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Hacer el bien solo por Dios

Mt 6, 1-8.

Mateo, 6

1.«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.

2.Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad
os digo que ya reciben su paga.

3.Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;

4.así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

17.Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,

18.para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y
tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

En el Evangelio anterior El Señor toca tres prácticas piadosas previstas en la ley mosaica: la
limosna, el ayuno y la oración. Con el tiempo estas prácticas se habían corrompido, ¿cómo? Se
habían vuelto algo más de mera formalidad, inclusive hasta un signo de ser socialmente superior.
El Señor pone sobre la mesa las tentaciones que hay acerca de estas obras piadosas,
principalmente la hipocresía, que lo nombra varias veces a lo largo del Evangelio.

Es una cualidad humana que queramos que nos vean cuando hacemos algo bueno. Nos eleva
nuestra autoestima. Nos sentimos valorados, pero llega un punto en que, en vez de sentirnos
valorados, queremos algo más: la alabanza, la veneración, la admiración…

El Señor nos invita a hacer las cosas por Él, no por los hombres. El Señor nos invita a que hagamos
las cosas no para que nos vean, sino por Él, porque lo amamos a Él. Por amor a Él. No es que
hacemos una obra y tenemos que escondernos y ocultar que ayudamos a las personas. Si no
realmente hacerlo por las razones correctas, no para que nos vean, ni para quedar bien.

Esta es una Palabra, que, si bien nos ubica, también es usada por muchos hermanos que no
ayudan para atacar a quienes sí lo hacen. Porque el ayudar al prójimo, si bien se hacer por el
prójimo y no por uno mismo; tampoco es que se debe ocultar. Uno de los ejemplos más claros, es
el Padre Sergio, el cual todos conocemos como el ES lo ha usado para ayudar a los niños pobres;
darles de comer, orientarlos en su vida, sacar de la oscuridad el barrio de Cristo Rey; entre muchas
otras cosas que no pueden quedar en lo oculto; porque el mundo necesita saber que hay LUZ. “No
podemos callar lo que hemos visto y oído”. ¿Qué pasaría si la gente no supiera de la existencia de
Asociación de Obras del Espíritu Santo? Probablemente muchos niños y sus madres hubieran
pasado hambre. Seguramente muchos de ellos jamás se hubieran acercado a una Iglesia. Y si se
mantiene en lo oculto probablemente no se crean Asociaciones de Obras del Espíritu Santo en
Guatemala, Nicaragua, Canadá, Cuba, y Estados Unidos. Y por supuesto, el Padre Sergio también ha
recibido ataques por lo mismo.

La Madre Teresa, era otra que hacía el bien y no lo ocultaba, de hecho, era muy conocida por su
bondad hacia los pobres. Y también era atacada porque la gente decía que ella romantizaba la
pobreza. Pero lo que en verdad pasaba era que ella no amaba la pobreza, sino al pobre. Acudía a la
ayuda que requerían esos pobres porque ella sabía tenía que ser YA la ayuda. No esperar a hacer
un discurso de que “estamos cansados de ser pobres y de que nos roben”; sino que ella ayudar la
necesidad de comida, salud; lo que necesitara la persona, porque sabía ella que tenía que atender
el llamado de ayuda que hacía el pobre en ese momento. Y la gente sabía de ella no porque ella lo
divulgara, sino que actuó para lo que El Señor la creó; fue quien debió ser y cuando somos quienes
debemos ser, le prendemos fuego al mundo, dijo Santa Catalina de Siena. Y fue de tal manera, que
cuando murió, el presidente de Francia, Jacques Chirac dijo lo siguiente: “Esta tarde hay menos luz,
menos amor y menos compasión en el mundo”.

Entonces, ¿es correcto que vean que hago el bien? Es correcto solo si lo hacemos por las razones
correctas. La Madre Teresa y el Padre Sergio se dejaron mover por El Espíritu Santo, pero cuando
nosotros ayudamos a alguien, ¿por qué lo hacemos?

La hipocresía de la que habla El Señor no es únicamente querer llamar la atención con buenas
obras, si no que también tiene que ver con criticar al hermano porque no ora tanto como yo,
porque no aporta tanta limosna como yo, o porque yo ayuno y él no. No somos superiores porque
hagamos lo que El Señor nos pide, sino que más bien estamos siendo obedientes a lo que Nuestro
Padre amoroso nos pide. Tal vez esas personas tengan sus motivos o simplemente no quieran
hacer lo que El Señor les pide, pero precisamente el ayuno, la limosna y la oración son prácticas
que deben ser fundadas en el amor; y si criticamos a los demás, ¿Qué amor tenemos?

1 Cor 13, 1-3

1.Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como
bronce que suena o címbalo que retiñe.

2.Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque
tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.

3.Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad,
nada me aprovecha.

Si no tenemos amor, no somos NADA. Dios es amor. Jesús no murió en la Cruz para que lo vieran,
sino por amor. María no anduvo divulgando que ella era la madre de Nuestro Señor, ni tampoco se
escondió para que nadie lo supiera, sino que se levantó y fue aprisa a ayudar a su prima Isabel.

Asimismo, cabe decir que nosotros no debemos caer en la falsa humildad. ¿Qué es eso? Hablamos
de que los fariseos dicen: ay yo ayuno tantas veces al mes, yo ayudo a la gente, no soy malo… Pero
irse al otro extremo no está bien. Decirle a los demás lo terribles que somos o que no valemos
nada tampoco es correcto porque estamos NEGANDO las cualidades que El Señor nos ha dado. Eso
no es humildad. Y El Señor no desea que neguemos nuestros talentos y nuestras virtudes que Él
nos ha dado para la misión que Él nos ha encomendado.
La humildad no es decir “que inútil soy”, es reconocer la grandeza del Señor sobre todo lo demás,
dejar de verme a mí mismo, para verlo a Él. El mismo Jesús nos da un ejemplo de humildad:

«Jesús les contestó: «Mi doctrina no viene de mí, sino del que me ha enviado. El que haga la
voluntad de Dios conocerá si mi doctrina viene de él o si hablo por mi propia cuenta. El que habla
en nombre propio busca su propia gloria. Pero el que busca la gloria del que lo ha enviado, ése es
un hombre sin maldad y que dice la verdad»». (Juan 7,16-18)

Cuando entendemos este concepto de humildad, dejamos de vernos a nosotros mismos y vemos al
Señor. Y cuando vemos al Señor actuamos desde el amor hacia los demás. Y ese amor es en el que
se fundamentan las prácticas piadosas. Y cuando vivimos ese amor, le prendemos fuego al mundo.

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