Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Rivas MercadO
CULTURA CLAUSTRO • 5130 • 3327 • IZAZAGA 92 • CENTRO • CDMX • ELCLAUSTRO.EDU.MX
Alce Blanco, Naucalpan de Juárez, C.P. 53370, Estado de México, este número se terminó de imprimir el 22 de octubre de 2020, con un tiraje de 1000 ejemplares.
Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresas por Master Copy, S.A. de C.V. , Calle Plásticos, no. 84 local 2 ala sur, Frac. Industrial
Exclusivo No. 04-2018-080617591100-102, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Licitud de Título y contenido en trámite, otorgado por la
47, colonia Centro, alcaldía Cuauhtémoc C.P. 06380 www.elclaustro.edu.mx, mkuri@elclaustro.edu.mx Editor Responsable: Moramay Herrera Kuri. Reserva de Derechos al Uso
Juana. INVNDACIÓN CASTÁLIDA, Año V No, 16, octubre de 2020, es una publicación trimestral editada y distribuida por la Universidad del Claustro de Sor Juana, A.C., calle San Jerónimo
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización por escrito de la Universidad del Claustro de Sor
NÚMERO 16
DIFUSIONCULTURAL@ELCLAUSTRO.EDU.MX
CORREO ELECTRONICO
RECTORA
CARMEN LÓPEZ-PORTILLO ROMANO ALBERTO NAVA/OMAR SALDÍVAR
DISEÑO EDITORIAL Y FORMACIÓN
DIRECTORA
MORAMAY HERRERA KURI EZRA ALCÁZAR
EDITORES
PABLO RAPHAEL
ANA GARCÍA BERGUA
LUIS TORRES ACOSTA HERNÁN BRAVO VARELA
DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN LUIS ALBERTO AYALA BLANCO
CORRECCIÓN
RAFAEL TOVAR Y LÓPEZ-PORTILLO
MARIO BELLATIN
JONATHAN MINILA ADOLFO CASTAÑÓN
LUZ DE LOURDES GARCÍA ORTIZ SARA POOT HERRERA
CONSEJO EDITORIAL
MARGO GLANTZ
CONSEJO EDITORIAL
MARGO GLANTZ
SARA POOT HERRERA LUZ DE LOURDES GARCÍA ORTIZ
ADOLFO CASTAÑÓN JONATHAN MINILA
MARIO BELLATIN CORRECCIÓN
RAFAEL TOVAR Y LÓPEZ-PORTILLO
LUIS ALBERTO AYALA BLANCO DANIEL RODRÍGUEZ BARRÓN
HERNÁN BRAVO VARELA LUIS TORRES ACOSTA
ANA GARCÍA BERGUA EDITORES
PABLO RAPHAEL
EZRA ALCÁZAR MORAMAY HERRERA KURI
DIRECTORA
DISEÑO EDITORIAL Y FORMACIÓN
ALBERTO NAVA/OMAR SALDÍVAR CARMEN LÓPEZ-PORTILLO ROMANO
RECTORA
CORREO ELECTRONICO
DIFUSIONCULTURAL@ELCLAUSTRO.EDU.MX
NÚMERO 16
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización por escrito de la Universidad del Claustro de Sor
Juana. INVNDACIÓN CASTÁLIDA, Año V No, 16, octubre de 2020, es una publicación trimestral editada y distribuida por la Universidad del Claustro de Sor Juana, A.C., calle San Jerónimo
47, colonia Centro, alcaldía Cuauhtémoc C.P. 06380 www.elclaustro.edu.mx, mkuri@elclaustro.edu.mx Editor Responsable: Moramay Herrera Kuri. Reserva de Derechos al Uso
Exclusivo No. 04-2018-080617591100-102, ISSN: en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Licitud de Título y contenido en trámite, otorgado por la
Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresas por Master Copy, S.A. de C.V. , Calle Plásticos, no. 84 local 2 ala sur, Frac. Industrial
Alce Blanco, Naucalpan de Juárez, C.P. 53370, Estado de México, este número se terminó de imprimir el 22 de octubre de 2020, con un tiraje de 1000 ejemplares.
10
Antonieta Rivas Mercado
y el Convento de San Jerónimo
Adriana Mondragón y Fernando Gargollo
17
Creación como revolución: libertad,
conocimiento y expresión
Marco Orozco Blair
21
Reflexiones del tren
Claudia Solís-Ogarrio
24
Dos momentos de Antonieta
Fabienne Bradu
Hablo de ti
Patricia Rosas Lopátegui 28
6 El Ángel de la Independencia,
Antonieta Antonieta Rivas Mercado y la diamantina rosa
Vivian Blair Adriana Malvido
8 31
Cartas (fragmentos)
Antonieta Rivas Mercado
36
Carta a Gabriela Mistral
Antonieta Rivas Mercado
38
Antonieta Rivas Mercado y Andrés Henestrosa
43
Las llamas de Notre Dame,
los fuegos en Antonieta
Adriana Malvido
45
Último adiós a Antonieta Rivas Mercado
Entrevista a Raoul Fournier
Jorge Vértiz Gargollo
48
DiArio de burdeos: la revelación de un mundo
Ivett Tinoco García y Porfirio Mauricio Gutiérrez Cortés
57
a la sombra de un libro
Adriana Malvido
63
Perséfone la vagabunda
Louise Glück (Traducción de Pedro Ángel Palou) Diálogos con Elena
Garro
66 Verónica Ortiz Lawrenz
76 83
Sospecha crueldad disimulada,
el alivio que la esperanza da.
Pero Él también
había sido crucificado
Antonieta
y no tuvo respuestas para ti.
No logro comunicar
tu tragedia
tu ineludible
final.
Hablo de la democracia
utópica
de tus sueños:
sin pistoleros, sin dictadores,
sin vividores ni corruptos;
con libertad para vivirla entre semana
no sólo los domingos,
no sólo en los discursos,
no sólo en la mentira
disfrazada.
Las palabras te nombran
el recuerdo
te afirma:
El que tenga oídos que escuche.
“Hay plumajes que cruzan el pantano
y no se manchan…”
sentencia Díaz Mirón en un poema.
Tú fuiste un ave rara, Antonieta
y tu plumaje
es uno de ésos.
Una bala te arrancó
de este mundo
mas no de la memoria.
9 de marzo, 2008
7 de septiembre de 2020
H
oy, 11 de febrero de 2014, recordamos a una mujer excepcional que hace
más de ocho décadas decidió salir de este mundo, de una sociedad que
la acosaba y no le permitía SER ni transformar los prejuicios, los las-
tres, las injusticias, la inequidad genérica en un mundo más habitable
para todos, para mujeres y hombres, para ricos y desheredados.
Se llamaba María Antonieta Valeria Rivas Mercado Castellanos, una mujer que,
a decir de José Vasconcelos, “le puso condiciones al destino” (El Proconsulado). Ac-
triz, mecenas, escritora, promotora cultural, defensora de los derechos de la mujer y
activista política, Antonieta Rivas Mercado es un icono en la cultura universal del
siglo XX. Hija de Matilde Castellanos Haff y del célebre arquitecto Antonio Rivas
Mercado, autor del Ángel de la Independencia, entre otros monumentos y edificios
históricos del porfiriato.
E
ntusiasmada, Antonieta esperaba junto al teléfono en su casa ubicada en
la calle de Monterrey cuando recibió la llamada en la que se le informó
que ya estaba suficientemente lleno el club. Junto con Manuel Rodríguez
Lozano, abordó el Cadillac convertible que Ignacio, su chofer, había pre-
parado para la ocasión. En el momento en que entraron, la orquesta tocó un danzón.
La muchedumbre que los esperaba se levantó de sus mesas para aplaudirles mientras
bailaban. En la siguiente pieza se unieron a la pareja, estrenando la pista del salón
de baile El Pirata.
La relación entre Antonieta y Manuel era complicadísima, como lo atestiguan las
muchas cartas que sobreviven. Existen versiones encontradas. Muchos pensamos que
Manuel era bisexual y amante de Antonieta, pero hay quienes dicen que Manuel era
homosexual. En lo que hay consenso es: 1) que eran inseparables, 2) que tenían una
relación tormentosa y 3) que verlos bailar juntos era un espectáculo extraordinario.
La alta sociedad se escandalizó por el atrevimiento de Antonieta de hacer un salón
de baile en esa zona tan pecaminosa de la ciudad y, por si fuera poco, por promover
ese cachondo baile llegado de Cuba llamado danzón, que proporcionaba un pase
directo al segundo infierno, aquel a donde van a parar los lujuriosos. En cambio,
pintores, escultores, poetas, dramaturgos y la comunidad artística de inmediato lo
adoptó como uno de sus lugares favoritos.
1
Fabienne Bradu, Antonieta (1900-1931), México, FCE, 1991.
2
Mónica Mateos-Vega, “Primer homenaje a Antonieta Rivas Mercado de la OSN”, en La Jornada,
México, 8 de agosto de 2006, disponible en https://www.jornada.com.mx/2006/08/08/index.
php?section=cultura&article=a04n1cul.
3
Tayde Acosta Gamas, “Antes de ser contemporáneos: Ulises (Formación y desarrollo del grupo
(1927-1928)”, tesis de licenciatura, México, FFyL-UNAM, 2007, p. 72.
4
Acosta Gamas, op. cit., p. 31.
5
Antonieta Rivas Mercado, “La mujer mexicana”, en El Sol, Madrid, febrero de 1928. Citado por Rosa
García Gutiérrez, “Antonieta Rivas Mercado en sus textos”, en Anales de la Literatura Hispanoameri-
cana, Madrid, 1999, núm. 1, vol. 28, pp. 611-636.
6
Rivas Mercado, “En torno a nosotras, por Margarita Nelken”, en Ulises, núm. 5, México, diciembre
de 1927.
7
Acosta Gamas, op. cit., p. 8.
5
Correspondencia de Antonieta Rivas Mer-
cado.
Antonieta Rivas Mercado 1919. Casa de Heróes #45. Colección Familia Blair Rivas Mercado.
Cortesía Fundación Rivas Mercado A. C.
TINTA EN ALAS DE PAPEL 28 INUNDACIÓN CASTÁLIDA
E
n la música de toda existencia hay acordes festivos y fúnebres; el resto,
incluso en las vidas más aventureras, son largos momentos a la espera de
un cambio alegre o fatal. Compartimos con ustedes dos de esos episodios,
registrados en la ya clásica biografía de Rivas Mercado, Antonieta 1900-1031,
escrita por Fabienne Bradu.
1) El Pirata
“En una carta fechada en julio de 1928, Antonieta habla de sus proyectos de remo-
delación de una parte del convento de San Jerónimo: “También he comenzado a
estudiar con Paco Martínez Negrete los planos para mi casa en San Jerónimo 53. La
estamos planteando tan amplia y bonita con todo el confort moderno que pueda
dar que, según Paco, va a ser una casa modelo en la ciudad”. […] Su actitud vanguar-
dista se inspiraba en una figura del pasado que empezaba a revivir en los espíritus
y las páginas de los escritores de la década. Antonieta escogió la protección tutelar
de Sor Juana para iluminar, aunque fuera con las débiles velas de antaño, una vida
que tenía que ganarle al siglo, tan estrepitosamente distinto a las celdas silenciosas y
maternales de los claustros coloniales. Por un lado, entonces, Antonieta resucitaba
el pasado en el seno de su futura casa, y por el otro, violaba la antigua quietud del
claustro al abrir a unos cuantos pasos del número 53 de la calle de San Jerónimo, en
la esquina de Isabel la Católica, un centro de baile popular que Rodríguez Lozano
bautizó como El Pirata. […]
“El Pirata era un ‘salón de baile fino’ (es decir, un lugar decente), al que las parejas
acudían con el propósito exclusivo de practicar los meneos del danzón y del tango,
del fox y del shimmy. Aunque Antonieta había conseguido, gracias a sus relaciones
en las altas esferas gubernamentales, una licencia amplia que le permitía explotar el
negocio con venta de alcoholes, El Pirata nunca funcionó como cantina. Abría los
lunes, martes, jueves y domingos en el clásico horario de 5 a 11, a 10 centavos la en-
trada para caballeros y gratis para las damas, con una reglamentación que obligaba a
los primeros a llevar corbata y a las segundas, a prescindir de las tobilleras. El último
domingo de julio de 1928 todo estaba listo para la inauguración. […]
”Como solía suceder con las empresas de Antonieta sujetas a su capricho, a los
pocos meses se desentendió de El Pirata, al que acudía muy de cuando en cuando,
casi siempre en busca de Manuel Rodríguez Lozano, con el pretexto de vigilar sus
negocios. Tiempo después y gracias a la perseverancia de Isidoro Arreola, El Pirata
pasaría a mejor vida y fama con el nombre de Smirna. Nuevos proyectos comenza-
ban a ocupar la mente de Antonieta.”
Antes del mediodía me habré pegado un balazo. Esta carta le llegará cuando, como Empédo-
cles, me habré desligado de la envoltura mortal que ya no encierra un alma.
Le ruego telegrafíe (no lo hago yo porque no tengo dinero) a Blair y a mi hermano para que
recojan a mi hijo. Vuelvo a darle las direcciones: Alberto E. Blair, Allende 2, Tlalpan (casa); 16
de Septiembre 5 (oficina). Mario Rivas Mercado, San Juan de Letrán 6, México, D.F.
Mi hijo está en Burdeos: 27 rue Lechapellier con la familia Lavigne. Gente que me quiso
mucho y quien quiere bien a mi pequeño. Pero urge que lo recojan.
Me pesó demasiado aceptar la generosa ayuda de [José] Vasconcelos, pero al saber que faci-
litándome lo que necesitaba le robaba fuerza, no he querido. De mi determinación nada sabe,
está arreglando el pasaje. Debía encontrarme con él a mediodía. Yo soy la única responsable
de este acto con el cual finalizo una existencia errabunda.
Antonieta avanzó hacia el altar mayor. Sus pasos resonaban en la piedra fría, generando el
Antonieta Rivas
eco largo y ligero que iba a ser su último acompañante. Se sentó en el extremo izquierdo de Mercados y José
la primera banca, en la nave central, frente a Cristo crucificado. Sin separar sus ojos de los Vasconselos, Catedral
de Notre Dame
párpados dolidos de la imagen, abrió su bolsa para sacar la pistola. A través del guante palpó el
1931. Cortesía Fundación
acero pulido y helado. Maniobró con el arma hasta que encontró la posición adecuada. Luego Rivas Mercado A. C.
la levantó lentamente, apuntando el cañón contra la curva de su seno.
No podía sostener el arma en las manos, que cayeron en su regazo.
Había inclinado la cabeza y había vuelto a levantarla y ahora miraba
otra vez al Cristo.
La detonación atronó en el silencio mortecino del mediodía. El
cuerpo de Antonieta, arrebatado por el impacto, comenzó a deslizar-
se sobre la madera bruñida. El estruendo del pistoletazo rebotaba del
presbiterio al rosetón y de regreso, entre bóvedas y vitrales, trepando
por las nervaduras, cayendo a las lozas, metiéndose en las capillas la-
terales y convirtiendo la cúpula en un descomunal tambor de piedras
trepidantes.
El cuerpo que mostraba su corazón despedazado a los ojos de Dios
cayó, con un golpe de silencio, en el centro de esa telaraña de ecos.
Después, muy lentamente, sus hilos sonoros se fueron callando y,
por fin, se volvieron a quedar en paz.
S
egún la mirada poética de Alberto Ruy Sán-
chez: “Las cosas no son en sí mismas, sino en
el relato que las rodea, que es donde aflora el
deseo y la pasión de las personas”. Durante las
fiestas del centenario de la Independencia de México,
el 16 de septiembre de 1810, se inauguró una Victoria
Alada a la que llamamos “El Ángel”. Alrededor suyo
se han tejido desde entonces un sinfín de relatos, de
manera que no son las siete toneladas de bronce y oro
que la cubren lo que hace valiosa a la escultura, ni su
belleza, su ubicación en el Paseo de la Reforma o el
nombre de su autor, sino las historias que ha generado
y el significado que los ciudadanos le hemos dado en
nuestro imaginario colectivo.
También es cierto que grandes historias suelen em-
pezar con la primera impresión que tiene una persona
durante su infancia. Y Tayde Acosta Gamas empezó
a escribir la historia que quiero contarles cuando aún
era niña y tenía fascinación por El Ángel. Vivía en la
colonia Guerrero de la Ciudad de México y cada do-
INUNDACIÓN CASTÁLIDA
35 TINTA EN ALAS DE PAPEL
Alicia y Antonieta 1911, casa de Héroes # 45. Colección Familia Blair Rivas Mercado.
Cortesía Fundación Rivas Mercado A.C.
Cartas (fragmentos) *
Foto estudio hermanos Rivas Mercado, Ciudad de México 1922. Colección Fundación Rivas Mercado A.C.
Julio 19
Memelita querida:
Dirás que tu familia escribe poco, pero ¡qué tal cuando lo hace!
Yo he estado ocupada y mucho en el dancing “El Pirata”, que por cierto está quedando
sumamente bonito y será un buen negocio. Lo vamos a estrenar la semana entrante y ya
te iré diciendo qué tanto me produce.
También he comenzado a estudiar con Paco M[artínez] N[egrete] los planos para mi
casa en San Jerónimo 53, en vista de que Mario [Rivas Mercado] quiere empezar pronto a
hacer la suya (para cuando se case) en Chapultepec Heights, en nuestro terreno. La casa
de San Jerónimo la estamos proyectando tan amplia y tan bonita, con todo lo que el con-
fort moderno pueda dar que, según Paco, va a ser una casa modelo en la ciudad y espero,
no te repugnará vivir en una “modelo”.
Micho [Mario Rivas Mercado] ha estado enfermo del estómago casi desde que te fuis-
te. Unas patas de puerco que comimos y que a todos les hicieron daño y a él más. Está
delgaducho pero de buen ánimo y trabajando como tú le aconsejas, con pies de plomo.
Ahora está mandando limones a los E.E.U.U. porque el mercado está muy bueno. ¡A ver
si le atina!
Alfonso Estrada [Menocal], en el instante mismo en que vio que ya no podría sacarle
a Mario el pan nuestro de cada día, olvidó amistad, olvidó agradecimiento y ni más se ha
vuelto a para por donde Mario anda. ¡Ha dado pruebas de lo que es su amistad!
Lunes 19 de noviembre
Mi hermanita querida:
Todavía no he podido terminar la casa nueva de San Jerónimo. Está muy adelantada y va a
quedar preciosa. Manuel ha comenzada a hacer estudios para el fresco de Sor Juana Inés y
te aseguro que mi casa se verá elegantísima y de una grandísima sobriedad. Hasta la fecha
la única en México decorada así. En cuanto esté visible la voy a retratar.
Miguel Vasconcelos
mara la palabra. Y, aunque lo hubiese pensado, habría nas del partido político contrario. Al ver el gobierno
negado que el país, agotado y apático, se conmoviera que ante el fuego la muchedumbre no se dispersaba,
gracias a la palabra de un hombre. cambió de táctica. En la última semana se ocupó en
Vasconcelos se propuso demostrar: 1° Que Méxi- esparcir toda suerte de noticias alarmantes para que
co podía elegir a sus mandatarios; 2° Que el gobierno los jefes vasconcelistas se escondieran o pasasen al ex-
provisional no daría garantías; 3° Que el voto no sería tranjero. En muchos casos se les encarceló y, en otros,
respetado cuando positivamente la masa fuera a votar se les mató. En víspera de las elecciones, el ministro
por quien no le conviniera a Calles; 4° Que el pueblo de la Guerra giró orden a todos los jefes militares para
debía castigar a los burladores del voto y detentadores que se apoderaran de las casillas, y al día siguiente no
del poder. se dejó votar a nadie. Hacía tres semanas que Vascon-
Sabía el candidato que inevitablemente se iría a un celos estaba preso. Se procedió a falsificar los votos. La
conflicto en el que se derramaría sangre, porque los Cámara declaró electo al candidato oficial tres horas
adversarios eran desleales. Durante un año, con la pa- antes de cerradas las casillas. La prensa norteamerica-
labra en la boca, desnudó a todos y cada uno de los na dio la noticia de la “elección pacífica” del candidato
políticos mexicanos, hizo conciencia en la gente y, algo oficial a la mañana siguiente. El banquero Lammont
inconmensurable, comunicó un soplo de fe que dio va- [sic] invitó al señor Ortiz Rubio a que lo visitara tres
lor e hizo que hombres y mujeres crecieran en el espíri- días después. La prensa yanqui, toda vendida al impe-
tu. Movió a México, movilizó a la multitud, la despertó, rialismo, sólo dio la versión de que en México la situa-
la azotó con su verbo claro, le purificó el alma. El 10 ción es sonriente, las elecciones fueron democráticas,
de noviembre de 1929, tuvo lugar —ordenada por el Vasconcelos perdió en buena lid, por inconspícuo. El
Comité Nacional Antirreeleccionista— una manifes- embajador en México, Mister Morrow, que es el que
tación pacífica en todos los pueblos y ciudades de Mé- manda allá, le mandó un mensajero al licenciado, a
xico con objeto de demostrar que, por lo menos, un 95 raíz de la falsa elección, ofreciéndole que “si reconocía
por ciento de los votos, en una elección legítima, eran la legalidad de la elección de Ortiz Rubio, él y los su-
ya de Vasconcelos. El gobierno dio orden de impedir yos tendrían una buena oportunidad”.
que se efectuara esa manifestación; en algunas partes, Puede usted, amiga Gabriela, estar segura que si el
como en la capital, pretendió disolverla tirando con gobierno mexicano no asesinó a Vasconcelos después
ametralladoras sobre los manifestantes desde las ofici- de los intentos fallidos, fue porque la Casa Blanca no
C
ibeles Henestrosa, hija del poeta y escri- poco, conforme iban pasando las semanas, terminó por
tor oaxaqueño Andrés Henestrosa, nos quedarse a vivir en casa de Antonieta, compartiendo la
comparte una anécdota que da cuenta no habitación con Donald. Mi papá nunca olvidó esa ama-
sólo de la generosidad de Antonieta Rivas bilidad y tuvo en consideración, y casi diría en un pedes-
Mercado, sino también de su capacidad para recono- tal, a Antonieta durante toda su vida. A nosotros, a mí
cer el talento. me contaba esa anécdota, que escuché muchas veces, le
gustaba contarla y nos educó adorando a esa mujer que
Antonieta solía hacer reuniones con personalidades lo ayudó tanto. Creo que un buen ejemplo de ese afecto
de la cultura, desde escritores y pintores de la época, es el guión Antonieta, que mi papá escribió para la pelí-
hasta maestros de la preparatoria y alumnos que fueran cula de Carlos Saura. Cuando Antonieta murió, fue un
connotados. A una de esas reuniones asistió mi papá. Se golpe tremendo para él. Yo diría que nunca se recuperó.
llevaban a cabo los jueves por la tarde en casa de Anto-
nieta, Monterrey 107. Para entonces ya había nacido su María Antonieta Rivas Mercado (fragmento)
hijo Donald. Mi papá se convirtió en un asiduo de las Andrés Henestrosa
reuniones, a pesar de que él desconocía la etiqueta de la
clase alta. Mi papá venía del pueblo, vivía como podía, El 1º de aquel abril de 1930, muere Manuel Zacarías
a veces se quedaba a dormir en un cine y comía lo que Rodríguez, padre del pintor, y a quien Antonieta tiene
podía porque no tenía medios, de modo que le sorpren- encomendada la administración de sus bienes. Manuel
dió muchísimo el estilo de vida de esa gente. Como era le telegrafía dándole la noticia, una gota más ya a pun-
muy metiche, se hizo amigo de los pintores que estaban to de desbordarse. Se cree culpable “por lo que por mi
trabajando en la Preparatoria, entre ellos Manuel Ro- causa padeció don Manuel.” Decide volver a México
dríguez Lozano, quien lo llevó a las reuniones de Anto- antes de la fecha que se había fijado. La falta terrible
nieta. Al principio sencillamente convivía como otros de don Manuel obliga a hacerlo inmediatamente, “pues
de los muchos estudiantes que asistían a esas tertulia, faltándome él, sé que es preciso que yo me enfrente
pero alguien le dijo a Antonieta que mi papá era muy con la situación y la salde para siempre”, escribe. No
pobre y que no tenía dónde vivir. Entonces Antonieta, quiere que nadie se entere de la fecha de su regreso, ni
de modo muy sutil porque era toda una dama, buscó la siquiera su hermana Amelia, a quien ha telegrafiado
manera de asignarle un trabajo y le encargó que le co- enterándola que vuelve. No quiero —puntualiza— que
brara sus rentas. Tenía que entregarlas precisamente los nadie me espere y si le digo a usted que llego es simple-
jueves, después de la tertulia. Y como siempre se hacía mente por decírselo. Una semana después se encuentra
tarde, Antonieta le decía que mejor se quedara. Y poco a en México. Ignora si se encontrará con el pintor, pero
Fiel al propósito de dar a conocer la obra de Rodrí- guel Ángel Porrúa, México, 1999.
E
sta entrevista la videograbé el año de 1981 en la residencia del doctor Raoul
Fournier, ubicada entonces en el barrio de San Jerónimo, al sur de la Ciudad
de México. Formó parte de un proyecto para hacer un documental sobre mi tía
abuela Antonieta Rivas Mercado (1900-1931). En la búsqueda de testimonios
informativos, Luis Mario Schneider me sugirió acercarme al doctor Fournier. Así lo hice,
y él, al escuchar mi petición, aceptó amablemente recibirme y platicarme sobre su amis-
tad con Antonieta. Debe tenerse presente que la entrevista se llevó a cabo cincuenta años
después de los hechos que él aquí relata. En 1981 el doctor contaba con 81 años. Al volver
a escuchar y analizar la transcripción, encontré algunos datos contradictorios que pueden
dar al estudioso especializado elementos para dudar del resto de los sucesos narrados. He
decidido conservar esos “errores” y sólo señalarlos con un sic, pues, como sabe cualquier
* Raoul Fournier Villada (1900-1984). Médico gastroenterólogo, profesor y director de la Facultad de Me-
dicina de la UNAM (1954-1962). Durante el periodo de su gestión el doctor Fournier propuso un cambio
en el plan de estudios de la carrera, sugiriendo incluir la enseñanza, para él esencial, de filosofía e historia
de la medicina. Reconocido también como un extraordinario humanista.
Fournier fue, junto con sus cercanas amistades y colegas Ignacio Chávez, Efrén del Pozo, Gustavo Baz,
Salvador Zubirán, Manuel Velasco Suárez y varios otros honorables y reconocidos médicos, uno de los
pilares que revolucionó la medicina en México a inicios del siglo XX.
Entre los años 1941 y 1954 tuvo los cargos de director general de Asistencia en el Distrito Federal, jefe
de la Sección Clínica del Instituto de Salubridad y Enfermedades Tropicales y jefe de servicio del Hospital
General de la Ciudad de México.
En 1966 fue director del Hospital General de la Secretaría de Salubridad y Asistencia y en 1968 fue
presidente de la Sociedad Mexicana de Historia y Filosofía de la Medicina. Entre 1970 y 1974 presidió el
V Congreso Nacional de Gastroenterología.
Era el año de 1928. Llegaba yo de París, y había traído conmigo una serie de discos, de
documentos de los movimientos artísticos y culturales de aquella época, pues estaban
muy de moda Cocteau, las cosas de André Gide. Iba en declive la popularidad de Anatole
France en cuanto a la parte literaria. El ballet ruso en París con Nijinsky y el manager
Diáguilev había dejado un impacto tan grande. Realmente el mundo cultural francés ha-
bía quedado conmovido ante esas manifestaciones... Los decorados de Bakst, de... bueno,
pues luego los pintores que hicieron cosas para el ballet también conmovieron mucho a
Francia. Sentíamos que, efectivamente, el siglo había terminado. Para cualquiera de no-
sotros en mi época el siglo había terminado con [el final] de la Primera Guerra Mundial.
Yo les hablo de mi llegada a París en 24, donde ya se desarrollaban acontecimientos
que hacían prever la transformación del mundo cultural, como les digo, estaban de moda
entonces esos escritores, y yo todavía metido en las lecturas de Anatole France. Por cier-
to, llevaba yo todavía Le petit Pierre, uno de los libros de Anatole France, de los últimos;
lo llevaba conmigo, había sido una lectura del barco y algunos otros libros de él, que era
el summum de la cultura literaria.
Rumi
D
espués de los fatales acontecimientos del
11 de febrero de 1931, las pertenencias de
Antonieta quedaron bajo resguardo del
Consulado mexicano en Francia. El pe-
queño cuaderno rojo que acompañara sus reflexiones
durante su corta estancia en la ciudad de Burdeos ini-
ció en ese momento un largo periplo, de casi un siglo.
Un viaje trasatlántico lo trajo de regreso a México.
Recuperando como metáfora las palabras de la misma
Antonieta, ese diario sería “como un fragmento de ma-
dera, resto del naufragio, perdido en el mar”.1
Años después, en un recorrido cuyas vicisitudes
aún siguen siendo un misterio, el diario llegó a manos
de Luis Mario Schneider.2 Y así, el diario de Antonie-
1
Antonieta Rivas Mercado, Diario de Burdeos, edi-
ción crítica de Cynthia Araceli Ramírez Peñaloza y
Francisco Javier Beltrán Cabrera, México, Univer-
sidad Autónoma del Estado de México-Siglo XXI
Editores, 2014, p. 71.
2
Tayde Acosta Gamas señala que el manuscrito
llegó a Luis Mario a través de Herminio Ahuma-
3
Hans Rudolf Picard, “El diario como género entre
lo íntimo y lo público”, en Anuario de la Sociedad 4
Antonieta Rivas Mercado, Diario de Burdeos, p.
Española de Literatura General y Comparada, vol. 40.
IV, 1981, p. 116. 5
Ibidem, p. 41.
12
Ibidem, p. 47.
13
Ibidem, p. 14.
14
María Susana Victoria Uribe, “Una ciudad y dos
historias”, en Kathryn S. Blair et al., Antonieta y
Vasconcelos / Un encuentro en Toluca, México, H.
Ayuntamiento de Toluca, 2015, p. 38.
M
ario Vargas Llosa cita a Balzac y dice que la novela es la historia priva-
da de las naciones. A la sombra del Ángel de Kathryn S. Blair pertenece a
esa categoría. También hay libros poderosos que inciden en la vida real
y transforman la historia de sus personajes de carne y hueso. La “edición
definitiva” de este título es ejemplo luminoso de esa extraña posibilidad.
Cuando la escritora se casó con Donald Blair en 1961, ignoraba que Antonieta Rivas
Mercado, la madre de su esposo, se había suicidado en la catedral de Notre Dame el 11 de
febrero de 1931 a los 30 años de edad y que su único hijo, de 11, se quedó esperándola en
una casa de huéspedes en Burdeos. Al saberlo, en 1963, decidió investigar quién era aquella
mujer de quien ni Donald ni la familia hablaban. Y descubrió a una precursora de la cultura
moderna mexicana, que luchó por el arte, por los derechos de la mujer y el voto femenino,
que impulsó a Los Contemporáneos, que patrocinó la creación de la Orquesta Sinfónica
Nacional, del Teatro Ulises y la campaña vasconcelista... que escribía y amaba con pasión.
Su libro apareció en 1995, vendió 175 mil ejemplares y Antonieta creció en los lectores.
Pero Kathryn tenía pendiente la respuesta a una pregunta: ¿qué pasó con el niño?
Hace 20 años los entrevisté. Don empezaba a reconocer a su madre y a reconciliarse
con ella gracias a la investigación de Kathryn. El miércoles pasado lo vi en la sala Ponce
de Bellas Artes. Miraba a su esposa desde la primera fila, con ojos frescos de quien se ha
liberado, lo ha contado todo y ha perdonado. Ella presentaba la edición definitiva de A la
sombra del Ángel, un libro que encontró su punto final con un nuevo epílogo, joya donde
la historia se completa en voz del propio Donald que recuerda los años con Antonieta, su
vida a salto de mata (“Donde estuviera mi mamá era mi casa”), sus travesías, el día del sui-
cidio, el sentimiento de enojo y abandono que lo acompañó tanto tiempo, su propia ex-
periencia heroica con las Fuerzas Aliadas durante el desembarco en Normandía el Día D...
Kathryn y Donald tienen 90 años de edad. Ella sonreía como una niña traviesa que ha
logrado su sueño; y él, como el niño que por fin recuperó a su madre, se enorgullece de ser
su hijo y puede decirle que la quiere.
Por la mañana el presidente Calderón presentaba el programa oficial del Bicentenario
y el Centenario. Por la noche, Kathryn S. Blair se ponía en los zapatos de Antonieta para
preguntarse: ¿Qué ha cambiado en México en los últimos cien años?, y afirmar: “Que la
mujer mexicana se ha quitado la máscara de mártir”.
La morada inicial
de Perséfone en el infierno continúa siendo
acosada por los académicos quienes disputan
las sensaciones de la virgen:
¿cooperó en su violación,
o fue drogada, violada contra su voluntad,
como le ocurre tan a menudo a las chicas modernas?
regresa a casa
manchada de jugo rojo como
un personaje de Hawthorne–
66 INUNDACIÓN CASTÁLIDA
No estoy segura de guardar
su secreto: ¿es la tierra
“casa” para Perséfone? ¿Está en casa, posiblemente
en la cama del dios? ¿Está
en casa en algún lugar? ¿Es ella,
una vagabunda de nacimiento, en otras palabras
una réplica existencial de su propia madre, menos
constreñida por ideas de causalidad?
Se te permite no gustar
de nadie, lo sabes. Los personajes
no son personas.
Son aspectos de un dilema o un conflicto.
Blanco de olvido
o profanación–
67 DIVERSA DE MÍ MISMA
que ha sido prisionera desde que ha sido una hija. ¿Qué harás
cuando sea tu turno en la batalla con el dios?
Las terribles reuniones que le aguardan
tomarán el resto de su vida.
Donde la pasión por la expiación
es crónica, feroz, no es posible que elijas
la manera en la que vives. No vives;
no se te está permitido morir.
Blanco de olvido
Blanco de salvación–
Dicen
que hay una lucha en el alma humana
que no haya sido hecha para pertenecer
enteramente a la vida. La tierra
Canción de la tierra,
canción de la visión mítica de la vida eterna–
* Louise Glück fue galardonada con el Premio Nobel de
Mi alma destrozada con el esfuerzo literatura 2020.
De tratar de pertenecer a la tierra–
Juan Soriano:
felicidad cumplida
JUAN JOSÉ REYES
T
do de seguro sordo y perdidizo en el cielo amplísimo.
odo él hacía pensar en otra vida, en otro Aquel cuadro me encantó desde que lo vi. Siempre me
ser viviente, humano, fresca, intensamente transmitió cosas distintas. La soledad del perro. Su ca-
humano pero a la vez poseedor de una na- lor procedente de la imagen tibia de la Luna. La sole-
turaleza puramente animal, a la espera, al dad de la Luna, imperturbable, oronda en su desierto
acecho paciente y certero de las sorpresas que guarda- reino, participando en silencio en aquel diálogo impo-
ba para él el mundo y que anidaban en su cabeza afila- sible pero siempre actual con su asombrado mirador,
da en perpetuo movimiento. Parecía un pájaro —dicen enamorado, tristemente enamorado. Me hacía pensar
varios que lo vieron una vez al menos—. ¿Un pájaro? en los colores: duros, fuertes, como los de la vida que
¿Cómo habrá sido su vuelo? Una imagen lo sitúa en un ha tomado para siempre su lugar de un modo tenso
cielo abierto, pasajero perdido en la noche azul inter- y a la vez nostálgico. Azules, morados, negros, grises,
minable, entre estrellas que desgranan sus luces: rayos ocres.
solitarios, ecos perdidos. Parecía un pez. Sus avances y
sus sueños, su tiempo ondulado trazando mares nue- III
vos y verdes como sus ojos. Líneas de agua y agua ligera
y poderosa. Redes de agua donde queda atrapado cada Mantuvo siempre un muy vivo sentido de la amistad.
instante y cada horizonte es nuevo delante de una mi- Sabía desplegar en su mirada acuática sonrisas en con-
rada distinta. tinuo curso que vencían del todo la timidez que guar-
daba y revelaba su figura esbelta y de cierto encorva-
II miento, de menuda altura. Una fragilidad engañosa.
Tras aquellas líneas finas latía, daba saltos y corría con
Lo vi por primera vez cuando yo era un niño y él un suavidad y fuerza una energía sosegada y alerta, sor-
artista ya renombrado pero sobre todo un amigo de presiva. “Lo suyo no son los argumentos”, me dijo un
mis padres y muy allegado a una presencia muy que- día López Páez cuando le expresé que en unas horas lo
rida y constante en mi casa: el novelista Jorge López vería para entrevistarlo y publicar la conversación en
Páez. En el penthouse de Jorge había más de una obra el semanario donde yo colaboraba. “Vas a sufrir. Él sabe
suya. Recuerdo dos óleos de gran formato. Uno de ellos reír, le gusta contar recuerdos pero ideas, lo que son
un “Apolo y las musas”, que me intrigaba sin ganar mi ideas completas, abiertas o cerradas, no es lo que lo dis-
gusto; y el otro representaba la cabeza de un perro que tingue”, trató de prevenirme Jorge. “Ni falta que hace”,
69 DIVERSA DE MÍ MISMA
pensé sin abrir la boca con vistas a no acusar recibo de si no hubiera más que extremos. Cada uno de los de
la advertencia, no exenta de sorna, de la malicia que de- la Escuela Mexicana seguía su propio modelo, su For-
finió a mi amigo narrador. Con mi amigo el gran fotó- ma, y si no te atenías a una de ellas quedabas fuera del
grafo Ricardo Salazar fui a su departamento. Luego de mundo. Y no me interesaba eso. Estaba en mí que no
unos minutos y de ser recibidos por Marek —su com- me interesara, por una especie de intuición que me lle-
pañero muchos años—, apareció y se puso muy con- vó a rechazarlo. No podía transigir entonces, y menos
tento al advertir la presencia de Salazar, a quien “hace más tarde, con recetas, imposiciones que no llevan más
siglos” no había visto. Luego de que Marek hizo mutis, que a un convencionalismo imposible y de panfleto.
abrazó a su viejo amigo y de inmediato propuso salir a ¿Eran los muralistas buenos pintores? Claro que sí, y
tomar algo. Llegamos a un pequeño restaurante en una yo lo sabía muy bien. Me gustan retratos de niños de
de las calles de la colonia Cuauhtémoc. Estaba él de Diego Rivera, los de niños. De Orozco, los desnudos,
muy buen humor y me contó con algún detalle algunas las litografías en que aparecen prostitutas y burdeles.
de las experiencias que tan magníficamente recoge Ele- De Siqueiros, lo primero, cuadros breves, paisajes. No
na Poniatowska en Juan Soriano, niño de mil años (Pla- me gusta lo monumental que hizo. Desde siempre me
za & Janés, México, 1998). En realidad poco hablé yo. han chocado las ‘mexicanadas’. Y llegué a coincidir con
Recuerdo que atreví una idea que siempre viene a mi orgullo con lo que pensaban los del grupo de Contem-
mente al ver una de sus pinturas: la del trazo preciso y poráneos, con varios de los cuales sostuve amistad. Esa
contundente, conseguido con inusual vigor al mismo coincidencia venía de estar en contra del nacionalismo
tiempo que una enérgica delicadeza. Me miró con satis- cultural, impulsado por el gobierno, que los hostigó y
facción, alguna alegría. Le dije que aquella percepción trató de cerrarles todas las puertas. No sé obedecer. Pí-
me revelaba una suerte de cascada de descubrimientos deme algo, y vemos, veo si puedo hacerlo. Ordéname
y que me transmitía a menudo la sensación que suscita algo, para luego luego recibir mi terminante negativa.”
el agua en su flujo. Lancé un nombre que a mí mismo
me sorprendió, pues nunca antes de aquel momento V
se me había aparecido: la de la mirada a un cuadro de
Turner. Todo se mueve y todo queda fijo. Todo tiene Como todo hombre feliz, no quiso y no supo acatar
fuerza y todo se entreteje en una trama finísima que lineamiento alguno. Desde niño y con alegría curiosa
propicia un sutil encanto a la vez que la fuerza de una puso literalmente manos a la obra al lado de la prime-
decisión de descubrirlo todo, de zambullirse en aquel ra maestra que tendría: su nana, una paciente e inteli-
mundo, esa realidad nueva. No importaría que no se gente y cariñosa cómplice que se ponía delante de él a
tratara de paisaje o que las imágenes creadas fueran amasar tortillas. En las breves manos del futuro artista
las de aves, caballos, canes, seres mitológicos, mujeres. fue moldeando su camino a la escultura, en una suer-
No dejó de sorprenderme su acuerdo. “Nunca lo había te de veloz acto de magia que concentraba intuición,
pensado pero ahora que lo dices bien puede ser cierto. destreza, y suponía un proceso de veras milagroso: la
Turner es uno de ‘mis pintores’, además, claro de al- masa amorfa iba cobrando formas hacia una meta tal
gunos otros, como los italianos del Renacimiento.” “¿Y vez apenas columbrada pero sin duda distinta y defi-
los mexicanos?”, abrí otra vertiente. nitiva. Varios años después, al ocuparse de la obra del
artista ya formado, su amigo Juan García Ponce diría
IV que en las creaciones que entonces apenas comenza-
ban y proseguirían a lo largo de años venturosos está
Él abrió los ojos y por un segundo los fijó en mi ros- una constante búsqueda de Absoluto. Lo cierto es que
tro. Se puso serio. “De los mexicanos me interesan, aquel niño, muy probablemente con conciencia insufi-
me gustan algunas cosas. No las más conocidas. Toma ciente, iba cayendo en cuenta de la cifra de su propio
en cuenta que durante mis comienzos lo que contaba destino: él tendría que cumplir con un deber si quería
era nada más el muralismo. Y qué lata. Pura grandilo- realmente que su vida poseyera un sentido valioso y
cuencia, heroísmos, el Bien peleado con el Mal como verdadero. Un destino feliz, en efecto, lo que no sig-
71 DIVERSA DE MÍ MISMA
domésticos y un revolucionario inteligente y víctima Es muy probable también que de aquellos descubri-
de su medida afición a la medida. El futuro artista fue mientos haya uno esencial: el del color. Chucho Reyes
formando su propio mundo, más bien con sigilo y con miró y supo recrear formidablemente el brío de co-
renovados gustos y asombros. Muy pronto, además de lores explosivos, estallidos casi sonoros en que puede
los encantos que hallaría en la cocina junto a su nana, respirarse el aire de atmósferas que se mueven para
encontró diversas maravillas: las de los títeres de la quedar suspendidas en su espacio y en la mirada exta-
compañía de Rosete Aranda (origen de su temprano siada de quien mira.
y definitivo amor al teatro, en el que trabajaría como
escenógrafo notable), las de la hechura de figuras de IX
todo tipo, las del dibujo. Se enfilaba ya, mediante el
encantamiento, a un mundo tan intelectual o artístico Nadie habló tan bien de él y de su obra como su amigo
como físico. Suele olvidarse que él fue un lector cons- el poeta Octavio Paz, sostuvo. En 1941 Paz escribió una
tante de sus primeros años, lo que lo hizo fortalecer su hermosa imagen del artista tapatío que fija y pone en
imaginación y su comprensión del mundo. En Guada- circulación y en vuelo a aquel “niño de mil años” y que
lajara conoció al artista Alfonso Michel, a quien des- sería el título del hermoso libro de Elena Poniatowska.
lumbran unos dibujos suyos. Poco más tarde, sobrevie- Es imposible no citar unas líneas siquiera del insupe-
ne el hallazgo del amor, o sus esbozos, y de la sexuali- rable texto del poeta mexicano. Concluyo aquí con el
dad, la que apareció de un modo natural, sin temores recuerdo de aquellas palabras iniciales:
o el asomo de complejos. Por aquellas fechas encontró a
Chucho Reyes Ferreira, el artista tapatío, cuya amistad, Cuerpo ligero, de huesos frágiles como los de los esque-
su magisterio y ‘protección’ serían definitorios. letos de juguetería, levemente encorvado no se sabe si
por los presentimientos o las experiencias; manos largas
VII y huesudas, sin elocuencia, de títere, hombros angos-
tos que aún recuerdan las alas de petate del ángel o las
En el imprescindible Juan Soriano, niño de mil años de membranas del murciélago; delgado pescuezo de volátil,
Elena Poniatowska (reunión feliz de varias conversa- resguardado por el cuello almidonado y estirado de la
ciones entre ambos personajes presentadas en un solo camisa; y el rostro: pájaro, potro huérfano, extraviado.
flujo en primera persona), además de haber registro Viste de mayor, niño vestido de hombre. O pájaro dis-
del mundo entero del creador, puede leerse: frazado de humano. O potro que fuera pájaro y niño y
viejo al mismo tiempo. O, al fin, simplemente, niño per-
La casa de Jesús Reyes Ferreira me pareció la casa del manente, sin años, amargo, cínico, ingenuo, malicioso,
brujo. Un mundo mágico de esferas de cristal, de mani- endurecido, desamparado.
tas de marfil, de patitas de santo. Allí me encontré con
Giotto, Piero della Franscesca, Fra Diamante, Brueghel, X
Vermeer. Supe que había Francia, Inglaterra, Alemania,
Holanda. Chucho era un joven anticuario que me dio Lo vi la última vez en un restaurante de la Condesa.
mis primeras lecciones de belleza. Con él nació el entu- Estaba él con su entrañable Marek, a quien miraba
siasmo que siento por el arte popular mexicano… Chu- mientras bebía vino rojo a sorbitos breves y le plati-
cho Reyes tuvo el don de hallar relaciones imprevistas caba no sé cuántas cosas. No olvidaré sus verdes ojos,
entre los más diversos objetos. Cogía una cosa de aquí y de sosegado brillo, ni su sonrisa, que siempre era una
otra de allá, se sacaba algo de la cabeza y componía una pregunta y expresaba la certeza de una felicidad extra-
obra de arte. Siempre me hacía ver las cosas reflejadas ña que compartía.
en las esferas de colores: ‘El mundo de las esferas todo
lo transforma y poetiza’. Y yo, de hecho, nunca me ha
salido del mundo de las esferas.
C
ien años de Charles Bukowski, uno de los
escritores más mal entendidos del siglo
XX. Y me atrevo a pensar que él estaría de
acuerdo conmigo.
Conozco gente cuyo interés en la literatura es más
bien tan transitorio, que lo desprecian por borracho,
nefasto y mal hecho. Y quienes lo admiran lo hacen
por las mismas estúpidas razones. Cuando en el poema
“Cómo llegar a ser un gran escritor” aconseja “quédate
con la cerveza, la cerveza es sangre continua”, es por-
que el escritor no teme a perderlo todo —está “sin mu-
jeres, sin comida, sin esperanza”— y “porque el tiempo
es la cruz de todos”, ahí mismo recomienda mantener-
se “fuera de iglesias y bares y museos”, no dice corretea
el vino de honor en presentaciones de libros y paséate
por fiestas de coctel como parte de tu programa de
relaciones públicas.
Sí, los libros de Bukowski empedan nada más oler-
los; chorrean sangre, sudor y mecos, pero por encima
de todas esas viscosidades hay un compromiso supre-
mo con la escritura, que en su caso equivale a un com-
promiso supremo con la vida. Encarnación radical de
la afirmación de Ralph Waldo Emerson: “El talento no
basta para hacer a un escritor. Debe haber un hombre
detrás del libro”. Escribía de la vida hasta las últimas
73 DIVERSA DE MÍ MISMA
consecuencias, lo único que valía el esfuerzo de la em- yoría de sus lectores apartaría la vista con repulsión
bestida al teclado como un toro se abalanza sobre el de la mayoría de las mujeres de Bukowski, las que lo
torero. Y la vida de Bukowski, como la de la mayoría acompañaban a beber porque, como dice la canción de
de los seres que pululan la Tierra —por favor, fuera Townes Van Zandt —otro misántropo—, eso “era me-
máscaras— era una mierda. Es muy distinto ufanarte jor que quedarse esperando a morir”. Bukowski era un
con tu mejor pose sórdida de que escribes “literatura exquisito, como tantos tiranos y asesinos en masa han
basura” en el Planeta Cucaracha, eso es una estrategia sido exquisitos; no hay contradicción si uno lo piensa
de ventas y ni siquiera demasiado arriesgada o inteli- hasta el extremo, y resulta incluso natural. Pero él no
gente. El tipo de pavorreales decadentistas que le hin- podía escribir exquisiteces, habría significado un aten-
chaban los cojones a Bukowski. tado a la vida (a la literatura), que hay quien capotea
Para Bukowski beber era una forma de meditación. con zen, kundalini yoga y terapia aromática; bueno,
Que no los engañen. Él nunca se metería a conciertos Bukowski tenía cerveza, vodka y vino tinto.
de rock hasta el pito para desmadrar la experiencia de Bukowski primordialmente bebía solo, como parte
los asistentes; de hecho, abominaba del rock, lo suyo de su proceso de escritura, no para socializar. Existe
era la música clásica, en especial Brahms, que escucha- una caricatura donde es retratado sentado a una mesa
ba con mucha atención. Él no organizaba reventones junto a Ferlinghetti, Ginsberg y otros ilustres de la
con mota, coca, éxtasis, hongos, LSD, porque, de he- tropa Beat con los que habitualmente compartía lectu-
cho, le cagaban las drogas. Él nunca se habría lanzado ras; mientras ellos están ensimismados en pensamien-
a una ceremonia de ayahuasca en Tepoz para reconec- tos profundos o banales, de Bukowski sólo tenemos el
tar con el espíritu de la Pachamama; de hecho, detes- onomatopéyico ¡glu! ¡glu! del vaso que se empina en
taba la naturaleza, y bastaba el paisaje repetitivo por cada viñeta. Cuando pones un trago en tu cogote re-
la ventana de un autobús para hacer que extrañara el nuncias a participar del ruido del mundo. Así como
desenfreno y el anonimato citadinos. Eres la máquina la poesía detiene el lenguaje para hacerlo hablar en el
de follar, cada noche te vas a la cama con una morri- silencio. Bukowski escribía como única salvación de
ta distinta súper cachonda y reventada, y la fantasía este mundo vulgar y lelo, pero muchos de sus ému-
quizá sea correcta si te limitas a las noveles Mujeres, los sólo consiguen una escritura vulgar que ratifica lo
cuando empezó a hacerse famoso, o Hollywood, cuando despreciable del mundo. Si Baudelaire abonó la belle-
se codeaba con la realeza de la farándula —él afirmaría za de las flores del mal, cuando Bukowski escribe las
que esas mujeres llegaron muy tarde, los periodistas flores están secas y huelen mal. Si Faulkner decía que
con sus cámaras llegaron muy tarde, el reconocimien- el éxito de un escritor se medía según el fracaso de su
to llegó muy tarde—. Siempre he pensado que la ma- aspiración a la perfección, Bukowski escribe a nivel del
N
o es de extrañar que en los numerosos decente” nunca ingresará al olimpo de los escritores
ensayos y comentarios publicados en canónicos, pero buena parte de su obra trascenderá a
medios impresos y digitales con motivo los tiempos, pues mantiene la potencia que distingue a
del centenario del natalicio de Char- la literatura autobiográfica escrita desde las entrañas.
les Bukowski (Andernach, Alemania, 16 de agosto de Es muy poco lo que yo podría aportar nuevo en tor-
1920) se haya insistido en su vocación maldita por la no al escritor que contribuyó como pocos a convertir
escritura y la bebida, que lo convirtieron en el último a la ciudad de Los Ángeles en icono de la urbanística
antihéroe de carne y hueso del siglo XX. Su obra au- literaria del siglo XX. Sin embargo, me gustaría com-
tobiográfica, rebelde y juveni- partir algunas reflexiones que
lista (pese a ser la visión de un han pasado inadvertidas en cier-
hombre amargoso y misántro- tas notas periodísticas y entre-
po), ha sido analizada y reivin- vistas recientes en México, que
dicada hasta la saciedad por en ciertos casos me recordaron
sus fieles lectores. Sin litur- a “El día que hablamos de Ja-
gias principescas, Bukowski mes Thurber”, relato incluido en
es el escritor underground más Erecciones, eyaculaciones, exhibi-
leído de México. Sin embargo, ciones (Anagrama, 1978), donde
encuentro en admiradores y Bukowski-Chinaski ridiculiza a
detractores del gran Chinaski quienes lo visitaban en su casa
un tufillo a condescendencia, para lambisconearlo y al poco
como de quien sigue conside- rato huían luego de enfrentar a
rando un menor de edad a un un tipo simiesco, lujurioso, pro-
titán de las letras. caz y despectivo, siempre borra-
Editorial Anagrama lo dio cho y en el extremo opuesto a la
a conocer en México a finales imagen de poeta remilgado que
de la década de los setenta, y a esperaban encontrar.
partir de ahí el underground mexicano se convirtió en Quien se considere escritor se habrá preguntado al-
su fiel grey. Como contraparte, dos o tres escritores guna vez qué hay en esas novelas, cuentos y poemas que
beat son idolatrados como santones de una literatura prescindieron tanto de las apologías histéricas como
que representa una rebeldía de jóvenes de clase me- de las esporádicas valoraciones, casi siempre frías y
dia, lejana del universo proletario, brutal y enajenado escépticas, de la crítica y no pocos lectores asumidos
que recreó Bukowski. Para bien, creo yo, el “viejo in- como “serios”. El desdén de Bukowski por la “pobre-
77 DIVERSA DE MÍ MISMA
Bukowski posa en el jardín trasero de la casa de sus se explaya en pleno dominio de su personaje de escri-
padres en Los Ángeles, elegantemente vestido, como tor marginal y famoso. Sin embargo, si hubiera escrito
aspirante a una vida de pobre diablo bien portado. En de lo que él fue realmente, habría tenido que hacer la
otra, se aprecia la fachada de una agradable casa en un penosa confesión de su enorme cultura literaria, tal y
barrio de clase trabajadora en ascenso. Podría desper- como lo demuestra su recopilación de reseñas, ensayos
tar sospechas su afirmación de que durante esa década y ficción corta; de las muchas horas entregadas al ofi-
fue un vago empedernido. Las imágenes contradicen la cio de escribir y de la gente a la que se vio obligado a
senda del escritor hecho por sí mismo, embriagado de amar, respetar y mantener a su lado por el bien de sus
tribulaciones existenciales. Lo que es peor: podrían re- propios intereses. Como muestra está su asociación
sultar inaceptables, aberrantes para sus fieles lectores, o convertida en amistad con John Martin, su editor y
para que detractores e imitadores alimenten el recelo. mecenas. Bukowski dio vida a la editorial Black Spa-
La importancia del escritor cobra proporciones rrow Press, pero sin el apoyo de Martin probablemen-
desmesuradas. J. Edgar Hoover y sus agentes investiga- te no hubiera pasado de ser una curiosidad literaria.
ron ampliamente la vida de Bukowski a partir de 1968, Un apunte de Howard Sounes, quien escribe la bio-
cuando trabajaba para el servicio de correo y comen- grafía que acompaña Una vida en imágenes, separa al
zó a escribir para el tabloide subterráneo Open City. escritor del personaje y ayuda a comprender la armó-
La investigación del FBI fue rigurosa y extensa, y da nica relación entre el proceso y el resultado: Bukows-
cuenta de su paso por varias ciudades de Estados Uni- ki adornaba su vida para obtener material para sus
dos, las escuelas donde estudió (se llegó a la conclusión relatos, exagerando episodios difíciles y alargándolos
de que era un alumno mediocre que se hacía el malo como si éstos constituyeran toda la historia. Los he-
apoyando a Hitler), los caseros que le habían alquila- chos reales de los primeros años de su vida y la litera-
do cuartos (muchos hablaron bien de él), sus proble- tura que escribió se entrelazaban, creando el mito de
mas con la junta de reclutamiento; y, finalmente, por Bukowski, el poeta vagabundo. Pero ésa no era toda la
el análisis a detalle de su carrera literaria se especuló verdad. Bukowski tenía mucho cuidado con el dinero,
que si escribía para revistas clandestinas quizás fuera y durante casi toda su vida tuvo ahorros en el banco.
comunista. No fue un gran viajero, y tampoco existen pruebas de
Muchas de las fotografías de Una vida en imágenes que alguna vez viviera en la calle. De hecho, aparte de
tienen un enfoque casero y, hasta cierto punto, sim- los viajes que hizo en los años cuarenta, raramente se
plón; muestran al objeto sin poses ni retoques. De alejó del centro de Los Ángeles, donde había vivido
cualquier manera, la personalidad de Bukowski basta desde niño.
y sobra para que en conjunto el libro cumpla con su Bukowski murió en el San Pedro Peninsula Hospi-
valioso aporte documental. tal el 9 de marzo de 1994, a la edad de setenta y tres
Bukowski llevó al pie de la letra la vida que narró años. “El gorrión abrió al máximo el pico, acercó la
en sus novelas, relatos y poemas. Prefirió interesar- cabeza, y el resplandor amarillo se propagó y me en-
se por sí mismo antes que por otras gentes o por su volvió por completo.” Insistir en la leyenda de “duro”
época. En Lo que más me gusta es rascarme los sobacos de Bukowski poco aporta a una obra potente y legen-
(entrevista de Fernanda Pivano, Anagrama, 1978) y en daria. Inmortal, el viejo indecente será leído por las
Charles Bukowski: Ellos quieren algo crudo. 30 años de en- generaciones futuras más alla de los prejuicios de las
trevistas (David Stephen Calonne, Nitro/Press, 2013), ideologías y del activismo bienpensante.
con Elena
Patricia Rosas Lopátegui, quien ha dedi-
cado una parte de su vida a la notable es-
critora mexicana Elena Garro. El amplio trabajo litera-
Garro rio de Garro llega a los lectores a través de la publica-
ción de Yo sólo soy memoria / Biografía visual de Elena
Garro (Ediciones Castillo, 1999), Testimonios sobre Elena
V E R Ó N I C A O R T I Z L AW R E N Z Garro / Biografía exclusiva y autorizada de Elena Garro
(Ediciones Castillo, 2002), la edición crítica El asesina-
to de Elena Garro / Periodismo a través de una perspectiva
biográfica (primera edición por Universidad Autónoma
del Estado de Morelos-Porrúa, 2005; segunda edición
por Universidad Autónoma de Nuevo León, 2014) y
Cristales de tiempo / Poemas de Elena Garro (Rosas Lopá-
tegui Publishing, 2016). También de la mano de Patri-
cia, llega ahora la compilación de entrevistas, diarios y
memorias registradas desde 1930 hasta el fallecimiento
de Garro en 1998 en su reciente publicación: Diálogos
con Elena Garro / Entrevistas y otros textos, dividido en
Vol. 1. Antes y después del 68 y Vol. 2. El retorno del exilio
(Gedisa, 2020).
Es acuciosa Patricia; diría que apasionada y obse-
siva para llegar hasta los más íntimos pensamientos y
esclarecer los sucesos en la vida de la autora de Los re-
cuerdos del porvenir (Premio Xavier Villaurrutia 1963).
En el volumen 1 de Diálogos con Elena Garro podremos
leer las notas difamatorias y sus declaraciones pu-
blicadas en los cinco periódicos más importantes de
México, develando la insistente manipulación de los
“autócratas en la construcción de la leyenda negra para
desacreditarla”. En el volumen 2, la investigadora recu-
pera las entrevistas realizadas a Garro después de su
exilio en Nueva York, Madrid y París, que duraría 19
años. “Los premios, la censura interior, la otra forma
de ostracismo, enfermedades y finalmente su deceso”.
Con nombres, fechas, publicaciones, fotografías,
Rosas Lopátegui demuestra, cual dedicada detective,
los hechos plagados de injustos ataques que marcaron
negativamente la vida de Elena Garro. En esos dos vo-
lúmenes, de ágil lectura, con sorpresa e indignación
descubrimos la verdadera voz reprimida, agredida de
la gran autora mexicana, irreverente y crítica del po-
der, casada con Octavio Paz de 1937 a 1959. Relación
que perturbará de muchas maneras la vida de Elena
—y de Helena Laura, la hija de ambos— hasta su falle-
cimiento.
“Escribo como un acto de vida”, decía Garro. Guio-
nista, periodista, dramaturga, cuentista, novelista y
poeta, la autora nos dejó una vasta obra que renovó la
literatura fantástica e introdujo la cosmovisión de la
cultura indígena y campesina de la provincia mexica-
na. Con un lenguaje poético y una narración impeca-
ble, señaló las desigualdades y las injusticias sociales.
En Diálogos con Elena Garro Rosas Lopátegui explica en
mucho los motivos del razonamiento y de la intención
crítica en la obra de Garro, de su autoexilio y las con-
secuencias en su escritura.
¿Pero quién es la autora de esa monumental y re-
comendable obra en dos volúmenes, de más de 1,600
páginas y casi 200 imágenes? Patricia Rosas Lopátegui
nació en Tuxpan, Veracruz, en 1954. Actualmente es
profesora de literatura mexicana e hispanoamericana
en la Universidad de Nuevo México, Estados Unidos.
Además de las publicaciones sobre Elena Garro, publi-
có las antologías Óyeme con los ojos / De sor Juana al siglo
XXI, 21 escritoras revolucionarias (Universidad Autóno-
ma de Nuevo León, 2010), Nahui Olin / Sin principio ni
fin: vida, obra y varia invención (Universidad Autónoma
de Nuevo León, 2011) y Guadalupe Dueñas / Obras com-
pletas (Fondo de Cultura Económica, 2017).
En una emotiva carta escrita por Garro en 1981 y
dirigida a Patricia, con quien ya desde entonces tenía
comunicación, podemos leer: “No sé nada de México.
Si me escribes cuéntame algo. Vivo muy aislada y la
verdad es que no tengo deseos de compartir mi soledad
con nadie [...] te envío toda mi admiración, mi afecto
y mi amistad. ¡Gracias por todo lo que has hecho por
mí! Te quiero, Elena Garro. (Incluida en el volumen 1
de Diálogos con Elena Garro.)
Rosas Lopátegui inicia su inquietante compilación
con el siguiente texto:
2 de octubre de 1968
2 de octubre 2018
A 50 años de la masacre de Tlatelolco
y la leyenda negra contra Elena Garro, estos
dos volúmenes reivindican su palabra y su
combate en pro de la democracia, la igualdad de
género y la justicia social.
M
ás como un explorador a lo Darwin que como un aventurero a lo
Hemingway, el escritor estadunidense John Steinbeck acompañó a su
amigo el biólogo Ed Doc Ricketts (una figura determinante asimismo
en la formación del especialista en mitología y religión comparadas
Joseph Campbell) en un viaje a bordo de un barco sardinero en 1940 que recorrió la
península de Baja California hasta llegar al en ese entonces poco explorado mar de
Cortés. El resultado se publicó un año después con el título Sea of Cortez: A Leisurely
Journal of Travel and Research. El libro pasó inadvertido, pues Estados Unidos estaba a
punto de entrar a la Segunda Guerra Mundial. Una década después, Steinbeck dejó
de lado la parte científica y publicó la más literaria con su nombre, si bien en sus
páginas de cualquier modo se halla presente la figura de Ricketts. The Log from the Sea
of Cortez (Por el mar de Cortés, en español) incluye el germen que dará origen a La perla
(1947), una nouvelle que podría considerarse la quintaesencia de su escritura. Estos
libros forman parte de su ciclo mexicano.
En el capítulo once de Por el mar de Cortés cuenta la anécdota completa que vale
por un cuento corto; su arranque bien pudo ser también el inicio de la novela: “El
golfo y sus puertos se han mostrado siempre hostiles a la colonización. Una y otra
vez fallaron los esfuerzos al respecto, pues los hombres no son bien acogidos en la
península. Pero las ostras perlíferas trajeron gente de todo el mundo a La Paz, y como
sucede en todas las concentraciones de riqueza natural, el terror de la avaricia se dejó
caer sobre la ciudad una y otra vez.” Pasa luego a contar el caso de un joven nativo
que encontró una enorme perla con la que creía que se cumplirían sus sueños, pero
cuando intentó venderla, los compradores se quisieron aprovechar de él. La ambi-
ción de los lugareños se había echado a andar y ellos no iban a dejarlo en paz; fue
golpeado y torturado para arrebatársela, por lo que decidió ponerle fin tajantemente
a la situación: “Estaba furioso. Herido como estaba, se arrastró por la noche hasta La
Paz, se escondió en la playa como una zorra acosada, y sacó su perla. Entonces lanzó
una maldición, y la arrojó al canal tan lejos como pudo. De nuevo era un hombre
libre, con su alma en peligro y su alimento y cobijo inseguros, pero se rió de buena
gana por ello.” La historia bien pudo terminar aquí, pero Steinbeck hace una obser-
vación al final que ilumina sobre la razón por la cual decidió escribir La perla: “Ésta
parece ser una historia verdadera, pero se parece tanto a una parábola que no puede
81 DIVERSA DE MÍ MISMA
ser. El muchacho indio es demasiado heroico, demasiado inteligente. Posee una gran
sabiduría y se deja guiar por ella. Va en sentido contrario a la dirección humana. La
historia es probablemente cierta, pero no nos la creemos; es demasiado razonable
para ser verdad.”
Para crear su novela, que ahora podemos leer en la renovada y cuidadosa tra-
ducción del escritor mexicano Gabriel Bernal Granados (La perla, Penguin Books,
2019), Steinbeck rompe con la perfección del protagonista siguiendo la proclama
de Francis Scott Fitzgerald: “Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia”. Para
hacerlo menos heroico e inteligente humaniza al protagonista, llamado Kino, ha-
ciéndolo responsable de una familia (Juana, su esposa, y Coyotito, su pequeño hijo).
Kino, nativo de la costa, es analfabeta; su relación con el mundo no es racional, sino
intuitiva. Steinbeck elige un motivo musical para hacerlo entrar en contacto con el
mundo: Kino escucha dentro de sí dos canciones: una ligada a su familia, símbolo
de felicidad; y otra, a la malevolencia. Él encuentra la perla en un momento de crisis
luego de que su hijo sufre la picadura de un alacrán. Esto lo obliga a ir a buscar al mé-
dico del pueblo, que debido a la pobreza de la familia se niega a ayudarlo. Kino forja
sueños (el que más emoción le causa es el de ver a su hijo como un hombre educado;
Coyotito sería el primer miembro de su familia en asistir a la escuela). Pero el mal en
forma de avaricia ya se ha echado a andar y la perla, que parecía su salvación, termi-
nará destruyendo la felicidad que vislumbraba. Antes de que el lector se embarque
en la lectura, el autor aclara algo con respecto a la construcción de personajes y si-
tuaciones y evitar así que se le acuse de maniqueo: “como sucede con los relatos que
están en el corazón de la gente, sólo hay en él cosas buenas y malas y cosas blancas y
negras y malévolas y ningún término medio.” De este modo, se sabe que los márgenes
de acción de los personajes están bien delimitados.
La maestría de Steinbeck como narrador se confirma en cada página, y La perla,
en su brevedad, queda como una de sus mejores novelas. Al lado de la narración, el
temple del ensayista se introduce en la escritura. Por ejemplo, cuando describe a los
habitantes del pueblo y deja marcadas las diferencias entre los ricos y los pobres,
hay lo que diríamos una mirada sociológica; igualmente, cuando ahonda en las in-
tuiciones de Kino encontramos un elemento antropológico que lleva al pensamiento
mágico-religioso de los nativos.
El final de lo que denominó parábola y la novela es el mismo, pero a diferencia
de lo que hacían los griegos, el protagonista no sucumbe por su hybris sino por la de
la gente que lo rodea. Al impedirle a Kino que sus sueños se cumplan, Steinbeck nos
recuerda un principio que al parecer nos acompañará siempre: el hombre es el lobo
del hombre.
John Steinbeck, La perla, trad. Gabriel Bernal Granados, Nueva York, Penguin Books, 2019.
H
abría que poner atención allá afuera para entrar en el juego de Lucia
Berlin. Con una simple mirada, nos daremos cuenta de la fascinante
complejidad del mundo de esta autora, por mucho tiempo el secreto
mejor guardado de la literatura del siglo XX.
El señor franelero, maltrecho por años de tabaco y alcohol en exceso, pero con
vista de águila. El joven teporocho que duerme afuera de una taquería. La señora que
se maquilla para ser una muñeca y que nunca abandona un carrito del supermerca-
do. La vida doméstica que se adivina desde un balcón, con sus genealogías marcadas
por la violencia. Una jovencita que se resiste a ser llevada por la manada escolar. Una
niña que encuentra un reloj muy valioso entre la basura. El niño que la observa desde
su ventana y se enamora de ella. Todos éstos son personajes insertos en una imagen,
o imágenes que terminan por producir un personaje entre la maraña de minutos que
dan forma a la existencia. Están presentes en cualquier barrio clasemediero de la
Ciudad de México, para más señas, en la calle de Rébsamen de la colonia Narvarte,
y sin embargo, bien podrían aparecer entre las páginas de este extraordinario libro.
Entonces, el alto vuelo de la locura de los cuentos reunidos en Manual para mujeres
de la limpieza puede raptar al lector. Tal vez se trata del libro traducido al español
más importante del último lustro. Hoy parece olvidado. Estos cuentos hablan de la
América Profunda en vertiginosas escenas y diálogos que han hecho que su autora
sea comparada con los maestros gringos del género: Hemingway, Carver, O’Connor,
McCullers; y con el maestro universal, Chéjov. Una vez más, la crítica ha cedido a la
tentación de elaborar catálogos y reglas sobre lo que es un gran cuento a propósito
de Lucia Berlin. Habría que pasar de largo todos esos comentarios en la primera
lectura, porque los cuentos de esta autora nacida en Alaska en 1936 son absoluta-
mente originales aunque tengan la estructura de los cuentos de Carver y Chéjov: sin
principio ni final, sólo la soledad que brinda la epifanía. Igual que en otros casos, el
comentario crítico que sobresale a propósito de las obras maestras del género es el
de Harold Bloom. Más allá de las innegables estructuras tipo Kafka-Borges, o tipo
Chéjov, dice Mr. Bloom, lo que importa es el relato. Concluye el profesor de Yale que
todos los grandes cuentos se relacionan entre sí igual que los milagros. Y vaya que
hay milagros en Manual para mujeres de la limpieza.
La propia autora escribió un cuento al respecto. En “Punto de vista”, propone el
juego de imaginar “Tristeza”, de Chéjov, en primera persona. Ante el experimento,
la narradora empieza a filtrar y tejer el material de su propia historia, la de Henrie-
tta, que sobrevive al domingo; una historia absolutamente personal cuyo narrador a
83 DIVERSA DE MÍ MISMA
veces omnisciente persigue la perfección de la forma, y luego la olvida para finalizar
con esa sensación epifánica, tarea que delega totalmente al lector. La revelación se
concreta en una simple imagen. Y así, sucede el milagro. Henrietta es y no es Lucia
Berlin; el mismo recurso de cubrir el yo con varias capas de imaginación es la piedra
de toque de todos sus cuentos. Lo que importa es la historia, le advierte a su amiga
Lydia Davis.
En un gran libro sobre el drama, el crítico Eric Bentley regala una definición del
cuento: “Si la trama es un edificio, los ladrillos con que está construido son entonces
acontecimientos, sucesos, eventos, incidentes (...) Hay una casa a mitad de camino
entre la vida y la trama: tal es el cuento.” Lucia Berlin amuebla esa casa, y además
la erige en territorios de la América Profunda, e incluso de México, donde vivió en
varias ocasiones y donde su hermana menor murió, en una casa de la calle Amores
de la capital. “Siempre mezclo la verdad con la ficción, pero de hecho nunca miento”,
le dice al editor Stephen Emerson. Aunque hay excelentes libros que son vendidos
como autoficción, dicho término tan de moda hoy en día parece un pleonasmo. La
gran literatura, sea ficción o poesía, siempre parte de la experiencia propia, real y
personal. Ya sea ficción o autoficción, una buena historia siempre es verdadera. Eso
lo sabemos desde Aristóteles: el arte imita a la vida. Las ficciones de Lovecraft o
Poe pueden ser leídas como totalmente autobiográficas; su grandeza se revela, entre
otras virtudes, en la perfección de la forma, en la precisión de la trama que sacrifica
lo verídico sin caer en la mentira, e incluso en el desaliño de aquélla, siempre en pos
del milagro de la revelación.
El universo de los cuentos de Manual para mujeres de la limpieza se desarrolla en
lavanderías, escuelas, centros de desintoxicación, carreteras, ciudades del Oeste y
del Medio Oeste, casas de la universal y encantadora pequeña burguesía gringa, hos-
pitales o cárceles. Y la iluminación de los escenarios es aún mejor. Ya sea desde el
porche de una pequeña casa o un automóvil, estas historias siempre están bañadas
por la luz del sol, enmarcadas por las tonalidades diversas del atardecer, las lámparas
de un departamento en Oakland o Manhattan. Sus protagonistas quedan perfecta-
mente definidos, primero por sus gestos, después por su tono de voz. Y cada uno de
estos ladrillos fueron cargados por la propia Lucia Berlin durante menos de setenta
años. Ese efímero viaje la llevó a aprender español durante su adolescencia en Chile,
a recorrer las ciudades mineras de Estados Unidos debido al trabajo de su padre, a
padecer el alcoholismo que le heredaron su madre y su abuelo, a sufrirlo ella misma
para finalmente superarlo, y, siempre, a sobreponerse a una escoliosis que terminó
por perforarle un pulmón. Ello no impidió que se casara dos veces, tuviera cuatro
hijos y varias aventuras amorosas, y que además recorriera México profundamente y
por primera vez cuando se fugó con el amigo de su segundo marido, un jazzista que
la enganchó en la heroína. Los oficios que desempeñó para sobrevivir la llevaron a un
enorme laboratorio narrativo: escuelas, hospitales, consultorios médicos y dentales,
centrales telefónicas y muchos hogares que necesitaban limpieza. Cada aspecto de
esa vida, que además fue tamizada por el catolicismo, se encuentra narrado en todos
sus cuentos. No hay ese fascinante blanco y negro o encantador sepia, como a veces
les sucede a sus antepasadas Flannery O’Connor y Carson McCullers. La mirada
de Lucia Berlin capta todo el espectro cromático de la vida, con crueldad, belleza y
sentido del humor.
La tortura está en todas partes. En los combates de lucha libre, los templos aztecas,
los caballetes de clavos en los viejos conventos, las espinas sangrientas de las coronas
de Cristo en todas las iglesias. Hasta las galletas y los caramelos se hacen en forma de
calavera, ahora que se acerca el día de Muertos.
Ese fue el día en que murió mamá, en California. Mi hermana Sally estaba aquí, en
Ciudad de México, donde vive. Ella y sus hijos le hicieron una ofrenda a nuestra madre.
Y así comienza una sucesión de hechos del pasado, del presente y del tiempo real
de la narradora. Épocas de perdón y su aplazamiento. El tiempo que todo lo desdi-
buja para ofrecer otra imagen, en apariencia inédita. La muerte, presente desde el
primer cuento, podría ser otro protagonista. La muerte y la enfermedad. Al morir
Sally, Lucia dice que envejeció de pronto. Ya le resultaba muy difícil caminar. Desde
mediados de los noventa, totalmente sobria, Lucia Berlin fue profesora de creación
literaria en Boulder, Colorado, donde no existen las licorerías abiertas las veinti-
cuatro horas, sólo gigantescos almacenes donde te puede dar delirium tremens antes
de encontrar el Jim Beam. Escuchémosla: “En la profunda noche oscura del alma las
licorerías y los bares están cerrados.” Cuando ya se encontraba mal, regresó a Cali-
fornia para acompañarse de sus hijos. Seguramente tenía nietos. Murió en Marina
del Rey, sin llegar a cumplir los setenta años.
Manual para mujeres de la limpieza es una recopilación de varias etapas de su vida
creativa. Su publicación fue póstuma, aunque alcanzó a participar en la selección
de algunos de los textos. Al igual que las recopilaciones que hicieron de su propia
obra autores como John Cheever, este Manual... se acomoda en la exclusiva y selecta
galería de las mejores recopilaciones del género.
¿Para qué escribir novelas autobiográficas con vocación de Proust, si tenemos los
cuentos perfectos de Lucia Berlin?
Lucia Berlin, Manual para mujeres de la limpieza, trad. Eugenia Vázquez Nacarino, Madrid, Alfagua-
ra, 2016, 432 pp.
85 DIVERSA DE MÍ MISMA
TINTA EN ALAS DE PAPEL 88 INUNDACIÓN CASTÁLIDA