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Actividad #8
Actividad #8
Las meninas de Velázquez es un gran ejemplo, como hemos adelantado, del arte con
aura que Benjamin describe en su texto. El arte con aura se corresponde con el arte
tradicional, el que ha perdurado durante toda la historia hasta el S.XX, con la aparición de la
tecnología y la producción en masa, dando lugar a formas artísticas novedosas en muchos
sentidos como la fotografía y el cine. Dice Benjamin en el texto que este arte, para contribuir
a la finalidad de su sacralización y desarrollo de su aura, se situaba en palacios, iglesias o
museos. En esta línea, el arte era totalmente elitista, accesible solo para las élites nacionales,
e insospechable, en su momento, para las masas. En este caso, Las meninas fue un cuadro
que estuvo, en primer lugar, en el despacho del rey Felipe IV en el palacio real, recibiendo
visitas de algunos artistas selectos como Antonio Palomino, que lo apreció y describió
posteriormente. Después, desde su fundación en 1819 hasta la actualidad, se sitúa en el
Museo del Prado. Por lo tanto, siempre estuvo, hasta 1819, a resguardo del gran público, en
el casi inaccesible despacho del rey, disponible solo para las élites nacionales que la realeza
seleccionase. Cuando lo pintó, Velázquez poseía un cargo en la Corte como retratista de la
familia real, y así es que este cuadro retrata la familia del rey de España Felipe IV en 1656. De
hecho, se dice, entre múltiples interpretaciones, que una de las intenciones de Velázquez
con este cuadro era política, es decir, de mantener la esperanza en una dinastía española en
decadencia. La vejez del rey Felipe IV, junto a los lastres que supuso, por ejemplo, para
España, la Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia, o la muerte del conde-duque de
Olivares, indicaban la progresiva debacle de la Corona española. Muchos han interpretado
este cuadro como una señal de prestigio y admiración hacia la familia de Felipe IV y su
capacidad de remontar la situación, situando para ello a la infanta Margarita en el centro, en
el foco de atención, como protagonista de la escena, a la que ilumina un haz de luz
procedente de una ventana lateral, y a la que miran el rey y el propio Velázquez
autorretratado.
Es posible ver aquí, por tanto, ciertos rasgos del arte con aura que Benjamin describe
en su texto. Si nuestro autor llega a decir que el arte aurático es fascista, pues nos
acostumbra a mantener relaciones de sumisión con objetos, ideas y personas, rodeando de
aura a sus líderes, la monarquía de Felipe IV resume en cierto sentido estas características.
Felipe IV, también llamado “El Grande” o “El Rey Planeta”, ejercía una monarquía absoluta,
otorgando bastante peso administrativo al valido, pero ejerciendo un poder bastante
autoritario. Aunque existen muchas interpretaciones que lo niegan, y está muy discutido,
Felipe IV fue considerado por muchos un déspota, imperialista en ocasiones, y con grandes
poderes en las decisiones del Imperio Español. Aunque, lógicamente, no cabe hablar de
fascismo en esta época (S.XVII), podemos encontrar rasgos similares entre lo que Benjamin
entiende por fascista, y la autoridad política de la dinastía de Felipe IV, que reluce en cuadros
como el de Las meninas. Siguiendo algunas interpretaciones, pues, la intención de
Velázquez, y sobre todo de la dinastía de Felipe IV, era promover, con este cuadro, el
prestigio de la Corte, y rodearla de aura.
Además, nos encontramos con una de las obras más exquisitas de la historia del arte
universal. Su cuasi-perfección formal en la pintura como representación, con el trazado
preciso de Velázquez; su trasfondo político y promotor de la propia pintura, incluyendo su
autorretrato en el cuadro; y una realidad que, con los claroscuros y el uso de las
perspectivas, parece incluso mágica, entre muchas otras cosas, han elevado por las nubes
esta pintura de Velázquez, a quien se le ha considerado como uno de los grandes genios del
arte universal. Benjamin dice en su texto que las categorías estéticas para el arte tradicional
ya no sirven para el arte de masas. Una de las que menciona es la del “genio” (entendiéndola
en sentido kantiano), valedora del arte tradicional al dotar de aura a una obra artística
mediante un talento natural, innato y misterioso que posee el genio, lo que le distingue y
distancia de las masas, llegando a parecer lejano a las limitaciones humanas. Esta cualidad de
genio se le ha atribuido a Velázquez, principalmente, por su obra Las meninas, que se ha
ganado un respeto dentro de la comunidad artística como muy pocas obras lo han
conseguido a lo largo de la historia. En especial, y a diferencia de Titanic, como veremos,
más apreciada por las masas, Las meninas es un cuadro que rara vez recibe alguna crítica
negativa por parte de las élites artísticas más expertas (es un arte más elitista y exclusivo
para unos pocos, en vez de para la masa).
El aura que desprende impone, causa admiración y distancia psicológica, podríamos
decir, la sensación siempre presente de que es una obra inalcanzable para el ciudadano
promedio, que escapa a nuestras capacidades limitadas, solo disponibles para el genio, y que
se trata de una obra irrepetible, única y especial que perdurará con su aura intacta en los
anales de la historia. El hecho de que el cuadro se situase en el palacio de la Corte,
inalcanzable para las masas; de que impregne de aura a la familia real y promueva el
respeto, la veneración y la sumisión al líder del Imperio Español, como haría un Estado
fascista; y de que pertenezca a una de las obras más admiradas por las élites artísticas en la
historia tradicional del arte, hace que podamos clasificarlo, definitivamente, como una obra
de arte con aura.
Al contrario del arte de masas, Las meninas sería una obra que no sale al encuentro
del espectador y el gran público, sino que es el espectador quien decide ir a contemplarla.
Esto se debe a que no es una obra producida masivamente, no está por todos lados como sí
pasa con otras obras, y está disponible solo en ciertas circunstancias. Deducimos de esta
característica que esta obra sería también elitista en tanto es, o al menos fue en su
momento, accesible solo para la Corte de Felipe IV y algunos artistas selectos o viajeros que
podían ir a visitarla. Salían al encuentro de la obra, cambiando su ruta solo para acudir al
palacio real y poder contemplar la obra, sintiendo una exclusividad tal que no es ilógico
pensar que, en estas circunstancias, una obra de arte cobrase dicha aura especial y distintiva
distinguiéndose del resto. Así, inferimos que el “aquí y ahora” de la obra, sus circunstancias
particulares y su excepcionalidad la hace singular, única y extraordinaria, incluso sagrada
aunque se trate de un tema profano, parafraseando a Benjamin.
Frente al arte con aura que es, como hemos dilucidado, Las meninas, a continuación
haremos el mismo análisis que el anterior, pero aludiendo a la película Titanic, como
representante del arte sin aura. Como marxista que es Benjamin (aunque difiere de Marx en
ciertos matices), cree que la infraestructura determina la supraestructura, esto es, que las
condiciones materiales señalan el rumbo del resto de cosas, véase las ideas, las costumbres
sociales, el arte…. En el caso del arte, considera nuestro autor que ha habido, con la
aparición de la tecnología, y en concreto la fotografía y el cine, un cambio en nuestra
percepción del arte y la experiencia estética. Las condiciones materiales novedosas han
provocado un cisma entre dos tipos de arte, el que tiene aura y el que carece de ella, dando
lugar a un cambio histórico que ha ofrecido nuevos problemas, para los que ya no valen las
antiguas categorías estéticas. La producción en masa del arte, la aparición de la fotografía y
el cine, la posibilidad de repetir con exactitud una obra de forma masiva mediante la
tecnología, y, en consecuencia, la democratización del arte, han ocasionado el origen de este
nuevo tipo de arte.
Presentada la problemática, tomaremos como modelo la obra Titanic para ilustrar las
características de este nuevo arte sin aura, también llamado arte reproducido
tecnológicamente o arte de masas. Este arte, dice Benjamin, ha perdido su aura al
reproducirse tecnológicamente. En vez de ser único e irrepetible, se vuelve masivo; en vez de
ser singular y exclusivo, se vuelve estandarizado y común. Instalándonos en la perspectiva
marxista de Benjamin, podemos deducir que el arte de masas es hijo del capitalismo. La
producción en masa, favorecida por la técnica, crea múltiples copias de cada obra, la explota
creando infinitos sucedáneos de ella, y la prostituye bajo mil formas distintas donde el aura
se evapora. Esta capitalización masiva de la obra artística encuentra su reflejo en la película
Titanic. En efecto, esta obra ha sido extendida a todos los radares; todo el mundo la conoce y
la valora, pero no solo la película en sí, sino todos y cada uno de sus sucedáneos. Podemos
comprobarlo en camisetas, sudaderas y otras prendas de ropa, llaveros, pulseras, posters,
fundas de teléfono, collares, colgantes, cuadros y otros tantos tipos de artículos que llevan
impresa la seña de identidad de la película. Al contrario que Las meninas de Velázquez, todos
estos artículos salen al encuentro del espectador, están en todos lados, fruto del capitalismo,
siendo pura exhibición, pura banalidad que, en esta línea, son siempre fugaces y efímeras.
Son todos objetos que sí me puedo apropiar y acercar, es decir, frente a la autenticidad y
distancia de Las meninas, Titanic es una obra que, junto a sus múltiples sucedáneos,
permiten cierta cercanía psicológica al espectador, incluso pudiendo apropiarse de ciertos
artículos que la representan. Como decía Benjamin, es arte desalojado de los museos, los
palacios y las iglesias que ha salido a la calle y a la vida cotidiana, siendo parte de la cultura
general.
Como broche final del presente escrito, es pertinente reconocer las dificultades
encontradas para delimitar, con la facilidad que Benjamin parece hacerlo en su texto, entre
arte con aura y arte sin ella. Honestamente, es preciso asumir que los análisis realizados
sobre Las meninas como arte aurático y Titanic como arte sin aura es una simplificación
problemática. De hecho, una de las críticas que se le puede hacer a Benjamin y su texto es
que la distinción tan tajante y fácilmente detectable que hace entre ambos tipos de arte trae
problemas. Muchas objeciones se le pueden presentar, a pesar de lo valioso de sus ideas,
por simplificar en exceso y clasificar cada tipo de arte en generalizaciones demasiado vastas.
En esta línea, creemos que sería conveniente, también, establecer grados de aura en
las obras. La taxonomía realizada por Benjamin llega a ser algo vaga e imprecisa,
perdiéndose la riqueza y particularidad de cada obra concreta. Por tanto, podríamos hallar
que dos obras reunidas en el mismo grupo de “arte aurático” difieren mucho entre ellas y se
resisten a ser comparadas con claridad. A pesar de estar agrupadas bajo la misma etiqueta,
el mismo Benjamin podría llegar a considerar que, por ejemplo, El techo de la Capilla Sixtina
de Miguel Ángel tiene más aura que otra obra de menor entidad, pero que también tenga
cierta aura. Simplemente, podríamos hacer algo más rica la clasificación estableciendo
“rangos de aura” según la obra particular.
Aunque el texto acusa una gran ambigüedad, Benjamin parece dibujar una clara línea
separadora entre arte tradicional (pintura por ejemplo) como arte aurático, y arte
reproducido tecnológicamente (fotografía y cine) como arte sin aura y de masas. Desde
luego, podemos hallar aura en una fotografía y una película por muchas razones,
independientemente de que no gocen de autenticidad, originalidad y exclusividad, o de que
sea aclamado por las masas. Muchos convendríamos en considerar, por ejemplo, 12
hombres sin piedad, El silencio del cordero o La lista de Schindler como películas con aura,
mientras que pinturas del arte tradicional podrían carecer de ella. Quizás, deberíamos
cuestionar que la distinción entre arte con aura y arte sin aura, que resulta muy interesante,
obedezca únicamente a criterios infraestructurales. Esto es, si va dirigido a las élites o a las
masas, si es auténtico y único o puede derivarse en muchas copias, o si es propio de un
Estado fascista o de uno democrático y capitalista, entre otras cualidades que hemos
analizado en el presente trabajo. Por ello, sería razonable replantearnos las delimitaciones
de cada tipo de arte, y los principios por los que se va a regir nuestra clasificación estética
sobre la relación entre el arte y su aura.