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Dios tiene el control de toda nuestra vida, aun cuando

eso parezca improbable. Cuando nos enfrentamos a situacio-


nes sin esperanza, cuando parece que somos castigadas por
nuestra fe, y cuando sufrimos sin razón aparente, Dios no
nos ha abandonado. Puede que no veamos su propósito o su
justicia hasta el final, pero podemos estar seguras de que Él
prevalecerá, como lo hizo tanto para Ester como para Vasti.

LA VIUDA DE SAREPTA

Entonces la palabra del Señor vino a él [Elías]


y le dio este mensaje: «Ve ahora a Sarepta de Sidón,
y permanece allí. A una viuda de ese lugar
le he ordenado darte de comer».
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Cuando el profeta Elías profetizó una hambruna sobre Is-
rael, no quiso decir que la falta de alimento afectaría sólo al
malvado rey Acab. Incluso el profeta no tenía mucho para
comer, así que Dios lo alimentaba enviándole cuervos con
comida. (Aunque fue eficaz, no parece el método de entrega
más apetitoso.)

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Pero cuando la fuente de agua del profeta se secó, Dios
dirigió a Elías a Sarepta, una ciudad gentil. Era el hogar de
los enemigos de Israel, y el de una mujer pobre que estaba
preparando una última comida para ella y su hijo.
La viuda no tenía un almacén secreto de alimentos y
agua, tan sólo una gran necesidad. Y al principio ella debió
de haber dudado de la sabiduría de compartir lo poco que te-
nía. Pero su pequeño sacrifico produjo un gran beneficio. De
modo sorprendente, su único medio de sostén —una vasija
casi vacía de harina y un poco de aceite con el que hornear—
no desapareció hasta que Dios volvió a enviar lluvias.
Más adelante, el hijo de la mujer enfermó y murió. Emo-
cionalmente herida, esta madre reaccionó contra el hombre
que ella consideraba que causó el problema. La mujer le dijo
a Elías: “¿Por qué te entrometes, hombre de Dios? ¡Viniste a
recordarme mi pecado y a matar a mi hijo!” (1 Reyes 17:18)
Elías tomó al muchacho, lo tumbó sobre su cama, y clamó
apasionadamente a Dios para que le devolviera la vida. Dios
respondió, y el muchacho vivió. La madre respondió con fe en
Elías como el hombre de Dios y en la verdad de su mensaje.
Dios podría haber continuado con la anterior organi-
zación de Elías, con el profeta acampado en un barranco,
siendo alimentado por cuervos. Dios hasta podría haber pro-
porcionado una nueva fuente de agua cuando la primera se
secó. En cambió, Él envió a su profeta a una mujer pobre de
una nación enemiga, quien no parecía probable que pudiese
ser de ninguna ayuda. Desde luego, la ayuda que ella propor-
cionó realmente provino de Dios, no de ella; pero Dios, en

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su misericordia, permitió que esta mujer de ninguna estatura
se convirtiera en parte de su plan de salvación.
Dios se acercó a una mujer que no tenía nada que ofrecer
y la utilizó para lograr mucho. Él ama a los débiles y quie-
re atraerlos a Él mismo. Los fuertes y los poderosos pueden
fácilmente resistir su Palabra, pero los débiles y quienes no
tienen estatura buscan esa última comida que trae salvación.
No menospreciemos a esas personas espiritualmente pobres.

LA VIUDA QUE DIO DOS MONEDAS

Jesús se detuvo a observar y vio a los ricos


que echaban sus ofrendas en las alcancías del templo.
También vio a una viuda pobre
que echaba dos moneditas
de cobre. —Les aseguro —dijo— que esta viuda pobre
ha echado más que todos los demás. Todos ellos dieron

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