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Tratando con la infidelidad

sexual en el matrimonio
Por: Julio C. Benítez
Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios
Fundación IBRC – casa editora

2016, Medellín.
Tratando con la infidelidad sexual en el matrimonio
Este librito forma parte de la serie completa “Construyendo Matrimonios Bíblicos”,
los cuales son usados en la Iglesia Bautista la Gracia de Dios como parte de las
clases pre-matrimoniales.
©Julio C. Benítez, 2016

Impreso en los talleres del Centro de Publicaciones Biblos. Medellín, 2016

Este librito puede ser fotocopiado y distribuido libremente sin necesidad de solicitar
permiso por escrito al autor. Solo requerimos que se den los créditos respectivos y
no se comercialice. Se puede recuperar el costo de la impresión, pero en la máximo
posible, distribuirlo gratuitamente.

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Tabla de Contenido
Contenido
Cuando uno de los dos ha sido infiel o ha incurrido en pecados escandalosos
1. El pecado de la inmoralidad sexual o el adulterio
Aplicaciones
2. La solución para el pecado de la inmoralidad sexual
1. Restauración para con Dios.
2. Restauración para con la iglesia
3. Restauración para con la familia
4. El perdón del cónyuge ofendido
Aplicaciones:
Cuando uno de los dos ha sido infiel o ha incurrido
en pecados escandalosos
Vivimos en una era caracterizada por la autosatisfacción
momentánea. Queremos satisfacer nuestros caprichos
temporales, lo cual consideramos como algo insignificante e
inofensivo. El consumismo de nuestra época nos lleva a pensar
que los “placeres” cortos hacen bien a nuestro desarrollo como
personas, y nos sacan de la rutina diaria, permitiendo que haya
más creatividad y goce pleno en las relaciones duraderas.
Esta filosofía hedonista, con tendencia marcada en nuestra
época, aunque tan vieja como el pecado, ha permeado la forma
de pensar de muchos creyentes, los cuales, eventualmente, se
aventuran a “descubrir” los terrenos inhóspitos del placer
sexual fuera del círculo pactual del matrimonio;
conduciéndoles a explorar la pornografía, las relaciones con
otra mujer u otro hombre, el homosexualismo, la
masturbación, la prostitución, entre otros. En todos los casos,
estas “aventuras” se tratan de mantener en las recámaras más
secretas de la vida, pues, sabemos que si el cónyuge las
descubre se producirá un descalabro o daño irreparable a la
relación matrimonial.
Pero, estos “placeres temporales”, que, por cierto, no son algo
de “una vez y punto final”, sino que cada vez se convierten en
una constante, por lo general, aunque no siempre, empiezan
con una distorsión de la sexualidad desde la infancia: vio la
desnudes de sus padres o familiares cercanos, fue tocado en
sus partes íntimas por un familiar o amigo, fue violado, vio
escenas pornográficas en su infancia o adolescencia; entre
otros.
En consecuencia, la mente tierna de la niñez, y la inocencia en
temas sexuales, se trastornan y, aunque por un tiempo no
experimenten deseo alguno sobre este tema, sino repulsión,
asco y desagrado; cuando llegan a la juventud o al desarrollo
pleno de sus órganos y potencialidades sexuales, empiezan los
problemas, pues, por un lado, sienten temor de casarse,
especialmente porque experimentan un rechazo total hacia el
aspecto sexual; o, llegan a tener una sexualidad tan
distorsionada que se convierten en esclavos del placer y no
pueden controlar el deseo por experimentar en dicho terreno.
Lastimosamente, los casos de violaciones, acoso sexual,
manoseo, acceso a la pornografía en la infancia son más
comunes de lo que uno piensa. Y todo esto se encuentra
relacionado con el abandono de los padres de su
responsabilidad en la educación y crianza de los hijos,
entregando estos aspectos fundamentales a las escuelas, los
familiares, los vecinos o personas extrañas. Asimismo, el
incremento de los divorcios, o las relaciones pre-
matrimoniales que conducen al embarazo y a la consecuente
crianza de los hijos sólo por la madre, también facilitan que
los hijos sean víctimas del abuso sexual de familiares, vecinos,
amigos o padrastros.
Sumado a esto, los que no sufrieron esta clase de violencia
sexual en la infancia, cuando llegan a la juventud, cuando
ingresan a la universidad o, incluso, cuando se casan, al tener
acceso al internet, sucumben ante la curiosidad de la
pornografía, lo cual les lleva a la masturbación, es decir, al
experimentar autosatisfacción egoísta, y luego, sino confiesan
su pecado y lo abandonan, les puede llevar al adulterio o a
toda clase de fornicación, incluyendo el homosexualismo.
Asimismo, cuando una pareja de jóvenes, en su etapa de
cortejo o noviazgo se da ciertas “libertades” y exploran el
cuerpo del otro, o tienen relaciones íntimas antes del
matrimonio, se exponen a una distorsión de la sexualidad,
centrada en el placer o satisfacción personal, lo cual, les puede
conducir a la inmoralidad sexual dentro de la relación pactual
del matrimonio.
Siendo que este pecado es más común de lo que pensamos,
entonces, es necesario tratarlo a la luz de las Sagradas
Escrituras, procurando el arrepentimiento que nos lleve a vivir
para la gloria de Dios, a la sanidad plena de nuestra sexualidad
y a la vivencia de una fidelidad total dentro del matrimonio.
Para alcanzar este fin vamos a mirar lo que la Biblia enseña
sobre:
1. El pecado de la inmoralidad sexual o el adulterio. Las bases
o el fundamento bíblico para tratar este pecado.
2. La solución para el pecado de la inmoralidad sexual
3. El perdón del cónyuge ofendido
1. El pecado de la inmoralidad sexual o el adulterio
Lo primero que debemos entender es que el adulterio o la
inmoralidad sexual dentro del matrimonio es algo terrible que
causa un dolor amargo el cual no se supera fácilmente. La
infidelidad sexual es tan grave que Cristo mismo la presenta
como un asesino del pacto: “Y yo os digo que cualquiera que
repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa
con otro, adultera” (Mt. 19:9). La cláusula “salvo por causa
de fornicación” como excepción para la separación
matrimonial, se equipara con la regla que dice “hasta que la
muerte los separe”, por lo tanto, Cristo mira al adulterio y la
fornicación dentro del matrimonio como un asesino del pacto.
Es así que Dios mismo ordenó en la Ley de Moisés que
cualquier hombre o mujer que fuere infiel a su cónyuge fuese
sometido a la pena de muerte por lapidación: “Si un hombre
cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y
la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Lev. 20:10); y
esto debía ser así porque el adulterio es una violación flagrante
de la Santa Ley de Dios: “No cometerás adulterio” (Éx.
20:14).
Igualmente, en el Nuevo Testamento, la inmoralidad sexual es
causa de expulsión o excomunión de la membresía de la
iglesia local: “Os he escrito por carta, que no os juntéis con
los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este
mundo…; pues, en tal caso os sería necesario salir del mundo.
Mas bien os escribí que no os juntéis con ninguno que,
llamándose hermano, fuere fornicario…, con el tal ni aún
comáis” (1 Cor. 5:9-11). Además, las puertas de los cielos
están cerradas para todos aquellos que andan en inmoralidad
sexual, cualquiera esta sea: “Porque sabéis esto, que ningún
fornicario… tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”
(Ef. 5:5).
La infidelidad sexual es un pecado tan grave que cuando Dios
quiso mostrarle a su pueblo la gran maldad que había
cometido al serle infiel adorando a otros dioses usó la figura
del adulterio o la fornicación: “Porque la tierra está llena de
adúlteros; a causa de la maldición la tierra está desierta” (Jer.
23:10); “Y sucedió que por juzgar ella cosa liviana su
fornicación, la tierra fue contaminada, y adulteró con la
piedra y con el leño” (Jer. 3:9). “Por tanto, hombres justos las
juzgarán por la ley de las adúlteras, y por la ley de las que
derraman sangre; porque son adúlteras, y sangre hay en sus
manos” (Ez. 23:45).
El adulterio (también llamado fornicación porque es
inmoralidad sexual) es violación del pacto sagrado que se
hacen un hombre y una mujer cuando se unen en matrimonio,
así como fue la causa de que el pueblo invalidara su pacto con
Dios: “No como el pacto que hice con sus padres el día que
tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque
ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para
ellos, dice Jehová” (Jer. 31:32).
El que comete adulterio quebranta la Ley Santa de Dios,
ofende la santidad del Señor, daña el pacto matrimonial,
blasfema contra Cristo y la Iglesia, pues, él o ella debió
mantenerse en pureza unido en fidelidad a su cónyuge así
como Cristo es fiel a la iglesia. El que adultera distorsiona la
imagen que su relación debe representar. El que comete
adulterio causa dolor y aflicción a su cónyuge, a sus hijos, a la
iglesia, a la familia y a la sociedad en general. El que comete
adulterio atenta contra la imagen de Dios que ha sido puesta en
el cuerpo humano. Este es un pecado terrible. “La infidelidad
sexual, como otros pecados que vulneran a la gente hecha a la
imagen de Dios, trae consigo no solamente consecuencias a
largo plazo, también el juicio directo de Dios. La evidencia
comienza con las Escrituras, el punto de apoyo de la iglesia
cristiana. El escritor a los hebreos advierte del juicio de Dios
mientras describe la relación del matrimonio: Honroso sea en
todos el matrimonio y el lecho sin mancilla; pero a los
fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios (Heb. 13:4). El
adulterio es uno de esos pecados que defraudan y violan brutal
y directamente a otros. No es simplemente una
“equivocación”, sino una rebelión masiva, a menudo
planeada”[1].
El adulterio es una forma de inmoralidad sexual, y siendo que
la fornicación (Phorneia) es toda clase de inmoralidad sexual,
entonces, el adulterio cae dentro de esta categoría. En las
Sagradas Escrituras se consideran actos de inmoralidad sexual:
Cuando un hombre casado tiene relaciones íntimas con
una mujer casada. Esta es la prohibición específica de Éxodo
20:14, cuando dice “No cometerás adulterio”.
Cuando una persona casada tiene relaciones íntimas con
una soltera. Pues, esto era considerado como un crimen
contra la propiedad ajena. Es la violación del honor del
prójimo. “Mas el que comete adulterio es falto de
entendimiento, corrompe su alma el que tal hace. Heridas y
vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada.” (Prov.
6:32-34). Tener relaciones íntimas con una mujer soltera es
violar anticipadamente el pacto que ella tendrá con su futuro
marido.
Cuando dos personas solteras tienen relaciones íntimas. En
este caso, el Antiguo Testamento les ordenaba casarse.
“Cuando un hombre hallara a una joven virgen que no fuere
desposada, y la tomare y se acostare con ella, y fueren
descubiertos; entonces, el hombre que se acostó con ella dará
al padre de la joven cincuenta piezas de plata; y ella será su
mujer, por cuanto la humilló; no la podrá despedir en todos
sus días” (Deut. 22:28-29).
Cuando un hombre (o mujer) tiene relaciones íntimas con
una prostituta. “Pero el cuerpo no es para la fornicación,
sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo… ¿Quitaré pues,
los miembros de Cristo, y los haré miembros de una ramera?
De ningún modo” (1 Cor. 6:13, 15).
Todas las relaciones homosexuales y de zoofilia. “No te
echarás con varón como con mujer; es abominación” (Lev.
18:22). “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer,
abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos
será su sangre” (Lev. 20:13). “No erréis; ni los fornicarios…
ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con
varones… heredarán el reino de Dios” (1 Cor. 6:9-10).
Cuando un hombre o mujer miran a otra persona con
deseos sexuales, esto puede ser en vivo, televisión, internet,
cine, revista, entre otros. Es decir, aquí se incluye a la
pornografía y a la masturbación. “Oísteis que fue dicho: No
cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira
a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su
corazón” (Mt. 5:27-28). Codiciar o desear sexualmente a otra
persona, que no sea tu cónyuge, es considerado como un
pecado de inmoralidad sexual por Cristo, a la par con el
pecado del adulterio. La masturbación cae dentro de esta
categoría de pecado, pues, casi siempre, su práctica se
relaciona con imágenes mentales de personas reales o ficticias
que son deseadas.
El que comete adulterio daña su cuerpo como dice 1 Corintios
6:18: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el
hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica,
contra su propio cuerpo peca”. Aquí Pablo dice que todos los
pecados son cometidos fuera del cuerpo, mientras que la
inmoralidad sexual no. “¿No son todos los pecados contra el
cuerpo? ¿Sea ebriedad, abuso de drogas o pecado sexual?
¿Son igualmente horrendos? ¿Por qué separar los pecados
sexuales?[2]”. Aunque en nuestra lógica esto pareciera ser así, la
realidad es que el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu
Santo, dice que no. Él afirma que hay una diferencia radical
entre todos los pecados y el pecado de la inmoralidad sexual:
“Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del
cuerpo; pero el que fornica, contra su propio cuerpo peca”.
Los pecados “como la ebriedad y el abuso de las drogas son
cometidos contra el cuerpo, pero no de la misma forma que la
inmoralidad sexual. La singularidad del pecado sexual, para
expresarlo de otra manera, no está en su grado de maldad, sino
más bien en la forma directa como golpea el cuerpo y, a través
de éste, toda la personalidad humana”[3]. Es más, la
inmoralidad sexual daña, de una manera particular, a la
sociedad misma, la socava y la termina destruyendo. “Nos
convertimos en lo que somos por la manera en que nos
relacionamos con otros, en nuestras prácticas, y esto es cierto
respecto a las profundidades incontrolables de nuestro
relacionar sexual… La relación sexual no es tan sólo un
momento de placer, tal como el comerse un dulce, sino una
acción que da forma al carácter. La manera en que una
sociedad practica su sexualidad da forma no tan sólo al pueblo
de la sociedad, sino a la sociedad misma. Si una sociedad usa
su sexualidad dentro de contextos de egoísmo, manipulación,
desconfianza y traición, esta tiende a convertirse en una
sociedad egoísta, manipuladora, desconfiada y traicionera.
Esto, sencillamente, es la realidad de la naturaleza humana”[4].
Calvino, comentado este pasaje, dice: “La contaminación por
otros vicios no se adhiere a nuestro cuerpo de la misma
manera como lo hace la fornicación. Mi mano, ciertamente,
está contaminada por el robo o el asesinato, mi lengua, por el
mal hablar o el perjurio; y todo el cuerpo por la embriaguez.
Pero la fornicación deja una mancha impresa en el cuerpo, tal
como no se imprimen la de los otros pecados”[5].
Adam Clarke también dice: “Aunque todo pecado tiene
tendencia a destruir la vida, ninguno es tan mortal como
aquellos a que se refiere el Apóstol; éstos atacan
inmediatamente la base misma de la constitución”[6].
William Hendriksen también afirma: “Ningún otro pecado
emplea el poder físico de comunicación personal en una forma
tan íntima. En este sentido, cualquier otro pecado está como
“fuera del cuerpo”… el pecado de la fornicación busca
gratificar al cuerpo mismo, y sólo se limita al cuerpo. En un
sentido, este pecado es diferente al resto, porque permanece en
el cuerpo… La fornicación es el único pecado contra el cuerpo
físico. El fornicario usa pecaminosamente su cuerpo en contra
del Señor, quien lo creó, redimió y santificó. Es por eso que
José le preguntó a la mujer de Potifar: ¿Cómo, pues, haría yo
este gran mal, y pecaría contra Dios” (Gén. 39:9)”[7].
El comentario de Matthew Henry añade algo muy importante,
otros pecados “como la ebriedad o la gula, son también contra
el propio cuerpo, pero no tienen por resultado la formación de
una sola carne con otra persona como sucede con la
fornicación. Aquí es donde se apoya toda la argumentación del
Apóstol”[8].
Por su parte William McDonal dice que “el apóstol advierte a
los corintios con estas palabras: Huid de la fornicación. No
han de juguetear con ella, trivializarla, estudiarla o siquiera
hablar de ella… La actividad sexual fuera del matrimonio,
inevitable e irresistiblemente, causa estragos en el culpable”[9].
Y William Barclay afirma que “el estómago y la comida son
cosas temporales, y llegará el día en que dejen de existir. Pero
el cuerpo, que representa a la personalidad, el ser humano en
su conjunto, no está hecho para desaparecer, sino para estar
unido a Cristo en este mundo y, aun más íntimamente, en el
porvenir. ¿Qué sucede cuando se comete fornicación? Que se
le da el cuerpo a una prostituta, porque la Escritura dice que en
el acto sexual dos personas llegan a ser un solo cuerpo (Gén.
2:24). Es decir: un cuerpo que le pertenece a Cristo por
derecho propio se ha prostituido con otra persona…de todos
los pecados, la fornicación es la que afecta al cuerpo y lo
prostituye… por eso insiste en que otros pecados son externos
a la persona, mientras que en el sexo indebido se peca contra
el propio cuerpo, que está diseñado y destinado para la
comunión con Cristo”[10].
John MacArthur, por su parte, afirma que “aunque el pecado
sexual no es el peor de los pecados, es el más singular en
carácter. Surge de dentro del cuerpo buscando su propia
gratificación. Domina como ningún otro impulso lo hace y
cuando es satisfecho afecta el cuerpo como ningún otro
pecado. Tiene una forma propia de destruir el ser interior de la
persona como no la tienen ningún otro pecado. Debido a que
la intimidad sexual es la unión más profunda entre dos
personas, su mal uso corrompe en el nivel humano más
profundo. Ese no es un análisis psicológico, sino un hecho
divinamente revelado. La inmoralidad sexual es mucho más
destructiva que el alcohol, que las drogas y que el crimen”[11].
En conclusión, el pecado de la inmoralidad sexual está
tipificado en las Sagradas Escrituras como uno de los pecados
que más daño causan, por lo tanto, debemos huir de él, escapar
de sus garras diabólicas y hacer todo lo que esté a nuestro
alcance para no dejarnos seducir por sus mortales encantos.
“Ningún pecado esclaviza más que el pecado sexual. Cuanto
más se entrega la persona a él, más queda controlada. A
menudo comienza con pequeñas imprudencias, que llevan a
otras mayores y finalmente al vicio flagrante… Cuando nos
asociamos por propia voluntad con el pecado, terminamos
pronto tolerándolo y practicándolo. Como todos los demás
pecados a los que no nos resistimos, los pecados sexuales
crecen y al final corrompen y destruyen no solo a los
involucrados directamente, sino a muchos inocentes que están
cerca”[12].
El apóstol Pablo también exhorta a los creyentes a alejarse de
la fornicación cuando dice: “Pues la voluntad de Dios es
vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que
cada uno sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no
en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no
conocen a Dios; que ninguno agravie ni engañe en nada a su
hermano; porque el Señor es vengador de todo esto” (1 Ts.
4:3-6).
Esto es lo que lo hace a uno tambalear: Pablo afirma que
cuando se peca contra otro defraudándolo como persona, Dios
obra directamente como vengador contra la parte pecadora”[13].
Hendriksen pone en correcta perspectiva el peso de las
declaraciones de Pablo cuando dice: “Dios venga la
inmoralidad, y en particular, el tomar una esposa en pasión de
concupiscencia, y la maldad de propasarse de lo que es justo.
Dios castiga al hombre que rehúsa caminar por la senda de la
santificación. Esto es verdad, “porque Dios no nos llamó a
inmundicia sino a santificación”… por cuanto fue Dios mismo
que nos llamó en relación con la santificación, quien se
oponga a su amonestación, se opone rotundamente a él”[14].
Ahora, el adulterio y toda clase de inmoralidad sexual dentro
del matrimonio se constituye en un pecado de consecuencias
horrendas a causa de lo que el matrimonio es. “Dios dio el
matrimonio a la humanidad como un buen regalo. Cuando se
abusa de este regalo con la inmoralidad sexual, el hombre
rechaza su bondad, sabiduría y generosidad”[15].
Recordemos que el matrimonio es sagrado. “Es una relación
contractual. Dios lo dio a la humanidad directamente como
una ordenanza de la creación. Hemos recibido muchos buenos
regalos, comunes y corrientes: cuya mayoría es parte del orden
creado de las cosas. Pero de ninguno de esos regalos se puede
pensar que sea una ordenanza como el matrimonio, en el cual
la intención de Dios es mostrar su más abundante bendición a
la humanidad. Al usar el término sagrado quiero decir
“dedicado a, o separado para” la alabanza y el servicio de
Dios”[16].
De manera que cuando cometemos un pecado de inmoralidad
sexual, sea cual sea, atentamos en contra de la propia santidad
de Dios, sea que estemos casados o no, “transgredimos
directamente el plan ordenado por Dios para la creación y su
asombrosa santidad. Agresivamente atacamos su santo
nombre, su carácter santo y su santa Ley. “El adúltero”,
escribió el teólogo puritano Thomas Watson, “fija su voluntad
por encima de la ley de Dios, pisotea su mandamiento, lo
enfrenta… Es altamente injurioso a todas las personas de la
Trinidad”[17].
Por otro lado, el adulterio y la inmoralidad sexual, siendo que
están prohibidos en la Ley santa del Señor, se constituyen en
un pecado enorme debido a la santidad y majestad que Dios
imprimió a los 10 mandamientos. Así como el sexto mandato
condena el asesinato, por quitar o destruir la vida de otro, el
que le sigue, sobre el adulterio, es un asesino del matrimonio,
quita la vida espiritual. “Thomas Watson escribió: Este
mandamiento fue establecido como un límite para mantener a
raya la suciedad; y a los que traspasan ese límite, una serpiente
los morderá. Job llamó al adulterio “iniquidad” (Job 31:11).
Cada falla no es un crimen; y cada crimen no es iniquidad;
pero el adulterio es un flagelo, una “iniquidad”[18].
El apóstol Pablo en 1 Tesalonicences 4:3-8 discute el tema de
la santificación, y deja ver que a causa de que Dios es la fuente
de la misma, es “el deber de cada uno de abstenerse de
inmoralidad, como la que practican, por ejemplo, aquellos que
en lugar de tomar una esposa y de hacerlo en forma tal que
resulte en armonía con los requerimientos de la santificación,
se dejan llevar por la lujuria; o, indiferentes a los límites de la
decencia, entran en relaciones ilícitas, clandestinas, con la
esposa o la hija de su hermano. Aunque el hermano que ha
sido víctima de tales artimañas y así defraudado, no llegue
nunca a descubrir el mal que fue hecho en contra de él, existe,
no obstante, un Vengador, Dios”[19].
Indudablemente el adulterio, y la inmoralidad sexual en
general, está compuesto por una cadena de pecados. Primero,
está la idea del pecado mental, seguido del consentimiento de
la voluntad, y por último el pecado de hecho. No se trata de
una sencilla caída, de algo inesperado, no, este es un pecado
que procede de una deliberación madura.
Como ya hemos dicho, el adulterio, y la inmoralidad sexual,
daña el alma y el cuerpo, pero no sólo de una persona, sino de
la otra. Afecta el alma de varias personas, y daña
espiritualmente a muchos. “Watson dice: El adulterio asesina
dos personas a la vez. Es peor que el robo; porque,
supongamos que un ladrón roba a un hombre, además le quita
la vida; con todo, el alma del hombre puede estar feliz; puede
ir al cielo igual que si hubiera muerto en su cama. Pero el que
comete adulterio, pone en peligro el alma de otro, y la despoja
de la salvación hasta donde en él radica. Ahora, ¡qué cosa tan
aterradora es atraer a otro al infierno”[20]. Visto a la luz de la
ética del Reino, la prohibición del adulterio, o el mandato de la
fidelidad exclusiva dentro de la relación sexual marital, busca
proteger a las víctimas. “…debido a la unión misteriosamente
emocional-psíquica, que normalmente tiene lugar en la
relación sexual, el adulterio hiere profundamente el espíritu
del cónyuge tratado injustamente y daña o destruye el lazo que
existe con su compañero. El virtud de la pasión que Dios
siente por la justicia, muchos mandamientos bíblicos tienen la
intención de proteger al inocente de cualquier daño. El
mandato contra el adulterio debe verse así, es decir, en
términos de los daños ocasionados a los niños, al cónyuge
herido y finalmente al adúltero”[21].
Otro de los grandes daños del adulterio y la inmoralidad
sexual es que destruyen, sobremanera, la confianza, “excepto
por las promesas bautismales, los votos matrimoniales son los
más completos que un creyente puede hacer. Cuando el dique
se rompe por el adulterio, la esposa y los hijos pueden sumirse
en la marea del dolor, y las ondas y remolinos de aflicción van
más allá de la familia inmediata (Neff). De hecho, el corazón
del verdadero liderazgo es confianza, confiabilidad, veracidad.
Cuando tiene lugar el adulterio, éste “viola la confianza de
manera fundamental y pública, y ya, de hecho, no es líder.[22]”
Por otro lado, el adulterio, y toda inmoralidad sexual, destruye
la reputación personal. “Mas el que comete adulterio es falto
de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y
vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada” (Prov.
6:32-33). “Watson advierte, de una manera poco escuchada en
la discusión moderna: “Ningún médico puede curar las heridas
de la reputación. Cuando el adúltero muere, su vergüenza vive.
Mientras su cuerpo se descompone bajo tierra, su nombre lo
hace sobre ella”[23].
Ahora, este último pasaje resalta la vileza inusual del pecado
del adulterio y de la inmoralidad sexual, pues, refleja la
avaricia, idolatría y egolatría del que lo comete, ya que robar
por avaricia es peor que robar por hambre. El que roba por
hambre, lo hace por una necesidad vital del cuerpo, el que roba
a través de la lujuria y la inmoralidad sexual, lo hace por mera
avaricia o satisfacción egoísta.
Juan Cristóstomo, comentando este pasaje dice: “No todo
pecado merece la misma pena, pues los que son más fácil de
corregir la merecen mayor. Cosa que Salomón insinuaba ya y
declaraba cuando dijo: “¿Acaso no es tenido en poco al ladrón
cuando roba para saciar su hambre, si la tiene? Pero el adúltero
¡es un mentecato que quiere arruinar su alma!”. Esto significa
que el hurto es cosa grave, pero no tan grave como el
adulterio. Porque el ladrón, que tiene un triste motivo, procede
obligado por la necesidad y puede poner su pobreza como
excusa; pero el adúltero, sin que le obligue necesidad alguna y
movido sólo por su demencia, cae en el abismo del pecado
(JUAN CRISTÓSTOMO, Homilías al pueblo antioqueno, 10,
11).[24]”
El puritano George Lawson, comentado el mismo pasaje de
Proverbios dice: “El robo es un pecado que bien merece que lo
aborrezcamos; los que lo han cometido se exponen al
desprecio y a la indignación de los demás. Sin embargo,
cuando la necesidad tienta al hombre a robar, es objeto más de
lástima que de desprecio. Por grande que sea la pobreza, esta
no puede excusar el pecado, pero la necesidad evidente puede
atenuar sus consecuencias. No obstante, este atenuante no
puede alegarse para suavizar el castigo del delito del adulterio,
que siempre es el resultado de un espíritu lleno de maldad y de
una mente impura. Cuando un hombre roba, quizá sea para
satisfacer su alma y para apaciguar su hambre, que es un
apetito humano natural demasiado intenso como para resistirse
a él. Pero los actos impuros son para saciar los apetitos
animales y no tienden a preservar la vida, sino a destruirla. Sin
embargo, el ladrón debe sufrir, aunque se le compadezca
cuando el hambre le haya inducido a robar… ¿cómo espera,
pues, el adúltero escapar a un castigo mucho más doloroso por
un delito que no puede repararse? El ladrón puede robar por
falta de pan pero el adúltero peca porque no tiene
entendimiento… Algunos pueden suponer que este argumento
tiene poco peso en nuestra sociedad, que castiga más
duramente el robo que el adulterio. Pero cuando los delitos que
merecen la muerte escapan al castigo de los hombres, entonces
Dios, el Rey de todas las naciones, los castiga mediante su
providencia y, a veces, con más severidad, porque sus
ministros terrenales faltan a mostrar su resentimiento hacia
ellos”[25].
Aplicaciones

- ¿Has caído en inmoralidad sexual? Es mi confianza que esta


exposición bíblica te haya confrontado aún más, y que hayas
visto lo horrendo, nefasto, dañino, ofensivo y destructivo de
esta clase de pecados. Pero no quiero que te hundas en la
miseria y desesperación. El objetivo es despertar la conciencia
adormitada con el fin de que puedas ver el pecado como lo ve
Dios. Hasta que no podamos hacer esto, difícilmente seremos
conducidos al arrepentimiento. Si esta exposición produjo
dolor y tristeza, es mi convicción que esta sea según Dios,
pues, es la tristeza que conduce al arrepentimiento. Confiesa tu
pecado ante Dios, arrepiéntete, apártate inmediatamente de
este mal, está atento a las cosas que provocan la tentación y
huye presuroso de ellas. Si confías en Cristo y acudes a su cruz
sangrante, por muy horrendo que este pecado sea, encontrarás
en él el perdón de todos tus pecados, la limpieza y la
restauración. Confía solamente en él, y él te dará la gracia
perdonadora.
- Si tu pecado hizo daño a tu esposa, o a tus hijos, o a otra
persona, y estás sufriendo las consecuencias de ello, además
de confesarlo ante el Señor, confiésalo con arrepentimiento
ante las personas que has ofendido. Busca inmediatamente la
ayuda de un pastor o consejero noutético, es decir,
confrontacional, que use las Sagradas Escrituras como fuente
principal de restauración. Abandona inmediatamente tu gran
maldad, pues, de lo contrario, la ira del Señor vendrá sobre ti,
como tú no te imaginas.
- Si tú eres la víctima, aún hay esperanza de restauración para
tu cónyuge. Ora por él o ella, exhórtalo a que busque ayuda
espiritual. Como veremos en la próxima sesión, es posible la
restauración completa para los que han estado esclavizados en
pecados de inmoralidad sexual, pero esto requiere un
acompañamiento constante y perseverante. No significa que
mientras esto se da debes mantener vida íntima con el cónyuge
infiel, pero debes darle muestras del amor cristiano, de la
compasión y misericordia de Cristo, procurando que proceda
al arrepentimiento.
2. La solución para el pecado de la inmoralidad
sexual
No hay pecado tan grave que el ser humano pueda cometer
que no pueda ser perdonado, cubierto y justificado por el
sacrificio de Cristo, excepto, la ofensa contra el Espíritu Santo
o el pecado de muerte. El adulterio o toda clase de inmoralidad
sexual (fornicación) es un pecado que puede ser perdonado, y
el ofensor puede ser restaurado. El apóstol Pablo nos manda en
Gálatas 6:11: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en
alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con
espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea
que tú también seas tentado”. Aunque el proceso de
restauración es, necesariamente, doloroso y toma cierto
tiempo, no debemos escatimar ningún esfuerzo para que el
ofensor sea reconciliado con Dios, con la iglesia y con su
familia.
Probablemente, el matrimonio no volverá a ser el mismo, pero
la gracia de Dios puede cubrir estos pecados, sanar las heridas
causadas y restablecer la comunión del ofensor.
Pero no debemos tratar de apresurar las cosas o cambiar el
orden necesario en la restauración, pues, un error en esto
puede causar mucho daño, tanto en el adúltero como en su
familia y en la iglesia.
Que el amor cristiano no nos lleve a mirar este pecado como si
fuera una simple equivocación. Ya hemos visto las terribles
consecuencias que esta clase de maldad trae y cómo Dios lo
condena, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Considero que las prioridades de restauración deben seguir el
siguiente orden:
- Restauración para con Dios. Es decir, sincero
arrepentimiento, apartarse total y definitivamente del pecado y
confiar en la gracia de Dios.
- Restauración para con la iglesia. Someterse al proceso de
disciplina eclesiástica, confesión pública (de acuerdo al
alcance de conocimiento que haya tenido el pecado).
- Restauración para con la familia.
Dejo de último el tema de la familia, no porque sea el menos
importante, pero si porque es el más difícil, toda vez que el
cónyuge víctima y los hijos son los que más sufren bajo esta
clase de pecados, y requieren más tiempo para el perdón y la
restauración completa.
En ocasiones he visto que la principal preocupación del
cónyuge ofensor es que su cónyuge le perdone y acepte nueva
y totalmente, lo cual, puede ser sintomático de que el adúltero
o fornicario no está viendo el pecado con la gravedad que debe
verlo. Tratar de acelerar el proceso de restauración, por temor
a perder la familia, el prestigio o el ministerio, puede producir
más frustración y daño que el ya causado.
Esto es lo principal, y la base
1. Restauración para con Dios.
fundamental del proceso que sigue. El adúltero o fornicario
debe centrarse en ver su pecado como lo ve Dios, en odiarlo
como Dios lo odia, en abandonarlo inmediatamente. No se
requiere ningún proceso psicológico para que se logre este
paso. El pecador debe meterse de lleno en la oración, el ayuno
de arrepentimiento y el estudio de todo lo que la Biblia enseña
sobre esta clase de pecados. Debe repasar todo lo que vimos
en el primer punto de nuestro estudio. Buscar en una
concordancia todos los pasajes que hablan sobre la
fornicación, el adulterio, la inmoralidad y los pecados
sexuales. Debe orar constante e insistentemente para que el
Señor le muestre, en su gracia, la pecaminosidad horrenda de
este pecado.
La restauración para con Dios se basa en la confesión, el
arrepentimiento, el apartarse del pecado, confiar en la gracia
de Cristo para la completa victoria. Esto implica varias cosas:
a. Arrepentimiento genuino

Cuando hablamos del arrepentimiento le acompañamos del


calificativo genuino, lo cual significa que hay un
arrepentimiento falso. Genuino significa que es verdadero, de
corazón. Que no es el arrepentimiento acompañado de
lágrimas y una búsqueda intensa de ayuda o consejería sólo
con el fin de que el cónyuge ofendido le perdone, de recuperar
los ministerios perdidos o la membresía en la iglesia local; no,
el arrepentimiento genuino se centra en una sola cosa:
encontrar el perdón divino, la reconciliación con Dios, la
limpieza de sus pecados. El infractor ha ofendido seriamente
al Dios verdadero y sabe que le ha desagradado en gran
manera. Él no puede vivir más con la conciencia de pecado y
culpa que lo embarga, se siente terriblemente sucio e indigno
delante del Santo Dios. “Un elemento vital del verdadero
arrepentimiento, a menudo ausente en nuestra era
psicoterapéutica, es el aborrecimiento de sí, que trae cambio
duradero y completo. Ezequiel nos dice que la obra del
Espíritu, a través del Evangelio mismo, causará la siguiente
respuesta: Os acordaréis de vuestra mala conducta, y de
vuestras obras que no fueron buenas, y os avergonzaréis de
vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras
abominaciones” (Ez. 36:31). Tal arrepentimiento hace que uno
sea “compungido de corazón” (Hch. 2:37), y produce
arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay que
arrepentirse” (2. Cor. 7:10-11)”[26].
Antes que enfocarse en la aceptación o el perdón de los demás,
en su intimidad, el ofensor se centra en buscar la
reconciliación con Dios. Él sabe que no puede buscar la
reconciliación con la iglesia y con la familia hasta que lleve su
maldad ante el Juez de toda la tierra. El verdadero creyente no
puede mantener en oculto su pecado sin confesarlo
honestamente ante Su Dios: “Mientras callé se envejecieron
mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche
se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedales
de verano. Selah. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi
iniquidad. Dije: confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú
perdonaste la maldad de mi pecado” (Sal. 32:3-5).
Además, el creyente sabe que guardar los pecados en el
corazón traerá maldiciones y sufrimientos: “El que encubre
sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se
aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que
siempre teme a Dios; mas el que endurece su corazón caerá en
el mal” (Prov. 28:13-14). Su alma no estará tranquila hasta
cuando pueda ver los frutos del verdadero arrepentimiento:
“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3:8).
El creyente ofensor sabe que si no ha sido destruido por su
maldad es solo por la gracia de Dios, por lo tanto, no duda en
apresurarse a buscar el sincero arrepentimiento: “¿O
menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y
longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al
arrepentimiento?” (Ro. 2:4). “Arrepentimiento es más que una
reacción momentánea. Es mucho más que los sentimientos de
pena y culpa, que pueden postrarnos por un tiempo. Es una
gracia evangélica salvadora, por la cual un pecador, con un
sentido verdadero de su pecado, y una comprensión de la
misericordia de Dios en Cristo, con aflicción y odio hacia su
pecado, se vuelve de éste a Dios. Eso incluye un esfuerzo total
e incondicional por obedecer a Dios, especialmente en las
áreas donde ha ocurrido la falta”[27].
El creyente que ha pecado sexualmente abandona toda alegría
y disfrute, y se concentra en la autohumillación, en el dolor,
aflicción y ayuno de todo lo que sea gozo para él. Sabe que ha
pecado gravemente contra Dios y trae su afrenta y aflicción
ante Cristo. Él se humilla ante su cruz y se reconoce como el
más grande pecador. Se ve como un miserable, indigno, impío
y asesino de la santidad. El alma arrepentida no disfrutará de
ningún gozo o deleite hasta que pueda humillarse con
integridad ante Dios. Él no se justificará por su pecado, no
buscará culpables fuera de sí mismo. La contrición de espíritu
será su pan y su cama: “Al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17). “Lo que siente, si
“vuelve en sí” (Lc. 15:17), es su propio estado de incapacidad.
No puede ver su salvación claramente, aún si por muchos años
ha sido un hombre regenerado. Se siente condenado, a veces
sin esperanza, y completamente hipócrita. Todo por una buena
razón, porque a menos que se arrepienta, lo cual en sí mismo
es un don de Dios, no tendrá la seguridad futura de la relación
con Él. Lo que sabe, en este momento de profunda convicción,
es que ha pecado, y no puede creer el completo desorden que
ha hecho de su vida. Sabe que ha contristado al Espíritu Santo,
y que ha vivido como traidor. Sabe que necesita acudir pronto
a Cristo por limpieza, o no será limpio (Sal. 51). Confía
solamente en el Evangelio, porque es el único que puede hacer
que se levante de nuevo”[28].
Pero el arrepentimiento no se queda allí, implica apartarse
inmediatamente del pecado.
b. Apartarse del pecado inmediatamente

En este punto quiero ser muy claro, pues, ya sea como


consecuencia de la consejería psicologizada o de la consejería
noutética, muchas personas creen que para poder abandonar el
pecado requieren de un proceso terapéutico de consejería
continua, y si fracasan en abandonar el pecado terminan
culpando al consejero o pastor. Creo que en esto hemos fallado
mucho los pastores de iglesias bíblicas, pues, no le enseñamos
a las personas que su deber inmediato, luego de reconocer su
pecado, es abandonarlo, y para eso no se requiere ninguna
consejería sistemática, sino, obedecer lo que la Palabra dice.
“Es preocupante que la mayoría de la literatura sobre este
tema, y de fuentes evangélicas, se dirige hacia los aspectos
psicológicos del pecado sexual: ¿Por qué hice esto? ¿Qué
necesidades no han sido suplidas en mi vida? ¿Qué pasó que
determinó mi caída? ¿Cómo puedo obtener un mejor
entendimiento respecto a mis sentimientos represados?”[29]
En algunas iglesias pentecostales los feligreses se someten a
un proceso de liberación demoníaca o sanidad interna, y así
creen que podrán abandonar el pecado; y en las iglesias
reformadas o bíblicas creemos que sólo después de un proceso
de consejería podrán hacerlo; pero en ambos casos estamos
equivocados. Lo que debe hacer el infractor, inmediatamente
sabe que ha pecado, es abandonarlo, sin ninguna excusa y sin
más dilación. La consejería bíblica puede ayudar a cimentar un
carácter firme y alerta frente a las tentaciones que incitan hacia
ese pecado en particular, y puede ayudar a guiar al ofensor en
el proceso de restauración y resarcir los daños causados; pero
el abandono del pecado de la inmoralidad debe ser inmediato.
Que esto es así, se deja ver por los siguientes pasajes:
“Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo,
el adúltero y la adúltera, indefectiblemente serán muertos”
(Lev. 20:10). Es decir, Dios considera que el que comete este
pecado lo hace con plena conciencia y en contravía de lo que
ya conoce y sabe que no debe hacer. Si debía ser muerto
inmediatamente el que caía en esta clase de maldad (a
diferencia de otros pecados que no exigían la muerte),
entonces, se implica que reincidir en él es una maldad
inconcebible, por lo tanto, la conclusión es, abandonarlo
inmediatamente.
Igualmente, en el Nuevo Testamento dice: “¿No sabéis que los
injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones,
ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, heredarán
el Reino de Dios” (1 Cor. 6:9-10). De manera que si Dios
cierra la puerta del cielo para los que hacen estas cosas, se
implica que un creyente, si cae en una oportunidad, en
cualquier clase de inmoralidad sexual, debe abandonarla
inmediatamente, es su responsabilidad, es su deber; de lo
contrario, debe ser expulsado de la comunión de los santos, de
la iglesia. Aunque esto suena muy duro en esta generación
cristiana de falso amor, esto fue lo que mandaron los
apóstoles: “Mas bien os escribí que no os juntéis con ninguno
que, llamándose hermano, fuere fornicario o avaro, o idólatra,
o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún comáis”
(1 Cor. 5:11); de donde se desprende que el creyente que peca,
uno sola vez, sexualmente, debe abandonar inmediatamente
dicho pecado. No tiene que esperar nada.
“Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el
Señor, y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré” (2 Cor. 6:17).
Esto también rige para el pecado de inmoralidad sexual. Es
deber del creyente salir y apartarse inmediatamente de la
inmundicia de dicho pecado, y de todo lo que se relacione con
la inmoralidad, de todo lo que sea fuente de tentación.
Ahora, muchos se excusan en que santos robustos, como
David, cayeron en este pecado; y es verdad, lo cual nos debe
llevar a temer y huir de todo lo que se convierta en tentación;
no obstante, los santos que cayeron en inmoralidad sexual no
permanecieron en ese estado, ni cayeron una y otra vez. Esto
lo podemos ver en el caso de David, quien cayó en adulterio,
pero una vez fue confrontado por la Palabra de Dios, a través
del profeta, luego de un largo proceso de sufrimiento interno
por no confesarlo, abandonó dicho pecado, y no encontramos
registro alguno de que lo volvió a cometer. Este es el deber de
todo creyente, no volver a hacerlo. Huir de él como quien huye
de una serpiente venenosa y mortal. No convertir este pecado
en una costumbre, pues, esto sería evidencia de no haber
nacido de Dios, como dice el apóstol Juan: “Sabemos que todo
aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues,
Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no
le toca” (1 Jn. 5:18).
El mandato que las Sagradas Escrituras da a todos los que no
quieren caer o no quieren seguir cayendo en el adulterio o la
inmoralidad sexual es: “Huid de la fornicación” (1 Cor. 6:18).
Pablo nos dice a todos: “Abominad, detestad y escapad de toda
forma de inmundicia. Algunos pecados, o solicitaciones al
pecado son de tal naturaleza que se puede razonar con ellos;
pero en los casos mencionados, si uno discute está perdido;
¡no razonéis, huid![30]” El mejor ejemplo de lo que es huir de la
inmoralidad sexual lo encontramos en la vida de José. La
esposa de Potifar lo acosaba constantemente para que se
acostara con ella: “Hablando ella a José cada día… para estar
con ella” (Gén. 39:10). Las egipcias eran mujeres muy
hermosas, más, cuando esta era esposa de un hombre rico, la
cual cuidaría su cuerpo con las especias y cremas más finas de
su tiempo. Pero, a pesar de que José era un muchacho, un
adolescente, lejos de sus padres, sin una iglesia que lo
respaldara, sin Biblia a la mano, sin un pastor al cual acudir en
búsqueda de consejo, sin otros hermanos en la fe que oraran
por él; lejos de su familia, con suficientes razones psicológicas
para estar resentido de Dios y de su pueblo al haber sido
tratado tan mal por sus hermanos; a pesar de todo esto, y de
que la esposa de Potifar posiblemente le decía: “¿Por qué no
quieres estar con migo?, estamos tú y yo solos, nadie nos verá,
mi esposo no se enterará. ¿Por qué no quieres desahogar tus
frustraciones conmigo?”; la respuesta sabia de este joven fue
huir, porque él sabía perfectamente que nadie puede tomar
fuego en su seno y no quemarse: “Entonces él dejó su ropa en
las manos de ella, y huyó y salió” (Gen. 39:12).
El gran problema de la mayoría de los creyentes que hoy día
caen en inmoralidad sexual es que no huyen. Empiezan a
coquetear con el pecado. En un principio creen que son lo
suficientemente fuertes para no ceder, pero nadie es
suficientemente fuerte ante esta clase de pecado. Todos
estamos propensos a caer en él. Jóvenes y viejos, todos
igualmente. Casados y solteros, feligreses y pastores.
Para caer en esta clase de pecados no se requiere mucho, solo
un hombre y una mujer, casados o solteros, jóvenes o
ancianos, y un momento, un espacio, una ocasión. No se
necesita atracción previa, sólo la ocasión. Por eso Pablo dice:
¡Huyan! Una mirada, una palabra bonita, una adulación, un
gesto amoroso, un leve traspasar del respeto, y el incendio está
cercano. Un hombre y una mujer nunca debieran estar solos en
ninguna ocasión y en ningún sitio, al menos que sean esposos.
Allí hay fuego, allí hay peligro.
Ahora, muchos creyentes, tanto hombres como mujeres, se
engañan a sí mismos, pensando que ellos tienen la firmeza
para guardarse en santidad sexual, aunque, innecesariamente
se exponen, al relacionarse con personas del sexo opuesto de
una forma inapropiada. Algo que suele darse es que los
hombres son muy galantes, tiernos y dulces con algunas damas
y les dicen frases que sólo le corresponden a personas casadas:
amorcito, cielo, reina, cariño, mamita, entre otros. Algunos
aprovechan los espacios de soledad e ingresan al internet y
empiezan a chatear con exnovias o personas del sexo opuesto
de una manera intensa y constante. Al principio no hay
ninguna intención mala, tal vez compartir sermones o pasajes
bíblicos por Facebook, pero Dios nos diseñó de tal manera que
cuando un hombre y una mujer comparten mucho tiempo
juntos, terminan involucrándose emocionalmente, lo cual les
lleva a la inmoralidad sexual. “No es tan fácil controlarnos a
nosotros mismos como a veces pensamos. Muchos se engañan
al pensar que están en perfecto control de sus pensamientos y
acciones, sencillamente porque siempre hacen lo que quieren.
La realidad, sin embargo, es que sus deseos y pasiones les
están diciendo qué hacer, y ellos se dejan llevar. No son los
dueños de sus deseos, sino que son esclavos serviciales. Su
carne está controlando su cuerpo”[31].
Ahora, el apóstol luego da varias razones fundamentales del
porqué debemos huir de la fornicación. En primera instancia,
ya hemos visto que esta clase de pecados sobrepasan en
maldad, daño, ofensa y consecuencias a cualquier otro pecado.
Pero, en segunda instancia, dice Pablo, porque nuestro cuerpo
es templo del Espíritu Santo (v. 19). “!Qué asombrosa
declaración! Tan cierto como el Dios vivo habitó en el
tabernáculo de Moisés y en el templo de Salomón, es que el
Espíritu Santo habita en las almas de los genuinos cristianos; y
así como el templo y todos sus utensilios eran santos,
separados de todos los usos comunes y profanos y dedicados
solamente al servicio de Dios, así los cuerpos de los genuinos
cristianos son santos, y todos sus miembros debieran
emplearse en el servicio de Dios solamente”[32]. Si Pablo tenía
que golpear su cuerpo para no ceder a las tentaciones de la
carne, es muy extraño que algunos creyentes de nuestro
tiempo se ofendan cuando les decimos que tengan cuidado con
sus relaciones interpersonales, o con el uso del internet.
“Cometer un acto de inmoralidad sexual en el templo de una
iglesia, con todo lo repugnante que eso sería, no sería peor que
cometerlo en cualquier otra parte. El pecado se comete dentro
del templo de Dios en todo lugar y siempre que la inmoralidad
sexual la realizan los creyentes. Cada acto de fornicación, cada
acto de adulterio realizado por los cristianos, se lleva a cabo en
el templo de Dios: sus propios cuerpos”[33].
En tercer lugar, debemos huir de la fornicación porque el
cuerpo que tenemos no es nuestro (v. 19). No tenemos derecho
a usar nuestro cuerpo como queramos, pues, estamos unidos a
Dios, formamos parte del cuerpo de Cristo, y somos
responsables ante él. “No somos dueños de nuestros cuerpos,
porque Dios nos creó, Jesús nos redimió y el Espíritu Santo
habita dentro de nosotros. El Dios trino reclama ser el dueño
de nuestro cuerpo, pero nos da libertad para que
voluntariamente le consagremos y entreguemos nuestros
cuerpos físicos. Por contraste, los que fornican profanan el
templo del Espíritu Santo y traen sobre sí mismos y otros un
tremendo daño espiritual y físico”[34]. El comentario de
MacDonald toma las palabras de Bate donde exclama y llama
a todo su cuerpo a vivir para su dueño: ¡Cabeza! Piensa en
Aquel cuya frente fue ceñida con espinas. ¡Manos! Trabajad
para Aquel cuyas manos fueron clavadas en la cruz. ¡Pies!
Lanzaos a hacer la voluntad de Aquel cuyos pies fueron
traspasados. ¡Cuerpo mío! Sé el templo de Aquel cuyo cuerpo
fue transido de indescriptibles dolores”[35].
En cuarto lugar, debemos huir de la inmoralidad sexual porque
hemos sido comprados con precio (v. 20). Así como una
persona, cuando era vendida o comprada como esclavo, ya no
era dueña de sí misma, y ya no vivía para satisfacer o alcanzar
sus placeres, sino que su servicio era dedicado por entero a su
nuevo amo, el creyente ya no se pertenece a sí mismo, ahora
su dueño, amo y maestro es el Señor Jesús, quien lo ha
comprado con su sangre preciosa derramada en la cruz. Por lo
tanto, todo lo que somos, todo nuestro cuerpo, todas nuestras
emociones, absolutamente todo debe ser dedicado al servicio,
la gloria y la honra de nuestro Redentor. Hacer lo contrario es
ofender en gran manera al que nos ha hecho tanto bien.
c. Resarcir los daños causados, si es posible

Igual como hizo Zaqueo, cuando tuvo un encuentro personal


con Jesús, el ofensor, quien ha caído en inmoralidad sexual,
procurará resarcir los daños emocionales, físicos y de otra
índole que ha causado. No siempre se podrán resarcir, pero el
ofensor debe procurar hacerlo. Por ejemplo, si cayó con una
hermana de la iglesia, debe pedirle perdón por su falta de amor
y egoísmo al dar rienda suelta a sus deseos y pasiones
causándole daño a alguien que porta la imagen de Dios.
Igualmente si pecó con una persona inconversa. Pero esto debe
ser hecho con mucha sabiduría, pues, en muchas ocasiones no
es sabio volver a tener comunicación con la persona que cayó,
ya que, no sólo se expone nuevamente a la tentación, sino que
levantará sospechas y desconfianza en el cónyuge herido.
Si como resultado del pecado de inmoralidad nace un bebé, el
infractor debe asumir su responsabilidad en el sostenimiento y
crianza del niño, no sólo en los asuntos materiales, sino
espirituales, educativos, entre otros.
d. Confiar en la gracia del Señor.

Aunque el pecado de la inmoralidad sexual trae consigo


consecuencias que pueden durar por el resto de la vida,
consecuencias con las cuales tendrá que convivir el infractor;
no obstante, si hay verdadero arrepentimiento, acompañado
del abandono total del pecado, y resarcir los daños causados;
el tal debe creer que la gracia de Dios es suficiente para
perdonar y cubrir esos pecados.
El apóstol Pablo, luego de decir que algunos de los corintos
habían practicado los más horrendos pecados de inmoralidad
sexual, pasa a decir: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido
lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios” (1 Cor. 6:11).
El sacrificio de Cristo fue para cubrir, incluso, estos pecados, y
si venimos a él en un acto de fe y contrición encontraremos el
perdón eterno para ellos y la justificación gratuita delante de
Dios. David adulteró, lo cual trajo consecuencias muy graves,
pero cuando confesó su pecado encontró el perdón de Dios,
resultado de lo cual escribió el Salmo 51. Juan nos dice que si
confesamos nuestros pecados (obviamente, apartándonos de
ellos como enseña el resto de las Escrituras), él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad
(1 Jn. 1:9).
Aunque en muchas ocasiones recordaremos la ofensa o algo
nos ayudará a recordar el pecado, inmediatamente debemos
confesar que Cristo lo ha perdonado y en su sangre hemos sido
limpiados. Este es un ejercicio constante que debemos hacer,
pues, una de las artimañas de Satanás es traer el sentido de
culpa con el fin de hacernos sentir sucios y en esa condición
llevarnos a continuar pecando.
2. Restauración para con la iglesia

Con esto quiero decir, someterse a un proceso de disciplina


eclesiástica. En el Antiguo Testamento, la mayoría de pecados
relacionados con la inmoralidad sexual, en especial el
adulterio, recibía la expulsión del infractor de la Asamblea de
Yaweh, a través de la muerte por lapidación. Como ya hemos
visto, en la Iglesia del Nuevo Testamento también se incluye la
excomunión, la separación del infractor de la comunión de la
iglesia local.
Pero, según el principio que Jesús nos enseñó en Mateo 18, si
el infractor procede al arrepentimiento, con todo lo que ya
hemos visto, entonces, no debe ser expulsado, aunque sí
sufrirá ciertas consecuencias, pues, como ya vimos en la
sesión anterior, la fornicación es un pecado que tiene un poder
especial de corroer y extenderse rápidamente, afectando a los
demás, e induciéndoles al pecado, sino se da una reprensión.
“A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos,
para que los demás también teman” (1 Tim. 5:20). La muerte
por lapidación no era un acto de barbarie, sino un acto de
misericordia, para que el campamento del pueblo de Yaweh no
se corrompiera. La expulsión de los leprosos del campamento
no era un acto de inmisericordia, sino que la lepra,
representando el poder corruptor del pecado, se contagiaba
fácilmente, así como sucede con el pecado de la inmoralidad
sexual.
Por lo tanto, el que comete pecado de inmoralidad sexual, si
realmente está arrepentido y conoce lo terrible de este pecado,
lo primero que debe hacer es confesarlo a los ancianos de la
iglesia. Esto será muestra de arrepentimiento. Así su confesión
implique quedar bajo un proceso de disciplina, es lo mejor
para su alma. Muchos temen confesar su pecado por temor a la
vergüenza, pero es mejor hacerlo que guardarlo dentro de sí,
pues, al ser sometido a la disciplina de la iglesia, bajo la
autoridad de los ancianos ordenados, aprenderá a temer y la
vergüenza que sufrió vendrá a su mente cuando la tentación
regrese, librándole de ceder ante ella.
Algunos no confiesan su pecado de inmoralidad por temor y
vergüenza, y piensan que sólo con confesarlo a Dios es
suficiente, pero se olvidan que su pecado no sólo ofendió a la
Cabeza, a Cristo, sino al cuerpo al cual pertenece, a la iglesia;
por lo tanto, debe pedir perdón a ambos. Además, en Mateo 18
Cristo autorizó a la iglesia local y le dio todo el poder para
disciplinar a sus miembros, pero esta disciplina no es para
destrucción sino para restauración. Cuando no nos sometemos
a la disciplina de la iglesia local, entonces estamos procurando
la disciplina de Dios la cual, tarde que temprano, vendrá; y
esta será más terrible, pues, puede incluir la muerte, la
enfermedad o grandes aflicciones de la carne y del Espíritu.
Esto lo podemos ver claramente en 1 Corintios 11:29-32 y en
Hebreos 12:5-11.
3. Restauración para con la familia

Así como el ofensor puede hallar perdón en Dios y el perdón


de la iglesia, también puede encontrar el perdón del cónyuge y
de su familia. Para hallar el perdón y no destruir el matrimonio
siga los siguientes pasos:
1. Debe mirar el pecado del adulterio como Dios lo ve. Para
ello usted debe dedicar un buen tiempo (varios días)
escudriñando en oración y actitud de confesión todos los
pasajes de las Escrituras donde se habla del adulterio, la
fornicación, la inmundicia y la lascivia. Para ello puede usar
una concordancia bíblica electrónica y buscar las siguientes
palabras: adulterio, adúltero, adúltera, adulterar, fornicación,
fornicar, mancillar, fornicario, entre otros. Solo conociendo lo
que la Biblia dice sobre este pecado aprenderemos a verlo
como Dios lo ve: algo asqueroso, sucio, horrendo,
despreciable, dañino, miserable, deplorable, destructor,
maligno, etc. Es bueno ir anotando cada pasaje de la Escritura
en un cuaderno y al lado de cada pasaje escribir lo que Dios le
dice sobre ese pecado.
2. Debe orar mucho y suplicar a Dios que le conceda el
verdadero arrepentimiento. Recordemos que el
arrepentimiento no es simplemente llorar o decir “me
arrepiento”, no, el verdadero arrepentimiento es un don de
Dios (Hch. 11:18), e implica apartarse del pecado, odiarlo y
verlo como lo ve Dios (Sal. 97:10).
3. Confiese al Señor su pecado, pida su misericordia y
clemencia. Ruegue por la liberación completa de esta
esclavitud (Prov. 28:13).
4. Busque la ayuda de un pastor bíblico que le pueda guiar en
este proceso y luego los apoye a los dos en el doloroso camino
del arrepentimiento, del perdón y la completa restauración.
4. Confiese su pecado al cónyuge (antes debe orar mucho)
(Stg. 5:16).
5. Apártese de todo aquello que puede ser una tentación para
caer en ese pecado. Huya de la persona con la cual pecó, no
hable más con él o con ella. No acepte llamadas ni mensajes
por ningún medio. Recuerde que si su cónyuge le perdona, él o
ella necesitará tiempo para recuperar la confianza en usted, por
lo tanto, sea honesto y transparente. Permítale tener acceso a
sus cuentas de correo electrónico, a su celular, a su whatsApp,
Facebook, Messenger, Twiter, entre otros. Cuando le llamen
por celular no se vaya para otro lado a contestar si está con el
cónyuge, deje que escuche todas sus conversaciones, usted no
tiene nada que esconder y desea ganar la confianza que se ha
perdido.
6. No se afane si el perdón de su cónyuge no llega rápido.
Recuerde que no es un asunto sencillo el haber sido ultrajado
por la infidelidad del cónyuge. Usted le fue infiel, usted dañó
el pacto, fue desleal a los votos que le hizo en la boda,
compartió su intimidad con otra persona. Ame a su cónyuge,
ore por él, pídale a Dios que le conceda un corazón
perdonador, que pueda olvidar la ofensa y recobrar la
confianza; pero no presione o se sienta desilusionado (a) si la
restauración de la relación toma más tiempo del que usted
desea.
4. El perdón del cónyuge ofendido

Ahora, ¿qué debe hacer el cónyuge ofendido frente al cónyuge


adúltero? Muchos interpretan el pasaje de Mateo 19 como que
la única respuesta que se debe dar en este caso es el divorcio o
la separación. Pero esto es una vista muy corta, tanto de la
relación pactual del matrimonio como del amor cristiano.
Aunque el pueblo de Israel pecó (adulteró) contra Dios una y
otra vez, su amor lo llevó a perdonarlos buscando la
reconciliación. Dios les dio muchas oportunidades: “Me dijo
otra vez Jehová: Ve, ama a una mujer amada de su
compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para
con los hijos de Israel, los cuales miran a dioses ajenos” (Os.
3:1). Muchos de los gálatas habían sido adúlteros y
fornicarios, pero encontraron perdón en Cristo: “Y manifiestas
son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia” (Gál. 5:19). Asimismo muchos de los
corintios practicaron la fornicación, el adulterio y el
homosexualismo, pero cuando vinieron a Cristo fueron
perdonados y limpiados: “No erréis; ni los fornicarios, ni los
adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con
varones… heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos;
mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el
Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:9-11). David, el dulce
cantor de Israel, pecó contra Dios y contra la mujer de su pacto
cometiendo adulterio con Betsabé, pero luego de ser
reprendido por el profeta Natán procedió al arrepentimiento y
Dios lo perdonó (Salmo 51).
Esto no significa que el que cometa adulterio quedará sin la
reprensión del Señor, el tal debe sufrir las consecuencias
temporales de su maldad. “Entonces dijo David a Natán:
Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová
ha remitido tu pecado; no morirás. Mas por cuanto con esto
asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que
te ha nacido ciertamente morirá” (2 Sam. 12:13-14). Esto no
significa que el cónyuge ofendido tramará la forma de
vengarse del cónyuge infiel, pues, la Biblia dice: “No os
venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la
ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo
pagaré, dice el Señor” (Ro. 12:19). El adulterio, de por sí, ya
es un castigo terrible sobre el infractor, pues, manifiesta la
falta de cordura y pureza que tiene: “Más el que comete
adulterio es falto de entendimiento, corrompe su alma el que
tal hace” (Prov. 6:32); no obstante, si procede al
arrepentimiento encontrará el perdón de Dios.
Esto no significa que el cónyuge víctima obligatoriamente
debe continuar con el cónyuge ofensor, pues, llegar a esa
conclusión sería ir demasiado lejos de los principios
escriturales. John Armstrong, quien escribió un libro sobre la
restauración de los pastores caídos en pecado sexual, pero
abogando porque ellos no deben volver al ministerio pastoral,
dice lo siguiente: “Lo que complica esta parte del proceso es
que su esposa puede perdonarlo tan pronto confiesa, pero ella
puede escoger no reconciliarse con él como la compañera de
matrimonio, y con justa razón. Él ha violado el pacto del
matrimonio y destruido su lazo sagrado (Mt. 5:31-32); 19:3-9).
Ella puede escoger perdonarlo, pero no permanecer casada.
Atendiendo a la manera como Jesús mismo se refirió al
matrimonio, su pecado lo ha roto. Es interesante observar
como, por esta razón, muchos reformadores protestantes, a
diferencia de los moralistas católicoromanos, creían que el
adulterio daba por terminado el matrimonio original.
Solamente cuando la parte pecadora buscaba la reconciliación
y la parte ofendida estaba de acuerdo con un nuevo
matrimonio, el pacto era restablecido entre ese hombre y esa
mujer, ahora particulares”[36].
Pero, siendo que Jesús exhorta a los creyentes a perdonar,
amar y soportar las ofensas de los enemigos, mucho más
debemos estar dispuestos a perdonar, amar y soportar los
pecados de nuestro cónyuge. No significa esto, hacerse el de la
vista gorda y continuar conviviendo con un cónyuge adúltero,
pero si significa que debemos ayudar al cónyuge ofensor para
reconozca su pecado, se arrepienta y aparte de él. Si estos
elementos se dan veraz y consistentemente, entonces, es mejor
perdonar y cubrir la falta que proceder al divorcio. “Y ante
todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor
cubrirá multitud de pecados” (1 P. 4:8).
Ahora, si usted es la víctima y su cónyuge le fue infiel, siga
estos pasos:
1. Estudie todo lo que la Biblia dice sobre el pecado del
adulterio (como en el punto 1 del ítem anterior), pues, así
estará preparado para ayudar a su cónyuge.
2. Estudie todo lo que la Biblia enseña sobre el
arrepentimiento, el perdón y el amor (busque estas palabras en
una concordancia, esto le ayudará a empezar el estudio).
3. Busque la ayuda de un pastor bíblico. Él le ayudará en el
proceso del perdón y la restauración.
4. Derrame su corazón ante Dios, lleve ante él su dolor. Él
conoce lo que es ser víctima de un acto de infidelidad, pues, su
pueblo Israel le fue infiel muchas veces (Salmo 55:22)..
5. Ore incesantemente por su cónyuge para que Dios le
conceda el verdadero arrepentimiento, y por usted, para que
Dios le ayude a perdonar, amar y restaurar.
6. Una vez que su cónyuge le ha pedido perdón y le ha
confesado su maldad, perdónelo y no le recuerde más su
pecado, pues, Dios no nos recuerda nuestras maldades con las
que le hemos ofendido, las cuales han sido perdonadas (Is.
44:22; Is. 43:25).
Aplicaciones:
Los varones debemos huir de las tentaciones sexuales, así,
cuando ellas se presenten, nos engañemos a nosotros mismos
diciéndonos que será una magnífica oportunidad para
evangelizar a tal o cual mujer. “Con suma facilidad, al tratar de
dialogar con una prostituta con el fin de llamarla al
arrepentimiento, el varón cristiano podría dejarse enredar en
las artimañas y encantos de ésta. Quienes han tenido mayor
éxito en la evangelización y rehabilitación de prostitutas, han
sido mujeres cristianas que saben presentar las buenas nuevas
a las esclavas de la explotación sexual”[37].
Hermano, una clave para dejar de ver a las mujeres como
objetos sexuales o con deseos inapropiados es verlas como las
ve Dios: en primera instancia, como seres creados a su
imagen. Cuando vemos a una mujer, aunque sea mal vestida,
debemos verla como la imagen de Dios. Y no sería apropiado
ver a la imagen de Dios con deseos pecaminosos. Solo
podemos ver con deseo sexual a nuestra esposa, a nadie más.
Segundo, las mujeres que andan mal vestidas, las
provocadoras, las prostitutas, las mujeres que aparecen
desnudas en la televisión, el internet o las revistas; deben ser
vistas como seres miserables, muertas en delitos y pecados,
reos del diablo y necesitadas de salvación. Si en vez de
mirarlas con ojos de lujuria, apartas tu mirada inmediatamente
de ellas, y elevas una súplica al cielo por su salvación, y hasta
lloras al ver su estado de miseria; esto te librará de desearlas
pecaminosamente.

[1]
Armstrong, John. Pastores caídos. Páginas 61-63
[2]
Amstrong, John. Pastores caídos ¿pueden ser restaurados?. Página 75
[3]
Amstrong, John. Pastores caídos ¿pueden ser restaurados?. Página 76
[4]
Stassen, Glen y Gushee, David. La ética del Reino. Página 295
[5]
Calvino, Jhon. 1 Corinthians Commentary. Extraído de
http://www.studylight.org/commentaries/cal/1-corinthians-6.html#1 en Noviembre
24 de 2016. (Traducción libre de Julio C. Benítez).
[6]
Clarke, Adam. Comentario de la Santa Biblia. Tomo III. Página 397
[7]
Hendriksen, William. 1 Corintios. Página 223
[8]
Henry, Matthew. Comentario Bíblico completo. Página 1616
[9]
MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 796
[10]
Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 625
[11]
MacArthur, John. Primera Corintios. Página 182
[12]
MacArthur, John. Primera Corintios. Página 179
[13]
Armstrong, John. Pastores caídos. Página 62
[14]
Hendriksen, William. 1 y 2 Tesalonicenses. Página 117
[15]
Armstrong, John. Pastores caídos. Página 64
[16]
Armstrong, John. Pastores caídos. Página 64
[17]
Armstrong, John. Pastores caídos. Página 64
[18]
Armstrong, John. Pastores caídos. Página 64
[19]
Hendriksen, William. 1 y 2 Tesalonicenses. Página 117
[20]
Armstrong, John. Pastores caídos. Página 65
[21]
Stassen, Glen y Gushee, David. La ética del Reino. Página 298
[22]
Armstrong, John. Pastores caídos. Páginas 65-66
[23]
Armstrong, John. Pastores caídos. Página 65
[24]
Wright, J. Robert. La Biblia comentada por los padres de la iglesia. 10.
Proverbios. Página 110
[25]
Lawson, George. Comentario a Proverbios. Páginas 131-132
[26]
Armstrong, John. Pastores caídos, ¿Pueden ser restaurados? Pág. 195
[27]
Armstrong, John. Pastores caídos, ¿Pueden ser restaurados? Pág. 195
[28]
Armstrong, John. Pastores caídos, ¿Pueden ser restaurados? Pág. 194
[29]
Armstrong, John. Pastores caídos, ¿Pueden ser restaurados? Pág. 198
[30]
Clarke, Adam. Comentario de la Santa Biblia. Tomo III. Página 397
[31]
MacArthur, John. Primera Corintios. Página 180
[32]
Clarke, Adam. Comentario de la Santa Biblia. Tomo III. Página 397
[33]
MacArthur, John. Primera Corintios. Página 183
[34]
Hendriksen, William. 1 Corintios. Página 224
[35]
MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 796
[36]
Armstrong, John. Pastores caídos, ¿Pueden ser restaurados? Págs. 198-199
[37]
Blank, Rodolfo. Primera carta a los Corintios. Página 224
Table of Contents
Cuando uno de los dos ha sido infiel o ha incurrido en pecados
escandalosos
1. El pecado de la inmoralidad sexual o el adulterio
Aplicaciones
2. La solución para el pecado de la inmoralidad sexual
1. Restauración para con Dios.
2. Restauración para con la iglesia
3. Restauración para con la familia
4. El perdón del cónyuge ofendido
Aplicaciones:
[1]
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