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FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA

ALEJANDRO ALBARRÁN PÉREZ

1) ¿Estamos ante un tiempo nuevo?

El siglo XXI anunciaba sus distinciones y sus elementos propios desde apenas un par de
años de su inicio. La tecnología se ha impuesto como el baluarte de un siglo que no ha hecho
más que comenzar pero que ya vaticina la cadena de cambios que está por sucederse. Internet
presume ahora de haber acaparado los medios de comunicación, las formas de socialización
entre personas con las redes sociales, sobre todo de jóvenes, e impulsado el capitalismo con
posibilidades como la compra y venta online o la expansión de los anuncios. Toda la dimensión
de la realidad se ha digitalizado, expande sus horizontes hasta hacerse casi ilimitada, y mira al
pasado cada vez con menos nostalgia.

Aun es demasiado pronto para comprender con exactitud todo este proceso de
cambios, que se entenderán con más precisión tras cierto distanciamiento temporal, por lo
que ahora mismo no podemos más que dilucidar entre nebulosas algunas características de
esta sociedad incipiente. Algunos filósofos, científicos y escritores se atreven, incluso, a
etiquetar esta sociedad como transhumana. La transbiología y el transhumanismo son
conceptos aun no aceptados con generalidad, pero que se antojan certeros en un futuro no
demasiado lejano.

Dicho lo cual, podemos denominar con cierta firmeza el S. XXI como la “Revolución de
Internet”, la “Era digital” o la “Era tecnocientífica”. Avanzamos hacia una sociedad
tecnocientífica, capitalista, superficial, mecánica y vorazmente productivista. Hemos vuelto a la
distopía gris contra la que reaccionó el Romanticismo (en novelas románticas como
Frankestein, la racionalidad moderna lleva al humano a crear a su propio monstruo), la de la
razón ilustrada y el cientificismo, la de la alienación en el trabajo que denunciaba Marx, la del
utilitarismo y el valor monetario como poderes tiranos, o la del desencantamiento
trascendental y sentimental; pero, eso sí, con un nuevo ingrediente, la posibilidad, por primera
vez en la historia, de cambiar parte de nuestra naturaleza humana, de trascender al humano
tal y como lo conocemos hasta ahora.

La tecnología nos permite, o nos permitirá, modificar muchas ataduras biológicas, de


hecho, algunos predicen en un futuro incluso la posibilidad de la inmortalidad, y la aparición de
los cyborgs vendrá inevitablemente acompañada por el transhumanismo. Con la posibilidad de
modificar la biología, surge la cuestión de si hay siquiera algo natural en el hombre, de si existe
o no realmente “lo natural”, o no es más que una creación nuestra, una ficción de la mente. Si
existe algo natural en el humano, al poder cambiarse con la tecnología actual, deja de ser
natural, para ser artificial.

El covid-19, de hecho, no ha hecho sino propulsar estos nuevos tiempos. Ha puesto


sobre la mesa el tele-trabajo, que viene a ser el trabajo en casa, así como la enseñanza online,
que ha encontrado tanto sus detractores como sus partidarios. Las mascarillas, la distancia de
seguridad, los límites de aforo, la reducción de eventos masivos y de personas en reuniones, o
la eliminación o disminución de todo tipo de actividades, han coincidido en hacer desaparecer
en cierto grado la afección. La prohibición de los besos y abrazos, el miedo al contacto corporal
o siquiera al acercamiento entre personas por posibles contagios rozaba lo distópico. Más allá
de conspiraciones anti-vacunas y negacionistas, la sociedad ha depositado una fe ciega en la
ciencia al ser esta la única opción viable para frenar la pandemia y encontrar vacunas
disponibles como solución. No tengo demasiadas dudas de que este episodio histórico ha
acelerado esta evolución social, tecnológica, económica y cultural que se avecina.

Por supuesto, esta revolución tecnológica, en la que los robots y las máquinas
sustituirán a las emotividades y las imperfecciones humanas, favorece una mentalidad
superficial que, a su vez, tiende a la desaparición de la afectividad. Puede que suene a ciencia
ficción, pero ya lo avisaba Aldous Huxley con su novela Un mundo feliz, donde la sociedad
condenaba la repetición de relaciones sexuales con una misma persona y la tenencia de
sentimientos, además de que la reproducción se hacía en laboratorios, y los años no se
contaban antes y después de Cristo, sino antes y después del fordismo. Una distopía que,
sinceramente, asusta por su parecido con la realidad actual y futura si, como muchos
especulan, la razón tecno-científica se convierte en la nueva religión. Aunque todo esto tiene
innumerables aportaciones positivas, y no me cabe duda de que estamos ante uno de las
etapas de la historia con mayor confortabilidad, soy algo receloso y precavido a la hora de
creer en que estamos, como sociedad, tomando el camino correcto.

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