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jPor fin! Se acabé el usurero (jya basta de ese banco!), y se acabé ese Gengé (jya basta de ese titere!). Pero el coraz6n seguia palpitandome con fuerza en el pecho. Me impedia respirar. Abria y cerraba las manos, y me hundia las ufias en la carne. Y, casi sin darme cuen- ta, me rascaba la palma de una mano con la otra, mientras daba vueltas por la habitacién y hacia muecas de dolor como un caballo reacio al freno. Deliraba. —Pero yo, uno, gquién?, ¢quién?

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