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OT, MARCHITOS —
dora ici migrantes en Estados Unidos
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Seth M. Holmes, phd, md

FRUTA FRESCA, CUERPOS


MARCHITOS

Trabajadores agricolas
migrantes en Estados Unidos

2016

0%
Fruta fresca, cuerpos marchitos
Trabajadores agricolas migrantes en Estados Unidos
© Seth M. Holmes, PHD, MD

Titulo original: Fresh fruit, broken bodies: migrant farmworkers in


the United States.
Holmes, SM. California Series in Public Anthropology. Berkeley
and Los Angeles: University of California Press. 2013.

Primera edicion: Ediciones Abya-Yala


Av. 12 de Octubre N24-22 y Wilson, bloque A
Apartado postal: 17-12-719
Teléfonos: (593 2) 250 6267 / (593 2) 396 2800
e-mail: editorial abyayala.org
www.abyayala.org
Quito-Ecuador

University of California Berkeley


Berkeley, CA 94720
Teléfonos: (001) 15106426000, 510-642-6000
http://www.berkeley.edu/

Traducción: Odette León

Prólogo: Philippe Bourgois

Edición: Miguel Ángel Zambrano M.

Imagen de portada: Roberto Mercante

Derechos de autor: 049967


Depósito legal: 005765
ISBN: 978-9942-09-354-7
ISBN electrónico: 978-9942-09-478-0

Diseño, diagramación e impresión: Ediciones Abya-Yala


Quito-Ecuador
Impreso en Quito-Ecuador, noviembre de 2016.

0%
Para Ed y Carolyn Holmes,
por iniciarme en una vida abierta
a nuevas preguntas.

Para las personas triquis en Estados Unidos y Mexico,


por permitirme entrar en sus vidas y guiarme
hacia nuevas respuestas.

«...nuestro trabajo no esta hecho”.

Dolores Huerta

0%
Indice
2 .

Lista de ilustraciones

Prólogo

La violencia simbólica de la acumulación primitiva en Estados


Unidos.

Agradecimientos

Capítulo 1

Introducción
“¿Vale la pena arriesgar tu vida?”

Capítulo 2
“Somos trabajadores del campo”
Antropología encarnada de la migración

Capítulo 3
Segregación en la granja agrícola

Capítulo 4
“Cómo sufre el pobre”
La encarnación del continuo de la violencia

Capítulo 5
“Los doctores no saben nada”
La mirada clínica en la salud para migrantes

Capítulo 6
4
'Porque están más cerca del suelo”
La naturalización del sufrimiento social: La ocultación de los
cuerpos de los migrantes

Capítulo 7
Conclusión
Cambio, solidaridad pragmática y allende: Las posibilidades de
esperanza y cambio

Apéndice
La escritura etnográfica y el conocimiento contextual
(O por qué este libro no tiene una sección de metodología)

Bibliografía

1%
Resenas sobre Fruta fresca, cuerpos marchitos

1%
Lista de ilustraciones
Mapa del trabajo de campo de la migración
El autor Macario y sus compañeros triquis en el desierto
fronterizo
El autor, con algunos hombres en el desierto fronterizo
Triquis durmiendo bajo bolsas de basura en el desierto
fronterizo
Campamento de trabajo en un campo de cultivo
Jerarquía laboral en la granja
Supervisora joven blanca con piscadores mexicanos
Marcelina recolectando fresas
Samuel poda acompañado de niños en un viñedo de California
Diagrama conceptual de jerarquías en la granja
Abelino mientras trabaja en un campo
Automedicación: latas de cerveza detrás de una cabaña
San Miguel, Oaxaca
Día de mercado en el centro de San Miguel, donde está el Centro
de Salud
El padre y la hermana de Samuel de regreso a San Miguel, luego
de cortar leña
Peligro: zona de almacenamiento de pesticidas
Una supervisora de pie mientras los piscadores trabajan de
rodillas en un campo de fresas
Huelga de piscadores de fresa, Tanaka Brothers Farm
Piscadores de fresas en huelga leen la lista de quejas

2%
Prologo
La violencia simbolica de
la acumulacion primitiva
en Estados Unidos

Philippe Bourgois

Los buenos médicos nos aconsejan: “¡come fruta


fresca, mucha!”. Usted, lector, la fracción minúscula
de la población del mundo que tiene acceso a im-
portantes libros críticos y conmovedores, como éste
del médico antropólogo Seth Holmes, con seguridad
da por sentada esta orden saludable de biopoder. La
mayoría estadounidense que no es pobre ha apren-
dido a evitar lo peor de la comida preparada, barata,
procesada y biológicamente diseñada, saturada con
azúcar, sal y grasas (Moss, 2013), que el pobre a nivel
global está condenado, cada vez con mayor frecuen-
cia, a comer por la dominación corporativa transna-
cional de los mercados de alimentos. Unos cuantos
de los privilegiados globales en Estados Unidos, que
recuerdan leer Las uvas de la ira de Steinbeck y boico-
tear las uvas en apoyo al movimiento de Trabajadores
Agrícolas Unidos de César Chávez, quizá estén algo
conscientes de que la fruta deliciosa y saludable que
devoran con dignidad se produce de manera barata y
quebrando literalmente la espalda, rodillas, cadera y
otras partes sobrecargadas del cuerpo de los trabaja-
dores agrícolas latinoamericanos.

Holmes deja entrever, en términos nada inciertos, por


qué a menudo no reconocemos la asociación entre el

2%
“cuidado de uno mismo” y el sufrimiento impuesto
a los trabajadores agrícolas indígenas mexicanos que
se han vuelto invisibles a través de la naturaliza-
ción de las jerarquías racializadas. Nos muestra la
urgencia de reconocer que los ensamblajes globales
son estructurados de modo injusto y su carga de su-
frimiento distribuida de manera diferencial en las
poblaciones estructuralmente vulnerables (Quesada,
Hart y Bourgois, 2011). Los riesgos son altos: estas de-
sigualdades globales dañan el cuerpo y con frecuencia
son mortales. Holmes muestra con exactitud quién
recibe el daño físico y emocional -y la manera íntima
cómo lo recibe- por los efectos del racismo, la política
comercial internacional, las prácticas cotidianas que
normalizan la desigualdad, la aplicación de la ley y
las formas disciplinarias de conocimiento. Explora las
implicaciones intelectuales, políticas, prácticas y éti-
cas de las ideas de Marx y en especial de Bourdieu -sin
olvidarse de Foucault en su etapa temprana- para que
los lectores reconozcan por fin la relación entre los
beneficios del biopoder y el daño infligido a los cuer-
pos y a las vidas de los trabajadores indígenas indo-
cumentados. De hecho, mientras Holmes documenta
etnográficamente el acceso a la fruta fresca, asequible
en Estados Unidos y en muchas de las partes másricas
del mundo, también deja en evidencia de que esto es
posible gracias a una violencia simbólica que consi-
dera el racismo como un estado natural de las cosas.
De manera más concreta, muestra cómo lo anterior se
traduce en jerarquías abusivas en la zona de trabajo,
segregación interna y condiciones de vida insalubres.

El secreto público del sufrimiento políticamente im-


puesto delos trabajadores agrícolas latinoamericanos
3%
indocumentados en Estados Unidos a mediados de
la primera decada del siglo XXI es util de un modo
inaceptable: genera ganancias para los agrinegocios
transnacionales y mantiene saludables a los ciudada-
nos estadounidenses. Cabe argumentar que el sufri-
miento de los triquis es mas conveniente, mas nocivo
y mas invisible de lo que fue el desastre medioam-
biental tramado por el ser humano, que expulsó 2.5
millones de personas de las Grandes Llanuras durante
la Gran Depresión de los años treinta y envió a 200
000 okies (término usado para las personas del estado
de Oklahoma quienes huyeron de la sequía) a trabajar
en las labores agrícolas de un circuito migratorio en
California. Este hecho contribuyó al auge impresio-
nante de la industria agrícola multimillonaria de este
estado. A los okies también les dieron la bienvenida
con insultos. Las puertas de las tiendas ostentaban
letreros que decían: “No se permite la entrada de
okies o perros”. Holmes buscó un verdadero okie ju-
bilado, solo para descubrir que este anciano, exjorna-
lero migrante, que ha ascendido, regurgita el mismo
veneno que recibió hace más de medio siglo. Trató de
convencer a Holmes de que la última ola de jornale-
ros agrícolas migrantes, los amerindios triquis, eran
inferiores en términos culturales y que merecían su
pobreza. Su fenotipo, estructura corporal, costumbres
de casamiento, lenguaje, nacionalidad y hasta su dis-
ciplina de trabajo y explotabilidad se convierten en
los marcadores simbólicos perniciosos de una etnici-
dad racializada que les enfila hacia una ubicación ocu-
pacional tóxica en la fuerza laboral global.

El nicho del mercado de fruta fresca que el biopoder,


la violencia simbólica, el racismo a la vieja usanza y el
3%
nacionalismo xenofóbico han vuelto rentable y diná-
mico en Estados Unidos se impone activamente me-
diante la violencia estructural de las leyes migratorias
estadounidenses y de los pormenores de las políticas
del cumplimiento de inspección en el lugar de trabajo
y de la frontera del Department of Homeland Secu-
rity. En 1976, Michael Burawoy, desafiante, comparó
la imposición política del estatus de “ilegal” a los tra-
bajadores agrícolas mexicanos en Estados Unidos con
los modos —articulados injustamente- de producción
(capitalismo agrícola con agricultura de subsisten-
cia) que permitían a la industria minera de Sudáfrica
prosperar y subsidiar las condiciones de trabajo y de
vida de los blancos sudafricanos en la segunda mitad
del siglo XX, a través del cumplimiento político y legal
del apartheid y del sistema migratorio de los lugares
de origen. Casi cuarenta años después de la crítica de
Burawoy, la relación de la agricultura estadounidense
con las comunidades indígenas rurales de México
continúa institucionalizando y -como lo demuestra
Holmes con mayor sutileza- encarnando esta diná-
mica.

Los costos de la producción de la fuerza de trabajo de


la agricultura estadounidense (la nutrición infantil y
la educación de los mismos jornaleros) y su degrada-
ción física (lesiones relacionadas con el trabajo, enve-
nenamiento por pesticidas, geriatrización prematura
y jubilación) se desplazan a las comunidades de los
hogares de envío. Cuando los trabajadores agrícolas
están demasiado enfermos por el esfuerzo físico y la
exposición al trabajo continuo, la mayoría “de manera
voluntaria” busca refugio en sus comunidades rurales
en Latinoamérica —pero especialmente en México-, y
3%
cada vez mas en sus territorios indigenas. La indus-
tria —hasta en las fincas de campos de cultivo familia-
res y bienintencionadas, que estudió Holmes- expone
a sus trabajadores a dosis masivas de cancerígenos y
lesimpone la opción entre el hambre y las lesiones por
esfuerzo continuo que frecuentemente resultan en
discapacidades severas de por vida. Cuando la deses-

Estos jornaleros temporales que regresan a casa con


dolores y agotados -a sus comunidades de agricul-
tura de subsistencia, semiautónomas en el pasado-
encuentran sus pueblos y rancherías remotos devas-
tados por el Acuerdo del Tratado de Libre Comercio
de América del Norte. Pronto, la pobreza obliga a la
mayoría a regresar por la frontera norteña militari-
zada a otra temporada más de cosecha de trabajo bru-
tal. Estas comunidades indígenas solían abastecer los
mercados de maíz mexicanos, pero esa fuente valiosa
de ingreso en efectivo y el suministro de alimentos de
subsistencia han desaparecido. Los mercados locales
han sido inundados por lasimportaciones de maíz es-
tadounidense, cultivado por empresas corporativas, y
por alimentos envasados que se benefician del acceso
injusto a subvenciones fiscales y tecnologías genéti-
cas, porque la práctica neoliberal es inconsistente con
su propia ideología de libre comercio. Esta violencia
estructural malsana, impuesta políticamente, puede
considerarse como una forma contemporánea de
acumulación primitiva semejante al movimiento de
cercar los pastizales en la Inglaterra del siglo XVI, des-
3%
crito por Marx como un ejemplo fundamental del na-
cimiento violento del “capital... que gotea de la cabeza
a los pies, de cada poro, con sangre y suciedad” (Marx,
1972: 760).

Las leyes laborales y de inmigración estadounidenses


y, de una manera más distante, la articulación injusta
de los modos de producción entre las fronteras in-
ternacionales evitan que los jornaleros se organicen
a favor de sus derechos o, incluso, para quejarse de
su superexplotación como jornaleros de temporada.
Esta estrategia de gestión laboral parasitaria entre
países fomenta una “opresión conjugada” que com-
bina las experiencias de racismo y explotación en una
violencia simbólica encarnada.

Como antropólogo médico, comprometido como in-


telectual público además de sanador, Holmes tiene
una posición privilegiada para entender y teorizar
la experiencia encarnada de la opresión conjugada.
Combina provocativamente dos disciplinas profesio-
nales e intelectuales y etimologías que perciben el
mundo de modo muy distinto: la antropología, con
su base esquizofrénica y productiva en las humani-
dades y en las ciencias sociales, y la biomedicina,
con su compromiso positivista para buscar evidencia
objetiva importante en términos estadísticos. Holmes
entiende el cuerpo con el ojo de un practicante mé-
dico que conoce técnicamente cómo operan nuestros
órganos, células y sinapsis. Cuenta con valiosas habi-
lidades prácticas para curar a las personas y gana un
salario sustancioso como doctor en Estados Unidos,
aun cuando éste se vea reducido de manera consi-
derable por el hecho de ser profesor universitario y

3%
medico de cabecera. Ante todo, Holmes es un cruza
fronteras que esta sin duda del lado del pobre. Viola
las segregaciones de clase, nacionalidad, etnicidad, es-
tatus ocupacional, espacio y cultura -que organizan
a la mayoría de las sociedades y que son poderosas
e injustas en el nexo hiperglobalizado entre Estados
Unidos y México-, al igual que de género, sexualidad,
normatividad, edad y destreza. Tiene el descaro de
poner el habitus de confrontación de los doctores (que
su rigurosa capacitación en la Escuela de Medicina
y su socialización en la infancia como el hijo de un
doctor que se especializaba en radiología impusieron
en él) en práctica al traicionar a su bien intencio-
nado gremio de médicos. Revela desde dentro las ló-
gicas despolitizadas involuntariamente de uno de los
nichos ocupacionales más privilegiados, autoprotegi-
dos y herméticos en Estados Unidos: el de los médicos
en práctica.

En el capítulo 5 va con sus compañeros agriculto-


res a una clínica de salud ocupacional para abogar
por ellos y mediante este compromiso ético, basado
en la práctica, puede abrir, a través del análisis, los
mecanismos operacionales de la construcción básica
de la violencia simbólica, para que la opresión ra-
cista y naturalizada no pueda seguir reproduciéndose
a sí misma como un secreto público involuntario
entre sus colegas y su práctica clínica que atienden
a pacientes estructuralmente vulnerables. Al mismo
tiempo, Holmes mantiene siempre una hermenéutica
tanto personal como analítica de la generosidad, que
trasciende la rectitud política maniqueísta y evita las
trampas culturales posmodernistas y relativistas de
la antropología: ser incapaz de ver el sufrimiento y
4%
las horribles contradicciones impuestas por las fuer-
zas corporales, psicodimamicas, culturales y politico-
economicas.

Esta perspectiva teoretica y politica revela por que


medicos inteligentes, cuidadosos, en verdad compro-
metidos, de manera inadvertida culpan a los pacien-
tes de su situacion dificil y siguen, en gran medida,
sin tener idea de la desigualdad socioestructural. De
hecho, su falta de reconocimiento es en gran parte
un producto disciplinario del poder del conocimiento
de todos los años de mala educación en la Facultad
de Medicina y Ciencias. Como médico practicante que
se esfuerza por trabajar a favor de los pobres, Hol-
mes sabe a lo que sus colegas se enfrentan porque
él también tiene que entrar en una lucha mano a
mano e injusta con lo ilógico del reembolso del seguro
bizantino, que está impuesto en los doctores remu-
nerados en exceso en Estados Unidos por un sistema
médico dominado por las fuerzas del mercado, que
abrevian las interacciones del paciente-médico, limi-
tan el acceso a la tecnología y medicación, además de
restringir la mirada médica. Esa misma generosidad,
con una base teórica, le permite mostrarnos cómo el
propietario de una finca de cultivo, en verdad bien
intencionado y con principios éticos y familiares (a
quien conoció en una iglesia), puede imponer condi-
ciones horrendas a sus trabajadores más vulnerables.
Ese agricultor también está atrapado en la misma
red de los mercados globales e injustos que dañan las
vidas de sus trabajadores.

Finalmente, además de ser un cruza fronteras inve-


terado en su vida intelectual, profesional y privada,

4%
Holmes tambien demuestra en estas paginas ser un
maestro artesano experto en una metodologia esen-
cial que hace que la antropología cultural sea tan
fascinante: la versión observación-participante de la
etnografía. Al vivir (y tiritar de noche) en barracas de-
crépitas delos trabajadores agrícolas y cosechar fresas
durante largas horas (dañando sus propios tendones
en el proceso y tosiendo por el rocío de pesticidas); al
acompañar a sus compañeros agricultores a clínicas
y abogar por ellos con los médicos; al asistir a bodas
y bautizos; al unirse a una red familiar y migrar con
ella a través del Valle Central de California durante
la temporada baja en busca de trabajo temporal por
subsistencia (en una travesía que evoca la de los okies);
al ofrecerse como voluntario para conducir uno de los
coches atestados que viajan con cuidado -en una ca-
ravana comprometedora-, a una velocidad por debajo
del límite para mantenerse fuera del radar de los ofi-
ciales hostiles que patrullan las autopistas; al bañarse
y acampar con estas familias en áreas de descanso; al
insistir con discreción en apropiarse de un clóset para
dormir por las noches como si se tratara de un cuarto
propio durante el resto del invierno, y, finalmente, al
“ir a casa”, a las inaccesibles rancherías rurales de sus
compañeros en México, Homes transmite las histo-
rias de la gente real de la manera en que la antropolo-
gía —con todo y sus debilidades y sus pecados elitistas
más serios- puede hacerlo tan bien.

Envidio a aquellos de ustedes que aún no han leído


el capítulo introductorio de este libro. Es más que
absorbente. Holmes te adentra en el desierto de
Arizona -Sonora con sus compañeros triquis, eva-
diendo culebras de cascabel, helicópteros, guardias
4%
armados y vehiculos todo terreno. Si tratara, uno no
podria inventar un sistema mas efectivo, en termi-
nos brutales, para sacrificar a los mejores jornaleros
autodisciplinados. Sin embargo, al mismo tiempo,
Holmes rechaza el tropo tradicional antropologico de
omnisciencia y heroismo machos. A pesar de su co-
raje y capacidad para soportar adversidades, de tomar
los riesgos que los pobres asumen de un modo ru-
tinario y de defender sin tapujos la justicia, Holmes
no es Indiana Jones. Él, como nosotros, tiene sus
propias vulnerabilidades personales. Estalla en llanto
cuando la autoridad lo riñe, encerrado en una celda
de detención en Arizona. No obstante, al revelar estos
detalles de su propia subjetividad, ofrece otro ejemplo
de cómo opera el poder del abuso: humillando injus-
tamente a sus detenidos a través de la máxima intimi-
dación del cuerpo y de las emociones.

Gracias, Seth Holmes, por ser un antropólogo público


y por confrontar un tema urgente de gran importan-
cia. Los miembros de tu generación en el programa
Medical Doctor-Phylosophy Doctor tienen el poten-
cial de revolucionar la antropología médica y, en ge-
neral, las ciencias sociales y humanidades a través de
su trabajo arduo, suinteligencia y su empatía práctica
encarnada, lo mismo siendo intelectuales críticos que
actuando como curanderos tenaces.

4%
Agradecimientos

Durante el proceso de investigacion y escritura de


este libro, he recibido muestras humildes de apoyo y
aliento. En particular, quiero agradecer a los triquis
que me permitieron entrar a sus hogares en Oaxaca,
a sus barracas en los campos de trabajo en Washing-
ton, dormir en sus coches mientras no tenía un techo
y me encontraba de tránsito y en sus departamentos
en California. Y asimismo, en especial, por su con-
fianza en el desierto fronterizo. A aquellos que, con
el tiempo, me tuvieron la suficiente confianza como
para permitirme entrar en los sucesos de sus vidas
—desde nacimientos, negociaciones laborales, hasta
cruces fronterizos-, e hicieron posible mi trabajo de
campo. Cuando me mudé a mi barraca, en el campo
de trabajo en el estado de Washington, esperaba pasar
uno o dos años atestiguando realidades estremecedo-
ras, sin embargo, para mi sorpresa, me hallé haciendo
amigos. He alterado nombres e información perso-
nal para proteger su privacidad, y lamento no poder
agradecer a cada uno por su nombre. Más que a nadie,
deseo agradecer a la persona que llamaré Samuel, por
tenerme confianza y responder por mí ante su fami-
lia y amigos. Su familia en Oaxaca le tuvo una pa-
ciencia increíble y le dio la bienvenida a este visitante
blanco, alto y pelón del norte, aun cuando sus vecinos
le trataron como agente de la CIA o como el traficante
de drogas que pensaban que era. Su familia y amigos
(al igual que algunos de sus detractores) en Estados
Unidos fueron un factor determinante al compartir
sus experiencias conmigo y mantenerse en contacto
después de que cambié el campo por el teclado de la
5%
computadora. En especifico, Samuel, Joaquin, Jose y
Maribel me brindaron perspectivas y orientación para
mis ideas y escritos. Con regularidad me motivaron
a través de llamadas telefónicas y visitas, recordán-
dome la importancia de dar a conocer, ante públi-
cos más amplios, sus vidas como migrantes indíge-
nas. Asimismo, agradezco a sus familiares: Marcelina,
Crescencio, Abelino, Bernardo, Juana, a aquellos que
se volvieron mis amigos en Oaxaca, a aquellos que me
tuvieron confianza para cruzar la frontera con ellos y
a muchos otros más.

También un sinnúmero de otras personas hizo posible


mi investigación en el campo personal y amigos de
Tierra Nueva compartieron sus ideas y amistad con-
migo durante mis primeros meses solitarios, cuando
vivía en el campo de trabajo en Washington. La
granja Tanaka me dio el visto bueno para vivir en
sus campos agrícolas, observar y cosechar los campos
y entrevistar a sus empleados. Sin ese acceso de pri-
mera mano a la granja, mi investigación se hubiera
diluido o vuelto del todo imposible. Estoy agradecido
con todos sus empleados por permitirme entrar en
sus mundos. Gracias, en especial, a aquellos a quienes
llamo John, Rob, Mike, Sally, Jan y Mateo. Los vecinos
de la granja y de los campos de trabajo, los habitantes
del Skagit Valley, compartieron conmigo ideas impor-
tantes sobre la agricultura, en general, y las relacio-
nes étnicas en las zonas rurales estadounidenses, en
particular. Gracias especialmente a mis amigos, a los
dueños de conejos y corredores, a sus amigos bilin-
gúes de la cuadra, a mis amigos en la Skagit PFLAG,
a los cuidadores de los miradores de las Cascadas del
Norte y, por supuesto, a mi amigo de barba larga y
5%
a sus vigilias semanales inspiradoras ante el Palacio
de Justicia. También estoy agradecido con la ayuda
recibida de otros amigos en Oaxaca, en especial con
Kris Olmsted, Alejandro de Ávila y Fray Eugenio, por
su apoyo moral y por su comunidad intelectual. Con
entusiasmo agradezco a todos los empleados de las
clínicas de migrantes en los estados de Washington
y California, que me acogieron para poder aprender
sobre los problemas médicos y la atención médica de
esta población. Espero trabajar con todos ellos en el
futuro para lograr cambios positivos en lo social y en
la salud.

Quiero agradecer a las instituciones que generosa-


mente proveyeron apoyo financiero para mi tra-
bajo durante este proyecto: Martin Sisters Endowed
Chair de la Universidad de California, Berkeley (UCB),
School of Public Health; al Departamento de Antropo-
logía, Historia y Medicina Social de la UCSF; al Medical
Scientist Training Program de la UCSF; la University
of California Institute for Mexico and the United Sta-
tes; a la Mustard Seed Foundation; a la UCSF Graduate
Division Dean's Fellowship; al UCSF Center for Repro-
ductive Health Research and Policy; a la UCSF School
of Medicine Rainer Fund; la University of Pennsyl-
vania Physician Scientist Program, y al Robert Wood
Johnson Foundation Health € Society Scholars Pro-
gram de Columbia University. Quiero agradecer a las
siguientes organizaciones por otras formas de apoyo:
Tierra Nueva y Jesse Costello-Good, por un espacio
tranquilo para pensar y escribir; alosindividuosinvo-
lucrados en la Society for Humanities, Social Sciences
and Medicine (incluyendo Vinh-kim Nguyen, Jeremy
Greene, Walt Schalick, David Meltzer, Helena Hansen,
5%
Jennifer Karlin, Adam Baim, Ippolytos Kalofonos y
Scott Stonington) y al Harvard Department of Glo-
bal Health and Social Medicine (en especial a Allan
Brandt, Paul Farmer y Arthur Kleinman), por creer en
mi trayectoria profesional multidisciplinaria, y a la
University of Rochester Division of Medical Humani-
ties (en especial a Stephanie Brown Clark, Jane Green-
law y Ted Brown) y al Department of Anthropology
(en especial a Robert Foster) al igual que a la comu-
nidad escaladora CRUX NYC, por un espacio tranquilo
durante mi proceso de escritura en el norte del estado
de Nueva York.

Debo agradecer a mi familia por mostrarme, a una


edad temprana, realidades fuera de nuestra cómoda
vida familiar semiurbana. Dudo que mis padres su-
pieran cómo estas experiencias de desigualdad trans-
nacional iniciarían un proceso de cuestionamiento
interno del conocimiento recibido sobre la sociedad
y el mundo, el cual me llevaría, eventualmente, a
desafiar muchos de los paradigmas de mis padres. Mi
familia ha desempeñado un papel activo durante mi
capacitación, al leer y comentar sobre mis artículos,
además de visitarme y mantener una corresponden-
cia durante algunos de mis meses más solitarios. Mi
hermano, Wynn, ha sido sobre todo un copensador y
coteorizante valioso. Gracias por su apoyo constante
e invaluable: mamá, papá, Wynn, Deb, Na, Laura,
Aidan, Kellan y abuelos. La última pregunta que me
hizo mi abuela, antes de morir esa primavera, fue:
“¿Terminaste tu libro?”. Gracias también a mis amigos
que me visitaron a través de postales o en persona du-
rante mi trabajo de campo: Corey y Bethanie, Adam,
Kai, Jack, Ippy, Kelly, Rachel, Tim, Cale, Mark y Gwen.
5%
Gracias a Cale y a Lane por apoyarme durante los
meses de escritura, corrección y lucha con la página
en blanco, algunas veces angustiosos.

Gracias a Vincanne Adams, Philippe Bourgois, Nancy


Scheper-Hughes, Lawrence Cohen y otros del UCSF/
Berkeley Joint Program in Medical Anthropology; Tris
Parslow, Jana Toutolmin, Kevin Shannon, Catherine
Norton y otros del UCSF Medical Scientist Training
Program; Helen Loeser, Maureen Mitchell y otros de
la UCSF School of Medicine por creer en la posibilidad
de juntar la formación en medicina y las ciencias so-
ciales; Lisa Bellini, Gary Koretsky, Richard Shannon,
llene Rosen, Robby Aronowitz, David Asch, Skip Brass
y otros de la University of Pennsylvania por encontrar
maneras creativas para darme tiempo para escribir y
por su apoyo durante una residencia y práctica pro-
fesional increíblemente intensas y a Bruce Link, Peter
Bearman, Lisa Bates, Gina Lovasi, Julien Tietler, Beth
Povinelli, Lesley Sharp, Kim Hopper, Zoe Donaldson,
Kristen Springer, Kristin Harper, Jason Fletcher, Mark
Hatzenbuehler, Kerry Keyes, Jennifer Hirsch, Helena
Hansen, Cate Taylor y otros de Columbia University,
por las discusiones intelectuales interdisciplinarias
que me ayudaron a esclarecer mi lenguaje y escritura.
Sin el apoyo conjunto de estos individuos e institucio-
nes, este proyecto no hubiera sido posible. Estoy agra-
decido por haber estudiado en universidades abiertas
a trayectorias profesionales nada convencionales y a
perspectivas interdisciplinarias.

Mi gratitud para muchos colegas y asesores oficiales o


extraoficiales: Chris Kiefer, por ser sumamente acce-
sible y receptiva a mi trabajo; Lawrence Cohen y Vin-

6%
canne Adams, por apoyar mis exploraciones en nue-
vas ideas; Gay Becker, por las lecturas constructivas y
minuciosas de mi trabajo; Donald Moore, por uno de
mis seminarios de teoria social favoritos durante el
posgrado; Judith Justice y Jeanne Simonelli, por dar
forma a un compromiso antropologico en el mundo
de la salud global; Paul Farmer y Adrienne Pine,
por dar forma a los modos diferentes de solidaridad
estrategica y apasionada; Catherine Maternowska,
Steffanie Strathdee, Wayne Cornelius, Lois Lorentzen,
Jennifer Burrell y el taller de manuscritos en SUNY Al-
bany, por una miriada de perspectivas sobre la inves-
tigacion relacionada con la migracion; Jim Quesada,
Rosemarie Chierichi, Xochitl Castañeda, Heide Casta-
ñeda, Sarah Willen, Liz Cartwright y Kurt Organista,
por los debates interesantes sobre migración, además
del apoyo moral; Donna Goldstein y Laurie Hart, por
alentarme a escribir a larga distancia y en mi tra-
yectoria profesional; al UC Berkeley Center for Latin
American Studies, por crear espacios para investiga-
dores comprometidos con temas contemporáneos en
Latinoamérica; al UC San Diego Center for Compara-
tive Immigration Studies, por ofrecer una comunidad
espacialmente extendida de colegas y mentores aca-
démicos de la inmigración; Tom Boyce, Nancy Adler,
Paula Braveman, Ray Catalano, Len Syme, Denise
Herd, Merry Minkler, Rachel Morello-Frosh y Maha-
sin Mujahid, por apoyar mi investigación y preguntas
aun cuando usé métodos en general diferentes a los
suyos; Jeff Gaines, John Fife y BorderLinks, por creer
que mi trabajo es importante para la búsqueda de jus-
ticia social; No More Deaths, Jennifer Hill y Daniel
Ramírez, por ofrecerme un lugar para recuperarme de

6%
mi estadía en el desierto de Arizona y en la cárcel de
la Patrulla Fronteriza; Joe Figini y Heather Williams,
por el asesoramiento legal antes y después de mi en-
cuentro con la Patrulla Fronteriza; John Hughes, Walt
Odets, Chris Bartlett, Jeff Darcy y Susan Phillips, por
mantenerme cuerdo en medio de este trabajo agota-
dor y maravilloso; y a Steve McPhee, por dar forma a la
compasión profunda por aquellos que sufren.

Agradezco, sobre todo, el consejo, los comentarios y


apoyo moral invaluables de Philippe Bourgois. Gra-
cias por las múltiples reuniones y las conversaciones
alarga distancia durante los últimos años, incluyendo
los consejos académicos, las ideas teóricas y el oído
dispuesto a escuchar a un antropólogo algunas veces
deprimido por las realidades que experimentaba. Gra-
cias por revivir las teorías críticas de la lucha y la
inequidad sociales. Gracias a mis tutores formales: a
Nancy Scheper-Hughes, por dar forma a un trabajo
comprometido y apasionado, al igual que a una com-
binación impresionantemente ecléctica de perspecti-
vas teóricas; a Loic Wacquant, por sus explicaciones
precisas de la teoría crítica social aplicada a situacio-
nes sociales contemporáneas; a Stanley Brandes, por
su consejo de escritura solidario y por facilitarme un
grupo de redacción maravilloso; y a Tom Denberg, por
desafiar perspectivas sobre la integración de la inves-
tigación antropológica y la medicina académica. Gra-
cias a mis colegas de antropología, en especial a Maya
Ponte, Ippolytos Kalofonos, Angela Jenks, Adrienne
Pine, Katya Wesolowski, Jelani Mahiri, Johanna Crane
y al Violence in the Americas Writing Group of the
UCB Center for Latin American Studies, quienes leye-
ron los primeros borradores de este proyecto. Gracias
6%
Daniel Mason, por unirte a este grupo y compartir tus
ideas como escritor. Finalmente, agradezco a la Uni-
versity of California Press, incluyendo a los dos revi-
sores anónimos y al revisor del Consejo Editorial de la
facultad, por la retroalimentación teórica y crítica, al
igual que a Naomi Schneider, por sus sugerencias edi-
toriales invaluables para mejorar el flujo narrativo.

Para la edición del libro en español, quisiera agradecer


a Fanny Cabrera y Milagros Aguirre A. de Abya-Yala
por su pericia editorial; Odette León, Mauro Baiocco y
Manolo por su ayuda con la traducción. Les agradezco
también a las personas del Frente Indígena de Orga-
nizaciones Binacionales, el Centro Binacional para el
Desarrollo Indígena, los Trabajadores Agrícolas Uni-
das, los Pioneros y Campesinos Unidos, las Familias
Unidas para la Justicia, el Food Labor Resource Center,
Food First, y al California Institute for Rural Studies
por su compromiso intelectual y práctica crítica de
los cuales sigo aprendiendo mucho.

En muchos aspectos, estoy en deuda con los triquis de


San Miguel. A pesar de mis errores y de mi interpreta-
ción imperfecta, espero que sus historias y experien-
cias sean trasmitidas en estas páginas y que desman-
telen los estereotipos que normalizan las estructuras
sociales injustas y naturalizan el sufrimiento social.

Seth M. Holmes

Berkeley, CA

Verano de 2012

6%
CAPITULO 1

Introduccion
“¿Vale la pena arriesgar tu vida?”

La travesía desde San Miguel


Abril apenas comienza y nuestro grupo sale del pueblo
triqui de San Miguel, en las montanas de Oaxaca, Me-
xico,/2 todos vestimos ropa oscura de manga larga y
cargamos una pequeña mochila, también oscura, con un
cambio de ropa, una bolsa de plástico con pelo de co-
yote y savia de pino, elaborada por un curandero triqui
para brindar protección, que llaman “suerte”; además
de muchos totopos (tortillas ahumadas hechas a mano)
y frijoles secos para alimentarnos. Macario me aconsejó
traer estas cosas. Cada uno de nosotros lleva entre mil
y dos mil dólares para pagar por el viaje en autobús a
la frontera, la comida, los trayectos a ambos lados de la
frontera y algo para el coyote (el guía para cruzar la zona
fronteriza).

Nuestra travesía comienza con un viaje de dos horas en


una camioneta Volkswagen de San Miguel a un pueblo
mestizo?! cercano llamado Tlaxiaco. Después de com-
prar los boletos de autobús, caminamos por el mercado
del pueblo y compramos comida para compartir entre
nosotros en el viaje. Joaquín escoge mangos, Macario
naranjas y cacahuates y yo platanitos dominicos dul-
ces. Macario compra una hondera para utilizar contra
las culebras de cascabel en el desierto y me pregunta si
quiero llevar una, pero no tengo mucha experiencia con
ellas. Cuando regresamos al autobús, dos monjas de San
Miguel nos esperan para desearnos buena suerte al abor-
7%
dar. La monja más joven me explica que vienen aquí
cada fin de semana para orar por los que cruzan la fron-
tera.

El trayecto es agotador. El autobús está repleto de gente,


la mayoría hombres, todos se dirigen hacia la frontera,
excepto una media docena que planea ir a Baja Califor-
nia a la cosecha del tomate. Viajamos desde las 3:00 de
la tarde del sábado hasta llegar a Altar a las 4:00 de
la tarde del lunes; un total de cuarenta y nueve horas.
Pasamos por cinco retenes del ejército entre el estado de
Oaxaca y la frontera. Todos los retenes tienen letreros
que dicen: “Campaña permanente contra el narcotrá-
fico”. Antes de cada retén, el conductor del autobús o su
asistente informan a gritos que todos los pasajeros deben
decir que van a Baja California para trabajar, así la
parada no tomará demasiado tiempo en responder pre-
guntas sobre el cruce de la frontera a Estados Unidos. En
repetidas ocasiones, el conductor me dice que diga que
voy de aventón a la próxima ciudad turística: Mazatlán,
Hermosillo, Guadalajara, dependiendo de dónde este-
mos en ese momento. Antes de cada retén, en el autobús
se impone el silencio y la gente se siente nerviosa ante
la posibilidad de ser interrogada o enviada de regreso al
sur. De vez en cuando, dos o tres soldados en uniforme
abordan el autobús y piden, aparentemente al azar, su
identificación a algunas personas y examinan bolsas
mientras otros soldados miran a través de las ventanas
con sus rifles sobre el hombro.

Lo curioso es que van con nosotros, en el autobús, tres sol-


dados del ejército rumbo a su base en el norte de México.
Ellos, al igual que los demás, siguen el juego de la histo-
ria. El más viejo de los soldados, sentado a mi lado, está

7%
convencido de que soy el coyote que guio a mis amigos a
un trabajo en Estados Unidos. Me explica que estos rete-
nes militares son financiados por la Agencia Antidrogas
de Estados Unidos (DEA) para detener el tráfico en la
frontera y la inmigración indocumentada a su país. Me
dice que me lleve al asistente del conductor a “El Norte”
gratis, por ser tan amable con todo el mundo en el au-
tobús. Éste -que colecta la tarifa del boleto de los pasa-
jeros, hace respetar los horarios durante las paradas de
comida y se asegura de que todos estén a bordo después
de comer- se sonríe como única respuesta. Le contesto
que no soy coyote. El soldado ríe y pregunta en español:
“Entonces, ¿por qué te llevas a todos estos chavos?”.

Trabajo de campo en la marcha

Durante un año y medio, a tiempo completo, se-


guido de visitas de campo más cortas, usé el método
clásico de investigación antropológico observación-
participante para entender los aspectos complicados
de la inmigración, la jerarquía social y la salud. Este
método implica la inmersión a largo plazo en las vidas
y las prácticas cotidianas aunque a menudo incluye
conversaciones y entrevistas específicas grabadas. De-
bido a mi interés en las interacciones y percepciones
entre grupos diferentes de personas, también compilé
información de los medios sobre migración y exa-
miné gráficas clínicas de pacientes migrantes. Este
libro se apega al trabajo de campo que “sigue a la
gente” a través de varios sitios, descrito por George
Marcus como una manera de hacer etnografía to-
mando con seriedad las interconexiones inherentes
en el mundo contemporáneo (Marcus, 1988).

7%
Durante varios anos, despues de 2000, busque de ma-
nera activa un proyecto etnografico importante para
llevar a cabo. Dados los críticos temas sociales, políti-
cos y de salud relacionados con la migración entre Mé-
xico y Estados Unidos, elegí trabajar en este contexto.
James, director de una organización no lucrativa que
trabaja con jornaleros migrantes en el Skagit Valley,
en el estado de Washington, y muy conocido en las
redes de montañismo, me animó atrabajar con los tri-
quis de San Miguel, Oaxaca. Me explicó que este grupo
de personas era de gran interés, en especial porque
solo en los últimos años había comenzado a migrar a
Estados Unidos, y tenía la reputación de ser violento y
de vivir y trabajar en ambientes insalubres en los esta-
dos de Washington y California.

En la primavera de 2003 decidí visitar este pueblo


rural. San Miguel está a casi 2 750 m.s.n.m. y tiene
aproximadamente tres mil habitantes. Sin embargo,
durante casi todo el año, cerca de la mitad de ellos
está en Estados Unidos trabajando. Al llegar a Tla-
xiaco, la ciudad más cercana, con una población en su
mayoría mestiza, varios habitantes me aconsejaron
no ir a San Miguel. Fueron los primeros en decirlo,
luego, con frecuencia, algunos misioneros protestan-
tes, meseros y conductores de suburbans (camione-
tas de ocho pasajeros que ofrecen traslados entre los
pueblos), me contaron historias detalladas de forma
explícita sobre personas que fueron echadas de San
Miguel a patadas, que les dispararon o que les ro-
baron su coche. Después de bajarme de la suburban
y andar por un camino lodoso de varios kilómetros
hasta San Miguel, me acerqué a la presidencia. Les dije
a los cuatro hombres que estaban allí que era amigo
8%
de James, el trabajador social y capellan en el estado
de Washington. Me recibieron con un silencio gelido,
despues las autoridades comenzaron a hablar rapido
en triqui y no pude seguirlos. Entonces uno de ellos
preguntó: “¿Cuál Jaime?”. Cuando parecieron conven-
cidos de que conocíamos al mismo James (Jaime), el
hombre con el sombrero blanco de plástico me invitó
a comer a su casa. Subimos caminando en silencio
por una colina polvorienta, mientras yo me pregun-
taba dónde me había metido. Intenté hacer distintas
preguntas “¿Desde cuándo las personas de San Miguel
se van a Estados Unidos?: ¿Has escuchado, aquí, de
un movimiento social llamado el MULT (Movimiento
de Unificación y Liberación Triqui)?: ¿Cuándo fue la
primera vez que fuiste a Estados Unidos?”. Me respon-
dieron el silencio y un viento polvoriento. Y la comida
transcurrió de la misma manera, en silencio. Después,
le di las gracias al hombre y a su mujer por la invita-
ción y regresé a la calle principal a esperar la próxima
suburban.

Después de regresar a Estados Unidos y de procesar


esta experiencia, recordé el artículo de Eric Wolf
(1957) sobre las “comunidades colectivas cerradas” en
Mesoamérica. Según este autor, debido a las presiones
de los conquistadores españoles, las comunidades in-
dígenas americanas se separaron entre ellas por razo-
nes de idioma, atuendo y confianza, y comenzaron a
sospechar de los extraños. Pensé, entonces, que sería
difícil, peligroso o imposible, como muchas personas
me advirtieron, empezar mi trabajo de campo en San
Miguel.

Mapa del trabajo de campo de la migración

8%
j
x Y

% CANADA , { i

ESTADOS UNIDOS
*

OCEANO
PACIFICO

Con la ayuda de James y una de mis vecinas de la


infancia, que ahora vive en el Skagit Valley, inicie mi
trabajo de campo en el noroeste del estado de Wa-
shington. Ella se había convertido en pastora de la
iglesia donde asistía el presidente de una de las gran-
jas agrícolas más grandes de la región. Mi vecina me
ayudó a obtener el permiso del presidente de la granja
para vivir y trabajar en el cultivo de bayas. James y
sus compañeros de trabajo me presentaron a varias
familias mexicanas de migrantes triquis, mixtecos y
mestizos de la zona. Así, de esta forma precaria, entré
y enseguida me cambié a mi barraca de una habita-
ción en el campo de trabajo de migrantes más grande
de la granja, a principios del verano de 2003. Ahí viví
por el resto de la estación y del otoño, sobreviviendo
a las condiciones del campo de trabajo descritas por
un amigo cercano como “a una pulgada de la miseria,
encuclillado todo el día cosechando bayas con el resto
de la gente del campo, familiarizándome poco a poco
con los trabajadores migrantes y otros empleados de
la granja, además de observar y entrevistar alostraba-

8%
jadores del sector salud para migrantes y a residentes
de otras áreas.

El autor, Macario y sus compañeros triquis


en el desierto fronterizo

Foto: Seth M. Holmes.

En noviembre acompañé a un clan familiar de vein-


titrés triquis mientras viajaba de Washington al Valle
Central de California. Condujimos toda la noche por
debajo del límite de velocidad, formando una cara-
vana, comiendo tacos caseros y durmiendo en áreas
de descanso alo largo de la travesía. Vivimos como in-
digentes durante una semana en Madera, California,
durmiendo en nuestros coches y lavándonos en par-
ques de la ciudad. Cada día manejamos por la trama
urbana de la ciudad buscando una vivienda, hasta que
encontramos un departamento de tres recámaras y
un baño en una barriada. Ese verano, diecinueve de
nosotros compartimos ese departamento, buscamos
trabajo, visitamos la clínica local del migrante y el De-
partment of Social and Health Services, y en algunas
ocasiones encontramos empleo podando viñas.

Pasé la primavera de 2004 viviendo en San Miguel,


México. Viví en una casa sin terminar con el clan
familiar de Samuel: su padre, quien desconocía su

8%
edad exacta pero se veía a sí mismo como un an-
ciano; su hermana de veintiocho años y sus sobrinas
y sobrinos, a quienes consideraban demasiado jóve-
nes para cruzar la frontera con sus padres. La casa
era de simples bloques de concreto construida poco a
poco con el dinero enviado por Samuel, quien seguía
trabajando en California. Compartía con su familia
la letrina habitada por culebras, visitaba el centro de
salud del gobierno cuando me enfermaba, acarreaba
agua del pozo, cosechaba y sembraba maíz y frijol y
sacaba a los toros y a los borregos a pastorear. Du-
rante este periodo experimenté, de una manera más
íntima, el aspecto de “comunidad colectiva cerrada”
de este pueblo rural triqui, que no dejaba de ser
hostil y de guardar muchas sospechas sobre mi per-
sona, desde el primer día. Me advirtieron en muchas
ocasiones sobre la violencia de la gente del pueblo, y
me acusaron de espiar para la policía estadounidense.
Un puñado de veces me amenazaron de forma explí-
cita con secuestrarme y meterme a la cárcel, porque
“los gabachos (blancos estadounidenses) no deberían
estar aquí”.

En abril de 2004, estuve con un grupo de nueve


hombres triquis jóvenes de San Miguel mientras se
preparaba para cruzar la línea (la frontera); camina-
mos por el desierto de Arizona y fuimos aprehendi-
dos por la Patrulla Fronteriza y encarcelados en una
de sus prisiones. Ellos fueron deportados a México y
yo, finalmente, fui puesto en libertad con un delito
civil y una multa. El resto del mes lo pasé llevando a
cabo entrevistas con activistas y habitantes de la fron-
tera, oficiales de la Patrulla Fronteriza y miembros
de los grupos vigilantes. En mayo, me reuní con mis
9%
companeros triquis en Madera, California; despues de
todo, solo uno de ellos habia recruzado con exito la
frontera. Pase el resto de mayo viviendo en Central
California en otro departamento de barriada con Sa-
muel y su clan familiar; despues, todos migramos de
regreso al estado de Washington. Ese verano viví en la
misma barraca, en el mismo campo de trabajo del año
anterior. Durante los años siguientes, mientras conti-
nuaba con mi capacitación médica y trabajaba en este
libro, regresé, en diversos y cortos viajes, a visitar a
mis compañeros triquis en Washing-ton, California y
Oaxaca, y me mantuve en contacto por teléfono.

Rumbo a la frontera

El autobús para tres veces al día. Dos paradas de


treinta minutos cada una para comer en restauran-
tes de carretera que yo nunca elegiría. Son sucios, con
moscas por todos lados, y empleados que tratan frené-
ticamente de conseguirnos comida a todos. Comencé a
sentirme enfermo antes de probar bocado solo con los
olores y el aspecto general de insalubridad. Hay dos o
tres opciones de platos, todas incluyen carne, arroz y
refresco. Con cuatro de mis compañeros triquis de San
Miguel, incluidos Macario y Joaquín, nos turnamos cada
vez para comprar comida y después comemos juntos,
casi siempre parados ya que no hay suficientes espacios
para sentarse. Al conductor y a su asistente les regalan
la comida por habernos llevado a esos restaurantes. Du-
rante la comida, la conversación gira sobre todo en torno
a experiencias pasadas de violencia y sufrimiento en la
frontera. Todos están inquietos y nerviosos por lo que se
avecina. La gente habla sobre si será o no capturada por

9%
la Patrulla Fronteriza y de si moriremos o no tratando de
cruzar.

Una vez al día paramos para abastecer de gasolina al


autobús, mientras todos tratamos de usar el baño lo más
pronto posible. Estos baños, en un autobús con más de
treinta hombres, la mayoría de las veces tienen solo dos
compartimentos. Sentado en el baño, alguien a menudo
reconoce mis zapatos y me dice, por debajo de la puerta
del compartimento: “¡Apúrate, gabacho!” o “¡Termina
ya!”. Le dicen lo mismo a cualquiera que le reconozcan
por sus zapatos. Algunos de los compartimentos no tie-
nen puertas, así que la fila de personas que espera mira
directamente a la que ocupa el baño. El autobús no se
detiene en toda la noche y tratamos de dormir tanto
como podamos, ya que sabemos que necesitaremos toda
la energía posible para la caminata que se avecina por
el desierto. El autobús es una reminiscencia de aquellos
autobuses que quizá tuvo Greyhound hace décadas, los
asientos se reclinan apenas cinco o seis centímetros. Es
estrecho, está lleno de gente y de mochilas pequeñas, ade-
más de miedo y ansiedad.

Sufrir la frontera

Durante el primer año de mi trabajo de campo, más de


quinientas personas murieron solo en la zona de Tuc-
son, en la frontera. La mayoría murió de insolación y
deshidratación, algunos de violencia directa. Los mi-
grantes se enfrentan a muchos peligros mortales en
las zonas fronterizas. Hay secuestradores y asaltan-
tes mexicanos y estadounidenses tras su dinero; calor,
sol, serpientes y espinosos cáctus tras sus cuerpos; vi-
gilantes estadounidenses armados tras su libertad y
agentes de la Patrulla Fronteriza tras sus documentos.
9%
Mis companeros triquis explican a menudo sus vidas
cotidianas en terminos de sufrimiento. Pero uno de
los escenarios de mayor sufrimiento en sus narracio-
nes es el cruce fronterizo de Mexico hacia Estados
Unidos. A lo largo de mi trabajo de campo, mis com-
paneros migrantes me contaron muchas historias
desgarradoras de sus experiencias. Una de mis amigas
fue secuestrada con su hijo de cuatro años y pidieron
rescate por su libertad. Escapó con otro rehén a través
de una ventana de la casa donde los tuvieron en cau-
tiverio varios días en Phoenix, Arizona. Un joven que
conozco tiene quemaduras permanentes en la piel y
en sus pulmones después de ser empujado por su co-
yote a un tanque de sustancias químicas en un tren.
Otro hombre me contó que fue violado por un agente
de la Patrulla Fronteriza a cambio de su libertad.
Todos mis compañeros migrantes tienen múltiples
episodios de sufrimiento, miedo, peligro y violencia
en la frontera.

Al principio de mi trabajo de campo, me di cuenta que


una etnografía de la migración sería incompleta sin la
observación directa de un escenario tan importante
del sufrimiento para los migrantes latinoamericanos
como es éste. He leído diversos relatos impactantes
sobre cruces de frontera. Uno de los más fuertes es
Coyotes, de Ted Conover de 1987. Sin embargo, hay
muy pocas historias de primera mano ya que, des-
pués del 9/11, se incrementó de forma considerable
la militarización de la frontera y la mayoría de ellas
son bastante limitadas. Por ejemplo, el relato ganador
del premio Pulitzer “Enrique's Journey”, publicado en
Los Angeles Times el 29 de septiembre de 2002, incluye
fotografías e historias impresionantes de una trave-
9%
sía en tren a través de México hacia la frontera, pero
el fotógrafo y su equipo en realidad no cruzaron la
frontera con los migrantes mexicanos y centroameri-
canos.

Al acercarnos a la frontera, comencé a preguntarle


a mis amigos triquis qué pensaban de la posibilidad
de que la cruzara. Me advirtieron de los ladrones,
los vigilantes armados, las serpientes de cascabel y el
calor. Al mismo tiempo, me recordaron que el cruce
es una experiencia capital del sufrimiento para poder
entenderlo, y empezaron a presentarme personas que
podrían permitirme cruzar con ellas. Les comuniqué
mi idea a abogados en Estados Unidos. Me advirtie-
ron de la muerte por insolación y deshidratación, por
secuestro y robo, y por mordida de serpiente de cas-
cabel; además, de la posibilidad de ser confundido con
un coyote, que es un delito grave. Una abogada de Ari-
zona, que se especializa en migración y en asuntos de
frontera, me dijo con severidad que no cruzara y me
dio su número de teléfono celular en caso de que no le
hiciera caso. Al final, hablé con mi familia y amigos.
Mi madre compartió mi deseo de entender las de-
sigualdades y de trabajar a favor de cambiarlas pero, al
mismo tiempo, sintió mucho miedo por mí. Me hizo
prometerle que la llamaría inmediatamente después
de cruzar, así sabría que estaba aún vivo y a salvo. Des-
pués de considerar los peligros y riesgos, comencé a
buscar un grupo de triquis al que pudiera acompañar
al otro lado de la frontera.

Primavera en San Miguel

En marzo de 2004, me invitaron a cruzar la frontera


hacia Estados Unidos con un grupo de hombres tri-
10%
quis. Planeamos empezar juntos en el pueblo de San
Miguel, tomar un autobus al norte de Mexico y des-
pues caminar a traves del desierto fronterizo hacia
Arizona. El grupo incluia nueve hombres jovenes de
San Miguel y uno de un poblado vecino, tambien tri-
qui. Dos de los jovenes se encontraban al final de la
adolescencia y tenian la esperanza de entrar a Estados
Unidos por primera vez. Uno de estos jovenes era el
Sobrino del coyote con el que planeabamos encontrar-
nos en la frontera para el ultimo tramo del viaje. El
resto tenia veintitantos anos y regresaba a California.
Estos hombres dejaron a sus familias en diferentes
zonas agricolas de Central California para regresar a
sus hogares en San Miguel, compartir el dinero con
sus parientes, ayudar con la cosecha de maíz y par-
ticipar en las fiestas del santo patrono del pueblo en
noviembre.

Uno de estos hombres, Macario, fue mi vecino en


las barracas del campo de trabajo en Washington el
verano anterior. Tenía veintinueve años y era padre de
cuatro hijos, con una reputación de ser uno de los pis-
cadores o pizcadores!! (que recoge la cosecha a mano)
de fresa más rápidos. Recuerdo ser invitado, durante
los primeros meses de mi estancia en el campo de tra-
bajo, a la fiesta de bautizo de su hija afuera de su ba-
rraca. Los dos hijos más jóvenes de Macario, nacidos
en Estados Unidos, estaban en Madera, California, con
su esposa. Sus dos hijos mayores vivían en San Miguel,
con sus padres, para poder asistir a la primaria hasta
que tuvieran la edad suficiente para cruzar la frontera.
Durante unas pocas semanas antes de nuestra par-
tida, Macario me presentó a otros del grupo. Joaquín
era un buen amigo de Macario y planeaba regresar con
10%
su esposa y su bebé a una región de cultivo de bayas en
la costa de Central California, cerca de Watsonville.

Ya había intentado sin éxito unirme a otros grupos


de San Miguel que cruzarían el desierto hacia Estados
Unidos. Un coyote me dijo una vez que me reuniera
con él para ir con su grupo el fin de semana, pero
cuando llegué a su casa ésta estaba vacía y cerrada
con llave. Escuché decir a mis amigos triquis que este
hombre se estuvo preguntando si yo sería un espía de
la Patrulla Fronteriza estadounidense y decidió irse
sin mí.

Cada sábado, en marzo y abril, un autobús lleno de


seres esperanzados por cruzar la frontera parte del pe-
queño pueblo de Tlaxiaco. Cada uno de estos autobu-
ses incluye uno o dos grupos de entre cinco y diez per-
sonas de San Miguel que planean cruzar. Cuando salí
de San Miguel para comenzar el viaje hacia el norte,
casi todos los triquis que conocía de Washington y
California ya habían regresado a Estados Unidos. La
mayoría de las personas, incluyendo mujeres y niños,
intenta cruzar antes de que el desierto esté demasiado
caliente, a finales de abril y mayo. Muchos grupos, con
migrantes más viejos o más jóvenes de San Miguel,
caminan de tres a cinco días por el desierto. Además,
mis amigos triquis tienen la fortuna de cruzar con co-
yotes de su pueblo, gente que conocen, algunas veces
miembros del clan familiar. Esto da más confianza y
seguridad. Aquellos que llegan a la frontera, por ejem-
plo, desde el sur o de Centroamérica, y buscan un guía
en una de las ciudades fronterizas, no saben si encon-
trarán un coyote o un estafador.

El lado fronterizo mexicano


10%
Altar, la ciudad del desierto donde nos detenemos en
el norte de Mexico, es pequena, con varios cientos de
habitantes y probablemente dos mil mas preparandose
para cruzar la frontera. Conforme se acerca el autobus a
Altar, el conductor nos dice a todos que agarremos nues-
tras mochilas y nos alistemos para desembarcar. Afuera
del pueblo, en una gasolinera abandonada, nos apresura
para que bajemos y nos hace caminar hasta el pueblo
porque “Altar está caliente”. Macario dice sin dirigirse a
nadie en particular: “De por sí, Altar es caliente”. Lo que
produce risitas nerviosas de los que alcanzan a escuchar.
En este contexto, “caliente” significa peligroso.

Riendo sigilosamente, quizá para disfrazar nuestra an-


siedad, sentimos el sol abrasador, maldecimos al con-
ductor por habernos tirado tan lejos y seguimos a uno de
los jóvenes de nuestro grupo, que es el sobrino del coyote
con quien planeamos reunirnos en el pueblo. Mi piel ya
comenzó a pelarse en el aire caliente y seco del autobús y
del sol que se metía a través de sus ventanas. Ahora co-
mienzo a sudar con profusión.

Este pueblo me da miedo. Esimposible saber qué persona


vestida con ropa oscura es un agresor esperando dinero
de blancos fáciles y quién es una persona esperando cru-
zar la frontera. Macario me dice que guarde bien mi
dinero. “La gente sabe cómo tomar tu dinero sin que lo
notes”, advierte. Meto una botella de refresco vacía en
mi bolsillo sobre mi dinero y me siento un poco más
seguro. Hay gente, en su mayoría hombres, de todo Mé-
xico y Latinoamérica; algunos tienen la apariencia de
ser chilangos (gente de la Ciudad de México), el resto,
campesinos del México rural. Las únicas tiendas del pue-
blo son pequeñas casas de cambio, un Western Union,

11%
algunos restaurantes, tiendas de abarrotes con pasillos
llenos de botellas de agua y Gatorade, y mercados al aire
libre repletos de ropa oscura y mochilas pequeñas. Trato
de calcular cuándo tendré que enviar los tres libros de
antropología que llevo en mi mochila a mi dirección en
Estados Unidos para no tener que cargarlos durante la
caminata.

La iglesia católica en el centro del pueblo tiene carteles


dibujados a mano sobre las paredes internas del recinto,
frente a las bancas. Estos describen los diversos peligros
de cruzar la frontera: serpientes de cascabel, alacranes,
insectos del desierto, varias especies de cáctus, deshi-
dratación, calor y agresores. Cada uno de ellos pregunta
en español con letras rojas en negrita: “¿Vale la pena
arriesgar tu vida?”. La iglesia tiene un pequeño cuarto
adyacente donde la gente prende velas y reza por un
tránsito seguro. Macario y yo planeamos hacerlo, pero no
tuvimos tiempo.

En este pueblo, todo está claro y obviamente arreglado


para los que van a cruzar la frontera. Me pregunto por
qué toda la operación no ha sido cerrada por la Patrulla
Fronteriza estadounidense si su meta, en realidad, es de-
tener el flujo de indocumentados.

Externalización y extracción
Como lo describe el sociólogo Michael Burawoy
(1976), los sistemas de trabajo del migrante se carac-
terizan por una separación temporal y física de los
procesos de reproducción de la fuerza de trabajo y de
la producción de esa fuerza. El trabajador migrante
puede sobrevivir con salarios bajos mientras contri-
buye a la producción económica, en un contexto,

11%
porque la familia, la comunidad y el Estado, en el
otro contexto, proveen educacion, atencion medica
y otros servicios necesarios para la reproduccion. De
esta forma, el Estado anfitrion externaliza los costos
de la renovación de la fuerza laboral y se beneficia aún
más con el fenómeno de la migración laboral. En el
caso de mis compañeros triquis, este análisis se man-
tiene vigente, ya que estos hombres y mujeresjóvenes
y saludables llegan a Estados Unidos para trabajar des-
pués de ser educados y criados en Oaxaca. Más allá del
análisis de Burawoy, mis compañeros triquis regresan
a su pueblo natal cuando no pueden trabajar debido
a la vejez, enfermedad o lesiones. De esta manera en

La separación de estos procesos no es natural o un


fenómeno escogido voluntariamente, sino que la im-
pone el encuentro de fuerzas económicas y políticas
contradictorias. Los sistemas de migración laboral in-

cluir un conjunto de mecanismos políticos y legales


que presupone que el migrante carece de derechos de
ciudadano y que solo cuenta con un poder limitado en
el estado del empleo. La reproducción de un sistema
de trabajo del migrante depende de su incapacidad,
como individuo o grupo, para influir en las institu-
ciones que los subordinan a las otras fracciones de
la fuerza laboral y al empleador. Las separaciones le-
11%
gales, políticas y simbólicas, continuamente renova-
das y actualizadas, producen la máxima extracción
de trabajo al igual que el sufrimiento y el peligro
inherentes que vinculan un lado de la frontera con
el otro. Dichas separaciones incluyen la Proposición
187 en California e iniciativas similares en Arizona y
Colorado que hacen legal para las compañías estadou-
nidenses el pagar a los trabajadores solo lo suficiente
para sobrevivir cotidianamente, e ilegal que el dinero
del gobierno se destine para su atención médica, edu-
cación u otros servicios sociales.

Del pueblo fronterizo a la frontera


El hombre que guía a nuestro grupo nos conduce por
una calle residencial durante varias cuadras y después a
través de una entrada, que da al interior de un departa-
mento de una habitación sin muebles. Aquí es donde nos
quedaremos hasta que nuestro coyote llegue. El piso de
concreto húmedo está cubierto en varios lugares por tiras
de alfombra vieja y mugrienta, presuntamente para
dormir. No hay agua en el baño y apesta por la orina y
basura acumulada. La ducha detrás del departamento
consiste de una manguera conectada a una varilla de
hierro recubierta con unas sábanas mojadas que ofrecen
una privacidad mínima y un piso enlodado. La ducha se
comparte con varios departamentos con puertas traseras
que dan hacia el mismo patio. En éste, que es de cemento
y tiene manchas y pedazos de comida podrida, comemos
nuestros alimentos. Un gato flaco y amarillo nos maúlla
con la esperanza de conseguir un mendrugo.

Mientras estamos sentados adentro de la habitación


apestosa y calurosa, cada una o dos horas alguien entra
sin anunciarse. Primero, nuestro coyote, que ha estado

11%
trabajando en Estados Unidos, llega y saluda a todos en
una mezcla de espanol y triqui. Explica que saldremos
al otro dia por la tarde y después va en busca de comida
para todos nosotros. Macario va con él para explicarle
quién soy y por qué estoy ahí. Me pongo nervioso y me
pregunto si éste es el final de mi viaje con el grupo. Ma-
cario regresa más tarde y me cuenta que le explicó que
soy un estudiante que quiere experimentar por sí mismo
cómo sufre el pobre. El coyote acepta que siga adelante y
dice que no me cobrará ya que estoy tratando de hacer
esto para cooperar (aunque usa la palabra cooperar en
un sentido más tangible y material, como hacer mi parte
o pagar la parte que me corresponde por los gasto del
grupo) con aquellos que sufren.

Más tarde aparece un hombre mexicano de mediana


edad que dice ser dueño del lugar, nos pregunta con qué
coyote estamos, y nos dice que tenemos que pagarle para
quedarnos ahí. Un hombre le paga; el resto de nosotros
seguimos con nuestro dinero escondido y le decimos que
nuestro coyote le pagará. Mientras sale, nos pregunta si
tenemos calor y algunos le dicen que sí. Prende el aire
acondicionado abierto, que ahora solo es un ventilador
y se le pueden ver las aspas girando sin protección. Otro
hombre entra un par de veces y nos pregunta dónde está
nuestro coyote, por su nombre. Uno de nosotros le pre-
gunta quién es y contesta: “Su raitero (conductor) de
mañana”. Me pregunta quién soy varias veces y parece
nervioso de que esté ahí. Les dice a mis amigos que no
pueden estar seguros de que no sea un espía de la migra
(la Patrulla Fronteriza) o de la policía.

En silencio pondero palabras. Raitero, la palabra quiere


decir conductor de camioneta pero suena inquietante,

12%
como ratero. La confusion semantica se mezcla en mi
mente con mi incertidumbre sobre las identidades e in-
tenciones de todos con los que nos encontramos.

Varias horas después de dormirnos —en plena madru-


gada—tres hombres jóvenes entran, encienden el foco pe-
lado que cuelga del techo y hablan en voz alta entre ellos
durante un momento que parece horas. Me escondo bajo
mi cobija para evitar llamar la atención con mi blan-
cura. Por la mañana, uno de ellos informa que son de
Michoacán, que intentaron cruzar el día anterior y que
fueron deportados. Uno durmió en un asiento de camio-
neta en medio del piso. Son mucho más escandalosos que
cualquiera de mis amigos triquis, quienes los observan
en silencio. Los hombres de Michoacán cambian el canal
de televisión que hemos estado mirando y yo hablo sin re-
servas, su falta de respeto por mis compañeros me enoja.
Más tarde, Macario me dice que son rateros y que por
eso actúan con tanta descortesía. No descansamos bien.
Después de nuestra travesía de 49 horas, y esta noche de
intromisiones, me siento fatigado y me pregunto si esta
caminata por el desierto no es una fatalidad antes de ni
siquiera haber dado los primeros pasos.

El día siguiente por el pueblo, algunos del grupo llaman


a sus parientes para pedirles dinero porque no tienen su-
ficiente, todos compramos galones de agua y Gatorade.
Nuestro coyote nos recomienda comprar mayonesa y
poner nuestro dinero dentro para esconderlo en caso de
ser atacados por rateros durante la marcha. Al parecer
no somos el único grupo haciéndolo: la tienda de aba-
rrotes tiene pasillos y pasillos de cada uno de los cinco
tamaños de frascos de mayonesa. Cada vez que nos topa-
mos con otras personas de nuestro autobús de Tlaxiaco,

12%
agitan la mano o me saludan. Todos sospechan que soy
coyote y varios me preguntan cuándo llevaré gente al
norte. Macario y sus amigos me dicen que bromee con
ellos y que les ofrezca llevarlos en coche a Arizona por
dos mil dólares. Estoy demasiado concentrado y nervioso
para este tipo de juego. Después de los preparativos, espe-
ramos -intentando jugar a las cartas- nuestra salida.

En la tarde, llega de repente un hombre que no conozco y


nos dice que salgamos corriendo por la parte trasera del
departamento para iniciar el recorrido. El hombre, que
dijo antes que quizá soy un espía, mira al conductor de
la camioneta color beige detrás del departamento y dice
en español, señalándome: “¿Ves lo que te digo?”. El con-
ductor es un mexicano alto de piel clara que lleva puesto
un sombrero de vaquero, un jean limpio y una camisa de
botones. Diez de nosotros nos amontonamos en el asiento
trasero, en la última fila, de una camioneta de doce pa-
sajeros que ya aguanta a trece de un total de veintitrés
adultos. Joaquín encuentra una vieja revista sensacio-
nalista para jóvenes detrás del asiento, la lee en voz alta
y se ríe.

Eso aligera algo el ánimo.

Viajamos muy rápido, sin aire acondicionado o venti-


lación, durante casi tres horas a través de caminos de
arena bajo el sol del desierto. El polvo de la carretera se
filtra por la parte superior de las ventanas cerradas y
aterriza en nuestra piel sudada y en nuestra ropa, vol-
viendonos poco a poco más beige desde la cabeza hasta
los pies. Durante este tiempo, pasamos por lo menos dos
autobuses, diez camionetas y un puñado de coches y ca-
mionetas pick-up que regresan al pueblo. El conductor

12%
nos dice que está caliente hoy y que está nervioso de que
lo vayan a agarrar.

De repente, después de tres horas de camino, el conduc-


tor se desvía hacia el campo de cáctus y maneja aún
más rápido por la arena suave. Se detiene en un puesto
pequeño de avanzada de pocas casas de ladrillo, cartón
y chatarra apilada, sin hormigón. Afuera, hay varios
mestizos de piel clara con sombreros de vaquero y pisto-
las largas hablando bajo el sol, acuclillados en bloques de
concreto y cubetas volteadas. Siento que estoy entrando
a la película Mad Max con Tina Turner y sus locos en-
frentamientos de motocicletas en jaulas: un puesto de
avanzada de pandillas rebeldes anárquicas con pistolas
largas y un refugio improvisado. Algunos hombres vol-
tean y me miran cuando bajo de la camioneta. Está claro
que sobresalgo. Me voy hacia la sombra, con la esperanza
de esconderme del sol y de sus ojos que observan.

Nuestro coyote se va con el conductor como media hora,


sin explicarnos nada. Nos quedamos juntos parados en
silencio, esperando, pensando. Otra vez me pregunto
sobre la identidad e intenciones de cada uno de los que
conocemos. ¿Cuál de los hombres afuera es confiable?
¿Quién es un ratero armado listo para robar nuestro di-
nero, sabiendo que cada uno lleva una gran suma? ¿Toda
la situación podría ser una trampa?

Sin ninguna explicación, nuestro coyote nos hace señas


de que nos amontonemos en la parte trasera de una vieja
camioneta pick-up con otros dos hombres. El piso está
lleno de grietas y hoyos tan grandes que podemos ver el
desierto por debajo de nosotros. Hacemos el trayecto pa-
rados por más de una hora, unas veces mirando hacia
delante, otras, a través del piso. De vez en cuando pa-

13%
receria que otro coche nos Sigue. La camioneta parece
tomar muchos desvios innecesarios solo para regresar a
la carretera principal otra vez. A esta altura no hay mas
opción que seguir adelante, estamos en sus manos.

Después de varios minutos se bajan los otros dos hombres


en un pequeño puesto de avanzada, un vehículo Hum-
vee color camuflaje del Grupo Beta (una organización
del Instituto Nacional de Migración) nos detiene y hace
preguntas, en especial a mí. Por suerte, uno de los in-
tegrantes del Grupo Beta es de Oaxaca y sabe que estoy
respondiendo con exactitud a todas las preguntas geo-
gráficas acerca de dónde me encontraba en Oaxaca. Mis
amigos de San Miguel también apoyan mi historia. El
integrante mira mi pasaporte y parece satisfecho: “Para
mis compatriotas, buena suerte; a mi amigo de nuestro
país hermano, que Dios le bendiga”.

El individualismo en los estudios sobre


migración
Los estudios tradicionales sobre migración se enfocan
en sus motivaciones. Éstas, son, a menudo, categori-
zadas como factores de empuje y jale. Se entiende que
los factores de empuje se localizan en la “comunidad
de envío” e incluyen cuestiones como la pobreza o el
racismo. A la inversa, los factores de jale se localizan
en la “comunidad de recepción” e incluyen aspectos
como redes sociales de trabajo y oportunidades eco-
nómicas. Muchos expertos que estudian lo que se de-
nomina “conductas de riesgo” en el campo de la salud
pública podrían afirmar que estos factores de empuje
y jale son sopesados en un “balance de decisión” por
el individuo cuando éste elige involucrarse o no en
una conducta de riesgo. Dicha perspectiva da por
13%
Sentado que un individuo que actua racionalmente
maximiza su propio interés y controla su propio des-
tino a través de la elección. Este análisis minimiza el
enfoque en la importancia del contexto estructural y
la manera en que las fuerzas estructurales constriñen
y tuercen la elección individual, además de controlar
las opciones disponibles para la gente.

Como se argumenta en el capítulo de conclusión, la


mayoría de los estudios tradicionales sobre migración
asume una dicotomía entre voluntario, económico
y migrante, por un lado, y forzado, político y refu-
giado, por el otro. La lógica detrás de esta dicotomía
afirma que los refugiados gozan de derechos sociales
y políticos en el país anfitrión porque se vieron for-
zados a migrar por razones políticas. A la inversa, a
los migrantes se les niegan estos derechos porque se
entiende que eligieron de manera voluntaria migrar
por razones económicas. La escuela de los estudios de
migración enfocada en los factores de empuje y jale
tiende a asumir que la migración laboral es una elec-
ción totalmente voluntaria y económica.

Sin embargo, mis compañeros triquis no experimen-


tan su migración laboral para nada como un acto vo-
luntario. Más bien, me han dicho repetidas veces que
se ven forzados a migrar para que ellos y sus familias
sobrevivan. En un punto durante nuestra caminata
por el desierto fronterizo, Macario me dijo: “No nos
dejan otra opción”.

Cruce

La camioneta pick-up nos dejó en medio del desierto.


Le damos las gracias al conductor y caminamos hacia

13%
un cáctus alto para escondernos bajo su sombra parcial.
Nuestro coyote se va a hurtadillas, regresa después de
varios minutos y nos dice que hay mucha actividad de la
Patrulla Fronteriza y que debemos esperar aquí. Nos sen-
tamos en un círculo, algunas personas sacan su comida y
todos compartimos totopos y frijoles. Se siente bien com-
partir el alimento entre nosotros. Se siente como estar
en familia, la solidaridad es casi un ritual de comunión
antes de una prueba peligrosa de proporciones bíblicas.
Dos personas en nuestro grupo tienen diarrea y me piden
pastillas que tengo en mi bolsa para combatirla. Otro se
torció el tobillo la semana pasada en una colina cerca
de su casa y pregunta por ibuprofeno. Cada vez que
escuchamos el sonido de un automóvil, creemos que son
asaltantes o más migrantes que planean cruzar. Esta-
mos sentados, nerviosos, en silencio. Macario saca dien-
tes de ajo de su bolsa y frota uno en sus botas. Me indica
hacer lo mismo para mantener alejadas a las serpientes
de cascabel. Después de una hora de espera angustiosa,
cargamos nuestras mochilas y seguimos al coyote en una
sola fila, adentrándonos más en el desierto, hacia el
norte. Puedo ver otra fila que camina a la distancia, con
la esperanza de cruzar la frontera, mientras el sol co-
mienza a ponerse. En lo hondo de mi bolsillo, aprieto mi
suerte.

El autor con algunos hombres en


el desierto fronterizo

13%
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Foto: Seth M. Holmes.

El coyote nos dice que nos encuclillemos y esperemos.


Camina adelante, después nos hace un gesto con el brazo
para que nos agachemos; luego, todos corremos tan rá-
pido como podemos hacia una cerca de alambre de dos
metros, que pasamos por debajo. Corremos por un ca-
mino de arena y atravesamos otra cerca de alambre y
seguimos corriendo hasta que no podemos respirar más.
Ahora caminamos rápido. Son cerca de las 6:30 de la
tarde, y el sol acaba de ponerse. Hacemos esto por lo
menos diez veces más: a través, por debajo y por encima
de cercas de alambre y de madera altas. Aunque soy un
corredor y un guía de senderismo en el verano, nos des-
plazamos más rápido de lo que alguna vez me haya des-
plazado y sin tomar descansos. Mi boca se seca rápido
conforme camino y tomo agua de un galón cada ciertas
horas. Cargo cinco galones de agua y varias botellas de
Gatorade y Pedialyte.

Seguimos caminando y corriendo, pasando agachados


por debajo de cercas o trepándolas. Sacamos de nues-
tras espinillas las espinas de los cactus que no vimos en
la oscuridad de la noche. Caminamos sin platicar, solo
respirando fuerte y pensando. Pienso en las montañas a
nuestra derecha y cómo sería de hermoso el desierto en
circunstancias diferentes. Escucho un ladrido de perro y

14%
pienso en los pueblos a nuestra izquierda y en la gente
que vive ahí, que, con seguridad, está cómoda y dor-
mida. Macario me dice que ahora estamos en Arizona.
No veo ninguna diferencia.

Después de andar durante varias horas más, nos detene-


mos en el lecho de un arroyo seco. Agradezco que no haya
espinas de cactus escondidas donde me siento. Una vez
más nos sentamos en círculo, tres personas sacan comida
y la comparten con todos. Restregamos ajo en nuestros
zapatos y algunos tenemos las honderas listas en nues-
tras manos. La luna está casi llena y el desierto, silen-
cioso, inquietante.

Después de caminar y correr durante otra hora, escucha-


mos un helicóptero. Trato de esconderme bajo un cactus
alto. Joaquín me dice que no vea al helicóptero porque
puede ver mis ojos. Recuerdo que los cazadores triquis en
las montañas de Oaxaca utilizan luces flash en el cre-
púsculo para encontrar los ojos de los conejos y así poder
dispararles. Me siento como un conejo, vulnerable y per-
seguido. Macario se esconde bajo un cactus donde hay
una serpiente pues escucha el sonido de su cascabel, pero
no se mueve por temor a ser visto. El helicóptero se aleja,
hasta que casi no lo escuchamos.

Después de caminar durante dos horas más, nos detene-


mos otra vez en un arroyo seco. Uno de los hombres jó-
venes pide ayuda para sacar las largas espinas de cactus
de una de sus piernas. Nos sentamos en un círculo para
compartir la comida. Dos personas ofrecen grillos coci-
nados del mercado de Tlaxiaco. El sabor nos transporta
hasta nuestros seres queridos y a Oaxaca.

Triquis durmiendo bajo bolsas de basura


en el desierto fronterizo
14%
Foto: Seth M. Holmes.

Despues de haber caminado con ampollas en los pies du-


rante muchos kilometros y de haber compartido todo mi
ibuprofeno con los demás, nos detenemos a descansar en
el lecho grande y seco de un arroyo bajo el amparo de
varios árboles. Nos quedamos dormidos, usando como
cobertores bolsas de plástico para basura que abrimos
rasgándolas. Nuestro coyote se va para hablar con su
contacto en una reservación de nativos americanos sobre
si nos lleva más allá del segundo retén fronterizo rumbo
a Phoenix. Regresa ansioso y nos dice que su contacto ya
no lleva a nadie porque la Patrulla Fronteriza ha incre-
mentado su actividad. Deliberamos sobre la posibilidad
de juntar nuestro dinero y comprar un coche para mane-
jarlo nosotros mismos o buscar a alguien más que lo ma-
neje. Dos de los hombres tratan de convencerme de que
los lleve manejando a Phoenix, más allá de los retenes
internacionales de la Patrulla Fronteriza. Les digo que
eso sería un delito y significaría ir a prisión y perder el
derecho a trabajar. Parecen satisfechos con mi respuesta,
porque respetan mi derecho a poder trabajar. Después de
que decidimos hallar otro modo de salir de ahí, nuestro
coyote se escabulle para buscar otro chofer. Esperamos
durante varias horas. Descansamos en silencio, bebemos
Gatorade y nos lavamos los dientes en el lecho del arroyo.

14%
De repente, nuestro coyote regresa corriendo y habla ra-
pido en triqui. Dos agentes de la Patrulla Fronteriza —
uno negro y otro blanco- aparecen corriendo a través
de los árboles, brincan a nuestro lecho de arroyo y nos
apuntan con sus armas.

La enmarcación del riesgo en la frontera

Mientras descansaba en el lecho del arroyo, recuerdo


estar obsesionado por los carteles de la iglesia: “¿Vale
la pena arriesgar tu vida?”. A primera vista, parece
claro que para las miles de personas que cruzan la
frontera para trabajar en Estados Unidos, la respuesta
es un rotundo “sí”. Sin embargo, tomar esta pregunta
al pie de la letra es desaprovechar una gran oportu-
nidad para cuestionar su enmarcación al formularla.
Como afirma Judith Butler,1los marcos forman nues-
tras percepciones de una entidad. Los marcos permi-
ten que una entidad rompa con su contexto original
para tener sentido en otros tiempos y espacios.

Como la mayoría de discursos mediáticos sobre las


muertes de los migrantes en la frontera, la pregunta:
“¿Vale la pena arriesgar tu vida?” plantea el cruce de la
frontera como una elección individual, la elección de
asumir un riesgo mortal. En los Estados Unidos, esta
manera de formularla se utiliza con regularidad para
justificar la ausencia de dolor por aquellos que mue-
ren y la falta de acción para lograr igualdad y cambios
significativos.

Sin embargo, la realidad de mis compañeros triquis


muestra que es un acto de supervivencia, pues sería
más arriesgado quedarse en San Miguel sin trabajo, di-
nero, comida o educación. En este contexto original,

15%
cruzar la frontera no es elegir una conducta de riesgo,
Sino un proceso necesario para la sobrevivencia, para
hacer que la vida sea menos arriesgada.

Aprehendidos
Los agentes nos dicen en espanol que levantemos las
manos y que no nos movamos. Nos indican sacar los bo-
lígrafos, cuchillos y cepillos de dientes de nuestras bolsas,
dejarlos en el suelo y levantar las manos. Los agentes me
separan de mis amigos y nos conducen a todos hacia la
carretera. Dejamos botados en el desierto los bolígrafos,
cortaúñas, cepillos y otros artículos.

Esperamos en el bordillo de la acera de una iglesia antes


de que nos lleven a la cárcel de la Patrulla Fronteriza. El
agente blanco me dice en inglés: “Esto no pinta bien para
ti, con un montón de ilegales”. Pregunta quién soy y le
explico que soy estudiante de medicina y antropología y
que trabajo en mi tesis. Le muestro las cartas que traje de
la universidad y mi pasaporte.

Los agentes llaman a su supervisor para informarle que


atraparon a un “USC” (un ciudadano estadounidense)
con un “grupo de ilegales”. El supervisor llega treinta
minutos más tarde y me interroga. Impone su presencia
y levanta sus cejas. Me recuerda un profesor enojado y
paternalista. Me pone en la parte trasera de una camio-
neta de la Patrulla Fronteriza y a mis amigos en otra.
La camioneta donde voy se detiene una vez para recoger
a dos guatemaltecos que acaban de ser aprehendidos de
nuevo, para dejarnos orinar a un lado del camino por
petición mía y, una vez más, para llevar a uno de los dos
agentes al hospital cercano Indian Health Service donde
lo atenderán por una mordedura de serpiente que sufrió

15%
mientras nos perseguía. El aire acondicionado no fun-
ciona en la celda trasera de nuestra camioneta y se siente
como si nos estuviéramos cocinando. Mientras espera-
mos, golpeo en las ventanas y le pido al agente que pasa
por ahí que haga algo respecto al calor en ascenso. Abre
la puerta trasera y la asegura con unas esposas.

Conforme nos conducen a la cárcel, los agentes de la


Patrulla Fronteriza me menean las cabezas con gesto de
reprobación e ignoran a mis compañeros. Un hombre
mayor, que parece estar a cargo, se queda viéndome a los
ojos y pregunta: “¿De veras crees que tu tesis vale tanto
como para quebrantar la ley federal?”. Una parte de mi
quiere decir que no solo se trata de la tesis, sino de enten-
der nuestro mundo globalizado y de ayudar en la tarea
de un cambio social positivo. Otra parte quiere explicar
que consulté con abogados de inmigración y que sabía
todas las connotaciones legales de mis acciones y, no obs-
tante, decidí que valía la pena hacerlo. Bajé la mirada y
dije avergonzado: “Supongo que no”. No quiero enojarlo
más. Él tiene el control. Me dice que me están acusando
formalmente de “tráfico de extranjeros”, y que si eso no
se comprueba, me impondrán una multa de 5 mil dóla-
res por “entrada sin inspección”.

Sé que el cargo por “tráfico de extranjeros” es difícil de


probar, pero me asusta. Sé que “entrada sin inspección”
es un delito civil y que estará en mi expediente, pero
no me preocupa demasiado. Como si leyera mis pensa-
mientos, el agente me dice que “entrada sin inspección”
es el delito que se les imputa a los traficantes de drogas
y que será difícil para mí volver a viajar algún día. Me
pregunto por qué los agentes se enfocan tanto en mí —
además de estar muy enojados conmigo- cuando parece

15%
haber criminales mucho mas peligrosos en las fronteras
en quienes enfocar su tiempo y energia. Me pregunto por
qué me están acusando de tráfico de extranjeros si parece
que todos admiten saber que estaba haciendo esto “por
mi tesis”. Después de todo, me digo para mis adentros,
¿qué traficante loco cargaría con libros pesados de antro-
pología, además de cartas de autoridades universitarias
que explican sus planes?

Una vez en la cárcel, a mis amigos triquis los ponen


en una celda y a mí solo, en otra. Después de estar
retenido por unas cuantas horas y cantar en voz baja
canciones infantiles de escuela dominical para tratar de
distraerme, me doy cuenta de que mis acompañantes tri-
quis son conducidos en una sola fila al escritorio princi-
pal, les toman sus huellas digitales y fotos. Me pregunto
cómo repercutirá esto en sus posibilidades de aplicar por
una tarjeta verde en el futuro.

Recuerdo leer en el folleto que nos dio el Grupo Beta


que tenía derecho a una llamada telefónica y a comer
y beber cada seis horas. Decidí que quería llamar a uno
de los abogados de inmigración con quién ya había ha-
blado. Miré a una agente pelirroja a través de la ventana
e hice un gesto como si estuviera hablando por teléfono.
La agente simplemente movió su boca, formó un “no” y
miró para otro lado. Le hice la misma seña a un agente
joven y éste movió su cabeza con rapidez y frunció el
ceño. En tres ocasiones diferentes, agentes se acercaron
a mi celda y sacudieron su cabeza delante de mí con
exageración y se alejaron. Finalmente, uno me dice que
no mire hacia la celda donde están sentados mis ami-
gos. Tiene miedo de lo que podamos decirnos a través de
gestos faciales. En algún momento, cuento catorce agen-

15%
tes mirando mientras uno de ellos hurga en mi mochila,
examina mi camara, grabadora, libros de antropologia,
pasaporte y cartas de gente en San Miguel para sus seres
queridos en Estados Unidos.

Leo los rayones en la puerta de mi celda. Muchos son


de mujeres para sus seres queridos. La mayoría de los
mensajes está dirigida a personas específicas: hermanas,
amigos, esposos, niños. Quisiera tener papel y pluma
para escribirlos todos. En su lugar, los leo una y otra vez,
tratando de memorizarlos. Veo un sinnúmero de versio-
nes de las mismas frases en español: “100% mexicana” o
“orgullosa de ser mexicana”, junto a afirmaciones como
“no pierdas la esperanza”, “Dios te protegerá”, “no per-
mitas que te desanimen”. También hay muchos mensajes
sobre persistir: “regresaré tan pronto como me suelten” o
“nos vemos en Chicago”. Sin esperarlo, estos mensajes me
confortan.

Cuando un joven agente latino llega a mi celda a pedir


permiso para observar las fotos de mi cámara digital, le
digo que me deberían permitir hablar con mi abogado.
Me lleva al escritorio principal y me toma mis huellas di-
gitales frente a las otras celdas de migrantes aprendidos.
Varios agentes miran sin ganas mientras llamo a la abo-
gada en Arizona, a quien consulte antes. Me informa que
vendra al otro dia para reunirse conmigo. Dice que los
juzgados en Arizona están saturados y que podría pasar
un mes antes de que pudiera tener una audiencia y me
permitieran hacer otra llamada. Se ofrece para llamar
a mi familia y amigos. Comienzo a darle el número de
telefono de mama y papa, de mi hermano, de otro abo-
gado y algunos teléfonos de mis amigos más cercanos.
Comienzo a llorar, exhausto, imaginando la vida en pri-

16%
sión mientras espero que el sistema legal procese mi caso.
Ésa es la última vez que mis amigos de San Miguel me
ven. Mientras lloro en el teléfono, se los llevan, los ponen
en un autobús y los deportan a México.

Después de mi llamada telefónica, me regresan a mi


celda. Me pregunto cómo están tratando a mis amigos
triquis. Me obligan a mirar hacia la pared al otro lado
de mi celda y no me permiten ver por la ventana, aun
después de que mis amigos triquis se han ido. Quiero
usar el baño pero lo evito, porque está al descubierto al
final de mi celda y todos pueden verme; además, no hay
papel. También comienzo a tener hambre y sed. Otra
vez recuerdo haber leído que los detenidos por la Patru-
lla Fronteriza tienen derecho a comer y beber cada seis
horas durante su detención. Miro el reloj en la pared.
Han pasado más de ocho horas. Recuerdo las respuestas
hostiles que recibí cuando pregunté por una llamada te-
lefónica a través de la ventana y decido no intentarlo.

Siento un gran alivio cuando un agente viene a mi celda


y me informa que han decidido no procesarme por trá-
fico y que simplemente me darán una multa de 5 mil dó-
lares por “entrada sin inspección”. ¿Quién habrá tomado
tal decisión? Quisiera agradecerle por ser razonable,
ahorrar su tiempo y el mío. Pido algo de beber, de comer y
papel de baño. Me entregan seis galletas saladas, una bo-
tellita minúscula de una bebida color naranja (con 0%
de jugo, según la etiqueta) y nada de papel.

Ya de salida, hago una queja formal contra los dos


oficiales que no me permitieron llamar a mi abogada.
La gestora que recibe mi queja me pregunta tres veces:
“Entiendes la naturaleza de tu crimen, verdad?”. Parece
que siente la necesidad de recordarme que el equivocado

16%
soy yo, no los agentes de la Patrulla Fronteriza. ¿Por
qué los funcionarios que deben hacer cumplir la ley no
tienen respeto por el otro ser humano con quien están
interactuando? Me pregunto, cómo pagaré la multa. Me
pregunto cómo les estará yendo a mis amigos triquis y
cómo se sentirá saber que tienes que intentar la larga ca-
minata una vez más.

“¿Vale la pena arriesgar tu vida?”


En la mayoría de los discursos sobre salud pública
y salud global, como en el caso de muerte en la
frontera, el enfoque sigue estando en las conductas
de riesgo del individuo. Casi todos los medios de in-
formación convencionales perciben a los trabajadores
migrantes como individuos que merecen sus desti-
nos, incluso hasta sus muertes prematuras, porque
se entiende que han elegido voluntariamente cruzar
la frontera por su propio beneficio económico. Sin
embargo, como se mencionó antes, mis compañeros
triquis explican que se ven forzados a cruzar la fron-
tera. Además, la distinción entre la migración política
y económica es a menudo borrosa dentro del contexto
de políticas internacionales que imponen mercados
libres neoliberales al igual que la represión militar ac-
tiva de los indígenas que buscan el mejoramiento so-
cioeconómico colectivo en el sur de México.

Es de especial importancia el Tratado de Libre Comer-


cio de Norteamérica (TLCAN), puesto en marcha por
Estados Unidos, que prohíbe las barreras económicas,
incluyendo las tarifas, entre países firmantes. De esta
manera, el gobierno mexicano se vio forzado a elimi-
nar las tarifas, incluyendo la del maíz, la cosecha prin-
cipal producida por las familias indígenas en el sur de
16%
Mexico. Sin embargo, TLCAN y otras politicas de libre
comercio no prohiben los subsidios del gobierno. Por
lo tanto, el gobierno estadounidense pudo incremen-
tar los subsidios del maiz ano tras ano, adoptando, de
un modo efectivo, una tarifa inversa contra el maiz
mexicano. Ademas, dichos subsidios son solo posi-
bles para los paises relativamente ricos y no podrian
ser adoptados por un gobierno, relativamente pobre
como el mexicano. Durante mi trabajo de campo en
San Miguel, observe como el maiz transgenico, culti-
vado por empresas del medio oeste de Estados Unidos,
subcotiza al maíz cultivado por familias locales del
mismo pueblo.£l
¿Cómo pueden valer el riesgo los peligros inmensos
en la frontera? En el otro lado de la ecuación están
las políticas globales despiadadas y los mercados eco-
nómicos. A estas alturas, permanecer en San Miguel
significa no tener suficiente dinero ni para alimentos
ni para comprar los uniformes escolares que los niños
necesitan para poder asistir a la escuela pública. El
cálculo resulta en una muerte lenta pero segura, por
un lado, y riesgos inmensos, por el otro. Permanecer
en San Miguel sin enviar a un miembro de la familia al
norte involucra una muerte colectiva y lenta a manos
del injusto “mercado libre”.

Es de suma importancia para los antropólogos, al


igual que para los profesionales de la salud pública y
global, replantear el sufrimiento, la muerte y el riesgo
para incorporar el análisis de estructuras económi-
cas, sociales y políticas. Para mitigar el sufrimiento
y la muerte en la frontera, debemos concentrarnos
en los aparatos político y legal que produce la mi-

16%
gracion laboral. En primer lugar las politicas que re-
fuerzan las desigualdades, como TLCAN y el Tratado
de Libre Comercio de Centroamerica (TLC), tienen
que renegociarse, y la legislacion de la reforma de
la salud debe ampliarse para incluir poblaciones es-
tructuralmente vulnerables, como los migrantes. Sin
este replanteamiento, continuaremos presenciando
no solo una externalización de los costos de la repro-
ducción sino también la individualización del riesgo y
de la responsabilidad: cuando el riesgo y la culpa son
individualizados, las soluciones imaginadas y las in-
tervenciones planeadas se enfocan en cambiar la con-
ducta del individuo. Sin embargo, intentar intervenir
en la conducta individual en dichos contextos desvía
la atención de las fuerzas estructurales que producen
el peligro mortal y la muerte, en primer lugar. Sin
la reorientación de nuestra comprensión del riesgo y
de nuestras intervenciones subsecuentes continuare-
mos siendo testigos de la muerte de cientos de seres
humanos cada año en las zonas fronterizas y el su-
frimiento que padecen a lo largo de sus circuitos de
migración.

Después de ser liberado


Después de llamar a un conocido en Phoenix, camino por
la ciudad desierta en la oscuridad rumbo a una esta-
ción de autobuses Greyhound y tomo un autobús hacia
Phoenix. Descanso tres días en la casa de este conocido
quien, como una ironía más, estudia y escribe sobre
muertes en la frontera- y me recupero física y emocio-
nalmente del viaje. Hay una fuerte tormenta eléctrica
con aguaceros einundaciones y me preocupo por la segu-
ridad y salud de mis amigos, si es que están otra vez en el

17%
desierto. Sin saber qué más hacer, vuelo de regreso a Cali-
fornia unos días después.

Espero en California. Llamo al teléfono celular de Ma-


cario cada dos o tres días para ver si lo puedo localizar.
Uno de mis compañeros de clase de antropología ofrece
organizar una fiesta para reunir fondos para ayudarme
a pagar mi multa. La fiesta nunca se hace, pero la oferta
es solidaria. Después de una semana, mis compañeros
triquis llegan a Madera, California. Uno de los hombres
más jóvenes no logró llegar nunca durante mi trabajo de
campo porque no tuvo el dinero para pagar al coyote y al
chofer por segunda vez. En vez de ello, se regresa con su
familia a Oaxaca.

Cuando Macario y yo nos reunimos otra vez en Madera,


a la siguiente semana, me cuenta que sufrió mucho la
segunda vez que cruzó. Me cuenta sobre las ampollas y
las serpientes de cascabel, pero sin ahondar en detalles
porque tiene miedo de que se burlen de el por no ser más
fuerte. Me muestra las ampollas grandes, reventadas en
sus pies, y los hoyos en sus calcetines. Me dice que un
par de hombres en el grupo me culparon de traer la mala
suerte. También dice que justo cuando iban a ser depor-
tados, al llegar a la frontera en Nogales, Arizona, el cho-
fer del autobús de la Patrulla Fronteriza dio la vuelta.
Los llevó de regreso a la estación y tuvieron que firmar
una declaración en inglés que no pudieron leer. Les dije-
ron que decía que yo era su amigo, que había vivido en su
pueblo natal y que no era un coyote. Finalmente llegaron
a México cuando ya había oscurecido.

Organización del libro

17%
Aunque he escrito este libro con el formato basico de
capitulos substanciales, pretendo retratar la natura-
leza narrativa en curso de la experiencia de la migra-
ción. Esta estrategia pone en evidencia las alegrias y el
sufrimiento cotidianos de la migración, además de las
experiencias corporales del trabajo de campo en trán-
sito, en múltiples sitios. Las conversaciones, entrevis-
tas y citas se basan en las grabaciones como en mis
propias notas tanto escritas a mano, como tipeadas.
Las traducciones son mías, a menos que se indique lo
contrario. He cambiado los nombres de la gente y de
algunos lugares descritos en este libro para proteger la
identidad de aquellos que me tuvieron confianza y me
permitieron entrar en sus vidas; no obstante, man-
tengo en lo posible los detalles y la riqueza de las ex-
periencias reales y de las observaciones a lo largo del
libro.

En el capítulo 2, exploro el significado fundamental


de comprender la migración entre Estados Unidos
y México al igual que hago patente la necesidad de
una etnografía que se enfoque no solo en los cuer-
pos de la gente que se estudia, sino también en el
cuerpo del antropólogo. En el capítulo 3, describo, a
través de mi experiencia propia, la segregación labo-
ral en la agricultura estadounidense, que resulta en
jerarquías sumamente estructuradas de la etnicidad,
la ciudadanía y el sufrimiento. Utilizo aquí el tér-
mino de etnicidad no como un concepto genético o
biológico, sino como una categoría social y somática.
Como afirma Mary Weismantel y otros autores (como
Eisenman, 1988), las historias económicas y sociales
de la gente no solo remodelan la forma de sus cuer-
pos a través del tiempo, sino también le dan forma a
17%
las percepciones de dichos cuerpos de tal manera que
establecen su etnicidad. Asimismo, etnicidad puede
entenderse como algo similar al concepto de inter-
pelación de Althusser (1982), en el cual un sujeto
humano es posicionado por estructuras económicas
y sociales en una categoría específica dentro de jerar-
quías de poder y simultáneamente se reconoce a sí
mismo y a otros como miembros de estas categorías
específicas. La enfermedad como la encarnación de la
violencia es el punto principal del capítulo 4, que se
basa en las experiencias de tres jornaleros migrantes
triquis para mostrar que la enfermedad es a menudo
la manifestación de la violencia política, simbólica y
estructural, pero algunas veces de la resistencia y la
sublevación. El capítulo 5 intenta dar una explicación
lógica a la lente acontextual a través de la cual médi-
cos y enfermeras observan las situaciones difíciles de
sus pacientes migrantes e inadvertidamente añaden
sal a la herida al culpar a las víctimas de las desigual-
dades estructurales.

El capítulo 6 considera la cuestión crucial de cómo


dichas jerarquías se dan por sentadas al analizar la
normalización de las desigualdades sociales y en la
salud como un ejemplo de violencia simbólica (Bor-
dieu y Wacquant, 1992). Para aquellos en cada uno de
los peldaños de la escalera social, las percepciones y
suposiciones naturalizan la posición de los de arriba,
delos de abajo, y -quizá de un modo más perturbador—
del propio grupo y de uno mismo. Este capítulo se
preocupa sobre las representaciones de las personas
marginadas, teniendo presente las críticas importan-
tes de la “cultura de la pobreza”. Sin embargo, al igual
que Philippe Bourgois (1995), creo que es impor-
18%
tante retratar a las personas marginadas como seres
humanos completos, mostrando las disparidades y
prejuicios que tienen que enfrentar. De acuerdo con
el llamado de Laura Nader a “estudiar hacia arriba”, -
a analizar- al poderoso y no solo al marginado, este
libro realiza un “corte vertical” para explorar cada
nivel de las jerarquías sociales relacionadas con la
granja (Nader, 1972). La conclusión de este libro se
centre en el futuro de los migrantes triquis, la posibi-
lidad de la esperanza y la dificultad de la resistencia y
el cambio. Hace un llamado para escuchar a losjorna-
leros migrantes, promulgar la solidaridad con sus mo-
vimientos sociales y trabajar a favor de la igualdad en
múltiples niveles, desde las prácticas de microgranjas
agrícolas hasta asuntos macroglobales.

Es mi intensión retratar y analizar las vidas y ex-


periencias de Macario y mis otros compañeros tri-
quis para entender mejor el contexto de sufrimiento,
simbólico y social, entre los jornaleros migrantes. Es-
pero que al comprender los mecanismos mediante
los cuales cierta clase de personas son anuladas y las
desigualdades sociales dadas por sentadas, se contri-
buya a deshacer estos mecanismos y las estructuras
de las que son parte. Tengo la esperanza de que estas
páginas conmoverán el lado humano de aquellos que
las lean y les despierte interés por el prójimo (o
“próximo”, a la manera en que lo decía Primo Levi
en The Drowned and the Saved of the mitmensch, al
hablar de que el ser humano debe ser lo suficiente-
mente personalizado como para ser concebido como
real y, por lo tanto, poder invocar compasión y soli-
daridad), de tal modo que las representaciones de los
jornaleros migrantes y las políticas que los atañen
18%
sean más humanas, justas y satisfactorias para ellos
como personas. El público estadounidense podría co-
menzar por percibirlos como seres humanos, trabaja-
dores buenos y calificados, que han sido tratados con
injusticia por las adversidades en su contra. Espero
que tales reconocimientos cambien la opinión pú-
blica y las prácticas del empleador y de las clínicas, al
igual que las políticas relacionadas con la economía,
la inmigración y el trabajo. Asimismo, espero que este
libro ayude a los antropólogos y a otros científicos
sociales a entender las maneras en las que la percep-
ción, la jerarquía social y la naturalización funcionan
en términos más amplios. Con estos deseos en mente,
lo invito a usted lector a un viaje migratorio conmigo,
con Macario y con otros trabajadores agrícolas mexi-
canos alo largo de estas páginas.

18%
CAPITULO 2
“Somos trabajadores del campo”:
Antropología encarnada
de la migración

Consagramos todo al campo,


somos trabajadores desde que nacemos, sembramos...
Los pobres de Oaxaca venimos aquí para dar nuestra
fuerza,
dar todo y no hacen nada por nosotros.
Por nuestra voluntad este gobierno sobrevive.

(Samuel, padre mexicano triqui de 31 años,


habla con su familia y conmigo, ante unos tamales,
en su barraca del campo de trabajo,
en una zona rural del estado de Washington, verano de
2004)

Los migrantes triquis y yo somos trabajadores del


campo. Ellos cosechan fresas y arándanos en los cam-
pos del estado de Washington y uvas y espárragos, en
los campos de California, año tras año. Mis compañe-
ros triquis viven lejos de su clan familiar y de su tierra
natal en las montañas de Oaxaca, México. “Consagran
todo al campo” de Estados Unidos, su trabajo y capaci-
dades, su energía y tiempo, suidentidad y reputación,
además de su mente y cuerpo. Los años que podrían
haber pasado en la escuela estudiando, los pasan en
los campos trabajando para ganar dinero y sobrevivir.
La única posibilidad que el mercado transnacional les
ofrece a sus cuerpos —que podrían trabajar con los
miembros de sus familias, con tranquilidad, en colo-
ridos campos de maíz propios en Oaxaca, o sentados
detrás de un escritorio- es cosechar fruta con la
18%
columna doblada todo el dia, todos los dias, despla-
zandose con rapidez, exponiendose a pesticidas y al
clima. Como resultado de su dedicacion a los campos
agricolas estadounidenses, sus cuerpos experimen-
tan dolor, se deterioran y sufren lesiones.

Mi trabajo, aunque se superpone espacialmente con


el de ellos durante algun tiempo, involucra un tipo
de trabajo diferente. Busco entender los componen-
tes politicos y economicos, culturales y sociales del
trabajo y de la salud de los migrantes, pasando algun
tiempo en lo que los antropólogos llaman “el campo”.
Me siento agradecido con los trabajadores migrantes
triquis por haberme permitido entrar en sus vidas
para describir su migración a través de Washington,
Oregon, California, Oaxaca y las zonas fronterizas de
Sonora y Arizona en este libro. Durante este tiempo,
he consagrado mi mente, mi cuerpo y mis experien-
cias sociales a la elaboración de notas de campo. Final-
mente, espero que mi investigación y escritura con-
tribuyan a aliviar el sufrimiento social inherente al
trabajo de los migrantes en Estados Unidos.

Este libro explora etnográficamente las jerarquías in-


terrelacionadas de la etnicidad, el trabajo y el sufri-

La exploración comienza por revelar la estructura del


trabajo en la granja agrícola, al describir la segrega-
ción que se produce en las labores agrícolas según
una jerarquía de ciudadanía-etnicidad. El libro mues-
tra, en términos etnográficos, que este orden selectivo
produce enfermedad y sufrimiento correlacionados,
en particular entre los piscadores mexicanos indí-

19%
genas indocumentados. Sin embargo, tambien esta
claro que los ejecutivos y gerentes de la granja agrícola
no se plantean, ni desean, de manera específica, esta
jerarquía nociva, sino más bien que ésta es un pro-
ducto de las grandes estructuras sociales. Cabe señalar
que muy pocas veces un grupo de personas en la
granja agrícola, ni siquiera los más explotados, pone
en cuestión estas estructuras de desigualdad. En la in-
formación etnográfica encontramos que estas estruc-
turas se vuelven invisibles a través de las diferencias
corporalmente percibidas, incluyendo las concepcio-
nes étnicas de orgullo. Usando la teoría de Bourdieu
sobre la violencia simbólica, digo que la naturalidad
con que se dan por sentado estas asimetrías sociales
y de la salud contribuye a su justificación y repro-
ducción. El libro concluye planteando posibles salidas
hacia la solidaridad pragmática (Farmer, 1999) y alen-
tando un cambio positivo en el futuro.

Explicar y ser explicado


Como la mayoría de los investigadores, batallo con la
idea de explicar mi proyecto de investigación ante di-
ferentes públicos. Con otros antropólogos culturales
y sociólogos me he acostumbrado a utilizar términos
teóricos sociales como bourdieusiano, foucaultiano,
gubernamentalidad y biopoder, y a recibir en respuesta
algunas miradas comprensivas y otras críticas. Sin
embargo, ante un público ajeno a la disciplina, la an-
tropología es difícil de explicar. No usamos métodos
que comúnmente se asocian con el término investi-
gación, como pipetear dentro de un tubo de ensayo
o ampliar una huella genética, repartir cuestionarios
o conducir entrevistas estructuradas dentro de una

19%
habitacion cerrada. En vez de ello, implementamos
la observacion del participante de longue duree, obte-
niendo datos de campo de las observaciones y de la
participacion encarnada en las conversaciones y en
las actividades de la vida cotidiana. En 1922, Bronis-
law Malinowski expuso su concepcion de la observa-
cion del participante como un proyecto cientifico, al
explicar que “existe una serie de fenómenos de gran
importancia que es imposible de registrar a través de
preguntas o documentos informáticos, y que deben
observarse en su actualidad total”. Sin embargo, para
la mayor parte del mundo, esto significa sobre todo
pasar el rato, hacer preguntas frívolas y usar una gra-
badora o escribir en un cuaderno. De hecho, Clifford
Geertz y James Clifford (en “Deep Hanging Out”, New
York Review of Books, 1998) llegaron incluso a utilizar
la frase “pasar el rato con intensidad” para debatir el
trabajo de campo de inmersión fundamental en la an-
tropología.

Como antropólogo y médico, mi posicionamiento ha


sido algo complicado. Conforme empezaba mi trabajo
de campo, me di cuenta que la mayoría de personas no
conocía la palabra antropólogo, o daban por sentado
que se refería a alguien que estudia huesos y ruinas en
algún lugar como Egipto. Cuando me mudé al campo
de trabajo de una granja de bayas en el estado de Wa-
shington, traté de explicar que era estudiante de an-
tropología y medicina, y que tenía el deseo de apren-
der sobre salud, trabajo y las relaciones étnicas en un
ciclo de migración, lo que pareció tener más sentido
para la gente y disminuyó el bombardeo de preguntas
como por qué yo, un gabacho (estadounidense blanco
o gringo), vivía en un campo de trabajo. Sin embargo,
19%
esto tambien condujo a que algunos piscadores llega-
ran a mi barraca a pedir medicinas para el dolor de
espalda y muelas, y a que el capataz del campo de
trabajo me presentara como el “doctor Seth”. Después
de explicar a varias personas que no tenía medicinas
y que estaba en el campo para aprender sobre todo,
comencé a suponer que los otros piscadores me tole-
raban en el campo como se tolera a un doctor incom-
petente, inútil, pero que se interesa.

Estaba fuera de lugar en la jerarquía de la granja en


muchos aspectos: clase social, etnicidad y ciudadanía,
lo que suscitó de diversas formas respeto, risa y sos-
pecha de la gente en posiciones sociales diferentes en
la granja, y también confusión fuera de ella. Mientras
pasaba el invierno en California, mi compañero pis-
cador, Samuel, y yo manejamos a una lavandería para
lavar mi ropa y la de su familia. En aquel entonces,
Samuel tenía treinta y un años y era padre de un niño
pequeño. Había crecido en el pueblo de San Miguel, en
las montañas de Oaxaca, y, durante los últimos años,
enviado dinero desde Estados Unidos a su hermana,
a sus sobrinas y a su padre, que seguían viviendo en
casa. Manejaba una minivan Aerostar, escuchaba rock
mexicano, era moreno claro, usaba el cabello largo,
en una especie de mullet (corte de pelo chocopanda)
extendido, y le apodaban “cabeza de cabra” en triqui,
por su piocha. Mientras descargábamos nuestra ropa
sucia, otro migrante mexicano en la lavandería le
preguntó a Samuel en español por qué estaba lavando
ropa con su jefe. Samuel respondió que no era su jefe,
sino un amigo. El hombre no se convenció tan fácil.
“¡A poco, no!, ¿qué haces aquí con tu jefe>”. Samuel
explicó que yo vivía en el campo de trabajo, que cose-
19%
chaba fresas en la granja con ellos y que estaba apren-
diendo su lengua indígena. Después Samuel resumió:
“Quiere experimentar por sí mismo cómo sufre el
pobre”. Aunque nunca había hablado de mi trabajo de
este modo, esta frase se volvió la explicación de mis
compañeros triquis de por qué estaba con ellos y qué
hacía.

De muchas formas, ésta era una descripción breve y


clara de la antropología encarnada del trabajo del mi-
grante que pretendía llevar a cabo para este libro. Esta
explicación también satisfacía con éxito la curiosidad
y sospecha de los oyentes triquis, mixtecos (grupo
indígena de la Mixteca oaxaqueña) y mestizos mexi-
canos hacia quienes iba dirigida. Mi confusa presen-
cia en las vidas de los trabajadores triquis migrantes
se consideraba legítima, incluso sensata, una vez que
se entendía que el objetivo era “experimentar cómo
sufre el pobre”.2 La pobreza, la violencia y el sufri-

Antropología encarnada
A lo largo de la historia, los antropólogos se han
imaginado a sí mismos simplemente documentando
hechos del mundo exterior. Como Nancy-Scheper-
Huges (1992) afirma: “Actuaban como si no hubiera
un etnógrafo en el campo”. Dice la autora que trataban
al “propio yo como si éste' fuera una pantalla permea-
ble e invisible a través de la cual los datos puros,
los 'hechos', podían filtrarse y registrarse de una ma-
nera objetiva”. Nosotros mismos, nuestros cuerpos se
daban por sentados y se consideraban sin más una he-
20%
rramienta util para la observacion (si es que se llego
a pensar sobre ello). En general, no hemos tomado en
cuenta nuestros cuerpos en las experiencias de tra-
bajo de campo. Si bien la documentacion de *hechos”
es importante y quiza un asunto de vida o muerte,
tambien es esencial para los antropologos reflexionar
sobre sus propias experiencias encarnadas durante el
trabajo de campo. Paul Stoller (1997) hace un llamado
a la “erudición sensorial”, la que “incorporaría en los
trabajos etnográficos el cuerpo sensorial: sus olores,
gustos, texturas y sensaciones”. Aunque Stoller se en-
foca más en los cuerpos de sus informantes songhai
que en sus propias experiencias encarnadas, un en-
foque en el cuerpo del etnógrafo podría considerarse
una forma íntima de erudición sensorial o de antro-
pología encarnada. Loic Wacquant (2005), sociólogo
etnográfico, utiliza la palabra carnal para hablar de
una investigación de campo que reflexiona sobre el
cuerpo del etnógrafo (Estroff, 1985, y Farquhar, 2002,
para más ejemplos de antropología encarnada).

Uso la palabra cuerpo no como una reiteración de


las suposiciones occidentales de la dicotomía cuerpo-
mente, sino más bien en un sentido semejante al
concepto de Margaret Lock y Nancy Scheper-Hughes
(1987) de un “cuerpo consciente”. En esta frase, las au-
toras tienen la intensión de deshacer la desconexión
entre mente y cuerpo común en las sociedades occi-
dentales al argumentar que el cuerpo mismo siente y
piensa, es “consciente”. De una manera similar, Mau-
rice Merleau-Ponty (1996) presenta una filosofía fe-
nomenológica en la que el cuerpo es un sujeto-objeto
interactuando de manera activa con el mundo, todas
las partes del mismo son también sujetos-objetos. De
20%
este modo, el cuerpo no es algo que “tengo” o que “uso”
para encontrar datos; más bien, “soy” mi cuerpo y mi
cuerpo “mismo/yo mismo” produce datos de campo.

En mi trabajo de campo, mis experiencias corporales


me proporcionaron perspectivas valiosas sobre el su-
frimiento social, las jerarquías de poder y las implica-
ciones de las relaciones de trabajo. No fueron solo mis
ojos y mis oídos los que reunieron observaciones de
campo importantes, sino también mi nuca: cuando la
lluvia fría se filtraba dentro de la ropa impermeable
de la granja; mis rodillas adoloridas, caderas y cintura
por estar doblado todo el día en los campos de fre-
sas; los ácidos estomacales que mostraban señales de
estrés antes de un día de carrera contra el reloj para
mantener mi trabajo de recolector; mi mente cansada
y nublada de noche tras noche de sueño interrum-
pido por la lluvia que se filtraba sobre mi cara, aligual
que el viento helado y los ruidos que provenían de las
paredes permeables del campo migrante; las piernas
adoloridas y la resaca después de una noche de baile,
copas y celebraciones del bautizo de un niño triqui;
mi cuello tieso de vivir al desamparo en un coche
mientras migrábamos de Washington a California y
buscábamos un departamento en una barriada; mi
garganta seca, mis piernas cansadas y mi imagina-
ción hiperactiva en medio de una carrera a través del
desierto mortal de Arizona, después de días de lucha
para llegar a la frontera. De todas estas formas, mi
cuerpo ofreció notas de campo relevantes sobre el
sufrimiento social. Si no hubiera puesto atención a
Por supuesto, aunque compartiamos nuestras con-
diciones de trabajo y de vida, nuestras experiencias
no siempre eran las mismas. Después de estar des-
amparados viviendo en coches durante una semana
en Central California, mis compañeros triquis y yo
encontramos un departamento en una barriada que
rentaban a trabajadores migrantes sin historial cre-
diticio. Diecinueve de nosotros (incluyendo cuatro
niños menores de cinco años) nos cambiamos a este
departamento de tres recámaras, paredes delgadas y
puertas agujereadas. Pedí permiso para dormir en el
armario del vestíbulo, en lugar de la sala sin puerta,
con dos adultos y una adolescente, y tener privacidad.
El armario era apenas lo suficientemente grande para
acostarme, si no usaba un colchón y, más bien, colo-
caba mi cuerpo de manera diagonal, con mis pies y
mi cabeza en esquinas opuestas. Para mí la privacidad
era ciertamente una necesidad para descomprimir y
mantenerme sano al final del día. No podía imaginar
dormir en la sala y que uno de los niños que lloraban
rumbo al baño o la cocina me despertara. Sin em-
bargo, mis compañeros triquis se avergonzaban y sor-
prendían de mi elección: pasar muchas incomodida-
des en lugar de dormir en un colchón enla sala con los
otros compañeros de casa. Muchas veces bromearon
con otros amigos triquis sobre el gabacho chakun o
chakuh?' (palabra triqui para calvo) que elige dormir en
el armario del vestíbulo cuando hay una sala bastante
espaciosa a su disposición.

Esta diferencia se aclara con el concepto de habitus,


de Bourdieu y Wacquant (1992), según el cual éste es
una mezcla de comportamientos, disposiciones, gus-
tos y deseos corporales, acumulados (estratificados de
21%
manera secuencial) a lo largo de una vida de experien-
cias. Por un lado, mis experiencias corporales (por
ejemplo, vivir desde niño en mi propia recámara en
un hogar semiurbano) se han vuelto un habitus que
necesita la privacidad para relajarse. Por el otro, se en-
tiende que el habitus de mis compañeros triquis (que
crecieron en chozas de piso de tierra, con varias per-
sonas compartiendo un cuarto, mirando televisión y
películas que retratan las comodidades físicas de los
estilos de vida de los ricos) priorice las comodidades
físicas del espacio y un colchón.

Mi cuerpo ofreció perspectivas no solo desde las ex-


periencias de las condiciones de trabajo o de vida
de los jornaleros migrantes, sino también de las res-
puestas particulares que generé de las personas a mi
alrededor. En muchas circunstancias, mi cuerpo de
piel clara, alto, vestido como estudiante y que habla
inglés recibió un trato muy diferente al que recibían
los cuerpos de mis compañeros triquis. Los super-
visores en las granjas nunca usaron nombres desde-
ñosos conmigo como lo hicieron con los jornaleros
oaxaqueños. Por el contrario, con frecuencia se detu-
vieron a platicar y hacer bromas conmigo mientras
cosechaban bayas y las colocaban en mi cubeta para
ayudarme a alcanzar el peso mínimo requerido. Estas

con frecuencia eran tratados como inferiores, algunas


veces como animales o máquinas.

A menudo, en el día de paga, una o más familias tri-


quis conocidas iban a cenar a Burger King. Al final de

21%
mi trabajo de campo, me habia vuelto un invitado. En
uno de esos dias, fui con Samuel y su familia de cinco
integrantes, en su minivan. Pedimos lo de siempre:
cuatro Whoppers, cuatro porciones grandes de papas
fritas y dos comidas para niños. En esta ocasión, sin
embargo, las cuatro Whoppers y las dos comidas para
niños llegaron con tres porciones medianas de papas
fritas, Sin pensar en el estatus social, sugerí que uno
de nosotros se acercara y pidiera las papas correc-
tas. Samuel y su esposa, Leticia, se miraron entre sí
arrugando el ceño. Me explicaron que nunca podrían
hacer algo así porque no les darían otras papas y, pro-
bablemente, se meterían en problemas por preguntar.
Samuel me dijo que fuera yo y viera qué le hacían
a un gabacho. Me dieron cuatro porciones grandes
de papas fritas y se disculparon de una manera edu-
cada pero con cierto resentimiento. Todos esperaban
algo así pero, de igual modo estaban impresionados.
Mi cuerpo recibió un trato como si fuera poderoso y
mereciera el poder, mientras que los suyos fueron tra-
tados muchas veces como cuerpos subordinados, que

Con mucha frecuencia inequidades similares se die-


ron en otros contextos. Un sinnúmero de veces en las
clínicas de Washington, California y Oaxaca, a mis
compañeros triquis les cobraron mal, les dieron me-
dicinas inapropiadas o el trato de personas inferiores
que deben obedecer sin cuestionar. Después de obser-
var o escuchar sobre estos sucesos, si me acercaba a
un miembro del personal de una clínica para pedir
ayuda, me recibía con una disculpa amable (aunque
no siempre sincera) y rectificaba la situación. Cuando
mis amigos triquis pedían ayuda, a menudo los desai-
21%
raban o les decian que no habia nada que pudieran
hacer, y “punto”.

Con regularidad, mis compañeros triquis se escabu-


llían, agachándose con temor, mientras me pregun-
taban si un coche o una camioneta, con una señal
sobre un costado, era la patrulla fronteriza o la policía.
Casi nunca me daba cuenta de esos coches hasta que
me los señalaban. Mis amigos triquis mantenían sus
autos en perfecto estado, cada grieta del parabrisas re-
parada, cada faro funcionando bien, cada calcomanía
en el lugar determinado y, por supuesto, la velocidad
siempre por debajo del límite para que la policía no
los detuviera. Yo, por el contrario, apenas pensaba en
esos detalles. Algunos migrantes hablaban de “ma-
nejar como moreno”, para indicar la repercusión del
perfil racial en la ciudadanía. Cualquier problema mi-
núsculo con sus autos o su manera de conducir podría
volverse una excusa para detenerlos, lo que, a su vez,
derivaría probablemente en su deportación. Si bien la
ley en el estado de Washington no le permite a la poli-
cía llevar a cabo perfiles raciales, sus oficiales algunas
veces contactan con la Patrulla Fronteriza para que les
ayuden en la traducción. Una vez presente, el agente
de la Patrulla Fronteriza puede verificar la documen-
tación y es muy probable que deporte a aquellos que
no cuenten con ella, lo que genera desconfianza gene-
ral en los oficiales que hacen cumplir la ley. Yo sabía
que nunca me detendrían por una pequeña grieta en
mi parabrisas o por una luz rota, y, si fuera detenido,
seguramente recibiría una advertencia verbal autori-
taria. Después de meses de vivir, comer, buscar aten-
ción médica y conducir con trabajadores migrantes
en Estados Unidos, estaba claro que todas las personas
21%
a nuestro alrededor reconocian que mi cuerpo perte-
necia a un lugar muy diferente, en la estructura de
poder de nuestra sociedad, al que pertenecian los de
mis amigos triquis.

Ademas de comprender el sufrimiento social y las


fuertes jerarquías sociales, mis experiencias corpora-
les me condujeron a reconocer la imposibilidad de
separar la investigación de las relaciones humanas. A
pesar de mi capacitación en teoría social y de haber
leído muchas etnografías, mi inconsciente daba por
sentado que pasaría un año migrando con los triquis
para entender y escribir sobre una realidad impor-
tante y posiblemente difícil. Dado que la mayoría de
etnografías dan la impresión de que el antropólogo
no se involucra ni cambia, no consideré con seriedad
que a mí el trabajo de campo me podría cambiar. A
diferencia del retrato del antropólogo que no cambia
y que usa su cuerpo de manera objetiva para obser-
var los hechos, mi experiencia antropológica requería
de muchos niveles de vinculación personal y eso me
cambió de maneras inesperadas.

Primero, me involucró más en las necesidades so-


ciales que implica la amistad de lo que yo había
imaginado. Conforme la gente me permitía entrar en
sus vidas, hogares y confidencias, me convertí más en
un amigo extraño que en un simple investigador. Des-
pués de vivir en los mismos campos de trabajo, cose-
char bayas juntos, ir alas mismas clínicas y dormir en
la parte trasera de los mismos coches, mis compañe-
ros triquis fueron poco apoco tomándome confianza.
Cuando me mudé por primera vez al campo de tra-
bajo en el estado de Washington, se difundió el rumor

22%
de que quiza era un agente de la CIA o un traficante
de drogas buscando una buena forma de encubrir mi
identidad. Despues de vivir ahi durante varios meses,
Samuel y los otros piscadores que habia llegado a
conocer, refutaron dichos rumores, usando lo que se
había convertido en la explicación más común sobre
mi persona: “era el gabacho chakuh que quería expe-
rimentar cómo sufre el pobre”. Este aumento de con-
fianza dio paso a invitaciones a comer, cumpleaños,
bautizos, sanaciones y hasta a una huelga. “También
resultó en ser partícipe involuntario de alianzas, ene-
mistades familiares, odio, rumores y hasta brujería”.
La realidad inesperada de estas relaciones resultó en
llamadas frecuentes desde el otro lado del país pi-
diendo ayuda para lidiar con una clínica, con la gente
que robó el coche de su amigo o con la policía; además
de generar esperanzas de volar al otro lado del país
para hacer una visita o mantener una comunicación
regular.

La amistad, asimismo, conlleva a participar en una


versión de las prácticas de intercambio de obsequios
de mis compañeros de la zona triqui de Oaxaca. A
cambio de establecer una relación de confianza con
sus vidas cotidianas, gasté dinero, tiempo y tranquili-
dad trayendo más de lo que se me permitía en el auto-
bús o avión: bolsas llenas de comida triqui, pasadores
rosa brillante, certificados de nacimiento, fotografías,
agujas de cactus para coser, cientos de dólares, cáma-
ras rotas y estéreos nuevos entre Oaxaca, California y
Washington, a nombre de miembros de familias que
no podían viajar tan libremente entre las fronteras
como yo. También tuve que rechazar con gentileza
y nerviosismo varias peticiones de llevar coches, ca-
22%
mionetas y ninos ciudadanos estadounidenses de pa-
dres indocumentados al otro lado de la frontera.

Estas relaciones acarrearon no sololo ya mencionado,


sino tambien expectativas de solidaridad, defensa y
activismo. Un cuerpo no puede vivir la realidad de
otras personas sin sufrir un cambio en algún sen-
tido. En mi caso, lo percibo en mi experiencia alterada
cuando como una fruta o cómo veo los panoramas
rurales con los que me topo; en mi recuerdo de las
complejidades escondidas dentro de las estructuras
sociales en las que yo y mis condiciones de vida esta-
mos embebidos; y en los dolores persistentes de mis
rodillas y mi espalda. Además, he adquirido un deseo
cada vez mayor de involucrarme en acciones que
contribuyan a un cambio estructural local y a gran
escala. Cada semana durante mi trabajo de campo, se
me acercaba al menos un compañero triqui para que
lo asistiera en interacciones con tiendas, clínicas, po-
licía de tránsito o programas de salud del estado para
niños estadounidenses. Sin estas invitaciones a parti-
cipar en formas de defensa locales minúsculas, nunca
hubiera podido entender la cantidad desmesurada de
tiempo y energía que gastan mis compañeros en ne-
gociar interacciones con la sociedad estadounidense.
No hubiera comprendido la manera tan mísera cómo
tratan a los trabajadores migrantes o cuánto puede
cambiar este trato ante la presencia de un estadouni-
dense blanco educado.

Estas experiencias frecuentes de prejuicio y jerarquía


alimentaron mi deseo por trabajar a favor de un cam-
bio social mayor. Aunque la mayoría de mis amigos
triquis dan por hecho su posición en el mundo, en al-

22%
gunas ocasiones cuestionaban la organizacion de esta
Sociedad y del mundo, y me pedian que siguiera in-
volucrado en sus vidas, hablando y escribiendo sobre
ellas, y que me uniera a ellos para lograr un mejor
futuro. Me solicitaron que los invite a hablar con otros
gabachos, y me sorprendió la no inclusión de migran-
tesen las conferencias sobre migración que presumen
de la presencia de expertos en el tema. En la con-
clusión de este libro formularé, sustentándome en el
análisis de mis compañeros triquis y el mío, algunas
sugerencias para fomentar el cambio positivo.

Mis experiencias encarnadas al compartir condicio-


nes de vida y de trabajo con los jornaleros migrantes,
las complejidades de involucrarme en una red de rela-
ciones y las esperanzas de un mejor corolario y una so-
lidaridad activa, enriquecieron mi trabajo de campo
de formas inesperadas. Junto a mi papel imperativo
de llevar un registro, está la responsabilidad crítica
del antropólogo de reconocer las notas de campo
que el cuerpo proporciona (Scheper-Hugues, 1992;
Berger y Mohr, 1967, para ampliar el concepto del
antropólogo como encargado de llevar registro). Esta
experiencia encarnada ofrece densidad y vivacidad a
la descripción etnográfica de la vida cotidiana, al in-
cluir realidades decisivas sobre el sufrimiento social,
la desigualdad y la jerarquía, además de la solidaridad
local y global. Este libro es un intento de antropolo-
gía encarnada, reflexiva y crítica sobre el contexto y la
vida cotidiana de los jornaleros migrantes indígenas
mexicanos.

La importancia de los trabajadores agrico-


las migrantes
23%
Es de suma importancia entender el fenomeno de la
migración en el mundo contemporáneo, dado el au-
mento de número de migrantes y las maneras negati-
vas de percibirlos y tratarlos. La División de Población
de las Naciones Unidas estima, de forma conserva-
dora, que hay 175 millones de migrantes en el mundo,
casi 50% más que hace una década (Migration News,
2003b). En Estados Unidos, investigadores calculan
que hay más de 290 millones de residentes, inclu-
yendo 36 millones de inmigrantes (Migration News,
2002), aproximadamente entre 5 y 10 millones de
estos no están autorizados (Espenshade, 1995). Ade-
más, se cree que alrededor del 95% de los trabajado-
res agrícolas en Estados Unidos nació en México; 52%
de ellos no cuentan con la autorización (Frank et al.
2004; Kandula, Kersey & Lurie, 2004).

Sin embargo, no son solo estas cifras de migrantes


sino la forma en que estos son percibidos y tratados
lo que le da relevancia a este tema. Cabe senalar que
Estados Unidos deporta cerca de 4 mil personas a la
semana, en su mayoría a México; y hay 56 mil casos
empantanados en la Board of Immigration Appeals.
Alrededor de 5 mil inmigrantes menores de dieciocho
años son aprehendidos y detenidos cada año, la ma-
yoría en la frontera con México. Independientemente
del estatus financiero de estos menores detenidos, el
gobierno estadounidense no les brinda apoyo legal
a través de un abogado defensor. Asimismo, la Coa-
lición de Condados Fronterizos de Estados Unidos
y México afirma que setenta y siete hospitales en
la frontera se encuentran en estado de emergencia
financiera y presionan para obtener reembolsos por

23%
los costos de tratamientos de emergencia de migran-
tes en la frontera (Migration News, 2003).

Más allá de las cuestiones políticas relacionadas con


la frontera, se han promulgado varias medidas antiin-
migrantes en Estados Unidos. En 1994, los votantes
de California aprobaron la Propuesta 187, “Salva
nuestro estado”, que niega servicios públicos (inclu-
yendo atención médica y educación) a cualquiera que
sea “sospechoso, en términos razonables” de ser indo-
cumentado. En 2004, los votantes de Arizona apro-
baron la ley llamada Arizona Taxpayer and Citizen
Protection Act, que exige una prueba de ciudadanía
para votar, otra de estatus de inmigración para recibir
cualquier beneficio público y que penaliza con cargos
criminales a empleados públicos que no reporten a
personas sospechosas de ser indocumentadas. Políti-
cas similares se han aprobado en otros estados lejos de
la frontera, como en Colorado.

A pesar de la importancia de estas políticas antiin-


migrantes, son las políticas económicas internacio-
nales, con mayor precisión, las que siembran la raíz
de la migración laboral global contemporánea. Como
mencioné en la introducción, el 1 de enero de 2003,
el N.A.F.T.A. comenzó la desregulación de todo el co-
mercio agrícola. Por un lado, el gobierno mexicano
ha señalado que desde su implementación en 1994,
Estados Unidos ha incrementado los subsidios a la
agricultura en 300%. Por el otro, en las últimas dos
décadas, un gobierno mexicano con dificultades de
liquidez ha reducido los apoyos financieros para los
productores de maíz, la mayoría de ellos campesinos
indígenas del sur de México (Migration News), que se

23%
ven obligados a migrar, cada vez mas, para sobrevivir
(Bacon, 2004; Simon, 1997 & Stephen, 2007). Acti-
vistas mexicanos estan presionando al gobierno para
que renegocie el N.A.F.T.A. para evitar que más propie-
tarios de granjas agrícolas y trabajadores del campo
se vean obligados a emigrar por la pobreza (Migration
News, 2003).

En varias zonas del México rural, grupos rebeldes se


han levantado, algunos armados, otros no, para de-
mandar el final de la violencia estructural de estas
políticas internacionales neoliberales, que se ampa-
ran en el “desarrollo” y el “libre comercio”. Demandan
“trabajo, tierra, vivienda, comida, salud, educación,
independencia, libertad, democracia, justicia y paz”(
Marcos, 1995). Diversos comunicados de estos grupos
señalan a la migración y el desplazamiento como
la motivación específica de su levantamiento (Mar-
cos, 1995; Ejército Popular Revolucionario, 2002). En
respuesta, grupos militares y paramilitares han ma-
sacrado y hecho desaparecer a todos aquellos sospe-
chosos de pertenecer o estar relacionados a estos mo-
vimientos rebeldes (Amnistía Internacional, 1986;
Franco, 2002; INS, 1998).

La migracion es una realidad insoslayable, a me-


nudo dolorosa y violenta, del mundo contemporaneo;
que esta relacionada intrinsecamente con las politi-
cas neoliberales de mercado, el aumento global de
las desigualdades, la representación de “desarrollo” y
la guerra descentralizada, entre otras problemáticas.
Lo que se denomina “el problema de la migración”
es, en particular, apremiante en Estados Unidos, pues
se relaciona directamente con la diáspora de traba-

23%
jadores agrícolas mexicanos (Sassen, 1998: cap. 3;
Grillo, 1985; Bustamante, 1983;Quesada, 1999). Estos
jornaleros son amenazados de diversas maneras bru-
tales en México y Estados Unidos, además de ser el
foco de debates continuos sobre políticas y leyes in-
migratorias en ambos países. Sin embargo, sabemos
relativamente poco sobre la vida cotidiana de esta
población, en gran medida oculta. Para afrontar estas
realidades, es necesario que entendamos con mayor
profundidad qué es lo que provoca que la gente migre,
el sufrimiento como resultado de las condiciones de
vida y de trabajo de los migrantes mexicanos en Esta-
dos Unidos, las respuestas de las clínicas de salud para
migrantes y de los responsables de formular las políti-
cas, además de las percepciones y estereotipos que po-
drían normalizar estos problemas.

Según mis compañeros agricultores, la migración es


un fenómeno reciente para los triquis. Ésta seinició a
finales de 1980 y principios de 1990, cuando comen-
zaron a llegar al estado de Washington para la esta-
ción de recolección de bayas en el verano y otoño y
volvían a San Miguel en el invierno para participar en
la celebración del santo patrono del pueblo y ayudar a
sus familias con la cosecha de maíz.

Desde el 9/11 y el aumento de la militarización en la


frontera a raíz de la Operation Gatekeeper y otros pro-
gramas cuyo objetivo explícito es cerrarla, la mayoría
de migrantes triquis permanece en Estados Unidos
varios años seguidos antes de regresar. Es irónico
que los esfuerzos enérgicos para mantener a los in-
migrantes fuera hayan hecho justo lo contrario: que
muchos se queden más tiempo. La mayoría tiene una

24%
meta financiera especifica como ahorrar lo suficiente
para construir una casa o pagar la dote por la novia
con quien quieren casarse. Es demasiado peligroso y
costoso cruzar la frontera cada año. En San Miguel
todos conocen a alguien que murió en el desierto de
Arizona, o que fue secuestrado o asaltado durante el
trayecto. Si bien la mayoría de migrantes triquis gana
entre 3 y 5 mil dólares al año, cada cruce cuesta ahora
de 1.500 a 2.500 dólares para cubrir transporte, co-
mida y coyote. Algunos de los migrantes, adolescen-
tes y jóvenes, aún intentan regresar a casa cada año,
en noviembre y diciembre, para celebrar al santo pa-
trón y la Navidad. Por esta razón, San Miguel tiene una
mayor población en noviembre y diciembre y después
se achica lentamente conforme el invierno da paso a
la primavera y la gente toma los autobuses hacia la
frontera del norte para arriesgar otro cruce.

Los investigadores estiman que actualmente hay un


millón de indígenas mexicanos, en su mayoría mix-
tecos y triquis del estado de Oaxaca, en Estados Uni-
dos (McGuire € Georges, 2003; Fox €: Rivera-Salgado,
2004). Los triquis son oriundos de varios pueblos en
las montañas de la región conocida como la Mixteca.
Ahora conforman casi toda la fuerza laboral agrícola
del noroeste de Washington y su presencia sigue au-
mentando en otras regiones de Estados Unidos, inclu-
yendo algunas ciudades de Oregón, algunas granjas
agrícolas de California y el área rural cerca de Albany,
Nueva York.

Su historia se define por haber sufrido la dominación


desde varios frentes: los conquistadores españoles, los
misioneros protestantes estadounidenses y católicos

24%
mexicanos, y los politicos mexicanos, ademas de los
grupos indigenas y mestizos de la zona. Su presente lo
caracteriza su reputacion de violencia, tanto externa
como interna. Cada una de estas experiencias de do-
minacion y violencia los han desplazado en el pasado;
en el presente, los triquis responden a la violencia
estructural y la desigualdad con otra forma de des-
plazamiento: la migracion. Es importante entender a
los migrantes triquis debido a su desplazamiento re-
lativamente reciente hacia el trabajo migrante, el au-
mento de su presencia en los circuitos migrantes y
su posición en el peldaño más bajo de las jerarquías
sociales.

Además, como lo prueba Daniel Rothenberg (1998),


existen conexiones íntimas entre los trabajadores
agrícolas migrantes y el resto del público estadouni-
dense. Es probable que las últimas manos en sostener
los arándanos, fresas, duraznos, espárragos o lechu-
gas, antes de que los agarres en un almacén local de
alimentos, sean las de los trabajadores migrantes la-
tinoamericanos. ¿Cómo podríamos mostrar respeto
por esta acción íntima de pasarnos alimentos entre
manos?

La violencia del trabajo agrícola del mi-


grante
Esta etnografía procura revelar los vínculos entre el
sufrimiento, las desigualdades sociales relacionadas
con la violencia estructural y la violencia simbólica
normalizante de los estereotipos y prejuicios. Intenta
hacerlo mientras cuenta las historias de losjornaleros
indígenas mexicanos migrantes que, en gran medida,
están ocultos de la vista del público. Por violencia
24%
estructural, me refiero a la perpetuada por configu-
raciones de desigualdades sociales que, al final, tiene
los mismos efectos nocivos en los cuerpos que la vio-
lencia fisica explicita, como la del apunalamiento o
del disparo. Los trabajadores ingleses descritos por
Friedrich Engels (1958) llamaron a esto “asesinato so-
cial”. La mayoría de violencia estructural en Estados
Unidos está organizada a lo largo de las divisiones de
clase, raza, ciudadanía, género y sexualidad.
“0

La violencia simbólica es un concepto del sociólogo

la que percibimos el mundo social procede de ese


mismo mundo, de ahí que nuestra lente de percep-
ción coincide con el mundo social que la produce.
Por ende, (mal)interpretamos las estructuras sociales
y las desigualdades inherentes al mundo como natu-
rales. La violencia simbólica funciona a través de las
percepciones de la “dominación” y del “dominado”, y
a su vez tiende a beneficiar a aquellos con más poder
(Bourgois, 1995, 2001; Scheper-Hughes y Bourgois,
2003; Klinenberg, 1999). Cada grupo percibe como
natural no solo su propia posición sino también la del
otro grupo dentro de la jerarquía social. Por ejemplo,
los poderosos suelen creer que merecen el éxito que
tienen y que los que no tienen poder se han acarreado
sus propios problemas.

La violencia estructural —con sus efectos perniciosos


en la salud- y la violencia simbólica -con su sutil
naturalización de la desigualdades en la granja, en
la clínica y en los medios- forman el nexo de vio-

24%
lencia y sufrimiento que produce el fenomeno del
trabajo migratorio en Norteamerica. Este libro tiene
la intencion de dar sentido a las vidas, el trabajo y el
sufrimiento de los trabajadores triquis migrantes en
México y Estados Unidos amparado en estos concep-
tos. De un modo más amplio, emplea una antropolo-
gía encarnada y crítica para confrontar las maneras
por las que cierta clase de personas es considerada
irrelevante o se considera menos humana.

25%
CAPITULO 3

Segregacion en la granja
agrícola!!!

Jerarquías étnicas en el trabajo


El Skagit Valley

En el otoño de 2002 visité el noroeste del estado de


Washington para sondear las posibilidades de hacer
investigación de campo con trabajadores agrícolas
migrantes en la zona. Al conducir hacia el norte,
desde Seattle al Skagit Valley, me impresionó la be-
lleza del paisaje. El largo río Skagit fluye hacia el oeste
desde los picos cubiertos de nieve del Parque Nacional
de las Cascadas del Norte hasta el estrecho de Puget,
en el océano Pacífico, recorriendo algunas de las vistas
más pintorescas de Norteamérica. El río fluye a medio
camino entre Seattle, Washington, Vancouver y la Co-
lumbia Británica, a casi una hora y media en coche
entre cada punto. El valle es un conjunto de campos de
bayas, huertos de manzana y árboles verde oscuro de
hoja perenne, común en el noroeste lluvioso del Pací-
fico, con plantaciones casuales de tulipanes de colores
brillantes o superficies de lodo pardusco, que yacen
baldías. El condado de Skagit enlaza, con dificultad,
pueblos madereros, río arriba de las montañas, como
Concrete; ciudades pequeñas con vías férreas al pie de
la montaña, como Burlington; pueblos agrícolas de te-
rrenos inundables, como Bow, en las llanuras; pueblos
costeros pudientes, como La Conner, en la desembo-
cadura del río; y reservaciones de nativos americanos,
como Lumi Island. La zona se conoce más por su Fes-
25%
tival del Tulipan de cada primavera, aunque tambien
recibe muchos visitantes que frecuentemente apoyan
al Skagit Valley Casino, dirigido por la Upper Skagit
Indian Tribe, y sacan partido de las muchas rutas de
senderismo. Cuando era niño, en el este de Washing-
ton, la parte noroeste del estado aparecía en mi ima-
ginación como un lugar de tierra de labranza idílica,
con vistas de picos montañosos e islas en el estrecho
de Puget.

Como llegué a descubrir durante mi primera visita al


condado de Skagit, la mayor parte de la agricultura se
localiza en los terrenos inundables, planos y bajos del
río Skagit. Esta tierra está protegida de las mareas del
estrecho de Puget por un dique lodoso y herboso de
aproximadamente metro y medio de altura, que curva
apaciblemente a lo largo de la franja donde se encuen-
tran el valle y la bahía. El sendero lodoso y ancho
sobre el dique tiene algunas de las vistas a 360 grados
más impresionantes que haya visto. Al oeste, el sol se
pone entre las islas San Juan. Las montañas costeras
de Washington y la Columbia Británica están al norte.
Al este se erige el volcán Mount Baker, cubierto por un
glaciar y rodeado por otras montañas nevadas. Al sur,
se esparcen grandes graneros dilapidados de madera
entre campos entramados de mosaicos de bayas y tu-
lipanes. Uno también puede advertir, a la distancia,
los gases de escape flotando sobre el océano cerca de
una fábrica de papel.

El valle está conformado por diversos pueblos a la


largo de la autopista Interestatal 5, con encantadores
centros de piedra y madera de principios de siglo, ro-
deados de pequeños centros comerciales en constante

25%
expansion, edificios de departamentos y desarrollos
de viviendas. Los hogares de la elite local disfrutan de
vistas magnificas de las cimas de las colinas arboladas
y del litoral a la orilla del valle. La mayoria de la tierra
ocupada por los pequenos centros comerciales, nada
inspiradores, fue campo de bayas o flores a finales de
la decada de 1990 o principios de 2000. En el valle,
es comun escuchar historias desgarradoras del dificil
estado de la agricultura familiar en Estados Unidos.
Historias como la de la granja lechera del vecino Ben-
son, que cerró después de cinco generaciones porque
no podía competir con la agroindustria corporativa
en el medio oeste después de los cambios recientes en
la política federal; los campos de bayas del granjero
Johnson, que fueron cerrados después de casi un siglo
debido a la competencia creciente con China y Chile;
y la vergúenza del agricultor Christensen al vender
su tierra a los constructores de un nuevo Wal-Mart,
después de que su familia había sembrado manzanas
desde que llegaron de Escandinavia. En el valle es muy
común una calcomanía en la defensa del coche que vi-
tupera contra este fenómeno: “Salva las tierras de cul-
tivo de Skagit, el pavimento es para siempre”. La tierra
agrícola que aún queda es ocupada por diversas gran-
jas familiares, relativamente pequeñas comparadas
con la mayoría de la agroindustria estadounidense.

Trabajadores agricolas migrantes en el


Skagit Valley

En el transcurso de mi trabajo de campo descubri, el


Skagit Valley es un sitio de importancia en los múlti-
ples circuitos transnacionales de los jornaleros mexi-
canos (Besserer, 2004; Hirsch, 2003; Kearney, 1998, y

25%
Rouse, 2002), que incluyen a los indigenas triquis y a
los mixtecos del estado mexicano de Oaxaca. Algunos
miles migran aqui en la estacion de cosecha de bayas
y manzanas, y en primavera para el corte de tulipan.
Viven varios meses en chozas ocupadas ilegalmente,
hechas de carton, laminas de plastico y carros des-
compuestos, o en los campos de trabajo propiedad de
los dueños, a menudo no lejos de las casas de varios
niveles de la clase alta local, con vistas pintorescas
del valle. Los campos de migrantes parecen coberti-
zos de herramientas con techos de lámina oxidada
alineados a no más de un metro de distancia el uno
del otro, o largas filas de “pequeños gallineros” -que
fue con lo que los confundió un agente desarrollador
de viviendas-. En el campo de trabajo donde llegué a
vivir, las paredes de triplay están cubiertas en algunas
partes por pintura rosa y café, descascarada. No hay
aislamiento y el viento sopla con facilidad a través de
hoyos y grietas, en especial durante la noche. Cada
unidad está a unos treinta centímetros por encima
del suelo y tiene dos pequeñas ventanas a un lado, al-
gunas de ellas rotas, la mayoría cubiertas con pedazos
de viejas cajas de cartón. A menudo, el suelo alrededor
de los campos es un lodazal o una tormenta de polvo
que espera ser alborotada por el coche que pasa. Du-
rante los días de verano, los techos de lámina oxidada
hacen que las unidades parezcan un horno, que sobre-
pasa los 37 grados. En la noche, el aire es húmedo y
frío y la temperatura baja hasta O grados durante la es-
tación de bayas en el otoño.

Campamento de trabajo en un campo de cultivo

26%
Foto: Seth M. Holmes.

Durante la primera y ultima fases de mi trabajo de


campo viví en una unidad de 3 por 3,6 metros, que
la granja llama cabina, en medio del campo de tra-
bajo más grande de la granja. Sería más apropiado
llamarla “barraca”. Normalmente, una barraca de este
tamaño es compartida por al menos una familia. La
mía contaba con un colchón viejo y humedecido, con
manchas de herrumbre de los resortes; un minúsculo
lavabo con agua color óxido y mangueras separadas
para la fría y la caliente; un viejo y maloliente refri-
gerador; y una estufa de gas de dos hornillas como las
que se usan para acampar. Compartíamos los baños y
las duchas que estaban en unos edificios grandes de
madera prensada, separados, con pisos de concreto.
Barracas como éstas, donde miles de trabajadores y
sus familias viven en el condado, están ocultas de la
vista pública, en complejos detrás de plantaciones de
árboles de la compañía o detrás de otros edificios de la
granja.

La Granja Tanaka Brothers


La Granja Tanaka Brothers es la más grande en el
Skagit Valley; emplea aproximadamente a quinien-
tas personas durante la temporada de recolección -
finales de mayo, principios de noviembre-. En el ve-

26%
rano, el empleo mengua a mas o menos cincuenta
trabajadores. Los duenos y administradores de esta
granja familiar son la tercera generación de japoneses
estadounidenses. La generación de sus padres perdió
la mitad de sus tierras durante el internamiento en
la década de 1940. Fueron internados de repente y
cientos de acres en la zona de Bainbridge Islan, cerca
de Seattle, fueron decomisados por el gobierno. El
lado de la familia en el Skagit Valley tuvo tiempo de
confiarle su granja a una familia estadounidense an-
glosajona con quien mantenía una amistad y de este
modo evitó la misma suerte. Actualmente, la granja
es famosa por sus fresas, muchas son de la “variedad
noroeste”, cultivadas por el padre de los que ahora
dirigen la granja. El negocio se administra de manera
vertical e incorpora todo: desde un vivero de semi-
llas y plantas hasta la producción de bayas y fruta,
sin mencionar la planta procesadora. Sin embargo, la
mayoría de la fruta y bayas producidas en la granja
se vende con la etiqueta de grandes negocios, de com-
pañías de bayas como Driscoll, o compañías lecheras
como Háagen-Dazs. La granja tiene varios cientos de
hectáreas, la mayor parte de la tierra es visible por el
oeste del valle, cuando uno conduce por la autopista
Interestatal 5. Casi toda la tierra esta dividida en sur-
cos extensos de matas de fresa, aunque una extensión
considerable está dedicada al cultivo de frambuesas y
manzanas, al igual que a los muy conocidos aránda-
nos orgánicos.

Al pie de la colina boscosa, contiguo a uno de los culti-


vos de arándanos en la Christensen Road, yace el cam-
pamento de trabajadores migrantes más grande de
la granja: alberga cada verano unos 250 trabajadores,
26%
hombres, mujeres y sus familias. Esta conformado
por barracas de madera prensada sin aislamiento, sin
calefaccion y sin revestimiento de madera debajo del
techo de chapa. Un poco mas adelante, en Christensen
Heights Road, hay un conjunto de cinco hermosas
casas algo grandes y parcialmente escondidas por
arboles, con ventanas de piso a techo que capturan la
vista panoramica del valle pintoresco. Los otros dos
campamentos estan algo escondidos detras de la gran
planta procesadora de concreto del tamano de un al-
macen y de las oficinas centrales de la granja. El cam-
pamento más cercano a la calle alberga aproximada-
mente cincuenta empleados todo el año, está aislado
y cuenta con calefacción, además de tener un revesti-
miento de madera debajo de los techos de chapa. Casi
cien trabajadores y sus familias ocupan en el verano el
otro campamento, ubicado a unos cuantos cientos de
metros de la calle. Las barracas en este último tienen
un revestimiento de madera debajo de los techos de
lámina y aislamiento, pero no calefacción. En diago-
nal al otro lado de dos de los campamentos de trabajo
y de la planta procesadora de concreto, están las casas
de algunos de los miembros de la familia Tanaka. La
más visible desde la calle principal es una casa de la-
drillo de un piso, detrás de una larga cerca de madera
blanca, reminiscencia de una pequeña casa de planta-
ción Jeffersoniana. Hay una escuela primaria pública
justo al otro lado de la entrada principal de los dos
campamentos de trabajo más pequeños.

La granja Tanaka se anuncia a sí misma como “un


negocio familiar que abarca cuatro generaciones con
más de 85 años de experiencia en la pequeña indus-
tria de la fruta”. La meta comercial de la granja es
26%
producir fruta de alta calidad y venderla con afan de
lucro. Se especializa en bayas con un alto contenido de
sabor, que se venden para usarse en productos lácteos
(helados, yogures, etc.) y usan poco o nada de conser-
vantes, sabores o colores artificiales. Su fresa de la va-
riedad noroeste es totalmente roja, con una increíble
cantidad de sabroso jugo y una vida útil de minutos,
distinta de las fresas para el mercado de productos
frescos de la “variedad californiana”, que se venden
en tiendas de comestibles, son blancas en el centro,
el sabor de su jugo es menos intenso y tienen una
utilidad de vida mucho más larga. Diversos campos de
la granja Tanaka producen arándanos orgánicos, que
se manejan en forma conjunta con una productora
grande de comida orgánica, que a su vez los comer-
cializa a través de su marca. Desde una perspectiva
práctica, los empleados en la planta agrícola, cre-
cen, cosechan, procesan, empacan y venden las bayas,
manteniendo los objetivos explícitos de la compañía.

Desde una perspectiva más sutil, la estructura del tra-


bajo agrícola es inherente a una segregación compleja
e íntima, a una “opresión conjugada” (Bourgois, 1995;
Holmes, 2006a, 2006b). Philippe Bourgois acuña este
término en su análisis de una plantación bananera
en Centroamérica, para mostrar que la etnicidad y la
clase trabajan juntas para producir una opresión ex-
periencial y materialmente diferente de la producida
por cualquiera de las dos por sí solas.

Jerarquía laboral en la granja

27%
Ezcutivos
ds bganp
(10)

G erente
de cosecha

It
Superv bo res

(10)

Asblentes
adn n strat vos
(10)

: Trabajdores
de
: cam po por hora
; (60)

Trabapdores
de
cam po por contrato
(300)

Las líneas indican supervisión directa; las punteadas, supervisión menos formal.
Elaboración: Seth M. Holmes

Después de mis primeras semanas de vivir en un cam-


pamento de migrantes y de recolectar bayas, comencé
a darme cuenta de la estructuración intrincada del
trabajo de la granja en una jerarquía compleja. En el
caso de la agricultura estadounidense contemporá-
nea, las principales líneas de las fallas del poder tienen
mucho que ver con las categorías de etnia, clase y ciu-
dadanía. La estructura del trabajo en la granja Tanaka
está determinada por las asimetrías en la sociedad en
general -en concreto la etnia, la clase y la ciudadanía
y refuerza esas desigualdades mayores. El conjunto
del trabajo agrícola como un todo involucra a varios
cientos de trabajadores que ocupan posiciones distin-
tas, desde el dueño, la recepcionista, el gerente del
campamento, hasta el conductor del tractor, el ins-
pector y el piscador de bayas.

La gente en la granja a menudo describió la jerarquía


a través de metáforas verticales al señalar a aque-

27%
llos “abajo” o “arriba” de ellos, de “supervisar” o de
estar “hasta abajo”. Las responsabilidades, inquietu-
des, privilegios y experiencias de tiempo difieren de
arriba abajo en esta organización laboral. La metáfora
simbólica vertical también corresponde con el oculta-
miento o la visibilidad: los que están en el nivel más
alto son los más visibles desde el exterior de la granja
y los que están en el nivel más bajo, los que menos
se perciben. En consonancia con las metáforas verti-
cales utilizadas por aquellos en la granja, el resto de
este capítulo revela la estratificación social del trabajo
agrícola, que se desplaza de “arriba” hacia “abajo”.

Ejecutivos de la granja
Hoy en día, la tercera generación de hermanos Tanaka
forma la mayor parte de ejecutivos de la granja; el
resto son profesionales estadounidenses anglosajo-
nes contratados de otros negocios agrícolas. Su preo-
cupación primordial es la supervivencia de la granja
en un panorama sombrío donde la competencia en
la agroindustria es cada vez más corporativa, hay ex-
pansión de los límites urbanos y una globalización
económica injusta.

Alo largo de mi trabajo de campo muchos de mis ami-


gos y familiares, que me visitaron brevemente, cul-
paron a la administración de la granja por las pobres
condiciones laborales y de vivienda de los piscadores
de bayas. Sin pensarlo dos veces dieron por sentado
que los productores podían rectificar fácilmente la
situación. Esta suposición se apoya en otros artícu-
los sobre trabajadores agrícolas, la mayoría describe
los detalles de las vidas de los piscadores, pero no
incluyen las experiencias de los productores (With
27%
These Hands, 1988, de Rothenberg, es una excepcion
destacada: incluye una densa descripcion etnografica
tanto de productores como de piscadores). Ignorar las
perspectivas de la administracion de la granja hace
suponer, de modo inadvertido, que los productores
son sumamente ricos, egoístas o despreocupados.

La cruda realidad y el incierto futuro de la granja


recuerdan con frecuencia que la situación es mucho
más compleja. El corporativismo de la agricultura
estadounidense y el crecimiento de mercados libres
internacionales exprimen a los productores de tal
manera que no pueden considerar un aumento nota-
ble del salario de los piscadores ni la mejoría de los
campos de trabajo sin llevar a la banca rota ala granja.
En otras palabras, muchos de los impactos más graves
al sufrimiento de los trabajadores agrícolas son es-
tructurales, muy pocos son los causados por agentes
individuales. En este caso, la violencia estructural es
ejercida por las reglas del mercado y posteriormente
canalizada por el racismo, clasismo, sexismo y el
prejuicio antiinmigrante, tanto en el ámbito interna-
cional como en el doméstico (Bourgois, 2001; Farmer,
1992, 1997, 1999). Sin embargo, la violencia estructu-
ral no es un fenómeno simple e indirecto, son sus es-
tructuras macrosociales y macroeconómicas las que
producen vulnerabilidad (Quesada, Hart y Bourgois,
2011) en cada nivel de la jerarquía de la granja.

La naturaleza estructural de la jerarquía laboral es


más evidente cuando se consideran las esperanzas y
los valores de los productores. Por lo general, los eje-
cutivos de la granja Tanaka tratan de ser éticos y
buenas personas. Desean lo mejor para ellos mismos,

27%
sus trabajadores y su comunidad. Quieren vivir có-
modamente, darles un buen trato a sus trabajadores y
dejar un legado para sus hijos y nietos. Su visión de
la sociedad es buena: incluye la agricultura familiar
y quieren ofrecer oportunidades de avance social a
favor de todos los individuos. Muchos de ellos están
involucrados en trabajo local sin fines de lucro para
lograr dichas esperanzas sociales. En diferentes eta-
pas de mi investigación, la mayoría quería saber mis
opiniones sobre cómo podrían mejorarse los campos
de trabajo para los trabajadores. Después de la huelga
de los piscadores -descrita en el capitulo 6-, donde
salió a la luz el trato racista explícito hacia ellos en los
campos, los productores estaban bastante sorpren-
didos y enojados. Instruyeron inmediatamente a los
gerentes de cosecha difundir el mensaje de que todos
los trabajadores deberían ser tratados con respeto. Por
supuesto, los ejecutivos comparten algo de complici-
dad con el sistema injusto y algunos son activamente
más racistas y xenófobos que otros. Sin embargo,
quizá en lugar de culpar solo a los productores, es más
apropiado entenderlos como seres humanos que tra-
tan de hacer las cosas lo mejor que pueden en medio
de un sistema hostil e injusto.

El actual presidente de la granja, John Tanaka, de


cincuenta años y pico, es el segundo de los herma-
nos mayores. Creció en la granja y, al graduarse de la
universidad, se enroló en el ejército. Después de servir
como oficial militar durante veintiséis años, regresó
a la granja y se convirtió en su presidente. Tiene la
tendencia a hablar rápido y la postura recta de un ofi-
cial, al igual que la habilidad -que uno esperaría de
un líder político- para manejar conversaciones sobre
28%
temas controversiales. Como presidente, uno de sus
papeles es ayudar a promover una visión positiva de
la granja en la comunidad local. Para lograr este obje-
tivo, encabeza una organización sin fines de lucro que
protege las tierras de cultivo, se reúne regularmente
con diversos grupos de la comunidad y hace poco se
postuló para el Consejo del Condado. No obstante, su
papel primordial es supervisar todas las operaciones
de la granja para asegurar su rentabilidad.

Conocí a John Tanaka en mi primer viaje al Skagit


Valley, cuando contemplaba la posibilidad de hacer
investigación de campo de tiempo completo con los
trabajadores triquis migrantes de la zona. Después de
volar a Seattle, conduje hacia el norte por la autopista
Interestatal 5 y llegué al hermoso valle agrícola, al
hogar actual de mi vecina de la infancia. Esta mujer,
de treinta y tantos años, creció en la casa que estaba
junto a la mía en el este de Washington y asistió a
las mismas secundaria, preparatoria e iglesia que yo.
Su primer trabajo después de graduarse de la uni-
versidad y del seminario fue como pastora de una
iglesia metodista en el condado de Skagit. Durante la
semana que me quedé con ella y su esposo me dijo
que la granja principal, con jornaleros triquis migran-
tes, era la Tanaka Brothers Farm. El domingo asistí
a su servicio litúrgico, donde me presentó a John y
a su esposa y le hizo saber de mi interés en llevar a
cabo trabajo de campo antropológico en la zona, re-
lacionado con los jornaleros migrantes, las relaciones
étnicas y la salud. Su esposa y él fueron amables y se
quedaron intrigados por la idea. Al día siguiente, me
reuní con él a las 5:30 de la mañana en su oficina, en
la granja, para hablar sobre la posibilidad de vivir en
28%
el campo de trabajo donde vivia la mayoria de las fa-
milias triquis, y de cosechar bayas durante el verano.
John dijo que le interesaría aprender más sobre los
trabajadores indígenas oaxaqueños migrantes, ya que
solo recientemente se había enterado de la distinción
entre mexicanos “normales” (como la mayoría de per-
sonas en el área se refiere a los mexicanos mestizos)
y mexicanos indígenas. Nos mantuvimos en contacto
el resto de la primavera y me mudé al campo de tra-
bajo a principios de junio.

El clima, el ritmo de crecimiento de las plantas, las


reuniones con grupos comunitarios, las horas de los
mercados de bayas y el estado actual de la fuerza la-
boral en la granja influyen en la agenda de trabajo de
John. Por lo regular comienza sus días de labor antes
de las 6 de la mañana, toma un descanso a mediodía
para ejercitarse en un gimnasio cercano o almorzar
con su esposa y regresa al trabajo hasta el final de la
tarde. Trabaja siete días a la semana en la granja, ex-
cepto en el invierno, que es cuando labora en el vivero
afiliado en California donde, me explicó, las granjas
están obligadas a pagar horas extras si alguien tra-
baja más de seis días a la semana. En Washington no
existe una ley así. John pasa la mayoría de su tiempo
en la oficina detrás de su escritorio, aunque visita las
campos de vez en cuando para ver cómo van las cosas
y hacer acto de presencia. Dice que a los trabajadores
les gusta verle visitar los campos. Sus preocupaciones
cotidianas orbitan alrededor de cosas como rentabi-
lidad, gastos relacionados con el clima, la actividad
de las aves, el precio del mercado y mantener a las
cuadrillas de trabajo. Durante varias conversaciones,
John me habló sobre las dificultades de dirigir todas
28%
las variables en juego dentro de los negocios de la
granja. Sentado detrás de su escritorio en su oficina
privada, en el tráiler que funciona como la sede de la
granja, John explica en detalle algunas de las dificulta-
des de administrar una granja familiar:

Es diferente a otros negocios, donde lo haces crecer y


después lo vendes o alcanzas cierto nivel de ganancia
con el que estás conforme. A nuestro negocio lo hace-
mos crecer para la próxima generación. Lo que signi-
fica que cuando me jubile no podré tomar dólares de
la compañía, porque dejaría a la próxima generación
con un gran hueco. Sabemos eso y en eso nos enfoca-
mos.

Durante mi segundo verano en el Skagit Valley, John


aceptó tener una entrevista con varios residentes
interesados del área, que se acordó con una organiza-
ción local sin fines de lucro que trabaja con jornale-
ros migrantes. La conversación se llevó a cabo en una
sala de conferencias del segundo piso de la planta de
procesamiento de la granja, que tiene un gran ven-
tanal con vista hacia los trabajadores con delantales
amarillos de plástico y gorras de red, en la cadena de
producción. John contestó preguntas de unas veinte
personas, en su mayoría blancos, y las respuestas se
tradujeron al español para los dos residentes hispano-
parlantes del área, que asistieron. Esa vez, John res-
pondió a preguntas sobre los asuntos principales que
enfrenta la granja.

John: A nivel administrativo, nuestro reto es man-


tener nuestro porcentaje razonable del mercado (...)
La diferencia es que en Carolina del Sur tienen un
salario mínimo federal de 5,75 dólares la hora. En

28%
Washington le pago a un piscador 7,16 dolares: el
salario minimo del estado, compitiendo en el mismo
mercado. Esa es una diferencia enorme. Y el reto
mas grande es, probablemente, la competencia ex-
tranjera. Por ejemplo: China podria tomar una fresa
y traerla a San Francisco y entregarla al restaurante
a un costo mas barato que el nuestro. Y mucho mas
barato a Japon. Pagamos 7.16 dolares la hora. En la
mayoria de paises de los que estamos hablando aqui
(China o Chile o cualquier otro), jno pagan esa canti-
dad al dia!
Ahora, al otro lado está el asunto laboral. Ése es,
probablemente, el próximo asunto más grande que
enfrenta la agricultura. En este momento —hoy-, nos
sentimos cómodos con las fuerzas laborales que te-
nemos y que pensamos que están a nuestra disposi-
ción. Pero, si miramos hacia el futuro, eso ya va a
ser un problema. Actualmente estamos viendo que o
encontramos una manera de hacer lo que hacemos
ahora, pero con máquinas, o hallamos el tipo correcto
de mercado que pueda seguir proveyéndonos de la
fuerza laboral que vamos a necesitar para cosechar
nuestras plantaciones.
Es un asunto multidimensional: la primera genera-
ción llega y está dispuesta a trabajar en los campos.
Pero la próxima generación se educa aquí y no creo
que tenga fervor por los campos. Al tener acceso a
la educación y a otras oportunidades, hacen otras
cosas, que está bien. Nuestra familia hizo lo mismo.
En los cuarentas se veían indígenas canadienses, his-
panos, no de México, sí de la parte este de Washing-
ton y Oregon, California, Texas. Ésa fue la primera
parte. Después vimos a los camboyanos, los vietna-

29%
mitas. Despues comenzamos a ver la migracion de los
hispanos de Mexico. Y despues de mas lejos. Salieron
del estado de Oaxaca, de donde vienen muchos de
ellos ahora. Se ve esa misma tendencia generacional:
la primera trabaja en los campos, muchos se quedan
contigo; la siguiente, solo algunos se quedan contigo;
otros más se educan y hacen cosas. Se cree que una vez
que un grupo en particular pasa por tres generacio-
nes, deja la agricultura, a menos que sean los dueños
de la granja y la administren ellos mismos.

John reconoce que las condiciones de trabajo y de vida

res provienen de las poblaciones más vulnerables, sin


que importe una época en concreto. Conforme cada
grupo avanza social y económicamente, otro grupo
más explotado y oprimido toma su lugar. Durante mi
trabajo de campo, los niños de los migrantes triquis
aprendían inglés en la escuela y tenían la esperanza de
encontrar otro tipo de trabajo, aunque hay muy pocas
opciones disponibles para ellos, en gran medida de-
bido al prejuicio y a las jerarquías étnicas que existen
en Estados Unidos. De alguna manera, esta narrativa
de sucesión étnica sirve para justificar la situación di-
fícil del grupo actualmente en la posición más baja de
la jerarquía. Es decir, parece fomentar la percepción
de que está bien que ciertas personas estén sufriendo
por las condiciones pobres de trabajo y de vida en este
momento, porque otros grupos tuvieron que sopor-
tar esas condiciones en el pasado. Algunos individuos
perciben esto como una historia de la evolución natu-
ral.

29%
El hermano mas joven de John, Rob Tanaka, es el
responsable de la produccion agricola directa de la
grarya. Rob es un hombre alto, de barba, con una per-
sonalidad gentil y amable. Planea todo desde la siem-
bra hasta la cosecha y supervisa alos que están a cargo
de cada cultivo. Su oficina está ubicada en una casa
pequeña en medio de los campos de bayas, a varios
kilómetros de las oficinas principales. Durante varias
conversaciones en el pequeño vestíbulo en el edificio
de oficinas principal, Rob me describe sus ansiedades
relacionadas con el trabajo. Sus inquietudes primor-
diales que tienen que ver directamente con la agricul-
tura: clima, insectos y pájaros, la calidad de la tierra, el
trabajo; aunque también se preocupa de la competen-
cia y la sobrevivencia de la granja.

Seth: ¿Qué cosas podrían causar más problemas?


Rob: El trabajo. Podemos cultivar la mejor cosecha de
todas, pero si no contamos con la gente para recolec-
tarla, estamos bastante perdidos. También el clima.
Hay inundaciones, bajas temperaturas. Una helada
mata los brotes en crecimiento, así que puedes perder
entre 5 y 40% de tu cultivo. Y en cierto modo, los
asuntos regulatorios que cambian las prácticas por lo
general eliminan la ventaja competitiva y ésta se va
para alguien más.
También el crecimiento urbano. Habrá peleas por
preservar la agricultura si eso es lo que uno quiere.
Si tenemos previsto cultivar y trasmitirlo, y de re-
pente tenemos todos estos edificios que se están cons-
truyendo, estaríamos: “Oh, espera un minuto, pensé
que íbamos a seguir cultivando durante otros cien
años en el valle”. Donde sea que esté el límite del
crecimiento, la persona al otro lado de la cerca solo
29%
está esperando para vender porque todo es economía.
¿Preferirías tener doscientos dólares o doscientos mil
dólares? ¿Cómo puede la agricultura competir con
eso? En especial ahora que los procesadores se han ido
y la producción se está yendo a países donde se hace
más barata. Los costos se han incrementado en todo,
los precios se mantienen más o menos igual. Antes,
todas las compañías estaban separadas: el vivero, la
granja, el procesador, el intermediario. Ahora hace-
mos todo internamente, con la esperanza de que esto
nos ayude a sobrevivir.
Me preocupa mucho la expansión. Cada vez que deci-
dimos hacer algo más grande, es como: “¿Ah, quieres
crearte un dolor de cabeza y hacerlo más grande?”
“¡Estás seguro?” [risas]. Estamos tratando de ver
hacia el futuro por nuestros hijos, la siguiente gene-
ración y el futuro de la comunidad.
En este momento, el cultivo en crecimiento es el arán-
dano, que ganó popularidad a través de una cam-
paña de marketing bastante buena. Los beneficios en
la salud de los arándanos realmente despegaron en
los últimos diez años. Si no fuera por eso, estaríamos
perjudicados.
Seth: ¿Algunos de sus arándanos son orgánicos, no es
cierto?¿Como los del campo de trabajo 2?
Rob: Sí. Tratamos de repartir los riesgos. Redujimos
nuestro riesgo de deuda, pero entonces la ganancia
tampoco es tan buena. Con un poco de suerte, se
estabilizará en lugar de hacer esto [mueve sus manos
de arriba a bajo]. Y si botáramos todo lo demás, pro-
veería un ingreso constante, justo como comprar un
fondo de inversión bastante moderado versus especu-
lar con acciones de tecnología. Como si estuviéramos

29%
creando un portafolio de cosechas. Algunas presen-
tan mas riesgos que otras; es la misma cosa. Por
ejemplo, las manzanas, teniamos el plan de dejar de
cultivar 8 hectareas este ano, pero parece que vamos
a hacer algo de dinero, asi que...
Seth: Probablemente no [risas].
Rob: Sí.

En otra conversación, Rob me contó sobre una


reunión reciente de los ejecutivos de la granja para
discutir la idea de volverse una “excelente compañía”
o una “compañía de nivel cinco”. Me explicó que cada
vez que escuchaba la palabra excelente, oía: rentabi-
lidad para los accionistas. Entonces, se enojó y dijo:
“Ya somos una excelente compañía, lo que debemos
ser es una compañía buena”. Describió su frustración
con la granja porque cada vez se estaba haciendo más
burocrática y corporativista. Le gustaba más cuando
era un pequeño negocio familiar y “no tenía que pasar
las de Caín para escribir un cheque”. En otro mo-
mento me explicó sus objetivos con relación alos pis-
cadores: “Ser equitativos y congruentes. Sin uno de
estos elementos, nos falta una pierna para ponernos
de pie. Espero que sigamos en contacto con nuestra
comunidad, tanto migrante como fija. Espero que me
perciban como una persona justa”. Rob Tanaka está
ante una triple obligación: la necesidad de expandir
las operaciones para competir en el mercado, intentar
“mantenerse en contacto” con los piscadores y evitar
que la granja se vuelva otra agroindustria corporativa
eimpersonal.

Tom -un hombre magro y blanco, al final de sus


cuarenta- es otro de los ejecutivos. La familia Tanaka

30%
lo contrato para que ayudara a la granja a competir
dentro del pequeno mercado de fruta internacional.
Tiene una oficina en el trailer, como los otros ejecu-
tivos, aunque el se ha tomado la molestia de deco-
rarla mejor que los demas: con orgullo muestra una
pintura colorida de trabajadores chinos recolectando
fresas en China, uno de los paises contra los que debe
competir. Antes, Tom se encargaba del procesamiento
y del marketing de una productora grande de fresas
mexicana. En la granja Tanaka, su trabajo comienza
antes de que salga el sol, cuando llama a los competi-
dores y compradores potenciales en Polonia, China y
Chile. Mas tarde, puede hacer una pausa para reunirse
con amigos o comer fuera. Todos los dias intenta en-
contrar una ventaja competitiva al comprar fruta de
otras granjas para procesarla y despues venderla. Du-
rante varios meses, Tom me describio las desventajas
competitivas considerables de la granja en terminos
globales y domesticos.

Tom: En Oregón, Washington, está la tótem, lla-


mémosle la variedad del noroeste. En California, la
mejor ahora es la camarosa. California está en el
mercado fresco y en el de conservas. Ahí es donde
hacen mucho dinero. Conservas, rellenos, concentra-
dos de jugo, como las Pop-Tarts, jaleas, fresas con
edulcorantes y sustancias relacionadas con la ciencia
de la alimentación. La ciencia de la alimentación es
mi enemiga. No están usando una fresa con mucho
sabor. La Camarosa no tiene mucho sabor. Su centro
es blanco. Se disuelve fácilmente si la cocinas, pero
le agregan azúcar y agentes colorantes para sacarle
el máximo provecho. Así, cuando pruebas una Pop-
Tart, no estás probando una fresa sino su remi-
30%
niscencia. La variedad noroeste es para productos
lacteos. El mercado que persigo es del yogurt y el he-
lado, porque allí la fresa, en su estado natural, tiene
que sostener el producto. La variedad noroeste es to-
talmente roja. Así, si pruebas el helado de Háiagen-
Dazs, por ejemplo, vas a sentir que contiene vainilla,
crema, azúcar, fresa. Si compras uno de California,
encontrarás emulsionantes; podría haber 20 de ellos.
Seth: ¿Por qué la variedad noroeste no está tanto en el
mercado fresco?
Tom: Porque no puedes transportarla lejos; apenas
si puedes llevarla a Seattle. A nuestra propia planta
llegan ya goteando jugo. Las californianas, las trans-
porto de Oxnard cuarenta horas y llega en mejores
condiciones que cuando vemos nuestra fruta aquí en
la planta. La camarosa es el sueño del administrador.
Son duras como papas; duras como una roca. Com-
pito principalmente con Polonia porque su variedad
es la que más se acerca a lo que producimos aquí. Si
Polonia tiene una cosecha baja, traslado productos
a Francia para Háagen-Dazs, Europa. Chile y China
tienen una variedad más del tipo de la californiana.
El año pasado, introdujeron la tótem en China, así
que ésa es nuestra próxima gran amenaza.
Las desventajas competitivas que tenemos no son
solo noroeste versus California. En general, la indus-
tria de la fresa estadounidense tiene problemas. Nos
vemos forzados a hacer una trazabilidad total hasta
regresar a la granja y asegurarnos de que no esta-
mos fumigando en exceso. Mientras que en China
no hacen eso. No soy optimista con el futuro de la
fresa noroeste. Es cara. Por ejemplo, si le preguntas
a un productor aquí, te dirá que quiere cincuenta

30%
centavos por una libra en el campo. Puedo comprar
producto terminado transportado aqui desde China,
camarosa congelada grado A, por cuarenta centavos
la libra. Por eso le estan pagando a la gente de R&D
(investigacion y desarrollo) 80 mil dolares al ano
para sacarle el mayor provecho. Todo se reduce a la
economia. Asi que me aferro a una base de clientes
totalmente menguada. Un comprador de medio mi-
llón de libras se fue a principios de año. Se fue a Chile.
No lo culpo, las cosas son así. Solo espero que Háiagen-
Dazs siga comprando.

Los ejecutivos de la granja están ansiosos de asegurar


la supervivencia de la granja para las futuras genera-
ciones, a pesar de las tendencias económicas y agrí-
colas desoladoras. Trabajan días largos y se preocupan
de un sinnúmero de variables parcialmente bajo su
control e intentan dirigir un negocio ético que trata
más o menos bien a sus trabajadores. Tienen algún
grado de control sobre sus horarios. Hacen una pausa
cuando desean comer o hacer ejercicio, hablar por
teléfono o reunirse con un amigo. Tienen seguridad
financiera relativa y casas confortables y tranquilas,
con baños interiores privados y cocinas, aislamiento
y calefacción. Además, oficinas privadas con teléfono,
computadoras y empleados trabajando “bajo sus or-
denes”, como dicen ellos.

Asistentes administrativos

La mayoría delas asistentes administrativas son blan-


cas, con excepción de algunas ciudadanas estadouni-
denses de origen latino. Todas son mujeres. Trabajan
sentadas frente a sus escritorios en áreas abiertas,
sin privacidad. Están a cargo de la recepción, interac-
31%
tuando tanto con habitantes blancos de la zona, como
con gente de negocios y trabajadores agrícolas mexi-
canos.

Sally es la recepcionista detrás del escritorio que está


justo a la entrada. Es una mujer delgada, blanca,
de aproximadamente cuarenta años, con una sonrisa
casi permanente en su cara. Creció en el mismo pue-
blo donde se ubica la granja, vive con su esposo y sus
niños en una casa modesta. El escritorio de la recep-
ción solía dar hacia el lado apuesto del mostrador de
la entrada, de tal manera que cualquiera que llegara,
se aproximaba por la espalda de la recepcionista. Sally
intenta tratar bien, de un modo razonable, a los traba-
jadores, voltear el escritorio cuando llegó fue un paso
en esa dirección. Un año, ayudó a tramitar préstamos
para los trabajadores agrícolas mexicanos cuando la
fecha de recolección se retrasó y éstos vivían en sus
coches, esperando, sin dinero ni comida. Los jefes de
cuadrilla y los ejecutivos de la granja la reprenden a
veces por ser demasiado amable con los trabajado-
res. Le aconsejan que sea “más lacónica”, “rápida” y
“menos amistosa”. En algunas ocasiones siente que la
gente que está por “encima de ella” (en sus palabras)
le falta el respeto, que la tratan como a un “peón”. Se
queja conmigo de que a menudo le aconsejan sobre
su trabajo y le encomiendan labores sin la cortesía
común de un “por favor” o un “gracias”.

Samantha es una asistente administrativa bilingúe,


de cincuenta y pico de años, que fue contratada dos
veranos atrás para ayudar con los empleados que ha-
blan español. Antes de trabajar aquí, era una agente
de viajes especializada en España y Latinoamérica.

31%
Vive sola en una pequena parcela a varios kilometros
de distancia, con algunos animales de granja de su
propiedad. Su escritorio se ubica en el pasillo entre la
entrada principal y las oficinas privadas de los ejecu-
tivos. Se dio cuenta por primera vez de la diferencia
entre “mexicanos comunes” (como ella lo dice) y me-
xicanos indígenas durante su primer año en la granja
Tanaka. Durante nuestras interacciones, describe a
los indígenas mexicanos de Oaxaca como “sucios” y
“simples”, y que “no saben cómo usar una cuenta de
banco”.

María tiene treinta años, es una latina bilingiie de


Texas. Sus tatarabuelos llegaron a Estados Unidos
desde México. Vive en el campo de trabajo que fun-
ciona todo el año, con calefacción y aislamiento, el
que está ubicado cerca de la sede de la granja. Desem-
peña diversas funciones de mayo a noviembre, algu-
nas veces en la recepción con Sally, otras en la unidad
portátil donde los piscadores pueden hacer preguntas
y recoger correspondencia por las tardes. Los viernes
trabaja en la caseta de madera donde entregan los che-
ques de pago a los trabajadores que hacen una larga
fila. Sus primeros veranos en la granja, incluyendo el
verano cuando estuvo embarazada, recolectó bayas y
trabajó con un azadón. Después de cuatro años de tra-
bajar así, la ascendieron a un puesto de escritorio de-
bido principalmente a su capacidad de hablar inglés
con fluidez. Como Samantha, conoció por primera vez
indígenas mexicanos en la granja. Me explica sobre
su trabajo mientras estamos sentados en la unidad
portátil, en ocasiones la interrumpe un piscador que
busca su correo.

31%
Me llevo bien con la gente. Supongo que por eso he
estado en la oficina durante cinco años. Trato de ayu-
darles, como a este chavo que acaba de venir por lo
de sus tickets (papeles que indican cuánto recolecto).
Me puedo meter en problemas si hago algo con estos
tickets, porque no es mi trabajo. Pero lo hago porque
los entiendo. Yo comencé como ellos; comencé desde
abajo.
Esta temporada fue salvaje y ajetreada. La semana
pasada trabajé 108 horas. Tratando de obtener res-
puestas (para los piscadores); algunas veces para
conseguir una respuesta terminas yendo de un lado
al otro. Uno de los Tanaka sabe escuchar, es bastante
comprensivo y muy útil. Si tengo un problema, voy
directamente con él.

Las asistentes administrativas son responsables de


concluir tareas de los ejecutivos de la granja, ofrecer
una sonrisa a aquellos que vienen de fuera y dirigir es-
trictamente a los que pertenecen a la granja. Trabajan
seis o siete días a la semana en espacios cerrados, en
escritorios sin privacidad y con frecuencia contestan
las llamadas telefónicas que las distraen de sus otras
labores. Se preocupan del estado de ánimo y opinio-
nes de sus jefes. Reciben un salario mínimo, sin horas
extras, ya que la agricultura cae fuera de las leyes labo-
rales estadounidenses sobre este tema (Sakala, 1987).
Tienen recesos para almorzar y toman pausas para ir
al baño, siempre y cuando nadie solicite su ayuda di-
recta en ese momento.

Gerentes de cosecha

Están a cargo de todos los detalles que tienen que ver


con la producción eficiente de una cosecha específica,
31%
desde arar, sembrar y podar, hasta rociar, cosechar
y entregar el producto a la planta procesadora. Tie-
nen oficinas privadas en la casa de campo, entre los
campos de bayas y fresas, cerca del campo de trabajo
más grande en la calle rural Christensen Road; aun-
que pasan una buena parte de su tiempo caminando
por los campos, inspeccionando. Durante la cosecha
comienzan a las 5:00 de la mañana, siete días a la se-
mana, y terminan a primera hora de la tarde. Pueden
hacer una pausa cuando quieren, para comer, hacer
alguna diligencia o ir a casa. Los gerentes de cosecha
se preocupan de la capacidad de la maquinaria, los
efectos del tiempo en las cosechas y de la docilidad de
su fuerza de trabajo. Ejercen algo de control sobre el
salario que reciben los piscadores y tiene a su cargo di-
versos jefes de campo que hacen cumplir sus instruc-
ciones.

Jeff es un hombre blanco de treinta años, que recién


terminó sus estudios en comercialización agrícola en
la Universidad de California. Tiene a su cargo las fre-
sas y las bayas. Jeff me contó sobre su trabajo mien-
tras conducía su camioneta blanca pick-up, con dos
perros grandes en la parte trasera. Condujo hasta una
tienda de agricultura y compró unos desagies de
concreto grandes para los campos de bayas; luego, al
Costco, para comprar cortes de sirlon de primera, que
llevaría a una fiesta de su iglesia, donde los demás
también ponen algo para compartir. Me explicó las
varias tareas simultáneas que un gerente de cosecha
tiene que supervisar en los campos de frambuesas,
para ayudarme a entenderlas. El asunto que más le
causa ansiedad es tener varios jefes en una granja fa-
miliar, sin una cadena de mando estricta. También le
32%
preocupa el clima y las cuadrillas de cosecha. “Es lo
que es”, me dijo. “Algunas veces la gente se va y otras
cosecha. Se parece de alguna manera al clima, en reali-
dad no puedes predecirlo, ni tampoco tienes control
sobre él, pero por lo general todo sale bien”. Continuó,
“nuestros precios son justos, así que si una cuadrilla
se va (hace una huelga), simplemente decimos, “aquí
estaremos mañana”, y así es. Pueden regresar si quie-
ren”. Me contó que todas las personas que trabajan en
la maquinaria de la frambuesa son latinos de Texas,
mientras que todos los que cosechan arándanos son
“o-hacan” (oaxaqueños), aunque también me dijo que
no puede decir las diferencias. Esa semana, Jeff estaba
a la mitad de hacer el presupuesto para el próximo
año, tratando de predecir el rendimiento de la cose-
cha. Cada año hace una predicción basándose en el
conteo de brotes: por cada brote de fruta en el otoño,
espera siete bayas el siguiente verano, aunque una he-
lada podría reducir el tamaño de la fruta o matar com-
pletamente los brotes.

Scott es un hombre blanco, alto, delgado y de mediana


edad, que llegó a la granja Tanaka de una huerta más
grande de manzanas al este de Washington. Tiene
a su cargo las cosechas de manzana y fresa. Habló
conmigo en su oficina privada en la casa del campo,
también en los campos mientras yo recolectaba fresas
y él caminaba por ahí, hablaba con la gente y de vez
en cuando comía bayas. Me contó sobre el número de
trabajadores en la granja -aproximadamente quinien-
tos durante el verano y cincuenta en el invierno- y lo
que se hace en las diferentes estaciones. Sus preocu-
paciones principales se relacionan con el manejo de la
fuerza laboral, “que es bastante abrumador a veces”.
32%
La siguiente entrevista se llevo a cabo despues de una
breve huelga de piscadores de fresa a finales del ve-
rano.

Seth: ¿Qué cosas te preocupan como gerente de cose-


cha?
Scott: Muchas [risas]. Maldita sea, los cambios dia-
rios. Cuando se acerca la cosecha de la fresa, el incen-
tivo más grande es ver los campos que se empiezan a
llenar: “¿Voy a contar con los piscadores suficientes?”
La preocupación no es en realidad si tengo demasia-
dos, siempre es: ¿Tendré los suficientes? Cuando veo
que tenemos 300 individuos viviendo en los campos,
entonces todo comienza a tranquilizarse un poco. Se
pueden cosechar las fresas con 300 individuos, pero
con 350 mucho mejor. Si llegas a tener 400, entonces
te preocupas de tener demasiados. Ahora solo salen
y trabajan cuatro horas al día. Si tienes 400 indi-
viduos, terminas el campo bastante rápido. Así que
tratamos de mantener la cifra entre 350 y 400. Pue-
den ganar una suma de dinero bastante decente y
sentir que tuvieron un buen día de trabajo. Ganan un
sueldo y descansan bien para el próximo día. Si las
fresas van bien, de alguna manera todas las demás
cosechas se dan.
Pero no podríamos hacerlo sin la gente que llega y
lo hace por nosotros. La huelga que tuvimos este año
fue un gran problema. Era una preocupación. Desde
que trabajo aquí, he llegado a conocer a algunos Ta-
nakas. Quieren tratar a todos correctamente. Eso es
un gran incentivo para ellos. Así que cuando pasan
ese tipo de cosas, en realidad se detienen a mirar con
precisión qué es lo que está pasando. Casi siempre

32%
encuentras un Tanaka en el campo. Aun participan
activamente.
Seth: ;Es diferente eso de otras granjas donde has
estado?
Scott: Oh, sí. La granja que dirigía al este de Wa-
shington tenía 60 hectáreas. Solo veía al propietario
dos veces al año. Es un gran cambio llegar aquí y
ver al dueño de la granja, allá afuera trabajando
en el campo. Pienso que es bueno para la moral en
general. Esa es justamente la ética de trabajo de Ta-
naka. Son personas prácticas en verdad. Si tú estás
ahí afuera trabajando 14 horas, 7 días a la semana,
también ellos están, y, seguramente, trabajan más
que cualquier otro. Ves a John entrando a las 3 de la
madrugada y quizá se quede allí hasta las 7, 8, 9 de
la noche. Del amanecer a la oscuridad, esa es la natu-
raleza de la agricultura.
Se habla mucho hoy sobre la inmigración, la frontera
y cosas de ese estilo. Terminan gastando muchísimo
dinero para llegar aquí y trabajar. Pienso que de-
beríamos decirle a los políticos, aun cuando no sea
popular, o lo que sea, que realmente los necesitamos
para que trabajen aquí. Eso sería sensato.

Después de apagar mi grabadora, Scott pregunta si


tengo interés en cruzar la frontera con algunos traba-
jadores triquis. Primero me dice que debería obtener
un permiso del gobierno federal. Más tarde cambia
de parecer y dice que el problema con eso sería que
me pedirían toda la información sobre dónde crucé.
Tenía miedo de que, entonces, el gobierno cerrara esa
ruta y “no tendríamos más trabajadores”. Me explicó
que el 90% de los piscadores era, probablemente, in-
documentado.

33%
Los perfiles de los gerentes de cosecha ponen de re-
lieve algunos de los intentos practicos por parte de
la administracion de dirigir una granja etica y buena
en medio de condiciones dificiles. Al mismo tiempo,
es evidente que Scott esta preocupado por los efec-
tos directos de las politicas de inmigracion y de la
frontera sobre su fuerza de trabajo. Como muchos
granjeros que entreviste, sabe que la estructura actual
de la agricultura estadounidense seria imposible sin
los trabajadores migrantes latinoamericanos indocu-
mentados.

Supervisores

Varios supervisores, también llamados jefes de cua-


drilla, trabajan bajo las órdenes de un gerente de
cosecha. Cada uno está a cargo de una cuadrilla de
aproximadamente diez o veinte piscadores. Caminan
entre los surcos, inspeccionando y diciéndole a los
trabajadores que cosechen más rápido, sin dejar de-
trás demasiadas bayas, ni que entren muchas hojas
en las cubetas, ni que recolecten demasiadas libras de
bayas por cubeta. Los jefes de cuadrilla están cons-
tantemente bajo la supervisión de los gerentes de
cosecha, aunque pueden tomar pausas cortas para ir
al baño y a menudo conversan brevemente con sus
colegas. La mayoría de los jefes de cuadrilla son lati-
nos estadounidenses, pocos son ciudadanos blancos
estadounidenses o mestizos mexicanos y solo hay un
indígena mixteco oaxaqueño. Casi todos vive en el
campo de trabajo con aislamiento que opera todo el
año. Los jefes de las “cuadrillas mexicanas” (como las
llaman) trabajan fuera todo el día: caminan y supervi-
san, dan instrucciones y reprimen. La jefa de campo

33%
dela cuadrilla blanca local tiene su propia oficina en el
edificio principal de la granja, aunque pasa tiempo de
forma regular en los campos supervisando. Algunos
de los jefes de cuadrilla tratan con respeto a los pisca-
dores indígenas, otros los llaman de manera explícita
con nombres racistas y despectivos. El jefe de cuadri-
lla, a quien los piscadores acusan frecuentemente de
trato racista, tiene una hija, Bárbara, que trabaja tam-
bién como jefa de cuadrilla.

Bárbara es una latina bilingúe de Texas, de veinte años


y pico, que ha trabajado en la granja, en las cosechas,
durante once años. Asiste a la universidad en Texas
cada primavera y espera convertirse en profesora
de historia. Se enoja cuando otros jefes de cuadrilla
llaman a los oaxaqueños “pinche oaxaco” o “indio es-
túpido”. Durante una conversación me dijo que los oa-
xaqueños tienen miedo de quejarse o demandar me-
jores condiciones de trabajo porque no quieren perder
sus trabajos. Me explicó que una política de la granja
es que, si un jefe de cuadrilla despide a un piscador,
nunca nadie más puede volver a contratarlo. Me dijo:
“Es injusto. Pienso que debería haber un sistema de
salvaguardas y contramedidas. No se trata de una dic-
tadura”. Su familia aprendió inglés en Texas y en las
clases de inglés patrocinadas por la granja que se im-
parten cada noche después del trabajo. Los ejecutivos
de la granja tenían la intención de que las clases estu-
vieran abiertas para todos.

Otros en la granja creen que los cursos son para todos


los trabajadores, pero no para los piscadores. La exclu-
sión de los piscadores de las clases de inglés, extraofi-

33%
cial pero efectiva, refuerza la segregacion en la granja
de forma involuntaria.

Mateo es un mixteco de veintinueve anos, padre de


dos niños pequeños. Ha trabajado en la granja Tanaka
durante doce años y ha tomado clases de inglés ahí
mismo durante cinco. Su familia contaba con el sufi-
ciente dinero como para permitirleterminar la prepa-
ratoria en Oaxaca antes de emigrar. Habla su lengua
natal, el mixteco alto, con fluidez, además de español,
y es el único oaxaqueño en la granja que habla inglés.
También es el único con un trabajo que no sea de pis-
cador: supervisa a los piscadores en las cosechas de
fresa y arándano. Espera seguir estudiando inglés y
ser ascendido en la granja hasta que pueda “trabajar
con la mente en vez del cuerpo”. Mateo se preocupa
de las mujeres embarazadas en su cuadrilla, que cose-
chan durante días largos y duros en contacto directo
con plantas rociadas de pesticida. En una entrevista
me explicó que muchas dan a luz prematuramente
por las condiciones difíciles del trabajo. También se
preocupa del salario bajo de los piscadores. La paga
por la fresa ha incrementado solo unos cuantos cen-
tavos por libra desde la década pasada, y la paga por el
arándano ha decrecido en los últimos años.

Bárbara y Mateo expresaron su deseo de tratar a los


trabajadores bien, aun cuando las estructuras bajo
las que trabajan sean, como ellos mismos dicen, “in-
justas”. Algunos de los jefes de cuadrilla -—que según
rumores son descaradamente más racistas- no se in-
teresaron en que los entrevistara. La posición de
Mateo, como el único jefe de cuadrilla oaxaqueño,
pone en evidencia lo importante que es tener recursos

33%
para estudiar espanole ingles con el fin de tener movi-
lidad social y ocupacional.

Shelly es una mujer blanca, algo pequena, de cuarenta


y pico de años. Comenzó a trabajar en la cuadrilla de
recolección local cuando tenía siete años. Después de
la universidad, regresó para trabajar en la granja como
asistente de administración y luego se casó con Rob
Tanaka; ahora es la supervisora de las cuadrillas loca-
les de jóvenes blancos y de los supervisores. Para ella
la cuadrilla local cumple el propósito de inculcar el
valor de la agricultura en las familias de la zona y de
enseñar a los jóvenes blancos el respeto por la diversi-
dad. Por supuesto que las percepciones y los puntos de
vista de los piscadores y supervisores blancos son más
complicados, como se argumentará más adelante. En
su oficina, Shelly me dijo que extraña los días cuando
los mexicanos mestizos, a quienes llama “mexicanos
tradicionales”, constituían la mayoría de las cuadri-
llas de piscadores en la granja. En una ocasión, me dijo
que estaba “enojada” con los piscadores oaxaqueños
y los describió como “más sucios”, “menos respetuo-
sos”, “se ocupan menos de la comunidad, de la familia
y del trabajo”.

Como me di cuenta durante mi trabajo de campo, no


podía tomar las percepciones y descripciones inter-
étnicas al pie de la letra. Por supuesto, en un sentido
literal, los indígenas mexicanos son más sucios que
sus contrapartes los mestizos, sencillamente porque
trabajan recolectando fresas agachados sobre la tie-
rra, al contario de los mestizos que trabajan sentados
en una máquina para frambuesas o caminando a tra-
vés de los campos como jefes de cuadrilla (Cf. Orwell,

34%
1937. Se consideran otros significados de “suciedad”
en el capítulo 6). Nunca escuché o vi ninguna acción
irrespetuosa de parte de los trabajadores indígenas.
Sin embargo, la barrera del lenguaje dificultó que pu-
diera darme cuenta. Por un lado, Shelly no habla nada
de triqui o mixteco y su español es deficiente; por el
otro, los piscadores oaxaqueños no hablaban inglés y
muchos de ellos tampoco hablaban español con flui-
dez. Algunos de los jefes de cuadrilla de los piscadores
triquis contradicen directamente la idea de que los
triquis se involucren menos en su trabajo, y argumen-
tan que estos últimos desplazaron a los piscadores
mestizos y mixtecos en la granja porque trabajan
muy duro y rápido. Tomando en cuenta que los pis-
cadores triquis regularmente migran como familias
completas —yo asistí a numerosos bautizos familiares
y fiestas de cumpleaños triquis en los campos- y que
los mestizos tienden a migrar solos -dejando a sus fa-
milias en México-, la concepción de Shelly, que afirma
que los triquis se ocupan menos de su comunidad y
familia, la veo como una percepción errada. Por el
contrario, parece que la suciedad física del trabajo de
los piscadores indígenas se ha vinculado de un modo
simbólico a su carácter (Orwell, 1937). Al mismo
tiempo, la limitada posibilidad de relación entre
Shelly y los trabajadores indígenas debido a la ba-
rrera del lenguaje, se ha proyectado de un modo sim-
bólico sobre los mismos piscadores indígenas como
supuestas deficiencias del carácter (en el capítulo 6 se
amplía el debate sobre naturalización, normalización
y justificación de las jerarquías sociales en la granja).
Además de revelar la “segregación de facto” en la
granja (Bourgois, 1995; Stephen, 2007, acerca de las

34%
relaciones entre jerarquias etnicas en Mexico y Esta-
dos Unidos), los perfiles de los supervisores ejemplifi-
can el rango de respuestas a la diferencia etnica y de
clase en un sistema explotador.

Inspectores

Algunos jovenes blancos de la zona registran los tiem-


pos de entrada, salida y el peso de cada cubeta de
bayas entregada, en cada una de las tarjetas de trabajo
diario de los piscadores. El primer día que recolecté
bayas, llegué alas 5:10 de la mañana, pero el inspector
marcó mi tarjeta como si hubiera llegado a las 5:30.
Cada día que recolecté, me marcaron como si hubiera
llegado puntual o después -nunca antes- de la hora
que comencé a trabajar. Más adelante, ese verano,
uno de los supervisores me explicó que cada mañana
ellos les indican a los inspectores la hora específica
que deben marcar en todas las tarjetas. Esta estanda-
rización parece una simple medida para facilitarles el
proceso a los supervisores e inspectores. Sin embargo,
como piscador, me pareció injusta. También, al final
del día a los inspectores se les había indicado marcar
cierta hora en las tarjetas, a menudo, antes de que
la mayoría de los piscadores terminaran de trabajar.
Durante el día, los inspectores se aseguran de que las
bayas entregadas estén maduras y no podridas o que
tengan hojas. Se sientan o están de pie bajo la sombra
de parasoles o bajo el sol mientras conversan y ríen
entre ellos. Hablan inglés, con una que otra palabra
en español, al dirigirse a los piscadores. En ocasio-
nes, algunos lanzan imprecaciones en inglés —y quizá
hasta una baya- a los piscadores, quienes muchas
veces son lo suficientemente mayores como para ser

34%
sus padres. Algunos se refieren a los piscadores me-
xicanos como “cabezas grasosas” y hacen chistes que
los retratan conduciendo coches de suspensión baja,
aunque nunca vi a nadie con un coche así en ninguno
de los campos de trabajo o en los estacionamientos de
los campos de bayas. El siguiente extracto de nota de
campo grabada, describe las estaciones de inspección
durante uno de mis primeros días recolectando.

Había diferentes estaciones donde se pueden pesar


las bayas. La primera estación a la que fui tenía tres
inspectores y los tres eran lentos. No tenían mal genio
pero tampoco eran muy amables, simplemente eran
lentos y desorganizados, lo que me causaba frustra-
ción porque me robaban el tiempo que podría usar
para recolectar más libras (de bayas). Quizá no lo-
graría el peso mínimo de ese día por su lentitud.
Además, aun cuando mis bayas pesaron 28 libras,
me registraron 26. La próxima estación donde pesé
mis bayas, había alguien enseñándole a otro cómo
hacerlo: “Si ves más de 10 tallos verdes cuando ins-
peccionas las bayas, sácalos. Tira las bayas echadas
a perder. También tienes que inspeccionar las bayas
que están abajo, porque algunas veces tratan de es-
conder las malas”. Pensé: “No hay tiempo para escon-
der nada. ¡Sales y lo haces tan rápido como puedes!”
En el próximo sitio a donde fui, había una chica y un
chicano. El chicano no habló. Solo trasladó bayas de
un lado a otro, y la chica pesaba todo muy rápido.
Me gustó la rapidez de ambos. En el próximo lugar
adonde fui, me parecieron groseros con la gente, tira-
ban las bayas de una manera irrespetuosa. Las lan-
zaban mirando a las personas y diciendo: “¡No!”, sin
hablar el español suficiente para poder explicar qué
34%
querían decir con “no” y después solo se negaban a
pesar las cubetas de bayas.

Durante mi segundo verano en la granja, una estu-


diante de universidad blanca se me acercó y me dijo:
“Escuché que estás escribiendo un libro”. Laura creció
en la zona y trabajaba asignando piscadores a los
surcos y verificandolas tarjetas de identificación. Es-
tudiaba español en la universidad en Seattle y disfru-
taba hablar con los piscadores y aprender sobre ellos.
Estaba frustrada con la manera cómo su supervisora,
Shelly, trataba a los piscadores. Laura me explicó:
“Una vez íbamos caminando de regreso hacia los co-
ches, una chica estaba conversando con uno de los
piscadores, practicando su español. No sé si estaban
hablando realmente entre ellos, pero Shelly le dijo algo
como que no quería que ella hablara con los piscado-
res. Era como si no les tuviera confianza. Se abruma
bastante. Me sorprendí y me pregunté: ¿Por qué no
quiere que hablemos con ellos?”.

Supervisora joven blanca con piscadores


mexicanos

Foto: Seth M. Holmes.

Aunque la administración de la granja incluyendo a


Shelly, quien supervisa a las cuadrillas de inspección

35%
y de recoleccion blancas- ve el empleo de los inspec-
tores jovenes blancos como un desarrollo de valores
positivos hacia la agricultura y la diversidad en el
valle, los inspectores tambien aprenden que merecen
tener poder sobre los mexicanos, hasta sobre los que
podrían ser sus pares o abuelos por su edad. Los jóve-
nes ganan el salario mínimo y se les permite hablar,
además de estar sentados la mayoría del tiempo; los
piscadores tienen que flexionarse constantemente y
trabajar tan rápido como puedan para mantener sus
empleos. A los inspectores blancos se les ha otorgado
el poder con respecto a las libras que marcan en las
tarjetas de los piscadores. Observé que la mayoría de
las veces los inspectores marcan menos peso de lo que
señala la báscula. En numerosas ocasiones durante mi
trabajo de campo oí que algunos supervisores les de-
cían a los inspectores que los jornaleros no deberían
recolectar más de treinta libras de bayas por cubeta.
Los supervisores señalaron que más peso dañaría
las bayas. Asimismo, manifestaron que los piscado-
res tratarían de “salirse con la suya” y poner más
bayas por cubeta porque son “flojos”. Por supuesto
que no había manera de estimar con precisión cuánto
pesarían las bayas en mi cubeta. Y cosechar fresas
me pareció muchas otras cosas pero no una labor de
flojos. A los inspectores también se les permite tra-
tar a los piscadores como personas que no merecen
respeto igualitario. Esto sirve para afinar más la lente
a través de la cual la violencia simbólica, la natura-
lización de la desigualdad, se lleva a cabo (Bourdieu,
1997). Además, Laura señaló que la administración de
la granja algunas veces interviene directamente para

35%
mantener las posiciones laborales y las etnicidades
Segregadas.

Trabajadores de campo por hora

Varios grupos pequenos de trabajadores de campo


ganan un salario minimo por hora. Todos viven en los
campos de trabajo con techos de chapa recubiertos de
madera, pero sin calefacción o aislamiento. Trabajan
siete días a la semana desde las 5 de la mañana apro-
ximadamente hasta el atardecer. Alrededor de una
docena de hombres, la mayoría mestizos mexicanos y
algunos mixtecos oaxaqueños, manejan los tractores
que van de los campos a la planta de procesamiento
y viceversa. Los tractores acarrean pilas de recipien-
tes de bayas de varios pies de alto y los conductores
están expuestos al sol directo y a la lluvia todo el día.
Además, pequeños grupos de hombres y mujeres, casi
todos mestizos mexicanos y un puñado de mixtecos,
trabajan en otras labores, desde atar las nuevas plan-
tas de frambuesa hasta cubrir los arbustos de arán-
dano con plástico, desde rociar pesticidas químicos o
de vinagre concentrado (para los cultivos orgánicos)
hasta usar azadones entre los surcos de las plantas.

Treinta y pico de piscadores de frambuesa trabajan


de doce a dieciocho horas al día, siete días a la se-
mana, durante un mes aproximadamente. Dos o tres
personas trabajan en cada cosechadora de frambuesa,
que mide alrededor de un piso de altura, es amari-
lla brillante y tiene la forma de una “U” invertida,
lo suficientemente alta como para que los surcos de
arbustos de frambuesa pasen por debajo de su arco.
La máquina sacude los arbustos de tal forma que las
bayas maduras caen a una banda transportadora y
35%
despues a un cajon de rejilla. Un trabajador maneja
la maquina; los otros trasladan los cajones llenos de
frambuesas y remueven las bayas en mal estado y las
hojas. Todos estan sentados y los parasoles atados a la
maquina no proveen mucha sombra. Los piscadores
de frambuesas son latinos de Texas; la mayoría son
parientes del jefe de cuadrilla de la frambuesa.

Trabajadores de campo con salarios por


peso
La cuadrilla blanca

Los piscadores son el único grupo que no recibe un


salario por hora. En su lugar, reciben una cierta canti-
dad por cada libra de fruta cosechada. Los piscadores
adolescentes blancos reciben 14 centavos por libra de
bayas; pero por tener menos de dieciséis años no cali.-
fican para el salario mínimo y, por lo tanto, tampoco
tienen que cumplir con un peso diario. Viven en las
casas relativamente cómodas de sus padres. Trabajan
flexionados seis días a la semana, aunque no tienen la
presión del tiempo y hacen pausas continuas. A me-
nudo vi a sus padres ayudarles a recolectar en sus cu-
betas durante parte del día. Su supervisora, Shelly, los
trata bien y con amabilidad. Algunos de ellos desean
ascender al nivel de inspector; otros deciden que no
quieren hacer un trabajo físico y dejan la granja al
final de la estación. Se quejan de dolores en las rodillas
y cadera y también de no pasar tiempo jugando con
sus amigos. El dolor en sus rodillas y cadera es tem-
poral porque estos trabajadores toman descansos du-
rante el trabajo y recolectan, alo mucho, unos cuantos
veranos.

35%
Existen diferencias fundamentales entre el trabajo de
los piscadores adolescentes blancos y el de los pis-
cadores mexicanos, resaltando, de forma notable, el
hecho de que los piscadores blancos no tienen que
cumplir con un peso minimo al dia para poder con-
servar su trabajo, se les permite trabajar a su ritmo
y tomar descansos; además, trabajan por lo mucho
unos cuantos veranos. A pesar de estas diferencias
cruciales, varios habitantes blancos de la zona y ami-
gos míos respondieron a la descripción de mi inves-
tigación con piscadores de bayas migrantes diciendo
que “sabían cómo era” porque ellos habían recolec-
tado en una cuadrilla de adolescentes blancos cuando
estaban creciendo. Muchos de ellos hasta lo simplifi-
caron diciendo: “No es tan malo en realidad”.

La cuadrilla mexicana

Como la cuadrilla de adolescente blancos, los pisca-


dores mexicanos no reciben un salario por hora. Se
les conoce como “trabajadores contratados” y reciben
una cierta cantidad por unidad de fruta cosechada. La
mayoría vive en el campo más retirado de las oficinas
principales de la granja, que no tiene calefacción o ais-
lamiento y el techo de chapa tampoco tiene un recu-
brimiento de madera. Cada día, lesindican la cantidad
mínima de fruta que deben recolectar. El gerente de
cosecha calcula el mínimo y de ese modo se asegura
de que cada piscador entregue lo suficiente para que
valga la pena pagarles por lo menos el salario mínimo
del estado. Si recolectan menos en dos ocasiones, los
despiden y echan del campo. El primer recolector con-
tratado que conocí, un triqui llamado Abelino, me ex-
plicó: “Los trabajos por hora, los empleos asalariados

36%
son mejores porque puedes contar con lo que ganarás.
Pero no nos dan esos trabajos a nosotros”.

Alrededor de veinticinco personas, la mayoría mesti-


zos además de algunos mixtecos y triquis, cosechan
manzanas. El jefe de campo, Abby, me dijo que cose-
char manzanas es el trabajo más duro de la granja. Los
piscadores de manzana trabajan de cinco a diez horas
al día, siete días a la semana, cargando una bolsa pe-
sada de manzanas sobre sus hombros. Repetidas veces
suben y bajan escaleras para alcanzar las manzanas.
La gente solicita este trabajo porque sabe que es el
puesto de piscador mejor remunerado.

Marcelina recolectando fresas

Foto: Seth M. Holmes.

Sin embargo, la mayoría de los piscadores -de 350


a 400- trabajan en los campos de fresa durante un
mes y después en las campos de arándano tres meses,
Aparte de unos cuantos mixtecos, casi todos son tri-
quis, hombres, mujeres y adolescentes (los trabaja-
dores agrícolas pueden trabajar legalmente a partir
de los catorce años). Un gran número de piscadores
triquis llegan con otros miembros de sus familias y
casi todos provienen del mismo pueblo, San Miguel,
en las montañas de Oaxaca. El pago oficial para los
piscadores de fresa es 14 centavos por libra de fruta,

36%
lo que significa que los piscadores deben entregar 51
libras de fresas sin hojas cada hora para que la granja
les pueda pagar el salario minimo del estado de Wa-
shintong: 7,16 dólares, en aquel entonces. Con el fin
de cumplir con este requerimiento mínimo, los pisca-
dores hacen pocas pausas o ninguna a partir de las 5
de la mañana hasta la tarde, cuando finaliza el trabajo
en el campo. A pesar de ello, algunos jefes de cuadrilla
los regañan y les llaman “perros, burros oaxacos' (un
error de pronunciación despectivo de la palabra oa-
xaqueño). Muchos no comen o beben nada antes de
trabajar para no tener que hacer una pausa para ir
al baño. Trabajan tan duro y rápido como pueden -
sus brazos vuelan en el aire mientras se arrodillan en
la tierra-, recolectando y corriendo hacia los inspec-
tores con sus cubetas de bayas. Aunque se refieren
a ellos como trabajadores contratados, el término es
engañoso. En unos cuantos casos, los gerentes de co-
secha cambiaron el pago por unidad sin avisar o dar la
oportunidad de negociar.

Los piscadores de fresa trabajan al unísono con ambas


manos con el fin de lograr el requerimiento mínimo.
Desprenden el tallo y las hojas verdes de cada fresa
y hacen lo posible para evitar las partes verdes y las
bayas podridas. Durante mi trabajo de campo, reco-
lecté una o dos veces por semana y sufrí de gastritis,
dolores de cabeza, de cadera, de espalda y de rodi-
llas hasta muchos días después. Escribí en una nota
de campo después de recolectar: “Con honestidad, es
una tortura”. Los piscadores triquis trabajan siete días
a la semana, bajo la lluvia o el sol, sin ningún día de
descanso y hasta que la última fresa sea procesada.
Al ocupar la posición más baja de la jerarquía laboral
36%
etnica, los piscadores triquis aguantan un porcentaje
injusto de problemas de salud, desde escoliosis idiopa-
tica y dolores en las rodillas hasta discos de las vérte-
bras dislocados; desde diabetes tipo 2 y nacimientos
prematuros hasta el desarrollo de malformaciones
(Holmes, 2006; Kandula, Kersey, y Lurie, 2004; Mc-
Guire y Georges, 2003; Migration News, 2004; Mobed,
Gold, y Schenker, 1992; Rural Migration News, 2005;
Rust, 1990; Sakala, 1987; Slesinger, 1992; Villarejo,
2003). A continuación, los breves perfiles destacan las
dificultades físicas y económicas de los piscadores en
la granja y en la frontera de Estados Unidos-México,
englobando la importancia del idioma, la etnicidad y
la educación en la organización de la jerarquía de la
granja.

Marcelina tiene veintiocho años, es triqui y madre de


dos niños. Es prima de Samuel (a quien presentamos
en el capítulo 1), creció en San Miguel y es una de
las personas con quien compartiría un departamento
de barriada en Central California en el invierno. Cada
verano, una organización local sin fines de lucro or-
ganiza un seminario sobre trabajo para migrantes en
granjas agrícolas. El seminario incluye una visita a
una granja, a un campo de trabajo y varias presenta-
ciones breves y entrevistas en vivo con personas de
todos los ámbitos relacionados con el trabajo de los
migrantes: desde piscadores, productores y agentes
de la Patrulla Fronteriza hasta trabajadores sociales.
Casi todos los asistentes son blancos, adultos de clase
media que viven en la zona, además de un puñado
de trabajadores agrícolas mestizos e indígenas mexi-
canos. En mi primer verano de trabajo de campo, in-
vitaron a Marcelina a hablar en el seminario sobre

37%
su experiencia al migrar y recolectar. Con timidez, se
acercó al traductor, cargando su hija de un año de
edad, y habló en español, su segunda lengua.

Buenas tardes, soy Marcelina. Vine aquí a Estados


Unidos a trabajar. Un hombre me dejó con dos niños.
Quería venir aquí para hacer dinero, pero no. Ni si-
quiera gano lo suficiente para enviar dinero a Oa-
xaca para mi mamá, que está cuidando a mi hijo.
Algunas veces la fresa va mal, la espalda duele y no
ganas nada.
Lo siento pero no hablo bien español. Puro triqui.
[Risas]. Puro triqui.
Aquí es bastante duro. El gerente de campo de la
granja no quiere darle un cuarto a una mujer sola.
Así que vivo con mi familia que está allá (señala a
una familia triqui de cinco en el público). Uno no
gana nada aquí, nada para sobrevivir. Además de
eso, tengo una hija aquí conmigo y no gano lo sufi-
ciente para mantenerla. Trabajar y trabajar. Nada
más. He estado aquí cuatro años y nada.
Aquí es difícil para una persona. Vine a hacer dinero,
porque pensé: “Al otro lado (de la frontera), hay di-
nero y buen dinero”, pero no. No ganamos lo sufi-
ciente para sobrevivir.
Y después, algunas veces (los inspectores), nos roban
libras. Algunas veces las bayas podridas entran a la
cubeta: “¡Cómetela!”, dicen y te la arrojan a la cara.
No trabajan bien. Y casi no hay buenas bayas en esta
época del año, puras podridas.
No es bueno. Ni siquiera ganas lo suficiente para ali-
mentarte. Tengo dos niños, y aquí está muy feo, muy
feo para trabajar en el campo. Así es como es. Algu-

37%
nas veces quieres quejarte, pero no puedes hablar con
ellos.

Despues de hablar de las dificultades del trabajo agri-


cola en el estado de Washington, se le pidio a Marce-
lina que hablara sobre el proceso de migracion en ge-
neral. Prosiguio:

Allá en Oaxaca no tenemos trabajo. No hay empleos.


Solo los hombres trabajan algunas veces, pero con
muchos niños en mi familia, los hombres no ganan
lo suficiente para mi y mi hija. Por eso quise venir
aqui, para hacer dinero, pero no, no, no. No ganas
nada aquí; no tienes nada con qué sobrevivir. Quería
trabajar, salir adelante con mis niños, sacarlos ade-
lante.
Tengo cuatro años aquí sin ver a mi hijo.
En California, no hay trabajo, solo poda, y no haces
dinero por lo mismo, no hablas español, y eso se debe
a que no tenemos suficiente dinero para estudiar. Los
padres tienen que sufrir para enviar a sus hijos a la
escuela, comprar comida y los uniformes escolares.
Tengo muchas hermanas allá en México, estudiando,
pero yo no pude estudiar. Hay muchos niños que no
van a la escuela por falta de dinero. Tuve que salir de
Oaxaca para no sufrir por hambre. Espero que gane
lo suficiente para enviar dinero de regreso para apo-
yar a mis hermanas en su educación. Yo misma tuve
que dejar la escuela.

Una de las familias triquis que más me acogió en sus


vidas fue la de Samuel, su esposa, Leticia, y su hijo de
cuatro años. Como antes mencioné después de trasla-
darnos desde la granja en Washington a Madera, Cali-
fornia, compartí un departamento de un baño y tres

37%
habitaciones en una barriada con Samuel, Leticia y su
hijo; Marcelina y su hija; la hermana de Samuel y su
hijo; el hermano de Samuel, su esposa y su hija; y otras
dos familias de cuatro. Una noche en el campo de tra-
bajo de la granja, mientras mirábamos una película de
acción de Jet Li, con el sonido bajo, y tomábamos Kool
Aid azul, Samuel describió en español sus vidas como
trabajadores migrantes.

Samuel: Aquí con Tanaka, no tenemos que pagar


renta, pero no nos pagan mucho. Pagan 14 centavos
por libra. Y nos quitan impuestos, impuestos fede-
rales, seguridad social. Pagan 20 dólares al día. No
pagan lo justo. Si una persona recolecta 34 libras de
fresa, le roban 4 libras porque el inspector solo marca
30. No es justo. Eso es lo que más le molesta a la
gente. La gente trabaja mucho. Sufre. Los humanos
sufrimos.
Es fácil para ellos, pero para nosotros no.
En los arándanos, roban una onza de las cajas peque-
ñas. Por eso la gente no puede salir adelante. Reco-
lectamos mucha fruta y no hacemos dinero. La gente
no dice nada. Tienen miedo de hablar, porque la
granja los despediría. Queremos decirles cosas a ellos,
pero nopodemos porque notenemos papeles. Algunas
veces los jefes son bastante malos y te deportan. Al-
gunas veces, cuando uno de nosotros dice algo, se lo
señalan a la policía y la policía puede hacernos algo.
Por eso la gente se queda callada.
Seth: ¿Cuánto haces al año?
Samuel: Una persona gana de 3.000 a 5.000 dólares
al año. No pedimos ser ricos. No venimos aquí para
volvernos ricos. Sí, es muy poco. Dicen que el jefe

37%
no quiere que ganemos dinero y me pregunto: “¿Por
qué?”.
Algunos supervisores nos explican cómo vamos a
hacer la recolección o qué se supone que debemos
hacer, pero otros supervisores son gente mala o tie-
nen un temperamento malo y no explican bien qué
debemos hacer o qué debemos recolectar. Hasta nos
gritan, utilizando palabras que no se deben decir. Si
tratas mal a la gente, no van a trabajar tranquilos o
felices. Y si le decimos al jefe, puede no creernos. Nos
gritan y nos llaman “burros tontos” o “perros”. Es ho-
rrible cómo nos tratan.

Uno de los primos de Marcelina y Samuel, Joaquín,


apodado el gordo o el lobo, vivió también en el depar-
tamento de barriada en Central California. Más tarde,
en el primer verano de mi trabajo de campo, la mi-
nivan Aerostar, modelo 1990, de Joaquín, se descom-
puso. La mayoría de mis compañeros triquis había
comprado viejas minivans estadounidenses porque a
menudo cuestan menos de 500 dólares y pueden
transportar a varias personas de ida y vuelta a los
campos, a la tienda de comestibles y a la iglesia
local que distribuye comida gratuita los martes por la
tarde. Estuve de pie con varios de los amigos triquis
de Joaquín mientras nos turnábamos para observar y
ayudarle con su vehículo. En un momento, la conver-
sación recayó en el trabajo y Joaquín se explayó sobre
el estrés y las contradicciones de la recolección.

Los supervisores dicen que nos van a quitar la tarjeta


de identificación y nos van a despedir si no reco-
lectamos el mínimo. Nos dicen que estamos tirando
demasiados bayas, que tenemos que ir despacio para

38%
no tirar tantas. Cuando vamos lentos, no logramos
el mínimo y nos dicen: “¡Apúrate!”, “no sabes cómo
trabajar”, “¡indio, no sabes!”. Ya sabemos cómo tra-
bajar y por qué se caen las bayas. Si vamos lentos,
no podemos hacer nada de dinero y entonces estamos
en problemas. Si nos apuramos, tiramos las bayas, se
acercan y nos castigan. “¡Burro tonto!”. “¡Perro!”. Te-
nemos miedo.

El primer día que recolecté, las únicas dos personas


que iban tan lento como yo eran dos latinas del sur de
California y un latino que venía desde un suburbio de
Seattle. Después de la primera semana, las dos latinas
comenzaron a recolectar en la misma cubeta con el fin
de lograr el mínimo y conservar uno de los salarios.
La segunda semana, ya no vi al hombre de Seattle.
Le pregunté a un supervisor que adónde se había ido,
suponiendo que había decidido que el trabajo era de-
masiado difícil y lo había dejado. Me dijo que la granja
hizo un trato con él: si soportaba una semana reco-
lectando, le daban un empleo pagado por hora en la
planta procesadora. Desde entonces, se volvió uno de
los trabajadores más empeñoso de la planta. Entonces
pregunté por qué los indígenas mexicanos no podían
conseguir un empleo en la planta procesadora. El su-
pervisor contestó: “La gente que vive en los campos de
migrantes no puede tener esos trabajos; solo pueden
recolectar”. Consideraba esto una política de la granja,
sin ninguna otra explicación.

De este modo, la marginalización causa marginali-


zación. Los indígenas mexicanos viven en los cam-
pos de migrantes porque no tienen los recursos para
rentar departamentos en el pueblo; porque viven en

38%
el campo, solo les ofrecen los peores trabajos de la
granja. Las politicas y practicas extraoficiales de la
granja refuerzan, con sutileza, las jerarquías étnicas y
laborales. La posición de los trabajadores triquis, en el
peldaño más bajo de la jerarquía, está determinada de
manera múltiple por la pobreza, el nivel de educación,
el idioma, el estado de ciudadanía y la etnicidad. Ade-
más, estos factores se producen los unos a los otros.
Por ejemplo, la pobreza de una familia interrumpe la
educación de un individuo, lo que limita su capacidad
para aprender español (mucho menos inglés), lo que
a su vez restringe su capacidad para salir de la posi-
ción más baja en el trabajo y la vivienda. La pobreza,
al mismo tiempo, está determinada en parte por el
racismo institucional en el trabajo contra los triquis.
La segregación en la granja es el resultado de un sis-
tema complejo de círculos de retroalimentación y ali-
mentación prospectiva organizado alrededor de estos
nodos múltiples de desigualdad.

Fuera de lugar

De muchas maneras -—etnicidad, educación, ciudada-


nía, clase social-, no adopté la posición apropiada en
la jerarquía laboral. A efectos de mi investigación, re-
colecté bayas con regularidad junto con los triquis y
viví en el campo de trabajo que alberga ala mayoría de
familias triquis. Nuestro campo de trabajo era el más
retirado de las oficinas principales en Christensen
Road. Cada barraca tenía paredes de madera prensada
y techo de chapa. Cuando conocí por primera vez a
una de las familias blancas que viven justo arriba del
campo de trabajo en Christensen Heights Road, uno
de sus miembros me explicó que los migrantes me-

38%
xicanos festejan tan fuerte y beben tanto que podia
escuchar bocinas sonando cada manana alrededor de
las 4 de la manana. Sin embargo, como a mis veci-
nos triquis en el campo, el sonido que me despertaba
cada manana era el de las camionetas que llegaban
en el amanecer a recoger a los ninos inscritos en una
guarderia local, antes de que sus padres salieran a re-
colectar. Durante la cosecha del arandano en el otono,
cuando las camionetas llegaban después del amane-
cer, nos despertaba la lluvia fría dentro de nuestras
barracas, ya que el sol de la mañana descongelaba los
techos de chapa, donde nuestro aliento se había con-
densado y congelado durante la noche. De hecho, vi
que se bebía relativamente poco en el campo. Cuando
una familia triqui hacía una fiesta de cumpleaños o de
bautizo se servían tacos, refrescos y cerveza, se tocaba
música norteña mexicana y chilena, y algunas per-
sonas bailaban. En estas ocasiones, una o dos perso-
nas, siempre hombres, se intoxicaban. La mayoría no
bebía alcohol o bebía muy poco.

Aunque trabajaba y vivía en las mismas condiciones


que los migrantes triquis, los ejecutivos de la granja
me trataban como alguien fuera de lugar. Me otorga-
ron el permiso especial de mantener mi trabajo y mi
barraca aun cuando nunca pudiera recolectar el mí-
nimo. En algunas ocasiones hasta me trataron como a
alguien superior debido a mi capital social y cultural,
pidiéndome consejos sobre el futuro de las relacio-
nes laborales y de vivienda en la granja. Por un lado,
los gerentes de cosecha, jefes de campo e inspectores
me trataban como a una especie de bufón, entreteni-
miento con respeto. A menudo bromeaban conmigo,
riéndose y haciendo preguntas retóricas como “¿Aún
39%
estas contento de haber optado por la recoleccion?”.
Mientras caminaban por los campos, regularmente se
detenian donde estaba y hablaban conmigo, recolec-
taban bayas que depositaban en mi cubeta para ayu-
darme a seguir, algo que no hacían por lo normal con
otros piscadores.

Por el otro, los demás piscadores interactuaban con-


migo con una mezcla de respeto y sospecha: había ru-
mores de que era un espía de la policía o un traficante
de droga buscando una manera de encubrirlo. Cuando
me mudé al campo por primera vez, muchos triquis
se preguntaban por qué un gabacho viviría ahí y re-
colectaría bayas. Algunas personas se quejaron de que
“recolectaba con bastante lentitud”, “siempre llega al
último”, decían. En una conversación en mi primer
verano en la granja, Samuel se quejó de los problemas
en su pueblo por la falta de recursos. Dijo que nece-
sitaban un presidente municipal fuerte. Le pregunté
si algún día sería presidente municipal y contestó:
“No, se debe tener algo de educación, dinero y algu-
nas ideas. ¡Tú serás el presidente de San Miguel, Set”, y
podrás hacer muchas cosas buenas! Necesitamos una
bomba de agua y calles pavimentadas. Podrías abrir
una farmacia y construir una casa y casarte con una
mujer triqui [se rió)”.

En mis primeros meses de vivir y trabajar entre los


triquis, inferí que hasta los niños en el campo pare-
cían darse cuenta de la segregación en la granja. Dado
que los adultos tenían sospechas de mí, pasé una
buena parte de mi tiempo al principio de mi trabajo
de campo jugando con los niños. Después de pregun-
tarle a varios de dónde eran y qué idioma hablaban,

39%
descubrí que todos eran triquis. Ningún niño mestizo
o mixteco vino a mi barraca. Al parecer, los niños se
dieron cuenta —o sus padres los instruyeron explícita-
mente- de que me encontraba en la posición triqui en
la jerarquía de la granja (Wolfenstein, 1955) y actua-
ron en consecuencia.

Casi al final de mi investigación, Samuel me dijo:


“Ahora mismo nosotros y tú somos iguales, somos
pobres. Pero más tarde, tú serás rico y vivirás en una
casa de lujo”. Le expliqué que no deseaba una casa de
lujo sino una casita simple. Samuel me contestó, mi-
rándome a los ojos: “Pero tendrás baño adentro, ¿ver-
dad?”.

California

Al final de la estación de bayas en el Skagit Valley, des-


pués de vivir en la granja Tanaka durante casi cinco
meses, me invitaron Samuel y su clan familiar a viajar
hacia el sur, conduciendo a California. Su primo más
joven, Juan, aún no tenía licencia de manejo, no es-
taba acostumbrado a conducir en las autopistas y ne-
cesitaba alguien que manejara su Ford Taurus usado,
que acababa de comprar. Juan tenía dieciséis años y
era soltero. Había llegado a Estados Unidos desde San
Miguel por primera vez a principio de la estación de
bayas, meses atrás. Después de nuestro último día re-
colectando, Juan y yo cargamos su coche y manejé su
Ford Taurus en caravana junto con otras seis minivans
Aerostar. Conducimos sin desviarnos, por debajo del
límite de velocidad y durante la noche, del noroeste de
Washington a Central California, deteniéndonos para
tomar pausas cortas, comer e ir al baño en paradas de
descanso a lo largo de la carretera. Comimos tacos y
39%
ensaladas de cilantro que habian traido. En las para-
das de descanso, tomamos siestas, bromeamos con los
niños que tenían mucha energía por estar encerrados
en los coches, y recordamos los momentos cuando di-
ferentes personas se asustaron al suponer que una pa-
trulla de policía nos podría detener.

Samuel poda acompañado de niños


en un viñedo de California

Foto: Seth M. Holmes.

Una vez que llegamos a Madera, California, nos llevó


una semana encontrar un casero con un departa-
mento libre, que le rentará a migrantes mexicanos
sin historial crediticio. Durante esa semana, nos es-
tacionamos y dormimos en nuestros coches cerca
de la casa rentada de un amigo triqui para que los
niños pudieran usar el baño en medio de la noche.
Sin embargo, una vecina blanca nos despertó a gritos
una noche, obligándonos a buscar dónde estacionar-
nos lejos de ahí porque no quería que durmiéramos
frente a su casa. Todos los días manejamos de arriba
a abajo en busca de una casa. Varias veces durante los
primeros días, encontramos departamentos grandes
y algo cómodos disponibles pero nos rechazaban por
la falta de historial crediticio de mis compañeros. A
medida que pasaba el tiempo, aprendimos a buscar
39%
departamentos que se anunciaban de una manera
modesta, con anuncios escritos a mano “Se Renta”
en la ventana. Era más probable que fueran depar-
tamentos sucios y apestosos, en malas condiciones,
pero también tendríamos mayores probabilidades de
que nos tomaran en serio como arrendatarios. Des-
pués de ocho días, encontramos un departamento de
un baño y tres habitaciones en una barriada, que
diecinueve de nosotros -la mayoría del clan familiar
de Samuel y Juan, incluyendo cuatro niños pequeños-
compartimos durante el invierno. Cada semana, íba-
mos al mercado de pulgas del pueblo donde nos en-
contrábamos con otros amigos triquis de San Miguel,
quienes también habían estado en la granja Tanaka.
Con regularidad, buscábamos trabajo y en ocasiones
trabajamos temporadas cortas podando viñedos.

Las características de la jerarquía laboral-étnica en


la agricultura de California eran las mismas que las
de Washington, aunque diferentes en sus especifici-
dades: los blancos aún tenían los mejores empleos,
después seguían los latinos estadounidenses, después
los mexicanos mestizos y por último los mexicanos
indígenas y algunos centroamericanos. Casi todas las
granjas en California trabajaba a través de contra-
tistas, evitando el contacto con cada recolector em-
pleado por la granja o hacer algún tipo de registro de
su empleo.

Estas granjas pagaban a su contratista una suma total


por podar o recolectar la cosecha de un campo en
particular. El contratista, entonces, pagaba a cada tra-
bajador una cierta cantidad por viña podada. Durante
los cinco meses que viví y trabajé en el Valle Central de

40%
California, a mis companeros y a mi nos pagaron sis-
tematicamente menos del salario minimo. Encima de
eso, la mayoría de contratistas prohibían que condu-
jéramos o camináramos al campo nosotros mismos.
Teníamos que ir con el raitero (el encargado de trans-
portarnos), que la mayoría de los casos se trataba de
un pariente del contratista, y pagarle de 5 a 7 dólares
diarios. Al final, ganábamos cerca de 10 dólares por un
día de trabajo de cinco horas y un traslado de hasta
dos horas en cada dirección. Además, un sinnúmero
de granjas en California no proveen vivienda, así que
una parte de nuestro salario se iba en el pago de la
renta de nuestro departamento. El estado de Califor-
nia no contaba con guarderías para los trabajadores
agrícolas como el estado de Washington. Por consi-
guiente, un padre o madre tenía que renunciar a su
pago de 10 dólares para quedarse en casa con los hijos,
o los padres pagaban 10 dólares por un programa de
guardería extraoficial en un departamento cercano, o
los padres llevaban a los niños al viñedo mientras po-
daban.

Los piscadores triquis también reportaron más ra-


cismo explícito en California, en especial de los
latinos que eran ciudadanos estadounidenses. Aun-
que la configuración general de la jerarquía social
sigue siendo la misma, las especificidades de la vida
cotidiana de los triquis en California eran peores en
diversos aspectos. A pesar de mis numerososintentos,
casitodos los contratistas en California no considera-
ron permitirme trabajar. Atribuyo esto, por una parte,
a que se daban cuenta de que no encajaba en dicha
posición en la jerarquía y, por otra, a su miedo a que

40%
las condiciones de trabajo injustas y pobres fueran
expuestas.

Jerarquias en el trabajo
Las responsabilidades, factores estresantes y privile-
gios difieren de arriba hacia abajo en lajerarquía labo-
ral antes descrita en términos etnográficos. Los traba-
jadores en cada nivel de la escalera se preocupan por
factores sobre los cuales tienen poco control. Todos en
la granja Tanaka son vulnerables estructuralmente
(Quesada, Hart y Bourgois, 2011), aunque las caracte-
rísticas y la profundidad de la vulnerabilidad cam-
bian según la posición del individuo dentro de la es-
tructura laboral. Por ejemplo, las oportunidades dis-
minuyen y las ansiedades se acumulan conforme uno
se desplaza hacia abajo del orden jerárquico. Los que
están hasta arriba se preocupan por la competencia
en el mercado y el clima. Los gerentes, que están en
medio, se preocupan acerca de estos factores y del
trato que les brindan sus jefes. Los piscadores se preo-
cupan por cosechar lo suficiente para lograr el peso
mínimo y de esta manera evitar perder sus empleos y
viviendas. Entre más alto esté uno posicionado en la
estructura, mayor control sobre el tiempo tiene. Los
ejecutivos y gerentes pueden tomar descansos
cuando lo consideren conveniente. Las asistentes ad-
ministrativas y los inspectores pueden elegir cuándo
hacer una pausa, siempre y cuando no estén sus su-
pervisores o cuenten con su consentimiento. Los tra-
bajadores de campo pueden tomar recesos solo muy
de vez en cuando, si están dispuestos a sacrificar parte
de su pago y aun así podrían ser regañados. Entre más
abajo se encuentre uno en la jerarquía, recibe menos

40%
sueldo y es más vulnerable en términos estructurales.
Los ejecutivos y gerentes cuentan con una seguridad
financiera relativa y tienen casas cómodas. El perso-
nal administrativo y los inspectores reciben un sala-
rio mínimo y viven como miembros de la clase traba-
jadora rural en casas modestas. Los piscadores reci-
ben un salario a cuenta gotas y viven en condiciones
de pobreza en las barracas del campo de trabajo. Siem-
pre están conscientes del riesgo de perder incluso esta
vivienda pobre. Entre los piscadores, los que están en
la fresa y el arándano ganan menos dinero y las proba-
bilidades de que no cumplan con el peso mínimo y de
que sean despedidos son mayores que los que trabajan
en la manzana. Aunque todos en la granja trabajan
para el mismo negocio y el pago proviene de los mis-
mos dueños, no son parejos ni el poder ni la vulnera-
bilidad. El salario y las condiciones de trabajo de los
piscadores funcionan como variables semicontrola-
das por los ejecutivos de la granja, como amortigua-
dores parciales entre los cambios en el mercado y la
viabilidad del resto de la granja.

La jerarquía laboral-étnica vista aquí —ciudadanos


asiáticos estadounidenses y blancos, ciudadanos o re-
sidentes latinos estadounidense, mexicanos mestizos
indocumentados, mexicanos indígenas indocumen-
tados- es común en la mayoría de la agricultura es-
tadounidense. El estatus relativo de la gente triqui
por debajo de los mixtecos puede entenderse a través
de un orden de la jerarquía del indigenismo. Muchos
agricultores y gerentes me dijeron que los triquis son
indígenas más puros que otros grupos porque el triqui
aún es su primera lengua y “son más simples”. Aquí,
la etnicidad funciona como un camuflaje de la percep-
40%
cion de un darwinismo social del indigenismo versus
la civilizacion. Los angloamericanos y los japoneses
americanos constituyen el polo de la civilizacion. Los
triquis son posicionados como lo opuesto: campesi-
nos indígenas, primitivos, niños simples. Entre más
civilizado lo perciban a uno, mejor es el trabajo. Al
mismo tiempo, entre mejor sea el trabajo de uno, se
permite (y percibe) que uno sea más civilizado. Esta
jerarquía de la civilización también está correlacio-
nada a grosso modo con la ciudadanía: de la ciuda-
danía estadounidense a la residencia estadounidense,
de la ciudadanía mexicana a inmigrante mexicano
indocumentado. Sin embargo, ésta es solo una pieza
pequeña de la jerarquía global. Lo continuo de la vul-
nerabilidad estructural se puede entender como un
zoom que se acerca y aleja de la visión jerárquica.
Cuando lo continuo se percibe desde lejos, es evi-
dente que los propietarios de la granja familiar se en-
cuentran en una posición relativamente baja dentro
de la jerarquía de la agroindustria corporativa global.
Cuando miramos más de cerca, vemos la jerarquía de
esta granja en particular. Además, las percepciones de
etnicidad cambian conforme el enfoque se desplaza
hacia adentro o hacia afuera. Como dije, muchos de
los ejecutivos (al igual que residentes de la zona) con-
sideran que todos los trabajadores agrícolas migran-
tes son “mexicanos”, mientras que los que entablan
un contacto más próximo con los trabajadores agríco-
las llegan a distinguir entre “mexicanos regulares” y
“oaxaqueños”; y aquellos que trabajan en los campos
normalmente pueden diferenciar entre mestizo, tri-
qui y mixteco..2

41%
Los cuerpos de los trabajadores son organizados por
la etnicidad y la ciudadania dentro de jerarquias
de trabajo, respeto y sufrimiento impuestas. La de-
terminacion excesiva de la suerte adversa de los
migrantes indigenas mexicanos, piscadores de bayas,
corresponde al concepto de Bourgois: “opresión con-
jugada”.02 En la granja Tanaka, la clase, la raza y la
ciudadanía conspiran para irrespetar a los trabajado-
res triquis y privarlos de salud mental y física.

Diagrama conceptual de jerarquías en la granja


ERAROU h TPO DE TRABAD CUDADAN D OMA ETNCDAD

MAYOR Trabap en neror C udadano gs Angbaner cano y


| Traba pr sentado estado un dense ponés am er cano

Respeto
Saud A mertano htno
Trabajr de pe Residente Español
Secur idad fnanciera Estadounidense

Control wbre el M extano mestao


tiem po y el trabap
de otros

| M extano m kteco

Trabap alare lbre Indocum entado indias M extano triqui


MENOR Trabap de rodilts

Elaboracion: Seth M. Holmes

Si bien la clase, la raza y la ciudadania forman las


lineas de fractura en la granja, tambien las jerarquias
de género se visibilizan al examinar a las personas
que parecen fuera de lugar. La única gente que as-
ciende de posición según su raza y ciudadanía son
los hombres (ejemplo, Mateo, el único indígena que
fue ascendido a supervisor). Durante mi trabajo de
campo, las mujeres nunca fueron ascendidas más allá
de su posición de raza-ciudadanía dentro de la jerar-
quía, que es reforzada, además, por las diferencias de
idioma y educación. Debido a la dicotomía de pape-
les que asumen en San Miguel y en Estados Unidos
entre la esfera doméstica y privada, las mujeres, y la

41%
esfera publica, los hombres, las primeras tienen pocas
oportunidades de educarse. La mayoria de mujeres
en San Miguel no ha continuado su educación más
allá de la primaria, porque primero deben cumplir las
responsabilidades domésticas. Por ello, muchas mu-
jeres solo hablan unas cuantas palabras en español.
En contraste, la mayoría de hombres termina la se-
cundaria en San Miguel y hablan español con fluidez.
Además, es más probable que los hombres triquis y no
las mujeres triquis en Estados Unidos salgan del hogar
a trabajar, y de este modo tengan más oportunidades
para perfeccionar su español y comenzar a aprender
inglés
14
Como expliqué a través de la información etnográ-
fica, los dueños no están muy conscientes de la se-
gregación. Por lo contrario estas desigualdades son
conducidas por fuerzas estructurales mayores, y por
las ansiedades que producen. La granja puede verse
como una “zona gris”, de alguna manera relacionada
con aquella que describe Primo Levi (1998) en los
campos del Holocausto. La zona gris de Levi hablaba
de que las condiciones eran tan severas que cualquier
prisionero o prisionera que buscara su propia super-
vivencia era cómplice inconsciente de un sistema de
violencia en contra de otros. Levi alentaba el uso de
su análisis, extraído de un entorno violento y terro-
rífico, para entender las situaciones cotidianas como
“una gran fábrica industrial” (Primo Levy 1998). De
un modo similar, Scheper-Hughes y Bourgois (2003)
argumentan que la violencia política directa en tiem-
pos de guerra y la violencia simbólica y estructural en
tiempos de paz se reflejan y se reproducen a sí mismas
a través de un continuo de violencia. En la zona gris de
41%
multiples capas de la agricultura contemporanea es-
tadounidense, hasta los productores que intentan ser
éticos en su lucha por la supervivencia, se ven forza-
dos por un mercado difícil a participar en un sistema
laboral que perpetúa el sufrimiento. Esta zona gris se
percibe de manera más clara cuando los inspectores
buscan impresionar a sus superiores con el fin de as-
cender de rango, por ejemplo, haciéndoles trampa a
los piscadores con el peso o con los minutos.

Al mismo tiempo, hay indicios de “mala fe” en la


granja, más en unos supervisores que en otros. Jean-
Paul Sartre (1956) introdujo la frase “mala fe” para
describir la manera en que los individuos se engañan
deliberadamente a sí mismos para evitar las realida-
des que los perturban. Scheper-Hughes (1992) se basa
en este concepto para indicar cómo las comunida-
des, de manera colectiva, participan en el autoengaño
frente a la pobreza y el sufrimiento. Usa el concepto
de “mala fe colectiva” para analizar la práctica en
el noroeste de Brasil de suministrar tranquilizantes
a niños hambrientos y mal nutridos. Dicha mala fe
colectiva se atestigua en el Skagit Valley cuando los
habitantes blancos de la zona dicen saber de lo que se
trata recolectar bayas para los migrantes mexicanos
porque recolectaron un verano durante su niñez, a
pesar de las condiciones de trabajo y de vida consi-
derablemente diferentes de las cuadrillas de adoles-
centes blancos y de las cuadrillas mexicanas. La mala
fe colectiva se evidencia también cuando las lenguas
indígenas son degradadas de manera errónea a “dia-
lectos”, y piscadores técnicos muy eficientes son ca-
tegorizados como “inexpertos” (representaciones que
se ampliarán en la conclusión). Estas formas de mala
41%
fe colectiva son fomentadas por practicas y politicas
oficiales y extraoficiales, como excluir alos piscadores
de las clases de inglés de la granja. Las capas de la bu-
rocracia y las barreras lingúísticas que esconden a los
productores el maltrato explícito contra los piscado-
res de bayas, hacen que éste siga siendo posible y que
recrudezca. La permanencia de la mala fe colectiva
más allá de las fronteras de la granja, es posible por
el ocultamiento general de los trabajadores agrícolas
migrantes. Esto es muy preocupante, especialmente
cuando se hace evidente en las percepciones y las
prácticas de aquellos que se encuentran en profesio-
nes que prestan un servicio, como los proveedores de
atención médica de los capítulos que siguen.

42%
CAPITULO 4
“Cómo sufre el pobre”: La
encarnación del continuo
de la violencia

Sufrimiento social y el continuo de la vio-


lencia
Durante mis dos veranos de trabajo de campo en
la Tanaka Brothers Farm, recolecté bayas dos o tres
veces por semana y experimenté varias formas de
dolor durante los días siguientes. Con frecuencia me
sentía enfermo del estómago la noche antes de cose-
char, debido al estrés por tener que recolectar un peso
mínimo. Cuando recolectaba, mis rodillas me dolían
continuamente; probé diferentes posiciones: me aga-
ché, me arrodillé, me apoyé en una sola rodilla; pero,
al levantarme para llevar mis bayas a pesar, sentía un
líquido caliente, semejante a mi sangre, escurrir por
mis pantalones y entrar a mis zapatos. Todo el día me
inclinaba hacia delante para ver las fresas debajo de
las hojas y mi cuello y espalda me dolían mucho desde
cuando terminaba la mañana. Durante dos o tres días
después de recolectar, tomaba ibuprofeno y algunas
veces usaba la tina de baño en un gimnasio local pri-
vado para aliviar los dolores, bastante consciente de la
desigualdad que cometía al tener acceso a estas facili-
dades.

Después de la primera semana de recolectar en la


granja, le pregunté a dos piscadoras jóvenes cómo
estaban sus rodillas y espaldas. Una respondió: “Mi

42%
cuerpo ya no puede sentir nada”, aunque algunas
veces le dolían sus rodillas. La otra dijo: “siempre me
duelen” las rodillas, espalda y cadera. Poco después,
esa misma tarde, uno de los jóvenes triquis que veía
jugar basquetbol todos los días una semana antes de
la cosecha, me comentó que él y sus amigos ya no
podían correr porque el cuerpo les dolía mucho. “Ya
no corremos, no aguantamos”, dijo. De hecho, hasta el
paisaje que, hasta entonces, me parecía tan sublime y
hermoso, ahora significaba fealdad, dolor y el trabajo
de los piscadores. En diversas ocasiones, mis compa-
ñeros triquis, ante mis exclamaciones sobre la belleza
de la región, me miraban confundidos y me decían
que los campos para ellos eran “puro trabajo”.

El dolor de rodillas, espalda y cadera son solo algunas


de las maneras en que el contexto social del trabajo
agrícola de los migrantes, en especial las condiciones
de trabajo y de vida, afecta los cuerpos de mis compa-
ñeros triquis. Estos dolores son ejemplo de la violen-
cia estructural de las jerarquías sociales, que se encar-
nan en sufrimiento y enfermedad. Las barracas en las
que viven los piscadores triquis, las condiciones exte-
nuantes en que trabajan y el peligro que enfrentan en
el desierto fronterizo funcionan como mecanismos
de la violencia estructural para producir sufrimiento.
Uso la palabra sufrimiento para indicar no solo la en-
fermedad física sino también mental, existencial y la
angustia interpersonal.

Scheper-Hughes y Bourgois (2004, 2001) proponen


entender la violencia como un continuo, incluyendo
no solo la violencia política directa sino también la
violencia simbólica, estructural, cotidiana. Señalan

42%
que estas expresiones de violencia durante tiempos
de paz y tiempos de guerra se potencian, producen,
ocultan y legitiman entre ellas. Bourgois (2001: 8)
define la violencia política directa como “violencia y
terror físicos orientados, que las autoridades oficia-
les y los que se oponen (a ellos) administran”. La vio-
lencia estructural se manifiesta como desigualdades
y jerarquías sociales, a menudo junto con categorías
de clase, raza, género y sexualidad (Galtung, 1969;
Farmer, 1997). La violencia simbólica, como la define
Bourdieu (2001), es la internalización y legitimación
de la jerarquía, “ejercitada a través de la cognición
y la falta de reconocimiento, del conocimiento y del
sentimiento, con el consentimiento involuntario del
dominado”. Scheper-Hughes (1992, 1997) usa la frase
“violencia cotidiana” para describir las expresiones
microinteraccionales normalizadas de violencia en
los ámbitos doméstico, delictivo e institucional que
producen un sentido común de violencia y humilla-
ción. Bourgois (2001: 30) plantea este reto a los etnó-
grafos: “revisar el impulso a sanear, en lugar de aclarar
las cadenas de la casualidad que vinculan la violencia
estructural, política y simbólica en la producción de
una violencia cotidiana que sostiene las relaciones de
poder injustas y distorsiona los esfuerzos de la resis-
tencia”.

En este capítulo, la atención etnográfica se enfoca en


“cómo sufre el pobre”; en este caso, los pobres de
los más pobres en la granja: los piscadores triquis de
fresa. La mayor parte del sufrimiento de los traba-
jadores migrantes triqui se puede entender como la
encarnación directa del continuo de la violencia. Du-
rante mi trabajo de campo, muchos triquis sufrieron
42%
problemas de salud que afectaban su capacidad para
funcionar en el trabajo y en la familia. Analizo en
particular las experiencias de tres migrantes triquis a
quienes llegué a conocer bien: Abelino, Crescencio y
Bernardo. Si bien el sufrimiento de los piscadores tri-
quis de bayas es general, éste se agrava según su posi-
ción en el peldaño que ocupan dentro de las jerarquías
en su caso, el más bajo-. Cada una de estas tres viñe-
tas sirven para subrayar la encarnación de una expre-
sión diferente del continuo de la violencia: la lesión de
la rodilla de Abelino destaca el sufrimiento mental y
físico causado por la violencia estructural del trabajo
segregado; el dolor de cabeza de Crescencio revela los
efectos encarnados de la violencia simbólica y verbal
del insulto y del estereotipo racistas; finalmente, los
dolores de estómago de Bernardo señalan los efectos
en la salud de la violencia política directa de la opre-
sión militar. A su vez, cada caso crea vínculos entre la
encarnación de la forma primaria de la violencia y sus
interacciones con el resto de su continuo.

Abelino y el dolor de piscar


El primer piscador triqui que conocí cuando visité el
Skagit Valley fue Abelino, de treinta y cinco años de
edad y padre de cuatro hijos. Él, su esposa, Abelina, y
sus hijos vivían juntos en una barraca pequeña cerca
de la mía en el campo de trabajo más retirado sobre la
calle principal. Durante una conversación ante unos
tacos caseros en su barraca, Abelino me contó en espa-
ñol las razones de los triquis para salir de sus pueblos
en México.

Abelino mientras trabaja en un campo

43%
Foto: Seth Holmes.

En Oaxaca no hay trabajo para nosotros. No hay tra-


bajo, ni hay nada. Cuando no hay dinero, no sabes
qué hacer. Y zapatos, no puedes conseguirlos. Tienes
que trabajar dos semanas para comprar un par de
zapatos como éste (señala sus tenis) que cuesta al-
rededor de 300 pesos mexicanos. Es difícil. Venimos
aquí y es un poco mejor, pero sigues sufriendo en el
trabajo. Desplazarse a otro lugar es difícil. Venir aquí
con la familia y moverse de un lado a otro, a diferen-
tes lugares, hace sufrir. Los niños pierden clases y no
aprenden bien. Por eso queremos quedarnos aquí solo
durante una temporada con permiso (inmigración
legal) para que los niños puedan estudiar en México.
¿Tenemos que migrar para sobrevivir? Sí, claro.

La situación económica en la zona triqui de Oaxaca


es deprimente y depresiva. Para mantener sus hoga-
res y apoyar a sus familias en Oaxaca, deben salir a
trabajar. La depresión económica en la región está li-
gada alas políticas internacionales discriminatorias -—
tales como NAFTA-, originadas en Estados Unidos, al
igual que a prácticas económicas injustas con raíces
colonialistas en México. Abelino describe algunas de
las maneras en que la naturaleza transitoria de la
migración conduce al sufrimiento en diversos ámbi-

43%
tos. Desplazarse de un lugar a otro permite ahorrar
para el objetivo que cada trabajador tiene en mente,
ademas de enviar dinero a sus familias en Oaxaca.
Al mismo tiempo, este movimiento constante con-
lleva periodos de indigencia, temor a ser aprendi-
dos y deportados, desarraigo de vínculos y relaciones
fuera del circuito de la migración, y a la pérdida de
productividad y continuidad educativa de los niños.
Desplazarse de un estado a otro también descalifica a
los trabajadores, desde un punto de vista práctico -
incluyendo a las mujeres embarazadas y a las madres
con recién nacidos-, de los servicios de salud y socia-
les, para los que calificarían si su situación fuera otra.

Más tarde, esa misma noche, Abelino me explicó la


dificultad de entrar a Estados Unidos sin documentos
oficiales:

Tenemos que migrar para sobrevivir. Y tenemos que


cruzar la frontera, sufriendo y caminando, algunas
veces cinco días, para llegar aquí y trabajar y apoyar
a los estadounidenses; porque ellos no trabajan como
nosotros lo hacemos. Se hacen ricos trabajando en
empleos tranquilos como en tiendas, oficinas, pero no
trabajan en el campo. Nosotros los mexicanos, desde
muchos estados de México, llegamos aquí para man-
tener a nuestras familias. Queremos obtener permiso
para entrar solo en la estación de cosecha y después
regresar a nuestro país.

Cruzar la frontera de México a Estados Unidos in-


volucra un increíble sufrimiento emocional, físico y
financiero para los migrantes triquis. Cada migrante
paga por transporte y por ser guiado entre 1.500 y
2.000 dólares, a diversas personas a lo largo del viaje.

43%
Caminan apurados en condiciones fisicas insoporta-
bles: se pinchan con espinas de cactus, deben evitar
las serpientes de cascabel, trepan y saltan sobre nu-
merosas cercas de alambre, y sin usar linternas du-
rante todo este tiempo para evitar ser vistos por la
Patrulla Fronteriza y los grupos de vigilantes. Como
regla, no cargan suficiente comida o agua por el peso.
Cada etapa de la travesia implica estar temeroso y
consciente de que en cualquier momento se puede
ser aprehendido y deportado; lo que supone repetir el
viaje de pesadilla, después de resolver la manera de re-
unir el suficiente dinero para pagar otro intento.

Sin embargo, del sufrimiento que más habla Abelino


es el que tiene que ver con la recolección de bayas en la
granja. Cuando llegaron por primera vez al Skagit Va-
lley, muchos triquis intentaron conseguir otros tipos
de trabajo, incluyendo el de construcción o dentro de
la planta procesadora de la granja, pero el único em-
pleo que les ofrecen es cosechar bayas. Al principio de
mi estancia en la granja, Abelino me explicó la forma
de hacerlo:

Recolectas con tus manos, flexionas tu cuerpo, te


arrodillas así (demostrándolo con ambas rodillas, to-
talmente flexionado y con su cabeza inclinada hacia
delante). La espalda te duele; tienes dolor en las ro-
dillas y aquí (se toca su cadera). Cuando llueve, en-
loqueces, pero tienes que seguir recolectando. No dan
pausas para almorzar. Tienes que trabajar todos los
días de esa manera para ganar algo. Sufres mucho en
el trabajo.

43%
Me explico que aunque cosechar arandanos en el
otono no es fisicamente extenuante como recolectar
fresas en el verano, ganas mucho menos dinero.

Un dia, a mitad de mi primer verano en la granja,


como todas las demás mañanas que recolecté, seguí a
Abelino, su esposa y su hija mayor mientras me mos-
traban el camino al campo donde íbamos a recolec-
tar esa mañana. Aún no había salido el sol y estaba
todo muy oscuro. Llevábamos sobre nosotros capas de
ropa pesada que nos quitaríamos cuando saliera el sol.
Avanzamos en fila y marcaron nuestras tarjetas para
recolectar ese día, como lo esperábamos, las tarjetas
fueron marcadas como si hubiéramos llegado treinta
minutos tarde. Nos asignaron surcos uno junto al otro
y comenzamos a recolectar en nuestras cubetas indi-
viduales sin decir palabra. Como siempre, enseguida
me rezagué, aunque ya había aprendido a recolectar
con más velocidad usando las dos manos al mismo
tiempo. Cosechábamos tan rápido como podíamos,
encuclillados, alternando atrás y adelante, de derecha
aizquierda, para recolectar de las filas de bayas a nues-
tros costados.

En medio de uno de los surcos, mientras recolectaba,


Abelino sufrió un dolor intenso y agudo en su ro-
dilla derecha durante una de las innumerables veces
que giró de derecha a izquierda. Al final del día, me
contó del incidente. Me dijo que sintió como si no
pudiera mover el pie y el dolor comenzó de repente,
con más intensidad en la parte interna de la rodilla,
justo detrás de la rótula. También sintió como si hu-
biera algo suelto revolviéndose en su rodilla. Intentó
seguir trabajando el resto del día con la esperanza de

44%
que el dolor desapareciera. Intento recolectar con las
rodillas estiradas mientras flexionaba la espalda a la
altura de la cadera, pero este movimiento le causaba
casi el mismo dolor y demoró su trabajo de forma
considerable, que por poco no logra el peso mínimo.
Al final del día, conforme nos acercábamos a nuestros
vehículos para conducir de regreso al campo, Abelino
le contó a nuestro supervisor sobre el incidente. El
supervisor solo dijo “OK” y se fue en su camioneta
pick-up blanca de la granja, sin darle seguimiento. In-
seguro de qué hacer, Abelino trató de recolectar otra
vez al día siguiente con un intenso dolor y una vez
más apenas logró el mínimo. Abelino terminó viendo
cuatro doctores, un fisioterapeuta y un curandero tri-
qui, además de intentar atravesar la burocracia de la
compensación para el trabajador. Al final, un médico
de rehabilitación le diagnosticó tendinitis rotuliana o
inflamación de los tendones detrás de la rótula.

La génesis política y social del dolor de la rodilla de


Abelino no pudo ser más clara. Su dolor fue causado
sin lugar a dudas por haber sido objeto —como triqui
indocumentado- de las desigualdades del mercado in-
ternacional y las prácticas discriminatorias locales,
que lo excluyeron de casi todas las posiciones de tra-
bajo, menos de una: la más traumática y restringida.
Este empleo implica que Abelino tiene que agacharse
siete días a la semana, girando de un lado a otro, en
todo tipo de climas, recolectando fresas tan rápido
como puede.

Se entiende biomédicamente por tendinitis la infla-


mación causada por la tensión y la presión repetida
sobre un tendón en particular. La inflamación puede

44%
desarrollarse a lo largo de anos de trabajo excesivo
y empeorar por sucesos de tension extrema en una
etapa en particular. La posicion de Abelino en el
peldano mas bajo de la jerarquia laboral, de ciudada-
nía y etnicidad significó que -como otros cientos de
piscadores triquis con dolores de cadera, espalda y ro-
dilla—- se viera obligado a exponerse a las condiciones
precisas que propician la inflamación y el deterioro
crónico de una articulación. Además, su sufrimiento
se ve agravado por el hecho de que, como otros tri-
quis de Oaxaca, los resultados de políticas económi-
cas internacionales y la expansión de las empresas
multinacionaleslo obligan a cruzar una frontera mor-
tal en términos de peligro, y, posteriormente, a vivir
con miedo y a seguir siendo transitorio sin importar
el trabajo que haga; reproduciendo con pesimismo la
misma situación para sus hijos, que no pueden seguir
en la escuela para tener la oportunidad de buscar un
mejor futuro. Así, su cuerpo es víctima de múltiples
capas de violencia estructural.

Al inicio del siguiente verano, Abelino me dijo que


aún sufría de dolor en la rodilla. No obstante, con el
fin de incrementar las probabilidades de superviven-
cia de su familia y de continuar trabajando en pro de
su objetivo: ponerle un techo a su casa en San Miguel,
una vez más intentó recolectar.

Sufrir la jerarquía
En la granja Tanaka, las jerarquías de etnicidad y
ciudadanía se correlacionan de una manera cercana
con el orden jerárquico en la vivienda y el trabajo.
Al analizar con mayor detalle, es evidente que este
complejo en su totalidad se inscribe dentro de una je-
44%
rarquia del sufrimiento. Prestar atencion al cuerpo en
un analisis del continuo de la violencia en la migra-
cion entre Estados Unidos y Mexico permite entender
con mayor agudeza los vinculos entre clase, etnicidad,
ciudadania, salud y enfermedad. De muchas formas,
los empleados de la granya de bayas en el Skagit Valley
encarnan los diferenciales de poder y el prejuicio. Las
condiciones de trabajo y de vida, el grado de respeto
recibido y el acceso al poder politico de cada uno de
los grupos dentro de la jerarquia laboral conllevan
formas diferentes de sufrimiento, que van de arriba
abajo. Un enfoque en la encarnacion de las diversas
expresiones de violencia aclara la participacion reci-
proca de las fuerzas sociales en el sufrimiento corpo-
ral.

Generalmente, en la agricultura estadounidense entre


mas mexicano e indigena se perciba a un individuo,
SU trabajo es mas estresante en terminos psicologi-
cos, extenuante a nivel fisico y peligroso. El lugar
donde encaja el cuerpo de un migrante dentro de la
jerarquia dual etnica-laboral determina cuanto y que
clase de sufrimiento debe soportar. Entre mas abajo
se encuentre una persona en la escala que va desde
el ciudadano angloamericano hasta el mexicano indi-
gena indocumentado, el trato de los supervisores es
mas degradante, el trabajo mas agotador y mayor la
exposición a las inclemencias del tiempo y alos pesti-
cidas, mayor es el miedo al gobierno, menos cómoda
es la vivienda y menos control se tiene sobre el tiempo
propio.

Es obvio que la gente sufre en cada uno de los niveles


de jerarquía. Sin embargo, el sufrimiento también se

44%
acumula de manera desigual de arriba abajo. Algunas
de las formas sociales y mentales de sufrimiento se
pueden describir de la siguiente manera: los ejecuti-
vos de la granja se preocupan por la rentabilidad y
la competencia; las asistentes administrativas por la
rentabilidad de la granja y el menosprecio de sus su-
pervisores; mientras que la ansiedad de los piscadores
se debe a los insultos racistas de los supervisores y a
la supervivencia económica familiar. En el nivel más
estrictamente físico del sufrimiento, dicha acumula-
ción desigual sigue manteniéndose. Por ejemplo, los
ejecutivos de la granja se preocupan más por lo que
llamamos “enfermedades de la clase media alta”: del
corazón y el cáncer de mama. Las asistentes adminis-
trativas, por éstas y las lesiones por tensión repetitiva,
como el síndrome del túnel carpiano. Los piscadores
de fresa están en riesgo de enfermedades del corazón
y diversas manifestaciones de cáncer, pero se preocu-
pan más por el envenenamiento por pesticidas, las le-
siones músculo-esqueléticas y por el dolor crónico.

Los triquis ocupan el peldaño más bajo del orden je-


rárquico en el Skagit Valley. Viven en las barracas más
húmedas y frías en el campo más oculto, sin aisla-
miento, sin calefacción y sin un techo de madera que
recubra el techo de chapa. Realizan los trabajos más
estresantes, humillantes y físicamente extenuantes,
siete días a la semana, sin recesos, mientras se expo-
nen a pesticidas y condiciones climáticas extremas.
En consecuencia, los piscadores triquis soportan un
porcentaje inequitativo de enfermedades y dolor.

Crescencio y la angustia del insulto

45%
Despues de un dia completo de recolectar fresas, casi
al final de mi primer verano de trabajo, regrese a
la barraca y me encontre con la clinica para el mi-
grante local, que preparaba una jornada de salud en
el campo de trabajo. Un misionero evangelista cris-
tiano jubilado, que habia servido antes en Sudame-
rica, formaba parte de ella. El misionero llegó en un
vehículo recreativo grande, que había sido convertido
en clínica dental móvil. Lo acompañaban un dentista,
algunas enfermeras, algunos educadores de salud y
varios estudiantes de medicina que llegaron en sus
propios automóviles. Mientras los piscadores se ba-
ñaban y cambiaban su ropa manchada de bayas, las
enfermeras y los educadores de salud anduvieron por
el camino lodoso y polvoriento alrededor del campo
informando a la gente que la jornada de salud sería en
la cancha de basquetbol. La jornada comenzó con las
enfermeras y los educadores de salud reuniendo a los
niños que vivían en el campo para mostrarles cómo
debían cepillar sus dientes y usar el hilo dental. Des-
pués de entregarles cepillos y pastas de dientes a los
niños presentes, sacaron un gran pastel rectangular
con glaseado de vivos colores, lo cortaron en peque-
ños pedazos y lo repartieron entre los niños emocio-
nados de la fila. Después mostraron el video de una
madre soltera mexicana que trabaja en agricultura de
subsistencia y contrae VIH de su novio, después de
que su esposo muere. La enfermera que condujo la
sesión posterior de preguntas y respuestas hizo hin-
capié varias veces en que no solo los jotos (término
peyorativo en México para personas homosexuales) se
contagian de VIH; también las mujeres campesinas,
madres y novias. Los jóvenes con quienes estaba de

45%
pie se reian discretamente cada vez que decia joto. La
docena de estudiantes de medicina, de quienes solo
dos no hablaban espanol, venian de una escuela de
medicina cercana y pasaron las tres horas de la jor-
nada de salud observando, charlando entre ellos y lan-
zando al aire ropa usada sobre una multitud bulliciosa
de trabajadores migrantes.

Conforme la jornada de salud llegaba a su fin y el per-


sonal de la clínica de migrantes local empacaba, se me
acercó un triqui. Crescencio vivía con su esposa, dos
hijas de cinco y ocho años y un hijo de doce en una
barraca cercana a la mía en el campo. Al enterarse,
por el gerente de campo, de que yo era un estudiante
doctor, me preguntó si tenía medicina para los dolo-
res de cabeza. Cuando le pedí más información, me
explicó que tenía un dolor de cabeza debilitante desde
hace siete años aproximadamente el mismo tiempo
que había estado migrando por trabajo. Describió el
dolor señalando la parte superior de su cabeza, cerca
del centro, algunas veces detrás de uno de sus ojos. El
dolor era tan insoportable que no podía concentrarse
en nada hasta que se disipase. Como cualquier buen
estudiante de medicina, hice demasiadas preguntas.
Entendí que el dolor no mejoraba o empeoraba al
comer, descansar, sentarse, pararse, ejercitarse, tomar
agua o Tylenol o ibuprofeno. Con paciencia, Crescen-
cio me explicó que cada vez que un supervisor lo in-
sultaba en el trabajo, se burlaba de él o lo regañaba
injustamente, comenzaba uno de esos dolores de ca-
beza tremendos. Los desencadenadores más comunes
incluían ser llamado “oaxaco estúpido” o que le digan
“apúrate” con enojo o menosprecio cuando ya estaba
piscando lo más rápido posible. Me explicó que estaba
45%
preocupado porque cada vez que se desataba el dolor
de cabeza, cualquier ruido desagradable o molestia
podía enojarlo y, así, se sentía más propenso airritarse
con su esposa e hijos. Su razón primordial para bus-
car ayuda con el dolor de cabeza era evitar enojos con
su familia, Quería ocuparse de este problema antes de
que se convirtiera en algo serio, sobre todo, en violen-
cia contra su esposa o sus niños.

Automedicación: latas de cerveza detrás


de una cabaña

Foto: Seth M. Holmes.

Después de las primeras estaciones de migración a


otros estados dentro de México, Crescencio fue a ver
a varios doctores en la clínica del gobierno en San
Miguel, quienes le recetaron diferentes pastillas e in-
yecciones. Algunas de las medicinas lo aliviaron du-
rante lapsos cortos. Después de años de migrar dentro
de México, Crescencio se vino a trabajar a la granja
Tanaka en Washington y los dolores de cabeza conti-
nuaron. En el campo de trabajo, al igual que en Oaxaca
cuando regresó un invierno, conoció a un curandero
triqui que le hizo la lectura tradicional de su futuro,
además de una limpia para expulsar los malos espí-
46%
ritus de su cuerpo. Estas intervenciones aliviaron los
dolores durante algun tiempo. Sin embargo, despues
de cada tratamiento tradicional o biomedico, los do-
lores de cabeza regresaban al ser desencadenados por
el maltrato en el trabajo. El unico tratamiento que
Crescencio descubrio, que hace desaparecer su dolor
de cabeza, era beber de veinte a veinticuatro cervezas.
Me dijo con naturalidad que cuando bebia esa canti-
dad de cerveza, podia relajarse y el dolor ya no estaba
al siguiente dia cuando despertaba. Tuvo que usar este
remedio unas cuantas veces en una semana de trabajo
regular.

Los dolores de cabeza de Crescencio presentan un


ciclo complicado de vinculos entre el sufrimiento y
las fuerzas simbólicas y sociales que estructuran su
vida. Para comenzar la cadena, como Abelino y otros
migrantes triquis, Crescencio es víctima de las fuer-
zas sociales que lo obligan a vivir y trabajar en con-
diciones perjudiciales en el último peldaño de una je-
rarquía laboral. Después, algunos de los individuos en
una posición superior en la jerarquía lo insultan con
calificativos racistas y le hacen demandas imposibles.
A su vez, el desprecio con que tratan a Crescencio
deriva en insoportables dolores de cabeza socialmente
estructurados, que provocan que se enoje con su fami-
lia y se emborrache; encarnando así, de manera no in-
tencional, el estereotipo del migrante mexicano: mi-
sógino y alcohólico. Por consiguiente, este estereotipo
sirve para legitimar la jerarquía de ciudadanía étnica
en la granja y el trato racista que reciben los traba-
jadores migrantes. La violencia simbólica, encarnada
de una manera tan precisa por Crescencio, funciona
para invisibilizar el racismo y la xenofobia que subya-
46%
cen detras de la falta de respeto que se percibe como
algo que merecen el y otros migrantes mexicanos. Fi-
nalmente, esta falta de respeto se suma a las fuerzas
que posicionan alos piscadores de bayas en el peldano
más bajo de la jerarquía de la granja.

El trabajo agrícola migrante y las dispari-


dades de la salud
A nivel nacional, los trabajadores agrícolas migrantes
sufren de enfermedades más que otros grupos. En
concordancia con el concepto de vulnerabilidad es-
tructural (Quesada, Bourgois € Hart, 2011) estas dis-
paridades de salud tienen mucho que ver con la ciu-
dadanía, la etnicidad y las distinciones de clase. Como
mencioné en el capítulo 2, la Encuesta Nacional de
Trabajadores Agrícolas (NAWS) muestra que el 81%
de los trabajadores agrícolas son inmigrantes, 95% de
estos nacieron en México (Kandula, Kersey € Lurie
2004) y el 52% son indocumentados (Villarejo, 2003).
Los investigadores estiman que hay un millón de indí-
genas oaxaqueños en Estados Unidos, en su mayoría
mixtecos, zapotecos y triquis (McGuire € Georges,
2003). La edad promedio de los trabajadores agríco-
las es veintinueve años y muy pocos tienen más de
sesenta (Frank et al., 2004; Slesinger, 1992). Sin em-
bargo, las estadísticas de salud para trabajadores agrí-
colas migrantes son inexactas dadas las imposibilida-
des de un censo preciso. Cálculos de la población de
jornaleros agricultores migrantes en Estados Unidos
van desde 750.000 a 12 millones (Slesinger, 1992).
Además, la mayor parte de la información sobre
mortandad y morbilidad está tergiversada debido al
miedo de los trabajadoresindocumentados a reportar

46%
problemas de salud, al cumplimiento deficiente de po-
liticas de salud y laborales en la agricultura, y al hecho
de que muchos migrantes latinoamericanos regresan
a sus países de origen conforme envejecen o se enfer-
man, lo que supone una “predisposición por trabaja-
dores saludables” (Villarejo, 2003).

A pesar de un enfoque sólido en la salud pública, en


lo que con frecuencia se denomina la “paradoja del
latino saludable”, casi toda la investigación muestra
que un porcentaje desproporcionado de enfermeda-
des recae en los trabajadores agrícolas. Esta paradoja
indica que a las poblaciones de latinos en general
les va mejor en ciertas condiciones de salud que a
otros grupos étnicos, a pesar de tener un estatus so-
cioeconómico relativamente más bajo. Un problema
primordial con esta paradoja es la definición de la
metacategoría latino. La mayor parte de la investi-
gación sobre esta paradoja omite diferenciar entre
aquel que nació en Estados Unidos y el que nació
en el extranjero, lo mismo con el de ascendencia es-
pañola, sudamericana, centroamericana y mexicana,
y mucho menos el de ascendencia indígena. Aunque
los triquis que conocí no se consideraban así mismos
latinos, casi toda la información de censos y sobre
salud pública incluye atodas las personas que identifi-
can como individuos de ascendencia latinoamericana
en una sola categoría, llamada latino (o hispano en
el caso del censo). Un estudio reciente indica que el
índice de mortandad y hospitalización por acciden-
tes peatonales de los niños latinos es dos veces más
alto que el de los niños blancos en Estados Unidos;
y que los adultos latinos presentan un índice más
bajo en exámenes de cáncer (Kandula, Kersey € Lurie,
46%
2004). Ademas, un reporte del Instituto de Medicina
muestra que todos los grupos étnicos que no son
blancos reciben en definitiva una atención médica de
calidad más deficiente (Kauffold et al., 2004). Aunque
ha habido poca investigación específica sobre micro-
población, es probable que los oaxaqueños indígenas
en Estados Unidos tengan una salud peor que otros
“latinos” debido a su falta relativa de capital cultural y
social (Bourdieu, 1997): recursos ocupacionales, edu-
cacionales y linguisticos.

Mas alla del grupo metaetnico latino que les asig-


naron, los piscadores de fresa triquis pertenecen a
la categoria desfavorecida de inmigrantes en Estados
Unidos. Varios estudios muestran que el estatus de
la salud de los inmigrantes decae entre mas tiempo
pasan en Estados Unidos. Dichos indicadores de salud:
obesidad, colesterol serico, tabaquismo, uso de al-
cohol, uso de drogas ilicitas, enfermedades mentales,
suicidio y muerte por homicidio incrementan entre
la primera y la segunda generación de inmigrantes
mexicanos. El valor nutricional de la dieta de los
migrantes también decae considerablemente durante
el primer año en Estados Unidos (Villarejo, 2003).
Los migrantes que son indocumentados presentan
un factor de salud negativo adicional: el tener que
cruzar lo que un académico llama la “frontera más
violenta del mundo entre dos países que no están en
guerra” (McGuire €: Georges, 2003). El estatus deindo-
cumentado incrementa aún más la “carga alostática”
—que se entiende desde el punto de vista biomédico
como la acumulación de riesgo en la salud asociada al
estrés crónico- debido a las experiencias traumáticas

47%
al cruzar la frontera y el miedo a la deportacion (Mc-
Guire & Georges, 2003).

Asimismo, los trabajadores agricolas migrantes mexi-


canos padecen una salud precaria por su posicion de
clase. Los trabajadores agricolas presentan una taza
de mortandad cinco veces mas elevada que el resto
de trabajadores. Ademas, los indices de las lesiones
que no son mortales, dolor musculo-esqueletico, en-
fermedades del corazon y de diversos tipos de cancer
han incrementando en la poblacion de trabajadores
agricolas. Tambien hay mayor riesgo de parto de mor-
tinato y malformacion congenita de nacimiento en
ninos que nacen cerca de las granjas. De igual forma,
estudios indican que aproximadamente de una ter-
cera parte a la mitad de trabajadores agricolas repor-
tan sintomas cronicos asociados con la exposicion a
pesticidas: dolor de cabeza, irritación de ojos y piel y
síndromes como de gripe (Frank et al., 2004).

Para acentuar aún más la posición de clase, los tra-


bajadores agrícolas migrantes y temporales padecen
el peor estado de salud en la industria agrícola. La
inmensa mayoría de ellos y sus familias viven por
debajo de la línea de la pobreza (Rust, 1990; Slesin-
ger, 1992; Villarejo, 2003). Muestran un aumento en
la tasa de diversas condiciones crónicas: desnutri-
ción, anemia, hipertensión, diabetes, dermatitis, fa-
tiga, dolores de cabeza, alteración del sueño, ansiedad,
problemas de memoria, esterilidad, alteraciones en la
sangre, problemas mentales y anomalías en el hígado
y en la función del riñón (Slesinger, 1992; Mobed,
Gold € Schenker, 1992). Los trabajadores agrícolas
migrantes presentan un grave incremento en proble-

47%
mas pulmonares, ya que el trabajo agricola afecta la
salud del pulmon tanto como fumar (Mobed, Gold &
Schenker, 1992); un incremento en la incidencia de
enfermedades agudas: infecciones en vias urinarias y
en el rinon, insolacion, antrax, ascariasis, encefalitis,
leptospirosis, rabia, salmonelosis, tétanos y coccidioi-
domicosis. Se cree que la mayoría de estas enferme-
dades son causadas en gran medida por condiciones
de trabajo y de vida precarias, y por la falta de baños
sanitarios (Sakala, 1987). La incidencia de la tubercu-
losis, también relacionada con estas condiciones, es
seis veces más alta entre los trabajadores migrantes
que en la población total de Estados Unidos (Villarejo,
2003); y la infección por el VIH es tres veces más
frecuente que en la población estadounidense y mexi-
cana en general (Migration News, 2005). Finalmente,
los niños de los trabajadores migrantes muestran ín-
dices altos de desnutrición, problemas de la vista y
dentales, anemia y envenenamiento por plomo en la
sangre (Mobed, Gold €: Schenker, 1992).

A pesar de un estado de salud que empeora y de la ne-


cesidad imperiosa de incrementar los servicios socia-
les y de salud, los trabajadores agrícolas migrantes en-
frentan muchos obstáculos para acceder a ellos; éstos
son, total o parcialmente, excluidos de los beneficios
de compensación para el trabajador en casi todos los
estados, excepto en quince (Sakala, 1987). La Ley de
Normas Justas de Trabajo (FLSA), de 1938, garantizó
el salario minimo, un salario y medio por horas extras
y prohibió el trabajo infantil, pero no se implementó
para los trabajadores agrícolas. Las reformas de 1966
ampliaron, aparentemente, la elegibilidad para los
trabajadores agrícolas, sin embargo, descalificó a la
47%
mayoría al excluir a aquellos en granjas pequeñas y a
los que reciben un salario a destajo. Estas reformas li-
mitaron el trabajo infantil en granjas de tal manera
que cualquier niño podía trabajar en tareas agrícolas
que no fueran peligrosas, pero solo los adolescentes
que tenían más de 16 años podían trabajar en tareas
agrícolas que implicaran algún tipo de peligro. Las re-
formas de 1974 mantuvieron las exclusiones anterio-
res. También la Ley de Seguridad Social (SSA) y sus re-
formas posteriores excluyeron a la mayoría delos tra-
bajadores agrícolas de los beneficios relacionados con
el desempleo, que, de todas maneras, no están a la dis-
posición de los inmigrantes indocumentados. Ade-
más, incluso cuando las condiciones de vivienda se
abordaron en la Ley de Vivienda de 1949 y en la Ley de
Seguridad y Salud Ocupacionales (OSHA) de 1970, las
condiciones de vida en los campos de trabajo siguen
por debajo de las normas requeridas. Finalmente, alos
trabajadores agrícolas se les negó el derecho a la nego-
ciación colectiva conforme a la Ley Wagner de 1935.
Habían ganado el derecho de negociación solo en el
estado de California según la Ley de Relaciones Labo-
rales Agrícolas (ALRA) de 1975, después de que los
Trabajadores Agrícolas Unidos (UFW) se organizaron
con firmeza y soportaron violencia exacerbada en su
contra. Si bien este triunfo condujo a mejoras de tra-
bajo, el sistema agrícola en California para los trabaja-
dores en granjas sin contratos de los UFW sigue
siendo muy explotador. Además, tenemos que recor-
dar que hasta las prestaciones ya obtenidas para los
trabajadores agrícolas no son aplicadas con regulari-
dad para todos los trabajadores debido a las diferen-
cias enormes de poder y a las amenazas por parte de

47%
los empleados de deportar a los migrantes indocu-
mentados si reportan alguna violación a este derecho.

Aunque existe un Programa de Salud para el Migrante,


se calcula que solo da servicio a un 13% de la po-
blación deseada de trabajadores migrantes (Villarejo,
2013). A pesar de vivir bastante por debajo de la
línea de la pobreza, poco menos que una tercera parte
de mujeres migrantes califica para Medicaid, debido
principalmente a su existencia interestatal nómada y
a su estatus de indocumentada (Kauffold et al., 2004).
Algunos investigadores calculan que menos del 30%
de trabajadores migrantes cuenta con seguro de salud,
en comparación con un 84% estimado de residentes
estadounidenses en general (Health Outreach Part-
ners, 2010; Villarejo, 2003; Migration News, 2004). Es
probable que esta disparidad creciera con la reforma
de salud de 2009, ya que prometía -si se implemen-
tara como es debido- incrementar la tasa de seguro de
salud de los ciudadanos estadounidenses sin estipula-
ciones para una de nuestras poblaciones más vulnera-
bles: los trabajadores migrantes. Asimismo, se estima
que en California menos del 10% de trabajadores me-
xicanos indígenas cuenta con seguro de salud, a dife-
rencia del 30% de sus contrapartes mestizos (Mines,
Nichols € Runsten, 2010). En parte debido a estos
obstáculos, los jornaleros migrantes tienen menos
posibilidades de obtener medicina preventiva que
otras personas: el 72% nunca realiza un examen físico
de rutina, el 25% nunca lleva a cabo una revisión den-
tal y el 43% nunca se hace un examen de ojos (Slesin-
ger, 1992). De hecho, muchos trabajadores migrantes
en Estados Unidos pasan penurias importantes para
regresar a México y tener acceso a atención médica.
48%
Aducen razones económicas, culturales y lingiisticas
al decidirse por esta opcion (Kauffold et al., 2004). Así,
estas estadísticas contradicen directamente la queja
popular estadounidense de que los inmigrantes indo-
cumentados son la causa de la desaparición del sis-
tema de salud estadounidense por uso excesivo.

Bernardo y los perjuicios de la tortura


Durante mi estancia en la granja en el estado de Wa-
shington conocí una familia triqui que vivía fuera del
campo de trabajo en un departamento en el centro. El
padre, de veintisiete años de edad, Martín, pudo obte-
ner la residencia estadounidense a través de su padre,
Bernardo, quien se convirtió en residente estadouni-
dense con la amnistía de 1986 para los trabajadores
agrícolas conforme al Programa Bracero. Martín ya no
trabaja en la granja Tanaka sino en una planta em-
pacadora de pollo, junto con su esposa. Bernardo fue
uno de los primeros triquis en llegar a Washington.
Cuando obtuvo la residencia estadounidense dejó de
trabajar en la granja y regresó a Oaxaca. Cada verano, a
partir de la década de los ochenta, Bernardo ha pasado
cinco meses trabajando en una planta procesadora de
pescado en Alaska para mantenerse a sí mismo, a su
esposa y a su hermana. Esta familia es de San Pedro,
un pueblo triqui en las montañas de Oaxaca cerca de
San Miguel, el lugar de origen del resto de los triquis
que conocí en Washington. Mientras que toda la zona
triqui en Oaxaca tiene la reputación de ser violenta,
en San Pedro esto es más evidente. También es el
hogar del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui
(MULT) que, durante mi trabajo de campo, estaba en el
proceso de transformarse de un movimiento rebelde

48%
a un partido político oficial. El MULT era un movi-
miento no muy grande, que se concentraba principal-
mente en el pueblo pequeño de San Pedro sin ningún
vínculo claro con otros movimientos contemporá-
neos, como el Zapatismo en Chiapas.

En medio del invierno, Martín me llamó y me invitó


a hacer un viaje por carretera a Oaxaca. Salimos dos
días más tarde y manejamos directo hasta Oaxaca
sin detenernos a dormir. Había cinco personas en mi
Honda Civic durante la travesía de 4.828 kilómetros
en cada dirección del trayecto: Martín, su hija de cua-
tro años, sus hijos de seis y siete años y yo. Las únicas
paradas que hicimos fueron para cambiar el aceite en
Arizona durante la ida y el regreso, comprar comida
rápida una o dos veces al día y reparar una llanta pon-
chada en la zona rural de Oaxaca. Martín y yo nos
turnamos para manejar, tomar siestas, entretener a
los niños y limpiar después de que la hija de Martín se
intoxicó con comida, que le provocó diarrea y vómito
en el trayecto hacia el sur.

Pasé mi primera semana en el estado de Oaxaca en la


casa de Bernardo en la ciudad de Juxtlahuaca. Aun-
que la familia era de San Pedro originalmente -su te-
rreno está en las afueras del pueblo, junto a un pueblo
mestizo- sufría continuos ataques armados por parte
de sus vecinos y con frecuencia también la familia
de Bernardo atacaba a éstos. Los ataques constantes
estaban relacionados principalmente a la tenencia de
tierras y alas afiliaciones políticas; la mayoría de per-
sonas en San Pedro apoyan al MULT, mientras que el
pueblo vecino respalda en general al Partido Revolu-
cionario Institucional (PRI), que ha estado en el poder

48%
en casi todo México por más de setenta años. Ber-
nardo describe la situación en español mal hablado,
su segunda lengua.

Ha habido muchas muertes. ¡Oh! ¡Muchas muertes!


Había una niña de catorce años allá (señala hacia
las montañas donde la mayoría de los triquis viven),
solo era una niña. La agarraron antes de que subiera
la montaña. ¡La violaron, muchos! Después fue ase-
sinada, de manera muy violenta, con muchas corta-
duras de cuchillo. Después un maestro fue asesinado
allá, donde fuimos (señala hacia San Pedro). ¡Oh! El
hijo de Miguel (uno de los líderes del MULT), ¿lo re-
cuerdas?, le di un refresco. Yo estaba aquí (hace un
gesto con su mano), y tú estabas junto a Martín.
Le dispararon a su hijo. Después allá (indica con un
gesto de mano diferentes direcciones) y allá y allá.
Sí, muchas muertes. Quizá ocho, quizá diez en los úl-
timos dos meses. Gente mala, muy mala. Se matan
entre la gente de los partidos políticos.
Hay mucho peligro aquí. Si dices algo, y no te das
cuenta que alguien está escondido y te escucha, de
pronto “pow” o un cuchillazo y estás muerto. No
puedo salir de noche, incluso si necesito algo. No de
noche, no. Mucho peligro; hay mucho peligro aquí.
Durante el día está bien. Voy al mercado a ver al doc-
tor. Pero no de noche. Tengo miedo. Hay mucho peli-
gro, sí, sí.

La familia de Martín y de Bernardo, junto con otros,


se fueron de San Pedro a la pequeña ciudad cercana de
Juxtlahuaca para escapar de la violencia. Diversas lu-
chas por la tierra como ésta aún siguen dándose en la
región de la Mixteca en Oaxaca. Con el dinero que Ber-

48%
nardo gano migrando hacia Estados Unidos, la familia
pudo construir una vivienda en Juxtlahuaca y abrir
una pequena tienda en una de las habitaciones de la
casa.

En la noche, despues de manejar de regreso de nues-


tra visita a San Pedro por las calles lodosas y empi-
nadas, Bernardo me preguntó si sabía de una buena
medicina para su dolor de estómago. Me explicó que
durante ocho años le ha dolido el estómago. Dijo: “A
mi estómago ya no le gusta la comida. No tengo ganas
de comer. Cuando como, me duele”. Antes de partir
a Alaska para trabajar cada primavera, su doctor en
Juxtlahuaca le receta una serie extensa de “vitami-
nas inyectadas” y las inyecciones le producen ham-
bre, para que tenga la suficiente energía para trabajar
en la planta procesadora. Cuando regresa de Alaska,
está débil y flaco y recibe otra serie extensa de las
mismas inyecciones para recuperar su fuerza con el
fin de cuidar los maizales familiares en las afueras de
Juxtlahuaca. La siguiente descripción de su dolor de
estómago era interrumpida por gemidos y lamentos.

¡Me duele tanto! Justo aquí (señala la parte baja de


su abdomen), qué dolor y sube. Brinca y brinca como
cuerdas que brincan, de este modo, así (con rapidez
abre y cierra sus manos). Me levanto y mi estómago
duele, ¡ay! Endurece como la dureza de esta banca
(toca la banca de madera donde está sentado). Así
que aplasto mi estómago con una botella de refresco.
Aplasto, aplasto, aplasto, aplasto aquí (empuja su
puño lentamente hacia dentro de su abdomen). Y me
ayuda un poco. Pero, ¡ay! No puedo soportarlo. ¡No
puedo comer! ¡Nada! Cada vez que como me duele,

49%
duele. Pero me aguanto. Me aguanto hasta que el tra-
bajo termina.

Bernardo ha perdido peso durante los ultimos anos y


se siente débil cada mañana cuando sale a las 5 de la
mañana a trabajar en los maizales de la familia antes
de que yo despierte. Su esposa me contó que tuvo que
forzarse a sí mismo a comer una tortilla y un huevo
antes de trabajar en el campo.

Cuando le pregunto por qué le duele el estómago, me


explica primero que es por haber trabajado tan duro
toda su vida.

Tengo dolores por tanto trabajo. Ay, tanto trabajo.


Me fui a Veracruz a cortar caña cuando tenía ocho
años. Tanto trabajo toda mi vida. Veracruz, Baja Ca-
lifornia, Washington, Oregón, California, Carolina
del Norte, ¡ay! Y ahora Alaska. Y aquí, el maizal y la
casa, también. Toda mi vida he trabajado mucho, y
uno se cansa, y el cuerpo duele. En Alaska, trabaja-
mos 16 horas, siete días a la semana. Sin descansar
durante 2 meses. Después, quizá 10 horas u 8 horas
al día, 7 días a la semana, durante 2 meses más. ¡Ay!
¡Muchísimo trabajo!
Tanto trabajar desgasta el cuerpo dice con una son-
risa débil-. Todo lo que tengo es de mi trabajo. Co-
secho el maíz, corto el zacate, lo ato, todo solo, solo.
Tengo sesenta y dos años o quizá ochenta; no sé. Esta
casa, la tierra, todo viene de mi trabajo. ¿Quién me
daría de comer y a mi familia, si no trabajo? Nadie.
No hay nada aquí.

Cuando le pregunto por qué el dolor empezó hace


ocho años, agrega otro dato importante:

49%
También los soldados. ¿Sabes lo que son los solda-
dos, verdad? Sí, los soldados me golpearon y patea-
ron muchas, muchas veces. Me golpearon así (hace
con la mano un puño y lo lanza al aire), aquí en
mi estómago. ¡Ah! Pero muchos chingadazos hasta
que había sangre por todos lados. Por el movimiento
(MULT). La gente crea rumores en contra de nosotros
y de los soldados, los soldados azules, llegaron y me
golpearon.

Hace ocho años, Bernardo fue secuestrado y tortu-


rado por la policía federal mexicana a cargo del cum-
plimiento de la ley contra el narcotráfico, a quienes
llama “los soldados azules” por el color de sus unifor-
mes. Esta rama del ejército mexicano es financiada
oficialmente por la DEA en Estados Unidos con el fin
de detener el tráfico de drogas entre México y Estados
Unidos. Esta policía golpeó a Bernardo muchas veces
y lo encerró en una prisión. Ahí, a pesar de varias pe-
ticiones, se le negó la atención médica de tal modo
que se vio obligado a tomar su propia orina como un
remedio para ayudar a la sanación de su abdomen.
Además, se le negó la comida durante varios días en
los que estuvo en cautiverio. Los “soldados azules” le
dijeron que había sido secuestrado bajo la sospecha
de pertenecer al MULT, aun cuando el movimiento no
tenía vínculos con el tráfico de drogas. Después de va-
rios meses de solicitudes por parte de Bernardo y su
familia, el presidente municipal de Juxtlahuaca firmó
y selló un documento oficial -que Bernardo me en-
seña con orgullo- declarando que Bernardo no había
hecho nada malo; al final lo liberaron.

49%
Como Abelino y Crescencio, Bernardo sobrelleva una
especie de sufrimiento determinado directamente
por las fuerzas políticas y sociales. El sistema con-
temporáneo del capitalismo corporativo neoliberal
ha construido desigualdades globales, causando una
depresión económica cada vez más profunda en el sur
de México. Esta pobreza es uno de los principales fac-
tores que producen los enfrentamientos locales por
la tierra, al igual que la migración hacia el exterior
en busca de la supervivencia por parte de trabaja-
dores competentes. Las alianzas políticas del ejército
mexicano, y sus lazos financieros, con el gobierno fe-
deral estadounidense han causado la represión de los
movimientos que buscan la redistribución del poder
y de los recursos de una manera más equitativa. La
violencia política contra miembros sospechosos de
movimientos por los derechos indígenas no solo se
encarna como una enfermedad, como en el caso de
Bernardo, sino también fortalece el proyecto econó-
mico neoliberal e incrementa la pobreza y el sufri-
miento de millones de personas marginadas. La lógica
detrás de esta violencia sostiene que los más pobres de
los pobres no deben hacerse valer o no se les debe con-
ceder poder económico y político. El futuro de la acu-
mulación comercial multinacional depende de ello.

La estatua es demasiado pesada

Al día siguiente de que Bernardo me llevara a visitar


San Pedro, conocí a uno de sus vecinos triquis de edad
avanzada. Este anciano me contó una historia origi-
nal de los triquis de San Pedro. Muchas veces mientras
me encontraba en la zona triqui de Oaxaca, escuché
diferentes versiones.

50%
Pedro (o Miguel, si la persona que cuenta la historia
es de San Miguel) era un joven triqui que vivió hace
muchos años en tierras fértiles en el centro de Mé-
xico. Pedro tenía un hermano (o bien Miguel o Pedro
en relación con el otro pueblo triqui) y una hermana,
Ana (en relación con el tercer pueblo triqui, Santa
Ana). Cuando Pedro era solo un adolescente, la gente
sacó a patadas a su familia de la zona. Pedro tuvo
que cargar su estatua de Jesús en la cruz mientras
su familia salía del pueblo. Caminaron y caminaron,
y la estatua de Jesús se volvía cada vez más pesada
hasta que la familia tuvo que asentarse en el nuevo
lugar donde se encontraba y crear un nuevo hogar.
Después de varios años, la gente sacó a patadas a su
familia de esta zona. Otra vez, Pedro tuvo que cargar
su estatua de Jesús en la cruz mientras caminaban.
Una vez más la estatua se volvió bastante pesada y
tuvieron que detenerse y crear un nuevo hogar. Sin
embargo, otra vez la gente echó a Pedro y a su familia.
Esto sucedió un sinnúmero de veces hasta que Pedro
llegó a estas montañas áridas en las nubes donde es
difícil que crezca cualquier tipo de cultivo (cada na-
rrador señaló las montañas que rodean a su pueblo)
y la estatua de Jesús se volvió sumamente pesada.
Finalmente, Pedro y su familia se establecieron aquí
en estas montañas áridas y aún se les escucha riendo
y celebrando durante la fiesta del santo patrón cada
año.

Esta historia del origen es análoga a toda la historia


de los triquis, quienes han sido expulsados con vio-
lencia de la tierra en Oaxaca, forzados a migrar por
los mercados globales y menospreciados en México y
Estados Unidos. Al mismo tiempo, otras personas los
50%
identifican, y ellos a si mismos, como violentos. Justo
despues de salir de San Miguel para regresar a Estados
Unidos, dos de mis amigos triquis fueron asesinados
a tiros mientras les disparaban y asesinaban a otros
dos triquis. Este incidente ocurrio poco despues de
una eleccion estatal llena de controversia en Oaxaca
en 2004 y se rumoraba que estaba relacionado con las
facciones políticas. Una pareja de misioneros que co-
nocí en San Miguel me contó que los triquis le dispa-
raron al esposo en el hombro en una de sus primeras
visitas a la zona hace varios años. Muchas otras perso-
nas en las montañas de Oaxaca, incluyendo Bernardo,
me advirtieron que tuviera cuidado porque la zona
triqui es violenta y peligrosa.

Esta violencia física real, y la que se rumora que


perpetúan los triquis, puede entenderse como otra
encarnación del continuo de la violencia. Siguiendo el
análisis de Michael Taussig de la violencia colonial en
el Putumayo de Sudamérica, la violencia triqui puede
entenderse como un tipo de mimesis o reflejo de la
dislocación violenta que han experimentado en di-
versas ocasiones (Taussig, 1986). De un modo similar,
Frantz Fanon (1963) conceptualiza la violencia inter-
personal en la Argelia colonial como una especie de
mimesis miope. Fanon identifica a la violencia per-
petrada por un argelino hambriento contra su vecino
argelino, el dueño de la tienda que demanda un pago
por el pan que vende, como un reflejo sin dirección
de la violencia política y estructural del régimen co-
lonial. Este individuo ve a su vecino argelino propie-
tario de la panadería como la persona que le niega la
comida en lugar de ver al régimen colonial como la
causa principal de su pobreza y hambruna. De manera
50%
similar, la violencia triqui entre partidos políticos y
pueblos vecinos puede verse como el espejo de la vio-
lencia que han experimentado a manos del ejército
mexicano y del mercado global injusto. Sin embargo,
Taussig también señala que la violencia del colonia-
lista es producida por sus propios miedos al imagi-
nar la violencia de aquellos a los que oprime. De igual
modo, la opresión de los triquis por parte del gobierno
mexicano algunas veces está justificada a través del
tropo de la violencia triqui.

El sufrimiento de los jornaleros migrantes triquis es


una encarnación de múltiples formas de violencia. La
violencia política de los enfrentamientos por la tie-
rra los ha empujado a climas inhóspitos, sin acceso
fácil al agua para sus cultivos. La violencia estructural
del capitalismo neoliberal global los obliga a dejar su
hogar y a sus familias, a sufrir através de una travesía
larga para cruzar una frontera mortal en el desierto y
buscar los medios para sobrevivir en una tierra nueva.
La violencia estructural de las jerarquías laborales en
Estados Unidos, organizada alrededor de la etnicidad
y de la ciudadanía, los posiciona en el peldaño más
bajo, con los empleos más peligrosos y agotadores y la
peor vivienda. Debido a su posición más baja dentro
del orden jerárquico, los trabajadores triquis migran-
tes indocumentados soportan enfermedades y lesio-
nes desproporcionadas.

El dolor de la rodilla de Abelino es el resultado di-


recto de la violencia estructural, sobre todo cuando lo
obliga a trabajar en empleos que requieren movimien-
tos repetitivos y perjudiciales que casi garantizan el
deterioro físico, la inflamación y el dolor. No se le da

50%
la opción de otras formas de trabajo, como las “labores
tranquilas” en las que ve que se ocupan los ciudadanos
estadounidenses. Los prejuicios locales y nacionales
y los estereotipos asentúan aún más la jerarquía del
trabajo de tal manera que los trabajadores triquis a
menudo son tratados con menosprecio e insultos ra-
cistas. Para la inmensa mayoría, su estatus de indocu-
mentado conlleva el miedo a la autoridad y el miedo
a exigir la reparación de los agravios. Estas formas
internalizadas y externas de violencia simbólica no
solo apuntalan las jerarquía laborales injustas a través
de la normalización, sino también conducen a varias
formas de sufrimiento, como los dolores de cabeza
intratables de Crescencio. A su vez, estos dolores de
cabeza conducen de nuevo a la violencia simbólica de
estereotipos de hombres migrantes mexicanos como
alcohólicos y machistas. De manera simultánea, el
ejército mexicano promulga la violencia como una
respuesta al miedo de la elite económica a la posibi-
lidad de que la gente más desfavorecida se organice
para exigir sus derechos económicos, de salud, de edu-
cación y políticos. El dolor estomacal que debilita a
Bernardo comenzó con la violencia política directa de
diversos golpes con puños y botas bien colocados en
su estómago y se desarrolló a través de la violencia es-
tructural que le exige días de trabajo largos y difíciles
en Alaska y Oaxaca para que su familia pueda sobrevi-
vir.

La violencia cotidiana normalizada, semejante a


la violencia institucionalizada que Scheper-Hughes
(1992) y Basaglia (1987) analizan, puede observarse
también en las interacciones entre los migrantes tri-
quis y los profesionales de la salud que les prestan ser-
51%
vicios. En estas relaciones, a la lesión se le agrega el
factor del insulto de modo inadvertido a través de la
disfunción burocrática de la atención médica y de la
lente de percepción utilizada por profesionales de los
servicios de salud bien intencionados e idealistas. El
tema del próximo capítulo son las experiencias de los
triquis con los servicios de salud, en particular las de
Abelino, Crescencio y Bernardo.

51%
CAPITULO 5

"Los doctores no saben


nada”! La mirada clinica
en la salud para migrantes

Cuando llegué por primera vez a San Miguel, intenté


explicarle a los funcionarios del ayuntamiento mis
razones para estar ahí. Dije que esperaba vivir en el
pueblo durante varios meses para aprender sobre la
vida cotidiana y la salud de los habitantes. El funcio-
nario a cargo de los asuntos legales (el síndico) me
explicó que no había un lugar donde me pudiera que-
dar, ningún hotel o casa de huéspedes, pero que podía
trabajar en el Centro de Salud en el pueblo, ya que
faltaba personal. San Miguel cuenta con una pequeña
clínica financiada por el gobierno federal, que es aten-
dida por un médico residente y una enfermera que se
turnan, con uno o dos días entre labores, cuando no
hay personal. Todos los médicos residentes en México
deben pasar un año después de graduarse de la escuela
de medicina haciendo su servicio social; por ello son
asignados a clínicas. Cada año llega un nuevo médico
residente a la clínica y el gobierno federal rota ala ma-
yoría de las enfermeras por lo menos una vez al año.
De este modo, la relación entre el pueblo y el personal
de la clínica es mínima. El síndico me dijo que la en-
fermera, Josefina, y el doctor, Juan, eran de la ciudad
de Oaxaca y solo hablaban español.

La sugerencia del síndico de que podría ayudar en el


Centro de Salud me puso nervioso; me preocupaba
que me vieran como un practicante de medicina y

51%
no como un antropologo y me confundieran con un
medico con una formacion s6lida. Le dije que me
interesaba observar al medico y a la enfermera del
pueblo y asistirlos cuando se diera el momento apro-
piado, pero que me encontraba ahi para aprender de
la gente y que no podria practicar medicina por mi
cuenta. Parecio desilusionado y confundido. Cuando
repeti que estaba ahi principalmente para observar y
aprender de los triquis sobre sus vidas y su salud, aún
parecía no estar convencido de que no pudiera llenar
el lugar vacante en la clínica. Traté de explicar que
no había terminado mis estudios como médico y que
todavía necesitaba ser supervisado por un doctor con
mayor experiencia. El síndico respondió: “Ese médico
no sabe nada”.

San Miguel, Oaxaca

Foto: Seth M. Holmes.

Esa afirmación severa me sorprendió. Me pregunté si


se debía a una diferencia de interpretación de una
enfermedad entre una persona indígena triqui y un
médico alópata urbano, a un juicio apropiado de la
falta de conocimiento de un pasante que aún no ha
terminado sus estudios, o al resultado de una falta
de conocimiento o de buen trato a los pacientes por
parte de este médico en particular. Supuse, sin tener
51%
en cuenta la razon primordial, que la explicacion se
debía en específico a Juan y la situación en el Centro de
San Miguel.

Sin embargo, conforme continué mi trabajo de campo


en Washington, California y Arizona y regresé a San
Miguel durante la residencia de un nuevo pasante,
escuché: “Los médicos no saben nada” dentro de di-
versos contextos. Este estribillo me desconcertó bas-
tante. Supuse que los médicos que trabajaban con la
gente triqui en clínicas para migrantes o en clínicas
financiadas por el gobierno en Oaxaca serían valora-
dos, en parte porque han renunciado al prestigio, a
instalaciones de tecnología de punta y a salarios más
elevados con el fin de trabajar con esta población.
Además, estaba a la mitad de una formación muy exi-
gente para convertirme no solo en antropólogo sino
también en médico y quería trabajar en el futuro
en ambas profesiones con los trabajadores migran-
tes latinoamericanos. ¿Por qué los triquis pensaban
que los médicos que trabajaban con ellos no sabían
nada? ¿Qué estaba mal en la relación entre doctor y
paciente? ¿Por qué era tan problemática en su estado
actual? ¿Podría cambiarse para que fuese más útil
para mis compañeros triquis? ¿Cuáles eran las estruc-
turas simbólicas, sociales y económicas que impedían
dicho cambio? ¿Y cómo podía la antropología entablar
un diálogo con la medicina clínica y la salud pública?
Estas preguntas son el empuje de este capítulo.

En el capítulo anterior, describí las historias de las


enfermedades de Abelino, Crescencio y Bernardo,
considerando los efectos de las diferentes expresiones
de violencia en juego en el trabajo agrícola de los mi-

52%
grantes. En esta parte, continúo con las historias de la
rodilla de Abelino, el dolor de cabeza de Crescencio y el
dolor de estómago de Bernardo mientras interactúan
como pacientes con profesionales de la salud en Wa-
shington, California y Oaxaca. Utilizando estas histo-
rias de enfermedad al igual que algunas entrevistas
con médicos y observaciones de encuentros clínicos,
este capítulo explora tanto los factores estructurales
que afectan el servicio de salud para migrantes como
la lente a través de la cual los profesionales de la salud
perciben a sus pacientes migrantes.

La mirada clínica
Como antropólogo y médico, me interesa tanto la
teorización de las categorías sociales como sus rela-
ciones con los cuerpos y con la posibilidad de que el
sufrimiento pueda aliviarse de una manera más res-
petuosa, equitativa y eficaz. Mi formación dual ha
sido, al mismo tiempo, estimulante y desconcertante.
La lente a través de la cual los antropólogos culturales
y los médicos están capacitados para ver el mundo
es bastante diferente y, algunas veces, contradictoria.
Me parece muy importante el análisis social crítico
de la antropología, además de poder valorar las preo-
cupaciones humanas concretas de la medicina clí-
nica. Algunos otros, al margen de la medicina clínica
y del análisis antropológico, ofrecen percepciones y
metodologías valiosas. Bien conocidos son los artícu-
los de Kleinman (1998) sobre historias relacionadas
con enfermedades y los modelos explicativos de los
pacientes, asimismo los ensayos de Farmer (1997,
1998) sobre la solidaridad pragmática y la violencia
estructural. El trabajo de Kleinman se enfoca en las

52%
formas en que los pacientes somatizan las realidades
sociales y sobre la importancia de que los médicos es-
cuchen la manera en que sus pacientes entienden una
enfermedad. El trabajo de Farmer explica claramente
la importancia de los determinantes estructurales de
una enfermedad y exige una distribución justa de los
recursos biomédicos.U7 Este capítulo se sirve del aná-
lisis de Kleinman sobre las percepciones y los modelos
explicativos de los pacientes, y del trabajo de Farmer
sobre los efectos de la violencia estructural en pacien-
tes; y los pone de cabeza al enfocarse en los profesio-
nales de la salud en lugar de los pacientes. Después
de acompañar a mis amigos triquis a clínicas para
migrantes, hospitales y curanderos tradicionales en
Estados Unidos y México, me he interesado también
en las formas en las que las estructuras económicas y
sociales afectan alos profesionales de la salud, la lente
mediante la que perciben y responden a sus pacientes,
y los cuidados que pueden ofrecer en última instan-
cia.

Uno de los análisis más importantes acerca de las per-


cepciones de los profesionales de la medicina en el en-
cuentro clínico es The Birth of the Clinic de Michel Fou-
cault (1994 [1963]). Foucault describe lo que el llama
“la mirada”. Explica que el encuentro clínico cambió
de un modo drástico entre los siglos XVIII y XIX:

Esta nueva estructura se manifiesta... a través del


cambio insignificante pero decisivo, en el que la pre-
gunta: “¿Cuál es el problema?”, con la que daba ini-
cio el diálogo entre el doctor y el paciente en el siglo
XVIII..., se reemplaza por otra pregunta: “¿Dónde te

52%
duele?”, en la que reconocemos la función de la clínica
y el principio de su discurso íntegro.

Aproximadamente, en la época del advenimiento de


la disección de cadáveres, el concepto de enfermedad
se transformó de un organismo que afecta a una per-
sona como un todo a una lesión que se localiza en una
región anatómica. Los doctores ya no consideraron
necesario escuchar a los pacientes describir su expe-
riencia de la enfermedad -los síntomas-, con el fin de
hacer un diagnóstico y tratarla. En su lugar, los mé-
dicos comenzaron a enfocarse en órganos enfermos y
aislados, tratando al paciente cada vez más como un
cuerpo: una serie de objetos anatómicos, e ignorando
las realidades personales y sociales del paciente: la
persona. En el paradigma de la mirada clínica, los
médicos examinan y hablan sobre la enfermedad del
paciente, mientras el paciente se queda casi callado.
De muchas maneras, esto puede percibirse como el
advenimiento de la ciencia moderna positivista en la
cual los contextos históricos, sociales y humanos se
consideran irrelevantes.

A partir del cambio descrito por Foucault, muchos


investigadores han criticado la objetivación de los pa-
cientes en la medicina clínica. El aforismo: “No pre-
guntes qué enfermedad tiene el paciente; pregunta
qué paciente tiene la enfermedad”, se le atribuye al
médico canadiense, del siglo XIX, Sir William Osler 18l
A mediados de la década de los noventa, Tom Boyce
(1994), pediatra e investigador de sociobiología, es-
cribió de la siguiente manera: “Para mí, hay una cre-
ciente inquietud que en nuestros esfuerzos precipita-
dos por definir perspectivas más exigentes y precisas

52%
de las lesiones que yacen debajo de la enfermedad,
hemos dejado pasar por alto la oportunidad de conce-
bir a la persona o al paciente que yace “más allá” de la
enfermedad”. Boyce describe ala mirada clínica como
la “visión miope” que ve a través del paciente y se en-
foca en la patología, el órgano, la lesión.

Otros argumentan las consecuencias del paradigma


de la mirada para los profesionales de la salud mis-
mos. Stefan Hirschauer (1991) describe las maneras
en que la cirugía transformó a todos los involucra-
dos -paciente, cirujano, enfermera- en herramientas.
Los rituales que rodean a la cirugía despersonali-
zan no solo al paciente sino también a los profesio-
nales de la salud. Sin embargo, dan a entender que
esta despersonalización ritualista y temporal protege
la personeidad de cada uno de los involucrados. De
una manera similar, Joseph Lella y Dorothy Pawluch
(1998) describen la experiencia deshumanizada de
los estudiantes de medicina en la objetivación de los
cadáveres. Conforme los estudiantes objetivaban los
cuerpos humanos que diseccionaban, experimenta-
ban su propia deshumanización.

La mirada clínica no solo se enseña en el laboratorio


de anatomía y en el quirófano sino también en los
modelos de cómo ser doctor presentados ante los es-
tudiantes. Holmes y Maya Ponte, ambos antropólogos
y médicos, explican que la estructura de la presenta-
ción médica: estudiante y paciente, verbal y escrita,
transforma a los pacientes y su realidad corpórea,
social y humana en casos generalizados de una en-
fermedad médica, al mismo tiempo que protege a los
estudiantes de la incertidumbre.12 Melvin Konner,

53%
antropologo y medico, narra sus experiencias como
estudiante de medicina en Becoming a Doctor.2% Du-
rante la mayor parte, escribe, los residentes y médicos
a cargo adquieren habilidades de supervivencia y la
objetivación del paciente en lugar de una relación in-
terpersonal con el paciente. En la conclusión, Konner
especifica que la relación doctor y paciente no es una
relación de “Yo y Usted”, como Martin Buber lo expre-
saría, sino de “Nosotros y Usted”.21 Esto demuestra la
primacía de las interacciones entre los médicos y los
alumnos; quienes forman un equipo médico, cimen-
tando una relación de “Doctor y Doctor”. Después de
que el equipo existe como una entidad relacional se da
una relación con el paciente. Esto también se puede
ver en la descripción de Foucault (1990) sobre Char-
cot y la Salpétriére Clinic. Charcot presenta algunas
pacientes mujeres frente a estudiantes de psiquiatría
con el fin de enseñarles acerca de la histeria. Habla
sobre las pacientes, se las toca y examina sin conside-
ración (incluyendo sus partes púbicas), y las retiran
de la vista si sus poses se vuelven demasiado sexua-
les. De este modo, la relación de Doctor y Doctor de
Charcot y sus alumnos condujo a la objetivación de las
mujeres de tal manera que las escondían si mostraban
una señal de su personeidad.

Recientemente, Beverly Ann Davenport (2000) ana-


lizó una de las clínicas de desamparados que se ha
convertido en una parte importante de la capacita-
ción de los estudiantes de medicina. Este es un espa-
cio de lucha entre dos paradigmas médicos: el “ates-
tiguar” y la mirada médica. Los educadores-médicos
enseñan en esta clínica a presenciar o tratar pacientes
como personas completas, explica Davenport, como
53%
una forma de resistencia consciente a la mirada me-
dica. Los medicos intentan establecer este modelo de
humanizacion, aun cuando practican dentro de un
sistema que se caracteriza por lo biotecnológico. En
algunos casos, ejemplificaron el atestiguar ante sus
estudiantes, mientras que en otros ponen en práctica
una mirada miope sobre la patología.

Me interesa principalmente descubrir cómo el aná-


lisis de la mirada médica de Foucault y otros es
pertinente en el campo de la salud para migrantes
en el siglo XXI. ¿Cuáles son las características de la
mirada médica en una clínica para migrantes con-
temporánea? ¿Cómo se relacionan con la tendencia,
algo reciente, para lograr que la educación médica sea
“biopsicosocial” y culturalmente competente? ¿Cómo
se relacionan con estructuras políticas, económicas y
sociales más grandes? ¿Cuál sería el modelo alterna-
tivo para una clínica para migrantes? Exploro estas
preguntas a través de las interacciones de Abelino,
Crescencio y Bernardo con el sistema de salud.

La rodilla de Abelino: estructura y mirada


en la atención médica para migrantes
Dos días después del accidente de la rodilla de Abelino,
el gerente de cosecha canceló la recolección por la ma-
ñana a causa de un fuerte y frío aguacero. Abelino y
yo fuimos a una clínica de urgencias. Terminó viendo
varios doctores y un fisioterapeuta durante los próxi-
mos meses, por lo regular sin un traductor al español
y jamás con un traductor experto en triqui. Durante
esos meses, cojeaba por el campo, cuidando a sus hijos
mientras que su esposa y su hija mayor seguían reco-
lectando en los campos.
53%
El doctor de urgencias escucho brevemente la des-
cripcion de Abelino de lo que habia pasado y examino
su rodilla derecha hinchada. Ordenó una radiogra-
fía que mostró que no había huesos rotos, pero no
revelaba nada sobre el tejido blando, los tendones,
la bursa, los meniscos. El reporte de la radiografía
concluyó, de una manera bastante simplista: “rodilla
derecha normal”. El doctor explicó que Abelino no
debería trabajar recolectando bayas, haciendo hinca-
pié en el descanso para permitir la recuperación de
la rodilla. Este médico no estaba seguro de si el dolor
de la rodilla se debía a un esguince de ligamento o a
un desgarramiento del menisco; y planeó una evalua-
ción posterior una vez que el dolor hubiera cesado.
Abelino pidió una inyección, un método común de
administración de medicamento en México, pero el
doctor sela negó. En su lugar, remitió a Abelino a fisio-
terapia, le recetó una medicina antiinflamatoria y le
instruyó colocar hielo en su rodilla con regularidad.
Este médico de urgencias también llenó el papeleo
para solicitar compensación laboral para Abelino ante
el Departamento de Trabajo e Industria (LNI) del es-
tado de Washington. Dos días mástarde, Abelino fue a
ver al fisioterapeuta, quien llevó a cabo su propia eva-
luación de la rodilla. A estas alturas, Abelino describió
su dolor de rodilla como 7 en una escala de 10, es decir,
un dolor inimaginable. El fisioterapeuta le recomendó
a Abelino hacer ejercicios en casa y consultar a un es-
pecialista ortopédico.

La siguiente semana cuando Abelino y yo fuimos a


la clínica para su cita, el doctor de urgencias origi-
nal no estaba de turno, así que vimos a otro de sus
compañeros. Este médico miró el cuadro clínico de
54%
Abelino, lo escucho por unos instantes contar que
le habia sucedido, y le dijo a Abelino que podia tra-
bajar en “labores ligeras”, mientras no se agachara,
caminara o estuviera de pié durante periodos largos.
Este doctor llenó un formato a tal efecto y se lo dio
a Abelino para que lo llevara a la granja Tanaka. El
doctor explicó la causa de la lesión en el cuadro clínico
como, “mientras recolectaba, se torció su rodilla dere-
cha”. Esta descripción no solo es imprecisa, también
convierte lingúísticamente a Abelino en el sujeto cuya
acción produce el problema: el paciente se torció, el
objeto directo: su rodilla. Aunque Abelino tiene gas-
tritis crónica, tanto así que no puede ingerir comida
picante tradicional triqui, y aun cuando el médico
no le preguntó a Abelino sobre síntomas estomacales,
escribió en el cuadro clínico: “(Paciente) asimismo
declara de un modo específico no tener molestias
gastrointestinales por tomar AINES”. Los medica-
mentos antiinflamatorios que no contienen esteroi-
des (AINES), como ibuprofeno, agravan la gastritis y
existe una contraindicación relacionada con su uso
en el contexto de problemas gastrointestinales. Más
adelante, ningún profesional que atendió a Abelino
verificó una vez más esta aserción. El médico le dio a
Abelino una órtesis y le indicó que la usara. Abelino
me dijo después que la órtesis empeoraba el dolor, así
que solo la usó dos veces. Esa tarde, Abelino fue a la
oficina de la granja a pedir un trabajo menos pesado.
La recepcionista bilingúe, Samantha, le dijo en un
tono de frustración: “No, porque no”, y no le permitió
hablar con nadie más.

Mientras tanto, Abelino consultó a un curandero tri-


quí. Este anciano monolingúe, que trabajaba durante
54%
el día recolectando fresas, vio a Abelino en la noche en
su barraca del campo de trabajo. Me senté durante la
consulta y Abelino tradujo las palabras que no podía
entender. El curandero barajó y reacomodó un mazo
de cartas mexicanas varias veces con el fin de enten-
der la fuente del dolor. Le reveló a Abelino que el espí-
ritu de una persona que él (Abelino) había visto morir
se le había prendido. Para deshacerse del espíritu y
curar a su paciente, el curandero triqui cubrió de ron
varios huevos crudos y con ellos sobó el cuerpo de
Abelino, en especial la zona alrededor de su rodilla.
Los huevos cubiertos de ron podrían atraer el espíritu
y llevárselo con ellos, explicó. Después, salió de la ba-
rraca y lanzó los huevos a la distancia, alejando al espi-
ritu de la rodilla de Abelino.

Durante las próximas semanas, al descansar Abelino,


el dolor de su rodilla disminuyó de algún modo de
7 a 5 en la escala del dolor. Podía caminar con una
extremidad, pero aún sentía un dolor atroz si trataba
de flexionar las rodillas o agacharse. Ya que a Abelino
no se le concedió la opción de un trabajo menos pe-
sado, intentó regresar a recolectar fresas para ayudar
a mantener a su familia. La hinchazón inmediata-
mente aumentó y el dolor intenso regresó, así que
Abelino dejó otra vez de trabajar dos días después.

Cuando ya habían pasado diecinueve días desde la


lesión, el LNI entabló una demanda a nombre de
Abelino para que se le pagaran sus gastos médicos y
dos terceras partes de su salario mientras no pudiera
trabajar. La cobertura de compensación laboral y mé-
dica terminaría cuando la rodilla de Abelino hubiera
mejorado lo suficiente para que pudiera regresar a tra-

54%
bajar o cuando el problema se considerara cronico y
sin remedio. El archivo del LNI declara que regresó
a trabajar en “una tarea liviana hasta que se lastimó
otra vez la rodilla”. No es claro de qué manera el
LNI entendió el regreso de Abelino a la recolección de
fresas como una “tarea liviana”. El médico de urgen-
cias reconoció que se trataba de una representación
incorrecta y escribió en el cuadro clínico que no era
“al parecer un trabajo liviano” el de la granja Tanaka,
sin verificar dicha aseveración. El archivo del LNI
también afirmaba: “Manifestó que no habla inglés. Le
pregunté si hablaba español y dijo que sí (creo)”. Sin
embargo, el LNI no ordenó o autorizó un interprete
del idioma español para sus citas médicas durante las
próximas dos semanas. Tres meses después de esta
nota, el LNI puso una alerta en el archivo de Abelino
expresando que toda la comunicación debería enviár-
sele a Abelino en español. Sin embargo, la gran mayo-
ría de cartas que se le enviaron después de esa fecha
seguían estando solo en inglés.

La granja Tanaka le comunicó al LNI que Abelino ga-


naba 7,16 dólares la hora y que no recibía ningún
otro beneficio. Este reporte infravaloró el salario de
Abelino, ya que por lo regular recolectaba muy por
encima del mínimo y tenía una vivienda como parte
de sus beneficios. La granja envió una copia de las
horas de trabajo y el salario de Abelino del mes cuando
comenzó la lesión en su rodilla, un mes en el que tra-
bajó solo dos días y recolectó muy lento. El LNI uti-
lizó esta información incorrecta para calcular cuánto
había trabajado Abelino antes de su lesión y, por lo
tanto, sus beneficios. Un trabajador social pro bono
de una organización local sin fines de lucro telefoneó
54%
al LNI para averiguar lo que se necesitaba y ayudo a
Abelino a enviar copias por fax de sus cheques del mes
anterior a su lesión para rectificar las horas, aunque el
LNI nunca calculó otra vez los beneficios de Abelino.
El LNI envió una carta escrita en inglés a Abelino dos
meses después de la lesión y un mes después de haber
calculado su compensación laboral, diciéndole que re-
visara los cálculos que habían hecho y les informara si
le proveían vivienda o cualquier otro beneficio. Inca-
paz de leer la carta, Abelino no respondió. Cuando vi la
carta, llamé al LNI para solicitar que su salario se cal-
culara de nuevo para incluir la vivienda. La petición se
archivó y nunca se llevó a cabo.

El doctor de urgencias solicitó una consulta con un


ortopedista, que reafirmó la recomendación de tareas
livianas. También ordenó un escáner de IRM, el cual
mostró una estructura ósea normal con inflamación
anormal en los tejidos blandos en la zona frontal, baja
e interna del tendón rotuliano. El reporte de la IRM
concluyó que no había “inestabilidad” en la rodilla,
aunque no especificó con precisión qué quería decir
con eso. Después de algunas semanas de ver que Abe-
lino no progresaba de manera notable, el doctor de
urgencias ordenó finalizar la fisioterapia y con éxito
transfirió a su paciente a un especialista de medicina
de rehabilitación.

El médico de rehabilitación, una mujer, al principio


no quería tomar un paciente del LNI a causa del pape-
leo extra que involucra, pero finalmente estuvo de
acuerdo. Este médico reinició la fisioterapia de Abe-
lino ya que parecía ayudar y le dijo que tenía que tra-
bajar duro recolectando fresas para que su rodilla se

55%
aliviara. No parecía darse cuenta que su intento por
regresar a trabajar le había causado más dolor e infla-
mación. Además, creía que su apellido era su nombre
y se dirigió a él de esa manera varias veces. Me pidió
que tradujera que había “recolectado de una forma in-
correcta y lesionado su rodilla porque no sabía cómo
agacharse”, aunque en medio de su apretada agenda,
no le preguntó cómo recolectaba o se agachaba. Escri-
bió en su cuadro clínico, que estaba plagado de errores
de tipo: “cuenta las cosas con algo de deficiencia, si
bien, como consecuencia del lenguaje”, aunque podría
haber sido igualmente cierto decir que ella era una
mala entrevistadora debido a la barrera del idioma. A
pesar de ello, no solicitó un traductor para las citas fu-
turas con Abelino. Terminó la cita recetándole fuertes
medicamentos antiinflamatorios (AINES). Como los
médicos anteriores, no le preguntó a Abelino si tenía
problemas estomacales causados por medicamentos
contraindicados. Después de algunos meses, el LNI
acordó una reunión entre Abelino y el administrador
de la granja Tanaka y una asesora para determinar qué
tipo de acuerdo laboral podía lograrse. Abelino y yo
fuimos a la oficina principal de la granja para la
reunión. Cuando Samantha llegó a la habitación
veinte minutos más tarde, nos saludó cordialmente.
El ejecutivo de la granja aún se encontraba en una
reunión con la asesora del LNI en otro cuarto y llamó
para decir que se les estaba haciendo tarde. Samantha
contestó, “No hay problema, tomen su tiempo”. Me
pregunté por qué el asesor estaba en una reunión con
el administrador de la granja sin Abelino. Samantha
se dirigió a Abelino y dijo en español que hacía frío
afuera. Abelino respondió que hacía mucho frío en los

55%
campos de trabajo. Le explique que la escarcha de la
mañana en el interior de los techos de chapa se derrite
como lluvia fría sobre la cara del habitante y sus per-
tenencias tan pronto como sale el sol. También le
mencioné que la mayoría de las familias en nuestro
campo tenía que dejar la estufa de gas prendida toda la
noche para evitar el congelamiento. Samantha dijo en
español: “¡Sí, sí, hace mucho frío! Vivo en un ranchito
y tengo dos gansos y cuatro gatos y dos caballos y dos
perros. Y cada mañana el agua para los caballos se con-
gela y tengo que salir en mis pantuflas con agua ca-
liente y darle agua a los caballos y alos demás anima-
les y cuando entro de nuevo a casa tengo tanto frío
que se me dificulta mover las manos”. Recuerdo sen-
tirme sorprendido y ofendido de que Samantha pare-
cía no darse cuenta del hecho de que cientos de perso-
nas en la granja viven y duermen sin aislamiento o ca-
lefacción en temperaturas por debajo de cero centí-
grados, mientras ella se quejaba de un frío temporal
en sus manos, por la mañana. Abelino contestó: “Oh,
¿entonces tienes un rancho?” Samantha: “No, no, solo
son 8 mil metros, es un ranchito”. Muy parecido a la
“competencia de sufrimiento” en la Proposición 187
de California, descrita por James Quesada (1999), Sa-
mantha aminora el sufrimiento actual de los migran-
tes triquis al darle prioridad a su propio sufrimiento
temporal.

Una vez que la asesora del LNI y el administrador de


la granja Tanaka llegaron, la asesora le explicó a Abe-
lino, mientras Samantha traducía, que lo ayudaría a
conseguir un trabajo menos pesado en la granja. Abe-
lino explicó que necesitaba desplazarse a California
con su familia un mes más tarde, cuando la estación
55%
de cosecha en Washington terminara. Le dijo que lo
que realmente quería era que la granja le garantizara
un trabajo menos pesado para la próxima estación
el siguiente verano. La asesora le explicó que si salía
del estado de Washington, el LNI no cubriría sus
gastos médicos relacionados con la lesión de trabajo
y tampoco lo ayudaría a conseguir un trabajo menos
pesado. Abelino reiteró su solicitud de obtener un tra-
bajo menos pesado para la próxima estación; la ase-
sora reiteró que su expediente se cerraría si salía del
Estado. El ejecutivo de la granja, que estaba sentado,
permaneció en silencio, la reunión se terminó y todos
se estrecharon la mano.

Poco después, la asesora del LNI llenó una forma


donde recomendaba que se le diera a Abelino el em-
pleo de “trabajador general” con “tareas ligeras”, inclu-
yendo una “serie de actividades agrícolas durante las
cuatro estaciones en las cuales las tareas varían”. Las
actividades especificadas de la asesora incluían “regar
a mano”, “podar las matas de frambuesa”, “la cosecha
a mano de bayas”, “la cosecha a maquina de bayas”
y “otras labores generales que se necesitaran”. Según
esta forma, “la cosecha a mano de bayas” era “una
tarea ligera”. No se mencionó en el reporte que la co-
secha de bayas implica flexionar las rodillas una y otra
vez, precisamente lo que había causado y más tarde
exacerbado el dolor de la rodilla de Abelino. Aunque
el cuidado médico de Abelino había sido transferido
a rehabilitación, el LNI envió el reporte al médico de
urgencias original a quien Abelino no había visto en
meses. El médico de urgencias firmó estar de acuerdo
con el reporte.

56%
En la cita médica posterior, una vez más sin traductor,
el médico de rehabilitación inyectó esteroides activa-
dos a nivel local en varios lugares de la rodilla de Abe-
lino. Esto disminuyó bastante el dolor y la inflama-
ción en la rodilla, aunque Abelino aún experimentó
dolor severo más tarde cuando el fisioterapeuta le
pidió que se agachara o flexionara la rodilla. Ahora
tenía un dolor promedio de 3 o 4 en una escala de
dolor de 10. Esta mejora dio lugar a que el fisiotera-
peuta señalara la ironía de que el tratamiento solici-
tado por Abelino desde un principio y rechazado por
el médico de rehabilitación resultara ser el más efec-
tivo. El fisioterapeuta también me dijo que le preocu-
paba que el médico de rehabilitación parecía no creer
las indicaciones de Abelino acerca de su dolor y en
su lugar solo observaba la radiografía y la IRM. Este
médico ponía más atención a los exámenes de radio-
logía y a los hallazgos de su breve exploración física
que aparecen en el cuadro clínico oficialmente bajo
el encabezado “Objetivo” y daba por descontado las
descripciones de Abelino sobre sus propios síntomas
que aparecen en el cuadro clínico bajo el encabezado
de “Subjetivo”-.22La separación de “Subjetivo” (lo que
el paciente observa y experimenta) y “Objetivo (lo que
el doctor observa o examina en el cuerpo) en el cua-
dro clínico se vuelve un registro permanente de la mi-
rada clínica. Este médico seguía diciéndole a Abelino
que tenía que regresar al trabajo para aliviarse, a pesar
de las indicaciones de Abelino de que aún le causaba
dolor intenso agacharse y flexionarse.

El archivo del plan de empleo de la asesora dio lugar


a que el LNI intentara mandar a Abelino de regreso al
trabajo. Esto también involucró el envió de una forma
56%
al medico de rehabilitacion para una evaluacion final.
El medico respondia en la forma que Abelino podia
regresar a trabajar a tiempo completo. Para justificar
su decisión, citó directamente el reporte de la IRM
que informaba que no había “inestabilidad” en la ro-
dilla de Abelino, lo que cerró de inmediato y de una
manera efectiva la demanda de Abelino ante el LNI, y
por consiguiente Abelino dejó de recibir sus cheques
de compensación mínima y su cobertura de cuidados
médicos. Sin entender el proceso del LNI del todo y
su papel directo en la finalización de los beneficios de
Abelino, el médico me explicó en privado que Abe-
lino describió una mejora en su rodilla después de
las inyecciones, no porque en realidad se hubiera sen-
tido mejor, sino porque “la estación de recolección se
había terminado y por lo tanto ya no podía tener com-
pensaciones laborales”.

Después de ir a Oregón y California durante el in-


vierno y la primavera, Abelino regresó a la granja
Tanaka en verano. Intentó recolectar bayas durante
dos días, pero el dolor intenso y la inflamación en su
rodilla derecha regresó. Abelino apeló para reabrir su
demanda con la ayuda de un médico bilingúe de la clí-
nica para migrantes. Este médico indicó que la rodilla
de Abelino ahora estaba más inflamada y su rango
de movimiento había decrecido desde el año anterior
cuando su demanda se había cerrado. El LNI elaboró
dos evaluaciones médicas independientes. Estas evo-
luciones resumieron los resultados de la IRM previos
de manera incorrecta en su reporte para el LNI como
“totalmente normal”. La sección del reporte titulada
“Historia Socioeconómica” decía solo “casado con
ocho dependientes, hizo seis años de escuela, no tiene
56%
Servicio militar, no fuma tabaco, no toma alcohol
o medicamentos, incluyendo medicamentos prescri-
tos”, sin mencionar sus condiciones de trabajo o de
vida. Concluyeron que su rodilla no estaba “probable-
mente empeorando” y solicitaron otra IRM, especifi-
cando que la decisión de cerrar la solicitud debería
basarse en los resultados de esta IRM. De este modo,
el escaneo biotécnico interpretado por un radiólogo,
quien jamás conocería o examinaría a Abelino, anu-
laría el informe sobre lo que pasó del médico y del
paciente. El reporte de la IRM del radiólogo afirmaba
que la inflamación de la rodilla “no había empeorado”,
que Abelino podría tener artritis degenerativa y que
—aunque los radiólogos no están capacitados o certi-
ficados en medicina ocupacional- “la solicitud podía
cerrarse”. Basándose en este reporte, el LNI rechazó la
apelación de Abelino. La carta enviada a Abelino decía
en inglés que la demanda se cerraría y se daba por con-
cluida: “Los mejores deseos para su salud, empleo y
seguridad”. Años más tarde, Abelino aún me dice que
tiene dolor en la rodilla y que “los médicos no saben
nada”.

Después de considerar con detalle el curso de lasinter-


acciones de Abelino con las instituciones de atención
médica, esta afirmación frecuente tiene más sentido.
Varias suposiciones se hicieron durante el proceso,
desde la inexistencia de problemas estomacales hasta
pensar que se trataba de una “tarea ligera” su primer
regreso al trabajo, desde su capacidad para leer inglés
hasta el recibir un salario por hora como trabajador,
desde su manera incorrecta de recolectar como la
causa de su lesión hasta su disimulo del dolor, desde
la importancia de las pruebas biotécnicas “Objetivas”
56%
hasta la descalificacion de sus palabras y experiencia.
Varias de estas suposiciones se volvieron hechos a tra-
vés de su inscripción en los cuadros clínicos y repor-
tes que posteriormente fueron retomados e incorpo-
rados por otros funcionarios. Algunas de las acciones
de los profesionales de la salud podrían considerarse
como maneras deficientes de practicar la medicina
(como recetar un medicamento contraindicado sin
primero preguntar a fondo), aunque quizá todo sea el
resultado de un sistema de salud ajetreado, carente de
personal, sin recursos e impersonal.

Esta viñeta etnográfica pone de manifiesto tres aspec-


tos importantes de la mirada clínica de la salud de
los migrantes, a los que regresaré más tarde. Primero,
como se podría esperar del paradigma de la mirada
clínica de Foucault, los médicos dentro de la salud
para migrantes -como en otros espacios biomédicos-
valoran sus propias observaciones y exámenes bio-
médicos del cuerpo del paciente por encima de las
propias palabras del paciente. Las descripciones de su
historial social y de empleo recibieron poca atención,
aunque las asimetrías del mercado internacional y
las prácticas discriminatorias locales lo colocan en
la posición laboral que le causó su lesión en primer
lugar. Asimismo, las descripciones de sus experien-
cias corporales se consideran sospechosas. Al final, las
interpretaciones simplistas de los estudios de radio-
logía, inscritas como la verdad en el historial médico,
sirvieron para justificar la decisión del médico de en-
viar a Abelino a recolectar de nuevo y la decisión del
LNI de cerrar su caso. Segundo, puede darse que los
médicos en el ámbito de la salud para migrantes -
como en otras clínicas- culpen sin darse cuenta a los
57%
pacientes de su sufrimiento. Por la falta de tiempo
para explorar el problema a fondo y no poder ver
las estructuras transnacionales y locales que afectan
el cuerpo de Abelino, la especialista en medicina de
rehabilitacion senalo que el dolor de Abelino era el
resultado de su comportamiento; es decir, que estaba
"recolectando mal”. Tercero, la violencia estructural
victimiza no solo al pobre y al paciente sino tambien,
aunque de un modo diferente, al profesional, al me-
dico. Como se puede ver en esta viñeta, los médicos
trabajan en ambientes frenéticos y ajetreados solo
con información parcial sobre el paciente y el proceso
institucional. Tienen que llenar múltiples formas bu-
rocráticas, llevar a cabo una evaluación y una entre-
vista, y formular y establecer un plan en una cita de
diez a quince minutos. Las presiones del sistema ca-
pitalista neoliberal actual de la atención médica y su
financiamiento obligan a los profesionales de la salud
a afrontar un doble imperativo: o gastan el tiempo
y la energía necesarios para escuchar al paciente y
tratarlo a fondo, y ponen su empleo y a la clínica en
riesgo económico, o se mueven a una velocidad frené-
tica para mantener su práctica a flote y solo prestan
atención de manera parcial al paciente ante su pre-
Sencia.

El campo de la salud de los migrantes


Antes de continuar con las experiencias en la aten-
ción médica de Crescencio y Bernardo, quiero explo-
rar el contexto social y cultural general en el que
trabajan los médicos en el campo de la asistencia mé-
dica para migrantes. En el Día de Gracias en 1960, el
canal de noticias CBS News transmitió un programa

57%
titulado “Harvest of Shame”. Este programa formaba
parte de un movimiento nacional para incrementar
la sensibilidad sobre las condiciones de trabajo y vida
deplorables de lo que se llegó a conocer por los orga-
nismos gubernamentales como “trabajadores agríco-
las migrantes y temporales”. En ese entonces, la ma-
yoría de trabajadores agrícolas migrantes eran gente
blanca conocida como “migrantes del dust bowl” del
Medio Oeste y gente negra de la Costa Este.

En gran medida, como una respuesta a este movi-


miento y los debates que provocó, el Congreso aprobó
la Ley para la Salud del Migrante en 1962, que modi-
ficaba la Ley de Servicio de Salud Pública para crear
el Programa de Salud para el Migrante, que otor-
gaba subvenciones para servicios sociales y médicos
para los trabajadores agrícolas migrantes. Desde que
se aprobó la ley, ha habido controversia acerca de
la composición étnica cambiante de los trabajadores
agrícolas y si se debería o no incluir a los latinoa-
mericanos en la definición de trabajadores agrícolas
migrantes y temporales. Sin embargo, los términos
trabajador agrícola y trabajador migrante actualmente
connotan casi de manera exclusiva gente de ascen-
dencia latinoamericana. El Programa de Salud para
el Migrante, por el momento, otorga subvenciones a
más de cuatrocientas clínicas de salud para migrantes
en cuarenta y dos estados. “La salud del migrante”
se reconoce cada vez como un campo dentro de la
atención médica desde el inicio de este programa. En
la actualidad, se entiende que este campo en general
corresponde a los trabajadores migrantes centroame-
ricanos y mexicanos. En 1984, la Red de Médicos Clí-
nicos para Migrantes (MCN) se creó para establecer
57%
lazos y educar a los medicos que trabajan con estas
poblaciones.'2# Por ahora la red cuenta con dos mil
miembros a nivel nacional.

En cada uno delos tres sitios principales de mi trabajo


de campo, habia una institucion medica principal que
visitaban mis companeros triquis por problemas rela-
cionados con la salud. En el Skagit Valley en Washing-
ton hay una clinica de salud para migrantes, finan-
ciada por el gobierno federal, con seis medicos, una
partera/enfermera practicante de enfermeria, dos
dentistas, dos educadoras de la salud, seis enfermeras
y varios miembros de la plantilla administrativa. Los
médicos eran una mujer blanca idealista, que se había
graduado de una de las mejores escuelas de medicina;
otra mujer blanca que había crecido en Sudamérica,
la hija de misioneros médicos cristianos y quien tam-
bién se había graduado de una de las mejores escue-
las de medicina; un alpinista blanco que disfrutaba
de vivir cerca de las montañas de las Cascadas del
Norte; una mujer de ascendencia centroamericana
que había crecido en la región y un hombre jubilado
monolingúe que solo hablaba inglés y trabajaba como
suplente día a día. Las enfermeras eran casi todas
mujeres latinas de la zona y una mujer negra que se
había mudado a la región para estar cerca de su fa-
milia. Los cobros de la clínica del migrante se basan
en una escala variable: existe un copago de 15 dólares
por visita; sin embargo, la mayoría de los trabajadores
agrícolas mexicanos indocumentados ganan mucho
menos del umbral más bajo. En el pasado, la clínica
abría dos noches a la semana después de las 5 de la
tarde. Recientemente, el horario de la clínica cambió
de estar abierta dos noches a la semana hasta las 7 a

57%
una noche a la semana hasta las 9. Este cambio de ho-
rario, al igual que la mision dela clinica de dar servicio
a la poblacion mas desfavorecida de la zona en lugar
de solo a los trabajadores agrícolas migrantes, ha con-
ducido a un descenso correlacionado en el porcentaje
de pacientes involucrados en el trabajo agrícola. En un
día cualquiera, es probable que uno pueda ver tanto
habitantes blancos de la zona como trabajadores mi-
grantes mexicanos pobres en la sala de espera.

En el Valle Central de California hay una clínica prin-


cipal, financiada por el gobierno federal, que mis com-
pañeros triquis visitaban. Esta clínica cuenta con cua-
tro médicos, ocho enfermeras, un dentista y varios
miembros de la plantilla administrativa. La mayoría
de los empleados de la clínica es latina y creció en el
Valle Central. Uno de los médicos era sudamericano y
debía trabajar en un centro de salud de la comunidad
calificado por el gobierno federal hasta que sus docu-
mentos migratorios estuvieran completos. Los cobros
de la clínica se basan en una escala variable: 30 dólares
es el copago más bajo. Los pacientes de la clínica son
una mezcla de residentes ciudadanos latinoestadou-
nidenses de la zona y trabajadores migrantes mexica-
nos y centroamericanos. Por ser el copago dos veces
más elevado que el de Washington, mis compañeros
triquis iban con menos frecuencia a la clínica en Cali-
fornia.

Como mencioné, en San Miguel hay un Centro de


Salud federal atendido algunas veces por el médico
residente o por la enfermera, con frecuencia no hay
personal durante uno o dos días entre sus visitas.
Tanto el médico residente como la enfermera eran de

58%
la ciudad de Oaxaca y hablaban solo espanol. Algunas
familias triquis de las zonas fronterizas de los pueblos
triquis se habían desplazado a ciudades más grandes,
en su mayoría mestizas, en el estado de Oaxaca debido
a la violencia fronteriza relacionada con las deman-
das de tierra. En cada una de estas ciudades había
una clínica federal y varios médicos privados con sus
consultorios propios. El gobierno federal había de-
gradado a los otros dos pueblos triquis importantes
de su estatus anterior como cabeceras municipales
y, por ello, habían perdido el apoyo económico para
sus clínicas. Mis amigos triquis explicaron que hubo
demasiada organización política en los otros pueblos
triquis, y que el gobierno del estado de Oaxaca res-
pondió degradando a esos pueblos, que ahora estaban
bajo la jurisdicción política de cabeceras municipales
cercanas, en su mayoría mestizas. Además de buscar
ayuda en las clínicas, mis compañeros triquis acudie-
ron a curanderos tradicionales triquis. Como se ve en
las experiencias relacionadas con la atención médica
de Abelino descritas anteriormente, las prácticas de
curación tradicionales se llevan a cabo no solo en
Oaxaca sino también entre trabajadores agrícolas tri-
quis migrantes en Estados Unidos (ver también Bade,
2004). En particular, el anciano monolingie que
habla triqui, padre del síndico del pueblo, es el curan-
dero tradicional de San Miguel. Asimismo, Crescencio
es aprendiz de curandero pero aún no estan conocido.

Factores estructurales que afectan las clí-


nicas para migrantes

Profesionales biomédicos en el campo de la salud


de los trabajadores agrícolas migrantes trabajan bajo

58%
circunstancias exigentes y dificiles. La mayoria de
clínicas que atienden son sin fines de lucro y sus
fuentes de financiación son poco confiables e inesta-
bles. Muchas carecen de ciertas medicinas e instru-
mentos costosos. Los médicos y las enfermeras en
estas clínicas realizan un sinnúmero de tareas extras,
desde solicitar medicinas gratis para sus pacientes
hasta llenar documentos para atención perinatal con
descuento para madres embarazadas. Con frecuencia,
estas clínicas se desesperan al ser testigos del de-
terioro sistemático de personas saludables y jóvenes
que llegan a Estados Unidos a trabajar en las granjas.
El doctor Samuelson, médico y alpinista, de la clínica
para migrantes en el Skagit Valley, comentó sobre la
frustración de ver los cuerpos de sus pacientes dete-
riorarse con el tiempo.

Veo una gran cantidad de personas consumiéndose.


Las han usado y abusado de ellas y han trabajado
físicamente más duro de lo que se espera de cualquier
persona durante esos años. Después, el resultado es
un dolor de espalda persistente. Le das seguimiento y
no mejoran y no crees que se estén haciendo los enfer-
mos. Llegas a un punto donde les realizas un escaneo
de resonancia magnética y su espalda está hecha añi-
cos. Con cuarenta y pico de años, tienen la artritis de
un individuo de setenta y no van a mejorar... Se les
dice: “Lo sentimos, sigue haciendo lo que has hecho
hasta ahora”; ya no hay remedio. En una palabra,
están jodidos y es trágico.

Varios médicos también señalaron las dificultades


causadas por el racismo en la sala de espera de la
clínica. Los médicos y las enfermeras dijeron que al-

58%
gunos pacientes blancos les dicen cosas como: *No
puedo venir a esa hora porque no quiero estar en la
sala de espera con esas personas”; es decir, trabajado-
res mexicanos migrantes. Algunos pacientes blancos
se quejaron del olor de los trabajadores agrícolas des-
pués de recolectar; y otros, de que siempre traen a sus
hijos.

Solo cerca del 5% de migrantes indocumentados en


todo el país cuenta con seguro médico, y la mayoría
no cumple con los requisitos para beneficiarse de Me-
dicaid o Medicare por su estatus migratorio (Villarejo,
2003; Migration News, 2004). Lo que significa que no
solo la mayoría de clínicas recibe un reembolso por
algunos de los servicios que provee, sino que tam-
bién existen muchos obstáculos para ofrecer atención
médica de alta calidad. El bajo nivel de reembolsos
indica que casi todas las clínicas deben constante-
mente solicitar subvenciones de varias fuentes, tanto
privadas como públicas, para mantenerse a flote.
Dado los niveles irregulares de financiamiento, los ad-
ministradores médicos tienen que cortar programas
importantes esporádicamente cuando disminuye el
apoyo económico o cuando las prioridades de los pa-
trocinadores cambian. Para compensar los déficits,
los médicos y las enfermeras gastan mucho tiempo
y energía tratando de obtener muestras o donaciones
de medicinas que necesitan para sus pacientes. El doc-
tor Goldenson, un médico sudamericano de la clínica
para migrantes en California, me contó sobre uno de
sus pacientes que contrajo la fiebre del Valle de San
Joaquín (coccidiomicosis) por trabajar en los campos
del Valle Central. Esta infección de pulmón, fatal en
sumo grado, es causada por respirar tierra y en con-
59%
Secuencia se trata de una preocupacion importante
entre los trabajadores agricolas. El doctor Goldenson
ha tenido dos pacientes trabajadores agricolas mi-
grantes con fiebre del Valle de San Joaquín en los últi-
mos tres años. Ambos requerían terapia de supresión
por el resto de sus vidas con un antibiótico antimicó-
tico costoso. El doctor Goldenson describe el progreso
de uno de sus pacientes de la siguiente manera.

No está progresando tan bien... Pero al menos está


vivo. Básicamente, va a necesitar mil dólares al mes
de Diflucan durante toda su vida. Por supuesto que
este hombre no puede gastar ni siquiera cien dólares
al mes. Hasta ahora, hemos podido contar con Me-
diCal que lo cubre, aunque cada mes he tenido que
pasar por una serie de renovaciones... La mayoría de
las veces he gastado más tiempo tratando de obtener
muestras. Llamo a amigos o busco programas espe-
ciales. Es mucho trabajo, pero te sientes bien cuando
lo haces, porque son personas que en realidad lo apre-
cian.

La necesitad de ganar el suficiente dinero para so-


brevivir y la falta de flexibilidad en los horarios del
trabajo agrícola hacen que sea difícil para los traba-
jadores agrícolas migrantes ausentarse para asistir a
la clínica durante el día. Esto los empuja a esperar
hasta que ya están bastante enfermos antes de ir a la
clínica y los obliga a perder citas en los días cuando la
recolección termina más tarde de lo esperado. Algu-
nos médicos me dijeron en varias ocasiones lo difícil
que es tratar a los trabajadores migrantes de manera
eficaz ya que no usan los servicios preventivos y con
frecuencia faltan a sus citas. Asegurar la continuidad

59%
en la atencion medica tambien es un problema grave
porque la mayoria de los trabajadores migrantes se
desplaza entre diferentes ciudades cada tantos meses.
Lo que significa que los medicos de cada nueva ciudad
deben encontrar una fuente nueva de medicamentos
con descuentos o gratuitos. La doctora McCaffree, de
treinta y tantos años de edad, de la clínica para mi-
grantes del Skagit Valley, que creció en una familia
misionera en Sudamérica, me dijo: “La mayoría (de
migrantes) no cuenta con seguro médico, así que eso
lo complica más, porque comienzas una medicación
y sabes que van a dejarla otra vez cuando se vayan”.
La naturaleza migratoria de las vidas de estos traba-
jadores también significa que sus expedientes médi-
cos sean bastante irregulares. Cada clínica tiene por
lo menos un expediente médico de cada paciente que
cubre solo las estaciones de cuando ella o él vivieron
en el área. Muchas clínicas cuentan con más de un
expediente por cada paciente debido a la confusión
acerca de que si el expediente debería ser alfabeti-
zado por el apellido materno, el apellido paterno o
el apellido paterno de la esposa, además de tener la
transcripción errónea de los nombres en español. Asi-
mismo, algunos pacientes indocumentados dan su
apodo o un nombre falso por miedo a que la informa-
ción sea entregada a la Patrulla Fronteriza.

Las diferencias lingúísticas complican el campo de la


salud para migrantes en diversos ámbitos. La mayoría
de las clínicas son bilingijes en los idiomas español e
inglés, sin embargo, algunas -como el doctor suplente
en el Skagit Valley- necesitan un traductor cuando
ven pacientes que solo hablan español. A menudo los
médicos con una cualificación deficiente en el idioma
59%
espanol no tienen tiempo de conseguir un traductor
y en su lugar llevan a cabo la cita en inglés, que el
paciente no puede entender, o con un interprete sin
formación. Por ejemplo, un niño que observé traducir
durante la exploración ginecológica de su madre, una
paciente triqui que conozco que dio a luz una bebé
prematura. Las enfermeras escribieron: “La paciente
se niega a bombear su leche”, aunque no contaban
con un traductor cuando se dio la interacción que
provocó esta conclusión. El trabajador social del hos-
pital que me señaló esto dijo: “Solo puedo imaginar
lo que pensó que estaban diciendo mientras le hacían
gestos en dirección hacia sus senos con la máquina
eléctrica”. La enfermera especializada/partera en el
Skagit Valley me explicó las maneras en las cuales las
diferencias de idioma y la falta de tiempo y perso-
nal conducen a una atención médica deficiente: “Hay
mucho personal que no quiere tomarse la molestia de
conseguir un intérprete calificado. La gente me agarra
y me dice: ¿Podrías interpretar?” Esta persona tienen
el derecho de tener un interprete verdadero y no un
diálogo de cinco minutos conmigo cuando estoy co-
rriendo de un paciente a otro. Se trata únicamente de
renuencia. Es solo otro paso más. Es racismo. Se trata
de exceso de trabajo, porque nuestro sistema es un
desastre ahora mismo”. “¿Estas seguro que quieres ser
doctor?”, preguntó.

Muy pocas clínicas para migrantes ofrecen servicios


en otros idiomas que no sean inglés y español. El hos-
pital en el Skagit Valley, donde iban mis amigos tri-
quis cuando necesitaban servicios de hospitalización,
provee traducción del mixteco a través de un servicio
local de idiomas sin fines de lucro. Sin embargo, a me-
59%
nudo se solicita un traductor mixteco cuando el per-
sonal del hospital sabe que un paciente es de Oaxaca,
aun cuando el paciente habla solo triqui. Además,
diversas clínicas señalaron que es difícil comunicarse
en particular con las mujeres voaxaqueñas. Menos mu-
jeres Triquis que hombres han asistido a la escuela en
San Miguel y, como resultado, algunas no hablan espa-
ñol. A su vez, los médicos se quejan de que las mujeres
oaxaqueñas hablan muy bajo y no los miran a los ojos.

En ciertas ocasiones, presuposiciones sobre el idioma


y la falta de interpretación conllevan consecuencias
todavía más graves. Un hombre triqui, Adolfo Ruiz
Álvarez, fue retenido en un hospital mental del estado
de Oregón y medicado durante más de dos años des-
pués de haber sido entrevistado solo en español y acu-
sado posteriormente de invasión e indecencia pública
(Davis, 2002). Según mis compañeros triquis, debido
a que el señor Ruiz Álvarez no pudo comunicarse en
español, que se suponía que era su lengua materna,
se pensó que estaba loco. Cuando me enteré de este
caso, recordé que muchas veces mientras me encon-
traba sin un hogar en California, durante mi trabajo
de campo, pude haber sido acusado de indecencia pú-
blica por orinar en un parque después de encontrar
cerrados los baños público al caer el sol. Mis com-
pañeros triquis también describieron el caso de un
hombre mixteco, Santiago Ventura Morales, quien fue
acusado de asesinato, sin una traducción al mixteco.
Este señor fue retenido en una prisión del estado de
Oregón durante cuatro años antes de que una agencia
sin fines de lucro, que aboga por mexicanos indígenas,
proveyera servicios de interpretación que condujeron
a que su caso fuera revocado (Davis, 2002).
60%
Los medicos en el campo de la salud de los migran-
tes trabajan en ambientes dificiles que exigen tiempo
extra: consiguen medicinas, lidian con el racismo de
sus pacientes y trabajan en varios idiomas, sin con-
tar con recursos confiables en ningún momento. A
pesar de estar saturados, sin poder alguno y en cier-
tas ocasiones desesperanzados, también sienten el
compromiso de trabajar con esta población. Muchos
describen a los trabajadores agrícolas latinoamerica-
nos como individuos que merecen atención de alta
calidad, y la mayoría dice sentir un llamado, una vo-
cación, para proveerles esta atención. Como el doctor
Goldenson, que afirma:

Es un problema muy difícil. Tenemos una crisis


de seguros y una crisis de atención médica, ambas
malas. Es decir, en realidad los ciudadanos no pue-
den costear la atención médica. Y los trabajadores
migrantes deberían tener por lo menos el mismo ac-
ceso que los demás: pues hacen el trabajo que nadie
más está dispuesto a hacer. Probablemente esa es la
única razón por la cual podemos ir al supermercado
y comprar fruta a un precio justo. Así que se trata
de un grupo de gente que realmente merece nuestra
atención.

El dolor de cabeza de Crescencio: estruc-


tura y mirada en la atención médica para
migrantes

En el capítulo anterior, describí lo que Crescencio me


contaba sobre sus dolores de cabeza después de la jor-
nada de salud en nuestro campo de trabajo. Explicó
que había desarrollado estos dolores de cabeza inso-

60%
portables despues de que se dirigieran a el con apodos
racistas y de ser tratado de una manera injusta en
el trabajo. A su vez, dijo que deseaba un tratamiento
antes de desesperarse o volverse violento con su fami-
lia. También expresó que había visto varios médicos
en Estados Unidos y México al igual que un curandero
tradicional triqui, pero que ninguna de esas terapias
había tenido algún efecto alargo plazo. Me preguntó si
tenía medicinas que le pudiera dar. Sin saber qué más
hacer, le sugerí a Crescencio que fuera a la clínica local
para migrantes para ver si podían probar algo nuevo
con su problema. Recordé el algoritmo para el diag-
nóstico de dolor de cabeza y el tratamiento que había
aprendido en la escuela de medicina y me pregunté
si los doctores en la clínica para migrantes utilizaban
algo similar: pasar por pruebas de medicación para el
dolor de cabeza por tensión, cefalea en racimos y mi-
graña.

Una semana más tarde, Crescencio me dijo que había


visto a uno de los doctores de la clínica, pero que no
le había dado ninguna medicina. Dijo que lo había
remitido a terapia y me preguntó qué significaba eso.
Le expliqué que pagar a alguien para que se siente
contigo, te haga preguntas y escuche tus respuestas
con el fin de ayudarte a examinar tus sentimientos y
pensamientos, y a reducir el uso malsano de sustan-
cias. Al mismo tiempo, sabía que apenas si había te-
nido dinero para ir a la clínica la primera vez, y que
probablemente no gastaría 15 dólares en una sesión
de psicoterapia o terapia para abuso de sustancias
(aunque otros pensarían que se trataba de una ganga).

60%
Despues de varias semanas de tratar de hacer una cita
con la doctora que lo vio en la clinica para migran-
tes, pude preguntarle sobre el dolor de cabeza de Cres-
cencio. Pensó por un minuto y después consultó el
expediente de Crescencio para refrescar su memoria.
Me dijo que se había reunido con él por un momento
hacía más de un mes. Le había pedido que redujera su
consumo de alcohol y que regresara a verla para llevar
a cabo una evaluación mayor. Sin embargo, terminó
regresando a un horario diferente y viendo a un doc-
tor diferente, el médico suplente que solo hablaba in-
glés. Después de mirar su nota en el expediente y las
notas del médico suplente, me habló de la situación de
Crescencio desde su perspectiva.

Bueno, sí, piensa que es la víctima y cree que el al-


cohol o el dolor de cabeza provoca que le pegue a su
esposa... pero en realidad él es el perpetrador y todos
los demás son las víctimas. Y hasta que se responsabi-
lice de su problema, realmente no cambiará.
Estoy en el subcomité de CPS (Servicios de Protección
al Menor) y he aprendido mucho sobre la violencia
doméstica. Lo que vemos es que nada funciona, nin-
guna de estas medicinas para la migraña o cualquier
otra cosa, sino meter a la cárcel a la gente porque
entonces ven una demostración de fuerza. Ésa es la
única cosa que funciona, porque entonces tienen que
aceptar el problema como de ellos y comenzar a cam-
biar. Es un problema psicosocial complejo, un modelo
de comportamiento. Probablemente su papá lo trató
de esa manera, lo golpeaba y era un alcohólico y
ahora es lo que él hace. Es un caso clásico de abuso
doméstico.

60%
Vino a verme una vez y le dije que regresara dos se-
manas más tarde después de dejar de beber. Pero no
regresó dos semanas después. En su lugar, regresó un
mes más tarde y vio a uno de nuestros suplentes. Al
parecer, le dijo al doctor algo acerca de que cuando la
gente en el trabajo le dice qué hacer, esto lo vuelve loco
y es lo que le produce el dolor de cabeza.
Es obvio que tiene problemas. Necesita aprender a li-
diar con la autoridad. Lo remitimos a terapia. ¿Sabes
si está yendo?

Como en las experiencias de atención médica de Abe-


lino, por falta de tiempo esta doctora saca sus propias
conjeturas sin examinar del todo las realidades psico-
sociales del paciente. En el caso de Crescencio, la doc-
tora supuso que su descripción de sentirse agitado y
enojado fue un indicio de que había golpeado ya a su
esposa y que continuaba golpeándola. Sin el suficiente
tiempo para poner atención plena en los problemas
del paciente y enfocarse en el dolor de cabeza y su
fuente, se centró en la supuesta violencia en la pareja.
Si bien poner atención a la posibilidad de dicha vio-
lencia es de crucial importancia, este enfoque podría
haber conducido a un corto circuito de las posibi-
lidades de tratamiento para Crescencio. Sin explorar
todas las terapias posibles para diversos dolores de ca-
beza, la doctora aboga de manera retrospectiva por el
encarcelamiento de personas como Crescencio.

Después de leer en el expediente que los dolores de


cabeza de Crescencio se debían a los maltratos por
parte de los supervisores en la granja, los médi-
cos le recomendaron terapia para ayudarlo a superar
su “problema” con la autoridad y tratar su uso de

61%
sustancias. Sin la lente para ver que multiples nive-
les de desigualdad social y desprecio determinaban el
sufrimiento de Crescencio, de un modo inadvertido
culparon al perfil psicologico del paciente por su dolor
de cabeza. Al final, sus intervenciones mas importan-
tes tuvieron un doble objetivo. Primero, le dijeron que
parara de beber del todo, aunque beber era la única
intervención efectiva que había encontrado después
de años de investigación activa. Desafortunadamente
y aunque quizá de manera esperada, no pudo dejar de
beber. Segundo, los médicos lo remitieron a terapia,
sin que el paciente entendiera lo que esto significaba.
Llevar a cabo una terapia para ayudar a un paciente
a aceptar el maltrato por parte de los supervisores
podría ser útil para que el paciente desarrollara me-
canismos de aportación en medio de una situación
difícil. Una terapia contra el abuso de sustancias ayu-
daría a un paciente a disminuir los daños por su uso
y a desarrollar comportamientos más saludables. Al
mismo tiempo, la terapia podría también fomentar la
aceptación del lugar del paciente dentro de una jerar-
quía laboral, donde podría darse la falta de respeto e
insultos racistas como los que experimentó Crescen-
cio. De este modo, las intervenciones de la clínica para
migrantes no solo fueron ineficaces sino también de
manera inadvertida cómplices con los factores socia-
les determinantes del sufrimiento, contribuyendo a
reforzar las estructuras sociales que generan la posi-
ción laboral y los dolores de cabeza de Crescencio.

El dolor de cabeza de Crescencio es el resultado más


distal de las desigualdades económicas internaciona-
les que lo obligan a migrar y convertirse en trabajador
agrícola; y el resultado más proximal del maltrato
61%
racializado que soporta en la etnicidad de la granja y
en la jerarquía de la ciudadanía. Estos dolores de ca-
beza producidos socialmente hacen que Crescencio se
agite y enoje con su familia y que beba, para así encar-
nar el estereotipo del migrante mexicano alcohólico y
violento en potencia. El maltrato racializado que pro-
duce sus dolores de cabeza es, entonces, justificado
a través de los estereotipos encarnados que fueron
producidos, en parte, por dicho maltrato. Por último,
debido a las estructuras económicas poderosas que
afectan la clínica para los migrantes, al igual que la
lente limitada de la percepción en la biomedicina, esta
violencia simbólica justificada se refuerza de una ma-
nera sutil a través de las experiencias de atención mé-
dica de Crescencio.

La mirada de los médicos en la salud para


migrantes: Washington y California
La importancia de la percepción en las interacciones
sociales no puede sobrevalorarse. Los científicos so-
ciales han demostrado su relevancia en contextos tan
diversos como los efectos de las representaciones del
“pobre” en el desarrollo internacional (Sachs, 1991),
los resultados de los vínculos simbólicos entre las
jerarquías de género y las células humanas en la me-
dicina científica (Martin, 1992) y las consecuencias
de los significados del olor relacionados con la clase
(Orwell, 1937). El sociólogo francés Pierre Bourdieu
(1997) afirma que “ser es ser percibido”. En otras pa-
labras, los humanos son definidos a través de la per-
cepción de otros. Esta percepción o identificación24
(Brubaker € Cooper, 2000) determina las acciones de
otras personas hacia un individuo. Estas acciones, a

61%
su vez, dan forma a las acciones de esta misma per-
sona en la medida en que actúe en respuesta a otros
y en la medida en que las acciones de otros produz-
can o restrinjan sus acciones potenciales. Asimismo,
estas percepciones y acciones afectan las condiciones
materiales en las que vive esta persona en la medida
en que dichas condiciones son producidas continua-
mente por acciones sociales a una escala económica-
política mayor y a una escala íntima menor.

Las respuestas de los profesionales de la medicina


dentro del campo de la salud de los migrantes de-
terminan en gran medida las experiencias de sufri-
miento y enfermedad de los trabajadores agrícolas
migrantes. Entender estas respuestas médicas ante el
sufrimiento de los triquis requiere analizar la lente a
través de la cual estos profesionales de la salud lo per-
ciben. Como indica la información etnográfica, estas
percepciones van desde positivas, a neutras, de nega-
tivas a un racismo categórico.

Varios profesionales de la medicina que trabajan en


las clínicas para los trabajadores agrícolas migrantes
afirman que este grupo merece la asistencia. Asi-
mismo expresaron que disfrutan de trabajar con ellos.
El director médico de la clínica para migrantes en el
Skagit Valley me dijo que los trabajadores que cruzan
hacia Estados Unidos son “las estrellas” de México. La
partera en la misma clínica expresó que son “los me-
jores y los más valientes” de México, porque cruzan
la frontera con éxito y encuentran trabajo en Estados
Unidos. La doctora McCaffree afirmó que siempre “le
impresiona la manera en que siguen adelante” y cómo
“parecen ser felices y contentos a pesar de su suerte

62%
dificil en la vida”. Muchos medicos me dijeron que
los trabajadores agricolas mexicanos se quejan menos
que los pacientes blancos sobre sus enfermedades y
utilizan menos recursos publicos: servicios medicos,
asistencia social y compensacion laboral. En varias
ocasiones, medicos y enfermeras expresaron que los
trabajadores agricolas mexicanos eran mas respetuo-
sos y que sus niños se comportaban mejor que los pa-
cientes blancos en su clínica; y que la gente indígena
de Oaxaca era especialmente respetuosa.

Sin embargo, los médicos también tuvieron quejas de


sus pacientes trabajadores agrícolas. Una de las enfer-
meras en el Skagit Valley me dijo: “Realmente no se
cuidan”, al explicar que era indispensable educarlos
sobre la manera de “cuidar sus cuerpos”. El doctor
Goldenson se quejó de que los migrantes mexicanos
“piensan que no necesitan medicinas”. Como un
ejemplo, dijo que con frecuencia malinterpretan los
resultados de una diabetes que no ha recibido trata-
miento alguno y llegan a la conclusión que los trata-
mientos para la diabetes, como la insulina, causan la
secuela de la enfermedad, como la ceguera y los pro-
blemas nerviosos. Diversos doctores también se que-
jaron sobre las prácticas de los pacientes mexicanos
relacionadas con los curanderos y de los denomina-
dos síndromes, tales como el susto (Rubel, 1964; Rubel
€ Moore, 2001), vinculados con la cultura. Algunos
médicos culparon a estas creencias y prácticas por los
resultados de una salud deficiente en sus pacientes.
Johanna, la partera en la clínica para los migrantes de
Skagit, me dijo que había inventado una cura para los
sustos que consideraba un éxito rotundo. La cura in-
volucraba té de manzanilla y descansar de las labores
62%
domesticas. Continuo explicando otras dificultades
que detecto mientras trabajaba con trabajadores agri-
colas migrantes.

Uno de los aspectos mas interesantes de trabajar con


un paciente de habla hispana es justo esa falta real
de disposicion para querer ser especifico y cuantifi-
car. Simplemente es descomunal. No se si has tratado
de hacer que alguien te cuente una historia, pero si
le preguntas a alguien: “¿Durante cuánto tiempo has
tenido esta molestia?” O: “¿En dónde te duele?” O:
“¿Dime algo sobre tu problema?”, lo que vas a obtener
es una gran canasta llena de cosas imprecisas. Diga-
mos que tienes un dolor de estómago y, por ejemplo,
te pregunto qué sucede y tú contestas: “Bueno, co-
menzó el lunes y me siento de esta manera y tengo
estos síntomas asociados”. Tú y yo estaríamos en la
misma frecuencia y eso sería bastante util para mi.
Estaría tan agradecida de que pudieras explicar con
exactitud qué pasa. En los mexicanos, casi todos, no
importa cuánto tiempo los conozcas, vas a obtener
algo muy impreciso como “Hace un rato, como que me
duele aquí, siento como un dolor vago”, minimizando
por lo regular los síntomas. Simplemente es muy difí-
cil obtener una buena historia y me quedan muchas
ideas.

Johanna cree que este problema se relaciona con la


falta de una buena atención médica en México y una
vergiienza religiosa que relaciona la enfermedad con
el pecado personal o la falta moral. Al mismo tiempo,
este problema de comunicación podría más bien re-
ferirse a un malentendido entre diferentes clases que
entre nacionalidades o etnicidades. Como un ejemplo

62%
llano, los doctores y las enfermeras mexicanos que co-
nozco responderían a estas preguntas casi del mismo
modo que yo, por su formación profesional y educa-
tiva, independientemente del idioma que hablen o su
nacionalidad.

La mayoría de los médicos señalaron que los princi-


pales problemas de salud de los trabajadores agrícolas
migrantes son diabetes, dolor de cuerpo y lesiones
relacionados con el trabajo, y problemas dentales. La
directora de la clínica para los migrantes en Wa-
shington, quien también es médico, afirmó que en
respuesta a su pregunta: “¿Te sientes bien?”, muchos
de sus pacientes migrantes con frecuencia contestan:
“Bueno, todo me duele, pero así es siempre”. Un den-
tista jubilado me dijo que los mexicanos dejan pasar
mucho tiempo antes de ir a una clínica dental, así
que sus problemas, por lo regular, son tan serios que
tiene que extraer sus dientes. También dijo que tra-
bajar con pacientes mexicanos era difícil debido a lo
que él considera como diferencias corporales étnicas:
“Es genético. La estructura de sus huesos es diferente;
es como si trataras de sacar un diente de granito.
Rezas que salga. Tu brazo derecho aumenta tres veces
más de tamaño que tu izquierdo. Verás eso en mu-
chos mexicanos, sabes a lo que me refiero, mandíbulas
grandes o una estructura ósea muy fuerte. Los euro-
peos del norte tienen rasgos mucho más suaves”. Sin
embargo, los médicos en las clínicas afirmaron que
los problemas dentales de los trabajadores migrantes
eran el resultado de tomar jugo en biberón con mucha
frecuencia.

62%
Johanna, la partera, dijo que ve mucha violencia
domestica perpetrada por los hombres contra sus es-
posas. Su teoria era que la mayoria de esta violencia
proviene de una desilusion profunda de los hom-
bres acerca de las expectativas incumplidas en Esta-
dos Unidos. Sin embargo, algunas de las enfermeras
en la misma clinica afirmaron que existe muy poca
violencia domestica entre los trabajadores agricolas
migrantes. La doctora McCaffree agrego que ve un
indice elevado de embarazos fuera del matrimonio y
de depresion. La depresion, me dijo, se disfraza como
alcoholismo en los hombres y como molestias y do-
lores vagos en las mujeres. Todos los demás médicos
me dijeron que los trabajadores migrantes presentan
porcentajes más bajos de abuso de sustancias que sus
pacientes estadounidenses. Al mismo tiempo, la en-
fermera de la doctora McCaffree afirmó que ve una
incidencia de depresión más baja entre los pacientes
migrantes que en los pacientes blancos. Además, a
menudo existe un malentendido entre los profesio-
nales de la salud y sus pacientes triquis acerca del
matrimonio. La mayoría de triquis participa en prác-
ticas de matrimonio tradicionales, que implican que
el hombre debe pagar una dote de aproximadamente
1.500 dólares en San Miguel o 2.500 dólares en Esta-
dos Unidos a la familia de su prometida. La mayoría
de las parejas no tienen una boda reconocida oficial-
mente por el Estado o la Iglesia. El estatus legal de
esta relación, por consiguiente, es complicado porque
las parejas no llenan ninguna forma legal de matri-
monio. Sin embargo, para los triquis, estas prácticas
son reconocidas como matrimonio. De este modo,
muchos de los “embarazos fuera del matrimonio” que

63%
la doctora McCaffree mencionó no son tan fáciles de
categorizar (Holmes, 2009).

Además de la invalidación frecuente del matrimonio


triqui por parte de los profesionales de la salud, otro
problema intercultural y legal, que circunda al matri-
monio triqui, es la edad de la pareja. Por lo regular, los
hombres triquis se casan entre los dieciséis y veinte
años, y sus parejas tienen a menudo entre los catorce
y dieciocho años. Según los triquis y los médicos de las
clínicas para los migrantes en Washington y Califor-
nia, lo que viene a continuación es un hecho fre-
cuente. Una pareja triqui va al hospital para que su es-
posa dé a luz a su primer niño. Durante la entrevista a
la paciente, las enfermeras o los trabajadores sociales
usan definiciones simples para determinar que la pa-
reja no está legalmente casada y después descubren
que la mujer tiene menos de diecisiete años y que el
hombre tiene diecisiete años o es un poco mayor. En-
tonces, el personal del hospital contacta alos organis-
mos encargados de hacer cumplir la ley, lo cual es re-
querido por las leyes de algunos estados. La mujer es
puesta bajo la custodio de un pariente o de la corte y el
hombre es sentenciado por el delito grave de estupro.
Posteriormente, es encarcelado —hasta por diez años
en algunos estados- (Quinones, 1998). En 2009, algu-
nos medios de comunicación en inglés, en Estados
Unidos, tergiversaron las prácticas de la dote tradicio-
nales triquis en Greenfield, California. Pese a las afir-
maciones contextuales y matizadas divulgadas por el
jefe de policía local, dichos medios publicaron el si-
guiente título de la noticia etnocéntrica: “Hombre
vende a su hija por dinero, cerveza y carne”(Holmes,
2009). De hecho, el dinero, el alcohol y la carne eran la
63%
dote acordada, que permitiria a la familia de la esposa
celebrar una fiesta de boda tradicional. A pesar de las
similitudes con lastradiciones convencionales de ma-
trimonio de los protestantes blancos que involucran
una fiesta de boda costosa (incluyendo dinero, cerveza
y carne), el canal de televisión CNN y el periódico Los
Angeles Times le dieron cobertura a nivel nacional a
esta nota sensacionalista y la batalla legal relacionada.
A pesar de este tipo de malentendidos potenciales, el
personal de enfermería decidió no reportar a las pare-
jas triquis que observé durante el nacimiento de su
primer hijo, aunque habían llevado a cabo un matri-
monio tradicional y tenían las edades mencionadas.
Después de conocer a las parejas triquis que dieron a
luz, el personal de enfermería consideró que la nota
descrita arriba era un malentendido cruel,

La directora de la clínica en el Skagit Valley me dijo


que un gran porcentaje de solicitudes de indemniza-
ción laboral por parte de los blancos o los mexicanos
solo “tratan de aprovecharse del sistema”. Continuó
explicando que muchos migrantes en Texas y Califor-
nia se desplazan a Washington porque han escuchado
o saben que el plan de salud pública es bueno. De
forma similar, diversos agentes de la asistencia social
en Madera, California -incluyendo el dueño del de-
partamento en un barrio pobre donde vivimos- me
dijeron que hay letreros en todo Oaxaca en donde se
le dice a la gente que vaya a Madera porque ahí pue-
den recibir asistencia social. Sin embargo, durante mi
trabajo de campo, nunca escuché a un solo migrante
mencionar la asistencia social o los planes de salud
como una razón para migrar. En todos mis viajes por
Oaxaca, ni una sola vez vi un letrero publicitando la
63%
asistencia social en Estados Unidos; mucho menos en
Madera, California. De hecho, la mayoría de mis com-
pañeros triquis no cumplía con los requisitos para los
programas de asistencia social y salud en casi todos
los estados, porque se desplazan con demasiada fre-
cuencia o por ser indocumentados. Algunas familias
triquis solicitaron y recibieron apoyo nutricional pe-
rinatal básico a corto plazo, aunque el apoyo resultó
ser mínimo y el proceso engorroso.

Uno de los médicos en la clínica del Skagit Valley me


dijo que los mexicanos en Estados Unidos utilizan
indebidamente el sistema de atención médica al tra-
tar de obtener múltiples opiniones acerca de sus en-
fermedades y los tratamientos apropiados. El doctor
Samuelson, el médico de la misma clínica, que ve la
mayoría de casos de lesiones relacionadas con el tra-
bajo, contradijo esto. Realiza muchos de los exámenes
médicos independientes de los pacientes que hablan
español para la indemnización laboral en la zona. Dijo
que la barrera lingúística causa problemas en el mo-
mento de comprobar la confiabilidad del paciente.
Asimismo, explicó que los pacientes migrantes tienen
una percepción distinta sobre el dolor y “esto no está
permitido en la industria (indemnización laboral)”.
Dijo que cuando los pacientes migrantes se retraen
durante ciertos aspectos de las pruebas, “se interpreta
como un intento por fingir dolor, pero en realidad
es miedo al dolor”. “Así que”, continuó, “llevo a cabo
el mismo examen y obtengo resultados totalmente
distintos. Pero la sospecha de hacerse el enfermo ya se
ha creado”. Para los pocos migrantesindocumentados
que presentan solicitudes de indemnización laboral
por lesiones de trabajo, esta sospecha conlleva proble-
63%
mas en sus archivos permanentes. El doctor Samuel-
son explicó que muchas veces los pacientes migrantes
necesitan ver a varios médicos para encontrar a al-
guien que los trate con sensibilidad.

Los profesionales de la salud con los que interactué


señalaron a menudo otras diferencias entre los traba-
jadores agrícolas migrantes oaxaqueños y los mexica-
nos mestizos, dijeron que sus pacientes oaxaqueños
son más pobres que sus otros pacientes. La doctora
McCaffree me dijo: “Parecen mucho más pobres y así
que no tienen acceso (a la atención médica)... Su ropa
está un poco más sucia. Tienden a ser mucho más
delgados, nada obesos y no cambian mucho su ropa”.
Durante varias ocasiones, los médicos me dijeron que
el estado de salud de los oaxaqueños es peor que el de
otros grupos. Uno me dijo: “simplemente están más
enfermos y presentan más dolores en el cuerpo”. Lo
que refleja la información sobre las disparidades en la
salud comentada anteriormente.

Los médicos en el campo de la salud para migrantes


en Washington y California tienen varias creencias
sobre sus pacientes mexicanos migrantes. Los consi-
deran respetuosos, resistentes y que merecen aten-
ción médica de calidad. Al mismo tiempo, muchos
médicos piensan que es frustrante trabajar con tra-
bajadores migrantes debido a sus prácticas de salud
tradicionales y sus historias médicas vagas. Algunos
médicos hacen afirmaciones etnocéntricas sobre sus
pacientes como las que se refieren a la realidad de sus
matrimonios. Diferentes médicos sostienen puntos
de vista contradictorios respecto a la frecuencia del
abuso de sustancias, la depresión y el uso de servicios

64%
de indemnizacion. Sin embargo, estan de acuerdo en
culpar a su constitucion corporal y comportamiento
cultural por ciertas condiciones de salud, como los
problemas dentales.

El dolor de estómago de Bernardo: estruc-


tura y mirada en la atención médica para
migrantes
Bernardo sufría de un dolor de estómago constante
y crónico, que hacía doloroso el comer, por lo cual
se sentía débil y poco a poco perdía peso. Cada año
antes de dejar Oaxaca para trabajar en una planta pro-
cesadora de pescado en Alaska, recibía durante varias
semanas inyecciones que lo fortalecían y le desperta-
ban el apetito, dijo. Cuando llegaba a casa de Alaska,
debilitado y más delgado, recibía la misma serie de
inyecciones otra vez. Culpa de su dolor a una vida
de trabajo extenuante como trabajador migrante y al
hecho de haber sido golpeado por el ejército mexicano
(financiado por Estados Unidos) por ser miembro sos-
pechoso de un movimiento que defiende los derechos
indígenas.

Durante una estación en la que recolectó bayas en


la granja Tanaka, Bernardo fue al hospital local para
que le examinaran su dolor estomacal. Pidió medici-
nas para disminuir su dolor e incrementar su apetito.
Aunque Bernardo es un triqui de edad y habla muy
poco español, un médico de habla inglesa lo vio mien-
tras su nuera traducía -es una mujer mixteca que no
habla triqui y habla poco inglés—. Tradujo lo mejor que
pudo de español a inglés. En el expediente, el médico
define a Bernardo como un hombre “hispánico” que

64%
habla solo espanol, al parecer un espanol roto, que es
dificil de entender para la interprete en espanol” (sic).
Posteriormente, el médico concluyó: “He de admitir
que la historia se obtuvo a través de una interprete
y mi impresión es que el paciente tendía a persistir
en cosas que no estaban relacionadas con las pregun-
tas que se le hacían, pero por lo regular no me las
traducían”. Con esta barrera lingúística malentendida
y de múltiples capas, el médico concluyó que “al pare-
cer no tenía un historial médico de años pasados. Sin
historial médico”. La magnitud de la historia social
está resumida en dos oraciones: “Vive en la localidad.
Trabaja como un trabajador ordinario”. Después de
malinterpretar la traducción sobre la golpiza perpe-
trada contra Bernardo, el médico escribió en el ex-
pediente simplemente que Bernardo “es un boxeador
mayor y se pregunta si el traumatismo contundente
en su abdomen podría afectar su condición actual”.

Debido a las limitaciones lingilísticas y temporales de


la entrevista médica, el médico no fue claro acerca de
la ubicación y las características del dolor. Bernardo
fue internado en el hospital por la noche por “dolor en
el pecho” para descartar un ataque al corazón. Tuvo
que llevar a cabo una serie de ejercicios como prueba,
al final, el técnico señaló que “tenía una capacidad es-
pléndida para el ejercicio” y “se trata de un escaneo de
corazón de riesgo bajo”. Numerosas veces, Bernardo
explicó que necesitaba medicinas para disminuir su
dolor e incrementar su apetito. También expresó que
necesitaba estar trabajando en la granja a las 3:30 de
la tarde. Después de realizar la prueba de ejercicio,
Bernardo se negó a dar una tercera muestra de san-
gre y ser evaluado con ultrasonido porque tenía que
64%
regresar a trabajar. Se le pidio a Bernardo que firmara
una forma de “Contra las recomendaciones médicas”
antes de dejar el hospital y posteriormente le envia-
ron una cuenta por más de 3 mil dólares.

La experiencia de Bernardo en el hospital ejemplifica


muchos de los problemas causados por la falta de
tiempo y de intérpretes capacitados, ambos debidos a
un sistema de financiamiento de la atención médica
creado para maximizar las ganancias y minimizar la
atención al paciente. Como resultado de estas limita-
ciones estructurales, el médico supuso que Bernardo
era “hispánico” que hablaba español. Registró una
historia social muy limitada que ignoró su estatus mi-
gratorio, y determinó que descartar un ataque al co-
razón era el único plan que importaba. Las solicitudes
repetidas de tratamientos para el dolor de estómago
y la falta de apetito no fueron tomadas en cuenta. Lo
más penoso y terrible fue la traducción de mala fe
sobre la tortura militar que resultó en la categoriza-
ción de Bernardo en el registro permanente como “un
boxeador mayor”.

Durante mis últimas visitas a Oaxaca, me quedé otra


vez con Bernardo en Juxtlahuaca y visité al médico
particular que le recetó las inyecciones que Bernardo
dijo que eran el único remedio que le había ayudado
con su dolor y pérdida de peso. Entrevisté al médico
en la noche cuando su clínica permanecía cerrada de-
bido a un apagón eléctrico. Me dijo que Bernardo tenía
un problema de ácido péptico como gastritis o úlcera.
Sugirió que este problema gastrointestinal era porque
comía “demasiado chile, demasiada grasa y muchos
condimentos”. Después agregó: “(los indígenas) tam-

64%
poco comen a su debido tiempo, se esperan mucho
tiempo entre comidas”. El médico le dio una pastilla
a Bernardo para reducir sus niveles de ácido péptico.
Nos explicó que había mejores pastillas que ésta, pero
que eran demasiado costosas para Bernardo. Reco-
mendó que Bernardo tomara leche y comiera yogurt
para ayudar a proteger su recubrimiento estomacal.
El doctor también le recetó inyecciones de vitamina
B-12 para tratar lo que consideraba neuropatía (dolor
neurálgico). Explicó que su neuropatía se debía al
hecho de que los indígenas “se agachan demasiado
cuando trabajan y se encorvan mucho cuando duer-
men”.

Como diversos médicos estadounidenses, este médico


tampoco tomó en cuenta el contexto social y laboral
y en su lugar culpó a la conducta y cultura de su
sufrimiento. Ya sea que el médico no haya podido rea-
lizar una entrevista lo suficientemente extensa para
informarse sobre la experiencia de tortura de Ber-
nardo o no haya relacionado la historia con su dolor
crónico, el caso es que, en su lugar, la práctica de la
biomedicina despolitizó la enfermedad, borrando los
determinantes estructurales del sufrimiento: la his-
toria política de la tortura militar y las desigualdades
económicas que conducen a una vida de duro trabajo
como migrante.

La mirada de los médicos de la salud para


migrantes: San Miguel, Oaxaca
Si bien Bernardo recibió atención médica en un
pueblo mestizo, ya que las continuas “luchas por la
tierra” lo desplazaron, la mayoría de triquis en el es-
tado de Oaxaca es atendida en el Centro de Salud de
65%
su pueblo natal, financiado por el gobierno federal.
Durante mi trabajo de campo, viví en el pueblo de San
Miguel a tiempo completo durante cinco meses y des-
pués regresé varias veces por temporadas más cortas.
Durante ese tiempo, observé y entrevisté a doctores y
enfermeras en el Centro de Salud en medio del pueblo,
que consiste de una pequeña entrada que, a la vez,
funciona como sala de espera. Tiene seis sillas, un
pequeño cuarto de evaluación y una pequeña habita-
ción para que pasen la noche los pacientes enfermos
en una de las dos camas (aunque nunca vi que utili-
zaran esa habitación). El pequeño baño con retrete y
ducha, la pequeña cocina con estufa de gas y la cama
individual, con los que también cuenta el centro, son
de uso exclusivo del personal. Un gran tanque negro
en el techo suministra el agua del baño. Las ma-
dres del pueblo abastecen de agua el tanque, quienes
son lo bastante pobres como para formar parte del
programa Oportunidades, conocido anteriormente
como Progresa.2ól Este programa otorga pequeñas
cantidades de dinero con regularidad, que desembolsa
a través del Centro de Salud, para alimentos y unifor-
mes escolares. El Centro de Salud pide a las mujeres
que están inscritas en este programa que traigan una
cubeta de agua a cambio del desembolso, aunque el
programa federal no lo exija como requisito. Según el
letrero en la puerta, el centro abre oficialmente siete
días a la semana para atención médica sin cita de 8 de
la mañana a 2 de la tarde y de 4 a 6 de la tarde, ade-
más de 24 horas al día, 7 días a la semana, para casos
de emergencia. No obstante, la mitad de las veces que
fui ala clínica, casi siempre durante el horario sin cita,

65%
las puertas de la clinica estuvieron cerradas con llave
y nadie respondió a mi llamado.

En la sala de espera están colgados tres grandes


carteles. Uno es un mapa del pueblo pequeño con
cada casa familiar dibujada a mano y marcada por
la presencia de tuberculosis, diabetes, aborto, desnu-
trición... Un cartel se titula: “Los 10 derechos de los
pacientes” (Conamed n. d.), entre ellos: “Recibir aten-
ción digna y respetuosa; Decidir libremente sobre la
atención médica; Decidir si uno da o no su consen-
timiento para procedimientos riesgosos; Ser tratado
con confidencialidad; Recibir atención médica en
caso de emergencia”. Cabe señalar que la información
del primer cartel sobre las enfermedades contradice
de forma directa la declaración del segundo cartel
sobre el derecho a la “confidencialidad”. El último
cartel se titula: “Los diez mandamientos del buen pa-
ciente” (Grupo Autocolor de Oaxaca n.d.), e incluye
frases como: “Ten confianza en tu doctor y lleva a
cabo los tratamientos que se prescriben; Ten concien-
cia de que el Centro de Salud es tuyo y que debes
cuidarlo; Pregunta al doctor qué debes hacer para ya
no tener más hijos; Se respetuoso con los doctores
y las enfermeras; Mantén tu casa y a ti mismo lim-
pios”. Las siguientes viñetas etnográficas demuestran
cómo estas perspectivas contradictorias de la relación
médico-paciente -desde el biopoder de vigilancia del
primer cartel hasta los derechos del paciente indivi-
dualizados del segundo, además del papel enfermizo
de cliente-patrón del tercero- compiten entre síen las
interacciones cotidianas del Centro de Salud de San
Miguel.

65%
Dia de mercado en el centro de San Miguel,
donde esta el Centro de Salud

Foto: Seth M. Holmes.

Los doctores y las enfermeras que conoci en el Centro


perciben a los triquis de diversas maneras. Por ejem-
plo, este habia preparado recientemente un informe
sintetizado sobre la salud del pueblo de San Miguel.
La enfermera que lo llevó a cabo citó: “la falta de pla-
neación familiar por parte de las familias” y “no acep-
tar hacerse una citología cervical (un Papanicolaou)”
como los dos problemas de salud más importantes.
Le pedí a la enfermera que explicara un poco más
estos problemas y me dijo simplemente: “No dejan
hacérselo (el Papanicolaou) con facilidad”. El informe
enumeró “la cultura y costumbres” como las razo-
nes de ambos problemas. Mencionó un analfabetismo
del 33,6% como un problema menos importante y
acusó que esto se “debe al hecho de que los padres
de familia prefieren que sus niños se dediquen al
campo a que terminen la educación primaria... Algu-
nas veces el padre de familia se lleva a los niños a los
estados de Culiacán, Sinaloa, Hermosillo, Ensenada,
Estados Unidos (sic)”. Un tercer problema enumerado
en el informe fue “la vivienda” con la explicación de
que “existe la promiscuidad en esta población por-

66%
que, en algunas casas, viven tres familias juntas”. La
enfermera escribio que estas viviendas sobrepobladas
se deben a las “costumbres de la población”. Por el
problema de la “contaminación”, la enfermera culpó
a “quemar la basura” y “la falta de uso de letrinas”.
En estos ejemplos, se culpa a la conducta y a la cul-
tura triquis por los problemas de salud y se ignoran
las estructuras sociales. ¿En qué sentido rechazar un
Papanicolaou es un problema mayor que los índices
de mortandad infantil debido a la diarrea y desnutri-
ción relacionadas con la pobreza? ¿En qué sentido es
válido afirmar que los padres prefieren que sus niños
trabajen en lugar de dejar en claro que los padres se
ven prácticamente forzados a poner a trabajar a sus
hijos para que los niños puedan sobrevivir en medio
de las desigualdades económicas domésticas e inter-
nacionales? Mientras leía la sección sobre vivienda
sobrepoblada, me pregunté una vez más por qué la
enfermera enumeró “las costumbres” en lugar de la
pobreza, el capitalismo corporativo neoliberal o las
desigualdades económicas y sociales como la causa
subyacente.

Cada semana, mientras observaba las interacciones


en el Centro de Salud, la enfermera o el doctor pre-
sentes le dijeron por lo menos a una madre triqui
que su niño estaba desnutrido. De manera rutinaria
dicen cosas como “si les dieras más tacos y menos
Sabritas (una marca de papas fritas), no tendríamos
este problema”, aunque nunca supe cómo verificaban
si la familia compraba papas fritas o si tenía el dinero
para hacerlo. En una ocasión la enfermera regañó a
una madre triqui: “¡Ay, mujer, mujer! ¿Qué vamos a
hacer?! ¡Tu niña tiene un año y siete meses y pesa
66%
lo que debería pesar una bebé de seis meses! ¡Mujer!”
En medio de estas interacciones, las enfermeras y los
médicos usaban el pronombre tú, mientras que los
pacientes respondían con usted, la versión formal de
tú. Una política del gobierno le exige al Centro de
Salud pesar y medir a todos los niños categorizados
como desnutridos una vez al mes hasta que alcan-
cen el peso adecuado. No obstante, las categorías de
nutrición se basan en promedios como normas y el
índice de desnutrición solo en el peso y la altura. Este
índice se desarrolló en la Ciudad de México en una po-
blación mestiza, principalmente de clase media, con
una dieta diferente, y una altura y masa corporal
promedio más elevadas. Frente a varios triquis en la
sala de espera del Centro de Salud, una de las enfer-
meras me explicó que este índice no funciona bien
con los indígenas, aunque la Secretaría de Salud sigue
requiriéndolo. Un índice médico desarrollado entre
un grupo étnico y clase se aplica de manera normativa
a otro grupo de tal modo que los pacientes son defini-
dos como anormales, monitoreados y, algunas veces,
avergonzados por sus supuestos comportamientos.
Esta práctica es un ejemplo de cómo funciona el ra-
cismo y clasismo médicos estructurales.

Después de que la enfermera me explicó en español


los problemas con el índice de nutrición, continuó di-
ciendo frente a las personas en la sala de espera: “No
me gusta aquí y quiero irme”. Afirmó que se quedaría
silos triquis le pusieran mayor atención y le dieran las
gracias. Durante esta conversación, vio a los pacien-
tes en la sala de espera, sin conducirlos al cuarto de
evaluación con el fin de brindarles privacidad. Uno de
ellos tenía síntomas como de gripe: molestias, dolores
66%
y fiebre alta. La enfermera me explico que el Centro de
Salud no estaba aprovisionado de muchas medicinas
y que tuvo que darle a este paciente una pastilla para
el dolor “porque era todo lo que tenía”. Después de
ver a estos pacientes, les informó a los que esperaban
afuera que iba a cerrar porque tenía que llenar unos
documentos. Actuaba como la mayoría de los otros
doctores y enfermeras que observé, a pesar de que el
horario en la puerta principal indica que el Centro
está abierto para visitas sin cita durante las próximas
dos horas. Tampoco respondió las pocas veces que es-
cuché que alguien tocaba la puerta.

Conversé con una amiga mía, que es psicóloga, y


me dijo que buscara algo que me gustara de aquí
y que me enfocara en eso. Busqué mucho y no he
encontrado nada que me guste. No me gusta la tie-
rra o el clima; ¡la gente es aún peor! La gente aquí
es floja, sucia, ignorante, unos chismosos malvados.
Solía trabajar en otro pueblo donde la gente era lim-
pia. Sí no había agua corriente allá, pero aún así
la gente era limpia y cepillaba su cabello! Aquí, las
mujeres simplemente se orinan donde quieren. No en
balde tienen enfermedades respiratorias si se orinan
en todos lados y después el viento levanta el polvo. Le
dije a una mujer que le peinara el cabello a su hija
para que se viera bonita y la mujer contestó: “No, eso
no es bueno, nosotros somos triquis”.
La gente aquí es traidora, no les tengas confianza,
Set'. Te podrían matar porque le dijiste hola a alguien
y no te acordaste de decirle hola a alguien más. Tra-
bajaba en un pueblo donde el clima y la gente eran
cálidos. Ahora estoy con gente fría. ¿Por que desearía

66%
una amistad con un indigena? No necesito nada de
ellos.
Solia pensar que los indigenas eran muy pobres y
jodidos. Ahora sé que son simplemente flojos y sucios.
Antes quería dar mi vida para ayudarlos aun cuando
no recibiera nada a cambio y aun cuando no me die-
ran las gracias. Ahora no daría mi tiempo o ni un
peso por un pueblo. ¡Ni siquiera un peso! ¿Eso está
mal, ah? Pero no daría un minuto o un peso por un in-
dígena. No me merecen y no merecen mi amistad.
¿Sabes por qué México tiene una deuda tan grande y
no construye carreteras ni nada? Todo va a los pue-
blos para que puedan tener medicinas. Todo va a las
pueblos.
Y además, ¡no saben cocinar! Algunas veces, cuando
doy seminarios sobre nutrición, les pido que traigan
calabaza o calabacín y carne, y les trato de enseñar
a hacer tamales, pero no los quieren y no traen los
ingredientes para cocinar. Les digo que hagan más
rellenos o masitas o mole, ¡y ni siquiera saben cómo
hacerlos! Todas estas plantas ahí afuera —desde rá-
banos hasta mostaza de hoja- hierven las hojas y se
las comen. ¡Ese es su mundo!

Conforme terminábamos el almuerzo, la enfermera


me dijo que había conocido a una mujer triqui mayor
que es amable con ella, trata de enseñarle triqui y al-
gunas veces le cocina.

Los comentarios de la enfermera muestran una falta


de conciencia del contexto social similar al que
describen los médicos en Estados Unidos. A su vez,
revelan alusiones más antagónicas y afectivas que po-
drían deberse al hecho de que el gobierno federal hace

67%
que esta enfermera deje su hogar y amigos en la Ciu-
dad de Oaxaca varios días a la semana para trabajar.
Además, en cuanto a la limpieza, es incapaz de reco-
nocer cuánto trabajo implica bañarse en San Miguel.
En este pueblo en las montañas, uno debe hacer una
excursión hasta el final de una larga colina empinada
y acarrear de diez a quince cubetas de agua del pozo,
a casa, todos los días. Esta agua se utiliza para coci-
nar, para los animales, para beber, para lavar los platos
y cubiertos y para bañarse. Además, uno debe andar
varios kilómetros al bosque comunal, cortar leña con
un machete y llevarla de regreso a casa. Uno también
debe caminar a un río cercano y lavar uno de los pocos
cambios de ropa que tiene.

El padre y la hermana de Samuel de regreso


a San Miguel, luego de cortar leña

Fot: Seth M. Holmes.

Después, la leña se utiliza para hacer un gran fuego y


cocinar, hervir elote y hacer masa y tortillas, desin-
fectar agua hirviéndola y calentar agua lo suficiente-
mente caliente para bañarse en el aire frío del pueblo
en la montaña. Después, el bañista tiene que encon-
trar un lugar un tanto privado, sin ensuciar dentro de
la casa y sin hacer mucho lodo para que el baño no
sea en vano. Mientras estaba en San Miguel, ayudé a

67%
la familia con quien vivi a cosechar y plantar maiz; y
sacaba al buey y a las cabras a pastar cada dia. Por ello,
pese a estar sudado y sucio debido al trabajo, me ba-
naba alo mucho una vez ala semana. Sin embargo, los
miembros del personal del Centro de Salud pueden ba-
narse todos los dias en la ducha con el agua corriente
que es acarreada con regularidad por las mujeres mas
pobres de San Miguel.

Cuando regrese a San Miguel en una de mis ultimas


visitas, la enfermera ya no estaba; los lideres del pue-
blo le pidieron que se fuera “porque se tomaba mu-
chas vacaciones”. La nueva enfermera era una mujer
amistosa, también de la Ciudad de Oaxaca. La conocí
por primera vez con un amigo triqui, Nicolás, a quien
había conocido en la granja Tanaka en Washington.
Nicolás le pidió ayuda para preparar los documentos
de salud que necesitaba para solicitar la residencia
en Estados Unidos. Ella le contestó: “Bueno, no sé si
en realidad trabajas duro (en Estados Unidos) como
dices, pero voy a ver qué puedo hacer”. Ante la pre-
sencia de Nicolás, la enfermera dijo que era cristiana
evangelista. Me dijo que la mayoría de los triquis es
católica y que “aquí, católico significa que reza ante
imágenes de madera o hierro y acero y quién sabe
qué más. Nosotros simplemente rezamos en donde
estemos ante Dios que está vivo, el Dios que creó el
viento y el sol. Católico significa que puede hacer lo
que desee. Puede tomar y tener amante e ir a muchas
fiestas, celebrar cumpleaños y otras festividades todo
el tiempo”.

Continuó: “Las costumbres de los triquis son puras;


no han sido cambiadas por nada. Aún son los mis-

67%
mos que siempre han sido. Algunos de los pueblos
triquis son pueblos sin leyes; solo tienen costum-
bres”. Después me preguntó: “¿Así que piensas cruzar
la frontera? Para ellos (haciendo un ademán con su
mano hacia el pueblo triqui), simplemente es otra
aventura, como mucho en su vida es una aventura.
Aunque deberías llevar un antiveneno para víbora”.
Como Samantha, con respecto a la rodilla de Abelino,
esta enfermera descartó el sufrimiento de los migran-
tes triquis, en especial al referirse al cruce peligroso
y difícil de la frontera como una simple “aventura”.
Además, repitió las interpretaciones sociales darwi-
nistas sobre la simplicidad indígena que se escuchan
en la granja Tanaka.

La enfermera continuó diciéndome (frente a Nicolás)


que hacía una semana que había muerto un bebé en
San Miguel. Explicó que la madre del bebé le comentó
a la enfermera que lo había traído al Centro de Salud
y que el doctor pensó que el bebé estaba resfriado y
le dio unas pastillas. La enfermera agregó: “De todos
modos los bebés no pueden tragar pastillas”. Varias
veces, conforme el bebé empeoraba, la madre trató de
localizar al doctor pero éste no abrió la puerta de la clí-
nica. Llevó al bebé a Tlaxiaco, un poblado mestizo cer-
cano y el bebé murió en el hospital porque se complicó
la infección del pulmón. “Si estuviéramos trabajando
en una ciudad, en lugar de un pueblo, estaría en la
cárcel. Si estuviéramos ambos allá y recetáramos solo
pastillitas, estaríamos en la cárcel”.

Unos días después, la enfermera regresó a la ciudad de


Oaxaca durante el fin de semana y el doctor regresó a
San Miguel. El doctor se quejó que los triquis no vie-

67%
nen al Centro de Salud lo suficiente. Para ilustrar su
argumento dijo: “Una madre llevó su bebé hasta Tla-
xlaco la semana pasada, en lugar de traerlo conmigo,
y el bebé murió porque le tomó demasiado llegar allá”.
Después se quejó sobre cómo los triquis chismorrean
y crean rumores de que él no está en el Centro de
Salud.

Los doctores en San Miguel trabajan en el ambiente


difícil de un Centro de Salud que no tiene medicinas
ni instrumentos médicos. El gobierno federal les exige
que viajen durante varias horas lejos de sus amigos y
su familia, varios días a la semana, para trabajar en
un pueblo donde la gente habla un idioma diferente.
Como los doctores en Washington y California, no tie-
nen conciencia de las fuerzas sociales que afectan la
salud y el bienestar de sus pacientes. Por el contrario,
piensan que las suposiciones sobre su cultura y su
comportamiento tienen la culpa de que sus pacientes
estén enfermos. Se les da y pide que empleen pará-
metros etnocéntricos como el índice de desnutrición.
Debido a la falta relativa de poder político de sus pa-
cientes, son impunes ante lo que podría considerarse
negligencia. Finalmente, perciben a sus pacientes a
través de metáforas racistas de suciedad, violencia y
flojera, lo que los conduce a interpretarlos como indi-
viduos que no merecen atención médica.

Medicina acontextual y competencia cul-


tural apolítica
Como se esperaría en el paradigma de la mirada clí-
nica, los doctores con los que hablé ven a los cuer-
pos triquis de forma individual en sus consultorios,
pero no los vinculan al contexto social que produce
68%
el sufrimiento. Solo hasta el final (p. e. los doctores
Samuelson y Goldenson) escuche que un profesional
de la salud señalaba el contexto en el que el individuo
vive: las condiciones en el campo detrabajo y en el tra-
bajo mismo, o las políticas de inmigración y las polí-
ticas económicas internacionales. Sin embargo, estas
fuerzas sociales, económicas y las políticas de escala
mayor son las causas fundamentales del sufrimiento
de sus pacientes. Al mismo tiempo, no se puede culpar
a los profesionales de la salud por su descontextua-
lización. A ellos también les afectan las estructuras
políticas, económicas y sociales. La mayor parte de su
ceguera ante el contexto político y social se debe a las
circunstancias difíciles, de ajetreo y emocionalmente
agotadoras en las que trabajan. También, es el resul-
tado de la manera en que la ciencia médica se percibe
y se enseña en el mundo contemporáneo. La mayoría
de estos individuos ha elegido sus puestos en las clí-
nicas migrantes porque quiere ayudar. Tiene mucha
compasión y vocación por su trabajo. Sin embargo, el
enfoque que aprendieron en su formación -a través
del cual entienden a sus pacientes- es estrecho, indi-
vidualista y asocial.

Los medicos en Estados Unidos y Mexico no estan


capacitados para ver los factores sociales determinan-
tes de los problemas de salud, o escucharlos cuando
sus pacientes se los comunican. Esta descontextuali-
zación es obvia cuando las secciones de los expedien-
tes médicos que informan sobre el historial social
excluyen totalmente las realidades sociales y cuando
la tortura se reporta como boxeo. En su lugar, están
capacitados para poner mayor atención a la informa-
ción “objetiva” que recopilan de sus propios exámenes
68%
médicos y, aún más, de los exámenes de radiología
y pruebas de sangre biotécnicas (Good, 2001). Así, es
inevitable que caigan en la trampa de ver las cosas a
través de una visión estrecha que descontextualiza la
enfermedad, transfiriéndola del ámbito de lo político,
del poder y de la desigualdad al ámbito del cuerpo in-
dividual. Los factores determinantes del sufrimiento
permanecen desconocidos, sin que se aborden y sean
tratados. Más bien como la “máquina de antipolítica”
de los organismos de desarrollo descrita por Fergu-
son (1990), la biomedicina despolitiza eficazmente el
sufrimiento al culpar no a las estructuras sociales,
políticas y económicas de la enfermedad, sino a los
comportamientos individuales, a las presuntas prác-
ticas culturales y a las diferencias corporales étnica
percibidas.

Más allá de esta mirada acontextual, a los médicos


en Estados Unidos hoy también se les inculca ob-
servar los factores de comportamiento en la salud:
estilo de vida, dieta, hábitos y adicciones. La educa-
ción de la salud del comportamiento se ha integrado
como parte de un esfuerzo encomiable para ampliar
la educación médica dentro del paradigma de la salud
biopsicosocial descrita primero por George Engel en
1977. No obstante, sin haber recibido la capacita-
ción para tomar en cuenta las estructuras políticas
y económicas, además de las jerarquías locales, que
conforman el sufrimiento de los pacientes, los pro-
fesionales de la salud disponen de herramientas que
solo les permiten ver los factores determinantes de
comportamiento y biológicos de la enfermedad. De
manera simbólica, están limitados para comprender
la génesis de la enfermedad tal como se localiza en
68%
los pacientes: sus cuerpos (la genetica que menciono
el dentista), su comportamiento (la flexión incorrecta
que da por sentada el médico de rehabilitación), o su
cultura (las costumbres que menciona la enfermera
de San Miguel). De este modo, médicos bien intencio-
nados, de forma involuntaria, le suman agravios a la
lesión, sutilmente culpando a los pacientes de su su-
frimiento.

En gran medida y como respuesta a las críticas de las


ciencias sociales contra la mirada limitada de la bio-
medicina en un mundo multicultural, las institucio-
nes biomédicas han implementado la capacitación en
competencia cultural (Kleinman € Benson, 2006). De
muchas formas, el campo de la competencia cultural
busca ampliar la mirada clínica para evitar suposicio-
nes etnocéntricas e intervenciones ineficaces. La ma-
yoría de la capacitación convencional en competencia
cultural se enfoca en listas de características este-
reotípicas de los grupos étnicos (Jenks, 2011; Hester,
2012; Willen et al., 2010). Este enfoque propone que
la cultura del paciente es el problema que se necesita
entender y la barrera que debe superarse para ofrecer
atención médica eficaz (Jenks, 2011; Shaw & Armin,
2011). En las formulaciones de la competencia cul-
tural, por lo regular no se analizan la cultura de la
biomedicina y los factores estructurales determinan-
tes de la salud y la atención médica. Sin embargo,
la información etnográfica anterior contradice este
enfoque al mostrar que, por lo general, la estructura
y la cultura de la biomedicina funcionan como barre-
ras contra la atención eficaz. Como propone Jonathan
Metzl, los educadores médicos deberían intercambiar

69%
la competencia cultural por una capacitacion en ana-
lisis social y “competencia estructural” (Metzl, 2011).

Sin la apreciación del continuo de la violencia locali-


zada en las jerarquías étnicas y de ciudadanía y en las
políticas internacionales que colocan a sus pacientes
en condiciones perjudiciales, en primera instancia los
médicos culpan a menudo al paciente de su enfer-
medad: la supuesta manera incorrecta de flexionarse
mientras cosechan, el presunto problema con la auto-
ridad o la dieta inapropiada prevista. La forma en que
uno se para mientras recolecta bayas, si en verdad es
incorrecta y perjudica la salud, solo es un ingrediente
aproximado del sufrimiento. De manera paradójica, la
acción progresista de incluir la salud del comporta-
miento en la educación médica sin la incorporación
correlacionada del contexto social, podría conducir a
los médicos a culpar, hasta criminalizar, alas víctimas
del sufrimiento social (Terrio, 2004). Incluso los pro-
fesionales que están muy conscientes de los factores
sociales determinantes de la salud podrían recurrir a
explicaciones de comportamiento y biológicas como
un mecanismo de defensa contra lo que experimen-
tan como desalentador. De este modo, se culpa a la
víctima de prejuicios y de desigualdades históricas
y económicas por su difícil situación. Se le culpa de
los trabajos malos y de tener una salud precaria, aun
cuando ambas cosas sean el resultado de las estructu-
ras sociales que los sitúan.

La realidad de la salud de los migrantes, sin embargo,


es aún más complicada y potencialmente peligrosa.
Las circunstancias difíciles y la mirada limitada de
la clínica para migrantes hacen que sea imposible in-

69%
cluso para los medicos mas idealistas ofrecer un trata-
miento eficaz. Estos medicos no solo son incapaces de
recomendar intervenciones adecuadas, con frecuen-
cia prescriben tratamientos ineficaces con resultados
nocivos no deseados. Algunos de estos tratamientos
-como recomendarle a un paciente con la rodilla
lesionada que regrese a trabajar a tiempo completo-
pueden lesionar directamente a sus pacientes. Incluso
las intervenciones de médicos bien intencionados -
p. e. inyecciones para aliviar el dolor y remisiones a
terapia para, entre otras cosas, aceptar el trato po-
tencialmente cruel de los supervisores- podrían fun-
cionar, sin advertirlo, para reforzar las conformacio-
nes sociales injustas que causan la enfermedad. Estos
tratamientos despolitizan el sufrimiento y refuerzan
las mismas estructuras de opresión que causan la en-
fermedad. La violencia promulgada por las jerarquías
sociales, se extiende desde la granja hasta la clínica
para migrantes y viceversa, a pesar de los valores e in-
tenciones de las personas en ambas instituciones. La
estructura de la atención médica debe cambiar para
ofrecer atención de calidad a todos los pacientes, en
lugar de buscar el beneficio económico privado y la re-
ducción de costos. La mirada clínica contemporánea
del biocomportamiento debe transformarse para re-
conocer los factores económicos, políticos y sociales
determinantes de la enfermedad y la salud, con el fin
de incorporar la competencia estructural. Mientras
tanto, no debe sorprender que mis compañeros tri-
quis concluyan que los médicos no saben nada.

69%
CAPITULO 6

“Porque están más cerca del


suelo”: La naturalización del
sufrimiento social: La ocultación
de los cuerpos de los migrantes

“Aquí no hay migrantes, ¿por qué buscas aquí? No he


sabido de alguno. Si quieres migrantes, tendrás que ir
al otro lado de las montañas, al este de Washington.
Creo que hay muchos que cosechan manzanas por Ya-
kima. Pero aquí no hay ninguno”. Un funcionario de
salud pública regional en el estado de Washington me
aconsejó de este modo, en el otoño de 2002, mientras
estudiaba las posibilidades de trabajo de campo etno-
gráfico en el condado de Skagit.

El Skagit Valley es un nodo activo en los circuitos


transnacionales (Besserer, 2004; Hirsch, 2003; Kear-
ney, 1998; Rouse, 2002) de miles de trabajadores
migrantes mexicanos, incluyendo mis compañeros
triquis. ¿Así que cómo pueden pasar desapercibidas
miles de personas, la misma gente que hace posible
la agricultura famosa del valle? ¿Cómo pueden las
postales del festival anual de tulipanes borrar a lostra-
bajadores que cuidan y cosechan los campos de tuli-
panes? La mirada pública -en especial la concurrencia
adinerada que compra en las tiendas de abarrotes
selectas y que vive en barrios exclusivos- posa lejos
de los trabajadores agrícolas migrantes y está distan-
ciada de ellos de un modo espacial (Sangaramoorthy,
2004; Chávez, 1992). Un habitante blanco del Skagit
Valley con quien entablé una amistad durante mi pri-
70%
mer verano en la granja Tanaka Brothers Farm me ex-
plicó que:

Para el mundo donde habito y para la gente con


quien vivo y me rodea, la cuestión que más miedo
les da es que (los trabajadores mexicanos migrantes)
no existen. Están totalmente fuera de nuestro radar.
Simplemente no existen. Es más probable que nos in-
volucremos con un niño en Acapulco en un orfanato
porque es más glamoroso o, no sé, menos aterrador
que saber que hay personas a cinco millas de distan-
cia que podrían captar nuestro interés.

En la mayoría de los ejemplos, poco comunes cuando


esta mirada se enfoca en los migrantes mexicanos en
Estados Unidos, el resultado es una retórica racista
antimigrante junto con crímenes por odio (Rothen-
berg, 1998; Quesada, 1999). Como en muchos lugares
donde los trabajadores de una diáspora luchan por so-
brevivir (Wells, 1996), la ocultación de los cuerpos de
los migrantes es simplemente otro factor que permite
su maltrato y sufrimiento continuos.

Para trabajar de una manera intencional con el pro-


pósito de lograr una mejora en el sufrimiento social,
la gente debe estar consciente primero de las de-
sigualdades que causan el sufrimiento. Esto no solo
incumbe a los habitantes blancos en el Skagit Valley y
Central California sino también a los trabajadores mi-
grantes mismos. Además, se debe reconocer que estas
jerarquías están histórica y socialmente construidas;
por lo tanto, se pueden modificar. En cambio, percibir
las desigualdades como algo normal, merecido y na-
tural permite la reproducción de dichas construccio-
nes sociales devastadoras, al igual que la indiferencia

70%
hacia ellos (Scheper-Hughes, 1997). Es de suma im-
portancia, en este caso, entender cómo el maltrato y el
sufrimiento continuos de los trabajadores migrantes
se toma como un hecho: todos los implicados lo han
normalizado y naturalizado. Éste es un primer paso
fundamental hacia el trabajo por el respeto, la equi-
dad y la salud en el contexto de la migración entre Mé-
xico y Estados Unidos.

Violencia simbólica

El concepto de Pierre Bourdieu de la violencia sim-


bólica me ha resultado muy útil para comprender los
distintos modos en que el orden de las desigualdades
descritas hasta este punto se ha vuelto indiscutible
e indisputable, hasta para los más oprimidos (Bour-
dieu 1997, 2001; Bourdieu € Wacquant, 1992). La
violencia simbólica es la naturalización, incluyendo
la internalización, de las asimetrías sociales. Bour-
dieu explica que experimentamos el mundo a través
de la doxa (esquemas mentales) y habitus (compor-
tamientos corporales históricamente acrecentados)
que surgen de ese mismo mundo social y, por lo tanto,
hacen que el orden social incluyendo sus jerarquías—
parezca natural. De este modo, reconocemos errónea-
mente la opresión como natural porque encaja con
nuestros esquemas corporales y mentales a través de
los cuales la percibimos. Bourdieu (2001: 37) afirma:

El efecto de la dominación simbólica (sea étnica, de


género, cultural, lingúística, etc.) no se ejerce en la
lógica pura de la conciencia del conocimiento sino a
través de los esquemas de percepción, apreciación y
acción, que son elementos constitutivos del habitus y
que, por debajo del nivel de las decisiones de la con-
70%
ciencia y de los controles de la voluntad, establecen
una relación cognitiva que es profundamente oscura
en símisma.

En otras palabras, la violencia simbólica actúa en el


proceso de percepción, oculta de la mente consciente.
Mientras que el concepto de Sartre de la mala fe, pre-
supone un sentido de conciencia en el que los indi-
viduos deliberadamente se engañan a sí mismos para
evitar las realidades que los perturban, la actividad de
la violencia simbólica se oculta precisamente porque
funciona a través de las categorías y la lente de la per-
cepción.

Retomando su metáfora del mundo social como un


“juego”, Bourdieu (1997: 166) describe ilusión como
una “inversión en el juego”. Todos los actores socia-
les en un campo dado deben “asumir”, a través de
grados de ilusión, las reglas del juego. Una de las re-
glas principales del mundo social es que el “ser del
actor es un ser-percibido, condenado a ser definido
como en “realidad' es por la percepción de otros”.
Tomando esto en cuenta, las victimas de la violen-
cia simbólica, por definición, de forma inconsciente
permiten su propia dominación, en primer lugar al
habitar el juego. En el libro de Bourdieu, Masculine
Domination (La dominación masculina), vemos que
tanto el dominado como el que domina son vícti-
mas de la violencia simbólica, aunque de una manera
muy distinta. Tanto los hombres como las mujeres
se perciben a sí mismos y a los otros como parte de
un mundo construido de esquemas dicotómicos “de
un modo natural” como “superior-inferior, macho-
hembra, blanco-negro, etc.” (Bourdieu, 2001: 35). Los

70%
actores sociales no cuentan con otra opción mas que
percibirse a sí mismos y a su mundo a través de es-
quemas producidos por relaciones de poder asimétri-
cas. Las asimetrías que comprenden el mundo social
se vuelven, por lo tanto, invisibles, se dan por hecho,
son normales para todos los involucrados (Bourdieu,
1997, 2001; Bourdieu €: Wacquant, 1992).

Ciudadanía, cultura y diferencia


Muchas de las palabras usadas para aludir a los tra-
bajadores migrantes por parte de otros residentes de
la zona funcionan para excluirlos del “nosotros” asu-
mido -que se basa en la aseveración simbólica de que
ellos están fuera de su lugar-. Como se expondrá en
la conclusión, la palabra migrante implica suposicio-
nes de desplazamiento entre la comunidad de envío,
con la que existe un vínculo, y la comunidad de re-
cepción independiente. Dado que migrante se usa casi
exclusivamente para describir una persona que vive y
trabaja fuera de su lugar de origen, la palabra connota
que la persona está fuera de lugar en el sitio actual y
que pertenece a otra parte. Otras palabras empleadas
de forma regular, como mexicano, extranjero y oaxa-
queño, implican que el referente es de, corresponde y
pertenece a, otro lugar. Curiosamente, el uso de estos
términos por parte de la mayoría de los residentes
blancos de la zona tiene poco que ver con la ciuda-
danía oficial, en otras palabras: si uno es legalmente
mexicano o estadounidense. De este modo, J.R., uno
de los residentes blancos de Central California que
conocí, no lo pensaba dos veces cuando aludía al al-
calde latino de una ciudad cercana como si se refiriera
a un “extranjero”, aunque para calificar y contender

70%
en una eleccion de alcalde, uno debe ser ciudadano
estadounidense. Ademas, el alcalde a quien aludia, a
diferencia de él mismo, era oriundo de California. Este
uso disimula un miedo tácito del Otro étnico como en
la descripción detallada de J.R.: “La primera cosa con
lo que te topas cuando un extranjero gobierna tu co-
munidad es que no sabe nada de nada o sobre política.
Lo único que quiere hacer es asumir el cargo”.

Conocí aJ.R. y asuesposa, Janet, a través de su sobrino,


quien era uno de mis amigos cercanos en la infan-
cia. J.R. se trasladó a Central California con su familia
desde el medio oeste como okie pobre, para cosechar
cultivos durante la década de 1940. Su familia vivía
en tiendas de campaña y cosechaba uvas durante
doce años antes de desplazarse a otro tipo de tra-
bajo. Cuando conocí a J.R. recién se había jubilado de
su trabajo de mecánico en una empresa aeronáutica
ubicada en California y pasaba la mayor parte de su
tiempo cuidando su patio y sus carros antiguos. Janet
creció en una familia blanca de clase media en Fresno,
California. Trabajaba como supervisora para uno de
los sistemas de transporte público en la región. Du-
rante varias reuniones, me sirvieron refresco y fruta y
grabé nuestras conversaciones.

Muchos residentes blancos del Skagit Valley y Central


California califican con desprecio alos ciudadanos es-
tadounidenses latinos de “mexicanos”. Janet me dijo:
“Uno de estos días, California será setenta y cinco
por ciento mexicano”. La dicotomía entre “mexicano”
y “estadounidense” y la asunción de que “estadou-
nidense” significa solo alguien que es étnicamente
blanco se volvió clara más tarde en la misma conver-

71%
sacion cuando ella se quejo: *Me vuelvo loca cuando
voy a la tienda de abarrotes y estan vestidos con
(atuendos étnicos)... es como, 4j;por que no comien-
zas a vestirte como un estadounidense?!”.

El miedo subyacente a la diferencia se volvio evidente


cuando J.R. dijo: “En mis días (en Central California)
entretenimiento significaba golpear a un mexicano”.
Pregunté: “¿Solo porque...?”J.R. explicó: “Ya sabes, gol-
pearlo si lo sorprendías en la calle, porque más tarde
que temprano haría lo mismo contigo... Solo por
echar a uno de ellos a golpes. Agarrarlo a solas y pi-
sotearlo, hombre, qué bien. Solo porque es mexicano”.
“Pero, mira”, continuó, “era un peligro para nosotros.
Estaba tomando los empleos de los trabajadores agrí-
colas”. Janet, para corregirlo, dijo que los blancos ya
no querían cosechar los campos en California antes de
que los agricultores tuvieran que contratar mexica-
nos. J.R. estuvo de acuerdo con ella y concluyó: “Ade-
más, él era diferente a mi”.

Esta aversión por la diferencia se evidenció en la si-


guiente conversación cuando J.R. respondió alas refle-
xiones de Janet sobre soluciones potenciales para las
tensiones interraciales. J.R. rebatió:

¿Por qué cambiaría alguna vez? Porque no tiene ham-


bre. Así que va a seguir siendo mexicano. Así son
las cosas. Demasiada asistencia social gratuita. Si
haces que la gente tenga hambre, la gente entonces
se mezclaría. Pero hasta entonces, ¿por qué cambia-
ría su nombre, ya sabes como Gonzáles en lugar
de Smith? Seguirá siendo Gonzáles y seguirá consi-
guiendo todas esas cosas gratuitas. Ahí está el mayor

71%
problema, la asistencia social..., es una carga para
mí, porque el mexicano no desea cambiar.

En este sentido, la diferencia —“seguir siendo mexi-


cano”- se atribuye a recibir supuestamente asistencia
social, “obtener todas esas cosas gratis”. En una en-
trevista por separado, Janet hizo una crítica similar:
“Les permitimos a todos esos mexicanos que vengan
aquí. Cuando piensan: “Mmm, no queremos cosechar
algodón, no queremos cosechar esto”, les permitimos
colgarse de nuestra asistencia social”. Sin embargo,
ninguno de los migrantes mexicanos que conocí ca-
lificaba para recibir asistencia social o la había reci-
bido. Por lo tanto, la gente que J.R. y Janet imaginan
recibiendo asistencia social son fusión de mexicanos
y latinos de Estados Unidos. De esta manera, sus pa-
labras indican que los latinos estadounidenses están
fuera de lugar, no son ciudadanos estadounidenses y
no pertenecen ahí. En otra conversación, J.R. dijo: “Es
por eso que los mexicanos tienen problemas y ahora
los Hmongs tienen problemas, no quieren cambiar.
Quieren mantener su cultura. La gente se debe mez-
clar de inmediato. La gente tiene que mezclarse. Si no
te mezclas y te aíslas por ahí, ¿adivina qué? Eres dife-
rente”. Diferente no solo es considerado un problema,
sino que es equiparado con “seguir siendo mexicano”
en lugar de “mezclarse”, lo que se entiende por ser
(blanco) estadounidense.

J.R. reiteró la asunción de la “aculturación” tanto en el


imaginario popular como en los ensayos sobre salud
pública. Este concepto propone la supresión progre-
siva de la diferencia a través del desplazamiento de
la cultura “étnica” hacia la cultura “predominante”.

71%
Landa Hunt y otros investigadores explican las supo-
Siciones problematicas en el modelo de aculturacion
en los ensayos sobre salud pública: “De este modo,
se entiende que la cultura étnica está en contrapo-
sición con las ventajas y deficiencias de la cultura
occidental, con el individuo en proceso de acultura-
ción alejándose de la tradición y yendo hacia la mo-
dernidad” (Hunt et al., 2004). Y Matthew Gutmann
(1999) critica los mismos ensayos: “El debate (...) con
frecuencia se basa en un estándar implícito de las
diferencias al compararlas con lo 'normal”. Sin em-
bargo, los ensayos sobre salud pública, al igual que las
afirmaciones de J.R., aunque parezca extraño, evitan
cualquier definición de lo “normal” o de la “corriente
predominante”. Guttman plantea que la corriente
predominante asumida, que no está marcada —hacia
la cual se debe dar la aculturación de los migrantes-
es la blanca, la clase media estadounidense. De este
modo, el concepto de aculturación mezcla ciudada-
nía, raza, clase y habitus (incluyendo la forma de ves-
tir) al borrar la historia y las políticas internaciona-
les. “Los especialistas en estudios de diáspora (Gilroy,
1989; Hall, 1990) proponen la “hibridación” como
una alternativa, y nos recuerdan que las prácticas de
los migrantes son preservadas y transformadas, de
forma simultánea, a través del contacto continuo con
otras personas y lugares.

Otra alternativa ofrecen mis compañeros triquis, que


no desean quedarse en Estados Unidos por mucho
tiempo o volverse ciudadanos estadounidenses. En
su lugar, Samuel y mis otros amigos triquis desean
obtener un permiso legal para trabajar en Estados
Unidos temporalmente y seguir siendo ciudadanos
72%
mexicanos. Tienden a percibir todo el circuito de
la migracion trasnacional que une a San Miguel, el
Skagit Valley y Central California como su comuni-
dad extendida?! en ese espacio geográfico. Al mismo
tiempo, consideran a San Miguel su hogar principal
y desean estar tanto como sea posible con su clan y
núcleo familiar allá. No obstante, quieren un permiso
para trabajar temporalmente en Estados Unidos detal
manera que ellos y sus familias puedan sobrevivir sin
tener que cruzar el desierto peligroso. Algunos de mis
amigos triquis han intentado migrar por trabajo al
pueblo, en su mayoría mestizo, de Tlaxiaco, cerca de
San Miguel, pero el salario que les ofrecen es mucho
más bajo. El sueldo que reciben incrementa con la
distancia desde San Miguel, ganan un poco más en la
Ciudad de Oaxaca, más en la Ciudad de México, más
en Baja California y aún más en Estados Unidos. Por
tanto, es una ironía que para poder vivir tanto tiempo
como sea posible en su lugar de origen, mis amigos
triquis tengan que migrar tan lejos como puedan. La
mayoría trabaja por una meta específica: tener sufi-
ciente dinero para terminar de construir sus casas,
pagar un año de alimentación y los uniformes es-
colares, u ofrecer una dote a la familia de la mujer
con quien desean casarse, y su plan es regresar a San
Miguel lo más rápido posible en cuanto lo consigan.
La experiencia de mis compañeros triquis destaca
otra ironía profunda en la migración contemporánea
entre México y Estados Unidos: concretamente, entre
más caro y peligroso se vuelva cruzar la frontera, al
“cerrarla” mediante la militarización y la construc-
ción de muros físicos, más tiempo Samuel y mis otros
amigos triquis se quedarán en Estados Unidos.

72%
Raza, lugar y exclusion
Los residentes locales perciben a los trabajadores mi-
grantes de una manera diferente, dependiendo de su
propia posición social y de la proximidad a los me-
canismos internos de la agricultura estadounidense.
Los residentes blancos que conocí en el Skagit Va-
lley y Central California consideran por lo regular a
cualquiera de linaje latinoamericano, independiente-
mente de su ciudadanía: “mexicano”. Los que están
involucrados en la agricultura, pero relativamente
alejados de los trabajadores migrantes mexicanos -
como los ejecutivos y gerentes de cosecha en la granja
Tanaka- reconocen las diferencias entre los latinos es-
tadounidenses (a quienes con frecuencia llaman “his-
panos”), los mexicanos mestizos (“mexicanos comu-
nes” o “mexicanos tradicionales”) y los indígenas me-
xicanos del estado de Oaxaca (a quienes llaman solo
“Ooaxaqueños”). Los que trabajan directamente con los
trabajadores migrantes mexicanos como los jefes de
cuadrilla latinos en la granja Tanaka, casi siempre
distinguen entre latinos estadounidenses (“tejanos”
o “chicanos”), mexicanos mestizos (“mexicanos”),
mixtecos y triquis. Una comprensión realista de las
muchas formas en que las desigualdades sociales se
producen y el sufrimiento social de los jornaleros mi-
grantes se normaliza, exige recordar este paisaje de
categorías sociales de múltiples estratos.22

En uno de los bachilleratos públicos más grandes


del Skagit Valley, docenas de estudiantes comenzaron
una pandilla llamada WAM, que quería decir “Blancos
contra Mexicanos”. Esta pandilla pintó WAM en los
muros, lo escribió en sus cuadernos y en sus teléfonos

72%
celulares, llevo armas a la escuela, amenazo a otros
estudiantes y provocó peleas. La administración de la
escuela reaccionó llevando a cabo arrestos o expul-
sando a cualquiera que tuviera WAM escrito en algún
lado del cuerpo o en sus pertenencias. En respuesta a
WAM, otro grupo de estudiantes inició un evento se-
manal llamado “WAMsketball” para aliviar tensiones
y promover relaciones interétnicas positivas. Similar
al uso en Central California, “mexicano” en ambos
ejemplos no significaba principalmente alguien de
ciudadanía u origen mexicano, sino más bien alguien
diferente, alguien a quien se le podía menospreciar
por encima del hombro. Una de las maestras en la es-
cuela explicó: “Hay muchos jóvenes en el bachillerato
que están orgullosos de ser mexicanos y lo ostentan.
Algunos jóvenes en el bachillerato piensan que ellos lo
provocan porque simplemente no eligieron ser como
losjóvenes blancos”. Dio ejemplos de la manera en que
estudiantes ostentan el ser mexicanos: el tipo de jeans
que usan y las formas cómo arreglan su cabello. Con-
tinuó diciendo que no solo eran estudiantes de raza
blanca quienes formaban parte de WAM sino también
samoanos, rusos (quienes son considerados un grupo
étnico separado en el Skagit Valley), asiáticos esta-
dounidenses y estudiantes latinos. Estas prácticas y
percepciones ofrecen una perspectiva de las concep-
ciones competitivas de raza: qué significa ser “blanco”
o “mexicano”, en este valle rural estadounidense.

Junior, que se identifica y es identificado por otros es-


tudiantes como latino, juega con regularidad WAMs-
ketball en el equipo blanco y también actúa como
réferi. Explicó: “Se trata de actitud. Es como que los
mexicanos tiene una actitud en el bachillerato”. Su

72%
amigo blanco John, quien formaba parte de WAM
al principio y despues se incorporo a WAMsketball,
intenta explicar la etnicidad de Junior: *Conozco a
Junior, el es mexicano, pero en realidad no. (Dirigien-
dose a Junior) no puedes ser mexicano, porque si fue-
ras mexicano, los blancos no te hablarían en nuestra
escuela”. A pesar del contexto inmediato de violencia
que WAM generó hacía poco, Junior respondió: “Los
mexicanos son lo que parecen gánsteres; eso es lo
que es un mexicano”. Continuó: “Cuando dices que al-
guien es hispánico, es como decir que sientes respeto
por esa persona. Pero si lo llaman mexicano, es como
decir: “es un mexicano sucio”.

En Purity and Danger (Pureza y peligro), Mary Douglas


(1966: 2) explica que sucio es simplemente materia
fuera de lugar: “Sucio significa básicamente desorden
(...) existe en los ojos del espectador (...) al ir tras
la suciedad, tapizar, decorar, arreglar, no estamos go-
bernados por la ansiedad con el fin de escapar de la
enfermedad, sino que estamos reordenando de una
manera positiva nuestro ambiente, haciendo que se
ajuste a una idea”. Tal como la arena se considera “lim-
pia” cuando está en la playa o en un arenero, pero
“sucia” cuando está dentro de la casa o en las manos
de un niño, aquellos a quienes consideramos mexica-
nos y por lo tanto fuera de su lugar adecuado, son a
menudo catalogados como sucios. Los residentes de
la zona y los periódicos locales usaron la metáfora de
“limpiar el barrio” para hacer alusión a un proyecto
que desplazó del área, de manera funcional, a aque-
llos considerados mexicanos, a través del cierre de un
campo de trabajo, un punto para recoger jornaleros
todos los días y un edificio de departamentos ocupado
73%
principalmente por migrantes mexicanos o latinos
estadounidenses.

Aunque de un tirón J.R. se quejó de que “(los me-


xicanos) visten mejor que yo”, en otra ocasión los
llamó “sucios” e “inmundos”. Por ejemplo, describió
un campo de trabajo de una granja local en Central
California:

Así que lo que han hecho (los mexicanos) es culpar al


agricultor de su inmundicia; ¡lo culparon! Dicen que
administraba un campo de trabajo de esclavos, con
departamentos deficientes como viviendas. Sin cañe-
ría; ya sabes, nada de... Las tuberías del baño des-
compuestas; no lo habían limpiado o barrido desde
que se mudaron; latas de cerveza por todos lados. To-
maban cerveza cuando deberían estar limpiando la
vivienda. Mexicanos inmundos.

Cuando le pedí una aclaración, J.R. reconoció no haber


visto el campo de primera mano, pero que había es-
cuchado de él a través de uno de los canales de noti-
cias locales. Después continuó contrastando su niñez
como inmigrante okie en California con los mexica-
nos:

Cuando vivíamos en tiendas de campaña, el piso era


exactamente como éste (señala el piso de azulejos
blancos de su cocina impecable) y los niños era lim-
pios. Mi madre siempre decía: “El jabón es barato”.
Y no había cucarachas en nuestra casa. No, porque
manteníamos todo limpio. Pero estos espaldas moja-
das —como aún los llamo yo, ahora son “migrantes”-—
llegan a un asentamiento hermoso y lo destruyen
ebrios, tomando, y después quieren otro. Ahora hay
un pueblo por allá llamado Dos Palos. Contaban con
73%
una bella instalacion, ya sabes, campos de trabajo.
Era un aeropuerto que quedo de la Segunda Guerra
Mundial. Llevaron una excavadora a esa porqueria
porque los mexicanos se quejaban de lo sucio que es-
taba. Era, era una inmundicia. Pero eran ellos. Lo
único que se veía por ahí eran envolturas de comida
rápida, vasos de comida rápida. Se detienen aquí en
el viejo Taco Bell o lo que sea y compran su comida
y comienzan a comer y después a tomar cervezas,
mucha cerveza.

J.R. otra vez reconoce que su descripción del campo


de trabajo salió de lo que escuchó en una de las esta-
ciones de noticias locales. Otra residente que conocí
durante mis viajes preliminares a Central California,
que se identifica a ella misma como mitad latina y
mitad nativa de Estados Unidos, se quejó conmigo:
“Esos mexicanos son sucios. Son sucios y egoís-
tas. ¡Nos están invadiendo como cucarachas!”. Como
ejemplo, me contó de algunos migrantes mexicanos
que se bañaron en un río cercano y dejaron basura a la
orilla. Reflexionando ahora sobre sus quejas, recuerdo
la semana cuando comí y me bañé en parques públi-
cos mientras dormía sin un hogar en los coches, es-
perando encontrar un departamento en una barriada
en Madera, que se lo rentaran a personas sin historial
crediticio.

Como señala George Orwell en The Road to Wigan


Pier (El camino de Wigan Pier) (1937: 119), la vida
cotidiana y las condiciones de trabajo de “las clases
bajas huelen”. En un sentido material, recolectar fre-
sas es una ocupación más sucia que trabajar en un
edificio de oficinas. Las barracas del campo de trabajo

73%
de Tanaka Brothers Farm en Washington estaban ro-
deadas de caminos sucios que algunas veces eran puro
lodo cuando llovia y polvo fino en dias soleados. Era
imposible mantener cualquier cosa limpia; todos los
días trapeaba dentro de mi barraca y se cubría rápida-
mente de fino polvo café.

Al mismo tiempo que los latinos estadounidenses


y los mexicanos mestizos son excluidos simbólica-
mente de la categoría “estadounidenses”, se establece
otra categoría lingúística que excluye a los mexicanos
indígenas. Cuando estos hablantes usan la palabra
mexican o mexicano, éstas denotan solo mexicanos
mestizos. A pesar de su ciudadanía mexicana, los me-
xicanos triquis o mixtecos son llamados simplemente
“oaxacan”, “oaxaqueño” o, con mayor desprecio, “oa-
xaco” o “indio”. Algunas veces, los latinos estadou-
nidenses se refieren a los mexicanos mestizos como
“mexicanos normales”, diferenciándolos de los mexi-
canos indígenas, que se perciben como lo opuesto: “lo
irregular”, de alguna manera. Curiosamente, diversos
jefes de cuadrilla latinos estadounidenses en la granja
Tanaka describen a los mixtecos y triquis, pero no a
los mexicanos mestizos, como “sucios”. Samantha, la
recepcionista blanca bilingúe de la granja, describe a
los vaxaqueños como “individuos más sucios que los
mexicanos normales”. Estas dicotomías simbólicas
son algunos de los muchos factores que permiten que
los ciudadanos blancos estadounidenses y, a su vez,
los ciudadanos latinos estadounidenses y los mexica-
nos mestizos, se vuelvan indiferentes al sufrimiento
de aquellos individuos considerados diferentes -el
Otro-— o fuera de lugar.

74%
Mary Weismantel (2001: 34) argumenta que las cate-
gorías de raza son innecesarias sin racismo. En otras
palabras, las categorías raciales se utilizan solo en el
contexto de la exclusión. Argumenta totalmente en
contra de las concepciones biológicas de raza, en un
extremo, y de las críticas inmaterialmente construc-
tivistas, en el otro. Weismantel y Stephen Eisenman
(1998: 134) plantean que las concepciones biológicas
contemporáneas de raza borran al cuerpo:

La ciencia de la genética menosprecia la historia na-


tural del cuerpo humano después de la concepción:
sus interacciones cotidianas con el mundo y otros or-
ganismos son inconsecuentes, no tiene importancia a
la luz de un destino biológico predeterminado por un
código genético que es insubstancial e invisible.

Al mismo tiempo, argumentan en contra de un


“antiesencialismo (que) con facilidad se desvanece
en antimaterialismo (Weismantel € Stephen Eisen-
man, 1998: 134). Basándose en un trabajo de campo
en los Andes, Weismantel y Eisenman describen las
concepciones sobre los indígenas en las que “la raza
se acumula dentro del cuerpo, en sus extremidades
y sus orificios, sus órganos y sus impulsos, como
resultado de una vida vivida dentro de una comuni-
dad humana particular en un momento específico en
el tiempo” (Weismantel € Eisenman, 1998: 133). En
esta concepción, la raza de uno podría alterarse con el
paso del tiempo conforme la forma corporal y el olor
de uno cambian como resultado de las prácticas cor-
porales cotidianas. Por ejemplo, los autores describen
cómo el olor comunica lo que significa ser indígena y
blanco (incluyendo mestizo) en Ecuador, donde se re-

74%
conoce a los indígenas no solo a través del color de sus
ojos o piel sino también a través de los olores “sucios”
que manifiestan su pobreza y el hecho de que viven
con animales en granjas de subsistencia. Por el con-
trario, la blancura involucra la compra y uso de pro-
ductos importados que producen cuerpos que hue-
len o parecen que no han tenido interacción alguna
con otros seres vivientes. Explican que la blancura es
“una serie de privilegios políticos y económicos que
se trasmite de generación a generación” (Weismantel
€: Eisenman, 1998: 136), que determina entonces la
apariencia, la forma y el olor del cuerpo. Esta concien-
cia encarnada y contingente de la raza es pertinente
dentro del contexto de la migración entre México y
Estados Unidos, en la que se entiende que las personas
ocupan diferentes categorías raciales dependiendo de
la posición social del que las percibe; se cree que
la gente “ostenta” su mexicanidad tomando como
punto de referencia la manera cómo se viste y lleva su
cabello; el acto de interpretar un estilo “mexicano”, de
vestir como “pandillero” borra la violencia de las pan-
dillas blancas; y los pobres y las personas que no son
blancas se consideran “sucias” solo en contextos en
los que se consideran fuera de lugar y excluidos.

Culpable de su sufrimiento
En todos los niveles de la jerarquía de etnicidad-ciu-
dadanía en la granja Tanaka, cada grupo de personas
cree que los que están por debajo de ellos merecen
su difícil situación. Los residentes blancos del Skagit
Valley y Central California me dijeron muchas veces
que los mexicanos no cuentan con educación porque
son “flojos”. Varios residentes blancos me explicaron

74%
que los *mexicanos” tiene trabajos malos porque *no
tratan de aprender ingles”. Durante una de nuestras
conversaciones en la granja Tanaka, Samantha afirmó
que “no tienen cuentas de banco porque no saben
cómo hacerlo, son como niños”. En Central California,
Janet me dijo: “Como que me enojan los mexicanos
porque parece que no tratan de aprender inglés, ya
sabes, y están en nuestro país, ¿por qué no lo apren-
den? Más tarde en la misma entrevista, Janet dijo:

En la mañana, me levanto, me alisto para el trabajo


y enciendo el televisor para ver las noticias. Pueden
aprender a hablar inglés. Es “el número uno” y mues-
tran un número uno. Cada día se trata de algo dife-
rente como “gracias”, “gracias”. Lo repiten y después
sostienen en lo alto la palabra para mostrarla. Hay
cosas en la televisión y si la gente en realidad quisiera
-sé que están afuera en los campos, pero aún asi-, po-
dría aprender algo.

Janet reconoce que los trabajadores agrícolas están en


los campos y que no pueden ver el programa que des-
cribe en la televisión, pero no toma en cuenta otros
aspectos del contexto material y social de aprender
inglés. Todos mis compañeros triquis me dijeron que
quieren aprender inglés y muchos lo intentaron du-
rante mi trabajo de campo. Abelino trató de estudiar
inglés por las noches en las clases organizadas por la
granja Tanaka, pero le dijeron que las clases no eran
para las personas que vivían en los campos de trabajo.
Después, se inscribió en un curso de inglés como se-
gunda lengua (ESL) en la universidad de la comunidad
local. Terminó un semestre y luego tuvo que dejarlo
porque el curso del siguiente nivel se llevó a cabo por

74%
las tardes pero temprano, cuando Abelino apenas es-
taba terminando su trabajo o llevando a su familia ala
iglesia local, que regala comida a esa hora.

Reiterando el mito que comúnmente se sostiene de


una sociedad individualista y sin clases sociales, J.R.
concluyó en una entrevista: “Tú puedes hacer lo que
quieras en este país. Cualquiera puede ser lo que desee.
No hay excusa en este país. No hay barreras. Nada te
detiene excepto tú. Nadie tiene la culpa si no sacas lo
mejor de ti, excepto tú”. Esta antinomia, que evoca el
mito de Horatio Alger sobre eljoven pobre que triunfa
solo por su arduo empeño, borra la jerarquía de etnici-
dad-ciudadanía que conforma las vidas materiales de
los que trabajan en la agricultura estadounidense. De
una forma acontextual similar, muchos ciudadanos
estadounidenses blancos culpan a México, como país,
oala “corrupción política mexicana” de la pobreza en
el México rural, que impele a las personas a migrar
para poder sobrevivir. Sin embargo, esta narrativa
evade el poder de los intereses económicos en Estados
Unidos que presionaron a favor del TLCAN, causando
de un modo efectivo la pobreza al prohibir a México
que protegiera a los pequeños productores indígenas
de maíz y permitiendo los subsidios del maíz estadou-
nidense para las grandes agroindustrias corporativas.

En México, los mexicanos mestizos a menudo culpan


a los triquis de su propio sufrimiento. Luz María, una
de las monjas mestizas en San Miguel, explica suidea
de por qué los triquis son pobres:

No son capaces de producir fuentes de trabajo. Mu-


chos no saben cómo vivir. En todo, en la higiene y
en la limpieza de la casa y en la preparación de co-

75%
mida, en el cuidado de los animales y en la economía.
Alguien podría poner una tortillería que abriera
durante unas horas al día, y las personas podrían
venderle a ellos el maíz o podría haber una farmacia
para que así la gente no tuviera que ir a Tlaxiaco o
a una tienda grande de abarrotes -aunque eso sería
difícil porque tendrías que pagarle a alguien para
que se quedara y viera que nadie se robara las ganan-
cias-. No trabajan muy duro y no saben cómo traba-
jar muy duro.

Por el contrario, durante mi trabajo de campo vi


varias tienditas en San Miguel que luchaban por so-
brevivir a pesar de la depresión económica del pue-
blo. Además, cuando Luz María afirmó que los triquis
“no trabajan muy duro”, no pude evitar preguntarme
cómo recolectar agachado siete días a la semana no
puede contar como un trabajo duro. Cuando le pre-
gunté a Luz María de qué manera los triquis difieren
de los mexicanos mestizos, simplemente dijo: “son
violentos”. En algún momento, esta monja admitió
que los triquis cargan pistola “debido a que han
sido echados de sitios durante generaciones, y para
defenderse”. Como muchos de los pueblos indígenas
de Oaxaca, San Miguel ha sufrido diversas luchas con-
secutivas, con un sinnúmero de fatalidades, por pro-
piedad de tierras con pueblos invasores cercanos más
grandes. Luz María me dijo en español: “Los conflic-
tos por la tierra son por un metro o dos. A lo mejor,
estos triquis querían la línea otro metro más allá y los
mixtecos de Santa Marta querían otro metro más acá”.
Luz María minimiza las causas de la violencia tácita
apoyando su afirmación con la idea fija de que los
triquis son violentos por naturaleza y que provocan
75%
violencia innecesaria contra ellos mismos. Juana, una
de las enfermeras en San Miguel, me advirtio de ma-
nera similar sobre la violencia de los triquis y me dyo
que deberia pensarlo dos veces antes de ayudar a cual-
quiera de ellos de algun modo.

*Querer” es una metafora comun que permite culpar


a los trabajadores migrantes de su dificil situacion.
Por ejemplo, John Tanaka, presidente de Tanaka Brot-
hers Farm, me dijo que los piscadores *no van a to-
marse un descanso durante el almuerzo. No lo van a
hacer. No quieren un descanso durante el almuerzo”.
El siguiente verano, Scott, el gerente de la cosecha de
manzanas, me dijo casi exactamente lo mismo al afir-
mar que los piscadores “quieren” trabajar todo el día
sin un descanso durante el almuerzo. En respuesta a
las quejas delos piscadores sobre la escala salarial con-
fusa, John Tanaka me susurró: “No quieren entender”.

Además, a los trabajadores migrantes mexicanos se


les culpa con regularidad del sufrimiento de los es-
tadounidenses. J.R. los considera “una carga (para él),
porque no van a cambiar” y porque piensa que reci-
ben asistencia social. Cuando le pregunté a un vecino,
de nombre Phil, por el campo migrante en el cual
viví en el Skagit Valley, qué pensaba de sus vecinos
jornaleros migrantes, contestó: “¡Perdí mi trabajo por
ellos!” Me explicó que trabajó con un granjero blanco
local durante más de diez años, pero que había sido
reemplazado porque el granjero podía contratar a dos
trabajadores migrantes por lo que le pagaba a él. Su
madre entonces le recordó que él odiaba ese trabajo
y Phil estuvo de acuerdo. Phil trabajó como chofer
de camión, entregando papas de una granja local por

75%
varios estados del oeste. Ahora trabaja en la estacion
de bomberos de la zona, donde lo capacitan para ser
bombero. Curiosamente, culpa a los migrantes mexi-
canos, disculpa al granjero, quien en realidad toma
las decisiones de contratación y guarda silencio sobre
las presiones del mercado internacional. Respecto al
granjero, Phil solo afirmó: “Entiendo su modo de pro-
ceder; quiere administrar su granja con eficiencia”.

Normalización

Para muchos residentes del Skagit Valley y Central Ca-


lifornia, el sufrimiento de los trabajadores migrantes
se concibe como normal, aunque por razones algunas
veces contradictorias y diferentes. En primer lugar,
y quizá ante todo, la gente simplemente se acostum-
bra a ver las condiciones en las que los trabajadores
migrantes viven y trabajan. Si bien los campos de
trabajadores migrantes están ocultos a la mirada de
la gran mayoría de los residentes del Skagit Valley, los
que viven cerca de los campos caminan, andan en bi-
cicleta y manejan al lado de ellos cada día. Muchas de
estas personas me dijeron que les molestaban las con-
diciones de los campos cuando llegaron a la zona, pero
que se acostumbraron a ellos y ahora los pasan viendo
sin pensarlo dos veces.

En segundo lugar, muchas personas justifican las


condiciones de vida de los trabajadores migrantes ba-
sándose en lo que dan por hecho que es normal para
ellos. John Tanaka repitió lo que muchas personas
me dijeron: que los campos eran aceptables porque
eran mucho mejor que las viviendas que los pisca-
dores tenían en México. Sin embargo, ninguna de
las personas que afirmaron esto, ha visitado los pue-
75%
blos de los piscadores o les ha preguntado sobre sus
viviendas en México. No obstante, esta justificación
toma como aceptable las desigualdades económicas
originales que ocasionan que las viviendas de los
triquis en Oaxaca sean miserables. Paradójicamente,
muchas otras personas en el Skagit Valley justificaron
las condiciones de vida de los trabajadores agrícolas
migrantes suponiendo, al contrario, que la vivienda
que los piscadores tenían en México o California era
mucho mejor que los campos. El dueño de la tienda de
abarrotes más cercana a los campos, donde muchos
piscadores van caminando para comprar comida, me
dijo que los campos estaban bien porque “todos tie-
nen piscinas y grandes casas en México y California
y están aquí solo durante el verano”. Un vecino del
campo de trabajo donde viví en el Skagit dijo: “Bueno,
todos tienen coches, así que no necesitan nada”.

Algunas personas en el Skagit Valley creían en el


desplazamiento económico y en la sucesión étnica.
John Tanaka mencionó varias veces durante mi tra-
bajo de campo que “una vez que un grupo de perso-
nas en particular pasa por tres generaciones, ya no
seguirá en la agricultura”. Basa esta afirmación en su
entendimiento de que los japoneses estadounidenses
“ascendieron trabajando” los peldaños económicos en
Estados Unidos desde su llegada. Diversas personas
me dijeron que tienen la esperanza de que los pisca-
dores “asciendan a través del trabajo” en la sociedad.
Estas afirmaciones reconocen que recolectar fruta en
una granja es un trabajo indeseable y difícil, al mismo
tiempo que justifican de una manera sutil las condi-
ciones de trabajo relacionadas como un paso tempo-

76%
ral por la mitología “de la miseria a la riqueza” del
éxito estadounidense.2?l

Finalmente, la segregación de la granja asiste a la nor-


malización de varias maneras. Shelly, la supervisora
de los verificadores, quien regaña a los jóvenes blan-
cos si interactúan con los piscadores mexicanos, me
explicó que los jóvenes blancos no deberían llegar a
conocer alos piscadores porque esto influiría en el pe-
saje de las bayas. Esta segregación activa con certeza
conduce a, entre otras cosas, una violencia cotidiana
que deshumaniza a los piscadores mexicanos. Los ve-
rificadores jóvenes blancos con regularidad llevaban
a cabo conversaciones sin mostrar ningún interés
cuando los piscadores mexicanos traían sus bayas
para que se las pesaran, continuaban con sus historias
y bromas mientras pesaban las bayas y marcaban la
tarjeta de los piscadores como si estos no estuvieran
presentes. Si bien Shelly me dijo que tener verificado-
res jóvenes en la granja crea “valores comunitarios”,
también fomenta el sentido de que las jerarquías labo-
rales étnicas son normales y aceptables.

Naturalización

Cuando le pregunté a una trabajadora social mestiza


mexicana por qué los triquis solo tienen trabajos re-
colectando bayas, me explicó: “A los oaxaqueños les
gusta trabajar agachados”. Después agregó que los me-
xicanos mestizos, a los que llamó “mexicanos”, tienen
demasiadas dolencias si trabajan en el campo. En res-
puesta a la misma pregunta, Mateo, el único jefe de
cuadrilla mixteco, me dijo que los triquis son “brutos
para trabajar”. Dijo que cuando llegó por primera vez a
la granja Tanaka, hace diez años, todos los piscadores
76%
eran mestizos, del norte de Mexico. Los mixtecos que
comenzaron a migrar a la granja recolectaban mas ra-
pido y, con el tiempo, los mestizos mexicanos dejaron
de venir. Ahora Mateo me comenta que los triquis son
los piscadores más rápidos y brutos y que cada vez
menos mixtecos vienen a la granja para la cosecha.

Más tarde le pregunté a Scott, el gerente de cosecha de


manzana de la granja, por qué yo no había visto a nin-
gún triquis cosechando manzanas: el contrato de tra-
bajo en el campo con el mejor salario. Me explicó:

Los oaxaqueños son demasiado bajos para alcanzar


las manzanas, son muy lentos... Tienen que usar es-
caleras mucho más que otros. Los otros solo usan la
escalera para recolectar las que están en la parte más
alta del árbol. Los vaxaqueños las usan para agarrar,
ya sabes, las que están a la mitad... Y, además, de
todos modos no les gustan las escaleras.

Paradójicamente, días más tarde, esa misma semana,


una de las jefas de la cuadrilla de Scott me dijo que su
recolector de cuadrilla más rápido era triqui. Scott si-
guió con la conversación anterior explicando que los
oaxaqueños son perfectos para recolectar bayas “por-
que están más cerca del suelo”. En respuesta a mis
preguntas sobre por qué los triquis tienen trabajos
diferentes a los de los mexicanos mestizos, muchas
otras personas simplemente afirmaron: “Porque son
más bajos”. La idea de que los mexicanos deberían re-
colectar bayas la refrendó el senador estadounidense
George Murphy de California durante un debate sobre
migración en el Senado en la década de 1960; afirmó
que los mexicanos debían ser trabajadores agrícolas
porque “su constitución hace que estén más cerca

76%
del suelo, asi que es mas facil para ellos agachar-
se” (Thompson, 1999).

Las percepciones de la diferencia corporal en confor-


midad con los lineamientos etno-raciales funcionan
como la lente a través de la cual la violencia simbólica
se establece de tal forma que se da por sentado que
cada categoría del cuerpo merece su posición social
relativa. A causa de lo que se consideran sus “rasgos
naturales”, se da por sentado que los cuerpos de los
indígenas oaxaqueños deben estar en la recolección de
bayas en lugar de en otros trabajos. Sin embargo, otros
grupos étnicos tienen cuerpos que no encajan bien en
la categoría del piscador y deben estar en otros tipos
de trabajo.

Cuando le pregunté a Scott sobre los efectos negativos


potenciales de los pesticidas en la salud, contestó:

Las leyes son tan severas que no hay manera de


que alguien pueda enfermarse por pesticidas. Es
decir, son muy estrictas... Hay algunas personas allá
afuera que son mucho más sensibles y lo muestran
de vez en cuando. No es que hicimos algo mal o un
vecino hizo algo mal, simplemente son mucho más
sensibles a los pesticidas y siempre habrá gente así.
He trabajado con pesticidas durante veinte, veinti-
cinco años. Las leyes son mucho más estrictas y los
pesticidas mucho más suaves. ¡Sal y rocía y cómelo
el mismo día! Los químicos han cambiado y son bas-
tante avanzados. Algo de esto se puede ver: el residuo
de los pesticidas. Eso que la gente afirma que es resi-
duo es en realidad suciedad, polvo.

No se trata solo de las diferencias corporales étnicas


sino también de las diferencias corporales individua-
77%
les que desvian la culpa de la granja y su responsabi-
lidad por el riesgo a los pesticidas y sus efectos en la
salud.22!

Internalización

Al mismo tiempo que la violencia simbólica se esta-


blece desde afuera y en las formas antes mencionadas,
el concepto presupone un sentido de interiorización
y la complicidad sutil del dominado. Uno no percibe
solo a otros, sino también a uno mismo como parte de
posiciones sociales ordenadas.

Durante mi segundo día recolectando fresas, un trac-


tor con extensiones largas de metal condujo a través
del campo rociando algo en el aire mientras recolec-
tábamos. Le pregunté a Mateo qué era. “¿Realmente
quieres saber? ¿Estás seguro que quieres saber la ver-
dad?” Me preguntó. Afirmé con la cabeza. “Insectici-
das peligrosos”, dijo sacudiendo su cabeza. Más tarde,
ese mismo verano, vi algunos letreros de peligro (solo
en inglés) colocados en varios depósitos grandes que
rodeaban una de las estaciones de letrina y de lavado
de manos al final del campo. Los piscadores de fresas
trabajan todos los días sin guantes mientras el residuo
visible del pesticida se disuelve en la mezcla de jugo
de fresa que mancha sus manos de marrón oscuro. Si
comían algo, lo comían en los campos mientras reco-
lectaban, sin lavarse las manos para no robarle tiempo
al trabajo porque debían cumplir con el peso mínimo.
Nuestra única educación sobre pesticidas provino de
una cinta de casete con una advertencia corta, en un
español monótono, reproducida de manera inaudible
en una de las esquinas de una enorme bodega llena de
más de cien trabajadores y sus hijos, durante una de
77%
las sesiones de orientación para piscadores. Después
de la cinta, el administrador de la granja a cargo de
la sesión de orientación preguntó si teníamos alguna
pregunta. Luego de un breve silencio, se mostró satis-
fecho y siguió explicando dónde deberíamos firmar
las formas que nos habían dado, que estaban en in-
glés. Una de las formas estipulaba que estábamos de
acuerdo en no sindicalizarnos.

Peligro: zona de almacenamiento de pesticidas

Foto: Seth M. Holmes.

La misma semana en la que sucedió la fumigación


descrita anteriormente, recibí un video que había or-
denado de los Trabajadores Agrícolas Unidos sobre los
peligros de los pesticidas contra la salud. Varios pisca-
dores triquis lo vieron conmigo en la barraca donde
vivía la familia de Samuel. Luego, les pregunté qué
pensaban. Uno me dijo de manera práctica: “Los pes-
ticidas afectan solo a los estadounidenses blancos (ga-
bachos) porque sus cuerpos son delicados y débiles”.
Otro afirmó: “Nosotros, los triquis, somos fuertes y
aguantamos”. Los otros afirmaron con la cabeza. Estas
ideas se reflejaron y reiteraron varias veces durante
mi trabajo de campo. Uno de los triquis con quien
viajé a Oaxaca alardeó que había muchos triquis en

77%
el ejército mexicano porque “aguantamos”. De este
modo, los triquis internalizan a veces su posición de
clase a través del orgullo étnico que sienten de las di-
ferencias corporales percibidas que, paradójicamente,
podrían contribuir a la naturalización y, por lo tanto,
reproducción de las mismas estructuras de su opre-
sión.

La posición del cuerpo en el trabajo


Asimismo, las percepciones de la posición del cuerpo
imputan una jerarquía de lo aspecto humano en la
granja. Las interpretaciones de clase y la posición del
cuerpo que ofrece Strauss y Scheper-Hughes y Bran-
des£9l son de gran ayuda. El significado dual de la pa-
labra posición tanto como un puesto de empleo como
una postura del cuerpo deja entrever un fenómeno.
Las profesiones que se realizan sentadas detrás de
un escritorio son simbólicamente vinculadas con la
mente, de tal forma que tienen más prestigio en una
sociedad que subyuga el cuerpo a la mente. Se cree que
los trabajos que se llevan a cabo de pie o caminando
están estrechamente vinculados con el cuerpo, son
menos intelectuales y por lo tanto menos valorados.
Al mismo tiempo, estos cuerpos de pie se consideran
humanos, con una postura sólida. Esta apreciación
básica se evidencia en frases del tipo: “un ciudadano
derecho”, “de carácter recto”, que “defiende su pos-
tura”. Por último, los trabajos en lo más bajo de la je-
rarquía, que exigen que los cuerpos se arrodillen en
la tierra o flexionen bajo los arbustos son los menos
valorados. Estos trabajadores son vistos “en cuatro
patas”, como animales.

77%
Una supervisora de pie mientras los piscadores
trabajan de rodillas en un campo de fresas

Foto: Seth M. Holmes

Este análisis general se puede aplicar en el Skagit,


donde los que tienen mayor poder y prestigio realizan
trabajos de escritorio, donde los supervisores de nivel
medio están de pie y caminan, y donde los trabaja-
dores en el nivel más bajo —curvados todo el día- son
puestos en ridículo cuando los comparan a los perros
y alos burros. Mateo, el único oaxaqueño indígena en
la granja que fue ascendido a supervisor, me dijo que
tiene la esperanza de seguir estudiando inglés y de que
lo asciendan hasta que “pueda trabajar con su mente
en lugar de su cuerpo”. Explicó la superioridad de los
trabajos de escritorio sobre el trabajo manual de la si-
guiente manera: “El cuerpo no siempre va a dar y creo
que se va a cansar. Puede ser que tu mente se canse
después de años, pero no como el cuerpo, no tanto
como para provocarte una enfermedad”. Durante una
huelga en mi segundo verano en la granja, los pis-
cadores se quejaron de que sentían que los trataban
como si estuvieran “por debajo” de otros trabajadores
por el hecho de recolectar. Scott rechazó esta queja
y me explicó: “Estoy casi seguro de que piensan que
están por debajo de otros solo porque son piscadores,

78%
que, para mí, es uno de los trabajos más importantes
en la granja”. Si bien el trabajo de los piscadores es de
suma importancia para la cosecha, mi investigación
etnográfica muestra que su papel, por lo general, no es
respetado o carece de prestigio. A lo largo de mi tra-
bajo de campo en la granja, en diversas ocasiones a los
piscadores de bayas los trataron como infrahumanos.
Durante un aguacero del noroeste, varias mujeres tri-
quis esperaron afuera de la oficina de la granja para
preguntar sobre su salario. Se acurrucaron en el piso
lodoso, bajo el voladizo del techo. Cuando Shelly llego,
dijo en inglés: “¿Qué están haciendo sobre mis flores?
¡Shoo! ¡Shoo! ¡Fuera! ¡Fuera!”, moviendo sus manos
como si quisiera espantar una manada indeseable de
perros.

En el fondo, el cuerpo del migrante ofrece una cons-


titución que lo traiciona. En especial, debido a las
percepciones de la diferencia étnica y la posición del
cuerpo en el trabajo, se considera que el cuerpo del mi-
grante pertenece a su posición en la jerarquía laboral
de la agricultura, la que, posteriormente, le conduce a
su deterioro. Estos mecanismos que vuelven invisible
la desigualdad quizá sean potenciados al ser interio-
rizados como formas del orgullo triqui. La violencia
estructural inherente al trabajo segregado en la granja
desaparece de una manera tan efectiva precisamente
porque su desaparición sucede en el cuerpo y, por lo
tanto, se entiende como algo natural.

Resistencias y rechazos
Aunque poderosas, la normalización y naturalización
de estas jerarquías sociales y disparidades en la salud
están incompletas. De vez en cuando, atisbé espacios
78%
en los cuales las personas no aceptaron totalmente su
propia posición social y en su lugar manifestaron crí-
ticas perspicaces.

El banco a través del cual la granja Tanaka pagaba a sus


piscadores tenía una política: estos debían esperar en
una fila separada en los días de paga y dejar que todos
los demás clientes del banco pasaran primero. Cada
viernes, había una larga fila de trabajadores migrantes
mexicanos que se extendía hasta el estacionamiento,
esperando durante varias horas y mirando cómo cada
cliente blanco que llegaba a la puerta era escoltado al
frente de la fila. Aunque la granja me pagaba por mi
trabajo como recolector cada semana, el personal del
banco repetidas ocasiones trató de escoltarme hasta
delante de la fila cuando llegaba el día de paga con mis
compañeros triquis. Si bien esta práctica, de manera
implícita, enseña a los blancos y a los triquis la je-
rarquía social presente en el valle, algunos residentes
blancos del área me dijeron que ésta no era justa, y al
menos uno le pidió al banco que cambiara su política.
En menor grado, observé esta conciencia de inequi-
dad también cuando los vecinos del campo de la
granja admitieron que algunas veces se sentían “cul-
pables” o “mal” cuando conducían al lado del campo
rumbo a su casa. Con menos frecuencia, algunas per-
sonas en Estados Unidos y México emplearon algún
grado de análisis social más amplio. El propietario de
un pequeño hotel con desayuno, cerca de uno de los
campos de migrantes en el Skagit Valley, expresó que
muchas de las fuerzas internacionales restringen alos
agricultores del área. Aclaró su afirmación al expre-
sar que si el estado de Washington subiera demasiado
el salario mínimo, los agricultores podrían preferir la
78%
mecanizacion, lo que costaria miles de empleos en la
recolección y empeoraría la situación para los traba-
jadores migrantes. Concluyó con razón: “Es bastante
complejo”.

En San Miguel, un camión grande entrega la Pepsi


cada semana conduciendo por las calles sucias del
pueblo, mientras que los refrescos mexicanos Rey se
venden en tiendas pequeñas propiedad de los triquis.
Algunas familias comenzaron a comprar grandes
palés de botellas de Pepsi para fiestas como bautizos
o bodas, en lugar de comprar los refrescos Rey de sus
vecinos. Sin embargo, existe un rumor en el pueblo,
común entre grupos de todas las edades, sobre que la
Pepsi y la Coca-Cola están hechas con sangre humana.
Le pregunté a la sobrina de Samuel, uno de los miem-
bros de la familia con quien viví en San Miguel, que
me explicara cómo podía la soda hacerse con sangre.
Dijo que molían a las personas, vivas y gritando, para
hacer pulpa de sangre en las fábricas de estas com-
pañías y esta pulpa la ponían en las bebidas. Aunque
algunos de sus amigos tomaban Pepsi, ella prefería no
tomar sangre humana y por eso bebía solo refrescos
Rey en las fiestas.

Usando una “hermenéutica de la generosi-


dad” (Farmer, 1992), hay muchas maneras por las
que las empresas multinacionales prosperan mien-
tras muelen seres humanos vivos, en especial aque-
llos que son pobres y marginalizados. Fabrican pro-
ductos insalubres de modo insostenible en términos
medioambientales, en fábricas que con frecuencia
ofrecen condiciones de trabajo precarias; los comer-
cializan principalmente entre los pobres del mundo

78%
global y forman grandes conglomerados de marcas de
refrescos que venden a precios muy baratos; sacando
del negocio a las pequeñas empresas por cuestiones
funcionales. Este rumor critica y conduce a la resis-
tencia práctica ante estructuras económicas dañinas
e injustas. Sin embargo, Pepsi y Coca-Cola continúan
creciendo, la mayoría de las empresas pequeñas ha ce-
rrado y hay una tendencia creciente en San Miguel a
tomar Pepsi.

La huelga y el Memo
Una mañana, al final de mi segundo verano en la
granja Tanaka, los piscadores de fresas salieron de los
campos y se declararon en huelga. Ésta no se había
planeado con antelación. Más bien se inició después
de enterarse que habían reducido el pago por peso y
que muchas personas habían sido despedidas porque
no habían recolectado el peso mínimo un día antes;
como reacción, algunos piscadores triquis comenza-
ron a silbar. Más y más personas se unieron al silbido,
hasta que todos salieron del campo. Luego, mis ami-
gos triquis me explicaron que un silbido -que había
escuchado y me había preguntado por su significado,
mientras recolectaba bayas en medio de un aguacero
frío el verano anterior- comunica descontento. En
los días previos a la huelga, la ansiedad era cada vez
más evidente en los piscadores porque las bayas se
habían vuelto día a día más pequeñas y escaseaban
conforme el verano se terminaba. Por consiguiente,
lograr el peso mínimo se había convertido en una
tarea más difícil. Las fresas escaseaban y eran más
pequeñas al final del verano sobre todo porque los
campos ya se habían cosechado a principios de la esta-

79%
cion y tambien porque las plantas simplemente pro-
ducen menos bayas al final de esta. En este contexto,
despedir a varias personas porque no habian podido
recolectar el minimo un dia antes se considero poco
razonable y bajar el pago por peso se percibio como
una injusticia total.

Huelga de piscadores de fresa, Tanaka


Brothers Farm

Foto: Rob Mercatante

Con la ayuda de Jaime, el trabajador social que me


presentó a las familias triquis en mi primera visita
al Skagit Valley, los piscadores crearon un documento
donde enlistaban más de veinte agravios sobre las
condiciones de trabajo, desde salario bajo hasta afir-
maciones racistas explícitas por parte de los super-
visores, desde la falta de receso durante el almuerzo
hasta ascensos injustos de trabajadores latinos y mes-
tizos por encima de los piscadores indígenas. En los
siguientes días, varios ejecutivos y una docena de
piscadores se reunieron para deliberar sobre los agra-
vios, con Jaime y conmigo como traductores inglés-
español. Los ejecutivos se sorprendieron mucho y se
enojaron por las descripciones de trato racista explí-
cito y de los ascensos diferenciadores en la granja. Sin
demora, instruyeron a todos los gerentes de cosecha
79%
para que transmitieran el mensaje de tratar a todos
los trabajadores con respeto. Lo mas importante para
mis compañeros triquis fue que se instauraron re-
cesos de treinta minutos para almorzar y un ligero
aumento de salario. Los piscadores consideraron un
éxito estos logros. Llamaron al documento un con-
trato y cada uno de los doce representantes de los
piscadores lo firmaron según la tradición legal tri-
qui. El tío de Samuel, uno de los representantes de
los piscadores, le entregó el contrato firmado a John
Tanaka para que los ejecutivos de la granja también
lo firmaran. Conforme a las prácticas legales triquis,
el contrato se convertiría en un contrato vinculante
entre los firmantes. John Tanaka reimprimió las que-
jas, firmó el papel y lo archivo como un memoramdum.
El siguiente verano, en silencio derogaron los recesos
durante el almuerzo y el aumento de salario, aunque
algunos de mis amigos triquis pensaban que los se-
guían tratando con más respeto.

Piscadores de fresas en huelga leen la lista de quejas

Foto: Rob Mercatante.

La huelga, la naturaleza temporal de sus resultados


y la conversión del contrato en un memo destacan
la índole complicada del poder y la resistencia en la
granja. Los ejecutivos demandan que todos los traba-

79%
jadores sean tratados con respeto, si bien sus ansieda-
des reales acerca de la supervivencia de la granja los
presionan para no abordar con eficacia las principales
preocupaciones económicas de los piscadores de un
modo perdurable. El mercado cada vez más difícil en
el que opera la granja provoca que estos agricultores
sigan siendo cómplices de un sistema de segregación
laboral pernicioso para los piscadores.

Cambio social y reproducción social


Si bien existen pequeños indicios de conciencia sobre
las estructuras sociales injustas y sus efectos perju-
diciales, en general todos lo involucrados no cuestio-
nan ni tampoco desafían la jerarquía de ciudadanía
étnica en la agricultura estadounidense y sujerarquía
del sufrimiento correlacionada. La normalización y
naturalización de las jerarquías en la granja, que fa-
vorecen su reproducción, ocurren en diversos nive-
les a través de varios medios físicos y simbólicos. La
misma segregación de ciudadanía étnica al igual que
el lenguaje y las diferencias en la red social permiten
que ciertos individuos se vuelvan racistas e insulten
con impunidad relativa, mientras que otros tratan de
ser éticos y respetuosos. Por ejemplo, la actitud ra-
cista de Shelly hacia los indígenas oaxaqueños y sus
acciones que refuerzan la segregación en la granja pa-
recen ser invisibles para los ejecutivos de la granja con
principios éticos, quizá porque Shelly está casada con
Rob Tanaka. El trato explícitamente racista hacia los
piscadores indígenas, que ejerce la mamá de Betty -
en español. jefa de cuadrilla, pasa desapercibido ante
los ejecutivos de la granja y de los gerentes de cosecha

79%
en general porque sucede en un idioma que no es el
ingles.

Las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores


migrantes estan ocultas de la opinion publica y son
justificadas a traves de suposiciones sobre que tipo de
vivienda y empleo merecen las diferentes personas.
Las metaforas de suciedad y terminos de referencia
los excluyen de la categoría “estadounidense” y trans-
miten la suposición de que están fuera de lugar en
Estados Unidos. Se culpa a los trabajadores migran-
tes de su propio sufrimiento, a menudo utilizando
la metáfora de “querer”, al igual que del sufrimiento
de aquellos categorizados como “estadounidense”. Fi-
nalmente, y quizá de manera más eficaz, se cree que
los triquis merecen su posición en la jerarquía so-
cial debido a aquello que se percibe como sus rasgos
corporales, étnicos y naturales. Esta naturalización de
la opresión y el racismo es en particular eficaz e in-
cuestionable porque se lleva a cabo, sin que se note, a
nivel del cuerpo. Para que haya una coalición amplia
y efectiva de personas trabajando para cambiar las
desigualdades perniciosas en la agricultura estadou-
nidense, primero debemos ver esas jerarquías como
cuestiones social e históricamente construidas y que
pueden modificarse. Solo entonces podremos imagi-
nar los medios interpersonales, políticos, económicos
y simbólicos para trabajar a favor de la equidad y des-
mantelar las estructuras que originan el sufrimiento
social.

80%
CAPITULO 7

Conclusion
Cambio, solidaridad pragmatica
y allende: las posibilidades
de cambio y esperanza

Al principio de mi trabajo de campo comencé a notar


cómo se segrega a los trabajadores de la agricultura
estadounidense, por medio de una jerarquía de etni-
cidad y ciudadanía asumidas. Observé desigualdades
económicas y jerarquías sociales que producen des-
plazamiento, migración, enfermedad y sufrimiento;
incluso entre mis compañeros triquis: Abelino, Cres-
cencio y Bernardo. Conforme progresaba mi trabajo
de campo, me desalenté por aquello que parecía ser
una situación depresiva sin ninguna posibilidad de
cambio.

Me di cuenta de las diversas maneras en que las


desigualdades sociales y en la salud han llegado a con-
siderarse normales, naturales y justificables. La natu-
ralización sucedió a través de la racialización de los
cuerpos y la percepción de que ciertas categorías de
cuerpos étnicos pertenecen a determinadas posicio-
nes ocupacionales. La normalización de las desigual-
dades sociales ocurrió a través del ocultamiento de
ciertas clases de cuerpos, al igual que mediante los sig-
nificados sutiles de la posición del cuerpo. Al mismo
tiempo, el concepto de la violencia simbólica de Bour-
dieu incorpora una medida de internalización, que
puede verse en las concepciones triquis sobre el or-
gullo, que podría funcionar en parte para justificar
80%
su posición en la jerarquía ocupacional. Además, la
mirada clínica de los médicos en el campo de la salud
para migrantes no les permite ver las desigualdades
sociales o cómo estas desigualdades causaban la en-
fermedad. En cambio, con frecuencia y de forma in-
voluntaria, culparon de su sufrimiento alos pacientes
mismos: su conducta, cultura o biología racializada,
y, en consecuencia, recomiendan intervenciones sin
advertir su complicidad con la estructura social no-
civa. La naturalización de las desigualdades sociales y
en la salud es eficaz en especial porque tiene lugar en
lo evidentemente biológico: el cuerpo. La naturaleza
estructural de estas desigualdades queda ilustrada al
considerar el hecho que hasta los médicos idealistas y
los granjeros, quienes intentan ser éticos, operan den-
tro de una zona gris que neutraliza y, a veces, incluso
hasta revierte sus esfuerzos por actuar éticamente. La
importancia de las estructuras político-económicas
se subraya aun más por la falta de opciones que mis
compañeros triquis experimentan al realizar el tra-
yecto mortalmente peligroso, pero necesario, através
del desierto fronterizo.

Esta estructura determinada y multiple de desigual-


dades parecía explicar todo e hizo que fuera bastante
difícil para mí imaginar un cambio social, político,
económico y en la salud. Sea que la esperanza se base
en lo desconocido, lo innombrable, como lo describe
Crapanzano (2008); o en la práctica de aprovechar el
conocimiento en aras de un cambio material, polí-
tico y simbólico, como lo describe Miyazaki (2009), las
estructuras simbólicas y sociales perjudiciales y de-
terminadas en exceso que acontecen en la migración

80%
entre Mexico y Estados Unidos parecian dejar poco
margen Para la eSPeranza.

Pierre Bourdieu, cuyos conceptos se utilizaron am-


pliamente para el analisis en este libro, es considerado
en general como un teorico de la reproduccion social.
Los investigadores usan sus teorias para analizar las
formas en las que las estructuras simbólicas y sociales
conducen a la reproducción de todo el sistema social,
incluyendo sus desigualdades y jerarquías. Aunque su
marco teórico a menudo se entiende como una meta-
narrativa de la reproducción determinada en exceso
y que explica todo sin ninguna posibilidad de cam-
bio, hay varios sitios en los que Bourdieu se enfoca
de manera explícita para encontrar el potencial para
la transformación. La posibilidad del cambio social
puede verse especialmente en sus conceptos de ha-
bitus y violencia simbólica. Para Bourdieu, el habitus
indica las disposiciones y los hábitos del cuerpo acu-
mulados históricamente. En otras palabras, el mundo
social dicta y añade capa por capa, los comportamien-
tos corporales del habitus de una persona a lo largo
del tiempo. De este modo, el habitus puede cambiar
con el tiempo si la posición de uno dentro de un
mundo social particular —o esa dimensión del mundo
social mismo, que Bourdieu llama campo- cambia.
Asimismo, algo nuevo e impredecible se produce de
“manera inevitable” cuando el habitus de uno entra en
contacto con un campo en el que no encaja. Si el ha-
bitus de uno se ha desarrollado en una posición social
o en un mundo social particular y luego ocupa una
nueva posición o un nuevo campo, este encuentro pro-
ducirá una transformación. Aquellos que estudian in/

80%
migracion deben estar muy conscientes de este sitio
para el cambio potencial.

El concepto de violencia simbolica es otra posicion


importante para el cambio, segun Bourdieu. En Gen-
der and Symbolic Violence, argumenta contra la po-
Sibilidad del cambio social unicamente a traves del
efecto inmediato de la “toma de conciencia” (2003:
273). Esto contradice de manera directa una expec-
tativa común en la medicina y la salud públicas: que
la educación por sí misma puede producir un cam-
bio directo relacionado con la salud, incluyendo el
comportamiento. En cambio, Bourdieu (2003: 274)
argumenta que el cambio social ocurre “a través de
una transformación radical de las condiciones so-
ciales de la producción de las disposiciones”. En la
misma sección, afirma: “una relación de dominación
(...) depende profundamente, para su perpetuación o
transformación, de la perpetuación o transformación
de las estructuras que produjeron dichas disposicio-
nes (y en particular de la estructura de un mercado
de bienes simbólicos...)”. Bourdieu señala que exis-
ten fuertes vínculos entre las estructuras sociales,
las disposiciones corporales producidas por las mis-
mas y las estructuras simbólicas que las fortalecen.
Estos vínculos perpetúan o transforman las relacio-
nes sociales imbuidas de poder. Los cambios en el
ámbito de las estructuras sociales (p. e.: inmigración
y política laboral) producirán nuevas disposiciones y
símbolos encarnados (metáforas, estereotipos, signi-
ficados, connotaciones como “ilegal” vs. “legal” y “no
cualificado” vs. “cualificado”), al mismo tiempo que
los cambios en los símbolos conducirán a transforma-
ciones en las acciones corporales y, por ende, en las
81%
estructuras sociales mismas (p. e.: votos y las políti-
cas resultantes). Con este panorama más completo de
las teorías de Bourdieu, podría haber un margen de
esperanza —en el sentido de Crapanzano o Miyazaki-
relacionado con el ciclo de alimentación a futuro de
la transformación a través de las estructuras sociales,
disposiciones corporales y de los significados simbóli-
cos.

Muchos academicos, desde Bourdieu y Foucault hasta


Gramsci, se han preguntado cual deberia ser el papel
del academico en el mundo. El considerar la pro-
puesta de Gramsci (1971) del intelectual organico y
el entendimiento multidireccional de la estructura y
el símbolo de Bourdieu, tal vez nos lleve a tomar en
cuenta la desnaturalización del sufrimiento social. Si
los científicos sociales tenemos que investigar, teori-
zar y confrontar el sufrimiento socialmente estruc-
turado, debemos unirnos con otros en un mayor es-
fuerzo para desnaturalizar las desigualdades sociales,
al revelar las vinculaciones entre la violencia simbó-
lica y el sufrimiento. De esta manera, las lentes de la
percepción al igual que las desigualdades sociales que
éstas refuerzan pueden ser reconocidas, impugnadas
y transformadas. Este libro intenta desnaturalizar las
desigualdades étnicas y de ciudadanía en el trabajo
agrícola, las disparidades en la salud en la clínica y
las desigualdades biologizadas y racializadas en la so-
ciedad en general. El análisis de las formas en las
que la violencia simbólica relacionada a los jornaleros
migrantes mexicanos legitima y refuerza las condi-
ciones fatales de la frontera entre Estados Unidos y
México será de suma importancia para impugnar la
militarización de las fronteras. Y para poder concebir
81%
una atencion medica mas eficaz y contextual, necesi-
tamos explorar como incorporar un analisis estruc-
tural social mayor en la capacitacion medica. En ter-
minos más amplios, nosotros, los científicos sociales,
debemos poner atención para entender y teorizar las
formas en las que cierta clase de gente llega a ser
anulada, olvidada o percibida como individuos que
merecen sus formas particulares de sufrimiento. La
etnografía -con su descripción densa y su análisis
matizado- es una metodología muy importante para
comprender los significados de las múltiples capas y
cortes verticales de poder que conforman la vida cul-
tural y social, incluyendo sus desigualdades y justi-
ficaciones.22 Como alienta C. Wright Mills al decir:
“¡Teóricos y especialistas en metodología, pónganse a
trabajar!”.

Significados, entidades binarias y estu-


dios de inmigración
Hay muchos términos en los estudios de inmigración
que pueden tergiversar y justificar las desigualdades
sociales y la atención en la salud. Para empezar, las
palabras migrante, trabajador migrante y trabajador
agrícola se usan para denotar la gente mexicana indo-
cumentada que, principalmente, trabaja cosechando
frutas y vegetales en Estados Unidos.2 Como ar-
gumenté, muchas personas que utilizan las palabras
inmigración y migración dan por sentado un despla-
zamiento elegido a voluntad propia entre lugares y
comunidades distintas y desconectadas. Sin embargo,
para mis compañeros triquis, la migración es una ex-
periencia de desplazamiento forzado para sobrevivir
que involucra aquello que se podría nombrar como

81%
un circuito transnacional de personas y capital.
Los parientes de una joven triqui -en persona en Ca-
lifornia o via telefonica desde Oaxaca- sopesaron la
decision de si le permitian casarse. Las pocas casas
con estufas de gas en lugar de fogones de lena y las
diversas casas con pisos de concreto en lugar de pisos
de tierra en el pueblo de mis compañeros triquis han
sido construidas con las remesas monetarias de sus
parientes en Estados Unidos. Existen interconexiones
importantes cotidianas entre los lugares y la gente en
la experiencia de migración triqui.

La mayoría que escribe sobre “inmigración” y “mi-


gración” asume (y los políticos a menudo exigen) la
“asimilación” o “aculturación”, la supresión lenta de
las diferencias mediante la adopción de las prácticas
culturales hegemónicas por parte de los inmigrantes.
Asimismo, los investigadores que estudian la diás-
pora (Gilroy, 1989; Hall, 1990), nos recuerdan que las
identidades y las prácticas de aquellos que inmigran
son “híbridizadas”, tanto mantenidas como transfor-
madas a través de sus interacciones con otros lugares
y gente. Por ejemplo, algunos jóvenes triqui comien-
zan a proponerle a las mujeres con quienes desean
casarse bodas por la iglesia aprobadas por el gobierno
en lugar de las prácticas de dote tradicionales para
poder evitar las malas interpretaciones potenciales y
las ramificaciones legales descritas en el capítulo 5. Si
bien sería etnocéntrico exigir asimilación, sería poco
realista asumir que la cultura de los migrantes no es
afectada de ningún modo por las condiciones en las
que se desplazan.

82%
La mayoria de terminos usados para referirse a los
trabajadores migrantes contiene fuertes connotacio-
nes basadas en la raza y la clase. Trabajador agricola
deberia emplearse precisamente para todo aquel que
trabaja en una granja. Sin embargo, en la práctica, alos
propietarios, gerentes, verificadores, asistentes admi-
nistrativos, supervisores de cosecha, jefes de cuadrilla
y alos jefes de campo nunca se les llama trabajadores
agrícolas. En la granja, en la investigación relacionada
con ella y en el uso cotidiano, en su lugar, se refie-
ren a ellos usando sus puestos laborales. “Trabajador
agrícola” se emplea solo para aquellos trabajadores
que cosechan fruta y vegetales a mano. Si bien, en el
pasado este término se refería a los piscadores blan-
cos y negros estadounidenses a menudo provenientes
del Dust Bowl (la cuenca del polvo) del Medio Oeste,
actualmente se usa para designar solo a los piscadores
migrantes de Latinoamérica. En particular, la frase no
se usa para referirse a las cuadrillas de jóvenes blan-
cos que recolectan bayas en la granja Tanaka, aun
cuando realizan exactamente el mismo trabajo que
sus contrapartes mexicanas. Estos trabajadores en su
lugar son representados por los términos “la cuadrilla
blanca” o “la cuadrilla adolescente”.

Asimismo, el término migrante, al igual que sus deri-


vados trabajador migrante y jornalero migrante, pare-
cen emplearse lingúísticamente para cualquiera que
migre y trabaje, cualquiera que se desplace entre di-
ferentes ubicaciones o diferentes naciones mientras
trabaja. Sin embargo, los ricos que migran para tra-
bajar, como la gente de negocios que describe Aihwa
Ong (1999), o los arquitectos de la Ciudad de México
que diseñaron el nuevo campus de investigación de
82%
la UCSF, nunca son representados usando dichos tér-
minos. Se les llama “gente de negocios internacional”,
algunas veces “diáspora” u otras veces simplemente
por su profesión y lugar de origen, como “arquitectos
de la Ciudad de México”. De este modo, migrante con-
lleva connotaciones de clase más baja. Además, a las
personas de clases más bajas que migran de Canadá o
Europa para trabajar en las granjas o en las fábricas no
se les llama migrantes. Por lo regular se les llama algo
como “trabajadores temporales de Canadá” o simple-
mente “obreros de Canadá”. Por lo tanto, migrante
también tiene fuertes connotaciones étnicas. Dentro
del uso cotidiano actual en Estados Unidos, los mi-
grantes son solo jornaleros latinoamericanos pobres.
En una nota relacionada, se refieren a menudo a los
trabajadores agrícolas migrantes como “mano de obra
no calificada”. No obstante, debemos cuestionar esta
categorización, al igual que este uso del concepto de
calificación y quién decide qué tipo de habilidades
cuentan. Después de días de tratar de recolectar tan
arduo como pude -intenté múltiples posiciones con
el cuerpo y maniobras psicológicas—, tan rápido como
me fuera posible, de manera inevitable me rezagaba
mucho de los piscadores mexicanos migrantes de fre-
sas a mi alrededor. En este contexto, me di cuenta de
inmediato que era un jornalero no calificado y que
mis compañeros mexicanos eran bastante calificados,
con técnicas precisas para recolectar con rapidez y
mantener el paso. El uso de estos términos involucra
desigualdades al respecto basadas en la clase y la etni-
cidad. En lugar de mostrarles respeto por su título de
trabajo específico y por su país de origen, son fusiona-

82%
dos dentro de una categoria de gente latinoamericana
de clase baja.”
Muchas personas en los medios de comunicacion
usan, al referirse a los migrantes indocumentados, el
término “alienígena ilegal”. En primer lugar, la pa-
labra ilegal es un adjetivo que modifica al migrante
como si éste fuera una característica de él o ella como
persona. Aunque, como el jefe de división de la Pa-
trulla Fronteriza en el estado de Washing-ton señaló:
estos migrantes son más trabajadores y respetan más
la ley que la mayoría de los ciudadanos estadouni-
denses. Afirmó que conducen conforme al límite de
velocidad, pagan sus impuestos, trabajan muy duro y
evitan cualquier actividad que atraería la atención de
la policía. De hecho, el jefe de división explicó que la
Seguridad Social en Estados Unidos hubiera quebrado
hace años si no fuera por los trabajadores indocu-
mentados que pagan impuestos sin recibir beneficios.
Continuó diciendo que, de vez en cuando, hay un mi-
grante mexicano que comete un crimen, al igual que
existen ciudadanos estadounidenses que cometen
crímenes, y esos migrantes indocumentados son bus-
cados y deportados. De lo contrario, dijo, no estaría
interesado en perseguir gente que trabaja duro en las
granjas estadounidenses. La única cosa ilegal que han
hecho es cruzar la frontera sin los documentos ade-
cuados. Según él, esto no los convierte en “ilegales”“£
totalmente. Prefiere usar el término “indocumen-
tado”, que es más exacto y no un detonador del miedo
antimigrante. En segundo lugar, la palabra alienígena
connota diferencias extremas, alteridad insalvable y
por lo regular desencadena el miedo.

83%
Asimismo, existen claras inconsistencias en las dico-
tomías que por lo regular se emplean en los estudios
de inmigración: refugiado vs. migrante, político vs.
económico, forzada vs. voluntaria (Morrissey, 1986).
Estos términos: refugiado, migrante político y migrante
forzado están relacionados. Para que alguien sea con-
siderado un refugiado y reciba los privilegios del asilo
en Estados Unidos, debe probar, entre otras cosas,
que fue forzado a migrar por razones políticas. De
este modo, los términos opuestos en las dicotomías
mencionadas funcionan como características que
justifican la exclusión del estatus legal de refugiado
y de los derechos políticos y económicos que esto
conlleva. A los triquis con quienes trabajé se les con-
sidera “migrantes económicos” “voluntarios” dentro
de los estudios de migración tradicionales y en el
discurso del gobierno estadounidense. Sin embargo,
como muestran los datos etnográficos claramente, su
migración es de hecho forzada y no existe una sepa-
ración válida entre las fuerzas económicas y políticas
que los impelen. Para poder sobrevivir, los triquis se
ven forzados a dejar sus hogares, cruzar una frontera
fatal y trabajar en un ambiente inhóspito. Las políti-
cas internacionales y las acciones militares, que con-
ducen al sufrimiento y a desigualdades regionales y
locales, provocan de manera directa las condiciones
políticas y económicas que los obligan a migrar.

Por último, debe cuestionarse la dicotomía lenguaje-


dialecto. La palabra dialecto indica una variedad
menor de un lenguaje, por lo regular limitado por
la geografía a una zona específica. Un dialecto no se
considera un lenguaje en sí, sino un derivado de otro.
Con frecuencia, el triqui y otros lenguajes origina-
83%
rios de Latinoamerica se conocen como dialectos. El
gerente de cosecha de la granja Tanaka cree tanto en
esta implicación sobre las lenguas indígenas que me
dijo: “Los oaxaqueños hablan diferentes dialectos del
español. Si escucho con mucho cuidado y pongo aten-
ción, puedo entenderlo”. Sin embargo, desde un punto
de vista lingúístico, el mixteco y el triqui no tienen
nada que ver con el español. No son lenguas roman-
ces. Ambos son lenguajes en sí, son lenguajes tonales
y muestran una relación pasada, distante entre ellas,
pero no con el español. Están relacionadas al igual que
el español y el inglés o el inglés y el latín. En lugar
de entenderlos como lenguajes que se hablaban en la
zona mucho antes de la conquista española, al llamar-
los dialectos están connotando que se desarrollaron a
partir de una lengua verdadera: el español. Esta repre-
sentación errónea apoya la actitud predominante de
que los mexicanos indígenas son menosimportantes,
hasta menos mexicanos, que los mexicanos mestizos.

La guerra de las oposiciones a través de las


palabras

En The Prison Notebooks, Antonio Gramsci describe su


concepto de hegemonía, el fenómeno de un grupo o
una clase de gente, principalmente la clase que posee
el capital, que llega a controlar los medios económi-
cos y simbólicos de producción. De manera muy
breve, la hegemonía existe con el consentimiento
de las clases dominadas, aunque no esté de acuerdo
con sus propios intereses sociales o económicos. No
obstante, Gramsci afirma que la hegemonía y su con-
sentimiento necesario nunca son totales (Hall, 1986).
Siempre existen pugnas por las estructuras económi-

83%
cas —propiedad, redistribución, regulación- al igual
que por las estructuras simbólicas. Gramsci diferen-
cia entre dos medios principales para alcanzar el con-
trol de una sociedad. El primero es una “guerra de
maniobra” militar total; el segundo, una “sutil guerra
de posicionamiento” (Gramsci, 1971). Una “guerra de
posicionamiento”, según los términos de Gramsci, se
refiere ala lucha constante sobre las formas culturales
y los significados, que a su vez afectan las estructuras
económicas y políticas.

Por ejemplo, los significados ligados a los trabaja-


dores migrantes latinoamericanos mediante el uso
de términos como “alienígena ilegal” han originado
miedo y una justificación correlacionada para ex-
cluirlos legalmente de la atención médica, educación
y otros servicios. La formulación de la Propuesta 187
de California ofrece un ejemplo perfecto: “(Los cali-
fornianos) han sufrido y sufren daños y perjuicios
causados por la conducta criminal de los extranjeros
ilegales en este estado” (Citada en Quesada, 1999).
Quesada afirma que el lenguaje de la iniciativa deno-
minada “Salva Nuestro Estado' fomentó con éxito la
división y el miedo al validar el sufrimiento de los
(blancos) californianos y eliminar el de los jornaleros
migrantes mexicanos (1999). Estas representaciones
han desembocado en adversidades reales tanto lega-
les como materiales para aquellos contra quienes se
dirigieron. Si bien las organizaciones antiinmigran-
tes han empleado las tácticas mencionadas, otros
(incluyendo a los científicos sociales) han intentado
representar la humanidad al igual que el trabajo cuali-
ficado, difícil e indispensable de los trabajadores agrí-
colas migrantes.
83%
En Estados Unidos y en la mayoria de las naciones
postindustriales, las guerras militares de poder no se
permiten de una manera oficial (aunque la militariza-
ción y criminalización de los centros urbanos y zonas
fronterizas, entre otros fenómenos, podrían consi-
derarse precisamente guerras de poder). En estas
sociedades, las luchas relacionadas con la hegemonía
suceden principalmente a través de guerras de posi-
cionamiento. Con el fin de provocar un cambio mate-
rial y político en cuanto a dichas cuestiones como los
derechos de los inmigrantes y los derechos de los tra-
bajadores, debemos involucrarnos en luchas contra
las formas en las que se representan y perciben a los
trabajadores (Voss €: Bloemread, 2011). Estas repre-
sentaciones y percepciones conducen a la violencia,
liberaciones e inclusiones y exclusiones económicas
y legales relacionadas. Si bien actuar a este nivel del
discurso y la percepción tiene efectos sociales y ma-
teriales reales, la acción estratégica solo se necesita a
un nivel. Para que sea eficaz, como propone Gramsci y
Bourdieu, una crítica académica del orden simbólico
debe ir acompañada por otras formas de solidaridad a
nivel tanto estructural como material,

Solidaridad pragmática
“Solidaridad pragmática” es la frase utilizada por el
médico y antropólogo Paul Farmer para animar a sus
lectores a que se unan, en términos prácticos, a las
luchas de las personas oprimidas (Farmer, 1992). El
proyecto académico de desnaturalizar las desigualda-
des sociales debe ir acompañado por esfuerzos atodos
los niveles en un continuo, desde el micro hasta el
macro. En la granja, la solidaridad pragmática podría

84%
Significar acciones como incluir explicitamente a los
piscadores en las clases de ingles, brindar educacion
sobre seguridad en el uso de pesticidas y disminuir su
uso, y desarrollar medios más justos para la contrata-
ción y promoción de empleados. Durante los últimos
siete años, la granja ha comenzado la transición de va-
rios campos de arándanos para que sean certificados
como orgánicos. Si bien esto podría ofrecer grandes
beneficios para la salud de los piscadores, en teoría,
la marca orgánica le ha solicitado a la granja cambiar
cada uno de estos campos, una vez certificados como
orgánicos, a la “recolección con maquinaria”. Atrapa-
dos en una ironía perjudicial, mis compañeros triquis
continúan cosechando en campos rociados de pestici-
das mientras que las máquinas recolectan en los que
están libres de estas sustancias.

Cuando los ejecutivos y gerentes de la granja me pidie-


ron consejo sobre lo que se debería hacer para mejorar
las condiciones de vida y trabajo de los piscadores, me
ofrecí a traducir para que pudieran hacerle esa pre-
gunta a los trabajadores agrícolas directamente. Uno
de los gerentes me tomó la palabra. Más que cualquier
otra cosa, mis compañeros triquis pidieron grava para
los caminos y clases de inglés para los piscadores. La
grava mantendría la suciedad de los caminos fuera de
las barracas y de la comida. Muchos piscadores pidie-
ron que las clases de inglés fueran por las tardes des-
pués del trabajo, de preferencia en uno de los campos.

Los gerentes de la granja respondieron a estas peti-


ciones segando el pasto del campo del drenaje de la
fosa séptica, que llamaban “campo de fútbo]”. Esto se
llevó a cabo a pesar del hecho de que los oaxaqueños

84%
en la granja querían jugar basquetbol con regularidad
y no mostraron interés alguno en el fútbol. Durante
mi segundo verano en la granja, un grupo ad hoc de
los residentes de la zona recolectaron unos cuantos
cientos de dólares para la grava de los caminos del
campo y algunos estudiantes de la universidad local
se ofrecieron a ponerla. Un grupo de voluntarios de
Americorps se ofrecieron a dar clases gratuitas de in-
glés como segunda lengua en los campos una vez a
la semana después de que los piscadores regresaran
del trabajo. Las clases se dieron durante un verano y
no se volvieron a repetir el próximo. Estos esfuerzos
de solidaridad pragmática en la granja fueron útiles
para los trabajadores agrícolas, al mismo tiempo que
señalaron repetidas veces la necesidad de que la soli-
daridad vaya más allá de lo pragmático, lo práctico o
programático.

Una de los residentes que vivía más allá del campo


de trabajo agrícola donde me quedaba, me permitió
organizar mi cumpleaños en su casa el segundo ve-
rano de mi trabajo. Apoyó mi sugerencia de invitar
gente de importancia, incluyendo a mi madre del este
de Washington; a mis amigos de organizaciones en
defensa del medioambiente y migrantes del área, y de
los PFLAG (Padres y Amigos de Lesbianas y homose-
xuales); mi amigo que noche y día permanece frente
del Palacio de Justicia del condado sosteniendo pan-
cartas (incluyendo mi favorita, una escrita a mano
que dice: “No bombardeen a nadie”); y varias de las
familias triquis con quienes había entablado amistad.
Durante el picnic de la fiesta de cumpleaños los pla-
tos de bocadillos hechos por mis amigos blancos se
mezclaron con tacos caseros hechos por mis amigos
84%
triquis, gente de distinta procedencia jugo a la pelota,
acaricio conejitos en el portico de la casa e intento
comunicarse por medio de un spanglish roto y del len-
guaje corporal. Durante esa tarde, la anfitriona de la
fiesta comenzó una amistad puntual y continua con
tres de los niños de una de las familias triquis. Comen-
zaron a pasar las tardes juntos con regularidad en el
campo de trabajo o en su casa con sus conejitos, ense-
ñándose mutuamente inglés y español.

Conforme conocía a aquellos niños, esta mujer di-


rigió sus esfuerzos a detener la contaminación del
arroyo que corría por el campo de trabajo, en el que
los niños jugaban frecuentemente en los días caluro-
sos de verano. Se volvió lo suficientemente conocida
entre algunos de los rancheros que comenzó a recibir
amenazas. Además, comenzó a escribir artículos en el
periódico local. Algunos de ellos eran solo graciosos,
historias de interés humano sobre jardinería o ani-
males de la región. Sin embargo, la despidieron poco
después de que su artículo, donde desafiaba el uso de
la frase “alienígena ilegal”, condujo a un sinnúmero
de quejas por parte de otros residentes del condado.
Cuando investigué con el equipo editorial del perió-
dico acerca de su despido después de la crítica que
había escrito con destreza sobre la frase problemática,
me dijeron que el despido no tenía nada que ver con
ese artículo y las respuestas que había generado sino
más bien que: “nos gusta cambiar de columnistas, de
vez en cuando, para ser justos”. Desde entonces, esta
mujer comenzó su propio blog, desde el que intenta
mostrar y confrontar asuntos cuestionables y de ac-
tualidad en la zona. De esta manera, las relaciones y
conexiones humanas han conducido a formas loca-

85%
les de solidaridad, que van mas alla de lo pragmatico,
para desafiar estructuras y representaciones de poder
que son nocivas para los trabajadores agrícolas mi-
grantes.

Salud pública crucial y medicina de la libe-


ración
En el capítulo 4 exploré el sufrimiento de los jor-
naleros migrantes triquis y las disparidades en la
salud relacionadas con el racismo institucional y las
desigualdades económicos globales. En el capítulo 5
analicé la medicalización de opresiones conjugadas,
las lesiones de trabajo estructuradas socialmente y la
tortura política. Por “medicalización” pretendí indi-
car lo característico de una entidad como principal o
solamente médica al despojarla de su contexto eco-
nómico, histórico, social y político (Illich, 1976; Kaw,
1993; Martin, 1992; Scheper-Hughes, 1990). Al redu-
cir el sufrimiento a sus componentes de conducta
y biomédicos, los trabajadores en el ámbito de la
salud niegan las fuerzas que lo causan y, por lo tanto,
pierden la oportunidad de confrontarlo con eficacia.
Debido ala lente a través de la cual los profesionales de
la salud han sido capacitados para ver a sus pacientes,
no son capaces de trabajar con aquellos que sufren
para prevenir la enfermedad mediante un cambio so-
cial, económico y político. Estos profesionales de la
salud, de forma involuntaria, usan una definición es-
trecha y reduccionista de sus propios papeles como
proveedores de atención médica. Scheper-Hughes
(1994) escribe: “La medicina es, entre otras cosas, una
práctica técnica para 'racionalizar' la miseria humana
y contenerla en su recinto seguro, mantenerla “en su

85%
lugar' y, de este modo, eliminar su potencial para ge-
nerar una crítica activa”.

En otro artículo, sin embargo, Scheper-Hughes (1990)


analiza lo que llama “el cuerpo rebelde”. Utiliza este
término para señalar las maneras en las que el cuerpo
ofrece críticas de la “enfermedad social” y, de este
modo, se opone a la jerarquía cuando no hay otro
recurso disponible. De manera más explícita, explica
que la enfermedad “puede contener los elementos ne-
cesarios para la crítica y la liberación”. ¿Cómo podría
cambiar la práctica de la medicina si los médicos pu-
siéramos atención a las críticas sociales presentadas
por los cuerpos que sufren en nuestros consultorios?
¿Cómo imposibilitamos, quienes estamos en la salud
pública y medicina, el tratamiento y la prevención efi-
caces de los problemas de salud al definirlos fuera de
contexto y tratarlos con simples bandas adhesivas, o
peor? ¿Cómo se definiría el papel de los profesionales
de la salud si tomáramos en serio nuestro llamado a
aliviar y prevenir el sufrimiento al mismo tiempo que
recordáramos también las fuerzas estructurales que
básicamente lo producen?

Si los profesionales de la salud respondiéramos ante


la enfermedad no solo tratando sus manifestaciones
presentes, sino también sus causas políticas, econó-
micas y sociales, podríamos crear una salud pública
crucial de manera realista y una “medicina de libera-
ción” (Scheper-Hughes, 1992; Smith & Hilsbos, 1999).
Este último término alude a la teologia de la libe-
racion, en la que el compromiso reflexivo con aque-
llos que padecen pobreza y sufren conduce a nuevas
formas de pensar y practicar la teología para lograr

85%
justicia social. Si bien existe una necesidad genuina
entre doctores biomedicos competentes, capacitados
en un enfoque especifico, estoy convencido de que no
es suficiente.

Como lo demuestran las experiencias de atencion


medica de Abelino, Crescencio y Bernando, las ha-
bilidades medicas practicadas sin el reconocimiento
de las estructuras sociales que causan la enfermedad
estan destinadas a abordar solo los efectos derivados
del comportamiento y la biologia en la enfermedad.
Esto conduce a una atencion medica ineficaz, en el
mejor de los casos, y a una atencion medica nociva
y complice, en el peor. Lejos de ser poco realista para
alentar a los medicos a reconocer y comprometerse
en las causas de sufrimiento de sus pacientes, el com-
promiso claramente recae dentro del modelo de salud
biopsicosocial suscrito supuestamente por las escue-
las profesionales de salud en todo el país.

En la versión actual de este modelo médico y de edu-


cación de salud pública, lo biológico recibe la mayor
parte de la atención, lo psicológico se reduce alos fac-
tores de riesgo por conducta y selo aborda con tiempo
limitado. Lo social se limita a lo relacional y se men-
ciona de pasada, si no es que para nada en absoluto.
Agregar el análisis estructural social a la educación de
la salud pública y médica hará que el modelo biopsico-
social explícito avance hacia una versión más realista
y balanceada, ya revindicado en la capacitación profe-
sional de la salud contemporánea.

Al mismo tiempo, el sistema de atención médica en


Estados Unidos necesita urgentemente una restruc-
turación económica. En la actualidad, los ricos que no

85%
tienen condiciones preexistentes pueden pagar una
atención médica de alto nivel, mientras que los pobres
y enfermos están relegados a esperar y negociar por
cualquier red de atención médica segura que exista
en su zona. La forma neoliberal del capitalismo que
restructura la atención médica en Estados Unidos ha
llevado a que aquellos con la mayor carga de enferme-
dades sean, al mismo tiempo, los que tengan menos
acceso al cuidado médico. Muchos académicos de las
ciencias sociomédicas y de la salud han demostrado
que este sistema no funciona. Estados Unidos gasta
más en atención médica per cápita que cualquier
otro país postindustrial, sin embargo, tiene los peo-
res resultados en salud. Es tiempo de que aprenda-
mos de nuestros errores y trabajemos en procura de
un sistema de atención médica universal basado en
el acceso igualitario a la atención de alta calidad, en
lugar de en la ganancia empresarial. Una estructura
de atención médica muy prometedora para alcanzar
estas metas es el sistema del contribuyente único, que
se ha llevado a cabo con éxito en muchas partes de Eu-
ropa. La Ley de Atención Médica Asequible (ACA) tan
controversial, durante el primer periodo de Obama
como presidente, es un paso importante y promete-
dor en la dirección correcta, aunque todavía presenta
desigualdades, como la exclusión de la mayoría de mi-
grantes einmigrantes.

Más allá de tratar a los pacientes individuales con


mayor eficacia, podemos comenzar a practicar la
salud pública crucial y la medicina de liberación al
trabajar junto con nuestros pacientes para un cam-
bio social positivo. Se considera a Rudolf Virchow, un
patólogo-médico alemán del siglo XIX, como el fun-
86%
dador del campo de la medicina social. Creia que el
llamado de los profesionales de la salud a trabajar con
los que sufren incluía la búsqueda de formas más sa-
ludables de la sociedad. Escribió: “La política no es
nada más que la medicina a gran escala” (Virchow,
1985). Como una herramienta para formular dicho
análisis social en el trabajo clínico, Quesada, Bourgois
y Hart han propuesto una escala de “vulnerabilidad
estructural” que debe usarse en la entrevista de rutina
con el paciente y durante el proceso de admisión a
un hospital, aunque podría ampliarse para utilizarse
en la práctica de salud pública (Quesada, Bourgois €
Hart, 2011). Al reconocer el contexto social del su-
frimiento, podemos comenzar a concebir soluciones
para los que están enfermos e ir más allá de una ver-
sión solamente pragmática de solidaridad con el fin
de trabajar a favor de una salud, igualdad y democra-
cia duraderas.

Como argumenté, la investigación de la salud de los


migrantes a menudo sostiene firmes suposiciones
sobre aculturación y asimilación. Muchos académicos
utilizan estos marcos para desarrollar escalas esta-
dísticas -que se basan algunas veces en criterios tan
pobres como qué idioma habla el individuo en casa- y
comparar estas escalas con los diversos resultados en
la salud. Un sinnúmero de autores culpan a la falta de
aculturación o asimilación de los resultados pobres en
la salud, usando construcciones mal definidas (religio-
sidad o machismo) como indicadores de cultura. Otros
más culpan a la aculturación o asimilación en exceso,
de lo que encuentran evidencia en cosas como el
deterioro en la dieta. Independientemente de los por-
menores del artículo de la investigación, estos marcos
86%
incluyen suposiciones problematicas de un desplaza-
miento unidireccional desde una cultura tradicional
hacia una cultura de la clase media, blanca, neutra, es-
tadounidense asumida como moderna (Hunt, 2004;
Gutmann, 1999). Los investigadores de la salud deben
desplazarse más allá de dichos análisis antipolíticos de
la salud que se basan solo en los comportamientos in-
dividuales o culturales y, en su lugar, comenzar areco-
nocer y señalar las estructuras políticas, económicas
y sociales injustas que, en principio, producen resul-
tados mediocres en la salud.

Solidaridad desde la sociedad al mundo


global

Para la sociedad estadounidense en general, las posi-


bilidades de solidaridad incluyen cosas como promo-
ver y comprar los productos de las granjas que tratan
a sus trabajadores con equidad, presionar al gobierno
para cambiar las políticas y prácticas de inmigración
y en la frontera, desarrollar programas de educa-
ción experienciales que contrarrestan la exclusión de
aquellos que se consideran diferentes, y reestructurar
la atención médica y la educación para que todos ten-
gan acceso a ellas.

Espero que las notas de campo en el capítulo 1 ad-


viertan no solo el peligro mortal y el miedo inherente
a la experiencia de cruzar la frontera, sino también
que describan las circunstancias sumamente funes-
tas que hace que esta travesía sea una necesidad para
muchas personas. La etnografía muestra que “cerrar
la frontera” con seguridad no evitará que las per-
sonas busquen otros medios de supervivencia para
ellos y su familia. En su lugar, nuestro enfoque debe
86%
estar en las politicas economicas y sociales que obli-
gan a estos grupos de personas a arriesgar sus vidas
de esta manera. El Domestic Fair Trade Working Group
ha intentado lanzar una marca de comercio justo en
Estados Unidos, similar a las que hay en Europa. Los
Trabajadores Agrícolas Unidos y los Piñeros y Cam-
pesinos Unidos organizaron a los trabajadores para
obtener mejores condiciones de trabajo y un mejor
trato. Los partidarios de la Dream Act (acrónimo en
inglés de Desarrollo, Asistencia y Educación para Me-
nores Extranjeros) hicieron un llamado para el acceso
equitativo a la educación para todos en Estados Uni-
dos, incluyendo a los migrantes. Los partidarios de
la educación en California y otros estados demandan
el refinanciamiento de la educación pública desde la
primaria hasta la universidad. Organizaciones como
Médicos por un Plan de Salud Nacional, la Alianza de
Médicos Nacional y otros grupos más apoyan la aten-
ción médica universal para todos. En Arizona, organi-
zaciones como No More Deaths, los Samaritans, Hea-
ling Our Borders, Borderlinks, Border Action Network
y Humane Borders buscan evitar la muerte de más
migrantes en la frontera al brindar atención médica
a migrantes en peligro, al colocar barriles de agua en
las zonas peligrosas y al concientizar a través de se-
minarios sobre temas fronterizos. Otras organizacio-
nes, como Community to Community y Skagitonians to
Preserve Farmland trabajan para desarrollar dialogos
entre la comunidad sobre la importancia del futuro
de la agricultura en Estados Unidos y la conciencia
de ello. En Skagit Valley, el People's Seminary y Tierra
Nueva ofrecen seminarios en los que los residentes
del área escuchan pláticas de los propietarios de las

87%
granjas, los piscadores y los agentes fronterizos para
formar percepciones más realistas de la migración
mexicana y el trabajo agrícola.

La sociedad estadounidense obtiene mucho de los


jornaleros migrantes y les regresa criminalización,
tensiones, perjuicios y mucho sufrimiento (Burawoy,
1976; Rothenberg, 1998; Arizona Daily Star, 2005).
Esta relación deshonesta debe cambiar. Como reseñé
brevemente en el capítulo 6, los triquis que conozco
me dijeron en repetidas ocasiones que obtener el es-
tatus de trabajador temporal legal sería su primera
esperanza. Explicaron que desean mantener sus ho-
gares en Oaxaca y trabajar en Estados Unidos una
temporada cada vez. De manera irónica, las políti-
cas del gobierno estadounidense, que hacen que sea
más arriesgado y peligroso cruzar la frontera desde el
9/11, significan que en la actualidad más jornaleros
migrantes permanecen en Estados Unidos por varios
años antes de regresar a casa, en lugar de quedarse
solo durante las estaciones de cosecha. Mis compañe-
ros triquis apoyan un sistema de trabajadores tem-
porales justo que no incremente el poder diferencial
entre los empleados y los empleadores, como lo haría
cualquier plan que vinculara el permiso para estar en
el país con un contrato de trabajo específico. La mayo-
ría de los triquis que conozco preferirían la residencia
estadounidense o el permiso temporal para trabajar
en Estados Unidos y, a la vez, conservar su ciuda-
danía mexicana para mantener sus hogares con sus
parientes en Oaxaca. Al mismo tiempo, una vía hacia
la ciudadanía, como se incluyó en la reforma de mi-
gración propuesta por Barack Obama, es una opción
importante para muchos inmigrantes. Además, esto
87%
parece justo ya que Estados Unidos es un país en el que
todos los demás grupos de inmigrantes a través de la
historia (incluyendo los colonos e invasores europeos
y sus progenie) han recibido esta oportunidad.

A nivel global, y quizá lo más importante, es necesario


formar amplias coaliciones de personas para concebir
y trabajar por una economía internacional más equi-
tativa, de tal modo que las personas no se vean for-
zadas a dejar sus hogares para migrar (Bacon, 2013).
Esto incluye, entre otros esfuerzos, las campañas de
Global Exchange y otras organizaciones para derrotar
al Tratado de Libre Comercio Centroamérica-Estados
Unidos, actividades de individuos y movimientos a
favor del desmantelamiento y la reforma de institu-
ciones económicas internacionales como la Organi-
zación Mundial del Comercio y el Fondo Monetario
Internacional y un miríada de movimientos que pro-
mueven a los productores independientes y locales
en lugar de las empresas multinacionales. Un firme
apoyo para los productores locales (sin mencionar lo
natural, orgánico, sostenible, no modificado genética-
mente, los salariosjustos y sin afán de explotación) es
de suma importancia en el área de la agricultura y en
la comida que todos consumimos. El avanzar hacia el
incremento de equidad internacional requiere sacar
a la luz los mecanismos ocultos de la hegemonía
para que de este modo la gente y las empresas en
el poder no puedan promover sus propios intereses
de una manera injusta. Las grandes coaliciones de
personas deben involucrarse activamente en la guerra
de posicionamiento no solo a través de las palabras
y representaciones sino también mediante acciones
económicas, civiles, políticas y legales concretas.
87%
Todos estos medios son necesarios para evitar el su-
frimiento social, confrontar su naturalización y pro-
mover la democracia genuina, la igualdad y la salud.
Con tal enfoque multifacético podemos avanzar hacia
un futuro en el que nuestros compañeros triquis ten-
gan acceso a condiciones de trabajo y de vida saluda-
bles y humanas; que no tengan que migrar más al otro
lado de una frontera mortal para proveernos de fruta
fresca a cambio de sus cuerpos marchitos.

87%
Apendice
La escritura etnografica y el
conocimiento contextual
(O por que este libro no tiene
una sección de metodología)

Al ocupar de manera simultánea el mundo de la an-


tropología y el de las ciencias de la salud, me encuen-
tro a menudo traduciendo entre ambos lenguajes. Es-
cribo en ambos lenguajes según el público al que me
dirijo. Algunas veces estas traducciones conducen a
nuevos discernimientos y teorías, otras a una pérdida
de matiz o precisión. Con frecuencia, me preguntan
los investigadores médicos y de salud pública una ver-
sión de las siguientes cuestiones: ¿Cómo deberíamos
evaluar la antropología? ¿Cómo sabemos si es rigu-
rosa? ¿Cómo sabemos si es confiable, reproducible,
válida? Por lo general, mi respuesta es una variación
de: “Primero lee la etnografía, después piensa sobre si
el análisis tiene sentido o no”. Para un antropólogo,
lo anterior parece sencillo. Sin embargo, los estudio-
sos en las ciencias de la salud están capacitados para
consumir la labor académica de una forma prescrita
específica.

En las ciencias de la salud, estamos capacitados para


esperar una sección de antecedentes sobre la impor-
tancia de la pregunta de la investigación; una sección
de métodos que resuman las formas en las que el in-
vestigador tuvo acceso a sus sujetos de investigación
einformación recolectada y analizada; una sección de

88%
resultados en la que se presentan la informacion y los
parametros de importancia; y una seccion de conclu-
sión o debate en la que el autor interpreta y teoriza los
resultados. Esta estandarización de estructura ofrece
ciertos beneficios: velocidad para encontrar la infor-
mación específica deseada; facilita la comparación
entre artículos y autores diferentes; y la capacidad
de sintetizar la información con eficacia cuando se
presenta en el orden esperado. Sin embargo, dicha es-
tandarización de la documentación también ocasiona
inconvenientes; en específico: disminuye el flujo na-
rrativo general para mantener el interés del lector, y,
quizá, lo más importante, se suprime la subjetividad
y la posición del autor en la presentación del diseño
e interpretación de la investigación. La última incon-
veniencia acarrea la implicación problemática de que
los hallazgos y el análisis son totalmente acontextua-
les y universales.

En la antropología médica y cultural en general, en


principio nuestros escritos son juzgados con base en
la firmeza del análisis teórico y la profundidad de la
etnografía. La mayoría de antropólogos no enumera-
mos nuestros métodos en una sección por separado,
más bien escribimos de tal modo que las circunstan-
cias mediante las cuales llegamos a nuestra obser-
vación forman parte de la narrativa. La inmersión
a largo plazo del trabajo de campo etnográfico tam-
bién ayuda a romper ideas y preconceptos, abriendo
nuevas posibilidades teóricas y analíticas para el et-
nógrafo y el lector. La presentación simultánea del
etnógrafo y el “otro” en el texto le permite al lector en-
tender en un lenguaje claro no solo nuestros métodos
sino también nuestra posición. Con una presentación
88%
reflexiva y clara de las categorias sociales que ocupa
el antropologo y como estas podrian afectar tanto
nuestras percepciones como las maneras en las que
los otros sujetos de nuestras etnografías nos respon-
den a nosotros y a nuestras preguntas, los lectores
podrían crear sus propias interpretaciones y análisis
informados. Semejante a la presentación entretejida
de nuestros métodos, las conclusiones antropológicas
no aparecen por secciones separadas de las viñetas et-
nográficas. Más bien, el análisis y la teorización están
a menudo tejidas durante toda la etnografía de una
manera que permite la interpretación de las viñetas
etnográficas de una forma más directa y sin dificul-
tad.

Esta forma interconectada de presentar las viñetas et-


nográficasjunto con las circunstancias bajo las que di-
chas observaciones se llevaron a cabo, al igual que su
análisis teórico, no solo permite el flujo narrativo sino
también invita al lector a hacer un balance de modo
activo y crítico de todo el contexto de la etnografía,
su presentación y su interpretación. Esta manera de
escribir es un recordatorio de que la investigación la
condujo un sujeto humano en particular (o sujetos)
dentro de contextos sociales específicos. Por lo tanto,
esta estructura invita a los lectores a ser participantes
activos en la interpretación no solo de la etnografía
sino también de la interpretación del autor. De esta
manera, se les recuerda a los lectores (algunas veces
a pesar del autor) que la posición, perspectiva y con-
texto están siempre involucrados en la producción de
conocimiento.

88%
Por motivos de diseno, este libro no tiene una seccion
de metodologia. (Holmes, 2006, donde intento tradu-
cir metodos antropologicos para un publico de cien-
cias de la salud). En su lugar, presento mi propia posi-
ción y el contexto y los métodos de mis observaciones
y análisis entretejidos en la etnografía. Espero que, a
través de esta forma de escritura etnográfica, el lector
seinterne a fondo y activamente tanto en la narrativa
como en su análisis.

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Zabin, Carol, et al. (1993). Mixtec Migrants in Califor-


nia Agriculture: A New Cycle of Poverty. Davis: Califor-
nia Institute for Rural Studies.

96%
Reseñas sobre Fruta fresca,
cuerpos marchitos

En Fruta fresca, cuerpos marchitos, Seth Holmes ofrece


una nueva etnografía fascinante eimportante, al rela-
cionar la violencia estructural inherente en el sistema
laboral migrante en Estados Unidos a los procesos so-
ciales por los cuales ésta se normaliza. A partir de sus
cinco años de trabajo de campo entre los triquis de Oa-
xaca en México, Holmes investiga la forma local de en-
tender el sufrimiento y la enfermedad, poniendo de
relieve los estereotipos y prejuicios relacionados con
el trabajo transnacional que pone comida barata en
las mesas estadounidenses. A lo largo de este volumen
contundente, Holmes considera maneras de involu-
crar alos trabajadores agrícolas migrantes con aliados
que podrían ayudar a desarticular la explotación que
va más allá de las fronteras nacionales y que con
mucha frecuencia permanece oculta. Este libro ofrece
una lectura apasionante no solo para los antropólo-
gos culturales y médicos, estudiantes de inmigración
y estudios étnicos, sino también para los profesiona-
les de la salud pública, de la agricultura, médicos, sin
mencionar a todos los interesados en la vida y el bie-
nestar de las personas que les proveen fruta fresca y
barata.

Paul Farmer, Cofundador de Partners in Health


y Presidente del Departamento de Global Health
and Social Medicine, Harvard Medical School

Este libro toma conceptos del mundo académico para


enriquecer el entendimiento de las vidas de la gente,

97%
en tanto que los detalles vivos y el retrato empatico
de la vida de las personas enriquece a la academia.
Holmes hace que el lector no tenga duda de que los
mecanismos economicos, las jerarquias sociales, la
discriminacion y las condiciones de trabajo y vida de-
ficientes producen hondas repercusiones en la salud
de las personas marginadas, y lo logra con el toque de
un escritor talentoso. El lector vive los detalles y se
conmueve de un modo absoluto”.

Profesor Sir Michael Marmot,


Director del Institute of Health Equity,
University College London

Una etnografía de vuelta de tuerca. Holmes nos ofrece


la extraña combinación de una mirada médica, antro-
pológica y humanitaria de la vida de los trabajadores
agrícolas migrantes en Estados Unidos. El trabajo de
campo agrícola de los campesinos y su trabajo de
campo antropológico se interceptan para producir un
libro lleno de reflexiones sobre el pathos, las desigual-
dades, las frustraciones y los sueños que marcan las
vidas cotidianas de los trabajadores agrícolas. A través
de la prosa viva de Holmes y de las palabras de los tra-
bajadores mismos, nos sentimos con ellos mientras
sobrecargan sus cuerpos cosechando fruta y podando
viñas; percibimos sus miedos conforme cruzan la
frontera entre México y Estados Unidos; entendemos
sus frustraciones cuando las autoridades migratorias
los persiguen y detienen; y nos alegramos de su per-
severancia cuando se enfrentan con burócratas y per-
sonal médico que los tratan como si tuvieran la culpa
de su condición de pobreza. Una lectura obligatoria
para cualquiera que se interese en las vidas y el sufri-

97%
miento, a menudo invisibles, de aquellos cuyo trabajo
provee nuestro propio sustento.

Leo R. Chavez, Profesor de Antropología,


Universidad de California, Irvine

En su primer libro, el antropólogo y doctor Seth M.


Holmes nos ofrece una mirada íntima sobre las vidas
de los trabajadores agrícolas migrantes. A través de
su investigación exhaustiva, Holmes revela la lucha
de millones de seres humanos que trabajan en nues-
tros campos, cada año, para poner comida en nuestras
mesas. En los debates sobre inmigración y política
agrícola, éstas son las historias que deberían ser el
punto central de la discusión. Holmes nos ayuda a que
así sea.

Anna Lappé, autora de Diet for a Hot Planet


y fundadora de Real Food Media Project

En este libro, Seth Holmes cuenta la experiencia de


los trabajadores mexicanos que cruzan la frontera ile-
galmente bajo su propio riesgo, con la esperanza de
conseguir un empleo en los campos de cultivo de la
Costa Oeste de Estados Unidos y, sobre todo, para
dar a sus niños una existencia mejor. Su antropolo-
gía comprometida ofrece un entendimiento único de
la economía política del trabajo migratorio y su costo
humano.

Didier Fassin, Profesor de Ciencias Sociales


del Institute for Advanced Study, Princeton;
y autor de Humanitarian Reason

Al igual que el informe de Edward R. Murrow y los


trabajos de César Chávez, la obra de Seth Holmes
sobre estos migrantes de hoy en día nos recuerda a
97%
los seres humanos que producen la superabundancia
de comida nunca antes vista en el mundo. Hacen el
trabajo que otros estadounidenses no harian, por una
remuneracion que otros trabajadores estadouniden-
ses no aceptarían y bajo condiciones que otros traba-
jadores estadounidenses no tolerarían. Sin embargo, a
excepción de la minoría de los trabajadores agrícolas
protegidos por los contratos de United Farm Workers
(Campesinos Unidos), con mucha frecuencia, estos
trabajadores no ganan lo suficiente para procurarse
una alimentación adecuada. La obra de Seth Holmes
aviva la organización actual de UFW entre los trabaja-
dores agrícolas y le advierte alos estadounidenses que
nuestro trabajo sigue incompleto.

Arturo S. Rodríguez,
Presidente de United Farm Workers of America

[11 Las notas de campo (en itálicas en este capítulo) se han editado para dis-
minuir la redundancia y maximizar el flujo, con el fin de mantener la narrativa
auténtica de cuando tecleaba y grababa durante e inmediatamente después de
los sucesos.
[2] Los triquis son un grupo indígena de las montañas de Oaxaca en México, de la
zona que se conoce comúnmente como la Mixteca.
3] Mestizos se usa para referirse a los mexicanos de ascendencia indigena-espa-
nola, o, en el lenguaje cotidiano, se les llama simplemente “mexicanos comunes”
o “mexicanos”.
[4] Cornelius, 2001; Green, 2008; Massey et al., 2002 y Migration News, 2003a
para un debate ulterior sobre las muertes en la frontera.
[5] Del nahuatl pixca: recoger, cosechar.
[6] Bandura, 1997; Massey et al., 2002; Portes y Bach, 1985, y Wood, 1982, para
críticas ulteriores sobre el marco de empuje y jale de la migración.
Hay Butler, 2009; Chavez, 2001, 2008; Grillo, 1985, y Jain, 2006, para ver acerca
de las maneras cómo se conciben los migrantes.
[8] Rural Migration News, 2003, y Stephen, 2007, para un debate ulterior sobre
TLCAN y la migracion oaxaquena, al igual que a Edinger, 1996, para la migracion
de Oaxaca a Estados Unidos.
191 Mis compañeros triquis se definían a sí mismos, ante todo, como “pobres”,
un adjetivo que los identifica como individuos que pertenecen a una clase social
antes que a una categoría de etnicidad (triqui), nacionalidad (mexicana), estatus
de ciudadanía (indocumentado) o a otros identificadores potenciales. A lo largo
del libro, estas categorías estarán vinculadas de un modo confuso a la jerarquía

97%
del trabajo en la granja y se emplearán de diferente manera, según quién realiza la
identificación y dentro de qué contexto.
L10] Bourgois, 1988; Eber, 1995; Farmer, 1992, 1997, 1999; Kleinman y Klein-
man, 1994; Scheper-Hughes 1992, 2002, 2003; Singer y Baer, 1995. Wacquant
(2004) señala las trampas analíticas potenciales en el uso inespecifico y abier-
tamente generalizado del término “violencia estructural”. Para no mezclar las
distintas formas de violencia, uso la palabra en su sentido más estricto, que se
apega al de Johan Galtung (1969), y al de Scheper-Hughes y Bourgois (2003), que
se enfocan en la dominación económica y política. Por lo tanto, los efectos de la
dominación estructural son analizados independientemente de, entre otros fe-
nómenos, la violencia física cotidiana, la violencia política armada y la violencia
simbólica ejecutada con la complicidad del dominado (Bourgois, 2001). La frase
indica que las estructuras sociales pueden crear violencia en “tiempos de paz” y
tener los mismos efectos que otras formas de violencia, aunque a una escala de
tiempo diferente (Engels, 1958). Asimismo, ilustro etnográficamente las formas
en que la violencia estructural se ejecuta en cada nivel de la jerarquía social de la
granja y no solo contra los más pobres o los más marginados.

11] Partes de este capítulo se publicaron en: Seth M. Holmes (2006; 2006a;
2007; 2011).
. Como dije en el capítulo 1, uso la palabra etnicidad como un fenómeno
social biologizado. Etnicidad para mi es como el uso que Althusser (1982) hace
del concepto de interpelación: un sujeto humano es posicionado por las estruc-
turas económicas y sociales en una categoría dentro de las jerarquías de poder y
de manera simultánea se reconoce a sí mismo y a otros como miembros de sus
categorías específicas. Como analizaré en el capítulo 6, considero que la etnicidad
y la raza, al igual que Weismantel y Eisenman (1998), son sociales y, a su vez, ma-
terializan. En este sentido, la posición social de una persona (p. ej., la proximidad
con los animales; el acceso al cuidado dental, la ducha y el jabón) produce no solo
percepciones de dicha persona, como racializada en cierto modo, sino también
condiciones diferenciales bajo las cuales su cuerpo material —de ella o él- se desa-
rrolla y cambia con el tiempo.
[13] Bourgois 1988. Ver el concepto de Stephen (2007) sobre “vidas transfronte-
rizas”, que destaca las maneras por las cuales los migrantes indigenas mexicanos
cruzan las multiples fronteras de clase, raza, nacion, estado, etc.
[14] La naturaleza de género del lenguaje no solo afectó la posición de las mujeres
y de los hombres en la jerarquía de la granja, también afectó mi habilidad para
construir afinidades con ellos. Si bien aprendí muchas palabras y frases en triqui,
no pude hablar con fluidez durante mi trabajo de campo, en gran medida porque
el lenguaje triqui tiene una naturaleza tonal difícil y no se escribe. Desafortu-
nadamente, mis escasas habilidades en el idioma triqui y la falta de fluidez de
algunas mujeres triquis, tanto en español como en inglés, impedían llevar a cabo
más entrevistas y conversaciones directas con ellas. En la medida de lo posible,
intento contrarrestar esta dificultad con citas de observaciones y observaciones
directas a mujeres y hombres triquis.
115] Ver también Bade, 1999.

[16] Partes de este capítulo se publicaron en Seth M. Holmes, 2012.


[171 En años recientes, otros antropólogos médicos —p. ej., Cohen, 2000; Fassin,
2001, 2005; Hansen, 2005; Holmes & Ponte, 2011; Kalofonos, 2010; Konner,
1987; Metzl, 2011; Nguyen, 2010; Stoner et al., 2002; Stonington, 2006, y Wend-

98%
land, 2010- han ampliado el enfoque para considerar el contexto religioso y
economico de las enfermedades infecciosas a nivel global, la racializacion de una
enfermedad mental y de la adicción, el contexto simbólico de envejecer y de la
muerte en el mundo, y las políticas de inclusión y exclusión de los migrantes, al
igual que los procesos culturales y sociales mediante los cuales se producen los
profesionales de la medicina.
[18] Esta cita aparece en diversas formas en publicaciones diferentes. Por ejem-
plo, ver Carrillo, 1999.
191 Holmes £ Ponte, 2011. También ver Fox, 1980, sobre la incertidumbre del
estudiante de medicina.
[20] Konner, 1987. Ver Holms, Jenks & Stonington, 2011, sobre la antropologia
de la capacitación clínica contemporánea.
[21] Tbid.: 365.
122] Holmes & Ponte, 2011, para un debate ulterior sobre la “Subjetividad”, “Ob-
jetividad” en el registro médico que se basa en el problema.
. www.migrantclinician.com.
. Ver también Pine, 2008.
[25] Sesia, 2001, y Stephen, 2007, para antecedentes.
. Rouse, 2002. Ver de Genova, 2005, para espacios transnacionales entre Mé-
Xico y Estados Unidos. Ver Glick Schiller £ Fouron, 2001, para “nacionalismo a
larga distancia”.
Z1 Fox, 2005, 2006, para ciudadania y etnicidad de multiples estratos.
[28] Ver tambien MacLeod, 1993.
[29] Beck, 2009, acerca de la individualización del riesgo y la responsabilidad.
. Si bien es útil el análisis de Strauss, 1966, su límite es su universalidad
asumida. Scheper-Hughes, 1992, y Brandes, 1980, ofrecen un análisis más con-
textual de la posición del cuerpo y la humanidad imputada.
B1 Emmanuel Levinas, el filósofo francés fenomenológico, escribió sobre el su-
frimiento y su justificación en Entre Nous. Sostiene que nuestra responsabilidad
humana es entender el sufrimiento de otros como “inútil” y “sin sentido” y de
este modo trabajar a favor de su mejoramiento. Exige el “fin de teodicea”, porque
argumenta que darle un significado al sufrimiento justifica la producción de ese
mismo sufrimiento. La antropóloga Veena Das (1987) considera en términos et-
nográficos el desastre y la masacre de Bhopal en India para hacer un análisis con
relación a él. Señala que los esfuerzos por darle sentido al sufrimiento pueden ser-
vir para validar las estructuras sociales injustas patriarcales y, al mismo tiempo,
para silenciar a la víctima. Dice que, en su lugar, el sufrimiento debe entenderse
como ilegítimo y caótico que permite la existencia continua de los que sufren. El
sufrimiento no debe justificarse para que las víctimas sean confortadas y, tam-
bién, para prevenir más sufrimiento.
[32] Taussig, 2012, acerca de la naturaleza de la realidad de multiples capas y
Nader, 1972, acerca de la rebanada vertical antropológica.
[33] Uso migrar, migrante y migracion en este libro porque estos terminos se
entienden mejor en este contexto. Sin embargo, no es mi intensión expresar un
consentimiento carente de crítica ante las suposiciones que se encuentran detrás
de estas palabras.
34] Besserer, 2004; Kearney, 1998; Rouse, 2002. Ver Glick Schiller, 2003, acerca
de “espacio social transnacional”.
[35] Al mismo tiempo, estas palabras se utilizan con mucha frecuencia en la
sociedad y en la investigación de la salud y sería engorroso evitarlas a lo largo de

98%
este libro. Por tanto, para contrarrestar estas desventajas y prejuicios en la termi-
nología, sigo usando algunas de estas palabras.
Sl Castañeda, 2010; Stephen, 2007, y Willen, 2007, para un debate ulterior de
la experiencia de ser considerado “ilegal”.
Er Gramsci, 1971. Ver también Kissam € Jacobs, 2004, para sugerencias de in-
vestigación prácticas relacionadas con las comunidades indígenas mexicanas.

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