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EL PODER DE TRASPONER EL TIEMPO

EDUARDO MATOS MOCTEZUMA


Miembro de El Colegio Nacional

El hombre tiene el poder de trasponer el tiempo. Lo hace de múltiples


maneras y todas ellas lo conducen a un pasado presente que se conjuga
en la memoria y hace evocar tiempos que fueron y tiempos que son.
Nuestra ciudad no es ajena a esto. En ella el tiempo se imbrica en forma
tal que al asomarnos al pasado estamos viendo el presente: muros, calles,
casas, palacios, lenguaje, costumbres... todo nos remite al tiempo ido y
al momento actual. Un común denominador en todo ello es el mito. El
mito que el hombre crea y que perdura a lo largo de siglos. El mito que
nos transporta a realidades e irrealidades de donde parten verdades irre­
ductibles con las que cotidianamente convivimos. Es el mito que sacrali-
za y perdura.
Tres ejemplos quiero presentar para hablar de mitos y sacralidades.
Para esto he escogido tres lugares en donde mito y sacralización, pasado
y presente, vida y muerte forman un todo que nos permite jugar con el
tiempo. Estos lugares de los que hablara, entre otros, Octavio Paz en su
"Crítica de la Pirámide", son Chapultepec, Tlatelolco y el Zócalo capita­
lino.

Desde que tenemos noticia en las fuentes históricas de la presencia de


Chapultepec, el mito lo ha envuelto de manera tal que historia y mito
se entremezclan para darnos asomos de realidad. Del cerro del grillo sur­
gían manantiales que surtían a Tenochtitlan, pero antes de esto la histo­
ria-mito había señalado que en el lugar habitaban tlaloques y que en la
cueva de Cincalco, casa del maíz, Huémac, lloroso y apesadumbrado por
la desaparición de los toltecas, se ahorca allá por el año 1162. El sitio,
ocupado después por los aztecas trashumantes, es lugar de perdición

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para ellos, pues la muerte acompaña a su dirigente Huitzilihuitl (el viejo)
y los aztecas se ven precisados a dejar el sitio. Años más tarde y tras la fun­
dación de Tenochtitlan, Chimalpopoca primero y Moctezuma I después,
construyen el acueducto que dará vida a su ciudad. A la muerte de este
último su imagen es grabada en las rocas del cerro de Chapultepec. Axa-
yácatl sigue sus pasos y poco antes de morir pide ser inmortalizado de
igual manera en el lugar. Moctezuma II, ante los relatos adversos acerca
del final de su imperio, va en canoa a Chapultepec y allí alcanza a ver la
cueva de Cincalco y una luz que lo atrae, pero es persuadido de regresar
ya que su deber es enfrentar los negros designios que le deparan sus ago­
reros.
Demos un salto en la historia. Chapultepec se convierte en el lugar de
la defensa patria. Allí se resiste la invasión yanqui y con su muerte nacen
los "Niños Héroes". El lugar se sacraliza y hoy en día, Chapultepec se
transforma cada fin de semana en sitio de recreo en donde nuestra his­
toria está presente desde el mundo prehispánico, de por sí sacralizado;
que cobra presencia en el Museo Nacional de Antropología que como
eje y centro principal tiene la Sala Mexica, única entre todas que guarda
su planta basilical y su altar mayor, en donde descansa de pie, que no era
su posición original, la Piedra del Sol o Calendario Azteca. Nuestra his­
toria colonial e independiente queda patente en el Castillo de Chapulte­
pec, que otrora fuera casa de recreo, habitaciones reales y símbolo de la
desigual lucha entre propios y extraños, entre débiles y poderosos.
El mito vuelve con fuerza a sentar sus reales. Si vemos lo aquí aconte­
cido, Chapultepec es lugar de agua que da vida y de cerro en donde el
sacrificio conlleva la muerte. Estamos ante la dualidad vida-muerte que
es la llave primordial para entender la cosmovisión del pasado... y del
presente.

II

Tlatelolco fue ciudad gemela de Tenochtitlan. Surgida poco después de


ésta, siempre estuvo acompañada, tanto en el pasado como en el presen­
te, por el infortunio. Fue sometida por Axayácatl en 1473 y jamás se le
permitió volver a tener gobernante propio. Paradojas de la historia, po­
cos años después tendrá que luchar junto a sus vencedores en contra del
ataque de españoles y sus aliados indígenas. Allí será el lugar de la últi­
ma resistencia. Perdida ya Tenochtitlan, los aztecas tenochcas se refugian

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en Tlatelolco y allí continúan los combates. En el "Anónimo de Tlatelol-
co", escrito en 1528, se leen los pormenores que la guerra acarrea. El
documento señala cómo las mujeres tlatelolcas enfrentan al enemigo:

Fue cuando también lucharon y batallaron las mujeres de Tlatelolco lanzan­


do sus dardos. Dieron golpes a los invasores; llevaban puestas insignias de
guerra; las tenían puestas. Sus faldellines llevaban arremangados, los alzaron
para arriba de sus piernas para poder perseguir a los enemigos.

Finalmente Cuauhtémoc es capturado y cesan los combates. La muerte


está presente por todas partes. El capitán de los ejércitos mexicas es lleva­
do frente al capitán español aquel 13 de agosto de 1521. Aquí estamos
ante la incomprensión de dos culturas. Nos relata Be mal Díaz cómo el
joven guerrero se dirige a Cortés, pues él es el Tlatoani, el que tiene el don
de la palabra, y le dice:

Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad, y


no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma
ese puñal que tienes en la cintura y mátame luego con él.

Bien sabemos que el entendimiento entre los dos capitanes se daba


por la triangulación de lenguas. Cuauhtémoc habla en nahua, la Malin­
che se lo traduce al maya aJerónimo de Aguilar y éste al castellano a Cor­
tés. Y aquí viene la confusión y el no entendimiento entre dos culturas
distintas, pues lo que Cuauhtémoc quiere decir no es mátame con el pu­
ñal que tienes en el cinto, sino sacrifícame luego con él. Y es que existe
un abismo entre lo que le traducen a Cortés y lo que el Tlatoani dice, pues
éste pide la muerte en sacrificio como corresponde a u n cautivo de gue­
rra para poder acompañar al sol. Pero el capitán español no entiende
esto y lo perdona. ¡Qué terribles pensamientos pasarían por la mente de
Cuauhtémoc al ver que su destino como guerrero se ve truncado!
Y venga aquí un relato interesante. El nombre de Cuauhtémoc siempre
nos es traducido como "Águila que cae", lo que unido al anterior relato nos
deja la imagen de u n águila derrotada. El contenido es muy diferente:
Cuauhtémoc significa águila que desciende, que ataca, pues esta ave así
lo hace cuando captura a su presa.
La historia ha querido que Tenochtitlan perdiera su nombre y que
Tlatelolco lo conservara hasta hoy día. Pero el infortunio lo acompaña
siempre. Fue en Tlatelolco en donde ocurrió la matanza del 2 de octubre;
fue allí en donde el temblor de 1985 se dejó sentir con mayor intensidad.

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Sin embargo, es el lugar donde conviven los templos aztecas con el tem­
plo cristiano.
Otra vez es el México imbricado en sus dos raíces. Otra vez es la muer­
te, el sacrificio y la sangre que se convierten en mito...

III

La fundación de Tenochtitlan está, como debe estarlo toda ciudad de la


antigüedad, basada en el mito. Mil y un veces se nos han repetido que
Tenochtitlan se establece en el lugar en donde encuentran el águila pa­
rada sobre el nopal devorando una serpiente. Esto nunca ocurrió. Si acu­
dimos al simbolismo, vemos cómo el águila representa a Huitzilopochtli
y de la serpiente apenas y se habla en las fuentes históricas. Éstas aluden,
como en el caso de Duran, a pájaros que son devorados por el águila. Si
vemos a la imagen que los mismos aztecas nos dejaron en la escultura co­
nocida como TeocaUi de la Guerra Sagrada, constataremos que el águila
está parada sobre el tunal y de su pico brota el atlachinolli, símbolo de la
guerra. Lo mismo ocurre en la lámina I del Códice Mendocino, en donde
el tlacuilo indígena pintó para don Antonio de Mendoza el águila parada
en el nopal pero... de la serpiente ni su rastro.
Acerca de la fecha de fundación habría algo más que decir. Estudios
de arqueoastronomía han puesto en claro que en el año de 1325 ocurrió
un eclipse solar. Esto sirvió para que el azteca ajustara el nacimiento de
su ciudad con un fenómeno que para los pueblos prehispánicos signifi­
caba el combate entre la luna y el sol, entre la noche y el día. De aquí sur­
gieron mitos como el de la lucha entre Coyolxauhqui y Huitzilopochtli,
que eso simbolizan. Como se ve, estos mitos que implican lucha entre
dioses no son más que un reflejo de la lucha entre los hombres. La ciudad,
pues, nace con el mito y del mito.
La destrucción de la ciudad va a ser terrible. Los combates se suceden
día tras día. Lograda la victoria por el bando peninsular y sus aliados indí­
genas, enemigos de los aztecas, el capitán español decide que la construc­
ción de la ciudad colonial se haga sobre las ruinas de Tenochtitlan. Las
mismas piedras que sirvieron para los templos paganos ahora servirán
para los templos cristianos. La resistencia no se hace esperar. Encargados
los mismos indígenas de destruir sus propios adoratorios, preservan blo­
ques de piedra en los que está grabado el dios Tlaltecuhtli, Señor de la
Tierra, pues su imagen siempre va colocada hacia abajo. No está a la vista.

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Bajo la dirección de alarifes y frailes, el escultor indio talla la piedra con
maestría para convertirla en base de columna colonial. Deja la imagen del
dios para que éste quede debajo de la columna y ocupe el lugar que debe
tener. Cuando pasa por allí el fraile, le dice:

—Oye, que aquí tenéis uno de vuestros demonios.


—No se preocupe su merced, va a ir colocado bocabajo.

¡Sobre qué endebles cimientos se levantaba la evangelización...!


Van a pasar muchos años. El 21 de febrero de 1978, obreros de la
Compañía de Luz y Fuerza del Centro hacían trabajos en la esquina de
las calles de Guatemala y Argentina. Una piedra les impide continuar y
detienen la obra. A la mañana siguiente dan aviso al INAH y empiezan las
labores de rescate arqueológico. Una vez excavada, resulta ser la monu­
mental escultura de la diosa Coyolxauhqui, hermana de Huitzilopochüi,
muerta por su hermano, dios de la guerra, en colosal combate en el cerro
de Coatepec. Con este hallazgo empiezan los trabajos del Proyecto Tem­
plo Mayor. El edificio es encontrado con sus diversas etapas constructivas.
Y otra vez vienen esas paradojas de la historia. Resulta que, cuando en el
siglo xvi se desmantela el Templo Mayor, los solares en donde se encon­
traba son entregados a los capitanes de Cortés para que edifiquen sus
casas. Sobre el templo de Huitzilopochüi lo hacen los Avila. Sus hijos,
hacia 1565, empiezan a conspirar en contra de la Corona aduciendo que
sus padres dieron su sangre y que ellos deben disfrutar de los bienes here­
dados. Conspiran y cuentan con el apoyo de don Martín Cortés. Pero las
noticias de la conspiración llegan a oídos de los Oidores, que me imagino
que para eso están: para oír. Mandan a detener a los conjurados y se les
hace juicio sumario. Los hermanos Ávila son condenados a muerte y se
les decapita en la Plaza Mayor, Su casa es mandada a derribar hasta los
cimientos y el terreno se siembra con sal. ¡Aquellos que habían destruido
el Templo Mayor hasta sus cimientos ahora corrían suerte similar. Más
aún, los hermanos decapitados vivían a escasos dos metros encima de
donde se encontró a la diosa decapitada...!
Hoy conviven el Templo Mayor azteca y la Catedral Metropolitana. Por
cierto que en 1991 se empezaron obras para salvar a la Catedral del hun­
dimiento inminente que, por la necesidad de dar agua a la ciudad, ocu­
rre en la ciudad misma. Según los expertos, durante el siglo xx esa área
se hundió alrededor de siete metros. Este hundimiento provocó que la Ca­
tedral se fuera asentando sobre edificios prehispánicos que se encontraban

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debajo de ella. Estos templos antiguos sirvieron de cuñas que empezaron
a resquebrajar al templo cristiano. Era, una vez más, la venganza de los
dioses...
La convivencia pacífica entre el Templo Mayor y la Catedral cristiana
también se da en diversos edificios coloniales que cedieron sus muros
para que en ellos quedara plasmada la historia nacional. El Palacio de los
Virreyes hoy Palacio Nacional; El Colegio jesuita de San Ildefonso hoy
convertido en Museo, la Secretaría de Educación Pública, en fin, todos
ellos son ejemplo vivo del convivio entre el pasado y el presente a través
del muro pintado que se convierte en testimonio histórico.
La visión de nuestra ciudad ha quedado retratada en relatos que a ella
se refieren. Desde los cantos nahuas hasta los relatos de Bernal Díaz del
Castillo; de los escritos de Bernardo de Balbuena a las alegorías de don
Carlos de Sigüenza; de las amenidades de Fernández de Lizardi hasta las
observaciones de la Marquesa Calderón de la Barca; de las nuevas gran­
dezas de Salvador Novo a la historia de Fernando Benítez; de la buena
pluma de Alfonso Reyes a las agudezas de Octavio Paz y Carlos Fuentes;
de la ciudad de Papel de Gonzalo Celorio a los retratos de Vicente Qui-
rarte.
Y la ciudad sigue allí. Surgida del mito al mito nos regresa. ¡Cuántos
siglos de historia atrapados en sus calles y en sus muros...!
El mito nos acompaña siempre...
Ojalá nunca nos abandone...

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