Está en la página 1de 62

LAS BRUJAS DE SALEM

de ARTHUR MILLER
SEGUNDA VERSIÓN PARA EL GRUPO DE TEATRO SANTIAGO RUSIÑOL

de Francisco J. García y Guillermo Gómez

PERSONAJES
por orden de aparición:

El reverendo Parris
Betty Parris
Títuba
Abigail Williams
Susanna Walcott
Ann Putnam
Thomas Putnam
Mercy Lewis
Mary Warren
John Proctor
Rebecca Nurse
Giles Corey
El reverendo John Hale
Elizabeth Proctor
Ezekiel Cheever
El Juez Hathorne
El gobernador Danforth

-1-
CUADRO PRIMERO

(OBERTURA)

Un pequeño dormitorio en el piso alto de la casa del reverendo SAMUEL PARRIS, en


Salem (Massachussets) en la primavera del año 1692.
A la izquierda, una angosta ventana; en el centro una cama. La escena, a la luz de
una vela.
Al levantarse el telón, el reverendo PARRIS está arrodillado junto al lecho en el que
yace inmóvil su hija BETTY, de diez años.
Se abre la puerta y entra su esclava negra, TÍTUBA, muy nerviosa.
TÍTUBA : ¿Se pondrá bien mi hijita?
PARRIS: ¡Fuera de aquí!
TÍTUBA : Mi Betty no va a morirse, ¿verdad?
PARRIS : ¡Fuera de mi vista! ¡Vete! (Sale TÍTUBA) ¡Dios mío, ayúdame! Betty, cariño,
despierta. Abre los ojos.
(Entra ABIGAIL WILLIAMS con SUSANNA WALCOTT, intentando por todos los medios ver
a Betty por encima de Parris)
ABIGAIL: Tío, ha venido Susanna Walcott de casa del doctor Griggs.
PARRIS: ¿Qué dice el médico, hija mía?
SUSANNA: Me ha dicho, señor, que no encuentra en sus libros ninguna medicina.
PARRIS: Entonces debe seguir buscando.
SUSANNA: También me manda deciros que podría buscar usted la causa de esto en
algo sobrenatural.
PARRIS: ¡No, no! Nada de causas sobrenaturales. Dile que he llamado al reverendo
Hale, de Beverly, que lo confirmará. Dile que se centre sólo en la medicina y no busque
causas más allá de las reglas de la naturaleza, que aquí no las hay.
SUSANNA: Sí, señor.
ABIGAIL: No digas nada de esto en el pueblo, Susanna.
PARRIS: Ve directamente a casa y no hables de causas que van más allá de lo normal.
SUSANNA: Sí, señor. Rezaré por ella.
(Sale SUSANNA)
ABIGAIL: Tío, en el pueblo no se habla más que de brujería; creo que lo mejor será que
baje y lo niegue usted mismo. La sala está llena de gente. Yo me quedaré con Betty.

-2-
PARRIS: ¿Y qué voy a decirles? ¿Que sorprendí en el bosque a mi hija y a mi sobrina
bailando como herejes?
ABIGAIL: Sí, tío, bailamos. Dígales que ya lo he confesado y que me azoten si tienen
que hacerlo. Pero hablan de brujería y Betty no está hechizada.
PARRIS: Abigail, no puedo presentarme ante mis feligreses sabiendo que no eres
sincera. ¿Qué habéis hecho en el bosque?
ABIGAIL: Bailamos, tío, y cuando usted apareció entre los arbustos Betty se asustó y se
desmayó. Eso fue todo.
PARRIS: Atiéndeme, hija mía. Si tuvisteis trato con los espíritus en el bosque, debo
saberlo ahora. Mis enemigos acabarán descubriéndolo y me buscarán la ruina.
ABIGAIL: Pero es que no conjuramos espíritus...
PARRIS: ¿Entonces por qué desde la medianoche mi hija no puede hablar ni moverse?
Anoche vi a Títuba agitando los brazos sobre el fuego, bamboleándose como una bestia
irracional.
ABIGAIL: Bailamos al son de las canciones de su tierra, esas que siempre lleva en la
boca, nada más…
PARRIS: También vi un vestido tirado sobre la hierba y a alguien que corría desnudo
entre los árboles.
ABIGAIL: Nadie estaba desnudo. Se equivoca usted, tío.
PARRIS; ¡Yo sé lo que vi! Está en juego mi ministerio y, tal vez, la vida de tu prima.
Cuéntamelo todo ahora porque no me atrevo a presentarme allí abajo sin conocer la
verdad.
ABIGAIL: No hay nada más. Lo juro, tío.
PARRIS; Abigail, te he dado un hogar, hija, te he vestido... Respóndeme sinceramente.
En el pueblo, ¿tu nombre está completamente libre de mácula?
ABIGAIL: No tengo nada de lo que avergonzarme.
PARRIS; Abigail, aparte de lo que me has contado, ¿hay alguna otra causa para que la
señora Proctor te despidiera de su servicio? He oído decir, y te lo repito como me lo
contaron, que no viene a la iglesia por no sentarse cerca de alguien sucio. ¿Qué quiere
decir?
ABIGAIL: ¡Me odia porque no quise ser su esclava! Es una mujer amargada, mentirosa
y llorona. ¡No quiero trabajar para semejante mujer!
PARRIS: Me preocupa que lleves siete meses fuera de esa casa y que nadie te haya
ofrecido trabajo desde entonces.
ABIGAIL: ¡Quieren esclavos, no gente como yo! Tengo buen nombre en el pueblo. ¡La
señora Proctor es una charlatana embustera!
(Entra ANN PUTNAM llamando a la puerta, una criatura retorcida de cuarenta y cinco

-3-
años, obsesionada con la muerte y a la que atormentan sus sueños)
PARRIS: ¡No, no puedo recibir a nadie! (Al ver a la señora Putnam) …Ah, señora
Putnam, pase, por favor, y perdóneme...
ANN: Es un prodigio, no cabe duda de que les ha tocado un rayo del Infierno.
PARRIS: No, señora Putnam, no se trata de...
ANN: (Mirando a Betty) Dígame, ¿hasta qué altura voló?
PARRIS: No, no ha volado nunca...
ANN: ¡El señor Collins la vio pasar sobre el granero y posarse luego con la ligereza de
un pájaro!
PARRIS: Escúcheme, señora Putnam, mi hija nunca... (Entra THOMAS PUTNAM, un
terrateniente acomodado y despótico, próximo a los cincuenta) …Buenos días, señor
Putnam.
PUTNAM: ¡Es una suerte que todo se haya descubierto por fin! Sin duda es
providencial.
PARRIS: ¿Qué sucede…?
(El señor y la señora Putnam se acercan a la cama y contemplan a Betty)
PUTNAM: ¡Tiene los ojos cerrados! ¿Lo ves, Ann?
ANN: Sí que es extraño. La nuestra los tiene abiertos.
PARRIS: ¿Su Ruth está enferma?
ANN: Yo no diría enferma: el aliento del Diablo es más poderoso que la enfermedad.
PARRIS: ¿Por qué?, ¿qué es lo que tiene su Ruth?
ANN: No se despertó esta mañana pero sus ojos están abiertos. No oye ni ve nada y no
puede comer. Su alma está poseída.
PUTNAM: Dicen que ha llamado usted al reverendo Hale de Beverly.
PARRIS: Es sólo una precaución. Posee gran experiencia en todas las artes demoníacas,
y yo...
ANN: Ya lo creo. El año pasado encontró una bruja en Beverly.
PARRIS: Lo cierto, señora Putnam, es que tan sólo creyeron que se trataba de una bruja
y estoy seguro de que aquí no hay nada de brujería.
PUTNAM: ¿Nada de brujería? ¡Vamos, señor Parris! En todas las disputas que ha
habido he estado siempre de su parte pero no puedo respaldarle ahora. Unos espíritus
vengativos nos están arrebatando a nuestras hijas. ¡Ann! Cuéntale al señor Parris…
ANN: Reverendo Parris, he dejado bajo tierra a siete niñas sin bautizar. Créame, señor,
jamás ha visto nacer niños más robustos. Sin embargo, se marchitaron en mis brazos la
misma noche que vinieron al mundo. Y este año mi Ruth, la única que nos queda... la

-4-
veo volverse extraña y consumirse como si una boca sedienta le sorbiese la vida.
Entonces pensé en que fuese a ver a su Títuba.
PARRIS: ¿A Títuba? ¿Qué podría hacer Títuba...?
ANN: Títuba sabe cómo hablar a los muertos, señor Parris.
PARRIS: ¡Señora Ann, es un pecado terrible invocar a los muertos!
ANN: Mi alma cargue con ello pero ¿quién, si no, podría decirme el nombre del
asesino de mis niños?
PARRIS: ¡Mujer, qué dice?
ANN: ¡Fueron asesinados, señor Parris! Anoche mi Ruth estuvo más cerca que nunca
de sus almitas. Lo sé, señor. Pues ¿por qué ha enmudecido ahora si no es la razón que
algún poder de las tinieblas le ha paralizado la boca?
PUTNAM: ¿Es que no lo entiende? Hay entre nosotros una bruja asesina, decidida a
mantenerse en las sombras. Deje que sus enemigos piensen lo que quieran pero no
puede seguir ignorando las evidencias.
PARRIS : Abigail, ¿invocasteis a los espíritus anoche?
ABIGAIL: Yo no, tío. ¡Títuba y Ruth! ¡Fueron ellas!
PARRIS: ¡Abigail, qué pago has dado a mi caridad! Ahora estoy perdido.
PUTNAM: No está perdido. Hágase fuerte ahora. No espere a que nadie le acuse.
Declare usted mismo que ha descubierto prácticas de brujería...
PARRIS: ¿…en mi casa? ¡Me destrozarán! Harán de ello una...
(Entra MERCY LEWIS)
MERCY: Perdonen. Sólo quería ver cómo está Betty.
PUTNAM: ¿Por qué no estás en casa? ¿Quién está con Ruth?
MERCY: Vino su abuela. Mejoró algo, creo... Pegó un tremendo estornudo hace un
rato.
ANN: ¡Ah, es un signo de vida!
MERCY: Yo ya no temería, señora. ¡Otro estornudo como ése y le volverán todos los
conocimientos a su sitio!
PARRIS: ¿Podrían dejarme ahora? Quisiera rezar un momento a solas.
ABIGAIL: Tío, ha rezado desde medianoche. ¿Por qué no baja y...?
PARRIS: (A Putnam) No... no tengo ninguna respuesta que ofrecerle a la gente.
Esperaré hasta que llegue el reverendo Hale. (Invitándolos a salir) Si son ustedes tan
amables… (Indicándole la salida a Ann) Señora Putnam...
ANN: ¡Luche contra el Diablo y el pueblo le bendecirá!

-5-
PUTNAM: Baje a rezar con ellos. ¡Están esperando su palabra…!
PARRIS: De acuerdo, entonaremos un salmo pero no digan nada de brujería por ahora.
La causa es desconocida y yo ya he tenido suficientes problemas desde que llegué.
ANN: Mercy, vuelve inmediatamente a casa y vigila a Ruth, ¿me oyes?
MERCY: Sí, señora.
PARRIS: (A Abigail) Si Betty intenta salir por la ventana, corre a avisarme.
ABIGAIL: Lo que usted mande, tío.
(Salen PARRIS y el señor y la señora PUTNAM)
ABIGAIL: ¿Qué tiene Ruth?
MERCY: Es muy raro, yo no sé... Camina como una muerta desde anoche. ¿Y ésta?
ABIGAIL: No se mueve… (Va hacia Betty y le dice, con miedo en la voz) ¡Betty!
¡Vamos, Betty! ¡Levántate!
MERCY: ¿Has intentado darle un mojicón? Yo le di a Ruth un buen soplamocos y con
eso se despertó un rato. Quita, déjame a mí.
ABIGAIL : No, mi tío subirá en seguida. Escúchame. Si nos preguntan, di sólo que
bailábamos... Es todo lo que yo les he dicho.
MERCY: Vale, ¿y qué más?
ABIGAIL: Sabe que Títuba llamó a las hermanitas de Ruth para que respondieran desde
el otro lado de la tumba.
MERCY: (Asiente) ¿Y qué más?
ABIGAIL: Te vio desnuda.
Mercy: (Palmeteando y riendo nerviosamente) ¡Ay, madre de mi vida…!
(Entra MARY WARREN sin aliento. Es una muchacha de diecisiete años, sumisa,
ingenua y solitaria)
MARY: ¿Ahora qué hacemos, Abby? ¡Todo el pueblo está en la calle! Vengo de la
granja y allí en todas partes se está hablando de brujas.
MERCY: Ésta nos va a delatar, lo sé yo.
MARY: Abby, tenemos que decir la verdad. Nos van a ahorcar por brujas, como a las
de Boston. Por bailar y por las otras cosas nada más que os azotarán.
ABIGAIL: ¡Nos azotarán, eso seguro!
MARY: Yo no hice nada, Abby, sólo miraba.
MERCY: ¡Y qué bien que se te da mirar!, ¿verdad, Mary Warren? Pues sí que eres
valiente para eso de mirar.
(Betty gime en la cama. Abigail se vuelve hacia ella y la zarandea)

-6-
ABIGAIL: ¡Vamos, Betty, despierta ya! Soy Abigail. ¡Te voy a dar una paliza si no…!
MERCY: ¡Mira, parece que ya va mejor!
ABIGAIL: Ya he hablado con tu padre y le he contado todo, así que no tienes...
BETTY: (Saltando de la cama, asustada de Abigail, corre hacia la pared) ¡Quiero ver
a mi madre!
ABIGAIL: Betty… tu madre está muerta y enterrada.
BETTY: (Levantando los brazos, como si fuera a echar a volar, y saliendo por la
ventana) ¡Déjame que me vaya volando con ella! ¡Déjame!
ABIGAIL: Le hemos contado todo a tu padre; ya sabe todo lo que hemos...
BETTY: ¡Tú bebiste sangre, Abby! ¿También sabe eso?
ABIGAIL: ¡No vuelvas a decir eso! Te juro que...
BETTY: ¡Lo hiciste! ¡Bebiste un brebaje para matar a la mujer de Proctor!
ABIGAIL: (La abofetea) ¡Cállate! ¡Cállate ya!
BETTY: (Vuelve a la cama y estalla en sollozos) ¡Madre, madre…!
ABIGAIL: Se acabó; escuchadme todas. Anoche bailamos. Títuba invocó las almas de
las hermanas de Ruth. Eso es todo. Si a cualquiera de vosotras se le escapa media
palabra sobre alguna cosa más, os espera tal castigo que no querréis que se esconda el
sol por miedo a que os esté esperando en la oscuridad. Sabéis que soy capaz de hacerlo.
(Agarrando a Betty para obligarla a incorporarse) ¡Y tú siéntate y deja de llorar de una
vez! (Betty se desploma inerte de nuevo sobre la cama)
MARY: ¡Se va a morir! Es un pecado invocar a los muertos y nosotras lo hemos…
ABIGAIL: ¡Te he dicho que te calles, Mary Warren!
(Entra JOHN PROCTOR, un granjero robusto, de poco más de treinta años, que trasmite
una imponente serenidad. Al verlo Mary Warren sale corriendo asustada.)
MARY: Yo ya me iba, señor Proctor…
PROCTOR: ¿Eres hoy un poco más idiota que ayer, Mary Warren, o simplemente estás
sorda? Te prohibí que salieras de casa. ¿Para qué te pago si tengo que salir a buscarte
más que a mis vacas?
MARY: Sólo he venido a ver las cosas que están pasando.
PROCTOR: Peores cosas te esperan a ti cuando vuelva. ¡Vete ya, mi mujer te espera con
tarea!
MERCY: Es mejor que yo también me vaya. Tengo que cuidar a mi Ruth. Buenos días,
señor Proctor.
(Salen MARY y MERCY. Proctor se acerca a la cama de Betty mientras Abigail lo
observa con avidez. De fondo, se oye cantar un salmo)

-7-
ABIGAIL: ¡Casi me había olvidado de lo fuerte que eres, John Proctor!
PROCTOR: ¿En qué enredo andáis ahora?
ABIGAIL: A Betty le ha dado un ataque de tontería.
PROCTOR: Desde esta mañana el camino de mi casa se ha convertido en vía de
peregrinación hacia Salem. El pueblo no deja de hablar de brujería.
ABIGAIL: (Se acerca a Proctor con aire confiado y retorcido) ¡Bobadas! Anoche
estuvimos bailando en el bosque. Mi tío nos pilló y Betty se asustó. Eso es todo.
PROCTOR: Tan artera como siempre. Te meterán en el cepo antes de que cumplas los
veinte.
(John Proctor se dispone a salir. Abigail le corta el paso)
ABIGAIL: Dime una palabra amable, John. (La intensidad de su deseo hace
desaparecer la sonrisa del rostro de Proctor)
PROCTOR: No, Abby, eso se acabó.
ABIGAIL: ¿Has caminado ocho kilómetros sólo para ver a una niña tonta que quiere
volar? Yo te conozco.
PROCTOR: Vengo a ver en qué desórdenes anda metido tu tío. Quítate de la cabeza
todo lo demás.
ABIGAIL: John... te espero todas las noches.
PROCTOR: Nunca te di razones para que me esperaras.
ABIGAIL: ¡Me diste algo más que razones!
PROCTOR: Quítatelo de la cabeza. No vendré más por ti.
ABIGAIL: Te estás burlando de mí.
PROCTOR: Tú sabes que no.
ABIGAIL: ¡Lo que sé es cómo hundías tus brazos en mi espalda en un rincón oscuro de
tu casa, sudando como como un caballo en celo, cada vez que me acercaba! ¿O eso lo
he soñado? Quien me echó fue ella, no tú. Vi tu cara cuando me marché y me querías
entonces y me sigues queriendo.
PROCTOR: Estás loca, Abby.
ABIGAIL: Dime si es una locura que yo te he visto después de que tu mujer me
obligase a marcharme. Te he visto por las noches, debajo de mi ventana, ardiendo por
dentro. Por las noches soy muy sensible al calor y el tuyo, John, me ha despertado más
de una vez. ¿Vas a decirme que no has puesto nunca los ojos en mi ventana?
PROCTOR: Puede que la haya mirado.
ABIGAIL: Es tu deber. Yo te conozco. Tú no eres un hombre frío y yo necesito a
alguien que proteja mis sueños. En cuanto empiezo a soñar me despierto y camino por

-8-
la casa como si fuera a encontrarte detrás de cualquier puerta.
PROCTOR: No te comportes como una niña.
ABIGAIL: ¡No soy ninguna niña!
PROCTOR: Puede que aún te recuerde con afecto pero me cortaría el brazo antes de
volver a tocarte. Mi mano no conoce tu piel, Abby.
ABIGAIL: Pero mi piel sí conoce tu mano.
PROCTOR: ¡Bórralo de tu mente!
ABIGAIL: Me sorprende que un hombre tan fuerte deje que sea una mujer débil y
enfermiza la que...
PROCTOR: ¡No hables así de Elizabeth!
ABIGAIL: ¡Es ella quien ensucia mi nombre en el pueblo! ¡Sólo dice mentiras de mí!
¡Es una mujer fría y quejica y tú dejas que te diga…!
PROCTOR: ¿Quieres que te dé una paliza?
ABIGAIL: ¡Quiero a John Proctor, que me raptó de mi sueño y me abrió los ojos del
corazón! ¡Yo no sabía hasta ahora que en Salem todas las mujeres que se dicen
cristianas son dechado de mentiras! Y ahora quieres que me arranque la luz que me
permite ver. ¡No lo haré, no puedo! ¡Tú me amabas, John Proctor, y, aunque sea pecado,
aún me amas! ¡John, ten piedad de mí! (Vuelve a oírse de fondo el salmo y al escuchar
el verso que dice «acercarse a Jesús», Betty se tapa los oídos, se incorpora y se pone a
chillar. Abigail corre hacia ella para tratar de calmarla. Proctor se acerca también)
¡Betty...! ¡Por Dios, deja de chillar!
PROCTOR: ¿Qué ocurre? ¿Qué te duele, niña?
(En el piso inferior cesa bruscamente el canto. Entran PARRIS, el señor y la señora
PUTNAM y MERCY LEWIS)
PARRIS: ¿Qué ha sucedido? ¿Qué le estáis haciendo a mi hija? (Corre hacia la cama e
intenta hacer reaccionar a Betty) ¡Betty!
ABIGAIL: Les ha oído cantar y de repente se ha incorporado y se ha puesto a dar gritos.
ANN: ¡El salmo, el salmo! ¡No soporta que se pronuncie el nombre del Señor!
PARRIS: No, no lo permita Dios. ¡Mercy, corre y avisa al médico! ¡Cuéntale lo que
pasa!
(Sale MERCY)
ANN: ¡Es una señal!
(Entra REBECCA NURSE, de setenta y dos años, con el pelo totalmente blanco y
apoyándose en un bastón. Junto a ella entra GILES COREY, de ochenta y tres años,
hombre musculoso, astuto y enérgico todavía. Entran hablando)
PUTNAM: ¡No hay una señal más clara de brujería, señora Nurse!

-9-
ANN: ¡Me lo dijo mi madre! No pueden soportar el nombre del Señor.
REBECCA: Calle, señor Corey, en esta habitación hay una niña muy enferma.
GILES: Pero si no he dicho ni una palabra. Nadie me ha visto hablar todavía… (A los
Putman) ¿Va a echar a volar otra vez? He oído decir que alcanzó…
PUTMAN: ¡Cállese!
(Rebecca atraviesa la habitación hasta llegar junto a la cama. Toda su persona
irradia bondad. Se acerca a Betty, que aún se está quejando. Se limita a permanecer
inmóvil junto a la niña, que poco a poco se tranquiliza).
ANN: ¿Qué ha hecho…?
PARRIS: ¿Qué le parece todo esto, Rebecca?
PUTNAM: Señora Nurse, ¿irá a ver a mi Ruth y tratará de despertarla?
REBECCA: Su hija despertará cuando se canse de dormir. Por favor, cálmense.
PARRIS: Abigail, ve a prepararle una infusión de tisana a tu prima (Sale ABIGAIL)
REBECCA: Tengo once hijos y veintiséis nietos y los he acompañado a todos en sus
momentos difíciles. Cuando se trata de las diabluras de los niños, son capaces de agotar
al mismo Demonio. El espíritu de los niños es como los niños mismos: nunca se
alcanzan corriendo detrás de ellos; hay que quedarse quietos, esperando cariñosamente
a que vuelvan por sí mismos.
ANN: Rebecca, esto no es ninguna travesura. Mi Ruth está fuera de sí; ni siquiera
puede comer.
REBECCA: Quizá no tenga hambre. (A Parris) Espero que no esté decidido a salir en
busca de espíritus errantes, señor Parris. He oído decir que lo había prometido.
PARRIS: En la parroquia se extiende el rumor de que el Diablo está entre nosotros y
quiero demostrarles que se equivocan.
PROCTOR: Entonces baje y dígales que están equivocados. ¿Habló con sus consejeros
antes de llamar a ese reverendo que viene a buscar demonios?
PARRIS: ¡No viene a buscar demonios!
PROCTOR: ¿Y a qué viene entonces?
PUTNAM: ¡En el pueblo hay niños que se están muriendo, señor Proctor!
PROCTOR: Yo no he visto a ninguno muriéndose. Esta comunidad no es tan manejable
como su bolsa, señor Putnam. (A Parris) ¿Ha convocado una reunión antes de...?
PUTNAM: ¡Estoy harto de reuniones! ¿Es que no podemos ni mover la cabeza sin tener
que convocar una?
PROCTOR: Podemos moverla pero no para mirar hacia el Infierno.
REBECCA: Por favor, John, cálmese. (Pausa. Proctor guarda silencio) Señor Parris,

- 10 -
creo que lo mejor será que mande al reverendo Hale de vuelta. Su decisión va a reavivar
el debate en la comunidad y todos esperábamos algo de paz este año. Más nos valdría
confiar en el médico y en el poder purgativo de la oración.
ANN: ¡Rebecca, el médico está desconcertado!
REBECCA: Entonces volvamos los ojos a Dios para encontrar la causa. Entraña
demasiados peligros ponerse a buscar espíritus. Será mejor que aceptemos la parte de
culpa que cada uno de nosotros tenemos y…
PUTNAM: ¿Nosotros? En mi casa somos nueve hermanos; la semilla de los Putnam ha
poblado esta región. Y a mí, de las ocho criaturas que me nacieron, sólo me queda una
hija... y se me está marchitando.
REBECCA: A eso no le puedo dar yo una explicación.
ANN: ¡Pues yo sí! ¿Le parece que es la mano de Dios la que ha mantenido sanos y
fuertes todos sus hijos y sus nietos mientras yo he tenido que enterrar a todas mis niñas
salvo a una? El poder de Dios engendra ruedas dentro de las ruedas ¿y no permite a sus
fieles conservar su descendencia?
PUTNAM: (A Parris) ¡El reverendo Hale buscará indicios de brujería en Salem!
PROCTOR: (A Putnam) Usted no puede dar órdenes al señor Parris. En esta comunidad
el voto es por persona y no depende de la cantidad de tierra que se posee.
PUTNAM: Nunca le había visto tan preocupado por esta comunidad, señor Proctor. No
recuerdo haberle visto ni siquiera en los oficios desde la primera nevada del año.
PROCTOR: Ya tengo suficientes preocupaciones como para venir a escuchar hablar
sólo del fuego del Infierno y la condenación eterna. No soy el único, señor Parris, que
ya no viene a la iglesia porque apenas menciona usted a Dios.
PARRIS: (Ofendido) ¡Esa es una acusación muy grave!
REBECCA: Pero algo tiene de verdad. Hay muchos que no se atreven a traer a sus
hijos…
PARRIS: ¡Yo no predico para los niños! No son ellos quienes descuidan sus
obligaciones.
REBECCA: ¿Y hay quienes las descuidan?
PARRIS: Más de la mitad del pueblo de Salem...
PUTNAM: Muchos más.
PARRIS: ¿Qué pasa con mi leña? Mi contrato estipula que se me dé toda la que
necesite y estoy esperándola desde noviembre.
GILES: Se le asignaron seis libras al año para comprar leña, señor Parris.
PARRIS: Esas seis libras son parte de mi salario. Se me paga muy poco como para
gastar seis libras en calentarme.
PROCTOR: Sesenta, más seis para leña.

- 11 -
PARRIS; ¡Mi salario son esas sesenta y seis libras, señor Proctor! No soy ningún
granjero que sale a pasear con un librito bajo el brazo. ¡Estoy graduado por Harvard!
¡Dejé un negocio floreciente por venirme aquí a servir al Señor! No consigo entender a
la gente de Salem, no puedo proponer nada sin que se desaten terribles discusiones
sobre mis palabras.
PROCTOR: Señor Parris, es usted el primer párroco que ha exigido el título de
propiedad de esta casa...
PARRIS: ¿Acaso un párroco no merece la casa donde vive?
PROCTOR: Para vivir sí, pero exigir su propiedad es tanto como querer ser el dueño de
la misma iglesia. En la última asamblea habló tanto de escrituras e hipotecas que creí
haberme perdido en una subasta.
PARRIS: Soy su tercer párroco en siete años. ¡Solicito una muestra de confianza! No
quiero que me echen como a un perro cuando se le antoje a la mayoría. Ustedes no
entienden que un sacerdote de Dios es su representante en la tierra.
PUTNAM: ¡Tiene razón!
PARRIS: ¡No se le puede censurar a un sacerdote a la ligera sin contradecir a nuestro
Señor y en Salem se aprenderá a obedecer o la iglesia arderá como arde el Infierno!
PROCTOR: ¿No puede hablar ni un minuto sin que vuelva a aparecer el Infierno? Estoy
harto oír esto o aquello del Infierno.
PARRIS: No es usted quién para decidir lo que les conviene oír.
PROCTOR: Creo que podré decir lo que pienso.
PARRIS: ¿Qué se ha creído, señor Proctor? ¿Que somos cuáqueros, acaso? En mi
congregación no hay cuáqueros, señor Proctor, y puede decírselo así a sus seguidores.
PROCTOR: ¿Mis seguidores?
PARRIS: En esta iglesia hay toda una facción y un partido. No estoy ciego ni sordo.
PROCTOR: ¿Contra usted?
PUTNAM: ¡Contra el señor Parris y contra toda autoridad!
PROCTOR: Entonces debo encontrarlos para unirme a ellos. (Se levanta un murmullo
entre los asistentes)
REBECCA: No habla en serio.
PUTNAM: ¡Acaba de confesarlo!
PROCTOR: Y lo repito, Rebecca. No me gusta el olor de esta «autoridad».
REBECCA: No puede prescindir de su párroco, John, usted no es de esos. Estreche su
mano. Hagan las paces.
PROCTOR: Todavía tengo grano que sembrar y leña que llevar a casa… (Se vuelve
sonriente hacia Giles) ¿Qué dice, Giles? Tenemos que encontrar ese partido para

- 12 -
unirnos a él.
GILES: No lo sé, John, creo que he cambiado de opinión sobre este hombre. A veces
me pregunto cuál es el problema de este pueblo, por qué andan todos denunciándose
unos a otros. Yo mismo he pasado ya seis veces por el tribunal en lo que va de año…
PROCTOR: Venga conmigo, Giles. Necesitaré ayuda para arrastrar la leña hasta mi
casa.
PUTNAM: Un momento, señor Proctor, ¿qué leña es ésa que va usted a llevarse, si me
permite preguntárselo?
PROCTOR: Mi leña. Del monte, junto al río.
PUTNAM: Ese terreno está dentro de los límites de mi propiedad, señor Proctor.
PROCTOR: Le compré ese terreno al marido de la señora Nurse hace cinco meses.
PUTNAM: No tenía derecho a venderlo. En el testamento de mi abuelo dice claramente
que toda la tierra junto al río…
PROCTOR: Su abuelo tenía por costumbre dejar en herencia tierras que nunca le
pertenecieron, si me permite decírselo.
GILES: ¡Por Dios que es verdad! Estuvo a punto de dejar en herencia todo el lado norte
de mi pastizal. ¡Vámonos, John! De repente me han entrado ganas de trabajar.
PUTNAM: Toque uno solo de mis robles y tendrá que pelear para arrastrarlo hasta su
casa. Haré que mis hombres le vigilen todo el tiempo.
(Cuando van a salir Proctor y Giles, entra el reverendo JOHN HALE de Beverley, un
intelectual de unos cuarenta años, de piel tirante y ojos ansiosos. Viene cargado con
unos pesados libros. ABIGAIL entra detrás de él para no perderse una palabra de lo que
ocurre mientras juzgan a su prima)
HALE: Por favor, que alguien me ayude.
PARRIS: Señor Hale, me alegra verlo de nuevo. (Cogiéndole los libros) ¡Sí qué pesan!
HALE: Llevan el peso de la ley.
PARRIS: Viene muy preparado, señor Hale.
HALE: Tenemos mucho que estudiar si queremos seguirle la pista al Maligno. (Repara
en Rebecca) ¿Es usted Rebecca Nurse?
REBECCA: Sí, señor. ¿Me conoce?
HALE: No, pero su cara tiene el reflejo de las buenas almas. En Beverly hemos oído
hablar de sus obras de caridad.
PARRIS: Señor Hale, le presento al señor Thomas Putnam y a su esposa, Ann.
HALE: ¡Los Putnam! No esperaba encontrar a gente tan distinguida.
PUTNAM : No parece que eso sirva de mucho hoy en día, señor Hale. Confiamos en

- 13 -
que venga a salvar a nuestra hija.
HALE: ¿También está enferma?
ANN: Su alma… parece que quiera escapársele en un suspiro. Está dormida y, sin
embargo, camina.
PUTNAM: No come.
HALE: ¡No come! (Reflexiona. Luego, dirigiéndose a Proctor) ¿Sus hijos también
están enfermos?
PARRIS: Oh, no, estos son sólo unos granjeros de la región. John Proctor…
GILES: Proctor no cree en brujas.
PROCTOR : Yo nunca he hablado de brujas; ni creo en ellas ni las niego. He oído que es
usted un hombre sensato, señor Hale. Espero que no nos decepcione.
(PROCTOR sale. Hale se queda desconcertado un instante)
PARRIS: ¿Me haría el favor de examinar a mi hija, reverendo? (Van junto a la cama)
La descubrimos esta mañana en medio del camino, agitando los brazos como si quisiera
echar a volar.
HALE: (Frunciendo el ceño) ¿Intentó volar…?
PUTNAM: No soporta que se pronuncie el nombre del Señor, reverendo. ¡Es un signo
seguro de brujería!
HALE: No, no… No nos dejemos llevar por las supersticiones. El Diablo actúa de
manera muy precisa y sus señales son claras como el cristal. Debo advertirles de que no
seguiré adelante a menos que estén dispuestos a creerme si llego a la conclusión de que
no se encuentra en esta niña señal alguna del Infierno.
PARRIS: Por supuesto, reverendo. Nos someteremos a su juicio.
HALE: Está bien. (Se dirige hacia Betty) ¿Cuáles fueron los primeros síntomas de su
mal?
PARRIS: Señor... anoche la encontré con mi sobrina, Abigail, y otras muchachas
bailando en el bosque…
HALE: ¿Está permitido el baile en esta comunidad?
PARRIS: No, no, señor, lo hacían en secreto.
ANN: (Incapaz de contenerse) La esclava del señor Parris sabe hacer conjuros,
reverendo.
PARRIS: No hay ninguna certeza, señora Putnam...
ANN: Yo lo sé, señor. Envié a mi hija... para que Títuba le dijera quién mató a sus
hermanitas.
REBECCA: ¡Ann! ¿Envió a una niña a invocar a los muertos?

- 14 -
ANN: ¡Que Dios me condene por ello, Rebecca, pero no me juzgue también usted! (A
Hale) Dígame si es cosa de la naturaleza perder siete hijas nada más nacer.
PARRIS: ¡Silencio, por favor!
(Rebecca aparta el rostro con gesto de dolor. Se produce una pausa)
HALE: ¿Las siete muertas al nacer…?
ANN: Sí, reverendo… (Silencio. Hale está impresionado; Parris le mira en busca de
respuestas. Hale va a sus libros, abre uno, lo hojea y lee con interés un pasaje. Todos
esperan ávidos a que hable) ¿Qué dice el libro, reverendo?
HALE: Aquí está definido con fórmulas como las de la filosofía natural todo el mundo
invisible. En estos libros está el Diablo despojado de sus toscos disfraces. Todos los
espíritus, íncubos y súcubos; las brujas que viajan por tierra, aire y mar; los mágicos
nocturnos y diurnos… No teman, tengo intención de aplastar a cualquiera de ellos en
cuanto muestre la cara.
REBECCA: ¿Y no sufrirá la niña, señor?
HALE: No puedo asegurarle nada. Si está poseída por el Diablo, tal vez haya que
rasgarle el vientre para liberarla.
REBECCA: Entonces creo que me iré. Soy demasiado vieja para presenciarlo.
PARRIS: Rebecca, quizá podamos sajar hoy mismo el tumor que nos aflige a todos.
REBECCA: Eso espero. Mientras tanto, iré a rogar a Dios por ustedes.
PARRIS: Espero que no desapruebe lo que hacemos aquí, también nosotros confiamos
en Dios para sanar a nuestras niñas.
(Pausa)
REBECCA: Ojalá sepan lo que hacen. (Sale)
GILES: (Súbitamente a Hale) Señor Hale, siempre he querido preguntarle esto a una
persona entendida… ¿Qué significa la lectura de libros extraños?
HALE: ¿Qué libros?
GILES: No lo sé, en cuanto me ve los esconde. A veces veo a Martha, mi mujer,
leyendo libros en un rincón de la casa. Anoche, fíjese bien, no podía rezar y de repente
Martha cerró el libro, salió de casa, y de repente pude rezar de nuevo. Estoy
desconcertado…
HALE: La interrupción de la oración… Es extraño…
GILES: No digo que esté tocada por el demonio, entiéndame, nada de eso, pero me
gustaría saber qué libros lee porque en cuanto la veo me los esconde y no puedo…
HALE: Ya discutiremos eso, señor mío. (A todos) Escúchenme bien: si el Diablo ha
tomado posesión de esta niña, seremos testigos de algunos portentos, así que les ruego
que se mantengan serenos. Señor Putnam, permanezca cerca de ella por si echase a
volar. Betty, querida, ¿quieres incorporarte? (Putnam también se acerca preparado

- 15 -
para lo que haga fatla. Hale sienta a Betty, que se desploma entre sus brazos. Hale la
observa atentamente. Todos los demás contienen la respiración) ¿Me oyes? Soy John
Hale, el reverendo de Beverly. He venido para ayudarte, pequeña.
PARRIS: ¿Por qué tendría que elegir mi casa el Diablo? Hay muchas personas
licenciosas en Salem…
HALE: ¿Qué victoria sería para el Diablo ganar un alma que ya está perdida? Son los
mejores los que quiere el Maligno, ¿y quién mejor que un ministro del señor?
PARRIS: ¡Betty, contesta al señor Hale! ¡Betty!
HALE: ¿Alguien te está inflingiendo dolor, niña? No tiene por qué ser un hombre o una
mujer, tal vez un pájaro invisible para los demás... tal vez un cerdo o un ratón o
cualquier otra alimaña. ¿Hay alguna figura que te ordene volar? (La niña sigue inerte.
Hale la vuelve a dejar reposando en la cama y entona:) «In nomine Domine Sabaoth
sui filiique ite ad infernos… Hanc animam inocentem a geenna liberate et ad infernos
regredimini usque in aeternum». (Betty sigue sin moverse. Hale repara en Abigail)
Abigail, ¿qué bailasteis anoche en el bosque?
ABIGAIL: Un baile… nada especial.
PARRIS: Yo vi una marmita sobre la hierba en donde estaban bailando.
ABIGAIL: No era más que sopa.
HALE: ¿Qué clase de sopa, Abigail?
ABIGAIL: Judías y lentejas… no más.
HALE: Señor Parris, ¿había algo vivo en la marmita? ¿Un ratón, una araña...?
PARRIS : Vi moverse algo... en la sopa.
ABIGAIL: ¡Saltaría desde fuera, nosotras no lo pusimos!
HALE: (Con premura) ¿Qué es lo que saltó adentro?
ABIGAIL: Una rana… pequeña.
PARRIS: ¡Una rana?
HALE: Abigail, tu prima tal vez se esté muriendo. ¿Invocasteis anoche al Diablo?
ABIGAIL: ¡Yo no! ¡Títuba!, ¡fue Títuba!
PARRIS; (Lívido) ¿Títuba invocó al Diablo?
HALE: Me gustaría hablar con Títuba.
PARRIS: Señora Putnam, ¿quiere traerla?
(Sale la señora PUTNAM)
HALE: ¿Cómo lo invocó?
ABIGAIL: No lo sé, hablaba una lengua extraña.

- 16 -
HALE: ¿Sentiste algo inusual? ¿Una brisa helada? ¿Un temblor bajo la tierra?
ABIGAIL: ¡No vi a ningún Diablo! (Corre hacia Betty y la zarandea) ¡Betty!
¡Levántate, Betty! ¡Betty!
HALE: No puedes evitarme, Abigail. ¿Bebisteis de la marmita?
ABIGAIL: ¡No señor! Títuba quería que bebiésemos pero yo me negué.
HALE: ¿Qué nos estás ocultando? ¿Has vendido tu alma a Lucifer?
ABIGAIL: ¡No me he vendido! ¡Yo soy una buena chica! ¡Soy una chica decente!
(Entra la señora PUTNAM con TÍTUBA. Abigail la señala inmediatamente)
ABIGAIL: ¡Ella me obligó a hacerlo! ¡Y obligó a Betty!
TÍTUBA: ¡Abby!
ABIGAIL: ¡Me hizo beber sangre!
PARRIS: ¡¡Sangre!!
ANN: ¿La sangre de mis hijitas?
HALE: Mujer, ¿has reclutado a estas criaturas para servir al Diablo?
TÍTUBA: ¡No, no, señor! ¡Yo no tengo nada que ver con ningún demonio!
HALE: ¿Por qué no puede despertarse (Por Betty)? ¿Eres tú quien hace callar a esta
criatura?
TÍTUBA: ¡No! ¡Con lo que yo la quiero! ¡Yo quiero mucho a mi Betty!
HALE: ¡Expusiste tu espíritu al Maligno para que se aposentase en esta niña! ¿Eres
una de sus segadoras de almas?
ABIGAIL: Títuba me envía espíritus cuando estoy en la iglesia para hacer que me ría
mientras rezamos.
PARRIS: A menudo se ríe durante los oficios…
ABIGAIL: Viene todas las noches para que la siga y beba su sangre.
TÍTUBA: ¿Qué dices, Abby? ¡Tú me pediste que te hiciera el conjuro!
ABIGAIL: A veces me despierto y me encuentro totalmente desnuda en la calle. Oigo
su risa en mis sueños, sus canciones tentadoras…
TÍTUBA: Señor reverendo, yo nunca hice eso.
HALE: Títuba, quiero que despiertes a esta niña.
TÍTUBA: Señor, yo no puedo hacer que me responda esta niña.
HALE: ¡Déjala en libertad ahora mismo! ¿Cuándo pactaste con el Diablo?
TÍTUBA: ¡Yo no he visto nunca a los diablos!

- 17 -
PARRIS: ¡Confiesa o te azotaré hasta quitarte la vida que le has dado al Maligno!
PUTNAM: ¡Esta mujer merece la horca! ¡Hay que llevarla a la plaza y ajusticiarla!
TÍTUBA: ¡No, no colguéis a Títuba! Yo dije que no quería trabajar para él.
PARRIS: ¿Para el Diablo?
HALE: ¡Entonces lo has visto! Vamos, Títuba, libérate del Infierno. Nosotros te
ayudaremos.
TÍTUBA : Señor reverendo, alguien me ha embrujado a las niñas
HALE: ¿Quién?
TÍTUBA: No sé, señor reverendo, el Diablo tiene muchas brujas en Salem.
HALE: ¡Muchas! Títuba, mírame a los ojos. Tú quieres ser una buena cristiana, ¿no es
cierto, Títuba?
TÍTUBA: Sí, señor, buena cristiana.
HALE: ¿Y quieres a estas niñas?
TÍTUBA: Sí, señor reverendo. No podría hacerles daño
HALE: ¿Y amas a Dios?
TÍTUBA: Amo a Dios con todo mi ser.
HALE: Pues, en el nombre sagrado de Dios...
TÍTUBA: Bendito sea...
HALE: Y para su mayor gloria...
TÍTUBA: Gloria eterna. Bendito, alabado sea...
HALE: Confiesa, Títuba, deja que la sagrada luz de Dios te ilumine.
TÍTUBA: Oh, bendito sea el nombre del Señor.
HALE: Cuando se te aparece el Diablo, ¿viene con alguna otra persona? ¿Una persona
del pueblo? ¿Alguien a quien conoces?
PARRIS: ¿Quién venía con él?
PUTNAM: ¿Sarah Good? ¿Viste alguna vez a la comadre Good con él? ¿Has visto a la
señora Osborn?
PARRIS: ¿Era hombre o mujer?
TÍTUBA: Era... era mujer.
PARRIS: ¿Qué mujer?
TÍTUBA: Estaba oscuro y no vi…
PARRIS: Si lo viste a él, ¿por qué no podías verla a ella?

- 18 -
TÍTUBA: Siempre se mueven, corren de aquí para allá, conversan…
PARRIS: ¿Brujas en Salem?
HALE: (Tomando a Títuba de la mano) No debes tener miedo de decirnos quiénes
son. Nosotros te protegeremos. El Diablo nunca podrá vencer a un ministro del Señor.
TÍTUBA: ¡Oh, sí, señor reverendo, yo lo sé!
HALE: Has confesado tus actos de brujería y eso significa que deseas ponerte de parte
del Cielo.
TÍTUBA: ¡Sí, sí… siempre con Dios!
HALE: Eres el instrumento que Dios ha puesto en nuestras manos para descubrir a los
ministros del Diablo en la tierra. Has sido elegida, Títuba. Habla con claridad; da la
espalda al Maligno, descúbrete en presencia del Señor. ¿Quién se te apareció con el
Diablo? ¿Eran dos? ¿Tres? ¿Cuántas personas?
TÍTUBA: Cuatro. Eran cuatro.
PARRIS: ¿Quiénes? ¿Quiénes? ¡Dinos sus nombres!
TÍTUBA : Cuántas veces me ha ordenado el demonio matarlo, señor Parris.
PARRIS: A mí…
TÍTUBA: Él dice: «El señor Parris debe morir. No es buen hombre, Parris es hombre
ruin». Yo digo: «No, Diablo, yo no odio a ese hombre, no quiero matarlo». Él viene de
noche y me dice: «Trabaja para mí, Títuba. Te haré libre. Te daré vestidos bonitos, te
subiré por el aire, volverás a tu tierra». Y yo digo: «Mientes, demonio, mientes». Viene
de noche con tormentas y dice: «Mira, tengo blancos que me pertenecen». Yo miro… y
veo a la señora Good.
PARRIS: ¡Sarah Good!
TÍTUBA : Sí, señor reverendo, y la señora Osborn.
ANN: ¡Lo sabía! La comadre Osborn fue mi partera tres veces. Te supliqué que no la
llamaras, Thomas. Mis niñas se consumían en sus manos.
HALE: Ten valor, danos todos los nombres. ¿Cómo puedes soportar el sufrimiento de
esta criatura sin compadecerte? Mírala, Títuba. Contempla su divina inocencia, su alma
tierna… Debemos protegerla, Títuba. El Maligno anda suelto y la oprime como una
bestia que ha clavado sus colmillos en el cuello de la inocente oveja. Dios te bendecirá
por tu ayuda.
ABIGAIL: (Repentinamente inspirada, se levanta y alza la voz. Parece que estuviera en
éxtasis) ¡Quiero confesar! ¡Quiero recibir la luz de Dios, quiero el dulce amor de Jesús!
Yo bailé para el Diablo, yo lo vi y escribí en su libro, pero vuelvo a Jesús, beso su
divina mano. ¡Yo vi a Sarah Good con el Diablo! ¡Vi a la señora Osborn con Él! ¡Vi a
Bridget Bishop con el Diablo!
(Mientras habla Abigail, Betty se levanta de la cama con los ojos enfebrecidos y se une
a su prima en su cantinela)

- 19 -
BETTY: ¡Yo vi a George Jacobs con el Diablo! ¡Yo vi a la señora Howe con el Diablo!
PARRIS: ¡Habla! ¡Mi hija está hablando!
HALE: ¡Alabado sea Dios! ¡Se ha roto el maleficio!
BETTY: ¡Yo vi a Martha Bellows con el Diablo!
ABIGAIL: ¡Yo vi a la señora Sibber con el Diablo!
PUTNAM: ¡Voy a llamar al alguacil!
(Parris comienza una oración de acción de gracias)
BETTY: ¡Yo vi a Alice Barrow con el Diablo!
(Se hace lentamente el OSCURO mientras Abigal y Betty siguen cada vez más exaltadas)
ABIGAIL: ¡Yo vi a la señora Hawkins con el Diablo!
BETTY: ¡Yo vi a la señora Bibber con el Diablo!
ABIGAIL: ¡Yo vi a la señora Booth con el Diablo!
TELÓN

- 20 -
CUADRO SEGUNDO
La habitación principal en casa de Proctor, ocho días después.

ELIZABETH: ¿Por qué has tardado tanto? Ya es casi de noche.


PROCTOR: He estado sembrando lejos, junto al monte.
ELIZABETH: Ah, ¿terminaste entonces?
PROCTOR: Sí, el campo ya está sembrado. ¿Duermen los chicos?
ELIZABETH: Están casi dormidos.
PROCTOR: Recemos para tener un buen verano. ¿Te encuentras bien?
ELIZABETH: Sí. (Pausa) Hoy entró una liebre; la encontré en un rincón, como si
viniera de visita. Creo que es una buena señal que haya entrado ella sola en la casa.
PROCTOR: Sí. (Pausa) Pronto veremos verdes los campos. La tierra está tierna y
caliente, como una herida recién abierta.
ELIZABETH: Eso es bueno.
PROCTOR : Si la cosecha es buena, le compraré su ternera a George Jacobs. ¿Te
gustaría?
ELIZABETH: Sí, mucho.
PROCTOR : Quiero verte dichosa, Elizabeth.
ELIZABETH : Lo sé, John.
(Proctor se acerca a Elizabeth y le da un beso. Elizabeth se limita a poner la mejilla.
Proctor queda un tanto decepcionado)
PROCTOR: Deberías adornar la casa. Aquí dentro todavía es invierno pero en la granja
no había visto nunca tantas flores. El olor de las lilas anuncia la noche y la primavera
hace más bella la tierra.
ELIZABETH: Sí, es verdad.
(Pausa. Elizabeth mira a Proctor mientras se inunda del aire nocturno)
PROCTOR: ¿Estás triste otra vez?
ELIZABETH: (Dudando) Has venido tan tarde que creí que habías ido a Salem.
PROCTOR: No se me ha perdido nada en Salem.
ELIZABETH: Ayer dijiste que irías…
PROCTOR : Lo he pensado mejor.
ELIZABETH: Mary Warren ha ido también.

- 21 -
PROCTOR: ¿Por qué la has dejado? Le prohibí que volviera al pueblo.
ELIZABETH: No pude impedírselo.
PROCTOR: No está bien, Elizabeth. ¡La señora eres tú!
ELIZABETH: Dijo que tenía que ir porque era miembro del tribunal.
PROCTOR: ¿Qué tribunal?
ELIZABETH: Han llamado a cuatro jueces de Boston para organizar un tribunal;
magistrados importantes, me ha dicho Mary. Los preside el gobernador.
PROCTOR : Qué locura.
ELIZABETH: Dice Mary que hay catorce personas en la cárcel. Serán juzgadas y el
tribunal puede ordenar que sean ahorcadas.
PROCTOR : Aquí no van a ahorcar a nadie.
ELIZABETH: El gobernador promete colgarlos si no confiesan, John. Mary me habló de
Abigail y, escuchándola, parecía que hablaba de una santa. También van las otras
muchachas al tribunal. Traen a la gente ante ellas y, si ellas gritan y se tiran al suelo,
encarcelan a esa persona por haberlas embrujado. Tienes que ir a Salem, John; decirles
que es todo mentira. Ve a ver a Ezekiel Cheever, cuéntale lo que Abigail te dijo la
semana pasada, que este asunto no tiene nada que ver con brujas. Deberías ir esta misma
noche.
PROCTOR: Lo pensaré.
ELIZABETH : No puedes ocultarlo, John.
PROCTOR: ¡Ya sé que no puedo ocultarlo y he dicho que lo pensaré!
ELIZABETH : De acuerdo. Piénsatelo entonces. (Se dispone a salir)
PROCTOR: Pero no sé cómo probar que miente. Esa niña es una santa ahora, Elizabeth.
Estábamos solos cuando me lo dijo, no tengo pruebas.
ELIZABETH: ¿Estuviste a solas con ella?
PROCTOR : Por un momento, sí.
ELIZABETH: No es eso lo que me habías dicho…
PROCTOR : No fue más que un momento, los demás entraron enseguida.
ELIZABETH : Haz lo que quieras, entonces.
PROCTOR: Elizabeth, no voy a tolerar tus sospechas.
ELIZABETH: No las provoques.
PROCTOR: ¿Dudas de mí?
ELIZABETH : John, si no fuera Abigail a quien tuvieras que perjudicar con tu
testimonio, ¿te lo pensarías tanto?

- 22 -
PROCTOR: Mira...
ELIZABETH: Yo sé lo que veo, John.
PROCTOR : No permito que me sigas juzgando, Elizabeth. Tengo buenas razones para
pensármelo antes de denunciar a Abigail. Deberías considerar tus faltas antes de juzgar
las mías. Yo ya he olvidado a Abigail y…
ELIZABETH: Y yo también.
PROCTOR: Tú ni olvidas ni perdonas. Ejercita la caridad, mujer. Hace siete meses que
se fue Abigail y desde entonces estoy en mi casa como si fuera un extraño. No doy un
paso sin pensar en complacerte pero tu corazón sigue latiendo al compás de una marcha
fúnebre. Se me juzga en mi casa como si me presentase ante un tribunal.
ELIZABETH: John, no has sido sincero conmigo. Me dijiste que la habías visto con más
personas y ahora…
PROCTOR: No volveré a justificarme, Elizabeth. Debería haberte jurado que eran
absurdas tus sospechas pero confesé, como cristiano que soy, ante Dios. Pero tú no eres
Dios, Elizabeth, y más te valdría buscar la bondad que pueda quedar en mí.
ELIZABETH: Yo no te juzgo. Es tu corazón quien te juzga. Sé que eres un hombre
bueno, John, pero estás descarriado.
PROCTOR Elizabeth, tu justicia helaría las primeras flores… (Se oye un ruido en el
exterior. A continuación, entra MARY WARREN) ¿No te prohibí que fueras a Salem? ¡Te
juro que si te atreves a salir otra vez de esta casa te azotaré hasta desangrarte!
MARY: No me encuentro bien, señor Proctor. Por favor, no me haga daño. (Mary
presenta evidentes signos de debilidad. Desconcertado, Proctor la suelta) Después de
todo el día en el juicio tengo escalofríos por todo el cuerpo.
PROCTOR: No te pago para que te pases todo el día en el pueblo. Mi mujer no tiene
fuerza para ocuparse ella sola de las tareas de la casa.
MARY: Para usted, señora… Tenga, (Mary Warren va hacia Elizabeth con una
pequeña muñeca de trapo.) la he hecho hoy. Durante el proceso paso muchas horas
sentada y aprovecho para coser.
ELIZABETH: (Con sorpresa) Ah, gracias. Es bonita.
MARY: Señora Proctor, debemos amarnos los unos a los otros.
ELIZABETH : Sí, debemos amarnos.
MARY : Mañana me levantaré temprano y limpiaré la casa. Necesito dormir.
PROCTOR: Mary... ¿es verdad que han detenido a catorce mujeres?
MARY: No, señor. Ya son treinta y nueve… (Mary se interrumpe y se derrumba,
llorando)
ELIZABETH: Mary, ¿qué te pasa, niña?
MARY: ¡Van a ahorcar a la señora Osborn!

- 23 -
PROCTOR: ¿Ahorcarla?
MARY : Sí.
PROCTOR: ¿Y lo permite el gobernador?
MARY: La sentenció él mismo. No podía hacer otra cosa. A Sarah Good no porque
confesó…
PROCTOR: ¿Qué confesó?
MARY: Que... pactó con Lucifer, que firmó en el libro negro... con su sangre... y se
comprometió a atormentar a los cristianos para destronar a Dios… y que se instaure en
su lugar el culto al Diablo.
(Pausa)
PROCTOR: Sarah Good habla por hablar. ¿Por qué no se lo dijiste al tribunal?
MARY: Señor Proctor, durante su vista nos asfixió casi hasta la muerte.
PROCTOR: ¿Cómo?
MARY: Nos envió su espíritu…
ELIZABETH: Pero Mary…
MARY: ¡Ha intentado matarme muchas veces, señora Proctor!
ELIZABETH: Es la primera vez que dices eso.
MARY: No lo sabía antes pero al entrar en la sala sentí una niebla fría y una mano que
me recorría la espalda y una presión en el cuello que no me dejaba respirar, y
entonces… oí una voz de alguien gritando y era mi propia voz, que me recordó todas las
veces que había venido pidiendo pan a esta casa... yo no le daba nada y todas las veces
ella se marchaba murmurando…
ELIZABETH: ¡No me extraña que se fuese murmurando si tenía hambre!
MARY: Pero usted sabe lo que murmuraba. El mes pasado, un lunes, después de
marcharse ella tuve durante dos días un dolor de tripa que creí que me se me iban a
desgarrar las entrañas. ¿No lo recuerda?
ELIZABETH: Sí, pero no entiendo…
MARY: Se lo dije al juez Hathorne y él le preguntó: «Comadre Osborn, ¿qué maldición
iba murmurando para que cayese enferma esta niña?», y ella respondió: «No era
ninguna maldición, excelencia, iba diciendo para mí los mandamientos». Entonces el
juez le pidió que los repitiera allí delante de todos y no pudo decir ni uno solo.
PROCTOR: ¿Y por eso la condenaron?
MARY : Se había condenado ella misma.
PROCTOR: ¿Con qué pruebas?
MARY: ¡Con las que he dicho! Los jueces dijeron que su mentira era una prueba tan

- 24 -
firme como una roca.
PROCTOR: No volverás a ese tribunal, Mary.
MARY: Tengo que ir todos los días, señor Proctor. Me sorprende que no vea la
importancia del trabajo que hacemos.
PROCTOR: ¡Qué trabajo más cristiano! ¡Enviar ancianas a la horca!
MARY: Pero, señor Proctor, no las ahorcarán si confiesan. Sarah Good no estará más
de unos días en la cárcel… ¡está embarazada!
ELIZABETH: ¿Están todos locos? ¡Esa mujer tiene casi sesenta años!
MARY: Hicieron venir al doctor Griggs para que la examinara y dijo que su vientre
estaba lleno de esperanza, aunque no tenga marido. Se encuentra a salvo porque no
harán daño, han dicho, a un niño inocente. (Alejándose de Proctor según habla) Y
ahora… también a mí me han nombrado miembro del tribunal…
PROCTOR: ¡Aquí no hay más tribunal que éste! (Coge del hueco de la chimenea una
vara y se acerca a Mary Warren)
MARY: (Aterrada pero firme) ¡No toleraré más palizas!
ELIZABETH: (Precipitadamente, mientras Proctor se acerca a Mary) Mary, promete
que te quedarás en casa...
MARY: ¡El Diablo campa en Salem, señor Proctor! ¡Nuestro deber es descubrir dónde
se esconde!
PROCTOR: ¡Yo te sacaré el Diablo del cuerpo!
MARY: ¡Hoy he salvado la vida de su mujer! (Silencio. Proctor baja la vara)
ELIZABETH: ¿Estoy acusada?
MARY : Se la ha mencionado pero yo les dije que nunca vi señales de que enviara su
espíritu para dañar a nadie. Saben que yo vivo aquí, así que me creyeron y rechazaron la
acusación.
ELIZABETH: ¿Quién me acusó?
MARY: Estoy obligada a guardar el secreto.
PROCTOR: Vete a la cama.
MARY: No dejaré que me siga tratando como a una niña. Hoy hemos cenado con los
jueces y con el gobernador. Ya tengo dieciocho años y espero que me hable con respeto.
PROCTOR: ¿Quieres quedarte levantada? ¡Quédate levantada!
MARY: …voy a la cama.
PROCTOR: ¡Buenas noches!
MARY: Buenas noches…

- 25 -
(MARY WARREN sale)
ELIZABETH: Quiere verme en la horca. Sabía que mi nombre acabaría saliendo.
PROCTOR: No te han acusado. Ya has oído a Mary.
ELIZABETH: ¿Y qué pasará mañana? Seguirá pidiendo a gritos que me condenen.
PROCTOR: Siéntate.
ELIZABETH: ¡Me quiere muerta, John!
PROCTOR. Cálmate y seamos prudentes. Iré a ver a Ezekiel Cheever. Le diré que
Abigail me confesó que todo era un juego.
ELIZABETH: Con tanta gente en la cárcel, hará falta algo más que la ayuda de Cheever.
Ve a hablar con Abigail.
PROCTOR: ¿Y qué quieres que le diga?
ELIZABETH: John, concédemelo. Hay promesas que se hacen en la cama…
PROCTOR: ¿Qué promesas?
ELIZABETH: Con palabras o sin ellas. Puede que Abigail todavía sueñe con ocupar mi
lugar cuando me vea muerta. Hay muchas otras mujeres a las que podría acusar pero es
mi nombre el que ha pronunciado ante el juez… Yo no soy Sarah Good, que va
mendigando por la calle, ni la comadre Osborn, que se pasa el día diciendo insensateces.
Abigail no se atrevería a señalar a la mujer de un hombre de esta comunidad si no
esperase beneficiarse con ello.
PROCTOR: ¡Eso es absurdo!
ELIZABETH : John, ¿le has demostrado tu rechazo? No puedes cruzarte con ella en la
iglesia sin sonrojarte...
PROCTOR: Es mi pecado el que me avergüenza…
ELIZABETH: No es eso lo que ve Abigail en el color de tu cara.
PROCTOR: Si fuera de piedra, en estos siete meses la vergüenza me habría hecho saltar
en pedazos….
ELIZABETH: Ve a decirle, entonces, que se comporta como una prostituta. Rompe
cualquier promesa que pueda albergar todavía…
PROCTOR: No le he hecho más promesa a esa muchacha que el semental a la yegua y
aun así dudas de mi sinceridad. No volveré a suplicar, Elizabeth. Veo que tu corazón se
aferra al único error de mi vida y no lo olvidará.
ELIZABETH: Conseguirás que lo olvide cuando te convenzas de que seré tu única mujer
o no seré tu mujer. ¡Todavía tienes un dardo de Abigail clavado en el pecho,
envenenándote el corazón, y tú lo sabes tan bien como yo, John Proctor!
(Aparece repentinamente, como si se condensara en el aire, el reverendo HALE, que
viene cansado e inseguro. Proctor y Elizabeth se sobresaltan)

- 26 -
HALE: Buenas noches.
PROCTOR: ¡Reverendo Hale! Buenas noches
HALE : Espero que no sea muy tarde para hacerles una visita. Es usted la señora
Proctor, ¿verdad?
ELIZABETH: Sí, señor. Elizabeth Proctor.
PROCTOR: ¡Pase! No acostumbramos a recibir visitas cuando cae la noche pero
siéntese.
HALE: Gracias. Siéntense también ustedes, por favor. No les robaré mucho tiempo
pero tengo un asunto que tratar con ustedes.
PROCTOR: ¿Un asunto del tribunal?
HALE: No vengo en representación del tribunal sino por iniciativa propia. No sé si está
enterado, señor Proctor, pero el nombre de su esposa se ha… mencionado hoy en la
audiencia.
PROCTOR: Lo sabemos, señor. Mary Warren nos lo dijo. Todavía estamos
sorprendidos.
HALE: Soy forastero y no tengo ninguna opinión sobre las personas acusadas. Por eso,
dada mi ignorancia, me resulta difícil hacerme una idea de cómo son las personas que
comparecen ante el tribunal, así que esta tarde y ahora, ya de noche, estoy yendo de casa
en casa... Vengo ahora de casa de Rebecca Nurse…
ELIZABETH: ¿Está Rebecca acusada!
HALE: ¡No permita Dios que una persona como ella sea acusada! Sin embargo, se ha
mencionado hoy su nombre. No pretendo más que hacerles unas preguntas sobre su fe,
si me lo permiten.
PROCTOR: Aún no tememos las preguntas en esta casa, señor Hale.
HALE: Bien, entonces. He visto en el registro del señor Parris que va usted poco a la
iglesia. ¿Podría decirme por qué ha faltado tanto?
PROCTOR: No creí que tuviera que rendirle cuentas a ese hombre de si voy a la iglesia
o me quedo en mi casa. Mi mujer ha estado enferma este invierno.
HALE: ¿Y usted?
PROCTOR: He ido todo lo que he podido; cuando no, me quedaba rezando en casa.
HALE : Señor Proctor, su casa no es la iglesia.
PROCTOR: Lo sé, señor, y también sé que un ministro de Dios puede rezar sin
necesidad de candelabros dorados. Cuando llegó el señor Parris, durante veinte semanas
no predicó otra cosa que las bondades de los candelabros de oro hasta que Francis Nurse
le forjó los dos que ahora están en el altar. Yo trabajo la tierra de sol a sol y, se lo digo
con el corazón en la mano, cuando subo la cabeza y veo mi dinero brillando en las
manos del señor Parris, se me quitan las ganas de rezar. Ese hombre sueña con

- 27 -
catedrales.
HALE: ¿Tienen ustedes tres hijos…?
PROCTOR: Tres varones.
HALE: ¿Y sólo dos están bautizados…?
PROCTOR : No quiero que el señor Parris ponga la mano sobre mis hijos. No veo la luz
de Dios en ese hombre.
HALE: El reverendo Parris está ordenado y, por tanto, lleva con él la luz divina.
ELIZABETH: Tal vez hayamos sido demasiado duros con el señor Parris pero no
estamos contra la religión. Mi marido clavó el tejado y las puertas de esa iglesia y aquí
nunca hemos tenido relación con el Diablo.
HALE : Elizabeth, ¿sabe usted los mandamientos?
ELIZABETH: Por supuesto, señor. No creo que haya mancha alguna en mi vida como
cristiana.
HALE: ¿Y usted, señor?
PROCTOR : Sí... por supuesto, señor.
HALE : Dígalos, si no tiene inconveniente.
PROCTOR: ¿Los mandamientos?
HALE: Eso es.
PROCTOR : No matarás.
HALE: Sí.
PROCTOR : No robarás. No codiciarás los bienes del prójimo. No harás imágenes de
falsos dioses. No invocarás el nombre de Dios en vano. No tendrás más dios que a mí.
(Vacilante) Santificarás el día del Señor. Honrarás a tu padre y a tu madre… No darás
falso testimonio… No harás imágenes…
HALE: Ese ya lo ha dicho, señor.
PROCTOR : Sí…
ELIZABETH : Adulterio, John.
PROCTOR : ¡Sí! Entre mi mujer y yo nos sabemos todos los mandamientos. No creo
que sea esta más que una falta leve.
HALE: La teología, señor, es una fortaleza y en ella ninguna grieta puede considerarse
pequeña.
PROCTOR: En esta casa, señor, no adoramos a Satán.
ELIZABETH : Reverendo, creo que sospecha de mí por algún motivo…
HALE : Señora Proctor, no soy yo quien la juzga. Mi deber tan sólo es facilitarle su

- 28 -
piadosa tarea al tribunal. Les deseo salud y buena suerte. Queden con Dios. (Se dispone
a salir)
ELIZABETH : Debes decírselo, John.
HALE: ¿Decirme qué?
ELIZABETH: (Suplicante) John…
PROCTOR : Yo... no tengo testigos ni pruebas, sólo puedo pedir que se acepte mi
palabra, pero sé que la enfermedad de estas niñas no tiene nada que ver con brujas.
HALE: ¿Nada que ver...?
PROCTOR: El señor Parris las descubrió jugando en el bosque; se asustaron y
enfermaron.
HALE: ¿Y quién le ha dicho eso?
PROCTOR : Abigail Williams.
HALE: Abigail…
PROCTOR: Sí, señor. Me lo dijo el día que usted llegó.
HALE: ¿Y por qué no lo ha contado antes?
PROCTOR: Porque no había sabido hasta esta noche que el mundo se había vuelto loco
con este disparate.
HALE: ¿Disparate! Señor mío, yo mismo he examinado a Títuba, a Sarah Good y otras
treinta y siete mujeres que han confesado haber tratado con el Maligno. ¡Lo han
confesado!
PROCTOR: ¿Y por qué no iban a hacerlo, si les espera la horca si lo niegan? Algunas
personas jurarían cualquier cosa antes de ser condenadas.
HALE: ¿Está dispuesto a testificar ante el tribunal…?
PROCTOR: No había considerado presentarme ante el tribunal… pero lo haré si tengo
que hacerlo.
HALE: ¿Duda?
PROCTOR: Me pregunto si su tribunal dará crédito a mi testimonio cuando hasta un
ministro del Señor tan sensato como usted sospecha de una mujer que es incapaz de
mentir.
HALE: Señor Proctor, sea sincero conmigo. He oído que usted no cree en las brujas.
¿Es cierto?
PROCTOR: No tengo tantos conocimientos; la Biblia habla de brujas y yo no negaré su
existencia.
HALE: ¿Y usted, señora?
ELIZABETH: Yo… no puedo creer en las brujas.

- 29 -
HALE: No puede…
PROCTOR: ¡Elizabeth, estás desconcertando al reverendo!
ELIZABETH : No puedo creer, señor Hale, que el Diablo se adueñe del alma de una
mujer que, como yo, se conduce rectamente. Yo soy una buena mujer, señor, y lo sé; y
si usted acepta que no hago más que el bien en este mundo pero sirvo secretamente a
Satanás… entonces no creo en las brujas.
HALE: Pero creerá que hay brujas en...
ELIZABETH: ¡Si piensa que yo soy una de ellas, le digo que las brujas no existen!
HALE: ¿Niega el Evangelio…?
PROCTOR: ¡Mi mujer cree en el Evangelio, palabra por palabra!
ELIZABETH: ¡Pregunte a Abigail Williams sobre el Evangelio, no a mí!
PROCTOR: Mi mujer no duda del Evangelio, reverendo. Este es un hogar cristiano.
HALE: Bauticen pronto a su tercer hijo, acudan a los oficios y vivan con recogimiento.
Dios los guarde.
(Entra GILES COREY)
GILES: ¡John! ¡John, se han llevado a mi mujer y a Rebecca Nurse! Ha venido
Cheever y se las ha llevado en el carro. Vengo ahora de la cárcel y ni siquiera me han
dejado verlas.
ELIZABETH: ¡Se han vuelto todos locos, reverendo!
GILES: Señor Hale, ¿no podría hablar con el juez? Estoy seguro de se que han
equivocado… No hay mujer que esté más cerca de Dios que mi Martha. La ha acusado
Walcott de bujería porque dice que le compró un cerdo a mi mujer y el animal se murió
al poco tiempo. Cuando vino Walcott a ver a mi mujer, Martha le dijo: «Walcott, si no
tienes suficiente inteligencia como para alimentar a un cerdo como es debido, se te
morirán todos los que tengas». Y dice que desde entonces se le han muerto todos sus
animales, ¡que mi Martha los hechiza con sus libros!
HALE: Señor Corey, vivimos en una era extraña; somos objeto de una conspiración del
Infierno y no podemos pasar por alto ninguna prueba que delate la mano del Maligno.
El Diablo habita en Salem y debemos seguir el dedo acusador, señale donde señale.
GILES: Por Dios, reverendo, acusan a Rebecca Nurse de haber matado con artes
diabólicas a las hijas de la señora Putnam…
(Entra EZEKIEL CHEEVER)
CHEEVER: Buenas noches, señores.
PROCTOR: Señor Cheever… Espero que no le traigan asuntos del tribunal.
CHEEVER: Vengo en su nombre, Proctor, ahora soy su secretario.
GILES: ¡Cómo lamento que camines tan decididamente al Infierno, Cheever!

- 30 -
CHEEVER: Señor Corey, sabe perfectamente que me obliga el peso de la ley. (Sacando
un papel) Traigo un auto de prisión para la señora Proctor.
PROCTOR: (A Hale) ¡Usted dijo que no había ninguna acusación contra ella!
HALE: Yo no sé nada… ¿Cuándo fue acusada?
CHEEVER: Esta noche me han entregado dieciséis órdenes de arresto, señor, entre ellas
la de la señora Proctor.
PROCTOR: ¿Quién la acusa?
CHEEVER: Abigal Williams.
PROCTOR: ¿Con qué pruebas?
CHEEVER: El tribunal me ordena registrar la casa. ¿Podrían entregarme cualquier
muñeca que guarde aquí la señora Proctor?
ELIZABETH: No he tenido ninguna desde que era niña.
CHEEVER : Desde aquí veo una, señora Proctor.
ELIZABETH: Es de Mary Warren.
CHEEVER : ¿Puede entregármela, por favor?
ELIZABETH: (Entregándosela) ¿Qué valor puede tener una muñeca?
CHEEVER: Señora Proctor, ¿tendría la amabilidad de venir conmigo?
PROCTOR: ¡No! (A Elizabeth) Ve a buscar a Mary.
CHEEVER: Proctor, no me está permitido perderla de vista.
PROCTOR: La perderá de vista y desaparecerá de su mente si es necesario, Cheever.
Trae a Mary, Elizabeth.
(Sale ELIZABETH)
HALE: ¿Pero qué significa la muñeca, señor Cheever?
CHEEVER : Los magistrados dicen que si se encuentra en ella… (Levanta la falda de la
muñeca y encuentra una aguja en su vientre) ¡Esto…!
PROCTOR: ¿Qué tiene?
CHEEVER: ¡Una aguja!
PROCTOR : ¿Y qué significa una aguja?
CHEEVER : Es una prueba irrefutable, Proctor. Yo hasta ahora tenía mis dudas pero la
chica de Parris se sentó esta noche a cenar en casa de su tío y, de pronto, cayó al suelo
gritando. Cuando fue a ayudarla el reverendo, le encontró una aguja clavada en el
vientre. Al preguntarle cómo llegó eso a su cuerpo, la joven lo confesó; fue el espíritu
de su mujer el que se la clavó.
PROCTOR: ¡Está claro que lo hizo ella misma! (A Hale) ¡Espero que no se tenga esto

- 31 -
en cuenta como prueba, señor Hale!
CHEEVER: Esta muñeca tiene una aguja clavada en el vientre. Nunca pensé que aquí
encontraría una prueba tan clara de la presencia del Infierno. Por favor, señor Proctor,
no obstruya…
(Entra ELIZABETH con MARY)
PROCTOR: ¡Mary!, ¿dinos cómo ha llegado esta muñeca a mi casa?
MARY: ¿Qué muñeca, señor?
PROCTOR : Esta muñeca.
MARY: Creo… Es mía. La hice durante la vista de hoy y esta noche se la di a la señora
Proctor.
PROCTOR : ¿Y bien, señor?
HALE: Mary Warren, se ha encontrado una aguja en esta muñeca.
MARY : No quise hacer mal a nadie con ella, señor.
PROCTOR: ¿Clavaste tú misma esa aguja?
MARY: Creo... creo que sí, señor…
HALE : Niña, ¿estás segura de recordarlo bien? ¿Podría ser que alguien te tenga bajo su
hechizo en estos mismos momentos y te obligue a decirlo?
MARY: No, señor, estoy totalmente en mi ser. Pregúntele a Susana Walcott, ella me
vio cosiendo durante el juicio. ¡O mejor, pregúntele a Abby!, ella estaba sentada a mi
lado mientras le daba forma.
PROCTOR : (A Hale, por Cheever) Dígale que se vaya.
ELIZABETH: ¿Qué significa que haya una aguja?
HALE: Mary... ¿acusas a Abigail de tramar un asesinato a sangre fría?
MARY: ¡Asesinato…! Yo no acuso...
HALE: Abigail sintió una fuerte punzada esta noche en el vientre; en el lugar donde el
dolor la aquejaba se encontró clavada una aguja...
ELIZABETH: ¿Y me acusa a mí…?
HALE: Sí.
ELIZABETH : ¡Esa muchacha es la misma muerte! ¡Habría que borrarla de esta tierra!
CHEEVER: ¿Ha oído eso, señor?
PROCTOR: ¡Fuera de mi casa!
CHEEVER: Proctor, tengo orden…
PROCTOR: (Cogiendo la orden de arresto y rompiéndola) ¡Fuera de aquí! ¡Maldito sea

- 32 -
el tribunal y malditos vosotros! ¡Fuera de mi casa!
HALE: ¡Proctor, cálmese!
PROCTOR: ¡Váyase usted también, señor Hale!
HALE: Proctor, si su mujer es inocente el tribunal…
PROCTOR: «Si es inocente…». ¿Por qué no se pregunta si Parris es inocente? ¿O si
Abigail es inocente? ¿Acaso les ha tocado el dedo de Dios esta mañana? En Salem lo
único que sufrimos son los frutos de la venganza. Unas cuantas muchachas han hecho
sonar las llaves del reino de los cielos y la venganza más vulgar dicta hoy la ley en
Salem. ¡Pues no entregaré mi mujer a la venganza!
ELIZABETH: ¡John!, …iré
PROCTOR: ¡No irás!
CHEEVER: Tengo nueve hombres fuera. La ley me obliga, Proctor.
PROCTOR: (A Hale)¿Va a permitir que se la lleven?
HALE: Proctor, confíe en la justicia…
PROCTOR: Poncio Pilatos…
ELIZABETH: ¡John!, creo que debo ir con ellos. Mary, hay pan suficiente para mañana.
Ayuda al señor Proctor como si fueses su hija. (Se esfuerza por no llorar. A Proctor)
Cuando despierten los chicos no les digas nada de brujería... no hace falta asustarlos.
PROCTOR: Te volveré a traer a casa, Elizabeth. Te traeré pronto.
ELIZABETH: ¡No tardes, John!
PROCTOR: Caeré con la fuerza del océano sobre este tribunal, no lo dudes.
ELIZABETH : (Asustadísima) No tengo miedo, John. (Recorre la habitación con la vista
consciente de que es la última vez) Diles a los niños que he ido a visitar a un enfermo.
(Sale ELIZABETH con CHEEVER. Por un momento, Proctor contempla la escena desde
el umbral. Hale, en un paroxismo de culpabilidad y duda, se aleja de la puerta para no
presenciar la escena. Mary Warren rompe a llorar)
GILES: ¿Sigue sin decir nada, reverendo?
PROCTOR: ¡Márchese!
HALE: Proctor, por la caridad infinita de nuestro Señor le digo que testificaré ante el
tribunal a su favor. Que Dios me ayude porque yo no puedo juzgarla inocente o
culpable. De nada nos sirve achacar tantos males a la venganza de una niña.
PROCTOR: ¡Es usted un cobarde!
HALE: Señor Proctor, me cuesta creer que hayan irritado tanto a Dios como para que
descargue su ira sobre Salem tan fieramente. Las cárceles están abarrotadas y varias
personas serán pronto ajusticiadas… Ayúdenme a buscar la causa. ¿Qué secreta

- 33 -
blasfemia puede haber extendido su hedor hasta el Cielo…? (Ni Proctor ni Giles
contestan) Rogaré a Dios para que les abra los ojos. (Sale).
GILES: Mañana iré a ver al tribunal, John. Espero que no estemos condenados… (Sale)
MARY: (Llorando, con un hilo de voz) Señor Proctor, estoy segura de que la dejarán
volver a casa en cuanto presente sus pruebas…
PROCTOR: Tú vienes mañana conmigo, Mary. Se lo vas a contar todo al tribunal.
MARY: No puedo acusar de asesinato a Abigail.
PROCTOR: ¡Le dirás al tribunal cómo vino a parar aquí esa muñeca y quién le clavó la
aguja!
MARY: ¡Me matará si lo digo! ¡Abby lo acusará de adulterio, señor Proctor!
PROCTOR: Te lo ha contado.
MARY: No, señor, ya lo sabía. Lo destruirá, estoy segura.
PROCTOR : Bien. Entonces se le acabó el juego a Abigail. Caeremos los dos; tú le dirás
al tribunal todo lo que sabes.
MARY: No puedo, se volverán contra mí… ¡No puedo!
PROCTOR: (Proctor la sujeta fuertemente mientras dice:) ¡No voy a permitir que
muera por mi culpa! ¡Te sacaré las entrañas por la boca si hace falta antes de ver cómo
me la quitan!
MARY: ¡No puedo hacerlo, señor!
PROCTOR: (Sujetándola por la garganta) ¡Hazte a la idea porque lo harás! El Cielo y
el Infierno están luchando ahora cuerpo a cuerpo y las mentiras ya no sirven de nada.
¡Ponte en gracia con Dios porque a partir de ahora se nos juzgará y tendremos que
afrontar desnudos el viento helado de Dios! (Sale John mientras Mary queda
sollozando).
OSCURO

(INTERLUDIO)

El claro de un bosque. De noche.

Entra JOHN PROCTOR sosteniendo un farol. Inmediatamente después aparece ABIGAIL


con un chal sobre el camisón, con el pelo suelto.

ABIGAIL: (Acercándose a Proctor) Sabía que eras tú. Cuando oí las piedrecitas contra
la ventana supe que eras tú antes de abrir los ojos. ¿Por qué no has venido antes? Estoy
muy sola en el mundo.
PROCTOR: (Ríe) He oído decir que ahora la gente recorre más de cien kilómetros sólo
para verte la cara. Sé que pasas las noches en la taberna, que juegas a las cartas con el

- 34 -
gobernador, que un grupo de muchachos te sigue a dondequiera que vas…
ABIGAIL: ¿Has venido a burlarte de mí? No soporto las miradas lascivas. Mi alma ha
cambiado, John, y me atormentan por ello. (Provocativa) El espíritu de George Jacobs
ha venido todas estas noches a morderme en el pecho. ¡Mira! La herida que me hizo tu
mujer en el vientre todavía no se ha curado.
PROCTOR: Abby, George Jacobs lleva todo el mes en la cárcel…
ABIGAIL: ¡Y yo doy gracias a Dios de que esté en la cárcel! ¡Bendito será el día en que
lo ahorquen y me deje dormir en paz! ¡John, John… el mundo está tan lleno de
hipócritas! (Con asombro) ¡Rezan en la cárcel pero de noche vienen a torturarme en la
cama!
PROCTOR: …y mañana por la mañana llevan a juicio a Elizabeth. ¿Vas a denunciar
uno tras otro a todo el pueblo?
ABIGAIL: Puedes estar seguro, ¡hasta acabar con todos esos hipócritas!
PROCTOR: ¿No hay nadie bueno en Salem?
ABIGAIL: Sí… tú eres bueno. Tú me enseñaste la bondad; me quemaste con un fuego
que abrasó mi ignorancia. Nos acostamos sobre fuego, John, y desde aquella noche los
veo a todos tan desnudos como los árboles en diciembre. Dios me ha dado la fuerza para
denunciar su hipocresía y no pararé hasta que el mundo esté limpio de ellos. John… yo
seré una buena esposa cuando el mundo haya recobrado su blancura…
PROCTOR: Escúchame bien: no consentiré que condenen a Elizabeth por tu culpa.
Mañana me presentaré ante el tribunal y he venido a avisarte para que pienses lo que
vas a decirles porque si no disculpas a mi mujer, estoy dispuesto a acusarte.
ABIGAIL: ¿De qué?
PROCTOR: Tengo pruebas de que la muñeca que encontraron en mi casa no era de mi
mujer. Tú misma le pediste a Mary Warren que le clavara la aguja.
ABIGAIL: (La furia la domina, se deja llevar por la frustración de no poder dominar a
Proctor pero intenta mantener clara la cabeza) ¡Ah, hipócritas, también tú los ayudas
en su causa!
PROCTOR: Quedas advertida.
ABIGAIL: ¡Te han robado la honradez y…!
PROCTOR: ¡Ahora es cuando la he encontrado! Le demostraré al tribunal que no habéis
contado más que mentiras y si me preguntan qué razón puede tener Abigail Williams
para perpetrar un acto tan criminal, confesaré mi pecado. (Abigail ríe, incrédula.
Proctor la zarandea con violencia) Así que si todavía tienes entendimiento, escucha
esto: (Abigail está temblando y lo mira como si creyese que ha perdido la razón)
mañana les dirás a los jueces que ya no ves espíritus y nunca volverás a denunciar a
nadie por brujería o te haré famosa por tu trato con los hombres.
ABIGAIL: No lo harás. Sé que te alegras en secreto de vayan a ahorcar a tu mujer.
PROCTOR: ¡Me conoces, Abby, y sabes que acabaré con tu juego!
ABIGAIL: (Se envuelve en el chal como para marcharse) John, espero que cuando
vuelvas a mí lo hagas con más cariño. Yo sólo soy el dedo acusador de Dios. Entiendo

- 35 -
que tenías que cumplir con tu mujer pero, ahora que ya lo has hecho, no hace falta que
digas más. Buenas noches, John. (Retrocede alzando una mano para despedirse)
Mañana te salvaré de ti mismo. (Desaparece)
(Proctor se queda solo, dividido entre el asombro y el terror. Luego recoge el farol y
sale lentamente. Cae el

TELÓN)

- 36 -
CUADRO TERCERO
La sacristía de la capilla de Salem, que ahora sirve de antesala de la Corte General.
Se oye en oscuro la siguiente escena:
VOZ DE HATHORNE: Martha Corey, tenemos pruebas de que ha estado leyendo con
devoción los libros de las artes nigrománticas.
VOZ DE MARTHA: Yo soy inocente. ¡Ni siquiera sé cómo son las brujas!
VOZ DE HATHORNE: Entonces ¿cómo sabe que no es usted una de ellas?
VOZ DE MARTHA: Si lo fuera, lo sabría.
VOZ DE HATHORNE: ¿Por qué hace daño a esas criaturas?
VOZ DE MARTHA: ¡Pero si yo no les hago daño!
Luz. Entra en escena Giles Corey dando gritos. Lo detiene Cheever cuando quiere
acercarse a la puerta que da acceso a la sala donde está testificando su mujer.
GILES: Quíteme las manos de encima, Cheever. ¡Traigo pruebas para el tribunal!
CHEEVER: No puede entrar ahí, Corey…
Continúan oyéndose de fondo las voces del juez y de su mujer mientras ante los ojos
del espectador se desarrolla la escena entre Giles y Cheever.
VOZ DE HATHORNE: (Dentro) ¡Arresten a ese hombre!
GILES: ¡Thomas Putman quiere hacerse con todas las tierras de sus vecinos! ¡Todo lo
que se dice ahí dentro no es más que una mentira!
VOZ DE DANFORTH: (Dentro) ¡Permanezcan en su sitio!
CHEEVER: ¡Tranquilícese, Giles!
GILES: ¡Déjenme hablar!
(La vista de Martha Corey se suspende. Sale HALE de la iglesia a ver qué ocurre en la
antesala. Poco después sale también el juez HATHORNE, sexagenario, amargado e
implacable. Junto a ellos entran el gobernador DANFORTH, viejo de aspecto solemne
con algo de refinamiento y cierto sentido del humor, y PARRIS, en su calidad de
miembro del jurado)
HALE: ¡Cálmese, Giles!
GILES: ¡Van a ahorcar a mi mujer!
HATHORNE: (Saliendo) ¿Cómo se atreve a dirigirse a voz en grito a este tribunal?
DANFORTH: (Saliendo inmediatamente detrás de él. Pregunta, mirando directamente a
Giles:) ¿Quién es este hombre?
GILES: Me llamo Giles Corey, excelencia. Soy propietario de seiscientos acres en esta
tierra. La mujer que van a condenar es mi esposa.

- 37 -
DANFORTH: ¿Y considera que entrar aquí armando un escándalo la va a ayudar?
GILES: No han escuchado más que mentiras, excelencia, yo nunca la acusé de brujería.
Sólo quise saber de dónde venía su afición a los libros, nada más. (Rompe a llorar) No
he tenido caridad con ella, señor, pero yo no la acusé…
HALE: Este hombre afirma tener pruebas importantes para la defensa de su mujer,
señoría.
DANFORTH: En ese caso, que formule su alegato por escrito y presente las pruebas
cuando sea llamado a declarar. Ya sabe cuál es el procedimiento, señor Hale. (A
Cheever) Desaloje la sala.
GILES: Llevo aquí toda la noche y nadie me hace caso, excelencia. Tengo pruebas de
que las muchachas son unas mentirosas. No vuelvan la cabeza ante la evidencia; los
están engañando a todos.
HATHORNE: ¡Esto es desacato, señor Danforth!
DANFORTH: Mantengamos la calma…
(Entra MARY WARREN con PROCTOR)
PARRIS: (Interceptándoles el paso) ¡Mary! ¿Qué haces aquí?
PROCTOR : Mary sólo hablará con el gobernador.
DANFORTH: ¿Quién es éste?
PROCTOR: John Proctor, señor. Elizabeth Proctor es mi mujer.
PARRIS: Tenga cuidado con este hombre, excelencia, es un ser dañino.
HALE: Creo que debe escuchar a la niña, señor...
DANFORTH: Calma. ¿Qué quieres decirnos, Mary Warren? (Proctor la mira, Mary no
se atreve a hablar)
PROCTOR: No ha visto ningún espíritu, señor.
DANFORTH: ¡No ha visto espíritus…!
GILES: Jamás.
PROCTOR: (Llevándose la mano al bolsillo) Ha firmado una declaración, señor...
DANFORTH : No acepto declaraciones, señor Proctor. ¿Ha contado esta historia en el
pueblo?
PROCTOR: No, señor, no hemos dicho nada.
PARRIS: ¡Han venido a desautorizar este tribunal, excelencia! Este individuo...
DANFORTH: ¡Por favor, señor Parris! ¿Sabe usted, señor Proctor, que los fiscales del
Estado aseguran que el Cielo está hablando por boca de estas niñas?
PROCTOR: Lo sé, señor.

- 38 -
DANFORTH : Y tú, Mary Warren, ¿no denunciaste a muchas de las personas que han
sido condenadas en este tribunal por haber enviado sus espíritus contra ti?
MARY: Era mentira, señor.
DANFORTH: No te oigo.
PROCTOR: Dice que era mentira.
DANFORTH: ¿Y las demás muchachas? ¿Todas mienten?
MARY: Sí, señor.
PARRIS: ¡Excelencia, no permitirá que se propague tal falsedad a todo el pueblo!
DANFORTH: Señor Proctor, comprendo que el amor conyugal lo empuje a los mayores
extremos para defender a su esposa pero ¿le dice su conciencia, señor mío, que las
pruebas que aporta son ciertas?
PROCTOR: Lo son y usted mismo puede comprobarlo.
DANFORTH: ¿Qué pretende con esta declaración?
PROCTOR: Conseguir la libertad de mi mujer, señor.
DANFORTH: ¿Y no esconde su corazón el deseo de socavar la autoridad de este
tribunal?
PROCTOR: No, señor.
CHEEVER: Señoría, si me permiten, creo que deben saber que anoche, cuando nos
llevábamos a su esposa, maldijo al tribunal y rompió la orden de detención.
DANFORTH: Señor Proctor… ¿Ha visto alguna vez al Diablo?
PROCTOR: No, señor.
DANFORTH: ¿Es usted un buen cristiano?
PROCTOR: Sí, señor.
PARRIS: ¡Tan buen cristiano que no acude a la iglesia más de una vez al mes!
PROCTOR: No siento aprecio por el señor Parris, señor, eso todo el mundo lo sabe, pero
es cierto que amo a Dios.
HALE: Señoría, no puede juzgarse a este hombre con esas pruebas.
DANFORTH: No estoy juzgando a nadie, señor Hale, pero todavía no tengo el menor
motivo para dudar del testimonio de esas muchachas.
PROCTOR: Señor, muchas de las mujeres acusadas han mantenido durante años una
reputación intachable y…
PARRIS: ¿Lee usted la Biblia, señor Proctor?
PROCTOR: Sí, reverendo, la leo.

- 39 -
PARRIS: Yo no lo creo porque si no sabría que Caín era un hombre de reputación
intachable y, sin embargo, mató a su hermano.
PROCTOR: Sí, eso nos dice Dios pero son sólo las chicas del pueblo quienes dicen que
Rebecca Nurse asesinó a siete niñas recién nacidas enviando su espíritu contra ellas; y
ésta de aquí (por Mary) jura que han mentido.
DANFORTH: (Tras meditar un instante) Señor Proctor, esta mañana hemos recibido
una nota en la que se nos anuncia que su esposa está embarazada.
PROCTOR: (Sorprendido) Si ella lo dice, es cierto, señor. Mi mujer no miente nunca.
DANFORTH: La situación le favorece demasiado y su mujer no presenta ninguno de los
signos propios de tal estado pero si es verdad, seguirá viva al menos un año más, hasta
que dé a luz. Usted mismo ha dicho que su intención no es otra que salvar a su esposa;
la ley prohíbe hacer daño a un niño inocente, así que se encuentra a salvo. Puede retirar
ahora sus declaraciones.
PROCTOR: No puedo hacerlo, señor.
DANFORTH: En ese caso, su propósito es más amplio.
PROCTOR: También las mujeres de mis amigos han sido acusadas
PARRIS: ¡Ha venido a desautorizar este tribunal! ¡Su declaración es un puñado de
arena que quiere tirarnos a los ojos para cegarnos en nuestro deber!
DANFORTH: Señor Proctor, ¿qué declaración es la que tiene para nosotros?
PROCTOR: (Saca varias hojas de su bolsillo) Señor, no soy abogado…
DANFORTH: Los limpios de corazón no necesitan abogados. Proceda.
PROCTOR: Aquí le traigo una credencial, señor. Las personas que firman este papel
manifiestan que no existen indicios para condenar a Rebecca Nurse, a mi esposa y a
Martha Corey. Son todos miembros de la iglesia, noventa y un miembros de nuestra
comunidad…
PARRIS: ¡Y todos auténticos cristianos! (A Danforth y Hathorne) Creo que a sus
señorías les gustaría saber los motivos por los que no se alegran esas noventa y una
personas de que en Salem se esté juzgando al demonio.
HATHORNE: Me parece que deberíamos interrogarlos, señor Danforth.
DANFORTH: (A Cheever) Señor Cheever, prepare luego las órdenes para detenerlos a
todos.
GILES: Pero, excelencia, ¡yo también les di mi palabra a los que han firmado ese papel
de que no les vendría ningún perjuicio por ello!
PARRIS: ¡Esto es un ataque contra el tribunal!
HALE: ¿Es que toda defensa supone un ataque contra este tribunal?
DANFORTH: Señor Corey, ¿tiene algo que aportar al caso?

- 40 -
GILES: He traído la desgracia a todas esas personas…
DANFORTH: No, señor Corey, usted no ha hecho mal a nadie. Si son cristianos y tienen
la conciencia limpia, no tienen nada que temer. Pero este tribunal, señores míos, no
puede tolerar más que dos posturas: o se está a favor o se está en contra. Vivimos
tiempos de cambio y se nos exige precisión. Nuestra era ya no es la del crepúsculo en
que el mal se mezcla con el bien para confusión del mundo; hoy se alza el sol en el cielo
y quienes no teman la luz se alegrarán por ello. ¿Tiene algo más que aportar a este
tribunal, señor Corey?
GILES: (Algo confuso) Sí, señor. Ésta es mi declaración (Le da unos papeles)
DANFORTH: ¡Ah…! (Lee)
HATHORNE: (Que lee por encima del hombro de Danforth) ¿Qué abogado ha
redactado esto, Corey?
GILES: Ninguno, señor, yo nunca he pagado un abogado en toda mi vida.
DANFORTH: Está muy bien escrita, lo felicito. Señor Parris, ¿puede traer aquí al señor
Putnam? (Parris sale) ¿Qué formación jurídica tiene usted, señor Corey?
GILES: La mejor, excelencia; a lo largo de mi vida he comparecido treinta y tres veces
ante el tribunal. Conozco mis derechos y sé cómo hacer para que se respeten.
DANFORTH: Vaya…
GILES: Su padre fue el juez de uno de mis pleitos, excelencia. Hará treinta y cinco
años de aquello. Era un buen juez, su padre…
(Entran PARRIS y el señor PUTNAM)
DANFORTH: Señor Putnam, tengo una declaración aquí que afirma que usted sugirió a
su hija que acusara de brujería a George Jacobs.
PUTNAM: ¡Eso es mentira!
DANFORTH: El señor Putnam niega la acusación. ¿Qué pruebas tiene que presentar en
su contra, señor Corey?
GILES: ¡Ahí están las pruebas! (Señala el papel) Si a Jacobs lo ahorcan por brujería, su
propiedad sale a subasta, como dice la ley, y el único que tiene dinero para comprar sus
tierras es su vecino, el señor Putnam. ¡Ese hombre lo único que quiere es enriquecerse
aún más, se lo oí decir a un hombre honrado del pueblo!
HATHORNE: ¿Y el nombre de esa persona?
GILES: No… no le puedo dar el nombre. Acabo de enviar a noventa y una personas al
calabozo por salvar a mi mujer y no quiero añadir más peso a mi alma cuando arda en el
Infierno por no medir mis palabras.
DANFORTH: En ese caso no me queda otro remedio que arrestarlo por desacato al
tribunal.
GILES: ¡No me pueden encerrar por desacato en una audiencia preliminar!

- 41 -
DANFORTH: Veo que sabe de leyes, señor Corey. Señor Cheever, tome nota de todo lo
que suceda en esta sala, desde ahora el tribunal está en sesión plenaria. Ahora le vuelvo
a preguntar, señor Corey, y si su confidente es un hombre honrado no tendrá
inconveniente en presentarse aquí públicamente para confesar…
HALE: Señoría, no podemos seguir cerrando los ojos. Este tribunal provoca un miedo
espantoso en toda la provincia…
DANFORTH: ¿Acaso teme usted, señor Hale, ser interrogado por el tribunal?
HALE: Yo sólo temo a Dios, señoría, pero la provincia está aterrada.
DANFORTH: No me acuse a mí de sembrar el miedo en este pueblo, señor Hale,
ninguna persona libre de culpa debe temblar ante este tribunal. ¿Y bien, señor Corey…?
(Giles no contesta) Queda usted detenido por desacato al tribunal.
(Giles se abalanza sobre Putnam. Proctor lo detiene a tiempo)
GILES: ¡Voy a degollarte como a un animal, Putnam!
DANFORTH: Cheever, lléveselo.
PROCTOR: Calma, Giles, la razón está de nuestra parte.
GILES: (Mientras se lo llevan de la sala) ¡No digas una sola palabra más, John! ¡Van a
ahorcarnos a todos!
PROCTOR: Señor, aquí está la declaración de Mary Warren (Dándole un papel más).
Mary jura que nunca vio a Satanás ni ninguno de sus espíritus y asegura que todas las
chicas mienten cuando dicen que los ven.
HALE: Señoría, creo que el asunto merece toda nuestra atención. Un simple granjero
no puede defender una declaración de tanta trascendencia; debería dejarle marchar para
que regrese con un abogado.
DANFORTH: Escúcheme, señor Hale…
HALE: Señoría, he firmado más de cincuenta condenas a muerte; soy un ministro del
Señor y sólo me atrevo a privar de la vida cuando dispongo de pruebas tan
incontrovertibles como para que mi conciencia quede libre de toda duda. Esta mañana
he enviado al patíbulo a Rebecca Nurse y todavía me tiembla la mano con la que he
firmado su sentencia. Deje, se lo ruego, que un abogado presente ese documento.
DANFORTH: Señor Hale, no comprendo su inquietud en un hombre tan erudito como
usted. Si éste fuese un delito ordinario, bastaría con convocar a los testigos para probar
la culpabilidad o la inocencia de los acusados. Pero estamos hablando de brujería, que
constituye un delito invisible, y en un caso así no podemos contar más que con la
declaración de la bruja y la de su víctima. No podemos esperar que una bruja reconozca
su delito, por lo que nos queda solamente la declaración de sus víctimas, y en esta corte
hemos escuchado su testimonio. Dígame, señor Hale, ¿qué podría hacer un abogado en
esta situación? (Hale guarda silencio un instante). Señor Parris, traiga aquí a las niñas
PARRIS: Me gustaría preguntarle antes a Mary, señoría…
DANFORTH: (En su primer y único estallido de cólera) ¡Le ruego que se calle, señor

- 42 -
Parris! ¡Haga lo que se le ha ordenado! Y recuerden, señores míos, que «en la boca de
los niños está la verdad». (Sale Parris en busca de las niñas). Dime, Mary Warren, ¿a
qué se debe tu cambio de opinión? ¿Te ha amenazado el señor Proctor?
MARY: No, señor.
DANFORTH: ¿Has comparecido, entonces, ante mi tribunal y has mentido con plena
consciencia de que por tu testimonio varias personas serán ahorcadas?
MARY : (Con un hilo de voz) Sí, señor.
DANFORTH: ¿No sabes que Dios condena a los mentirosos? Considera si es ahora
cuando estás a punto de mentir, Mary Warren.
MARY: No, señor... Mi espíritu está ahora con Dios.
DANFORTH: Piensa que o mientes ahora o mentiste antes y, en cualquier caso, has
cometido perjurio e irás a la cárcel por ello. No puedes declarar con ligereza que
mentiste. ¿Eres consciente, Mary?
MARY: (Entre sollozos) Ya no puedo mentir más, señoría. Mi espíritu está con Dios.
(Entra Parris con Susanna Walcott, Mercy Lewis, Betty Parris y, finalmente, Abigail)
PARRIS: Ruth Putnam no estaba en la sala, señoría.
DANFORTH: Será suficiente con las que vienen aquí. Sentaos, hijas. (Se sientan en
silencio) Vuestra compañera, Mary Warren, ha presentado una declaración en la que
jura que jamás ha visto espíritus y sostiene que ninguna de vosotras ha sufrido su visita.
Considerad que este tribunal no tiene otro fin que aplicar la ley, inspirada por Dios
todopoderoso, y la mentira será condenada. (Pausa) No sé si nos encontramos ante el
testimonio de Satanás puesto en boca de Mary Warren, a quien el Maligno ha enviado
para distraernos de nuestro sagrado propósito, pero, si dice la verdad, os ordeno que
renunciéis a vuestro engaño y confeséis. Yo os aseguro que, si ofrecéis una confesión
rápida de vuestros pecados, la ley será más clemente con vosotras. (Pausa) ¿Abigail
Williams, hay algo de verdad en su declaración?
ABIGAIL: No, señor.
DANFORTH: La voluntad de Dios saldrá a la luz aunque tenga que interrogaros con
toda la dureza de la que soy capaz. ¿Alguna de vosotras quiere desdecirse ahora?
ABIGAIL: No hay nada que desdecir, señor. Mary miente.
DANFORTH: ¿Quieres seguir adelante, Mary?
MARY : (Con un hilo de voz) Sí, señor.
DANFORTH: (A Abigail) Mary Warren asegura que la muñeca que se encontró en la
casa del señor Proctor la hizo ella misma en esta sala y que tú estabas sentada junto a
ella cuando le clavó la aguja en el vientre…
ABIGAIL : Eso es mentira, señoría.
DANFORTH: Abigail, ¿viste el espíritu de la señora Proctor? ¿Fue ella quien te clavó la

- 43 -
aguja tal y como lo has jurado delante de este tribunal?
PROCTOR: Señor Danforth, Abigail no cambiará su testimonio por miedo a las
represalias. No es más que una mentirosa…
DANFORTH: Señor Proctor, la única razón por la que Abigail Williams mentiría es
porque querría ver ahorcada a su esposa.
PROCTOR: Lo sé, señor.
DANFORTH: Señor Proctor, ¿acusa a esta niña de planear a sangre fría el asesinato de
su esposa?
PROCTOR: Sí, señor. Abigail Williams no es ninguna niña. Ella fue quien llevó a las
otras muchachas al bosque.
HATHORNE: Señor Danforth, eso no tiene ninguna relevancia para el asunto que
estamos tratando. Es un asesinato lo que…
PROCTOR: El señor Parris las descubrió bailando desnudas.
PARRIS: Señoría, desde que llegué a Salem este hombre no ha hecho más que
desautorizarme.
HALE: Señoría, eso mismo me confesó el reverendo Parris el día que llegué de
Beverly.
DANFORTH: ¿Lo niega usted, señor Parris?
PARRIS: …no lo niego, señoría, pero no vi a ninguna de ellas desnuda.
DANFORTH: ¿Y su sobrina bailaba en medio del bosque? (Mirando a Abigail como si
la viese por primera vez)
PARRIS : Sí, señor.
PROCTOR: Ahí tiene a su «niña», señor.
HATHORNE: Señor Danforth, si me permite que conduzca el interrogatorio…
DANFORTH: (Visiblemente desconcertado y preocupado) Adelante…
HATHORNE: Mary Warren, dices que no has visto ningún espíritu y que nunca te
amenazó el Diablo.
MARY : Sí, señor.
HATHORNE: Y sin embargo te desmayaste delante de los acusados asegurando que sus
espíritus te asfixiaban.
MARY: Fingía, señor.
PARRIS: Pero se quedaba fría y temblorosa, señoría. Yo mismo la sujeté muchas veces
y su piel estaba helada.
PROCTOR: Tan sólo fingía, señor Parris.

- 44 -
HATHORNE: Entonces, ¿puede fingir un desmayo ahora?
PROCTOR: ¿Ahora?
PARRIS: ¿Por qué no? Aquí no hay espíritus malignos. Que se quede fría ahora, que
finja que la ataca el Diablo, que se desmaye. ¡Vamos, Mary, desmáyate!
MARY: ¿Desmayarme?
PARRIS: Sí, desmáyate. Pruébanos cómo fingías ante el tribunal.
MARY : Yo... no puedo desmayarme ahora, señor.
HATHORNE: ¿Qué es lo que te falta para fingirlo? ¿Podría ser que aquí no haya ningún
espíritu maligno suelto mientras que durante la vista sí estaban presentes?
MARY: Tampoco entonces veía espíritus, señor.
PARRIS: Pruébanos que puedes desmayarte por tu propia voluntad.
MARY: No puedo hacerlo.
PARRIS: Entonces no podemos pensar otra cosa: los espíritus malignos te provocaban
esos desmayos.
MARY: No, señor...
PARRIS: ¡Señoría, éste es un truco para confundir al tribunal!
MARY: ¡No es ningún truco! (En pie) Yo me desmayaba porque... creía ver espíritus.
DANFORTH: Creías verlos…
MARY: Creí verlos en esta misma sala pero jamás los vi. Cuando oía a las otras chicas
gritando y veía que usted, señoría, parecía creerlas... Al principio me lo tomé como un
juego pero luego todo el mundo señalaba los espíritus y yo... creía que los veía.
PARRIS: (Nervioso al ver a Hathorne afectado por las palabras de Mary) Sin duda su
señoría no se dejará atrapar en un engaño tan claro.
DANFORTH: (Volviéndose con preocupación a Abigail) Abigail, busca en el interior de
tu corazón y respóndeme como si comparecieras ante Dios todopoderoso. ¿Es posible
que los espíritus que visteis fueran sólo fruto del engaño de vuestras mentes?
ABIGAIL: ¡Me han herido, señor! ¡Usted ha visto mi sangre! ¡Más de una vez han
intentado asesinarme por cumplir con mi deber en la lucha contra el Diablo y ¿ésta es
mi recompensa?! Desconfía de mí...
DANFORTH: Abigail, yo no desconfío.
ABIGAIL : Tenga usted cuidado, señor Danforth, porque no hay nadie en esta sala –ni
siquiera usted– tan fuerte que no pueda caer en poder del Diablo. (De repente,
abandonando la expresión de indignación y mirando hacia lo alto con terror)
¡Cuidado!
DANFORTH: ¿Qué sucede, niña?

- 45 -
ABIGAIL : (Mirando siempre hacia lo alto y fingiendo sentir frío) No lo sé… Una brisa
helada… (Sus ojos se posan sobre Mary)
MARY: ¿Abby…!
MERCY: (Tiritando) ¡Me hielo!
PROCTOR: ¡Están fingiendo!
HATHORNE: (Tocando la mano de Abigail) ¡Está helada, señoría!
MERCY : Mary, ¿eres tú quien envía esta sombra?
MARY: ¡Señor, sálvame!
SUSANNA: ¡Me hielo!
ABIGAIL: ¡La sombra viene contra mí!
MARY: ¡Abby, no hagas eso!
DANFORTH Mary Warren, ¿las has embrujado tú? ¿Has enviado tu espíritu contra
ellas?
MARY: (Intenta salir corriendo de la sala. Proctor la detiene y Mary se desploma en
sus brazos) ¡Déjeme salir, señor Proctor! ¡No puedo quedarme aquí!
ABIGAIL:¡Oh, Padre celestial, aparta de mí esta sombra!
PROCTOR: (Precipitándose hacia Abigail y tomándola del pelo para obligarla a
ponerse de pie) ¿Cómo te llenas la boca con el Cielo?
DANFORTH: ¡Señor, cómo se atreve…?
PROCTOR: ¡Es una puta!
DANFORTH: ¿Acusa...?
ABIGAIL: ¡Es mentira, señor Danforth!
PROCTOR: ¡Mírela bien! Ahora podrá gritar todo lo que quiera pero…
DANFORTH: ¡Tendrá que probar su acusación!
PROCTOR: Señor Danforth, yo conozco a Abigail Williams carnalmente.
DANFORTH: (Sin dar crédito) ¿En qué ocasión? ¿Dónde?
PROCTOR: En el sitio apropiado: donde duermen mis animales. Esa noche puso fin a
mi alegría hace siete meses. Se lo suplico, señor, véala tal como es, tal como Dios la ve.
Un hombre honrado no renuncia sin motivo a su buen nombre. Su vanidad la perdió
entonces, señor, ¡y ahora quiere bailar conmigo sobre la tumba de mi esposa! Que Dios
se apiade de mí porque la codicié y mi mujer está pagando la venganza de una puta.
DANFORTH: (Volviéndose con horror hacia Abigail) ¿Niegas, palabra por palabra?
ABIGAIL: ¡Si debo contestar a esa pregunta, me iré ahora mismo y no volveré a
presentarme ante usted!

- 46 -
PROCTOR: ¡He comprometido mi honor! ¡Mi esposa es inocente! ¡Su única culpa fue
echarla de casa para no albergar bajo su techo a un mercenario del deseo!
DANFORTH: Señor Parris, vaya a la sala y traiga a la señora Proctor.
PARRIS: Señoría, todo esto...
DANFORTH: ¡Tráigala! Y no le diga una palabra de lo que aquí se ha hablado. (PARRIS
sale.) Ahora llegaremos al fondo de esta fosa que usted ha cavado, señor Proctor. ¿Su
esposa es sincera?
PROCTOR: No ha mentido en su vida, señor.
DANFORTH: Y cuando echó a esta muchacha de su casa, ¿conocía su pecado?
PROCTOR: Sí, señor.
DANFORTH: Si la señora Proctor confirma que te echó por tus actos libidinosos,
Abigail, ¡que Dios se apiade de ti! (Llaman a la puerta.) ¡Esperen! Vuélvanse de
espaldas. (Abigail se vuelve. A Proctor) Los dos. Que ninguno mire a la señora Proctor.
Nadie en esta habitación dirá una palabra ni hará un solo gesto. ¡Entren!
(Se abre la puerta. Junto a PARRIS entra ELIZABETH, que lo primero que hace es
buscar a Proctor con los ojos)
DANFORTH: Acérquese, mujer. Míreme sólo a mí, no a su marido.
ELIZABETH: Sí, señoría.
DANFORTH: Se nos ha dicho que despidió a Abigail Williams de su servicio.
ELIZABETH: Es verdad, señoría.
DANFORTH: ¿Por qué causa? (Elizabeth busca a Proctor con los ojos) Míreme
solamente a los ojos, no a su marido. ¿Por qué despidió a Abigail Williams?
ELIZABETH: No estaba contenta con ella. Tampoco mi marido.
DANFORTH: ¿Por qué no estaba contenta?
ELIZABETH: Era... (Mirando a Proctor en busca de alguna indicación para contestar)
DANFORTH: ¡Míreme a mí! ¿Era descuidada? ¿Perezosa?
ELIZABETH: Señoría, yo... estaba enferma entonces. Mi marido es un hombre bueno y
recto. Trabaja y nunca gasta su dinero en la bebida ni otros entretenimientos pero
durante mi enfermedad... yo estuve mucho tiempo enferma después de tener al último
niño, señoría, y creí que mi marido se distanciaba de mí. Y esta muchacha... (Se vuelve
hacia Abigail)
DANFORTH: Míreme a mí.
ELIZABETH: Abigail Williams… Yo empecé a pensar que a mi marido le gustaba. Y
una noche… debí de perder el juicio… y la puse en la calle.
DANFORTH: ¿Y su marido se había distanciado de usted?

- 47 -
ELIZABETH: Mi marido es un hombre recto, señoría.
DANFORTH: Conteste a mi pregunta, señora Proctor. ¿Cometió su marido pecado de
lujuria?
ELIZABETH : No, señor.
DANFORTH: Llévesela, Parris.
PROCTOR: ¡Elizabeth, lo he confesado todo!
ELIZABETH: ¡Dios mío…! (Acompaña Parris a ELIZABETH hasta la salida)
PROCTOR: ¡Lo ha hecho para proteger mi nombre!
HALE: Señoría, es una mentira comprensible; ¡se lo ruego, detenga este juicio antes de
que se condene a nadie más! ¡Mi conciencia no puede callar por más tiempo! ¡Es la
venganza la que dicta el testimonio de Abigail! Desde el principio me pareció sincero
este hombre y juro por Dios que creo su palabra. Señoría, vuelva a llamar a su esposa
antes de que se cometa una injusticia.
DANFORTH: Esa mujer ha afirmado que no ha existido infidelidad, así que John
Proctor ha mentido.
HALE: ¡Yo le creo! ¡Es esta muchacha quien siempre me pareció falsa….!
ABIGAIL: ¡No! ¡No lo harás! ¡Vete! ¡Te digo que te vayas!
DANFORTH: ¿Qué sucede, Abigail? (Abigail, llena de temor, mira hacia el techo. El
resto de las muchachas la imitan y pronto todos los asistentes a la sala miran asustados
en la misma dirección) ¿Qué es lo que hay allí? ¡Qué veis, Abigail?
MERCY: ¡Allí! ¡Detrás de la viga!
ABIGAIL: ¿Por qué vienes a mí, pájaro de azufre? ¡La cara no, Mary! No quieras
arrancarme la cara que me dio Dios. ¡La envidia es un pecado capital!
PROCTOR: Señor Hale, dígame si ve usted algún pájaro.
MARY: ¡Abby!
ABIGAIL : Mary, yo sólo soy el instrumento de Dios.
MARY: ¡Abby, estoy aquí!
PROCTOR (frenéticamente): ¡Están fingiendo, señor Danforth!
ABIGAIL: (Dando un paso atrás, como si temiera que el pájaro fuese a arrojarse
sobre ella) ¡Mary, por favor, no bajes!
SUSANNA: ¡Está sacando las garras!
PROCTOR: ¡Es todo mentira!
ABIGAIL: (Retrocediendo, siempre con la vista fija en el techo) ¡Mary, no me hagas
daño!

- 48 -
MARY: ¡Yo no le estoy haciendo nada, señor!
DANFORTH: ¿Y por qué está teniendo esa visión?
MARY: ¡No ve nada!
ABIGAIL: ¡No ve nada!
MARY: ¡Abby, no sigas!
ABIGAIL Y TODAS LAS MUCHACHAS: ¡Abby, no sigas!
MARY: ¡Estoy aquí!
MUCHACHAS: ¡Estoy aquí!
DANFORTH: ¡Mary Warren, aparta de ellas tu espíritu!
MARY: ¡Señor Danforth!
MUCHACHAS: ¡Señor Danforth!
DANFORTH: ¡Confiesa! ¿Has pactado con el Diablo?
MARY: ¡Nunca!
MUCHACHAS: ¡Nunca!
DANFORTH: ¿Y por qué se limitan a repetir lo que tú dices?
MARY: ¡Están fingiendo!
MUCHACHAS: ¡Están fingiendo!
MARY: ¡Abby, basta!
MUCHACHAS: ¡Abby, basta!
MARY: ¡Basta ya!
MUCHACHAS: ¡Basta ya!
(Mary Warren, en pleno desconcierto y abrumada por la convincente actuación de
Abigail y de las otras chicas, gime de impotencia con las manos levantadas a medias y
sus antiguas amigas empiezan a gemir exactamente igual que ella)
DANFORTH: No hace tanto que tú misma confesabas ser atacada por los espíritus; es tu
espíritu el que ahora atormenta a las demás, ¿de dónde has sacado tu poder?
MARY : No tengo ningún poder…
MUCHACHAS: No tengo ningún poder…
PROCTOR: ¡Le están engañando, señor!
DANFORTH: ¿Por qué has cambiado en estas semanas? ¿Has visto al Diablo?
HALE: ¡No las crea, señoría!

- 49 -
HATHORNE : ¡Has pactado con Lucifer?
PROCTOR: (Notando que Mary flaquea) Mary, recuerda que Dios condena a quienes
mienten.
DANFORTH: La mentira se condena con la horca.
ABIGAIL: ¡Las alas! ¡Está extendiendo las alas! ¡Mary, por favor...!
HALE: ¡Señoría, yo no veo nada!
DANFORTH: ¡Quién te ha dado ese poder? (A dos centímetros del rostro de Mary)
¡Confiesa!
ABIGAIL: ¡Va a descender! ¡Camina por la viga!
HATHORNE: ¡Habla!
MARY: ¡No puedo!
MUCHACHAS: ¡No puedo!
PARRIS: ¡Arroja al Diablo de ti! Mantente firme contra él. ¡Te salvaremos, Mary!
ABIGAIL: ¡Cuidado! ¡Baja hacia nosotras!
(Abigail y las demás chicas corren hacia una de las paredes protegiéndose los ojos. A
continuación, como si estuviesen acorraladas, lanzan un grito atroz y Mary,
contagiada, abre la boca y grita con ellas. Poco a poco Abigail y las demás empiezan a
marcharse hasta que solo queda Mary, mirando fijamente al «pájaro» y gritando como
una loca. Todas la contemplan horrorizadas al presenciar su ataque de nervios.
Proctor se dirige a ella)
PROCTOR: Mary, dile al gobernador la verdad...
MARY: (Al ver a Proctor acercándose se aleja corriendo y dando gritos de pavor) ¡No
me toque!
PROCTOR : ¡Mary…!
MARY: (Señalando a Proctor) ¡Éste es el siervo del Diablo!
PARRIS: ¡Alabado sea Dios!
MUCHACHAS: ¡Alabado sea Dios!
PROCTOR: Mary, ¿cómo...?
MARY: ¡No me ahorcarán contigo! ¡Amo a Dios, amo a Dios!
DANFORTH: ¿Fue él quien te ordenó que sirvieras al Diablo?
MARY : Viene a mí por la noche, todos los días, para que firme…
DANFORTH: ¿Qué debes firmar?
PARRIS: ¿El libro negro? ¿Viene con un libro?

- 50 -
(Danforth y Hathorne vuelven la cabeza hacia Proctor con asombro y horror)
MARY : Mi nombre, ¡quiere mi nombre! ¡Me matará si condenan a su mujer! ¡Viene a
mí y me susurra: «Debemos ir a derrocar al tribunal»!
PROCTOR: (Suplicante) ¡Señor Hale!
MARY: (Sollozando) Me despierta todas las noches, con los ojos como brasas y
clavándome las uñas en el cuello… y firmé, firmé…
HALE: ¡Señoría, esta criatura se ha vuelto loca!
PROCTOR: ¡Mary, Mary!
MARY: ¡No! Yo amo a Dios. No te seguiré más. (Sollozando, corre hasta Abigail)
Abby, Abby, no volveré a hacerte daño. (Todos contemplan cómo Abigail, en su infinita
caridad, extiende los brazos, atrae contra su pecho a Mary, que sigue sollozando, y
finalmente alza los ojos hacia Hathorne)
DANFORTH: ¡Todo esto es obra suya! ¡Es usted el precursor del Anticristo! Yo he visto
su poder.
HALE: Señoría...
DANFORTH: No vuelva a dirigirme la palabra, señor Hale. (A Proctor) ¡Confiese que
está tocado por el Infierno! ¡Qué tiene que decir?
PROCTOR: (estallándole la cabeza, sin aliento) ¡Digo que Dios ha muerto! ¡Siento
arder en mí el fuego de Lucifer! ¡Oigo sus pasos, veo su cara, mi propia cara; y la suya;
y la suya, Danforth! Arde el fuego del Averno por todos los hombres de Salem, por
quienes no se atreven a sacar de su ignorancia al pueblo, por mí y por todos los que son
testigos de lo que ocurre en esta sala sin atreverse a denunciar, aunque lo sepan en lo
más profundo de sus negros corazones, que este proceso es una mentira. ¡Dios condena
a los que son como nosotros y arderemos, ¡oh, arderemos juntos en el Infierno!!
DANFORTH: (A Cheever, que ha entrado de nuevo en la sala al escuchar los gritos de
Proctor) ¡Cheever, lléveselo a la cárcel!
PROCTOR: (Mientras se lo llevan) ¡Aquí están enterrando el reino celeste para subir a
los altares a una puta! ¡Han matado a Dios, señor Danforth!
HALE: (Dirigiéndose hacia la puerta) ¡Impugno este proceso! ¡Señor Danforth, yo
abandono este tribunal y denuncio públicamente su validez!
DANFORTH: ¡Señor Hale! ¡Señor Hale!

OSCURO

- 51 -
CUADRO CUARTO
(GRAN FINAL)
Un calabozo en la cárcel de Salem, ese mismo otoño. La escena a la luz de la luna,
poco antes de que salga el sol.
(En oscuro se oye al fondo a Títuba cantando y diciendo «¡Llévame a casa, demonio!
Cantaremos y bailaremos en mi tierra, lejos del frío de Salem que hiela los corazones».
Sale Cheever a escena hablando hacia adentro. Nada más entrar en escena se
encuentra con Danforth y Hathorne)
CHEEVER: Salid de aquí. Esta mañana os espera un viaje al mismo Infierno. (Viendo a
Danforth) Buenos días, señoría.
DANFORTH: Cheever, ¿cuándo ha llegado el reverendo Hale?
CHEEVER: Creo que hacia medianoche. Está ahora visitando a los condenados y reza
con ellos. Está en la celda de la señora Nurse. El señor Parris lo acompaña.
DANFORTH: Ese hombre carece de autoridad aquí. ¿Por qué le ha permitido entrar?
CHEEVER: Me lo ordenó el reverendo.
HATHORNE: ¿Dónde está el señor Parris?
CHEVER: Voy a buscarlo… (Espera un instante por si Danforth quisiera darle más
órdenes y entra)
HATHORNE: Tenga cuidado con el señor Parris, Danforth. La compañía del señor Hale
es, cuando menos, imprudente en un hombre que debe ser ejemplo de su comunidad.
Además, he visto recientemente en sus ojos un brillo de locura.
DANFORTH: ¿Locura?
HATHORNE: Me lo encontré ayer cuando salía de su casa. Al darle los buenos días se
echó a llorar y siguió su camino. Me parece que el reverendo no tiene estos días la
energía que se requiere en su oficio.
DANFORTH: Quizá le aflija alguna pena.
HATHORNE: También lo vi hace poco discutiendo con algunos granjeros por las
posesiones que han quedado sin dueño con los últimos encarcelamientos. Estoy seguro
de que la situación le está atacando a los nervios.
(Entran CHEEVER y PARRIS. El reverendo está demacrado, parece tener miedo y suda
con el abrigo puesto)
PARRIS : Buenos días, señor Danforth, gracias por haber venido. Le pido disculpas por
haberlo levantado tan pronto.
HATHORNE: ¿Ha dejado solo al señor Hale con los prisioneros?
DANFORTH: ¿Qué ha venido a hacer aquí?
PARRIS: Ha ocurrido algo providencial, señor Danforth. El reverendo Hale ha logrado

- 52 -
que Rebecca Nurse vuelva a Dios.
DANFORTH: (Sorprendido) ¿Hale le ha pedido a la señora Nurse que confiese?
PARRIS: A mí Rebecca Nurse no me ha dirigido la palabra desde que llegó a la cárcel,
hace tres meses, pero ahora se sienta con el señor Hale y otros dos o tres presos más y el
reverendo les suplica que confiesen sus delitos y salven la vida.
DANFORTH: Sin duda su actuación aquí es providencial. ¿Están dispuestos a confesar
sus pecados?
PARRIS: Aún no pero he pensado que debía llamarle… (Sin atreverse a decirlo) Había
pensado… Quería preguntarle…
DANFORTH: Explíquese, señor Parris; ¿qué le preocupa?
PARRIS: Me temo que tenemos novedades, señor. El tribunal debe considerar… Mi
sobrina Abigail... creo que ha desaparecido.
DANFORTH: ¿Desaparecido?
PARRIS: Quería haberle avisado al principio de esta semana pero...
DANFORTH: ¿Cuándo ha desaparecido?
PARRIS: Hace tres noches me dijo que dormiría en la casa de Mercy Lewis. Han
desaparecido las dos con todo mi dinero. Me han dejado sin nada.
HATHORNE: (Asombrado) ¡Abigail le ha robado?
PARRIS : Creo que han tomado un barco. Se han fugado con treinta y una libras.
DANFORTH: ¡Es usted un necio, Parris!
PARRIS: Cúlpeme todo lo que quiera, señor Danforth, pero mi sobrina se ha marchado
porque tenía miedo de seguir en Salem. Abigail conocía bien el pueblo y sabía que
podía haber una rebelión. Hay muchos que no quieren ni oír hablar de brujería y
también yo he empezado a ver señales de disturbios, señor. Hoy mismo… ha volado
una daga a mi puerta cuando salía para acá.
HATHORNE: Señor Parris, durante todo el tiempo que han durado las ejecuciones no se
ha advertido otra cosa que satisfacción entre la ciudadanía.
PARRIS: Las personas que ya han sido ajusticiadas eran de otro tipo, señor Hathorne.
Rebecca Nurse no es una barragana, como la señora Bishop. John Proctor no es como
Isaac Ward, que arruinó a su familia por su adicción a la bebida. Bien sabe Dios que me
gustaría que fuese de otra manera, señores, pero las personas que salen hoy al patíbulo
tienen todavía una gran influencia en el pueblo. Con que Rebecca suba al cadalso
rezando a nuestro Señor bastará para que se desate la venganza de Salem contra
nosotros.
DANFORTH: ¿Y qué propone que hagamos, señor Parris?
HATHORNE: Todas esas personas han sido condenadas por brujería.
PARRIS: (A Danforth) Señoría… retrase algunos días las ejecuciones.

- 53 -
DANFORTH: No habrá aplazamiento, Parris.
PARRIS: Señor Danforth, ahora que ha vuelto Hale hay esperanza. Si consigue que
alguno de ellos, aunque sea uno solamente, dirija sus ojos a Dios… esa confesión
condenaría a los demás a ojos de la población. Nadie podría dudar entonces de su
vínculo con el Infierno. De no ser así, muchas personas honestas los llorarán
consumidas por la duda, pues morirán inconfesos, declarándose todos ellos inocentes.
Recuerde, se lo ruego, que cuando se convocó a la comunidad para excomulgar
solemnemente a John Proctor apenas acudió una veintena de personas. No cabe duda de
que el asunto genera más descontento que alegría…
DANFORTH: Dígame, reverendo, ¿quién de los condenados, según usted, podría volver
a Dios? Estoy dispuesto a quedarme hasta que salga la primera luz del sol con quien
designemos para que se convierta.
PARRIS: Pero, señor, no hay tiempo suficiente…
(Entra el reverendo Hale. Los otros lo miran durante un instante en silencio. Está
transido de sufrimiento, exhausto, y sus maneras son más tajantes que nunca.)
DANFORTH: Lo felicito, señor Hale. Me alegra ver que vuelve a trabajar para Dios.
HALE : Señor Danforth, debe concederles el indulto. No confesarán.
DANFORTH: No puedo perdonar a éstos cuando ya hay doce ahorcados por el mismo
delito. No sería justo.
PARRIS: (Con el corazón encogido) ¿Rebecca no confesará?
HALE: Señor, necesito más tiempo. Muy pronto amanecerá.
DANFORTH: Escúchenme bien. No atenderé una sola petición de indulto. Cualquier
vacilación por nuestra parte arrojaría dudas sobre la culpabilidad de los condenados y
no permitiré sospecha alguna cuando se trata de aplicar la ley de Dios. Quienes no
confiesen serán ahorcados. Los nombres de quienes van a subir al patíbulo ya se han
publicado y el pueblo espera verlos morir esta mañana. ¿Ha hablado usted con ellos,
señor Hale?
HALE: Con todos menos con Proctor.
DANFORTH: (A Cheever) ¿Qué actitud tiene?
CHEEVER: Está encadenado a la pared y permanece inmóvil la mayor parte del día,
como un animal al acecho. Sabemos que está vivo únicamente porque come de vez en
cuando.
DANFORTH: ¿Qué cree, señor Parris? El embarazo de su mujer debe de estar avanzado.
¿Podría ablandarlo su presencia?
PARRIS: Es posible. Hace tres meses que no la ve.
DANFORTH: (Tras pensárselo un instante) Traiga aquí a la señora Proctor y sáquelo a
él de su prisión.
CHEEVER: Sí, señor.

- 54 -
(CHEEVER sale. Un momento de silencio.)
HALE: Señor, si retrasa una semana las ejecuciones y anuncia a la población que está
luchando para obtener la confesión de los condenados el pueblo alabaría su clemencia,
no su vacilación.
DANFORTH: Dios no me ha dado, como a Josué, el poder de detener la salida del sol;
tampoco puedo yo aplazar la ejecución de la sentencia.
HALE: Señor, hay huérfanos que vagan de casa en casa; el ganado muge sin rumbo
por los caminos; el hedor de las cosechas podridas ha alcanzado todo el pueblo… No se
sorprenda de que cada día se alcen más voces animando a la revuelta. Todavía me
asombra que no hayan quemado toda la provincia.
DANFORTH: Confieso que me tiene desconcertado, señor mío. ¿Para qué ha vuelto a
Salem?
HALE: He venido a cumplir la obra del Diablo. He venido a aconsejar a unos cristianos
que traicionen su fe. ¡Hay crímenes de sangre sobre mi conciencia, señor Danforth!
HATHORNE: ¡Silencio!
(CHEEVER entra con ELIZABETH, encadenada por las muñecas y con la cara pálida y
demacrada.Inmediatamente vuelve a entrar Cheever a buscar a Proctor)
DANFORTH: Señora Proctor. Me alegra verla llena de vida.
ELIZABETH: Todavía faltan seis meses para que me llegue la hora.
DANFORTH: Esté tranquila, señora Proctor, no venimos a ejecutarla.
HALE: Señora Proctor, su marido está condenado a morir esta mañana.
(Pausa)
ELIZABETH : Lo sé.
HALE: Sabe que ya no tengo ninguna vinculación con el tribunal. (Elizabeth da
muestras de duda) Vengo por mi cuenta para salvar la vida de su marido porque si lo
ahorcan me consideraré su asesino.
ELIZABETH: ¿Qué quiere de mí?
HALE: He pasado estos tres meses en el desierto, como nuestro Señor, buscando una
manera cristiana de proceder, porque la condenación de un ministro de Dios que
aconseja mentir es cosa segura.
HATHORNE: ¡No es una mentira! No puede hablar de mentiras, señor Hale.
HALE: ¡Señor Hathorne, es mentira y estas personas son inocentes!
DANFORTH: ¡Silencio! No estoy dispuesto a escuchar una palabra más sobre este
asunto.
HALE: (Volviéndose a Elizabeth) Yo vine a este pueblo como un novio en busca de su
amada, cargado de regalos de extremada religiosidad; yo traje la ley de Dios y allá

- 55 -
donde la llevaba conmigo lo único que conseguía era que brotase la sangre. Señora
Proctor, no se equivoque en su deber como yo hice con el mío; no se aferre a la fe
cuando sólo sirve para derramar sangre. La vida es el regalo más precioso de Dios y
ningún principio, por elevado que sea, puede justificar su destrucción. Mujer, haga que
su marido confiese. Déjele que mienta. Que no le atemorice el juicio de Dios porque
bien puede ser que nuestro Señor muestre más benevolencia con un mentiroso que con
quien se quita la vida por orgullo. Suplíqueselo usted porque John Proctor no escuchará
a nadie más.
ELIZABETH: Me parece que sus razones son las del Diablo, señor Hale.
HALE: ¡Mujer, es usted de piedra? Le aseguro que su marido morirá al alba pero, si
confiesa, los dos podrán estar en su casa mañana, disfrutando del regalo de Dios un día
más. Hasta un monstruo lloraría con compasión la injusticia que se cierne sobre su
marido.
ELIZABETH : Hablaré con él.
PARRIS: ¿Intentará convencerlo?
DANFORTH: ¿Le pedirá su confesión?
ELIZABETH: No prometo nada. Déjenme hablar con él.
(Se oye el susurro de unos pies que se arrastran sobre la piedra. Una pausa. Entra
CHEEVER con JOHN PROCTOR, que lleva encadenada las muñecas. Parece otro hombre,
sucio, con los ojos empañados. Proctor se detiene nada más cruzar el umbral
sorprendido de ver a su mujer. La corriente de emoción que fluye entre los dos
enmudece a los demás durante unos instantes.)
HALE: (En voz baja, a Danforth) Dejémoslos solos, señor…
DANFORTH: Señor Proctor, pronto amanecerá. (Proctor calla, mirando a Elizabeth)
Hable con su esposa y siga el dictado de Dios para volverle la espalda al Infierno.
(Salen DANFORTH y HATHORNE, lo siguen HALE y CHEEVER. Queda PARRIS rezagado.)
PARRIS: (Sin atreverse a acercarse a Proctor sale diciendo) Que Dios le guíe…
(Solos ya, Proctor camina hacia Elizabeth. Es como si se encontraran en un mundo
más allá del dolor. Proctor extiende la mano buscando algo que no le parece del todo
real para tocar a su mujer. Un sonido, mitad de júbilo, mitad de sorpresa, sale de la
boca de Proctor cuando la toca.)
PROCTOR: ¿El niño?
ELIZABETH: Crece.
PROCTOR: ¿Sabes algo de los chicos?
ELIZABETH: Están bien, el hijo de Rebecca los está cuidando.
PROCTOR: ¿No los has visto?
ELIZABETH: No... (A punto de dejarse llevar por la emoción)

- 56 -
PROCTOR: Eres… un milagro, Elizabeth.
ELIZABETH: ¿Te han torturado?
PROCTOR: Sí. (Pausa) Ahora van a quitarme la vida.
ELIZABETH: Lo sé.
(Pausa)
PROCTOR: ¿Ninguno ha confesado?
ELIZABETH: Han confesado muchos. La señora Ballard, Isaiah Goodkind…
PROCTOR: ¿Rebecca?
ELIZABETH: Rebecca no. Tiene un pie en el Cielo; ya nada puede hacerle daño.
PROCTOR: ¿Giles?
ELIZABETH: …Giles ha muerto, John
PROCTOR: (Con incredulidad) ¿Cuándo lo ahorcaron?
ELIZABETH: (Con tranquilidad, limitándose a exponer los hechos) No lo ahorcaron.
Insistió en no contestar; murió sin dejar de ser cristiano. La ley no podía condenarlo por
practicar la magia si no negaba la acusación; ahora su granja es de sus hijos, no saldrá a
subasta como la de quienes reconocieron haber practicado la brujería.
PROCTOR: ¿Cómo ha muerto?
ELIZABETH: Lo aplastaron con una montaña de piedras sobre el pecho intentando
obligarle a decir sí o no. (Con una sonrisa tierna) Parece que sólo consiguieron sacarle
dos palabras: «más peso».
(Pausa)
PROCTOR : He pensado en confesar, Elizabeth. ¿Qué querrías tú que hiciese?
ELIZABETH: Yo no puedo juzgarte. Te quiero con vida, John; lo que tú decidas me
parecerá bien. (Leve pausa) Yo quiero que vivas, de eso puedes estar seguro.
(Pausa)
PROCTOR: Es mentira, Elizabeth.
ELIZABETH: ¿Qué es mentira…?
PROCTOR: No puedo subir al patíbulo como un santo. Sería un fraude. (Elizabeth
calla) Hace mucho tiempo que perdí mi honra; no soy un hombre bueno. Si les concedo
esa mentira no se perderá nada que no estuviese podrido hace ya mucho tiempo.
ELIZABETH: Pero no has confesado todavía. Todavía hay bondad en ti.
PROCTOR: Sólo el rencor me hace guardar silencio. Es duro darles esa mentira a los
perros. (Pausa. Mira por primera vez directamente a su mujer) Necesito tu perdón,
Elizabeth. Me gustaría que vieras algo de honradez en lo que voy a hacer. Estará bien

- 57 -
que mueran quienes nunca han mentido para salvar su alma pero, en mi caso, fingir sólo
sería vanidad. (Pausa) ¿Qué dices?
ELIZABETH : John, de nada servirá que yo te perdone si antes no te perdonas a ti
mismo. (Al borde de las lágrimas) Hagas lo que hagas, puedes estar seguro de que lo
habrá hecho un hombre bueno. He buscado en mi corazón en estos tres meses. Yo
también tengo mis propios pecados. No existe adulterio sin una esposa fría…
PROCTOR : No, Elizabeth, no quiero oírlo…
ELIZABETH: Quiero que me conozcas, John; ahora, antes de que sea demasiado tarde.
PROCTOR: Te conozco, Elizabeth…
ELIZABETH: No cargues también con mis pecados, John…
PROCTOR: Sólo cargo con los míos…
ELIZABETH: Yo me consideraba una mujer tan poco digna que jamás creí que nadie
me quisiera de verdad; cuando te besaba, era la sospecha quien te besaba. Nunca supe
expresar mi amor… No permitas que nadie te juzgue. No hay bajo el Cielo un juez
mejor para tu causa que tú mismo, John Proctor.
PROCTOR: Entonces ¿quién me juzgará? Dios del Cielo, ¿quién es John Proctor?
¡Quiero vivir! Es una decisión honesta; yo no soy un santo. ¡Que vaya Rebecca a la
horca como la santa que es pero no yo!
ELIZABETH: Yo no puedo juzgarte. Haz lo que tú quieras.
PROCTOR: ¿Lo harías tú? ¿Estarías dispuesta a darles una mentira como la que yo voy
a pronunciar? (Elizabeth lo mira incapaz de contestar) Tú no les darías su mentira
aunque te quemaran la piel. Está bien, voy a hacer algo horrible ¡y lo asumo!
(Entra HATHORNE.)
HATHORNE: Pronto saldrá el sol, señor Proctor. ¿Qué dice?
(Proctor se queda mirando a Elizabeth. Ella se le acerca como para suplicar, con la
voz temblorosa)
PROCTOR: Quiero vivir.
HATHORNE: (Entusiasmado, sorprendido) ¿Confesará? ¡Alabado sea Dios!
ELIZABETH: Perdóname, John… (Se ahoga en sollozos)
HATHORNE: ¡Loado sea Dios! ¡Va a confesar! (Entran con presteza al oír los gritos
DANFORTH, CHEEVER, PARRIS y HALE).
DANFORTH: (Entra hablando con Parris) Señor Parris, vaya a buscar también a la
señora Nurse, quizá todavía estemos a tiempo. (A Proctor) Será bendecido en el Cielo
por esto, Proctor. Empecemos… ¿Está listo, señor Cheever?
PROCTOR: (Helado cuando comprueba su eficiencia) ¿Por qué hay que poner por
escrito mi confesión?

- 58 -
DANFORTH: Su confesión servirá para informar y edificar al pueblo, señor Proctor. ¡La
clavaremos a la puerta de la iglesia! Ahora hable despacio y evite las digresiones para
facilitar la tarea del señor Cheever. Señor Proctor, ¿ha visto alguna vez al Diablo?
(Proctor aprieta los dientes) El sol quiere despuntar ya en el cielo; el pueblo espera al
pie del patíbulo, yo mismo les daré la noticia. ¿Vio usted al Diablo?
PROCTOR: Sí.
DANFORTH: Cuando se le apareció el Diablo, ¿cuáles eran sus demandas? ¿Le ordenó
cumplir su obra en la tierra?
PROCTOR: Así es.
DANFORTH: ¿Y quedó usted a su servicio?
(Entra PARRIS con REBECCA NURSE, ayudándola a sostenerse porque apenas es capaz
de andar)
REBECCA: ¡John! ¿Se encuentra usted bien?
DANFORTH: Tenga valor y permita que la señora Nurse sea testigo de su buen ejemplo,
deje que vea que todavía está a tiempo de volver al seno de Dios. Diga, señor Proctor.
¿Se puso usted al servicio del Diablo?
REBECCA: (Con asombro) ¡John…!
PROCTOR: Así es.
REBECCA: Que Dios se apiade de su alma, John...
DANFORTH: No le servirá de nada mantenerse en su obstinación, señora Nurse.
También esperamos su confesión.
REBECCA: No puedo, señor, sería mentira. ¿Cómo quiere que me condene yo misma
levantando falso testimonio?
DANFORTH: Señor Proctor, cuando se le apareció el Diablo, ¿lo acompañaba Rebecca
Nurse?
PROCTOR: No.
DANFORTH: ¿Vio alguna vez a Martha o a Giles Corey con el Diablo?
PROCTOR: (Cada vez con voz menos audible) No.
DANFORTH: (Percibiendo las dificultades) ¿Ha visto alguna vez a alguien con el
Diablo?
PROCTOR: No, señor.
DANFORTH: Proctor, se equivoca conmigo. No estoy dispuesto a perdonar su vida a
cambio de una mentira. (Proctor calla) Señor Proctor, más de una veintena de personas
han testificado ya que vieron a esta mujer con el Diablo.
PROCTOR: No necesita entonces que yo lo diga para probarlo. No dañaré el buen
nombre de esta gente; si hoy suben a la horca que lo hagan como santos.

- 59 -
DANFORTH: Creo que no ha entendido por qué está aquí, señor. A la señora Nurse se
la ha declarado culpable del asesinato, por causas sobrenaturales, de siete recién
nacidas; a usted se le condenó por enviar su espíritu contra Mary Warren… Se trata de
su alma, Proctor, debe probar que tiene limpio su espíritu antes de volver a una
comunidad cristiana. Necesitamos que nos dé los nombres de las personas que
conspiraron con el Maligno para…
PROCTOR: Yo sólo puedo responder por mis propios pecados; no soy quién para juzgar
a los demás.
HALE : Señor Danforth, basta con que confiese sus culpas. Su nombre todavía inspira
respeto en el pueblo. ¡Déjele que firme!
PARRIS : (Nervioso) Su confesión impresionará a todo Salem. Permita que firme,
señor. El sol ya está saliendo…
DANFORTH: Está bien, que firme su testimonio. (Cheever se acerca a John con la
confesión y una pluma. Proctor mira el papel pero no coge la pluma)
PROCTOR : Todos ustedes han sido testigos, con eso basta.
DANFORTH: Señor Proctor, no sé si se está burlando de mí pero si no firma con su
nombre, no existe confesión. (Con el pecho jadeante, Proctor toma la pluma y firma)
PARRIS: ¡Alabado sea Dios!
(Apenas ha firmado, Danforth intenta recuperar el documento, sintiendo crecer el
terror y la cólera en su interior, pero Proctor no lo permite)
DANFORTH: (Extendiendo la mano) Señor Proctor, tenga la amabilidad.
PROCTOR: No. Ya he firmado su confesión. Ustedes me han visto, no necesitan este
papel.
PARRIS: El pueblo debe tener una prueba de que...
PROCTOR: ¡No me importa su pueblo! ¡He confesado ante Dios y Dios ha visto mi
nombre en este papel! ¡Es suficiente con eso!
DANFORTH: No, señor, no es suficiente…
PROCTOR: Ustedes quieren salvar mi alma. He confesado y mi alma está limpia, no
necesitan hacer pública mi penitencia ¡Dios no necesita mi nombre clavado en la puerta
de la iglesia! ¡Dios me conoce y sabe cuáles son mis pecados! ¡No es parte de mi
salvación que se utilice mi testimonio! Tengo tres hijos y no podría enseñarles a
caminar sin mirar al suelo si vendo a mis amigos.
DANFORTH: ¡Usted no ha vendido a nadie! Necesitamos una prueba legal que…
PROCTOR: ¡No intente engañarme! ¡No consentiré que se clave en la iglesia este papel
el mismo día en que se ahorca al resto por su silencio! Usted es el juez que ha instruído
el caso y su palabra es tan buena como mi letra. Dígales que he confesado; diga que
Proctor cayó de rodillas y lloró como una mujer; diga lo que quiera pero no utilice mi
nombre...

- 60 -
DANFORTH: ¿Es que se propone negar su confesión cuando quede en libertad?
PROCTOR: ¡No voy a negar nada pero no es lo mismo lo que otros digan y lo que yo
firme! ¡No tengo más que un nombre y no tendré otro en mi vida! ¡Acabo de mentir y
he puesto mi nombre a la mentira! ¡No merezco besar el polvo que levantan los pies de
quienes van a ser ahorcados! Ya he entregado mi alma, ¡déjenme el nombre!
DANFORTH: Señor Proctor, ¿es una mentira ese documento? ¡Si lo es, no puedo
aceptarlo! ¡Yo no hago tratos con la mentira! (Proctor permanece inmóvil) O me
entrega una confesión sincera o no podré salvarlo de la horca. (Proctor no contesta)
¿Qué elige?
(Con el pecho anhelante, Proctor rasga la confesión mientras llora furioso y erguido)
DANFORTH: ¡Cheever…!
PARRIS: (Histérico, como si su vida dependiera de ese papel) ¡Proctor, Proctor!
HALE: ¡Lo ahorcarán! ¡No puede hacer eso!
PROCTOR : Sí puedo. Ése es su primer milagro, reverendo, que sí puedo. Gracias a
usted veo ahora una hebra de bondad en John Proctor. No se podrá tejer una bandera
con ella pero está lo suficientemente limpia como para salvarla de que la manchen estos
perros. (Corre Elizabeth hacia él llorando, en un estallido de terror) ¡No les concedas
una lágrima, Elizabeth! ¡Muéstrales un corazón helado y húndelos con él! (La besa con
pasión)
REBECCA: (A John) No tenga miedo. Todavía nos aguarda otro juicio más compasivo.
DANFORTH: ¡Ahórquenlos! Quien llore por ellos, llorará por la corrupción de las
almas. (Sale. Lo sigue HATHORNE)
REBECCA: (Proctor la sujeta cuando se desploma de agotamiento; alza los ojos y dice,
como disculpándose) Aún no he desayunado…
CHEEVER: Vamos.
(Sale CHEEVER escoltando a PROCTOR y REBECCA. Rebecca comienza a rezar el
Padrenuestro y Proctor la sigue. Elizabeth queda inmóvil, contemplando la puerta por
la que acaban de salir. De fondo, junto a las oraciones de los condenados, empieza a
oírse un redoble de tambores y el murmullo de la muchedumbre)
PARRIS: (Corriendo a Elizabeth) ¡Vaya con él! ¡Aún hay tiempo! (Hace amago de
salir) ¡Proctor! ¡Proctor!
HALE: ¡Hable con él! ¡Es su orgullo! No permita que derrame su sangre en vano,
¡convénzale de que no debe avergonzarse!
ELISABETH : Ahora ya tiene la paz que buscaba. ¡No permita Dios que yo se la quite!
(El último redoble de tambores cesa bruscamente. Entre el bullicio se oyen las voces
de Rebecca y de Proctor rezando, cada vez más alto. De repente, el silencio. En escena,
Hale reza mientras la luz del sol naciente ilumina el rostro de Elizabeth)
TELÓN

- 61 -
- 62 -

También podría gustarte