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Actividad #10
Actividad #10
Sin embargo, a la par que tenía estas expectativas más negativas sobre la
encarcelación de la estética en el apartado artístico, esperaba, aunque pensaba que no era
muy realista creerlo, que la estética cobrase un sentido más existencialista en ciertos
autores. Esto es, que la estética no fuese solo la catalogación de algo como bello o feo, sino
una experimentación de lo bello en nuestra sensibilidad estética y existencial, en un sentido
algo más metafísico. Efectivamente, he satisfecho en cierta medida este deseo cuando
hemos dado a autores como Schiller, con el impulso lúdico, o Nietzsche, con su concepción
de la vida como nuestra obra de arte. Tengo que destacar especialmente el descubrimiento
de Friedrich Schiller, un autor que me ha interesado en gran medida; sobre todo, su teoría
acerca de la libertad en apariencia en el juego, mediante el impulso lúdico. En este caso, la
bibliografía recomendada me ha servido y he podido leer y disfrutar Cartas a la educación
estética. La aplicación ética y política que le otorga le da una dimensión más práctica a dicha
teoría, y llegar a pensar que la propia libertad y felicidad del ser humano consiste en ejercer
el impulso lúdico en todos los momentos que podamos, incluso, en el trabajo, es una bonita
utopía hacia la que encaminar nuestra vida.
Ya desde el inicio, en verdad, encontré ideas que atentaban contra mis concepciones
habituales de estética. Solía pensar, como gran parte de la gente, probablemente, por
herencia romántica, que la belleza únicamente se siente. Estudiar a los racionalistas como
Boileau, a pesar de mi desacuerdo con ellos, me hizo ver que, en efecto, somos más
racionalistas de lo que pensamos. Apreciar la belleza de La última cena de Da Vinci requiere
ya un pensamiento previo en el que se analiza el cuadro y se reconocen sus virtudes
formales que tan especial lo hacen, véase su simetría, composición, armonía… Tampoco
significa, por supuesto, que la belleza no se sienta en cierto grado. Los autores sensualistas y
empiristas me han confirmado de alguna manera que la belleza tiene una parte subjetiva, lo
que he conseguido extrapolar a muchas facetas de mi vida donde tenía ese dilema. Creo, por
tanto, que al romanticismo no le falta parte de razón, y, de hecho, como reproche, añadiría
que me hubiera gustado estudiar el Círculo de Jena y sus ideas románticas (aunque no
tengan un sistema filosófico). También me hubiera gustado estudiar a Heidegger y Gadamer,
y, por qué no, dar algunas pinceladas de estética en periodos anteriores como la Antigua
Grecia y Roma, la Edad Media, el Renacimiento o el Barroco, pero entiendo que el tiempo es
demasiado limitado, y que entonces no existía la estética como disciplina. Los autores que
quizá me han interesado menos, sin que eso le quite, por supuesto, ninguna parte de su
crédito o su mérito como filósofos, han sido Hegel, Schopenhauer y la escuela leibniziano-
wolffiana. No obstante, también extraigo aprendizajes valiosos de sus propuestas, y en
ningún caso los considero menospreciables o excluibles del temario de la asignatura.
También tengo que lamentar el hecho de que apenas se hablen de otros tipos de
arte por parte de muchos autores en estética. Tenía la esperanza de que, cuando la estética
se dedicase al arte, no incluyera solo las bellas artes (pintura, escultura y arquitectura), sino
que también hablase directamente de la música, la literatura o la fotografía (aunque
Benjamin hablaba del cine en su texto). En especial, hago referencia a la literatura, pues
apenas la he visto representada en la teoría de Boileau en Ars poética, en algunos autores
sensualistas, y en Ortega con la metáfora. Realmente, considero que la literatura es la gran
olvidada en la carrera de filosofía, y que, así como hay una asignatura de historia del arte
(pintura, escultura y arquitectura), podría haber una sobre literatura. Desde luego,
estéticamente tiene mucho potencial, y es una parte muy importante de la cultura estética.
Haciendo honor a la verdad, los aprendizajes que me llevo son numerosos y muy
significantes. Puedo decir que he aplicado muchas de las ideas que hemos estudiado a
ciertos estratos de mi vida cotidiana y personal, y que se han abierto muchas puertas para
los próximos años que, sin lugar a duda, darán muchos frutos. Tenía la intuición, y ahora la
confirmo, de que la estética ha estado y quizás aún siga estando infravalorada. Desde que
aparece como disciplina en la Modernidad hasta ahora ha escalado puestos en importancia
filosófica e intelectual, pero creo que aún queda mucho trabajo por hacer. Es un campo muy
fértil, poco labrado en comparación con otras disciplinas filosóficas, y que tiene un potencial
tremendo para revelar grandes descubrimientos, ideas y aplicaciones a nuestra vida práctica
y cotidiana. Me parece una disciplina, además de muy fructuosa y aprovechable, preciosa y
llena de vitalidad, con la aspiración incluso de abandonar su compartimento concreto, y
llegar a influir en todos los demás aspectos de nuestra vida. Aunque el camino no ha hecho
más que empezar, y promete muchos más planteamientos e ideas por visitar, una de las
conclusiones que me llevo es que la estética puede ser la clave de la libertad, del placer y, en
última instancia, de la felicidad, de que puede dejar de ser tan solo una concepción de lo
bello o lo feo, para llegar a depositarse en un estrato más existencial, concretamente, y
siendo concisos, convertirse en un modo pleno de vivir.