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¡Corre, Melos!

por Osamu Dazai


Traducido por Iri.

Detalles:
Relato perteneciente a la recopilación de cuentos: “Un gran descubrimiento. Doce
cuentos japoneses” (“Run Melos! and other stories” versión inglesa / “Hashire Melos!”
título original)

Melos estaba furioso. Decidió hacer lo que fuera necesario para liberar a aquella tierra de ese
malvado y despiadado Rey. Melos no sabía nada de política. Era un simple pastor de un
pueblo en la periferia, que pasaba sus días tocando su flauta y cuidando sus ovejas. Pero
Melos era un hombre que sintió el aguijón de la injusticia más profundamente que la
mayoría. Antes del amanecer de este mismo día, Melos había dejado su aldea para viajar
unas diez leguas (48,28 Km), por llanuras y montañas, a la ciudad de Siracusa. Melos no
tenía madre ni padre, ni esposa. Vivía con su joven hermana, una chica tímida de dieciséis
años que pronto se casaría con cierto pastor honesto y sincero. Fue por comprar el vestido de
novia a su hermana y la comida y bebida para la fiesta de bodas, que Melos había
emprendido aquel largo viaje a la ciudad. Había hecho sus compras y ahora estaba paseando
por una de los calles principales de la capital, de camino a visitar a su amigo Selinuntius, un
amigo cercano desde la infancia. Selinuntius vivía en Siracusa, donde trabajaba como albañil.
Había pasado un tiempo desde la última vez que se vieron, y Melos estaba esperando la visita
con ansias. Mientras caminaba, sin embargo, comenzó a notar algo extraño en el ambiente
de la ciudad. Estaba extrañamente silenciosa y tranquila. El sol ya se había puesto, y las
calles, naturalmente, eran oscuras, pero el triste estado de ánimo que se cernía sobre la
ciudad era de alguna manera más de lo que la simple llegada de la noche pudiera explicar.
Melos era de naturaleza tranquila y despreocupada, pero ahora comenzó a sentirse
desconfiado. Detenió
Detenió a un joven en la calle, le preguntó si había sucedido alguna desgracia en
la ciudad, y agregó que en su anterior visita, unos dos años antes, las calles, incluso de noche,
estaban llenas de gente riendo y cantando, bulliciosamente alegre. El joven desconocido solo
sacudió la cabeza y se fue apurado. Un poco más adelante, Melos paró a un hombre mayor y
le hizo la misma pregunta, esta vez con mayor urgencia. El viejo no dijo nada. Solo cuando
Melos lo tomó por los hombros y lo sacudió, repitiendo la pregunta, este finalmente
respondió, susurrando como si tuviera miedo de ser escuchado.

-El rey está matando gente.


-¿Por qué razón?
-Él dice que están llenos de malas intenciones. Por supuesto, no es cierto.
-¿Ha matado a muchos?
-Sí. El primero fue el esposo de su hermana. El siguiente fue el príncipe, su propio hijo y
heredero. Luego su hermana y su hijo. Luego su esposa, la reina. Luego su vasallo, el sabio
Alekis...
-Impactante. ¿Acaso se ha vuelto loco?
-No, no está loco, pero dice que no se puede confiar en nadie. Recientemente ha crecido su
sospecha sobre sus lacayos, y ha ordenado a los más ricos de entre ellos que cedan ante él un
rehén. El castigo por la negativa es la muerte por crucifixión. Seis han sido ejecutados hoy.

Al escuchar esto, Melos


Melos se enfureció.
-¿Qué clase de rey es este?- exclamó- ¡No debe seguir viviendo!

Melos era un hombre simple. Con sus compras todavía colgadas al hombro, se dirigió al
castillo y se adentró en él. Pronto fue atrapado por los guardias, sin embargo, quien lo ató de
pies y manos...Solo aumentó el alboroto, cuando al cachear a Melos, encontró una daga en su
bolsillo. Él fue arrastrado ante el rey.
-¿Qué te gustaría hacer con esta daga tuya?-el tirano Dionisio preguntó con tranquila
majestuosidad.-¡Habla!
-Yo quería liberar a la ciudad de las manos de un tirano- respondió Melos sin miedo.
-¿Usted?- El rey sonrió condescendie
condescendientemente-
ntemente- Pequeño hombre lamentable. ¿Qué sabes de
mi dolor y soledad?
-¡Pare!- le gritó Melos, rojo por la ira-Dudar de los corazones de los hombres es el más
grande y vergonzoso de los males. Y tú, mi rey, dudas de la lealtad de tus súbditos.
-¿No apruebas mi justificada sospecha? No se puede confiar en los hombres. ¿Qué son los
hombres sino bultos de egoísmo y avaricia? Tomarlos en su palabra es invitar a la rruina-
uina- El
rey habló estas palabras suavemente, con compostura, y ahora suspiró.-¿No crees que yo
mismo deseo la Paz?
-¿Paz?¿Y para qué fin? ¿Para proteger tu trono?-Ahora fue Melos quien sonrió,con
desprecio-¿Qué paz hay en el asesinato de personas inocentes?
-Silencio, campesino.-El
campesino.-El rey levantó la cabeza.- Esas palabras tan finas se escapan fácilmente
de tus labios. Pero, desafortunadamente para ti, soy alguien cuya mirada penetra en los
corazones de los hombres. Pronto tu también, clavado en la cruz, llorarás, lamentarás y
suplicarás piedad. No esperes nada de mí.
-Ah, que rey tan sabio. Me pregunto minusculamente si tienes tanto amor por ti mismo. En
cuanto a mí, estoy preparado para la muerte. No rogaré por mi vida. Pero…- Melos vaciló,
bajando la mirada.-Pero si me me permitieras una ppetición,
etición, le pid
pidoo que demore la ejecuci
ejecución
ón tres
días. Deseo ver a mi única hermana casada. Concédeme tres días para volver a mi pueblo y
asistir a las bodas. Y yo sin falta, volveré aquí antes de que termine el tercer día.
-Idiota.-Una risa seca y ronca escapó de los labios del tirano.-Tales mentiras absurdas. ¿Un
pájaro salvaje, una vez liberado, vuelve a su jaula?
-Regresaré- insistió Melos, su voz desesperada por la emoción.-Soy un hombre de palabra.
Tres días es todo lo que pido. Mi hermana me espera aún. Pero como desconfías tanto de mí,
muy bien, entonces...Vive en esta ciudad un albañil llamado Selinuntius. Él es para mí un
amigo sin igual. Lo dejaré aquí como rehén. Si yo huyera y al atardecer del tercer día no he
regresado, entonces puedes colgarlo en la cruz en mi lugar.

El rey reflexionó y sonrió con cruel astucia. La insolencia de este campesino. Por supuesto
que él no regresaría. Quizás, sin embargo, sería divertido fingir ser engañado y
liberarlo.Tampoco sería una tarea desagradable, al tercer día, ejecutaría al otro en su lugar.
Ver la crucifixión del rehén
rehén con un sem
semblante
blante triste, como si dijera: “He aquí la prue
prueba
ba de
que no se puede confiar en los hombres.” ¿No sería una lección adecuada para los llamados
hombres honestos en el mundo?
-Que así sea. Tráiganme al rehén. Debes volver antes atardecer del tercer día. Si llegas tarde,
el rehén morirá. Sí, sería bueno si llegaras un poco tarde: entonces serás absuelto para
siempre de tu crimen.
-¡Qué! ¿Qué estás diciendo?
-¡Jaja! Llega tarde, si valoras tu vida. Conozco tu corazón.

Melos solo pudo estampar su pie con disgusto. No tenía más palabras que decir. Ya tarde en
esa noche, Selinuntius fue llevado al castillo. Allí, en presencia del tirano Dionisio, los dos
íntimos amigos se saludaron por primera vez en dos años. Melos le explicó todo. Selinuntius
asintió en silencio y lo abrazó. Para aquellos dos amigos verdaderos, eso fue suficiente.
Selinuntius fue atado con cuerdas. Melos, libre, partió de inmediato. El cielo del comienzo
del verano estaba lleno de estrellas. Toda la noche Melos corrió, corriendo las diez leguas
(48,28 Km) de regreso a su pueblo sin detenerse a dormir. Llegó en la mañana del día
siguiente. El sol ya estaba alto y los aldeanos habían comenzado su día de trabajo en el
campo. La hermana menor de Melos estaba mirando a las ovejas en su ausencia. Estaba
sorprendida y llena de preocupación cuando lo vio tambaleándose hacia ella, exhausto y ella
lo inundó con preguntas.

-No es nada.- Melos forzó una sonrisa.- He dejado un pocos asuntos pendientes en la ciudad.
Debo volver allí pronto. Vamos a celebrar la fiesta de bodas mañana. ¿Confío en que no
tengas ninguna objeción en apresurar las cosas?

Un sonrojo coloreó las mejillas de su hermana.

-¿Estás contenta? Te traje un hermoso vestido para que te lo pongas. Ahora ve y corre la voz
entre los aldeanos. La boda será mañana.- Diciendo eso, Melos se tambaleó hasta su casa.

Una vez allí, preparó el altar y arregló mesas y sillas para la fiesta. Tan pronto como estuvo
hecho todo, cayó al suelo y cayó en un dormir tan profundo como la muerte. Era de noche
cuando Melos despertó. Se puso de pie de un salto y corrió a la casa del novio. Lo encontró en
casa y le explicó que las circunstancias que le habían surgido, le habían obligado a solicitar
que la boda se celebrara al día siguiente. El joven pastor estaba sorprendido y protestó que
era demasiado pronto, que no había hecho ningún arreglo, y le pidió a Melos que esperara
hasta que las uvas fueran cosechadas. Melos insistió en que no valía demora posible, que
debía ser mañana. El novio también fue inflexible en su negativa. Discutieron y se suplicaron
hasta el amanecer, cuando, después de mucho engatusar, Melos finalmente persuadió al
joven para que aceptara. Los ritos matrimonial
matrimonialeses se realizaron al mediodía.
mediodía. Justo cuando la
novia y el novio estaban concluyendo sus juramentos a los dioses, el cielo se oscureció con
nubes. Cayeron dispersas las gotas de lluvia, que pronto dieron paso a un aguacero
torrencial. Los invitados pensaron que esto era un presagio de mala fortuna, pero lo
ignoraron y se obligaron a estar de buen humor. Pronto, a pesar del calor sofocante y
opresivo dentro de la casita, ya estaban todos cantando alegremente y aplaudiendo. Melos,
también, estaba radiante de alegría e incluso pudo olvidar, por un momento, su promesa con
el rey. La juerga solo aumentó una vez que había caído la noche, y ahora los invitados eran
casi ajenos al aguacero de afuera. «Ah, vivir para siempre
siempre de esta manera, entre estas buenas
personas» pensó Melos. Pero él sabía que no iba a ser así. Su vida ya no era la suya, se armó
de valor en su resolución de regresar a Siracusa. Pero había tiempo suficiente hasta antes del
anochecer del día siguiente. Él se iría tan pronto como hubiera dormido un poco. «La lluvia
también puede haber disminuido para entonces» pensó. Incluso los hombres como Melos
son reacios a separarse de sus seres queridos, y cada momento adicional que pasó
relajándose en su propia casa fue precioso para él. Se acercó a la novia, que durante toda la
fiesta
Despuéshabía estado sentada
de felicitarla Melosaturdida,
dijo: como embriagada de alegría.

-Estoy muy cansado y, con tu permiso, me iré a dormir. Tan pronto como despierte, debo
partir hacia la ciudad. Tengo asuntos cruciales allí. Ahora tienes un esposo amable y
comprensivo para cuidar de ti. Incluso cuando me haya ido, no estarás sola. Lo que tu
hermano más desprecia en este mundo es la desconfianza hacia los demás y el engaño. Lo
sabes, ¿no? No debe haber secretos entre vosotros. Eso es todo lo que quería decirte. Tu
hermano es, tal vez, un hombre valioso. Siéntete orgulloso de él.

La novia solo asintió somnolienta. Melos se volvió hacia el novio, le dio una palmada en el
hombro y le dijo:

-Ninguno de nosotros había tenido tiempo de hacer los arreglos adecuados. Los únicos
tesoros que tengo son mi hermana y mi rebaño de ovejas. Son tuyos. Solo le pido esto a
cambio: que siempre se enorgullezca de convertirse en el hermano de Melos.

El novio, sin saber cómo responder, movió tímidamente las manos. Melos sonrió y,
inclinándose ligeramente
ligeramente para despedirse de la compañía, abandonó el banquete. Fue al
corral de las ovejas afuera; donde cayó en un sueño cercano a la muerte. Se despertó el día
siguiente, al amanecer.

«¡Santo dios!» Pensó, poniéndose de pie «¿me he quedado dormido? No, aún es temprano.
Si me voy ahora, llegaré con tiempo de sobra. Hoy, a toda costa, debo mostrarle al rey que los
hombres pueden y serán fieles a su palabra. Entonces subiré a la cruz con una sonrisa.»

Con calma, deliberadamente,


deliberadamente, Melos comenzó a prepararse para su viaje. La lluvia parecía
haber disminuido un poco, apenas terminó sus preparativos, se preparó, salió disparado y
comenzó a correr con toda la rapidez de una flecha en vuelo.

«Esta tarde me matarán. Corro para encontrarme con mi propia muerte. Corro para salvar a
mi amigo, que espera en mi lugar. Corro para asestar un golpe al malvado corazón del rey.
No tengo más remedio que correr. Y me matarán. ¡Juventud, el honor es tuyo para
preservarlo!»

No fue fácil para Melos. Varias veces estuvo a punto de detenerse y tuvo que reprocharse en
voz alta mientras corría. Dejó atrás el pueblo, cruzó un tramo de llanura y se abrió paso a
través de un bosque. Cuando llegó al siguiente pueblo, la lluvia había cesado, el sol estaba
alto y el día se puso caluroso. Melos se limpió el sudor de su frente con su puño. Ahora que
había llegado tan lejos, ya no era presa de distraerse con pensamientos sobre el hogar y el
pueblo.

«Mi hermana y su esposo serán felices juntos. Ahora ya no hay ningún pesar sobre mi
conciencia. Solo necesito correr directamente hacia el castillo del rey. Tampoco necesito
apurarme tanto, así que puedo caminar a un ritmo pausado y aún así estar a tiempo.»

Melos redujo
canción la velocidad
que amaba. Caminóa un paseó
dos y comenzó
leguas,tres a cantar,
leguas, a pasocon una hermosa
tranquilo. voz, una
Pero cuando pequeña
estaba a
medio camino de la ciudad, un desastre imprevisible lo detuvo. ¡Mira allí! Las fuertes lluvias
del día anterior habían provocado que los manantiales de las montañas se desbordaran, los
arroyos y riachuelos se hincharon, sus aguas oscuras y turbias discurrieron por las laderas y
llenaron el lecho del río, donde, con una fuerte y rugiente oleada, habían barrido el puente,
rompiendo sus vigas en pedazos. Melos se puso de pie y miró con incredulidad atónita. Miró
hacia arriba y hacia abajo de la orilla del río y llamó rápidamente; pero no había ni bote ni
barquero a la vista. El río seguía
seguía subiendo, sacudiéndose
sacudiéndose como un mar iinquieto.
nquieto. Melos se
derrumbó en la orilla, llorando, y levantó los brazos en un llamado a su dios:

-¡Llévate, oh Zeus, esta corriente furiosa! Ya el sol está en su cenit. Si, para cuando caiga, no
he llegado a la puerta del castillo, ¡mi fiel amigo deberá morir por mí!

Como si despreciara las plegarias de Melos, las aguas oscuras se hincharon y se enfurecieron
con una violencia aún mayor. Una ola se tragaba a otra ola, arremolinándose y estrellándose,
y Melos solo podía ver cómo
cómo los instantes escapab
escapaban.
an. Por fin su desesperación
desesperación se convirtió en
en
atrevimiento.
atrevimiento. No tuvo más remedio que intentar cruzar a nado.

-¡Dioses! ¡Os llamo para que seáis testigo del poder del amor y la verdad que no se doblegará
ante estas aguas feroces!

Melos se zambulló en la corriente y comenzó su lucha desesperada contra las olas


tumultuosas que azotaron y se retorcieron sobre él como innumerables serpientes gigantes.
Con toda la fuerza que podía emplear, se abrió paso a través de los rápidos y vertiginosos
remolinos como un león feroz en la batalla. Y tal vez los dioses, al ver este despliegue heroico,
sintieron compasión. Incluso cuando Melos fue sacudido y arrastrado por la corriente
salvaje, de alguna manera logró llegar a la orilla opuesta y aferrarse al tronco de un árbol de
allí. Subió a tierra, sacudió el agua de su cuerpo con una fuerte sacudida y siguió corriendo.
No había tiempo que perder. El sol ya se estaba inclinándose hacia el oeste. Con su
respiración pesada y persistente, subió corriendo la montaña hasta el desfiladero. Solo
cuando llegó a la cima se detuvo para recuperar el aliento, y fue entonces cuando en el
camino, de la nada, apareció una banda de bandidos de montaña ante él.

-Detenente.
-¿Qué es esto? Debo estar en el castillo del rey antes del anochecer. Déjame irme.
-Hasta que no tengamos tus objetos de valor, no lo dejaremos.
-No tengo nada. Nada más que mi vida. Y hoy debo ofrecerle eso al rey.
-Pues entonces, es esa vida tuya la que vamos a tener.
-Espera ¿Puede ser que el rey te envió a detenerme?

Los bandidos no respondieron pero levantaron sus palos al aire. Melos se arrodilló
ar rodilló ágilmente
y se abalanzó sobre el hombre
hombre más cercano a él, y rápidamente
rápidamente robó su garrote.

-¡No te haría daño si no fuera porque la justicia es mi causa!-gritó Melos, y con tres golpes
furiosos y salvajes del garrote, los tres bandidos yacían muertos.

Mientras las demás retrocedían con miedo, Melos se distanció y corrió por el sendero de la
montaña. Llegó al pie de la montaña de una sola carrera, pero luego el agotamiento comenzó
a pasarle factura. El sol de la tarde ahora brillaba en su cara con su feroz y ardiente calor.
Olas de mareo lo recorrieron, y una y otra vez luchó contra la sensación hasta que,
tambaleándose dos o tres pasos finales, sus rodillas cedieron y cayó al suelo. No pudo
levantarse. Se tumbó de espaldas, llorando amargamente. Ah, Melos, has llegado hasta aquí.
Has nadado el río furioso, has matado a tres bandidos y has corrido como el propio Hermes.
Valiente y sincero
sincero Melos, qué verg
vergonzoso
onzoso yacer aquí, demasi
demasiado
ado cansado para moverse.
Pronto tu querido amigo pagará con su vida por su confianza en ti. Oh traidor, ¿no eres justo
como el rey sospechaba? Así Melos se enfureció consigo mismo, pero toda su fuerza se había
ido. Se acostó extendido en un campo verde al lado del camino, y no podía hacer más
progreso que un gusano que se arrastra. Cuando el cuerpo está fatigado, el espíritu también
se debilita. «Ya nada importa ahora» se dijo a sí mismo, con una una arrogancia resentida,
tan impropia del héroe, que se abrió paso en su corazón. «Lo hice lo mejor que pude. No
tenía la menor intención de romper mi promesa. Como los dioses han sido testigos, cargué
con todas mis fuerzas. No soy un traidor. Ah, ¿podría abrir este pecho para que veas el
carmesí de mi corazón, cuya razón de ser es el amor y la verdad? Pero mi fuerza me ha
dejado, mi espíritu está agotado. ¡Maldito sea mi destino! Mi nombre será objeto de burla. Si
tengo que colapsar aquí y ahora, será como si no hubiera hecho nada en primer lugar.
Engañé a mi amigo. Nada importa ahora. ¿Era este mi destino, entonces? Perdóname,
Selinuntius. Tu confianza en mí fue constante. Pero tampoco te he engañado. Tú y yo éramos
muy buenos, verdaderos, amigos. Ninguno de los dos albergó en su pecho las oscuras nubes
de duda. Incluso ahora, esperas pacientemente mi regreso. Ah, sé que estás esperando.
Gracias Selinuntius. Confiaste en mí, y la confianza entre amigos es el mayor tesoro de la
vida. No puedo soportar pensar
pensar en eso. Corrí, Se
Selinuntius.
linuntius. No ten
tenía
ía la menor inten
intención
ción de
engañarte. ¡Por favor creeme! Vencí al río furioso. Escapé de los bandidos que me rodeaban y
corrí hasta el pie de la montaña sin un momento de descanso. ¿Quién sino yo podría haber
llegado tan lejos? Ah, pero ya no esperes más de mí. Olvídate de mí. Nada importa ya. Soy un
vencido.Unaa desgracia. Ríete de mi. El rey me susurró qque
vencido.Un ue me convendrí
convendríaa llegar tarde. Me
dijo que si yo lo hacía, él mataría al rehén y me perdonaría la vida. Lo despreciaba por eso.
Pero ahora mírenme: ¿no estoy haciendo exactamente lo que él sugirió? Llegaré tarde, el rey
dará por sentado que lo hice intencional
intencionalmente.
mente. Se reirá de mí y me devolverá a lo que era, un
hombre libre. Eso, para mí, es un destino peor que la muerte. Seré tachado de traidor para
siempre, la mayor ignominia conocida por el hombre. No, Selinuntius, yo también moriré. Tú
y solo tú creerás que mi corazón era verdad. Déjame morir
morir contigo. ¿Pero tengo
tengo el derecho?
¿No debería seguir viviendo, en corrupción y maldad? Tengo mi casa en el pueblo. Tengo mis
ovejas. Seguramente mi hermana y su esposo no me echarían de mi casa. Justicia, confianza,
amor, ¿no son meras palabras? Matamos a otros para poder vivir. Así es como funciona el
mundo. Y que inútil que es todo. Soy un traidor vil y engañoso. Lo que sea que haga no tiene
importancia. ¡Pobre de mí!»

Mientras Melos yacía con los brazos y las piernas esparcidas por el suelo, el sueño comenzó a
vencerlo. Pero entonces,
entonces, de repe
repente,
nte, un murmullo lle
llegó
gó a sus oídos. Levantando
Levantando un poco la
cabeza, contuvo el aliento y escuchó. El sonido vino de algún lugar cercano. Alzándose
tambaleándose sobre sus manos y rodillas, vio agua que gorgoteaba silenciosame
silenciosamente
nte de una
grieta en las rocas. La corriente pareció susurrarle a Melos, llamarlo, y él se inclinó sobre ella
y bebió, recogiendo
recogiendo el agua con ambas manmanos.
os. Soltó un suspiro largo y profundo,
profundo, y sintió
como si estuviera despertando de un sueño. Él podría continuar. Él continuaría. Cuando su
cuerpo comenzó a revivir, una pequeña chispa de esperanza se encendió en su corazón. La
esperanza de que pudiera cumplir con su deber. La esperanza de que él podría preservar su
honor muriendo a manos del verdugo. El sol rojo y declinante brillaba tan brillante que
parecía incendiar las hojas y ramas de los árboles. «Todavía hay tiempo antes del atardecer.
Alguien me espera.
espera. Pacienteme
Pacientemente,
nte, sin nun
nunca
ca dudar de mí, espera mi regreso. Tengo su
confianza. ¿Mi vida? No vale nada. Pero este no es el momento de buscar el perdón con mi
propia muerte. Debo demostrar que soy digno de esa confianza. Eso, por ahora, es todo.
¡Corre, Melos! El confía en mí. El confía en mí. Ese susurro demoníaco de hace un momento
fue solo un sueño. Un mal sueño. Destérralo de tu mente. Los hombres tendrán tales sueños
cuando la carne esté destrozada. No hay vergüenza en eso, Melos. Eres un hombre de
verdadero valor. ¿No has resucitado
resucitado y estás corriendo de n
nuevo?
uevo? Alabados sean los di dioses.
oses.
Puedo morir la muerte de un hombre justo. Ah, se pone el sol. ¡Qué rápido se hunde! Espera,
0h Zeus. He sido un hombre honesto toda la vida. Permíteme ser igual de honesto en mi
muerte.»
Apartando a la gente que
que tapaba el camino y eenviando
nviando a algunos a vol
volar,
ar, Melos corrió como
un oscuro viento. Sorprendió a un grupo de juerguistas reunidos para un festín en el prado,
cubierto de hierba corriendo imprudentemente entre ellos. Echando a patadas a los perros
de su camino y saltando sobre los arroyos, corrió diez veces más rápido que el sol que se
ponía. Fue cuando pasó junto a un grupo de viajeros que caminaban en sentido contrario que
escuchó estas siniestras palabras: “Ese hombre ya estará en la cruz”.
«"Ese hombre." Es por ese hombre que corro. Ese hombre no debe morir. Más rápido, Melos.
No debes llegar tarde. Ahora es el momento de demostrar el poder del amor y la verdad.»
Desnudándose casi por completo —porque las apariencias ya no significaban nada para él
ahora— Melos siguió corriendo. Apenas podía respirar, y dos o tres veces tosió sangre. Pero
mira. Allí, pequeñas en la distancia, las torres de Siracusa. Las torres, brillando en la puesta
de sol.

-Ah, es Melos, ¿no?- Una voz como un gimoteo llegó a sus oídos junto con el sonido del
viento.
-¿Quien habla?- dijo Melos, sin romper el paso.
-Mi nombre es Philostratus, señor, aprendiz de su amigo Selinuntius.- El joven corrió detrás
de Melos, gritando sus palabras.- Usted llegó demasiado tarde, señor. Es inútil. Ya no
necesita correr. Ya no puede ayudarlo.
-El sol aún no se ha puesto.
-Incluso aun así, él está siendo preparado para la ejecución. Llegó demasiado tarde, señor.
Ay, ¡si tan solo hubieras
hubieras llegado momentos an
antes!
tes!
-El sol aún no se ha puesto.

Melos sintió como si su corazón explotara. Sus ojos estaban fijos en el enorme sol rojo en el
horizonte occidental. No había nada que hacer más que correr.

-Suficiente, señor. Deténgase,


Deténgase, se lo ruego. Es tu vida la que importa ahora. Mi maestro creía
en usted. Incluso cuando lo arrastraron al terreno de ejecución, no le importó. Y cuando el
rey se burló y se burló de él, todo lo que dijo fue: “Melos vendrá”. Su fe en usted fue
inquebrantable hasta el final.
-Es por eso que debo correr. Corro por esa fe, esa confianza. La cuestión no es si llego a
tiempo. Simplemente
Simplemente tampoco es una cuestión sobre la vida de un hombre. Estoy corriendo
por algo inconmensurablemente mayor y más temible que la muerte. ¡Corre conmigo,
Philostratus!
-Ah, ¿es una locura lo que le impulsa, entonces? ¡Muy bien, señor, corra! Corra por todo lo
que vale. Quizás, y solo quizás, haya tiempo todavía. Corra.

Nada podría haberlo hecho detenerse. El sol aún no se había puesto. Invocando sus últimas y
desesperadas reservas de fuerza, Melos siguió corriendo. Ni un solo pensamiento pasó por su
cabeza. Corrió, impulsado por un inmenso fuego innombrable. Mientras tanto, el sol se
hundió perezosamente bajo el horizonte, y justo cuando el último y persistente rayo de luz
estaba a punto de desaparecer, Melos, cabalgando sobre las alas del viento, irrumpió en el
terreno de ejecución. Lo había logrado.

-Espera, verdugo. Perdona a ese hombre. Melos ha regresado, como lo prometí.

Desde la parte posterior de la gran multitud que se había reunido, Melos intentó gritar estas
palabras. Sin embargo, todo lo que salió de su garganta reseca y apretada fue un susurro
áspero, y nadie en la multitud prestó atención a su llegada. La cruz ya estaba en su lugar, se
alzaba muy por encima de la multitud, y Selinuntius, atado con cuerdas, estaba siendo
elevado lentamente sobre ella. Melos, con un último y valiente estallido de fuerza, se abrió
paso entre la multitud, al igual que antes había separado las turbulentas olas del río.

-¡Verdugo! ¡Soy yo! ¡Yo soy el que va a morir! Soy Melos. ¡Melos, que dejó a este hombre
como garantía, está parado frente a ti!

Luchando por hacer oír su voz ronca, Melos se subió a la plataforma que sostenía la cruz y
arrojó sus brazos alrededor de las piernas de su amigo. Un revuelo recorrió la multitud. De
todos lados surgieron gritos de "¡Alabado sea!" y "¡Libéralo!" Selinuntius fue bajado a la
plataforma y liberado de sus ataduras.

-Selinuntius,- dijo Melos, con los ojos llenos de lágrimas.- Pégame. Pégame tan fuerte como
puedas. Por un momento, en mi camino hacia aquí, un mal sueño me venció. Si no me
golpeas, no tengo derecho a abrazarte. ¡Pégame, Selinuntius!

Selinuntius pareció entender.


entender. Él asintió y en la mejilla derecha de Melos le dio un golpe tan
fuerte que el sonido resonó por todo el terreno de ejecución. Luego sonrió gentilmen
gentilmente.
te.
-Melos,- dijo- Golpéame. Golpéame tan fuerte y tan rotundamente como te acabo de golpear.
Una vez durante los últimos tres días, dudé de ti. Solo una vez, pero por primera vez en mi
vida. Si no me golpeas,
golpeas, no puedo abrazarte
abrazarte..

La mano de Melos voló por el aire y se estrelló contra la mejilla de Selinuntius.

-¡Gracias amigo mío!

Melos y Selinuntius pronunciaron las palabras como una sola, se abrazaron con fuerza y
sollozaron en voz alta con alegría. De la multitud también salieron sollozos. El tirano
Dionisio, ubicado en su asiento detrás de la multitud, miró fijamente a los dos amigos
durante cierto tiempo. Luego caminó en silencio hacia donde ellos estaban. Su cara se
sonrojó mientras hablaba.

-Tu deseo se ha cumplido. Has sometido mi corazón. La confianza entre los hombres no es
solo una ilusión vacía. Yo también querría ser tu amigo. Digamos que dejarás que el lazo del
amor sea de tres.

Saludos y gritos de "¡Viva el rey!" surgieron de la multitud. Y de entre la animada multitud,


una joven doncella se adelantó con una capa roja. Cuando ella le tendió la capa a Melos, él
solo podía mirarla con desconcierto. Su amigo, el leal Selinuntius, fue rápido en explicar:

-Mírate, Melos, tu ropa ya no está. Ponte la capa. Esta hermosa doncella no puede soportar
que todos te vean de esa manera.

Un rubor escarlata cubrió la mejilla del héroe.

*(de una antigua leyenda y un poema de Schiller)*


Osamu Dazai

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