su Noviciado en Brooklyn. ¡Esto nos sacudió a todos!
Entonces existía esta otra vocación… y mi corazón empezó
a afligirse. Mis planes ya estaban listos y además el que era
mi novio en ese momento se había convertido al catolicismo.
Pero todavía subsistía un deseo grande en mi corazón. ¿Cómo
podría llegar a ser madre de una familia numerosa y seguir al
mismo tiempo completamente involucrada en la Iglesia? Le
había rezado a Santa Teresita del Niño Jesús y ni siquiera ella me
estaba ayudando… le había rezado una novena en diciembre:
si la próxima rosa en florecer era roja, significaría que Dios me
quería religiosa, si era amarilla, me casaría y sería esposa y madre.
El último día de la novena el rosal floreció: ¡era amarilla! Pero
cuando me acerqué a la rosa ¡vi que era amarilla por fuera y roja
por dentro! ¿Ahora qué?… ¡Libertad!
La libertad ha marcado mi vida. Conocí personas increíbles
que dedicaron sus vidas defendiendo la libertad y muchos jóvenes
que entregaron sus vidas para que otros pudieran ser libres. Y
ahora Dios me estaba pidiendo que le entregara libremente mi
vida para ser parte con Él en la obra de la redención. Entendí
que Él quería que respondiera con libertad y en la libertad.
Muchas otras cosas pasaron, que a todos nos encanta llamar
“señales”. Entonces, ¿qué haría? ¿dónde iría? ¡Conocí a TANTAS
religiosas! En mi búsqueda del lugar correcto decidí que era
importante para mí que se tratara de una Congregación bien
establecida -nada de algo que tuviera relación con un carisma
nuevo-, que fuese fiel a la Iglesia en todos los aspectos: en la
liturgia, en la oración, en la vida comunitaria, en el uso del
hábito, con un gran respeto hacia los votos y una gran devoción
a la Virgen María. Para mí era importante entrar en una

203
Testimonios Vocacionales

Congregación en la que pudiera realizar mi formación en los


Estados Unidos y, por supuesto, que se hablara inglés, pues
estaba segura de que nunca podría aprender otro idioma. Otra
vez yo iba haciendo mis planes…
Cuando aquel joven que ingresó al Instituto “Del Verbo
Encarnado” nos invitó a participar de su toma de sotana el 25
de marzo de 1994, todo nuestro grupo de amigos se reunió
y valientemente se dirigió hacia “East New York Brooklyn”.
¡Nuestras hermanas (de las que nunca había escuchado antes)
habían llegado el día anterior!
Ingresé con las Servidoras y el 2 de febrero de 1995 recibí
el hábito. Unos días después viajé a Argentina para iniciar mi
formación (¡en español!). Ya había tenido demasiado de mis
propios planes y de ponerle límites a Dios…
Doy gracias a la Madre de la Misericordia por todas las gracias
y dones que recibí a través de Ella, especialmente por el don de la
vocación. Y muy especialmente le agradezco por la fidelidad del
Padre Buela a su llamado; ¡así Ella pudo darme este maravilloso
don de ser Servidora!

204
MARIA STERRE DER ZEE

Holanda

N ací en Holanda y mis padres me educaron en la fe


católica. Ir a la Iglesia los domingos era algo natural
para mí. Mis padres iban y yo también y siempre
me sentía fortalecida por la Santa Misa. Durante mi juventud
la iglesia de los Países Bajos pasó por un momento difícil y en
algunos lugares se perdió el enfoque de lo sagrado. A menudo
éramos la única familia que asistía a la Iglesia con niños.
Ya terminada la escuela comencé a estudiar y a trabajar en el
sector de las Telecomunicaciones, tarea que ejercí con mucho
gusto. En caso de dificultades, solía dar un paseo por la capilla
que tenía la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

205
Testimonios Vocacionales

Siempre he sentido un vínculo especial con la Santísima Virgen


María. Es un regalo que Dios me ha concedido. Y aunque
amaba la Iglesia y siempre había sentido en mi corazón que Jesús
tenía en mente algo especial para mí, nunca pensé que tendría
vocación a la vida religiosa. Pero cuando en un momento dado
mi trabajo dejó de darme satisfacción, comprendí que Jesús
quería llamarme a otra cosa. En su sabiduría me preparó para
ello paso a paso.
Cuando tenía 35 años supe en el fondo de mi corazón que
Jesús me estaba llamando a la vida consagrada. Fue tan claro
que no era posible duda alguna y me preguntaba a qué lugar me
estaría llamando Dios. Solo conocía conventos con hermanas
mayores, que lamentablemente no tenían más vocaciones. La
vida religiosa, al menos en el oeste de los Países Bajos de donde
provengo, se estaba extinguiendo. Y aunque siempre asistí a
la Iglesia Católica, nunca había escuchado algo sobre nuestra
Congregación. Pero el Espíritu Santo me ayudaría.
Alguien me preguntó si me gustaría asistir a la Jornada
Mundial de la Juventud en Toronto para acompañar a un grupo
de discapacitados. Pensé: ¿Por qué no? Y fue durante estas
Jornadas que conocí a un sacerdote que me habló de nuestra
Congregación. Vi a las “hermanas azules” caminando por la
ciudad, pero como yo era parte del acompañamiento para los
discapacitados no entré en contacto con ellas. El primer contacto
con la Congregación fue vía e-mail con M. Anima.
Luego me enfermé gravemente y me tomó 3 años recuperarme.
Al principio pensé que Jesús había destruido sus propios planes
con respecto a mi vocación religiosa. Sin embargo, el deseo de
entregarme a Dios permaneció en mi corazón durante ese tiempo.
En agosto del 2004 recibí la noticia de que las Servidoras fun­
daban una Comunidad en Brunssum; la primera Comunidad de
nuestro Instituto en Holanda. En ese momento yo me encontraba

206
Maria Sterre der Zee

discerniendo cuál era la Familia Religiosa que Dios tenía en


mente para mí; ya había visitado varias Congregaciones y tenía
dirección espiritual. Por ello cuando me invitaron a participar
de la ceremonia de apertura de esta nueva Comunidad no dudé
en participar. Ese día nos mostraron un video sobre nuestro
Instituto en Argentina en el que vi a las hermanas preparando a
los enfermos para el sacramento de la Extremaunción. Y pensé:
“a mí también me gustaría hacer eso, hacer algo que tenga valor
eterno”.
Sin embargo, me tomó algún tiempo discernir si éste sería
mi lugar. Pasé varios días con las hermanas en Brunssum y me
aconsejaron que hiciera los Ejercicios Espirituales de San Ignacio
de Loyola, que finalmente pude realizar en mayo de 2005. Un
día durante los ejercicios la superiora colocó la estatua de la
Virgen de Luján en la Capilla. Era el 8 de mayo. Estaba rezando y
mirando a Nuestra Señora de Luján, cuando me llegó al corazón
una certeza que no dejó lugar a ninguna duda de que yo estaba
llamada a nuestra Familia Religiosa. Esta certeza se vio reforzada
por los brillantes rayos del sol que invadieron la capilla. En ese
momento pude decir sí a este llamado. Luego me di cuenta del
especial detalle de que un 8 de mayo había sido también el día
que recibí mi Primera Comunión.
Un mes después, el 13 de junio, fiesta de San Antonio de
Padua, ingresé al Convento. Cuando miro hacia atrás, veo cómo
el Espíritu Santo fue conduciéndolo todo; y que definitiva­
mente Nuestra Señora de Luján me brindó la seguridad de
saber que Dios me llamaba a nuestra Congregación. También es
maravilloso que al tener un gran amor por el nombre de María
haya podido mantener este nombre como religiosa.
Agradezco a Dios por mis padres que me educaron en la fe y
por haber crecido en la Iglesia Católica. Soy la segunda holandesa
en haber ingresado a nuestra Familia Religiosa y Dios ha seguido
llamando a otras después de mí.
207
MARIA RIPARATRICE

Ecuador

E l cambio espiritual comenzó con una simple entrega.


Estaba en una Iglesia cuando una señora se me acercó
y me dijo: “Entrégale tu corazón”. Con extrañeza res­
pondí: “¿A quién?” Señalando el Sagrario vuelve a decir: “A Él.
Al Señor”. “¿Y cómo se lo entrego?”. “Solamente dile: te entrego
mi corazón”. Y eso fue lo que hice.
En ese momento de mi vida yo me encontraba viviendo en
Argentina y convivía con un hombre casado con el que había
tenido tres hijos. Aunque yo no tenía formación religiosa, sabía
interiormente que esto no agradaba a Dios y con el tiempo sufría
cada vez más intensamente el no ir a Misa, no poder comulgar

208
Maria Riparatrice

y estar alejada de la Iglesia, aunque poco supiera sobre ella. Esta


era mi gran cruz que ya llevaba 25 años. Sentía que ya no podía
con ella y una tarde, encerrada en mi habitación, se la entregué
a mi Cristo Roto: “Llévala Señor por mí, yo no sé qué hacer para
resolver mi situación y ya no puedo llevarla, no puedo más”.
Sumida en este gran sufrimiento llegamos a una crisis eco­
nómica muy grande. Habíamos hipotecado la casa para invertir
dinero en un negocio que finalmente tuve que cerrar. Estaba
aterrada pensando que nos quedaríamos sin casa y estando a
punto de perderla fui presa de la desesperación. Rezaba todos los
días, pero parecía que Dios no me escuchaba.
Había viajado a Rincón de los Sauces (en la Provincia de
Neuquén, Argentina) por negocios, hospedándome en casa de
una amiga. Al despedirme ella me enseñó a invocar al Espíritu
Santo. Pero yo ya había tomado una decisión. Estaba lloviendo
y oscurecía cuando tomé un pequeño colectivo de regreso a
Neuquén. Me senté y allí mismo empecé a invocar al demonio
para hacer un pacto con él: le entregaba mi alma a cambio de
no perder mi casa y de que mis hijos se quedaran en la calle.
Enseguida vino la respuesta como si alguien hablara a mi mente:
“Te quedas con tu casa a cambio de que me sirvas a mí, quiero
que conquistes almas para mí”. Me asusté y comencé a llorar,
le dije que no, que ese no era el trato, era solo mi alma. Me
insistía y yo volvía a decirle que otras almas no, que solo le
entregaba la mía. Pero él quería más. En medio de esa lucha
me acordé de la oración al Espíritu Santo y lo llamé con todas
mis fuerzas: “Ven Espíritu Santo, ven que te necesito, ven salva
mi vida, ven que estoy perdiendo mi alma, ven Espíritu Santo
de Dios, ven a defenderme, sálvame, dame una señal de que
has venido a ayudarme”. Ya en este momento lloraba con tanta
angustia que me había tapado la cara con un pañuelo para que
los pasajeros no me viesen. De pronto sentí una luz sobre mi

209
Testimonios Vocacionales

rostro, me quité el pañuelo y no vi nada, pero cuando iba a


cubrirme nuevamente vi por la ventanilla un sol grande cuya
luz no lastimaba mis ojos. No podía ser posible porque llovía
y estaba oscuro, entonces me puse de pie para preguntarle a los
pasajeros si lo habían visto, pero todos estaban dormidos. Me
senté nuevamente y vi pasar otra vez ese sol. Me di cuenta de
que era la señal que había pedido. En ese momento me sentí
con fuerza para luchar y le dije al enemigo de las almas: “Vete,
vete de mi vida, no te quiero, no te necesito, no te serviré, solo
a Dios, solo a Dios amaré y serviré. A ti no”. Todo esto sucedió
en cuestión de minutos. Sentí paz, deseos de volver a mi casa y
de abrazar a mis hijos. ¡Había salvado mi alma! A partir de este
episodio mi vida cambió.
Dios me regalaba una nueva vida y yo sentía la necesidad de
conocerlo, sentía sed de Dios. Quería hablarle, pero no sabía
cómo. Rezaba el Padre Nuestro y el Ave María, era lo que sabía.
En enero del 2001 se realizaron en la Catedral de Neuquén
unos encuentros “de oración y vida” y allí fue donde por primera
vez abrí la Biblia. El Señor cambió mi vida por completo, cambió
mi forma de pensar, de sentir, me dio un corazón nuevo y un
espíritu nuevo, todo lo hizo nuevo en mí.
En el año 2005 descubrí en mí un gran deseo de ser religiosa.
Quería rezar, llorar por mis propios pecados, pedir perdón,
misericordia para nosotros pobres pecadores, quería estar siem­
pre con el Corazón de Jesús y no dejarlo nunca Ese año participé
de un retiro en el Carmelo y pudimos hablar con dos monjitas.
Allí conocí una monja por primera vez. Yo era la que más pre­
guntaba y las respuestas tenían tanto parecido con lo que a mí
me pasaba que de pronto todo se aclaró para mí. Me puse de
pie y le dije: “¡Eso es lo que tengo que ser! ¡Una monja como
usted!”. Me dijo que no podía porque era casada y tenía hijos.
Pero enseguida respondí: “Eso ni importa, los dejo, mis hijos ya

210
Maria Riparatrice

son grandes y no estoy casada con su padre, los dejo y me vengo


acá”. Pero eso no podía ser y me tuve que conformar con formar
parte de la Tercera Orden. Asistía a las reuniones de los miércoles
y sábados, pero esto no me satisfacía, yo quería una entrega total.
Para abril del 2006 toda mi familia conocía mi decisión de
entrar al Convento. Mi segunda hija se opuso rotundamente,
pero mi hijo y su papá me propusieron acompañarme a rezar e
ir a Misa a cambio de que me quedara. Además, podía elegir un
lugar de la casa solo para mis oraciones. Fue así que haríamos
una prueba que duraría 4 meses, si funcionaba me quedaba.
Comencé el 8 de mayo, al principio todo iba bien, pero al mes
comenzaron a decaer en sus propósitos. Al tercer mes mi hijo me
dice con lágrimas en los ojos que le daba pena verme rezar sola,
que tal vez yo sería más feliz con las monjitas y que aunque le
costara mucho él me dejaba ir. Cuando su papá me dijo casi lo
mismo supe que solo me quedaba esperar el momento.
Escribí a varios lugares y solo recibí respuesta de las hermanas
de la Visitación de Santa María en Río Cuarto, Córdoba. Me
recibieron para hacer una experiencia y me aceptaron como
postulante. Allí estuve casi un año hasta me dijeron que no
tenía vocación con ellas. Fue el día más doloroso de mi vida. La
Superiora de Río Cuarto me había recomendado que buscara a
las hermanas del Verbo Encarnado, pero no lo hice pues yo tenía
la esperanza de volver con ellas.
Fuera del monasterio y de vuelta a la vida del mundo me
dediqué a propagar el apostolado de la Guardia de Honor del
Sagrado Corazón de Jesús, que había conocido en Córdoba.
Empecé a visitar varias parroquias y llegué a preparar 124 fieles
para que se consagren en este apostolado.
A mediados del año 2008 llegaron a Neuquén unas hermanas
de hábito azul para participar en una actividad de la Iglesia
en la que yo estaba ayudando. Cuando les pregunté a qué

211
Testimonios Vocacionales

Congregación pertenecían me dijeron: “A la Familia Religiosa


del Verbo Encarnado”. Casi me desmayo. Les pregunté si tenían
rama contemplativa y si admitían a mujeres de mi edad, a lo que
respondieron que sí. Supe que el Señor había elegido ese lugar
para mí porque yo no lo había buscado y era Él mismo quien las
ponía ante mí como diciéndome “Aquí te quiero”.
Luego de un tiempo de experiencia ingresé en marzo del
2009. Y después de cinco años como misionera en Ecuador en
el Hogar “Sagrado Corazón” ingresé a la Rama contemplativa de
nuestro Instituto.
Si quieren saber qué pasó con la hipoteca les cuento que
durante el año que estuve en el monasterio en Córdoba, mi hijo
y su papá se dedicaron a vender y les fue muy bien: les alcanzaba
para reponer mercadería, para vivir y para depositar en la cuenta
de la hipoteca. Llegamos a un acuerdo con la financiera, lo
aceptaron y se levantó la hipoteca. Cuando tuve dudas sobre
si me quedaba a trabajar para ayudarlos o ingresar en la vida
contemplativa, estando en oración ante el Santísimo, escuché
una lectura y la frase que quedó repicando en mi fue: Buscad el
Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se te dará por añadidura
(Mt. 6,33). Y eso hice asistida poderosamente por la gracia y
misericordia del Sagrado Corazón de Jesús.

212
MARIA GLÓRIA DA IGREJA

Brasil

El día 27 de enero de 2021, seis días previos a la publicación de


este libro, nuestra Hermana Maria Glória da Igreja partió al Cielo
al encuentro con el Divino Esposo. Antes de que se descubriera su
enfermedad había dejado por escrito la historia de su conversión y
del descubrimiento de su vocación a la vida religiosa.

T odas las generaciones me proclamarán bienaventurada


(Lc 1,46). Cuando la Virgen María pronunció estas
palabras a su prima Santa Isabel, yo sé que ya estaba
en los planes de Dios que este pasaje del Evangelio cambiaría
totalmente mi vida.

213
Testimonios Vocacionales

Nací en una pequeña ciudad de la Provincia de Bahía, Brasil,


en el seno de una familia evangélica. Con solo algunos días de
vida mi familia me presentó en la iglesia y allí pidieron la gracia
de que yo llegara a ser misionera.
Con el pasar de los años, ya en mi adolescencia, tenía un
deseo muy grande de ser bautizada, pero según la costumbre
protestante, podría recibir el Bautismo luego de cumplir los 14
años. Mientras tanto crecía escuchando hablar mal de la Iglesia
católica: que había sido fundada por hombres, que en esta
religión todo era liberal, que adoraban imágenes, etc. Pero sobre
todo lo que escuchaba en mi Iglesia lo que más me cuestionaba
era el modo en el que se hablaba de la Virgen María. No solo
se decía que ella era una simple mujer y que no merecía ningún
trato especial, sino que además se la trataba de un modo muy
despectivo. Y a pesar de que yo no entendía mucho, no me
gustaba que la tratasen de tal forma pues al menos yo sabía que
era la Madre de Jesús y que seguramente a Él no le gustaría que
hablaran mal de su Madre, como a mí tampoco me gustaría que
hablasen mal de la mía.
A los 12 años entablé amistad con varios jóvenes católicos de
mi escuela. Al contrario de lo que escuchaba, ellos no hacían
cosas erradas, eran buenos y siempre llevaban algún símbolo
de la devoción que tenían por María: escapularios, remeras
con la imagen de la Virgen, etc. En fin, ellos manifestaban
públicamente el amor que tenían por María. Yo no entendía por
qué eran buenos si eran católicos y amaban tanto a María, a
quien desde pequeña había aprendido que no podía darle mi
amor. Estas actitudes me interpelaban interiormente y decidí
investigar quién era esta mujer tan despreciada por algunos
hombres y tan amada por otros.

214
Maria Glória da Igreja

Sabía que encontraría una respuesta en las Sagradas Escrituras


ya que, dada mi formación protestante, únicamente allí podría
encontrar la respuesta exacta a mis inquietudes. Así fue que
llegué al pasaje del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza
del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador porque
ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora todas las
generaciones me llamará bienaventurada”. Esta mujer no podía
ser una mujer cualquiera, ¡puesto que debía ser para siempre
proclamada bienaventurada! Por una gracia actual del Espíritu
Santo, a los 13 años me decidí a quererla como madre y a buscar
conocer aquella Iglesia que la proclamaba “bienaventurada”.
Tuve muchos amigos que me ayudaron en esta búsqueda y
a escondidas de mi familia ocasiones participaba de la Misa y
de encuentros de jóvenes, buscando conocer la Iglesia católica
“desde adentro”. Crecía en mí la certeza de que esta era la Iglesia
fundada por Jesucristo, tanto porque aceptaba a su Madre como
por el misterio -por aquel entonces totalmente nuevo para mí-
de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Misterio que
todavía me resultaba tan oscuro, algo tan distinto de lo que los
protestantes llaman “la cena”.
Una vez decidida a pertenecer a la Iglesia Católica, no dudé
en pedir prontamente el Bautismo. Comencé el catecumenado
a escondidas de mi familia y mi catequista, quien tenía una
gran fe, me explicaba todo con mucha paciencia y claridad. Me
impresionaba mucho descubrir la grandeza de la Iglesia y crecía
en mí el deseo de saber aún más. Esto me ayudó a tener el coraje
de hablar con mi familia sobre mi conversión.
El 15 de abril de 1996 en la Solemnidad de la Pascua, a la
edad de 14 años, me bauticé y recibí la Primera Comunión. Este
fue el primer día que mi mamá entró en una Iglesia Católica.

215
Testimonios Vocacionales

Cuando recibí Jesús en la Eucaristía sentí algo inexplicable, un


deseo de ser totalmente de Jesús, sin importarme lo que podría
pasar.
Pasado un tiempo, comencé a ayudar mucho en la Iglesia.
Un sacerdote me habló de la vocación religiosa y ya no tuve
duda de que eso era lo que Dios me había pedido el día de mi
Primera Comunión. Pero mi familia me dijo que preferiría verme
muerta a religiosa y que si entraba al convento la descendencia
de nuestra familia se acabaría ya que soy hija única, aunque en
ese momento tenía un hermano de dos años que es adoptado.
Infelizmente todo esto logró que fuera dejando de lado de mi
vocación.
A los 17 años comencé a poner toda mi felicidad en los estudios
y luego en las cosas del mundo, y terminado el bachillerato, yo
-que hasta entonces solo había frecuentado lugares cristianos- ya
no iba con tanta frecuencia a la Iglesia.
Durante los tres años que siguieron de Universidad ya no
fui más a la Misa, excusándome de que estudiar exigía todo
mi tiempo. Pero siempre pensaba en la vocación y trataba de
sofocarla con las cosas del mundo. Durante este tiempo vivía en
una ciudad universitaria a donde van a estudiar jóvenes de todo
Brasil y vivía con otras estudiantes. Mi vida eran los estudios,
las fiestas y las cosas mundanas, y buscaba la felicidad en todo
tipo de pecado. Pero Dios en su misericordia infinita vino con
su gracia, tal como lo hizo al inicio de mi conversión, por una
acción del Espíritu Santo y por la intercesión de la Virgen María
que no abandona nunca a sus hijos. Volviendo de una de las
tantas fiestas Dios me hizo ver que muchos de mis amigos vivían
como si Él no existiera y que yo, a pesar de haberlo conocido
y de haber recibido tanto de Él, vivía exactamente como ellos.
¿Hasta cuándo tendría que tener paciencia conmigo?

216
Maria Glória da Igreja

Al día siguiente puse a la Virgen María al frente a mi vida,


busqué una Iglesia y un sacerdote para confesarme y cambié
totalmente de vida, buscando como antes ser toda de Dios. Mis
amigos de la Universidad se alejaron de mí y tuve que cambiar
tres veces de casa porque mis compañeras ya no aceptaban mi
nueva forma de vida, pero yo estaba feliz de haber regresado al
camino correcto.
Volví a participar de la Misa diaria, de los grupos de jóvenes
católicos y había formado un nuevo grupo de amigos. Me
puse de novia, teníamos planes de casarnos y de tener hijos,
queríamos formar un matrimonio santo. Pero siempre supe de
mi vocación y continuaba diciéndole que no a Dios, aunque
en el fondo deseaba entregarme totalmente a Él. En uno de los
muchos encuentros de jóvenes que participé, escuché una charla
sobre la vocación y era como si Jesús me preguntase nuevamente:
“¿Hasta cuándo debo tener paciencia contigo?”. Pero yo estaba
feliz con mi novio, él era como “el sueño” de toda joven católica
que quisiese ser santa; pero aun así yo sabía que esto no era para
mí, porque Dios me pedía ser santa, pero ser santa teniéndolo a
Él como Esposo. Finalmente me decidí a decirle que sí a Dios.
Ingresé al Noviciado el día 6 de octubre de 2013, luego de
haber conocido nuestro Instituto en las Jornadas de los Jóvenes
en Río de Janeiro. Elegí este Instituto para concretar la Voluntad
de Dios en mi vida por sus signos marianos: el color del hábito
que me recuerda a la Virgen que me acompaño siempre durante
mi vida, el recibir el nombre de María y por el cuarto voto por
el cual podría entregar todas mis obras a María. Sé que es por
medio de Ella que estoy aquí, y por eso puedo decir como Ella:
“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,49).
Para mi familia todavía es muy difícil aceptar mi vocación,
pero ya han cambiado mucho; hoy, aunque todos siguen siendo

217
Testimonios Vocacionales

evangélicos, respetan a la Virgen María y saben, a pesar de que


les ha costado, que hoy estoy aquí porque Dios los escuchó
cuando le pidieron que yo pudiera ser misionera.
Doy gracias a Dios por todo lo hizo en mí y siento mucha
alegría en poder decir que soy esposa de Cristo e hija de María.
Termino con esta frase de Santa Isabel de la Trinidad: “Esta
vocación religiosa supone uniones tan profundas! ¿Por qué me
ha amado tanto? Me siento tan pequeña; pero yo le amo, no
sé hacer otra cosa; le amo con su mismo amor. Es un doble
intercambio entre Él, que es, y yo, que nada soy”.

218
4
Apéndice
HISTORIA DE UN CIRENEO
“Reflexiones sobre la enfermedad y la perseverancia”

Escrito póstumo de la hermana


Maria del Corpus Domini Valle

“Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene


llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz”
(Mt 27,32)

Q uisiera iniciar estas reflexiones a partir de la figura de


Simón el Cirineo, porque cuando empezó la enfermedad
de la leucemia en el mes de mayo del 2015, fue todo tan
de improviso e inesperado que me sentí de golpe con una cruz
en la espalda, la cual no había buscado… ¡exactamente como el
Cirineo!
Me pidieron que escriba algo sobre la segunda parte de mi
vocación, ya que sobre cómo la descubrí y el ingreso al convento
y a la vida contemplativa ya había escrito en otro momento. La
segunda parte serían mis 25 años desde la primera profesión de
votos, que se cumplen el próximo 21 de marzo. Sin embargo,
quisiera referirme a mis dos últimos años marcados por una grave
enfermedad, un tumor a la sangre llamado leucemia linfoblástica
aguda.

221
Apéndice

Ha sido un camino casi como aquel a Santiago de


Compostela… lleno de etapas, de sacrificios, de dolores, pero
también de momentos de reposo y de consuelo hasta llegar al
gozo de la aceptación de la enfermedad, pero más aún de la
Adorable Voluntad de Dios, aunque misteriosa; considerando
realmente la enfermedad como un don, un don sublime del
Esposo enamorado que quiere embellecer y preparar a la Esposa
para las bodas, enriqueciendo de este modo a quien la vive y a
quienes están alrededor, empezando por los familiares.
También la Beata María Gabriela de la Unidad experimentó
algo semejante cuando escribía en una carta a su mamá el 06
de julio del año 1938: “…El Señor, como usted sabe, me ha
siempre favorecido con gracias especiales, pero ahora con
esta enfermedad me ha dado una más grande todavía. Me he
abandonado totalmente en las manos del Señor y he ganado
muchísimo… no hay felicidad más grande de aquella de poder
sufrir algo por amor de Jesús y por la salvación de las almas. Esté
feliz también usted, madre mía, y agradezca al Señor esta gracia
grande que nos ha hecho a usted y a mí”.
Después de la aceptación, vino la confianza, el trabajo en la fe,
en creer y en esforzarme por creer en cada momento de estar en
las Mejores Manos, aún sin comprender el designio del Señor:
efectivamente, según los médicos he estado al final de la vida al
menos dos veces. Después del inicio de la enfermedad, apenas
había hecho las primeras sesiones de quimioterapia, decían los
médicos que respondía bien y que todo iría bien… Sin embargo,
después de exactamente un año de tratamiento intensivo (motivo
por el cual me acogieron las Madres de la Procura y he vivido
fuera del Monasterio) la enfermedad volvió agresivamente y en
adelante no retrocedió ante ningún tratamiento, esto en junio
del 2016, precisamente en los días de inicio de los Capítulos
Generales de nuestros Institutos comprendí que el Señor pedía

222
Historia de un Cireneo

el sacrificio por los frutos de los mismos. Me dijeron que mi


situación había decaído aceleradamente y que mi situación
era grave… Cuantas veces me han dicho que estaba grave…
Cuantas veces he recibido la Unción de los Enfermos… cuanto
tiempo me ha donado el Señor para prepararme al encuentro
con El… todo Misericordia!!! El gran privilegio de ser llamada,
de ser modelada según la imagen de Jesús Crucificado, esto es
la enfermedad grave… poder decir con San Pablo: “He sido
crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en
mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de
Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gal 2,20). Aunque si
confunde nuestra inteligencia, porque no entendemos que cosa
quiere el Señor, porque no podemos programar nada… cuando
no se sabe si se vive todavía por un mes o no… realmente todo
cambia.
Sí, realmente cambia todo delante de la posibilidad de la
muerte, cambia completamente nuestro modo de pensar,
nuestras preocupaciones, nuestro amor hacia los demás, la
misericordia toma la prioridad ante todo… se entiende que cosa
vale la pena y que no… Me vienen a propósito dos textos de
libro del Eclesiástico: “como una gota del mar y como un grano
de arena, son sus pocos años frente a la eternidad” (Eclo. 18, 10)
y “en todas tus acciones, acuérdate de tu fin y no pecarás jamás”
(Eclo. 7,36).
Ahora querría agregar una reflexión sobre la perseverancia,
justamente porque más de una vez he pensado en lo maravilloso
de poder morir habiendo perseverado por la gracia de Dios en la
vocación que Él me había dado y en la Congregación donde Él
me ha llamado y a la cual he amado tanto. Es una gracia inmensa
que deseo para todos los miembros de nuestros Institutos, una
intención por la cual he pedido, pido y pediré desde el Cielo…
Me decía a mí misma cómo debe estar en el lecho de muerte

223
Apéndice

el alma que ha sido infiel y ha abandonado el primer amor…


Quien sabe cuántos remordimientos, aunque ciertamente la
Misericordia de Dios no la abandonará.
Entonces me decía también cómo durante toda la vida
debemos defender y luchar por conservar nuestra vocación,
como decía San Pedro: “Por eso, hermanos, procuren consolidar
cada vez más el llamado y la elección de que han sido objeto:
si obran así, no caerán jamás y se les abrirán ampliamente las
puertas del Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”
(2 Pe 1,10-11).
Esto no significa que durante nuestra vida no tengamos
tentaciones, oscuridad, arideces, pruebas de todo tipo, en
el fondo todos sabemos aquella cita del Eclesiástico “Hijo, si
te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba”
(Eclo. 2,1-2), pero cuando nos toca a nosotros, nos olvidamos…
Así me permito de contar algo personal, muchas veces fui tentada
de dejar la vocación pero el celoso Esposo de nuestras almas no
permitió que cayese… Él siempre intervino con las mociones
del Buen Espíritu, el pedir ayuda a mi director espiritual y a
los superiores y más aún, y aquí cuento un pequeño secreto…
la oración incesante pidiendo la gracia de la perseverancia en la
vocación que he elevado al Señor desde los días de mi noviciado
(1991) hasta hoy en cada Santa Misa, como me fue aconsejado
en el mismo noviciado y no lo he olvidado ni un solo día. Es
además de mucho fruto leer el artículo del Padre Buela sobre
el tema de la perseverancia publicado en el libro Servidoras I,
aconsejo vivamente leerlo o releerlo, a mí me ha hecho mucho
bien.
San Pablo habla también de la batalla y lo podemos aplicar
perfectamente a nuestra vocación y a la lucha para poder
perseverar: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores

224
Historia de un Cireneo

de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad


en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de
Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado
todo, estar firmes” (Ef 6,12-13), y también a Timoteo: “Pelea el
buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido
llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de
fe, en presencia de numerosos testigos” (1 Tim 6,12).
También podemos aplicar al tema de la perseverancia la
exhortación de San Pablo a Timoteo: “Palabra fiel es esta: Si
somos muertos con él, también viviremos con él; Si sufrimos,
también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos
negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede
negarse a sí mismo” (2 Tim 2,11-13).
Pensaba, que maravilloso es acercarse a la muerte con los
mismos sentimientos de San Pablo, que yo aplico a la gracia de la
perseverancia en la vocación religiosa, escribía el Santo: “Porque
yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está
cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he conservado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona
de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día;
y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”
(2 Tim 4,6-8).
Todos estos pensamientos vienen a la mente cuando se
está cercano a la muerte, por eso es tan sabio lo que dice San
Ignacio de Loyola en los ejercicios espirituales: antes de tomar
decisiones nos hace pensar: en el momento de la muerte que
cosa hubiésemos querido elegir, y es verdad, porque delante de
la eternidad cada cosa adquiere un peso distinto.
En todo el tiempo de la enfermedad muchas superioras me
han pedido rezar por las vocaciones y por la perseverancia y la
unión de los miembros y la fidelidad a nuestro carisma, cosa
que siempre he hecho, estoy haciendo y continuaré a hacer en el

225
Apéndice

Cielo si el Señor me llama, creo que no habrá muerte más dulce


(aún en medio de dolores físicos) de una Esposa de Cristo (esto
es un religiosa y nada más) que caer finalmente entre los brazos
del Esposo amado y buscado en la fe y en la esperanza durante
la vida terrena.
Que el Señor me conceda la gracia sublime de encontrarme
preparada cuando vendrá a llevarme, ya que desde el día de
mi nacimiento en una familia cristiana y durante toda la vida
(25 años de profesión religiosa) he sido objeto de predilección
de la Infinita Misericordia de Dios… que Él lleve a término la
obra que ha iniciado en mí, para que pueda cantar eternamente
su Misericordia!

Suor Maria del Corpus Domini SSVM


26 de febrero de 2017

226
CARTA A UNA HIJA ESPIRITUAL
DEL AÑO 10.000

Padre Carlos Miguel Buela


Las Servidoras I

Querida hija:

Por una necesidad del corazón debo dirigirte esta carta.


No sé si llegará a haber tantos plurales en los años del mundo.
Ni tampoco sé si habrá más. En todo caso me dirijo a ti, seas del
siglo XX, del L, del C o del M ¿Por qué a ti? Porque a través de
mis cruces, de la oración, de la predicación, del celo apostólico,
de algún escrito mío, de la fundación de la Congregación “Del
Verbo Encarnado” o de las “Servidoras del Señor y de la Virgen
de Matará” o de la Tercera Orden, a través de alguno de sus
miembros, ha llegado a ti la vida que trajo Jesucristo al mundo.
Tampoco sé el camino concreto y particular de la gracia de Dios
en tu caso que te pone en relación conmigo, como de hija a
padre. No sé si estás en América, Asia, Europa, África, Oceanía,
o en algún otro planeta.
Tampoco conozco tu nombre, tu edad, tu historia, tu cultura
o tu familia. No conozco el color de tu piel ni tu rostro. Pero eso
poco importa, basta con saberte mi hija. Y por ello, mi gloria y

227
Apéndice

mi corona. Dios que me dio la gracia, en la tierra, de poder mirar


a muchos jóvenes en sus ojos y amarlos, confío que me ha de dar,
en el cielo que espero, por su gracia que no por méritos míos, la
felicidad de poder conocer y amar en Él a todos aquellos que en
el transcurso del tiempo se considerarán hijos míos. Creo que
aún en este caso he de confiar más en ti que en mí, como me
ocurre ahora estando todavía en este mundo.
Creo que al verte cada vez he de sentir ese alegre cosquilleo
de ver la prolongación, en el tiempo y en el espacio, de uno
mismo. Del gozo inefable de engendrar y criar hijos. De saber
que somos de la misma carne y de la misma sangre, de la misma
familia espiritual.
No pienses que es soberbia de mi parte el atribuirme,
indebidamente, una paternidad que no me corresponde. De
hecho, el único Padre por esencia es Dios, y de Él procede toda
paternidad (Ef 3,15) por participación.
Además, el verdadero religioso que busca auténticamente la
gloria de Dios, es por eso mismo muy fecundo, sobrenaturalmente
fecundo, engendra vida y vida en abundancia; y ello es así
porque “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva”, como
decía San Ireneo1. Quien busca la gloria de Dios, por lo mismo
transmite vida al hombre.
Por eso, permíteme decirte que te quiero y te quiero entra­
ñablemente. Que confío en ti, a pesar de tus limitaciones y
pecados. ¿Cómo no hacerlo?, si Dios confía en mí, a pesar de
tener muchos más pecados que los tuyos, ¿cómo no voy a confiar
en ti? Que estoy convencido de que serás mucho mejor que yo
y que harás cosas más grandes para la gloria de Dios. Que sólo
me avergüenzo de mí y que Dios me concedió la gracia -por lo

1
San Ireneo, Adversus haereses, lib. 4, c. 20, n. 7, 71.

228
Carta a una Hija Espiritual del Año 10.000

menos hasta ahora- de que nunca tuviera que avergonzarme de


una auténtica hija. Que no te quiero menos por tus pecados y
fracasos, sino que te quiero aún más.
No puedo ni imaginarme cómo serán las ciudades en tu siglo,
los transportes, las comunicaciones, lo que habrá avanzado la
medicina, la computación, la energía, cuáles serán los deportes
preferidos, la organización escolar, las nuevas naciones que habrá
en el mundo y cómo se repartirá el poder; los nuevos idiomas
(¡seguro que te reirás del mío!, pero lo mismo harán más adelante
del tuyo), qué nuevas técnicas pastorales se usarán… pero la fe
católica será la misma y el mismo será el amor verdadero: el amor
no morirá jamás (1 Cor 13,8). Pues bien, yo aspiro a amarte con
ese amor.
Si llega a haber tantos años y si este escrito llega hasta
ellos, ciertamente, será una pieza arqueológica, pero la fe y la
caridad serán siempre, junto a la esperanza, lo más actual, lo
más joven, lo más nuevo. Pasa el mundo y sus concupiscencias,
Dios permanece, ¿qué son 10.000 años en comparación con la
eternidad? ¡Apenas un instante! Y qué tonto es, por atarse a un
instante, perder una eternidad. El Cielo es lo más importante y
para alcanzarlo hay que ordenar la tierra según Cristo.
¿Qué es lo que vale la pena en todo el arco de los siglos que
durará el mundo? ¿Qué es aquello por lo que vale la pena vivir
y valdría la pena morir, llegado el caso? En primer lugar, una
recta concepción de Dios, Ser infinitamente perfecto, “Ipsum
Esse Subsistens,” que es Uno en tres Personas distintas: el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo. Que gobierna con su Providencia
el Cielo y la tierra y todo lo que contienen el Cielo y la tierra,
haciendo que todo suceda para bien de los que aman a Dios
(Rm 8,28). En segundo lugar, fe en Jesucristo, nuestro Señor,
que es el Cristo, el Hijo del Dios vivo (Mt 16,16), nuestro único

229
Apéndice

Redentor y Salvador, que fue entregado por nuestros pecados y


resucitado para nuestra justificación (Rm 4,25), el único que tiene
palabras de vida eterna (Jn 6,68). Más aún, es la única absoluta
novedad, sin que los siglos transcurridos desde el momento de su
Encarnación redentora le agreguen ni siquiera una brizna de la
más mínima antigüedad: “Al darse a Sí mismo, ha dado novedad
a todas las cosas”2. Ser su discípulo no es otra cosa que llegar a
imitarlo hasta el punto de poder decir ya no vivo yo, es Cristo
quien vive en mí (Gal 2,20), y tratar siempre de buscar primero
el Reino de Dios y su justicia, que todo lo demás vendrá por
añadidura3. En tercer lugar, Jesucristo se prolonga y perpetúa
en la Iglesia Católica, fundada por Él, a quien dejó en herencia
el tesoro de su Cuerpo y Sangre y la perpetuación de su único
Sacrificio en la Eucaristía hasta que Él venga (1 Cor 11,26),
a quien dejó como Madre a su Madre, la Santísima Virgen
María4, poniendo como Cabeza visible a Pedro presente en sus
Sucesores, los Papas, Obispos de Roma. En la doctrina hay que
seguir al Papa -no puede equivocarse- y en la vida hay que seguir
a los santos -no se han equivocado. Sólo la Iglesia fundada sobre
la roca que es Pedro prevalecerá contra las puertas del Infierno
(Mt 16,18).
En la colina Vaticana de Roma está enterrado el primer Papa,
Pedro, el Pescador. ¿Existe todavía la columnata de Bernini,
con el obelisco egipcio en el medio, la fachada de la Basílica de
Maderno y la cúpula de Miguel Ángel? Muchas veces celebré allí
la Santa Misa y también recé por vos.

2
Ibid., c. 34, n. 1, 117.
3
Cf. Mt 6,33.
4
Cf. Jn 19,27.

230
Carta a una Hija Espiritual del Año 10.000

En fin, al desearte que tengas la fe verdadera, te deseo todo


lo mejor ya que la fe “es el principio de la vida espiritual”, es
el camino que lleva a Jesucristo, por un contacto verdadero,
real y psicológico, a pesar del tiempo y las distancias. Sólo Él es
el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), y comentando este texto
un clásico de todos los tiempos dice:

Sin camino no se anda,


sin verdad no se conoce,
sin vida no se vive.
Yo soy el camino que debes seguir,
la verdad que debes creer,
la vida que debes esperar.
Yo soy el camino inviolable,
la verdad infalible,
la vida interminable.
Yo soy el camino rectísimo,
la verdad suprema,
la vida verdadera, vida feliz, vida increada.
Si permanecieres en mi camino conocerás la verdad;
y la verdad te hará libre, y alcanzarás la vida eterna5.

Asimismo, te deseo que crezcas siempre en la esperanza, aún


contra toda esperanza (Rm 4,18), conociendo cada vez mejor cuál
es la esperanza a la que has sido llamada (Ef 1,18).
Por sobre todo, te recomiendo, vehementemente, que vivas la
caridad de Cristo, reina de todas las virtudes, que cubre la multitud
de pecados (1 Pe 4,8), que es vínculo de perfección (Col 3,14), de

5
Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, lib. 3, c. 56.

231
Apéndice

donde penden toda la Ley y los profetas (Mt 22,40). Al hablar de


vos deberían poder decir tus contemporáneos: ella es paciente,
es servicial; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, no es
descortés, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el
mal, no se alegra de la injusticia; ella se alegra con la verdad, todo
lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera6. De manera
especial, ama a los pecadores, a los pobres y a los enemigos.
Dedícate a la propagación del Evangelio, de tal manera que
pueda decirse de vos: “Fue predicadora de la verdad y apóstol
de la libertad”7. Mantén pura la fe y limpia la conciencia. Que
nada de lo humano te sea ajeno para poder elevarlo en Cristo.
La Sagrada Escritura sea siempre tu alimento. Tu gran amor:
la Eucaristía. Trabaja por el aumento y santificación de las
vocaciones a la vida consagrada. Siente en tu alma el viento de
Pentecostés que te impulsa y te recuerda: Id por todo el mundo
y predicad el Evangelio a todas las creaturas (Mc 16,15). No
te olvides que somos instrumentos vivos de Jesucristo, pero
deficientes, y necesitamos absolutamente de su gracia: Sin mí
nada podéis hacer (Jn 15,5), y que la obra buena sólo es de Él y
los yerros sólo nuestros.
Te estrecho fuertemente sobre mi corazón, sabiendo que así
como estábamos unidos en el siglo XX en la mente de Dios
que todo lo dispone según número, peso y medida (Sab 11,20), lo
estaremos más en tu siglo por la gracia y muchísimo más en la
gloria, que esperamos. ¡Adelante, siempre adelante! ¡Ave María
y adelante! ¡Démonos la mano y un gran abrazo! ¡Y adelante,
siempre adelante! ¡Hasta el Cielo!

En Cristo y María.

6
Cf. 1 Cor 13,4-7.
7
Cf. San Ireneo, Adversus haereses, lib. 3, c. 15, n. 3, 294.

232
FOTOS
Apostolado en nuestra misión en Tanzania

Profesión de votos perpetuos en Estados Unidos


El Hogar "Niño Dios" de las Servidoras en Belén

Visita de la Madre M. Corredentora a la misión en Guyana


Misión en Alepo, Siria

Hermanas del Monasterio en Holanda pintando cirios pascuales


Misión popular en São Paulo, Brasil

Hermanas ucranianas en el tiempo de recreaciõn


La Hna. Sacramentado y sus pinturas de la historia de la Virgen de Lujãn

Festejos luego de una ceremonia de profesión de votos en Brasil


Apostolado con las familias en Italia

Visita a las Islas Salomõn


DIRECCIONES
Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará

CASA PROCURA GENERALICIA


“Nuestra Señora de Luján”
> Via della Pisana 1100
C.P.: 00163 - Roma (RM) - Italia
& sec.generalicia@servidoras.org

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Italia-Albania-Grecia:
Provincia “Nuestra Señora de Loreto”
> Via di Castelbarco, 12
C.P.: 00148 - Roma (RM) - Italia
# + 39 (06) 65192735
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España y Portugal:
Provincia “Nuestra Señora del Pilar”
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240
Casas Provinciales

Argentina y Chile:
Provincia “Nuestra Señora de Luján”
> Rawson, 4011, CC. 32
C.P.: 5600 - San Rafael - Mendoza - Argentina
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> Calle 89, nº 880, entre 12 y 13 - Villa Elvira
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Provincia “Inmaculada Concepción”
> 28 15th St. SE
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Perú: Provincia “Nuestra Señora de Chapi”
> Av. Víctor Andrés Belaunde, N° 287 “B”
San José de Tiabaya, Arequipa - Perú
# + 51 (54) 439185
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241
Direcciones SSVM

Brasil: Provincia “Nuestra Señora Aparecida”
> Estrada do Curucutu, 1900
C.P.: 04895-090 Barragem, São Paulo (SP) - Brasil
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& sec.provbrasil@servidoras.org

Ecuador y República Dominicana:


Provincia “María Reina del Cisne”
> Apartado Postal 11-01-274
Zamora Huayco, Loja - Ecuador
# + 593 (7) 2139115
& sec.provecuador@servidoras.org

Holanda-Irlanda-Islandia-Lituania-Luxemburgo-Bélgica:
Provincia “María Puerta de la Aurora”
> Dorpsstraat, 149
C.P.: 6441 CD Brunssum, Limburg - Nederland
# + 31 (45) 5252075
& sec.prov.northerneurope@servidoras.org

Filipinas-Taiwán-Hong Kong:
Provincia “Madre de Dios, Emperatriz de China”
> 224 Lourdes Street,
Miracle Heights Subdivision, Antipolo del Norte
C.P.: 4217 Lipa City, Batangas - Philippines
# + 63 (43) 4046554
& c.emperatrizdechina@servidoras.org

242
Casas Provinciales

Rusia: Provincia “Nuestra Señora de Kazán”
> Ul. Adoratskogo 43-46
C.P.: 420132 Kazán, Tatarstan - Rusia
# + 7 967 3655848
& c.corazoninmaculado@servidoras.org

Jordania-Palestina-Israel-Siria:
Provincia “Nuestra Señora de los Dolores”
> P.O.B. 825
C.P.: 910070 Jerusalén - Israel
# + 972 54-711-6212
& sec.pnsdolores@servidoras.org

Egipto-Túnez-Irak:
Provincia “Nuestra Señora del Destierro”
> Abu Hashish 5 - Heilmeit al Zeitoun
C.P.: 11311 Cairo - Egypt
# + 20 2 27787409
& sec.provmo@servidoras.org

Ucrania: Provincia “Nuestra Señora de Zarvanytsia”
> 22 sichnia str., 141 Krykhivtsi
C.P.: 76493 Ivano-Frankivsk - Ucraina
# + 380 (342) 774869
& sec.provucraina@servidoras.org

243
Direcciones SSVM

Papúa Nueva Guinea:


Delegación “María Reina del Paraíso”
> Lote Pastoral Center
P.O. Box 205
Vanimo, Sandaun Province - Papua New Guinea
# + 657 70645268
& c.queenofparadise@servidoras.org

Francia: Delegación “Nuestra Señora de Lourdes”
> Paroisse Saint Joseph
209, Avenue de la IVº République
C.P.: 83340 Le Cannet-des-Maures, Toulon - France
# + 33 (494) 607327
& c.mariamagdalena@servidoras.org

Tanzania: Delegación “Nuestra Señora de la Evangelización”


> P.O. Box 933
Ushetu, Kahama. Shinyanga - Tanzania
# + 255 758042241
& c.sagradocorazondejesus@servidoras.org

* * *

244
Monasterios

Monasterios
Italia: “San Paolo delle Clarisse”
> Via del Monastero, 3
C.P.: 01017 Tuscania (VT) - Italia
# + 39 (0761) 443646
& mon.sanpaolo@servidoras.org

Italia: Noviciado Monástico “Santa Gemma Galgani”


> Via del Monastero, 3
C.P.: 01017 Tuscania (VT) - Italia
# + 39 (0761) 443646
& nov.gemmagalgani@servidoras.org

Italia: “Beata Maria Gabriella dell’Unità”


> Via della Migliara, 51
C.P.: 04014 Pontinia (LT) - Italia
# + 39 (0773) 852217
& mon.gabrielladellunita@servidoras.org

Italia: “Madonna delle Grazie”


> Via Ariana, 1
C.P.: 00041 Velletri (RM) - Italia
# + 39 327 0158 946
& mon.madonnadellegrazie@servidoras.org

245
Direcciones SSVM

Italia: “Beata Maria Vittoria De Fornari Strata”


> Via Pietro Dellepiane, 49
C.P.: 16019 San Cipriano di Serra Riccò (GE) - Italia
# + 39 (010) 9820499
& mon.vittoriadefornari@servidoras.org

Italia: “Nostra Signora di Bonaria”


> Via Lamarmora 13
C.P.: 09170 Oristano (OR), Sardegna - Italia
# +39 389 168 6958
& mon.nsbonaria@servidoras.org

España: “De los Santos Patronos de Europa”


> Calle Font Nova, 15
C.P.: 46850 L’Ollería, Valencia - España
# + 34 962 200792
& mon.santospatronosdeeuropa@servidoras.org

España: “San Juan de Ribera”


> Calle Santo Tomás, 6
C.P.: 03801 Alcoy - España
# + 34 620 458 790
& mon.juanderibera@servidoras.org

246
Monasterios

Argentina: “Santa Teresa de los Andes”


> Rawson, 4011
C.P.: 5600 San Rafael, Mendoza - Argentina
# + 54 9 260 4323407
& mon.teresadelosandes@servidoras.org

Argentina: Noviciado Monástico


“Santa María Magdalena”
> Rawson 4011
San Rafael, Mendoza - Argentina
# +54 9 260 459 2660
& nov.mariamagdalena@servidoras.org

USA: “Santa Edith Stein”


> 5400 Fort Hamilton Parkway
Brooklyn, NY 11219 - USA
# + 1 (718) 233-2877
& mon.edithstein@servidoras.org

USA: Noviciado Monástico “Santa Catalina de Siena”


> 5400 Fort Hamilton Parkway
Brooklyn, NY 11219 - USA
# + 1 (718) 233-2877
& m.nativity@servidoras.org

247
Direcciones SSVM

Perú: “Santa Isabel de la Trinidad”


> Av. Víctor Andrés Belaúnde, 287
C.P.: 04013 San José de Tiabaya, Arequipa - Perú
# +51 959376134
& mon.isabeldelatrinidad@servidoras.org

Brasil: “Santa Gianna Beretta Molla”


> Estrada do Curucutu, 1900
C.P.: 04895-090 Barragem, São Paulo (SP) - Brasil
# + 55 (11) 93034-8799
& mon.giannaberettamolla@servidoras.org

Brasil: Noviciado Monástico


“Santa Teresita del Niño Jesús”
> Estrada do Curucutu, 1900
C.P.: 04895-090 Barragem, São Paulo (SP) - Brasil
# + 55 (11) 93034-8799
& nov.santateresinha@servidoras.org

Holanda: “Ecce Homo”


> Oud Valkenburgerweg, 16
C.P.: 6301 CK Valkenburg - Nederland
# + 31 (43) 6010316
& mon.eccehomo@servidoras.org

248
Monasterios

Luxemburgo: “Santa Hildegarda de Bingen”


> 10 Rue de Sainte Thérèse D’Avila
C.P.: L-1152 Cents - Luxembourg
# + 352 24527256
& mon.hildegardadebingen@servidoras.org

Bélgica: “Santa Lutgarda”


> Penitentenlaan 5
C.P.: 9620 Velzeke, Zottegem - België
# + 32 499182552
& mon.lutgarda@servidoras.org

Filipinas: “Patrocinio de San José, Custodio del Redentor


y Protector de las Vírgenes”
> Barangay San Celestino. Purok 6. Sitio Papayahan.
C.P.: 4217 Lipa, Batangas - Philippines
# + 63 999 783 4498
& mon.sanjosecustodio@servidoras.org

Taiwán: “Nuestra Señora de Sheshan”


> 124 Zhongyang W. Rd. Sect. 2.
C.P.: 320 Zhongli, Taoyuan - Taiwan R.O.C.
# + 886 (3) 4923212
& mon.ourladyofsheshan@servidoras.org

249
Direcciones SSVM

Ucrania: “De la Santa Sofía Sabiduría Divina”


> vul. Shevchenka, 57
C.P.: 77111 Burshtyn, Halytskyy r-n - Ucraina
# + 380 (967) 307843
& mon.santasofia@servidoras.org

Familia Religiosa
«Del Verbo Encarnado»

www.servidorasdelsenor.org
www.ive.org

250
Para la oración - No comercializable - Pro Manuscripto
EDITORIAL «SERVIDORAS»
FAMILIA RELIGIOSA «DEL VERBO ENCARNADO»

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