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CUENTO

Titulo: La Danza de Clara y Elías"

Había una vez en un pequeño pueblo llamado Clarindel, un hombre llamado Elías,
conocido por su vapuleo verbal y su actitud tozuda. Su día comenzaba con una
bravata matutina, farfullando palabras como "profilico" y "detentar" sin ton ni
son. Era un individuo irresoluto, siempre a punto de un sofocón, y su monomanía
por imponer su punto de vista lo convertía en un malquisto en el pueblo.

Un día, mientras paseaba por el forofo local, Elías tuvo un encuentro inusual con
una mujer llamada Clara, conocida por su candor y diafana personalidad. Clara, a
pesar de su candidez, no se dejaba llevar por el vapuleo de Elías. Se mostraba
atracón de paciencia y resolvía cualquier conflicto con una jaculatoria calmada.

Elías, por su parte, intentaba detentar su autoridad en cada situación, pero Clara,
con su pristino sentido de la frugalidad y su sabiduría, lograba desarmar sus
bravatas con una reticencia sutil. La gente del pueblo observaba este
enfrentamiento entre la inquina de Elías y la serenidad de Clara con gran interés.

Un día, Elías organizó un evento en el forofo, proclamando que era necesario


establecer reglas a rajatabla para mantener el orden en Clarindel. Propuso una
cabala que dejó a todos perplejos, con términos como "perfilica" y "vapuleo"
incluidos. Sin embargo, Clara, con su diplomacia y diafanidad, logró introducir una
jaculatoria de paz en el discurso de Elías, cambiando el tono del evento por
completo.

A medida que transcurrían los días, Clara y Elías se veían envueltos en situaciones
cómicas. Clara continuaba con su monomanía por la armonía, mientras que Elías
intentaba mantener su postura tozuda. El pueblo, acostumbrado al pestazo de
discusiones entre ambos, empezó a disfrutar de este curioso espectáculo.

Un día, durante una discusión particularmente intensa, Clara propuso un


sucedáneo de solución para resolver sus diferencias. Sugirió la creación de un
comité de conciliación, un conventículo donde podrían discutir de manera más
constructiva. Sorprendentemente, Elías aceptó la propuesta, y ambos se vieron
envueltos en un proceso de perquirir soluciones y encontrar un corolario que
beneficiara a todo el pueblo.

Con el tiempo, la inquina entre Clara y Elías se transformó en una relación basada
en el respeto mutuo. El pueblo de Clarindel, que inicialmente los veía como un par
de malquistos, terminó por apreciar la sabiduría de Clara y la determinación de
Elías. La frugalidad de sus discusiones se convirtió en un ejemplo de cómo la
candidez y la tozudez podían coexistir en armonía.

Y así, en aquel pequeño pueblo donde la reticencia y la jaculatoria se


encontraron, Clara y Elías aprendieron que, a veces, la solución a las diferencias no
está en el vapuleo constante, sino en la capacidad de encontrar un terreno común,
incluso en palabras tan singulares como "profilico" y "detentar".

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