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AFRICANO
EN LA CAPITAL
NOVOHISPANA,
SIGLOS XVII Y XVIII
María Elisa Velázquez Gutiérrez
IN S T IT U T O N A C IO N A L D E A N T R O P O L O G íA E H IS T O R IA
U N IV E R S ID A D N A C IO N A L A U T Ó N O M A D E M É X IC O
P ro g ram a U niversitario d e E studios de G én ero
V elázquez Gutierre?., M aría Llisa
M ujeres d e o rigen africano e n la capital n o v o h isp a n a, siglos x v n y
x v m / M aría F,lisa Velázquez G utiérrez. - M éxico: Instituto N acional de
A n tro p o lo g ía c H istoria: U n iv ersid ad N acional A u tó n o m a de M éxico,
P ro g ram a U niversitario de E studios de G én ero , 2006.
5 92 p.; fotos, il.; 21 crn.
IS B N : 970-32-3064-4
LC: G N 479.7 V 4
Introducción ............................................................................... 13
Las africanas y sus descendientes en la capital
n o v o h isp a n a ................................................... ............................. 17
Un repaso historiográfico......................................................... 34
Conceptos, m étodo y fu e n te s .................................................. 4-9
L as a frica n a s y sus d e s c e n d ie n te s
e n la ca p ita l n o v o h isp a n a
6 L a soltería d e las m ujeres fue com ún a lo largo del perio d o colonial, sobre todo
e n las ciudades. Según Pilar G onzalho, en la capital de la N u ev a E spaña m ás
o m e n o s la m ita d de las ad u ltas eran solteras. V éase Las mujeres en la Nueva
España. Educación y vida cotidiana, M éxico, El C olegio de M éxico, 19K7, pp. 151 ■
152. Este estado prev aleció hasta el siglo XIX com o lo dem u estra Silvia A rrom
e n su lib ro Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857, M éx ico , Siglo XXI.
1988, q u ie n su b ra y a la c a n tid a d d e m u jeres solas e n la capital y calcula q u e
p a ra 1811 u n tercio d e la p o b lación fem en in a e ra soltera, au n q u e h u b iera ten i
d o algún tipo d e p areja, pp. 137-145.
doras en conventos, como viudas encargadas de los ne
gocios o talleres de sus maridos y como maestras. Desde
estos espacios, además de participar en la econom ía de la
capital, desem peñaron un papel clave en los procesos de
intercambio cultural. Por medio de su figura central en los
matrimonios o uniones con otros grupos, en la familia con
la crianza de los hijos o en la educación de niñas en los
conventos, las mujeres transmitieron valores, costumbres
y formas de pensar claves en la conformación social de la
Nueva España.
La convivencia cotidiana de mujeres de distintos oríge
nes culturales fomentó relaciones estrechas y complejas en
tre ellas, algunas veces de alianza o solidaridad y otras de
disputas y venganza. En las cocinas, mercados, conventos,
vecindades, iglesias, casas públicas, paseos, fandangos, sa
raos o procesiones se intercam biaron y mezclaron prácti
cas culturales de origen hispánico, indígena y africano que
influyeron en los com portam ientos y las costum bres fe
meninas. La elaboración de alimentos, acom pañados de
tortilla y pan, pero también de sazones de alguna cultura
de Africa Occidental; las inquietudes por conseguir m ari
dos o am ores perdidos o de curar enferm edades y males
m ediante prácticas denunciadas como hechicerías con la
com binación de hierbas y rituales de las culturas indíge
nas, hispánicas y africanas; los vestidos, faldas y mantas,
elaboradas con lanas, algodones y sedas de regiones eu
ropeas, am ericanas y asiáticas, pero tam bién con usos y
gestos de culturas africanas, así como los bailes y canciones
mezcladas con ritmos andaluces, movimientos mandin-
gos o congoleños y algunas letras de lenguas bantúes, fue-
io n entre otras, prácticas femeninas durante la conviven
cia cotidiana de los diversos grupos.
A pesar de las limitaciones que su situación de obe
diencia frente a autoridades e instituciones patriarcales les
Imponían (en una sociedad regida en gran medida por las
apariencias), las mujeres participaron e influyeron en la vi
da privada y sus voces fueron escuchadas continuamente
en espacios públicos para denunciar actos y hechos que
atentaban contra sus derechos familiares o económicos.
Testimonios documentales sobre disputas de herencia, ac
tas notariales sobre dotes, denuncias por malos tratos o
testamentos dan cuenta de su presencia.
Algunas costumbres y prácticas femeninas fueron m o
tivo de escándalo para cronistas europeos que viajaron a
la Nueva España. Se criticaron sus vestidos, diversiones o
esparcimientos y algunas libertades poco comunes en otras
sociedades occidentales, como la de España. Es posible
que muchas de estas manifestaciones se desarrollaran so
bre todo en las zonas urbanas como la capital, dada la va
riedad de culturas presentes y la necesidad de crear nuevas
reglas y normas en una sociedad en la que se vivían reali
dades inesperadas y singulares. El m undo femenino tran
sitó entre las estrictas reglas morales sobre la sexualidad,
basadas en la virginidad, el recato, la sumisión, la obedien
cia7 o la importante dicotomía entre cuerpo y espíritu, y la ,
realidad social que permitía la transgresión de las normas
13 Del total de los trab ajadores a destajo 43 po r ciento eran m ujeres. V éase M a
ría A m p aro R os, “ L a R eal F áb rica del T abaco: ¿un e m b rió n do cap italis
m o ?”, e n Historias, num . 10, ju lio -sep tiem b re d e ISMi.S, p p. 51-63.
14 E n tre los p o co s p e n sa d o re s ilu strad o s que r e f le x io n a r o n so b re el p a p e l de
las m u jeres se e n c u e n tra el p a d re B enito J e ró n im o Feijoo, q u ien en su Teatro
critico universal, escrito en tre 1726 y 1740, d ed ic ó un a p a rta d o a d e fe n d e r las
v irtu d e s d e la m ujer. V oltaire, D id cro t y R ousseau, p o r ejem plo, co n tin u aro n
co n la su p e rio rid a d del h o m b re frente a la m ujer. V case B enito J e ró n im o
Feijoo, Defensa déla m ujer, V ictoria Sau (introd.), B arcelona, lcaria/A n traz y t,
1997.
por la clase social y la imagen de lo femenino comenza-
VOn a tener nuevas connotaciones.IS
Las mujeres de origen africano formaron parte im por
tante de esta sociedad. O lvidadas en general por la m e
m oria social contem poránea, pero presentes en varios
testimonios históricos escritos y pictóricos, fueron agentes
Activos en la configuración de la econom ía y las relacio
nes sociales de este periodo. O cupadas para desem peñar
Cargos com o nodrizas, cocineras, sirvientas, lavanderas,
auxiliares de diversos oficios, o como curanderas y parte
ras, fueron adem ás sujetos im portantes en el proceso de
intercam bio cultural, en particular de la capital virreinal.
Arrancadas de sus lugares de origen, las africanas —bo
zales y la d in a s-,16 arribaron a la Nueva España desde la
tercera década después de la Conquista, tal y como lo ates
tiguan las licencias concedidas a conquistadores, funciona
rios y com erciantes.17 Más tarde, hacia 1580, el tráfico
de esclavos de origen africano se intensificó de manera no
table debido, sobre todo, a la caída dem ográfica de la
población indígena y la prohibición de esclavizarla, así
como a la dem anda de mano de obra para las nuevas
empresas. Hasta 1680, aproximadamente, la Nueva Espa
ñ a junto con Perú, recibió gran cantidad de esclavos afri-
15 P ara m ay o r info rm ació n sobre las m ujeres e n el siglo X I X , véase Silvia A riom ,
op cit., y M ai ía d e la L uz P arcero, Condiciones de la mujer durante el siglo XIX
M éxico, i .n a h , l!)í)2.
1(i E n cap ítu lo s p o sterio res ex p lo raré las diferencias entre bozales y ladinas, po r
lo p ro n to es im portante' destacar q u e las bozales eran aquellas m ujeres traídas
d e s d e A frica y las lad in as e ra n africanas <> m u latas q u e h a b ía n v ivido e n la
P enínsula Ib c n c a o e n las A ntillas, que conocían la lengua castellana, las cos
tu m b re s o ccid en tales y estab an cristianizadas.
17 G o n z a lo A g u irre B eltrán, 1.a población negra en México, M éxico, F C E , lí>72,
p. 22.
canos.18 Hasta donde se tiene noticia, y pese a la falta de
inform ación cuantitativa certera, alrededor de 200 000
africanos llegaron al virreinato novohispano19 y se calcula
que por cada tres varones arribó una mujer africana, es de
cir* unas 80 000.
Para com prender qué tan significativa fue la presencia
de la población africana en México, respecto de otros gru
pos étnicos, basta con citar algunas cifras demográficas
reveladas hace tiempo por Gonzalo Aguirre Beltrán. En
1570, del total de la población de la Nueva España, 98.7
por ciento era indígena, 0.2 por ciento europeo y 0.6 por
ciento africano. Al m ediar el siglo XVII, los indígenas su
frieron una considerable baja demográfica, pero sin dejar
de ser mayoría (74.6 por ciento); por su parte, los africanos
y sus descendientes aum entaron su proporción a 2 por
ciento frente a 0.8 por ciento de la población europea. De
be considerarse que para este mismo periodo las mezclas
entre los distintos grupos se incrementaron en gran medi
da. Todavía a principios del siglo XVIII los africanos y sus
descendientes representaban una considerable cantidad
frente a los europeos y fue hasta mediados del mismo siglo
cuando el núm ero de población de origen africano dismi
nuyó de m anera relevante, entre otras causas, porque su
U n r e p a so h isto r io g r á fic o
a Josefin a M nricl, Las indias caciques de Corpus Christi, M éxico, Instituto de Histo-
ria-U N A M (Prim era Serie Histórica, f>), l% 3 ; Los recogimientos de mujeres: respues
ta a una problemática social novohispana, M éxico, In stitu to d e Investigaciones
HistórícasUN AM , I!>74; Cultura femenina novohispana, M éxico, Instituto de I n
vestigaciones Hislóricas-UNAM ¡Serie N ovohispana, 30), 1982; Pilar G onzalbo,
La educación de la mujer en la Nueva España, M éxico, SEP/El C a b allito , lí>«.S;
Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, M éxico, El C olegio
d e M éxico, l!)N7; N oem í Q u eza d a, Amor y magia amorosa entre los aztecas. S u
pervivencia en el México colonial, M éxico, UNAM ¡Serie A ntropológica, 17),
|U condición social y económica, su pertenencia a un de-
lerminado grupo étnico, espacio y tiempo de los que for-
OMron parte y las diversas construcciones culturales que
l u conformaron como sujetos históricos.2fi
Durante Jas décadas de los ochenta y noventa del siglo
XX los estudios de género sobre la época colonial se diver
sificaron tanto en temáticas como en regiones de análisis.27
A partir de la influencia de la historia de las mentalidades
0 de la vida cotidiana, se han abordado aspectos vincula
dos con la sexualidad, la prostitución, las emociones, la
Aunilia y la educación.28 También se han realizado impor
tantes estudios dem ográficos20 y otros enfocados en las
ftlaciones entre los géneros.30 Sin embargo, persisten im-
jeres, hombres y poder en México en las postrimerías del periodo colonial, M éxico,
fce, 1999.
11 Es im p o rtan te señ alar q u e países q u e actualm ente cu en tan c o n u n co n sid era
b le p o rc e n ta je d e m u jeres de o rig en africano co m o Brasil, C u b a , C olom bia,
Perú y sobre to d o E stados U nidos, han d esarrollado trabajos de investigación
cen trad o s en estas tem áticas, q u e au n q u e ab o rd an problem áticas y te m p o ra
lidades distintas, p u ed en aportar m etodologías y form as de interpretación para
los estudios en M éxico. E ntre otras, véase las obras de V erena Stolcke, Racis
mo y sexualidad en ¡a Cuba colonial, M a d rid , A lianza, 1992; V erene S hepherd
el al., Engendering Hittory, Caribbean Women in ffistorical Perspective, L ondres,
J a m e s C u rre y Publishers, 199.5 ; N ancy M otta, Enfoque de género en el litoral pa
cifico colombiano, S antiago de C ali, U niversidad del Valle, 1995; C e b a A lbert
B atista, Mujer y esclavitud en Santo Domingo, R e p ú b lica D o m in ic a n a , CEDfcfc.
1990.
32 E m m a P érez R o c h a y G ab riel M o e d an o , Aportaciones a la investigación de ar
chivos del México colonial y a la bibliohenierografia afromexicanista, M éxico, i n a h ,
1992.
:,:H M a ría E lisa V elázquez y E thel C o rre a (com ps.). Poblaciones y culturas de origen
africano en México, M éxico, IN A H (col. A fricanís), 2005.
■'* Juan M an u el d e la S em a, “L a esclavitud africana en la N ueva E spaña. U n ba-
Miel de la Sem a de 1998.34 Aunque con distintos enfoques
Jfttonción a diversos problemas, la mayoría de estos traba-
ÍM Ifiñalan la importancia que tuvo la aportación de la obra
antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán como pionero del
ÍNUdio de los africanos en México en los años cuarenta'^
E
flexionan acerca de los temas abordados hasta ahora
Otros investigadores. Algunos de ellos también puntua-
C
uentes docum entales en archivos todavía no explóra
la No es propósito de este apartado repetir las apor-
ftoiones de estos investigadores, sino subrayar los temas
im tn ie s que han orientado las reflexiones sobre el estudio
K trc a de los africanos en México y señalar las temáticas
y ltnéas metodológicas relacionadas con el tema de inves-'
ligación que nos ocupa.
Gracias a la llamada de atención de Aguirre Beltrán se
d lfarrollaron, principalm ente en México y más tarde en
litados Unidos,36 investigaciones en torno de este grupo
^ J lilf l M anuel d e la Serna, “La esclavitud africana en la N ueva E spaña. U n ba-
l t n c t hiltoriográfico co m p arativ o ”, en Juan M anuel de la Sema, (coord.), fgle-
' f í l y sociedad en América Latina colonial. Interpretaciones y proposiciones, M éxico,
. U N A M /Centro C o o rd in a d o r y D ifusor de E studios L atin o am erican o s,
» . ¡MI-2W.
" D u ritlte las dos p rim e ras décadas del siglo XX, algunos autores com o M anuel
Martínez, N icolás L eó n , Alfonso Toro y G ab riel Saldívar, hicieron alusión a
I t población africa n a e n M éx ico , tal y c o m o lo señ alan E m m a Pérez R ocha
y Gabriel M o e d an o e n su o b ra Aportaciones a la investigación de archivas del M¿-
M kt Colonial y a la bibliohemerografia afiomexicanisla, op. cit.
Durante los años sesen ta las investigaciones sobre po b lació n africana en Mé-
Klco tuvieron especial in terés en tre los estadounidenses. D estacan en tre otras
l l l o b r u d e D av id M . D avidson, “N egro Slave C ontrol an d R esistance in C o
lunia! M éxico 1519-1650”, en HAHlJ, vol. 46, núm . 3, agosto de 1966; R o b e rt
La D o n B rady, “T h e E m erg en ce of a N egro C lass in M éxico 1524-1640”, te-
lll, S tate U niv ersity o f lo w a , 1Ü65 y “T h e D om estic Slave T rade in S ixteenth
C a n tu ry M éx ico ”, en The Americas, vol. 24, n ú m . 3, e n e ro d e p p . 281-
¡ítfO; P cter B oyd Bovvman, “N egro Slaves in E arly C olonial M éxico", en The
q u e rev elaro n , e n tre otras cosas, la activa p articip ació n de
los a fric a n o s y sus d e sc e n d ie n te s en d iv erso s á m b ito s y
regiones; ad em ás, d estac aro n su ausencia d en tro d e la his
to rio g rafía m e x ic a n a y p o r lo tanto en el escaso re co n o ci
m ien to d e su p re se n c ia en la con fig u ració n d e la sociedad
m e x ica n a. Las o b ra s d e A g u irre B eltrán se b a sa ro n en los
p lan tea m ien to s etnohistóricos del an tro p ó lo g o M elville F.
H ersk o v its, q u ien su b ra y ó la n e c e sid a d d e re co n o ce r, res
ca ta r y d e sta c a r las in flu en cias african as en A m éric a, m e
d ia n te u n m é to d o te ó ric o q u e v in c u la b a el p a sa d o co n el
presen te. Estos p lan team ien to s no sólo trazaron u n ru m b o
m e to d o ló g ic o p a r a p o ste rio re s estu d io s so b re el te m a en
M é x ic o y E stad o s U n id o s - m u c h o s d e los cuales p re v a
lece n a c tu a lm e n te - , sin o q u e sus p e rsp e c tiv a s fu e ro n
ta m b ié n co n sid erad as válidas p a ra el resto d e A m érica. A
p a rtir d e un m in u cio so rescate d e fuentes d o cu m en tales y
d e u n estudio etnográfico d e poblaciones con rasgos africa
n o s en M éx ico , A g u irre B eltrán realizó un am p lio estudio
so b re d ich a población, en el que destacó las características
d el tráfico d e esclavos, las form as d e ex p lo tac ió n y la im
p o rta n c ia d e re c o n o c e r sus cu ltu ra s d e o rig en , to d o ello
con a p o rte s d e cifras dem o g ráficas p a ra la co m p re n sió n
d e la d iv e rsid a d étnica. A dem ás, y siguiendo los p o stu la
d o s d e H ersk o v its, insistió en la im p o rta n c ia d e v in cu lar
las in v e stig a c io n e s etn o ló g icas e h istó ricas c o n el fin de
Americas, vol. 2íi, n ú m . 2, S outh Bethsda, o ctu b re de 1IMW, pp. 134-1M, y F/l
goi F. L ove, "N eg ro R esistance to S panish R ule in C olonia] M é x ico ”, e n The
Journal v f Negro Ilütory, vol. 5 2 , n ú m . 2, abril de lí)fi7, pp. 8!J-103; P hilip C u r
tin, The Atlantic Slavc 'Hade a Censué M adison, U niversiiy of W isconsin Press,
1SHÍ9. A ños m ás ta rd e ta m b ié n so b resale la o b r a y a clásica d e C o lín A. P al
m er, S la fes oflhe White Cod: Blut/a in México, 1570-1650, 1 la rv a rd , U nivcrsily
Press, lí)7fi, q u e aú n n o se lia trad u cid o al español
distinguir y rescatar los rasgos africanos entre la población
mexicana, elaborando para ello, trabajos etnográficos en
G uerrero y Veracruz.'37
Pese al decisivo señalamiento de Aguirre Beltrán, las
investigaciones sobre el tema no adquieren mayor auge si
po hasta los años setenta cuando, de m anera importante,
•parecen estudios históricos y etnográficos que abordan,
•n su mayoría, asuntos económicos de las ciencias sociales
difundidos en aquella época, muchos de los cuales comen-
Iftron a diversificar las temáticas y las regiones de estudio.
En esta década se realizaron importantes trabajos so
bre producción y esclavitud en haciendas azucareras de
V eracruz^ y M orelos; así como sobre minería39 y cima-
rronaje,40 además del aporte de algunos elementos nuevos
£rat en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz: 7690- 7830, X alapa, M éxico,
U n iv ersid ad V cracruzan a /C e n tro d e Investigaciones H istóricas, 1987; M ag-
nus M orncr, C o m p rar o criar. F uentes alternativas fie sum inistro de esclavos
en las so cied ad es p lan tacio n istas de N uevo M un d o ", en Revísta de Historia de
América, n ú m . !>, en ero -ju n io , M éx ico , 1UH1, pp. 37-81; F ern an d o W infield,
Esclavos en el archivo notarial de Xalapa, 1700-1800, X alapa, U n iv ersid ad Ve-
ra c ru z a n a /M u s e o d e A ntropología, 1984. D avid B rading, "G ru p o s étnicos:
clases y estru ctu ra o cu pacional en G u a n a ju a to ”, en Historia Mexicana, vol. 21,
n ú m . 3 , en ero -m a rzo , M éxico, 1972. F rederick Browser, “T h e Frec P erson oí'
C o lo r in M éxico C ity a n d Lim a: M a n u m isió n an d O p o rtu n ity , lSSO-lfiSO”,
en E n g erm an Stanley (ed.), op. cit.; P ainck C arroll y A urelio Reyes, “A m p ap a’
P axaca: p u eb lo de cim arro n es”, e n Boletín del Instituto Nacional de Antropología
e Historia, é p o c a II, n ú m . 4, e n ero -m a rzo , 1973; M iguel G arcía B ustam antc,
“D os asp ecto s d e la esclavitud n e g ra e n V eracruz. T rabajo esp ecializad o en
trap ich es e in g en io s azu carero s y cim arro n aje d u ran te el siglo XVII’’, en J o r
nadas de homenaje a Gonzalo Aguirre Beltrán, Veracruz, IVEC, 1988; R ichard P n
ce ¡com p.), Sociedades cimarronas, M éxico, Siglo XXI, 1!)H1.
11 G o n zalo A guirre B eltrán, E l negro esclavo en Nueva España, la formación colonial,
la medicina popular y otras ensayos, O b ra A ntropológica, M éxico, U n iv ersid ad
V eracruzana/Instituto N acional Indigenista/G obierno del Estado d e Veracruz/
CIESAS/FCE, 1994.
E n tre las obras d e los estad o u n id en ses de este p erio d o vale la p e n a destacar
la d e D en n is N. VaJdés, “T h e decline o f slavery in M éxico”, e n Ih e Amíricas,
op. cit.
43 Los “E n cu en tro s de A írom exicanistas” coordinados po r la d octora Luz M aría
M artín ez M onüel y org anizados desde 1992 p o r m edio del P rogram a N uestra
T ercera Raíz d e la D irecció n G eneral de C ulturas P opulares, fu ero n c e n tra
les p a ra la reflexión y discusión de estos tem as entre distintos investigadores
d e v arias reg io n es d e M éxico y A m érica Latina.
jttjfc- La búsqueda y rescate de archivos en otras regiones
9 ) M éxico, como M ichoacán,44 Puebla Tamaulipas,4h ,4,5
S Ü th u ila ,47 Yucatán,48 Tabasco,4y Jalisco,50 Guanajua-
Colima,52 O axaca y la ciudad de M éxico/'3 han am-
■ftfcdo las»perspectivas sobre su importancia en la historia
■ i M éxico.114También nuevas temáticas sobre relaciones
'V
- y M ir la G u ad alu p e C h av ez. Propietarios y ácimos negros en Valladolid deMickoa-
■■'Wtt*, 1600-1650, M o rd ía , U niv ersidad M ic h o a c a n a d e S a n N icolás de
H idalgo,
¡Colección H isto ria N uestra), 1990.
blicar so b re la C osta C hica, entre ellas los trabajos d e E thel C orrea y Arturo
M otta. V é a se tam b ién lo s trabajos de M aria C ristina D ía z P érez, “I-as r ela cio
n es de p a ren tesco en tres co m u n id a d es afrom estizas d e la C osta C h ica de G u e
rrero”, tesis d e licenciatura, M é x ic o , EN A H , lí>í>.5; Queridalo, matr¡localidad y
crianza entre les afhmestizos de la Costa Chica, M éx ico . C onaculta, 2 0 0 3 y A m a
rante A rcadia, “El pap el d e lo s estereotip os en las r ela cio n es interétnicas: m ix
té e o s, m e stiz o s e n l'in o te p a N a cio n a l, O a x a c a ”, tesis de licenciatura, M é x ic o ,
E N A 1I, 2000. T a m b ién varios in v estig a d o res esta d o u n id e n se s se h an in teresa
d o rec ie n tem en te por el estu d io de este grupo de la región d e G uerrero.
N ic o lá s N g o u -M v é , HlÁfiica bnntú en ¡a caknizpción de México (1595-1640), M a
drid, A g e n c ia E sp a ñ o la d e C o o p e r a c ió n I n te r n a c io n a l/C o n se jo S u p erior de
I n v e stig a c io n e s C ien tífica s (M on ografías, 7), ly í)4 .
M’ R e cie n tem en te Frank T. Proctor III se h a p reo cu p a d o por explorar caracterís
ticas culturales y d e co m u n id a d en los gru p os d e p o b la ció n d e o rigen africano
en la ciu d ad d e M é x ic o y G uanajuato. “Black and W h ite M agic: C u ran d ism o,
R a c e a n d C u ltu re in E ig h te e n th -c en tu r y M é x ic o ”, p o n e n c ia p r e se n ta d a en
“T h e In te r n a tio n a l S em in a r o n the H isto ry o f th e A tlan tic W orld ’’, H arvard
U n iv e r sity , 1!)98 y “.Air i ca n S la v c r y in M é x ic o , 1640-17.50: L ab or, F a m ily ,
C o m m u n ity a n d C u ltu re”, p r o y e c to de in v e stig a c ió n p resen ta d o e n el s e m i
nario "Estudios sobre p o b la cio n e s y culturas d e h eren cia africana e n M é x ic o ”,
D ir e c c ió n d e E tn o lo g ía y A n tr o p o lo g ía Social-INAH, n o v ie m b r e d e 2 0 0 0 .
1,7 E n las r eu n io n es aca d ém ica s d e l sem in a rio E studios sobre p o b la cio n e s y cul
turas d e h e r en cia africana en M éx ico se p resentan p ro y ectos d e in v estig a ció n
d e h isto r ia d o r e s y a n tr o p ó lo g o s, c o n e l fin d e r efle x io n a r y d iscu tir lo s tra
b a jo s m ás rec ie n tes d e l tem a.
u -----------------------------------------------------------------------------------
w V arios trab ajo s a b o rd a n la vid a de las m ujeres n eg ras y m ulatas e n obras con
tem as generales, com o la de Solange A lberro, “N egros y m uíalos en los docu
m en to s inquisitoriales: rechazo o integración”, e n E lsa í-'rost el al., E l trabajo
y los trabajadores en la historia de México, o[>. a l.. Inquisición y sociedad en México,
7577-1700, M éxico, FCK, IM S ; P atricia Seed, Amar, honrar y obedecer ai el M é
xico colonial. Conflictos en tomo a la clemon matrimonial, 7574-7827, op. til. E stu
d io s m ás recien tes son los de Pilar G o n zalb o , Familia y orden colonial, op. cit.
w A lejan d ra C árdenas, Hechicería, saber y transgresión. A fiom estim en Acaputco: 7627,
C h ilp an cin g o , Im p re n ta C a n d y , 11)77. P atricia P érez, “A m or y p o d e r, d o s
an h e lo s en la h ec h ic e ría de esclavos”, en Estudios michoacano.f VI, Z am o ra, El
C o legio d e M ichoacán, m r», pp. 211-222; A n a L eticia M cjia (ed .J, Relación de
la causa deJuana María, mulata. Esclava, mulata y hechicera. Historia inquisitorial
de una mujer novohispana del siglo XVIII, M éxico, El C olegio de M éxico, Ií)9í¡.
71 E lizabeth A n n e Kuznesof, “E thnic an d G ender InfUiences on ‘S panish’ C ieo-
le S ociety in C o lo n ial S p an ish A m erica”, en Colonial Latín American Review,
vol. 4, n ú m . 1, 15W5, pp. 153-172; M aría E lisa Velázquez, '“M ujeres de rostros
azab a ch ad o s en la N u e v a E sp a ñ a ”, en IVciclo de conferencias: la América abun
dante de Sor Juana, M cxico, M useo N acional del V irreinato/IN A H , 1!)!)5, pp.
83-1)8; M aría G u ev ara, “T estam entos de m ujeres cu G uanajuato. P rim era m i
tad del siglo XVIII”, p o n en cia presen tad a en el “Sim posio N ueva E spaña, Igle
sia y S o ciedad", en Z am o ra, El C olegio de M ichoacán, se p tie m b re d e 11*97;
Susan Kellog, “Texis of identity: w riting a n d p ain ü n g ethno-racial an d gender
¡d cn ü tities in C olonial N ew S pain, 16.S0 17.S0”, m anuscrito, 1977 y “L as m u
je re s 'a fric a n a s' en el c e n tro d e M éxico, 1648-1707: sus testa m e n to s y sus v i
d as”, m an u scrito , ll)í)!>.
C onceptos, m éto d o y fuentes
7,1 Este térm ino h a sido utilizado desde las décadas de lus sesenta y se ten ta del
re c ié n term in a d o siglo.
sirven para aportar elementos a esta discusión académica
y delimitar el tema, haciendo un análisis más certero.
En relación con el problem a anterior, está el del con
cepto de raza o etnia para referirnos a los africanos y sus
descendientes, que ha estado presente en las discusiones
académicas para la investigación de este grupo y de otros.
Ninguno de los dos términos satisface las necesidades teó
ricas y m etodológicas para definir y com prender la si
tuación histórica de la población de origen africano en la
Nueva España, menos en la capital virreinal, pero paradó
jicam ente ambos ayudan a explicar la problemática social
y cultural de este periodo. El concepto de raza, aunque uti
lizado en la época, no tuvo las mismas connotaciones de
hoy. Según Magnus M órner, antes del año 1500 la valo
ración diferencial de las razas humanas era poco notable
y el hom bre occidental tomó al parecer conciencia de las
características raciales sobre todo a causa de la curiosidad
renacentista. Sin embargo, durante la Conquista y coloni
zación de América prevalecieron otras distinciones, como
la de cristianos y paganos. El paganismo, como lo señala
Mórner, proporcionaba una excusa útil para la conquista
y esclavización, aunque más tarde la distinción entre las
razas fue sustituida en América por la dicotom ía típica
m ente colonial entre conquistadores y conquistados, o de
amos y sirvientes o esclavos. De esta forma se estigmatizó
al negro o al m ulato por ser esclavos o descendientes de
ellos.76 La definición de raza tuvo un segundo auge, hacia
el siglo X V I I I , cuando la esclavitud tomó nuevas dimensio
nes y se necesitaron argumentos que la justificaran, sobre
Koloba Camara
Jefe de la Aldea de Bakumana
Siglo X X 1
3 Ibid., p. 30.
6 P ilar G o n zalb o , Familia y orden colonial, op. cit., p. '¿03,
7 G o n zalo A guirre B eltrán, La población negra en México, op. cit., p. 30.
L as experiencias d e esclavitud de ciertas sociedades africanas, así com o de las
cu ltu ras p reh isp án icas, au n q u e en m e n o r m e d id a , ta m b ié n in flu y e ro n en la
m a n e r a en q u e esta, fo rm a d e ex p lo tació n se desarro lló en los territo rio s h is
p án ico s de A m érica.
vencía con otros grupos sociales, recibieron una influencia
decisiva de la experiencia de la esclavitud cristiana medie
val del M editerráneo y más aún de la Península Ibérica
durante la época de la reconquista. Asimismo, muchos de
los estereotipos y las concepciones acerca de las africanas
se originaron en tiem pos grecolatinos y se consolidaron
con los valores islámicos y cristianos sobre el “ideal fe
m enino”. Las legislaciones y las m edidas coercitivas de
control en la Nueva España, formalmente severas pero fle
xibles en la práctica, también tuvieron sus antecedentes
en el m undo occidental.
En este capítulo se exploran los antecedentes de este
sistema de sometimiento en la Nueva España, con el ob
jeto de entender las formas y tradiciones que lo antece
dieron. Primero, para comprender las características de la
vida de las mujeres africanas antes de enfrentarse a una
nueva realidad, se abordan los rasgos generales de sus
culturas de origen, subrayando los aspectos positivos del
papel que desem peñaron. Se revisa en particular las acti
vidades que efectuaron en los distintos grupos de África
occidental y ecuatorial, de los cuales provenía la m ayor
parte de las esclavas que arribaron a la ciudad de México
durante los siglos de mayor tráfico hacia la Nueva España.
En segundo térm ino se abordan los rasgos generales
de la esclavitud en Europa y en particular en la tradición
hispánica. También se ha considerado importante delinear
algunos de los rasgos generales de la esclavitud en las so
ciedades africanas de las que formaron parte las esclavas
de México: el objetQ es conocer las experiencias que co
m o individuos pudieron tener sobre la sumisión y por lo
tanto comprender algunas de las reacciones y actitudes que
tuvieron en la capital virreinal.9 Asimismo, y para anaiizar
el im pacto de esta forma de sometimiento en el contexto
americano, se esbozan algunas ideas sobre la esclavitud en
las culturas prehispánicas, fundamentalmente en la mexi-
ca, de la que se conocen más datos y, por lo tanto, es más
representativa para los fines de esta investigación.
M a p a 2. D ivisión p olítica de A frica a fines del siglo XX. Fuente: Atlas básico San-
tillaría, M éxico, 1ÍW6.
A lo largo del siglo XVII, cuando se trasladó el m ayor nú
m ero de esclavos a la Nueva España desde los asientos
portugueses, la mayoría provenía de las comunidades del
Africa ecuatorial, esencialm ente de A ngola y el Congo,
cuyas regiones estaban ocupadas por diversos pueblos, m u
chos de los cuales provenían de un núcleo común, con len
guas pertenecientes a la mism a familia, que com partían
tradiciones, prácticas religiosas y formas de organización si
milares. Estos pueblos, asentados en un inmenso territorio
desde el interior de Camerún hasta el centro de Kenya,18se
han identificado como culturas bantúes, fundamentalmente
p o r el parentesco lingüístico entre ellos.IU En la ciudad
de México está docum entada una importante presencia de
esclavos de Angola, posiblemente muchos de ellos ban
túes, em barcados casi todos desde el puerto de Luanda/*0
así com o de varios grupos del Congo. Según las investiga
ciones de Pilar Gonzalbo, también los archivos notariales
registran el predom inio de esclavos procedentes de esta
zona, aunque es probable que m uchos de ellos fueran
vendidos posteriorm ente para ocupar otras regiones de la
Nueva España y que su dem anda para el sevicio domésti
'•"> P ara m ás in fo rm ació n sobre los m andingos, véase D jibril Tam sir N iane, Hts
taire des Mandingues de rOue.il, París, Éditions Karthala, 1Ü89; M am ad o u M ané,
“C o n trib u tio n a l’hisloire du K aabu, des origines au XlXe siecle", D akar,
Bulltein do 1’IFAN, “Les traditíons orales du G abu ”, en Mhiopigues, Reme
Soáalisle du Culture Négro-Afriiaine, D ak ar, G ra n d e Im p rim e rie A fricain e,
l))K<>.
C lé m e n tin e M . I'aik N zu ji, Symbulesgraphtques en Afinque mire, París, É diüons
K arth ala, 1ÍW2, p. 22.
quienes, después haber experimentado prácticas de inicia
ción y de haber sido reconocidos por sus com unidades,
desempeñaban los cargos de jefes de las etnias. Muchos te
nían una división de castas basada en las características del
trabajo especializado. Otras sociedades más complejas po
seían organizaciones sociopolíticas estatales, dirigidas por
un rey, su corte y funcionarios, y las castas adquirieron un
valor social cada vez más distintivo. Tal es el caso de los
griots, que en varias sociedades de África occidental es
taban encargados de justificar el presente por medio del
pasado, relacionando la dinastía vigente con antepasados
reales o míticos por m edio de la palabra28 o la casta de
los herreros entre los mandingos, quienes también habían
adquirido un lugar de privilegio entre sus sociedades.
L a m u je r m a l in k c m a n t e n í a y g e s t i o n a b a t o d a la c a s a .
C u lt i v a b a y , c o n el p r o d u c t o d e e s to s c u ltiv o s , p r o v e í a
lo s e l e m e n to s n e c e s a r io s p a r a la p r e p a r a c i ó n d e la s c o
m id a s : v e s t ía a s u m a r i d o y a s u s h ijo s . El m a r i d o m a -
lin k é n o a p o r t a b a n a d a p a r a p r o c u r a r s e c o n d im e n t o s ,
n o v e s tía n i a lo s n i ñ o s n i a sí m i s m o ; l a m u j e r p a g a b a
t a m b i é n lo s i m p u e s to s ...33
J(i H ein rich L oth, Woman in A naenl Africa, op. cií., p. 93.
37 Ibid., p. 100.
38 Ibid., p. 134.
danzas en honor de sus dioses y ancestros. Algunas de ellas
también fungían como sacerdotisas y, aunque no era regla
general, en ciertos grupos de las regiones de Sierra Leona,
Malí, Alto Volta y Costa de Marfil, pertenecían a las llama
das sociedades secretas formadas por iniciados que funcio
naban como m ediadores entre la vida y la muerte, como
preservadores de las tradiciones y quienes tenían dotes cu
rativos y premonitorios. Según cronistas de la época, las
com unidades rendían especial devoción y respeto hacia
estas mujeres y los hombres que se casaban con ellas te
nían que reconocer su autoridad.31' Algunas de los grupos
mandingos eran especialistas en magia y se les conocía con
el nom bre de nieguanmuso. Ju n to con las sociedades se
cretas de los hombres, se encargaban de los problemas
difíciles de la aldea. Según M adina Ly, cuando tenía lugar
una catástrofe, los ancianos hablaban con las nieguanmu
so; éstas organizaban una fiesta, danzaban en tom o a la
aldea y se consultaban mutuamente.40
Com o responsables de la procreación, contaban con
una posición de privilegio en varias sociedades africanas,
en particular en Africa occidental y el Congo, de donde
provenían muchas de las esclavas que llegaron a la ciudad
de M éxico e incluso dentro de culturas en donde las nor
mas patrilineales comenzaron a predominar. Según cróni
cas del periodo, en el antiguo reino del Congo, gozaban
de libertad y respeto y se sabe que en algunas com unida
des el nacimiento de una niña era causa de gran regocijo.41
38 Ibid., p. 138.
4Ü M a d in a Ly, “L a m u jer en la so c ied ad m an d in g preco lo n ial", en La mujer
africana en la sociedad precolonial op. cit., p. 202.
41 H e in ric h I /ith , Woman in A ndent Africa, op. c it, p. 31.
La reproducción biológica, garante de la sobreviviencia y
el crecimiento del clan, era de vital importancia entre va
rios grupos étnicos, sobre todo entre los bantúes, ya que
la vida, como legado de los ancestros, debía devolverse a
los descendientes.42 Las mujeres entre los bantúes eran
consideradas como el elemento principal a la hora de
perpetuar la sangre de los antepasados y como parte fun
dam ental que daba sentido a la imagen histórica de la so
ciedad.41 Esta distinción les perm itió gozar de diversos
derechos e incluso formar parte de la vida política; algu
nas llegaron a ser no sólo gobernantes o fundadoras de ciu
dades, además de jefas, oficiales y soldados de regimientos
femeninos, sino también guardianas en las cortes de reyes.
Durante los siglos X V I I y X V I I I viajeros relataron cómo
las princesas africanas gozaban de posiciones privilegiadas
e incluso subrayaron que algunas mujeres, por ejemplo
las de los reinos de Loango y Kakongo, tenían el derecho
de escoger marido y podían obligarlo a no contraer m a
trimonio con otra mujer, pese a que, como se ha señalado,
la poligamia era la forma usual para consolidar familias y
crear vínculos o alianzas sociales. También en el siglo X V I I I ,
el padre A ntonio Zucchelli describió la im portancia de
una princesa llamada Donna Susanne di Nobrena y de sus
descendientes mujeres, quienes según la historia del C on
go gobernaron el reino por varias generaciones.44 Famosa
también fue la polémica princesa Nzinga M bande Ngola,
conocida com o la “heroína de la trata esclava” que en
1624 después de la desintegración del antiguo reino del
42 N icolás N gou-M vé, E l África bantv en la colonización de México, op. cit., p. 21.
4:1 Idem.
41 H em rich L oth, Woman in Ancienl Africa, op. ai., p. .">7.
Congo ocupó la dinastía de los Ngola en Angola y enfren
tó a los portugueses, aceptando más tarde un tratado de
paz.1'1
Asimismo, fueron motivo de escándalo y leyendas las
amazonas africanas, descritas desde tiempos griegos. Se
gún los relatos, en las regiones occidentales de Libia exis
tía una nación dirigida por mujeres en la cual los hombres
eran dominados y sometidos a la voluntad femenina. Evi
dencias arqueológicas sugieren que las amazonas posible
m ente existieron en África; además, algunos testimonios
de viajeros de los siglos X V I I I y X I X señalan que la im por
tancia de las mujeres como guerreras continuaba prevale
ciendo en algunas culturas africanas. Según Eduard López,
en el reino de Monomotapa en África central, las mujeres
dirigentes solían usar arcos y flechas y vivían en zonas ais
ladas, en donde recibían visitas ocasionales de los hombres.
En el siglo X I X , reinos como Dahomey estaban constitui
dos por regimientos de mujeres, quienes no tenían permiso
de tener contacto con los varones mientras portaban sus
armas. Varios relatos del periodo destacaron su im por
tancia en la corte de los reyes y en la custodia de los pa
lacios.4*'
En otras sociedades de África, las mujeres vivieron en
condiciones de vida inferiores a las de los hombres, sobre
todo aquellas pertenecientes a estratos menos privilegia
dos, que en muchos casos estuvieron sometidas a las n o r
4'1 C a th e rin e Coquer> V idrovitch, Afrkan wvmen. A modern history, op. cit., pp. 40
y 41. P ara m á s in fo rm ació n sobre reinas africanas y e n particular sobrt- Nzin-
g a véase Sim om : S c h w a r/B a rt > A ndré Schwarz-Bart, ¡n ñ a ise o f Black Women.
Ancicnl A frka n Queens, vol. I, H o uston, UniversiLy o í W isconsin Press, 2001.
4(1 E d n a G. Bay, ‘‘S erv ilu d e a n d W ordly Success in th e Palace ol D a h o m e v ”, en
Woman and Slavtry in Africa, C laire C. R o b e rtso n y M a rtin A. K lein íeds.J.
W isconsin, I.Jniversily of W isconsin Press, 1 pp.
mas y el dominio patrilineal. No obstante, la sujeción de la
mujer en varias comunidades africanas del periodo se acre
centó con la influencia del islam, el cristianismo y el comer
cio de esclavos durante la colonización islámica y europea.
Así lo expresó Koloba Camara, jefe de la aldea de Banku-
mana, informante de M adina Ly, ya en el siglo XX:
C u a n d o e n la a ld e a o c u r r ía u n a d e s g ra c ia , el je fe lla m a
b a a la s m u j e r e s p a r a p e d i r l e s su a y u d a : e llo s lo h a c ía n
y, a m e n u d o , el m al e ra c o n ju ra d o . P ero h o y , c u a n d o
h a c e s e s to , se d ic e q u e n o e r e s m u s u l m á n , y e n L o n c e s
y a n o s e v u e lv e a lla m a r a la s m u je r e s ...* '
D io s h a d o t a d o a la s e s c la v a s d e c a r a c te r ís tic a s d ig n a s
d e e lo g io , ta n to físic a s c o m o m o r a le s , m á s d e lo q u e se
p u e d e d e s e a r : s u c u e r p o e s s u a v e , su p ie l n e g r a e s lu s
t r o s a , su s o jo s s o n b e llo s , s u n a r i z b i e n f o r m a d a , s u s
d i e n t e s b ta n c o s y s u o lo r e s p e r f u m a d o ...52
,b W illiam Phillips Jr., La esclavitud desde lo época romana hasta los inicios del co
mercio transatlántico, op. cit., p. .‘>1.
" Para, m a y o r in fam ació n so b re la esclavitud en E spaña d u ran te este p erio d o ,
v ía s e Ju lio M angas M anjar rés, Esclavos y libertasen la España romana, E spaña,
U n iv ersid ad d e S alam anca, 1Ü71.
5lt H u g h T h o m a s, La traía de esclavos, op. cit., p. 33.
í'1 V éase Jacq u es H uera, Esclavos y sirvientes en las sociedades mediterráneas duran
te la Edad Media, E spaña, A loris el M agnanim , 1!)HÜ.
si todas las regiones de Europa septentrional. Estudiosos
del tem a lo atribuyen, entre otras causas, al uso de nove
dosas tecnologías, una nueva distribución de la tierra y,
posiblemente, la capacidad de movilidad social y econó
mica de. los sumisos.00 Empero, en la Europa meridional
la situación era muy distinta. En la mayoría de los países
de las costas del M editerráneo la esclavitud había prospe
rado, muy probablemente porque esta zona había estado
expuesta a continuas guerras entre cristianos y árabes. Pa
ra el islam, los medios de esclavizar eran guerra, compra o
nacimiento, similares a los de los europeos. Si los adversa
rios oponían resistencia y resultaban vencidos, las muje
res y los niños eran esclavizados, en tanto que los hombres
eran casi siem pre ultimados. Los musulmanes se distin
guieron por com erciar esclavos y, aunque los ocuparon
en actividades agrícolas e industriales, los usos más comu
nes fueron en tareas domésticas. Las esclavas solían servir
en las faenas caseras y a m enudo recibían buenos tratos,
por ejemplo se sabe que las niñeras ocupaban un lugar de
honor. Sin embargo, otras muchas podían ser obligadas a
prostituirse y entrenadas para divertir o usadas como obje
tos sexuales en los harenes. A pesar de las recom endacio
nes del Corán, los esclavos no tenían derechos legales ya
que, al igual que las mujeres y los extranjeros, estaban ex
cluidos de una participación social com pletad1
Durante la conquista de la España visigoda por los mo
ros, a comienzos del siglo VIH, la esclavitud de los cristia
nos continuó y es bien sabido que los califas del periodo
E n tre los autores árab es el “bilad as S udan” era literalm ente el país de los n e
g ras al sur del S ahara. D e hecho la tradición árab e y luego eu ro p ea ha reser
v ad o el n o m b re d e S u d án a la g ran 7.ona de la S ab an a y de los m arg en es del
A tlán tico al M ar R ujo, co nocido del islam . V éase Diclionnaire des cm lüatiuns
afiicaine.s, París, F ern aiid I la z a n E ditor, 196K, p. 3ÍM.
cana o las introdujeron en África los extranjeros, trátese
de musulmanes en la Edad Media o europeos en los siglos
X V y X V I ? h(i El primer asunto que se plantea es el de la de
f’1' W illiam Phillips jr., La esclavitud desde la época romana hasta las inicios del comer
cio transatlántico, op. cil., p. 17H.
C laire C . R o b ertso n y M artin A. K lein, “W om en’s Im p o rtan ce in A frica Slavc
S ystem s”, e n M imen and Slavery in Africa, op. cit., pp. ‘i y 4.
,l8 I b i i, p. 11.
<;u W illiam Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del comer
cio transatlántico, op, cií, p. 179.
sem peñaban.'0 En particular, existía una gran dem anda
norafricana de esclavas para ser ocupadas en el m undo
islámico com o criadas y concubinas, por lo que en el co
m ercio transahariano, al contrario del transatlántico, in
cluiría más mujeres que hom bres.71
En los estados del Sudán, el concubinato también fue
un medio im portante para em plear mujeres, ya que hom
bres con posiciones económicas holgadas solían com prar
una esclava en vez de pagar por una esposa libre; más aún,
si la esclava tenía hijos, habitualmente gozaba de un rango
social especial .71 Además de trabajar en la agricultura, los
esclavos, en particular las mujeres, realizaban diversas la
bores domésticas.73 Se sabe también que, en contraste con
lo anterior, algunas esclavas del Sudán recibían una ins
trucción especial que las convertía en mujeres codiciadas
y que, por ejemplo, en el D ahom ey precolonial, podían
llegar a ser ministras de Estado, consejeras, soldados y co
mandantes e incluso gobernadoras de provincias, agentes
comerciales o esposas privilegiadas.74 Por lo tanto, y a pe
sar de que las esclavas generalmente sufrían el somctimicn-
w C laire C . R o b e rlso n y M artin KJcin señalan que ser esclava de m ía fam ilia
rica, e ra m ejor elección q u e ser libre, p ero vulnerable.' en u n estatus m ás b a
jo . “W o m en 's Im p o rla n c e in A frican Slave System s", en Womtin and Slavery
in África, op. cit., p. LiJ. _
Yoro Fall, p o n e n c ia “E sclavitud en Á frica y fuera de A frica: d in ám icas s o
ciales y d im en sió n h istó rica” , en “B alance y p erspectivas de los estudios so
b re p o b la c io n e s d e origen africano en M éxico hacia fines del m ilen io ”, op.
cit.
" J o s e p h K i-Z erbo, Historia del África negra, op. cit., p. 304.
^ W illiam PhillipsJr., La esclavitud desde la ¿poca romana hasta los inicios del comer
cio transatlántico, op. cit., p. 1fii>.
Zerbo, el esclavo poseía derechos civiles, de propiedad y
distintos procedimientos de emancipación. En el Congo,
de acuerdo con crónicas del periodo, el esclavo era con
siderado un elemento añadido a la familia, un m iem bro
putativo o un hijo artificial e incluso existían esclavos de
am bos sexos que poseían esclavos.™
No obstante lo anterior, a raíz del crecimiento político
de muchos reinos, entre ellos los del Congo y Angola, que
pasaron de ser señoríos a estados, los esclavos prisioneros
de guerras, de m anera representativa las mujeres, com en
zaron a conformar una importante mano de obra para el
trabajo en el cam po,80 aunque sin alcanzar las dimensio
nes de explotación y sujeción que tendrían más tarde con
el desarrollo del comercio de esclavos por los árabes y los
europeos, que entre otras cosas dio lugar a cambios signi
ficativos en las relaciones sociales y políticas entre las dis
tintas etnias de los territorios africanos. Así, lo cierto es que
la existencia y aceptación de la esclavitud en África*1 y su
im portancia suscitada por la expansión islámica en los
estados del Sudán, influyó en el comercio de esclavos a
m ayor escala. Cabe subrayar que la noción de esclavitud
que prevalecería posteriormente en América fue muy dis
tinta de la concepción africana. Esto se debió a que ia
esclavitud en América, de m anera especial a partir del si
glo X V I I I , se basó en la noción del estigma cultural y el ra
cismo, asociada al color de la piel. De esta forma, a pesar
C a rlo s Bosh, La esclavitud prehispánica mire los aztecas, M éxico, l'.l C olegio de
México, 1ÍJ44.
S4 M aiim rl O ro zco y B erra, Historia antigua y de la Conquista de México, op. cit.,
p. 233.
Il'’ C a rlo s Bosh, La escavitud prehispánica entre los aztecas, op. cit., p. 24.
Por su parte, Brígida von Mentz señala que en Mesoa-
mérica, sobre lodo entre los mexicas, al igual que en otras
regiones, existieron formas de “reificación” de seres hum a
nos, es decir, formas de convertirlos en cosas y de instru-
m entalizar a otros semejantes, tal y com o se observa en
las culturas occidentales. Subraya, por ejemplo, que en el
México antiguo se distinguía físicamente el estrato más ba
jo de los sirvientes y al considerado “sirviente perpetuo”
se le estigmatizaba con una collera de m adera que se le
colocaba alrededor del cuello, práctica general entre otras
culturas. También destaca la existencia de mercados para
la venta, tales como el de Izúcar y el de Azcapotzalco, y
de una forma de sometimiento como “servidumbre per
petua”, la cual define como el límite de dependencia que
sufre un trabajador, al convertirse en cosa y m ercancía,
perdiendo su autodeterm inación.86
Pese a las polémicas relacionadas con la definición de
esclavitud en el México antiguo, lo cierto es que, al menos
en las tierras de Anáhuac, existía un significativo número
de esclavos o personas sometidas a trabajo perpetuo, en
tre ellas mujeres, y es posible que esta práctica tam bién
contribuyera a que tal forma de sometimiento fuera esta
blecida y aceptada en la nueva sociedad colonial. Varias
crónicas de la Conquista hacen referencia a la presencia
de mujeres esclavas en el México antiguo y es bien sabido
que Cortés y sus huestes recibieron varias veces esclavas,
como botín o regalo por parte de los señores principales,
por ejemplo la famosa Malintzin. Según Brígida von Mentz,
S7 fbítLy p . <¡4.
por los turcos en 1453 redujo el número de los que prove
nían de Rusia y el M ar Negro. Esta situación se compensó
en España con la im portación de las recién descubiertas
Islas Canarias. Así, el número de esclavos africanos en Es
paña aum entó de modo considerable y desde el año 1250
m ercaderes moros ofrecían esclavos de Guinea. Ya en el
siglo XV existía gran número de sumisos africanos en ciu
dades como Sevilla, pero también en varias regiones de Ita
lia, y muchos de ellos eran mujeres. Sin embargo, durante
este periodo no sólo los africanos satisfacían la dem an
da, que continuaba el comercio de griegos, rusos, turcos y
moros.
Las expediciones portuguesas por las costas africanas
en busca de mercados, particularmente los del oro y gla
nos, así como de una nueva ruta hacia las Indias alrededor
de 1415, tenían su origen siglos antes durante los prim e
ros intentos europeos por explorar África. No obstante,
estas empresas tomaron dimensiones importantes cuando
los portugueses, con la expedición de Enrique el Navegan
te, decidieron llegar por mar a la costa de Guinea. Después
de apoderarse de la isla de M adeiray el.archipiélago de
las Azores, ambos territorios despoblados, conquistaron las
Canarias; más tarde, en 1441, arribaron al extremo norte
de la actual M auritania y en 1444 se estableció una com
pañía de comercio en Lagos, cuyo objetivo era, entre otros,
la captura de hombres para su comercio. Desde entonces,
financiadas por empresas privadas y con el permiso de la
Corona y la Iglesia, que concedió el monopolio portugués
para las expediciones en territorios de las costas africanas
debido a la toma de Constantinopla por los turcos, comen
zaron las incursiones a varias regiones de las costas afri
canas, por ejemplo a Senegal, Cabo Verde y Sierra Leona;
esto intensificó el comercio de esclavos africanos, quienes
ya no sólo eran capturados, sino comprados a m ercade
res musulmanes y a gobernantes locales africanos a cam
bio de m ercancías europeas com o caballos, vidrio, telas,
velas, lanas, vino o armas.
A lo largo de estos años, varias prósperas em presas,
que después tendrían un impacto económico decisivo en
América, particularmente en el Caribe y Brasil, se expan
dieron en regiones como Madeira, utilizando esclavos afri
canos como su principal fuerza de trabajo, en actividades
como el cultivo de caña y los molinos de azúcar.88 Tam
bién durante esta época aparece en ciudades como Lisboa
la dem anda de servicio doméstico. Algunos cronistas rela
taron con asombro la cantidad de esclavos domésticos que
servían a los caballeros portugueses,8'-' para quienes su po
sesión se convirtió en un símbolo de jerarquía social. La
cantidad de africanos y sus descendientes en Lisboa llegó
a tener tal importancia que en 1460 existía una hermandad
de la virgen del Rosario compuesta por negros.1,11
Las expediciones portuguesas y el comercio de escla
vos prosiguió y pronto alcanzaron Sierra Leona, Costa de
Marfil, Elmina (costa de Ghana), el Golfo de Benin, Santo
Tomé, Angola y el Congo. Estas dos últimas regiones se
rían de suma im portancia para el com ercio de esclavos
Consideraciones
lOfi
la producción y la reproducción social y biológica, no p o
dían olvidarse a pesar de las condiciones adversas que vi-
virian en el Nuevo Mundo.
Gran parte de su herencia cultural necesariamente tue
recreada con los nuevos valores cristianos e indígenas pre
sentes en la sociedad novohispana, misma que se iría con
figurando a lo largo de la Colonia. Las prácticas culturales
heredadas les servirían a las africanas y sus descendien
tes para resistir o adecuarse a sus nuevas condiciones de
vida. Así, también seguirían presentes entre la sociedad vi
rreinal gran parte de los estereotipos y prejuicios sobre las
prácticas y costumbres de las mujeres de origen africano
que habían escandalizado a los misioneros, viajeros y cro
nistas. Lo cierto es que muchas de estas herencias cultu
rales, recreadas y diversificadas, como el liderazgo en la
familia, el carácter, los gestos y las formas de vestir, las prác
ticas rituales o religiosas, las maneras de bailar o cantar y la
participación en el trabajo, influirían y formarían parle de
los nuevos valores culturales de la sociedad novohispana.
Varias experiencias históricas antecedieron a las carac
terísticas de la esclavitud doméstica femenina en la Nueva
España. La mayoría de ellas procede de occidente, en don
de desde la época griega y rom ana se desarrolló esta for
m a de sometimiento. Sin embargo, las experiencias en las
sociedades africanas y americanas, con sus importantes di
ferencias, también contribuyeron a que la esclavitud fuera
una forma común de servidumbre y que las mujeres tuvie
ran conocim iento sobre esta forma de sujeción. En casi
todas las culturas las mujeres esclavas desempeñaron una
función notable como sirvientas domésticas, llevando a ca
bo tareas com o nodrizas, cocineras, lavanderas, sin dejar
de lado el habitual uso sexual por los varones. Las leyes,
normas, hábitos y dinámicas de la cultura hispánica duran
te la época de la reconquista fueron clave para consolidar
los rasgos que la esclavitud dom éstica femenina tendría
años después en la Nueva España y en particular en la ca
pital virreinal. Empero, la población de origen africano no
fue una “m ercancía” hasta este m om ento ni tampoco la
única que estuvo sometida a la esclavitud. Varias ciudades
del sur de España, como Sevilla y Valencia, tuvieron un
porcentaje significativo de población de origen africano,
que gozó de algunas oportunidades para lograr cierta m o
vilidad económ ica y social; estas experiencias tam bién
serían retom adas en tierras americanas.
Todos estos antecedentes contribuyeron a la conforma
ción de la esclavitud que se pondría en práctica en la Nue
va España. No obstante, nuevas diferencias caracterizarían
a las formas de sometimiento en la sociedad virreinal, en
tre ellas la concepción del esclavo como propiedad ab
soluta de acuerdo con la tradición rom ana y el conocido
“derecho de vientre”, a las que se le sumaría la vinculación
con cierta cultura y más tarde el color de la piel como es
tigma distintivo.
Un nuevo rumbo tomaría la esclavitud en los territorios
americanos; aunque muchas de las experiencias sobre esta
forma de sometimiento se trasladarían al Nuevo Mundo,
otras sufrieron ciertas modificaciones debido a los nuevos
requerimientos económicos y sociales que la trata de escla
vos africanos tendría en América. La esclavitud doméstica
femenina, como se analizará en el siguiente capítulo, tuvo
ciertas singularidades, entre ellas, su alta demanda y valo
ración social en las principales ciudades novohispanas.
E sc la v a s, l ib e r t a s y u b r e s : e s c l a v it u d
DOMÉSTICA EN LA CIUDAD DE MÉXICO,
RESISTENCIA CULTURAL Y FORMAS
DE ADQUIRIR LA LIBERTAD
•
A rc h iv o G e n e ra l d e N o ta ría s 1
1638
111 F red erick P. B ow ser, E l esclavo africano en el Perú colonial, op. cit., p. 50.
11 H u g h T h o m a s, La trata de esclavos, op. cit., p. 137.
12 E n riq u e ta V ila V ilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos. Los asientos por
tugueses, op. cit., p. 2 .
1:1 E ric R. W olf, Europa y la gente sin historia, M éxico, ¡-'CE, 1987, p. 240.
14 El asiento e ra u n co n trato a largo plazo entre ¡a C o ro n a e sp a ñ o la y un p a rti
cular o co m p añ ía y el asentista era en esencia u n m ed iad o r en tre el gobierno
y el traficante d e esclavos, un agente responsable de hallar com pradores para
las licencias. V éase F rederick P. B ow ser, E l esclavo africano en el Peni colonial
op. Cit., p p . 54 y 55.
pañoles, como en épocas anteriores, seguían com prando
esclavos a l o s portugueses, aunque en ocasiones los trans
portaban en sus propios navios. De este modo, el com er
cio de africanos empezó a constituirse en una em presa
próspera, no sólo para los tratantes y la Corona, sino tam
bién para los fines económicos de l o s nuevos pobladores
en varias regiones de América, entre ellas la Nueva Espa
ña. En este contexto, desde mediados del siglo X V I muje
res esclavas com enzaron a llegar a las Antillas y después
a la N ueva España, muchas de ellas oriundas de África,
bajo la recom endación de que l o s “hom bres africanos se
sintieran más a gusto y procrearan en el Nuevo M undo”.15
La unión de los reinos de España y Portugal intensifi
có el com ercio de esclavos hacia las colonias hispánicas.
Ya en 1638 el virrey de México, marqués de Cadereita,
afirm aba que el tráfico de esclavos constituía el m ayor y
más seguro de los ingresos que el rey obtenía de sus rei
nos.16 Un núm ero considerable de haciendas azucareras,
minas y otro tipo de plantaciones tenía entre sus trabaja
dores a esclavos procedentes dé África. También las prin
cipales ciudades solicitaban m ano de obra africana para
el servicio doméstico, los obrajes y el trabajo artesanal. Así,
desde 1580 y hasta 1650, los territorios americanos de Es
paña se convirtieron en uno de los principales mercados
de africanos en América, no sólo de m anera legal sino
tam bién por prácticas del contrabando, solapado con fre
cuencia por las autoridades.
En 1591, por ejemplo, el virrey Luis de Velasco creía
que en lugar de apoderarse de los esclavos transporta-
17 IbUL, p. 141.
18 E n riq u eta V ila V ilar, Hispanoamérica y el comercio di esclavos, op. cit., p. 226.
19 T h o m a s H u g h , L a trata de tslcavos, op. cit., p. 162.
Existen varias crónicas y una amplia bibliografía sobre
las condiciones deplorables e inhumanas en que se lleva
ba el traslado de esclavos desde sus tierras de origen hasta
América.20 El historiador Ki-Zerbo, por ejemplo, describe
una escena narrada por un testigo de la época que refleja
las adversas circunstancias que vivían muchas de las es
clavas:
C u e n t a P r u n e a u d e P o m e g o r g e , e m p l e a d o e n l a c o s ta
a f r i c a n a d e l a C o m p a ñ í a d e I n d i a s d u r a n t e v e in t id ó s
a ñ o s : “ U n d í a fui a v e r a u n c o m e r c i a n t e . M e m o s tr a
r o n v a r io s c a u tiv o s , e n t r e lo s q u e se h a l la b a u n a m u je r
d e v e in te a v e in tic u a tr o a ñ o s , e x t r a o r d i n a r i a m e n te tr is
te , h u n d i d a e n e l d o lo r , c o n el p e c h o li g e r a m e n te c a íd o
p e r o t u r g e n t e , lo q u e m e h i z o p e n s a r q u e a c a b a b a d e
p e r d e r a su h ijo . S e lo p r e g u n té a l m e r c a d e r . M e c o n te s
tó q u e la m u je r n o t e n i a n in g u n o . C o m o a e lla le e s ta b a
p r o h ib id o , b a jo p e n a d e m u e r te , d e c ir u n a s o la p a la
b r a , h i c e t o d o lo p o s ib l e p o r a p r e t a r l e e l e x t r e m o d e l
s e n o , d e l q u e s a lió s u f ic ie n te le c h e c o m o p a r a i n d i c a r
m e c l a r a m e n t e q u e l a m u j e r t o d a v í a a m a m a n t a b a . Yo
in s is tí, d i c i e n d o q u e e l l a t e n í a u n h ijo . I m p a c i e n t a d o
p o r m is p r e g u n t a s , e l m e r c a d e r m e d ijo q u e , a fin d e
c u e n ta s , eso n o d e b e ría p re o c u p a rm e ni im p e d irm e
c o m p r a r a l a m u je r , y a q u e e s a n o c h e e l n i ñ o i b a a s e r
e c h a d o a la s f ie r a s . M e q u e d é d e u n a p ie z a . E s t a b a a
p u n t o d e r e t i r a r m e p a r a r e f l e x i o n a r s o b r e e s te h e c h o
t a n h o r r i b l e , p e r o l a p r i m e r a c o s a q u e m e v in o a la
m e n t e fu e q u e y o p o d í a s a lv a r la v id a d e l n i ñ o . A sí, d i
j e a l m e r c a d e r q u e c o m p r a r í a a la m a d r e só lo si m e i n
c lu ía t a m b i é n a l n iñ o . ¿1 c o m e r c i a n te lo m a n d ó tr a e r
r á p i d a m e n t e y y o s e lo e n t r e g u é a la m a d r e i n m e d i a
ta m e n te q u e , n o s a b ie n d o c ó m o m o s tra rm e su a g ra d e
c i m i e n t o , c o g í a t i e r r a c o n 5a m a n o y se l a d e r r a m a b a
s o b r e la f r e n te ...1(1
2l) Frederick P. Bowser, E l esclavo africano en el Perú colonial, op. cil \ E n riq u eta Vi-
la V ilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos, op. cit.
1:1 J o s c p h K i-Z erb ü , Historia del África negra. De los orígenes al siglo XIX, op. cit.,
p p . 311 y 312.
Esta, como otras muchas crónicas, revelan que proba
blem ente las mujeres sufrían mayores riesgos durante el
terrible traslado. Además de padecer abusos sexuales o
maltratos físicos, muchas de ellas eran separadas de sus
hijos al momento del embarque o en el transcurso del via
je los niños morían sin que ellas lograran hacer nada para
salvarles la vida.
A partir de la separación de España y Portugal, en 1640,
no existió por parte de la Corona española una política es
pecífica para el suministro de esclavos a sus posesiones
americanas; simultáneamente, la participación de holan
deses, franceses e ingleses en el comercio ilegal comenzó
a ganar una im portancia decisiva en la trata de africanos.
A pesar de que la Corona decidió incluir directam ente a
los mercaderes españoles en el comercio, aún la trata des
de África no se organizaba, teniendo que negociar con los
europeos, quienes se comenzaban a adueñar del comercio,
comprando esclavos en Jamaica, isla en poder de los ingle
ses. La nueva política de los Borbones, que habían ascen
dido al poder en 1700, trató de consolidar un asiento en
África y favorecer a los franceses, quienes adquirieron un
control im portante del comercio, aunque más tarde tam
bién establecerían tratos con los ingleses. No obstante, has
ta alrededor de 1730, el m ayor traslado de esclavos a tra
vés del Atlántico estaba en manos de los portugueses.22
El crecimiento demográfico de la población indígena
en México y de los grupos formados por el intenso mesti
zaje en la Nueva España desde los prim eros tiempos co
menzó a desalentar la importación de esclavos de África
124
esclava criolla llamada Catalina, vendida a un m ercader
en un portal grande de la plaza mayor.*2
Era frecuente que los propietarios entablaran negocia
ciones personales con los interesados en la compra, según
atestiguan varios documentos notariales del periodo. Mu
chas mujeres bozales fueron adquiridas de esta forma; tal
es el caso de una esclava negra entre “bozal y ladina” lla
m ada Susana, de tierra Angola, que fue vendida, en 1614,
en la ciudad de México por un capitán en 385 pesos oro
com ún43 o el caso de otra esclava de veinte años llamada
Isabel, también de Angola, vendida por el contador Pedro
de la Serna, en 1640, por 375 pesos oro com ún.44 Las ne
gociaciones tam bién se podían efectuar entre religiosas y
seglares; por ejemplo, está notiñcado el caso de una escla
va negra que fue vendida, en 1697, por la m onja de san
Cayetano al famoso pensador Carlos de Sigüenza y Gón-
gora por 330 pesos.45
Los esclavos podían ser vendidos en grupos o en fami
lias, form ando parte del grupo bozales y criollos de am
bos sexos, tal y como lo dem uestran varios docum entos,
por ejemplo uno de 1622 en el que el capitán Andrés de
Acosta, vecino de la ciudad de M éxico, atestigua haber
vendido al presbítero Pedro de Carbajal seis negros crio
llos y otras cinco esclavas bozales, todos entie dieciocho
y veinte años 4h En 1635, el mismo capitán vendió “cua-
1)0 A rch iv o G en eral d e N otarías, G ab riel L ópez A h ed o , not. 33fi, vol. 2225, ff.
167-171.
1,1 A G N , Bienes N acionales, v o l. 131, e x p . 5, s /f.
,l2 I b t í , B ienes N acionales, vol. 222, exp. 13, s/f.
recibió de sus padres una mulatilla de dos años de edad.
Cuando la esclava cumplió dieciseis años, la religiosa qui
so venderla, con el argumento de que “tenía muchas deu
das y estaba muy enferm a”. U n cuñado de la m onja se
com prom etió a comprarla pero no saldó la cuenta y tuvo
que devolverla con dos hijos después de varios años. La
religiosa necesitaba con urgencia el dinero, por lo que pi
dió la autorización del arzobispo de México en 1721 para
que pudiera vender a los tres y solucionar sus problem as
económicos.63
La com pra y venta, así como las herencias en las que
esclavos estaban incluidos, no estuvieron exentas de plei
tos y controversias. Según varios docum entos, algunos
com pradores presentaban denuncias contra los vendedo
res porque aseguraban haber recibido en mal estado de
salud a las esclavas y pedían que se les regresara el dinero
invertido en la com pra o de lo contrario no term inaban
de pagar la deuda. Así lo dem uestra un expediente de
1645, en el cual un clérigo notario del Santo Oficio denun
cia que vendió a Pedro de Burgos, tendero de la ciudad
de México con tienda en los portales de Tejada, una escla
va negra de tierra Angola, llam ada M aría con una cría
de diez meses, por 400 pesos al contado y que sólo había
recibido 350 pesos. El comprador, a su vez, declaró que no
había terminado de pagar porque la esclava estaba en mal
estado de salud y con “cualquier fuerza” que hacía se en
fermaba.64 O tro expediente de 1697 señala la venta de la
esclava criolla Inés de San Bartolomé, de treinta y seis años
2 9 .6 %
1 7 .3 %
1 6.7%
m
1 2 .7 %
1 0 .2 %
7 8 % 8 .0 %
Fuentr. A d rian a R o d ríg u ez D elgado (coord.), Catálogo de mujeres del ramo Inqui
sición del Archivo General de la Nación, M éxico, IN AH {Colección Fuentes), 2000.
!WI A d rian a R o d ríg u ez (coord.), Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Archivo
General de la Nación, M éxico, IN A H , 2000.
Sl Se reg istraro n un total de 120 casos a lo largo del p e rio d o crolonial en la ciu
d ad d e M éxico.
¿Q ué llevaba a la población de origen africano, en parti
cular a sus mujeres esclavas, a renegar de los preceptos
religiosos, aun sabiendo que les ocasionaría castigos posi
blem ente más severos? De los expedientes revisados se
deduce que renegaban al recibir castigos como latigazos o
golpes. Ante ello, los amos se indignaban y escandaliza
ban por las frases emitidas y suspendían el castigo. De es
ta forma, mediante el reniego, las víctimas terminaban, al
menos temporalmente, con el maltrato. Otras veces, ante el
reniego de las esclavas, sus propietarios continuaban gol
peándolas, buscando su retracción y denunciándolas fi
nalm ente.
En otros casos, el reniego parece ser una forma de re
chazo cultural ante el sometimiento. Blasfemar tam bién
representaba una manifestación de rechazo contra el o r
den religioso y contra las creencias y los valores que, en
tre otras cosas, justificaban la sujeción de las esclavas.82
En muchas sociedades africanas de la costa occidental y
de África ecuatorial, de donde provenía la mayoría de las
esclavas de la ciudad de México, la palabra era conside
rada divina y sagrada como fuerza fundamental que em a
naba del considerado Ser Supremo. Además, era valorada
como la materialización o exteriorización de las vibracio
nes de las fuerzas internas que, emitidas por los humanos,
podían poner en m ovim iento diversas reacciones. La pa
labra hum ana podía crear paz, pero también destruirla y
una palabra mal recibida podía desencadenar distintos ma
les e incluso guerras. Así, la tradición dotaba a la palabra
de una doble función: conservación y destrucción, y por
111 Ibid., p. 92, A rchivo G en eral de N otarías, N otario D iego Fajardo, pp. 48 *9.
Mí AGN, Bienes N acionales, vol. 47f>, ex p . tí), s/T.
m Ibiti., vol. 49, exp. 22, fj. 7.
114 W illiam Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del co-
mertio transatlántico, op. di., p. 313.
pelear por la libertad que les había sido otorgada en tes
tamento, ya que en ocasiones las albaceas o herederos no
respetaban las disposiciones de los difuntos.11'’ De esta
forma, algunas de ellas, presentaron demandas contra ins
tituciones religiosas de importante prestigio y poder eco
nómico para conseguir la libertad a la que tenían derecho.
Así lo atestiguan varios pleitos de dem andas de libertad,
entre ellas una de 1604 presentada por Gaspar Contreras
en representación de A ndrea Velasco, negra esclava del
convento de San Jerónim o de la ciudad de México.llfi Gas
par Contreras expuso que A ndrea Velasco había sido es
clava de Beatriz de A ndrada y Juan Jaram illo, quienes la
habían dejado libre por cláusula de testamento con la con
dición de que diese la m itad de su valor que ascendía a
100 pesos. La esclava, al no contar con esa cantidad, fue
com prada por Martín de Salinas, quien al parecer se com
prom etió a pagar un salario a la esclava a cuenta de su
verdadero precio con el fin de que después de un tiempo
pudiera obtener su libertad. Así, ella ingresó por orden de
su nuevo propietario al convento de San Jerónim o para
que sirviera a sus hijas, monjas del convento. Según el tes
timonio de la esclava, ella había cumplido ya veinte años
sirviendo y, por lo tanto, solicitaba que se le pagara su
“salario y servicio” para conseguir la libertad. Las autori
dades hicieron las solicitudes correspondientes para que
se notificara a las monjas interesadas y a la m adre priora
sobre la dem anda de libertad de la esclava. Sin embargo,
11' La p ráctica d e p resen tarse ante los trib u n ales p ara d e m a n d a r tuvo sus a n te
ced e n te s e n los d erech o s q u e los ro m an o s o to rg a b a n a sus esclavos y cuyas
n o rm as re to m ó las S iete Partidas.
11,1 AGN, Bienes N acionales, vol. 1 1.1^ , exp. 1(¡, s/f.
debido a que el expediente no está completo, se descono
ce el desenlace del juicio.
De igual modo, en un expediente de 1697 se alude a
una dem anda que interpuso una mujer llam ada Rosa M a
ría, quien no recibió su libertad conforme a una cláusula
del testamento de su propietario y por lo tanto permanecía
en depósito hasta que se resolviera el p leito.1 En otro
docum ento de 1701, Francisca Jav iera entabló un juicio
para solicitar que se hiciera justicia y se le otorgara la liber
tad a ella y a sus tres hijos, según la voluntad de su difunto
am o.118
Las promesas de libertad por parte de los amos o de
personas presas en el Santo Oficio también llevaron a que
algunos esclavos efectuaran actividades de cierto riesgo.
Tal es el caso de algunas recaderas en el Santo Oficio que
recibieron dinero u objetos valiosos, así como promesas de
libertad, a cambio de trasmitir mensajes entre los presos
de la cárcel de la Inquisición. En 1642, por ejemplo, varios
esclavos bozales y criollos, entre ellos dos mujeres, fueron
acusados de llevar y traer mensajes entre los presos acu
sados de judaism o, como el famoso Simón Váez, uno de
los tratantes de esclavos más im portante de la Nueva Es
paña.119 U na de ellas, Llamada Antonia de la Cruz, de vein
ticinco años “poco más o m enos”, natural de las minas de
San Luis, era esclava de Thomas Núñez de Peralta, quien
se encontraba preso en las cárceles de Picazo. En su larga
declaración, la esclava relató cómo Beatriz Enríquez, m u
jer involucrada entre los acusados, le había dado una ugar-
Consideraciones
T R A B A JO , R E P R O D U C C IÓ N S O C IA L Y CU LTU RA
S o r j u a n a I n é s d e la C r u z
V illa n c ic o a la A s u n c i ó n , 1679
P ilai G onzaJbo, Las mujeres tn la Nueva España. Educación y vida cotidiana, op.
cit,, p. 1/4; E d u ard o B áez M arías, “Planos y censos de la ciudad de M éxico
en 17.53”, en Boletín del Archivo General de la Nación, op. cit.
1 W illiam Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del co
mercio transatlántico, op. cit., p. 11
por ciento manifestó tener ocupación y 39.96 por ciento
dijo no dedicarse a ningún oficio específico; las trabaja
doras dijeron ser criadas o amas de leche, lavanderas, ven
dedoras, mandaderas de convento o cocineras, y en menor
número, dueñas de cigarrerías o alfeñíquelas.*
Por ser uno de los oficios que más a menudo desarro
llaron en la ciudad de México, en este capítulo se pone
énfasis en el examen de las tareas que en el ámbito de la
servidumbre doméstica realizaron las africanas y sus des
cendientes. Este análisis parte de la premisa de que median
te su participación en actividades cotidianas, como amas
de leche o nodrizas, cocineras, lavanderas, curanderas o
auxiliares de oficios y actividades comerciales, las muje
res de origen africano aportaron a la economía local y a la
reproducción social de la vida novohispana siendo capa
ces al mismo tiempo de recrear y transmitir ciertos rasgos
característicos de sus culturas de origen y crear otros nue
vos de acuerdo con su realidad social, debido entre otras
cosas a su convivencia con otros grupos étnicos y sociales.
Primero se exploran las peculiaridades de la servidum
bre doméstica en la tradición hispánica y la llegada de las
esclavas ladinas y bozales a la capital virreinal, así como
la presencia posterior de las libres y sus descendientes.
También se examinan aspectos de los propietarios y pa
trones a quienes sirvieron y finalmente se analizan las
principales características de las actividades laborales que
desempeñaron, con énfasis particular en cómo estas ta
reas influyeron en la vida cultural y social de la ciudad de
México.
4 Ire n e V ázq u ez, “Los h ab itan tes de la d u d a d de M éxico a través del censo del
aflo d e 1753", tesis d e m aestría, M éxico, El C olegio de M éxico, 1975.
Trabajo doméstico, artesanal y comercial:
esclavas y libres
La experiencia hispánica
' Ibid., pp. 238 y 239. Es interesante se ñ alar que el au to r hace referencia a que
h acia finales del siglo XV p re d o m in a b a n las m ujeres en el conjunto de escla
vos d e la ciu d ad de Sevilla.
4 IbitL, p. 242.
Nueva España, sobre todo durante los prim eros años de
colonización, y se aplicarían no sólo a la población africa
na sino también a la indígena.
Los esclavos varones eran ocupados como criados de
familias acom odadas y se encargaban, entre otras, de las
labores de limpieza, construcción, como cargadores, coche
ros y jardineros. En los talleres artesanales participaban
como auxiliares de carpinteros, loceros, pintores o sastres,
aunque al parecer ellos no podían convertirse en m iem
bros de los gremios. También se les utilizaba como portea
dores y cargadores de muelle, vendedores en las calles y
plazas o como ayudantes de tenderos y comerciantes. Por
su parte, las esclavas eran ocupadas en actividades más cer
canas a la vida doméstica, privada y cotidiana. Además
de lavar, barrer o limpiar, eran las encargadas de cocinar,
cuidar a los niños y realizar com pras o llevar mensajes.
Sus actividades estaban ligadas a la vida interna de la casa
dom éstica y por tanto a la de sus propietarios o dueñas;
en consecuencia, muchas de ellas lograban crear relacio
nes cercanas e intercam bios culturales significativos con
los miembros de la familia.
La presencia de esclavos en las sociedades hispánicas
del sur de la Península Ibérica, así como de musulmanes o
moriscos, y su convivencia con los cristianos de la región,
desembocó en sociedades como la de Sevilla, reconocible
por contar con una gran diversidad étnica y cultural que,
como señalan estudiosos del tema, se asemejaba más a las
ciudades del Nuevo M undo que a otras del Viejo M undo.'
Estas experiencias sociales, en particular las del uso y con-
7 ¡bid., p . 243.
vivencia con los esclavos del servicio doméstico, serían más
tarde trasladadas a la Nueva España, aunque con singula
ridades y características propias. Las primeras esclavas que
arribaron a la ciudad de México fueron “ladinas”, más tar
de llegaron bozales y simultáneamente comenzaron a estar
presentes las mujeres libres y las criollas. Aunque todas
ellas desempeñaron actividades domésticas parecidas, cier
tos rasgos las distinguieron en la sociedad capitalina, como
a continuación se describe.
M G o nzalo A guirre B eltrán, Obra antropológica XV!. E l negro esclavo en la Nueva Es
paña. La formación colonial, la medicina papular y otros ensayos, M éxico, U niversi
d a d V eracru zan a/IN I/G o b icm o del estado de Veracruz/FCE, 1992, p, 5£J.
12 E sclavos, p rin cip alm e n te h o m b res, que arrib aro n d u ra n te este y otros p erio
dos p o sterio res a la N u ev a E spaña, sirvieron p a ra em presas de la C o ro n a,
fu n d am en talm en te en tareas de m in ería y ganadería. H an sido clasificados
p o r G o n zalo A g u irre B eltrán com o “esclavos reales”. Obra antropológica XVI.
E l negro esclavo en la Nueva España. La formación colonial, la medicina popular y
otros ensayos, op. cit., p p . .r>3 y 54.
indica que para esta fecha se habían im portado mujeres
de origen africano a M éxico.13
La presencia de esclavas ladinas en la ciudad de M é
xico a lo largo del siglo X V I se explica, entre otras causas,
porque varios de los recién llegados, españoles y portugue
ses, arribaron junto con el séquito de servidumbre que ya
poseían o, por lo menos, con uno o dos esclavos que eran
de su propiedad. D urante estos prim eros tiempos los es
clavos, en especial las mujeres, desem peñaron un papel
im portante en la reproducción social de las familias his
panas inmersas en un nuevo entorno social y cultural. Al
gunas de ellas fueron las prim eras en entablar relaciones
cotidianas de convivencia e intercambio cultural entre los
diversos grupos étnicos y sociales que conformaron la pri
m era sociedad virreinal. Su im portancia y valor puede
ejemplificarse en el precio que algunas de ellas alcanzaron.
Por ejem plo, una esclava negra perteneciente a M artín
Cortés, marqués del Valle, fue com prada en la ciudad de
México por el marqués de Falces en 600 pesos,14 cantidad
muy superior a la alcanzada por otros esclavos en el mis
mo periodo.
Aunque no se puede calcular con exactitud el número
de esclavos ladinos que llegaron a la capital durante los
prim eros años después de la Conquista, se puede afirmar
que un porcentaje im portante de ellos form aba ya parte
de la sociedad novohispana, si se considera que su presen
cia comenzó a preocupar a la Corona y a las autoridades
^ Actas de Cabildo 1532■ 1535 (traducción paleográfica del tercer libro de Actas de
C ab ild o d e la C iu d ad d e M éxico), M éxico, Im p re n ta y Ijio g ra fía del C o le
gio d e A rtes y O ficios en el T ecpan de Santiago, 1873, p. 20.
lo s n e g r o s n o t e n g a n c o f r a d ía n i j u n t a d e p r o s e s i ó n y
si n o le h a p e d i d o q u e se p i d a e n el c o n c ilio q u e s e m a n
d e c o n m a y o r g r a v a m e n ...11'
Esclavas y libres
Propietarios y patrones
32 Ibid., 5 . 95.
33 N u ria Salazar, “N iñas, viudas, m ozas v esclavas en la clausura m onjil", op. ciL,
p. 181.
14 M a ría d el C a rm e n R eyna, E l convento de San Jerónimo. Vida conventual y fin a n
zas, op. cit., p. 45.
sagrado convento en ningún tiempo ni ante ningún pre~
texto”.3,1 Por ejemplo, en 1666 el comisario general fray
H ernando de la Rúa se quejó de que en los conventos de
“M éxico y Q uerétaro se habían introducido costumbres
perniciosas”, como la “de tener cada monja una o varias
criadas para su servicio”.36 Según se advierte entonces, la
libertad de entrada y salida de la servidum bre en el con
vento, y su consecuente relación con la vida m undana,
preocupaba a varios sectores de la sociedad, en particular
a las autoridades eclesiásticas, quienes consideraban que
la vida conventual debía regirse por la clausura y el reco
gimiento. La presencia de grupos seglares y religiosos en
los conventos de monjas y el poder económico que éstos
adquirieron hacia el siglo XVIII preocupó de tal forma al
nuevo Estado borbónico que reglamentó enérgicamente
esta situación, como se verá más adelante.37
Muchas de las esclavas o sirvientas libres permanecían
varios años de su vida al lado de sus dueños o propieta
rios e incluso sus hijas llegaban a reem plazarlas desde
edades tempranas. Sin embargo, de acuerdo con las fuen
tes docum entales revisadas, la edad prom edio de la acti
vidad productiva femenina se extendía de los 12 a los 35
■’11 N o era lo m ism o ser artesano que ser funcionario de la corte virreinal, o fam i
liar en n ciertos privilegios de nobleza y, por lo tanto, la se rvidum bre tam bién
ten ia m a y o r posición.
muchas veces eran también nodrizas, gozaban de cierta
jerarquía entre la servidumbre, algunas incluso eran las en
cargadas de ordenar o distribuir las tareas entre los otros
sirvientes de la casa. No obstante, otras actividades con
m enor reconocimiento social también fueron importantes
para las relaciones entre amas y esclavas. Llam a la aten
ción, por ejemplo, una nota en el Diario de Gregorio de
Guijo de 1656, en la que se informa sobre la muerte de una
negra esclava perteneciente a la virreina y a cuyo entierro
acudieron personajes importantes de la nobleza, según lo
revela la noticia:
J1J G reg o rio M. D e G uijo, Diaria (1655-1664), M anuel R o m ero de Terreros (ed.
y prol.j, l. II, M éxico, P orrúa, 1986, p. 43.
fue determ inante, tam bién lo fueron las manifestaciones
culturales de origen indio y africano. En este contexto,
es innegable que el proceso de intercam bio cultural fue
crucial en la conformación de las relaciones sociales y de
género en la ciudad de México.
El conjunto de actividades que llevaron a cabo las es
clavas domésticas de origen africano, bozales y criollas, y
sus descendientes libres, negras y mulatas, son ejemplo de
este intercambio cultural y de su aportación a la configu
ración de la sociedad novohispana. Con el objeto de anali
zar y com prender las características y singularidades de los
quehaceres, a continuación se exam inan las principales
actividades de acuerdo con las fuentes documentales re
visadas.
4(1 A lonso d e Z orita, Breve y sumaria relación de las señores de la Nueva España, M é
xico, UNAM (B iblioteca d d E studiante U n iv ersitario , 32), I!M2, p. 63.
La m ayoría de los niños, incluso los hijos de los princi
pales, eran amamantados por sus madres, pero en caso de
que éstas estuvieran incapacitadas para hacerlo, se buscaba
a una “am a” que se hiciera cargo de esta labor, cerciorán
dose de que tuviera “buena leche” y de que se alimentara
sanamente. El periodo de crianza era largo, hasta de cua
tro años, durante los cuales las madres o “amas” destinaban
parte im portante de su tiempo.
Por otra parte, entre las sociedades africanas, pero en
particular en las de Africa Occidental y Central precolo-
nial, la crianza de los hijos representó una actividad vital.
La fecundidad, que incluía la posibilidad de am amantar a
los hijos a lo largo de sus prim eros años de vida, era fun
dam ental en las concepciones culturales que le daban a la
m adre atributos para la reproducción de las com unida
des como transmisoras de valores y como eje central en la
reproducción familiar. La experiencia de convivir en fami
lias extensas, dentro de las cuales “las madres” tenían inje
rencia en la crianza de los hijos aunque no necesariamente
fueran propios, posibilitó que la experiencia de am am an
tar fuera una práctica comunitaria y por tanto, que las ma
dres incapacitadas para realizarla fueran sustituidas sin
problemas por otras mujeres de la misma comunidad.
En las sociedades europeas, las nodrizas, particular
mente durante la época que abarca esta investigación, eran
solicitadas por mujeres aristócratas, de clase media urbana
o por trabajadoras, quienes por sus ocupaciones labora
les o sociales no podían am am antar a sus hijos.41 Aunque
41 O lw e n H u lto n , “M ujeres, trabajo y fam ilia”, e n Historia de tas mujeres. Del Re
nacimiento a la E dad Moderna, G eorges D uby y M iclielle P erro t (d ir), M adrid,
T aurus, l!)S)2, p. 5.S.
la cantidad de niños que se entregaban a una nodriza para
su crianza no era muy alta, su uso cobró im portancia en
los tratados médicos y filosóficos europeos de finales del
siglo X V I I , en los que se criticaba esta práctica considera
da antinatural. Incluso antes, desde el siglo X V I , pensado
res españoles de la época objetaron el hecho de entregar
los hijos a las nodrizas, tal y como el siguiente fragmento
escrito por fray Luis de León lo demuestra:
E n lo c u a l se e n g a ñ a n m u c h a s m u j e r e s , q u e p i e n s a n
q u e al c a sa rse n o es m á s q u e d e ja r la casa d e l p a d re y
p a s a r s e a l a d e l m a r i d o , y sa lir d e s e r v id u m b r e y v e n ir
a la lib e r ta d y r e g a lo ; p ie n s a n q u e , c o n p a r ir u n h ijo d e
c u a n d o e n c u a n d o , y c o n a r r o ja r lo lu e g o d e sí e n b r a
z o s d e u n a a m a , s o n c a b a le s y p e r f e c ta s m u je r e s ...42
’12 Fray Luis d e L eón, La perfecta cunada. A rgentina, E spasa O alp e 'C o lecció n
AusUaJ), lí)44, p. 9.
los niños fue una práctica ampliamente difundida, no sólo
entre las familias acomodadas, sino también entre mujeres
de otros sectores de La sociedad.43 Sin em bargo, las m u
jeres pertenecientes a familias de origen español o criollo
de la ciudad de México optaron por dar a sus hijos para
crianza a mujeres indígenas o mestizas, pero con preferen
cia a las de origen africano, muchas de ellas esclavas a su
servicio.44
Motivos de salud u obligaciones sociales a las que es
pañolas y criollas estaban sujetas fueron causas para con
tratar nodrizas. Sin em bargo, tam bién los prejuicios y
valores sociales o morales de la época, consideraban que
alim entar a los hijos era una práctica “poco civilizada” y
que las m ujeres de “piel m orena” eran más aptas física
m ente para este tipo de funciones. ^ Tal es el caso de los
hijos gemelos de Martín Cortés, marqués del Valle, quie
nes fueron am amantados y criados por una negra esclava
4:1 E n las fuentes consultadas para la ciudad de M éxico n o encontré datos que de
m u estren que p ropietarias am am an taro n a hijas de sus esclavas, aunque otras
fu en tes del A rchivo N otarial de X alpa, V eracruz, lo atestiguan, en tre ellas el
testam en to d e d o ñ a M ariana de la G asea, en el que la m ujer a h o rra y liberta
a u n a esclava, h ija d e o tra d e G u in ea, la cual “n ació e n su casa y crió a sus
p ech o s”. F e m a n d o W infield C a p itain e (com p.), Esclavos en t i Archivo Notarial
de Xalapa, Veracruz. 1668-1699, X alapa, U niversidad V eracru zan a/M u seo de
A n tro p o lo g ía, 1984, p. 37.
44 Solange A lb eiro subraya la im portancia de las nodrizas o chichiguas indígenas
en la tran sm isió n cultural de la N ueva E spaña. Destaca, qu e los peq u eñ o s crio
llos, en tre g a d o s a m e n u d o total o p arcialm en te d u ran te los p rim e ro s años de
su vid a a los cu id ad o s d e m ujeres q u e n o eran españolas, recibían influencias
y co n d ic io n a m ie n to s q u e ib a n luego a co n stitu ir el fu n d a m e n to de su p e r
son alid ad . Del gachupín al criollo o de cómo las españoles de México dejaron de ser
lo, M éxico, C o legio de M cxico, 1U97, p. 20!).
*r> U n a noticia ap arecid a en la Gaceta de México en 1785 asocia de alguna m a n e
ra a las m u jeres d e o rig en africano y la im p o rtan c ia de sus pechos: “A lbina
A l varado, m u lata, v ecin a del río Tecolutla, tiene cuatro pechos: d o s regulares
y d o s m ás p eq u eñ o s. P ap antla, m artes lí) d e abril d e 1785”, e n V irginia G uc-
d ca. Las Gacetas de México y la medicina, op. cit., p. 131.
(por las fechas, posiblem ente ladina).4'’ Se dice tam bién
que la nana de san Felipe de Jesús, prim er santo mexica
no que murió crucificado en la ciudad de Nagasaki el 5 de
febrero de 1597, fue una esclava de origen africano. Según
las crónicas que relata M anuel Villalpando, san Felipe de
Jesús era un niño travieso y famoso por su “diablura” y
su afán de molestar al prójimo. Cada vez que era repren
dido por sus padres, su madre m urm uraba al cielo una
petición condolida del carácter de su hijo: “Ay Felipillo,
Dios te haga santo”. Su nana, una vieja esclava negra, es
cuchaba los lamentos de la m adre y se reía en silencio,
manifestando lo inútil de la rogativa, pues el niño sólo se
ría santo, según decía, cuando la higuera seca que estaba
en el patio reverdeciera, es decir, nunca, pues ese palo es
taba viejo e inservible. Según cuenta el autor, el mismo
día del martirio del santo, de la vieja higuera brotaron
unos verdes retoños. San Felipe de Jesús se convirtió en
uno de los símbolos del criollismo mexicano y su m arti
rio se celebraba como fiesta nacional en la Nueva Espa
ña.47
Así, en varios de los testimonios revisados, sobre todo
en aquellos en los que se otorga la libertad a las esclavas
negras o mulatas, se subraya que esta última se les conce
de debido a su contribución en la crianza de los hijos. Fra
ses como la que a continuación se enuncia lo ejemplifican:
“que la dicha negra es quieta y nacida en mi casa y criado
a mis hijos...”.48
4!' V icenta C ortés A lonso, “Procedencia de los esclavos negros en Valencia (1482-
l.r)ld )”, e n Revista Española de Antropología Americana, vol. 7, n ú m . 1, M a d rid ,
U n iv ersid ad d e M a d rid , 1972, p. 45).
50 R o lan d o Pérez F ern án d ez, l.n música afmmestiza mexicana, M éxico, U niversi
d ad V eracruzana,
Acitrón de un fandango,
sango sango sabaré,
sabarc de barandela
con su triqui-triqui-trán.
'i•, J u a n F. G em elli C arreri, Viaje a la Nueva España. México a fines del siglo XVII,
1.1, M éxico, Ijb ro -M e x , 1995, p. 45.
F rancisco d e A jofrín, Diario del viaje que hizp a la América en el siglo x n il , op.
d i , p. 82,
E l ta b a c o d e h o ja e s o tr o a b u s o d e la A m é ric a . L o fu
m a n to d o s , h o m b r e s y m u je r e s ; h a s t a las s e ñ o r ita s m á s
d e li c a d a s y m e li n d r o s a s ... L o s r e lig io s o s y c lé r ig o s se
e n c u e n t r a n t a m b i é n e n la s c a lle s t o m a n d o c ig a r r o , h a
b it u á n d o s e d e s d e n i ñ o s a e s te v ic io , y c r e o le a p r e n d e n ,
c o n o t r o s , d e la s a m a s d e l e c h e , q u e a q u í l l a m a n c h i
c h ig u a s , y r e g u la r m e n te s o n m u la ta s o n e g r a s ...’ 7
T o d a s c u a n t a s i n d ia s , m u l a ta s , c o y o ta s , lo b a s y o tr a s
c a s ta s s e s o l i c it a n p a r a c h ic h ig u a s o a m a s d e l e c h e ,
o t r a s t a n t a s s o n la s f a m ilia s q u e s e i n u t i l iz a n p a r a e l
p ú b li c o y p a r a e l e r a r io . L le v a d o s d e e s te p r e te x t o , se
s a le n lo s p a r ie n te s d e su s p u e b lo s y se v i e n e n a e s ta c a
p ita l d o n d e s e q u e d a n a v i v i r a la s o m b r a d e la h ij a d e
la h e r m a n a o p r i m a q u e c r ia al n iñ o d e l s e ñ o r d o n F u la
n o , r o b a n d o a q u é lla to d o lo q u e p u e d e p a r a m a n t e n e r
S i o s c a s a r e is a l g ú n d í a y tu v ie r e is s u c e s i ó n , n o la e n
c o m e n d é i s a lo s c u i d a d o s m e r c e n a r i o s d e e s ta c la s e d e
g e n t e s ; lo u n o , p o r q u e r e g u la r m e n t e s o n a b a n d o n a d a s
y a! m e n o r d e s c u id o s o n c a u s a s d e q u e se e n f e r m e n lo s
n i ñ o s , p u e s c o m o n o lo a m a n y s ó lo lo s a l i m e n ta n p o r
su m e r c e n a r io in te r é s , n o se g u a r d a n d e h a c e r c ó le r a s ,
d e c o m e r m il c o s a s q u e d a ñ a n su s a lu d , y d e c o n s ig u ie n
te l a d e la s c r i a tu r a s q u e se le s c o n f í a n , n i d e c o m e te r
o t r o s e x c e s o s p e r ju d ic i a l e s , q u e n o d i g o p o r n o o f e n
d e r v u e s tr a m o d e s ti a ; y lo o tr o , p o r q u e e s u n a c o s a q u e
e s c a n d a l i z a a l a n a t u r a l e z a q u e u n a m a d r e r a c io n a l h a
g a lo q u e n o h a c e u n a b u r r a , u n a g a ta , u n a p e r r a , n i n i n
g u n a h e m b r a p u r a m e n t e a n i m a l y d e s t it u i d a d e r a z ó n .
¿ C u á l d e é s ta s fía e l c u id a d o d e su s h ijo s a o tro s
H ip ó lito V illa rro e l, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva
España, B eatriz Ruiz G ay tán (est. introd.i, M éxico, C o n a cu lta , p. 1 S8 .
bruto, ni aún ai hombre mismo? ¿Y el hombre
dotado de razón ha de atropellar las leyes de la
naturaleza, y abandonar a sus hijos en los brazos
alquilados de cualquier india, negra o blanca, sa
na o enferma, de buenas o depravadas costumbres,
puesto que en teniendo leche de nada más de informan
los padres, con escándalo de la perra, de la gata, de la
burra y de todas las madres irracionales?...00
Cocineras
F rancisco de A jofrin, Diario del viaje que hizo a la América, op. cit., p. 79.
1,1 Filar G o n z a lb o , Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, op.
cit., p. 207.
mas culinarias propias de sus culturas de origen. Sin em
bargo, sí existen algunos estudios sobre regiones, com o
Veracruz, que han encontrado similitudes en el uso de al
gunos alimentos com o el plátano, el arroz y de m anera
im portante las raíces.65 De igual modo, otras investiga
ciones sobre el tema, fundamentalmente en el Caribe, ad
vierten la influencia africana en los usos y las formas de
cocinar en esta región. Asimismo, en varias fuentes docu
mentales localizadas para esta investigación se encontra
ron vínculos entre las cocineras de origen africano y el uso
de hierbas, raíces o polvos y, aunque en la mayoría de los
casos están asociados con actividades de hechicería, seña
lan el manejo que las africanas y sus descendientes tenían
de este tipo de elementos, muchos de los cuales eran in
corporados a los alimentos.66
U na asociación singular que m erece ser analizada es
la que existe entre el chocolate y las mujeres de origen
africano, en particular las consideradas negras, que apare
ce reiteradam ente en fuentes documentales del siglo XVII
y en representaciones pictóricas del siglo XVHI. Este tema
se aborda con más detalle en un apartado posterior; sin
embargo, es importante destacar esta vinculación porque
ejemplifica las formas de resistencia o transmisión de cultu
ra que utilizaron las africanas y sus descendientes m edian
te su participación en actividades culinarias. El chocolate
fue quizá uno de los productos am ericanos de tradición
prehispánica que mayor aceptación tuvo en Europa y que
S o lía , q u e c u a n d o a m a n e c í a , e n t r a b a n e n la p l a z a m u
c h a c a n ti d a d d e in d io s a v e n d e r v e r d u r a y lo d o g é n e r o
d e l e g u m b r e y f ru ta s d e t o d o s g é n e r o s , así c o m o f rijo
les, p e p i ta s , h a b a s , y g a r b a n z o s , le n te ja s , y o t r a s c o s a s
m u y n e c e s a r ia s a n u e s t r o s u s t e n t o ; y a h o r a n o s e a v e
r ig u a r á q u e lo s q u e tr a e n a v e n d e r e s ta s c o s a s lle g u e n
c o n e lla s a la p la z a , p o r q u e a n t e s d e lle g a r a e l la s a
l e n q u i n i e n t a s n e g r a s y m u l a t a s y m u l a t o s lib r e s , y lo
a tr a v ie s a n y tr a e n p ú b l i c a m e n t e a v e n d e r c o n d e m a s i a
d a g a n a n c i a ; y n o s ó l o lo s n e g r o s , n e g r a s , m u la t a s y
mulatos libres, pero oíros esclavos, que andan al jornal
para acudir a sus amos...7*
210
solían encargarse de la administración del negocio. Muchas
de ellas, por ejemplo, estuvieron a cargo de im prentas a
lo largo del periodo colonial. Según José Abel Ramos, de
alrededor de ochenta impresores en la Nueva España, vein
te eran mujeres, sin considerar que varias no estam paron
sus nom bres en los libros producidos por sus talleres.81
No obstante, fue hasta finales del siglo XVIII y a partir
del establecimiento de las reformas borbónicas cuando se
dictaron varias reales cédulas para favorecer y norm ar la
participación laboral femenina en la Nueva España. Esto
les permitió ser propietarias de tiendas abiertas o talleres,
así com o cierto grado de libertad para trabajar en las ar
tes y manufacturas, propias de su sexo, según los cánones
de la época.82 Sin embargo, y hasta donde se tiene noticia,
existieron pocas posibilidades para que negras y mulatas
pudieran ser dueñas o propietarias de talleres, por lo menos
para destacar en algún oficio gremial. Su calidad racial,
además de su situación de género, representaron obstácu
los para su ascenso social y económico por esa vía, a pe
sar de que algunas de ellas lo lograron por otros medios,
llegando a ser dueñas de merenderos o cocinas en las ca
lles del centro de la ciudad. En el censo de 1753, por
ejemplo, llam a la atención la presencia de una mulata
música que vivía en la calle de Alcacería con dos hijos y
una hermana, y otras tres encargadas de una escuela de ni
ñas, lo que revela que existieron ciertas oportunidades,
«« Gun /alo A guirre Beltrán, Obra antropológica XVI. El negro esclavo en la Nueva
España, op. cit.. p. til.
*9 Ibid., p. 62.
dulces y otros alimentos. Así lo atestiguan las obras pic
tóricas analizadas posteriormente y algunos de los versos
de sorjuana, como uno del villancico dedicado a la Asun
ción en 1679:
S ilvio Z avala, Ordenanzas del trabajo, siglos XVI y XVII, M éxico, Ele de, 1!)47,
p. 223.
v iera n a am o s co n o cid o s y q u e no tu v ieran casas p ro p ias,
e n tre o tras razo n es p ara:
'*■' G onzalo A guirre B eltrán, Obra antropológica XVI. E l negro esclavo en Nueva E s
paña, op. cit., p. 63.
!>7 Idem.
a* A n a M uría A n u id o , E l amor venal y la condición femenina en el México colonial,
M é x ic o , INAH, 1S)D2.
dueños se dedicaban al comercio carnal. Ana María Aton
do analizó los casos de una viuda de nombre Ana Bautista,
quien en 1621 fue acusada de “ser alcahueta y estar am an
cebada” y de perm itir que en su casa se llevaban a cabo
prácticas amorosas ilegítimas con mujeres mulatas, algu
nas de las cuales eran sus s ir v ie n ta s ,y otro con respecto
a Isabel de San Miguel, quien en 1()17 fue acusada de “su
persticiosa” ante el Santo Oficio de la Inquisición por in
citar a las prostitutas sometidas a su autoridad a hacer uso
de filtros y amuletos; en este proceso estuvieron inmiscui
das dos esclavas negras.1110
Los estereotipos sobre los atractivos sexuales de las
africanas y sus descendientes, así como su casi “natural”
inclinación a la sensualidad, asociado también a la hechi
cería, fueron producto de los prejuicios morales y sociales
de la época, problem ática que se analiza con más detalle
en el siguiente apartado. Sin embargo, es importante des
tacar que estos fueron “argumentos de peso” para legiti
m ar el abuso y la explotación sexual de las esclavas y en
general de las mujeres de origen africano, así como para
m enospreciar y ocultar rasgos culturales de otras socieda
des que no iban de acuerdo con los lincamientos que carac
terizaron la moral cristiana, no sólo en la Nueva España,
sino en varias sociedades occidentales. No obstante, y si
bien es cierto que varias negras y mulatas de la capital vi
rreinal se dedicaron por obligación o como única forma de
m anutención, a la prostitución y que muchos blancos las
preferían como amantes, según observaciones de Gemelii
Carreri y Thom as Gage, las africanas y sus descendientes
no fueron el grupo femenino que m ayor participación tu
vo en este tipo de oficio.
Según la investigación de Atondo sobre la problem á
tica del am or venal en la Nueva España, las negras y m u
latas practicaron la prostitución en m ayor m edida que las
indígenas, pero las mujeres blancas, españolas y criollas,
fueron el grupo que más participación tuvo en el comercio
cam al.101 Por otra parte, las fuentes documentales analiza
das tampoco revelan que existiera un número destacado de
negras y mulatas dedicadas a este oficio, aunque muchas
de ellas fueron acusadas ante los tribunales por delitos aso
ciados a prácticas amorosas como la hechicería, la bigamia
y el amancebamiento, que no necesariamente implicaban
un intercambio sexual comercial. Lo interesante es que el
atavío “ostentoso” de negras y mulatas tan criticado en la
época por cronistas como Thomas Gage, el uso de joyas
y el comportamiento “lascivo y atrevido” que distinguían a
muchas de ellas, que contrastaban notablem ente con el
com portamiento “ideal” femenino vinculado con indíge
nas y españolas, desembocaron en una visión generaliza
da, histórica y contem poránea que las asociaba con los
“placeres m undanos”. Una real cédula de 1710, por ejem
plo, más que centrarse en el mal uso que hacían los pro
pietarios de sus esclavas, hace alusión al “desacato” con
el cual se exhibían las esclavas que trabajaban como m u
jeres públicas:
el e s c a n d a lo s o a b u s o d e e n v i a r a la s n e g r a s y m u ía la s a
g a n a r e l j o r n a l s a lie n d o a l p ú b lic o la s m á s d e e lla s d e s
n u d a s c o n n o t a b le e s c á n d a lo p a s a n d o a c o m e t e r m u
'"‘ G o n za lo A guirre Heltián, Obra antropológica. XVI. El negro esclavo m Nueva Esba
ria op. (iL. p.
, (i.S. ‘ F
^Ibid., p. !)7
m lbid p . (¡4
obtuvieron su libertad gracias al dinero adquirido por esta
actividad. Tal es el caso de la negra Blanca Bernarda de la
Encarnación, esclava del oidorjuan Sáenz Moreno, quien
en el $¡glo X V I I I , según M arroquí,10'’ obtuvo su libertad
gracias a la “venta de sus favores”. Según el autor, Bernar
da, ya libre, “siguió vida públicamente escandalosa, efecto
de su herm osura” aunque más tarde arrepentida decidió
tom ar el hábito de tercera franciscana y recluirse en el
recogimiento de San Miguel de Belén, “en donde murió
habiendo vivido cuatro años una vida ejemplar”.10**
También existieron varios casos de amancebamiento,
delito asociado con la práctica de la prostitución, en los cua
les estuvieron vinculadas mujeres de origen africano. Así lo
demuestran, por ejemplo, una denuncia criminal de 1609
contra Juan Sánchez, “clérigo de corona , y Francisca, m u
lata libre, por estar “públicamente amancebados y comien
do y durm iendo juntos a una mesa y cam a conociéndose
por cópula carnal como si fuesen marido y mujer dando
nota y escándalo en el barrio donde viven”.107 También
en el mismo año fue presentada otra denuncia contra Fran
cisco López, español, panadero, de veinte años de edad y
Francisca, negra libre de oficio lavandera, quienes a pe
sar de negar el delito, fueron amonestados, advirtiéndoles
que de reincidir serían castigados públicamente. En el pro
ceso contra la mestiza Isabel de San Miguel, por supers
ticiosa, citado en párrafos anteriores, dos de las negras,
Gerónima de Mendoza^ ladina esclava de don Luis Martin
Los obrajes
1,;i En algunas o rd en an zas se p ro h ib ía que en los obrajes trab ajaran negros m ez
clados con indios, “p o r el d a ñ o que a los indios resulta de la co m p añ ía d e los
n eg ro s” . V é a s e ju a n S o ló r/a n o y P ereyra, Política indiana 0 6 4 7 ), capítulo vi,
lib. II, ed. facs. to m a d a d e la d e 1776, M éxico, SPP, 1979.
m A raceli R ey n o so , “ Esclavos y co n d en ad o s: trabajo y etn icid ad en el obraje
d e Posadas", en M a ría G u ad alu p e C h á v ez (coord.), E l rostro colectivo de la na
ción mexicana, op. rií., p p . 22 y 23.
viajeros y cronistas, como el famoso barón Alejandro von
Humboldt, quien visitó un obraje en Q uerétaro a princi
pios del siglo XIX, se escandalizaron de las condiciones de
producción y trato que prevalecían en estos talleres:
S o r p r e n d e d e s a g r a d a b le m e n te a! v ia je ro q u e v isita a q u e
llo s t a ll e r e s , 110 s ó lo la e x t r e m a d a im p e r f e c c ió n d e su s
o p e r a c io n e s té c n ic a s ... s in o m á i a ú n la in s a lu b r id a d d e l
o b r a d o r , y e l m a l t r a t o q u e s e d a a lo s t r a b a j a d o r e s .
H o m b r e s lib re s , in d io s y h o m b r e s d e c o lo r , e s tá n c o n
f u n d id o s c o n g a le o te s q u e la ju s tic ia d is tr ib u y e e n la s fá
b r ic a s p a r a h a c e r le s tr a b a ja r a jo r n a l. U n o s y o tr o s e s tá n
m e d io d e s n u d o s , c u b ie r to s d e a n d r a jo s , flaco s y d e s fig u
r a d o s . C a d a ta lle r p a r e c e m á s b ie n u n a o s c u ra c á r c e l...114
C o n sid eracio n es
¡ Pilar G o n zalb o . Familia y orden colonial op. til., pp. 2Í)3 y 2')7
Ihid., p . I M . ' ‘
los siglos X V I I y X V 1 1 I. D ebido a las características de las
fuentes documentales, existen limitaciones para conocer a
profundidad las dinámicas matrimoniales y familiares de
los africanos en la ciudad de México. Esto impide contar
con estadísticas confiables, sobre todo en lo que se refiere
al número de enlaces consensúales o la capacidad de elec
ción de los cónyuges.1 Sin em bargo, el análisis de varios
expedientes de distintos ramos del Archivo General de la
Nación, como matrimonios, inquisición y bienes naciona
les, conjuntamente con los aportes de otros estudios sobre
el tem a/1 perm iten recrear datos ilustrativos en relación
con la dinámica matrimonial y familiar que vivieron m u
chas mujeres de origen africano.
E ileen Pow er, Mujeres medievales, M adrid, E ncuentro, l'l!)l, y M argarct W ade,
La mujer en la edad media, M ad rid , N erea, 19K!).
Juan Luis V ives, Instrucción de la mujer cristiana, R úenos A ires, F.spasa, 1940
11 F ilar G o n zalb o , Familia y orden colonial, op. cit., p. M .
social femenino -q u e en muchas sociedades africanas es
taba íntim am ente relacionado no sólo con los factores
de producción y decisión política, sino con la capacidad de
ejercer control sobre la vida de la com unidad- estaban
estrechamente vinculados con la procreación y la crianza
de sus hijos.
Como en otras sociedades, si bien varios grupos étni
cos de África occidental y ecuatorial reconocían como
atributos femeninos el silencio, el sacrificio y el servicio,
estos valores no se oponían a las formas de expresión cor
poral, con prácticas de parentesco como la poligamia o
con el uso de ciertas indumentarias y ornamentación que
tanto escandalizaron a los misioneros y colonizadores. Fi
nalmente, estos atributos tampoco le impidieron a las m u
jeres africanas acceder al poder político, como ya se ha
mencionado.
Lo cierto es que varias prácticas y costumbres religio
sas, así como de expresión de la sexualidad de las africanas,
y más tarde de sus descendientes, continuaron presentes
durante la época colonial y las distinguieron de las otras
mujeres novohispanas. Formas de ser y hacer, que se con
virtieron con el paso del tiempo en estereotipos culturales
con los que hasta la fecha siguen asociadas. Gestos, for
mas de vestir, maneras de bailar, pero sobre todo el porte
y la "templanza” llamaron la atención de los cronistas que
visitaron la ciudad de México entre los siglos X V f l y X V IIF ,
quienes en su m ayoría se escandalizaron de sus costum
bres, a pesar de que muchas de ellas se habían criado en
la Nueva España bajo los valores de la cultura hispánica.
C ath erin c C o q u ery V idrovitch, /¡frica» IVfímtn. A Modera Histnry. op. cit.. p. 18
236
El porte y la vestimenta
la s m e s tiz a s , m u l a t a s y n e g r a s , q u e f o r m a n la m a y o r
p a r t e d e la. p o b l a c ió n , n o p u d i e n d o u s a r m a n t o , n i v e s
tir a la e s p a ñ o l a y d e s d e ñ a n d o e l tr a je d e lo s in d io s ,
a n d a n p o r la c iu d a d v e s tid a s d e u n m o d o e x tr a v a g a n te ,
p u e s lle v a n u n a c o m o e n a g u a a tr a v e s a d a s o b r e la e s p a l
d a , o e n la c a b e z a a m a n e r a d e m a n to , q u e la s h a c e p a
r e c e r o tr o s ta n t o s d i a b l o s ...13
1J Juan F., G em elli C a rreri, Viaje a la Nueva España, up. di., t. I, p. 87.
14 Ib id , p. 181.
pero también a la forma poco recatada de su porte e hizo
alusiones sobre su “indecorosa” conducía:
l i a n cisco d e A jofrín, Diaria JeI viaje que hizfi a la America en el sivln YV/ll, oh
cit., p. 81.
17 Kecopiladón de Leyes de Indias, op. d i . , libro VII, título v . Ley XXVIII.
Hechicería, magia y superstición
a
•o
Españolas, portuguesas No
□ Mujeres de origen
africano
ít i
' y mestizas especificado
Furnte. A. R od ríg u ez D elgado, Catálogo de mujeres del ramo Jnquiriciáu del Arehixn
General de la Nación, ojt. cil.
S olange A lb erto , Irufuisición y sociedad en México 1571 1701), op. t il ., pp. 48(i y
4S7.
l!’ A. R od ríg u ez !coofd.¡, Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Archivo Cene-
ral de la Nación, of>. át.
Ibid.
Com o se puede ver, del siglo X V I al X V I I las denuncias
se incrementaron casi al 100 por ciento, pues la cifra se ele
vó en 21.5 por ciento. En cambio, del siglo X V I I al X V I I I só
lo hubo una variación de ocho puntos porcentuales.
En la gr áfica 3 se puede observar que además las afri
canas y sus descendientes eran frecuentemente acusados
de blasfemia, bigamia y amancebamiento.
Fuente: A . R odríguez D elgado, Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Archivo
General de la Nacum, ofi. cit.
Esto
) no im p id ió q u e pese a lo s e x h au stiv o s esfuerzos de lo s p rim e ro s m isio -
ñeros v m as Larde d e la ig h s .a se c u la r, los in d íg e n a s s ig u ie ra n e je rc ie n d o
p ra c tic a s re lig io sa s de sus antigu as cre e n cias, so bre todo en zonas ru ra le s
prácticas se mezclaron elementos indígenas, europeos y
africanos que son ejemplo del intercambio cultural que du
rante este periodo caracterizó a la sociedad novohispana.^
Como lo ha subrayado Solange Alberro, las prácticas m á
gicas relacionadas con la gran brujería (de acuerdo con la
tradición inquisitorial peninsular) no fueron causa de un
núm ero elevado de procesos en la N ueva E spaña .¿i No
obstante, el diablo se hizo presente en América al lado de
la población africana.
Así, muchas mujeres de origen africano, tanto escla
vas com o libres, fueron denunciadas ante el Santo Oficio
por ejercer actos mágicos, de superstición y hechicería
desde el siglo X V I . Las prácticas más frecuentes se lleva
ban a cabo de m anera cotidiana y estaban relacionadas
con la adivinación, la curación y de m anera notable con
las relaciones amorosas. En 1577 por ejemplo, Ana Pérez,
vecina de la ciudad de México, negra horra, natural de
Valencia de Aragón y casada con un español, en un jui
cio contra otra mujer fue acusada de tener el oficio de
“ganar muchos dineros” por realizar:
...s u p e r s ti c i o n e s , h e c h i c e r ía s , o r a c i o n e s y c o n j u r o s r e
p r o b a d o s p o r la S a n i a M a d r e I g le s ia , m e z c l a n d o e n
e llo s m is a s y o t r a s c o s a s s a g r a d a s i n v o c a n d o lo s d e m o
n io s t e n i e n d o c o n e llo s p a c t o tá c ito o e x p r e s s o p a r a
s a b e r e n t e n d e r y f o r z a r lo s s e c r e to s c o r a z o n e s d e lo s
h o m b r e s y t r a e r l o s a su v o l u n L a d y d e o t r a s p e r s o n a s
t e n i e n d o y c r e y e n d o q u e e l d e m o n i o in v o c a d o c o n se-
P r o c ú r e s e e n lo p o s ib le , q u e h a b i e n d o d e c a s a r s e lo s
n e g r o s , se a el m a t r im o n io c o n n e g r a s . Y d e c l a r a m o s ,
q u e e s to s , y lo s d e m á s , q u e f u e r e n e s c la v o s , n o q u e d a n
l i b ie s p o r h a b e r s e c a s a d o , a u n q u e in te r v e n g a p a r a e s
to la v o lu n t a d d e s u s a m o s ...;,b
258
a c ie r to s d ía s o tr a ve?, p o r q u e n o q u is o h c c h a r s c c o n é l
t o m o a a z o ta r o tr a v e z , d e s p u é s c a d a v e z q u e la d ic h a su
h e r m a n a se i b a f u e r a d e c a s a el d ic h o F r a n c is c o L o m
b a r d o la a m e n a z a b a q u e si n o se h e d í a s e c o n e l o si
d e s c u b r ie s e a lg o d e e llo a su h e r m a n a le d a r ía d e p u ñ a
la d a s y asi c o n a m e n a z a s y te m o r e s q u e le p u s o se t o r
n o a h e c h a r ... y q u e el d i c h o F r a n c i s c o L o m b a r d o la
a z o tó a e s p a ld a e n u n a e s c a le r a y le d ijo q u e si n o lo
h ic ie s e o si lo d e s c u b r ie s e a s u h e r m a n a q u e h a b í a d e
m a t a r a la d ic h a s u m u j e r y a e s ta q u e d e p o n e ...
Según los análisis arro jad o s p o r Pilar G on/.albo, basados e n los registros p a
rro q u ia le s d e m e d ia d o s del siglo XV ll en la ciu d ad de M éxico, los v aro n e s
m u lato s eligieron p o r c o m p añ eras a m ulatas en 41 p o r cíenlo de los enlaces,
m ien tras que las m ulatas en por ciento y las negras lo hicieron en u n 88
p o r cien to co n n egros, el restan te con m ulatos y sólo u n a con m estizo. A d e
m ás, m ien tras los m ulatos sólo eligieron a negras en 4 po r ciento, las m ulatas
c o n tra je ro n m atrim o n io s co n n eg ro s en ly.!> p o r ciento y el resto d e ellas lo
hizo con lobos, m oriscos y chinos. Pilar G onzaJbo, Familia y orden mlmiial, op.
a t., P- 2 1fi. Las otras investigaciones sobre archivos p arroquiales, ya citadas,
tam b ién d em u estran esta tendencia.
considerable de ellos no se especifica la condición jurídica
de los afectados. Aun así, es posible que tuvieran menos
opciones de matrimonio con indígenas o prefirieran unir-
se con miembros de su misma etnia o con varones que les
posibilitaran mejores condiciones. Es interesante hacer no
tar que lo contrario ocurrió con los varones, pues tuvieron
mayores posibilidades de elección y, en caso de ser escla
vos, lograban liberar a sus hijos de la esclavitud por medio
del matrimonio.
Para mediados del siglo XVII, en la ciudad de México
existía un grupo representativo de población de origen afri
cano, conform ado en gran m edida por mulatos o pardos
libres, quienes consolidaban grupos familiares y redes de
apoyo mutuo. Aunque es cierto que muchos de ellos vivían
en condiciones de vida precarias, otros habían logrado
obtener condiciones económicas más ventajosas gracias a
su participación en el comercio y en actividades artesana
les. Varios documentos sobre la vida del pintorjuan Correa
dan cuenta de las posibilidades económicas de algunos par
dos en la ciudad de México, en particular de sus mujeres,
quienes al contraer matrim onio aportaban como dote un
considerable patrimonio. Tal es el caso de Felipa Correa,
mulata libre e hija del pintor, quien al casarse en 1G90 con
Cristóbal del Castillo, pardo libre y dueño de recua, contó
con una dote compuesta, como se acostumbraba en la épo
ca, por dinero, ropa de cama, joyas, accesorios, vestimentas
y muebles diversos, así como esculturas y pinturas, todo
S e g ú n las cifras de los registros parroquiales del m ism o periodo, por ejem plo,
en el caso d e los negTOS, .‘jü p o r cicn lo contrajo m atrim o n io c o n negras, 2 2
p o r cicn lo co n m ulatas y !> p o r cien to con indias y m estizas. íbid., p. 217.
estimado en 2 206 pesos y dos tomines. A continuación
se presentan algunos extractos de la dote otorgada:
’7 Ibid., p . 8 2 .
'* I b i i ., p p . 12K i;m .
Ib ii, F p . 1 3 I-1 M .
Navarro y M aría de Jesús, quienes vivían con tres hijos en
la calle de San José de Gracia.50
Pese a que la formación de grupos familiares y matri
monios legítimos con ascendencia africana era notable en
la ciudad de México, tam bién las uniones consensúales
eran frecuentes, con lo que el intercam bio entre grupos
étnicos continúo en la capital de la Nueva España. Es po
sible que las uniones entre mujeres de origen africano e
indios no fueran ventajosas para las primeras, aunque exis
ten algunos casos que dan cuenta de este tipo de enlaces
y que adem ás ilustran la compleja dinámica que se vivía
para mediados del siglo XVIII. Por ejemplo, un expediente
de 1740 refiere el caso de una denuncia en contra de una
mulata libre llam adajosepha de la Trinidad, casada con un
indio albañil de nombre Vicente, quienes vivían en una ve
cindad en el Puente del Cuervo “hacia San Sebastián”/ ’1
En la vecindad habitaban, además de indios y mulatos, es
pañoles, entre ellos una soltera dedicada a coser o hacer
cigarros, de 24 años de edad, quien denunció a la mulata
por haberle ofrecido ciertos polvos cuando en una ocasión
la española le comentó que tenía necesidades de dinero.
En su declaración la mulata responsabilizó a una india de
haber sido la causante del conflicto, ya que ella le había
ofrecido hacer ciertas diligencias de rem edio para tener
dinero”. Negó además que ella hubiera ofrecido los “pol
vos” a la española y acusó a la india de haberlo hecho. Al
final el caso fue resuelto por los inquisidores, castigando
con 200 azotes a la mulata.
Ibtd., p. ■
Ii7. __
AC?N. In q u isició n , vol. 443, exp. 4, fT. 444 4 '
* K d u ard o B acz M aría». “ Planos y ce;usos de la ciu d a d de M éxico a. través di:l
c e n so d e l a ñ o d e 17,15 3” , e n Boletín del Arihivo General de la dación, op. n i.,
p . HJ.í.
otra mulata llamada H ipólita Jiménez en la calle de San
llam ón” y entre otros muchos, el de Joaquín Vargas, capi
tán del Tercio de Pardos, casado, que com partía su casa
con otro of icial de sastre en la calle de Jesús Nazareno,7*’
o el de M anuel Villegas, maestro de albañil, mulato libre,
casado, que manifestó vivir en la misma casa con otra mu
lata y su h ijo /'
Con el propósito de corroborar la existencia de áreas
específicas de población de origen africano se vaciaron en
un plano del siglo XVL1I las referencias de ubicación de las
negras y mulatas obtenidas de los expedientes revisados:
100 del siglo XVII pertenecientes a diversos ramos del AGN
y 2 6 5 casos de mujeres registradas en el censo de 1753™
(véase plano 1).
Los resultados m uestran que es posible identificar
áreas con m ayor densidad. En ellas se observan tanto es
clavas como libres, lo que significa que fue com ún que
am bos grupos convivieran en com unidades domésticas
(véase plano 2). Destaca prim ero una zona de concentra
ción de presencia africana en las calles aledañas a la Plaza
M ayor, entre ellas la calle de Alcacerías (hoy Palma) y
Tacuba, en donde se ubicaban muchas vecindades y exis
tía una importante actividad comercial. O tra zona notoria
es la que forman las calles de Cordobanes (hoy Donceles)
y Escalerillas (hoy Guatemala), áreas dedicadas entre otras
a actividades artesanales. Asimismo, las calles de Coche-
" Ibid., p . I0 0 K .
7h Ib id , p. 1050.
“ Ibid.. p . 10XX .
* L o s ram o s fu cion: Uienes N acionales, Inquisición, T ierras, Jesuítas, M atri
m rm ios y C ivil. Los d ato s del censo se lo m aro n del trab ajo de E d u ard o Báez
M a cía s, “Víanos y censos d e la ciu d ad d e M éxico en en Boletín del A r
chivo General de la Nación, op. cií.
P la n o L, Principales áreas con población de origen africano en la ciudad de M é
xico (15 8 0 -17 .5.Í). F u en te A G N , ram os: M a trim o n io , Inquisición, C ivil, Jesuítas,
B ienes N acio n ales, T ie rra, E d u ard o B áez M acias, “P lanos y cen so s de la ciu
d ad de M éxico e n 17.53”, en Boletín del Archivo General de la Nación, v o l. V II,
pp. 1 y 2 ; E steb an S án ch ez de Tagle el al., Padrón de frentes, M éxico, U K A M ,
1ÍW7.
278
Localización de calles
A n terior Actual
¡'vente AON, ram o s; M a trim o n io , Inquisición, C iv il,Jesu ítas, Bienes N acional, T ierras, E d u ard o B áez M acias,
“P lanos y censos d e la ciudad de M éxico en 1753”, op. cil.\ F.. Sánchez de Tagle, Padrón de frentes, op. cit.
ras (hoy Colombia) esquina con Reloj (hoy Argentina)
presentan otro núcleo de concentración.
Entre las calles del Águila (hoy Cuba) y la de Miseri
cordia (hoy Belisario Domínguez) también se advierte pre
sencia africana. Es interesante destacar que en la calle del
Aguila vivía el pintor Juan Correa y parte de su familia.
Es posible, como lo sugirieron Elisa Vargas Lugo y Gusta
vo Curiel, que en esta zona se establecieran otros mulatos
y negros, algunos de ellos pintores, artesanos y com er
ciantes. Entre las calles de San Francisco (hoy Madero) y
Coliseo (hoy Bolívar) tam bién se observa un núcleo re
presentativo, en su mayoría esclavas, ya que en esta zona
residían familias acomodadas.
Hacia el oriente de la Plaza M ayor se encuentra ptra
zona significativa, entre las calles de la Santísima y Cadena
(hoy Zapata). Esta área estaba com puesta por artesanos
dedicados a la sastrería, muchos de los cuales eran mula
tos o negros. Al sur poniente de la Plaza Mayor, abarcan
do las calles de Ortega (hoy Salvador), Puente Q uebrado
(hoy Mesones) y Polilla (hoy Echeverría), también se ob
serva concentración. En esta zona, cerca del Colegio de
San Ignacio (Vizcaínas), residían artesanos y com ercian
tes. Finalmente, también puede apreciarse otro núcleo, so
bre todo esclavas, en las zonas aledañas a conventos como
el de Balvanera y las calles de Quezadas (hoy Regina).
Estos datos demuestran que sí existieron comunidades
y zonas de población de origen africano en la capital, lo
que coadyuvó a crear lazos de solidaridad y convivencia
entre grupos de la misma descendencia. También revelan
que existió una mayor presencia de población femenina
libre para el siglo X V III y que muchos de los negros y mu-
latos libres pertenecieron a sectores artesanales y com er
ciales.
Los lazos de solidaridad y las redes familiares entre la
población de origen africano, sin embargo, no significan
que fueran un grupo homogéneo. Las situaciones que vi
vieron fueron complejas y heterogéneas. Muchos de ellos
adquirieron posiciones económicas ventajosas que les per
mitieron adquirir esclavos, sin que ello significara el m e
nosprecio a miembros de su misma calidad; otras negras o
mulatas fueron denunciadas ante la Inquisición por muje
res de su mismo origen racial; también esclavos castigaron
a otros por órdenes de sus propietarios. La sociedad vir
reinal imponía distintas actitudes y diversas oportunidades
a las que no siempre los africanos y sus descendientes pu
dieron acceder o responder de la misma manera. Además,
debe considerarse que los enlaces legítimos o consensúa
les también fueron aceptados y tolerados entre los afromes-
tizos e incluso representaron la posibilidad de obtener
mejores condiciones de vida. El intercam bio cultural, las
diversas oportunidades económicas y s o c i a l e s y el mesti
zaje que distinguieron a la sociedad capitalina, así como
la llegada de menos esclavos a la Nueva España hacia la
segunda m itad del siglo X V I I I , m erm aron de manera no
toria el sentido de los lazos de parentesco y las redes fa
miliares, que habían sido significativas para este grupo en
otros tiempos.
Maternidad
C a th c rin e C oquery-V idrovitch, Afrtcan Women. A Modera History, of). cit., p. 34.
sus descendientes y en los que se observan las muestras
de solidaridad y apoyo que ejercieron con parientes e
hijos.
Según las cifras aportadas por Pilar Gonzalbo, el análi
sis de los registros matrimoniales y bautismales de m edia
dos del siglo X V I I indica un promedio de un hijo entre las
parejas de mulatos y de un hijo por cada dos parejas de ne
gros. Según Gonzalbo, una de las hipótesis para explicar el
bajo prom edio supone que las mujeres esclavas solían evi
tar los embarazos para impedir que sus hijos heredaran esta
m isma condición. Ello coincide con los resultados de in
vestigaciones sobre esclavitud en otras regiones del m un
do y en distintas culturas.80 Sin em bargo, tam bién debe
tomarse con reserva la veracidad de las cifras de los archi
vos parroquiales, ya que era muy frecuente que se m anipu
lara la condición racial de los hijos y que muchos de los
descendientes fueran registrados como mestizos.Sl Por lo
tanto, la tendencia a la baja natalidad de los negros y la re
ducida de los mulatos,82 debe ser interpretada cautelosa
m ente, sobre todo si se tom an en cuenta que muchos de
los descendientes de africanos eran libres y tenían diver
sas oportunidades económicas y sociales.
M uchas esclavas tuvieron hijos, sin estar casadas, de
m anera extram arital con m iem bros de su misma condi
ción racial y jurídica, pero también con otros de diversos
grupos sociales. En varios casos los padres no se hicieron
"MIb td , f. 22.
101 M I . f. 77.
W ílbid., f. 10.
"•■'Ibid., 1. lOfi.
producto de una relación consensual. Lo ejemplifica el ca
so de M aría Vásquez, m orena libre y vecina de la ciudad
de México, quien declaró haber criado a una niña españo
la de nom bre Nicolasa de Silva, que ingresó al convento
de San Lorenzo y después de diez años solicitó licencia
para casarla; o bien, el de Catalina de la Encarnación,
negra libre que aseguró haber criado a una muchacha lla
m ada María de la Encarnación, india y huérfana de padre
y m adre.I,v'
Otros documentos muestran que entre las familias de
origen africano, cuando la madre faltaba, las hermanas ma
yores se hacían cargo de atender y velar por la suerte de
sus hermanos menores. U n ejemplo de ello es el caso de
A ntonia de Cisneros, mulata libre y vecina de la ciudad
de México, quién declaró en 1675 tener una herm ana de
nom bre Nicolasa de Cisneros al servicio de la madre Flor
de Cristo, religiosa profesa del convento de San Joseph de
C ia d a . Para poder casarla con otro mulato de nom bre
Matías de la Cruz, pidió licencia para que le fuera entre
gada su herm ana.1(>í>
w Ibi(i, f. !J7
m üuL f. í« .
m'!hid„ I 137.
cluso toleradas por la sociedad; además, en ellas se recono
cen prácticas y costumbres hispánicas,1"' prehispánicas y
africanas. Todo esto, a pesar de que las autoridades ecle
siásticas se em peñaron en concertar m atrim onios legíti
mos siguiendo el modelo cristiano nuclear, monogámico
y patriarcal prom ovido sobre todo a partir del siglo XVI
por el Concilio de Trento. En este sentido, se puede obser
var que fueron pocos los casos de procesos contra bigamos
o am ancebados en la Nueva España y en particular en la
ciudad de México, frente al alto número de hijos ilegítimos
registrados, lo que dem uestra la escasa im portancia que
estos delitos representaron para la sociedad.
Varias situaciones propiciaron las relaciones fuera del
m atrim onio en la ciudad de M éxico desde el siglo,:XVI.
Entre éstas figuran el arribo de conquistadores y coloniza
dores casados que establecieron relaciones con mujeres
nativas; la prohibición de que algunos funcionarios fueran
acom pañados de sus mujeres y su familia; la incapacidad
de controlar las tradiciones de muchos indígenas en las
zonas urbanas y el crecimiento de los grupos mezclados
y con pocos recursos económicos, ajenos a los patrones de
conducta social que prom ulgaba la Iglesia y las autori
dades civiles, así como a las ventajas de honorabilidad y
112 A. R odrigue/., Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Archivo General de la
Nación, op. cit.
113 S d a n g e Albi-rro, “F.1 am ancebam iento en los siglos XVI y XV] 1: un m edio even
tual d e m e d ra r” , en Familia y poder en Nueva España, op. ciL, p. l.r>t¡.
XVI XVII XVIII
Fuente-. A. R o d ríg u ez D elgado, Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Archi
vo General de la Nación, op. dL
m A G N , I n q u i s i c i ó n , v o l. l l f i , e x p . 6 , 15 fF.
115Según Solange A lberro la abjuración se llevaba a cabo bajo dos form as “de le-
vi y de v eh e m e n ü ” L a p rim e ra se aplicaba en Jos delitos veniales y la segun
d a en los c o n sid erad o s graves. Inquisición y sociedad en México, M éxico FCE
1Í>H8, p . 192. ’
del siglo X V I el fiscal del Arzobispado Luis de Quiroz de
nunció a un español de origen veneciano, de 30 años, y
a una negra libre, del Barrio de San Agustín, por comer
y beber y dorm ir juntos con una mesa y cama, como si
fuesen m arido y mujer” ll(i Ambos fueron encarcelados y
luego puestos en libertad, aunque pocos años después, en
1601, la pareja reincidió, por lo que se les aplicó una multa
y fueron advertidos de que no tuvieran otra vez trato o
comunicación ni en público ni en secreto, “so pena de un
año de destierro con cinco leguas a la redonda”. Asimismo,
en 1601 fueron acusados por el fiscal del Arzobispado un
mesillero portugués y una negra esclava nom brada Luisa,
por estar am encebados “com iendo y durm iendo juntos a
una mesa y cam a teniendo exceso y comunicación odrnal
como si fuesen marido y mujer, causando nota y escánda
lo entre los que los ven”.11' Como en otros casos, la pareja
fue am enazada con un castigo severo si reincidía.
Otros documentos de principios del siglo XVII también
hacen referencia a este tipo de uniones. Tal es el caso de
una denuncia emitida por el alguacil mayor, fiscal del Arzo
bispado contra Francisca, mulata libre y criada del capitán
Diego Birniesa, y Juan Sánchez, acólito de la iglesia mayor
en 1609.im Según el expediente, apoyado con la testifica
ción de una mulata libre y un mestizo, Francisca y Ju an
-cu y a condición racial no se especifica-, estaban am ance
bados pues se les vio “acostados juntos en una cama y dur
m iendo todas las noches juntos como si fueran m arido y
m ujer legítimos causando con el dicho am ancebam iento
m R ich a rd B oyer, Lives o f ih t Bigamisls. Marriagt, fam ily, and community m Colo
nial México, U n iversity of N ew M éxico Press, A lb u q u erq u e, íyy.1), p. íl.
'■^D olores E nciso R ojas, “ El delito d e b ig am ia y el T rib u n al del S anio O ficio
d e la In q u isició n en la N ueva P sp añ a, siglo XVII i”, tesis de licenciatura en
H istoria, IJNAM, 1ÍI83. Según lo s estudios de Boyer y Enciso existen 2 30.5 ca
sos de procesos contra bigam ia en el archivo d e la Inquisición. V ease R ich ard
B oyer, l.ioes o f Biyamisli, op. cit., p, 7.
I¿J P ilar G o n zalb o , Familia y orden colonial op. cit., p. Si).
Sin embargo, la acusación de bigamia contra las afri
canas y sus descendientes esclavas se vincula con la dis
persión familiar a la que estuvieron expuestas muchas de
ellas. Este fue el caso de una esclava de nombre Luisa Ge-
rónim a, esclava de la Com pañía de jesú s, quien en 1655
fue acusada de haberse casado por segunda vez viviendo
su marido.124 La esclava declaró que primero se había ca
sado en Parral con un chino tejedor que había muerto a
los seis meses; más tarde, en la misma región, había con
traído matrim onio con un m oreno llamado Domingo de
la Cruz, quien murió dos años después, pero negó estar
casada dos veces con maridos en vida, y acusó a un “m ore
no muy ladino” fugitivo de querer aparecer como casado
con ella, porque quería éste irse a trabajar al ingenio de los
padres jesuítas y necesitaba una justificación para hacerlo.
Las denuncias por bigamia contra estas mujeres tam
bién estuvieron relacionadas con problemas de desorden
familiar, que desde fechas tempranas caracterizaron la vi
da matrimonial y familiar novohispana. Así lo atestigua un
expediente de 1586, en el cual una mujer de nom brejuana
González acusó a su marido, Luis Ponce, de haberse casa
do con una mulata y tener tres hijos con ella.12'1Sin em bar
go, no existe referencia sobre la conclusión de este caso.
Para finalizar, se puede afirm ar que muchas esclavas
fueron sometidas con violencia a aceptar tratos sexuales
con sus amos y otras se enfrentaron a las vicisitudes de la
dispersión y el traslado, pero muchas africanas, sobre todo
las libres, tuvieron en este tipo de relaciones oportunida
des de ascenso social, de mejores condiciones de vida para
sus hijos o sim plem ente accedieron a ellas, como muchos
novohispanos, según las costumbres del orden m atrim o
nial y familiar en la época.
" - Patricia Seed, Amar, honrar y obedecer en el México colonial. Conflictos m torno a
la elección matrimonial. 1574- 7821, op. cit.
sus objeciones al matrimonio. Es decir que la mayoría de
las familias aristócratas no objetó los matrimonios interra
ciales y usó la legislación para oponerse a los matrimonios
debido a diferencias de linaje, riqueza o posición, de acuer
do con los valores culturales que habían prevalecido en el
siglo X V II .133 De 28 por ciento de familias que opusieron
m otivos raciales, un im portante núm ero se enfocó en la
ilegitim idad com o sinónim o de casta o mestizaje y otro
porcentaje utilizó razones raciales para im pedir matrim o
nios, que según sus apelaciones tenían descendencia africa
na. Para probar esto se realizaban investigaciones en libros
de registros, memorias familiares y comunitarias que im
plicaban remontarse a la búsqueda de generaciones pasa
das y que muchas veces probaron la facilidad con la cual
se podía m anipular o modificar la condición racial.
En su docum entado estudio, Patricia Seed demuestra
que la Pragmática Real de Matrimonios se enfrentó a una
realidad mucho más com plicada que la que pretendía im
poner la desigualdad social en términos de la descendencia
de ancestros africanos y que las instancias civiles, encar
gadas de resolver las apelaciones, no definieron la raza so
bre la base de la apariencia física o la herencia biológica,
sino sobre la base de la posición social. Por lo tanto, las li
bertades que tanto los padres como los jueces se tom aron
en relación con la ley dejaron en claro que el criterio de la
descendencia de esclavos como factor decisivo de la desi
gualdad social tenía graves limitaciones, sobre todo en una
sociedad donde la distinción entre descendientes de indios
y descendientes de esclavos se había com plicado a fines
del siglo XVIIT.1:34 Para Patricia Seed, las diferencias socia
les tenían su raíz en una tradición histórica de distintos
rangos sociales, ocupados por esclavos, indios y españoles
que constituían las diferencias fundamentales en la socie
dad colonial. Admitir la confusión en las distinciones entre
los descendientes de indios y los de esclavos hubiera re
querido una reorganización de las diferencias sociales, asi
como de la creación de otro lenguaje para hablar de la de
sigualdad social. En suma, el hecho de que las diferencias
económicas no fueran aceptadas como la fuente real de la
desigualdad social tenía que ver con la tradición cultural
que había im perado hasta ese m om ento.13'
Sin duda alguna, la Pragmática Real de Matrimonios
poca relación guardaba con las características matrimonia
les y familiares que vivían sociedades com o la novohis-
pana. Sin em bargo, más que responder a esta tradición
cultural hispánica, la legislación en cuestión atendía a una
nueva ideología en un contexto histórico más amplio que
trataba de colocar al problem a racial com o eje rector de
las distinciones sociales.
Por un lado, aunque el origen rada] fue visto con rece
lo, no representó obstáculo para los enlaces interétnicos,
la m ovilidad social y las oportunidades económicas. Por
otra parte, si bien es cierto que la presencia africana en
México ya no era tan importante como en siglos anterio
res, muchos de sus descendientes habían logrado conseguir
una posición im portante en la pirámide social novohispa-
na. No hay que olvidar que es precisamente durante este
periodo cuando el comercio esclavista tomó dimensiones
extraordinarias en otras regiones de América y que m u
chos de los pensadores ilustrados, sobre todo aquellos vin
culados con el comercio esclavista, justificaron este hecho,
pese a las ideas de igualdad y libertad que dieron forma
a esta nueva corriente ideológica. En el contexto novohis-
pano, por ejemplo, varios criollos ilustrados enaltecieron
el pasado indígena y la herencia hispánica en la form a
ción de la sociedad mexicana, menospreciando el compo
nente africano. Ante tal panorama, la Pragmática Real de
M atrim onios, así como otros ordenam ientos legales del
siglo X VIII, sí tuvo repercusiones en las ideas y concep
ciones de la sociedad mexicana, y en la ideología que privó
incluso a lo largo del siglo XIX, durante el cual se desa
rrolló casi m undialm ente un racismo “seudocientífico”
respecto del origen étnico y cultural, en particular de los
africanos, sim ultáneo al com ercio de esclavos a escala
“industrial”.13(1
Los matrimonios entre distintos grupos no dejaron de
estar presentes en México ni en otras colonias hispánicas
a lo largo del siglo XVIII. Según Verena Stolcke, la Pragmá
tica Real fue remitida al Consejo de Indias en 1805, ins
titución que promulgó una Real Cédula más precisa que
establecía que:
n<lMajíé Cécile Henassy, Humanismo y religión en Sor Juana, op. cit., p. 286.
sultase, sin cuyas circunstancias no se podían efectuar
los matrimonios de conocida nobleza y notoria limpie
za de sangre, con la de negros, mulatos y demás cas
tas, aun cuando unos y otros fuesen de mayor edad...1'1'
Consideraciones
V eren a S toicke, Racism o y sexu a lid a d en la Cuba colonial, op. cit., p. 3!).
,IH!bid., p. 40.
manifestaciones se correspondieron con el contexto social
de la época, pero otras fueron asociadas a sus culturas de
origen, herencia que les permitió establecer distintas rela
ciones familiares en la Nueva España.
Aunque los documentos parroquiales y las solicitudes
de m atrim onio de la ciudad de M éxico atestiguan que
existió una tendencia hacia la unión legítima con grupos
del mismo origen étnico y social, los estudios de casos re
presentativos revelan que la formación de familias y co
m unidades domésticas fue mucho más compleja y que las
uniones consensúales fueron una práctica común. Asimis
m o se observa que las mujeres de origen africano, tanto
libres como esclavas, establecieron lazos de unión con
miembros de distintos sectores sociales y étnicos, en espe
cial con aquellos que favorecieran sus condiciones de vi
da y las de sus hijos. Estos casos también ilustran que no
existió un m odelo ideal de matrimonio y que, aunque se
desarrollaron comunidades de familias unidas por lazos de
solidaridad étnica, hubo otras compuestas por diversos
grupos culturales, lo cual revela que el establecimiento de
un modelo familiar cristiano enfrentó varios obstáculos.
Debe también considerarse que algunos sectores de la po
blación de origen africano en la capital virreinal fueron ca
paces de obtener un nivel económico y social hasta cierto
punto ventajoso, como para heredar dotes a las hijas en
sus matrimonios.
Muchas mujeres de origen africano enfrentaron su m a
ternidad sin el apoyo de una pareja o un padre. Los lazos
m atem os fueron de vital importancia para el desarrollo de
una identidad cultural y el establecimiento de alianzas so
ciales. Las madres, sobre todo esclavas, enfrentaron deci
siones difíciles al ser separadas de sus hijos o incluso al
tener que atestiguar en contra de ellos. Por el contrario,
las libres tuvieron mayor capacidad de movilidad social y
económ ica para el bienestar de su familia.
Los casos reseñados atestiguan que muchas mujeres,
tanto esclavas como libres, así como sus descendientes, de
fendieron sus derechos matrim oniales o fueron capaces
de denunciar “malos tratos” o situaciones de desventaja.
Ello no quiere decir que otras no sufrieran vejaciones por
parte de sus amos, como abuso sexual.
Los matrimonios y las uniones consensúales entre di
versos grupos sociales y étnicos, aunque no generalizados,
fueron una tendencia que favoreció el intercambio y l a re
creación cultural en la sociedad novohispana. Ello revela
que el color de la piel y la condición de esclavitud no fue
ron im pedim ento para la convivencia y la formación de
parejas, familias y comunidades domésticas. Hacia finales
del siglo XVIII surge una nueva concepción sobre la forma
de organización familiar y social, basada en una distin
ción de posición social y origen cultural. La Pragmática
Real de Matrimonios refleja las intención de las autorida
des por establecer una jerarquización social, en la cual el
color de la piel y la esclavitud tendrían un papel determ i
nante. Aunque esta disposición no afectó las relaciones
sociales y familiares de entonces, su normatividad abrió el
cam ino a una ideología basada en nuevos criterios para
distinguir a las razas.
N eg ras, p a r d a s y m u l a t a s : d i s t in c io n e s
En la América nacen
gentes diversas
en color, en costumbres
genios y lenguas...
" E n riq u e F lo rescaiio y R odrigo M artínez, H istoria gráfica de México, época colo
n ia l! , M éxico, Patria/INAH, 1ÍJHH.
de Dios. El principal argumento que justificaba el descubri
miento, la ocupación, la explotación de los nuevos recur
sos materiales y humanos fue precisamente la conversión
de los infieles, pero también la superioridad de los espa
ñoles sobre los indios, basada fundamentalmente en la ló
gica de la civilización contra la barbarie, de lo racional
contra lo irracional y de la considerada única y verdade
ra fe, la cristiana, contra la herejía o el paganismo.*
Convencidos de que su labor misionera debía dirigirse
no sólo a una conversión superficial de los indígenas al cris
tianismo, sino de una verdadera extirpación del paga
nismo, varios frailes se dedicaron a investigar sobre el
pasado indígena y sobre las características de sus tradi
ciones y formas de pensar.1* La labor de los misioneros
también estuvo presente en la defensa de la condición ju
rídica y hum ana de los indígenas y en la denuncia de las
crueldades y explotación de los conquistadores; Bartolomé
de las Casas, como es bien sabido, encabezó una de las po
lémicas más importantes sobre el tema en aquella época.
11 Jo n ath aii I. Israel, Razas, clanes sociales y vida p olítica en elM éxicu colonial (1510
1670), op. cit., p. 20 .
genas de las “malas prácticas y costumbres” de otros grupos
sociales, en particular de aquellos que, a su juicio, atentaban
contra el orden religioso, moral y político establecido
F rayjerónim o de Mendieta advertía, en la segunda mitad
del siglo XVI, tal y como lo señalaJonathan I. Israel, que.
12 ¡bidL, p. 25.
13 ibii, p. i'l.
E l lugar de los africanos y las africanas en la sociedad
de la capital virreinal: las ambivalencias
I ,a g e n t e d e e s ta c i u d a d e s m á s v e s t id a q u e lo s d e T as-
c a l t e c a l , e n a l g u n a m a n e r a ; p o r lo q u e lo s h o n r a d o s
c i u d a d a n o s d e e llo s t r a e n a l b o r o c e s e n c i m a d e la o t r a
r o p a , a u n q u e s o n d if e r e n c ia d o s d e lo s d e A fric a , p o r
q u e t i e n e n m a n e r a s ; p e r o e n la h e c h u r a y te la y lo s ra
p a c e jo s s o n m u y s e m e j a n t e s ...N
1,1 Jo n a th a n 1. Israel, R aía, ciases sociales y vida política en el México colonial 1610-
_ 1670, op. cit., p. 23.
'' Recopilación de las Leyes de Indias (facs ). L ibro ix, T ítulo XXVI, Ley X I X . M adrid.
NitfO, p . +v.
"* Ibid.. Ley x v iii, p. 4.
m
co n tr o ly la s u je c ió n d e lo s in d íg e n a s y d e lo s a fr ic a n o s;
si b ie n h a b ía q u e e v a n g e liz a r lo s y e d u c a r lo s b a jo lo s n u e
v o s p r e c e p to s d e la cu ltu ra cristian a, h a b ía q u e p r e v e r q u e
su in te g r a c ió n a la n u e v a s o c ie d a d p o d ía c o n v e r t ir s e e n
u n a a r m a d e in e sta b ilid a d . A d e m á s , el n ú m e r o c r e c ie n te
d e a fr ic a n o s y m u la to s c r io llo s , fr e n te a la d r á stic a d is m i
n u c ió n d e la p o b la c ió n in d íg e n a d u r a n te e s ta s d é c a d a s ,
in c r e m e n tó la p r e o c u p a c ió n d e la s a u to r id a d e s v ir r e in a
le s , q u ie n e s a p r in c ip io s d e l s ig lo XVII t o m a r o n m e d id a s
r e p r e s iv a s fr e n te a lo s s u p u e s to s in te n to s d e s u b le v a c ió n
y su s d e s c e n d ie n t e s .1J
d e a lg u n o s a fric a n o s
Por otra parte, al menos formalmente, la condición ju
rídica que adquirieron los indígenas, como vasallos de la
Corona, así como el reconocimiento de su naturaleza ra
cional y su disposición y capacidad para recibir la nueva fe
cristiana desde el siglo XVI, colocó a los africanos escla
vos y a sus descendientes libres, en una posición de des
ventaja jurídica, religiosa, moral y cultural. Por un lado, su
condición de esclavos, o de descendientes de ellos, los se
gregó y los dejó en una posición de sumisión, negándoles
los derechos mínimos a los cuales otros individuos podían
acceder. Por otro lado, al no estar incluidos en el proyecto
central de evangelización fueron más vulnerables a la se
gregación y a ser víctimas de denuncias ante la Inquisición,
de las cuales los indígenas estuvieron exentos.
lí* Al parecer, en 1537 hubo una primera, “ola de Ierrer” a los negros, que des
cribe David M. Davidson en su urliculo “Negro slave control and resistancc
in colonial México, 151í)-lfi.í0”, en Richard Pnce (ed.), Maroon Sot vites, Balti
more, Johns H o p in k s University Press, 1Í)7'J, pp . 90 !)1, y cuya descripción
también señala Jcmathan 1. Israel, R a& s, clases .m ía les y vida p olítica en el M é
xico colonial (1 610-1670), op. ciL
No obstante, los africanos, en particular bozales y crio
llos, se convirtieron en un importante recurso de mano de
obra, sobre todo para servicios domésticos en la ciudad
de México. Además, a] no formar parte central, como los
indígenas, de un proyecto de organización social vigilado
y, hasta cierto punto controlado, tuvieron desde los pri
meros tiempos posibilidades de movilidad y de intercam
bio cultural con otros grupos sociales que determ inaron
en gran medida su posición en la sociedad virreinal en épo
cas posteriores.
■*' ¡biiL, p. 40
• Jo n a th a n I. Israel, R a m , clases sociales y vida política en el México colonial, op.
cit., p. 77.
2B ¡hid., p. 7!)
Como se analiza a continuación, algunos documentos
de la época dan cuenta de las características del pretendi
do amotinamiento y reflejan varias de las tensiones socia
les que existían en ese m om ento relacionadas con la
presencia africana en la ciudad de México. Revelan, ade
más, las concepciones y preocupaciones de algunos sec
tores acerca de la posición social y cultural que habían
adquirido los africanos y sus descendientes, entre ellos por
supuesto sus mujeres.
Según la crónica de Domingo de San A n t ó n , l a con
jura de los negros tenía el propósito de m atar a casi toda
la población blanca con el objeto de erigir un nuevo go
bierno para la Nueva España, encabezado por un negro y
una mulata morisca de nombre Isabel.30 El nuevo reinado,
según el documento, daría cargos de honra a otros negros,
haría súbditos a los indígenas y les cobrarían tributo e in
cluso “marcarían en las bocas” para que aparecieran como
sus “señores”. Era también objetivo de esta insurrección
acabar con todos los españoles excepto las mujeres de
“cara bonita” y “media vida”, para tomarlas como sus es
posas.
Llama la atención la obsesión con la que el autor des
cribe los intentos de africanos y sus descendientes por
crear una raza'*1 fruto de su descendencia sin apariencia
fenotípica blanca. El relator hace hincapié, por ejemplo,
E l q u e t r a t a r e o c o m u n i c a r e c o n n e g r o c i m a r r ó n , o le
d i e r e d e c o m e r , o a lg ú n a v is o o a c o g ie r e e n su c a s a , y
n o lo m a n i í e s t a r e l u e g o , p o r el m is m o c a s o , si f u e r e
m u l a t o , ü m u l a ta , n e g r o o n e g r a , lib r e o c a u tiv o , h a y a
i n c u r r i d o e n la m i s m a p e n a , q u e m e r e z c a e l n e g r o o
n e g r a c i m a r r ó n , y m á s e n p e r d i m ie n to d e la m i t a d d e
s u s b ie n e s , si fu e s e lib r e , a p lic á n d o s e g a s to s d e la g u c -
r r a c o n t r a c im a r r o n e s ; y s ie n d o e s p a ñ o l, s e a d e s t e r r a
d o p e r p e t u a m e n t e d e to d a s la s I n d ia s .. ''¿
F rancisco Hi; Seijas y L obera, Gobierno militar y político del Reino Imperial de la
Nueva España (1702), M éxico. U.nam, l'Wfi, p. 20b.
rídica de la esclavitud” fueron cuestionados c incluso po
co considerados en la práctica com o obstáculos para la
integración de este grupo a la sociedad novohispana.
En el tercer apartado de esta investigación se aludió
a las oportunidades laborales que tuvo este grupo, cabe
señalar que éstas no hubieran sido posibles si las leyes y
ordenanzas se aplicaran cabalmente y si las necesidades
económicas y las apreciaciones sobre los atributos de la po
blación africana no hubieran tenido matices y fueran posi
tivas en algunos casos. El virrey Mancera, en sus memorias
y recom endaciones de 1673, se expresaba así de los n e
gros y mulatos nacidos en el Nueva España:
L o s m u l a t o s y n e g r o s c r io llo s , d e q u e h a y g r a n c a p i a
e n e l r e i n o , c o n c u c r d a n e n t r e sí c o n p o c a d if e r e n c ia :
s o n n a t u r a l m e n t e a ltiv o s , a u d a c e s y a m i g o s d e la n o
v e d a d . C o n v i e n e m u c h o , te n e r lo s e n r e s p e c to y c u id a r
s u s a n d a m i e n t o s y d e s ig n o s ; p e r o s in m o s t r a r d e s c o n
f ia n z a , t r a y e n d o la m a n o l ig e r a e n la e x a c c ió n d e su s
t r ib u t o s ...'11’
L o s i n d io s d if ie r e n m u c h o d e la s d o s n a c io n e s r e f e r i
d a s , p o r se r g e n te m e la n c ó lic a y p u s ilá n im e , p e r o a tro z ,
v in d ic a tiv a , s u p e rs tic io s a y m e n d a z : su s to r p e z a s , ro b o s
y b a r b a r id a d e s (y 110 sé si ta m b ié n la n e g lig e n c ia y a v a
r ic ia d e su s p á r r o c o s ) d a n p o c a s p r e n d a s d e su a p r o v e
c h a m ie n to e s p iritu a l, ta n r e c o m e n d a d o d e la p ie d a d d e
Main'- C ecile Benassy B eding, H um dnism ny religivn en sor Juana ¡ríes de la Cruz,
M éxico, UNAM , I9 K J.
1,1 M a rth a L ilia T enorio cu estio n a q u e los villancicos de Sor (n a n a reflejen una
id eo lo g ía o u n a visión social t i l a d u d a e n atribuir a S or J u a n a un id eario de
ig u ald ad y fratern id ad . Para esta a u to ra la presen cia de los n eg ro s en los v i
llan cico s y su v alo ració n social re s p o n d e a u n a la rg a trad ició n p o é tic a y
a e ste re o tip o s literarios q u e n o n ec e sa ria m e n te reflejan u n a id eo lo g ía o u n a
v isió n social. I.os villancicos de Sor Juana, M éxico, El C olegio de M éxico,
l!W9. N o d u d o q u e la presen cia d e los negros en los villancicos d e Sor Juana
p eí (cu ecen a u n a trad ició n literaria, p ero ello no im p id e h a c e r n o tar las o p i
nio n es criticas d e la m onja hacia varias situaciones sociales no sólo con reía
cion a la p o b lació n de origen africano, sino de otros aspectos d e la sociedad
de üu tiem po.
genas. Los negros y las negras figuran en siete series de vi
llancicos de las doce conocidas como auténticas de sorjua-
na y en la mitad de las atribuibles. Pese a que la presencia
africana en los villancicos correspondía a una tradición
hispánica,w en la cual varios recursos poéticos, lingüísti
cos y metafóricos propios del periodo fueron retom ados
por la monja jerónim a,^ llama la atención la defensa y la
valoración que sobre )a población de origen africano hace
la poetisa y la sensibilidad ante la c o n d ic ió n del negro co
mo también lo señalan Jorge Silva Castillo y Glenn Swia-
don.('4 En varios de los villancicos aparecen las mujeres
representadas en distintas situaciones, como a continua
ción se analiza.
En el villancico dedicado a la Purísima Concepción de
1689, sor Ju an a dedica el tercer nocturno a la virgen, en
la imagen de la esposa del Cantar de los Cantares. Consi
derada negra como producto del pecado por muchos pen
sadores de la época, como fray Luis de León, la negrura
de la esposa del Cantar se explica así en un fragmento de
la poetisa:
A u n q u e e n el n e g r o a r r e b o l
n e g r a la e s p o s a s e n o m b r a ,
n o e s p o i q u e e lla tie n e s o m b r a ,
...Morenica me adoran
ciclos y tierra,
que del sol de mis brazos,
estoy morena.
(’7 fra g m e n ta del “V illancico IX a la A sunción, lfiSfi” , en Obras cúmplelas, op. cit.,
p. 315.
,líl G le n n S w iadon, “ I/>s villancios d e n eg ro en el siglo XVIJ", np. cit., p. Sil.
w F rag m en to del V illancico de san P ed ro N olasco, ¡bid., p. 3!).
w Vulto en lalín significa sólo el ro stro , la cara o el sem b lan te del h o m b re. V é a
se Diccionario de autoridades, op. cit.
71 F rag m en to d e “V illancico d e la A sunción, 1679”, en Obras completas, op. cit.,
p. 72.
en el convento de San Jerónim o, con quien convivió m u
chos años. Según consta en un docum ento de 1669, la
monja recibió por donación de su m adre Isabel Ramírez,
a Ju an a de San José, mulata esclava de dieciséis años,72 a
la que vendió quince años después -probablem ente en la
época en la que se desprendió de todos sus bienes ante
las presiones de las autoridades eclesiásticas-, a su herma-
najosefa María de Asbaje, por 250 pesos oro común. Q ui
zá por ello y debido a su capacidad sensible y humanística,
como la caracteriza Benassy, fue una de las voces intelec
tuales de la época que criticó las condiciones de esclavitud
y segregación que sufrían los africanos en la Nueva Espa
ña, reivindicando incluso su color de piel y relacionándo
lo con los valores religiosos de la época.
Lo cierto es que las apreciaciones de so rju an a revelan
que existieron otras miradas novohispanas en relación con
la presencia africana en México, que cuestionaron su condi
ción de esclavitud y aceptaron su integración a la sociedad,
pese a los obstáculos culturales, sociales y económicos de
sectores de la sociedad preocupados por el control político
y económico del Virreinato.
p id o y s u p lic o s e s ir v a d e m a n d a r y n o tif ic a r a l s e ñ o r
c a n ó n i g o D o n . B. A n to n io d e G a m a , a l b a c e a q u e fu e
d e l d i c h o m í a m o , p r e s e n t e d i c h o t e s t a m e n to ... p a r a
q u e c o n s te e n é l... d e m i l ib e r ta d y p i d a lo d e m á s q u e
m e c o n v e n g a , p i d o ju s tic ia y ju r o e n f o r m a d e e s te j u i
c io s e r c i e r t o y v e r d a d e r o ...
360
com o “tutor y curador”*'1 de los bienes de sus hijas a la
viuda A na Cortés, española, y como albaceas de su testa
mento al padre fray de Ribera, de la orden de los agusti
nos, y a su com padre Pedro Sánchez, de “color mulato ,
para que vendieran lo necesario con el objeto de cumplir
con los compromisos establecidos en su testamento. Entre
los bienes de más valor que Angelina declaró tener esta
ban “tres pares de casas” en la ciudad de México, libres
de censo y enajenación. Tam bién eran de su propiedad
sayas, mantillas, camisas de seda, sábanas, colchas, colga
duras de cama, almohadas, platos de porcelana China, bol
sas de terciopelo, pañuelos de H olanda y algunas joyas
de cora] y oro. La solvencia económica de Angelina se de
muestra, asimismo, con los préstamos que en vida otorgó
a varias personas de descendencia africana, para que, en
tre otras cosas, obtuvieran su libertad, como lo señala el
siguiente párrafo extraído del cotejo de su testamento:
d e c l a r o q u e m e d e b e u n u m u je r e s p a ñ o la , la m u je r d e )
z a p a t e r o q u e v iv e d e tr á s d e S a n t o D o m in g o q u e la c o
n o c e n m is h ija s , t r e i n ta p e s o s m a n d o se c o b r e n ...
[...] _
d e c l a r o q u e i n e d e b e G e r ó n i m a d e lo s Á n g e le s , m u
j e r d e A lo n s o d e la F u e n t e , d e n p e s o s o r o c o m ú n q u e
le p r e s té , m a n d o s e c o b r e ...
ll(“ l.lisa Vargas Lugo y G ustavo Curie!, Juan Correa, su vida y fu obra. Cuerbu de do
cumentos, of>. til., p. IOS.
aquí expuestos nos demuestran es que esta premisa, si bien
no puede descartarse por completo, sí debe ser matizada
y problematizada a partir de subsecuentes investigaciones
documentales.
Asimismo, a partir de los casos estudiados se pueden
identificar distintos tipos de convivencia, algunas veces de
enfrentam iento y abuso de poder por parte de los más
privilegiados, aunque en otras ocasiones de solidaridad y
apoyo. Esta dinámica hace alusión, además, a los valores
morales y sociales de la época que, por lo menos para es
te periodo, se basaban más en la posición económica que
en una discriminación o segregación abierta respecto del
color de la piel. Si bien es cierto que la esclavitud se vincu
laba con una condición servil, menospreciada y asociada
con la población africana, por lo m enos para estos años
el color de la piel no fue una barrera insalvable.
E l m a y o r n ú m e r o d e lo s h a b ita n te s d e e s te r e in o se c o m
p o n e d e in d io s re d u c id o s a v e c in a d o s e n p u e b lo s , c o n
r e c o n o c i m i e n t o e n lo e c le s iá s tic o y r e a l a lo s c u r a s y
a l c a ld e s m a y o r e s ; d e n e g r o s , m u la to s , m e s tiz o s y o tr a s
c a s ta s, d is p e rs o s e n c iu d a d e s , p u e b lo s y h a c ie n d a s , y el
m e n o r n ú m e r o d e lo s c¡ue d i c e n e s p a ñ o l e s , n o m b r e
g e n é r i c o y c o m ú n a lo s q u e v i e n e n d e la E u r o p a y a
lo s q u e n a c i e r o n y d e s c ie n d e n d e e llo s e n e s to s p a ís e s ,
a q u ie n p o r d e n o m i n a c i ó n ll a m a n c r io llo s ...1,7
E l n ú m e r o d e f a m ilia s q u e h a b i t a n e s ta c i u d a d p a s a d e
c in c u e n ta m il e s p a ñ o le s , e u r o p e o s y p a tr ic io s , y d e c u a
r e n t a m il m e s tiz o s , m u l a t o s y n e g r o s , c o n o t r a s c a s ta s ;
s in c o n t a r m á s d e o c h o m il i n d io s d e n t r o d e la c iu d a d
y e n su s a rra b a le s . C o n el m o tiv o d e h a b e r v e n id o a
p o b l a r la s I n d ia s v a r ia s c a s ta s d e g e n te s , h a n r e s u l t a d o
d iv e rs a s g e n e ra c io n e s , q u e m e z c la d a s to d a s , h a n c o
r r o m p i d o la s c o s t u m b r e s e n la g e n t e p o p u la r ...Xíl
D o s m u n d o s h a p u e s t o D io s e n las m a n o s d e n u e s tr o
c a tó l ic o m o n a r c a , y e l n u e v o n o s e p a r e c e al v ie jo , n i
e n e l c lim a , n i e n la s c o s tu m b r e s , n i e n lo s n a tu r a l e s ;
tie n e o tr o c u o r p o d e le y e s , o tr o c o n s e jo p a r a g o b e r n a r ,
m á s s ie m p r e c o n e l fin d e a s e m e ja rlo s : e n la E s p a ñ a v ie
j a s ó lo s e r e c o n o c e u n a c a s ta d e h o m b r e s , e n la n u e v a
m u c h a s y d if e r e n te s .,.M
d e e s ta c la s e d e g e n t e s e c o m p o n e n t o d o s lo s g r e m io s :
p in to r e s , p la te r o s , sa stre s... q u e c o n h a b ilid a d p a r a t o d o
y g a n a n d o c r e c i d o s j o r n a l e s lo s p o c o s d ía s q u e s e s u
j e t a n al t r a b a jo lo d e m á s d e l t ie m p o lo e m p i c a n e n la
e m b r i a g u e z y lo s v ic io s ... s in t e m o r al c a s tig o , n i h o
r r o r a la c á r c e l... d e c u y a g e n e r a l i d a d s ó lo t e n d r á n e x
c e p c ió n p o c o s m a e s t r o s a f a m a d o s d e c a d a o fic io , o p o r
v e n i d o s d e h u r o p a , o p o r q u e v i n i e r o n su s p a d r e s y
a b u e l o s ...y2
91 N u r ia S a la z a r, “N iñ a s , v iu d a s , m o z a s y e s c la v a s e n la c la u s u ra m o n jil" ,
e n L a A m érica a bundante de S o r J u a n a , op. cit., p. ltffi.
R ó m u l o V elase o C c b a llo ? , “ B u c a rc li, su a d m in is tr a c ió n ”, en L a a d m i
nistración de D. Fray A ntonio de M a ría de Bucareli y Ursiia, cuadrigesimo sex
to virrey de México, v o l. 3 0 , t. II, M é x ic o , T a lle re s G rá fic o s d e la N a c ió n ,
S e c r e ta r ía d e G o b e r n a c ió n , 1936, p. LVll.
Por otra parte, como se ha señalado, se dictaron norm as
para el control de los matrim onios entre grupos pertene
cientes a distintos estratos sociales, sobre todo raciales,
mediante disposiciones legales más estrictas como la Prag
m ática Real de M atrimonios que cam bió el orden de las
decisiones prenupciales de la Iglesia a la Corona. Sin em
bargo, en este apartado es im portante hacer notar que la
nueva legislación parecía estar dirigida de m anera especí
fica a la población de origen africano como la principal
causante o estigma de la nobleza de linaje o desigualdad
social. Ello demuestra que la presencia de población de ori
gen africano y su ascenso social y económico continua
ba preocupando a las autoridades de la Corona, quienes
decidieron emitir durante este periodo legislaciones más
severas, con un marcado tono de diferenciación racial.
La relevancia de una clasificación y diferenciación ra
cial también se hizo patente en la aparición de los cuadros
de castas o de mestizaje. En estas obras pictóricas, cuyas
características se analizan en el siguiente apartado, apare
ce una clasificación casi científica que parece responder a
los nuevos cánones ilustrados de la época, preocupados por
la descripción y clasificación. Llama la atención el uso de
un vocabulario particular para designar la unión entre los
distintos grupos raciales, cuyos adjetivos, en su mayoría,
nunca habían estado presentes en la documentación o en
el lenguaje cotidiano de la época colonial y que de m anera
particular aparecen de forma escrita en algunas crónicas
de la época. U n ejemplo de esto último lo encontramos en
el diario del padre Ajofrín, cuando hace la descripción de
las castas más “conocidas y principales” en la Nueva Es
paña:
m
De español e india nace mestiza. Du español y mestiza
nace castiza. De español y negra, mulato. De español y
mulata, morisco. De español y morisca, alvino. De es
pañol y alvina, torna atrás. De español y to rn a atrás,
tente en el aire. De indio y negra nace cam bujo. De
cambujo e india, lobo. De lobo e india, alvarasado.
De alvarasado y mestiza, barcino. De barcino e india,
zambaigo. De mestizo y castiza, chamizo. De mestizo
e india, coyote... Ix>s lobos, cambujos y coyotes es gen
te fiera y de raras costumbres..
C o n sid eracio n es
,Jy E s p r e c is o r e c o r d a r q u e la d e f in ic ió n d e “ r a z a ” —b a s a d a e n los ra sg o s
fís ic o s — d u r a n t e la é p o c a c o lo n ia l n o se c o n s tr u y ó s o b r e la s m is m a s
p r e m is a s q u e e n te n d e m o s h o y e n d ía . C o m o lo s e ñ a la M a g n u s M o r-
n e r , a n te s d e l a ñ o ISOO la v a lo r a c ió n d ife re n c ia l d e las ra z a s h u m a n a s
e r a p o c o n o ta b le . A p a r ti r d e l R e n a c i m ie n to y la e x p a n s i ó n e u r o p e a ,
s u r g ió u n a p r e o c u p a c i ó n p o r la d i f e r e n c ia c i ó n r a c i a l b a s a d a e n lo s
r a s g o s fís ic o s y c u l t u r a l e s , a u n q u e é s ta s e c o n s o l i d a r í a h a s t a e l s ig lo
X V I I I c o n el a u g e d e l r a c i o n a l i s m o c ie n tíf ic o . T a l y c o m o lo a f ir m a
V e r e n a S to lc k e , d e s d e e l sig lo X V III las c la s ific a c io n e s r a c ia le s d e la s
s o c ie d a d e s o c c id e n ta le s c o n f u n d ie r o n g e n o tip o y f e n o tip o c o n el g r a
d o s o c io c u ltu r a l, y s e a p lic a r o n n o só lo a lo s le ja n o s “ s a lv a je s ’', sin o
t a m b i é n a lo s s o c i a l m e n tc i n f e r io r e s d e l p r o p i o p a ís . V é a s e V e r e n a
S to lc k e , R acism o y sexualidad, op. cit.. p . 17.
m exicana form ada por españoles e indígenas. Esto coin
cidió con el auge de la trata de esclavos africanos a otros
países de América, dando lugar a una vinculación estrecha
entre el africano y la esclavitud, así com o las teorías racis
tas basadas en una desigualdad física y cultural y también
hasta cierto punto de género.
A t a v ío , g e n io y c o s t u m b r e s : a f r ic a n a s
E n tre o íros, vaJe la p e n a su b ray ar los trabajos d e J o h n M urra, "El tráfico del
M ullu en las costas del Pacífico”, Simposio de Correlaciones Antropológicas Andino
Mesoamericanas, lx u a d o r, l'»71; Patrick G eary, “S acred C om m odities: th e Cir-
cu latio n o f M edieval R elies", e n The Social Life ofT/angs, C a m b rid g e , lyKfi;
Jane S ch n eid er, T rousseau T reasure: S onic C ontracíictions o f L ate N m c-
te e n lh C e n tu ry ", en The. Social I.ife o flh in g s, op. cit.-, V ictoria Bricker, Icono
grafía de. un conflicto étnico. E l eruto indígena, d rey nativo, M éx ico , I C E , 1!)7U.
C a.tharine O o o d , Haciendo la lucha: arte y comercio nahutis de Guerrero, M éxico,
l-CE, l')KK. In v estig ad o res co m o S ally y R ichard P rice h a n d esarro llad o u n a
d e las c o m e n te s antropológicas m ás innovadoras para el estudio de las m aní
festacio n es estéticas. A dem as de co n sid erar el contexto histórico y tem p o ral
d e estas expresiones, han rescatado la dim ensión creativa o lúdicá del “arte”
p ara cieito.s g m p o s>reconociendo las posibilidades de un desarrollo estético y
creativ o , p ro p io y singular, com o parte de p rocesos culturales distintos, V é a
se Sally y R ich a rd P n ce, Afro-Amencan Arts o f the Suiinum e R om Forest, Ber-
keley, L os A n g e le s/L o n d o n , U niversity o f C alifo rn ia Press,
contemplan los móviles artísticos y la función de las imáge
nes en la época formulando algunas reflexiones apoyadas
en los textos escritos que contribuyen en la comprensión del
contexto social en el que dichas imágenes se elaboraron.
La mayoría de las representaciones revisadas pertene
ce a un periodo histórico en el cual fue im portante cla
sificar, ordenar y catalogar el orden natural y social bajo
una nueva óptica científica que respondía a las ideas de
la Ilustración. Asimismo, durante esta época se consolidó
el pensamiento criollo preocupado por enaltecer los valo
res de “lo propio”. En un afán por dar a conocer las singu
laridades de América a lo largo del siglo XVIII, pintores
novohispanos, algunos de conocido prestigio, se dieron a
la tarea de representar las características de la sociedad vi
rreinal y distinguieron los distintos tipos de enlaces lleva
dos a cabo. M uchas de estas obras, como los cuadros de
cact-as y los biombos, fueron elaboradas para su exporta
ción a Europa, especialmente a España. No obstante, otras
permanecieron en la Nueva España, formando parte de los
objetos que decoraron las casas de las familias o las institu
ciones con mayores posibilidades económicas. La clasifi
cación natural y social, sobre todo de los cuadros de castas,
vinculadas en algunos casos con virtudes y defectos, pa
reció responder a la preocupación de las ideas y políti
cas del siglo X V I I I por refrendar las diferencias raciales
como determinantes de la jerarquización social.
Como en los casos de las fuentes documentales, p re
sento las imágenes que me parecen más representativas pa
ra el análisis de los temas objeto de esta investigación, es
decir: su participación en el trabajo, las peculiaridades de
las uniones familiares, la forma en que se les percibió, así
como las características que las diferenciaron de otras m u
jeres novohispanas. Asimismo, se analizan las obras en las
que figuran las africanas y sus descendientes, sobre todo
las de la ciudad de México, aunque a veces se alude a
imágenes de otras regiones con hom bres o niños para
apoyar la reflexión.
Para su estudio se han agrupado en dos grandes apar
tados: las representaciones religiosas y las de carácter pro
fano. Se ha destinado un espacio especial para el análisis
de los cuadros de castas o de mestizaje desde una perspec
tiva temática, sin dejar de lado sus características/ En el
apartado de representaciones religiosas y a m anera de in
troducción, he creído relevante rescatar otros aspectos re
lacionados con el lugar de los africanos en las imágenes
cristianas de la Nueva España. Por otra parte, debo aclarar
que, aunque se consideran elementos sobre los artistas y
los móviles o funciones que tuvieron en su tiempo estas
manifestaciones plásticas, no realizo un análisis pictórico o
estético minucioso ya que, además de que estos estudios
han sido realizados por varios expertos del arte colonial ya
citados, esa intención rebasa los objetivos de este estudio.
Representaciones religiosas:
devociones y exvotos
■' H e elegido la división en tre obras religiosas y p rofanas con el objeto de hacer
un análisis d e acu crd o a la función de las o b ras y a las tem áticas q u e tratan.
386
a motivos religiosos. Según estudios de investigadores del
arte, estos aspectos no fueron los únicos que se represen
taron en la época, pero sin duda alguna fueron los más
solicitados y cuidados, tom ando en consideración que la
religión y las representaciones de las diversas devociones
fueron esenciales para la evangelización y más tarde para
la consolidación de una sociedad cristiana, en la cual la re
ligión estaba estrecham ente vinculada con el Estado y el
control de la Corona.
Desde el siglo X V I , el gremio de pintores y otros artis
tas fuera de la corporación elaboraron un sinnúm ero de
imágenes religiosas para particulares, sobre todo para ca
pillas, iglesias, conventos y otras instituciones religiosas o
civiles. De acuerdo con las recomendaciones del Concilio
de Trento (1545-1563), las imágenes religiosas debían ins
pirarse en textos aprobados por la Iglesia y ser un medio
para el culto hacia las principales devociones cristianas. Así,
a lo largo del periodo colonial se elaboraron imágenes pic
tóricas y escultóricas dedicadas a temas bíblicos, cristológi-
cos o m arianos, alegóricos y por supuesto hagiográficos,
en relación con las distintas órdenes religiosas o de la Igle
sia secular. Asimismo, se elaboraron imágenes dedicadas
a cultos locales o regionales con mayor arraigo en la nueva
sociedad virreinal. Las ordenanzas y los tratados del p e
riodo también dictaron normas y criterios técnicos e icono
gráficos para la factura de pinturas y esculturas de índole
religiosa, así como las condiciones de venta y característi
cas a las que debían sujetarse los aspirantes a maestros de
los gremios.
La presencia de africanos en estas obras se explica por
la tradición cristiana occidental.7 La representación de dei
dades negras fue común en las culturas egipcias y griegas,
que relacionaban el color negro como signo de fecundidad.
Durante la época cristiana ocurrió un notorio rompimien
to con las visiones de la antigüedad. Según Jan Nederveen
Pieterse, en los escritos de varios padres de los reinos
cristianos de occidente (no bizantinos), el color negro co
m enzó a adquirir connotaciones negativas relativas a la
enferm edad y a la oscuridad, además se transformó en un
signo asociado al diablo. Esta idea se acentuó más tarde con
la confrontación de occidente y el islam, entonces el color
negro se vinculó con los musulmanes, quienes aparecían
en varias imágenes torturando cristianos o incluso a Cris
to durante la Pasión.8
Durante la Edad M edia reapareció una imagen posi
tiva de los africanos atribuible a la influencia cristiana en
Etiopía y el norte de África. Entonces comenzaron a incor
porarse a la iconografía algunos santos de origen africano,y
entre los que destacan san Mauricio, soldado romano de
origen africano perteneciente a la Legión Tebaica,10 y las
7 J e a ii V ercoutter, el al., The Image ofthe Hlack in Western Art, vol. l C am bridge
L o n d o n , 1976, p. 9. 6 ’
8 " f e ^ e d e r v e e n P ieterse, While on Black. Images o f Africa and B la th ir, Western
a Culture, N ew H a v e n /L o n d o n , Yale U niversity Press, pp. 24-2'J
E s p r o b a b le que, en tre otros, ftiera in co rp o rad o a] culto cristiano san Félix el
A fricano, o riu n d o d e A frica, q u ien llegó a E sp añ a p a ra evangelizar y fue o b
je to d e p ersec u ció n y m artirio, m urió en el a ñ o de 304. V é a s e jo sé M. M o n
tes, E l libro de los santos, op. cit., p. 150. Es in te re sa n te h a c e r ilu tar q u e este
san to no e r a re p re se n ta d o co n co lo r de p iel n eg ra, p ro b a b le m e n te p o rq u e
10 «Ta x n o rte 0 A frica o p o r los señ alam ien to s antes expuestos.
S an M au ricio d estacó p o r negarse a p articip ar en las festividades paganas y
se r sacrificad o ju n to con sus c o m p a ñ e ro s de la L egión Tebaica p o r o rd e n del
^ . P e7,a d ° r M a x lm ian o en A g au n u m , actual S ain t M aurice, hacia el a« u de
¿0 3 . V éase A lbert C h ristian Scllner, Calendario perpetuo de los santos, M éxico,
H erm es, 191)5, p p. 337 -3 3 9 . Su cu lto to m ó im p o rta n cia a p artir d el s ig lo XIII.
famosas vírgenes negras en las cuales estaban presentes ele
mentos de la tradición alquimista, que, como otras culturas
anteriores, consideraba al negro como símbolo de la tierra
y el origen.11 No obstante, el peligro que representaba p a
ra los cristianos la expansión del islam en África y Europa
se reflejó en la relación del negro como signo iconográfico,
que según la metáfora cristiana, convertía a los etíopes en
símbolos del pecado.1'2 La imagen de los africanos se acer
có entonces cada vez más al demonio, la muerte y el in
fierno, fundamentalmente a partir de la consolidación del
p o d er político de la religión cristiana y las incursiones
europeas en África, continente visto com o ejem plo de
sociedades primitivas y salvajes, pero sobre todo paganas.
El comercio de esclavos también influyó en la representa
ción occidental de los africanos. Según J a n N ederveen,
las im ágenes de los africanos com enzaron a ser cada vez
más denigrantes a partir del siglo X V I I I . 1S Así, el color ne-
gio que entre los egipcios y griegos, y todavía en tiempos
cristianos, había sido símbolo de fecundidad, fertilidad y
tierra, fue paulatinamente relacionado con el mal, el peca
do, lo infausto y triste.14 U na referencia novohispana sobre
la m adre Ju an a Esperanza de San Alberto, la Morena, an
tes citada, ejemplifica parte de la contradicción sobre los
atributos del color negro en el siglo X V I I . En una metáfo
ra, el cronista de la vida de esta monja poblana hace alu
sión a la piedra de azabache y dice que según Calepino:
m
de anacoreta e ingresó a la orden de los franciscanos en Pa-
lerm o, Italia, en donde sirvió como ayudante de cocina,
aunque se distinguió por su actividad como curandero.18
San Benito se convirtió en patrón de los esclavos en varias
regiones de América del Sur y en la Nueva España. En la
ciudad de México, fue patrón de una cofradía de negros y
mulatos en la iglesia de Santa María la Redonda, fundada
en 1599, que más tarde se trasladó al convento de San Fran
cisco por auto del provisor Luis Sifuentes.lu También se
sabe que regiones como Veracruz tuvieron cofradías con
la devoción de este mismo santo. Antonio García de León
recopiló versos de una conga sobre este santo, que aún se
cantan y bailan, y que ilustran la importancia que tuvo su
devoción en regiones como Veracruz durante la época co
lonial:
Al santo yo exclamo
Por ser distinguido
Indio, así m e llamo
Negro es mi apellido...**1
...san M a r t i n de Porres
y e l señor s a n J u a n
Ti Esta idea sigue vigente hoy en día, según lo atestigua la oración para san B eni
to co n ap ro b ación eclesiástica quu se v ende e n la tienda de la C atedral M etro
p o litan a y que dice: “...San Benito gloriosísim o, m o rad o r bendito de la ciudad
sa n ta d e je ru s a lé n y noble republicano de aquella corte. ¿Q ué bien te vengas
te d e la n a tu ra le z a p o r el p o co fav o r q u e te hizo en el color de tu rostro; te
negaste en teram en te a sus inclinaciones y apetitos, y dejando burlados sus c o
natos, supiste h erm o sear tu alm a con bellezas m ejores d e la gracia...*\ Oración
dedicada a san Benito de Palermo, D erechos R eservados, car. 1-71 (M éxico,
m arzo , 2001).
24 San M artin d e Porres es u n santo im p o rtan te en ciertas regiones de A m érica
y e n especial en Perú, de d o n d e fue originario, N ació t n 1579 y fue h ijo ile
g ítim o d e J u a n d e P orres y de la n eg ra A n a Velázquez. C u a n d o quiso to m ar
el h á b ito d e los p red icad o res d e santo D om ingo, sufrió obstáculos p o r su c o
lo r y su n acim ien to ilegítim o; sin em b arg o , gracias a las reco m en d acio n es de
su p a d re , h o m b re p o d ero so y co n influencias, fue acep tad o . D estacó p o r sus
Y mi san Benito
Mu protegerán...'2'’
m ilagros com o cu ran d ero y po r su trato hum ilde y delicado co n ios anim ales.
V éase Jo s é M. M ontes, E l libro de los santos, M adrid, Alian/.a, lí)% , p. 266.
5,5 C h u c h u m b c , Caramba niño, vp. ciL
E sta o b r a fue p re s e n ta d a en u n a e x p o sic ió n d e lít P in a c o te c a V irre in a l d el
IN B A en y ap arece en el catálogo Testimonios artísticos de la evangelizaáén,
M éxico, G ru p o G u isa, líWíj.
Diocleciano (284~305):¿/ y que figura en el árbol de la or
den. Aparece usualmente con la corona en el suelo como
símbolo de renuncia y en algunos casos coronada con fio-
res; forman parte de sus atributos una espada clavada en
el cuello y la palm a del martirio sostenida en una de sus
manos. H éctor Shenone registra otras obras anónimas
con su imagen en el monasterio del Carm en Bajo en Q ui
to, Ecuador, y en el monasterio del Carmen de San José,
en Santiago, Chile,2*4 lo cual revela que su culto estuvo
presente en otras regiones.
Es posible que estos cuadros novohispanos pertenecie
ran a algún altar de los conventos carmelitas de la Nueva
España, quizás de la ciudad de México, y que su culto, aun
que no muy extendido, formara parte de las devociones
de la orden. Lo cierto es que estas imágenes revelan que,
si bien eran poco conocidas y difundidas, existieron santas
negras en la iconografía religiosa de la sociedad novohis-
pana.
Un caso singular, digno de mencionar por su forma de
representar imágenes religiosas con rasgos de origen afri
cano, es el de los angelitos y niño Dios en las obras de Juan
C orrea, que han sido am pliam ente estudiadas por Elisa
Vargas Lugo.29 La investigadora descubrió y analizó que
varios de los angelitos y querubines, así como algunos de
ayo
los niños Jesús, presentaban rasgos poco convencionales en
la pintura barroca hispánica elaborada hasta entonces. Se
gún Elisa Vargas Lugo, Ju an Correa fue el prim er pintor
de la época que incorporó los rostros nativos de color que
brado en la pintura mexicana del siglo X V I í, como parte
de la realidad social de la Nueva España,30 y uno de los
prim eros en alejarse del tipo de angelito rubicundo que
abundaba en las obras de otros pintores novohispanos
que lo antecedieron, adoptando figuras infantiles de tipo
realista, camal, más cercanas a su sentimiento pictórico del
barroco, pero también a su condición de mulato.'31 En va
rias de las obras de Juan Correa pueden identificarse ange
litos y querubines que se distinguen por sus bocas carnosas
y narices cortas o boludas.a:¿
Llam a la atención una pintura titulada Niño Jesús con
ángeles músicos, de la colección de la Pinacoteca Virreinal
(conservada hoy en el Museo Nacional de Arte) en la ciu
dad de M éxico, en la cual C orrea intenta reflejar artística
y espiritualmente la diversidad étnica de su tiempo y pro
bablemente la presencia de la población africana en la Nue
va España, al dotar a dos de los angelitos que acompañan
la escena de un color más oscuro que los demás. El color
de la piel de uno de ellos, ubicado precisamente detrás del
Niño Jesús, contrasta con la piel blanca del protagonista de
la escena;33 el otro, situado en el extremo izquierdo, curio
samente tocando dos tam bores, también parece diferen-
Iren e V ázq u ez, Los habitantes de la ciudad de México, vistos a través del censo del
año 1753, ap. cit., pp. 182 y 1H3.
Por otra parte, en el biombo del Museo de América se
aprecian más mujeres de origen aíricano ocupadas en ta
reas cotidianas como esclavas o libres en la ciudad de Mé
xico. En la hoja central, junto a la fuente y cerca de un
cajón de m ercadería techado con tejamanil, se reconoce
a una negra, posiblemente libre y con oficio de lavandera
por el cesto que carga en la cabeza, cerca de una indígena,
con la cual parece conversar (figura 25). Al lado de ellas
otra mujer le com pra a un joven, de origen africano algu
nas semillas, actividad que revela la participación de los
africanos en la venta de productos pertenecientes a sus
am os, así com o la convivencia entre los distintos g ru
pos culturales y sociales en la vida cotidiana de la capital.
Junto a este grupo, llama la atención la imagen de una ne
gra, que carga sobre la cabeza un recipiente y parece hablar
con el com erciante del cajón. La africana, por su tocado
y su porte, expresa sin lugar a duda, las tormas culturales
femeninas que caracterizaron a estas mujeres en la mane
ra de cam inar y de cargar (figura 26).
En la otra escena que describe la alameda se observan
varias mujeres de origen africano. Dos de ellas, una negra
y otra mulata, aparecen detrás de dos damas, posiblemente
m adre e hija, de alta posición económica, que pasean ata
viadas lujosamente, portando enormes guardainfantes,
prendas características de la m oda del siglo XVII (figura
27). Las mujeres de origen africano seguramente son escla
vas que acom pañan a sus amas en el paseo. La escena re
cuerda la observación de Thom as Gage en el siglo XVII:
“...Las señoras, van seguidas también de sus lindas escla
vas que andan al lado de la carroza tan espléndidamente
ataviadas... y cuyas caras, en medio de tan ricos vestidos
y de sus mantillas blancas, parecen como dice el adagio
español: ‘moscas en leche’...”,49
En la misma escena, junto a la fuente, aparece una ni
ña negra al parecer acom pañada de otra mujer, más bien
mulata, que la observa jugando con el agua (figura 28). La
niña porta un vestido de cierto lujo y es probable que sea
hija de la mulata, aunque su atuendo no corresponde al de
su posible madre. Lo cierto es que la pequeña, como otra
niña de alta posición económica, que aparece también re
presentada jugando cerca de la fuente, convive con otros
sectores de la sociedad virreinal, en el esparcimiento que
otorgan los jardines de la alameda. Por último, detrás de la
fuente y a semejanza del otro biom bo, se identifica a una
m ujer de origen africano, posiblemente libre, sentada de
bajo de la som bra de un árbol, con un puesto de tamales
u otros alimentos que ofrece a los paseantes (figura 29).
Las imágenes de estos biombos testimonian la p re
sencia de las africanas y sus descendientes en distintas ac
tividades como esclavas y libres, dedicadas a la venta de
diversos productos. Estas representaciones también refle
jan la convivencia cotidiana entre los diversos sectores
sociales que configuraron a la sociedad capitalina de la
Nueva España, los cuales posibilitaron un intercambio cul
tural estrecho y complejo.
Otro biombo del primer tercio del siglo XVIII, titulado
Recepción de un virrey en las casas reales de Chapultepec (figura
30), dedicado a ilustrar las festividades que se celebraban
con motivo de la llegada de algún virrey a la ciudad de
México, da cuenta de la presencia de hombres y mujeres
E n tr e m o s lu e g o a lo i n te r io r He la p la z a q u e e s u n a b r e
v ia d o e p il o g o d e m a r a v illa s ... A q u í s e v e n lo s m o n te s
d e fru ta s , e n q u e to d o el a ñ o a b u n d a e s ta c iu d a d , c u y o
n ú m e r o p a s a d e 9 0 ... d e l m i s m o m o d o se v e n y r e g is
t r a n lo s m o n t e s d e h o r t a l i z a d e m a n e r a q u e n i e n lo s
m is m o s c a m p u s se r e g is tr a t a n t a a b u n d a n c i a , c o m o se
v e j u n t a e n e s te te a tr o d e m a r a v illa s ; e s tá e n f o r m a d e
c a lle s , q u e las fig u ra n m u c h o s te ja d o s , o b a r r a c a s , b a jo
d e la s q u e H ay i n n u m e r a b l e s p u e s to s d e t ie n d a s d e le-
g u m h r o s v s e m illa s ... V é n d e n s e ta m b i é n o tr a s c a s ta s di?
pescados, que traen de las mismas lagunas, como es el
juile, y meztlapique... El núm ero de gallinas, pavos y
pichones es tan im ponderable, que estoy por decir que
excede a! número de las demás aves: asimismo en toda
la circunferencia de la plaza hay puestos de pan de tu
das calidades, a más de los innum erables puestos y
cajones que repartidos en toda la ciudad están en las
plazuelas y calles... En el centro de la plaza hay una
calle con sus encrucijadas, en la que está el baratillo,
que llaman de los M uchachos... y en otras mesitas que
están al frente de éstas, hay infinito número de trasteci-
tos, así de marfil, piedra hierro, cobre, agujas, limas...
El Parián, que tiene la figura de una ciudadela, o casti
llo, tiene ocho puertas y cuatro calles... Todo por den
tro y fuera son tiendas de todo género de mercancías,
así de la Europa com o de la China y de la tierra... En
el centro del baratillo formadas calles de jacales o barra
cas; el centro se com pone de ropas hechas, y de lodo
género de utensilios nuevos para todo género y calidad
de personas...-^
3,i M aría C o n cep ció n G arcía Sáiz, ‘'lil desarrollo artístico de la pintura de castas ,
en lio n a K aU ew (curalor), N ew World O rden. Casta P aintm g a n d Colonial L a tín
Am erica, N ew York, A m e n c a s S ociety A lt G allery, l'Wfi, p. 11!).
Sin duda alguna, los cuadros de castas o de mestizaje
son las representaciones más ricas, temática y pictórica
m ente, con las que se cuenta actualm ente para analizar
varios aspectos de la vida cotidiana del siglo XVIII. Aunque
en muchos casos idealizados y poco cercanos a la realidad
social novohispana'’7 los cuadros de castas revelan las
preocupaciones ideológicas y sociales de aquel periodo,
y en particular la necesidad de clasificar y ordenar, bajo
nuevos criterios inspirados en las ideas de la Ilustración,
el orden social y racial de los habitantes de la Nueva Espa
ña. Gran parte de estas pinturas está compuestas por dieci
séis escenas en lienzos separados, aunque algunas de ellas
aparecen en un solo cuadro dividido en distintos com par
timentos (figura 5 6 ). En escenas íntimas, cotidianas y do
mésticas, más cítadinas que rurales, cada representación
muestra a una pareja, de distinto origen racial, acom paña
da de uno o dos hijos y, en la mayoría de ellos se observa
una inscripción que identifica su origen racial por medio
de una progresión que comienza con la representación de
las consideradas razas puras y term ina con las más m ez
cladas. Además de la identificación racial, el rango social
es diferenciado, en muchos casos, por medio de la vesti
m enta y los oficios. También aparecen distintos objetos,
alimentos y otros elementos de flora y fauna, que en varias
ocasiones son identificados mediante cartelas.
Algunos de estos cuadros fueron elaborados por famo
sos pintores, entre ellos, uno de los A rellano,Juan Rodrí
guez Juárez, Luis Berrueco y jo sé de Ibarra, activos entre
i!l A p esar di- q u e d esd e m ed iad o s del siglo XVII las o rd e n a n z a s de p in to re s fo-
menLarnn que los artistas firm aran sus obras, ftie hasta las últim as décadas del
siglo XV111, c o i) la ap arició n d e las a cad e m ias y de las n u ev as ideas so b re
el “a rte ”, q u e el p in to r tom ó el carácter d e cread o r individual.
í!l Según N in a M . Scott, es evidente que las pinturas de castas tuvieron u n a rela
ció n co n las p in tu ras h o lan d esas d e gén ero del siglo X V II y con las re p re se n
taciones d e la v id a d e las clases populares tan de m o d a en E uropa en el siglo
X V III. “U o m esticidad y com ida e n las pinturas de castas”, en Históricas. Bole
tín del Instituto dt InmUgarímirs Históricas, M éxico, l.lNAM, n ú m . ó í), septiem bre-
d ic ie m b re d e 2000, p. 11.
0 mitos que existieron en torno de su papel en ]a socie
dad. Por ello, estos retratos son una de las pocas fuentes
plásticas que nos perm iten acercarnos a la identificación
y recreación de lo que constituyó parte del mundo de aque
llas mujeres y, sobre todo, de la forma en que fueron mi
radas por la sociedad de su tiempo.
Según García Sáiz, la aparición de los cuadros de cas
tas está ligada al cambio de dinastía en 1700 con la entrada
de los Borbones en la m onarquía española. Es posible que
la definición de este género tenga su origen en los encar
gos realizados por el virrey duque de Linares a un pintor
de la familia A rellan o /’0 según lo atestigua la obra más
antigua, hasta ahora conocida, de 1711, que representa en
dos lienzos a una pareja de mulatos. Sin embargo, como lo
señala Elena Isabel Estrada de Gerlero, el género pictóri
co de las castas novohispanas tuvo su auge ya bien entra
do el periodo borbónico en España, coincidiendo con los
efectos de la Ilustración61 y de las políticas del nuevo go
bierno. Los móviles que hicieron factible su elaboración
encierran varias causas, ya analizadas por algunos inves
tigadores. Por una parte, se sabe que gran parte de ellas
fueron realizadas a petición de criollos o españoles, en
particular funcionarios civiles o personalidades eclesiás-
t)ln> 5 p in to res de ia fam ilia A rellano, activos en las últim as décadas del siglo
X V I] y las p rim e ra s d e l X V III, e la b o ra ro n o tra s o bras. U n o d e ellos, a p o d a
d o “el m u d o ”, firm ó obras com o el Tránsito de la Virgen, perteneciente al M useo
M u n ic ip a l d e A n te q u e ra en E sp añ a. Es de la factura de M anuel A rellan o la
o b ra La Coronación de la Virgen d e la colección del M useo de la B asílica de
G u a d a lu p e en la ciudad de M éxico y de la f irm a j. A rellan o lienzos co m o el
'hadado de k imagen y estreno del santuario de Guadalupe. V éase M aría C o n c e p
ción G ai cía Sáiz, “ lil desarrollo artístico de la pintura de castas”, e n New World
Orden. Casta Painling and Colonial Latín America, op. til., p. 11<).
1 E len a Isabel E strad a d e G erlero , “I.a rep re sen tació n de los indios gentiles en
las p in tu ra s d e castas n o v o h isp a n a s”, e n New World Orders. Casia Painting and
Colonial Latín America, op. cit., p. 124.
ticas con el deseo de m ostrar al m undo exterior las ca
racterísticas naturales, sociales y hum anas de Jas tierras
am ericanas,^ obedeciendo, aunque con nuevas formas y
concepciones, a una tradición presente desde el siglo X V I ,
que consistía en realizar informes y descripciones para el
gobierno central sobre varios aspectos de sus territorios.
Asimismo, peninsulares deseosos de mostrar a los círcu
los de poder las características de la Nueva España, en par
ticular la superioridad de su origen sobre las castas -bajo
los nuevos lineamientos que sobre el origen racial estaban
en b o g a-, pudieron haber encargado estas obras a distin
tos artistas novohispanos. Sin embargo, tam bién debe re
conocerse que su factura respondió a móviles internos,
de criollos, mestizos u otros grupos sociales orgullosos de
lo suyo, y como lo afirmó Roberto M oreno de los Arcos,
preocupados por recobrar y mostrar al exterior lo propio
a partir de la curiosidad seudocientífica de muchos hom
bres ilustrados del periodo.h:< Las nuevas ideas decim onó
nicas que, como es bien sabido, cuestionaron las hasta
1,1 Idem.
chas de estas obras, aunque no en todas, se hacen juicios
que vinculan a los grupos más mezclados étnicamente con
los menos educados y los más vulnerables con los vicios
y malas costumbres. Como se ha mencionado a lo largo de
esta invfestigación, los señalamientos y las críticas sobre
los riesgos del intercambio social y cultural, sobre todo con
población de origen africano, habían estado presentes des
de el siglo X V I , si bien adquirieron nuevas connotaciones
en el X V I1 1 , según lo atestiguan estas imágenes y los co
m entarios de varios cronistas, entre ellos los del capuchi
no Francisco de Ajofrín:
M F rancisco d e A jofrín, Diario del viaje que hizo a la América en el siglo XVin el p a
dre fra y Francisco de Ajofrín, op, cil., pp. .t>ÍJ y 60.
^ J o a q u í n A n to n io de Bafarás escribió un m anuscrito titulado “O rig en , co stu m
b res y estad a p resen te d e m ex ican o s y filipinos en 1763", p erten ecien te a la
H ísp a m e Sociuty o f A m erica en N u ev a York, co n textos e ilustraciones. Este
d o c u m e n to in éd ito fui; d a d o a c o n o c e r p o r lio n a K atzew en su artículo “ L a
p in tu ra de castas. Id en tid ad y estratificación social en la N ueva E spaña”, en el
catálo g o New World Orders. Casta Painting and Colonial L atin America, op. cit.,
p. 109.
67 P edro A lonso O ’C ro u ley , ¡dea compendiosa del Reyno de la Nueva España (1774),
Teresa C astelló ltu rb id e y M anía M artínez del Kio (eds.), M éxico, l!N A M , 197,1).
de la sangre española, en las características limpias de la
nación india y en la “abatida y despreciada” calidad de
los negros. Estos cronistas subrayaron además los riesgos
de la mezcla con la población de origen africano, cuya san
gre, consideraban, no podía purificarse. Como se ha hecho
hincapié anteriorm ente, esta percepción sobre el signifi
cado de la raza sustentado de m anera casi científica, res
pondía a una ideología que pretendía dar un fundamento
biológico a las diferencias sociales, frente al desorden fa
miliar, la m ovilidad social y el intercam bio cultural que
había caracterizado a la sociedad virreinal y que ya era ine
vitable de normar. De igual modo, hay que tomar en cuen
ta la influencia de otras ideas del periodo que de alguna
m anera querían legitimar el comercio de esclavos, cuyo
núm ero tom aba dimensiones extraordinarias en otras re
giones de América. Asi, la preocupación ante la posible
pérdida de control sobre la población y las nuevas ideas
sobre la jerarquización social vinculada estrechamente con
el origen racial, que se difundieron a lo largo del siglo X V I I I ,
contribuyeron hasta cierto punto, junto con la intención
de dar a conocer “lo propio”, en muchos casos mediante
el lujo y la abundancia, a la em ergencia singular del gé
nero pictórico de los cuadros de castas.
Com o protagonistas de la diversidad cultural y social
de la Nueva España, aparecen representadas en estas pin
turas las mujeres pertenecientes a los diversos grupos étni
cos y sociales de la Nueva España y más específicamente
aquellos de las zonas urbanas. En función de su condición
económica y social, se observan por lo regular realizando
actividades domésticas y comerciales. Las encontram os,
asimismo, auxiliando a su pareja en su oficio o en alguna
actividad educativa, de descanso o recreación. Destacan
las imágenes de las mujeres de origen africano y sus des
cendientes que quizá por prim era vez en las obras pictó
ricas novohispanas ocupan un lugar de im portancia y es
reconocida, aunque a veces con cierto recelo, su participa
ción en la vida familiar y social. Las africanas y sus descen
dientes se distinguen, según el análisis que aquí se hace,
de otros personajes femeninos en estas obras pictóricas
por algunos atributos que a continuación se exponen.
Los oficios
m
m ediados del siglo X V III, perteneciente a una colección
particular en México, representa a una familia formada por
un español, una negra y una hija mulata en un merendero,
posiblemente cercano a los que Agustín de Vetancurt des
cribió, en el centro de la ciudad de México, hacia finales
del siglo XVII:
Hay m e s o n e s , y h o s p it a l e s p a r a c a b a ll e r o s y p le b e y o s .
B o d e g o n e s , d o n d e c o m e n , g a r ita s e n la s p la z a s , d o n d e
h a y q u i e n b a t a c h o c o la te , y c o c i n e r a s q u e v e n d e n su s
g u is a d o s , y e s tá d e t o d o al g u s to , a p e t i t o , y n e c e s i d a d ,
t a n a b u n d a n t e , q u e a la s se is d e la L arde h a y ta n to d e
b a s t im e n t o c o m o a las n u e v e d e l d í a p u e d e h a lla r s e .t,s
E l atavío
Y si lo h e r m o s o d e la c iu d a d e s la e n lo s q u e la h a b i ta n
p o r la g a la , y a s e o q u e lo s a d o r n a p a s a n d e o c h o m il lo s
E s p a ñ o le s v e c in o s , y d e v e in te m il la s m u je r e s , d e q u e
a b u n d a d e t o d o s e s ta d o s , d o n d e s o b r a e l a s e o , y e x c e
d e la g a lla r d ía , y las m á s p o b r e tie n e su s p e r la s , y jo y a s
q u e le c o m p o n e n ; p o r in f e liz s e t ie n e la q u e n o t i e n e
d e o r o su jo y u e l a p a r a lo s d ia s fe s tiv o s , y s o n p o c a s las
7'' Fray A g u stín d e V etanciirt, “T ratad o de la ciu d ad di; M éxico y las gran d ezas
q u e la ¡lu stran d esp u és qu e la fu n d a ro n e sp a ñ o le s”, en A n to n io R ubial, La
ciudad de México en el siglo X v u (1690-1780), op. cit., pp. 4<> y 47.
7* J u a n d e V iera, lireve y compendiosa narración de la ciudad de México (TJTJ), op.
cil., p. US.
los cuadros de castas, las mujeres en compañía de españo
les suelen portar atuendos de cierta elegancia o por lo me
nos joyas que hacen alusión a la posición social y origen
racial de su cónyuge, mientras que las mezcladas con otros
grupos culturales casi siempre aparecen con ropa menos lu
josa y a veces sin ornamentos. Sin embargo, en varios lien
zos y pese a la posición económ ica o social, las africanas
y sus descendientes m uestran la famosa saya negra que
las distinguió, y en muchas ocasiones, joyas como collares,
zarcillos, pulseras y otros ornam entos en el pelo y el ves
tido, que tanto escandalizaron a viajeros como Thom as
Gage, Gemelli Carreri o casi un siglo después a Ajofrín.
Es difícil precisar cuándo y por qué motivos las africa
nas y sus descendientes com enzaron a utilizar la saya de
em brocar, de colores gris o negro, que a manera de falda
solían amarrarse arriba de los hombros con listones o bro
ches de plata. Posiblemente desde mediados del siglo XVII,
este tipo de atuendo comenzó a difundirse como prenda
que distinguía a las mujeres de origen africano de otras que
utilizaban indígenas, mestizas, españolas o criollas, como
rebozos, capas o mantillas. Las diversas leyes y ordenan
zas que trataron de norm ar la condición social m ediante
el uso de ciertas prendas de vestir pudo haber sido una de
las causas de este atuendo, pero también es posible que la
costumbre se impusiera a lo largo del tiempo. Lo cierto es
que tanto las diversas imágenes en biombos u otros lien
zos com o los cuadros de castas y las crónicas subrayaron,
sobre todo en el siglo XVIII, este característico atavío que
las diferenciaba.75
E xisten referen cias so b re este tipo d e sayas en tre las m ujeres b e re b e re s del
n o r te d e Á frica.
El lienzo más antiguo del género de cuadros de castas,
fechado en 1711 y firmado por un m iem bro de la familia
Arellano, representa precisamente a una mulata de la ciu
dad de M éxico, según lo atestigua la inscripción que la
acompaña: “Diseño de mulata hija de negra y español en
la ciudad de México. Cabeza de la América a 22 del mes
de agosto de 1711 años”. Perteneciente a la colección de
Ja n y Frederick Mayer en Denver, en esta extraordinaria
imagen en la que el pintor mostró su destreza, entre otros,
en el trazado de los rasgos y el detalle de la vestimenta,
la m ulata de la capital virreinal porta un atuendo lujoso,
compuesto por mangas anchas, una blusa que asoma con
encajes y la singular saya de color gris, que aparece desa
brochada y de la cual cuelgan listones rojos. El lujo dé su
atuendo se complementa con las perlas de su ancho collar
formado por varias hileras, las pulseras y los zarcillos tam
bién de perlas, así como del paño de encajes que luce en
tre sus rizados cabellos (figura 73). Esta obra hizo conjunto,
com o lo señala M aría Concepción García Sáiz, con otro
lienzo de paradero desconocido, con la imagen de un mu
lato, aspirando el rapé que extrae de una cajita y en el que
también aparece la figura del hijo, quien m onta en un ca
ballo de juguete.76 Sin duda alguna existe un claro interés
en esta obra por mostrar la importancia de las mulatas en
la ciudad de México y en hacer hincapié en la forma lu
josa y extravagante de vestir, a pesar de estar unida a un
la s m e s ti z a s , m u l a t a s y n e g r a s , q u e f o r m a n l a m a y o r
p a r t e d e la p o b l a c i ó n , n o p u d i e n d o u s a r m a n t o , n i v e s
t ir a la e s p a ñ o l a y d e s d e ñ a n d o e l tr a je d e lo s i n d i o s ,
a n d a n p o r la c iu d a d v e s tid a s d e u n m o d o e x tr a v a g a n te ,
p u e s lle v a n u n a c o m o e n a g u a a tr a v e s a d a s o b r e la e s p a l
d a o e n l a c a b e z a a m a n e r a d e m a n t o , q u e la s h a c e p a
r e c e r o tr o s ta n to s d i a b l o s .,.7'J
J u a n F. G em elli C arreri, Viaje a la Nueva España, México a fines del sigla XVII.
t. I, M éxico, L ibro-M ex, IÜ95, p. 25.
G u stav o C u riel y A ntonio Rubial, “ Los espejos de lo propio: riLos públicos y
usos p riv ad o s e n la p in tu ra virreinal”, en Catálogo de la exposición Pintura y vida
cotidiana en México 1650-1950, op, cit., p. 123.
latos o incluso negros que lograron adquirir una posición
económica desahogada tuvieron a su servicio esclavos o
esclavas de origen africano. Sin embargo, también podría
tratarse de algún familiar del mulato, que se acerca a la
reunión p ara com partir los m om entos de esparcim iento
y diversión. Lo cierto es que esta mujer, como otras de su
mismo origen, porta la distintiva saya de embrocar a la
que se ha hecho alusión en este apartado.
R- B<.-rnaI D íaz del C astillo, Historia de la conquista de Nueva España, M éxico Po-
rrú a , l!W2, p. 167.
Thom a.s G ag e. Nuevo reconocimiento de las indias Occidentales, M éx ico FCh'
{Sep /«O), p. : m . ' '
"4 ¡bid, p. 330.
Estos testimonios, como las imágenes de los cuadros
de castas, parecen reflejar un nexo sugerente entre sexua
lidad, envenenamiento, hechicería y mujeres, en particular
sirvientas de origen africano.*'' La presencia del chocolate
en las escenas de castas junto con mujeres de origen afri
cano no es gratuita y quizá esté aludiendo, adem ás de a
las características de su oficio, a los mitos y estereotipos
existentes en esta época, en tom o de sus dones mágicos y
sus atractivos sexuales. C abe hacer notar que el uso del
chocolate, en relación con la sexualidad, la gula, el placer
u otros males parece estar presente en la sociedad novo
hispana de una m anera generalizada, y a lo largo de todo
el periodo virreinal se polemizó acerca de sus cualidades
curativas y afrodisiacas, tanto que incluso en el siglo XVII
A ntonio de León Pinelo escribió en España un tratado ti
tulado: Questión moral, si el chocolate quebrante el ayuno ecle
siástico.^ Juan Solórzano y Pereyra afirmaba que la bebida
del chocolate “si se tom a simple, es refigerar y causar m u
cho nutrim ento; pero si se tom a compuesta, excitar para
el uso venéreo”.*7 Por ejemplo, las monjas carmelitas, ade
más de los votos comunes de castidad, pobreza, obedien
cia y clausura, tenían com o quinto voto el de no beber
chocolate.88 La polémica sobre las cualidades o defectos
E l t a b a c o d e h o j a e s o tr o a b u s o d e la A m é r ic a . L o f u
m a n l o d o s , h o m b r e s y m u je r e s , h a s ta la s s e ñ o r i ta s m á s
d e l i c a d a s y m e li n d r o s a s ... L o s r e lig io s o s y c lé r ig o s se
e n c u e n t r a n t a m b i é n e n la s c a lle s t o m a n d o c i g a r r o , h a
b i t u á n d o s e d e s d e n i ñ o s a e s te v ic io , y c r e o lo a p r e n d e n ,
c o n o tr o s , d e la s a m a s d e le c h e , q u e a q u í lla m a n c h i
c h ig u a s . y r e g u l a r m e n t e s o n m u la t a s o n e g r a s . . / 11
!lí J u a n de V iera, Breve y compendiosa narración de la dudad de México (177'/), op. cit.,
pp. 6 4 y 65.
un mulato. Como muchas otras imágenes ya analizadas, la
familia se encuentra en la cocina y mientras el español ela
bora un cigarro con la ayuda del hijo, la mujer de origen
africano guisa cerca del fogón. Mientras lo hace, de m ane
ra disgustada parece dirigir algunas palabras de reclamo
al cónyuge, quien apaciblemente escucha los regaños. Es
te mismo m odelo se repite en otros lienzos, con algunas
variaciones, en las que la mujer francamente disgustada y
violenta, intenta pegar con la cuchara del guiso al peque
ño hijo, quien se refugia con su padre, que ti ata de resguar
darlo de los posibles golpes.
El carácter retador y altivo de las negras también se re
conoce en otros cuadros de castas de años posteriores, ela
borados por destacados pintores como Miguel Cabrera.
El lienzo de la serie de este pintor elaborada en 1763 y per
teneciente a una colección particular en M éxico que re
presenta a la familia de español, negra y mulata, deja al
descubierto en gestos y expresiones los atributos que fue
ron asignados en muchos casos a mujeres de origen africa
no (figura 85). La negra, vestida elegantemente con su saya
negra y con broches de plata, parece dirigir con la mirada,
pero sobre todo con la mano, algunos gestos de discordia
a su pareja, quien escucha serenam ente los posibles recla
mos, pero adem ás la niña mulata refleja en su m irada el
genio de osadía o arrogancia, a la que se refirió años des
pués José Joaquín M agón, en la cartela de su cuadro de
castas. O tro lienzo de una serie del último cuarto del siglo
X V I I I , perteneciente a una colección particular en México,
Consideraciones
5 A lgunos d e ellos son F rank T annebaum , E l negro en las Américas; esclavo y ciuda
dano, B uenos A ires, Paidós, lDtiH; S. M . Elkins, Slavtry: A Problem tn American
fnstitutional and Intelleclual Life, C hicago, l!>5U; y H e rb e rt K lein, Slavery in Che
Américas; A comparative Study o f Virginia and Cuba, L o n d o n , 1967.
las nuevas concepciones y costum bres de los grupos que
conformaron la capital virreinal, sin embargo, no por ello,
las prim eras fueron olvidadas y asimiladas por com pleto
en la Nueva España, como ha sido sostenido por algunos
investigad ores.b Formas de cocinar, de vestir, de bailar o
cantar, de invocar a sus ancestros y llevar a cabo prácticas
religiosas, son ejemplo del papel que desempeñó su heren
cia cultural y de las nuevas formas de participación que
existieron en la compleja sociedad del periodo virreinal.
En este sentido, es im portante subrayar que el concepto
de cultura, tal y com o lo conciben Mintz y Price,7 debe
com prenderse como un proceso creativo y no sólo como
una determinante atemporal y con rasgos puros a lo largo
del tiempo. Su procedencia, fundamentalmente de distin
tos grupos de África occidental y ecuatorial, proveyó a es
tas mujeres de un bagaje cultural que les permitió encontrar
salidas a su condición de sometimiento, crear alianzas pa
ra conseguir mejores condiciones de vida y lograr llevar
una vida relativamente independiente, muchas veces sin
el respaldo de una pareja o un tutor. Su origen cultural
también influyó en las apreciaciones que misioneros y co-
3 . (3) S a n t a C ir ila
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e t a b la
S ig lo x v i ii
C o le c c ió n p a r tic u la r
2 7 5 x 155 c m
F o to g ra fía : H é c to r V e lá z q u e z
4 . (4) S a n ta C ir ila
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e te la
S ig lo XV111
C o le c c ió n M a n u e l A r a n g o
1J u n t o a l n ú m e r o c o r re la tiv o d e la lista a p a r e c e e n tr e p a r é n te s is e l n ú
m e r o c o r r e s p o n d i e n t e a la im a g e n e n el te x to .
120 x 60 cm
Fotografía: Ery Camara
2 0 . (49) M u je r la v a n d e r a d e o r ig e n a f ric a n o
A n ó n im o
A z u le jo
C o le c c ió n p a r tic u la r, T o a lla s L a J o s e f in a , M é x ic o , D .F .
118 x 8 2 c m
F o to g ra fía : H é c to r V e lá z q u e z
2 2 .( 5 1 ) C ó m o d a m i n ia tu r a
A n ó n im o
L a c a c o n a p lic a c io n e s d e m a rfil ta lla d o
S ig lo X V I I I
M u s e o F r a n z M a y e r , M é x ic o , D .F .
2 0 x 10 x 5 c m
F o to g ra fía : H é c to r V e lá z q u e z
2 4 . (56) C u a d r o d e c a s ia s o d e m e s tiz a je
L u is d e M e n a
Ó l e o s o b r e te la
1750
M u s e o d e A m é r ic a , M a d r id , E s p a ñ a
120 x 104 c m
F o to g ra fía : M u s e o d e A m é r ic a
25. (57) 5 De español y negra, produce mulato
José de Páez
O leo sobre tela
Siglo XVIII
Colección particular, México
84.5 x 105 cm
Fotografía: José Ignacio González M anterola
31. (65) D e b a r c in o y m u la ta , c h in a
C la p e ra
Ó l e o s o b r e te la
1750
C o le c c ió n J a n y F r e d e r ic k M a y e r
F o to g ra fía : C o l e c c i ó n j a n y F re d e ric k M a y e r
3 2 . (67) D e m u la to y e s p a ñ o la , m o r is c o
C la p e ra
Ó l e o s o b r e te la
1750
C o le c c ió n J a n y F r e d e r ic k M a y e r
F o to g ra fía : C o l e c c i ó n j a n y F re d e ric k M a y e r
3 3 . (68) D e in d io y n e g r a , n a c e lo b o
A n d r é s d e Isla s
Ó l e o s o b r e te la
1774
M u s e o d e A m é r ic a , M a d r id , E s p a ñ a
75 x 54 c m
F o to g ra fía : M u s e o d e A m é r ic a
3 4 . (69) L o b o y n e g r a
A n d r é s d e Islas
Ó l e o s o b r e te la
1774
M u s e o d e A m é r ic a , M a d r id , E s p a ñ a
75 x 5 4 c m
F o to g ra fía : M u s e o d e A m é r ic a
3 5 . (70) D e e s p a ñ o l y n e g r a , sa le m u la ta
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e te la
Siglo x v in
Colección particular, México
11 x 98 cm
Fotografía: Colección particular
41. (77) D e e s p a ñ o l y n e g r a , m u la to
Jo sé de Páez
Ó l e o s o b r e l á m in a d e c o b r e
S ig lo X V I»
C o le c c ió n p a r tic u la r, M é x ic o
50 x 30 cm
F o to g ra fía : J o s é I g n a c io G o n z á le z M a n te r o la
4 2 . (78) D e e s p a ñ o l y n e g r a , m u la to
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e te la
S ig lo X V I I I
C o le c c ió n J a n y F re d e ric k M a y e r
7 8 .7 x 101 c m
F o to g ra fía : C o le c c ió n J a n y F r e d e r ic k M a y e r
4 3 . (79) D e e s p a ñ o l y n e g r a , m u l a ta
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e te la
S ig lo x v iii
C o le c c ió n p a r tic u la r , M é x ic o
3 5 .3 x 47.7 c m
F o to g ra fía : C o le c c ió n p a r tic u la r
4 4 . (80) E s p a ñ o l y m u l a t a
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e te la
S ig lo XIX
M u s e o N a c io n a l d e H is to r ia , M é x ic o , D .F
5 0 x 4 0 .5 c m
F o to g ra fía : H é c t o r V e lá z q u e z
4 5 . (81) D e e s p a ñ o l y n e g r a n a c e m u la ta
A n d r é s d e Is la s
Ó l e o s o b r e te la
1774
M u s e o d e A m é r ic a , M a d r id , E s p a ñ a
75 x 5 4 c m
F o to g ra fía : M u s e o d e A m é r ic a
4 6 . (82) D e e s p a ñ o l y n e g r a , p r o d u c e m u la to
J u a n R o d r íg u e z J u á r e z (a trib u id a )
O l e a s o b r e te la
S ig lo XVI u
C o le c c ió n p a r tic u la r , B r c a m o r e H o u s e , 1/O ndres
47. (83} D e e s p a ñ o l y m u la ta , p r o d u c e m o r is c a
J o s é d e Páez
O l e o s o b r e te la
S ig lo X V lll
8 4 .5 X 104 c m
C o le c c ió n p a r tic u la r , M é x ic o
F o to g ra fía : J o s é I g n a c io G o n z á le z M a n te r o la
4 8 . (85) D e e s p a ñ o l y n e g r a , m u la t a
M ig u e l C a b r e r a
Ó le o s o b re te la
1763
C o le c c ió n p a r tic u la r , M é x ic o
136 x 105 c m
F o to g ra fía : J o s é I g n a c io G o n z á le z M a n te r o la
4 9 . (8(5) D e e s p a ñ o l y n e g r a n a c e m u la ta
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e te la
S ig lo x v n i
C o le c c ió n p a r tic u la r , M é x ic o
43 x 56 cm
F o to g ra fía : J o s é I g n a c io G o n z á le z M a n te r o la
5 0 . (87) D e e s p a ñ o l y m u la ta , s a le m o r is c a
J o s é J o a q u ín M agón
Ó l e o s o b r e te la
S ig lo XVIII
M u s c o N a c io n a l d e A n tr o p o lo g ía , M a d r id , E s p a ñ a
115 x 141 c m
F o to g ra fía : M u s e o N a c io n a l d e A n tr o p o lo g ía
51. (88) D e e s p a ñ o l y n e g r a , m u la to
A n ó n im o
Ó le o s o b re lá m in a
S ig lo XVIII
M u s e o S o u m a y a , M é x ic o , D .F .
44 x 32 cm
F o to g ra fía : H é c t o r V e lá z q u e z
5 2 . (89) C o y o te m e s tiz o , m u la t a y a h í te e s tá s
A n ó n im o
Ó l e o s o b r e te la
S ig lo XIX
M u s e o N a c io n a l d e M é x ic o , M é x ic o , D .F .
5 0 x 4 0 .5 c m
F o to g ra fía : H é c t o r V e lá z q u e z
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A rc h iv o s d o c u m e n ta le s
A rc h iv o G e n e r a l d e la N a c ió n , ra m o s:
A rc h iv o h is tó r ic o d e h a c ie n d a
B ie n e s N a c io n a le s
C iv il
C rim in a l
G e n e ra l d e p a rte s
J e s u íta s
In q u is ic ió n
M a trim o n io s
R e a le s C é d u la s
R e a l f is c o d e l a I n q u i s i c i ó n
T ie rr a s
A rc h iv o G e n e r a l d e N o ta ría s . C iu d a d d e M é x ic o .
(A rc h iv o H is tó ric o )
F o n d o R e s e r v a d o , I n q u i s i c i ó n , B i b l io t e c a N a c i o n a l d e
A n t r o p o l o g í a c H i s t o r i a , INAH.
F ig u r a s
F i g u r a 1. S a n B e n ito de Palermo. A n ó n i m o , sig lo XVIII. D e ta lle .
J
FÍgZ 4D ^ k b° VÍStüS ^ k ÜUdaÁ^ MéXÍC0' Mukta C°npUeSt° ambu-
F ig u ra 42. Visita de un virrey a la Catedral de México. A nónim o, siglo XVIII.
' ^ f S > * an
F ig u ra 84. Cuadro de castas con carte¿z. José Joaquín Magón, siglo XVIII.
Detalle.
F ig u ra 85. De español y negra, mulata. Miguel Cabrera, 1763,
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