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LISBOA

La visita debe empezar en el centro, por ejemplo en la bonita plaza del Rossio a sólo
unos pasos de nuestra primera parada imprescindible: el Elevador de Santa Justa. Los
elevadores responden a una peculiaridad de Lisboa, que tiene zonas bajas, al nivel del
Tajo, y otras bastante más altas. Así que para salvar esa altura hay unos encantadores
funiculares en algunos puntos y, en la versión más espectacular, este elevador que es
una estructura metálica de 45 metros de altura por cuyo interior suben y bajan dos
antiguos ascensores de madera.

Construido entre 1900 y 1902, la mezcla de su estilo neogótico con esa construcción en
metal crea un efecto verdaderamente original y curioso. El breve tramo hacia arriba o
hacia abajo tiene su punto de viaje al pasado y, no menos importante, las vistas desde
arriba son espectaculares.

El elevador les deja al lado del Chiado y el Barrio Alto, dos de las zonas
imprescindibles de Lisboa, sobre todo la segunda que es punto de encuentro de
culturetas, modernos y tribu gafapasta en general. Sí, podemos pensar –y de hecho

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pensamos- muchas cosas de la ola de hipsterismo que nos invade, pero hay que
reconocer que saben concentrarse en barrios encantadores. El Alto lo es y es también el
lugar perfecto para encontrar restaurantes agradables, cafés en los que escuchar fados…

Al castillo

Todavía son más impresionantes las vistas desde otro de los puntos que no puede dejar
de visitar: el Castelo de Sao Jorge. Antigua alcazaba árabe muy cambiada, víctima
como el resto de la ciudad de los terremotos –especialmente el fatídico de 1755- y
restaurada en los años 90 hasta presentar un excelente aspecto hoy en día.

Castillo de San
Jorge | Wikipedia

Desde sus alturas se domina la ciudad y, sobre todo, el estuario de un Tajo que es
inmenso y bellísimo en Lisboa. Suban al atardecer –si no tienen una final de
Champions que se lo impida- y disfruten de un espectáculo que recordarán toda la vida.

El Castelo se levanta, por cierto, en la parte más alta de uno de los barrios de Lisboa que
no pueden dejar de conocer: la Alfama. Es como si hubiesen transplantado un pueblo al
centro de la ciudad: casas bajas, vecinos que se conocen, estampas casi campestres…

Hace algunos años era pobre y tenía una cierta mala fama, pero recorrerlo era toda una
experiencia: su pobreza se sumaba al atraso portugués y aquellas callejuelas eran como
viajar a la España rural de los 70. Hoy es más seguro –muy seguro al parecer- y sigue
teniendo mucho encanto, aunque quizá ya no sea tan excepcional.

En el tranvía 28

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Para subir a Alfama y al Castelo hay un método de transporte excepcional y que el
turista que llegue a Lisboa no puede perderse: el tranvía de la línea 28. Admitámoslo:
ese vehículo de todos los derroches tiene un encanto especial, y si es en un modelo
antiguo como el del 28 lisboeta todavía más.

Uno de los
tranvías que recorre las calles de Lisboa | Wikipedia

El trayecto de esta línea se interna por una serie de calles sinuosas y estrechas, por las
que el viejo tranvía pasa a una velocidad vertiginosa que no arredra a los chavales del
barrio a hacer parte del trayecto cogidos a la plataforma por la parte de fuera. Mientras a
nosotros nos cuesta mantener el equilibrio en el interior ellos siguen ahí tan campantes,
dándonos miedo y con el vagón pasando a un palmo de las esquinas.

Junto al Tajo

Quizá lo más opuesto al vértigo del 28 en Lisboa es la Plaza de Comercio, el gran


espacio urbano lisboeta junto al Tajo. Como la mayor parte de la ciudad que vemos hoy
en día, esta gran plaza es fruto de la tragedia del terremoto de 1755, uno de los más
dramáticos de la historia y que también dejó su rastro en España. En el espacio inmenso
que ahora ocupa estaba el Palacio Real, destruido como prácticamente toda la Lisboa de
entonces.

A la plaza se entra a través de un arco triunfal que era la sublimación del triunfo de esa
Lisboa imaginada por el marqués de Pombal y renacida de sus escombros,
literalmente. Tras superar este arco nos adentramos en una plaza grande, hermosa,
cerrada por tres lados que tiene un cierto aire a plaza mayor, pero que se abre en el
cuarto al bellísimo Tajo, en unas enormes escaleras repletas siempre de lisboetas y
visitantes que disfrutan del sol, del lugar y de las vistas.

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De la propia Plaza del Comercio pueden coger el tranvía 15 y llegar a la última etapa de
nuestro viaje: el barrio de Belem, que cuenta con dos imprescindibles más: la Torre de
Belem y el bellísimo Monasterio de los Jerónimos, uno de los edificios más bellos de la
ciudad. Los dos monumentos, uno frente a otro, son patrimonio de la humanidad y
sobre todo el segundo es un lugar de una magnificencia tal que es posible hasta que
cambie la percepción de muchos sobre ese maravilloso país que es nuestro vecino
Portugal.

¿Y algo para comer?

Todo el mundo que visita por primera vez Portugal se sorprende por la calidad de su
oferta gastronómica y sus buenos precios. Aunque como es obvio Lisboa no es tan
barata como las zonas rurales, pero sigue siendo muy asequible para el viajero español
medio.

Alfama y el Barrio Alto son dos buenas zonas para encontrar restaurantes con una buena
relación calidad-precio y que suelen tener encanto, aunque sea el encanto de lo sencillo.
Otra opción son las populares Cervejarias, cervecerías en las que además de beber se
come, y muy bien.

No dejen de comerse los deliciosos quesitos que les ponen como aperitivo en todos los
restaurantes, pero cuidado que no son una cortesía y si se los comen tendrán que
pagarlos. Y no dejen tampoco de visitar y disfrutar de las deliciosas pastelerías por toda
la ciudad. No se preocupen, ya harán dieta a la vuelta: o bien tendrán la fuerza de
voluntad que da ganar una Champions o bien el disgusto les quitará buena parte del
apetito

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