Está en la página 1de 18

EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN EL

PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN

La convocatoria a vivir un Año Sacerdotal, realizada por el Papa


Benedicto XVI el 19 de junio pasado constituye una ocasión privilegiada
para reflexionar sobre el sacerdocio ministerial, don maravilloso
entregado por el Señor Jesús a su Iglesia y que hace presente a todos
los miembros del Cuerpo místico la gracia de la salvación
reconciliadora. La meditación seria y profunda sobre el sacerdocio lleva
a valorar esta realidad constitutiva de la Iglesia y puede mover al Pueblo
de Dios a poner todos los medios para que se de una renovación en el
ámbito sacerdotal, tan necesaria hoy por muchos motivos.

En este esfuerzo por reflexionar sobre lo que significa el


sacerdocio en la vida de la Iglesia y en los impulsos por una renovación
sacerdotal que lleve a los ministros a una vida de santidad y de
conformación con Jesucristo Sacerdote, importa mucho acudir a las
fuentes de nuestra fe, que como un tesoro que contiene cosas siempre
antiguas y siempre nuevas, nos da permanentes luces que ayudan a
comprender cada vez más todo aquello que Dios nos ha revelado por
medio de Jesucristo. En esta ocasión acudimos a las enseñanzas de
San Agustín de Hipona, el gran Padre y Doctor de la Iglesia, para que a
través de su magisterio nos ayude en la profundización del sacerdocio
ministerial. Confiamos en que la revisión del pensamiento agustiniano
pueda ofrecernos criterios y contenidos que posibiliten una vivencia
adecuada del Año Sacerdotal al que el Papa Benedicto XVI invita, y
sirvan además para responder con agradecimiento a la gracia
inconmensurable del sacerdocio que nos ha sido dada.

Contextualizando el tema

Si bien es verdad que San Agustín ha tratado numerosas veces la


cuestión del sacerdocio ministerial, no tiene una obra específica
destinada a este tema, como por lo demás, tampoco la tiene acerca de la
Iglesia, de Jesucristo y de tantas otras cosas. Por lo mismo, no podemos
encontrar un desarrollo sistemático de lo que para el santo de Hipona
significa el sacerdocio, lo que no quiere decir que no posea una
enseñanza rica y profunda sobre esto. Un estudioso de San Agustín
señala que: “el tema del sacerdocio no es un tema mayor de su
pensamiento; carece, por otra parte, de una doctrina elaborada sobre el
mismo. Habla ciertamente con frecuencia sobre el sacerdocio, pero es
un tema menor de su pensamiento”1.
1
Jaime García Álvarez. “Padres de la Iglesia”. En: Profesores de la Facultad de Teología de
Burgos. Diccionario del sacerdocio. Madrid; B.A.C. 2005, p. 579. Para profundizar en el
ministerio sacerdotal como es explicado y vivido por San Agustín son de mucha utilidad las
clásicas obras de F. Van der Meer. San Agustín, Pastor de almas. Vida y obra de un padre de
la Iglesia. Barcelona; Herder 1965, libro extraordinario que pone a San Agustín en su ambiente
Conviene tener en cuenta que San Agustín es sacerdote y obispo,
por lo tanto cuando habla del sacerdocio, lo hace desde su experiencia y
no desde una mera aproximación teórica 2. Esto le da a la enseñanza
agustiniana un tono muy particular y personalista, que sin embargo no
está reñido ni mucho menos con la estricta cercanía a la revelación.
Cuando Agustín habla del sacerdocio no relata únicamente su
experiencia, sino ante todo lo que descubre en el sacerdote por
excelencia, Jesucristo, y desde allí habla de lo que debe ser un
sacerdote, incluido él mismo. Su experiencia es un humilde modo de
ilustrar la realidad plena del sacerdocio que descubre en Jesús.

Lo que San Agustín plantea sobre el sacerdocio en líneas


generales ha sido elaborado sobre todo a partir de la polémica con los
donatistas y con el paganismo. En la lucha contra los donatistas
Agustín resalta la legitimidad del sacerdote y la validez de los
sacramentos que imparte, válidos no por la santidad personal del
ministro, sino porque Cristo actúa por medio de él. La lucha contra el
paganismo, por su parte, le ayudó a precisar la naturaleza del
sacerdocio, especialmente en la comparación entre el culto cristiano y el
culto pagano, tema que desarrolla en su magna obra La Ciudad de Dios.
Pero no hay que pensar que la teología agustiniana sobre el sacerdocio
es consecuencia de las luchas ocasionales del Santo Doctor. La
reflexión de Agustín sobre el sacerdocio brota de su meditación sobre la
Sagrada Escritura, a cuyo estudio se dedicó con ahínco y tesón a partir
de su ordenación sacerdotal. “La Biblia pasará a ser su fuente de
inspiración. El AT lo leerá siempre a la luz del NT. Busca siempre esta
unidad o correspondencia frente a los maniqueos. Más aún, es Cristo
quien da sentido pleno a toda la Sagrada Escritura. Agustín analiza
algunas figuras sacerdotales del AT, como Melquisedec, Aarón, Moisés,
Josué, Samuel, y todos ellos nos muestran diferentes aspectos del
sacerdocio, el cual se realiza en plenitud en Cristo. Cristo es el
verdadero y sumo sacerdote”3.

Una vez señaladas estas cuestiones, vamos a desarrollar nuestro


tema estudiando en primer lugar la doctrina agustiniana de Jesús como
verdadero sacerdote, fundamento y modelo del sacerdocio ministerial. A
continuación revisaremos la figura del sacerdote tal como es descrita y
analizada por san Agustín, deteniéndonos especialmente en sus

y a nosotros con él; y el libro de Peter Brown. Agustín de Hipona. Nueva edición con un epílogo
del autor. Madrid; Acento 2001, tal vez una de las biografías más destacadas del gran Doctor
Africano.
2
“La personalidad histórica de San Agustín está totalmente comprometida en una línea de
sacerdocio y de eclesialidad, es decir, de servicio a la Iglesia. De esta vivencia sacará Agustín
sus planteamientos doctrinales sobre la existencia sacerdotal. Pero es conveniente que
vayamos ya entendiendo esto: Agustín no tiene preocupaciones esencialistas, no se preguntará
qué es el sacerdocio, sino cómo vivir el sacerdocio, la existencia caracterizada por el
compromiso sacerdotal (…) En él el espíritu es antes que el sistema, y éste nace de aquel”.
Jesús Fernández González. “San Agustín y la espiritualidad sacerdotal”. En: Revista
Agustiniana de Espiritualidad, vol. XII (Calahorra 1971), p. 98.
3
Jaime García Álvarez. “Padres de la Iglesia”, art. cit., p. 580.
funciones de ministro de la palabra, de los sacramentos y de la
autoridad. Finalmente, indicamos las enseñanzas pastorales y
espirituales que el Doctor de Hipona extrae de todo lo que dice sobre el
sacerdocio, enseñanzas de particular relevancia para los tiempos que
nos han tocado vivir.

Jesucristo, verus sacerdos

Al hablar de “sacerdote”, San Agustín aplica este término


prácticamente de modo exclusivo al señor Jesús. Son raras las
ocasiones en que el santo designa así a los presbíteros y a los obispos 4,
denominados por lo común como “presbíteros”, “obispos” o también
“ministros”. ¿Qué entiende el santo por sacerdote? Comentando el
salmo 44, Agustín dice lo siguiente:

“Vara de equidad será la vara del que te rige o gobierna. De aquí


que la palabra rey se deriva de regir, y no rige quien no corrige.
Por eso nuestro rey es rey de los que rigen o gobiernan. Como el
sacerdote está constituido para santificarnos, así el rey para
regirnos”5.

Sacerdote es, pues, en primer lugar, el que santifica, esto es, el


que hace santos a otros, como también el que da lo santo o sagrado (en
el sentido etimológico del término). Pero entiende San Agustín que el
santificar se realiza sobre todo mediante el sacrificio ofrecido a Dios, y
cuyos efectos los recibimos nosotros. El sacerdote será, entonces, el
hombre del sacrificio. Y es aquí donde entra la persona de Cristo, ya
que ha sido precisamente el sacrificio de Jesús lo que nos ha
santificado, reconciliado, perdonados los pecados, etc. Discutiendo con
el donatista Petiliano acerca de quién puede ser considerado verdadero
ministro de Cristo, afirma San Agustín:

“…Para ser uno verdadero sacerdote es preciso que se revista no


sólo del sacramento, sino también de la justicia, como está
escrito: Tus sacerdotes se vistan de justicia (Sal 131, 9). En
cambio, el que es sacerdote con el solo rito sacramental, como lo
fue el pontífice Caifás, perseguidor del único y verdadero
Sacerdote, puede muy bien no ser veraz; en cambio, es verdadero
lo que da, si no da de lo suyo, sino de lo de Dios”6.

Jesús es el único y verdadero Sacerdote (verus sacerdos) porque


sólo él ha ofrecido el sacrificio perfecto y definitivo que nos ha obtenido
la salvación. Este sacrificio consiste en la entrega de sí mismo, cosa que
–desde la lectura de la carta a los Hebreos- aparece como signo de
4
Por ejemplo en Epístola 250, 2; PL 33, 1066; Ep. 137, 3; PL 33, 515. Con la misma palabra,
sacerdos, se refiere también a las funciones litúrgicas, como por ejemplo en El don de la
perseverancia, 23, 63; PL 43, 1031.
5
San Agustín. Enarrationes in ps. 44, 17; PL 36, 504.
6
San Agustín. Réplica a las cartas de Petiliano, II, 30, 69; PL 43, 281.
superioridad respecto de los sacrificios del judaísmo. Jesús como
víctima es superior a los toros y carneros que los sacerdotes judíos
ofrecían a Dios. Jesús, ofreciéndose él mismo, entrega al Padre su vida,
la vida del Hijo que nos obtiene la reconciliación 7. Es clásica en San
Agustín la identidad entre sacerdote y víctima:

“Y ¿qué sacerdote más santo y justo que el Hijo de Dios, pues no


tiene necesidad de ofrecer primero sacrificio por su pecado, ni de
origen ni los que se suman en la vida humana? Por otra parte,
¿qué víctima más grata a Dios podía elegir el hombre para ser
inmolada por él que la carne humana? (…) ¿Y qué carne tan grata
para el que ofrece y para el que recibe la ofrenda, como la carne
de nuestro sacrificio, hecha cuerpo de nuestro sacerdote? Cuatro
elementos integran todo sacrificio: el que ofrece, a quien se ofrece,
qué se ofrece y por quiénes se ofrece. El único y verdadero
Mediador nos reconcilia con Dios por medio de este sacrificio
pacífico, permanece en unidad con Aquel a quien se ofrece, se
hace una misma cosa con aquel por quien se ofrece, y el que
ofrece es lo que ofrece”8.

En la obra apologética La Ciudad de Dios, Agustín toca


nuevamente el tema de Jesucristo sacerdote, en el marco de la polémica
con el culto pagano. Centrándose en el significado del “sacrificio”
enseña el Hiponense que por tal hay que entender toda acción sagrada
que une a Dios y lleva a la felicidad. Verdadero sacrificio será, pues,
aquella acción que una realmente con el Creador, y dado que Dios es
Bondad y Amor, toda existencia que manifieste dichas virtudes puede
ser considerada sacrificio. El sacrificio supone siempre un ofrecimiento,
que en la experiencia religiosa universal se da mediante la inmolación
de un animal o alguna otra víctima, como signo de entrega de lo más
valioso a la divinidad. Ahora bien, recogiendo la tradición profética que
de algún modo le había preparado el camino, Jesús enseña que la
entrega de sí mismo por amor puede ser considerada sacrificio. En la
Iglesia se vive esta forma de sacrificio porque Jesús es quien nos ha
dado ejemplo:

“Los verdaderos sacrificios son las obras de misericordia, sea para


con nosotros mismos, se para con el prójimo; obras de
misericordia que no tiene otro fin que librarnos de la miseria y así
ser felices; lo cual no se consigue sino con aquel bien, del cual
está escrito: Para mí lo bueno es estar junto a Dios (Sal 72, 28).
De aquí se sigue que toda la ciudad redimida, o sea, la
congregación y sociedad de los santos, se ofrece a Dios como un
sacrificio universal por medio del gran Sacerdote, que en la forma
de esclavo se ofreció a sí mismo por nosotros en su pasión, para
7
Cfr. J. Lécuyer. “Le sacrifice selon Saint Augustin”. En: Augustinus Magister, vol. II París; L’Est
a Besancon 1954, pp. 905-914; Bernard Sesboüe S.J. Jesucristo el único mediador. Ensayo
sobre la redención y la salvación. Tomo I. Salamanca; Secretariado Trinitario 1990, pp. 294-
299.
8
San Agustín. La Trinidad, IV, 14, 19; PL 42, 1091.
que fuéramos miembros de tal Cabeza; según ella es nuestro
Mediador, en ella es sacerdote, en ella es sacrificio”9.

Para San Agustín, ser sacerdote significa ser mediador, y es de


esta manera como designa a Jesús en su función sacerdotal 10. Según la
Carta a los Hebreos, cuya teología asume el Doctor africano, un
sacerdote es pontífice, es decir, hace de puente, y en ello consiste la
mediación. Jesús sacerdote, mediador, hace de puente entre Dios y los
hombres:

“Por eso, el verdadero Mediador, que al tomar la forma de esclavo


fue hecho mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo
Jesús, bajo la forma de Dios acepta el sacrificio con el Padre, con
el cual es un solo Dios; pero bajo la forma de esclavo prefirió ser
sacrificio a aceptarlo, a fin de que nadie tomara ocasión de esto
para sacrificar a cualquier criatura. Por eso él es el sacerdote, él
es quien ofrece y es también la oblación”11.

Nótese que Jesús es sacerdote (y por ende, mediador) por su


humanidad. Sólo porque es hombre, Jesucristo, Verbo encarnado, está
al mismo tiempo del lado de Dios (a quien se ofrece el sacrificio) y del
lado del hombre (el que ofrece el sacrificio). Es Jesús quien ofrece el
sacrificio de su propia vida para reconciliar a los hombres. El sacerdocio
de Cristo, en la concepción agustiniana, es un ministerio de
reconciliación, como dice en numerosas ocasiones:

“Viviendo en esta ira los hombres por el pecado original, tanto


más grave y perniciosamente cuanto mayores y más numerosos
eran los pecados personales que habían cometido, les era
necesario un mediador, esto es, reconciliador, que aplacase esta
ira con la oblación de un sacrificio singular, del cual eran sombra
y figura todos los sacrificios de la Ley”12.

La reconciliación se ha realizado en la cruz. Muriendo por todos


los hombres, Jesús realiza su misión sacerdotal. Ahora bien, la muerte
de Jesús en la cruz es expresión de su obediencia al Padre, así como de
amor a Dios y a los seres humanos. Cristo muere porque obedece, y
obedece porque ama. “El sacrificio visible es la expresión de la caridad
y ésta es precisamente el don de sí mismo a Dios. Por otra parte, para
Agustín el amor se encuentra como base y fundamento del sacerdocio.
El sacerdocio santifica por el sacrificio y la oración y uno y otro están
animados por una caridad perfecta. El amor de Cristo al Padre y a los
hombres le ha llevado hasta la cruz. El sacerdocio perfecto de Cristo,
animado por el amor, le lleva a comunicar su sacerdocio a otros
9
San Agustín. La Ciudad de Dios, X, 6; PL 41, 284.
10
Cfr. Primo Ciarlantini. “Mediator: Paganismo y Cristianismo en de Civitate Dei VIII, 12- XI, 2
de San Agustín”. En: Revista Agustiniana, vol. XXIV (Madrid 1983), pp. 9-62; vol. XXV (Madrid
1984), pp. 5-60/ 325-402; vol. XXVI (Madrid 1985), pp. 5-47/ 301-332.
11
San Agustín. La Ciudad de Dios, X, 20; PL 41, 298.
12
San Agustín. Enchiridion de fe, esperanza y caridad, 33, 10; PL 40, 1249.
hombres”13. No trataremos del sacerdocio de Cristo comunicado a todos
los miembros de la Iglesia, es decir, del sacerdocio común de los fieles,
cosa que Agustín conoce muy bien, sino propiamente de la participación
en la realidad de Jesús-Cabeza, por lo tanto en la “identificación” –si
cabe la expresión- directa con Cristo sacerdote que realiza el sacrificio
reconciliador. Entramos ahora al sacerdocio ministerial como es
ejercido por aquellos que en la comunidad cumplen la función de
Cristo-Cabeza.

El sacerdote y su función en la Iglesia

Según lo visto, el Señor Jesús es el verdadero y auténtico


sacerdote, pero él ha querido continuar su función sacerdotal directa en
sus ministros, a quienes denominamos con el término genérico de
“sacerdotes”. Recogemos ahora lo que San Agustín enseña acerca de la
función sacerdotal, como es ejercida por los obispos y los presbíteros.

Apenas ordenado presbítero, en el año 391, Agustín escribe una


carta a su obispo Valerio en la que le cuenta su estado interior ante las
responsabilidades que supone el ministerio sacerdotal, algo que no
entraba en los planes que el santo Doctor había forjado para su vida.
Aparece allí una especie de descripción sumaria de lo que es un
sacerdote:

“… precisamente fui ordenado cuando planeaba un tiempo de


retiro para estudiar las divinas Escrituras y quería arreglarme
para lograr tiempo libre para esa ocupación. Aún no conocía
bastante mis deficiencias para ese empeño, que ahora me
atormenta y aterra. Los hechos me han dado experiencia de lo
que necesita un hombre para administrar al pueblo el sacramento
y la palabra de Dios”14.

La misma idea es expresada cuando habla de San Pablo, en el


contexto de la actitud que han de asumir los pastores ante la invasión
de los bárbaros que asolaba África:

“¿Acaso, cuando el Apóstol Pablo fue descolgado en una canasta


por una ventana para que no le cogieran los enemigos y huyó de
éstos quedó abandonada aquella Iglesia del ministerio necesario y
no cumplieron los otros hermanos que allí quedaban lo que era
menester? Por voluntad de ellos hizo esto el Apóstol, para
conservarse para la Iglesia, pues sólo a él buscaba el perseguidor.
Hagan pues los siervos de Cristo, ministros de su palabra y de
sus sacramentos, lo que Él mandó o permitió”15

13
Jaime García Álvarez. “Padres de la Iglesia”, art. cit., p. 581.
14
San Agustín. Epístola 21, 3; PL 33, 89.
15
San Agustín. Epístola 228, 2; PL 33, 1014.
El sacerdote es, pues, dispensador del sacramento y la palabra de
Dios. Todo hombre que ejerce el ministerio sacerdotal (sea obispo o
presbítero) actúa en representación de Jesucristo y por lo mismo lo
hace presente a la Iglesia, para santificarla. La polémica con los
donatistas le permitió precisar que Cristo Jesús, el Sacerdote en
plenitud, actúa mediante sus ministros-sacerdotes, y ello no por mérito
o virtud del ministro, sino por el poder que Jesucristo le ha delegado. La
potestas, esto es, el poder sagrado de santificar, viene directamente de
Cristo, no de la santidad del sacerdote. El ministerium, el ejercicio de
dicha potestad, es conferido por la Iglesia y es el canal que hace
presente la acción de Cristo. Por ello, en el ejercicio del ministerium
puede haber mucho pecado, y el ministro ser un pecador redomado,
pero el poder sagrado que posee está directamente vinculado a Cristo.
“Cristo es el que sirve y el que manda o el que habla y enseña en sus
pastores. Si los pastores apacientan, Cristo es el que apacienta por
ellos. Esto tenía que quedar bien claro frente a los donatistas. Aunque
los pastores sean malos es Cristo quien actúa en ellos y por ellos en la
Iglesia”16. Un texto clásico sobre esta cuestión nos dice:

“¿Qué es, según eso, lo que vio por la paloma, para que después
no se le pueda acusar de falsedad? Lo que vio en Cristo fue una
propiedad peculiar suya futura, a saber, que aunque fueren
muchos los ministros santos o pecadores que bautizaran, la
santidad del bautismo no sería atribuida sino a Aquel sobre el
que la paloma descendió, y de quien se dijo: este es quien bautiza
en el Espíritu Santo. Que bautice Pedro, o Pablo, o Judas, siempre
es Él el que bautiza”17.

El sacerdote es hecho tal mediante el sacramento del Orden, cuyo


signo externo es la imposición de las manos. Si bien es verdad que
dicho gesto también se encuentra en el bautismo y en los exorcismos,
es claro que en el Orden transmite un poder que no se hace presente en
las dos celebraciones antes mencionadas, y que posibilita actuar in
persona Christi capitis, como diríamos hoy. Ahora bien, es distinta la
imposición de las manos para uno que es ordenado obispo de aquella
en la que se ordena a un presbítero. El Orden –como bien sabemos-
admite grados, y Agustín sabe perfectamente que no es lo mismo ser
obispo que presbítero. Uno (el obispo) tiene la plenitud del sacerdocio de
Cristo, el otro (el presbítero) colabora con su obispo en el sacerdocio
ministerial. El obispo es el que ordena, como bien recuerda el
agustinólogo P. Manuel Guerra Gómez: “(Agustín) llama ordinator
futurus al obispo que le conferirá el grado sagrado del episcopado (…)
Por tanto, aplicado al obispo, ordinator indica que una de las funciones
específicas del obispo es la de ‘ordenar’ o agregar a alguien al orden
sagrado del que se trate: episcopado, presbiterado, etc”18.

16
Jesús Fernández O.S.A. “San Agustín y la espirituallidad sacerdotal”, art. cit., p. 115.
17
San Agustín. Tratados sobre el Evangelio de Juan, 6, 7; PL 35, 1428.
18
Manuel Guerra Gómez. “Los significados y las funciones de ‘presbyter’ en los escritos de San
Agustín”. En: Revista Agustiniana, vol. XXXVIII (Madrid 1997), p. 306.
¿A quiénes se elegía para el ministerio sacerdotal? En la época en
que vivió San Agustín, el modo como se elegía a un sacerdote, sea para
el presbiterado o para el episcopado, era ciertamente distinto de lo que
nosotros conocemos por la actual praxis eclesial y tal vez pueda llamar
a sorpresa e incluso a escándalo. No es extraño que en este tiempo el
sacerdote sea elegido por aclamación popular, y a veces sin el previo
conocimiento del nombrado, cosa que ocurrió con san Agustín para el
presbiterado y con San Ambrosio para el episcopado. Pero es también
muy común que el mismo obispo sea quien busque algún candidato
idóneo para el ministerio, cosa que Agustín hacía con mucha
frecuencia. En todos los casos parece que el papel del pueblo cristiano,
tanto en la elección del ministro como en su confirmación, era muy
activo: “Para garantizar la idoneidad moral y del carácter del elegido,
según San Cipriano, como práctica generalizada se consulta
previamente y se pesa en común deliberación del obispo con los
presbíteros la conducta y los méritos de cada candidato. Además se
pide el parecer de la ‘plebe’ o laicado, que conoce perfectamente la vida
de cada uno y su actuación a causa de su convivencia con él. Además,
como en nuestros días, en el rito mismo de la ordenación se preguntaba
formalmente a la plebe asistente. Y esta daba su suffragium, palabra
que en este contexto no significa ‘voto’ sino asentimiento, a veces por
aclamación. El mismo Agustín se sometió a esa norma”19.

Ordenado sacerdote por el obispo, el ministro pasa a desempeñar


diversas funciones en la Iglesia, a semejanza de Jesucristo que es
pastor, maestro y sacerdote. En sus sermones y escritos, Agustín
explicita lo propio de cada una de estas tareas, pero hay que recordar
que la mejor explicación del Santo de Hipona es su propia vida
sacerdotal. No olvidemos que todo lo que Agustín enseñó acerca de las
funciones sacerdotales tiene el respaldo de su existencia entregada al
ministerio, y por lo tanto es fiel reflejo de su entrega servicial, cosa que
seguramente produce la mejor de las teologías.

a) El ministerio de la Palabra: Agustín pone un peso grandísimo en la


función predicativa del sacerdocio ministerial. Esto deriva del hecho de
que el Señor Jesús mismo, a lo largo de toda su existencia terrena,
predicó sin tregua ni descanso, por lo mismo otro tanto debe hacer el
sacerdote. En la Iglesia, cuando el sacerdote predica, es Cristo quien se
está predicando a sí mismo:

“Cristo se predica a sí mismo, se predica también en su miembros


ya existentes para atraer a otros, para que asimismo se acerquen
los que aún no eran y se unan a sus miembros, por los cuales se
predicó el Evangelio; y así se forme un solo cuerpo bajo una sola
cabeza con un mismo espíritu y una sola vida”20.

19
Ibidem, p. 310.
20
San Agustín. Enarraciones sobre el salmo 74, 4; PL 36, 949.
Como dispensator Verbi el sacerdote presta su voz a Jesucristo
para que éste, la Palabra, siga resonando en el mundo y en la historia.
En los Tratados sobre el Evangelio de Juan, recogiendo las expresiones
del Apóstol que distingue entre Cristo, la Palabra, y Juan el Bautista,
que aparece como precursor y anunciador de la Palabra, establece una
comparación muy profunda que se aplica muy bien a todo sacerdote
que ejerce el ministerio de la predicación:

“Cristo es la Palabra, Juan la voz, puesto que está escrito de


aquel: En el principio existía la Palabra (Jn 1, 1). Juan, en cambio,
hablando de sí mismo, dice: Yo soy la voz del que clama en el
desierto (Jn 1, 23). La palabra pertenece al corazón, la voz al oído.
Cuando la voz hiere al oído y no conduce a la mente ninguna
palabra, tiene un sonido vacío, sin fruto útil alguno. Para nacer
en mi corazón, la palabra no necesita de la voz; mas para llevar
hasta tu corazón lo que ya ha nacido en el mío recurre al servicio
de la voz. La palabra, pues, puede preceder a la voz, pero no
puede proceder sin ella.”21.

Con profundidad explica este pasaje el entonces Cardenal Joseph


Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI: “La relación entre ‘voz’ (vox) y
‘palabra’ (verbum) ayuda a esclarecer la relación entre Cristo y el
sacerdote. La palabra (el verbo) existe en el corazón antes de hacerse
sensiblemente perceptible por medio de la voz. Luego entra, mediante la
voz, también en la percepción del otro, haciéndose presente también en
su corazón, pero sin que con esto el que habla sea privado de aquella
palabra. El sonido sensible, es decir, la voz, que lleva la palabra de uno
a otro (a otros), pasa; la palabra permanece. Es tarea del presbítero ser
simplemente la voz para el Verbo: ‘Él debe crecer y yo en cambio
disminuir’, pues el único sentido de la voz es transmitir la palabra,
luego se retira. De aquí emergen con claridad tanto la grandeza del
ministerio sacerdotal como su humildad: como Juan Bautista, también
el sacerdote no es sino un precursor, servidor del Verbo, ministro de la
Palabra”22.

Todo esto que venimos revisando no es sólo especulación teórica,


sino realidad vivida y experimentada personalmente por San Agustín. Él
hizo de la predicación uno de sus deberes más importantes, y testigo de
ello es el maravilloso sermonario que nos ha legado y que abarca por lo
menos 400 sermones, sin contar los que conforman las obras que se
consideran formalmente como libros. Sabemos que ya desde presbítero,
contrariamente a lo que se acostumbraba en las iglesias de Occidente
(donde el oficio de predicar se reservaba al obispo) predicó
prácticamente todos los días, y de obispo siguió ese mismo trajín,
incluso había ocasiones en que predicaba dos veces en un mismo día.

21
San Agustín. Sermón 293 B, 2; PL 38, 1228.
22
Cardenal Joseph Ratzinger. “La doctrina del Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio”. En: Al
servicio del Evangelio. Meditaciones sobre el sacerdocio de la Iglesia. Lima; Vida y
Espiritualidad 2004, pp. 198-199.
Un conocido estudioso del pensamiento agustiniano afirma: “Dispensar
la divina palabra fue el más importante de sus deberes pastorales. Ni en
Hipona, ni en Cartago, ni en tantas iglesias africanas a la redonda cesó
de predicar en vida. La palabra que él explicaba a los fieles era el fruto
de una cuidadosa exposición, largamente pensada, sopesada incluso
desde el punto de vista de las traducciones. Divina palabra que el
infatigable predicador empieza a servir a los hiponenses como pan
multiplicado, recién salido del horno, cocido al fuego lento de un
laborioso estudio escriturístico, de una meditación intensa, de una
plegaria incesante que permiten al corazón y a la inteligencia percibir
conjuntamente su misteriosa dignidad”23.

b) El ministerio litúrgico-sacramental: según la descripción-definición


antes indicada, el sacerdote es también dispensator sacramenti. Agustín
entiende que el sacerdocio implica el ius dandi, por el que mediante la
celebración de los sacramentos, da a Cristo mismo a los fieles. ¿Qué es
lo que hacen los sacerdotes? Relatando un milagroso suceso ocurrido a
un niño que, habiendo muerto, volvió a la vida por la intercesión de un
santo mártir, nos dice:

“Suplicando (la madre) esta y otras cosas parecidas, en cierto


modo exigiéndoselo, más que pidiéndoselo con sus lágrimas,
como dije, revivió el hijo. Y como había dicho: ‘Tú sabes por qué te
lo pido’ también Dios quiso mostrar la veracidad de su alma. Acto
seguido, lo llevó a los presbíteros, fue bautizado, santificado,
ungido; se le impusieron las manos y cumplidos todos los ritos,
fue sacado de esta vida”24.

Quiere decir que los sacerdotes (en este caso los presbíteros)
celebran los sacramentos de la iniciación cristiana. Les corresponde el
bautizar, y a lo que parece, también confirmaban. Ahora bien, propio
del sacerdote es la celebración del sacrificio eucarístico, como dejan ver
dos muy breves textos agustinianos. En el primero, hablando a los
monjes, comenta de aquellos que reclaman el derecho de ser
mantenidos por una comunidad eclesial sin trabajar, así como cuenta
la escritura de Pedro y de los hermanos del Señor:

“Podría yo solucionar este problema brevemente diciendo, y diría


bien, que hemos de creer al Apóstol. Sabía él por qué en las
iglesias de los gentiles no convenía presentar el Evangelio como
venal: con eso no culpaba a sus compañeros, sino que
caracterizaba su propio ministerio. Se habían distribuido sin
duda bajo la inspiración del Espíritu Santo las provincias que
habían de evangelizar, de modo que Pablo y Bernabé fueron a los
gentiles, mientras los demás fueron a la circuncisión. Y las

23
Pedro Langa O.S.A. “La ordenación sacerdotal de San Agustín”. En: Revista Agustiniana, vol.
XXXIII (Madrid 1992), pp. 71-72.
24
San Agustín. Sermón 324; PL 38, 1447.
muchas cosas que llevamos discutidas hasta aquí prueban que
Pablo dio el precepto de trabajara los que no disfrutaban de ese
derecho.
Pero estos nuestros hermanos se arrogan, a mi juicio,
temerariamente ese derecho. Si son evangelistas, confieso que lo
tienen. Si son ministros del altar (ministri altaris) y dispensadores
de los sacramentos, lo relaman justamente y no se lo arrogan” 25.

En la ya mencionada Carta a Honorato, hablando sobre San


Atanasio que tuvo que huir de Alejandría dejando a sus sacerdotes
como guardianes del Pueblo de Dios, alude a la celebración eucarística
a cargo de ellos:

“Así huyó el santo Atanasio, obispo de Alejandría cuando el


emperador Constancio trataba de aprisionarle a él personalmente,
mientras los otros ministros atendían al pueblo católico que
quedaba en Alejandría. Cuando el pueblo queda y los ministros
huyen, se abandona el ministerio. ¿Qué fuga será esa sino la
vituperable de los mercenarios, que no se cuidan de las ovejas?
Vendrá el lobo, no el hombre, sino el diablo, que casi siempre
logra persuadir la apostasía a los fieles, privados del cotidiano
ministerio del cuerpo del Señor”26.

Propio de los sacerdotes es el perdonar los pecados administrando


el sacramento de la reconciliación. En una explicación simbólica del
salmo 71, 3 San Agustín encuentra en las palabras inspiradas una
alusión a la potestad del perdón y la celebración de la reconciliación
sacramental, según las palabras de Pablo. Dice:

“Puede entenderse muy bien reciban los montes la paz para el


pueblo de tal suerte que entendamos por paz la reconciliación por
la que nos reconciliamos con Dios, ya que los montes la reciben
para su pueblo. Esto lo atestigua el Apóstol así: ‘Las cosas viejas
pasaron, he aquí que todas han sido hechas nuevas, y todas
proceden de Dios, que nos reconcilió consigo mediante Cristo y
nos dio el ministerio de la reconciliación (2 Cor 5, 18). Aquí tenéis
como los montes reciben la paz para el pueblo (…) Reciban los
montes la paz para el pueblo creo que, escrito así, debe
entenderse por montes y collados los predicadores de la paz
evangélica (= los sacerdotes) tanto los anteriores como los
posteriores”27.

c) El ministerio pastoral o de gobierno: El Señor Jesús es Buen


Pastor, como recuerda San Juan en el capítulo 10 de su evangelio. Los

25
San Agustín. Sobre el trabajo de los monjes, 22, 24; PL
26
San Agustín. Epístola 228, 6; PL 33, 1016.
27
San Agustín. Enarraciones sobre el salmo 71, 6; PL 36, 904.
sacerdotes son también pastores, porque se identifican y se unen con el
único pastor Jesucristo, como recuerda el santo de Hipona:

“¿Por qué, pues, habláis a estos buenos pastores de un solo


pastor bueno sino para recomendarles así la unidad? El Señor va
a exponeros esto en persona más claramente por nuestro
ministerio, recordando a vuestra caridad el mismo lugar del
Evangelio. ‘Yo soy el buen Pastor’. Esto es como si dijera: Todos
los demás, todos los pastores buenos, son miembros míos porque
no hay sino ‘una sola cabeza, un solo cuerpo: un solo Cristo’. Sólo
hay por tanto un cuerpo, un rebaño único, formado por el Pastor
de los Pastores, bajo el cayado del Pastor supremo”28.

En el Sermón 46, comentando Ez 34, 1-16, San Agustín describe


cómo deben ser los ministros que ejercen la función pastoral en la
Iglesia, y si bien se refiere en primer lugar a los obispos, sus palabras
pueden hacerse extensivas también a los presbíteros en cuanto ejercen
una función pastoral. El sacerdote tiene la misión de guiar a las ovejas,
y este servicio es lo que lo distingue del pueblo a él confiado, para lo
cual cuenta con la autoridad que le viene de Dios. Pero si bien por su
función tiene unas prerrogativas propias, éstas le son dadas para
beneficio de la grey:

“Los pastores no se apacientan a sí mismos, sino a las ovejas (…)


Nosotros, a quienes el Señor nos puso, porque así Él lo quiso, no
por nuestros méritos, en este puesto del que hemos de dar cuenta
estrechísima, tenemos que distinguir dos cosas: que somos
cristianos y que somos superiores vuestros. El ser cristianos es
en beneficio nuestro; el ser superiores es en el vuestro. En el
hecho de ser cristianos, la atención ha de recaer en nuestra
propia utilidad; en el hecho de ser superiores, no se ha de pensar
sino en la vuestra”29.

Agustín ha reflexionado y predicado de manera muy profunda


sobre el pasaje del Evangelio de Juan en el que Jesús le confía a Pedro
el pastoreo de la Iglesia. Pedro es para Agustín como la referencia de lo
que debe ser un Pastor. “Lo que Cristo dice a Pedro se lo dice como
piedra, es decir, como fundamento de su Iglesia. No va dirigido a su
persona. Después de Cristo, Pedro es el Pastor de los pastores en quien
tienen su unidad todos los ministerios apostólicos” 30. Ahora bien,
siguiendo el relato de Jn 21, 15 ss, Agustín descubre que el ministerio
pastoral propio de todo sacerdote, así como el de Pedro se basa en el
amor. “Para Agustín la razón por la que el Señor pregunta a Pedro por
su amor antes de confiarle el ministerio sobre su Iglesia es simplemente

28
San Agustín. Sermón138, 5; PL 38, 765.
29
San Agustín. Sermón 46, 2; PL 38, 271.
30
Jesús Fernández González. “San Agustín y la espiritualidad sacerdotal”, art. cit., pp. 112-113.
porque el servicio y el ministerio es obra y efecto del amor: Sit amoris
officium, pascere dominicum gregem”31.

Si pastorear es tarea propia del sacerdote, sea obispo o


presbítero, en beneficio del rebaño-Iglesia, y si pastorear es oficio de
amor, se sigue de inmediato que para San Agustín el sacerdocio,
entendido en su función de gobernar o de regir, es una tarea que exige
sacrificio personal, renuncia y abnegación. Más que en cualquier otra
función, San Agustín ve en el pastoreo una carga, comparable con la
mochila pesada de los legionarios romanos, la sarcina que, una vez
asumida lo aparta del otium sanctum al que aspiraba cuando era monje.
Pero el sacerdocio, en sus diversas funciones, sobre todo en la función
pastoral, lo ve como negotium iustum asumido sobre todo por caridad. Y
es que en última instancia, el sacerdocio ministerial no puede
entenderse fuera de la vivencia del amor.

Enseñanzas pastorales y espirituales

La vivencia del sacerdocio ministerial, así como la describe San


Agustín, ofrece diversas enseñanzas y aplicaciones muy valiosas para
nuestro tiempo. Mucho se podría aprender de lo que el Santo Doctor de
Hipona, sacerdote y obispo, ha dicho y testimoniado acerca de su propio
sacerdocio. Por eso, a partir de lo ya señalado anteriormente,
quisiéramos extraer algunas realidades que se desprenden de la teología
que Agustín ha elaborado sobre el ministerio ordenado y que se
plasman –o en todo caso deberían plasmarse- en actitudes espirituales
y pastorales que han de alimentar el ejercicio del sacerdocio en orden a
su más plena expresión, según el modelo ofrecido por el Señor Jesús,
verdadero sacerdote.

1. Humildad: el sacerdote es un hombre, elegido de entre los hombres


para ofrecer sacrificios a Dios por los pecados, y él mismo “es capaz de
comprender a ignorantes y extraviados, porque está él también envuelto
en flaqueza. Y a causa de la misma debe ofrecer por sus propios
pecados lo mismo que por los del pueblo” 32. Dios lo elige y lo separa
para que realice una función que lo trasciende y supera completamente:
hacer presente la acción salvífica y reconciliadora de Jesús mediante la
proclamación y la explicación de la Palabra y la administración de los
sacramentos, mediante el pastoreo del Pueblo de Dios. Esta conciencia
de la propia flaqueza y de la misión que supera las propias fuerzas debe
llevar a los sacerdotes a vivir en profunda humildad.

En verdad, el sacerdocio ministerial supone una gran dignidad y


un honor extraordinario, ya que consiste en hacer presente a
Jesucristo-Cabeza y ejercer la autoridad en su nombre en la Iglesia. Es
común y normal que al sacerdote se le respete y reverencie por la
31
Lug. cit., p. 114.
32
Hbr 5, 2-3.
misión que desempeña, y todo esto puede ser un riesgo si no se toma
como es debido. Hay la posibilidad de que ante tales reconocimientos, el
ministro se ensoberbezca y ello sería terrible, porque de es modo está
faltando a Aquel a quien representa, que es precisamente el Señor
Jesús humilde. Para un sacerdote, el modelo de su humildad debe ser
precisamente Jesús, que en la Encarnación, haciéndose hijo de María,
se humilló “tomando condición de siervo, asumiendo semejanza
humana y apareciendo en su porte como hombre”33.

“Aunque sea Cristo la verdad y la vida, el excelso y Dios, el


camino es Cristo humilde. Andando sobre las huellas de Cristo
humilde, llegarás a la cumbre; si tu flaqueza no se desprecia de
sus humillaciones, llegarás a la cima, donde serás inexpugnable.
¿Cuál fue la causa de las humillaciones de Cristo sino la
debilidad tuya? Tu flaqueza te asediaba rigurosa y sin remedio, y
esto hizo que viniese a ti un Médico tan excelente. Porque si tu
enfermedad fuese tal que, a lo menos, pudieras ir por tus pies al
médico, aún se podrá decir que no era intolerable; mas como tú
no pudiste ir a él, vino él a ti; y vino enseñándonos la humildad,
por donde volvamos a la vida, porque la soberbia era un obstáculo
invencible para ello…”34.

“Ved ahora, hermanos, si la humanidad, tomando medicina tan


excelente, debe continuar enferma. Ya se humilló Dios, y ¡aún es
orgulloso el hombre!”35.

Como todo hombre, el sacerdote es también un pecador. Por ello,


tal vez de un modo muy particular, él debe ser consciente de su
fragilidad y de la gran responsabilidad que implica un ministerio tan
elevado en un hombre tan débil. El mismo San Agustín, que como
obispo posee la plenitud del Orden sacerdotal, se considera a sí mismo
el primer pecador y no tiene problemas en reconocerlo ante sus propios
fieles. Así, comentando la quinta petición del “Padre nuestro”, aquella
que pide: “Perdónanos nuestras deudas”, dice:

“Tampoco en esta petición es necesario exponer que pedimos por


nosotros, ya que pedimos que se nos perdonen las deudas, pues
somos deudores no de dinero sino de pecados. Tal vez digas
ahora: ¿También vosotros? También nosotros. ¿También vosotros,
obispos santos, sois pecadores? También nosotros somos
pecadores. ¿También vosotros? No, Señor, no quieras hacerte
injuria. No me hago injuria, sino que digo la verdad; somos
pecadores. ‘Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros’ (1 Jn 4, 8).
Somos bautizados y somos pecadores”36.
33
Flp 2, 7.
34
San Agustín. Sermón 142, 2; PLS 2, 726.
35
Ibidem, n. 6; PLS 2, 729-730.
36
San Agustín. Sermón 56, 7, 11; PL 38, 381-382. Cit. por Jesús Fernández Gonzáles. “San
Agustín y la espiritualidad sacerdotal”, art. cit., p. 124.
2. Santidad: Como es obvio, la condición pecadora del sacerdote debe
llevarlo a un esfuerzo redoblado por eliminar el pecado en sí y luchar
por alcanzar la plena configuración con el Señor Jesús. El sacerdote no
sólo debe ser sacerdote, sino “verdadero sacerdote”, y se es tal según el
modelo de Jesús cuando se es santo. Cuestión ésta muy delicada de
plantear, ya que la polémica con los donatistas giraba precisamente en
torno a este tema. Pero queda claro que el sacerdote no se queda en el
plano meramente instrumental, para que la gracia obre a través de él
poniéndolo a nivel totalmente secundario respecto de la eficacia
sacramental. “Para Agustín, el verdadero sacerdote es el que a su
ontología sacramental une una vida santa en función y al servicio de los
demás cuya utilidad y edificación en la caridad debe buscar
constantemente”37.

El mismo San Agustín era plenamente consciente de que no basta


recibir el sacramento del Orden y ser sacerdote; si se pretende ser lo
que Dios quiere de nosotros –diría el Santo- entonces es imperativo
buscar la santidad. Escribiendo a su obispo Valerio, pidiéndole tiempo
para prepararse a la ordenación sacerdotal, San Agustín le dice:

“Pido ante todo que tu religiosa prudencia piense que en esta


vida, máxime en estos tiempos, nada hay más fácil, más
placentero y de mayor aceptación entre los hombres que el
ministerio de obispo, presbítero o diácono, si se desempeña por
mero cumplimiento y adulación. Pero, al mismo tiempo, nada hay
más torpe, triste y abominable ante Dios que esa conducta. Del
mismo modo, nada hay en esta vida, máxime en estos tiempos,
más gravoso, pesado y arriesgado que la obligación del obispo,
presbítero o diácono; tampoco hay nada más santo ante Dios si se
milita en la forma que exige nuestro Emperador”38.

Así pues, el sacerdote, en cuanto vive santamente, aparece ante


los creyentes como signo de Jesucristo, el Pastor y sacerdote que nos ha
obtenido la reconciliación. Lo ideal está en que el ministro viva
santamente para que de ese modo su sacerdocio resplandezca ante los
hombres. Pero Agustín sabe que hay sacerdotes pecadores. Ahora bien,
ello no significa –como pensaban los donatistas- que por la
pecaminosidad del ministro se cierra la gracia a los hijos de la Iglesia y
no les llega el don divino porque el pecado del sacerdote lo impide. No
es así, y el Doctor de Hipona considera que ello supondría aceptar que
Dios ha abandonado a sus hijos, así como que Cristo no es el
fundamento de la Iglesia. Puede que no haya santidad personal en el
ministro, pero Jesús sigue actuando en él y por él y así los sacramentos
que un sacerdote pecador celebra son válidos y eficaces, aunque no les
acompañe el testimonio de conformación con Cristo por parte de aquel
que los administra. Dirigiéndose a sus fieles, San Agustín enseña la
37
Jesús Fernández González. “San Agustín y la espiritualidad sacerdotal”, art. cit., p. 107.
38
San Agustín. Epístola 21, 1; PL 33, 88.
doctrina católica y la compara con el error donatista en lo referente a la
eficacia sacramental y a la santidad de los ministros:

“Oíd, pues, hermanos míos, nuestra doctrina y la de ellos y ved


qué elegís. Nosotros decimos esto: Seamos santos, Dios lo sabe;
seamos pecadores, mucho mejor lo sabe Dios. Seamos lo que
seamos, vosotros no pongáis la esperanza en nosotros. Si somos
buenos, haced lo que está escrito: ‘Sed imitadores míos, como yo
lo soy de Jesucristo’ (1 Cor 4, 16). Pero si somos malos, aún no
habéis sido abandonados, aún no permanecéis sin consejo; oíd lo
que se dice: ‘Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen’ (Mt
23, 3). Ellos en cambio (= los donatistas) dicen: si no somos
buenos, habéis perecido (…) ¿Luego mi vida penderá de tu
conducta? ¿Y mi salvación estará vinculada a ti? ¿Así me he
olvidado de mi fundamento? ¿Acaso la piedra no era Cristo? (1
Cor 10, 4)”39.

3. Servicio: La ordenación presbiteral de San Agustín se dio en


circunstancias muy curiosas. A inicios el año 391, había viajado a
Hipona -Agustín vivía en Tagaste- para entrevistarse con una persona a
quien quería llevar al monasterio que había formado en su ciudad natal,
donde como servus Dei el recién convertido y sus amigos llevaban una
vida dedicada a la oración y al estudio. Al entrar en la iglesia de Hipona,
encuentra al anciano obispo Valerio quejándose ante sus fieles de su
avanzada edad y de sus dificultades para predicar, ya que siendo griego
de origen, con dificultad manejaba el latín, y comentándoles de su
necesidad de un presbítero que lo ayudase. La multitud, ni corta ni
perezosa, tomo a Agustín y lo arrastró hasta el altar, aclamándolo y
pidiendo al obispo que lo ordenase de presbítero. Cuenta la historia que
Agustín, ante dicho trance, se puso llorar desconsoladamente, y
algunos de entre la multitud pensaron que lloraba porque se le ofrecía
solamente el presbiterado y no el episcopado que seguramente
anhelaba, y lo consolaban diciéndole que pronto accedería también a
dicho honor40.

El llanto de Agustín no era motivado por la frustración ante un


honor no alcanzado, sino porque comprendió que su ideal de una vida
monástica dedicada a la contemplación y al estudio (otium sanctum)
debía ser abandonado para servir a la Iglesia como sacerdote (negotium
iustum). Su vida implicaría, a partir de la ordenación, el permanente
servicio a los más humildes y pobres, a los analfabetos y rudos
campesinos, pescadores y comerciantes que constituían la grey de la
Iglesia de Hipona. Consciente de todo esto, Agustín aceptó. Propio de
todo sacerdote es el servicio dedicado y abnegado a la Iglesia, y el santo

39
San Agustín. Sermón 129, 7, 8; PL 38, 724.
40
Cfr. San Posidio. Vida de San Agustín, c. IV. En: Obras completas de San Agustín. Tomo I.
Madrid; B.A.C. 1994, pp. 308-309; F. Van der Meer. San Agustín, pastor de almas, o.c., pp. 25
ss; Peter Brown. Agustín de Hipona, o.c., pp. 146 ss.
de Hipona da un testimonio de esta actitud con su personal experiencia
cuando dice:

“El amor a la verdad busca el ocio santo y la urgencia de la


caridad acepta la debida ocupación. Si nadie nos impone esta
carga (la del sacerdocio ministerial, nda.) debemos aplicarnos al
estudio y al conocimiento de la verdad. Y si se nos impone,
debemos aceptarla por la urgencia de la caridad. Pero incluso
entonces no debe abandonarse del todo la dulce contemplación de
la verdad, no sea que privados de aquella suavidad, nos aplaste
esta urgencia”41.

Servir significa ser para los demás, a semejanza del modelo por
excelencia de todo sacerdote, Jesús, que no vino al mundo a ser servido
sino a servir42. Significa renunciar a sí mismo y por eso mismo,
poseerse de verdad en la plenitud del amor que se dona. “La misión y la
existencia sacerdotal hay que entenderla en este sentido personal
oblativo de ser para los demás a cuya utilidad se está” 43. Servir supone
la necesidad de responder a las necesidades de la Iglesia poniendo a
disposición la propia existencia a través del ministerio sacerdotal. Pero
ello requiere también preparación, y las palabras de Agustín recuerdan
a todo presbítero que la necesaria formación nunca debe ser dejada de
lado, ya que se correría el riesgo de “ser aplastados por la urgencia” 44.

Pero el servicio del sacerdote no es sólo experimentar la carga de


los demás y de la Iglesia; es también consuelo de participar en la
comunión con los hermanos, con quienes por la fe y la caridad son
iguales a él. El sacerdote no está solo en la cúspide del aparato eclesial.
Más bien, ejerce un servicio de autoridad en medio de sus hermanos
con los que posee la dignidad incomparable de ser cristiano. Esta es la
alegría de Agustín y debería serlo también de todos los que poseen el
sacerdocio ministerial en sus distintos grados:

“Si me aterra lo que soy para vosotros eso mismo me consuela


porque estoy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros
soy cristiano. Aquel es el nombre del cargo, éste es el de la gracia;
aquél es el del peligro, éste el de la salvación”45

Sean estas breves e incompletas notas un intento de mostrar la


gran riqueza del pensamiento de San Agustín sobre el sacerdocio
ministerial, y un acicate para agradecer a Dios por este maravilloso don,
tanto quienes han sido llamados a este camino, como quienes recibimos
los beneficios de este magno ministerio.

41
San Agustín. La Ciudad de Dios, XIX, 19; PL 41, 648.
42
Cfr. Mt 20, 28.
43
Jesús Fernández González. “San Agustín y la espiritualidad sacerdotal”, art.cit., p. 107.
44
Ver la cita indicada en la nota 41.
45
San Agustín. Sermón 340, 1; PL 38, 1483. Texto citado en la constitución dogmática sobre la
Iglesia Lumen gentium del Concilio Vaticano II, n. 32.
Dr. Gustavo Sánchez Rojas
Doctor en Sagrada Teología
Profesor Principal de la Facultad
De Teología Pontificia y Civil de Lima

También podría gustarte