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Harry Houdini, el famoso

escapista que creó un


código secreto para
contactar a su esposa
después de muerto
El gran mago y prestidigitador falleció el 31 de octubre
de 1926 a los 52 años. Se había hecho célebre por
jugarse la vida en temerarios actos de escapismo en la
altura y bajo el agua que paralizaban a los
espectadores. Diez años después de sufrir una
peritonitis fatal, su pareja se resignó a la despedida
definitiva: “No creo que Harry pueda volver a mí ni a
nadie”
El primer acto de escapismo de Harry Houdini fue de la pobreza. A los cuatro años,

su familia se mudó a Appleton, Wisconsin. Con cinco hermanos, y padres que casi

no tenían ingresos económicos, a los 8 años vendía periódicos y lustraba zapatos

El 31 de octubre de 1926, Harry Houdini, El gran escapista, no


pudo huir de la muerte. Muerte temprana, a los 52 años, por
causas que en su momento fueron poco claras, aunque
ahora, casi un siglo después, son evidentes. En los días
previos, el mago e ilusionista, admirado hasta por la realeza
europea y asiática, dio una conferencia en la Universidad
McGill de Montreal. Uno de los estudiantes, Joselyn Gordon
Whitehead, más propenso al empirismo brutal que a la
especulación académica, le preguntó si era capaz de recibir
golpes en el estómago. Houdini, que había pasado por las
pruebas más extremas y temerarias, lo tomó como un juego
de niños. Asintió con la cabeza y, antes de tensar los
músculos abdominales, recibió, sin doblarse, dos puñetazos
feroces del muchacho, que practicaba boxeo. Le sorprendió
sentir un dolor tan intenso, de esquirlas, como si una granada
hubiera estallado en su cuerpo: evitó el tercer mazazo con un
gesto con la mano. Viajó durante quince horas en tren, de
vuelta a Detroit. En un hospital le diagnosticaron apendicitis
aguda. Contra los consejos médicos, hizo algunos
espectáculos más; en uno se desmayó por la fiebre. El 24 de
octubre fue sometido a una cirugía de emergencia. Murió una
semana después, por la infección. Sus seguidores acusaron a
Whitehead de haberle causado la muerte.

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El apéndice, un órgano inútil, poco romántico, le ponía fin a un


hombre que se deslizaba por el filo de la navaja y zafaba de
mecanismos tanáticos creados por él para sus espectáculos.
Eludía la muerte como modo de supervivencia. Nacido Erik
Weisz el 24 de marzo de 1874 en Budapest -cuando era parte
del imperio austrohúngaro-, saltó desde puentes esposado y
con grilletes en las piernas, se hundió cabeza abajo en
tambores sellados llenos de agua e ideó métodos de “tortura
china”. de los que se liberaba ileso. Una magia suicida.
Aquellas fugas, que paralizaban a los espectadores, incluían
trucos no revelados, pero también riesgos reales, extremos.
Tras su muerte en una cama, sin shows ni alardes, los
fanáticos esperaron que El Gran Houdini, hijo de un rabino
inmigrante radicado en los Estados Unidos, se comunicara
desde el más allá. Pero el escapista no pudo/no supo/ no
quiso hacer contacto con el más acá, aunque le había
prometido a su esposa y asistente en escena, Bess, Beatrice,
con la que se había casado en 1894, que, de ser posible, lo
haría. Ella lo esperó en vano durante una década. Hasta que,
en Halloween de 1936, se resignó y dijo: “Houdini no regresó.
Mi última esperanza se ha ido. No creo que él pueda volver a
mí ni a nadie”. Su ex marido, célebre a ambos lados del
Atlántico, seguía en su tumba del cementerio Machpelah, en
Queens, Nueva York, convertido en sitio de peregrinaciones y
rituales de magos. Una prueba escéptica contra los cultores
de slogans y arengas tipo “Nothing is impossible”, “Let’s do it”
y blablabla.

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Nacido Erik Weisz el 24 de marzo de 1874 en Budapest -cuando era parte del

imperio austrohúngaro-, saltó desde puentes esposado y con grilletes en las piernas,

se hundió cabeza abajo en tambores sellados llenos de agua e ideó métodos de

“tortura china”. de los que se liberaba ileso (Wikipedia: Biblioteca del Congreso de

Estados Unidos)

Nace una estrella

El primer acto de escapismo de Harry Houdini fue de la

pobreza. A los cuatro años, su familia se mudó a Appleton,

Wisconsin. Con cinco hermanos, y padres que casi no tenían

ingresos económicos, a los 8 años vendía periódicos y


lustraba zapatos. No iba al colegio; la escuela de la calle.

Hasta que su vida tuvo un momento bisagra: el día en que su

padre, Mayer Samuel, lo llevó a ver el espectáculo de un

mago itinerante conocido como Doctor Lynn. Deslumbrado, a

los nueve años, Harry formó un circo comunitario con sus

amigos del barrio; actuó por primera vez ante el público el 28

de octubre de 1883, como contorsionista y trapecista, bajo el

seudónimo “Erich, el príncipe del aire”. Después, se fue con

un circo profesional, ambulante, y empezó una carrera

nómade. Hasta que se asentó por un tiempo en Nueva York,

ya convertido en mago. Su otro hobby era el deporte: con su

físico privilegiado, elástico, se destacaba en el atletismo y la

natación.

El nombre Harry Houdini lo tomó del libro “The Memoirs of

Robert-Houdin, Ambassador, Author, and Conjuror, Written

by Himself” (Las memorias de Robert-Houdin, embajador,

autor y conjurador, escritas por él mismo), que narraba la

historia del mago Jean Eugène Robert-Houdin, apellido al que

el joven nacido en Budapest le agregó una i. Sus inicios

escénicos, eclécticos, se basaron en los trucos de naipes y el


trapecismo. Lo secundaban Theo, uno de sus hermanos, y

luego Beatrice, su futura esposa. Los avances de Harry como

prestidigitador fueron acompañados por sus primeras

proezas como escapista. Tanto en América como en Europa,

dejaba sin aliento al público librándose de cajas fuertes

arrojadas al mar, de camisas de fuerzas que lo embutían

mientras colgaba boca abajo de rascacielos, y de toda

especie de esposas -aunque nunca se separó de la propia-,

de chalecos de manicomios, baúles, cuerdas, cadenas y

candados. El primer número artístico que patentó, en 1894,

consistía en meterse dentro una bolsa que a la vez era

introducida en un baúl, luego trabado. Beatrice se paraba

sobre la tapa. Tras un breve corrimiento de cortina, el

escapista aparecía en el lugar de la mujer. Un truco que

representó más de 10 mil veces y que aún hoy es imitado. Su

otra especialidad eran los cerrojos. En Europa, para

promocionarse, se presentó en una comisaría, ante un jefe de

policía que le puso las esposas y lo encerró -con placer,

claro-, para luego asombrarse con el escape de su rehén, ante

periodistas que publicaron la noticia sin ser sospechosos de

estar ensobrados.
El gran cerrajero

Hay gente que les teme a los cerrajeros más que a los

espíritus malignos. Con razón. En primer lugar, porque está

más comprobado que los cerrajeros existen; en segundo,

porque, si los llamás fuera de su horario laboral, te permiten

abrir la puerta pero te obligan a hipotecar la casa (una

hipérbole relativa). Houdini había trabajado como aprendiz de

este oficio temible para los clientes y tenía un conocimiento

profundo sobre cerrajería. Ojo, en aquella época había tan

sólo un centenar de variantes de llaves para todos las

cerraduras: aproximadamente el setenta por ciento se abría

con la misma llave. Aunque muchos de sus trucos siguen

siendo secretos, se supone que Huidini ocultaba ganzúas,

llaves y otras herramientas en distintos orificios de su cuerpo

o que se las tragaba y regurgitaba. Sin entrar en detalles

escatológicos, recordemos que en 1904, en el teatro

Hippodrome de Londres, consiguió liberarse de un par de

esposas especiales diseñadas por un mecánico británico que

se había tomado cinco años para fabricarlas. Antes, en 1901,

en Colonia, Alemania, había hecho lo mismo con una


cerradura diseñada por un mecánico alemán, un dispositivo

supuestamente inexpugnable. Houdini fue acusado de fraude

y llevado ante los tribunales, pero nadie logró probar que

hubiera hecho trampa.

El dinero le permitió disfrutar de otros placeres, como el cine y la aviación. En 1910,

se convirtió en el primer aviador que sobrevoló Australia (Wikipedia: Biblioteca del

Congreso de Estados Unidos)

Luego subió la apuesta en sus shows: agregó mecanismos

que ponían seriamente en riesgo su vida. El morbo convoca:


cada vez hubo más espectadores de aquel escapismo

extremo y sin red. Al estilo murciélago envuelto en sus alas,

Houdini se colgó de las terrazas de edificios altos por los

pies, cabeza abajo, encorsetado en chalecos de fuerza. Su

cámara de tortura china causó furor: su cuerpo, también

cabeza abajo, quedaba sumergido en una cámara acuática

con los pies sujetos a la tapa de cierre hermética. Un telón

cubría el dispositivo, a la vez rodeado por asistentes con

hachas por si algo fallaba. Houdini lograba escapar a los

cuatro minutos, pero la tensión psicológica que generaba era

máxima. Cuando acumuló fama y dinero, se permitió alternar

esa angustia con magias no letales, al menos para él: hizo

desaparecer a un elefante en Broadway. Así llegó a ser un

personaje célebre. El dinero le permitió disfrutar de otros

placeres, como el cine y la aviación. En 1910, se convirtió en

el primer aviador que sobrevoló Australia.

Espiritismo y farsa

La muerte de su madre, Cecilia Steiner, en 1913, acercó a

Houdini al espiritismo. Uno de los impulsores fue Arthur


Conan Doyle -creador de Sherlock Holmes-, espiritista

convencido tras la muerte de su hijo en la Primera Guerra

Mundial. Lo de Houdini en ese mundo extravagante duró

poco: una médium intentó comunicarse con su madre, quien

supuestamente le respondió en inglés. Steiner sólo hablaba

una mezcla de alemán, húngaro y yiddish, lo que provocó la

desconfianza de su hijo y, después, un rechazo que lo llevó a

comandar una cruzada contra los “traficantes de la

inmortalidad”. Aquella embestida racionalista incluyó a

Conan Doyle, con quien Houdini pasó a confrontar, sobre todo

después de que escapista desenmascaró una “actuación” de

la esposa del escritor británico, médium famosa de la época.

La lucha de Houdini contra ese tipo de engaños no terminó

ahí. En 1923 demostró que el espiritista George Valiantine

usaba un cableado para dar la ilusión de que una trompeta

flotaba durante las sesiones. También dejó en evidencia a un

supuesto médium, Nino Pecoraro, e incluso les apuntó a

fotógrafos -como Alexander Martin- que aseguraban que

podían capturar imágenes de gente muerta.


Bess, en su última sesión de espiritismo en la que intentó comunicarse con su

esposo Harry Houdini

En este contexto, Houdini hizo un pacto con Beatrice para su

etapa post mortem, anticipándose a “Ghost, la sombra del


amor”; un acuerdo que surgió del escepticismo o, disculpen

el oxímoron, de un escepticismo crédulo. La pareja estableció

un código secreto para la posteridad: si alguna vez Harry se

contactaba con su esposa a través de un médium, le diría

diez palabras secretas que sólo ellos dos conocían; si no,

Beatrice, comprobaría que el espiritista era un farsante.

Después de la muerte de Houdini, Bess sufrió problemas

económicos, tendencia al alcoholismo y el constante acoso

de charlatanes que se postulaban para hacerle el contacto

con su marido en el más allá. Durante años, fiel a la promesa,

ella esperó que Harry se comunicara a través de la clave, que

era:

“Rosabelle-answer-tell-pray-answer-look-tell-answer-answe

r- tell”. Esa extraña sucesión de palabras provenía de un

código secreto creado por los magos para comunicarse con

sus ayudantes durante los números de mentalismo, salvo

“Rosabelle”, que era la canción que Bess cantaba cuando ella

y Harry se conocieron en tiempo en que eran dos jóvenes

artistas que actuaban en un teatro de Coney Island, Nueva

York. Él tenía 20 años y ella, 18.


El largo adiós

El 31 de octubre de 1936, diez años después de la muerte de

Houdini en una cama de hospital, una muerte natural,

Beatrice dio por terminada la espera póstuma y prefirió

enfocarse en los años de felicidad y desdichas, los años

concretos, que habían compartido acá, en la Tierra. Después

de todo, como sabemos, sólo los recuerdos mantienen vivos

a los seres queridos, sin mediadores. El día de Halloween de

1936, en la terraza del Hotel Knickerbocker de Hollywood,

Bess puso en escena “The Final Seánce”, la última sesión, o

el último acto, una especie de puesta que en el fondo era una

despedida íntima y definitiva, y también un homenaje.

“Después de seguir fielmente el pacto de diez años con

Houdini, después de usar todo tipo de medios y sesiones,

ahora es mi creencia personal y positiva que la comunicación

espiritual en cualquier forma es imposible -dijo-. No creo que

existan fantasmas o espíritus. El santuario de Houdini ha

mantenido una vela encendida durante diez años. Ahora

apago esa luz con reverencia. Esto ha terminado. Buenas

noches, Harry”.

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