Fútbol, Fierros y Tango Marcilla Antiperonista

15/12/23, 13:57 abril | 2016 | Fútbol, Fierros y Tango
Mes: abril 2016
Marcilla: el Caballero
del Camino
29 ABRIL 2016 / BAPASSARELLI / DEJA UN COMENTARIO
(Fue Inclaudicable en su Antiperonismo)
Eusebio Marcilla, el «Caballero del Camino», le erró a la vida por

una semana. Pocos saben que si le hubiesen hecho caso, tanto a él
como a Domingo Marimón, a Raimundo Caparrós y a Domingo
Candela, todos ellos pilotos de Chevrolet, quizás aquella maldita
columna de cemento armado que sustentaba los cables de alta
tensión del lugar que lleva el nombre del Recreo, a 15 kilómetros
de Santa Fe, no se lo habría llevado para siempre, aquel fatídico
14 de mayo de 1953.
https://futbolfierrosytango.wordpress.com/2016/04/ 1/51
Eusebio Marcilla antes de una largada nocturna
Porque la Quinta Vuelta de Santa Fe, articulada en dos etapas,

debió largarse el 7 de marzo. Pero el día anterior se
desencadenó sobre la provincia un verdadero diluvio que inundó
buena parte de los 1.700 kilómetros que la carrera abarcaba. En
Venado Tuerto, en el viejo Club Jorge Newbery que era el
organizador, estalló una dura polémica entre los corredores sobre
qué hacer. Y prevaleció, contra la opinión de Marcilla y sus
amigos del Chivo, la posición favorable a la suspensión. La
cobertura para «Mundo Deportivo» la hizo Miguel Angel Merlo,
ese estupendo testigo que el Turismo de Carretera tuvo desde
1949 en adelante. Escribió: «A mí nunca se me borró el apuro que
una semana antes Marcilla tenía para correr, pero la fecha de un
destino no la modifican los deseos, parece que es así para todos».
———
Marcilla fue un personaje especial, yo diría único, en el Turismo

de Carretera a caballo de los años 40 y 50. Era de Junín, donde
estaba afiliado a la Unión Cívica Radical, en una adhesión política
que no ocultaba y que por cierto encerraba una buena dosis de
peligrosidad en los años de la hegemonía peronista. Como
contracara de la casi unanimidad de sus colegas, se negó siempre
a mostrar en su auto leyendas favorables a Perón y a su gobierno,
suscitando el enojo y la hostilidad de funcionarios oficiales.
Inclusive le pusieron a fuego un estigma infamante: «Es un
contrera bancado por el Partido Comunista».
Era sistemáticamente ignorado por los medios, pese a viajar
fuerte y a ganar seguido, tanto que fue tres veces subcampeón
nacional, en los años 1947, 1948 y 1949, sólo atrás de Oscar y Juan
Gálvez. La orden en su contra venía «de arriba». Con mayor
precisión, de Raúl Alejandro Apold, el «boss» todopoderoso que
manejaba la Secretaría de Prensa del gobierno peronista. Y se
cumplía estrictamente. El ultraperonista Luis Elías Sojit, por
ejemplo, en sus transmisiones no lo mencionaba y cuando
Marcilla se aproximaba a algún puesto de control ululaba: «Pasa
el Chevrolet negro» o «Tiempo para el auto de Junín». Este mal

trato se contradice con una tapa de «Coche a la Vista», el
mensuario que dirigía Sojit y que en su edición de julio de 1948 la
dedicó a un Marcilla cansado pero sonriente. Y más aún con un
un hecho insólito y poco conocido: Eusebio tenía un admirador
entusiasta en Juan Duarte, el hermano de Eva Perón, que también
era juninense. Cada vez que ganaba, la primera felicitación que
recibía era la de Juancito, su amigo de la infancia.
Marcilla con la «anómala» publicidad de Suixtil
Esta situación para nada cómoda no le hizo dar un paso atrás en

su posición tomada. Sobre el parabrisas del célebre Chevrolet
llevó con permanencia, únicamente, el nombre de Junín, sin ceder
a las presiones para que colocase inscripciones de carácter
político. En aquellos tiempos de ostracismo le resultó un
importante alivio el apoyo de Suixtil, la marca de ropa deportiva
que auspiciaba a los ídolos automovilísticos identificados con el
peronismo pero que, con gran dignidad, no se sumó a la censura
impuesta por el poder. Todavía algún juninense conserva una de
aquellas tarjetas de color, con la fotografía y el autógrafo de
Eusebio, que se regalaban en los negocios de Ñaró de todo el país.
Suixtil fue el anunciador más importante que Marcilla tuvo en su
carrera. Y que lo ayudó a tomar casi en broma el olvido que sufría
y a acostumbrarse a él. Cuando antes de cada largada lo gatillaba
algún fotógrafo de los diarios o revistas oficialistas, Eusebio lo
tomaba para el churrete: «Hermano, ¿para qué tirás pólvora al
aire? Si son fotos mías y no las van a publicar». Y después,
sonriendo, expresaba su comprensión: «Tranquilo, ya sé que
Ustedes no tienen ninguna culpa».
La tarjeta autografiada con la que Suixtil sponsorizaba a Marcilla
——-
El mote del «Caballero del Camino» se lo habían adjudicado sus

propios colegas por las actitudes desinteresadas, de una
generosidad y un altruísmo conmovedores, que habían jalonado
su carrera en el TC. La primera fue en 1940, cuando el Ford de
Oscar y Juan Gálvez terminó en el fondo de un precipicio en
tierra peruana, durante la disputa del Gran Premio del Norte.
Marcilla paró, bajó el despeñadero, peligroso por lo abrupto, y
fue el primero en llegar para auxiliar a los hermanos, que por
entonces todavía corrían juntos.
La segunda, con enorme resonancia, fue durante el Gran Premio
de América del Sur que en 1948 unió Buenos Aires con Caracas.
La inminencia de una revolución en Perú obligó a los
organizadores a cancelar la jornada de reposo y a anticipar a la
noche la largada de la sexta etapa, a correrse en plena cordillera.
Cuando amanecía, en un lugar llamado Huanchasco, apenas
después de Trujillo, volcó el Chevrolet 39 que manejaba Juan
Manuel Fangio. El Chueco sufrió solo heridas leves, pero su
acompañane Daniel Urrutia perdió la vida. El primero en
auxiliarlos fue Marcilla, quien cargó a ambos en su auto y los
llevó al hospital de Chiclana, a unos 20 kilómetros. Sólo tras
dejarlos para que los atendieran volvió a meterse en la carrera.
Ese gesto lo privó a Marcilla de la que hubiese sido su mayor
victoria deportiva, ya que perdió 20 minutos en la clasificación de
etapa, que ganó Juan Gálvez y en la que terminó quinto. En
efecto, cuando la heroica carrera finalizó en Caracas, Marcilla
clasificó segundo, a apenas poco más de 12 minutos de Marimón,
que fue el ganador. A Eusebio le dolió, claro que le dolió, no
haber logrado ese épico triunfo. Pero aún en su decepción tuvo un
gesto de hidalga grandeza: el premio en dinero se lo regaló a
Fangio, en una actitud a la que también adhirió Marimón.

Fue un laurel perdido que Marcilla, como más de una vez diría
después, no habría cambiado por el que fue su galardón más
importante e imperecedero. El de haber sido rebautizado por
colegas, hinchas y periodistas como «El CABALLERO DEL
CAMINO».
——–
En la primera etapa de aquella Vuelta de Santa Fe se iba hacia el

norte por la Ruta 34, que todavía no había sido asfaltada y volvía
los sobrepasos difíciles, debido a la polvareda que los autos
levantaban. Tras una neutralización para no pasar por el centro
de Rafaela, la caravana siguió hacia el este, con paso por
Esperanza al retomar hacia la capital santafesina. Era todo
pavimento. Una ocasión inmejorable para fondar el motor sin
asco. El empalme de la 34 con la nacional 11 era en el paraje
conocido como El Recreo, al que Marcilla llegó al mango. Tomó el
viraje hacia la dirección correcta y con el pedal de aceleración a la
tabla. Pero su Chevrolet entró en derrape, tocó la banquina y fue a
estrellarse contra una brutal columna de cemento armado, al que
quedó enroscado como si fuese una medialuna.
El trágico final del Caballero del Camino
El impacto fue sobre el costado derecho, o sea el del conductor en

los autos del TC. El acompañante Miguel Salem no necesitó pedir
ayuda. Fuertemente maltrecho quedó Eusebio. Se detuvo
prontamente Jorge Orduna, que venía detrás suyo y vio la trágica
pirueta del Chevrolet. Cargó a Marcilla en el puesto del
acompañante y salió disparado hacia el puesto de socorro.
Eusebio llegó vivo, pero allí -tras haber pitado durante el viaje un
último cigarrillo- no tardó en morir.
Si la Vuelta de Santa Fe se hubiera corrido una semana antes,
como él con vehemente insistencia había pedido, no se habría ido
para siempre, aquel trágico y estrujante 14 de mayo de 1953.
Hará, dentro de pocos días, 63 años.
Bruno Passarelli
Un Pibe de Boca Triste
(Pepino Borello me Enseñó a ser Feliz)
Yo soy hincha de Boca desde que tengo uso de razón. Me

deslumbró la camiseta azul y oro cuando un tío mío me regaló un
album en colores, una novedad para aquella época, con las
fotografías de cada uno de los integrantes del bicampeón 1943-
44. Evoco sobre todo la de Mario Boyé, al que la Número 12 le
había dedicado el cantito que empezaba con «Yo te daré, te daré
niña hermosa». De chico, recortaba y pegoteaba las fotos en el
cuaderno que garabateaba en el Jardín de Infantes, sin imaginar
que me esperaba una década de prematuras aflicciones
futboleras. Una congoja que duró hasta 1954, cuando Boca volvió
a ser campeón, tras 10 años de padecimientos.
Una reivindicación que aún hoy atribuyo al que fue el principal
alquimista de la poción mágica que por fin, antes de cumplir 15
años, pude saborear como el más delicioso de los néctares. O sea
el cañonero José Borello, de mi Bahía Blanca natal. O simplemente
Pepino, como no podía ser llamado de otro modo un coloso que,
aunque transformaba las ilusiones en realidad, era la humildad
hecha carne.
Borello descerraja uno de sus pelotazos atómicos
En aquella época yo lograba sólo que Boca ganase cuando armaba

equipos con aquellas figuritas Starosta, cartoncitos redondos con
las caras de los jugadores, y las desplegaba en canchas
improvisadas sobre el piso de madera de la pieza donde
dormía. A cada formación le adjudicaba vida propia, pero aquel
botón que representaba a la pelota y se desplazaba con impulsos
secos que recibía del dedo medio de la mano derecha solía tener
movimientos más precisos y efectivos, traducidos en gol, cuando
lo accionaban figuritas que representaban a jugadores xeneizes.
Pero en la vida real, con Boca era todo distinto. Sólo me daba
disgustos.
Apenas dos alborozos iluminaron mi década de adolescente
decepcionado. Uno fue quitarle en 1952 a Rácing (por 2-1) el
invicto en su nuevo estadio inaugurado en 1950, con el bien
proletario ataque formado por Luis Pentrelli, René Seghini,
Borello, Delfor Ayué y Pierino González. Venían de las inferiores
del club. Y no duraron. El técnico Emilio Baldonedo lo disolvió
sin piedad. El otro fue vencer el 19 de julio de 1953 en el
Monumental (3-2) a River Plate, ya casi campeón, con goles al
final de Juan Carlos Navarro (83′) con un balazo imparable y de
Roberto Rolando (87′), que le ganó un mano a mano a Amadeo
Carrizo y entró en el arco con pelota y todo. Jugaron Julio
Elías Musimessi (le atajó un penal a Mantegari), Juan Carlos
Colman y Héctor Otero; Francisco Lombardo, Eliseo Mouriño y
Natalio Pescia; Navarro, el «Loco» Elio Montaño (abrió el score a
los 7′), Rolando, Juan Vairo y Marcos Busico. Esa tarde se develó
un misterio: Perón festejó en el palco oficial el gol de Rolando con
euforia (de pie y con los brazos alzados al cielo). Probó así que era
hincha de Boca y no de Rácing, como se decía. El

documento histórico pertenece al archivo personal de Pablo
Battle.
——-
Ya en 1947 la hinchada, cuyo número crecía pese a las

desilusiones, urgía resultados y, sobre todo, otro título de
campeón. La dirigencia, bajo presión, inició una alocada compra
de jugadores, con 37 arribos estelares en el bienio 1948-49: los más
famosos el brasileño Heleno da Fleitas, el peruano Carlos Gómez
Sánchez, Juan José Ferraro (de Vélez), Eduardo Ricagni (de
Platense), Francisco Campana y su ladero Busico (de Chacarita).
Daba para formar un equipo de fenómenos. Fue al revés. Boca se
salvó milagrosamente del descenso. Y eso que en la primera
rueda el técnico fue nada menos que Renato Cesarini. En 1950, de
Universidad Católica, hasta llegó con 34 años de edad
José Manuel Moreno, el famoso Charro, cuyos 8 goles fueron un
pobre aporte, como el de Rinaldo Martino, ex astro de San
Lorenzo y en Italia campeón con Juventus. En 1952 Boca
terminó en la mitad de la tabla. Unica satisfacción: el triunfo
citado sobre el Rácing pluricampeón.
Nosotros, los pibes boquenses, estábamos para el sopapo. En mi
caso, en el cole rehuía hablar de fútbol. Me desahogaba con el
basquetbol, que había empezado a jugar en los infantiles del club
Napostá. Pero en el bienio 1952-53 hubo un rayo de sol. Fue el
arribo de tres de los futuros pilares del equipo de la resurrección,
el de 1954. O sea Musimessi y Lombardo, de Newell’s Old Boys, y
Mouriño, comprado a Bánfield en la suma récord de 900.000
pesos. Se sumaron a Montaño (otro ex NOB), a Juan Vairo (de
Central) al paraguayo Rubén Fernández (de Libertad) y a
Navarro, Rolando, Rubén Gil y Víctor Panasci (todos ex
Independiente). No eran malos. Igual no pasó nada. Fue un bienio
para olvidar.
Pero yo estoy convencido que en aquel 1953 algo importante
empezó a cambiar. Mucho
tuvieron que ver el técnico Gerónimo Díaz, alias «El Oso», y el
preparador físico Pablo Amándola, que en aquellos años años
locos era el único que aportaba sentido común y sensatez. Díaz,
un coloso campechano y siempre de buen humor, tenía el berretín
de posar con el equipo para los fotógrafos, abrazando con sus
manazas a dos jugadores. Suya fue la visión de alinear en las
primeras 11 fechas, y mantenerla contra viento y marea, aquella
defensa toda rudeza, fuerza y sacrificio de la que ya hemos
hablado. Al Oso lo echaron tras una caída (1-0) en la Bombonera
con San Lorenzo. Pero el exótico húngaro Giorgy Orth, su
sustituto, no se animó a introducirle cambio alguno. Y así se
volvió intocable aquel bloque granítico que hizo descarrilar a la
«Máquina» en el ya recordado clásico del Monumental de 1953.
Musimessi, el «arquero cantor», daba garantías entre los palos.
Atrás, Colman era de una dureza terrible y Lombardo cerraba
como pocos. Mouriño oficiaba de estratega y el Leoncito Pescia, el

capitán, era todo despliegue y entrega. La única alternancia era
entre Otero y Federico Edwards, un ropero apodado Periquito.
Boca Juniors 1951. Uno de los tantos equipos de la desesperanza,

con Borello centroforward. Integran también el ataque González,
Seghini, Martino y Busico.
Y se llegó así a 1954, en una atmósfera rara que nosotros,

adolescentes, sentíamos bajo la piel. Era como si se viviese la
víspera de una prueba decisiva. Los cimientos estaban echados.
Ahora había que terminar de construir la casa. Y aquella
esperanza se reforzó con la aparición de un semanario, «Así es
Boca», que aprendimos a leer con fanática veneración. Su creador
fue Héctor Ricardo García, luego padre de «Crónica» y de «Así»,
otros dos sucesos editoriales. Tenía un fotógrafo, Fabián Ramallo,
que a su Leika le había adaptado un motorcito. Gracias a él la
revista sumó la novedad total de publicar los goles y las jugadas
en secuencia. Fue un exitazo de ventas.
Cuento una anécdota. El gobierno peronista impulsaba en la
enseñanza secundaria la divulgación de obras musicales de corte
nacional y popular. La profesora Tridenti, de la cátedra Música,
trajo fotocopias de la letra de «Pampero», tango-canción de
Cátulo Castillo, para que la aprendiéramos y la cantásemos a
coro. En los bancos, toda la clase estaba empeñada en seguir la
entonación que marcaba la profe. Menos yo y el Bocha Suárez, mi
compañero de banco y de pasión boquense. Embelesados,
hojeábamos el primer número de la revista, con los goles (3-2) del
triunfo inicial sobre Newell’s Old Boys en Rosario. Ni nos dimos
cuenta que la señorita Tridenti había suspendido el ensayo. En
puntas de pie se acercó a nuestro banco y vio que, en lugar de
seguir a Cátulo, estábamos pendientes de las atajadas de
Musimessi. A los gritos, nos echó de clase a los dos: «¡Afuera,
tienen cinco amonestaciones!».
Otro que nos levantaba los domingos la moral era Lalo Pelliciari,
relator uruguayo que transmitía por Radio Mitre a la que se
conectaba LU2, la radio bahiense. Cuando alguno demoraba en
poner en acción la pelota surgía la exhortación: «¡Vamo’,
vamooooo, que éste es el año de Boca!». O cuando a Colman se le
iba la mano con un cruce demasiado fuerte, advertía: «¡Ojo

Comisario, ojo, no le haga el juego a la contra!».
El campeonato empezó como siempre: regularón, con tres
triunfos y tres derrotas. El nuevo técnico era Ernesto Lazzatti, el
histórico «Pibe de Oro» que se revelaría como un conductor
particularmente sagaz. Por su rudeza, cuando sustituía a Otero,
Edwards se
volvía el socio ideal de Colman. Lo prueba un episodio. En la
sexta fecha, con Chacarita en la Bombonera, Colman le entró a
Perfecto Rodríguez con una plancha terrible. Pero el puntero no
cayó y siguió con la pelota. Se oyó entonces el vozarrón de
Colman: «De ése hacéte cargo vos, Perico, que ya va herido». Y en
la séptima ronda, ante una multitud que colmó el estadio de
Vélez Sársfield, Lazzatti puso por primera vez de titular a Borello.
Boca ganó 2-0, con un gol suyo y otro de Vairo. Pepino no salió
más y el equipo, de a poco, empezó a encontrar adelante la
agresividad que armonizaba con su pétrea defensa. Siguieron
cuatro sucesos. El 3-1 a Ferro llevó la marca a fuego de Borello,
autor de un golazo de tiro libre, con un taponazo desde 30
metros. Ya jugaba ataque que, salvio cambios esporádicos, duraría
hasta el fin triunfal del campeonato: Navarro y el turquito Julio
Marcarián de wines, con Miguel Angel Baiocco (ex Estudiantes de
la Plata) y el uruguayo Fausto Rosello de entrealas. Nada del otro
mundo, pero cumplían bien la misión prioritaria que Lazzatti les
había encargado: poner a Borello en condición de hacer goles.
Boca campeón 1954. Parados Lombardo, Mouriño, Colman,

Otero, Musimessi y Pescia. Hincados: Navarro, Baiocco, Borello,
Rosello y Marcarian
Llegado desde Olimpo dos veces (en 1949 y en 1951, esta vez con
el pase definitivo), Pepino tuvo mil problemas. Cuando jugaba,
aún marcando goles, sentía el «complejo del cambio». Una
inseguridad propia del caos que Boca era. En 1951 tuvo 7
presencias con 5 goles y en 1952 otras 15, con 8 redes. Fue en
préstamo a Chacarita, donde no jugó casi nunca, y a inicios de
1954 volvió a Boca, con delante un panorama muy incierto
(arrancó titular el paraguayo Fernández). Además, sus detractores

lo hostilizaban: que era estático, lento, casi torpe, que le faltaba
personalidad. Dicen que además de Lazzatti, que lo bancó a
muerte, fue Pescia quien lo convenció a seguir en el club: «Tené
paciencia, ya va a llegar tu momento».
Con Lazzatti lo unía el común origen bahiense , ya que el técnico
había nacido en el puerto de Ingeniero White. A Pepino le dio
confianza y seguridad. Lo concientizó de que lo peor para un
cañonero es obsesionarse con el gol. «Ëste llega solo, cuando vos
menos te lo esperás». Se lo decía y se lo repetía en el tren que
todos los días, después del entrenamiento, los llevaba al sur, ya
que Borello vivía en Bánfield y Lazzatti en Témperley. Además, el
profe Amándola vigorizó su resistencia física y le agregó una
discreta agilidad.
Adoctrinado en la valoración de sus virtudes naturales (fuerza,
fervor, potencia en los tiros, entrega total) Pepino empezó a hacer
cosas tremendas, con las que Boca acabó puntero la rueda inicial.
Dos golazos a Gimnasia y Esgrima (5-0). Sombrero con pelota a la
red ante Newell’s (3-0). Dos redes magistrales a Platense (2-0). Y
la detonación atómica que el 19 de septiembre ante Vélez
Sársfield hizo temblar los cimientos de la Bombonera. Marcarián
puso el 1-0. Pelota al medio. Movió Ferraro y Norberto Conde la
perdió. La agarró Borello y desde el mismísimo centro del campo
descerrajó un tiro de una violencia y precisión tales que la pelota
se incrustó en el arco de Adamo. «Sentí que podía hacerlo», diría
Pepino después. Pelliciari sintetizó aquel zapallazo: «Mi Dios,
¿que hizo? ¿Qué le tiró a Adamo? ¿Un inodoro?». Fue 3-1 con
escándalo, ya que Finito Ruiz le entró una plancha homicida a
Mouriño, Colman le pegó una piña y hubo tres expulsados tras
un tumulto entre todos los jugadores.
Con Borello que además de definir había aprendido a conducir el
ataque, Boca quedó en situación de consagrarse campeón con tres
fechas de anticipación, más luego del 6-1 a Huracán, con otros dos
goles de Pepino y dobletes de Rosello y Marcarián. El sueño era
dar la vuelta olímpica en el Monumental con River. Bastaba un
empate. Pero no pudo ser. River nos pegó un baile histórico (3-0)
y Carrizo se dio el lujo de humillar
con una gambeta a Borello. La leyenda cuenta que Pepino se
vengó el año siguiente, devolviéndole la burla al arquero. Pero no
fue así. Amadeo le salió al cruce, mano a mano, y previendo que
Pepino lo quería eludir le hizo penal. La pelota fue a Ernesto
Cuchiaroni, que se metió con ella en el arco riverplatense. Se jugó
en el estadio de Rácing y Boca ganó 4-0 a un River que en ese 1955
fue campeón e inició un triplete que duró hasta 1957.
Pero volvamos a la definición de 1954. El 11 de noviembre, para la
penúltima fecha, a la Bombonera llegaba Tigre, con el legendario
Miguel Angel Rugilo en el arco. El festejo, de esplendor
hollywodiano, lo desencadenó Baiocco con el gol del triunfo (1-0).
¡¡¡Sí, por Dios, tras 10 años de padecimiento Boca era campeón!!!.
El lunes, con el Bocha Suárez entramos al Colegio Nacional con el
cuello envuelto, pese al calor tórrido, en sendas bufandas azul y
oro compradas en la librería de José Castellanos. Nos paró
Estévez, que era el jefe de Celadores. Nos inspeccionó, nos guiñó

un ojo y nos mandó adentro, no sin antes advertirnos: «Vayan
pero no hagan quilombo». Seguro, él también era hincha de Boca.
Pero contra Tigre habían faltado los goles de Pepino, ya asumido
como el hombre clave del título. Y el plantel se juramentó: en el
último partido con Gimnasia y Esgrima, que había cedido por
razones económicas su condición de local y había aceptado ir de
nuevo a la Bombonera vestida de fiesta, sus compañeros jugarían
para él, para que marcase un aluvión de redes. Pepino, mimado y
ovacionado, hizo cuatro y con 21 en su haber se consagró
goleador absoluto del torneo, halago compartido con Conde.
El festejo por el título de campeón. El pizzero desfila del brazo de

la estrella conquistada
Borello, aquel año, fue el símbolo de lo que la tribuna boquense

exigió siempre a sus jugadores. En 1955 hizo otro buen
campeonato, con 8 goles, y se destacó en la selección argentina
que jugó en Chile la Copa América (5 presencias y 3 tantos, uno
en la famosa goleada por 6-1 a Uruguay. Pero lo empezaba a
traicionar una rodilla, tanto que en 1956 jugó apenas un partido y
en 1957 sólo amistosos. Su última aparición en Boca fue en la
segunda fecha del torneo 1958, ante Huracán (3-1 y un gol). Lo
sustituyeron, sucesivamente, José Colángelo, Antonio Angelillo y
Rubén Mansilla. En 1959 pasó a Lanús y de allí a los clubes
chilenos Magallanes, Universidad Técnica y Ñublense. Y en 1961,
en silencio como era su estilo, dejó el fútbol, con un palmarés
notable. En Boca, Chacarita y Lanús había marcado 48 goles en
100 partidos y en su incursión en Chile otros 55 en 70 cotejos.
Borello homenajeado en la Bombonera algunos meses antes de

morir
——–
José Borello murió en su Bahía Blanca natal el 14 de octubre de

2013, a los 83 años de edad. Para mí, fue como se hubiese ido de
este mundo uno de los ídolos que llenaron
mi mundo imaginario de pibe, junto a Superman, Tarzán, Kit
Carson, Tom Mix, el Murciélago y Robin. No tenía un nombre
que hacía volar la fantasía. Lo llamaban simplemente Pepino.
Pero yo lo consideré siempre el más grande de todos.
Bruno Passarelli
Discepolín, el Juglar de
los Olvidados
29 ABRIL 201629 ABRIL 2016 / BAPASSARELLI / DEJA UN

COMENTARIO
(Sus 10 Mejores Tangos en Anécdotas)
Enrique Santos Discépolo es el mayor filósofo popular argentino

del Siglo 20. Y, como en cada uno de sus tangos volcó un
sentimiento polémico en favor de los postergados y de los que
sufren -y no solo por cuestiones económicas- despertó reacciones,
motivó desprecios, causó sórdidas ironías. En definitiva, le pasó
lo que suele sucederle a todo filósofo de la comedia humana. Un
Fiodor Dostoievsky metido en el universo del tango. Que no
escribía sus obras poéticas con las manos porque, como alguna
vez dijo, las padecía con el cuerpo.
Enrique Santos Discépolo
Es el poeta más «maldito» del tango. Cuando después del golpe

militar de 1955 sobre él cayo el ostracismo, Arturo Jauretche lo
incluyó en primera línea entre los «condenados al silencio y al
olvido por la superestructura cultural que maneja la clase
dominante, ocupada en producir zonzos en serie». En suma, un
Quijote que tuvo la valentía de levantar su voz contra los
intelectuales famosos por lamer las propias cadenas que los
esclavizaban. Pero, pese a esta encerrona traicionera, terminó
fugándose, como huían
los juglares ambulantes en el Medioevo, para poder ofrecer así
sus espectáculos en las plazas públicas.
No pudieron impedir que sus letras se hicieran presentes en las
conversaciones de las esquinas, en las radios camioneras de las
madrugadas, en el tarareo susurrado por el transeúnte
meditabundo, en la música de algún cafetín que él había
entrevisto de pibe con la ñata contra el vidrio, en el silbido
compañero del que está solo y espera sin saber bien qué, en la
amargura del desocupado que no sabe qué llevará mañana a la
mesa familiar.
Entrevió el mundo a través de la desgracia humana. Y lo entendió
mejor. Por eso, en los tiempos de Macri, sus tangos readquieren
mayor vigencia que nunca.
La partitura de Yira Yira con la efigie de Tania
DISCEPOLO Y YIRA YIRA (1930)
-Cuando rajés los tamangos

buscando ese mango que te haga morfar.
La indiferencia del mundo
que es sordo y es mudo
recién sentirás…
«Esta letra me estuvo dando vuelta en la cabeza durante tres

años», contó Discépolo.
Desde 1927, cuando volvió a Buenos Aires de una gira en la que le
había ido pésimo. Sin un centavo, se fue a vivir con Armando, su
hermano mayor, en una casita de la calle Laguna. Allí surgió
«Yira Yira», «entre las dificultades diarias, el trabajo amargo, la
injusticia, el esfuerzo, la sensación que se nublan todos los
horizontes y se cierran todos los caminos». Pero el tango no salió
en aquel momento porque, como explicó, «el poeta no crea en
medio de un gran dolor sino con el recuerdo de ese dolor». Así, se
decidió a escribirlo tras romper el contrato que tenía con una casa
filmadora que le hacía hacer cosas que lo avergonzaban como
artista. Fue un salto en el vacío, pues se quedó en la calle, en la
más total de las pobrezas y en la más horrenda soledad, con la
letra de «Yira Yira» metida en el bolsillo de uno de sus sacos
raídos. Lo hizo con la esperanza de su audacia serviría para
«gritar el dolor de muchos». Y así fue. El tema ganó la calle recién
en 1930 y se hizo famoso ese año con dos grabaciones de
Francisco Canaro, uno con la voz de Luis Díaz y otro con la de
Ada Falcón, hasta que el 16 de octubre lo registra Carlos Gardel y
es un suceso total. Ese tango apabullante en su desesperanza
(«Cuando manyés que a tu lado/ se prueban las pilchas/ que vas a

dejar») es el que Discépolo, más de una vez, definió como «el más
mío».
DISCEPOLO Y CAMBALACHE (1935)
-Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos…
El poeta Leónidas Lamborghini ha escrito que «Cambalache» es el

verdadero Himno Nacional Argentino. Opinión discutible,
porque su letra es el «antihimno», bien lejos de la demanda
patriótica. Pero es capaz de estremecer incluso a quienes nada
tienen que ver con la realidad argentina. Es el caso del escritor
francés Pierre Vidal-Naquet quien reprodujo la letra en su libro
«Les Assassins de la Mémoire», un estudio contra el revisionismo
neonazi en Europa y la confusión de valores que está
causando. «La Biblia contra el calefón» es el ejemplo más
locuente. Pero no es, como muchos creen, una denuncia
excluyente contra la Argentina de la Década Infame, sino una
radiografía de la decadencia que afectaba (y afecta) al mundo en
la que cita personajes dispares
como Napoleón, Alexander Stavisky (estafador), Don Bosco
(fundador de la Orden de los Salesianos), la Mignon (mundana
protagonista de una comedia teatral parisina), Don Chicho
(mafioso rosarino), Primo Carnera (boxeador italiano campeón
mundial) y San Martín. A muchos les costará trabajo insertarlos
en los versos discepolianos tras la discutible osadía de Julio Sosa
de sustituirlos, en su exitosa versión personal, con figuras más
modernas como el músico Toscanini, el hampón Scarface, el
caballo Yatasto, el corredor Domingo Marimón y el boxeador José
María Gatica.
DISCEPOLO Y ¿QUE SAPA SEÑOR? (1931)
-La tierra está maldita

y el amor con gripe en cama.
La gente en guerra grita,
bulle, mata, rompe y brama.
¿Qué sapa, Señor
que todo es demencial?
Los chicos ya nacen
por correspondencia
y asoman del sobre sabiendo afanar.
En este tango hay dos claras referencias a la proclamación de la

República Española el 14 de abril de 1931, tras las dictaduras de
Primo de Rivera y del general Berenguer. El rey Alfonso XIII, de
la casa de Borbón, se exilió primero en Fontainebleu y después en
Roma. Intuyendo el arribo de una nueva era, con el derrumbe del
monarquismo,
Discépolo escribió: «Los reyes temblando remueven

el mazo/ buscando un yobaca para disparar». Fue tema musical
en la revista «Caramelos Surtidos». Discépolo charlaba antes del
estreno en el vestíbulo del teatro Nacional con Tito Lusiardo, que
lo cantaría, y el director Pascual Carcavallo cuando se les acercó
una dama muy aristocrática y enjoyada, que ceremoniosamente
les pidió: «Caballeros, ¿me pueden indicar el tocador?».
Discépolo, que amaba estas chanzas, dio un paso adelante y,
haciendo una inclinación de cabeza, respondió: «Soy yo, señora».
Se ligó un sonoro carterazo.
DISCEPOLO Y CHORRA (1928)
-Por ser bueno me pusiste a la miseria,

me dejaste en la palmera me afanaste hasta el color.
En seis meses me comiste el mercadito,
la casilla de la feria, la ganchera, el mostrador.
¡Chorra, me robaste hasta el amor!
Es tal vez el tango más risueño y jovial («el desengaño de un

hombre que ha creído», según Dante Linyera) de la creación
discepolina. Pero que, a su vez, le provocó el susto
más grande de su vida. Estaba parado en la esquina del Mercado
del Plata y, de pronto se le acercó un hombre alto y fortachón, con
delantal de carnicero manchado de sangre y un enorme cuchillo
en la cintura. «¿Usted es Discépolo?», le espetó. «Sí, señor»,
apenas balbuceó Enrique. El carniza siguió: «Entonces me va a
tener que explicar quien le contó lo que me pasó con la
sinverguenza de mi mujer. Además, ¿quién lo autorizó a cantar
mi historia a todo el país en una letra de tango?». Superado el
sobresalto, Enrique intentó calmarlo. Pero el hombre lo silenció:
«Sepa, señor Discépolo, que yo le estoy muy agradecido porque
Usted me ha vengado, dijo la verdad, ahora todos saben lo perra
que esa mujer era conmigo, gracias de nuevo». Enrique se quedó
mudo. No se animó a decirle que la historia era inventada.
DISCEPOLO Y SOY UN ARLEQUIN (1929)
Soy un arlequín,
un arlequín que cantaba y baila
para ocultar
su corazón lleno de pena…
En 1944, en la Secretaría de Trabajo y Previsión, el entonces

coronel Juan Perón recibió a Discépolo, a quien acompañaba
Homero Manzi. Entre café y cigarrillos, Perón le confesó a
Enrique que su tango que más le gustaba era «Soy un Arlequín»,
con ese costado de alto lirismo que atribuye al protagonista
«soñar que era Jesús y salvaba a Magdalena». Discépolo comentó
que, al fin y al cabo, todo arlequín es un bufón al que nunca le
reconocen los méritos. Y contó la historia de un violinista que
buscaba trabajo, se presentó a un teatro y mostró delante del
dueño lo que sabía hacer: puso una mesa, encima colocó una silla,
sobre ésta un taburete, se encaramó, se apoyó con la cabeza y con

los pies bien verticales, apuntando al techo, y tocó con su violín
una obertura de Mendelssohn. Cuando terminó, bajó
fatigosamente y le preguntó al patrón: ¿»Le gustó?». La respuesta:
«Sí, pero hubo una o dos partes en las que me pareció que
desentonaba un poco». Perón se rió mucho y durante su
Presidencia dijo más de una vez que también a él, ante los
problemas, a veces le tocaba ser un arlequín.
Una caricatura de Discepolín
DISCEPOLO Y MARTIRIO (1940)
¡SOLO!!!
¡Pavorosamente solo!
Como están los que se mueren,
los que sufren, los que quieren,
así estoy… ¡ por tu impiedad!
Algunos han querido ver en «Martirio» el testimonio más

desgarrador de lo que sufría Discépolo con las infidelidades de
Tania. Es un tema para desbrozar, pues es negado por algunos de
los más asiduos frecuentadores de la pareja. Enrique Cadícamo,
por ejemplo, dice que la actitud del poeta «era permanentemente
creadora, nada era tan negro en su vida sentimental». Mariano
Mores tampoco comulga con la imagen de su fragilidad afectiva.
Lo indudable es que Tania no estaba ni remotamente a su altura
intelectual y esto a Enrique lo hacía sufrir. Por eso, sin entender
por qué lo hacía, y en un gesto que alentaba las habladurías, ella
misma contó: «Venían amigos a casa a comer y, después del café,

era Chachi el que me decía que saliera a pasear con ellos, aunque
era medianoche, que volviera tarde, porque él tenía que escribir y
necesitaba estar solo». Difícil establecer la verdad. Lo cierto es que
con esta elección desesperada de la soledad, Discépolo trasciende
el clásico estereotipo del tango, en el que el varón, abandonado
por su percanta, vuelve a refugiarse en el regazo de su santa
viejecita.
DISCEPOLO Y TRES ESPERANZAS (1949)
–No doy un paso más,

alma otaria que hay en mí,
me siento destrozao,
¡murámonos aquí!
Pa’qué seguir así,
padeciendo a lo fakir,
si el mundo sigue igual,
si el sol vuelve a salir..
De toda su creación, «Tres Esperanzas» es tal vez el tango que

muestra con mayor crudeza el espíritu que imperaba en el país
durante la Década Infame iniciada el 6 de septiembre de 1930 con
la deposición de Hipólito Yrigoyen. Ollas populares, personas
hambrientas que se movían como fantasmas con sus ropas raídas
y hurgaban en los tachos de basura, desesperanza, sueños
archivados («me he vuelto pa’mirar/y el pasao me ha hecho
reir/las cosas que he soñao/me cache en dié, qué gil»).. El
protagonista tuvo tres esperanzas: su madre, que murió, la gente
y un amor, que lo traicionaron. Entonces invita: «Cachá el bufoso
y chau…vamo a dormir». Vale la pena acotar que en ese año
(1933) se batieron en Buenos Aires todos los records de suicidios:
625, más otros 325 intentados pero fallidos. Discépolo alguna vez
también planeó suicidarse. Lo acordó con una mina que era su
compañera de ocasión. La cita fue a orillas del Riachuelo. Llovía y
la chica llegó toda envuelta en un impermeable y protegida por
un enorme paraguas: Enrique entonces le dijo: «Largá, volvéte a
tu casa, te faltaba venir en un submarino, pero qué vas a tener vos
las agallas para suicidarte».
DISCEPOLO Y UNO (1943)
-Pero un frío cruel que es peor que el odio,

punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor,
maldijo para siempre y me robó
toda ilusión…
Con música de Mariano Mores, fue uno de sus mayores sucesos.

Se trata casi de una autocondena por haber buscado «lleno de
esperanzas el camino que lo sueños prometieron a sus ansias». O
sea por haber alimentado la ilusión de un mundo mejor y haber

creído que alcanzarlo era factible. Según su propia confesión,
Discépolo vivió en 1943 un período signado por la depresión. Así
explicó en un programa de LR3 Radio Belgrano la gestación de
«Uno»: «Muchos amigos me dijeron que esa amargura que de él
emergía era tremenda y desoladora, tal vez tengan razón, pero yo
estuve muchas veces «solo en mi dolor y ciego en mi penar»… Y
aquello de «punto muerto de las almas, tumba horrenda de mi
amor» no es una pura invención literaria…».
DISCEPOLO Y TORMENTA (1939)
–Aullando entre relámpagos,

perdido en la tormenta
de mi noche interminable
¡Dios! busco tu nombre.
No quiero que tu rayo
me enceguezca entre el horror,
porque preciso luz
para seguir…
«Siempre he conversado con Dios, de quien aprendí a sentir,

como si fuese un dolor mío, el hambre de los otros, la injusticia de
los postergados, la tragedia de vivir en un mundo que lo tiene
todo para que los más no tengan nada». En efecto, Dios está
presente, una y otra vez, en sus temas. Sobre todo en sus
momentos de desesperación:
«¿Quién sos que no puedo salvarme/muñeca maldita, castigo de
Dios?», brama en
«Secreto».O «¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?/¿Dónde
estaba el sol que no te vio?», implora en «Canción Desesperada».
Dios, siempre Dios, como la necesaria y única redención posible
para todos los hombres. No solo para él mismo.
DISCEPOLO Y CAFETIN DE BUENOS AIRES (1948)
-Sobre tus mesas que nunca preguntan

lloré una tarde el primer desengaño,
nací a las penas,
bebí mis años
y me entregué sin luchar…
Es el último tango que compuso, también con música de Mariano

Mores. En su estrofa final («Y me entregué sin luchar») se
visualizan toda su ilevantable desesperanza, su visión pesimista
de la vida, aunque el arribo del peronismo había hecho irrumpir
un rayo de luz en su resignación. El tango es una evocación al
café Oberdam, del barrio de Once (Balvanera), sitio de iniciación
al que era llevado por su hermano mayor Armando. Su versión
más representativa es la de Aníbal Troilo, que lo grabó con la voz
de Edmundo Rivero el 8 de julio de 1948. Algunos atrevidos han
atribuído al actor mexicano Arturo de Córdova la coautoría de

este tango. Discépolo lo había conocido en su país cuando le
propusieron escribir un tema para una película que se estaba por
filmar con la participación de Libertad Lamarque. De Córdova
aportó a la letra apenas cinco palabras: «La ñata contra el vidrio».
Una imagen soñadora que se hizo popular, es cierto. Pero de ahí a
peraltarlo como «coautor»… hay kilómetros de distancia.
Bruno Passarelli
En Italia no Olvidan a
Ayrton Senna
(Un Homenaje al Formidable Piloto

Brasileño)
El próximo 1 de Mayo se cumplirán 22 años de la trágica muerte

en el circuito de Imola del inolvidable Ayrton Senna. En Italia, el
piloto brasileño ha dejado un recuerdo imborrable que se ha
traducido en los homenajes más sentidos y apasionados. Quiero
aquí hablar de uno de ellos, porque me toca de cerca, ya que su
autor es un convecino mío, residente en Cerveteri, el pueblito a

pocos kilómetros de Roma famoso en todo el mundo. En efecto,
aquí los etruscos, el pueblo que precedió a los romanos, instaló
hace casi 2.500 años su primer poblamiento, del que hoy todavía
queda, casi intacta, la necrópolis más antigua de Europa, la
Banditaccia, que ha sido consagrada por la UNESCO «patrimonio
de la Humanidad». En sus adyacencias, prados floridos,
bosquecillos milenarios y algún riacho, como el que corre
plácidamente a espaldas de mi casa. En suma, un vergel con el
mar a seis kilómetros.
Pero hay también apasionados de los fierros. Como Gianluca
Giacobbe, propietario y jefe técnico de un taller mecánico de
suceso, driver a tiempo perdido y, por sobre todas las cosas, un
ferviente admirador de Senna. Es a él que se le ocurrió una idea
que, convertida en realidad, está resultando un éxito que ya ha
desbordado las fronteras italianas. Se trata de haber transformado
la carrocería de un pequeño Smart, un microcoche coupé alemán
de dos plazas que fabrica Mercedes Benz, con motor transversal
trasero de 45, 54 y 71 HP, y y que en Italia tiene un gran suceso,
en una réplica del famoso McLaren de Fórmula 1 que le dio a
Senna su doble título mundial, en los años 1989 y 1991.
Giacobbe y su creación en un hangar con aviones militares

supersónicos a sus espaldas
Cuenta Giacobbe: «En Italia es frecuente ver circular automóviles

de calle con livreas que imitan las de los coches de carrera, a mí se
me ocurrió que hacerlo copiando al que fuera el auto ganador de
Senna podía ser la mejor manera de gritar a los cuatro vientos mi
veneración hacia él. Empecé a estudiar todos los detalles de la
gráfica del McLaren para reproducirlos en un Smart fuera de
circulación comprado a un amigo, incluídos el interior de la
cabina, los materiales del volante, la palanca de la caja de
velocidades en acero, hasta los adhesivos. Fue un «restyling»
completo del autito, renacido como una réplica casi exacta del
monoposto de Senna. Y con él me presenté en el homenaje que se
hizo en el año 2014 en Imola, al cumplirse 20 años de la muerte
del brasileño.
El auto de Giacobbe entra, a remolque, en el autódromo de Imola

para su primera presentación
Había casi 20.000 personas en las adyacencias de la trágica curva

del Tamburello. Y entre ellas, como entre los periodistas de
medios escritos y televisivos presentes, empezó a circular la
pregunta sobre quién era el dueño de aquel autito idéntico en
todos sus detalles al legendario McLaren. Siguió algo parecido a
un verdadero asedio. «En aquella circunstancia, en razón de las
entrevistas y las explicaciones que debí dar, comprendí que había
hecho algo importante», recuerda Giacobbe.
Era solo el inicio de una jornada inolvidable para el técnico
italiano: «Existía la oportunidad, pagando un ticket de 10 euros,
de dar en los automóviles particulares algunas vueltas al circuito
detrás de una safety-car, a baja velocidad. Me puse el casco
integral que es igual al de Ayrton y que conservo como una
reliquia, aquél amarillo con la publicidad del Banco Nacional, y
calcé los guantes rojos fileteados de amarillo, después de lo cuál
salí a la pista. La gente se había trasladado a la tribuna central y,
cada vez que pasaba, de manera creciente, me aplaudía. Y cuando
entré en la pit-line, con el corazón que me batía
desenfrenadamente, estalló una ovación general. Bajé del autito y
el primero que me vino a hablar fue Marcelo, un periodista
brasileño que por el logo me di cuenta que era del canal Globo TV
y que me hizo una entrevista. Después hablé con un enviado del
semanario italiano «Autosprint» y así sucesivamente. Lo
reconozco, fue el día más emocionante de mi vida».
Giacobbe con el Smart que gira en el Autódromo de Imola
Ahora, a Giacobbe, se le ha abierto un inesperado panorama de

trascendencia. Ya estuvo con el Smart albirrojo en el encuentro
mundial organizado por la marca alemana en Cascais (Portugal),
no lejos del circuito del Estoril, donde Senna ganó su primera
carrera en Fórmula 1. Y apareció en otro «raduno» efectuado en
Vallelunga, cerca de Roma. Se multiplican las invitaciones, que
está alentando Facebook, ya que el coloso brasileño Webmotors, a
través de Instagram, editó un reportaje que mereció millares de
visitas. Coincluye Giacobbe: «Yo no tengo por ahora una idea de
adónde todo esto me llevará, pero si es cierto que también los
automóviles tienen un alma, entonces puedo decir que mi Smart
está en las manos de ese fenómeno sin igual que fuera Senna,
¡muito obrigado, Ayrton!
Giacobbe girando en la pista de Vallelunga
La originalísima creación de Giacobbe ha sido también tapa en el

semanario italiano «L’Ortica», en una cabal demostración de la
repercusión que la iniciativa ha tenido. Aquí la reproducimos
Bruno Passarelli
Malena Canta el Tango

como Ninguna

COMENTARIO
(Nelly Omar Habría Sido la Musa

Inspiradora de Homero Manzi)
«Malena» es sin duda, junto con «Sur», una de las dos máximas
creaciones de aquel binomio triunfal que formaron Homero
Manzi como poeta y Aníbal Troilo como intérprete. Pero hoy, a
pesar del paso de los años (el tema fue grabado por Pichuco con
la voz de Francisco Fiorentino el 8 de enero de 1942 para el sello
RCA Víctor), sigue envuelta en un halo de misterio la identidad
de aquella Malena, que fue la musa inspiradora del gran bardo
tanguero.
Mucho se ha dicho y escrito sobre el tema, dejando abierto todo
tipo de interrogantes,
pero la semblanza más creíble apunta a una cancionista, María
Elena Tortolero, nativa de la provincia de Santa Fe, que había
cantado con el sexteto de Elvino Vardaro y Osvaldo Pugliese,
pero sin tener mayor trascendencia. Por eso dejó el país y se fue a
trabajar a Brasil, donde adoptó el seudónimo de Malena Toledo, y
sucesivamente a Cuba, país en el que conoció al cantor de boleros
Jenaro Salinas, con quien se casó. Con su marido volvió a Buenos
Aires, donde murió en 1960.
Homero Manzi
Se cuenta que en 1941 Manzi regresaba de México en un barco

que hizo escala en Porto Alegre. Y una noche, de ésas en que la
melancolía hace que ladren «los fantasmas de la canción», se topó
con Malena Toledo cantando en un cafetín del puerto. Quedó
fascinado con su voz y su belleza. Quizás creyó ver en ella la
musa trágica que suele aletear en los tangos. Casi hipnotizado,
volvió al barco y en su cabina escribió la letra, que entregó a su
compañero de viaje, el pianista Lucio Demare. Pero éste la olvidó
en el bolsillo de un saco que casi nunca usaba. Descubrió el papel
tiempo después, ya en Buenos Aires, mientras manejaba su
automóvil por Palermo. Quedó al mismo tiempo deslumbrado y
entusiasmado por la sugestión que emanaban aquellos versos. Y
sobre la mesa de una confitería porteña, llamada «El Guindado»,
compuso en apenas 15 minutos la melodía, que estrenó esa misma
noche en la boite Novelty, donde actuaba con su orquesta típica.
Tras la grabación de Pichuco se sucedieron la del mismo Lucio
Demare con la voz de Juan Carlos Miranda, la de Azucena
Maizani y la de otros intérpretes. El tema tuvo un éxito tan
grande que figuró en la película «El Viejo Hucha», dirigida en
1942 por Lucas Demare, hermano menor de Lucio, con actores del
nivel de Enrique Muiño, Francisco Petrone y Roberto Airaldi.
¿Aclarado el misterio? Ni por asomo. Porque Manzi, hasta
aquella noche en el puerto «gaúcho», no conocía a Malena Toledo.
Ni la trató después ni supo que ésta había incorporado el tango a
su repertorio, sin tener la más mínima idea de la versión que le

atribuía a Manzi haberse inspirado en ella para redactar la letra.
Su impresión fue tan grande que lo dejó de cantar para siempre.
En tanto, habían ganado espacio otras conjeturas, que no tienen
respaldo probatorio. Una es que la verdadera musa idealizadora
habría sido Azucena Maizani. Otra, sostenida por Acho Manzi, el
hijo del poeta, apunta a Mercedes Simone.
Nelly Omar en toda su belleza juvenil
La verdad parece estar en otra parte y se basa en las revelaciones

de Nelly Omar, la atrayente y exitosa cantante duramente
perseguida después del golpe militar de 1955. Fue ella la que
divulgó, más de medio siglo después, el supuesto secreto de la
historia. Manzi la conoció en 1937 en Radio Belgrano, donde
Nelly interpretaba textos del poeta, escritos para el programa
Pájaros Ausentes. Quedó enseguida atrapado por su belleza y su
personalidad. Y es altamente probable que en aquella noche de
tango y melancolía en el cafetín de Porto Alegre haya entrevisto
en Malena Toledo al amor lejano, el amor imposible, la única
pasión arrasadora de su vida, que era ella. Nelly Omar tenía un
carácter fuerte, tanto que alguien, con una indiscutible falta de
buen gusto, la rebautizó «la Gardel con polleras». El poeta intentó
frecuentarla pero Nelly se mostró huidiza, poco interesada.
Ambos estaban casados y, en aquella época, el lazo nupcial era
una cosa seria. Homero lo estaba desde 1931 con Casilda Iñiguez
Vildósola, de cuya unión nacería dos años después Acho. Y Nelly
también pero, como ella misma lo admitió alguna vez, su unión
matrimonial fue efímera: «Un verdadero fracaso, apenas
convivimos un año».
Según la cantante, el asedio de Homero se volvió cada vez más
insistente, pero sin grandes resultados: «Era una cosa suya, no
mía, a mí me caía simpático porque era un tipo talentoso, con el
que valía la pena tener una charla, pero de ahí a que lo amase
había cierta distancia, él sí, se había enamorado locamente, yo no
lograba hacerlo desistir, por más que que a veces lo criticaba con
ironía, me mandaba regalos, una vez me hizo llegar alhajas y
joyas adentro de una pequeña valija». Ahí Nelly estalló: «Pero
¿vos te creés que me vas a comprar de esta manera? Andá,
llevátelo todo y entregáselo a tu mujer».
La indecisión de Manzi de romper su vínculo matrimonial habría
agudizado las dudas de Nelly. Y cuando en 1944, después de mil
vacilaciones, Homero tomó la difícil decisión de irse a vivir con la
cantante -siempre según la narración de ésta- un episodio volvió
todo a fojas cero. La esposa del poeta ingirió un frasco de
bromuro, en un claro intento de suicidio, y estuvo cerca de morir,
por lo que Homero, premuroso, volvió a su lado, provocando en
Nelly una nueva explosión de ira: «¿Pero qué soy yo, una bolita?».
Así y todo, la relación sentimental no se rompió pero siguió entre
cientos de idas y venidas, más a través de contactos telefónicos
que de encuentros personales. Y cuando le diagnosticaron que
estaba enfermo de cáncer y condenado a morirse, Manzi le
imploró que fuese a verlo. Y Nelly, solícita, lo frecuentó en sus
últimos meses en el hospital, hasta su fallecimiento en mayo de
1951.
Nelly Omar, por su parte, lo sobrevivió más de medio siglo.
Murió el 20 de diciembre de 2013, cuando tenía 102 años de edad.
En su evocación, el diario «Página 12» transcribió conceptos de la
cantante: «En los años en que Homero y yo estuvimos juntos
tuvimos muchos desencuentros, para qué negarlo, pero cada vez
que nos separábamos sufríamos mucho, era la prueba del lazo
que nos unía, Homero me escribía tangos, que era su manera de
decirme que me extrañaba, que no podía estar sin pensar en mí».
Y citó Ninguna, Fuimos, Después, Torrente (con ese trazo genial
que dice «Nuestro egoísmo nos lanzó al abismo/ y nos vimos de
repente en el torrente/ más atroz») y Solamente Ella, cuya poesía
es de una belleza vertiginosa:
-Ella vino una tarde y era triste,
fantasma de silencio y de canción,
llegaba desde un mundo que no existe,
vacío de esperanza el corazón.
-Era nube sin rumbo ni destino,
tenía la ternura del adiós.
Mi paso la siguió por cien caminos
y un día mi fatiga la alcanzó.
Lo que pocos saben es que uno de los pasajes más recordados de
la letra de «Sur», ése que habla de «mi amor en tu ventana»,
tendría que ver con el atormentado romance del poeta con Nelly
Omar. La cantante vivía en una planta baja y Manzi le anunciaba
su arribo clandestino golpeándole la ventana en lugar de tocar el
timbre.
Nelly Omar en su ultimo recital en el Luna Park cuando festejó

sus 100 años de edad
Cuando cumplió 100 años, el 20 de diciembre de 2011, Nelly

Omar ofreció un recital que sería el último de su vida en un Luna
Park repleto, que la ovacionó tras cada interpretación. Debió bisar
su gran suceso, la milonga «La Descamisada», dedicada a Eva
Perón. Por esta interpretación y por su abierta profesión de fe
peronista, el golpe de Estado que se llamó «Revolución
Libertadora», como hizo con muchos artistas, le prohibió cantar
por radio y televisión, en una censura que duró 18 años durante
los cuáles debió, para conseguir trabajo, radicarse sucesivamente
en Uruguay y en Venezuela. Aquella noche dijo sin rodeos de
palabras: «Cuando me aplauden a mí hagan de cuenta que están
aplaudiendo a esas dos bellísimas personas que fueron el General
Perón y Evita».
Bruno Passarelli
Di Stéfano, el Primer
Jugador «Total»

COMENTARIO
(Fue más que Pelé, Cruyff, Maradona y

Messi)
Si «Saeta» en la lengua española quiere decir flecha, el que le puso

ese mote, agregándole «Rubia» por el pelo que ya empezaba a
raleársele, se equivocó feo. Porque Alfredo Di Stéfano,
futbolísticamente hablando, fue más, pero muchísimo más que un
dardo que se dispara con un arco para hacer, con velocidad
fulminante, centro en el blanco rival. Que, en su caso, eran las
redes adversarias.
Porque Alfredo fue un verdadero compendio de lo que debe ser el
fútbol, ya que no solo jugaba como un ariete metido en el área
contraria sino que en la cancha hacía todo. Algo que no han hecho
ni Pelé ni Cruyff ni Maradona y que tampoco hace Lionel Messi.
Alfredo defendía, se tiraba atrás, quitaba pelotas, las sacaba
jugando junto a sus defensores, cruzaba como un rayo la media
cancha desde donde dirigía la estrategia de su equipo, se
enganchaba con los que traían la pelota, abría juego a las puntas o
buscaba la pared en velocidad. Y además, por si todo esto era
poco, anotaba goles a montones.
En suma, fue el primer jugador «total», algo que -según Adolfo
Pedernera- aprendió en Colombia, en el Millonarios que entre
1948 y 1949 se lo llevó, junto con la flor y nata de los jugadores
argentinos. Y lo confirmó el mismo Di Stéfano en una frase que
aún hoy es válida para acercarse a los misterios más recónditos
del fútbol: «Mi quintita tenía 105 metros por 70». O sea toda la
cancha. Tanto armaba el funcionamiento defensivo de su equipo
como su lanzamiento al ataque. Y tanto evitaba un gol en su arco
como, de contragolpe, lo convertía en el de enfrente. En suma, fue
el primer y nunca superado jugador «total».
Di Stefano cuando jugaba en River Plate
Para varias generaciones de europeos, y sobre todo para quienes,

como yo, peinan canas y son abuelos, no hay comparaciones
posibles. Como no lo había para ese gran periodista que fuera mi
amigo Natalio Gorin, que en su libro «Fútbol, Memorias de Medio
Siglo», afirma sin tapujos: «Alfredo está arriba de Pelé, Cruyff y
Maradona»
(Nata falleció en 2006, antes de la explosión de Messi, pero lo
conocí muy bien y estoy seguro que no habría cambiado idea). Es
que, aún admitiendo y admirando la suprema habilidad del
cuarteto mencionado, «son más importantes los atributos de
despliegue, efectividad e inteligencia que Di Stéfano expresaba en
las canchas». Con una virtud que lo convirtió en un único y
adelantado precursor: el primero, pese a su clase excelsa y a sus
atributos reconocidos de conductor, que se subordinó a la
importancia decisiva que en el fútbol, por encima de las
individualidades, tiene el equipo, el conjunto. En esto fue un
revolucionario.
Memorable su frase: «Ningún jugador es tan bueno como todos
juntos».
BREVE HISTORIA DE UN GENIO
Aprendió lo mejor de la técnica y de la belleza que puede tener el

fútbol viendo en la década del 40, desde las inferiores de River
Plate, las magias deslumbrantes de la «Máquina» que formaban
Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Y en el
Sudamericano de 1947 jugado en Guayaquil, cuando René
Pontoni por una lesión debió marcar ausencia, llegó su
consagración. Había viajado como reserva del fenómeno
azulgrana. Para Alfredo fue presentación y despedida con la

casaca celeste y blanca, que «El Alemán», como ya lo había
rebautizado Juvenal, no volvería a vestir nunca más.
El ataque espectacular de Argentina en el Sudamericno de

Guayaquil (1947): Boyé, Méndez, Di Stéfano, Moreno y Loustau
Di Stéfano quedó marcado a fuego como uno de los cabecillas del

famoso éxodo de jugadores que en el bienio 1948-49 buscaron no
solo gloria sino mejores contratos en Millonarios. Y cuando
Colombia en 1950 normalizó sus relaciones con la FIFA, para la
que hasta entonces era un «país futbolero fuera de la ley», casi
todos los argentinos volvieron a sus clubes de origen. Menos Di
Stéfano, que tras una intrincada y larga negociación terminó
siendo jugador del Real Madrid. Había sido decisivo Santiago
Bernabeu. Después de ver una filmación de Alfredo jugando para
Millonarios había ordenado: «Tráiganme lo antes posible a ese
chaval, con él Real no parará nunca de ganar torneos».
Un equipo de Millonarios con mayoría de argentinos. Parados:

Reyes, Di Stéfano, Pedernera, Báez y Mourín. Hincados: Cozzi y
Pippo Rossi
Y así fue nomás. En el club «merengue» fue conductor, goleador y

bandera, logrando 8 títulos de la Liga Española, la Copa del
Generalísimo (hoy del Rey), y nada menos que ¡cinco ediciones
CONSECUTIVAS de la Liga de Campeones de Europa!!!! A ellas
agregó la primera versión de la Copa Intercontinental,
(1964) contra Peñarol. Di Stéfano condujo en Madrid otra
«Máquina» parecida a la riverplatense, con Kopa, Rial (después
Del Sol), Puskas y Gento.
Di Stéfano con las cinco Copas de Campeones que el Real Madrid

ganó sucesivamente
Su palmarés personal mete miedo: entre 1953 y 1964 jugó con el

Real 684 partidos y metió 454 goles y con la selección de España
otros 31, siendo marcador 23 veces. Y, por si fuera poco, ganó dos
veces el Balón de Oro. El periodista Pepe Peña, testigo de algunos
momentos culminantes de una campaña que lo llevó a ser
considerado el mejor jugador de Europa, trazó la síntesis perfecta:
«Di Stéfano no suda las canchas, las riega con su sangre». Se
retiró en 1966, a los 40 años de edad, cuando jugaba para
Deportivo Espanyol, culpa un permanente dolor en el nervio
ciático que combatía con el único antídoto de su admirable amor
propio.
Hizo también una importante carrera como director técnico. No
se acercó a los esplendores del jugador, pero fue autor de un
doblete único e histórico: condujo a la consagración tanto a Boca
Juniors (en 1969, con aquel equipo al que aportaban su alta clase
Angel Clemente Rojas y Norberto Madurga) como a su
archienemigo River Plate (en 1981, tras habérsela jugado,
colgando nada menos que a Norberto Alonso).
UN ANECDOTARIO IMPERDIBLE
A Di Stéfano tuve ocasión de tratarlo en profundidad dos veces.

La primera durante una visita que hizo a Nápoles, convocado por
un Diego Maradona en la cumbre de su epopeya italiana. Primero
esperé con él en el Aeropuerto Leonardo da Vinci más de dos
horas el arribo del «enviado» de Diego, el inefable Josecito
Alberti. Y, disimulando su fastidio, ocupó el tiempo hilvanando
recuerdos. Después del programa que el Diez tenía por un canal
televisivo, ambos -con algunos invitados- se juntaron en una cena
cuyos entretelones, con anécdotas a montones, pude contar como
primicia absoluta desde las páginas de El Gráfico.
Di Stéfano con el autor en Milán
La segunda fue en 1992 en Milán, en ocasión de un homenaje a

Pelé al que había sido invitado especialmente. Allí, durante una
charla tomando un café en el bar del hotel Príncipe di Savoia, no
ocultó su disgusto por el tema de la droga que poco antes había
derribado a Maradona: «Qué lástima, ¿es posible que al Chaval
(NDR: así lo llamaba a Maradona) nadie le dijo nunca que a la
cocaína no se la puede gambetear con la misma facilidad que a
una fila de ingleses?»
—–
– Cuando Alfredo dirigió a River en 1981 dejó una marca de su
personalidad: le sacó la titularidad al Beto Alonso, convencido de
que no tenía respuestas físicas y anímicas para las dos finales con
Ferrocarril Oeste que definían el título. Pero la tribuna no se lo
perdonó y, pese al título ganado, lo cubrió de silbidos. En los
vestuarios, en plena euforia, se le acercó Daniel Passarella, cuya
aversión hacia Alonso era enorme: «Qué culo tiene usted, primer
torneo en River y ya dio una vuelta olímpica». A lo que Di
Stéfano, molesto, le contestó: «¡Nada de culo!… ¡Cojones!»
—–
– Jugaba en la Tercera División de River que acababa de
propinarle una soberana goleada (9-0) a Huracán. Había sido el
centrodelantero del ganador pero no había marcado gol alguno.
En los vestuarios lo felicitó Carlos Peucelle, que era el entrenador:
«Muy bien, Alfredo, hoy jugaste un partidazo, no anotaste goles
pero fuiste el conductor del equipo». Diría después Di Stéfano:
«Fue el peor elogio que recibí en mi vida». Fue siempre coherente
con su máxima: «Para mí un partido sin hacer goles era como un
domingo sin sol».
—–
– Aunque nadie lo recuerde, es suyo el récord mundial del gol

señalado con mayor rapidez al inicio de un tiempo. Fue en 1948,
cuando River Plate lo llamó para el partido de vuelta por la Copa
Libertadores contra The Strongest, campeón boliviano, en un
momentáneo archivo del conflicto personal que al fin derivó con
su emigración a Colombia. Fue al banco de suplentes, porque su
avión desde Buenos Aires llegó a Santiago de Chile casi sobre la
hora de la pitada inicial. En el entretiempo, cuando se aprestaba a
entrar, lo llamó José Manuel Moreno, el «trompa» indiscutido del
equipo: «¿Te animás a picar como un loco en cuanto movés y me
das la pelota? Yo te la mando por arriba, vos te colás entre los
defensores y los agarrás de sorpresa». Claro que Alfredo se
animó: puso acelerador a fondo, miró hacia atrás, la empalmó en
el aire y la anidó en la red, que defendía el arquero argentino
Araya. Habían pasado apenas… ¡8 segundos!!!!
—–
– Di Stéfano dejó Real Madrid, tras 10 años de excepcionales
triunfos, por un personal entredicho con Santiago Bernabeu,
quien pretendía que cuando un jugador dejaba el club
«merengue», y sobre todo si era un astro de primer nivel, no
siguiese su carrera en otro. Contó: «En 1964 habíamos perdido en
Viena con Inter, por la que entonces era la Copa de Campeones de
Europa, y yo dije una frase que no le gustó a don Santiago, quien
no quería darme otro año de contrato, alegando que, a 38 años,
era ya viejo». En efecto, fue dejado libre y firmó para Deportivo
Espanyol, el segundo club catalán después del Barcelona, para el
que jugó hasta 1966. Di Stéfano me dijo riendo: «Lo jodí bien
jodido a Bernabeu, porque en el Español, dirigido por gente de
plata, gané más pesetas de las que nunca había ganado en el
Madrid»…
—–
– Para la selección de Argentina jugó solo 6 partidos en los que
convirtió 5 goles. Me comentó en aquella tarde de invierno en
Milán: «Me han reprochado haber sido jugador estable de España,
de las famosas «Furias Rojas», yo habría contestado que sí a una
convocatoria de la AFA, pero ésta nunca me llegó». Y arriesgó
una explicación a lo sucedido: «Claro, eran otros tiempos, para
hablar por teléfono había que pedir el llamado con 48 horas de
anticipación, un telegrama internacional demoraba tres días,
además a fines de los años 40 Argentina se borró de la
competencia internacional». Para peor, en su opinión, en la AFA
lo consideraban con Pedernera y «Pipo» Rossi el cabecilla de
aquel éxodo que llevó a tantos fenómenos argentinos a
Millonarios. Remató Alfredo: «Cuando en 1953 me llamó don
Pedro Escartin, aprovechando que tenía la ciudadanía española, le
contesté enseguida que sí, ¿qué iba a estar esperando, la
carroza?».
———-
Alfredo Di Stéfano murió de infarto el 7 de julio de 2014, dos días

después de haber cumplido 88 años, cuando estaba dando un
paseo por las adyacencias del Estadio Bernabeu. Los números
marcan a fuego lo que representó para el fútbol mundial, no sólo
como goleador sino como el primer jugador «total» visto en los
campos de juego. En efecto, disputó 1.127 partidos con un
protagonismo absoluto: fue autor de 818 redes.
Para muchos, en especial europeos, sean o no españoles, fue el
mejor de todos los tiempos. Y como argentino es muy difícil
oponerse. Por más que uno haya tenido de su parte a dos
fenómenos como Maradona y Messi.
Bruno Passarelli
Mariano Mores Creó el

Tango Espectáculo

COMENTARIO
(Fue su Máximo Exponente))
Con su partida, Mariano Mores privó al tango, con toda

seguridad, de su último e indiscutido exitoso. Era dueño de un
talento excepcional pero, por la forma expresiva que eligió para
difundirlo, hizo que los amantes del tango lo recordarán más por
su gigantesco talento de compositor que por su estilo para
interpretarlo, rayano con el vedetismo y la aparatosidad.
El suyo era un público especial. Buscaba más deslumbrarse con el
espectáculo que Mores desplegaba desde el escenario, ya sea de
un teatro o desde un canal de televisión, que emocionarse con las
letras que los mejores poetas le pusieron a sus tangos o dejarse
cautivar con la indiscutible y cautivante belleza de sus creaciones
instrumentales. Como escribieran Ricardo García Blaya y Néstor
Pinsón, «a Mores no se lo puede escuchar con unción, con Mores
no se puede bailar, poco importa quienes son sus cantores, la de
Mores es una orquesta para el show, para el espectáculo». Una
definición que hoy adquiere renovada actualidad.
Mariano Mores en pleno show tanguero
Y era él mismo su principal actor. Monopolizaba todas las

miradas cuando actuaba al frente de su orquesta, que para ser
coherente con la concepción que su director tenía del tango debía
ser siempre numerosa y estridente, bajo el infaltable y
deslumbrante juego de luces y el aporte de bailarines acrobáticos.
Con sus dos manos moviéndose como armoniosos martillos sobre
el teclado. O con una sola, mientras con la otra dirigía a sus
músicos. Algo que también a veces hacía alejándose del piano,
como un consumado histrión. Era todo un despliegue visual que
solía disimular una verdad incontrastable: Mores era un gran
pianista, capaz de aferrar y musicalizar los más recónditos
secretos del instrumento.
Pero lo que nadie puede negarle es su enorme talento como
compositor. Y es esta virtud, sobre todo, que lo convirtió en una
parte esencial de la historia del tango. A partir de «Cuartito
Azul», su éxito inaugural sobre versos de Luis Rubistein. Más
tarde, le puso música a tres de las creaciones más notables de
Enrique Santos Discépolo, que son «Uno», «Cafetín de Buenos
Aires» y «Sin Palabras». Al punto que el poeta le confesó: «Pibe,
después de haberme traído estas maravillas, yo no me animo a
escribir más música». Y también le pertenecen las notas de «Una
lágrima tuya», un tango malambeado que fue una de las últimas
páginas que garabateó Homero Manzi antes de morirse.
Pero, tal vez, el título cuyo eco más resuena cuando se evoca a
Mores es «Gricel» que , sobre letra de José María Contursi, cuenta
la historia de su amor desesperado (estaba casado y tenía una
hija) por Susana Gricel Viganó, casi una adolescente amiga de la
cantante Nelly Omar. Catunga -así lo llamaban- enfermó
gravemente de los pulmones y le fue prescripto reposo en
Córdoba, donde lo alcanzó Gricel, desencadenándose allí (tenía
28 años) una pasión tan ardiente como imposible, que finalmente
se esterilizó. Ambos continuaron sus vidas pero ninguno de los
dos sería ya el mismo. Y en todos los tangos de Contursi emerge
su tristeza por aquel frustrado desenlace. Son claras expresiones
«En esta tarde gris», «Cada vez que me recuerdes», «Cristal» y
«Tu Piel de Jazmín», todas ellas con música de Mores.
Otro gran poeta que le llevó sus versos fue Enrique Cadícamo y
de esa conjunción nacieron «A quién le puede importar» y
«Copas, amigas y besos». A su vez, Mores fue coautor, sobre

palabras de Ivo Pelay, de «Adiós pampa mía», un verdadero
suceso popular de los años 40. Pero su apoteosis creativa fue en
sus milongas únicamente instrumentales, como «El Firulete» y
«Tanguera», y en «Taquito Militar», con letra de Dante Gilardoni,
que fue su éxito más terminante. Una trilogía que revela no sólo
sus
exuberantes dotes melódicas sino, además, una vehemencia y un
desenfado que son su clave artística descifratoria.
Pero a pesar de su estilo interpretativo, que a veces rayaba en el
desenfado revisteril, fue siempre leal al género. Es una virtud que
nadie puede discutirle. El funesto golpe militar de septiembre de
1955 fustró una iniciativa suya y de Cátulo Castillo que había
entusiasmado al presidente Juan Perón. Era la idea de una gira
por Europa de la Orquesta Sinfónica Nacional del Teatro
Cervantes, que tocaría tanto música clásica como música popular.
Tangos, para entendernos. El que la dirigiría en esta segunda
versión sería Mores. Evocando aquel desengaño declaró en mayo
de 1993 a la revista «La Maga»: «No eran buenos tiempos
aquéllos, y éstos de hoy tampoco lo son, de todos modos si no hay
plata para un sandwich te escuchás un tango y te olvidás de
comer».
Bruno Passarelli
¿Una Fórmula 1 sin Riesgos?
(Quieren Transformar a los Pilotos en

Astronautas Invulnerables)
El Mundial 2016 de Fórmula 1 que acaba de comenzar será el

último en que sus actuales pilotos, transformados en choferes
superpagados y en pasajeros de monopostos ya de por sí
ultraseguros, correrán algún riesgo para su integridad física
manejando a 300
kilómetros por hora. La Federación Internacional del Automóvil
(FIA) ha decidido implantar para el año próximo un sistema
protectivo ubicado delante del habitáculo destinado a
salvaguardarlos del único punto donde en pista son todavía
vulnerables, o sea la cabeza.
El casco de un piloto, después de la incorporación a los mismos
del HANS, un sistema que les protege no sólo la cabeza sino
también el cuello, sobre todo de las fracturas de la base craneal, es
hoy como un misil con cabeza nuclear, o sea un concentrado de
tecnología que se espera no deba servir jamás, ya que en caso de
choque sobre él de una masa contundente puede no bastar para

preservar la vida del receptor del impacto. Pesan apenas entre
1.300 y 1.400 gramos y están realizados enteramente en fibra de
carbonio, por lo que son virtualmente indestructibles. Pero son
incapaces de absorber, disipándola, la energía de un cuerpo
colisionante a causa de su escasa elasticidad.
Fue el caso del británico Henry Surtees, que en una prueba de
Fórmula 2 corrida en 2009 en Brands Hatch murió por el golpe
letal en el casco de una rueda desprendida del Williams que
manejaba su amigo Jack Clarke. Y de su compatriota Justin
Wilson, que perdió la vida en Pocono, en la carrera Indycar de
2015, cuando le cayó encima la trompa desprendida del auto que
conducía el norteamericano Sage Karam. Tampoco el casco fue
capaz de impedir las lesiones mortales que sufrió en la cabeza en
Suzuka 2014 el francés Jules Bianchi, cuando el habitáculo de su
Marussia fue prácticamente «serruchado» al incrustarse su auto
debajo de una grúa que había ingresado al circuito para auxiliar a
otro concurrente.
Además, está el problema de la visera, que emergió
dramáticamente en Hungría 2009, cuando un resorte desprendido
del auto de Rubens Barrichello le destrozó la suya al casco de
Felipe Massa, causándole graves lesiones en su ojo izquierdo, en
un episodio en el que tuvo una inmensa buena suerte, pues el
objeto impactó con una fuerza que los ingenieros calcularon en
1.500 kilogramos. Este problema se había manifestado por
primera vez en 1972, en Clermont-Ferrand, bajo la forma de una
piedra que le hizo perder un ojo a Helmut Marko. Y sigue siendo
una hipótesis que algunos manejan para explicar la muerte de
Ayrton Senna, aduciendo que un brazo de la suspensión anterior
del Williams se incrustó entre la visera y el casco.
Felipe Massa tras su terrible accidente en Hungría 2009
Hoy está definitivamente acreditado que ningún piloto puede

sufrir heridas graves en otra parte de su cuerpo que no sea la
cabeza, como lo han demostrado los terribles pero inocuos
accidentes de Robert Kubica en Canadá 2007 (sus pies salieron
indemnes de la desintegración de la trompa de su Sauber contra
el guard-rail) y de Fernando Alonso en Australia 2016, cuyas

fotografías acompañan la presente Nota. Ante esta realidad, la
FIA entró en acción contra el único riesgo a la seguridad aún
vigente, pidiendo a los distintos equipos el diseño de una
protección o escudo tutelar a instalarse el año próximo delante
del habitáculo. Será ella la que decidirá elegir entre los modelos
propuestos aquél que, obligatoriamente, deberán incorporar a sus
monopostos las escuderías participantes.
Las indicaciones dadas descartan por anticipado el recurso a una
cabina transparente que cubriría enteramente el cock-pit, pues en
caso de accidente complicaría de manera notable la extracción del
piloto. Lo mismo sucede con las ideas iniciales de Bernie
Ecclestone, que había hipotizado la adopción de una reja o de una
visera antiproyectiles. A fines del año pasado se vio la propuesta
de Mercedes.
La propuesta pergeñada por Mercedes con protecciones laterales

de vidrio irrompible
Se espera la de Red Bull, que sería una bóveda al estilo Batmovil,

dotada de soportes laterales. Y en Barcelona, en los últimos test
invernales, Ferrari presentó la suya, llamada «Halo», que en
inglés quiere decir «aureola». Es una especie de barra recurva,
siempre de fibra de carbonio, en forma de semicírculo ubicada
delante y arriba del habitáculo, sin suuentorpecer la visual del
piloto. Sebastian Vettel y Kimi Raikkonen la aprobaron, mientras
Lewis Hamilton la definió «un asco» y Nico Hulkenberg (Force
India) «una tomada de pelo».
La estructura Halo presentada por Ferrari en Barcelona
A este punto el debate está instalado. Y apunta a la verdadera

esencia y razón de ser del automovilismo como deporte. Decía
Clay Regazzoni: «El riesgo debe estar siempre presente en las
carreras, si uno le quita esto lo único que queda es aburrimiento,
tedio, hastío». El parapléjico y fallecido piloto suizo fotografiaba
casi con desdén a la Fórmula 1 actual, con sus pilotos
concentrados más que nada en apretar sensores («teclas», decía el
inolvidable Froilán González), en comunicar vía radio con sus
boxes, en apretar en el momento justo el botón que abre el alerón
trasero de su máquina y, con la operación llamada «Drag
Reduction System» (DRS), aumentar la velocidad para efectuar
sobrepasos tan descontados como ridículos. El accidente que
protagonizó Alonso en Australia es el primero que se registra en
el curso de esas operaciones desde que, hace dos años, el
mecanismo fue introducido. O sea que es una excepción,
atribuible a una distracción del piloto español cuando estaba por
superar al Haas del mexicano Esteban Gutiérrez.
Fernando Alonso aterriza indemne de su escalofriante vuelo en

Australia
Todo, en los últimos años, ha contribuído para transformar a la

Fórmula 1 en lo que es hoy: un espectáculo las más de las veces
indigerible, casi soporífero, con reglas complicadas que el público
no entiende. El caso más patético es la nueva clasificación
presentada en Melbourne y enseguida archivada por inútil, tras
ser considerada un insulto a la inteligencia. Una Fórmula 1 que se
corre en circuitos diseñados pensando en la televisión, con
decenas y decenas de metros de asfalto o pedregullo en la parte
externa de cada curva comprometedora, que al piloto le aseguran
salir indemne si se despista por un problema mecánico o por un

cálculo de manejo equivocado. A todo esto se ha agregado el más
reciente oprobio, o sea la elección anticipada y obligatoria de las
gomas que cada corredor utilizará en el week-end de la carrera,
entre los 13 set puestos a su disposición.
A uno, apasionado de fierros, le vienen inevitablemente a
la mente una serie de preguntas: ¿No bastan las células de
sobrevivencia en las que viajan los pilotos, que son verdaderas e
indeformables cápsulas espaciales?, ¿No son suficientes las
estructuras anti-crash instaladas en la trompa, que absorben
perfectamente la energía cinética desprendida de cualquier
impacto? ¿No resultan satisfactorias las reformas introducidas en
los circuitos después del trágico accidente de Bianchi en Suzuka?
¿No alcanza el celo casi obsesivo de los comisarios, listos para
penalizar cualquier intento de maniobra que lleve implícito un
mínimo de audacia? En suma, ¿no se ha vuelto más peligroso
manejar un ómnibus en cualquier ruta más o menos transitada o
conducir uno de los trenes bala que pululan en todo el mundo
que guiar un monoposto de Fórmula 1?
Vale la pena transcribir la autorizada opinión de un entendido
que frecuenta este blog. Se trata de Estanislao Lamtzev, ex piloto
de fórmulas menores: Escribe: «La búsqueda de la cancelación del
riesgo está matando al automovilismo, cuando fui presidente del
Karting de Neuquén recibía siempre reclamos por el tema
seguridad, muchos de ellos fuera de lugar, como limitar la
velocidad, poner más chicanas, instalar jaulitas para las categorías
menores y otros». Y concluye: «La respuesta que les daba era
siempre la misma: te equivocaste de deporte, si no querés
lastimarte practicá otra cosa, acá el riesgo es lo que a la mayoría
nos hace pilotos».
Totalmente de acuerdo.
Bruno Passarelli
Jugo de Fútbol a la Italiana (V)
(Sívori Actor de Cine y Protagonista de una

Increíble Historia por un Autógrafo)
En Nápoles, donde nada se olvida y todo sirve para hacer un

melodrama y cantar a la sombra del Vesubio, el interrogante
mantiene cruda legitimidad: ¿Enrique Omar Sívori o Diego
Armando Maradona? ¿Cuál de los dos fue más popular y amado
durante los años en que jugaron en Nápoles?

La polémica está abierta. Sin el más atisbo de duda, las nuevas
generaciones se inclinan por Diego, que además regaló al Napoli
dos «scudettos», un campeonato internacional (la Copa de la
UEFA) y satisfacciones sin par. Pero quienes peinan canas y
cuando la televisión prácticamente no existía vieron jugar a Sívori
en el estadio San Paolo recuerdan la idolatría, cercana al delirio,
que a mediados de la década del 60 (1965-68) concitó el
inigualable Cabezón. Es cierto, el Napoli no incorporó a su
histórico palmarés ningún galardón importante, excepto un título
de subcampeón, pero sus gambetas con las medias bajadas, sus
explosiones de talento que servían para humillar a los rivales y su
genio tan estrambótico como imprevisible hicieron de él un
personaje sin igual.
La comparación técnica se vuelve imposible porque entre ambas
experiencias en Nápoles hubo 10 años, con todo lo que el fútbol
cambió en aquella década, a partir de la imposición de la
televisión. Pero hay un aspecto, si se quiere extrafutbolístico, en el
que Sívori prevalece: sus incursiones por el cine italiano, ya sea
como protagonista o por las referencias explícitas al frenesí que
provocaba en los napolitanos.
Vittorio Gassman grita un gol de Sívori en el San Paolo (del filme

«Los Monstruos» de Dino Risi)
En «Los Monstruos» (1965), película del director Dino Risi, es

Vittorio Gassman el que aparece en la tribuna alta del San Paolo,
una damajuana de vino en una mano y una campana en la otra,
mientras enloquece por un gol del Cabezón. En «Operazione San
Gennaro» (1966), también dirigida por Dino Risi, la barra brava
de «tifosi» del Napoli, con al frente el genial Nino Manfredi,
festeja en éxtasis otro gol de Enrique y enarbola una enorme
pancarta donde se lee: «Sívori, si’a vita mia» (fácil entenderlo:
«Sívori, vos sos mi vida»).
Una escena de «Operazione San Gennaro» con Nino Manfredi.

Los «tifosi» festejan un gol del Cabezón y enarbolan una pancarta
que dice «Sívori, sos mi vida»
En 1970, ya retirado, lo fue a buscar nada menos que Alberto

Sordi, quien lo quería como actor de «El Presidente», película que
se preparaba a dirigir y protagonizar. Se cuenta la historia de
Benito Fornaciari, empleado del Vaticano y apasionado de
filatelia, que hereda de su padre, un empresario del Norte de
Italia, el Borgorosso Football Club, cuyo equipo bajo su
conducción acumula solo malos resultados, pese a haber
contratado a un técnico sudamericano, en una evidente burla a
Helenio Herrera.
El presidente Sordi se ha asegurado el arribo de Sívori y el pueblo

del Borgorosso lo aclama
Finalmente, al borde del descenso, a Benito se le prende la

lamparita para salir de la dramática situación: va buscar a Sívori,
ya retirado, quien acepta la oferta y decide volver a jugar para
salvar al Borgorosso. Memorable la escena con todo el pueblo
reunido en la plaza central para ovacionar el ingreso de Sordi, que
llega tomando de un hombro al argentino, héroes ambos de la
jornada.
Alberto Sordi con el Cabezón Sívori en «El Presidente»
El episodio es significativo pues, pese a haberse retirado dos años

antes, la lámpara de Sívori seguía brillando, sin intermitencias,
entre aquellos napolitanos, que lo añoraban hasta las lágrimas.
Hay una anécdota imperdible (una de las tantas) para reflejar la
veneración que le habían profesado durante aquellos cuatro años
en que jugó para el Napoli. Entonces residía en el coqueto barrio
de Posillipo, el mismo en el que una década más tarde viviría
Maradona. Delante de su casa dejaba estacionado su Alfa Romeo
Giulia GT, una joya mecánica diseñada por el genial proyectista
Giulietto Giugiaro. Ya por entonces en Nápoles los robos de
automóviles estaban al orden del día (o mejor dicho de la noche),
pero nadie soñaba siquiera con hacerle una travesura al ídolo
máximo de la ciudad. Más todavía, los vecinos custodiaban el
auto rojo como una reliquia propia, digna de veneración.
Sívori era muy cumplidor con los horarios de los entrenamientos.
Se levantaba temprano, mateaba tranquilo en la cocina, se fumaba
un pucho (un ritual que nunca abandonó) y, con su bolsón en la
mano derecha, bajaba para ponerse al volante del Alfa. Pero esa
mañana se encontró con una sorpresa inesperada: cuando fue a
abrir la puerta del lado del volante vio que del asiento posterior,
donde evidentemente había pasado la noche durmiendo, se
erguía, frotándose los ojos por el sueño interrumpido, un
desconocido.
Obviamente, el susto fue mayúsculo, al que siguió un estallido de
indignación que se calmó cuando el joven puso las manos
adelante y comenzó a balbucear: «Non arrabbiarti, Ómar (con el
acento en la O, como lo llamaban los napolitanos), mo’ti spiego»,
o sea «enseguida te explico». Dijo llamarse Gennaro Espósito y
contó que se había cansado de presentarse a los entrenamientos
del Napoli para conseguir un autógrafo para él y otro para su
hermano menor, ambos «tifosos» hasta el paroxismo, pero no lo
habían dejado entrar y se había tenido que retirar una y otra vez
sin haber conseguido las ansiadas firmas con dedicatoria que
buscaba. Entonces decidió recorrer otro camino para él conocido
dada su actividad cotidiana de chorro diplomado: meterse en el
automóvil del jugador, gracias a la ganzúa que manejaba con
indiscutida habilidad, pasar la noche allí y topárselo cara a cara a

la mañana siguiente. Con ese sistema, no se le podía escapar. Y
como prueba de que sus intenciones eran totamente inofensivas le
extendió a Sívori una birome y dos fotografías, de ésas que se
vendían los domingos en las adyacencias del San Paolo.
El Cabezón no sabía si reventar de la risa o matarlo. Autografió
ambas fotos, dedicando la otra a Chichilo, el otro «guaglione». Y
tras despedirse del intruso puso en marcha el auto, que estaba
intacto, y salió rumbo a la práctica. Una vez terminada, ya
duchado, se dirigió a la filial napolitana de Alfa Romeo y pidió
que a la Giulietta le cambiasen la cerradura.
Por si las moscas.
Bruno Passarelli
El Tango y los Oligarcas de

Farra en París

COMENTARIO
(Lo Impusieron en la Ciudad Luz y lo

Legitimaron en Buenos Aires)
La Argentina le debita a la oligarquía un sinfín de calamidades.

Rapaz, desalmada, al mismo tiempo lacaya y usufructuraria del
gran capital internacional, culminó su empresa de apropiación y
explotación inaugurada por Bernardino Rivadavia y el
tristemente célebre préstamo de la banca Baring Brothers cuando
en el año 2001 los grandes grupos económicos nacionales,
asociados con sus hermanos de clase del primer mundo, fugaron
decenas de miles de millones de dólares y se robaron el salario y
los ahorros de la gente, en un desfalco sin precedentes para
nuestra historia. Fue así que los argentinos, emergiendo
sorprendidos de la borrachera menemista, se dieron cuenta de un
día para el otro cómo los habían saqueado los «fondos buitres».
O, lo que es lo mismo, los buitres del Fondo.
Aquel año registró el nuevo y repetido fracaso de un despiadado
programa neoliberal que se asemeja en mucho a la receta que
quiere imponer hoy el gobierno Macri. Como si la acumulación
de descalabros no bastase para descalificar sin apelación al
proyecto, con todos sus costados inquietantes, incluídos los
paraísos fiscales. Pero, «la historia vuelve a repetirse», como
cantaba Floreal Ruiz, el inolvidable Tata, en el tango «Por la
Vuelta,» cuya letra es de Enrique Cadícamo.
Cadícamo. Un excelso poeta que se adelantó al «Cambalache»
discepoliano, pintando despiadadamente la galga que los

argentinos corrían mientras sus patricios despilfarraban sus pesos
fuertes y hacían sus sucios negocios en Europa. Basta releer una
cuarteta de «Al Mundo le Falta un Torniyo», que Carlos Gardel
llevó al disco con cierto retraso, el 22 de febrero de 1933.
Parece que no hubieran pasado 83 años:
-Hoy no hay guita ni de asalto
y el puchero está tan alto
que hay que usar el trampolín.
Si habrá crisis, bronca y hambre
que el que compra un cacho e’ fiambre
¡hoy se morfa hasta el piolín¡
——-
De una sola cosa podemos estar agradecidos a aquellos patricios

nuestros que hace un poco más de un siglo andaban paseando sus
obscenas opulencias por Europa, y en especial por París, que les
producía una atracción irresistible. Se cuenta que no pocos de
ellos imitaban a Julio Argentino Roca, que en sus viajes
transoceánicos llevaba en la bodegas de los barcos una vaca
Aberdeen Angus o Hereford, para que él y su comitiva pudieran
tomar leche fresca en cada desayuno transoceánico. Fueron ellos,
con su ostentación indecente, los que transformaron al tango en
una mercadería erótica y la impusieron en los burdeles más
elegantes de la Ciudad Luz. Y así, de rebote, el tango recibió una
legitimación que en la Argentina le era negada y que se tradujo,
por un simple deseo de emulación hacia todo lo que venía de
afuera, en su aceptación por parte de la «buena sociedad» de la
época.
Baile de tango en un conventillo porteño
Fue algo así como darle la razón , sin quererlo, a aquella nueva
clase social en ascenso que, nacida del aluvión inmigratorio de
fines del siglo 19, al tango lo había hecho apasionadamente suya,
rompiendo con el estereotipo que lo quería como una cosa sólo de
prostitutas y malandrines. Porque, como escribe Luis Labraña en
«Tango: una Historia», libro cuya autoría comparte con Ana
Sebastián, «el tango es la expresión musical de los sentimientos de
una masa popular vencida en Caseros, perseguida, exilada,
asesinada, humillada y despreciada, cuyo destino compartió con
los otros pueblos que dejaron sus tierras para buscar en la nuestra
una vida promisoria pero que muy pronto vieron desmoronarse
sus sueños en el hacinamiento de los conventillos que, hasta
entonces, había ocupado la colonia negra».
¿Cómo y cuándo el tango llegó a París? A los quilombos de la
Ciudad Luz arribó con los
marineros que zarpaban de Buenos Aires y anclaban en Marsella,
con los traficantes de blancas, con los contrabandistas de cocaína.
Se dice que en su viaje de promoción los cadetes y marineros de
la Fragata Sarmiento distribuyeron en 1905, cuando llegaron a
puerto francés, partituras de El Choclo y La Morocha. Tuvieron su
turno músicos como Angel Villoldo y Alfredo Gobbi (padre) que
recibieron la oferta de grabar algunos discos. Hasta que se
presentó la primera orquesta, llamada «La Murga Argentina»,
que contaba con algunos bailarines prestigiosos, entre ellos
Enrique Saborido, quien impartió clases de baile en las academias
de tango que empezaron a proliferar. Fue el precedente de una
explosión de la que, desde 1920, tuvo como grandes protagonistas
al bandoneonista Manuel Pizarro y a su orquesta típica, cuyo
suceso fue tan fuerte y duradero que el cabaret de su debut dejó
de llamarse «Princesse» para adoptar el nombre bien lunfardo de
«El Garrón», sin duda una alusión a lo poco proclives a gastar que
eran los parisinos noctámbulos.
Puede hablarse de la imposición, en aquellos primeros años del
siglo pasado, de una «moda tango» que hizo furor en París. Lo
bailaban parejas de famosos como Edgar Degas con la condesa
Gabrielle de Rasty, Henri de Rothschild con Gabrielle Dorzet,
Gabriele D’Annunzio con la voluptuosa Ida Rubinstein, una
bailarina rusa de la que el poeta italiano se había perdidamente
enamorado. Tanto que se la llevó a Venecia, para presentar el
baile del «tangó» en el exclusivísimo Hotel Danieli. Los dos
habían frecuentado la academia de Saborido y habían aprendido
los firuletes más lujosos. Todos, personajes que hacían oídos
sordos a las voces escandalizadas que sin medias tintas
lo condenaban como una música pecaminosa, con la que se
buscaba excitar los más bajos instintos sexuales.
Gabriele D’Annunzio
La voluptuosa Ida Rubinstein
Eran tiempos que daban para cualquier audacia y para cualquier

extravagancia y que nuestros oligarcas farristas cabalgaron sin
pudores ni prejuicios. Se vivía la «Belle Epoque», la alocada moda
previa a la Primera Guerra Mundial, con su exotismo y su
optimismo desenfrenado, que se revelaría tan vacuo como
inconsistente cuando en 1914 el asesinato en Sarajevo del
heredero al trono austríaco, Francisco Fernando, desencadenó
una carnicería sin precedentes, que duró cuatro años y dejó
millones de muertos entre soldados y civiles en una Europa
devastada.
De aquella ebriedad nuestros patricios de visita a París
participaron activamente. Domingo Faustino Sarmiento, en una
carta que escribiera poco antes de morir y que en su libro «Los
Mitos de la Historia Argentina» transcribe el historiador Felipe
Pigna, describe con estilo mordaz pero también con un dejo de
admiración aquellas andanzas: «Los varones argentinos en París
se distinguen por la elegancia de los modales que llevan de
América y por su afecto a la ópera, en cuyos escenarios
encuentran a los mismos héroes y «primas donnas» que
aplaudieron un año antes en el Colón, lo que les da el derecho,
para envidia de los parisienses bulevarderos, de penetrar tras los

bastidores al «boudoir» de tal o cual artista, ya conocida en
Buenos Aires, o imponerse como galanes tan exitosos como
fascinantes en los lupanares más lujosos y costosos». Claro está,
nuestros aristócratas fiesteaban pero no olvidaban su vieja y
nunca archivada costumbre de, al mismo tiempo, hacer negocios
y fugar capitales al exterior: «Lo que más distingue a nuestra
colonia en París son los cientos de millones de francos que
representa, llevándole a la Francia no sólo el alimento de sus
teatros, grandes hoteles, joyerías, modistos y lugares de diversión,
sino verdaderos capitales que emigran, adultos y barbados, para
radicarse y enriquecer a Francia», concluía don Domingo.
Prostitutas de lujo en un burdel parisien (del filme

«L’Apollinaire»)
Ellos, junto a sus amigotes franchutes, no hacían caso, de puro

excéntricos y buenos vividores que eran, a las voces
escandalizadas de quienes se hacían oir en defensa de la moral y
las buenas costumbres. El arzobispo de la misma París condenó al
tango «pues su naturaleza lasciva ofende la moral» y recordó que
su nombre proviene de la palabra africana «tang», que significa
«palpar, tocarse, manosearse». Guillermo II, el Kaiser alemán
principal culpable en el desencadenamiento de la primera guerra,
lo definió «una danza obscena e indecente que degrada a la
mujer» y le prohibió a sus militares bailarlo. Hasta lo descalificó el
escritor Marcel Proust, que también era músico. Y ni hablar de los
conceptos condenatorios que merecía de parte de los integrantes
de nuestra intelectualidad vernácula.
Pero a nuestros «niños bien» no les importó. Siguieron en sus
parrandas, luciéndose en las pistas con los pasos y filigranas que
habían memorizado y pagando en los lupanares de lujo a las
prostitutas más caras y sofisticadas, con historias que muy
frecuentemente tenían costosa continuidad fuera del burdel. Y,
como en Buenos Aires voceros periodísticos no les faltaban, aquel
suceso tuvo en el país una repercusión enorme, obviamente
tergiversada, abriéndole al tango aquellas puertas de la sociedad
argentina que hasta entonces le habían estado cerradas. Hasta la
pudorosa revista «El Hogar» se atrevió a admitir que «los salones
aristocráticos de París acogen con entusiasmo un baile que aquí,
por su pésima tradición, ni siquiera es nombrado en los salones

distinguidos».
Fue una irrupción que despertó obstinadas resistencias. Eran
noticias que nuestros aristócratas nativos, sobre todo los de ya
una cierta edad, no lograban digerir fácilmente. Su repercusión
casi devastadora encontró un cabal ejemplo en el disgusto de
Enrique Rodríguez Larreta, un prócer tan hidalgo como
representativo que cuando había sido diplomático argentino
acreditado ante el gobierno francés había advertido más de una
vez, naturalmente desde las páginas de «La Prensa», sobre el
peligroso interés que «ese baile extraño y voluptuoso»
despertaba. Finalmente, debió rendirse a la realidad. No tuvo otro
remedio que expresar toda su angustia porque «el mal ejemplo
que cunde en París puede contagiar a los ambientes de buen tono
de nuestra sociedad, que frecuentan personas respetables y
distinguidas».
Sus propios compinches de casta, más atrevidos y
desprejuiciados, además de menos entrados en años, lo habían
dejado penosamente pagando.
——-
Altamente perspicaz el comentario que Labraña desliza en el libro

citado: «Las clases dominantes argentinas, que veían a París como
su verdadera capital y hablaban francés entre ellas como segunda
lengua, adoptaron así aquélla que hasta poco antes era
considerada una danza maldita». Es una interpretación de
aplastante lucidez, porque instala la certeza de que el tango
encontró ingentes beneficios para la difusión en su patria nativa
de aquella música procaz con la que nuestros jóvenes oligarcas
sedujeron a los noctámbulos de la Ciudad Luz.
Bruno Passarelli
Fútbol, Fierros y Tango
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15/12/23, 13:57 abril | 2016 | Fútbol, Fierros y Tango

Mes: abril 2016

29 ABRIL 2016 / BAPASSARELLI / DEJA UN COMENTARIO

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En la primera etapa de aquella Vuelta de Santa Fe se iba hacia el

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El impacto fue sobre el costado derecho, o sea el del conductor en

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29 ABRIL 2016 / BAPASSARELLI / DEJA UN COMENTARIO

(Pepino Borello me Enseñó a ser Feliz)

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El festejo por el título de campeón. El pizzero desfila del brazo de

Borello, aquel año, fue el símbolo de lo que la tribuna boquense

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José Borello murió en su Bahía Blanca natal el 14 de octubre de

29 ABRIL 201629 ABRIL 2016 / BAPASSARELLI / DEJA UN

(Sus 10 Mejores Tangos en Anécdotas)

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