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10 meditaciones sobre la Virgen María

Joaquín González-Llanos

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Índice

Presentación
Capítulo 1: La Virgen de Loreto
Capítulo 2: La generosidad de la Virgen
Capítulo 3: La Visitación de la Virgen
Capítulo 4: Las bodas de Caná
Capítulo 5: María y la Cruz
Capítulo 6: Devoción a la Virgen. Apostolado
Capítulo 7: La oración de María
Capítulo 8: La alegría de la Virgen
Capítulo 9: María, mujer eucarística
Capítulo 10: La novena a la Inmaculada

2
Presentación

Estas 10 meditaciones sobre la Virgen María se escriben para enseñar a los lectores a hacer oración. De
un modo práctico. Como los patitos que aprenden a nadar nadando. El “comenzar” a tratar a Dios, a
decírselo que nos eche una mano, que no se nos ocurre qué decirle, es el mejor método para que Dios
nos ayude y nos “dé” oración como dice santa Teresa. Hay muchos tratados sobre la oración y libros de
meditaciones escritos por egregias plumas, como las del Padre La Puente, las don Francisco Fernández
Carvajal, los libros de meditaciones que se usan en los Centros del Opus Dei… Pero muchas veces son
desconocidos para el público. Es frecuente en mi labor sacerdotal encontrarme con gente perdida y
desorientada en este terreno. Algunos, incluso, han tirado la toalla a la posibilidad de hacer una oración
tranquila y fructuosa que vaya ordenando su vida cristiana de una manera ascendente y llenándola de
paz. Pocos han experimentado el “¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas” (Mc 9, 5), que dijo san
Pedro en la Transfiguración, o algunos han dejado de hacer oración al encontrarse alguna dificultad.

Esta última tendencia se observa especialmente entre la gente joven. Muchos tienen “heridas” recibidas
por su mal comportamiento moral. Los que nos dedicamos a su educación, nos olvidamos a veces de que
“el hospital de campaña, que es actualmente la Iglesia”, como dice el Papa Francisco, tiene un nombre:
se llama Oración. Sin ella, no se consigue sacar a la gente del pozo, por muchas técnicas prácticas que
se les den, que se centran en los esfuerzos necesarios para vencerse y tener el control de sus vidas. No
basta con el modus operandi; es necesaria la gracia que se comunica en la oración. Hace falta, por tanto,
la ayuda del mejor amigo que pueden tener: Jesús de Nazaret.

El cómo nació este libro hay que remontarse al confinamiento producido por el COVID en marzo del
2020. Se me ocurrió grabar las meditaciones que se tienen cada semana en los centros del Opus Dei, y
ofrecer ese audio por WhatsApp a un público más amplio entre mis contactos. Esto se fue ampliando y

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ahora están estas meditaciones en las plataformas Spotify, Ivoox y en los Podcasts de Apple. En los
códigos QR al final de esta presentación, se accede a estos contenidos.

Después, se han puesto por escrito. Ahora hay herramientas digitales que facilitan este trabajo, aunque
hay que tener en cuenta que no es el mismo el lenguaje oral que el escrito. He intentado, de todas
maneras, no perder la espontaneidad y el tono de la oración en voz alta que, me parece pueden ayudar.

También decía san Josemaría que hay infinitas maneras de orar y que cada uno debe descubrir la suya.
Es algo parecido a lo que ocurre en cada casa. Son distintas las costumbres, los “ritos” familiares, las
celebraciones. Hay que respetar la libertad y la espontaneidad de cada uno, sin encasillar. Cada uno a su
manera.

Por eso, el consejo para hacer oración es ése: hazla como puedas. Dile al Señor que no sabes, prueba, no
te canses de probar. Pide consejo en la dirección espiritual. Los libros de oración coinciden en el
siguiente consejo: para aprender, perseverar. Tú dedica un cuarto de hora al día a la oración mental, con
constancia, y verás.

Si se me permite otro consejo, éste es la asistencia a un retiro espiritual de fin de semana. Ahí hay
mucha gracia de Dios. Es un poco como aprender a esquiar. El primer día te lo pasas levantándote del
suelo. Al final del segundo día ya te deslizas haciendo la cuña. Ya comienzas a disfrutar. En un retiro
hay mucha gracia de Dios. Y la disposición humilde del que hace el retiro empeñado en seguir un
camino de oración conmueve al Señor que le dará luces. No recuerdo a nadie, que no haya aprovechado
estos retiros. Algunos más y otros menos. Pero todos han dado un paso adelante. Y ya llevo unos
cuantos años predicando estos retiros.

La oración, decía el santo Cura de Ars, es la mayor alegría que se puede tener en esta tierra. Invito a los
lectores o a los oyentes a experimentarlo. Nuestro Señor compara el alma a una higuera, a una vid, a un
campo de trigo. Poco a poco va creciendo… hasta dar fruto, quien treinta, quien sesenta, quien ciento
por uno (Mc 4, 20). Vale la pena cultivar el campo de nuestra alma para dar mucho fruto.

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Las meditaciones siguen la vida de la Virgen, desde la Encarnación hasta Pentecostés (capítulo 6). Los
cuatro últimos capítulos se fijan en aspectos de su vida, como la oración, la alegría, su intervención en el
misterio eucarístico. Se cierra el libro con una meditación sobre la novena a la Inmaculada, una
devoción para alentar el trato con la Madre de Dios.

Ojalá nuestra Madre Santa María nos ayude a ser almas de oración y a conservar como Ella todas las
gracias que el Señor nos concede en nuestro corazón.

Spotify

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La Virgen de Loreto1

Ayer celebramos la fiesta de la Virgen de Loreto, patrona de las fuerzas aéreas. En Italia, donde está su
Santuario, le tienen mucha devoción. La conocen con el nombre de la Lourdes de Italia. En este
momento, en que estamos preparándonos para Navidad, sería muy bueno, acudir a la Virgen y decirle a
Santa María, ahora que está cerca el momento de dar a luz: ¿Qué podemos hacer para acompañarte?
Para que Jesús nazca también en nuestras almas y no sólo en Belén.

La tradición señala que la casita de la Virgen en Nazaret fue trasladada por ángeles hasta Loreto. Una
tradición de hace siglos, del tiempo de las cruzadas, en que se temía la invasión de los mamelucos. Se
han hecho estudios del tipo de piedras que hay en Nazaret, y la casa de la Virgen en Loreto y se ven
coincidencias. Por eso, en el altar de la casita de Loreto pone Hic verbum caro factum est: Aquí el
Verbo se hizo carne. Lo mismo pone en la Basílica de la Anunciación en Nazaret, en Tierra Santa. Son
dos lugares hermanados.

Yo solo he estado en la Basílica de Tierra Santa y, la verdad, es que es un sitio, en que se reza muy bien.
Loreto, por su parte, es un lugar de peregrinación de muchos santos. En la historia de la Obra tiene un
lugar muy importante porque ahí se hizo la consagración de la Obra al Corazón de María, en el año
1951, en momentos difíciles en que en la Santa Sede había gente que quería separar al fundador del resto
de la Obra. Dividirla en dos: la sección de mujeres, por un lado, y la de hombres por otro; en fin, un lío.
Y nuestro Padre, reacciona acudiendo al cielo, al Corazón de María, para que proteja la Obra con la
jaculatoria Cor Mariae dulcissimun iter para tutum, Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino
seguro. Y don Álvaro también decía, después de que saliese la intención especial de la configuración
jurídica de la Obra como Prelatura personal, Cor Mariae dulcissimun iter serva tutum. Conserva seguro
nuestro camino. Ese camino jurídico que costó tanta oración a san Josemaría, que es una gracia de Dios,
que es algo para agradecer mucho al Señor. Consideraba don Álvaro que ese camino ya está esculpido,
no sólo trazado, sino esculpido.

Volviendo a la pregunta inicial. ¿Qué podemos hacer para que la Virgen nos ayude a esperar la llegada
del Niño Dios? Un buen Adviento es aquél en el que facilitamos que el Señor venga a nuestras almas.
1
Meditación dirigida el 11.12.21.

6
Nuestro Padre en la homilía de la Navidad de Es Cristo que pasa dice que el encuentro con Dios tiene
lugar no sólo en las Navidades, sino también en todos los momentos de nuestra vida. Por eso hay que
preparar ese encuentro. Hay que pensar un poco en cómo la Virgen y San José prepararon los vestidos
del Niño, los pañales, la cuna. La cuna estaba con las pajas. Quizás le pondrían un manto para que
estuviese con más calor. Primero viene el edicto del César, y, ante ese edicto, no protestan: hay que
empadronarse. Hay que pensar que era una humillación de empadronarse. A los judíos, decían, nos
cuentan como a las cabezas de ganado. No somos animales. O sea, ¿para qué nos cuentan los invasores
romanos? ¿Empadronarse? ¿Nosotros? A veces, el Señor nos manda cosas y protestamos. ¿Por qué,
Señor? ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? Sin embargo, ellos no protestan. Van allí tranquilamente.
Además, con todas las dificultades. María embarazada. Se supone que van con un burrito. Pero a pesar
de eso, era toda una complicación. Sin embargo, no se quedan en las dificultades que se presentan, van a
lo importante: preparan su corazón y preparan su alma. Jesús nace en un sitio muy pobre, pero rico,
porque está el corazón de María y el corazón de José. Están dos campeones del cariño.

Nuestro Padre, en el libro Santo Rosario, refiriéndose a esa casa en el momento de la Encarnación dice:
“Tú eres en la casa, en aquella casa, lo que quieras ser”2. Podemos tomar al pie de la letra esta invitación
y, por ejemplo, considerar que estamos en la casa pintando una ventana, o arreglando el jardín, o como
queramos. Es bueno que pensemos: ¿Qué hacemos, Señor, para prepararnos bien? A María la
encontramos en aquella casa recogida en oración antes del anuncio del ángel. Esa es sin duda la mejor
preparación: prepararnos con la presencia de Dios con las cosas normales de cada día. A lo mejor
podemos hacer una romería. En estos días con COVID no podemos hacer una peregrinación. Pero quizá
el Señor nos pide: “Oye, trabaja tranquilo”. Lo mismo que, seguramente, en los días anteriores de la
novena a la Inmaculada, hemos procurado ofrecer a la Virgen un poco más el trabajo, podemos
continuar estos días haciendo lo mismo, hasta Navidad.

El libro de Meditaciones3 el día de la Virgen de Loreto hace esta consideración: “Las semanas, las
estaciones y los años se suceden en Nazaret con aparente monotonía. Cada jornada trae su propio afán,
muy semejante al del día anterior o al del siguiente: caminatas hasta la fuente del pueblo para llenar el
cántaro de agua fresca, moler la harina y preparar el horno para hacer el pan de la semana”. Esto lo
hacían antes en las casas: hornear el pan, como la viuda de Sarepta a la que va a visitar Elías en un
2
Santo Rosario, 1er. Misterio de gozo.
3
Tomos de Meditaciones (publicación interna del Opus Dei; en AGP, Biblioteca, P06).

7
momento de sequía y de hambre: tiene sólo un poco de aceite y un poco de harina y con eso hará el pan
del milagro. “Arreglar la casa, sigue diciendo el libro de Meditaciones, recoser la ropa, hilar la lana o el
lino”. La casa de Nazaret está presente en nuestra consideración antes del Nacimiento de Jesús y
también después, cuando vuelven de Egipto. Es la misma casa. Cuando Jesús ya es un poquito más
mayor y aquí son palabras de nuestro Padre: “María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran
erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las
personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco, de amistad. ¡Bendita
normalidad que puede estar llena de tanto amor de Dios!”4. ¡Bendita normalidad! Somos a veces
demasiado amigos de lo extraordinario.

En este puente de la Inmaculada que hemos vivido a lo mejor no hemos hecho muchas cosas especiales,
pero nos hemos quedado contentos porque hemos podido estar con la familia y compartir unos días de
descanso. Bueno, pues también el descanso podemos llenarlo de mucho amor de Dios. No dudemos de
que es una bendita normalidad.

A partir de aquí el cronista del libro de Meditaciones se anima un poco en plan poeta y dice: “Un día
murió José, el cabeza de familia en la Santa Casa de Nazaret”. También nos va bien esta consideración
porque hace tres días hemos vivido el fin del año de San José que nos señaló el Papa Francisco. San
José, en estas Navidades tiene que tener un papel especial, para que nos ayude a prepararnos bien, como
él se preparó para la primera Navidad. Sigue considerando el libro citado: “El Señor, quise darle el
premio de su vida fiel. Jesús había crecido y podía atender a la Virgen y cuidar de la casa. Debió de
llorar María y debió de llorar Jesús. ¡Tantos años compartiendo penas y alegrías, sobre todo alegrías! Y
en la tranquila paz de aquel hogar, la Virgen continuó su tarea de siempre cocinar y lavar cacharros,
coser, moler y amasar la harina, ir por agua a la fuente, velar el reposo de Jesús y cuidarle cada día con
más amor. Luego, cuando Jesucristo, una vez cumplido los treinta años, se alejó camino de Jordán, la
Virgen prosiguió su vida de siempre con el corazón atento —como todas las madres— al regreso del
Hijo, después de una intensa actividad apostólica para brindarle descanso y rodearle de atenciones” 5.

En esta casa está pues la Virgen para enseñarnos que hemos de vivir lo ordinario con mucho amor de
Dios. Y nosotros, ¿qué lección, Señor, sacamos de todo esto? Una clara: que hay que buscar a Dios en el
4
Meditaciones VI, 554. Cita de san Josemaría de Es Cristo que pasa, n. 148.
5
Ib.

8
centro de nuestro corazón: la presencia de Dios. Y preguntarnos: ¿tengo a Dios presente durante el día?
O me despisto demasiado: me meto en el trabajo de tal modo que se me olvida todo lo demás.

La realidad es que el Señor está ahí. No se trata de “construir” la presencia de Dios como un edificio,
podríamos decir externo, sino más bien de descubrirlo en nuestro interior. Y el Señor nos dice: ¡Pero si
ya estoy aquí! A veces cuando quedo con alguien en mi casa, que tiene dos entradas, y, como se retrasa
el interesado, acabas poniendo un mensaje: “¿dónde estás?”. Y muchas veces la contestación es: “¡Ya
estoy aquí!”. Resulta que ha entrado por el otro lado.

Lo mismo Jesús. Con aquel ciego de Jericó, sentado junto a la vera del camino, que, parece ser era una
situación bastante normal para un ciego, pues sobrevivían de lo que le daban los caminantes. Éste oye
hablar de Jesús. Tiene el oído desarrollado. Se ve que los ciegos desarrollan más el oído. Oye que el
Rabí de Galilea, de Nazaret, que dicen que cura ciegos y enfermos, ha llegado a Jericó. La gente ve al
ciego y quizás lo desprecian: un ciego más. Pero el ciego empieza a gritar: “Jesús, hijo de David, ¡ten
compasión de mí!”. Lo cuenta San Marcos: “Llegaron a Jericó. Y al salir él de Jericó con sus discípulos
y una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo el ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo
limosna. Cuando se enteró de que pasaba Jesús el Nazareno, comenzó a gritar y a decir: ‘¡Jesús, hijo de
David, ten compasión de mí!’. Y muchos le reprendían para que callase; pero él gritaba mucho más:
‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’ Se detuvo Jesús y dijo: ‘¡Llamadle!’ Llaman al ciego y le dicen:
‘¡Ánimo, levántate, que te llama!’” (Mc 10, 46-49). La gente cambia. Primero le decían: “déjale en paz”.
Pero, ahora ven que le hace caso, le dicen: “¡Ánimo, levántate, que te llama!” Es decir, a Jesús no hay
que dejarle pasar, hay que insistir. Jesús, que estás ahí. Hazme más presente de que sí, de que estás ahí.
Que me ves, que me quieres ayudar, que me llamas. Ven. Nosotros estos días se lo decimos al Señor:
¡Ven, Señor Jesús! Veni, Domine Iesu! Y a lo mejor el Señor también nos dice: Ven tú para aquí. O sea,
sal un poco de tu comodidad, sal un poco de tu zona de confort. Es un tema que está de moda esto de
“estar en la zona de confort”. Pues es verdad que a veces, no sé, nos sobra un poquito de soberbia, o de
comodidad, o de egoísmo…

¡Ven junto a mí! La presencia de Dios nos lleva a movernos para no dejar pasar a Jesús. Pasa a nuestro
lado como en aquellas navidades del año 1970 en Roma con san Josemaría, recogidas en Crónica6. Fue

6
Crónica (publicación interna del Opus Dei; en AGP, Biblioteca, P01).

9
ese año en que nuestro Padre empezó a dejar que se comenzasen a publicar las tertulias en Crónica. Esto
nos lo contaba en Barcelona, don Carlos Cardona, que había vivido ese tiempo en Roma y que era
director espiritual de la Obra, de quien dependía esa revista. Le pidieron permiso a san Josemaría para
publicar sus palabras y dijo que no, tajantemente, por pudor. Y tuvo que intervenir don Álvaro, que le
convenció del gran bien que harían a sus hijos. En concreto en el relato del 70, las Navidades comienzan
con que Manolo Caballero, escultor y pintor, hace una reproducción del Niño Jesús que tenían las
monjas del Patronato de enfermos de Madrid. San Josemaría les pedía este Niño, que le daba mucha
devoción, para tenerlo en brazos, acunarle, cantarle y rezarle. Le hizo mucha ilusión esa reproducción.

En esos días, dice nuestro Padre. “El Señor está pasando muy cerca de vosotros; lo sé, aunque vosotros
no os dais cuenta. Pasa quasi in occulto”7. Bueno, pues a ver si nos espabilamos para reconocer al Señor
cerca de nosotros y reconocerlo. Como la Virgen, como el ciego de Jericó. Es decir, poner esfuerzo por
nuestra parte para recoger los sentidos, la vista, la lengua, la imaginación…

En otro texto del libro de Meditaciones, alerta de las dificultades para recogerse, dice: “Ese egoísmo se
revela, por ejemplo, en el monólogo interior. Allí, los propios intereses y las aspiraciones se desorbitan,
se fraguan los conflictos o se agrandan; la objetividad se difumina, el yo sale siempre enaltecido” 8. En el
fondo, lo que nos impide estar en presencia de Dios es el “yo”. Ese yo que nos lleva un poco de cabeza:
que si ahora te han dicho, o que si el otro mira lo que ha hecho, que si ahora con lo del COVID, la gente
está exagerando un poco y toman medidas demasiado drásticas. Vamos haciendo razonamientos de este
tipo que enmascaran el yo y nos impiden ver al Señor: Pasa como con los cristales del parabrisas que,
cuando están empañados no dejan ver bien. ¡Límpialos! Que te dejen ver a Jesús.

Es un esfuerzo positivo: nos negamos en algo por Dios, no solo para controlar las cosas. Pues bien,
vamos a pedirle al Señor que nos ejercitemos de verdad en la presencia de Dios. Nos contaban de don
Rafael Calvo Serer, que fue de los primeros de la Obra de Valencia.Y después de la guerra, en los años,
no sé si el treinta y nueve o el cuarenta, fue a un curso de retiro a Madrid desde Valencia, predicado por
nuestro Padre. Y a la vuelta, alguno de Valencia, que no conocía a nuestro Padre, y que también se había
hecho de la Obra, le preguntó: ¿Cómo es nuestro Padre? ¿Qué tal ha ido? Y don Rafael le contestó: “El
resumen es que la santidad es un deporte”. Ya está. Ahí se quedó. La santidad es un deporte, por tanto,
7
San Josemaría, Tertulia en Crónica 1971, p. 37.
8
Libro de Meditaciones, VI, p. 430.

10
hay que ejercitarse. La presencia de Dios. Ejercitarse. Coger el hábito. Una industria humana. Un
recordatorio. Subir las escaleras. Abrir una puerta. Abrir una ventana. Las persianas. Acordarse de Dios.
Venga, que te sirva para la presencia de Dios. Es lo que se llama “las industrias humanas”. Otra: las
imágenes de la Virgen. Pues clarísimo. La tienes ahí, ¡salúdala! No la has saludado, pues vuelve a salir,
vuelve a entrar, hasta que adquieras el hábito de saludarla.

Cuesta un poco recoger los sentidos. Es muy útil dedicar un tiempo de trabajo de la tarde, después de
comer. Para hacer la oración más concentrados. A veces no hay más remedio que hacerla justo después
de comer, pero otras veces podremos hacer un poquito de trabajo para que en la oración estés más
tranquilo, más sereno, más metido en Dios. También el tiempo de la noche, para meter los sentidos en
Dios, decir jaculatorias, comuniones espirituales, ya que procuraremos recibir al Señor al día siguiente.
Pues el Señor recompensa abundantemente ese negarnos a nosotros mismos, para tenerle a Él más cerca.

Conviene detectar en nuestra vida cuándo estoy pensando en mí mismo. ¿Cuándo se me va la cabeza a
otras cosas, a otros escenarios? Y, por ejemplo, a veces, sin darnos cuenta, estamos pensando cómo estar
más cómodos o por lo menos que nadie nos moleste. O sea, lo que nos parece mejor es la comodidad, la
ausencia de molestias. Y, más bien, hay que disponerse a lo contrario: que te llamen, que te digan, que te
pidan un favor. No se trata tampoco de contestar los whatsapps en seguida y de estar como en tensión.
Pero, en fin, hay que llegar a un equilibrio para estar atentos también a las necesidades de los demás.

La falta de presencia de Dios llena nuestro tiempo también de pensamientos inútiles. Podemos perder el
tiempo con comparaciones. Santo Tomás, en una lectura que se lee del Breviario en la liturgia de las
Horas, viene a decir más o menos que en el cielo no habrá comparaciones. Es curioso, pero en el cielo
hay algunas cosas que no se darán. Por ejemplo, no habrá matrimonio: “No se casarán. Serán como
ángeles en el cielo” (Mc 12, 25). Pues bien, comparaciones tampoco. No habrá envidia. La envidia aquí
en la tierra nos fastidia bastante porque nos hace pasarlo mal. En el cielo cada uno se gozará con el gozo
de los demás. Pensaremos: ¡Qué bien, Señor, que esta persona esté disfrutando! Que esté llena de amor.
No nos dará envidia, sino más alegría todavía.

Otras veces la imaginación se nos va a “cuentos de la lechera”. La lechera que va a por leche, y piensa
con la venta de la leche compraré no sé cuántas cosas. Las lecheras antes llevaban la leche en la cabeza

11
como vemos todavía que hacen en algunas aldeas africanas. Pues bien, se le cae la leche y acaba sin
poder comprar nada de lo que había planeado. Se acabó el cuento de la lechera. O sea que a veces
hacemos el cuento y Dios nos lo desmonta en un plis plas.

O la curiosidad. A veces se nos mete la curiosidad para no dejarnos tener presencia de Dios. Dice una
antífona de la Liturgia de las Horas Eloquium Domini scutum est ómnium sperantium in eo9, La
conversación con el Señor es un escudo para todos los que esperan en Él. O sea, el demonio, el mundo y
la carne, chocan en la conversación con Dios. Si estamos hablando con Dios, no hablaremos con nuestro
yo, con nuestra comodidad, con nuestra pereza. Por tanto, Señor, ayúdanos a hablar contigo, a tener un
diálogo amoroso contigo todo el día, a estar pendientes de ti.

Bueno, podríamos concretar un poco la presencia de Dios en esas industrias humanas de las que
hablábamos, hábitos humanos que nos recuerdan a Dios y que se convierten en sobrenaturales. O sea
que, por ejemplo, al subir una escalera, acordarse del Señor, decir una jaculatoria, un acto de amor. En
estos días le estamos diciendo: Veni Domine Iesu, ¡Ven, Señor Jesús!. Hay gente que añade per Mariam,
“por María”. María nos trae a Jesús. Ven, Jesús, ven, Señor Jesús, por María o por José. También a
través de José. Y cuando ya se acerca la Navidad. A partir del día 17. Del 17 al 24, hay una liturgia
especial. La liturgia ya más de Navidad, donde se dice: Veni Domine Iesu! et noli tardare! ¡Ven Señor
Jesús y no tardes! ¿No ves, Señor, que si llegas tarde ya estará todo hecho un desastre? ¡Ven pronto! No
me dejes solo.

¿Cómo vivir la presencia de Dios al recitar oraciones vocales? Yo diría tener como industrias humanas
dentro de las mismas vocales: subrayar una palabra, por ejemplo. De hecho, es lo que se hace en los
discursos, cuando se leen. Se pone negrita, cursiva, subrayado o en mayúsculas. Le decimos: “Señor, en
mi oración vocal, ¿cuál es la negrita? ¿cuál es la cursiva?” Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, pecadores. En cada momento lo que nos parezca más. Más de negrita o de cursiva.

Dice nuestro Padre en Forja: “Para evitar la rutina en las oraciones vocales procura recitarlas con el
mismo amor con que habla por primera vez el enamorado…, y como si fuera la última ocasión en que
pudieras dirigirte a Señor”10. Imagínate esto: un enamorado que se dirige a su amor y con palabras
9
Ant. 1 Semana 1 T.O., Jueves, Oficio de lecturas.
10
Forja, 432.

12
bonitas, preciosas. O la última vez, Señor, la última oración de mi vida. ¿Cómo será la última oración de
mi vida? ¿Qué te diré?: que te quiero. Que me gustaría estar siempre contigo.

Después, una cosa propia de la presencia de Dios es restablecer el diálogo. Es decir, que a veces se nos
“va un poco la olla”, como se dice ahora. Pues hombre, volver al diálogo con el Señor. Es como si, a
veces, nos fuéramos de excusión. Vale, pues vuelve de la excursión, dúchate y ponte a hablar con el
Señor. ¡Mucho ánimo! De manera que todo el día estemos con Jesús. Se puede, incluso por la noche.
Que nuestros sueños sean sobre cosas buenas, cosas santas. Todo el día con Dios. San Alfonso María de
Ligorio dice: “Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en
que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación”11.
Bueno, pues ese es el ideal. Que estemos todo el día con el Señor. Estar preparados para hablar con
Jesús todo el tiempo.

Nuestro Padre dice en Camino: “No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada
Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor”12. Lo hemos meditado muchas veces
este punto. No seas tan ciego o tan atolondrado. ¡Es una iglesia! Hombre, ¡eleva tu corazón al Señor!
Acompáñale. Él te espera. “No seas tan ciego, o tan atolondrado, que dejes de rezar a María Inmaculada
una jaculatoria cuando pases junto a los lugares donde sabes que se ofende a Cristo”13. Que
desagraviemos también por las cosas que a lo mejor hacen que la gente ofenda a Dios. Que seamos
nosotros delicados, almas delicadas que dan consuelo al Señor.

Estamos meditando en la presencia de Dios con la Virgen de Loreto; también, pronto es la Virgen de
Guadalupe, esa Virgen preciosa, la de Guadalupe, que está representada en tantos cuadros de la Virgen.
Que Ella nos ayude mucho estos días a vivir en una presencia de Dios continua. A estar siempre con
Jesús. Nuestro Señor estará muy contento si le acompañamos, si nos encontramos con Él en Navidad.
Vivir bien esta preparación del Adviento que nos hace desear más que venga y así quererle más.

11
S. Alfonso María de Ligorio, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios, Ed. Crítica, Roma 1933, p. 63.
12
Camino, 269.
13
Ib.

13
La generosidad de la Virgen14

Ayer, que fue la Purísima, leíamos en el evangelio la vocación de nuestra Madre Santa María, que es el
mensaje más extraordinario que se ha conocido jamás en la historia de los hombres. Nunca había pasado
una cosa así. “En el sexto mes, dice el evangelio, el ángel Gabriel fue enviado de parte de Dios a una
ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de
David, y el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27). Y conocemos bien esta escena. El Señor le
pide ser Madre de Dios. Es decir, María, una virgen de Nazaret, ha sido escogida por Dios desde toda la
eternidad para esta misión. Por eso es ‘purísima’, porque Dios la preserva inmaculada de toda mancha,
de todo pecado, para ser Madre de Dios. La misión más difícil que se le puede encargar a un ser humano
en esta tierra es ser Madre de Dios. Y María responde: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí
según tu palabra” (Lc ).

Esta respuesta no deja de maravillarnos. Yo, lo he pensado alguna vez. Si a mí me pidiesen una cosa así,
¿cuál hubiese sido mi respuesta? Y casi seguro hubiera dicho algo como: “no sé si podré”. O sea, esto
supera tanto mis fuerzas que me parece imposible. Pero esa respuesta reflejaría una falta de confianza en
el poder de Dios. María, sin embargo, dice: “hágase”. O sea, confianza total en Dios. Y aquí tenemos
una primera lección: sucede que a veces en lo que queremos hacer, contamos demasiado con nuestras
fuerzas. Nos falta confiar en Dios. Nos falta poner del lado de Dios más peso.

Por otro lado, para María no hay excusas. Fíjate, nosotros a veces en las cosas de Dios le pedimos
tiempo, o señalamos que tenemos otros planes, o simplemente que justo en este momento es la hora de
comer y se va a enfriar la comida. ¿Qué le digo yo al Señor cuando me pide algo?

María se entrega. Hoy vamos a hablar un poco de la entrega de María. María, con la respuesta a lo que le
pide el ángel, entrega su futuro, su libertad. ¿Qué es lo más valioso que tenemos nosotros para darle al
Señor?: sin duda, la libertad. El prelado de la Obra, el Padre, nos ha escrito una carta entera sobre la
libertad. Es un tema importante en nuestra relación con Dios. Comprobar si somos libres, si hacemos las
cosas con libertad, no forzados. No porque es la costumbre. No porque tenemos mucha voluntad, mucha
capacidad. Y entonces, quizás, necesitamos demostrárselo a los demás.

14
Meditación dirigida el 9.XII.21.

14
Decirle libremente que sí a Dios, porque nos da la gana, porque Dios es bueno, porque nos quiere,
porque sí. Porque eres mi padre, porque me has creado, porque te quiero, Señor. Esa es la libertad. Y,
con su elección libérrima, María de Nazaret se convierte en María, Madre de Dios. Con esa decisión y
esa respuesta aparca otros proyectos. A lo mejor tenía sus aspiraciones, sus cosas, su “montaje mental”,
como tenemos muchos de nosotros.

¿Cómo se explica esta generosidad de María? Pues muy sencillo, porque está “entrenada” a ser
generosa. Como un deportista. ¿Por qué no se lesiona? Porque se ha entrenado, porque va al fisio…
María es generosa porque se ha acostumbrado a decir que sí. Dice que sí en lo grande, porque ha dicho
que sí en lo pequeño. Es generosa, porque está acostumbrada a dar, a entregarse. Y un ejemplo muy
claro de este entrenamiento en la generosidad es el mensaje que le dice el ángel sobre su prima Isabel:
que es mayor, que es estéril, que ha concebido y tendrá un hijo, porque para Dios no hay nada
imposible. Y María, en vez de pararse y decir sólo: mira que bonito, lo vamos a celebrar. No: la vamos a
ayudar. Mi prima, que es mayor, necesita que le eche una mano, que la ayude a preparar los pañales, a
preparar la cuna, para el que será San Juan Bautista.

Señor: ayúdanos a ser generosos. Ayúdanos a dar. A no ser tacaños. Quizás estos días próximos a la
Navidad son días muy buenos para pensar en eso, en la entrega, en la generosidad, que siempre cuesta.
Somos todos -yo me incluyo- egoístas. Somos un poco egoístas. Vamos un poco, -o un mucho- a la
nuestra. Casi sin querer, prescindimos un poco de los demás, de la familia. Como dicen los chicos
jóvenes, que, a veces dicen grandes verdades, vamos ‘a nuestra bola’. Mis planes, mis cosas favoritas. O
hacemos un poco de mercadeo: a cambio de que yo te haga esto, tú me haces esto otro, y vamos
muriendo poco a poco con ese veneno del egoísmo. Es como un veneno que nos va carcomiendo. Dice
san Josemaría en Amigos de Dios: “no pierdas tu eficacia, aniquila en cambio, tu egoísmo”, o sea,
aniquilado. Esta palabra viene de nihil, que significa nada: hacer que lo tuyo sea igual a nada, a cero.
“¿Tu vida para ti?, tu vida para Dios, para el bien de todos los hombres, por amor al Señor. Desentierra
ese talento, hazlo productivo”15. O sea, tu vida para Dios, tu vida para darle tu vida al Señor. Estamos
toda la vida aprendiendo a ser generosos. Y es una virtud en la que hay que ir creciendo. Los niños
pequeñitos, tan majos, tan simpáticos, sonríen y lo que queráis. Pero, sin embargo, inconscientemente,
son bastante egoístas. Fijaos, si no, que un niño dice enseguida; “mío”, y agarra fuerte el objeto deseado:
lo cogen y no lo sueltan. Las madres les enseñan a que comparta los juguetes con su hermanito. Hay que
enseñarle la generosidad. Hay que enseñarla desde pequeños a ver si aprenden, a ser generosos, a
compartir, a darle un poquito de lo tuyo a tu hermanita que te mira con ojos ansiosos. En fin, aprender a
dar con alegría. Tener ese entrenamiento.

15
S. Josemaría, Amigos de Dios, n. 47.

15
Otra dificultad que se suele dar es que no decimos no absolutamente. Lo decimos relativamente, que es
una forma de salir del paso. Decimos más tarde. Y a lo mejor también es falso. Más tarde tampoco. Pero
nos agarramos al “ahora no”. Ahora no. Es que ahora no tengo tiempo. Es que ahora me has pillado mal.
Si me lo hubieses dicho antes… Mi vida se ha complicado. Eso no es generosidad. Eso es caradura.
Mira, la Virgen fue generosa porque supo dar y fue creciendo en generosidad. Por eso la admiramos. Es
una virtud que hay que cultivar, que hay que hacer esfuerzos por ir haciendo que el yo pierda terreno y
lo gane la entrega generosa hacia los demás. Los problemas de generosidad con Dios, cuando Dios nos
pide algo y no se lo damos, en el fondo esconden un problema de amor: es que no le queremos. El
primer mandamiento de la ley de Dios: “Es amar a Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente” (Mc 12, 30). ¿Te amo así, Señor? Porque si digo que no, cuando me pides algo concreto,
una negación a un capricho, o un cambio de planes para atender al prójimo, es que, en realidad, no te
amo. Por lo menos, como debería amarte. Si no te doy mi tiempo de oración, por ejemplo, es que no te
quiero. No es que la vida se complique, es que te falta amor. Dios es lo más digno de ser amado. Nos ha
querido tanto, ha sido tan bueno con nosotros, nos ha dado la vida, nos ha dado la libertad, nos ha dado
el amor, todo eso nos lo ha dado Él. María trataba al Señor, por eso le quería tanto. Por eso dijo que sí,
por eso dijo hágase. Y nosotros, ¿cómo cogemos cariño al Señor? ¿cómo aumentamos nuestro amor?

Ahora vamos a recibir en Navidad al Niño, tan pequeñito, tan simpático, tan gracioso. Vive la Navidad.
Haz oración delante del Belén. Empápate de esa realidad, de un Dios hecho hombre, hecho niño que no
sabe hablar. Esto es lo maravilloso. La sabiduría del universo se encierra en un niño que no sabe hablar.
Emite sonidos de bebé, o sea. Quizás para aprender a tratar al Señor, debemos tratar a los niños.

Cuento una anécdota que me contaron. No sé si es verdad. Un chico en la mili escribía a su novia dos
veces al día. Es una anécdota antigua de cuando se hacía la mili y de cuando antes se escribía. Algunos
quizás añoráis esos tiempos en que se escribían cartas. Al cabo de los meses vuelve y se lleva la sorpresa
de que su novia se había casado con el cartero. Porque de tanto llevarle cartas, se había encariñado con
el cartero. “Ya no me escribas más. Ya esto se acabó”. ¿Por qué? Porque lo que hace coger cariño es el
trato. Así debemos tratar a Jesús, y dedicarle nuestro tiempo y procurar su presencia, verle, en los
demás, en el trabajo, en la vida normal. Ahí es donde hemos de procurar coger cariño al Señor. Además,
tenemos una ventaja: la ventaja de saber que el Señor nos quiere y nos quiere mucho. Es más fácil
querer a alguien que te quiere, que ya te quiere. Empieza él queriéndote y así, es más fácil de
corresponder, de apreciar y ver lo bueno que es Dios.

16
El Señor quiere que le amemos con todo el corazón. Hay que procurar que nuestro amor sea un amor
apasionado, no un poquito de amor para hacer las cosas de cualquier manera, guardando sí las
apariencias, las formalidades de la vida cristiana, como si fuese un traje de quita y pon. Eso no es un
amor apasionado, ni, en el fondo, quererle de verdad.

Y una vez hecho esto, orientando nuestra vida hacia el Señor llegará el momento de decirle: Bueno, Tú
le dijiste a María que tenía que ser Madre de Dios. Éste era su plan. Pues bien, ¿cuál es mi plan? Porque
el último Concilio, el Vaticano II, una de las doctrinas más importantes que proclamó, es que todos
estamos llamados a la santidad, es decir, no estamos llamados a la mediocridad, a hacer las cosas lo
mínimo. No. Estamos llamados a la santidad, y la santidad se consigue siguiendo uno su vocación
propia: los laicos, los sacerdotes, los religiosos, los consagrados, cada uno, podemos y debemos llegar a
la santidad.

¿Qué te pide Dios? Pensarlo. Son buenos días, estos de la Navidad, para pensarlo. A Mateo le dijo
Sígueme. A Pedro le dijo Sígueme. A Judas le dijo Sígueme. A Juan también. Y dice el Evangelio
“ellos, dejándolo todo, le siguieron” (Lc 5, 11). Pues se trata de pensar qué es nuestro todo, qué es todo
lo que tenemos que dejarte, Señor, para seguirte, para llegar a la santidad que nos pides. Dios tiene un
proyecto para mí. Y, en fin, ver un poquito por dónde viene el Señor. El Señor tiene sus canales para
comunicarse con nosotros, de manera, a veces, misteriosa. ¿Qué cosas nos está diciendo el Señor? Está
claro que si uno no es generoso, tranquilo, que no te dirá nada. ¿Qué te va a pedir? Si eres incapaz de
darle un rato de oración, si eres incapaz de hacer cosas por los demás… ¿qué quieres que te pida? Le
ponemos al Señor en las circunstancias de decir: “bueno, mira, por lo menos sobrevive, al menos,
respira”. Pero los que ya estáis quizás en camino hacia una intimidad mayor con el Señor, seguro que
nos va a pedir cosas más gordas.

Los planes de Dios. La aventura divina de la vocación. San Juan Pablo II, se plantea ser sacerdote
cuando está en la universidad. Siempre se había resistido a semejante noción, ser sacerdote. Dice uno de
sus biógrafos: “Pero ahora una idea que llegaría a convertirse en una de sus más profundas convicciones
empezaba a asumir forma la de que en los a veces desconcertantes designios de la Providencia no existe
nada parecido a la mera coincidencia”. Esto es muy interesante pensarlo en nuestra vida: ¿Por qué he
conocido a esta persona?, ¿Por qué he sabido de esta espiritualidad’, ¿Por qué he tenido esta desgracia?
A veces las desgracias nos hacen conocer la voluntad de Dios. Yo recuerdo, perdonar un recuerdo
personal de mi padre que falleció hace ya unos años. Pues mi padre no conocía el Opus Dei. Y yo que lo
conocía, le dije: hombre, papá, tienes que tienes que hacer un curso de retiro. Mi padre, que era gallego
como yo, dio largas y se resistió. Y en esto, en un viaje que hizo, iba con chófer y tuvo un accidente de

17
coche. Y tuvieron que operarle del estómago donde había tenido unas lesiones. No fue una operación
muy complicada, pero estuvo unos días en el hospital y, lógicamente, fui a verle al hospital y me dijo:
“Mira, este accidente ha sido un curso de retiro”. Y, efectivamente, fue un cambio. Después hizo un
curso de retiro, y poco después se hizo de la Obra. O sea que a veces los designios de la Providencia son
esto. Pues mira, nos dice el Señor, esto te sirve para pensar, para ver que la muerte estar más cerca de lo
que pensaba. O sea que tienes que espabilar un poco.

Siguiendo con la trayectoria de san Juan Pablo II: cosas que le van pasando: huérfano antes de la
mayoría de edad. Sus dones intelectuales y su antigua inclinación a una vida de oración. Su pasión por el
teatro. Le gustaba el teatro. Y entonces lo de ser sacerdote no cuadraba muy bien con el teatro. No se
trataba de incidentes fragmentarios en una vida, sino de postes indicadores a lo largo de una senda que
llevaba directamente al sacerdocio. Y esto se ve porque lo de ser un actor de teatro, que san Juan Pablo
II lo era. Se ve en las cosas que recordamos los que somos ya un poquito más mayores. Cómo dominaba
la escena. Sabía moverse por el escenario, levantar las manos, bendecir. Su inclinación como actor le
servía para hacer algo por Dios también. “No se trataba de una cuestión de la propia elección de la
vocación en contra de otros. Durante la primavera y verano de 1942 creció en él la convicción de que
había sido elegido y de que ante esa decisión sólo podía existir una respuesta”16.

¿Qué quiere Dios de mí? Hay que saberlo. No nos podemos morir enterándonos media hora antes. Yo
quería, pero ha llegado tarde, Señor. En fin, que hagamos lo posible por entrenarnos a ser generosos.

Este tiempo de Navidad es fantástico. Es un tiempo especial, como decía el Papa Francisco, para
saborear la ternura de Dios. La ternura: esa expresión la usa mucho el Papa Francisco. Son días para
estar más tiernos con el Señor, más sensibles al amor de Dios. Podemos pedir a la Virgen que vivamos
muy bien esta Navidad, y alimentemos nuestra vida en ser generosos con Dios procurando decirle
siempre que sí. Todo lo que nos pida el Señor no solo es lo bueno, es que es lo mejor. No hay nada
mejor que corresponder a la voluntad de Dios.

16
G. Weigel, Biografía de Juan Pablo II. Testigo de esperanza, Plaza y Janés, Barcelona 1999, p. 105.

18
La Visitación de la Virgen17

Esta meditación tiene como objetivo pedirle a la Virgen que nos enseñe a amar. De hecho, hay una
advocación de la Virgen que es la Madre del Amor Hermoso que nos recuerda precisamente esta
realidad: que la Virgen nos enseña el amor hermoso: como querer de verdad a Dios y a los demás.

La Virgen es amable, es fácil de amar. Y quizá una escena de su vida nos facilita entender mejor esto. Es
la Visitación. Cuando María va a ver a su prima Santa Isabel. Como explica nuestro Padre en el Santo
Rosario: “Ahora, niño amigo, ya habrás aprendido a manejarte. —Acompaña con gozo a José y a Santa
María… y escucharás tradiciones de la Casa de David: Oirás hablar de Isabel y de Zacarías, te
enternecerás ante el amor purísimo de José, y latirá fuertemente tu corazón cada vez que nombren al
Niño que nacerá en Belén”18.

Vamos a intentar contemplar esta escena de la Visitación. Nuestro Padre, que meditaba mucho estas
escenas, dice que San José le acompañaba. No todos los Padres de la Iglesia están de acuerdo con esto.
Algunos sí y otros no. Pero bueno, es su meditación y su manera de pensarlo. Y quizá ahora que estamos
en los domingos de San José, le pedimos a San José ayuda para entrar en esta contemplación de la vida
de la Virgen que va a ver a su prima, porque el ángel le ha dicho que está esperando un niño aquella que
llamaban estéril.

Vamos a contemplar. Contemplar quiere decir pedirle al Espíritu Santo luces. Quiere decir meternos en
la escena como un personaje más, un poco como hace nuestro Padre. Tú y yo le acompañamos, le
seguimos. Estamos ahí, a su lado. Procuramos verlos despacio. Que hagamos ese esfuerzo para dejar al
Espíritu. Santo que actúe. “Caminamos apresuradamente hacia las. montañas. Hasta un pueblo de la
tribu de Judá. Llegamos. Es la casa donde van a nacer Juan el Bautista”. San Juan salta en el seno de
Isabel para saludar a Jesús. O sea, es como un anuncio de que ahí está el Mesías. De acuerdo que para
17
Meditación dirigida el 31.I.21.
18
Santo Rosario 2º Misterio de Gozo.

19
Isabel tiene su importancia, el hecho de que María vaya a visitarla. Pero el Espíritu Santo nos dice que
en esa escena están ocurriendo cosas. Y que hemos de procurar sentir, hemos de unirnos al corazón de
María.

En Camino hay un punto que nos habla de esto. Dice san Josemaría: “No estorbes la obra del Paráclito:
únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones… y las
espinas, y el peso de la cruz…, y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en
desamparo... Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su
llagado Corazón”19. No te quedes fuera. Métete en el Corazón de Cristo. En su Corazón llagado. Métete
ahí. Y ahora que estamos con la Visitación, métete en el Corazón de María. ¿Qué siente María? Que
tiene en sus entrañas a Jesús. Pues tiene en el corazón un gran amor a su prima. Tiene esos deseos de
entregarse, de ayudarla. Por eso María nos enseña el espíritu de servicio.

El ángel le había dicho, como un ejemplo para mostrar el poder de Dios, ante lo que le está proponiendo:
ser Madre de Dios. Fíjate, le dice, cómo tu prima va a tener un hijo, porque para Dios no hay nada
imposible. Aunque sea estéril, aunque sea mayor. Dios no se para en las dificultades. Y María, en vez de
decir: Hombre, ¡qué bonito!, ¡qué maravilla!, ¡asombroso el poder de Dios! Dice, en cambio, para sus
adentros: “Esta mujer necesita ayuda. Hace falta alguien que le lave, que le cosa, que le vaya a echar una
mano. O sea, el espíritu de servicio, la caridad. María ha entendido. Por eso nuestro Padre dice: “A ver si
tú y yo aprendemos a. manejarnos”. En este mundo del servicio. En este mundo del amor. Que
aprendamos de Santa María. Nuestro Padre tenía esta idea del amor, del servicio, decía: “Poner el
corazón en el suelo, decía, para que los demás pisen blando”20.

Cuando acabó la guerra civil española. Nuestro Padre fue a la antigua academia DYA. Y estuvo viendo
lo que quedaba entre los escombros. Había estado en el frente de batalla prácticamente, padeciendo los
bombardeos de la zona universitaria. Había varios obuses que habían perforado la estructura. Y estuvo
allí mirando y encontró un cuadro por el suelo que era el mandatum novum: “Un mandamiento nuevo os
doy: que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Jn 13, 34). Y lo recogió con cariño, y se lo
llevó, y pensó: esta es la herencia de una guerra: que os queráis. De acuerdo, mira que en una guerra hay

19
Camino, n. 58.
20
Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere, Palabra, Madrid 2020, cap. XII, nota 52.

20
odios, que en una guerra hay barbaridades. Por eso el mandatum novum: amaos los unos a los otros,
como yo os he amado, forma parte de nuestra identidad.

Dice Camino: “Un mandato nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. En esto conocerán que sois
mis discípulos. Y San Pablo: Llevad unos la carga de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo. Yo no
te digo nada”21. No te digo nada para que tú pienses por tu cuenta. ¿Qué haces para llevar la carga de los
demás? ¿Qué haces para querer a la gente que tienes alrededor? Y la edición crítica de Camino recuerda
ese hallazgo del mandatum novum de la Academia DYA22. Decía: “Está bastante bien conservado”. Ese
cuadro con esa frase del Evangelio. Y nuestro Padre vio que era lo permanente, como una metáfora:
Cuando todo se derrumba, lo permanente es el amor. Cuando está todo hundido. Ahí está lo permanente:
quererse. Lo necesario para reconstruir.

A veces pensamos en esta civilización en la que estamos donde hay tantas cosas injustas. Donde se ha
aprobado la eutanasia. Eso es “una civilización que se tambalea” decía nuestro Padre: está todo fatal.
Hay que reconstruir este mundo que tenemos alrededor, que es tan egoísta. Donde hay tanto odio, donde
hay tanta falta de querer a la gente. Tanta falta de cariño. El fondo de la eutanasia es falta de cariño a los
ancianos. Hay que quererlos de verdad. No quererlos y eliminarlos. ¡Eso no! Querer a la gente,
ayudarles de verdad. Quitándoles el dolor. Decía nuestro Padre en aquella época: “Estas palabras de San
Pablo, que hemos leído en Camino, también deberán campear en los oratorios de la Obra de Dios”23:
Llevad los unos las cargas de los otros.

Nuestro Padre tenía muy claro que el amor lo es todo. Que con el amor somos invencibles. Y que la falta
de amor, o sea, la pendiente hacia abajo, que es la falta de amor, es un desastre. ¿Por qué? Porque hace
que la gente sea egoísta, porque inclina a la tibieza. “Eres tibio, dice Camino también, si haces
perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor”24. Está claro que, en las cosas de Dios,
hay que poner el corazón. Pero añade: “si buscas con cálculo o ‘cuquería’ el modo de disminuir tus
deberes”, o sea, si procuras escabullirte de tus deberes con los demás. Tus deberes de atención. Tus
deberes de cumplir tus encargos para que la gente esté tranquila y feliz. Si buscas con cálculo o cuquería
el modo de disminuir tus deberes. Esto también en la edición crítica de Camino dice que este punto lo
21
n. 385.
22
Cfr. Comentario al n. 385.
23
Ib. p. 556.
24
n. 331.

21
predicaba a los sacerdotes en Vergara en un curso de retiro. Los sacerdotes que volvían de una guerra,
que tenían que perdonar, que tenían que volver a su sitio. A ellos, les animaba con esas palabras, para
que echasen fuera la tibieza, y se pusieran en seguida a servir. En el fondo, el amor es cumplir con los
demás. Cumplir lo que esperan: ¿qué esperan de nosotros? ¿Cómo puedo ayudar yo a la gente que tengo
alrededor? Y añade en el punto de Camino sobre la tibieza que estamos comentando: “Si no piensas más
que en ti y en tu comodidad”. Puedo pensarlo: a veces mis pensamientos, ¿sobre qué son? A veces uno
piensa simplemente en estar tranquilo. Es una cosa que a todos nos gusta: estar tranquilos. Que no me
mareen, que no me molesten, que no me pregunten nada. O sea, que desaparezca. Pues eso es lo más
cómodo, desde luego, pero no es lo mejor. No es lo que nos hace felices. Lo que nos hace felices es
darnos a los demás. Es que abusen un poquito de nosotros en el sentido de pedirnos favores, de pedirnos
cosas, de estar al servicio de los demás. “Si no piensas más que en ti y en tu comodidad”.

Que seamos sinceros con Dios. Este día de retiro, es un momento de sinceridad. Un momento bueno
para decirle al Señor: yo me entrego, yo me doy a los demás. ¿O qué hago?, ¿a qué me dedico?, ¿cuál es
mi actividad? ¿Me doy a los demás?

Bueno, ¿qué más cosas salen de esta contemplación de la Visitación de María? Pues sale la fe de María.
María cree. María, al anuncio del ángel, responde que sí. “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí
según tu palabra”. Y a continuación, dice el Evangelio, se puso en viaje, en camino, hacia la montaña, de
prisa: En camino, de prisa, hacia la montaña. Eso es la fe. Una fe que empuja a obrar. A veces decimos:
“Yo tengo mucha fe, yo creo, yo pido cosas a la Virgen, a Montse Grases, a Isidoro…” Bien, ¿pero
obras en consecuencia? ¿Pero pones confianza en que las cosas saldrán? ¿O tienes tus dudas?

Contrasta la fe de María con la incredulidad de Zacarías, que es el otro protagonista de la Visitación.


Allí estaba Zacarías, mudo. Pero mudo ¿por qué? Porque no se lo creyó. Cuando le anuncia el ángel que
tendrá un hijo, dijo Zacarías al ángel: ¿Cómo conoceré esto?, pues yo soy viejo y mi mujer de edad
avanzada. Y el ángel le respondió: Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios. Gabriel, podía pensar:
pero vamos a ver, tú, ¿qué te has creído? Vamos a ver, Zacarías, ¡hombre! Yo soy Gabriel, el que está
delante de Dios. ¿Qué dudas son las tuyas? “Y he sido enviado para hablarte y darte esta buena nueva.
Desde este momento quedarás mudo y no podrás hablar hasta que se cumplan las estas cosas. Porque no
has creído en mis palabras que se cumplirán a su tiempo” (Lc 1, 20).

22
No sabemos el tono de voz del ángel, pero lo imaginamos un poco enfadado. El Señor se puede enfadar
un poco con nosotros. Nunca se enfada ni el Señor, ni el ángel, ni nadie. Pero, a lo mejor sí oír en un
tono de voz bajo que diga: “oye, pero vamos a ver, después de tantas cosas que has visto, después de
tantas maravillas, después de tanto perdón de Dios que has recibido en tu vida, ¿cómo dudas?”

Nuestro Padre tenía mucha fe. En los tiempos de la guerra transmitía a sus hijos esa fe en Dios. Cuenta
la biografía del Vázquez de Prada sobre san Josemaría: “Todos tenían la seguridad de que el Padre había
arrancado a sus hijos de las garras de la muerte a fuerza de suplicar al Señor. El caso de Chiqui de don
José María Hernández Garnica es uno entre muchos. Estaba allá arriba del camión con los otros
prisioneros que iban a fusilar, cuando se oyó una voz que le llamó por su nombre y le mandó bajar.
Arrancó el camión hacia la muerte. Y Chiqui volvió a su celda”25. Ocurrieron cosas un poco de este tipo,
un poco milagrosas, porque nuestro Padre rezaba. Tenía fe. Sabía que la Obra tenía que salir adelante y
necesitaba a sus hijos vivos.

Es curioso cómo la falta de fe hace que uno no funcione como Dios quisiera. La falta de fe de Israel: La
liberación de Egipto, el nutrirse con el maná, la guía del Señor… Pero, sin embargo, protesta: ¡es que no
tenemos agua, es que las ollas de Egipto, es que ahí comíamos!, aquí estamos en el desierto… Y, en
castigo, ninguno entró en la tierra prometida, excepto Josué. O sea, Moisés no entró por dudar en las.
aguas de Meribá. Fueron castigados por su falta de fe. El Señor sufre con nuestra falta de fe.

Fe en el Señor. Nuestro Padre cuando fue a Argentina en el año 1974, fue en un momento de terrorismo
en Argentina. De hecho, le pusieron dos escoltas, a los que llamaba sus “ángeles custodios”, que iban a
todas partes. Y cuando fueron las tertulias en el Teatro Coliseo en las que había miles de personas,
nuestro Padre tuvo dudas: ¿no será una imprudencia?, que tenga lugar un acto terrorista, como poner una
bomba,.. Y uno ve las películas de esas tertulias, que son tres, y son una maravilla. Preciosas. Se ve el
corazón de los argentinos. Son estupendas. Yo no sé si se pueden calificar, pero a mí me parecen las
mejores. Y la primera vez que se usaba el Coliseo, nuestro Padre se asustó y dijo: ¿no es una
imprudencia esto? Y hubo que cerrarlo y con perros policías olfateando a ver si había bombas, o sea, una
prevención tremenda. Pero fue una maravilla. Y a la vuelta de la primera de estas tertulias, cuando

25
A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei II, pp. 56-57.

23
volvían en coche, nuestro Padre iba diciendo por lo bajo: Josemaría, ¿por qué has dudado después de
tantos años? Don Álvaro le decía: pero Padre, ha sido usted muy valiente, no se preocupe. Pero nuestro
Padre iba diciendo eso: ¿por qué has dudado?

Bueno, que no dudemos. Que no dudemos de la fuerza de Dios, del poder de Dios. Pero en lo ordinario.
Nuestra fe hay que testimoniarla en la vida ordinaria. Hay que dar testimonio de nuestra fe, no sólo
cuando concurran circunstancias extraordinarias. Si no ahora: en la pandemia, en medio del bollo. Y en
sacar adelante la labor apostólica en estas condiciones. Teniendo fe.

Un ejemplo es la fe de María. La fe de María se entrelaza con su humildad. O sea, para tener fe, hay que
confiar en Dios. Y para esto hace falta humildad. De hecho, en esta escena de la Visitación, María,
después del saludo inicial y de que el niño salta en el seno de Isabel, prorrumpe en un canto de acción de
gracias a Dios, que es el Magnificat: “Mi alma glorifica al Señor, se llena mi espíritu de gozo en Dios,
mi Salvador. Y añade Santa María: Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Por eso,
desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho cosas grandes el
Todopoderoso, cuyo nombre es santo… Y su misericordia pasa de generación en generación para los
que le temen” (Lc 1, 44-50). Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Atribuye al Señor
todo. Por eso nosotros también necesitamos esa humildad, ese ver que es Dios quien actúa. Ese ver que
si la fe se une a la humildad. Señor, contigo todas esas cosas antes, más y mejor. Tú harás que tus planes
se cumplan.

Saber que Dios tiene un plan y que formamos parte de ese plan. Atribuir al Señor todo lo que nos da.
Nosotros somos parte del plan de Dios. Hay siempre una desproporción. Entre lo que nos pide Dios y lo
que somos. Y esa desproporción se da también en nuestra vida.

Cuando estaba en Italia me contaron una historia divertida de un guardabarrera del tren. Entonces era
una época en que los guardabarreras vivían allí, en una casita con la familia. Y un día inauguraron un
tren en Italia que se llamaba Il treno azzurro, el tren azul, que era precioso, era coche-cama. Era un tren
de lujo, muy bonito. Pero cuando pasaba por el sitio del guardabarrera iba a toda velocidad, no paraba.
Entonces la hija del guardabarrera, que tenía unos 12 años más o menos, le dijo a su padre: ¿no puedes
hacer que pare un poco el tren? Y su padre le dijo: yo soy guardabarrera, ¿qué quieres que te diga? Pero

24
como para acabar la conversación le dijo: “Díselo al ministro. Escríbele al Ministro de Transporte”. Y la
niña dijo: “¡Ah! Pues le voy a escribir”. Y se enteró de la dirección con la guía de teléfonos y le escribió
al ministro. Querido señor Ministro…, Querría ver el tren, il treno azzurro. ¿No podría parar aquí un
momento?, y le explicaba quien era. El caso es que la carta llegó por un casual a la mesa del ministro. Y
le hizo gracia: aquella carta escrita con caracteres de niña. Y le pareció bien la idea. Y un buen día, el
tren se paró y el revisor salió con un ramo de flores para dárselo a la niña y acompañarla por todo el
tren. Y la niña encantada de la vida. Le pareció todo la mar de normal, ante la mirada atónita de sus
padres. “Le he escrito al ministro y por tanto aquí está”. En fin, ya se ve que había bastante
desproporción.

Así pasa con nuestro Señor: lo que nosotros le pedimos es tan pequeño y lo que Él nos da es mucho
mayor que nuestra capacidad, y que nuestra dignidad. Por tanto, ser humildes. “No podemos admitir,
decía nuestro Padre, ni por un instante, ningún pensamiento de soberbia, por cualquier servicio nuestro a
Dios. Porque en ese mismo momento dejaríamos de ser sobrenaturalmente eficaces” 26. Pensarlo, porque
a veces se nos mete un poquito la vanidad: he hecho esto y lo otro, nos lo acabamos creyendo...
Tenemos que ser muy humildes. Nuestro Padre nos insistía muchísimo en la humildad. En ver que lo
poco que hacemos es: ayudar a los demás. Ayudarlos con el servicio. Darles el corazón, darles nuestra
sonrisa.

También decía nuestro Padre: “El que es humilde no lo sabe y se cree soberbio. Y el que es soberbio,
vanidoso, necio, se considera algo excelente. Tiene poco arreglo mientras no se desmorone y se vea en
el suelo. Y aún allí puede continuar con aires de grandeza. También por eso necesitamos la dirección
espiritual. Desde lejos contemplan bien lo que somos. Como mucho, piedras para emplearlas abajo en
los cimientos, no la que irá en la clave del arco”.

Vamos a pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a contemplar en la vida de la Virgen esta maravilla que
es el amor de Dios. Es decir, en el fondo, María refleja el amor de Dios. Es como la luna. La luna refleja
la luz del sol. El sol de Dios se refleja en la vida de la Virgen, en especial en este amor tan grande que
tiene a los demás, que somos sus hijos. Por eso se llama Madre del Amor Hermoso. ¡Qué bonita
expresión: Madre del amor hermoso! Y el amor hermoso es Jesús. Pero el amor hermoso también es el

26
S. Josemaría, Carta 3, n. 88.

25
Corazón de María. María quiere a la gente. María sabe darse a los demás. Sabe darse a santa Isabel.
Sabe darse a sus hijos, que somos nosotros y nos enseña ese camino que es de amor. Pidámosle a la
Virgen y a San José que nos enseñen este camino del amor.

26
Las bodas de Caná27

Vamos a hacer nuestra oración, como siempre, hablando con Jesús y teniendo en cuenta que a veces no
sabemos bien qué decirle. Y, por eso le preguntamos: “Señor, ¿qué te digo hoy? No sé bien ni cómo
empezar”. Pero tenemos una ayuda muy importante, que es la Iglesia. La Iglesia nos lo dice
especialmente en la Santa Misa. Las oraciones que nos propone en la liturgia diaria, en ese día por lo
menos tenemos que intentar que nos sirvan de falsilla para hablar con el Señor. Pues bien, la Iglesia, este
Tiempo Ordinario que estamos viviendo, lo prepara con unos evangelios que nos ponen delante de
nuestros ojos y que podemos meditar. Así el domingo que hace las veces del primer domingo del
Tiempo Ordinario se lee el bautismo de Jesús. Y el segundo, si os acordáis, porque fue el domingo
pasado, leíamos en el año C, las bodas de Caná. Bueno, pues es una clara indicación para vivir el tiempo
ordinario, que, como el nombre indica es un tiempo normal, un tiempo tranquilo. Bueno, más o menos
tranquilo, ya que el COVID nos ha alterado la tranquilidad.

El relato evangélico de las bodas de Caná está al comienzo del Evangelio de San Juan. Es el segundo
capítulo. San Juan, en el primer capítulo, compone lo que se llama el “Prólogo”: esos 18 versículos que
comienzan así: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios” (Jn
1, 1). Y enseguida cuenta la actividad de Juan, de Juan el Bautista: cómo Juan el Bautista, dice que no es
el que se le espera y que además él bautizó al Señor y se oyó la voz del cielo. Entonces el evangelio de
San Juan narra tres días seguidos: Primero, esta declaración de San Juan Bautista acerca del bautismo.
Segundo, la elección de los discípulos en ese segundo día; y, a continuación, en el capítulo segundo ya,
las bodas de Caná (cfr. Jn 2, 1-11). Y dice así: “Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y
estaba allí la Madre de Jesús”. Ahora veremos, pues, la actuación de María. Y cómo María hace que
comience la vida pública del Señor. Sigue el texto evangélico: “fueron invitados también a la boda Jesús
y sus discípulos”. Y por lo que parece, a lo mejor no habían avisado, porque el maestresala no tenía
suficiente vino, no lo había previsto, pues ahí estaban los discípulos que eran unos cinco o seis por
entonces. “Y faltando el vino, que es lo que pasó, la madre de Jesús le dijo: ‘No tienen vino’. Jesús le
respondió: ‘¿Qué nos va a ti a mi, mujer? Mi hora aún no ha llegado’. La madre dijo a los sirvientes:
‘Haced lo que él os diga’”.
27
Meditación dirigida el 29.I.22.

27
Pero ocurren muchas cosas en poco tiempo. Los evangelistas son súper sobrios, cuentan las cosas casi
telegráficamente: Faltó el vino. “No tienen vino, dice María. Haced lo que Él os diga, añade”. Antes,
¿que había pasado más o menos? Los exégetas, aunque no están muy de acuerdo —como casi siempre
—, dicen que habían pasado dos meses desde que Jesús sale de Nazaret. María conocía la misión del
Señor. Pero, quizás, habría en su alma un poquito, ¿cómo decirlo? de tristeza. La gente vendría
preguntando: “¿Dónde está Jesús?”. Y, María diría: “No lo sé. Se fue”. Tampoco explicaría mucho
acerca de la misión de Jesús, como no le explicó a San José su concepción virginal. “¿Y volverá?”,
continuarían preguntando. “Hombre, tenemos esta silla para arreglar…”
—Pues me parece que no.

En fin, no sé cómo lo diría. Con un poco de dolor quizás. No sé, sufría. Conocía la misión de Jesús de
manifestarse a Israel. De hecho, le extrañaba que tardase 30 años en revelarse. No sabía cómo y
entonces pasaría un poco como cuando Jesús fue perdido y hallado en el Templo, que no entendió su
respuesta. Pero da igual. María sonríe. María cree. Ella es la mujer de la fe.

Y de hecho, le dice aquí “mujer, no ha llegado mi hora”. Los exegetas dicen: esta palabra “mujer” en
hebreo es mara. Y no es tan fuerte como como en español. Más bien significa “señora”. No exactamente
señora, pero algo parecido que incluye respeto y sumisión como hijo. Es la misma palabra que dijo Jesús
en la cruz: “mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26). Nos falta además conocer los gestos, pero para eso
está la imaginación. A veces podemos pensar: ¿para qué me sirve la imaginación? Si me da más
problemas que los que me resuelve. Pero en cambio, si pensamos en los gestos: ¿cómo le miraría María?
Con cariño, sin duda. “Oye, he visto que no tienen vino”. Y entonces, un “no” acaba en “sí”: “Haced lo
que os diga”. Ya está. Ya está segura de que Jesús va a actuar.

Los evangelios apócrifos dicen que Jesús hizo muchos milagros en la vida oculta. No es verdad, no
hacía milagros. San Josemaría dice que no, que llevaba una vida normal. Era un niño normal. Tardaba
en manifestarse. La contemplación de esta escena en la presencia de Dios nos lleva a pensar en esos
gestos de María, de cariño con los novios, y de decir: “hay que hacer algo, Jesús, lo dejo en tus manos”.

28
La contemplación es eso: mirar el Evangelio viendo un poco más allá del mero texto. Para eso está el
Espíritu Santo. El Concilio Vaticano II dice que la Biblia hay que leerla con el mismo Espíritu con que
fue escrita28. El hagiógrafo, el autor sagrado, que oye al Espíritu Santo, que le dice: “¡Venga! Lucas,
Mateo, Marcos, pon esta palabra, pon esta expresión”. Pasa algo similar en las negaciones de Pedro: que
Pedro lloró amargamente. Dice: “Jesús le miró”. ¿Cómo sería esa mirada de Cristo que hace que Pedro
llore amargamente tras haber negado a su Maestro? La contemplación es eso: meterse en el Evangelio,
mirar el rostro de Cristo, mirar a María, mirar a la Virgen, sentirse mirados por Ella.

De hecho, este comienzo del segundo capítulo de San Juan, comienzo además de la vida pública, dice
que fue el primer milagro. El versículo 11 dice: “así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de los
signos —lo de convertir el agua en vino— con el que manifestó su gloria”. San Juan Evangelista, que
escribió el Evangelio muchos años más tarde, y las palabras que usa son: gloria, verdad, luz… Parece
que ha meditado mucho estas estas cosas y concluye: “manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en
Él”. De manera que esta escena del Evangelio es para que nosotros aumentemos nuestra fe.

El agua se convierte en vino. Eso es suficiente para creer. Ya no quiero saber nada más, Señor. Ya está.
Ya creo. Ya creía un poco, pero ahora más. Dice nuestro Padre en el comentario al misterio de luz de las
bodas de Caná: “Si nuestra fe es débil, acudamos a María. Por el milagro de las bodas de Caná que
Cristo realizó a ruegos de su Madre, creyeron en él sus discípulos, y añade nuestro Padre, nuestra
Madre, intercede siempre ante su Hijo para que nos atienda y se nos muestre de tal modo que podamos
confesar: Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”29. De hecho, el Evangelio de San Juan más o
menos concluye así, pero añade después otra frase: “Estas cosas han sido dichas para que creáis que
Jesús es el Hijo de Dios” (Jn 20, 31). Este es el objetivo pues: que creamos. Por eso el Señor, con esta
escena de las bodas de Caná aumenta nuestra fe. Es para que crezca la fe.

A veces la fe cuesta, a veces se tienen dudas. No sé, a veces se nos quitan un poco las seguridades. San
Agustín dice en una de sus obras: “Creeré cuando comprenda, entenderás cuando creas”30. O sea, si
quieres entender, cree. Es curioso que la gente opone la razón a la fe. Esto es un error grande. San Juan
Pablo II, en su penúltima encíclica Fides et ratio dice: “la fe y la razón son como las dos alas con las

28
Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum, n. 12.
29
Santo Rosario, 2º misterio de Luz.
30
S. Agustín, De utilitate credendi, cap. 9 y 10, nn. 21-24.

29
cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”31. Si tienes sólo un ala, es como
el helicóptero que le quitas una hélice: se pone a dar vueltas. Si no tienes las dos alas, no te elevas. Una
cosa que dicen los filósofos, o algunos filósofos al menos, es que estamos en un momento de crisis de la
filosofía, porque la filosofía no se eleva. Se está filosofando sobre temas banales, sobre lo que llaman el
pensamiento débil, la posmodernidad, o el pensamiento líquido. Dan ganas de preguntar: Pero, ¿de qué
estamos hablando? ¿Y los grandes temas: la creación, Dios, el hombre, el sentido de la vida…? La fe y
la razón son esas dos alas que elevan el entendimiento. Y no nos elevamos si prescindimos de esa gran
luz que es la fe. La fe es por tanto luz. Es un don de Dios. Es un poco esto que dice San Agustín, lo de
“entenderás cuando creas”. O sea, como un don de Dios. Dios te lo presta para que puedas creer y
entender. Por eso es muy conveniente pedírsela al Señor con humildad. Señor: dame la fe, dame por lo
menos un ratito de fe. Hay gente que no tiene conexión wifi, y tampoco tiene datos, pero hay un sistema
en los móviles iPhone que te puede prestar la wifi el vecino y entonces ya puedes entrar en la red. O sea,
el Señor te deja la fe para que puedas entender, para que puedas creer: el wifi de la fe.

Después esas palabras de María: “haced lo que Él os diga”. ¡Que son tan importantes! Porque si no
hacemos lo que dice Jesús, ¿qué hacemos? Dice nuestro Padre en Es Cristo que pasa: “María les dijo:
Haced lo que Él os dirá. De eso se trata; de llevar a las almas a que se sitúen frente a Jesús y le
pregunten: Señor, ¿qué quieres que yo haga?”32 Por eso la gente que un poco se plantea la vocación y la
respuesta a Dios, lo más sencillo es acudir a María, que te dé el impulso. Dile a Jesús: ¿Y qué me dices,
Jesús? ¿Qué quieres que haga? Dime las palabras tú. Aunque cueste, porque a veces cuesta lo que dice
Jesús. No son cosas fáciles. Y, de hecho, en esta escena tan bella de las bodas de Caná, nos cuenta que
había allí seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos. Las tinajas normalmente no eran de
piedra, eran de arcilla, de barro cocido. Y estas eran de piedra porque eran más grandes. Eran para las
purificaciones. Normalmente había agua para beber y agua para purificarse, para lavarse las manos.
Éstas con una capacidad de dos o tres metretas, que vienen a ser al parecer unos 40 litros más o menos
cada una. “Jesús les dijo: ‘llenad de agua las tinajas’, y las llenaron hasta el borde” (Jn, 2, 7).

Debió de costar acarrear 40 litros con cubos, pues no había otra manera de hacerlo en aquella época. No
solo le hicieron caso a Jesús, es que quizás María, les debió de mirar de tal forma cariñosa y animante,
que no les quedó más remedio que hacerle caso. O sea, que se dirían: ¿qué hay que hacer? Vale, venga,
31
San Juan Pablo II, enc. Fides et ratio, n. 1.
32
Es Cristo que pasa, n. 149.

30
llenamos las tinajas. ¿Qué más? Es decir, lo que nos pide Jesús al pie de la letra, tal cual. Si no, no hay
milagro. Si no, no hay fe. Si le ponemos pegas al Señor, pues no hay manera. Por eso nosotros hemos de
ver que Jesús nos dice cosas como a estos sirvientes. Y también oímos a nuestra Madre que nos dice:
“haced lo que Él os diga”. Y eso en nuestra vida ordinaria. No se trata de hacer cosas raras.

Nunca había pasado antes convertir el agua en vino. Pero ellos, aún así, hacen su trabajo. “Llenad las
vasijas, dice nuestro Padre en el Santo Rosario, y el milagro viene así, con esa sencillez. Todo
ordinario”33. Y, nuestro Padre insiste en no hacer cosas raras, en no buscar sensaciones curiosas. Como
se dice ahora, en “no hacer el indio”. Sigue el comentario de san Josemaría: “El agua estaba al alcance
de la mano (o sea que las tinajas llenas de agua). Y es la primera manifestación de la divinidad del
Señor. Lo más vulgar se convierte en extraordinario en sobrenatural cuando tenemos la buena voluntad
de atender a lo que Dios nos pide”.

Bueno, esto es lo que nos pide Dios: buena voluntad. O sea, abrirnos a la gracia. ¿Cuántas veces nos lo
decía San Juan Pablo II: “Abrid las puertas de vuestro corazón a Cristo”34? Abrid las puertas. Pues
venga, que seamos capaces de esto: en nuestro trabajo, cumplir bien nuestro oficio. Ahí está el milagro.
Porque se convierte en sobrenatural. Porque lo notamos. El milagro de lo ordinario. ¡Qué paz da cumplir
el deber!: hacer las cosas que tenemos que hacer. ¿Qué hemos de hacer? Haz lo que te dice Jesús. Pues
hombre, tu deber, los deberes de estado que tiene todo el mundo, por el hecho de ser padre, trabajador,
hijo, hermano; en la sociedad cumplir las leyes: las leyes de tráfico, las fiscales también. O sea, ese es el
milagro: hacer la voluntad de Dios en cosas súper normales.

Por eso, Señor, te pedimos entenderte: ¿qué nos quieres decir con los gestos que haces, con las palabras,
con el Evangelio?; y tenemos ahí una gran fuerza, porque el Señor nos lo da como masticado, como
trabajado, para que aprendamos también nosotros a hacer lo que nos pide Jesús en las cosas normales de
la vida. Sin racanear. Aquí insisten los predicadores que comentan esta escena evangélica, que tiene que
ser, como los servidores de las bodas, hasta el borde. Venga, tienes que llegar al borde. Si no llegas hasta
el borde, no hay milagro. Quizás no habría milagro. Es que Jesús dice: “Oye, es que no estás por la
labor. Te he dicho una cosa y la has hecho en un setenta por ciento, ochenta por ciento. Te falta tener un

33
Santo Rosario, Ib.
34
San Juan Pablo II, Homilía, 22.X.1978.

31
corazón más grande, no regatear con Dios”. Además, fíjate y claro, llenan las tinajas y después las tienen
que llevar al sitio, que pesaban bastante. La ocurrencia es entonces: si la lleno menos, pesará menos. Es
que es evidente, la tentación está ahí. Aplicado al trabajo de cada día, se nos puede ocurrir: “bueno, oye,
mira, el jefe no viene, que tiene COVID. Aquí estoy con el teletrabajo, me voy a tomar un media-
mañana”, que se alarga y se alarga... Racaneamos. Pues vamos a pedirle al Señor que seamos generosos,
que le digamos que sí en lo grande y en lo pequeño.

Y en la Santa Misa, poco antes de la comunión, le decimos al Señor que nos libre del pecado y nos
proteja de toda perturbación. Le pedimos al Señor tener una paz profunda, sin perturbación. Para eso
hace falta hacer la voluntad de Dios. Hace falta hacer lo mismo que en la propia Santa Misa. La Misa se
compone de muchos detalles pequeñitos. Y se trata de cumplirlos con amor. Es un silencio, un gesto...
Que nos quite toda perturbación si lo hacemos bien, si cumplimos tu voluntad.

Y la última parte de esta meditación es detenernos en los sacramentos. En esta escena hay tres
sacramentos. El primero es el matrimonio y se suele considerar que la institución del matrimonio, donde
se da la bendición de los novios y la presencia de Jesús, es aquí en las bodas de Caná. El Señor y la
Virgen santifican el matrimonio de esos novios y se alegran con ellos. Comparten la fiesta. En varios
sitios que he leído uno dice que las bodas duraban siete días. Otros no dicen que tanto sólo dos o tres y
otros uno, o sea que tampoco está muy de acuerdo. Pero bueno, se acabó el vino porque se supone que
había bastante vino, pero se acabó. Eso provocaría que se perdería la alegría. En el fondo es María la que
se da cuenta porque es también ama de casa. Se supone que también ayudaba un poco a preparar las
cosas y tendría quizás que ver donde estaba guardado el vino y que se va a acabar. El ambiente de la
escena hace ver que el Señor disfruta. No está ahí un poco forzado, al revés, está encantado. Y además
acompañaban al novio, como se explica en la parábola de las vírgenes con las lámparas de aceite. Toda
una ceremonia. Los judíos son muy ceremoniosos. Cuando uno va a Tierra Santa, se da cuenta de que
hay muchas fiestas. Ahora tocan el acordeón y van bailando. La cosa tiene su gracia y es simpático. Da
la impresión de que el Señor disfruta en esta fiesta de bodas y nos está diciendo sin palabras que el
matrimonio es camino de santidad. Tenemos que hacer ver esto a la gente que viene a la labor de la
Obra: que el matrimonio es camino de santidad. Te llama Dios a eso. Te puede llamar también a otras
cosas también buenas, como el celibato. Pero Dios tiene una llamada clarísima a santificar el
matrimonio.

32
Después, hay otro sacramento un poco oculto en esta escena, que es la Eucaristía. Y un tercero, el Orden
sacerdotal que también está oculto. Y esto lo dice San Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de
Eucaristia35. Dice: “repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato:
¡Haced esto en conmemoración mía!, se convierte al mismo tiempo en la aceptación de la invitación de
María a obedecerle sin titubeos: Haced lo que Él os diga”. Es decir, el “haced”, la palabra “haced” se
usa en los dos casos: en la consagración del cáliz y en lo que dice María. Y se trata de lo mismo, o sea,
hacer la voluntad de Dios. Con lo que dice en la Última Cena, el Jueves Santo, el Señor hace dos cosas:
instituye la Eucaristía, la palabra “haced” referida a la acción de Cristo, confecciona esa Eucaristía, y
también, en ese momento, instituyó el sacerdocio, porque da la capacidad para hacer esto. Sólo el
sacerdote como ministro sagrado tiene capacidad para transformar el pan y el vino en el Cuerpo y la
Sangre de Jesucristo. Y la teología sacramental utiliza una expresión un poco curiosa que es ex vi
verborum: por la fuerza de las palabras. Decía Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta celebrábamos ayer,
lo que hace Jesús, lo que hace Dios en la Eucaristía, es más fuerte que la creación, se implica más en
este “haced” que en el “hágase la luz” del Génesis, hay más acción de Dios.

Convertir el agua en vino. Y sigue diciendo San Juan Pablo II: “con la solicitud materna que muestra en
las bodas de Caná, María parece decirnos: No dudéis, fiaros de la palabra de mi Hijo”. “No dudéis”. En
el fondo este es el momento de la fe: las bodas de Caná. “No dudéis”. María te dice: Oye tu fe firme, tu
fe fuerte, no dudes. La eficacia de los apostolados viene de aquí, de la fe en la Eucaristía. “Él, que fue
capaz de transformar el agua en vino es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su
sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así ‘pan
de vida’”.

Es la fuerza del Espíritu Santo porque es lo que se llama la epíclesis: la acción del Espíritu Santo
transforma el agua y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. El Espíritu Santo que desciende sobre
esta ofrenda, como se dice en la Misa. Hay que procurar estar muy atento en Misa, porque se van
diciendo cosas de grancalado en poco tiempo y un poco comprimidas, de manera que hay que hacer algo
como los zips de los ordenadores, descomprimir y ver qué estamos diciendo, preguntándonos: ¿Quién
está actuando aquí? ¿Dios Padre, Dios Hijo o Dios Espíritu Santo? Por eso le pedimos a la Virgen que

35
n. 54.

33
nos ayude a vivir la Misa. A poner fe. A rezar por intenciones. Haz lo que te dice Jesús y vendrán las
bendiciones. El agua se convertirá en vino. Fíjate que lo del agua en vino es un poco lo que ocurre en las
almas, ¿no? El agua insípida se convierte en vino delicioso. Nuestra vida, que es agua, hay que
convertirla en vino, hay que sobrenaturalizarla. Y nuestros amigos, la gente que tratamos, tienen a veces
agua solo. Hay que convertirla en vino. O sea, que sea más agradable, que sea más amable, que tenga un
olor bueno del vino. Para eso hay que intentar vivir la Misa, entregarse como María acompañando a su
Hijo en la cruz. Eso está conectado con las palabras de Jesús en la cruz. Jesús sobre el madero da a San
Juan, a María y a María a San Juan para que la cuide. Y Ella ofrece esa espada de dolor, la espada del
dolor que penetrará en su alma, como había profetizado el anciano Simeón. Pues ofrecernos como ella:
la espada de dolor, ella la ofrece en la Misa para la salvación de los hombres. Nosotros vamos a intentar
entregarnos, aprovechar la Misa para vivirla así, con esa entrega. En el himno Stabat Mater que es tan
bonito, dice: “Hazme sentir tu dolor para que llore contigo y que, por mi Cristo amado, mi corazón
abrasado, más viva en él que conmigo”. Sentir el dolor de la Virgen para que llore contigo, para no sé,
llorar nuestros pecados. Que acompañemos al Señor también.

Nos quedamos con esta frase: “Haced lo que Él os diga”. Esa es la frase de las bodas de Caná y vamos a
decirle a la Virgen que lo intentaremos con su ayuda y como los que llenaban el agua de las tinajas,
mirarían a la Virgen de reojo de vez en cuando.
—¿Vamos bien?
— Sí vais bien. Ya lo estáis haciendo bien.

Le pedimos a la Virgen que hagamos esa voluntad de Dios siempre y en todo, especialmente cuando el
Señor nos pide cosas, un poco de entrega, de darnos, de hacer cosas por los demás. La Virgen nos
repetirá esas palabras tan bonitas: “haced lo que Él os diga”.

Meditación María y la Cruz36

36
Meditación dirigida el 20.IX.21.

34
En este oratorio tan simpático tenemos a la Inmaculada, que nos preside en el retablo. Una imagen de la
Virgen que llama la atención, por lo menos a mí, porque es muy bonita. Es guapa y dulce. Podemos
mirarle a Ella y decirle que nos ayude a ser muy fieles, a trabajar nuestra fidelidad, poniéndonos mucho
en sus manos, que son las mejores manos: las manos de María. Además, este mes de septiembre es el
mes de la Cruz: la Exaltación de la Santa Cruz el día 14 y, a continuación, la Virgen de los Dolores, o
sea, María al pie de la Cruz. Vamos a meditar un poco este este punto: María al pie de la Cruz. A
nuestro Padre le gustaba considerar esta escena de María al pie de la cruz. Cuando se refería a sus hijas,
las miraba con cariño y las animaba a ser fuertes y fuertes como María al pie de la cruz. Ella es la fuerza,
la fortaleza de los demás que están alrededor de la Cruz de Cristo. Los apóstoles están muy despistados.
San Juan está allí, pero quizá porque está María y a lo mejor si no, tampoco hubiese estado.

María y la Cruz. Dice el Vía crucis de nuestro Padre: “apenas se ha levantado Jesús de su primera caída,
cuando encuentra a su Madre Santísima junto al camino por donde él pasa. Con inmenso amor mira
María a Jesús y Jesús mira a su Madre, sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio
dolor”37. El dolor de intentar llevar bien el dolor, aunque duela. También acompañar al dolor. Estos días
en las sesiones de fomación salía esta idea en algún video que hemos visto. Una ONG en la que ayudan
a acompañarte en la soledad. Es una buena labor. Bueno, pues lo que hace la Virgen es acompañar el
dolor. “El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo. ¡Oh vosotros
cuantos pasáis por el camino; mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam 1, 12). Pero nadie
se da cuenta, nadie se fija: sólo Jesús”38. María sufre mucho en la Cruz. El dolor de María; esa espada
que atravesará el alma está incluso profetizado. Casi se muere la Virgen en la Cruz, de un dolor
espiritual e intensísimo. Esta imagen de nuestro Padre en el texto que acabamos de leer: cada corazón
vierte en el otro su propio dolor, como si fuese un líquido precioso. Es como si le dijera Jesús a María:
“Te voy a dar a participar de este líquido precioso del dolor”. Hay una sintonía de María con Jesús en la
Pasión que indica su manera de corredimir: ayudar a llevar la Cruz.

Bueno, nosotros también tenemos que apuntarnos a esto. Jesús, que te ayude a llevar esa Cruz tan
penosa. Tu Cruz que llevas al final exhausto, casi sin poder, se te acaban las fuerzas. Tiene que ayudarte
el Cireneo, para llevarla. En el último tramo, después de la tercera caída ya no puede más. Iba
arrastrándose. El Señor se entrega del todo. Continúa el Vía crucis: “Se ha cumplido la profecía de
Simeón: ‘una espada traspasará tu alma’ (Lc 2, 35). En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora
ofrece a su hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad: un sí a la voluntad divina. De la mano de
María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre,

37
San Josemaría, Vía crucis, 4ª estación.
38
Ib.

35
de nuestro Padre”39. Consolar a Jesús. Aliviar el sufrimiento de Cristo, y lo que alivia es cumplir la
voluntad del Padre. Es un poco, pues, decirle al Señor: Señor, lo que tú me pidas, yo lo quiero hacer, yo
quiero ser muy fiel a tu voluntad. Así nos redime Jesús. Así se extiende un poco la redención de Jesús.
La gente que lleva en su vida, este deseo de cumplir la voluntad del Padre.

Tuve la suerte una temporada de ir a la Semana Santa de Sevilla. Iba casi cada año, para atender
convivencias de fomación. La Semana Santa tiene, ¿Cómo decirlo? su espiritualidad. Me impresionaban
los costaleros de las cofradías. Especialmente las procesiones de la ‘Madrugá’. Son tremendas. Por
ejemplo, la procesión del silencio, o también la de Jesús del Gran Poder. Me contaron que en esta última
algunos de los nazarenos, que van acompañando el Paso, son anónimos. O sea, salen de casa con el
capuchón ya puesto, porque quieren guardar el anonimato. Van descalzos bastantes. Pues no sé, me
parece que es penitencia. ¿No? Demuestran esas estas ganas de acompañar a la Virgen en esa noche de
sufrimiento. También, en la película de la Pasión de Mel Gibson la escena del encuentro con la Virgen
en las callejuelas de Jerusalén es de muchísima piedad. Sabéis que la Pasión de Mel Gibson está basada
en el libro de la Pasión de la beata Ana Catalina Emmerick . Y ahí en el libro de Emmerick, en el
encuentro con María, las palabras de Jesús las coge del Apocalipsis: “he aquí que hago todo nuevo” (Ap
21, 5). Empieza hoy algo muy grande. En ese momento en la película de Gibson a continuación sale un
flashback de estos de cuando Jesús era niño. Y María recuerda cuando era niño y un día se cayó al suelo
y se preocupó María a ver si se había hecho daño. Quizás vislumbró algo de la espada de dolor. Ese
dolor es la puerta de entrada del comienzo de una nueva era.

Hago nuevas todas las cosas, dice Jesús. María comienza esa nueva era, comienza otra cosa. Quizás el
adelanto de “su hora” en las bodas de Caná a través de la petición de María sea otro vaticinio. Nos está
diciendo el Señor que con María todo es más fácil. La vida interior tiene que tener este punto de
encuentro con María, para recomenzarla las veces que haga falta. Nuestro Padre, que ha meditado
mucho la presencia de la Virgen durante la Pasión, también la mete de otra forma en la introducción.
Dice: “Señor mío y Dios mío, bajo la mirada amorosa de nuestra Madre, nos disponemos a acompañarte
por el camino de dolor”40. Claro, nuestro Padre firmaba frecuentemente “Mariano” de bautismo. Pero
además quería decir que era un hombre mariano: lleno de devoción a la Virgen , siempre bajo su mirada.
“Madre mía, sigue diciendo en la introducción al Via crucis; Virgen dolorosa, ayúdame a revivir
aquellas horas amargas que tu Hijo quiso pasar en la tierra para que nosotros, hechos de un puñado de
lodo, viviésemos al fin in libertatem gloriae filiorum Dei, en la libertad y gloria de los hijos de Dios”41.
‘Ayúdame a revivir aquellas horas amargas’, vivir la Pasión. Bueno, en fin, estamos hablando de la
39
Ib.
40
San Josemaría, Vía crucis, Introducción.
41
Ib.

36
Virgen, pero también de la Pasión. Es algo que nos ayuda muchísimo, ser piadosos en contemplar la
Pasión y meditar, el Via crucis. Muchos buenos cristianos dedican los viernes a meditar la Pasión.
Recuerdan los días litúrgicos del viernes de Dolores o del Viernes Santo. Los viernes son un buen día
para considerar este misterio, para pensar en él y hacer propósitos. Y, conviene pensar también que en
esa consideración hemos de incluir a la Virgen, puesto que nos está mirando.

Esto que estamos diciendo sirve también para la misa, puesto que la misa es revivir la Pasión de Cristo,
la muerte de Cristo. La Virgen nos está mirando. Revivir quiere decir que no es una cosa del pasado,
sino de ahora. Es actualizar. Fijaos que ahora con los dispositivos electrónicos una de las acciones
constantes es actualizar. Update. Si no lo actualizas el dispositivo ya no sirve para nada. Si no
actualizas, te quedas anticuado. Bueno, pues, Madre nuestra, ayúdanos a actualizar el amor a Dios. Cada
misa, cada vez que estamos contigo en la Eucaristía, que no estemos pasivos, despistados, sino todo lo
contrario, llenos del amor hacia tu Hijo.

María, al pie de la cruz, sobre todo, es nuestra Madre. En el Evangelio de San Juan, tiene lugar la escena
de que Jesús da a san Juan como Madre a María. “Estaban en pie, junto a la cruz de Jesús, su madre y la
hermana de su madre, María de Magdala, María de Cleofás y María Magdalena. Viendo Jesús a su
madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego
dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la tomó consigo” (Jn 19, 27).
Así hemos de hacer nosotros: tomarla como Madre. María acogió a Juan como hijo y le protege. “Madre
mía, no te alejes, repetía don Álvaro esta conocida oración a la Virgen, tu vista de mi no apartes, ven
conmigo a todas partes y solo nunca me dejes”.

María protege, y después los hijos también protegemos a las madres. Yo recuerdo un contraejemplo de
esto de que tu madre te protege. Una vez allí por Galicia y cerca de casa de mis padres, había una zona
que todavía no estaba urbanizada y, había que ir por medio del campo. Y un día nos salió un perro
enorme. Iba con mi madre a casa, y mi madre tenía mucho miedo a los perros, una cosa exagerada, y se
puso detrás de mí y yo me hice el valiente delante del perro. En fin, pasamos y me sentí un poco como
protector de mi madre. Bueno, nos protegen mucho más ellas, las madres. Pero, hay que hacer una cosa:
acogerla en su casa, dice. Dice el Evangelio: Juan la acoge en su casa. San Juan Pablo II en esa escena
dice lo siguiente: “Juan la introduce en el espacio de su vida interior”42. Es decir se siente bajo la mirada
de María. La tiene allí. Está ahí delante. María ya forma parte de su vida. Irán al Cenáculo juntos a
esperar la Pentecostés. San Juan llevaría a María y le preguntaría: “Bueno, ¿qué te parece que
hagamos?” Y María contestaría: “Vamos a rezar, vamos a acudir al Señor para que nos dé luces”.

42
San Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 45.

37
Tendríamos que preguntarnos cuántas veces acudimos a Ella. ¿Cómo la tratamos? “¿Cuántos, Acordaos
a la Virgen, decimos en nuestro día? La oración del Acordaos, memorare, tiene que ser
arma en mi vida. Le decimos a la Virgen: “jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a
tu protección… haya sido abandonada de vos”. Ponemos a María en un aprieto. No le queda más
remedio que ayudarnos y que protegernos.

Y también el rezo del Santo Rosario. ¿Qué importancia le damos a esta oración? Pues quizás, lo
rezamos, pero… racaneamos. Y hacemos viajes de aquí para allá, y, a veces, sí, aprovechamos para
rezar otra parte del Rosario, no pasa nada y enseguida nos damos cuenta de que ha valido la pena. Pero
otras veces nos disculpamos con cosas que nos parecen más importantes. Se trata de acudir a la Virgen
con frecuencia. A tenerla presente en nuestras vidas. Teniendo en cuenta que a las madres se las gana
con un detalle, con un gesto. Es muy fácil ganarse a una madre: Mamá, ya lo hago yo. Siéntate. No te
preocupes. Ya está, ya lo pongo yo. Siéntate tranquila. Ya está. Ya, ya, ya está ganada. Ya le podemos
pedir lo que sea.

¿Y qué cosas le podemos pedir a la Virgen? Bueno, un tema claro que hay que pedir es la vocación, la
fidelidad a la vocación, la abnegación. O sea, pedirle a la Virgen que sepamos entregarnos cada día.
Nuestro Padre, lo dice en uno de los puntos de meditación del Via Crucis: “si quieres ser fiel, sé muy
mariano”. Esto quiere decir tomar iniciativas concretas, por ejemplo, poner una imagen de la Virgen en
el salvapantallas, que es una manera de meter a la Virgen en tu vida. Tenla también en el armario, en el
espejo del cuarto de baño. “Nuestra Madre, sigue diciendo el Via Crucis, -desde la embajada del ángel
hasta su agonía al pie de la Cruz no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. Acude a María con
tierna devoción de hijo y Ella te alcanzará esa lealtad y abnegación que deseas” 43.

Pues vamos a pedirle a la Virgen que sepamos introducirla en el espacio de nuestra vida interior, que
contemos con ella para las metas que nos ponemos. Pensamos: tengo que conseguir hacer bien la
oración. Tengo que conseguir santificar el trabajo, o la presencia de Dios. Con María, podemos; y sobre
todo para el apostolado, usar esa arma estupenda que es la romería a la Virgen. Es de las cosas que más
remueven a las almas. Dentro de poco tendremos la Virgen de la Merced. Como se dice en Cataluña, la
Mercé, sin la “d”. Hay mucha devoción a la Mercé. Es la patrona de la ciudad de Barcelona. Para la
ciudad es día de precepto. Y lo típico de ese día es hacer una romería.

Vamos a intentar ponernos en manos de la Virgen, ahora que comenzamos un nuevo curso. ¿Para qué?
Para que nos ayude en todo y para todo. San Josemaría tenía mucha devoción a esta advocación mariana

43
San Josemaría, Via Crucis, XIII est., n. 4.

38
de la Mercé y tanto él como los Padres que le han sucedido, cada vez que pasan de viaje por la ciudad y
tienen un poco de tiempo, se escapan a rezar a su Basílica. “Ella te alcanzará esa lealtad y abnegación
que deseas”. La vida de María es la de Jesús. Una madre vive en sus hijos. Sus éxitos, sus dolores.
Recuerdo una época en la que vivía al lado de la prisión de Barcelona, que se llama “La Modelo”. Creo
que ahora la están abandonando. A veces pasabas por allí, por delante de “La Modelo”, que estaba en
medio de la ciudad, en el Ensanche y había una cola de gente para entrar. Y te fijabas, y eran las madres.
O sea, las madres, aunque el hijo esté en la cárcel, pues siguen siendo madres. Están ahí para
acompañar. La vida nuestra también es la de María. Si somos marianos, si pasamos por su corazón,
María vivirá en nosotros, en el sentido de que le pedimos que lo que nos pasa se lo presentamos para que
nos ayude, para que se lo lleve al Señor y lo arregle.

Para conseguir todo esto, ser mariano, hay un medio muy sencillo, muy al alcance de todos, que es rezar
bien el Rosario. Tratar a la Virgen significa, la mayoría de las veces, poner esfuerzo para rezar bien el
Rosario, es decir, convertirnos al Rosario: ser grandes rezadores y propagadores de esta devoción. Por
ejemplo, tener rosarios para repartir a nuestros amigos, pedírselos a cura amigo que nos los proporcione.
En el despacho donde estoy desde hace unos meses el sacerdote que estaba antes, dejó muchos rosarios
que se ve que la gente va cogiendo. Me ha llamado la atención además que están en una mesa muy bien
presentados, con unos cuencos de madera para cada modelo. Están ahí, a mano.

Además, en la perspectiva de la nueva evangelización. ¿Cómo van a llegar las gracias del Señor para la
nueva evangelización? Pues, a través del Rosario. La Virgen espera que usemos esta arma poderosa.
Recordando el comienzo del milenio. Hace ahora veintiún años, san Juan Pablo II tenía esa gran ilusión
de dar un impulso a la evangelización al preparar el gran jubileo del año 2000, y después, a
continuación, escribe la Novo millenio ineunte, “Comenzando el nuevo milenio”. Y se pregunta: ¿Qué
espera el Señor de este nuevo milenio? Y enseguida, como respuesta escribe la Rosarium Virginis
Mariae. En la misma perspectiva de la nueva evangelización, es necesario un nuevo programa de vida.
En esta carta apostólica es donde se amplían los misterios del Rosario con los misterios de Luz, como el
bautismo de Jesús, las bodas de Caná, la predicación del Reino, la Transfiguración y la institución de la
Eucaristía. Dice en ese documento san Juan Pablo II: “El Rosario de la Virgen María sigue siendo
también en este tercer milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir
frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que se siente empujado
por el Espíritu de Dios a ‘remar mar adentro’44. Este era el lema del comienzo del milenio: “remar mar
adentro”, duc in altum. Que significa que Dios quiere que nos adentremos por caminos de vida interior;
que seamos almas de oración, que seamos gente fiable en el sentido de amar la vida interior. Construir la

44
San Juan Pablo II, carta ap. Rosarium Virginis Mariae, n. 1.

39
vida interior se encuadra bien en ese camino espiritual. Dice san Juan Pablo II, un santo que está en el
cielo, que nos mira, que nos ayuda. Y que fue un Papa muy mariano.

El lema que puso san Juan Pablo II para su pontificado es Totus tuus. Lo coge de San Luis María
Grignion de Montfort en el libro de “La verdadera devoción a la Madre de Dios”, un libro que me parece
profético. Yo lo tengo en mi móvil y de vez en cuando lo repaso porque es un libro que te ayuda a ver
las cosas con optimismo. Optimismo es poco, prácticamente dice que vamos a comernos el mundo: se
anuncia una generación de enamorados de la Virgen. O sea, habrá un tiempo, dice San Luis María
Grignion Montfort en que de entre la gente saldrá una generación de enamorados de la Virgen,
consagrados a Ella, que serán como flechas que conquisten los corazones. Bueno, pues yo no sé si
estamos en esa generación, pero vamos a intentar formarla. Vamos a pedirle a la Virgen que sepamos
estar siempre con Ella. Totus tuus. Todo de María: es la consagración a María. Es decirle que todo lo
que hago quiero que sea a través de la Virgen para llegar a Jesús.

En la Obra nos consagramos a la Virgen el 15 de agosto. Y, si leéis bien el texto de la consagración al


Corazón Inmaculado de María, pues se le dice que somos todos suyos. O sea que queremos hacer las
cosas a través de la Virgen. Nuestro Padre decía esto: “a Jesús siempre se va y se vuelve por María” 45.
Se va porque le pedimos ayuda, porque nos sale más fácil incluso la oración. Estamos ahí, intentando
hacer la oración con la Virgen, para llegar a Jesús. Pero también y sobre todo, se vuelve. Cuando nos
alejamos. Cuando hacemos un poco el tonto, pues quizás nos pesan demasiado las miserias, pues vamos
a María, vamos a sus brazos y nos acogemos a su intercesión.

No tengamos dudas. Estamos en un momento que tiene que ser muy mariano. Sigue diciendo Juan Pablo
II en la exhortación sobre el Rosario: “Concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del
cual es como un compendio”. Por eso nuestro Padre quería que contemplaremos las escenas de los
misterios del Rosario cada día. No solo rezar una parte, sino contemplar esa vida de Jesús a través del
Evangelio. “Con Él, con el Rosario, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del
rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene
abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor” 46.

Ser muy marianos tiene muchas manifestaciones: descubrir una imagen de la Virgen en nuestro
recorrido habitual al trabajo como nuestro Padre en Madrid. No se le escapaba ni una. Incluso alguna
vez volvía sobre sus pasos porque se le había pasado saludarla. Querer tener ese esas ganas de tratar a la

45
San Josemaría, Camino, 496.
46
Ib.

40
Virgen. De hecho, san Josemaría a veces lo decía: no quiero que me imitéis a mí. Tenéis que imitar a
Jesucristo —añadía don Álvaro: bueno, pero por el camino reglamentario—. Pero decía, si en algo, me
podéis imitar es en el amor a la Virgen- Era como un forofo, como un hincha de fútbol. Vamos a pedirle
al Corazón dulcísimo de María: prepáranos un camino seguro. Haz que ese caminar hacia, hacia Dios,
hacia el cielo, sea más fácil, sea más bonito. Realmente la Virgen aumenta la belleza de nuestra vida,
nos la hace más amable, más fácil, más sencilla. Vamos a pedirle a la Virgen que sepamos estar bajo su
mirada, como en la Pasión, bajo la mirada de la Virgen. Estamos nosotros también ahora y ponemos
nuestros buenos deseos de fidelidad en sus manos. Que los cuide. A veces a las madres se les dice:
“Cuídame esto”. Algunas madres tienes un tesorito con recuerdos de sus hijos: un mechón de sus
cabellos, algún recuerdo. Piensan: “esto es de mi hijo, voy a cuidarlo”. La Virgen, nuestra Madre, nos
cuidará.

41
Devoción a la Virgen. Apostolado47

El Señor está con nosotros durante nuestra meditación. Es bueno que consideres que Él está contigo. No
te preocupes demasiado, nos dice, de qué cosas quieres decirme. A veces le queremos decir cosas al
Señor. A veces no sabemos muy bien qué decirle. Pero esta presencia (estoy contigo, lo notamos), es
muy necesaria para hacer bien nuestra oración. Tenemos cerca al Señor. Tendríamos que hacer un
esfuerzo por abrir nuestro corazón y hablar con el Señor de las cosas que Él mismo nos sugiere.

También en este retiro vamos a ver algunos temas. El primero es la devoción a la Virgen. Querría hacer
una breve introducción en el sentido de que el mes de mayo que hemos comenzado es el mes de María,
pero además es un mes muy apostólico. Es un mes para atraer gente al Señor a través de la Virgen.

Al final de la escena de la Resurrección, el Evangelio acaba diciendo unas palabras de María


Magdalena: “He visto al Señor y ha dicho esto” (Jn 20, 18). Esta presencia que decíamos de Dios en
nuestro corazón nos lleva a escucharle: “He visto al Señor y ha dicho esto”. Éste es el mensaje del
apostolado. María Magdalena está con el Señor, está cerca del Señor y me ha dicho esto y me lo ha
dicho para mí y para ti. O sea, Dios nos dice cosas nuestras y de los demás.

Hace poco he tenido una reunión con sacerdotes donde estaba el rector del Seminario de Barcelona. Nos
decía que había 30 chicos más o menos. Se ordenan cada año cuatro o cinco. Mueren cada año en la
diócesis, 14 o 15. O sea, hay diez menos cada año. Dentro de poco, pues, habrá la mitad de los
sacerdotes. Por eso, hay una reestructuración en las parroquias reagrupando algunas. En fin, me parece
lógico. El cardenal ha escrito una carta explicando esto. Pero no sé. A mí me dio un poquito de pena que
se diga: 30 seminaristas. Bueno, aquí estamos escuchando 15 sacerdotes. Si cada sacerdote, como decía
nuestro Padre en alguna tertulia animando a buscar un sucesor, trae un seminarista, pues habrá 45. Pero
no se planteó el tema. Pues nosotros, ¿por qué no nos animamos un poco y buscamos gente? Claro, está
la cuestión de que es mejor, porque se puede entender mal, no usar la palabra “proselitismo”, pero habrá

47
Meditación del 8.V.21.

42
que usar otra. El concepto está ahí. Es el celo por las almas. Esto sale en el Evangelio. El Corazón de
Jesús que está ante las ovejas sin pastor, o ante esos campos de trigo listos para la siega. “Rogad al
dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38). Es el Corazón de Jesús. Y esto sin palabras.
No hace falta que digas la palabra ni siquiera el concepto. Sólo: es el Corazón de Jesús que quiere.

¿No es posible, Señor, que nos hayamos entibiado?, ¿que pensemos que en otra época sí venía gente,
pero ahora esto se ha acabado? ¿Es posible esto, Señor? Quizás hace falta más celo por las almas. Y esto
es lo que le tenemos que pedir a la Virgen: que nos ayude a amar a los demás. “He visto al Señor y ha
dicho esto”. Y, ¿no quieres compartir conmigo esta maravilla? Porque el Señor tiene planes para cada
uno. Cada uno tiene su vocación. Cada uno tiene que responder a la llamada de Dios.

Un director de la Obra nos decía con gracia, haciendo un símil con el fútbol, que, en el área pequeña, es
donde se meten goles. Cerquita de la portería. Pues hay que meter a la gente en el área pequeña. Hay que
conseguir que la gente se plantee ideales grandes. La voluntad de Dios. La vocación. O sea, hay que
meter a gente en esa área pequeña. Y para eso está la Virgen: para ayudarnos a plantear a fondo este
asunto del seguimiento del Señor.

El problema es: “he visto al Señor…” y transmitir el mensaje que Dios nos da. Este es el problema: que
no vemos al Señor.
—Señor, y si no te vemos a Ti, ¿qué vemos?, ¿qué cosas nos oscurecen tu figura, tu sonrisa, tu mirada?
Quizás es el propio yo el que no nos deja ver al Señor. Es algo que se interpone entre Dios y nosotros. El
problema es verlo y transmitir, o sea, un anuncio gozoso. Hace falta vibración. Esto es lo que hay que
pedir a la Virgen. Vibración que nos dé emoción, que nos llene de gozo. Siguiendo con el símil del
fútbol, no es un anuncio neutro. Y fíjate en el fútbol cuando hay un gol. Imagínate que el de la radio que
canta los goles dice gol, pero en bajito, sin darle importancia…, bueno, pues le echan. El jefe de la radio
dice: “fuera… o cantas con todas tus fuerzas un gooooool, bien dicho, y bien orquestado, o es que no
sirves para esto”.

A la gente que tratamos, hay que saber transmitirles un mensaje nuevo, al compás de nuestra vida
interior, que en el fondo es la lógica consecuencia de la amistad. ¿Qué es ser amigo?: Compartir la
intimidad. Es decir, querer el bien del amigo, de la persona amiga. A mí esto me va bien, yo trato a Dios,

43
esto me da felicidad, esto me serena. ¿Por qué no pruebas? Y le muestras un poco de tu vida interior. Y
le aconsejas un libro que estás leyendo o le haces una consideración sobrenatural. Bueno, en toda esta
operación que estamos diciendo, el recurso a María es fundamental.

Me he traído aquí un comentario al Alma Redemptoris Mater, un himno mariano muy conocido.
Lo voy a leer en castellano: “Salve, Madre Soberana del Redentor, puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar, socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse. Tú que, para asombro de la
naturaleza, has dado el ser humano a tu Creador. Estrella del mar, socorre al pueblo que sucumbe y
lucha por levantarse”. Esto es como un resumen del apostolado. También sucumbir y luchar por
levantarse.

No sé si os acordáis. Hace unos días leíamos en la misa, en la primera lectura de San Pablo. San Pablo se
pone a predicar nada más convertirse. Era un hombre lleno de Dios. Y en una de estas le apedrean.
¡Vaya éxito de la predicación, para nosotros los curas, que a veces estamos tan pendientes del éxito!: le
tiran piedras, pero, además, muchas piedras. O sea, le apedrean y le dan por muerto. De manera que
vienen los discípulos y se lo llevan a la ciudad. Le apedrean fuera de la ciudad. En fin, le meten dentro,
le curan, y a los dos días ya está otra vez predicando. ¡Hombre!, San Pablo podía pensar, me van a
volver a apedrear como siga así… ¡Y no!: se convierten. y va por otras ciudades. Podemos releerlo
porque es realmente impresionante y dice: “de manera que la Iglesia gozaba de paz” (Hch 9, 31) a pesar
de las piedras, como si no tuviera importancia.

“Pueblo que sucumbe y lucha por levantarse”. Aunque te hayan tirado piedras, no te preocupes, se
convertirá. Vamos a levantarnos otra vez.

Juan Pablo II comenta el Alma Redemptoris Mater y dice: “En efecto, la Iglesia ve y lo confirma esta
plegaria a la Bienaventurada Madre de Dios en el misterio salvífico de Cristo y en su propio misterio.
La ve profundamente arraigada en la historia de la humanidad, en la eterna vocación del hombre, según
el designio providencial que Dios ha dispuesto, predispuesto eternamente para él”48. O sea, en la
vocación del hombre está María, está la Virgen para sucumbir y levantarse. Nuestra vida es eso
sucumbir y levantarnos. Y ahí está María. “La ve eternamente presente y partícipe en los múltiples y

48
San Juan Pablo II, enc. Redemptoris Mater, n. 52

44
complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones. La
ve socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que no caiga o si cae,
se levante”49.

Ayer tuvimos una misa de Acción de Gracias en Bonaigua por una chica que tuvo un accidente de
coche, una chica de 21 años y estuvo en coma como un mes o una cosa así, y poco a poco fue
recuperando y sus padres, que estaban en el coro de Bonaigua, nos enviaba mensajes de voz con la
narración de cómo se iba recuperando, paso a paso: ahora mueve un brazo, ahora, comienza a
contestar… nos pedían seguir rezando, por favor. El caso es que se ha recuperado bastante y es un
pequeño milagro sin duda gracias a la oración. Y en la misa, por supuesto, estaba todo el coro cantando.
En fin, la chica hizo las lecturas, o sea que ya está bastante recuperada. Todo lo malo ya ha pasado.
Tiene que seguir recuperándose. Pero, Señor, Tú nos ayudas a ver que después de lo malo viene lo
bueno. Viene el aprender las cosas de Dios. Aprender la importancia de la oración, de rezar por las cosas
que nos piden. Aprender lo que es la paternidad. Sus padres se han portado estupendamente bien. Eran
conmovedores esos mensajes de voz.

Bueno, la Virgen está ahí, en la primera conversión. Pues vamos a ver si, nosotros nos ponemos a tiro
para que María nos convierta. Como cita San Josemaría: “Si yo fuera leproso, mi madre me abrazaría,
sin miedo ni reparo alguno me besaría las llagas. Pues si, la Virgen Santísima, al sentir que tenemos
lepra, que estamos llagados, hemos de gritar: ¡Madre! Y la protección de nuestra Madre es como un
beso en las heridas que nos alcanza la curación”50. Aunque tengamos lepra. Un beso en las heridas que
cura. Seguramente, a veces, nuestra madre cuando éramos pequeños teníamos una heridita y nos ponía
mercurio-cromo o algo así y nos daba un beso en la herida y ya está, ¡ya estás curado! Venga, a seguir
jugando.

Pues vamos a dejarle a la Virgen que nos convierta como aquel gitano de diez o doce años que entró en
un santuario mariano. Quien lo contaba estaba haciendo una romería y vio la escena. El gitanillo entró
con un amigo, se veía que era él el que dirigía el cotarro, se puso delante de la Virgen y le dijo a su
amigo: “no sé si hoy te dirá nada la Virgen, pero si sigues viniendo, verás cuantas cosas te dice”.

49
Ib.
50
Forja, n. 190.

45
Era un gitano apóstol que traía a los amigos para aprender a tratar a la Virgen. Pues quizá, lo que
tengamos que hacer es tratar a la Virgen, hacer romerías, a María, llevar a la gente a la Virgen y ponerla
delante de Ella para que sucumba y se levante. O sea, para ese momento de gracia que es la conversión.
Llevar a la gente para que le diga cosas, para que les cure. Es la solución. A veces pensaba en algún caso
concreto: ¿qué solución tiene esto? Un divorcio, se divorcian y se destruye la familia. Pues, que vayan a
la Virgen, que sean humildes, en vez de tirarse los trastos unos a otros, que recen los dos la romería.

La Virgen de Torreciudad, a la que tengo particular devoción, pues es uno de los mejores sitios para la
conversión. Yo lo he visto clarísimo en esos años que he pasado en el colegio Viaró. Preparaba a los
niños para la Primera Comunión. Eran 100 niños, más o menos. Nos preocupábamos también de que los
padres se acercasen también a los sacramentos. Siempre había unos cuantos padres a los que les costaba
confesarse. Entonces se organizaba sesiones, charlas, y hacíamos una misa de acción de gracias dando la
posibilidad de acudir a este sacramento. Pero siempre había cuatro o cinco que se resistían, hasta que
llegaba el campamento de padres y niños en el Poblado de Torreciudad. Y se lo pasaban muy bien
jugando con sus hijos. Había 200 entre padres y niños. Pero en el campamento había un momento clave
que era subir al Santuario a hacer la romería, y ese era el momento. O sea, las torres de David, tan altas y
tan firmes, sucumbieron. Bueno, no sé si todos o a veces alguno no, porque no se sabe nunca del todo.

El contacto con María. Recuerdo que uno de los sacerdotes de Torreciudad nos contó que recibieron una
carta de una mujer que agradecía a Torreciudad el hecho de existir. Gracias por Torreciudad decía la
señora en la carta donde dice: “Mi marido murió el lunes de un infarto. El domingo, el día anterior,
habían estado en Torreciudad y se había confesado después de 17 años sin hacerlo”. El hecho, y ya está.
Una carta muy breve, muy concreta, la mujer superaba su dolor de perder a su marido pensando que
estará en el cielo. Consideraba que había recibido una caricia de la Virgen.

La Virgen nos acaricia cuando tenemos dificultades, cuando tenemos cosas que nos duelen, esas cosas
precisamente nos llevan a confiar en la Virgen. San Josemaría decía que la Virgen le había curado la
diabetes. El día de la Virgen de Montserrat se curó. Ya llevaba diez años con esa enfermedad. Era de un
tipo que podríamos considerar mala, no me acuerdo del nombre, pero sí que estaba muy diagnosticada y
tratada por los médicos. Y un día, el día de la Virgen de Montserrat, tuvo un shock anafiláctico y se
curó. Ya no hubo más diabetes.

46
Juan Pablo II, tuvo el atentado de la Plaza de San Pedro del año 1981. Decía que la Virgen desvió la
bala. Era una bala disparada por Alí Agca que había matado a gente, que tenía experiencia. Decía: “no
entiendo cómo no lo maté”. La Virgen le había protegido. En fin, sin buscar tampoco cosas
extraordinarias, la Virgen nos protege. Nos ayuda. “Recordare, son palabras de san Josemaría, Virgo
Mater Dei dum steteris in conspectu Domini ut loquaris pro nobis bona. Recordad, Virgen Madre de
Dios, cuando estés en presencia de Dios, de hablar bien de nosotros. Un propósito personal: no
preocuparnos por ninguna cosa buena, por errónea que sea. Siempre que vayamos a Dios por medio de
la Virgen. Y ya sabéis cómo se va: por la confidencia y la confesión. Abriendo nuestro corazón a Dios y
confesandonos. Y habrá un remanso de paz. El Señor sonreirá alguna vez cuando nos vea obrar de modo
humano a la vez que nos perdona. Pensará ya escarmentado ahora me será más fiel”51. O sea que ir a la
Virgen no excluye la confesión. La Virgen nos lleva a abrir nuestro corazón, a hacer el esfuerzo de
hablar, de dejarnos ayudar, de ser muy fieles a la dirección espiritual, sabiendo que ahí nos jugamos un
poco nuestra santidad, nuestra vocación.

Hemos de ser muy dóciles, muy atentos a la Virgen. En este retiro, en que hemos hablado también del
Espíritu Santo, pues el trato con el Espíritu Santo nos viene facilitado por la esposa del Espíritu Santo, la
Virgen María, que nos lleva a concretar la voz de Dios en nosotros. Esa voz nos llega a través del
Espíritu Santo, pero a través de la Virgen también. Por eso acudimos a Ella, como dice el Alma
Redemptoris Mater, cuando sucumbimos en las dificultades. Sería un poco absurdo no usar este recurso.
Si Dios nos lo pone delante. Pues venga, para que acudamos a Ella con confianza.

“Gratias tibi Deus, gratias tibi, dice san Josemaría. Gracias a ti, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo,
porque nos has dado con la piedad, la confianza y el amor a la Madre de Dios. Una correspondencia
sobrada por parte de nuestra Madre, porque ella sabe el barro de que estamos hechos, porque comprende
nuestros defectos”52. ¿Qué madre no comprende los defectos de su hijo, y además los disculpa? “No, no
es que es tonto, es que no se fija, es que tiene poca atención”. Recuerdo del colegio donde estaba que se
advertía a los profesores y se les decía que cuando recibas a los padres: no digas este niño es un poco
corto porque no puedes decirlo, tienes que hacer ver que está mejorando, que antes atendía menos, ahora
atiende más. O sea, muy positivos y con esperanza de mejora. Así son las madres que siempre ven lo
51
San Josemaría, Meditación, 11.X.1964, en Cuadernos 8, p. 118.
52
Idem, en Cuadernos 8, p. 115.

47
bueno de los hijos. Y así es María: “comprende nuestros defectos y después de nuestros errores nos hace
volver a tu amor por ese camino suyo lleno de delicadeza y de cariño”.

Por eso, nos decía nuestro Padre: “A Jesús siempre se va y se vuelve por María”53. Se va porque
llegamos pronto a Dios, pero se vuelve porque cuando estamos un poco enfurruñados o que decimos:
“Dios me ha dejado, me deja un poco tirado”. María nos convence: “vuelve a Dios, vuelve a esa
presencia de Dios contigo”.

La Virgen conoce nuestra debilidad cuando hay tentaciones más difíciles. Un Bendita sea tu pureza un
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir. Es una oración en la que la
decimos a la Virgen que jamás se ha oído decir que alguien que haya acudido a vuestra protección, haya
sido abandonado de Vos. ¡Señora!: jamás se ha oído decir… decírselo con intensidad. Cuando parece
que faltan las fuerzas. Cuando vemos el panorama desolador de las almas que nos rodean. A veces nos
puede entrar un poco la tristeza. “Señor. Aquí esta gente no te sigue”. O sea, estamos solos. ¿Qué pasa
aquí? Que falta vibración. Que está la gente un poco dormida. ¿Qué pasa, Madre mía? Se lo decimos a la
Virgen y la Virgen nos dirá: “Venga, tranquilo, no pasa nada. Ya verás cómo vamos a mover montañas”.
Por eso, tratar a la Virgen es reforzar nuestra esperanza.

Nuestro Padre, en los primeros años de la Obra, tenía que hacer toda la labor. Empezaba la Academia
DYA con tantos problemas. Muy bonito, pero costó un riñón. Los curas que le acompañaban le decían:
“Déjalo, Josemaría, es una locura. Esto no funciona, no hay quien lo pague”. Tuvo que vender los
terrenos de su madre y pedirle ayuda. En fin, un lío. Y entonces nuestro Padre, cuando no podía más,
tenía la Virgen de los Besos. Nos ha transmitido su experiencia de los primeros años de la Obra,
hablándonos de la imagen de la Virgen de los Besos. “No salía, o entraba nunca en la primera residencia
que tuvimos, sin ir a la habitación del director, donde estaba aquella imagen para besarla. Pienso que no
lo hice nunca maquinalmente. Era un beso humano de hijo que tenía miedo. Pero he dicho tantas veces
que no tengo miedo a nadie ni a nada. Que no vamos a decir miedo, era un beso de hijo que tenía
preocupación por su excesiva juventud. Y qué iba a buscar Nuestra Señora toda la ternura de su cariño,
toda la fortaleza que necesitaba. Iba a buscarla en Dios a través de la Virgen” 54. Toda la ternura, toda la
fortaleza venía por la Virgen. Hay que buscar esa fortaleza porque San Pablo lo dice: “cuando soy débil
53
Camino, 495.
54
San Josemaría, Meditación, 11.X.1964, en Cuadernos 8, p. 117.

48
soy fuerte” (2 Cor 12, 10). Cuando vamos con nuestra debilidad, la Virgen hace que esa debilidad se
fortalezca, que nuestras piernas temblorosas sean firmes, que aguanten el peso.

Bueno, ¿qué hemos de hacer? Tratarla. Este mes de mayo es el mes de la Virgen. Vamos a tratarla muy
bien a través del Rosario. No vale no rezar el Rosario. No me sirve. Hay algo en nuestro razonamiento
que no funciona. Y si uno se lo propone a la gente, te pueden contestar: “es que no lo he rezado nunca”.
Pues, por lo menos reza un misterio. Un misterio son tres minutos. Si no te los sabes, ahora miras en
Google “Misterios del Rosario” y ahí está. Pues el Rosario, empieza por un misterio. Si vas por la calle,
lo rezan, en el coche lo rezas. A veces las noticias de la radio nos ponen nerviosos. El Rosario, en
cambio nos da paz. Es una oración familiar. Hay que decir a la gente que la oración en familia del Santo
Rosario tiene Indulgencia Plenaria.

En la vida interior es una buena señal. Cuando una persona empieza a rezar el Rosario es que ha
entendido de qué va esto. Si no lo rezan nunca, pues ya te pueden hablar de Platón y de Aristóteles, o de
los siete sabios de Grecia porque se han enterado de poco. O sea, hay que rezar el Rosario, hay que
contemplar los misterios: la Encarnación, la Visitación, las bodas de Caná. Bueno, hacer una gran
propaganda del Rosario. Ayudar a la gente. Si queremos tener una vida interior vibrante, tratar a nuestra
Madre como buenos hijos, rezando bien el Rosario de Nuestra Señora. Además, nuestro Padre cuando
comenta el Rosario en ese librito, dice: hazte niño, o sea, reza como un niño el Rosario, con esa piedad,
con esa sencillez, con ese cariño de los niños, pues vamos a tratar a la Virgen muy bien este mes rezando
el Rosario, pidiéndole por el apostolado.

En este mes se hacen muchas romerías. Es una ocasión muy buena de que la Virgen acaricie a esa gente
que llevamos a las romerías para que hagan buenos propósitos, para que se acerquen más a Dios, para
que tengan esa experiencia de Dios. Esto que decíamos al principio Dios está contigo, que te des cuenta
de esto.

La oración de María55

55
Meditación dirigida el 17.V.21.

49
Leemos varias veces estas palabras en el Evangelio: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y
las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Muy escueto, pero muy potente. O sea, vamos a procurar ver
cómo María nos enseña la oración. Esta meditación se titula: “María y la oración” o “la oración de
María”. Guardar las cosas que nos pasan. Meditarlas en el corazón. Lo hacemos, lo intentamos, o sea,
las cosas que nos pasan. ¿Qué hacemos con ellas? ¿Nos preocupan? ¿Nos ponen nerviosos? ¿Nos
fastidian o nos hacen alegrarnos también? Pero, ¿las meditamos? Es decir, ¿somos capaces de decirle al
Señor?: “Señor, ¿qué piensas de esto?” ¿Cómo lo ves? ¿Qué te parece? Las guardaré en el corazón para
que vengan a mi mente en los momentos incluso difíciles. Ya que las he meditado, son cosas que he
hablado con el Señor, y el Señor me ayudará cuando lleguen las tentaciones y las dificultades. Hay que
tener como un pequeño almacén para acudir a él.

Estas palabras que he leído del Evangelio de san Lucas, las dice dos veces: en el nacimiento en Belén, y
después de encontrar a Jesús en el Templo. Eran momentos especiales, los del nacimiento para
meditarlos: ver un poco lo que pasaba allí: la luz, la adoración de los pastores, en fin, el buey y la mula.
Ver un poco todo, y dejarse penetrar por el encanto de la Navidad o también, por la dureza de la
Navidad.

Y la escena de Jesús perdido y hallado en el Templo. Algo que la Virgen no entendió, ni José tampoco.
No entendieron, dice el evangelista. La pregunta: ¿Por qué el Señor les dice: “Por qué me buscáis”? No
lo entendieron, pero eso no es óbice para no meditarlo en su corazón. O sea: Señor. Esto que no
entiendo, ¿por qué? ¿Por qué me pasa esto? La insistencia del evangelista se ve un poco su intención, es
como si nos dijera: “haz tú lo mismo”. Nos recomienda la actitud de María.

María es maestra de oración. María nos enseña a rezar, nos enseña a ponernos a tiro ante el Señor. Es
curioso, pero es posible hacer una oración mal hecha. Es que es como si al leer la Biblia, lo tomásemos
meramente como un libro de aventuras. Pero ahí falta, meditar en el corazón. Parémonos. Medita,
recógete. Habla con el Señor. Este es un poco el mensaje de la vida de la Virgen. Parece que nos dice:
haz tú lo mismo.

Es lo propio de las almas sencillas de buena voluntad, que entienden a Dios. Fíjate como dice el Señor:
“Esto ha sido oculto a los sabios y poderosos, ha sido revelado a los humildes, a los sencillos, a los
niños” (Mt 11, 25). Por eso, cuando hacemos oración tenemos que fijarnos en los ojos de los niños:
cómo miran al sagrario, cómo miran a la Virgen, cómo le dan un beso a una imagen de la Virgen. ¿Qué
hacen los niños para conmover al Señor? El Señor, se ve varias veces en los evangelios, se conmueve
con los niños. Y nosotros, ¿cómo hacemos nuestra oración?, ¿conmovemos al Señor?, ¿ve nuestra buena

50
voluntad de decirle: Señor, aquí estoy para tratarte, para sacar buenos propósitos, para cambiar de vida,
para tantas cosas que tú quieres de mí? En la oración es donde tienen lugar todas esas buenas cosas.

María siempre estaba en oración. El modo de hacer oración de la Virgen nos enseña que efectivamente,
hay que hacer unos ratos de oración, pero que ésta, tiene que extenderse durante el día. Todo lo hace
pensando en su hijo: cada vez que hablaba con Jesús, hacía oración. Es hablar con Dios la oración.
Hablar con Dios. O sea, Señor, estoy hablando contigo. Cada vez que le miraba… Es mirar al Señor. Por
eso, va muy bien hacer oración delante del sagrario. No es que sea obligatorio, porque mucha gente no
puede, pero hay que escaparse en que podamos: aprovechar en algún momento, en alguna oportunidad.
Mirar el sagrario sin ruido de palabras. Señor, estás aquí. Te acompaño. Te quiero. Me gustaría estar
más cerca de ti. Cuando le sonreía…, cuando pensaba en él una vez que hubo abandonado la casa de
Nazaret. María sigue en oración. Sigue estando ahí, haciendo las cosas de la casa con las vecinas. Pero
está en oración, está pendiente de Jesús. Antes, las noticias llegaban a los pueblos: “Dicen que Jesús está
en Cafarnaúm”, pues llega alguien de ahí. Un pescador: “le han visto el otro día, hace dos días…”, y la
noticia llegaba al pueblo y María se enteraba y rezaba para que fuese bien por Cafarnaúm.

Y al pie de la cruz. Incluso la última noticia: se encuentra con los apóstoles, orando juntamente con ellos
en la espera de la llegada solemne del Espíritu Santo. Lo dice la Escritura: Perseveraban unánimes los
apóstoles y María en oración (cfr. Hch 2, 42). Fíjate, María les enseña la oración a los apóstoles.
Estarían nerviosos: ¿y ahora que hacemos? Y la Iglesia ¿Cómo la organizamos? y ¿quién se va a la
India…? No sé cómo lo hablarían, pero María les diría: Vamos a hacer oración. Dejaros de activismo,
dejaros de “organizar cosas”. A veces en la Iglesia somos demasiado organizadores y lo que se necesitan
no son organizadores. Se necesitan San Pablos, o sea, gente como San Pablo, que sea un volcán de amor
de Dios. También organizaba San Pablo. No hay que quitarle mérito, pero no era lo suyo organizar, lo
suyo era enamorarse del Señor y decía San Pablo: “mi vivir es Cristo” (Flp 1, 21).

María nos enseña eso la oración: la fuerza de la oración, la potencia de la oración. Vamos a seguir
también un poco a Jacques Philippe, que es un amigo nuestro, de nuestras meditaciones, que habla
mucho de oración y dice cosas que nos pueden servir para mejorar nuestra oración. Dice, por ejemplo,
“este ejercicio de la presencia de Dios, es extraordinariamente útil para hacer bien la oración” 56. Si
durante el día te estás fijando en Jesús, le ofreces el trabajo. Cuando tienes una contrariedad, dices:
Señor, ayúdame a poner buena cara. Si tienes una industria humana que cuando veas esta lámpara, te
acuerdas de que la luz de Dios viene del cielo. Después, cuando hagas la oración, te vendrán buenos
pensamientos, y te vendrán cosas que has visto durante el día y cosas que te han conmovido y que te han

56
J. Philippe, Tiempo para Dios, Rialp, Madrid 2018, p. 116.

51
ayudado. “Pues, añade, impide que la mente emprenda el vuelo durante la jornada y la mantiene
exactamente junto a Dios, de modo que le resulta más fácil permanecer tranquila durante la oración”. En
el fondo, eso es lo que se busca: permanecer tranquilo en la oración, no en tensión. A veces hacemos la
oración un poco con calzador. Salgo de ahí, vengo hacia allá. Tal vez me espera una llamada, me llega
un WhatsApp durante la oración, lo miro, no lo miro… ¡Párate!, haz hueco por los lados. Dos minutos
antes, dos minutos después, tranquilos. O sea, estate con el Señor y dale un buen tiempo al Señor. Y para
eso, estar tranquilo con el Señor. Este es un buen objetivo para comenzar nuestra oración.

De todas formas, quizá María nos insiste más en otro punto: nos alienta a no dejar jamás la oración, el
trato con Dios. Nos alienta a darle mucha importancia a la oración. Por eso dice “el trato con Dios”,
porque es posible estar en oración y no tratar a Dios, estar con la mente en Babia: “tengo que hacer esto
o lo otro”. Un cierto “bollo mental”. María nos alienta a tratar a Dios, a ofrecernos al Señor, a
entregarnos al Señor. Señor: aquí me tienes. “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu
palabra” (Lc 1, 38). Esta es la oración: hacer la voluntad de Dios. “Aquí estoy para hacer tu voluntad,
Señor”. Bueno, pues María nos enseña a esta tranquilidad en la oración, a este estar tranquilos: “No te
alteres. Que esperen, que esperen”. Yo, en fin, en el Oratorio de Bonaigua —tampoco soy el mejor
ejemplo—, a veces tengo que hacer la oración en el Oratorio. Hay gente que te viene pidiendo
confesión. Pues bueno, lo normal es que les diga: “Oye, espera, que ahora no puedo. Estoy haciendo la
oración” —a veces, lógicamente, hay excepciones—. El santo cura de Ars, que confesaba a muchísima
gente: se pasaba hasta 14 horas confesando —allí en Bonaigua nuestras jornadas de 7 horas confesando
no está mal tampoco—. Pero el cura de Ars estaba 14, o sea, muchas más. Y tenía mucha cola para
confesar. Tenía colas que salían de la iglesia, daban la vuelta. En fin, la gente tardaba, no sé si cuatro
días en confesarse. Aquello era tremendo. Pues cuando hacía la oración, la cola esperaba. “Es que hay
mucha cola”, podía pensar. Bueno, yo tengo que hablar con el Señor, o sea, tengo que estar con el Señor.
Si no, no funciona lo demás, ni la confesión ni nada. Es que no, no va. Dejar la oración es resignarse a
no funcionar, a no cumplir el fin de nuestra vida, ni lo que Dios espera de nosotros.

Dice san Josemaría en Amigos de Dios: “El sendero que conduce a la santidad, es sendero de oración”57.
No, no es posible llegar a la santidad sin oración. Por tanto, hay que hacerla bien. Por tanto, la Virgen es
fundamental, porque María es maestra de oración. Por lo tanto, si no has acudido a la Virgen, pues como
se dice en catalán, “has begut oli”. Y no, no lo haces bien. Tienes que acudir a algún momento a la
Virgen, no necesariamente en todas las oraciones. Pero hombre, considera que la Virgen está a tu lado
para que hagas una oración bien hecha.

57
n. 295.

52
El sendero que conduce a la santidad es sendero de oración y “la oración, dice Amigos de Dios, debe
prender poco a poco en el alma”58. Esto es lo bonito de la oración, que es como una semilla que cae en
tierra y se deshace y poco a poco va creciendo. La oración hay que cuidarla, hay que mimarla, hay que
hacer como las plantas. La gente que se dedica a las plantas dice que hay que hablar con ellas. Pues hay
que hacer algo así: cuidar la oración, “como la pequeña semilla, siguiendo el ejemplo que pone san
Josemaría, que se convertirá más tarde en árbol frondoso”. Y verás un árbol grande, verás una sequoia
que da frutos, que se eleva hasta el cielo. Una cosa firme, fuerte. La oración, la oración bien hecha, que
arraigue y que dé fruto.

Bueno, pues hemos de cuidar esa semilla en nuestra alma. Cada día, cultivar nuestra oración. La
hacemos cada día. Hay que hacerla cada día. La gente que hace oración, que dice: no, cada tres días…,
eso no va. Debe de ser diaria. Es como una buena serie policíaca que necesitas verla, porque si no, no
sabes que pasa con el asesino. En fin, hay que tener este deseo de contarle al Señor las cosas de nuestra
vida.

No encontraremos a nadie que nos escuche con tanto interés y con tanta atención como Jesús. Que tome
tan en serio nuestras palabras. Esto en la actualidad cuesta mucho. En el día de hoy cuesta encontrar a
alguien que tome en serio lo que le expliques, que ponga interés, o sea que no le parezca una tontería lo
que a ti te preocupa. Jesús siempre dice: ¿Qué pasa, hombre? Vamos a ver que tienes. “Tampoco
encontraremos a nadie cuyas palabras nos sean tan enriquecedoras, tan acertadas, cuando el Señor nos
ilumina en la oración”. A veces lo vemos clarísimo: “Mira, has de hacer esto”. Y sale de la oración. “No
pienses en esto. Trata bien a esta persona, que la estás tratando mal. Este trabajo es una chapuza.
Empiézalo otra vez. Enfócalo de otra manera”. Estas son inspiraciones habituales de la oración.

Hay que intentar revestirse de nuestro Señor Jesucristo. En Forja, que es un libro estupendo para hacer
oración, san Josemaría dice cosas que nos pueden ayudar. En el punto 74: “Todos hemos de ser ipse
Christus —el mismo Cristo—. Así nos lo manda San Pablo en nombre de Dios”59. Vemos a San Pablo
que hace oración, que trata a la gente con tanto cariño, que se da, que se entrega, ¿como lo hacía?: por la
oración. Sigue el punto de Forja: “Induimini Dominum Iesum Christum —revestíos de Jesucristo. Cada
uno de nosotros —¡tú!— Tiene que ver cómo se pone ese vestido del que nos habla el Apóstol; cada
uno, personalmente, debe dialogar sin interrupción con el Señor”. Cada uno tiene que ver como se pone
el vestido, ese vestido de Cristo. ¿Cómo te pones el vestido de Cristo? Dicen de Superman que iba con
ese vestido azul por los aires. Parece ser que el vestido tenía propiedades de los superhéroes, en el

58
Ib.
59
n. 74.

53
propio vestido las balas rebotaban. No sé. El vestido de Cristo que nos hace pobres, que nos hace
mansos, que nos hace humildes de corazón. O sea, ¿qué vestido de Cristo nos ponemos nosotros? Pues
hay que ver, en la oración, poco a poco, paso a paso, escogiendo un libro o escogiendo otro con la
dirección espiritual. En la cual nos digan, nos animen, nos confirmen el camino emprendido.

Hacer oración, sobre todo la oración mental, nos acerca a Dios. Insisto, porque hay gente que dice: “yo
rezo”: tres avemarías, un rosario, otras oraciones vocales. Pero, la oración mental, ¿qué pasa?, ¿la haces?
A veces esto nos pasa a los curas. Los curas somos tremendos, lo convalidamos con la misa. “Es que
tengo tres misas... ¡Hacer oración mental! ¡Estar delante del Señor! Si no, no vale lo demás, pierde un
poco su sentido. En cambio, en cuanto hacemos oración seremos fuertes, seremos la fuerza de la Iglesia.

¿Qué necesita la Iglesia ahora?: Almas de oración. Gente que rece. Esas viejecitas que rezan en la
oscuridad. Casi se podría decir que son las que llevan la Iglesia. Más que el cura que está ahí predicando
y piensa que todo depende de él. Ahí están esas mujeres que da gusto como rezan. El otro día le di la
comunión a una en su casa. Me lo pidió la médico del CAP, que es una buena católica. Y la enferma era
una mujer mayor que rezaba muchísimo. Me quedé edificado. La fuerza de la Iglesia es ésa. Ante las
crisis, y ante las tentaciones, sabremos acudir al Señor que nos dará la fuerza.

El libro La práctica del amor a Jesucristo, de san Alfonso María de Ligorio dice así: “Para vencer las
tentaciones el más eficaz, el más necesario, el remedio de los remedios es acudir a Dios con la oración y
no cesar de rogarle mientras dura la tentación”60. Es que es de la oración, de donde sale la fuerza. Lo que
hace Jesús en las tentaciones del desierto: oración, ayuno y palabra de Dios. Estas tres cosas. “A veces
dice el libro La práctica del amor a Jesucristo, tendrá el Señor guardada la victoria, no para la primera
súplica, sino para la segunda, la tercera o la cuarta. De la oración depende todo nuestro bien. De la
oración depende nuestra mudanza de vida. De la oración depende la victoria de las tentaciones”. Y de
eso nos convence la Virgen. O sea, nos dice: “hijo mío, haz oración, busca al Señor, no, no te quedes ahí
triste, haz tu rato de oración, bien hecho”. “¿Por qué dormís? dice Jesús en el huerto. Levantaos y orad,
para no caer en la tentación” (Lc 22, 46).

La oración nos ayuda en una cosa muy importante, que es casi lo más importante, por lo menos en los
cursos de retiro, cuando meditamos durante días sobre cómo llegar a Dios, cosa que es muy conveniente
hacer de vez en cuando, pero en esos momentos, suele salir una pregunta, que es: ¿qué hacer con los
errores? Hemos ofendido al Señor, hemos pecado, nos pesa, nos duele, pero el Señor… ¡nos ha
perdonado! Entonces tampoco tiene que haber desánimo, porque ya está, los tropiezos no tienen por qué

60
p. 273.

54
apartarnos de Él; forman parte del camino de la santidad. Pero a veces uno va como arrastrando unas
cadenas de dolor, como si fuera un fantasma. Cómo si el Señor no estuviese contento de nosotros. A
veces tenemos un poco esa sensación, y en el fondo de este pensamiento hay un desconocimiento de
Dios. Sobre el padre del hijo pródigo, el hijo pensó que le trataría como a un siervo. Pensaba que le
diría: ponte ahí en esa esquina, no des más la lata, has hecho el ridículo, has hecho el animal... ¡venga,
hombre…!, Y ¡no! Le trata como a un hijo: le besa, le da un abrazo, le pone unas sandalias, le pone la
túnica, le pone el anillo que es símbolo de la dignidad recobrada, o sea, el anillo familiar.

Es decir, tenemos que saborear más la misericordia de Dios, la confianza de Dios en sus hijos. Y eso es
lo que nos da la oración, ver que Dios es bueno, que Dios nos quiere, que Dios es un padrazo y por lo
tanto pues, la filiación divina, el sentirnos pequeñitos delante de Dios, el darnos cuenta de que Dios sabe
más que las cosas, las hubiéramos hecho de otra manera, pero como las ha hecho o permitido Dios es lo
mejor.

A los hombres nos cuesta. Si alguien falla en una empresa, quizá no hay segunda oportunidad. Si lo has
hecho mal, vete, vete por ahí, vete, búscate otra empresa. Si un hijo va a comprar y se queda el cambio,
le sisa, quizás su padre ya no le manda más a comprar. ¡Hijo mío! ¡Es que me has engañado! Esto es lo
que pasa con los hombres. Con Dios siempre nos manda a comprar, siempre confía en nosotros.

Por tanto, conocer a Dios. Pienso que en este punto la Virgen nos enseña mucho a profundizar en la
oración. En conocer cómo es Dios. Fíjate en el Magnificat, cómo cuenta cosas de Dios nuestra Madre
Santa María. Va contando: “Ha hecho cosas grandes en mí el todopoderoso, cuyo nombre es santo” (Lc
1, 49). Dice Jacques Philippe a propósito de esto: “Santa Teresa de Jesús añade algo muy hermoso sobre
este tema. Dice que el que hace oración continúa cayendo, por supuesto, teniendo fallos y debilidades.
Pero como hace oración, cada una de sus caídas le ayuda a saltar más arriba. Dios hace que todo ayude
al bien y al progreso del que es fiel a la oración, incluidas las propias faltas”61.

Volviendo a la pregunta de qué hacer con los errores. Pues bien: haz oración, habla con el Señor y el
Señor te dirá: Mira, pues aprovecha este error para aprender para la próxima ocasión, sé más prudente, o
sea, intenta sacar bien del mal, es decir, intenta aprender, intenta también darte a los demás y enseñarles
estas verdades a los demás en cuanto tengas ocasión.

Y sigue con Santa Teresa. Jacques, Philippe: “¡Oh, válgame Dios! ¡Qué ceguedad tan grande! Y qué
bien acierta el demonio para su propósito en cargar aquí la mano. Sabe el traidor que alma que tenga con

61
J. Philippe, Tiempo para Dios, cit. p. 39.

55
perseverancia oración la tiene perdida”. Es decir, uno se escabulle de las garras del demonio. “Y que
todas las caídas que le hace dar la ayudan por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es
su servicio. Algo le va en ello”. Por eso, el demonio lo que busca es que dejemos la oración, que no la
hagamos o que la hagamos mal, que es otra de sus especialidades.

Santa Teresa de Jesús era maestra de oración. Es la escuela teresiana. Es muy interesante, y hay que
conocer a Santa Teresa de Jesús. Ella se dirigía a sus monjas, o sea, los libros que escribe y las
experiencias de Dios que tiene son para formar a las monjas, para que aprendan, para que cuando les
pase algo pues digan aquí tengo la solución, aquí está el camino. Y estas enseñanzas sirven también a
mucha otra gente, no solo a las monjas de la Madre Santa Teresa de Jesús. Porque la oración llena de
paz. Porque la oración relativiza los problemas. O sea, aquello que te parece tan gordo y tan dices… oye,
lo que importa es ir al cielo, lo que importa es que te salves y lleves a mucha gente hacia el Señor. Lo
demás, qué más da. No te líes con que, si me han hecho esta faena, o si me han dicho. No pasa nada. Es
cambiar de mundo y el demonio lo sabe, que es cambiar de mundo, y que es cambiar de problema. El
problema que tanto te agobiaba deja de serlo, pasa a ser otro problema.

¿Qué hace el demonio para que dejemos la oración? Nos pone pegas sobre todo de tiempo. No tengo
tiempo. Esto es lo que dice a veces la gente que tratamos. “No tengo tiempo para hacer oración”, “tengo
un trabajo estresante”, “soy abogado”… Los abogados, es tremendo. Se pasan trabajando hasta las 9 de
la noche o los que trabajan en las consultoras de renombre... Bueno, pues algo hay que hacer. Tienes que
sacar tiempo para la oración. La base del amor es saber perder el tiempo con los demás. Si no, no serás
amigo de nadie. Si no sabes perder el tiempo, no hay posible amistad. Tiene que haber ratos de perder el
tiempo juntos. Acompañar, consolar, comprender…, requiere tiempo. O sea, hay que dedicar tiempo. Es
imposible conseguir amistad sin ese tiempo, dice Jacques Philippe: “Si nos ocupamos de Dios, Dios se
ocupará de nuestras cosas mejor que nosotros mismos”62. Yo tengo la experiencia de la carrera de
ingenieros. La gente decía: tengo exámenes, por tanto, dejo la oración, dejo todo. Sin embargo, teníamos
un argumento infalible: el más listo de la clase no dejaba la oración. Era miembro del Opus Dei y la
hacía con toda paz. Así, que sí que hay tiempo. “Reconozcamos humildemente nuestra tendencia natural
a estar demasiado apegados a nuestras actividades, a obsesionarnos o apasionarnos por ellas, y solo nos
curaremos teniendo la prudencia de saber abandonarlas con regularidad, incluso las más urgentes o más
importantes para dar gratuitamente ese tiempo a Dios”63.

62
Id. p. 32.
63
Ib.

56
Bueno, pues a ver si convencemos al amigo que sí que tiene tiempo, que el tiempo es de Dios y que
habrá un momento en que se acabe que será cuando nos muramos. Por lo tanto, es mejor prepararse con
oración, sabiendo haber dado nuestro tiempo a Dios. Y no dejar la oración. Siempre con oración
arreglamos nuestra vida. Hay un arma, dice el autor Eugene Boylan: “Hay un arma en camino que es
esencial para abordar las dificultades y hacer progresos en la oración”64. La oración tiene su dificultad.
Yo no digo que sea facilísimo hacerla. Tampoco es dificilísimo. Pero tiene dificultades. Entonces, ¿cuál
es el motor que hace superar las dificultades en la oración? Pues aquí lo dice este autor y es: “la firme
resolución de no cesar nunca de hacer intentos”. No te sale. Prueba otra vez. Venga, vamos a hacerla así.
Coge este libro. Prueba. Prueba de no cesar nunca de orar. Cuando nos decidimos a ser hombres de
oración, hacemos una declaración de guerra. No solamente contra la parte inferior de nosotros mismos,
si no contra el demonio mismo. O sea, es una declaración de guerra. Yo, Señor, quiero hacer oración.
Quiero ser un alma llena de oración. Vamos a hacer esta declaración de guerra, que es una declaración
de paz. Tendremos mucha paz si hacemos oración, tendremos mucha alegría.

El Cura de Ars decía que la mayor alegría del hombre sobre la tierra es la oración. Y lo decía habiendo
conocido a muchas almas, o sea, la mayor alegría, la oración. Pues vamos a pedírselo a la Virgen.
Acabamos con unas frases de San Josemaría sobre la Virgen. “Contemplemos ahora a su Madre bendita,
Madre nuestra también. En el Calvario, junto al patíbulo, reza. No es una actitud nueva de María. Así se
ha conducido siempre, cumpliendo sus deberes, ocupándose de su hogar. Mientras estaba en las cosas de
la tierra, permanecía pendiente de Dios. Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre, quiso que también su
Madre, la criatura más excelsa, la llena de gracia, nos confirmase en ese afán de elevar siempre la
mirada al amor divino”65. ¡Qué bonita esta frase!: “Elevar la mirada al amor divino”. Ver que las cosas
de la tierra a veces son duras, son difíciles. Pero está Dios. Está Dios con nosotros. Dios está contigo.
Vamos a pedirle a la Virgen que nos enseñe a ser almas de oración. La Virgen estará muy contenta si se
lo pedimos, porque no hay nada que desee más que que seamos almas de oración, pues vamos a
pedírselo. Madre mía, ayúdanos a dar mucho consuelo al Señor contigo.

64
E. Boylan, El amor supremo, Rialp, Madrid 2002, p. 103.
65
Amigos de Dios, n. 241.

57
La alegría de la Virgen66

En este mes de mayo estamos intentando tratar a la Virgen. Estamos haciendo, seguro, muchas cosas,
como siempre, pero mirando más a Santa María y nos percatamos que la devoción a la Virgen no es
como una especie de lugar común cuando no sabemos qué hacer. Rezarle a la Virgen y tratarla nos lleva
a imitarla. Es decir, no sería una buena devoción a la Virgen aquella en la cual nos quedamos igual. Y,
además, aunque la Virgen aparece poco en el Evangelio, pero, cuando aparece, ¿cómo aparece? ¿qué
impresión nos llevamos cuando leemos esos textos sobre la Virgen? Pues, me parece a mí, lo primero es
que la Virgen es nuestra Madre. Pero, enseguida y a continuación, que es alegre. Me parece a mí que
ésta es una característica de la vida de la Virgen, la alegría. Por tanto, vamos a pedirle al Espíritu Santo
luces, como estamos intentando esta mañana, para sacar algún propósito para mejorar nuestro trato con
Jesús y también para aprender de la alegría de la Virgen. Cómo ser alegres como ella.

La alegría de la Virgen se manifiesta especialmente en el canto del Magníficat. San Juan Pablo II le
tenía mucha devoción a este canto del Magnificat y decía, por ejemplo, que, para asistir bien a Misa,
para vivir la Eucaristía, hacía falta tener la disposición del alma que se ve en el Magnificat. Es como la
mejor disposición para acompañar a Jesús en la Eucaristía. “Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu se
llena de gozo en Dios mi salvador” (Lc 1, 46-47). Es una alegría fruto de la meditación de María. Dice
el Evangelio que María conservaba las cosas que veía en su corazón. María medita. María piensa delante
de Dios. San Josemaría dice así en Amigos de Dios: “nuestra Madre ha meditado largamente las palabras
de las mujeres y de los hombres santos del Antiguo Testamento que esperaban al Salvador” 67. El
Magnificat es fruto de la meditación de María. Lo tenía en los labios no sólo cuando está con santa
Isabel, sino siempre. A San José seguro que se lo cantó muchas veces, y, seguramente, la acompañaría.
Está meditando constantemente el Antiguo Testamento. “Ha admirado aquel cúmulo de prodigios, el
derroche de la misericordia de Dios con su pueblo, tantas veces ingrato”68.

Fijaos en el Magnificat como María habla del pueblo de Israel, que era ingrato, que no sabía agradecer al
Señor. “Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu se llena de gozo en Dios, mi Salvador”. Lo que no hace
el pueblo de Israel lo hace María. “Al considerar esa ternura del cielo, sigue diciendo san Josemaría,

66
Meditación dirigida el 4.VI.21.
67
n. 241.
68
Ib.

58
incesantemente renovada, brota el afecto de su Corazón Inmaculado. ‘Mi alma glorifica al Señor y mi
espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío. Porque ha puesto los ojos en la bajeza de
su esclava’. Los hijos de esta Madre buena, los primeros cristianos, han aprendido de Ella, y también
nosotros podemos y debemos aprender”69.

María, ¡ayúdanos! Enséñanos este camino de meditación, de contemplar las maravillas de Dios, de
pensar que Dios es bueno. A veces las cosas que nos hacen sufrir o nos preocupan hemos de enfocarlas
bien. Porque si las preocupaciones nos agobian, no es bueno. ¿Qué es lo que se opone a la alegría?: el
agobio, la tristeza de ver las cosas un poco negativas. Y hemos de ampliar nuestra alma y decir: Señor,
mira que tu pueblo va en busca de la tierra prometida, pasa el Mar Rojo, tienen el maná, y queda un
resto de Israel que es fiel. Fíjate como hay un resto de Israel, unos pocos, que son fieles al Señor: San
José, Simeón, el que coge en sus brazos a Jesús, la profetisa Ana. ¡Qué alegría ver gente fiel en el pueblo
de Israel! Por lo tanto, la alegría de la Virgen es una alegría profunda. ¿Es la tuya una alegría así? O ¿es
una alegría un poquito más superficial? Quizás es una alegría que viene y se va: una emoción.

Hemos de pedirle al Señor la alegría de la Virgen. Ya solo hacer oración nos pone contentos. El
Evangelio dice: “María guardaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Esto es lo
que nos hace falta a nosotros: meditar. Si no tenemos unos ratos de oración, si no somos fieles a los ratos
de oración, pues el Espíritu Santo no puede hacer nada, o sea, necesita los ratos de oración para
transformar nuestra alma, para cambiarnos, para decirnos: “oye, despierta que estás un poco dormido,
tienes un alma dormida. Hay que despertar, hay que ver qué te pide Dios”: guardar y meditar. Fijaos
como lo dice el Evangelio: “Guardaba y meditaba”. Guardaba en el corazón.

Para los momentos de dificultad, pues acude a lo que tienes guardado en el corazón y recupera un
poquito ese buen humor y esa esperanza. ¡Qué fácil es pensar en uno mismo! En que no guardamos en el
corazón, en que nuestra cabeza se va a las nubes: “si me han hecho, si me han dicho, si me han mirado
mal”. O sea, estamos con el corazón un poco estropeado. Hay que borrar el yo poniendo ante la vista
cosas que meditamos en nuestro corazón. El yo nos pone tristes, cuando sale el yo cuando sale el si me
han hecho, si me han dicho si no sé qué…, entonces nos quedamos un poco tristes. Le hemos de pedir al
Señor que no queremos que nos pase eso. Porque no hay motivo para estar triste. O sea, un hijo de Dios
piensa: Dios es mi padre, me quiere. Dios es un padrazo. A veces no estamos muy convencidos de esto.

El famoso Jacques Philippe, está en Barcelona estos días. El lunes, no sé si os habéis enterado, dio una
charla a sacerdotes en el Seminario de Barcelona y les habló de la paternidad del sacerdote, que es el

69
Ib.

59
título de un libro que ha escrito hace poco. Hace un par de meses publicó este libro, que es muy bonito y
lo recomiendo vivamente70. Además, no solo es para sacerdotes, es para padres, para madres, para
educadores, para toda persona que tenga que ver con el tema de la paternidad. La paternidad viene de
Dios. Dios que es Padre, que me enseña a ser padre y madre, me enseña las dos cosas. Pues Dios es mi
padre. Dios puede más porque me protege. Ser padre significa proteger. Dice una cosa muy simpática y
curiosa: Imaginaos en la parábola del hijo pródigo que vuelve el hijo pródigo después del desastre de
vida que ha llevado y que acaba cuidando cerdos. Vuelve a casa diciendo: le diré a mi padre lo de que
me trate como a un jornalero. Se pone en marcha, llega y resulta que el padre no está, o sea, ha
desaparecido, que a veces lo que pasa es que el papá no está. ¿Donde está papá?, se pregunta Jacques
Philippe. Dice pues ya se ve que esto no puede ocurrir, o sea, el padre tiene que estar, tiene que acoger.
Ese es un padre y una madre, alguien que acoge, alguien que te protege. Bueno, pues esto, tenemos que
sentirnos así, protegidos por Dios. Dios es nuestro Padre.

En los círculos, en el examen, se pregunta: ¿Me he dejado dominar por la tristeza sin considerar que es
aliada del enemigo? Es una pregunta muy buena, muy centrada. “¿Me he dejado dominar?”. Esta es la
paradoja: la tristeza siempre se insinúa, siempre dice: Oye, pues mira, esto está mal, aquello es un
desastre, no sé. No te dejes dominar, lucha. O sea, tira del alma para arriba. Dile al Señor que crees en
Él, que confías en Él, que no quieres entrar en ese diálogo un poco oscuro de nuestra alma. No dejarnos
dominar…, es más, no dialogar, decirle no quiero hablar de este tema, no me interesa, voy a hablar de
otro tema, voy a tratar al Señor, al Espíritu Santo, a la Virgen.

En la Epístola de Santiago dice: “Estás triste, ora” (Snt 5, 13), reza, si estás triste. Venga hombre,
considera en tu corazón en presencia de Dios lo que te pasa, abre tu alma al Señor. Es la solución, sin
duda, de la tristeza. Si estamos decididos a rezar, hacemos una declaración de guerra al desánimo. ¿Cuál
es el arma que usa más Satanás?: El desánimo. Es como con las marionetas que hay que tirar de un
hilito, que es el desánimo. Pues no dialogues. Dile que no, que quieres estar feliz con tu vida. Incluso,
cuando rezamos, rectificamos nuestras meteduras de pata, nuestras faltas. La veremos en la oración, y
nos arrepentiremos, iremos a confesarnos rápido. Además, tenemos que confesarnos y volver a empezar,
pero, desde más arriba. Esto lo dice Santa Teresa de Jesús: la gente que tiene oración y ella usa esta
expresión “tener oración”, tener oración que es contar con la oración en mi vida, o sea un arma
fundamental. Lo que pasa es que si no tienes oración, ¿qué tienes?: tus fuerzas, tu decisión, tu voluntad.
Con eso no basta, hace falta la oración. Dice la Santa que la gente que tiene oración, el demonio la tiene
perdida porque vuelve a empezar desde más arriba. Porque tiene oración, porque sabe que Dios es

70
Cfr. J. Philippe, La paternidad espiritual del sacerdote, Rialp, Madrid 2021, 156 pp.

60
misericordioso, que Dios te perdona y que Dios está contento. Es fundamental esta paz que nos da saber
que Dios está contento con nosotros.

Vale la pena que meditemos un poco el Magnificat. Y otro punto del Magnificat muy ligado a la alegría
es la humildad. María dice en este canto: “Porque vio la humildad de su esclava” (Lc 1, 48). Vio la
humildad. Vio Dios a una mujer humilde. Comenta Amigos de Dios: “¡Qué bien lo entendía Nuestra
Señora, la Santa Madre de Jesús, la criatura más excelsa de cuantas han existido y existirán sobre la
tierra! María glorifica el poder del Señor que derribó del solio a los poderosos y ensalzó a los
humildes”71. Para que Dios nos dé su gracia, para que nos aúpe un poco, para que salgamos desde más
arriba, aunque hayamos caído, es fundamental la humildad.

Dios derriba a los poderosos, ensalza los humildes. Si le pedimos perdón, si vamos al Señor
arrepentidos, pues no hay ningún problema. Y canta que en ella se ha realizado una vez más esta
providencia divina. “Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava. Por tanto, ya desde ahora me
llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Dice San Pablo: “cuando soy débil, soy fuerte” (2 Cor,
12, 10). Y se entiende. Parece una paradoja, pero es verdad, cuando nos sentimos débiles, cuando vamos
al Señor: “Señor, ¡ayúdame!, ¡que no me aclaro!, ¡que estoy hecho un lío!” Somos fuertes… porque el
Señor nos ensalza. La humildad no es decir: bueno, pongo el paraguas, aguanto el chaparrón y aquí me
quedo, sino la humildad es hacer cosas grandes, cosas que el Señor nos pide. Cambiar esta sociedad que
está un poco enferma. Ayudar a los hijos, a los nietos. Tirar para arriba de la gente, darles esperanza, ser
una persona positiva, que da esperanza a su alrededor.

La humildad es la que nos lleva a decir: esto, que me pide el Señor me parece imposible, pero ¡no es
imposible!, ¡inténtalo!, vamos a ayudar a la gente de verdad. Sigue diciendo San Josemaría: “María se
muestra santamente transformada, en su corazón purísimo, ante la humildad de Dios” 72. Se transforma
con la humildad. La humildad hace que la gracia de Dios llegue y transforme el corazón, y nos haga
tener un corazón, como dice la Escritura, de carne; no un corazón de piedra: un corazón de carne, un
corazón que sepa amar de verdad.

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa
el Santo que de ti nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). La humildad de María hace que el Hijo
de Dios se encarne en sus entrañas. El ángel le dice que será de la casa de David. O sea, que lo que en el
futuro será el triunfo del pueblo de Israel está ya en las entrañas de María. “La humildad de la Virgen es

71
n.96.
72
Ib.

61
consecuencia de ese abismo insondable de gracia, que se opera con la Encarnación de la Segunda
Persona de la Trinidad Beatísima en las entrañas de su Madre, siempre Inmaculada” 73. El Señor
trasforma a los humildes. Por eso, Señor, te pedimos humildad. Haznos humildes. Que no nos creamos
nada del otro mundo, que somos especiales, que no miremos a los demás como pobre gente que no se
entera de nada. Somos como los demás, somos peores que los demás. Si no fuese por la misericordia de
Dios, ¿dónde estaríamos?

Ser humildes. Así el Señor nos modelará como el barro en manos del alfarero. El barro, si no está
blando, no se puede modelar. El Espíritu Santo, que es nuestro modelador, que es quien nos hace
parecidos a Cristo, tiene que actuar en un alma dócil, en un alma de barro blando, humilde, sin durezas,
sin cosas del carácter un poco extrañas, como la terquedad. Dios nos pide entregarle todo nuestro
corazón.

San Josemaría tenía muy claro esto de la humildad. Y se ve en sus escritos, por lo menos esta es la
impresión que me llevo. A mí me gusta, y, perdonadme, es lógico que me guste, leer a San Josemaría
porque en esos libros que él llamaba “de fuego”, Forja, Surco… tienen un tono, digamos, de novedad,
de originalidad, pero sin presumir. Es decir, te das cuenta de que el autor es un alma que ha meditado la
Palabra de Dios, la ha hecho suya, también con un poco de humildad, o sea, sin obligar: esto hay que
hacerlo así. ¡No!, dice, yo lo hago así, me va bien. Prueba tú a ver qué tal te va a ti. Por ejemplo, en el
punto 608 de Forja dice: “El canto humilde y gozoso de María en el Magnificat, nos recuerda la infinita
generosidad del Señor con quienes se hacen como niños”. Otra vez, este tema de la humildad hace que
uno se pueda transformar como un niño. Un niño está aprendiendo, está asimilando un poco el mundo.
Se admiran de lo que le dices. Se ve en las catequesis de Primera Comunión que son fantásticas. Son
buenísimas porque los niños aprenden y rezan y se lo pasan bien y la Palabra de Dios les entra, va
calando. Pues hay que tener esta humildad del niño que está aprendiendo cosas de Dios. Continúa el
punto de Forja: “con quienes se abajan y sinceramente se saben nada”. Dios es generoso con las almas
que se hacen como niños.

Bueno, pues vamos a pedirle al Señor en este retiro que queremos estar alegres como María, sabernos
nada, poca cosa, quitarnos aires de grandeza. Es decir, pedirle al Señor que seamos humildes. Con
sinceridad: “Señor, hazme humilde, que quite el yo, que desaparezca, que no sea yo un poco la sal de
todos los platos, el protagonista. Que sepa estar en un segundo plano ayudando a los demás”.

73
Ib.

62
La humildad, la sencillez nos pone contentos. Los niños son felices con poca cosa. El otro día hablaba
con un papá me contaba: “el otro día íbamos por el campo con mi hijo, un hijo pequeño, y le decía:
—mira, una lagartija”.
Y el chaval feliz ante la lagartija. El padre se quedaba asombrado de la emoción que le daba a su hijo
una simple lagartija. El niño tiene esta espontaneidad de alegrarse con poca cosa. Por eso, Forja, lo que
acabamos de leer dice: “se muestra la generosidad de Dios”. Quien se hace como niño Dios se vuelca en
él y le transforma.

En el fondo, la alegría es la alegría de la entrega. Uno que se da a Dios y a los demás está contento.
Cuando uno se entrega la cosa va bien. Cuando uno se cansa y se queja: “es que ya lo he hecho diez
veces, es que he puesto el lavaplatos. Siempre lo pongo yo…”. Pues no. En vez de quejarse, pensar: ¡qué
bien! Entregarse, darse a los demás.

En el libro este que os he citado de Jacques Philippe dice que la paternidad tiene que ver con las
bienaventuranzas, especialmente con la primera: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos
es el reino de los cielos” (Mt 5, 3). El Señor les llama bienaventurados, felices, dichosos. Las
traducciones castellanas de la bienaventuranza son éstas: dichosos, felices, bienaventurados. Y se
pregunta: “¿qué significa ser pobre? Es no poder apoyarse, a fin de cuentas, en otra cosa que en Dios.
No tener otra seguridad que nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor”74. La verdadera pobreza es no
querer controlar toda la vida, o sea, depender de Dios. No depender sólo de nuestra cuenta corriente, de
nuestros ahorros, de la seguridad que me da mi familia, que me apoya y tiene recursos. Es no tener otro
refugio que nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor. Esa es la pobreza de espíritu. Señor, protégeme.
“Imposible apoyarse en uno mismo, en sus capacidades, sus concepciones, su saber, su formación, sigue
diciendo el libro, Contar solo con Dios. El Santo Cura de Ars decía: ‘Dios me ha hecho esta gran
misericordia de no poner en mí nada en lo que pudiera apoyarme: ni talento, ni ciencia, ni sabiduría, ni
fuerza, ni virtud’”75. Bueno, pues Dios pone el incremento pone cuando uno es pobre de espíritu.
Cuando uno se vacía. Cuando uno deja de llenarse de esa falsa seguridad humana. Apoyarse de verdad
en el Señor, eso da confianza.

San Pablo se plantea un problema. Predicaba mucho el evangelio, no paraba de predicar. Hay un
momento en que se para y se pregunta: ¿cómo puedo predicar si soy débil, si tengo ese ángel de Satanás
que me da bofetadas, ese aguijón de la carne? No sabemos a qué se refiere con lo del aguijón, pero da
igual. O sea, tenía esa pregunta: ¿cómo puedo predicar a los demás si yo tampoco estoy muy seguro de

74
J. Philippe, La paternidad espiritual del sacerdote, Rialp, Madrid 2021, p. 92.
75
Ib.

63
que lo esté haciendo bien? Y en la segunda carta a los Corintios ofrece una contestación a esto y dice:
“Llevamos este tesoro en vasos de barro” (2 Cor 4, 7). Es decir, que uno tiene que hacer el bien sabiendo
que no es muy bueno tampoco. Bueno, mira, yo intento ser bueno, pero tampoco lo soy tanto. No pasa
nada. Llevamos este tesoro que es la gracia de Dios en vasos de barro, “para que la excelencia sea del
poder de Dios y no parezca nuestra”. Para que se vea que es Dios quien actúa en los corazones. Quien
convierte las almas es el Señor, no es nuestra palabra. Nuestra palabra es un vehículo, es un sobre, pero
el contenido es la carta, lo que hay dentro, ése es Dios. Es el Espíritu Santo quien convierte los
corazones.

Y sigue diciendo: “Atribulados en todo, pero no angustiados. Perplejos, pero no desconcertados.


Perseguidos, pero no abandonados. Derribados, pero no destruidos”. Aunque estamos hechos polvo.
Pero da igual, aquí estamos. “Llevamos siempre y por todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para
que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo, teniendo, sin embargo, el mismo espíritu
de fe según lo que está escrito: Creí, por eso hablé”. También nosotros creemos y por eso también
hablamos. Lo único que hay que tener es la fe. Fe en Dios que me protege, que es mi Padre, que me
quiere. Y por eso hablo, porque Dios me pide hablar, no porque yo piense que voy a convencer a nadie,
sino es Dios quien me lo pide. Ya está. Ten espíritu de fe en la fidelidad de Dios. Él no falla.

Hace poco leíamos en la misa la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles que cuenta las andanzas
de San Pablo. Y salía que San Pablo se convierte, se pone a predicar y le apedrean. Resultado de la
predicación: es apedreado. ¡Menudo éxito! O sea, le tiran piedras, pero, además, le tiran muchas piedras,
le dan por muerto. Entonces vienen los discípulos, lo llevan a la ciudad, lo recuperan y a los dos días ya
está otra vez predicando. Yo creo que tendría moratones el pobre San Pablo todavía, pero ya está otra
vez predicando y esta vez tiene éxito, se convierten, va por varias poblaciones… De manera que dice,
con rotundidad, el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles que la Iglesia gozaba de paz. Bueno,
tirarle piedras tiene poco de paz… Pero ahí se quedó, en anécdota. O sea, San Pablo es que no paraba.
“Hablé”, dice San Pablo, “hablé”, aunque me costaba.

Tratar a la Virgen, nos da una esperanza alegre, nos llena de esperanza. María nos llena de alegría.
“Maestra de esperanza, dice San Josemaría, María proclama que la llamarán bienaventurada todas las
generaciones. Humanamente hablando, ¿en qué motivo se apoyaba esa esperanza? ¿Quién era Ella para
los hombres y las mujeres de entonces? Las grandes heroínas del Viejo Testamento: Judit, Ester,
Débora, consiguieron ya en la tierra una gloria humana, pero fueron aclamadas por el pueblo,
ensalzadas. El trono de María como el de su Hijo es la cruz y durante el resto de su existencia, hasta que
subió en cuerpo y alma a los cielos, es su callada presencia lo que nos impresiona. San Lucas, que la

64
conocía bien, anota que está junto a los primeros discípulos en oración. Así termina sus días terrenos, la
que habría de ser alabada por las criaturas hasta la eternidad”76. Nosotros cantamos las glorias de María,
como decía San Alfonso María de Ligorio. Las glorias de María: bienaventurada me llamarán todas las
generaciones. La Virgen es nuestra Madre. Nos quiere, nos protege. Nos hace conocer esa paternidad de
Dios. Ella es madre, pero le viene también la paternidad y la maternidad de Dios y nos protege a
nosotros.

La alabamos y la proclamamos Reina de nuestra alma. Vamos a pedirle a la Virgen que nos enseñe su
alegría, su sonrisa. Y acabamos con un punto de Forja: “Pido a la Madre de Dios que nos sepa, que nos
quiera sonreír y nos sonreirá. Y, además, en la tierra premiará nuestra generosidad con el mil por uno, el
mil por uno, le pido”77. María nos enseña a ser generosos. Es casi imposible tratar a la Virgen bien y
reservarse algo. Decir o pensar: mira, yo esto no lo quiero dar, esto es para mí, esto para mi egoísmo.
No. Es difícil que la Virgen no nos enseñe la generosidad total. Pues vamos a pedir a la Virgen que nos
dé esa alegría, que no sonría. Y así nuestra vida será alegre. Que es muy importante: poner a la gente
contenta, con nuestra sonrisa, con nuestra alegría. “Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu se llena de
gozo en Dios, mi Salvador”. La Virgen nos enseñará este camino de alegría.

76
Amigos de Dios, n. 286.
77
n. 281.

65
María, mujer eucarística78

En mi nuevo colegio, en el que he empezado a trabajar este curso, me dijeron que para los alumnos de
mi curso —15 a 16 años— no había pláticas, sino que había adoración eucarística, y en esa adoración se
podían decir unas palabras, pero tampoco muchas, porque de lo que se trataba era precisamente de
adorar en silencio. Y esto me hizo replantear mis ideas, porque yo estaba acostumbrado, como
encargado de otras tareas similares en otros colegios, a dar pláticas frecuentes y desarrollar algunos
argumentos catequéticos en varias pláticas. Entonces me planteé, por ejemplo, cómo hablar de la Virgen
si está la Eucaristía ahí expuesta. Y también, cómo hablar de la doctrina social de la Iglesia. O algo
habrá que decir también de la familia, de la sociedad, o, incluso, cómo hablar del purgatorio, si está el
Señor en la Eucaristía ahí delante. Entonces, tuve una pequeña crisis de cómo solucionar esto. Y,
estando con estos pensamientos, me vino a la mente que en la Iglesia tenemos la orientación de lo que
han hecho y dicho los santos. Por aquellos días, por una casualidad, estaba repasando la encíclica de san
Juan Pablo II Ecclesia de Eucharistia, y por ahí vino la solución.

El título de la encíclica en castellano es: “La Iglesia vive de la Eucaristía”. Y el título ya lo dice todo:
todo sale de la Eucaristía. La palabra clave es vivit: vive. Toda la vida de la Iglesia brota de la Eucaristía.
La Iglesia saca toda su fuerza y su doctrina, como de un pozo sin fondo, de la Eucaristía. Además, el
capítulo sexto de la encíclica se titula “En la escuela de María, mujer ‘eucarística’”. Con lo cual, vamos
a pensar un poco en esta meditación, al hilo de las palabras de san Juan Pablo II, en la Virgen y la
Eucaristía, que es el primero de los temas que nos planteábamos.

Señor, te pedimos ayuda para, no sé, quererte más en este augusto sacramento de la Eucaristía. Sí que le
queremos, sí que la vivimos, pero se nos mete la rutina, se nos mete el acostumbramiento, se nos meten
un poco las comparaciones de iglesias, de sacerdotes, y nos olvidamos de que lo importante es hacer que
nuestra vida brote de la Eucaristía. El profeta Jonás caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el
monte Horeb, porque fue alimentado por un ángel del cielo. Le trajo el alimento un ángel. El alimento
que Dios nos da nos ayuda a caminar hasta que nos muramos.

“Mujer eucarística” le llama San Juan Pablo II, y dice que, a primera vista, el evangelio no habla de la
presencia de María en el relato de la institución de la Eucaristía, la tarde del Jueves Santo. No se
menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los apóstoles esos días y que, de hecho,

78
Meditación dirigida el 16.I.22.

66
está al día siguiente en el camino de la cruz. También está María “en la primera comunidad reunida
después de la Ascensión, en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las
celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos en la fracción del pan
(Hch 2, 42)”79. O sea, no estaba, pero se supone que estaba cerca. Es más, la vidente la beata Catalina
Emmerick, que tiene una serie de revelaciones sobre la Pasión, dice que María estaba en la habitación de
al lado de donde estaban Jesús y sus discípulos. Es una opinión posible. Y, además, dice que, cuando
acaba la Última Cena, vinieron a recoger la mesa ella y las mujeres que estaban allí.

Se supone que era la casa de San Marcos porque, de hecho, en el evangelio de San Marcos aparece un
joven no identificado que podría ser el propio evangelista (cf. Mc 14, 51-52). Añade la beata Emmerich
que María y las otras mujeres hicieron el primer sagrario con los trozos de pan convertido en Eucaristía.
La fe de María actúa ahí para custodiar y guardar el pan eucarístico. Bueno, todo esto es una posibilidad
piadosa. Nos gusta pensarlo así. ¿Por qué no? Lo que sí sabemos con certeza es que María estaría en las
celebraciones eucarísticas de los apóstoles, después de la Ascensión. Lo decimos en la comunión
espiritual: Yo quisiera Señor recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió
vuestra Santísima Madre… Seguro. Los apóstoles celebraban la Misa, la Eucaristía, la fracción del pan y
allí estaba María y comulgaba con devoción y con amor. Después de que Jesús sube al cielo, los
apóstoles quizá, no sabían muy bien qué hacer. Y María les diría: “vamos a esperar al Espíritu Santo.
Vamos a estar juntos, unidos. Vamos a considerar lo que decía Jesús durante su vida”.

Es interesante seguir los pasos de san Juan Pablo II los últimos años de su vida, que fueron muy
fecundos. La encíclica citada es de 2003. Él muere en el 2005. Poco después del Jubileo del 2000 y de la
Carta apostólica Novo Millennio Ineunte (2001), con el programa para el nuevo milenio, propone dejarse
acompañar por la Virgen con la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (2002) y es ahí donde añade
los misterios del Rosario de Luz. En estos misterios está también la institución de la Eucaristía. O sea
que el Papa, al final de su vida, se remonta a la Eucaristía para evangelizar, después de haber recorrido
el mundo con sus viajes apostólicos.

Dice el Papa que María es mujer eucarística con toda su vida. Y entonces pone en relación las palabras
de Jesús después de la consagración del cáliz: “Haced esto en conmemoración mía” con lo que dice
María a los sirvientes en las bodas de Caná: “Haced lo que él os diga”. Y dice así el Papa: “repetir el
gesto de Cristo en la Última Cena en cumplimiento de su mandato: ‘Haced esto en conmemoración
mía’”80. En teología sacramentaria se estudia que la transformación eucarística, la transustanciación es

79
San Juan Pablo II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 53.
80
Ib. n, 54.

67
ex vi verborum. O sea, por la fuerza de las palabras. “Haced esto en conmemoración mía”. Es un
mandato de Cristo. Cristo no miente. La verdad de Cristo es muy profunda. ‘¡Haced esto en
conmemoración mía!’, “se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a
obedecerle sin titubeos. ‘Haced lo que Él os diga’(Jn 2, 5) con la solicitud materna que muestre en las
bodas de Caná. María parece decirnos No dudéis, fiaros de la palabra de mi Hijo”81. Esto es
fundamental, que nos fiemos de Cristo. Fíate de Cristo que está en tu corazón. “Él, que fue capaz de
transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre,
entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua para hacerse así ‘pan de
vida’82.

Nos entrega dos cosas: el memorial de la Pascua, que significa el paso de la muerte a la vida a través del
sacrificio de Cristo y después, el pan de vida, el alimento. La Eucaristía es dos cosas: sacrificio y
alimento. Pues esto es lo que hacen Jesús y el Espíritu Santo: transformar el agua en vino, y el pan y el
vino, en el cuerpo y la sangre de Cristo. Por eso las bodas de Caná tienen mucho de realidad eucarística
que, de alguna forma, se refleja en la alegría que, con la ayuda de la Virgen, llega hasta el final de las
bodas y se contagia a los novios. Y gracias al mejor vino: el vino de las bodas de Caná.

Una de las etapas de las peregrinaciones a Tierra Santa es Caná de Galilea, cerca de Nazaret. Y allí los
matrimonios renuevan las promesas del sacramento del matrimonio. Es una etapa muy bonita y
emocionante. Debo decir que lo que no suele estar a la altura es el vino para turistas que se sirve allí, que
no es tan bueno como el de hace 2000 años.

Otro aspecto de la Eucaristía que se destaca en este capítulo de la Encíclica sobre María “mujer
eucarística” es la fe. En la escena de la Visitación a su prima Isabel, que es uno de los misterios gozosos
del Rosario. Su prima Isabel dice: “Bienaventurada porque has creído”. Es decir, Isabel alaba la fe de
María. En realidad, todo el misterio de la Encarnación del Dios que se hace hombre es a través de la fe
de María. Si no fuera por Ella no estaríamos nosotros aquí contemplando la belleza de este misterio
sagrado. Y San Juan Pablo II comenta: “’Feliz la que ha creído’ (Lc 1, 45): María ha anticipado también
en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia” 83. Cuando María cree que en sus entrañas
estará Jesucristo, está anticipando lo que serán después los sagrarios, está anticipando la Eucaristía,
donde viene el mismo Cristo. Le gustaba decir a san Josemaría que Jesús está en la Eucaristía con su
cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad: todo Cristo. “Cuando en la Visitación lleva en su
seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en ‘tabernáculo’ -el primer ‘tabernáculo’ de la
81
Ib.
82
Ib.
83
Ib. 55.

68
historia-, donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de
Isabel como ‘irradiando’ su luz a través de los ojos y la voz de María84.

¡Qué bonita es esta escena del primer Sagrario!: Isabel adora a María, el vientre de María. El niño que
Isabel lleva en su seno, San Juan Bautista, se mueve en su interior. O sea, se da cuenta de que está ahí
Jesús, porque, como dirá después, ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Contaba
un sacerdote hace poco que una niña hizo la primera comunión muy bien preparada. Esta niña tenía
hermanas más pequeñas. La hermana un poquito más mayor tenía un poco fama de mandona, le gustaba
controlar, dando órdenes a las más pequeñas. Después de la ceremonia, fueron a la sacristía todos los
que habían hecho la comunión. Allí, en la sacristía todo eran felicitaciones. Pero a la que había hecho la
comunión le habían explicado la conveniencia de la acción de gracias, por lo menos unos minutos,
mientras Jesús estaba con ella. Y, ni corta ni perezosa, se dirigió a sus hermanitas: vosotras de rodillas
que soy un sagrario. Pues tenía razón. No había pasado mucho tiempo y era un sagrario: eso es tener fe.

El quinto misterio de luz es la institución de la Eucaristía. A mí me llama la atención que el Papa Juan
Pablo II dice con mucha seguridad: estos son misterios de luz. Los otros misterios, gozosos, dolorosos y
gloriosos, no son de luz. Los de luz se refieren a la vida pública. Con la contemplación de los misterios
del Rosario se abarca todo el arco de la vida del Señor. Hasta, el último de Gloria: la Virgen coronada,
Reina de cielos y tierra. Pero el Papa, dice que es misterio de luz, de luz. Lo ve clarísimo. Porque
cuando adoramos alumbra. ¿Qué luz es esa? Yo creo que la luz, es la vida eterna. Es el cielo. Hay una
iglesia en Roma, la de San Ignacio, que tiene una bóveda pintada con un efecto óptico, de manera que da
la impresión de que la bóveda se eleva y se ve el cielo arriba. Están allí los santos, los bienaventurados,
y los ángeles: la Iglesia del cielo. La perspectiva está bien, muy bien lograda. Vale la pena visitar esa
iglesia. Pues bien, eso es la Misa. En el prefacio de la Misa decimos que los coros del cielo, los ángeles,
los arcángeles cantan, alaban al Señor. Y por eso el Adoro te devote, que es un himno muy precioso para
meditar en la Eucaristía dice: “Haz que se cumpla lo que tanto ansío: que, al mirar tu rostro ya no oculto,
sea yo feliz viendo tu gloria”. Es decir, que al Señor en la Eucaristía tenemos que decirle que cuando no
esté oculto estemos en la gloria. Ese rostro de Cristo que nos mira desde la Eucaristía está en la gloria.
Él ya está en la gloria. Nosotros todavía no, pero esperamos estar algún día. Por eso, la Eucaristía es ver
sobre todo la gloria de Dios, no la nuestra. A veces, nos quedamos mucho en nuestra gloria: he
conseguido este éxito, incluso apostólico. He conseguido que este amigo mío haga esto, pensamos. En
cambio, con esta visión eucarística, a la que nos lleva nuestra Madre, nos dice: Es Dios, es la gloria de
Dios. Tú apártate un poco. Tú escóndete, que sea yo feliz viendo tu gloria, no la mía, la tuya, Señor. Por

84
Ib,

69
eso tenemos que mirar como los niños, como los enfermos o como los ancianos. La mirada de María.
Mirar a la Sagrada Forma como la mira María, viendo en ella la gloria de Dios.

Después, otra manera de estar María en la Eucaristía, es cuando consideramos esta última como
sacrificio. También lo dice aquí el Papa —estamos siguiendo paso a paso la encíclica—. Dice: “Cuando
llevó al Niño Jesús al templo de Jerusalén ‘para presentarle al Señor’ (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano
Simeón que aquel niño sería ‘señal de contradicción’ y también que una ‘espada’ traspasaría su propia
alma (cfr. Lc 2, 34.35)”85. Esto, si lo pensamos bien, es muy fuerte: Una espada traspasará tu alma, o
sea, una espada de dolor. Sí, a veces pensamos en las llagas de Cristo, ahí vemos a Jesús con las cinco
llagas del Señor. Pues podemos pensar que hay seis. La sexta es la de María, que es la espada de dolor.
O sea que traspasa el alma de María y que ella hace el ofrecimiento como sacrificio redentor. Por eso a
la Virgen se le llama Corredentora, porque es la que más redime con Cristo, la que une su vida al
sacrificio de Cristo, la que da más consuelo a Jesús, la que da apoyo a San Juan, que también está ahí
porque María le sostiene. Le dice con su silencio, con su mirada: No te vayas, quédate aquí. “Se
preanunciaba así, dice el Papa, el drama del Hijo crucificado y en cierto modo se prefiguraba el ‘stabat
Mater’ de la Virgen al pie de la Cruz, preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de
‘Eucaristía anticipada’ se podría decir una ‘comunión espiritual’ de deseo y ofrecimiento, que culminará
en la unión con el Hijo, en la pasión que se manifestará después en el período postpascual, en su
participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como ‘memorial’ de la Pasión 86.

O sea que la Virgen no sólo comulgaba a Jesús y recibía el cuerpo de Cristo, sino también se unía al
ofrecimiento, lo cual es muy importante ya que cada misa es la cruz. Cada misa es sacrificio redentor.
La eficacia de la Misa es infinita. Por eso es tan importante ofrecer la Misa por intenciones, por cosas
concretas. Nosotros le llevamos al Señor nuestros pequeños dolores y Él les da la eficacia. Es como
atesorar un poco durante el día para después ofrecer en la Misa. La Virgen hace todo esto muy bien. El
Papa recuerda el ‘stabat Mater’ que es un himno a la Virgen, referido a la cruz. Dice así: ‘stabat mater
dolorosa iuxta cruce lacrimosa’: estaba la Madre Dolorosa llorando al pie de la cruz. Ahí está esa espada
de dolor. Es la llaga de María, que se suma a las llagas de Cristo. Y quizá cuando María escucha al
Señor: “Perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), piensa: “¿Qué te han hecho, Señor?
¿Hasta dónde llega tu misericordia? Y Ella se entrega también en redención por los pecados.

Seguramente nos hemos planteado más de una vez: ¿qué podemos hacer, Señor, para vivir mejor la
Misa? ¿Cómo participar mejor de la Misa? En este punto de la encíclica el Papa da una clave, que es

85
Ib. 56.
86
Ib.

70
estupenda. Hay que pensarla un poco para ver cómo lo ponemos en práctica. Dice que en el himno
‘Magnificat’, dicho por nuestra Madre en la visita a santa Isabel, se encuentra la mejor actitud para
participar en la Misa.

Se trata de vivir ese ‘Magnificat’ en la propia Misa. “Es una verdad, concluye el Papa, que se puede
profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística”87. Esas palabras de María: “mi alma,
glorifica al Señor, mi espíritu se llena de gozo en Dios mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la
humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1,
46-48). “La Eucaristía, añade san Juan Pablo II, en efecto, como el canto de María es ante todo alabanza
y acción de gracias. Cuando María exclama ‘mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios mi
Salvador’, lleva Jesús en su seno, alaba al Padre ‘por’ Jesús, pero también lo alaba ‘en’ Jesús y ‘con’
Jesús. Esto es precisamente la verdadera ‘actitud eucarística’”88. Esto, me parece a mí, es un
descubrimiento de una persona que ha meditado a fondo este pasaje del evangelio. Yo pienso que el
Papa era tan santo y tan bueno que estas consideraciones no sólo las predicaba, sino también las vivía.
Nos recuerda a la aclamación del final de la plegaria eucarística: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios
Padre omnipotente…” Alabamos al Padre por Cristo, no por nosotros, sino por Cristo. En Cristo lo dice
María: Mi alma exulta en Dios, mi Salvador. Y con quiere decir junto con el Señor, a la vez que el
Señor. Él es el Señor, dice, y yo quiero acompañarle.

Es decir, tal como nos propone el Papa, la celebración o la asistencia a la Santa Misa, hace nacer en
nosotros un amor apasionado a Jesús que se entrega por nosotros sobre el altar. No podemos ser
personas un poco duras, un poco distantes, como si no fuese con nosotros lo que se está realizando en
esos momentos. Los santos han procurado vivir así el santo sacrificio. San Josemaría en una ocasión, en
una tertulia, decía: “dentro de unos minutos me llegaré con este hijo que me acompaña, a celebrar la
Santa Misa, a tener un encuentro personalísimo con el amor de mi alma”. Él llegaba a decir que, si un
sacerdote no va a celebrar la misa con amor, mejor que no suba al altar. Si sólo es para cumplir, si es
para rellenar el expediente, mejor que no celebre. Continuaba diciendo en aquella tertulia: “y este hijo
mío me recordará —al contestarme con las palabras de la liturgia— que me estaré acercando al altar de
Dios que alegra mi juventud”. Esto se refería al rito anterior, en el que se comenzaba la misa con un
salmo que decía: “me acercaré al altar de Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud” (Sal 43, 4).
Hay sacerdotes que lo siguen diciendo en el recorrido de entrada hacia el altar, se puede decir por
devoción. Los sacerdotes ancianos decían estas palabras y rejuvenecían al empezar la misa: el Dios que
llena de alegría mi juventud. “Porque soy joven, concluía san Josemaría, y lo seré siempre, ya que mi

87
Ib. 58.
88
Ib.

71
juventud es la de Dios, que es eterno. Jamás podré con este amor sentirme viejo. Después, besaré el altar
con besos de amor y tomaré el cuerpo de mi Dios con la mano derecha y el cáliz de su sangre con la
izquierda, que es la parte final de la plegaria eucarística, y lo levantaré sobre las cosas todas de la tierra,
diciendo: ‘per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso’, ¡por mi Amor, con mi amor y mi amor”89.

Hemos de poner el corazón en la misa. Se puede. A veces uno piensa que no se puede y sí que se puede.
Yo recuerdo que recientemente, un día, al acabar la misa, en la sacristía, me presentaron a un feligrés
que venía por primera vez a esa iglesia y que era del camino neocatecumenal a misa. Y después de la
presentación me dijo: “Oiga, ¿no podría pronunciar mejor las oraciones y lecturas de la misa?” Yo
pensaba que ya lo iba haciendo. Le agradecí esa corrección. Se ve que, en el camino, cuidan mucho ese
aspecto. Cuidar la dicción: el decir las cosas con las comas, con los puntos. Esto lo decía también don
José María Hernández de Garnica, uno de los primeros sacerdotes de la Obra, que en la misa el ritmo,
las pausas, hay que respetarlos. Y si uno se esfuerza más ve que, efectivamente, se puede hacer mejor. A
mí me sirvió, me sirvió aquello que me dijo este buen hombre. Porque es una manifestación de amor, de
poner el corazón, y querer escuchar al Señor.

A veces, vamos a misa y, a lo mejor ese día no sabemos bien lo que hemos de pedir en esa misa. ¿Qué
hay que pedirle? Pues mira. Prepara la misa. Cógete el misal -hay buenos misales de fieles, también
digitales-, míralo despacito. A ver, hoy, que es San Hilario. A ver qué le pedimos. Todos los santos
tienen alguna peculiaridad. Un punto de la doctrina. Y nos sirve. ¡Claro que nos sirve! Y, además, se
pide por la Iglesia, se pide por el Papa, se pide por los difuntos.

San Juan Pablo II nos sugiere que vivamos la misa con el espíritu del ‘Magníficat’. Lo hemos visto hace
poco. Es una luz del cielo. El ‘Magnificat’, además, nos habla del cielo porque dice. “derriba a los
poderosos, enaltece a los humildes”. Esto sólo pasa en el cielo. Aquí en la tierra los poderosos campan
por sus anchas, y los humildes están humillados. En cambio, en el cielo no pasará esto: derriba a los
poderosos, enaltece a los humildes. Por eso María nos enseña a mirar al cielo, a comprender que el
Señor nos dará el premio, que al final se cumplirá la justicia divina. Por eso procuramos dar gracias al
Señor después de la Eucaristía: la acción de gracias. En esos momentos somos un sagrario como aquella
niña. Son 10 minutos que dura más o menos la presencia eucarística, con la digestión del pan, del pan
eucarístico. Aunque tengamos que salir de la Iglesia. Pero salimos en silencio. Y, a lo mejor, cogemos el
coche, pero en silencio. Esperar para poner la radio unos momentos. Vamos a dejar un rato para el Señor
para dar gracias al Señor.

89
San Josemaría, Crónica 1969, p. 404-406, en AGP, Biblioteca, P 01.

72
Un autor espiritual dice que después de la comunión hay que hacer cuatro cosas: “Primero, adorar.
Segundo, dar gracias. Tercero, darle todo lo que necesita de mí; y, por último, pedirle lo necesario para
mí y para otros”90. Pienso que es bastante completo este programa: pedir lo necesario para mí y para los
demás. Por eso la misa acaba diciendo las palabras ite, missa est, que no se corresponde del todo con la
traducción en castellano podéis ir en paz. Ite significa ‘id’. La palabra missa es enviar. ‘Id’. Dios nos
envía a todos después de la misa. El Señor nos envía a santificar el trabajo, a hacer apostolado, a hacer
muchas cosas buenas. Por eso la Virgen nos acompaña en esas cosas buenas. Vamos a pedir a la Virgen
ser almas eucarísticas. Pero teniendo en cuenta que a la primera alma eucarística que es la Virgen ‘mujer
eucarística’, le podemos pedir que nos ayude a vivir la Eucaristía. Y que nos ayude a que nuestra vida
eucarística dé muchos frutos.

90
Cardenal Juan Bona, El sacrificio de la Misa, Rialp, Madrid 1986, p. 156.

73
La novena a la Inmaculada91

Celebramos hoy este aniversario de la Prelatura del Opus Dei. Se cumplen 39 años de la erección de la
Obra en Prelatura Personal y recordamos lo mucho que rezó San Josemaría por este tema, le llamábamos
la intención especial. Todos los que estamos aquí, me incluyo yo, somos de los que hemos rezado por la
intención especial y además durante bastantes años. O sea que nuestro Padre nos insistía en rezar por esa
intención y especialmente en rezar a la Virgen. Él fue de peregrinación a la Virgen de Guadalupe en
México. Hizo aquella romería tan bonita a Guadalupe: una novena de oración a la Virgen. Incluso le dijo
a la Virgen: “Ya sé que me lo has concedido”. Esto fue en el año 1970, y se lo concedió en 1982. O sea,
que doce años después. Pero nuestro Padre tenía la seguridad de que era la Virgen quien nos había
regalado esa intención. Dentro de dos días empieza la novena a la Inmaculada. Por eso quizá vamos a
pensar un poco en la Virgen, en pedirle cosas a la Virgen estos días y en vivir la novena.

Pienso que todos tenemos la experiencia de que una novena nos anima, nos llena el corazón, en un
momento en que a lo mejor estamos un poco cansados, en diciembre, con el peso de las restricciones por
el COVID… Y tratar a la Virgen, siempre es oír dentro de nosotros: “oye, descansa, tranquilízate”.

Estamos acercándonos a las Navidades. Podemos ponernos a tono. ¿Cómo tratar a la Virgen?, ¿qué
hacer para que la Virgen esté más cerca estos días de nosotros? A mí me gusta y, de hecho, lo comento
en muchas meditaciones este pasaje de San Lucas que dice así. “Por aquellos días se puso María en
camino y marchó aprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a
Isabel” (Lc 1, 39-40). La escena se sitúa en Ain Karin, cerca de Jerusalén. Para los que hemos tenido la
suerte de estar por allí. Recuerdo haber celebrado la misa en la iglesia de la Visitación, pero resulta que
en Ain Karin hay la iglesia de la Visitación y también en otro lugar, la casa de San Juan Bautista,
entonces parece que no cuadra. O la una o la otra son el escenario del encuentro con Isabel. Pero da
igual. Tú celebras la misa. Encomiendas allí a la Virgen todas tus intenciones. Y, en fin, te fías o de
unos, o de otros. ¿Cuál de las dos tradiciones tiene más peso? Da igual. Lo que importa es lo que pone el
Evangelio y es que se puso en camino y marchó aprisa a la montaña a servir a su prima Isabel. Porque

91
Meditación dirigida el 28.XI.21.

74
aparte de que Isabel iba a tener un hijo, era mayor, y la Virgen podía imaginar las dificultades que
tendría.

¡Esa es la actitud de María!: aprisa a la montaña. O sea, no se puede tratar a la Virgen sin no tener la
actitud de marchar aprisa a la montaña, luchando, poniendo a la Virgen como modelo de prontitud en el
servicio. Por eso, muchos de nosotros hemos oído que se trata de hacer una “Novena personal”,
indicando así un compromiso con la Madre de Dios para estos días. Seguramente también hemos
asistido a novenas a iglesias, a colegios, a clubes, etc. Pero eso es otra cosa. La novena personal incluirá:
poner mayor diligencia en la oración y tratar quizás más a la Virgen cuando hablemos con el Señor.
También en el cumplimiento de los deberes profesionales: cuidar más el trabajo y aprovechamiento del
tiempo.

Una manera práctica es poner en la mesa de trabajo una imagen de la Virgen en estos días. Yo estoy en
el Colegio el Prado. A los chicos les pregunto esto: “¿Qué estampa de la Virgen tienes?” Casi todos
tienen. “Pon una buena, que te guste, para estos días”. Además, les han dado las notas y ha habido una
cierta escabechina. “Con la Virgen, ya verás como puedes”. Yo recuerdo que para don Álvaro del
Portillo, allí en Roma la novena era, sobre todo, el trabajo. Él tenía una imagen de la Virgen que a lo
mejor conocéis. Una de Sassoferrato, una famosa. Yo la tengo en mi móvil. Estos días la cambiaba.
Ponía otra imagen para fijarse más en ella.

Se trata por tanto del cumplimiento de los deberes profesionales con pequeñas mortificaciones
voluntarias, haciendo todo con amor filial a la Santísima Virgen. Son nueve días para poner a la Virgen
“en todo y para todo”, como nos decía don Álvaro. Ahí arrancamos el Adviento. Esta mañana leíamos
en la misa en el evangelio esa expresión: “alzar la cabeza, se acerca nuestra salvación” (Lc 21, 28).
Venga, vamos a ponernos a trabajar por nuestra salvación para esperar la venida del Hijo de Dios.

A ver cómo hacemos para vivir muy bien esta novena a la Inmaculada, teniendo en cuenta, además, que
es el fin del año de San José. Seguramente, ya hemos hecho muchas cosas. En la Iglesia donde estaba el
año pasado teníamos un relieve de San José muy bonito, del escultor del retablo de Torreciudad, Joan
Mainé. Y le pusimos una vela encendida todo el año, con flores a un lado. Podemos tratarle un poco más
estos días, pero tratar a la Virgen y a san José no es sólo rezar avemarías y padrenuestros. Dice san

75
Josemaría en Es Cristo que pasa: “No se puede tratar familiarmente a María y pensar solo en nosotros
mismos, en nuestros propios problemas. No se puede tratar a la Virgen y tener egoístas problemas
personales”92. No se puede. O sea, si tratas a María, sales de ti mismo, te das a los demás. Piensas en el
trabajo y el trabajo hecho por amor. Bueno, pues vamos a ver cómo hacemos para imitar las
disposiciones de Santa María, en su manera de hacer, su manera de vivir, su manera de rezar. Le
podemos decir: “María, ¡enséñanos!”. Tenemos en este oratorio este cuadro tan especial de la Sagrada
Familia, donde está la Virgen cosiendo. Le podemos tratar con cariño, con amor, especialmente en la
vida ordinaria.

En un año mariano, hace tiempo, el año 1987; era año mariano de la Obra y también de toda la Iglesia, y
el Papa san Juan Pablo II hizo imprimir unas estampas, y en ellas puso una frase suya, no me acuerdo si
delante o detrás de la estampa, con su caligrafía. Y ponía en esas estampas: In peregrinatione fidei te
sequamur: que te sigamos en la peregrinación de la fe, es decir, que tengamos más fe, que aumente
nuestra fe. Si en el fondo el problema es ése: ¿qué tenemos que hacer para creer más en ti, para vivir las
normas, el plan de vida, la Santa Misa, con más fe, con más amor?

Don Álvaro, en ese año, nos hablaba de fijarnos, por ejemplo, en Nazaret, donde crecía la fe de María. Y
decía don Álvaro: “En Nazaret contemplamos la divina embajada de Gabriel, a la que María responde
con una fe heroica entretejida de humildad sin límites. Confesando la propia nada —ecce ancilla
Domini: he aquí la esclava del Señor—, la Virgen se nos presenta totalmente identificada con el designio
de Dios, hasta el punto de prestar inmediatamente su asentimiento a lo que le comunica al Arcángel, con
una confianza inquebrantable en Dios”93. María no duda: tiene fe.

En el fondo también esta fiesta que conmemoramos hoy, de la configuración jurídica de la Obra, de la
oración de nuestro Padre, pues es fe. Fe de nuestro Padre. Yo me estoy leyendo ahora, el primer tomo de
la biografía de nuestro Padre de Vázquez de Prada. Ya me lo había leído, pero es curioso que te parece
nuevo. Lo había leído hace algún tiempo y ya casi no me acuerdo. Uno quizá a estas edades se olvida de
las cosas; y cuenta de cómo comienza la Academia DYA. ¡Qué gran fe de nuestro Padre! Sin recursos,
con la opinión contraria de los sacerdotes que colaboraban con él. Además, estoy leyendo ese libro y, a
la vez un poco también el de Cronología, no sé si lo habéis ojeado. En ese libro de Cronología sale un
92
n. 145.
93
Álvaro del Portillo, Cartas de familia II, p. 391.

76
poco, lo que hacía nuestro Padre casi cada día en esos primeros años, y se ve la fe de nuestro Padre, en
esa época en como decía, los primeros se escapaban como anguilas. Pues quizás esto hace dudar. Se
preguntaría: esto es de Dios o es un invento humano. Sin embargo, nuestro Padre no duda, tiene fe, pone
los medios, no se cansa y va saliendo todo adelante.

Bueno, nosotros también, tener fe. Tener fe en nuestra vocación, tener fe en lo que nos pide el Señor,
tener fe, en los encargos apostólicos que nos proponen. Sigue diciendo don Álvaro: “Así ha de ser
también nuestra fe, hijos míos, al afrontar los obstáculos que se presentan en nuestra misión cristiana:
una fe firme y humilde, que parte de la convicción sincera de la personal incapacidad para una tarea tan
grande”. El Señor quiere que hagamos cosas grandes, que nos demos; y necesita nuestra fe. “Y al mismo
tiempo, sigue diciendo don Álvaro, se muestra llena de seguridad en el cumplimiento de lo que Dios
pide, porque no contamos con nuestras pobres fuerzas, sino con la omnipotencia de Dios”94. Seguridad.
Te pide algo el Señor, pues te dará los medios para cumplirlo. No tengas ninguna duda. El Señor es fiel
a sus promesas.

En el fondo, lo que vamos a ver en la liturgia del Adviento, de preparación para la Navidad, son los
textos de los profetas: Isaías, Jeremías… Dicen: “No tarda, el Señor vendrá y nos salvará”. La fidelidad
de Dios. Dios es fiel. Dios no falla. Somos los hombres los que fallamos. Debemos, pues, pedirle al
Señor que le sigamos a la Virgen en la peregrinación de la fe, que sea una confianza inquebrantable, no
como una luz de bengala, no como algo efímero. Pongámonos a hacer una novena, tratando a la Virgen
con cariño, y dando un paso adelante en nuestra vida de entrega.

No sé si habéis visto el vídeo de la entrevista con el Padre en Croacia este verano. Bueno, visto el video
o leído, porque ha salido publicado. Es en croata, lógicamente —por lo menos para la gente de aquí—
con la traducción. Y le pregunta el periodista al Padre: “¿qué es lo que más le preocupa de la Obra?”. Y
el Padre contesta: “la mundanidad”. Por tanto, vamos a comprobar que no seamos mundanos, que no nos
entre un poco de aburguesamiento, de flojera. Precisamente la Virgen está ahí para que no nos entre la
tibieza, para que la rutina no arruine nuestros buenos propósitos, nuestras ganas de darle al Señor nuestra
vida. No nos preocupemos excesivamente, para eso está la Virgen: para que salgamos del riesgo de la
tibieza. Y conocemos bien el primer punto de Camino en el capítulo de la Virgen. Lo hemos meditado

94
Ib.

77
muchas veces: “El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes
que están ocultas en el rescoldo de su tibieza”95. Brasas de virtudes… Estaba hace poco predicando un
curso de retiro en Villa Ródenas, en Cercedilla, que es un sitio realmente muy bonito. Y tiene una
chimenea estupenda. Hacía un poco de frío, de manera que la gente se ponía allí cerca de la chimenea. Y
bueno, es una manera de hacer el retiro: mirando el fuego, que tiene un cierto misterio. Y ahí están las
brasas. Es curioso cómo la brasa da calor, pero no fuego. Si le echas un poco de aire sale el fuego, Pues
la Virgen es ese soplo. La Virgen te ayuda a arder en el amor de Dios, cosa que el Señor quiere que sea
así. O sea, Él dice: “he venido a traer fuego a la tierra” (Lc 12, 49). Bueno, no tener miedo o pensar que
ya no somos tan jóvenes, para grandes fervores. En fin, hemos de decirle a la Virgen que nos ayude a
tener ese buen fuego.

El Papa Juan Pablo II puso por título a su última encíclica Ecclesia de Eucaristia. Una encíclica preciosa
sobre la Iglesia y la Eucaristía. Y la primera frase de esta encíclica es: “La Iglesia vive de la Eucaristía”.
Vive. O sea, no es posible vivir sin la Eucaristía. Si no, no hay Iglesia. Y nosotros, como Prelatura, que
somos una partecica, decía nuestro Padre, de la Iglesia. La Misa es nuestro alimento. Y, además, en esa
encíclica San Juan Pablo II llama a la Virgen, mujer eucarística. Mujer eucarística, porque nos enseña a
vivir la Misa.

Nosotros le podemos pedir a la Virgen que esté presente en el momento de la comunión, que nos ayude
a comulgar bien, que nos ayude a recibir al Señor de la mejor manera posible. En el libro que
seguramente habréis leído: La verdadera devoción a la Madre de Dios de San Luis Grignion de
Montfort dice unas palabras para decirle a la Virgen antes de la comunión: “Si Ella quiere venir a habitar
en ti para recibir a su Hijo, puede hacerlo, por el dominio que tiene sobre los corazones, aunque sea en
tu alma más sucia y más pobre que el establo, a donde Jesús no tuvo dificultad en ir, porque allí estaba
Ella”96. El Señor quiere que comulguemos, preparándonos bien para comulgar: no se puede recibir al
Señor en pecado grave. Pero nunca estamos limpios del todo, o sea que siempre puede haber algún
pecado venial, algún defecto o alguna cosa, alguna tendencia desordenada. Pero quiere que
comulguemos. Para esto también está el Yo confieso de la misa: para pedir el perdón al Señor y
disponernos adecuadamente. Está la Virgen. El portal de Belén estaba bastante sucio, pero ahí está
María, ahí están los brazos de María. Para que comulgues bien, para que esté contigo en la comunión.
95
n. 492.
96
n. 266.

78
Vamos a pedirle al Señor que tengamos un amor grande a la Eucaristía y que procuremos también hacer
un apostolado, podríamos decir decidido. Nos ha animado el Padre en la intención mensual97 a que
tengamos iniciativa apostólica, a que procuremos pensar las cosas delante de Dios para no estar parados,
para pensar qué podemos hacer en nuestra tarea apostólica con iniciativa. Y quizás, es ahora cuando se
acerca diciembre, un momento bueno para hacer un poco de balance. Llevamos tres meses de labor
aunque con el inconveniente del COVID. Seguramente hemos hecho lo que hemos podido. Pero bueno,
hay que preguntarse: Señor: ¿cómo va mi encargo apostólico? ¿Cómo estoy haciendo apostolado? La
Virgen nos espabila un poco, y nos hace ver que el amor es atento, y no se despista. En el libro citado de
Grignion de Montfort dice: “¿Qué serán estos siervos, esclavos e hijos de María? Serán brasas
encendidas, ministros del Señor, que prenderán el fuego del amor divino en todas partes. Serán como
saetas agudas en manos de la Virgen poderosa para flechar a los enemigos”98. Las saetas, las flechas.
Este libro habla mucho de este tema. Yo no sé si está influido porque en Roma hay una iglesia donde
hay una escultura de Bernini muy bonita, que es el éxtasis de Santa Teresa. Y en esa escultura de Santa
Teresa hay un ángel que le está clavando una flecha en el corazón. No sé si este autor habría visto esta
escena para hablar de la saeta en el corazón. La Virgen nos ayuda a conquistar los corazones de todos,
amigos y enemigos.

¿Qué hacemos, pues, Señor, para dar un paso adelante? También tenemos que tener en cuenta que, a
veces estamos un poco animados y a veces nos puede un poco el desánimo; y Dios cuenta con esto
también, con los altibajos. O sea que ahora estoy con este estado de ánimo, después lo contrario. Sabéis
los que me escucháis que a mi me gusta jugar al pádel. Y una cosa que pasa en el pádel es que de
repente vas ganando y de repente vas perdiendo. O sea que va por rachas, o sea que ganas fácilmente
cuatro juegos y pierdes los otros cuatro seguidos. Es un poco psicológico. No pasa nada: hay que
sobreponerse. Los buenos jugadores son los que saben darle la vuelta al partido y un poco en la vida
interior también pasa esto. Es bueno tener ese espíritu deportivo de que no nos importe tanto perder. Hay
que saber perder. Hay que coger fuerzas para ganar la siguiente batalla.

La última cita que tengo aquí de Grignion de Montfort habla de esa moral de victoria: “Esta Madre del
Amor Hermoso quitará de vuestro corazón todo escrúpulo, todo temor servil y desarreglado; lo abrirá y
97
Intención de oración y de acción que proponen los directores de la Obra periódicamente.
98
n. 56.

79
ensanchará para que corráis por el camino de los mandamientos de su Hijo con la santa libertad de los
hijos de Dios, y para introducir en el alma el puro amor cuyo tesoro tiene Ella. De modo que no os
conduciréis como hasta ahora para con el Dios de caridad, con temor, sino con el amor más
desinteresado. Le miraréis como a vuestro buen Padre, a quien procuraréis agradar siempre” 99. Se trata
de esto, de agradar al Señor que quiere que estemos luchando. Si quiere que luchemos así, pues
luchamos así, si esa es la voluntad de Dios. ¿Lo importante en la lucha qué es? ¿ganar siempre?: No. Lo
importante es hacer lo que Dios nos pida. O sea, decirle al Señor que sí, a sus requerimientos, aunque
nos cueste un poquito, aunque estemos un poco del revés.

Lo nuestro debería ser acudir a María, maestra de humildad. El plan de Dios es que contemos con María,
que nos rehagamos con María. Y para eso pensar alguna cosa para ofrecerle estos días: un detalle en la
línea de lo que decíamos al principio de nuestra meditación: oración, trabajo y mortificación. Tres cosas.
Pues bien, pensar cada cosa: oración. A ver que hago yo para tratar más a la Virgen en estos días, para
mis ratos de oración, cuidarlos más, o para ir a un Santuario mariano. En este libro de Vázquez de Prada
dice que nuestro Padre iba mucho al Cerro de los Ángeles. Está dedicado al corazón de Jesús, pero
también estará la Virgen por ahí, seguro.

Después, el trabajo. En estos días podemos cuidar el orden, la puntualidad, alguna cosa que nos cueste
más. ¿Y si son días de vacaciones? Bueno, pues poner más o menos orden para descansar con
tranquilidad, con paz y hacer también algún sacrificio, alguna mortificación.

Acudir también a María, como maestra de humildad. Contaba nuestro Padre: “Todos los años durante el
mes de mayo, el rector de un viejo seminario acostumbraba a recorrer las habitaciones cuando ya los
seminaristas se habían retirado a descansar, llamando a las puertas una a una. Y al abrirse los cuartos, el
rector iba entregando a aquellos muchachos una rosa para que se la ofrecieran a la Santísima Virgen.
Cuando algún seminarista, por faltas de disciplina o de estudio, no había sido durante el día buen hijo de
la Madre del Cielo, el rector golpeaba también su puerta y, al abrirla, le decía: hoy tú… no puedes llevar
una rosa a la Virgen”100. Bueno, seguramente estos seminaristas eran conocidos y seguramente hablaría
de su seminario. Él era superior del seminario también. Les hablaría para animarles con cariño: hoy no
tienes rosa, a ver si mañana consigues llevarle una a Santa María.
99
San Luis Grignion de Montfort, La verdadera devoción a la Madre de Dios, n. 215.
100
San Josemaría, Libro de meditaciones VI, p. 418 (en AGP, Biblioteca, P06).

80
Y, por último, pedirle algo. ¿Qué le vamos a pedir a la Virgen en estos días? San Josemaría en el
Santuario de Guadalupe, le decía a la Virgen con muchísima confianza: “Madre, venimos a ti; tú nos
tienes que escuchar”. Nuestro Padre tenía como descaro con la Virgen: pedirle la luna, dice en Camino,
pedirle cosas un poquito difíciles. No lo de siempre, sino que la novena es para conseguir algún
milagrillo. “Pedimos cosas que son para servir mejor a la Iglesia, continuaba san Josemaría su oración
refiriéndose a la intención especial, para conservar mejor el espíritu de la Obra. No puedes dejar de
oírnos”. Nuestro Padre filialmente le protestaba a la Virgen, le decía: “Tú quieres que todo lo que desea
tu Hijo se cumpla, y tu Hijo quiere que seamos santos, que hagamos el Opus Dei. ¡Nos tienes que
escuchar!”101. Bueno, pues a ver si somos un poco pesados para pedirle a la Virgen que nos oiga, que nos
escuche.

En fin, vamos a intentar vivir estos días que son estupendos. La verdad es que las novenas nos traen
recuerdos de otros años. A lo mejor una novena especial que hemos vivido con mucho cariño. Son
recuerdos de nuestra vida espiritual. En el fondo, son momentos en que hemos tomado alguna decisión
en que hemos dicho: “¡venga Señor!, a ver si damos un paso adelante y somos más generosos y hacemos
mejor su voluntad. La Virgen nuestra Madre estará muy contenta si en esta novena de la Inmaculada,
hacemos este plan de seguir lo que Ella nos sugiera.

101
San Josemaría, Crónica 1982, p. 1321, (en AGP, Biblioteca, P01).

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