ya no detener la infamia de una guerra con la sangre seca y el humo empañando las pupilas mientras los discursos quedan para rellenar notas de prensa.
Hay que tranquilizar a los mercados
ya no impedir a toda costa que las fauces del hambre consuman el sueño de un niño porque el río que cruzaba el pueblo ahora riega pozos de arsénico y el pan que antes brotaba de la tierra hoy es ruido de cadenas y disparos.
Hay que tranquilizar a los mercados
ya no liberar a las mujeres rehenes de su propia casa o reducidas al atasco del tiempo y usadas como moneda de cambio en ritos arcaicos o salones de coctel.
Hay que tranquilizar a los mercados
ya no salvar lo que queda de la selva o dejar de sembrar hormigón para cosechar desiertos.