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EL MUNDO DE LA COMUNICACIÓN CON LOS MUERTOS (I)

LA NECROMANCIA

RAFAEL AGUSTÍ TORRES

ANTROPÓLOGO

MIEMBRO DE LA NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY


EL MUNDO DE LA COMUNICACIÓN CON LOS MUERTOS (I)

LA NECROMANCIA

La necromancia es una práctica mágica que implica la comunicación con un muerto ya


sea para convocar a su espíritu en forma de aparición, visión o en forma material, con
el propósito de la adivinación, con objeto de alcanzar conocimiento acerca de sucesos
futuros, obtener información oculta, traer a alguien desde el más allá, manipular la
voluntad de una persona o personas, o ilusiones, transformar a personas en animales
(Thorndike, L. 1923, pp. 319-321) o usar al difunto como arma. Esta práctica es, a
veces, confundida con “magia de la muerte” o “magia demoníaca” y este es un
término que puede ser utilizado en un sentido más general para referirse a la magia
negra o a la brujería (cuando se trata de “nigromancia”, ver más abajo, etimología).
Este “arte negro” se realizaba generalmente de noche y practicaba sacrificios rituales,
en estos rituales, además de la sangre, se podían utilizar cadáveres o restos de
cadáveres, además de niños de cinco a siete años debido a su “pureza espiritual”
cuando la práctica necromántica se utilizaba conjuntamente con la hidromancia
(adivinación por medio del agua), esto se hacía para repetir un conjuro o hechizo ya
realizado sobre sangre o huesos humanos. Debido a lo que generalmente se considera
una violación a los muertos o una comunicación con los muertos, la necromancia fue
condenada por la iglesia cristiana. La práctica de la necromancia supone la creencia en
la supervivencia del alma después de la muerte, la posesión de un conocimiento
superior por parte de los espíritus incorpóreos y la posibilidad de la comunicación
entre vivos y muertos. Las circunstancias y condiciones de esta comunicación – como
el tiempo, lugar y ritos que han de seguirse – dependerá de las distintas concepciones
que se tengan en relación con la naturaleza del alma del difunto, el lugar en el que
habita, sus relaciones con el mundo de los vivos y con el cuerpo en el que residía en
vida. Prácticas como estas, que van desde lo mundano a lo grotesco se asocian
comúnmente con la necromancia, los rituales pueden ser bastante elaborados e incluir
círculos mágicos, varitas, talismanes y hechizos, el nigromante también podía rodearse
de aspectos mórbidos de la muerte que, a menudo, incluían usar la ropa del difunto y
consumir alimentos que simbolizaban la falta de vida y la descomposición, como pan
negro sin levadura y jugo de uva sin fermentar; algunos nigromantes llegaron incluso a
participar en la mutilación y consumo de cadáveres (Guiley, R. E. 2006, p. 215). Se
dieron casos de algunos nigromantes que utilizaron rituales mágicos de sangre para
convocar a un muerto, era mucho más fácil para un nigromante animar un esqueleto
que un cadáver “fresco”. Estas ceremonias podían durar horas, días o incluso semanas,
hasta conseguir la eventual invocación de los espíritus, con frecuencia eran realizadas
en lugares de enterramiento u otros lugares de carácter melancólico que se adaptaban
a las pautas específicas del nigromante, por otra parte, los nigromantes preferían
invocar a los recién fallecidos basándose en la premisa de que sus revelaciones se
expresaban con mayor claridad, este periodo de tiempo se limitaba por lo general a los
doce meses siguientes a la muerte del cuerpo físico, una vez transcurrido este periodo
de tiempo, los nigromantes invocarían al espíritu fantasmal del difunto (Lewis, J. R.
1999, p. 201). Como algunas divinidades eran, a menudo, héroes humanos elevados a
la categoría de dioses, la necromancia, la mitología y la demonología se hallan en
estrecha relación, y los oráculos de los muertos, no son siempre fáciles de distinguir de
los oráculos de los dioses.

ETIMOLOGÍA

La palabra necromancia procede del término griego “nekromanteía” compuesto, a su


vez, de los términos “nekrós” (cadáver) y “manteía” (adivinación por medio de), esta
palabra compuesta fue utilizada por primera vez por Orígenes de Alejandría en el siglo
III d.C., el término griego clásico para referirse a esta práctica fue “nekyia” y puede
encontrarse en el canto XI de la Odisea en el episodio en el que Odiseo (Ulises) visita el
reino de las almas muertas (Hades); el término “nekromanteía” también se halla en el
griego helenístico y fue adaptado al latín como “necromantia” y a las lenguas
modernas como “necromancia”. A finales de la Edad Media, la necromancia fue
erróneamente confundida con la nigromancia, generando un vicioso círculo semántico,
sobre todo en la literatura de fantasía, literalmente “necromancia” es la magia que
actúa sobre la muerte, a su vez, “nigromancia” es un término que sustituye el “nekrós”
griego por el “niger” latino y debe entenderse entonces como “magia negra” asociada
a la evocación de demonios, donde se adquiriría la fuerza mágica de los poderes
oscuros mediante el uso de cadáveres; un sinónimo de necromancia es el término
“psicomancia” (gr. psyché, “alma”) y se traduciría como adivinación por medio de las
almas (descarnadas) o espíritus. Por tanto, la diferencia entre necromancia y
nigromancia vendría dada tanto por la naturaleza de la entidad invocada como por la
finalidad de dicha invocación.

LA NECROMANCIA EN LAS CULTURAS ANTIGUAS

Junto con otras formas de adivinación y magia, la necromancia se halla en


prácticamente todas las culturas de la antigüedad, y es una práctica común en las
religiones y creencias no cristianas o sincréticas, en todo momento y en todas las
culturas, pero poco se puede decir con seguridad en cuanto a su lugar de origen
aunque no es probable que haya sido uno solo. La necromancia temprana estaba
relacionada con el chamanismo y, muy probablemente, evolucionó a partir de él, a
través de la práctica chamánica de invocar a los espíritus así como a los fantasmas de
los antepasados. Los nigromantes del mundo clásico se dirigían a los muertos con “una
mezcla de chillidos agudos y de zumbidos bajos” comparable a los murmullos en
estado de trance de los chamanes (Luck, G. 2006, p. 12). Sin embargo, la persona que
utiliza la nigromancia juega con la vitalidad de sus víctimas utilizando los cadáveres
como esclavos o servidores.

La necromancia puede tener sus orígenes más antiguos en las prácticas chamánicas

El nigromante podía resucitar a una persona que ha estado verdaderamente muerta


durante algunas horas que así podría hablar, comer, beber, etc., según la voluntad del
nigromante pero solo sería una especie de caparazón, de envoltura, incapaz de actuar
por sí misma. La necromancia prevaleció en toda la antigüedad occidental con
registros de su práctica en el antiguo Egipto, Isaías (19.3) habla de su práctica en Egipto
y un episodio de las Metamorfosis de Apuleyo (II, 28-30) cuenta como Zatchlas, un
sacerdote egipcio, resucitó a un hombre muerto; por otro lado, el Libro de los Muertos
egipcio ha sido erróneamente considerado como un antiguo texto de necromancia, en
realidad su finalidad no era el evocar a un difunto desde el más allá sino ayudar al
difunto a alcanzarlo, de hecho su nombre es en realidad “Libro de la Salida al Día”; en
Babilonia los nigromantes babilónicos recibían el nombre de “manzazuu” o
“sha´etemmu” y los espíritus que eran invocados por ellos se denominaban “etemmu”,
Estrabón (64/63 a.C. – 24 d.C.) en su obra Geographia (XVI, II, 39) se refiere a los
principales practicantes de la adivinación en Persia con el concepto de “adivinos por
los muertos” (nekromantía), esta práctica también se extendió por Caldea,
particularmente entre los sabianos o “adoradores de las estrellas”. También la práctica
necromántica se dio en la cultura etrusca (Clemens Alex. “Protrepticum”, II, en Migne,
P. G. VIII, 69; Teodoreto, “Graecarum affectionum curatio”, X, en P. G. LXXXIII, 1076).

En Grecia y Roma, la evocación de los muertos se realizaba especialmente en las


cuevas o en las zonas volcánicas, o cerca de los ríos o lagos, donde se pensaba que era
más fácil la comunicación con las moradas de los muertos. Entre estos lugares donde
se practicaba la “nekromanteía”, la “psychomanteía” o la “psychopompeía” (un
psicopompo es quien conduce el alma de los muertos hacia la ultratumba, cielo o
infierno), el más famoso era el oráculo de Tesprocia (en la región griega del Épiro)
cerca del río Aqueronte (Acheron), el cual se suponía era uno de los ríos del infierno;
otro en Laconia cerca del promontorio de Ténaro (Taenaron), en una caverna grande y
profunda de la cual salía un vapor negro y malsano, y que era considerado como una
de las entradas del infierno; otros lugares eran Aornos, en Épiro, y Heracleia, en el
Propóntide. En Italia, el oráculo de Cuma (en la región de Campania), en una caverna
cerca del lago Averno, fue uno de los más famosos.

De todos estos lugares, un sitio concreto requiere una atención especial, se trata del
Necromanteion, un antiguo templo griego dedicado a Hades y Perséfone y famoso por
sus cultos necrománticos. Según la tradición, se hallaba situado a orillas del río
Aqueronte (Acheron) en la región griega de Épiro, cerca de la antigua ciudad de
Ephyra. Los devotos creían que este lugar era la puerta al Hades, el reino de los
muertos.

El Necromanteion de Ephyra (Grecia) considerado uno de los santuarios necrománticos


más famosos del mundo clásico

El lugar se halla en el punto de encuentro de los ríos Acheron, Pyriphlegethon y Cocito,


que se creía fluían y regaban el reino de Hades, el significado del nombre de los ríos se
ha interpretado como “sin alegría”, “carbones encendidos” y “lamento”
respectivamente (Olalla, P. 2002, p. 38); por su parte el Épiro fue propuesto como el
lugar del Necromanteion en 1958, pero esta identificación está actualmente
cuestionada. El lugar fue descubierto en 1958 y excavado durante los años 1958-1964
y 1976-1977, su identificación como el Necromanteion fue propuesta por el
arqueólogo griego Sotirios Dakaris basándose en su ubicación geográfica y sus
similitudes con las descripciones encontradas en Homero y Heródoto (Dakaris, S.
1973), sin embargo, su situación topográfica en una colina que domina el vecindario
inmediato no se ajusta a esta interpretación y las ruinas allí existentes no datan de
antes de finales del siglo IV a.C. (Baatz, D. 1979, pp. 68-75). Actualmente se piensa que
este lugar era una granja fortificada de un tipo común durante el periodo helenístico
(Wiseman, J. 1998, pp. 12-18; Baatz, D. 1999, pp. 151-155), este lugar produjo además
de cantidades de cerámica doméstica, herramientas agrícolas y armas, incluidos restos
de la destrucción final causada por los romanos en el año 167 a.C (Tito Livio, XLV, 34).
Lo más sorprendente de todo fue el hallazgo de 21 arandelas de bronce
pertenecientes, al menos, a siete catapultas distintas que S. Dakaris habría identificado
erróneamente como componentes de una grúa (Baatz, D. 1982, pp. 211-233;
Campbell, D.B. 2003, pp. 13-14). Si originalmente este fue el lugar del Necromanteion
su línea de tiempo podría establecerse de la siguiente manera:

Siglo VIII a.C. Necromanteion descrito por Homero.

Siglo V a.C. Necromanteion descrito por Heródoto.

Finales del siglo IV a.C. construcción del lugar al que pertenecen las ruinas actuales.

167 a.C. lugar incendiado por los romanos.

La palabra “Necromanteion” significa “Oráculo de los Muertos” y los fieles llegaban a


este lugar para hablar con sus antepasados difuntos.

Este lugar pertenecía a la tribu local epirota de los tesprotos, según el relato de
Heródoto (Hist., V, 92), fue al Necromanteion a quien Periandro, el tirano corintio del
siglo VI a.C. y uno de los siete sabios de Grecia, envió emisarios para realizar preguntas
a su difunta esposa, Melissa, en qué lugar había puesto el depósito de un desconocido,
su fantasma apareció dos veces y en la segunda aparición le dio a su esposo la
información solicitada; en la Odisea de Homero, el Necromanteion también fue
descrito como la entrada por la cual Odiseo realizó su Nekyia (Odisea, X, 513 ss., XI). El
uso ritual del Necromanteion implicaba ceremonias elaboradas en las que los
celebrantes que buscaban hablar con los muertos comenzaban por reunirse en el
templo en forma de torre escalonada, consumiendo una comida a base de habas,
carne de cerdo, pan de cebada, ostras y un compuesto narcótico. Después de una
ceremonia de purificación y del sacrificio de ovejas, los fieles descendían a través de
una serie de corredores subterráneos serpenteantes dejando ofrendas al pasar por
una serie de puertas de hierro. Durante la ceremonia necromántica se plantearían una
serie de preguntas y se recitarían oraciones, los celebrantes presenciarían cómo el
sacerdote se levantaba del suelo y comenzaba a volar por el templo mediante el uso
de una grúa de teatro (de aquí la errónea identificación de los restos de madera hecha
por S. Dakaris).

La necromancia originalmente se propuso, en particular en la cultura griega antigua, el


obtener respuestas sobre el futuro consultando a los muertos (Vilatte, S. & Donnadieu,
M.-P. 1996, pp. 53-92). La mención más antigua de la necromancia es la narración del
viaje de Odiseo (Ulises) al Hades (“katabasis”) (Odisea, XI) y de su evocación de las
almas por medio de los diversos ritos indicados por la maga Circe, estos rituales deben
realizarse alrededor de un pozo donde se ha encendido un fuego durante las horas de
la noche, el ritual implica el sacrificio de varios animales cuya sangre será bebida por
las “sombras” de los difuntos mientras son recitadas oraciones tanto a estas “sombras”
como a los dioses del inframundo (Odisea X, 10-11; XI).

Odiseo ante la sombra del adivino Tiresias (Odisea XI)

Es de destacar que, en este caso, aunque el propósito de Odiseo era el de consultar a


la “sombra” (espíritu) del adivino Tiresias, él parece incapaz de evocar solamente a
esta figura pues una serie de sombras también aparecen juntas o de forma sucesiva.
Como paralelo a este pasaje de Homero, se puede mencionar el VI libro de la Eneida
de Virgilio que relata el descenso de Eneas a las regiones infernales, pero en este caso
no hay una verdadera evocación, y el propio héroe pasa a través de la morada de las
almas. Además de estas narrativas poéticas y mitológicas, los historiadores registraron
varios casos de prácticas nigrománticas: en el promontorio de Ténaros, Callondas
evocó el alma de Arquíloco, a quien había matado (Plutarco, “De sera niminis vindicta”,
XVII); otro ejemplo lo tenemos en el caso de Pausanias rey de Esparta quien, después
de haber matado injustamente a Cleonice, fue al psychopompeion de Figalia (o de
Heraclea), a evocar el alma del difunto asesinado, aquí se le reveló que sus sueños y
temores acabarían tan pronto como él regresara a Esparta, a su regreso allí, Pausanias
murió (Pausanias, III, XVII, 8, 9; Plutarco, “De sera num, vindi.”, X; “Vita Cimonis”, VI),
tras la muerte del rey, los espartanos mandaron a buscar a Italia los “psychagogues”
para evocar y apaciguar a sus manes (dioses infernales o almas de los difuntos,
considerados benévolos, a los que rendían culto los antiguos romanos).

Si bien algunas culturas consideraban que el conocimiento que poseían los muertos
era ilimitado, los antiguos griegos y romanos creían que las “sombras” individuales
solo sabían ciertas cosas, el valor aparente de su consejo podía haberse basado en
cosas que sabían en vida o en conocimientos adquiridos después de la muerte; Ovidio
(43 a.C. – 17/18 d.C.) escribe en su obra Metamorfosis acerca de un mercado en el
inframundo donde los muertos se reunían para intercambiar noticias y chismes
(Metamorfosis, IV, fáb. VII, 440-464; Luck, G. 2006, p. 13). La necromancia se mezcla
con la oniromancia en el caso de Elisio de Terina en Italia, quien deseaba conocer si la
súbita muerte de su hijo se debió a envenenamiento, Elisio acudió al oráculo de los
muertos y, mientras dormía en el templo, tuvo una visión de su padre y de su hijo,
quienes le dieron la información deseada (Plutarco, “Consolatio ad Apollonium”, XIV).
Entre los romanos, Horacio alude varias veces a la evocación de los muertos (Sátiras, I,
VIII, 25 ss.); Cicerón testifica que su amigo Apio practicaba la necromancia (Tuscul.
Quaest., I, XVI), y que Vatinio llamaba a las almas del infierno (Vatin., VI). Lo mismo se
afirmaba de los emperadores Druso (Tácito, “Annal.” II, XXVIII), Nerón (Suetonio,
“Nero”, XXXIV; Plinio, “Hist. nat.”, XXX, V) y Caracalla (Dio Casio, LXXVII, XV). El
gramático Apión pretendió haber conjurado al espíritu de Homero, sobre cuyo país y
padre él deseaba conocer (Plinio, “Hist. nat.”, XXX, VI) y Sexto Pompeyo consultó al
famoso mago tesalio Ericto para conocer, por medio de los muertos, el resultado de la
pelea entre su padre y César (Lucano, “Pharsalia”, VI); Lucano también describe
extensamente muchos encantamientos, y habla de sangre caliente vertida en las venas
de un cadáver, como para restaurarlo a la vida (“Pharsalia”, VI); por su parte, Cicerón
(Vatin., VI) relata que Vatinio, en relación con la evocación de los muertos, ofreció a los
manes las entrañas de los niños, y San Gregorio Nacianceno menciona que los niños y
las vírgenes eran sacrificados y disecados para la adivinación y la evocación de los
muertos (Orat. I Contra Iulianum, XCII, en P. G., XXV 624).

En la Biblia se menciona la necromancia principalmente con el fin de prohibirla o


censurar a los que recurren a ella. El término hebreo “´ôbôth” (sing. ôbh) denota
principalmente los espíritus de los muertos o “pythons”, según los denomina la
Vulgata (Deut. 18:11; Isaías 19:3) que eran consultados con el fin de conocer el futuro
(Deut. 18:10-11; I Sam. 28:8) y daban sus respuestas a través de ciertas personas en
quienes habitaban (Lev. 20:27; I Sam. 28:7), pero esto se aplica también a las personas
mismas que se suponía iban a predecir los sucesos bajo la guía de estos espíritus
“adivinadores” o “pitónicos” (Lev. 20:6; I Sam. 28:3,9; Is. 19:3). El término “yidde
´onim” (del verbo “Yada”, conocer), que también se utiliza, pero siempre en
conjunción con “´ôbôth”, se refiere a conocer espíritus o personas a través de las
cuales hablan, o a espíritus que eran familiares y conocidos por los magos. El término
“obh” significa tanto “un adivinador” como “una bolsa de cuero para contener agua”
(Job, 32:19 la utiliza en este último sentido), pero los estudiosos no concuerdan con
respecto a si tenemos dos palabras diferentes, o si es la misma palabra con dos
significados relacionados, muchos afirman que es la misma en ambos casos pues se
suponía que el adivinador fuese el recipiente y el contenedor del espíritu. La
Septuaginta (LXX) traduce “´ôbôth” como “ventrílocuos” (“eggastrimthouoi”) ya sea
porque los traductores pensaron que la supuesta comunicación del adivino con el
espíritu era solo un engaño, o más bien debido a la creencia común en la antigüedad
de que la ventriloquia no era una facultad natural, sino debida a la presencia de un
espíritu. Tal vez también los dos significados puedan estar relacionados debido a la
peculiaridad de la voz del ventrílocuo, que era débil y confusa, como si procediese de
una cavidad. Isaías (8:19) dice que los nigromantes “murmujean” y hace la siguiente
predicción respecto a Jerusalén: “desde la tierra hablarás, por el polvo será ahogada tu
palabra, tu voz será como la de un espectro de la tierra, y desde el polvo tu palabra
será como un susurro” (29:4). Los autores profanos también atribuyen un sonido
distintivo a la voz de los espíritus o sombras, a pesar de que no están de acuerdo en
caracterizarla. Homero (Ilíada, XXIII, 101; Odis., XXIV, 5, 9) usa el verbo “trizein”, y
Estacio (Tebaida, VII, 770) usa el verbo “stridere”, ambos con el significado de “lanzar
un grito estridente”; por su parte, Horacio cualifica su voz como “triste et acutum”
(Sat., I, VIII, 40); Virgilio habla de su “vox exigua” (Eneida, VI, 492) y del “gemilus
lacrymabilis” el cual se oye desde la tumba (Eneida, III, 39). En el libro del
Deuteronomio (18:9-12) se advierte explícitamente a los israelitas en contra de
participar en la práctica cananea de la adivinación por medio de los muertos: “Cuando
entres en la tierra que Jehová tu Dios te dará, no aprendas a obrar conforme a las
abominaciones de aquellas naciones. No se hallará entre vosotros quien haga pasar a
su hijo o a su hija por el fuego, o que use adivinación, o un observador de los tiempos,
o un encantador o un brujo, o un consultor con espíritus familiares o un mago o un
nigromante. Porque todos los que hacen estas cosas son abominación del Señor y por
estas abominaciones el Señor tu Dios los arrojará de delante de Él”. Aunque la ley
mosaica prescribió la pena de muerte para los practicantes de la nigromancia (Lev.
20:27), esta advertencia no siempre fue escuchada, uno de los ejemplos más
importantes lo tenemos cuando el rey Saúl hizo que la bruja de Endor invocara al
espíritu del juez y profeta Samuel desde el Sheol (el Hades hebreo) usando un foso
ritual para el conjuro (I Sam. 28:3-25), sin embargo, la propia bruja se sorprendió ante
la presencia del espíritu real de Samuel porque en I Sam. 28:12, dice: “cuando la mujer
vio a Samuel, gritó en voz alta”, Samuel preguntó por qué había sido invocado
diciendo: “¿Por qué me has inquietado?”, el rey Saúl, por el hecho de ser rey, no
recibió la pena de muerte por su invocación necromántica, pero la recibió de Dios
mismo tal y como lo profetizó Samuel durante el conjuro, muriendo ese mismo día
junto a su hijo Yonatán en batalla contra los filisteos.

El rey Saúl junto a la bruja de Endor y el espíritu de Samuel. Pintura de Washington


Allston, Mead Art Museum, Amherst College, Amherst.
También hay referencias a los nigromantes entre los judíos del periodo helenístico
posterior a los que se les denominó “conjuradores de huesos” (Luck, G. 2006, p. 57).

NECROMANCIA EN LA ERA CRISTIANA (I): LA EDAD MEDIA

En los primeros siglos de la era cristiana, la práctica de la necromancia era común


entre las sociedades paganas, según testifican a menudo muchos Padres de la Iglesia
(Tertuliano, “Apol.”, XXIII, en P. L., I, 470; “De anima”, LVI, LVII, en P. L., II, 790 y ss.;
Lactancio, “Divinse institutiones”, IV, XXVII, en P. L., VI, 531). Posteriormente, algunos
escritores cristianos rechazaron la idea de que las personas pudieran traer de vuelta a
los espíritus de los muertos e interpretaron estas figuras como las de demonios
disfrazados, fusionando así la necromancia con la invocación de demonios. Cesáreo de
Arlés (468/470-542) obispo y Padre de la Iglesia, rogaba a su audiencia que no valorase
a ningún demonio o dios que no fuera el Dios cristiano, incluso si el funcionamiento de
los hechizos pudiera proporcionar beneficios; Cesáreo afirmaba que los demonios solo
actúan con permiso divino y que Dios les permite poner a prueba a los cristianos, el
hombre no es condenado aquí, solo se afirma que existe el arte de la necromancia,
aunque esté prohibido por la Biblia (Kors, A. C. & Peters, E. 2001, p. 48). Por otro lado,
algunos cristianos creían que la necromancia era real (junto con otras facetas de la
magia oculta) pero que Dios no permitía que los cristianos se ocuparan de esos
asuntos. La necromancia se asociaba con otras artes mágicas y otras formas de
prácticas demoníacas, advirtiéndose a los cristianos en contra de tales observancias
“en el que los demonios se representan a sí mismos como las almas de los muertos”
(Tertuliano, “De anima”, LVII, en P. L., II, 793), sin embargo, incluso los cristianos
convertidos desde el paganismo a veces se entregaban a ellas. En el Mabinogion, una
colección de historias orales tradicionales galesas que se originan en los siglos VII y VIII
y que finalmente fueron registradas en manuscritos entre 1350-1410, se registra a
Bran dándole a Matholwch (un rey irlandés) varios caballos y regalos, entre los que se
encuentra un caldero mágico llamado Pair Dadeni (el Caldero del Renacimiento) que
poseía el poder de traer los muertos a la vida. La mitología nórdica también muestra
ejemplos de necromancia, como el episodio de Völuspá (un poema anónimo
probablemente escrito entre los siglos X y XI) donde Odín regresa de entre los muertos
a una vidente que le predice el futuro; en Grogaldr (la primera parte del Svipdagsmál),
el héroe Suipdag llama de entre los muertos a su madre Groa, para hablar de ciertos
asuntos con él. Los esfuerzos de las autoridades de la Iglesia, Papas y concilios, y las
severas leyes decretadas por los emperadores cristianos, especialmente Constantino,
Constacio, Valentiniano I, Valente y Teodosio I, no estaban dirigidas específicamente
contra la necromancia sino, en general, contra la magia pagana, la adivinación y la
superstición. De hecho, poco a poco el término necromancia perdió su sentido estricto
y se aplicó a todas las formas de “arte negro”, llegando a ser éste claramente asociado
con la alquimia, la brujería y la magia. A pesar de todos los esfuerzos por eliminarla, la
necromancia sobrevivió en una forma u otra durante la Edad Media y recibió un nuevo
impulso durante el Renacimiento debido al resurgimiento de la doctrina neoplatónica
de los demonios. Muchos escritores medievales vieron la práctica de la necromancia
como el hecho de conjurar demonios que tomaban la apariencia de espíritus. La
práctica se conoció explícitamente como “maleficium” y la Iglesia Católica la condenó
(Kieckhefer, R. 2011, p. 152), aunque los practicantes de la necromancia estaban
vinculados por muchos hilos en común, no hay evidencia de que estos nigromantes se
hubieran organizado alguna vez como grupo. Un punto común entre los practicantes
de la necromancia fue generalmente la utilización de ciertas plantas tóxicas y
alucinógenos de la familia de las solanáceas como el beleño negro, la hierba de jimson,
la belladona o la mandrágora y usadas generalmente en forma de pomadas o pociones
mágicas. Se ha pensado que la necromancia medieval era una especie de magia astral
derivada de influencias árabes y de los rituales de exorcismo derivados de las
enseñanzas judías y cristianas, las influencias árabes son evidentes en los rituales que
involucran las fases lunares, la ubicación del sol, el día y la hora. La fumigación y el acto
de enterrar imágenes también se encuentran tanto en la magia astral como en la
necromancia; las influencias judías y cristianas aparecen en los símbolos y en las
fórmulas de conjuro que son utilizados en los rituales de invocación (Kieckhefer, R.
2011, pp. 165-166). Los practicantes, a menudo, eran miembros del clero cristiano,
aunque se han registrado algunos practicantes no clérigos, en algunos casos, simples
aprendices o aquellos ordenados a niveles inferiores que incursionaban en la práctica.
La magia demoníaca generalmente se realizaba en grupos que rodeaban a un líder
espiritual quien se hallaba en posesión de libros nigrománticos, en uno de estos casos,
ocurrido en 1444, el inquisidor Gaspare Sighicelli tomó medidas contra un grupo activo
en la ciudad italiana de Bologna, durante el proceso Marco Mattei de Gero y el fraile
Jacopo da Viterbo confesaron participar en prácticas mágicas (Herzig, T. 2011, p.
1028).
Todos ellos estaban conectados por la creencia en la manipulación de seres
espirituales, especialmente demonios, y prácticas mágicas. Estos practicantes casi
siempre sabían leer y escribir y estaban bien educados, la mayoría poseía
conocimientos básicos de exorcismo y tenían acceso a textos de astrología y
demonología. La formación administrativa era informal y la educación universitaria era
rara, la mayoría fueron formados en aprendizajes y se esperaba que tuvieran un
conocimiento básico de latín, rituales y doctrina.

El Dr. John Dee (1527-1608) y su ayudante Edward Kelly durante una supuesta
ceremonia necromántica, en realidad Dee nunca fue un mago negro, sino una mente
privilegiada, alquimista, matemático, astrólogo, filósofo y consultor de la reina
Elizabeth I de Inglaterra, sus intereses además incluían la adivinación y la filosofía
hermética (grabado de la obra Astrology, A New Complete Illustration of the Occult
Sciences, Ebenezer Sibly, London, 1806)

Esta educación no siempre estuvo vinculada a la guía espiritual y los seminarios eran
casi inexistentes, esta situación permitió a algunos aspirantes a clérigos cambiar los
rituales cristianos con las prácticas ocultas a pesar de ser condenados en la doctrina
cristiana (Kieckhefer, R. 2011, pp. 153-154). Los practicantes medievales creían que
podían lograr tres cosas con la necromancia: manipulación de la voluntad, ilusiones y
conocimiento.
a) La manipulación de la voluntad afecta la mente y la voluntad de otra persona,
animal o espíritu. Los demonios son convocados para causar diversas aflicciones a
otros “para volverlos locos, para llenarles de amor o de odio, para ganar su favor o
para obligarlos a hacer o no alguna acción” (Kieckhefer, R. 2011, p. 158).

b) Las ilusiones implican la reanimación de los muertos o para lograr alimentos,


entretenimientos o medios de transporte.

c) El conocimiento se descubre supuestamente cuando los demonios proporcionan


información acerca de diferentes asuntos, estos pueden incluir la identificación de
delincuentes, la búsqueda de objetos o la revelación de eventos futuros.

El acto nigromántico en la Edad Media generalmente involucraba la utilización de


círculos mágicos, conjuros y sacrificios como los que se muestran en el Manual de
magia demoníaca de Munich o “Liber incantationum exorcismorum et fascinationum
variarum”, un grimorio del siglo XV (CLM 849 de la Biblioteca Estatal de Baviera, en
Munich). Por lo general se trazaban círculos en el suelo, aunque a veces se utilizaba
tela y pergamino, se podían colocar o dibujar varios objetos, formas, símbolos y letras
que representaban una mezcla de ideas cristianas y ocultistas. Se pensaba que los
círculos potenciaban y protegían aquello que contenían, incluida la protección del
nigromante de los demonios conjurados. La conjuración es el método de comunicarse
con los demonios para que entren en el mundo físico, por lo general, emplea el poder
de las palabras y posturas especiales para llamar a los demonios y, a menudo,
incorpora el uso de oraciones cristianas o versículos bíblicos; estos conjuros podían
repetirse sucesivamente o repetirse en diferentes direcciones hasta que se completaba
la invocación. El sacrificio era el pago a realizar por la convocatoria; aunque podía
involucrar la sangre de un ser humano o animal, a veces podía ser algo tan simple
como ofrecer un objeto determinado. Las instrucciones para obtener estos objetos
solían ser específicas; el momento, el lugar y el método de recolección de los objetos
para el sacrificio también desempeñaban un papel importante en el ritual (Kieckhefer,
R. 2011, pp. 159-162).

Las raras acusaciones realizadas a los practicantes de necromancia sugiere que hubo
una variedad de hechizos y experimentación mágica relacionada, es difícil determinar
si estos detalles se debieron a sus prácticas reales, en contraposición a los deseos
intencionados de sus interrogadores, John of Salisbury (1110-1180) es uno de estos
ejemplos de investigador eclesiástico de la necromancia, cualquier actividad
sospechosa o inhabitual podría ser considerada como acto nigromántico como lo
muestra un registro de la corte eclesiástica de París de 1323 donde se lee: “un grupo
que estaba conspirando para invocar al demonio Berich desde el interior de un círculo
hecho con tiras de piel de gato”, obviamente este acto sería interpretado y calificado
por las autoridades eclesiásticas como un acto de necromancia (Kieckhefer, R. 1998, p.
191). El químico y alquimista inglés Herbert Stanley Redgrove (1887-1943), afirmó que
la necromancia es una de las tres ramas principales de la magia ceremonial medieval
junto con la magia negra y la magia blanca (Redgrove, H. S. 1920, p. 95), pero esto no
se corresponde con las clasificaciones contemporáneas que, a menudo, combinan
“nigromancia” (“conocimiento oscuro”) con “necromancia” (“conocimiento de la
muerte”).

NECROMANCIA EN LA ERA CRISTIANA (II): EL RENACIMIENTO

La idea de la demonología permaneció fuerte durante el Renacimiento, heredero de


las tradiciones clásicas y medievales, es en esta época que se publicaron varios
grimorios demonológicos, incluido el “Cuarto Libro de la Filosofía Oculta”, que
afirmaba falsamente haber sido escrito por Cornelio Agrippa (Davies, O. 2009, pp. 51-
52) y la “Pseudomonarchia Daemonum” que enumeraba 69 demonios. Para
contrarrestar esto, la Iglesia Católica Romana autorizó la producción de muchas obras
de exorcismo cuyos rituales eran, a menudo, muy similares a los del conjuro
demoníaco (Davies, O. 2009, p. 57). Junto a estas obras demonológicas, se siguieron
produciendo grimorios sobre magia natural, entre ellos “Magia naturalis”, escrito por
Giambattista Della Porta (1535-1615). A raíz de las inconsistencias de juicio, los
nigromantes y otros practicantes de las artes mágicas pudieron utilizar hechizos
usando nombres sagrados con impunidad, ya que cualquier referencia bíblica utilizada
en tales rituales podría interpretarse como oraciones en lugar de hechizos o conjuros.
Como consecuencia, la nigromancia que aparece en el “Manual de Munich” es una
evolución de estos conocimientos teóricos sugiriéndose que los autores del Manual
diseñaron intencionadamente el contenido del libro para crear desacuerdos con las
leyes eclesiásticas, la fórmula principal empleada a lo largo del Manual usaba el mismo
lenguaje religioso y nombres de poder junto con nombres demoníacos, una
comprensión de los nombres de Dios derivados de textos apócrifos y de la Toráh
hebrea requería que el autor de tales rituales tuviera, al menos, una cierta familiaridad
con estas fuentes. Dentro de los relatos narrados en los manuales ocultistas se hallan
conexiones con historias de tradiciones literarias de otras culturas, p. ej., la ceremonia
para conjurar un caballo se relaciona estrechamente con los relatos de Las Mil y Una
Noches y los romances franceses o, por ejemplo, el relato “The Squire´s” de G. de
Chaucer también presenta similitudes (Kieckhefer, R. 1998, p. 43). Esto se convierte en
una evolución paralela de hechizos a dioses o demonios de origen extranjero que
alguna vez fueron culturalmente aceptables y los enmarca en un nuevo contexto
cristiano, aunque demoníaco y prohibido. Como el material de estos manuales
aparentemente se derivó de textos clásicos mágicos y religiosos procedentes de una
variedad de fuentes y escritos en muchos idiomas, los estudiosos que analizaron estos
textos probablemente crearon sus propios libros de consulta y los utilizaban
conjuntamente en sus rituales de magia o en hechizos.
Las siete “artes magicae” o “artes prohibitae”, artes prohibidas por el derecho
canónico, tal como las expuso el médico alemán Johannes Hartlieb en 1456 fueron:

1. Nigromancia. 2. Geomancia. 3. Hidromancia. 4. Aeromancia. 5. Piromancia. 6.


Quiromancia y 7. Escapulimancia.

La nigromancia se clasificaba como “alta magia”, de tipo “académico” y no popular


como otras formas de adivinación (quiromancia, escapulimancia) y derivada de
grimorios (textos o libros de magia) de la Edad Media tales como el Picatrix (un libro de
origen árabe, “Ghayat al-Hakim”, de magia y astrología escrito entre los siglos X y XI,
traducido al español y luego al latín en el que recibió el título latino de Picatrix), o el
Liber Rasielis (un libro de Kabbalah práctica, “Sefer Raziel HaMalak”, escrito en hebreo
y arameo, cuya traducción al latín se produjo durante el reinado de Alfonso X el Sabio,
rey de Castilla, León y Galicia, en el siglo XIII y que todavía se conserva en la
actualidad). Otro texto de origen árabe fue el “Albanum Maleficarum” del siglo IX,
aunque fue publicado en latín en 1601, este texto indica cómo obtener la Suprema
Sabiduría por la intercesión de Capricúo, Emperador de la Magia, y que se presentaba
en la forma de una cabra blanca.

Otros textos utilizados en las artes mágicas consideradas como oscuras fueron “Il vero
drago rosso”, también conocido como Gran Grimorio escrito en 1522, pero más
probablemente redactado durante el siglo XIX, también conocido como el Libro del
Dragón Rojo o La Verdad del Dragón Rojo; se trata de uno de los textos esotéricos más
difundidos y bien escritos, este grimorio contiene continuas referencias a la Clave de
Salomón (Clavicula Salomonis), un texto fundamental para los estudiosos de la magia
negra desde finales de la Edad Media. El Libro del Dragón Rojo comienza con una
introducción de su autor anónimo, prosiguiendo con ritos de evocación de los
demonios y la clasificación metódica de las bestias y diablos del infierno, concluyendo
con una extensa parte dedicada a los usos de la magia negra como por ejemplo, hallar
tesoros o hablar con los muertos (necromancia). Otro texto fundamental es la Clavícula
de Salomón (Clavicula Salomonis), un texto fechado durante el Renacimiento italiano,
más concretamente entre los siglos XIV-XV. Este texto está dividido en dos libros, en el
Libro I se contienen conjuros, invocaciones y maldiciones para convocar y obligar a los
demonios y espíritus de los muertos a que realicen la voluntad del evocante, también
describe cómo encontrar objetos robados, volverse invisible, ganar fortuna, amor, etc.
El Libro II describe varios tipos de rituales de purificación que el operador (llamado
“exorcista”) debe realizar, además de instrucciones de cómo debe vestirse, cómo
deben ser construidas las herramientas mágicas utilizadas en los rituales y qué
sacrificios de animales deben realizarse a los espíritus.
Página del grimorio Sefer Reziel HaMalakh
En sus memorias, Benvenuto Cellini (1500-1571) muestra cuán vago se había vuelto el
significado del término necromancia cuando revela que asistió a las evocaciones
“necrománticas” en las cuales multitudes de “diablos” aparecían y contestaban a sus
preguntas, por su parte, Cornelio Agrippa (1486-1535) en “De occulta philosophia”
indica los ritos mágicos por los cuales se evocaban las almas. Incluso dentro de la
aristocracia francesa, si creemos en los textos de la Congregación de Saint-Maur
(congregación benedictina fundada en 1618 y conocida por su alto nivel de erudición)
la necromancia fue practicada por el Duque de Boson. En el siglo XVII el rosacruz
Robert Fludd describió la necromancia gótica (magia negra) como “un comercio
diabólico con espíritus impuros, a través de ritos de carácter delictivo, cantos e
invocaciones sacrílegas y la evocación del alma de los muertos”.

La Iglesia no niega que, con un permiso especial de Dios, las almas de los difuntos
puedan aparecerse a los vivos, e incluso manifestar cosas aún desconocidas a estos.
Pero entendida como el arte o la ciencia de evocar a los muertos, los teólogos afirman
que se debe a la acción de espíritus malignos, pues los medios adoptados no son
suficientes para producir los resultados esperados.

En supuestas evocaciones de los muertos, puede haber muchas cosas explicables de


forma natural o como resultado de fraude; no se puede determinar cuánto es real y
cuánto debe atribuirse a la imaginación y al engaño, pero los hechos reales de la
necromancia, con el uso de conjuros y ritos mágicos, son vistos por los teólogos
después de Santo Tomás de Aquino (II-II, XCV P., aa. III, IV) como modos especiales de
adivinación debida a la intervención demoníaca, y a la adivinación en sí misma como
una forma de superstición.

LA NECROMANCIA EN LA EDAD MODERNA

El siglo XVIII vio el surgimiento de la Ilustración, un movimiento dedicado a la ciencia y


el racionalismo, predominante entre las clases dominantes, sin embargo, en gran parte
de Europa persistió la creencia en la magia y la brujería. Los gobiernos intentaron
tomar medidas enérgicas contra magos y adivinos, particularmente en Francia, donde
las autoridades los veían como plagas sociales que tomaban el dinero de los crédulos,
a menudo en busca de tesoros; al hacerlo, confiscaron muchos grimorios, uno de los
cuales fue el muy popular “Lemegeton Clavicula Salomonis”, también conocido como
“Lemegeton” un grimorio anónimo que circulaba desde el siglo XVII.

Serie de pentáculos y talismanes procedentes de una página del Lemegeton

En el mundo moderno son practicadas técnicas de adivinación claramente


relacionadas con la necromancia, sin embargo, el espiritismo, fundado por Allan
Kardec en el siglo XIX, no puede considerarse estrictamente una forma de necromancia
puesto que condena la adivinación. La canalización consiste en ponerse en contacto
con seres sobrenaturales que incluyen espíritus de difuntos. Existen actualmente
prácticas necrománticas, si bien realizadas de forma esporádica o clandestina, en
África Ecuatorial, las Antillas (con ceremonias claramente nigrománticas en el Vudú y
otras religiones sincréticas afro-caribeñas), en el Tíbet y también en sectas o círculos
ocultistas de Europa y Estados Unidos. En la actualidad la necromancia se usa más
generalmente como un término para describir la manipulación de la muerte y los
muertos, o la simulación de la misma, a menudo facilitada mediante el uso de la magia
ritual o algún otro tipo de ceremonia oculta. Sesiones contemporáneas de canalización
y espiritismo podrían rayar en la necromancia cuando se pide a los espíritus invocados
revelar acontecimientos o información secreta u oculta.

Canalización por medio de la Ouija

Sesión de espiritismo en el siglo XIX


La necromancia también se puede presentar como ciencia, una rama de la magia
teúrgica. En la cultura popular el término se ha adaptado y el nigromante podría causar
la muerte y/o animar un cadáver sin devolverlo a la vida. Hoy en día las prácticas
necrománticas se circunscriben en el ámbito de cierto tipo de religiones de corte
animista, prácticas chamánicas o en grupos ocultistas y satanistas, pero para la
mayoría de la sociedad no deja de ser un recuerdo oscuro de épocas pasadas.

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