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para ellos, pues la muerte acompaña a su dirigente Huitzilihuitl (el viejo)
y los aztecas se ven precisados a dejar el sitio. Años más tarde y tras la fun
dación de Tenochtitlan, Chimalpopoca primero y Moctezuma I después,
construyen el acueducto que dará vida a su ciudad. A la muerte de este
último su imagen es grabada en las rocas del cerro de Chapultepec. Axa-
yácatl sigue sus pasos y poco antes de morir pide ser inmortalizado de
igual manera en el lugar. Moctezuma II, ante los relatos adversos acerca
del final de su imperio, va en canoa a Chapultepec y allí alcanza a ver la
cueva de Cincalco y una luz que lo atrae, pero es persuadido de regresar
ya que su deber es enfrentar los negros designios que le deparan sus ago
reros.
Demos un salto en la historia. Chapultepec se convierte en el lugar de
la defensa patria. Allí se resiste la invasión yanqui y con su muerte nacen
los "Niños Héroes". El lugar se sacraliza y hoy en día, Chapultepec se
transforma cada fin de semana en sitio de recreo en donde nuestra his
toria está presente desde el mundo prehispánico, de por sí sacralizado;
que cobra presencia en el Museo Nacional de Antropología que como
eje y centro principal tiene la Sala Mexica, única entre todas que guarda
su planta basilical y su altar mayor, en donde descansa de pie, que no era
su posición original, la Piedra del Sol o Calendario Azteca. Nuestra his
toria colonial e independiente queda patente en el Castillo de Chapulte
pec, que otrora fuera casa de recreo, habitaciones reales y símbolo de la
desigual lucha entre propios y extraños, entre débiles y poderosos.
El mito vuelve con fuerza a sentar sus reales. Si vemos lo aquí aconte
cido, Chapultepec es lugar de agua que da vida y de cerro en donde el
sacrificio conlleva la muerte. Estamos ante la dualidad vida-muerte que
es la llave primordial para entender la cosmovisión del pasado... y del
presente.
II
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en Tlatelolco y allí continúan los combates. En el "Anónimo de Tlatelol-
co", escrito en 1528, se leen los pormenores que la guerra acarrea. El
documento señala cómo las mujeres tlatelolcas enfrentan al enemigo:
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Sin embargo, es el lugar donde conviven los templos aztecas con el tem
plo cristiano.
Otra vez es el México imbricado en sus dos raíces. Otra vez es la muer
te, el sacrificio y la sangre que se convierten en mito...
III
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Bajo la dirección de alarifes y frailes, el escultor indio talla la piedra con
maestría para convertirla en base de columna colonial. Deja la imagen del
dios para que éste quede debajo de la columna y ocupe el lugar que debe
tener. Cuando pasa por allí el fraile, le dice:
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debajo de ella. Estos templos antiguos sirvieron de cuñas que empezaron
a resquebrajar al templo cristiano. Era, una vez más, la venganza de los
dioses...
La convivencia pacífica entre el Templo Mayor y la Catedral cristiana
también se da en diversos edificios coloniales que cedieron sus muros
para que en ellos quedara plasmada la historia nacional. El Palacio de los
Virreyes hoy Palacio Nacional; El Colegio jesuita de San Ildefonso hoy
convertido en Museo, la Secretaría de Educación Pública, en fin, todos
ellos son ejemplo vivo del convivio entre el pasado y el presente a través
del muro pintado que se convierte en testimonio histórico.
La visión de nuestra ciudad ha quedado retratada en relatos que a ella
se refieren. Desde los cantos nahuas hasta los relatos de Bernal Díaz del
Castillo; de los escritos de Bernardo de Balbuena a las alegorías de don
Carlos de Sigüenza; de las amenidades de Fernández de Lizardi hasta las
observaciones de la Marquesa Calderón de la Barca; de las nuevas gran
dezas de Salvador Novo a la historia de Fernando Benítez; de la buena
pluma de Alfonso Reyes a las agudezas de Octavio Paz y Carlos Fuentes;
de la ciudad de Papel de Gonzalo Celorio a los retratos de Vicente Qui-
rarte.
Y la ciudad sigue allí. Surgida del mito al mito nos regresa. ¡Cuántos
siglos de historia atrapados en sus calles y en sus muros...!
El mito nos acompaña siempre...
Ojalá nunca nos abandone...
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