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MÓDULO 3:

ESTRATEGIAS PARA
ADOLESCENTES.
INTRODUCCIÓN:
En el contexto de la formación integral, es necesario abordar de manera diferenciada

el caso de niñez y adolescencia pero manteniendo la misma dinámica práctica y

conceptual encaminada a fortalecer las capacidades del personal educativo, sistema

de protección y familiares a fin de identificar los factores estructurales que inciden en

la violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes.

La adolescencia es una etapa muy importante en el desarrollo de los seres humanos, se

trata de la etapa donde inicia la vida sexual y el conocimiento de la propia sexualidad que

arranca con los cambios fisiológicos y psicológicos que ocurren durante esta etapa, y es

vital contar con información adecuada y redes de apoyo que permitan la culminación

adecuada de los proyectos de vida, académicos, deportivos, etc. Los altos índices de

violencia sexual contra adolescentes, que afectan de manera desproporcionada a

mujeres adolescentes pero que también tiene efectos de largo plazo sobre los hombres

adolescentes que la sufren son un problema que debemos atacar desde distintos

frentes, pero con un mismo horizonte que es el de garantizar los derechos de esta

población y promover su participación efectiva en todos los procesos de promoción y

defensa de los derechos, así como en las planificaciones y ejecuciones de los distintos

programas de prevención de la violencia sexual que se emprendan tanto en el ámbito

educativo como fuera de él.

Los contenidos de este módulo proponen usar y adaptar metodologías recomendadas

por los propios docentes que participaron en el proceso de Diagnóstico de Capacitaciones,

para que exista una comprensión dinámica de la problemática asociada a la violencia

sexual contra adolescentes, su contexto histórico, el ciclo de gestión de casos y los

protocolos de actuación y atención vigentes a fin de que tanto integrantes del entorno

educativo como familiares de los menores y miembros del sistema de protección de

derechos estén en la capacidad de prevenir, detectar, atender y denunciar los casos

que eventualmente ocurran.


OBJETIVOS
DEL MODULO:
Objetivo general:
Fortalecer las capacidades de miembros de la comunidad

educativa, familiares de adolescentes e integrantes del sistema

de protección de derechos para prevenir y actuar en contextos

de violencia sexual en el sistema educativo

Objetivos específicos:

-Generar conciencia en torno a la situación histórica de la

violencia sexual contra adolescentes, sus orígenes y su relación

con la violencia basada en género como fenómeno estructural.

-Propiciar la generación de propuestas participativas que

permitan trabajar en la prevención efectiva de la violencia

sexual y en la lucha contra la impunidad.

-Fortalecer el sistema de protección de derechos local mediante

la aplicación del modelo práctico de gestión de la violencia

sexual contra niñas, niños y adolescentes.


CONTENIDOS:

Nro
CONTENIDOS SUB CONTENIDOS TIEMPO
HORAS

1. La violencia sexual en contra de adolescentes -Violencia sexual contra adolescentes en el


en el sistema educativo en el Ecuador. 1 sistema educativo ecuatoriano
4 Horas

-Violencia Basada en Género y su relación con las


2 masculinidades y la violencia sexual contra
adolescentes y entre adolescentes
3 Horas

2. Estrategias de Prevención de
Violencia Sexual contra Adolescentes. 3 2 Horas

-Los adolescentes como sujetos de derechos:


4 DD.SS y DD.RR. Retos y aprendizajes en el 4 Horas
entorno educativo.

-Estrategias de prevención de la violencia sexual


5 contra adolescentes basada en género. 3 Horas

3. Modelo de gestión y estudios de caso. 6 -Modelo práctico para la gestión de violencia


sexual contra niñas, niños, y adolescentes
2 Horas

-Analisis de casos para complementar los


7 contenidos abordados en el módulo.
2 Horas
CAPITULO 1
LA VIOLENCIA SEXUAL EN CONTRA DE
ADOLESCENTES EN EL SISTEMA EDUCATIVO
EN EL ECUADOR.
SESIÓN 2:
Violencia Basada en Género y su
relación con las masculinidades
y la violencia sexual contra
adolescentes y entre
adolescentes
Bloque Conceptual 1:

Violencia basada en género.

Para combatir la violencia sexual es preciso comprender que se trata de un fenómeno


complejo y cuyas causas responden a situaciones estructurales, es decir que no se van
a cambiar de la noche a la mañana, pero que se pueden transformar poco a poco a
fin de promover nuevos pactos sociales en donde se rompa con prácticas machistas y
adultocéntricas.
Como hemos visto, la violencia sexual contra adolescentes es un problema real en el
Ecuador que afecta de manera desproporcionada a las niñas y adolescentes menores
de 14 años. Esto indica que existe un componente de género en dicha violencia que
puede estar relacionado con el control patriarcal sobre el cuerpo femenino, la mayor
vulnerabilidad a la que están expuestas las mujeres y las niñas, los estereotipos y
patrones culturales machistas o las convenciones sociales arcaicas sobre cuestiones
como la sexualidad adolescente o la virgindad. Como vimos en módulos anteriores, el
concepto género hace referencia a la forma diferenciada en que las sociedades asignan
roles y responsabilidades a una persona en función del sexo.

El concepto de Violencia basada en Género, llamada también Violencia de Género , es


“cualquier acto con el que se busque dañar a una persona por su género. La violencia de
género nace de normas perjudiciales, abuso de poder y desigualdades de género.” En
otras palabras es un término que sirve para ilustrar cómo las diferencias estructurales de
poder entre hombres y mujeres colocan a las niñas y a las mujeres en una situación de
riesgo frente a múltiples formas de violencia, que sufren de manera desproporcionada,
aunque también los niños, los adolescentes varones y los hombres adultos pueden ser
blanco de dicha violencia. De acuerdo a la Ley para prevenir y erradicar la violencia
contra las mujeres y las niñas, la Violencia de Género contra mujeres puede definirse
como: «Cualquier acción o conducta basada en su género que cause o no muerte, daño
y/o sufrimiento físico, sexual, psicológico, económico o patrimonial, gineco-obstétrico a
las mujeres, tanto en el ámbito público como privado.

Es importante comprender que la violencia basada en género está naturalizada en


nuestra sociedad, es decir ocurre de forma generalizada y permanente, en distintos
niveles y con varias formas de manifestarse. Por ello autoras como Rita Segato
manifiestan que el esfuerzo por erradicar la violencia de género “es inseparable de
la reforma misma de los afectos constitutivos de las relaciones de género tal como las
conocemos y en su aspecto percibido como “normal”. Y esto, infelizmente, no puede
modificarse por decreto, con un golpe de tinta. (…) Aquí, el trabajo de la conciencia es
lento pero indispensable. Es necesario removerlo, instigarlo, trabajar por una reforma
de los afectos y de las sensibilidades, por una ética feminista para toda la sociedad”
Con esto la autora nos quiere decir que existe un componente cultural, un “aprendiza-
je social” de la violencia, pero que también es posible modificar la manera en que nos
relacionamos y, sobre todo, la forma en que aprendemos y socializamos el trato hacia
niñas, niños y adolescentes y entre ellos.

Violencia sexual contra adolescentes


Las estadísticas indican que en los casos de violencia sexual, la mayoría de víctimas
son mujeres y la mayoría de agresores son hombres adultos, en muchos casos perte-
necientes al círculo familiar o de confianza de la víctima. La diferencia entre agresores
hombres y agresoras mujeres puede llegar a ser de 98 a 2 en algunos países como Es-
paña (es decir que por cada dos agresiones sexuales perpetradas por una mujer han
ocurrido 98 agresiones sexuales a manos de hombres) . Esta dinámica ha motivado
varias investigaciones y estudios que invitan a pensar en las formas en que se constru-
ye la identidad y el comportamiento de los sujetos masculinos desde las edades más
tempranas.

Sabemos que hablar de relaciones de género implica hablar de relaciones jerárquicas


de poder que pasan muchas veces desapercibidas. Como ya señalara Pierre Bourdieu
(1990) “en muchos ámbitos, aún hoy, la dominación masculina está bien asegurada para
transitar sin justificación alguna: ella se contenta con ser, en el modo de la evidencia”.
Al momento de analizar cómo se forman y se manifiestan estas formas de dominación,
autores como Luis Bonino (1998) usan el concepto de “micromachismos” entendidos
como formas de comportamiento “invisibles” de violencia y dominación que casi todos
los hombres usan de forma cotidiana en su ámbito de relaciones de pareja. Según
Bonino “los micromachismos son microabusos y microviolencias que procuran que
el varón mantenga su propia posición de género creando una red que sutilmente
atrapa a la mujer, atentando contra su autonomía personal si ella no las descubre (a
veces pueden pasar años sin que lo haga). Están en la base y son el caldo de cultivo
de las demás formas de la violencia de género (maltrato psicológico, emocional, físico,
sexual y económico) y son las “armas” masculinas más utilizadas con las que se intenta
imponer sin consensuar el propio punto de vista o razón. Comienzan a utilizarse desde
el principio de la relación y van moldeando lentamente la libertad femenina posible.
Su objetivo es anular a la mujer como sujeto, forzándola a una mayor disponibilidad e
imponiéndole una identidad “al servicio del varón”, con modos que se alejan mucho
de la violencia tradicional, pero que tienen a la larga sus mismos objetivos y efectos:
perpetuar la distribución injusta para las mujeres de los derechos y oportunidades”
Al pensar en la configuración de la identidad adolescente, el rol que juega el género
es fundamental. Las representaciones hegemónicas sobre amor, sexualidad y género
en el que la mayoría de adolescentes se socializan y aprenden pueden transmitir ideas
equivocadas respecto a las relaciones humanas y las relaciones sexuales y psicoafectivas.
Muchas veces, detrás de la idea del “amor romántico” que, como sociedad, inculcamos
a las y los adolescentes, y que ellos imitan y reproducen como “normal y deseable”
abundan los micromachismos y las tensiones que desembocan, muchas veces, en
actos de violencia. Como han analizado diversas antropólogas españolas (Téllez, & Verdú,
2011; Jociles, 2001) la construcción cultural de la masculinidad se sustenta de manera
muy frágil en continuas negaciones: se es hombre cuando no se hace cosas de niños,
cosas de mujeres ni cosas de homosexuales. Así, podríamos afirmar que “en nuestra
sociedad, también podemos detectar esa diferente concepción de la masculinidad y de
la feminidad (la primera como más artificial, la segunda como más natural) si paramos
en la cuenta de que es muy raro que se dude de la feminidad de una mujer, mientras
que la masculinidad de un hombre “está siempre bajo sospecha”, siempre puede
sufrir una regresión hacia lo femenino, de ahí que tenga que estar constantemente
probándola” (Jociles, 2001).
Esa presión constante por “probar” que se es un hombre puede conducir a
comportamientos de riesgo, prácticas sexuales no seguras y, desde luego,
manifestaciones de violencia que se deben atajar y combatir a tiempo. Una de las
manifestaciones mas frecuentes de esta “masculinidad” problemática ocurre con la
violencia entre pares, y más todavía, con la forma esencialmente violenta en la que se
configura el intercambio simbólico y material entre varones. Violencia que en ocasiones
se convierte en una forma de “confraternidad” que sirve para minimizar o justificar
las acciones de sus miembros. Autores como Antonio Martinez (2009) proponen la
necesidad de acompañar a los adolescentes hacia modelos de masculinidad mas
igualitarios que discutan entre sus pares ¿cómo prevenir conductas de violencia hacia
las mujeres por parte de los varones jóvenes? y ¿cómo modificar el modelo masculino
hegemónico que justifica y sustenta la violencia?
Bloque Conceptual 2:

Masculinidad y violencia.

Las estructuras sociales están transformándose pese a la resistencia de los sectores


mas conservadores de la sociedad. Tradicionalmente se consideraba que los hombres
no deben mostrar rasgos que denoten “delicadeza” o “sentimientos”; que un varón
“no debe llorar” y que resolver los problemas o las diferencias a través de la violencia
es lo correcto. Afortunadamente cada vez son mas personas quienes cuestionan
estos esquemas culturales y de aprendizaje y apuestan por modelos de crianza mas
equitativos y libres de violencia, aunque los patrones de comportamiento machista
están profundamente instalados en nuestra cultura.
Michael Kauffman (1989) explica que para comprender la violencia masculina es
necesario mirarla desde una triple vertiente, lo que denomina la “Triada de la violencia”:
El primer eje es la violencia contra las mujeres. El segundo la violencia contra otros
hombres. Por último la violencia contra si mismos. Sin embargo ¿Cómo se aprenden,
se socializan y se interiorizan estas violencias?

Los estudios mas importantes que se han desarrollado sobre el tema en América Latina
como el caso de Fuller (1997); Viveros (2002); Olavarría (2003) o Boira (2018) muestran
que no existe un patrón único de masculinidad que persista de manera uniforme en
todo lugar, inclusive dentro de un mismo territorio nacional pueden existir procesos
culturales e históricos que construyen la masculinidad de una manera diferente. A eso
hay que añadir las diferencias inherentes a las condiciones económicas y de clase, pues
“ser un hombre” no significa lo mismo para los jóvenes de la clase trabajadora que para
la población de clase media o del quintil más pudiente. La construcción de la identidad
masculina es, en este sentido, una experiencia subjetiva y única para cada individuo.
Sin embargo, autoras como Raewyn Conell (2013) sostienen que en territorios como
Latinoamerica hay evidencia suficiente como para afirmar la existencia de patrones
sociales relacionados con profundas raíces históricas de misoginia, producto de procesos
sociales muy complejos como el colonialismo o la religión que han configurado una
imagen de masculinidad vinculada a la violencia como algo cotidiano y “natural”.
Conell advierte que en las sociedades latinoamericanas, el “hacerse hombre” es un
proceso que se encuentra atravesado por múltiples formas de violencia correlacionadas
entre si:

- La cultura patriarcal que, en pocas palabras, organiza la sociedad con una preeminencia
de lo masculino y perpetúa visiones estereotipadas de cómo deberían comportarse las
mujeres y hombres, con la persistencia de “ritos de iniciación”, comportamientos de
riesgo y mandatos de género poco negociables.

- La hegemonía de una forma de masculinidad que pone énfasis en las nociones de


“poder y dominación” como características ideales, deslizando la idea de que “ser
hombre” significa el derecho a ejercer un poder sin restricciones, por ejemplo en el
ámbito familiar. Todo ello, además, desde una visión preminentemente heterosexual
que desconoce, minimiza o estigmatiza otras orientaciones sexuales.

- Un ambiente social que respalda la violencia de género. Desde medios de comunicación


saturados con violencia; impunidad frente a las acciones violentas y ausencia de
espacios de socialización para generar nuevos modelos de convivencia.

En estas condiciones no resulta extraño que muchos adolescentes crezcan pensando


que la violencia está asociada a la masculinidad en mayor o menor grado. Según el
sociólogo Pierre Bourdieu (2000) la “dominación masculina” se logra, en parte, debido
a la “complicidad” entre las instituciones sociales y la cultura para reproducir un “orden
masculino” que está directamente relacionado con el orden social y la manera en que
se estructura la sociedad, desde el Estado hasta la escuela. En otras palabras, existe una
combinación de patrones sociales, normas establecidas y modos de comportamiento
que se interiorizan y que permiten que se desarrollen escenarios de violencia desde la
más temprana infancia y que se van perpetuando a lo largo del período de crecimiento.
Bonino (2000) sintetiza algunas de estas combinaciones que funcionan a modo de
imperativos psicológicos que definen la masculinidad durante la adolescencia:

- Evitar características consideradas “femeninas” (pasividad, emotividad, dulzura).

- Necesidad de reconocimiento, medido por el éxito, la superioridad, el estatus, la


competitividad, la admiración y los valores estéticos de la cultura.

- Agresividad y audacia, manifestadas en la permanente disposición al riesgo, la


arrogancia y la violencia como forma de resolver problemas.

- La heterosexualidad normativa. Es decir la preeminencia de una sola orientación


sexual como válida o correcta, con la consecuente anulación o subordinación de otras
orientaciones.

Para muchos jóvenes, cumplir con estos mandatos es muy difícil. Implica una presión
y una “necesidad de encajar” que puede llevar a situaciones de ansiedad y depresión
o ponerlos en situación de riesgo frente a sus propios compañeros. Por otra parte, la
socialización entre pares, cuando no ha existido información oportuna ni espacios
seguros, puede estar mediada por escenarios frecuentes de violencia o por discursos o
prácticas que la legitiman u ocultan . Esto es particularmente preocupante en el ámbito
educativo que es el espacio de socialización más importante para las y los adolescentes.

Las estadísticas indican que de los casos de violencia sexual cometidos por personas
dentro del sistema educativo un 38% corresponden a estudiantes. Es decir casi 4 de
cada 10 casos de violencia sexual han sido cometidos entre pares, lo cual habla por
un lado de la complejidad del tema y por otra parte reafirma la condición de mayor
vulnerabilidad en la que se encuentran las niñas y adolescentes. Es necesario aprender a
identificar los factores de riesgo que puedan alertar sobre la posibilidad de que ocurran
casos de violencia y violencia sexual entre estudiantes. Pero sobre todo es imperativo
comenzar a cuestionar y transformar las condiciones materiales y culturales en las que
se configura una masculinidad basada en la violencia.

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