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INTRODUCCIÓN:

CIENCIA Y PSEUDOCIENCIA *

El respeto que siente el hombre por el conocimiento es una de


sus características más peculiares. En latín conocimiento se dice
scientia y ciencia llegó a ser el nombre de la clase de conocimiento
más respetable. ¿Qué distingue al conocimiento de la superstición,
la ideología o la pseudo-ciencia? La Iglesia Católica excomulgó a los
copemicanos, el Partido Comunista persiguió a los mendelianos por
entender que sus doctrinas eran pseudocientíficas. La demarcación
entre ciencia y pseudociencia no es un mero problema de filosofía
de salón; tiene una importancia social y política vital.
Muchos filósofos han intentado solucionar el problema de la de-
marcación en los términos siguientes: un enunciado constituye cono-
cimiento si cree en él, con suficiente convicción, un número suficien-
temente elevado de personas. Pero la historia del pensamiento muestra
que muchas personas han sido convencidos creyentes de nociones
absurdas. Si el vigor de la creencia fuera un distintivo del conoci-
miento tendríamos que considerar como parte de ese conocimiento
a muchas historias sobre demonios, ángeles, diablos, cielos e infier-
nos. Por otra parte, los científicos son muy escépticos incluso con
respecto a sus mejores teorías. La de Newton es la teoría más po-
derosa que la ciencia ha producido nunca, pero el mismo Newton

* Este artículo se escribió a principios de 1973 y originalmente fue dado


a conocer como una conferencia por la radio. Fue emitido por la Open Uni-
versity el 30 de junio de 1973 (Eds.).
10 Imte Lakatos
nunca creyó que los cuerpos se atrajeran entre sí a distancia. Por
tanto, ningún grado de convencimiento con relación a ciertas creen-
cias las convierte en conocimiento. Realmente lo que caracteriza a la
conducta científica es un cierto escepticismo incluso con relación a
nuestras teorías más estimadas. La profesión de fe ciega en una teo-
ría no es una virtud intelectual sino un crimen intelectual.
De este modo un enunciado puede ser pseudocientífico aunque
sea eminentemente plausible y aunque todo el mundo lo crea, y pue-
de ser científicamente valioso aunque sea increíble y nadie crea en
él. Una teoría puede tener un valor científico incluso eminente, aun-
que nadie la comprenda y, aún menos, crea en ella.
El valor cognoscitivo de una teoría nada tiene que ver con su
influencia psicológica sobre las mentes humanas. Creencias, convic-
ciones, comprensiones... son estados de la mente humana. Pero el
valor científico y objetivo de una teoría es independiente de la mente
humana que la crea o la comprende. Su valor científico depende so-
lamente del apoyo objetivo que prestan los hechos a esa conjetura.
Como dijo Hume:

Si tomamos en nuestras manos cualquier volumen de teología o de metafí-


sica escolástica, por ejemplo, podemos preguntarnos: ¿contiene algiín razona-
miento experimental sobre temas fácticos y ejdstenciales? No. Arrojémoslo en-
tonces al fuego porque nada contendrá que no sean sofismas e ilusiones.

Pero ¿qué es el razonamiento «experimental»? Si repasamos la


enorme literatura del siglo xvii sobre brujería descubriremos que
está repleta de informes referentes a observaciones cuidadosas, y
que abundan los testimotúos bajo juramento, incluso experimentos.
Glanvill, el filósofo favorito de la primera Royal Society, consideraba
la brujería como el paradigma del razonamiento experimental. Ten-
dríamos que definir el razonamiento experimental antes de comenzar
la quema de libros humeana.
En el razonamiento científico las teorías son confrontadas por
los hechos y una de las condiciones básicas del razonamiento cien-
tífico es que las teorías deben ser apoyadas por los hechos. Ahora
bien, ¿de qué forma precisa pueden los hechos apoyar a una teoría?
Varias respuestas diferentes han sido propuestas. El mismo New-
ton pensaba que él probaba sus leyes mediante los hechos. Estaba
orgulloso de no proponer meras hipótesis; él sólo publicaba teorías
probadas por los hechos. En particular pretendió que había deducido
sus leyes a partir de los fenómenos suministrados por Kepler. Pero
su desplante carecía de sentido puesto que, según Kepler, los plane-
tas se mueven en elipses, mientras que, según la teoría de Newton,
La metodología de los programas de investigación dentífíca 11

los planetas se moverían en elipses sólo si los planetas no se influ-


yeran entre sí en sus movimientos. Pero eso es lo que sucede. Por
ello Newton tuvo que crear una teoría de las perturbaciones, de la
que se sigue que ningún planeta se mueve en una elipse.
Hoy es posible demostrar con facilidad que no se puede derivar
válidamente una ley de la naturaleza a partir de un número finito
de hechos, pero la realidad es que aún podemos leer afirmaciones
en el sentido de que las teorías científicas son probadas por los he-
chos. ¿A qué se debe esa obstinada oposición a la lógica elemental?
Hay una explicación muy plausible. Los científicos desean que
sus teorías sean respetables y merecedoras del título «ciencia», esto
es, conocimiento genuino. Ahora bien, el conocimiento más relevante
en el siglo xvii, cuando nació la ciencia, incumbía a Dios, al Diablo,
al Cielo y al Infierno. Si las conjeturas de ima persona eran erróneas
en temas relativos a la divinidad, la consecuencia del error era la
condenación eterna. El conocimiento teológico no puede ser falible
sino indudable. Ahora bien, la Ilustración entendió que éramos fa-
libles e ignorantes en materias teológicas. No existe una teología cien-
tífica y por ello no existe un conocimiento teológico. El conocimiento
sólo puede versar sobre la Naturaleza, pero esta nueva clase de co-
nocimiento había de ser juzgada mediante los criterios que, sin re-
forma, tomaron de la teología; tenía que ser probada hasta más allá
de cualquier duda. La ciencia tenía que conseguir aquella certeza que
no había conseguido la teología. A un científico digno de ese nombre
no se le podían permitir las conjeturas; tenía que probar con los
hechos cada frase que pronunciara. Tal era el criterio de la hones-
tidad científica. Las teorías no probadas por los hechos eran consi-
deradas como pseudociencia pecaminosa; una herejía en el seno de
la comunidad científica.
El hundimiento de la teoría newtoniana en este siglo hizo que
los científicos comprendieran que sus criterios de honestidad habían
sido utópicos. Antes de Einstein la mayoría de los científicos pen-
saban que Newton había descifrado las leyes últimas de Dios pro-
bándolas a partir de los hechos. Ampere, a principios del siglo xix,
entendió que debía titular su libro relativo a sus especulaciones sobre
electromagnetismo: Teoría Matemática de los Fenómenos Electrodi-
námicos inequívocamente deducida de los experimentos. Pero al final
del volumen confiesa de pasada que algunos de los experimentos nun-
ca llegaron a realizarse y que ni siquiera se habían construido los ins-
trumentos necesarios.
Si todas las teorías científicas son igualmente incapaces de ser
probadas ¿qué distingue al conocimiento científico de la ignorancia
y a la ciencia de la pseudociencia?
12 Imre Lakatos

Los «lógicos inductivos» suministraron en el siglo xx una res-


puesta a esta pregunta. La lógica inductiva trató de definir las pro-
babilidades de diferentes teorías según la evidencia total disponible.
Si la probabilidad matemática de una teoría es elevada ello la cualifica
como científica; si es baja o incluso es cero, la teoría es no científica.
Por tanto, el distintivo de la honestidad intelectual sería no afirmar
nunca nada que no sea, por lo menos, muy probable. El probabilismo
tiene un rasgo atractivo; en lugar de suministrar simplemente una
distinción en términos de blanco y negro entre la ciencia y la pseudo-
ciencia, suministra una escala continua desde las teorías débiles de
probabilidad baja, hasta las teorías poderosas de probabilidad eleva-
da. Pero en 1934 Karl Popper, uno de los filósofos más influyentes
de nuestro tiempo, defendió que la probabilidad matemática de todas
las teorías científicas o pseudocientíficas, para cualquier magnitud
de evidencia, es cero. Si Popper tiene razón las teorías científicas no
sólo son igualmente incapaces de ser probadas, sino que son también
igualmente improbables. Se requería un nuevo criterio de demarca-
ción y Popper propuso uno magnífico. Una teoría puede ser científica
incluso si no cuenta ni con la sombra de una evidencia favorable, y
puede ser pseudocientífica aunque toda la evidencia disponible le
sea favorable. Esto es, el carácter científico o no científico de una
teoría puede ser determinado con independencia de los hechos. Una
teoría es «científica» si podemos especificar por adelantado un expe-
rimento crucial (o una observación) que pueda falsaria, y es pseudo-
científica si nos negamos a especificar tal «falsador potencial». Pero
en tal caso no estamos distinguiendo entre teorías científicas y pseu-
docientíficas sino más bien entre método científico y método no cien-
tífico. Para un popperiano el marxismo es científico si los marxistas
están dispuestos a especificar los hechos que, de ser observados, les
inducirían a abandonar el marxismo. Si se niegan a hacerlo el mar-
xismo se convierte en una pseudociencia. Siempre resulta interesante
preguntar a un marxista qué acontecimiento concebible le impulsaría
a abandonar su marxismo. Si está vinculado al marxismo, encontrará
inmoral la especificación de un estado de cosas que pueda refutarlo.
Por tanto, una proposición puede fosilizarse hasta convertirse en un
dogma pseudocientífico, o llegar a ser conocimiento genuino depen-
diendo de que estemos dispuestos a especificar las condiciones obser-
vables que la refutarían.
Entonces ¿es el criterio de falsabilidad de Popper la solución del
problema de la demarcación entre la ciencia y la pseudociencia? No.
El criterio de Popper ignora la notable tenacidad de las teorías cien-
tíficas. Los científicos tienen la piel gruesa. No abandonan una teoría
simplemente porque los hechos la contradigan. Normalmente o bien
La metodología de los ptogramas de investigación científica 13

inventan alguna hipótesis de rescate para explicar lo que ellos llaman


después una simple anomalía o, si no pueden explicar la anomalía,
la ignoran y centran su atención en otros problemas. Obsérvese que
los científicos hablan de anomalías, ejemplos recalcitrantes, pero no
de refutaciones. La historia de la ciencia está, por supuesto, repleta
de exposiciones sobre cómo los experimentos cruciales supuestamente
destruyen a las teorías. Pero tales exposiciones suelen estar elabora-
das mucho después de que la teoría haya sido abandonada. Si Popper
hubiera preguntado a un científico newtoniano en qué condiciones
experimentales abandonaría la teoría de Newton, algunos científicos
newtonianos hubieran recibido la misma calificación que algunos mar-
xistas.
¿Qué es entonces lo que distingue a la ciencia? ¿Tenemos que
capitular y convenir que una revolución científica sólo es un cambio
irracional de convicciones, una conversión religiosa? Tom Kuhn, un
prestigioso filósofo de la ciencia americano, Uegó a esta conclusión
tras descubrir la ingenuidad del falsacionismo de Popper. Pero si
Kuhn tiene razón, entonces no existe demarcación explícita entre
ciencia y pseudociencia ni distinción entre progreso científico y de-
cadencia intelectual: no existe un criterio objetivo de honestidad.
Pero ¿qué criterios se pueden ofrecer entonces para distinguir entre
el progreso científico y la degeneración intelectual?
En los últimos años he defendido la metodología de los progra-
mas de investigación científica que soluciona algunos de los pro-
blemas que ni Popper ni Kuhn consiguieron solucionar.
En primer lugar defiendo que la unidad descriptiva típica de los
grandes logros científicos no es una hipótesis aislada sino más bien
un programa de investigación. La ciencia no es sólo ensayos y erro-
res, una serie de conjeturas y refutaciones. «Todos los cisnes son
blancos» puede ser falsada por el descubrimiento de un cisne negro.
Pero tales casos triviales de ensayo y error no se catalogan como cien-
cia. La ciencia newtoniana, por ejemplo, no es sólo un conjunto de
cuatro conjeturas (las tres leyes de la mecánica y la ley de gravitación).
Esas cuatro leyes sólo constituyen el «núcleo firme» del programa
newtoniano. Pero este núcleo firme está tenazmente protegido contra
las refutaciones mediante un gran «cinturónj>rotec^r» de hipótesis
auxiliares. Y, lo que es más importante, eTprograma He investigación
tiene también una Jheurística, esto es, una poderosa maquinaria para
la solución de problemas que, con la ayuda de técnicas matemáticas
sofisticadas, asimila las anomalías e incluso las convierte en evidencia
positiva. Por ejemplo, si un planeta no se mueve exactamente como
debiera, el científico newtoniano repasa sus conjeturas relativas a la
refracción atmosférica, a la propagación de la luz a través de tormén-
14 Imre Lakatos

tas magnéticas y cientos de otras conjeturas, todas las cuales forman


parte del programa. Incluso puede inventar un planeta hasta entonces
desconocido y calcular su posición, masa y velocidad para explicar
la anomalía.
" • Ahora bien, la teoría de la gravitación de Newton, la teoría de
la relatividad de Einstein, la mecánica cuántica, el marxismo, el freu-
dianismo son todos programas de investigación dotados cada uno de
ellos de un cinturón protector flexible, de un núcleo firme caracte-
rístico pertinazmente defendido, y de una elaborada maquinaria para
la solución de problemas. Todos ellos, en cualquier etapa de su des-
arrollo, tienen problemas no solucionados y anomalías no asimiladas.
En este sentido todas las teorías nacen refutadas y mueren refutadas.
Pero ¿son igualmente buenas? Hasta ahora he descrito cómo son los
¡programas de investigación. Pero ¿cómo podemos distinguir un pro-
Igrama científico o progresivo de otro pseudocientífico o regresivo?
En contra de Popper, la diferencia no puede radicar en que algu-
nos aún no han sido refutados, mientras que otros ya están refutados.
Cuando Newton publicó sus Principia se sabía perfectamente que ni
siquiera podía explicar adecuadamente el movimiento de la luna; de
hecho, el movimiento de la luna refutaba a Newton. Kaufmann, un
físico notable, refutó la teoría de la relatividad de Einstein en el
mismo año en que fue publicada. Pero todos los programas de inves-
tigación que admiro tienen una característica común. Todos ellos
predicen hechos nuevos, hechos que previamente ni siquiera habían
sido soñados o que incluso habían sido contradichos por programas
previos o rivales. En 1686, cuando Newton publicó su teoría de la gra-
vitación, había, por ejemplo, dos teorías en circulación relativas a los
cometas. La más popular consideraba a los cometas como señal de
un Dios irritado que advertía que iba a golpear y a ocasionar un
desastre. Una teoría poco conocida de Kepler defendía que los come-
tas eran cuerpos celestiales que se movían en líneas rectas. Ahora
bien, según la teoría de Newton, algunos de ellos se movían en hi-
pérbolas o parábolas y nunca regresaban; otros se movían en elipses
ordinarias. Halley, que trabajaba en el programa de Newton, calculó,
a base de observar un tramo reducido de la trayectoria de un cometa,
que regresaría setenta y dos años después; calculó con una precisión
de minutos cuándo se le volvería a ver en un punto definido del
cielo. Esto era increíble. Pero setenta y dos años más tarde, cuando
ya Newton y Halley habían muerto tiempo atrás, el cometa HaUey
volvió exactamente como Halley había predicho. De modo análogo
los científicos newtoníanos predijeron la existencia y movimiento
exacto de pequeños planetas que nunca habían sido observados con
anterioridad. O bien, tomemos el programa de Einstein. Este progra-
La metodología de los programas de investígaciÓQ denttfica 15

ma hizo la magnífica predicción de que si se mide la distancia entre


dos estrellas por la noche y si se mide la misma distancia de día
(cuando son visibles durante un eclipse del sol) las dos mediciones
serán distintas. Nadie había pensado en hacer tal observación antes
del programa de Einstein. De este modo, en un programa de inves-
tigación progresivo, la teoría conduce a descubrir hechos nuevos
hasta entonces desconocidos. Sin embargo, en los programas regresi-
vos las teorías son fabricadas sólo para acomodar los hechos ya co-
nocidos. Por ejemplo, ¿alguna vez ha predicho el marxismo con éxito
algún hecho nuevo? Nunca. Tiene algunas famosas predicciones que
no se cumplieron. Predijo el empobrecimiento absoluto de la dase
trabajadora. Predijo que la primera revolución socialista sucedería
en la sociedad industrial más desatollada. Predijo que las sociedades
socialistas estarían libres de revoluciones. Predijo que no existirían
conflictos de intereses entre países socialistas. Por tanto, las prime-
ras predicciones del marxismo eran audaces y sorprendentes, pero
fracasaron. Los marxistas explicaron todos los fracasos: explicaron
la elevación de niveles de vida de la clase trabajadora creando una
teoría del imperialismo; incluso explicaron las razones por las que
la primera revolución socialista se había producido en un país indus-
trialmente atrasado como Rusia. «Explicaron» los acontecimientos de
Berlín en 1953, Budapest en 1956 y Praga en 1968. «Explicaron»
el conflicto ruso-chino. Pero todas sus hipótesis auxiliares fueron
manufacturadas tras los acontecimientos para proteger a la teoría de
>los hechos. El programa newtoniano originó hechos nuevos; el pro-
I grama marxista se retrasó con relación a los hechos y desde entonces
i ha estado corriendo para alcanzarlos.
Para resumir: el distintivo del progreso empírico no son las ve-
rificaciones triviales: Popper tiene razón cuándo afirma que hay mi-
llones de ellas. No es un éxito para la teoría newtoniana el que al
soltar una piedra ésta caiga hacia la tierra, sin que importe el número
de veces que se repite el experimento. Pero las llamadas «refutacio-
nes» no indican un fracaso empírico como Popper ha enseñado, por-
que todos los programas crecen en un océano permanente de anoma-
lías. Lo que realmente importa son las predicciones dramáticas, ines-
peradas, grandiosas; unas pocas de éstas son suficientes para decidir
el desenlace; si la teoría se retrasa con relación a los hechos, ello sig-
nifica que estamos en presencia de programas de investigación pobres
y regresivos.
¿Cómo suceden las revoluciones científicas? Si tenemos dos pro-
;ramas de investigación rivales y uno de ellos propresa, mientras que
1 otro degenera, los científicos tienden a alinearse con el programa
rogresivo. Tal es la explicación de las revoluciones científicas. Pero
16 Imre Lakatos
aunque preservar la publicidad del caso sea una cuestión de hones-
tidad intelectual, no es deshonesto aferrarse a un programa en regre-
sión e intentar convertirlo en progresivo.
En contra de Popper, la metodología de los programas de inves-
tigación científica no ofrece una racionalidad instantánea. Hay que
tratar con benevolencia a los programas en desarrollo; pueden trans-
currir décadas antes de que los programas despeguen del suelo y se
hagan empíricamente progresivos. La crítica no es un arma popperiana
que mate con rapidez mediante la refutación. Las críticas importantes
son siempre constructivas; no hay refutaciones sin una teoría mejor.
Kuhn se equivoca al pensar que las revoluciones científicas son un
cambio repentino e irracional de punto de vista. La historia de la
ciencia refuta tanto a Popper como a Kuhn; cuando son examinados
de cerca, resulta que tanto los experimentos cruciales popperianos
como las revoluciones de Kuhn son mitos; lo que sucede normalmen-
te es que los programas de investigación progresivos sustituyen a los
regresivos.
El problema de la demarcación entre ciencia y pseudociencia tam-
bién tiene serias implicaciones para la institucionalización de la críti-
ca. La teoría de Copérnico fue condenada por la Iglesia Católica
en 1616 porque supuestamente era pseudocientífica. Fue retirada del
índice en 1820 porque para entonces la Iglesia entendió que los
hechos la habían probado y por ello se había convertido en científi-
ca. El Comité Central del Partido Comunista Soviético en 1949 de-
claró pseudocientífica a la genética mendeliana e hizo que sus defen-
sores, como el académico Vavilov, murieran en campos de concentra-
ción; tras la muerte de Vavilov la genética mendeliana fue rehabilita-
da; pero persistió el derecho del Partido a decidir lo que es científico
y publicable y lo que es pseudocientífico y castigable. Las institucio-
nes liberales de Occidente también ejercitan el derecho a negar la
libertad de expresión cuando algo es considerado pseudocientífico,
como se ha visto en el debate relativo a la raza y la inteligencia.
Todos estos juicios inevitablemente se fundamentan en algún criterio
de demarcación. Por ello el problema de la demarcación entre ciencia
y pseudociencia no es un pseudoproblema para filósofos de salón,
sino que tiene serias implicaciones éticas y políticas.
PROLOGO A LA EDICIÓN CASTELLANA

Tratado contra el método fue escrito hace ocho años y contiene


algunos materiales de hace más de veinte. Se trata, por lo tanto,
de una obra muy imperfecta. Al escribirla ya advertía confusamen-
te que existían ciertas incongruencias en las explicaciones tradicio-
nales de la ciencia, tenía incluso conciencia de ciertas áreas espe-
ciales en las que resultaban notables, pero no tenía una visión clara
del conjunto. Ahora yo diría que hay dos problemas sobre la
ciencia, a saber: (1) cuál es su estructura, cómo se construye y
evoluciona, y (2) cuál es su peso específico comparado con el de
otras tradiciones y rómo hemos de juzgar sus aplicaciones sociales
(incluida, por supuesto, la ciencia poh'tica).
Mi respuesta al primer problema es la siguiente: la ciencia no
presenta una estructura, queriendo decir con ello que no existen
unos elementos que se presenten en cada desarrollo científico,
contribuyan a su éxito y no desempeñen una función similar en
otros sistemas. Al tratar de resolver un problema, los científicos
utilizan indistintamente un procedimiento u otro: adoptan sus
métodos y modelos al problema en cuestión, en vez de considerarlos
como condiciones rígidamente establecidas para cada solución. No
hay una «racionalidad científica» que pueda considerarse como guía
para cada investigación; pero hay normas obtenidas de experien-
cias anteriores, sugerencias heurísticas, concepciones del mundo,
disparates metafísicos, restos y fragmentos de teorías abandonadas,
y de todos ellos hará uso el científico en su investigación. Por su-
puesto esto no quiere decir que no sean posibles unas teorías racio-
nales que faciliten modelos sencillos para la resolución de proble-
mas científicos: de hecho, existen, y algunos incluso alcanzan a ser
tomados en cuenta en algunas investigaciones, pero pretender que
son la base de toda la ciencia sería lo mismo que pretender que los
pasos del ballet clásico son la base de toda la locomoción. No tiene
sentido formular, de una forma general y al margen de los proble-
mas específicos, cuestiones tales como «qué criterio seguiría para
preferir una teoría a otra», y sólo podrían responder de forma
XVI PAUL FEYERABEND

concreta aquellos que han tenido que resolver problemas específi-


cos y que utilizan los conocimientos (en gran medida intuitivos)
que han acumulado en estos procesos para poder hacer sugerencias
definidas. En consecuencia, la ciencia se encuentra mucho más
cerca de las artes (y/o de las humanidades) de lo que se afirma en
nuestras teorías del conocimiento favoritas*.
Mi respuesta al segundo problema es una consecuencia de la
respuesta al primero. Si la razón científica no puede separarse de
la práctica de la ciencia, si es «inmanente a la investigación»,
entonces tampoco puede ser formulada ni entendida fuera de
situaciones específicas de la investigación. Para comprender la
razón científica uno tiene que convertirse en parte de la propia
ciencia. Esto sólo puede conducir al elitismo (la ciencia no puede
ser juzgada por personas ajenas) si se pasa por alto el hecho de
que a la misma ciencia se la hace o puede hacer parte de tradi-
ciones más amplias (las tradiciones sociales de las sociedades a
que pertenece) y de las correspondientes instituciones. Ahora
bien, esto mismo es aplicable a las demás disciplinas: no son
dirigidas desde el exterior, sino por aquellos que las ejercen,
haciendo uso de sus instituciones. Por ello, tanto los problemas
como los resultados científicos se evaluarán según los aconteci-
mientos que se produzcan en las tradiciones más amplias: es decir,
políticamente.
En una democracia, por ejemplo, los resultados científicos
serán evaluados por consejos de ciudadanos debidamente elegidos:
no son, así, los expertos, sino los comités democráticos quienes se
constituyen en autoridad definitiva para todas las cuestiones de
tipo científico. No es «la verdad» quien decide, sino las opiniones
que proceden de estos comités.
Es interesante observar que este punto de vista puede también
encontrarse en lugares tan poco usuales como la Orestiada, de
Esquilo. El protagonista intenta escapar de las Euménides, pero
éstas reclaman sus derechos: Orestes ha matado a su madre, a un
pariente consanguíneo y, por ello, debe ser castigado. Pero el

* Para más detalles, cf. cap. 1, Vol. II de mis Philosophical Papers, Cambridge,
1981. El punto de vista descrito en el texto no es nuevo. Ya era un lugar común
para Boltzmann, Mach, Einstein y Bohr, y contribuyó a las revoluciones científicas
del siglo XX. Comparados con la «revolución» producida por el Círculo de Viena y
sus locuaces oponentes, el racionalismo crítico representa una nueva forma de
primitivismo filosófico.
TRATADO CONTRA EL MÉTODO XVII

debate se centra ahora en determinar si una madre es un pariente


consanguíneo, y esta cuestión no la resuelve un grupo de expertos,
sino el voto de un consejo de ciudadanos en el que Atenea
también tiene voz. Más tarde Protagoras explicará que la facultad
para juzgar se adquiere mediante un proceso público en el que los
ciudadanos aprenden por la participación directa y no a través de
estudios especiales. Vemos que mi respuesta al segundo problema
tiene predecesores ilustres.
Pero también se plantean muchas objeciones, siendo la princi-
pal la de que el lego cometerá errores. Puede a ello contestarse
que los expertos se equivocan continuamente e imponen sus erro-
res a los ciudadanos, y si en alguna ocasión aprenden algo de los
mismos no darán ocasión a los demás para que también puedan
hacerlo. Las modas distorsioiían la ciencia y la medicina, y por
mucha piadosa retórica que haya en contrario, no existe la menor
garantía de que la ciencia vaya a rectificar sus propias equivocacio-
nes. A mayor abundamiento, la ciencia se apoya en el pluralismo
de ideas, al que no puede limitarse en modo alguno, lo que quiere
decir que las ideas de los ciudadanos adquieren una importancia
teórica. Las filosofías de la ciencia y las teorías del conocimiento y
políticas (incluyendo las marxistas), cualesquiera que sean, resul-
tan ser absolutamente superfluas.
INTRODUCCIÓN

"Ordnung its heutzutage meistens dort,


wo nichts ist.
Es ist eine Mangelerscheinung"
BR[;tHT*

La ciencia es una empresa esencialmente anarquista; el


anarquismo teórico es más humanista y más adecuado para
estimular el progreso que sus alternativas basadas en la ley
y en el orden.

El presente ensayo ha sido escrito con la convicción de que el


anarquismo, que tal vez no constituye la filosofía política más
atractiva, es sin embargo una medicina excelente para la epistemo-
logía y para la filosofía de la ciencia.
No es difícil descubrir la razón de ello.
La historia en general, y la historia de las revoluciones en
particular, es siempre más rica en contenido, más variada, más
multilateral y más viva e ingeniosa de lo que incluso el mejor
historiador y el mejor metodólogo pueden imaginar'. La historia

Nota: Para algunos comentarios referentes al uso del término 'anarquismo" cf.
nota 12 a pie de página, y el capítulo 16, texto correspondiente a notas 244 ss.

*En la actualidad hay sobre todo orden,


donde no hay nada.
Es una deficiencia aparente.

' "La historia en general, y la historia de las revoluciones en particular, es siem-


pre más rica en contenido, más variada, más multilateral, más viva e ingeniosa de
lo que incluso los mejores partidos y las vanguardias más conscientes de las clases
más avanzadas pueden imaginar' (V. I. Lenin, 'Left-Wing Comunism-An infantile
disorder". Selected Works, vol. 3, London, 1967, 401; traducción castellana:
2 PAUL FEYERABEND
está repleta de 'accidentes y coyunturas, y curiosas yuxtaposiciones
de eventos'2. Esto nos demuestra la 'complejidad del cambio
humano y el carácter impredictible de las últimas consecuencias de
cualquier acto o decisión de los hombres^. ¿Vamos a creer real-
mente que las simples e ingenuas reglas que los metodólogos
tienen por guía sean capaces de explicar tal 'laberinto de interac-
ciones'?" ¿Y no está claro que una participación satisfactoria en un
proceso de este tipo sólo será posible para quien sea oportunista
sin contemplaciones y no se encuentre comprometido con ninguna
filosofía particular, y para quien adopte cualquier procedimiento
que parezca apropiado a la situación?
De hecho, tal es la conclusión a la que han llegado inteligentes
y sesudos observadores. 'Dos conclusiones prácticas muy impor-
tantes se siguen de éste [carácter del proceso histórico], escribe
Lenin'', a continuación del pasaje que acabo de citar. Primera, que
para llevar a cabo su tarea, la clase revolucionaria [i. e. la clase de
aquellos que quieren cambiar o bien una parte de la sociedad, tal
como la ciencia, o la sociedad en general] debe ser capaz de
dominar, todas las formas y aspectos de la actividad social sin
excepción [debe ser capaz de entender, y aplicar, no sólo una
metodología particular, sino cualquier metodología y cualquier
variante de ella que pueda imaginar]...; segunda, [la clase revolu-

BuenOs Aires, 1965). Lenin se dirige a los partidos y a las vanguardias revolu-
cionarias y no a los científicos y metodólogos. La lección es, no obstante, la misma.
Cf. nota ."i.
- Herbert Butterfield, The Whif; Interprelatio of History, New York, 1965, 66.
' Ihkl.. 2Í.
"* Ihkl.. 25; cf. Hegel, Philo.\opbie der Ge.xchichle. Wcrke. vol. 9, ed. Edward
Gans, Berlin, 1837, 9: "Lo que enseña la experiencia y la historia es lo siguiente:
las naciones y los gobiernos nunca han aprendido nada de la historia, y nunca han
actuado según las reglas que podrían haber inferido de ella. Cada período posee
circunstancias peculiares tales, y se encuentra en una situación individual tal, que
habrán de tomarse decisiones, y tomar decisiones es lo único que puede hacerse, en
él y fuera de éV. —'Muy lúcido", 'sutil y muy lúcido': escribe Lenin en sus notas
marginales a este pasaje (Collected Work.t. vol. 38. London, 1%2, 307).
•^ Se ve con toda claridad cómo unas pocas sustituciones pueden convertir una
lección política en una lección metoJolóf;icu. Esto no es, en absoluto, sorpren-
dente. Tanto la metodología como la política constituyen medios por los que nos
movemos de una etapa histórica a otra. La única diferencia consiste en que las
metodologías standard pasan por alto el hecho de que la historia produce cons-
tantemente nuevas formas. También puede verse cómo un individuo, tal como
Lenin, que no esté intimidado por barreras tradicionales y cuyo pensamiento no
esté ligado a la ideología de una profesión, puede dar un consejo útil a todos,
filósofos de la ciencia incluidos.
INTRODUCCIÓN 3

cionaria] debe estar preparada para pasar de una a otra de la


manera más rápida e inesperada'. 'Las condiciones externas', escri-
be Einstein'', que se manifiestan por medio de los hechos expe-
rimentales, no le permiten al científico ser demasiado estricto en la
construcción de su mundo conceptual mediante la adhesión a un
sistema epistemológico. Por eso debe aparecer ante el epistemólo-
go sistemático como un oportunista sin escrúpulos...'. Un medio
complejo que abarca desarrollos sorprendentes e imprevisibles
exige procedimientos complejos y desafía el análisis basado en
reglas establecidas de antemano y que no tienen en cuenta las
condiciones, siempre cambiantes, de la historia.
Desde luego, es posible, simplificar el medio en el que trabaja
un científico simplificando a sus principales actores. La historia de
la ciencia, después de todo, no consta de hechos y de conclusiones
derivadas de los hechos. Contiene también ideas, interpretaciones
de hechos, problemas creados por interpretaciones conflictivas,
errores, etc. En un análisis más minucioso se descubre que la
ciencia no conoce 'hechos desnudos' en absoluto, sino que los
'hechos' que registra nuestro conocimiento están ya interpretados
de alguna forma y son, por tanto, esencialmente teóricos. Siendo
esto así, la historia de la ciencia será tan compleja, caótica y llena
de errores como las ideas que contiene, y a su vez, estas ideas
serán tan complejas, caóticas, llenas de errores y divertidas como
las mentes de quienes las han inventado. De modo inverso, un
ligero lavado de cerebro conseguirá convertir la historia de la
ciencia en algo más insípido, más simple, más informe, más
'objetivo' y más fácilmente accesible a un planteamiento por reglas
estrictas e incambiables.
La educación científica, como hoy día se entiende, apunta
exactamente a este objetivo. Tal educación simplifica la 'ciencia'
simplificando a sus participantes: en primer lugar se define un
dominio de investigación. A continuación, el dominio se separa del
resto de la historia (la física, por ejemplo, se separa de la meta-
física y de la teología) y recibe una 'lógica' propia. Después, un
entrenamiento completo en esa lógica condicionada a quienes tra-
bajan en dicho dominio. Con ello se consigue que sus acciones
sean más uniformes y al mismo tiempo se congelan grandes partes

'' Albert Einstein, Alherl Einstein: PlUtosoplier Scientist, ed. P. A. Schilnp New
Yorlt, 1951, 683 s.
4 PAUL FEYERABEND

del proceso histórico. 'Hechos' estables surgen y se mantienen a


pesar de las vicisitudes de la historia. Una parte esencial del
entrenamiento que posibiHta la aparición de tales hechos consiste
en el intento de inhibir las intuiciones que pudieran llevar a hacer
borrosas las fronteras. La religión de una persona, por ejemplo, o
su metafísica, o su sentido del humor (su sentido del humor
natural, no esa especie de hilaridad, ingénita y casi siempre
nauseabunda que se encuentra en las profesiones especializadas)
no deben tener el más mínimo contacto con su actividad científica.
Su imaginación queda restringida, e incluso su lenguaje deja de ser
el suyo propio^. Esto se refleja, a su vez, en el carácter de los
'hechos' científicos, que se experimentan como si fueran indepen-
dientes de la opinión, creencia, y del trasfondo cultural.
Resulta así posible crear una tradición que se sostenga por
medio de reglas estrictas, y que alcance además cierto éxito. ¿Pero
es deseable apoyar una tal tradición en la exclusión de cualquier
otra cosa? ¿deberían transferirse a ella todos los derechos para que
se ocupe del conocimiento, de forma que cualquier resultado
obtenido por otros métodos sea inmediatamente excluido de con-
curso? Tal es la cuestión que intento plantear en el presente
ensayo. Mi reespuesta será un firme y rotundo NO.
Existen dos razones por las que mi respuesta parece ser ade-
cuada. La primera consiste en que el mundo que deseamos explo-
rar es una entidad en gran medida desconocida. Debemos por
tanto mantener abiertas nuestras opciones y no restringirlas de
antemano. Las prescripciones epistemológicas pueden resultar bri-
llantes al compararlas con otras prescripciones epistemológicas, o
con principios generales ¿pero quién garantiza que constituyan el
mejor camino para descubrir, no ya unos cuantos 'hechos' aisla-
dos, sino ciertos secretos profundos de la naturaleza? La segunda
razón estriba en que una educación científica tal y como la descrita
antes (y como se imparte en nuestras escuelas) no puede recon-
ciliarse con una actitud humanista. Está en conflicto 'con el cultivo
de la individualidad que es lo tínico que produce, o puede pro-
ducir, seres humanos bien desarrollados'**; dicha educación 'mutila

^ Para el deterioro del lenguaje que sigue a cualquier aumento de profesionalis-


mo, cf. mi ensayo «Experts in a Free Society», The Critic. Noviembre/Diciembre
1970.
'^ John Stuart Mill, "On Liberty', The Philosophy of John Stuart Mill, ed.
Marshall Cohen, New York, 1961, 258.
INTRODUCCIÓN 5

por compresión, al igual que el pie de una dama china, cada parte
de la naturaleza humana que sobresalga y que tienda a diferenciar
notablemente a una persona del patrón' de los ideales de racio-
nalidad establecidos por la ciencia, o por la filosofía de la ciencia.
El intento de aumentar la libertad, de procurar una vida plena y
gratificadora, y el correspondiente intento de descubrir los secretos
de la naturaleza y del hombre implican, por tanto, el rechazo de
criterios universales y de todas las tradiciones rígidas. (Ciertamen-
te, también implican el rechazo de una gran parte de la ciencia
contemporánea).
Es sorprendente comprobar cuan rara vez ha sido analizado
por anarquistas profesionales el efecto embrutecedor de 'las Leyes
de la Razón' o de la práctica científica. Los anarquistas profesio-
nales se oponen a cualquier tipo de restricción y piden que se
permita al individuo desarrollarse libremente, desembarazado de
leyes, obligaciones o deberes. Y sin embargo aceptan sin protesta
alguna todos los rígidos criterios que científicos y lógicos imponen
a la investigación y a toda actividad que produzca conocimiento o
lo cambie. A veces, las leyes del método científico, o aquello que
un escritor particular concibe como leyes del método científico,
han sido insertadas en el mismo anarquismo. 'El anarquismo es
una concepción del mundo que se basa en una explicación mecáni-
ca de todos los fenómenos', escribe Kropotkin'". Su método de
investigación es el de las ciencias naturales exactas... el método de
inducción y deducción'. 'No está nada claro', escribe un profesor
moderno 'radical' de Columbia", 'que la investigación científica
exija una libertad absoluta de palabra y de debate. Por el contra-
rio, la evidencia sugiere que ciertos tipos de esclavitud no suponen
ningún obstáculo en el camino de la ciencia...'

'' IhiiL. 26.S.


'" Peter AlcxeiMch Kropotkin, 'Modern Science and Anarchism" Kropoik'm's
Rcioíiitioiuiry Paniplilcls. ed. R. W. Baldwin, New York, 1970, 150-2. 'Una de las
mayores peculiaridades de Ibsen consistía en que nada era válido para él excepto la
ciencia'. B. Shaw, Back lo Mcihnscluh, New York, 1921, XCVII. Comentando
estos y otros fenómenos similares Strindberg escribe (Aiilihiirhiini.s): 'Una genera-
ción que tuvo el coraje de deshacerse de Dios, de aplastar al Estado y a la Iglesia, y
de prescindir de la sociedad y de la moralidad, se inclinaba, sin embargo, ante la
ciencia. Y en la ciencia, donde debería reinar la liberta'd, el orden del día era 'creer
en las autoridades o dejarse cortar la cabeza'.
" R. P. Wolff, rhe Pou-rly of Lihcrali.sm. Boston, 1968, 15. Para una crítica
más detallada de Wolff, ver nota 2 de mi ensayo 'Against Method' en Minncsoia
Sliidic's en The Philosophy of Science, vol. 5, Minneapolis, 1970. (Hay traducción
castellana en Ariel).
6 PAUL FEYERABEND

Ciertamente existen personas para quienes esto 'no está nada


claro'. Empecemos, pues, con nuestro esbozo de una metodología
anarquista y correspondientemente de una ciencia anarquista'^.
No hay nada que nos obligue a temer que la disminución del interés
por la ley y el orden por parte de la ciencia y de la sociedad, que
caracteriza a un anarquismo de este tipo, conduzca al caos. El
sistema nervioso del hombre está demasiado bien organizado para
que suceda esto'^. Puede llegar una época en que sea necesario
conceder a la razón una preponderancia transitoria y en la que
resulte aconsejable defender sus reglas con exclusión de todo lo
demás. No creo que hoy estemos viviendo en semejante época.

'- Al elegir el término anarquismo' para designar mi planteamiento, tuve en


cuenta sin más, su uso general. Sin embargo, el anarquismo, tal y como se ha
practicado en el pasado y como se practica hoy día por un número cada vez mayor
de personas, posee rasgos que no estoy dispuesto a defender. Se preocupa poco de
las vidas humanas y de la felicidad humana (excepto de la vida y la felicidad de
aquellos que pertenecen a algún grupo especial); además implica el tipo de dedica-
ción y seriedad Puritana que yo detesto. Existen algunas excepciones exquisitas
tales como Cohn-Bendit, pero son minoría). Por estos motivos prefiero ahora
emplear el término Dadiiismn. Un Dadaísta no sería capaz de hacer daño a una
mosca, mucho menos a un ser humano. Un Dadaísta permanece completamente
impasible ante una empresa seria y sospecha siempre cuando la gente deja de sonreír,
asumiendo aquella actitud y aquellas expresiones faciales que indican que se va a
decir algo importante. Un Dadaísta está convencido de que una vida que merezca
la pena sólo será factible cuando empecemos a tomar las cosas a la lif;era y cuando
eliminemos del lenguaje aquellos-significados profundos pero ya putrefactos que ha
ido acumulando a lo largo de los siglos (búsqueda de la verdad'; "defensa de la
justicia"; "amor apasionado'; etc., etc.). Un Dadaísta está dispuesto a iniciar
divertidos experimentos incluso en aquellos dominios donde el cambio y la experi-
mentación parecen imposibles (ejemplo: las funciones básicas del lenguaje). Espero
que tras la lectura del presente panfleto, el lector me recuerde como un frivolo
Dadaísta y no como un anarquista serio. Cf. la nota 20 del capítulo 2.
'^ Incluso en situaciones indeterminadas y ambiguas, se consigue rápidamente la
uniformidad de la acción y nos adherimos a ella con tenacidad. Ver Muzafer Sherif,
The Ps\choUif>y of Social Norms, New York, 1964.
ADIOS A LA RAZON

T raducción de la versión inglesa de la respuesta a


los ensayos recogidos p o r H. P. D ü rr, en Versu-
chungen (T entaciones), F ran k fu rt, 1981. D ifiere de
la versión alem ana.
La versión alem ana de este ensayo se basaba en
la tam bién versión alem ana de Against M ethod (tra ­
ducción al castellano: Tratado contra el método,
Ed. Tecnos, M adrid, 1981; abreviatura: TCM ), que
difiere de las versiones inglesa, francesa y holan­
desa. Erkenntnis fü r freie Menschen (C onocim iento
p ara hom bres libres; abreviatura: EFM) es una ver­
sión am pliada al alem án de la o b ra Science in a
Free Society (traducción al castellano: L a ciencia en
una sociedad libre, M adrid, 1982; abreviatura: C SL).
N o contiene los capítulos sobre K uhn, la Revolu­
ción C o p ernicana, A ristóteles y las respuestas a las
críticas, que en la versión inglesa su ponían m ás de
la m itad del texto. En su luga se ofrece u n a explica­
ción m ás detallada de la relación entre razón y
práctica, un capítulo am pliado sobre el Relativism o,
un resum en del desarrollo filosófico desde Jenófa-
nes a L akatos, así com o u n a reconstrucción racio­
nal del d ebate entre el a u to r y estudiantes de la
U niversidad de Kassel.
Las notas a pie de página deben leerse ju n to con
el texto: son co n trap u n to , no m eras ideas elab o ra­
das posteriorm ente.

1. P A N O R A M IC A

En T C M y en EFM he tra ta d o los tem as siguien­


tes: la estructura del raciocinio científico y el papel

19

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de u n a filosofía de la ciencia; la autoridad de la
ciencia co m p arad a con o tras form as de vida; la
au to rid ad de las tradiciones en general y el papel
del p ensam iento científico (filosofía, religión, m eta­
física) y de los ideales abstractos (por ejem plo, el
hum anitarism o).

2. LA E ST R U C T U R A D E LA C IEN C IA

E n lo que concierne al prim er punto, mis ideas


son las siguientes: las ciencias no poseen una estruc­
tu ra com ún, no hay elem entos que se den en toda
investigación científica y que no aparezcan en otros
dom inios O casionalm ente, desarrollos concretos
tienen rasgos distintos y p o r ello, en ciertas circuns­
tancias, podem os decir p o r qué y cóm o han co n d u ­
cido tales rasgos al éxito. P ero esto no es verdad
p ara to d o desarro llo científico, y un procedim iento
que nos ay u d ó en el pasad o puede p ro n to llevarnos
al desastre. L a investigación con éxito n o obedece a
estándares generales: ya se apoya en una regla, ya
en o tra, y no siem pre se conocen explícitam ente los
m ovim ientos que la hacen avanzar. U na teoría de la
ciencia que ap u n ta a estándares y elem entos estruc­
turales com unes a todas las actividades científicas y
las au to rice p o r referencia a alguna teoría de la
racionalidad del quehacer científico, puede parecer
m uy im ponente, pero es un instrum ento dem asiado
tosco p ara ay u d ar al científico en su investigación.
P or o tro lado, podem os enum erar m étodos em píri­
cos, aducir ejem plos históricos; usando estudios de
caso podem os intentar d em ostrar la inherente com ­
plejidad de la investigación y p rep arar así al cientí-

1 La objeción de que sin tales elem entos la p a la b ra «ciencia»


n o ten d ría significado p resupone una teoría del significado que
ha sido c ritic a d a , con razones excelentes, p o r O ckham , Berkeley
y "W ittgenstein.

20

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fico p ara la ciénaga en que va a penetrar. Tal p ro ­
cedim iento le d ará una idea general de la riqueza
del proceso histórico en que él quiere influir; le
an im ará a d ejar atrá s cosas infantiles, com o la
lógica y los sistem as epistem ológicos; le ay udará a
pensar en d erro tero s m ás com plejos, y esto es to d o
lo que podem os hacer, dada la naturaleza del m ate­
rial. U na teo ría que p retenda m ás perderá el co n ­
tacto con la realid ad precisam ente cu an d o debería
ser p uram ente n o rm ativa. N o sólo las norm as son
algo que no usan los científicos: es imposible obede­
cerlas, lo m ism o que es im posible escalar el m onte
Everest usando los pasos de ballet clásico.
Las ideas expuestas (ilustradas con ejem plos his­
tóricos en TCM ) no son nuevas. Las encontram os
en B oltzm ann, M ach, D uhem , Einstein y tam bién,
de una form a filosóficam ente desecada, en W itt-
genstein. E stos científicos y o tro s antes de ellos han
exam inado abstracciones com o «espacio», «tiem po»,
«substancia», «hecho», «espíritu», «cuerpo», y las
en co n traro n defectuosas. Ni las m ism as leyes de la
lógica q u ed aro n exentas de sus dudas, y, p o r ejem ­
plo, B oltzm ann las consideraba com o ayudas tem ­
porales al pensam iento que p ro n to serían sustitui­
das p or leyes m ejores
Estos científicos creían que todo lo que influye en
la ciencia debe tam bién ser exam inado p o r ella.
H acer ciencia no significa resolver problem as sobre
la base de condiciones externas previam ente co n o ­
cidas, po n er restricciones a la investigación y capa­
citarnos p ara an ticip ar propiedades generales de
to d as las posibles soluciones (por ejem plo, todas las
soluciones son «racionales» y conform es a las leyes
de la «lógica»); significa a d a p ta r cualquier conoci­
m iento que un o tenga y cualquier instrum ento
(físico, psicológico, etC:) que uno use a las ideas y

10 Populäre Schriften, Leipzig, 1905, p. 318.

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exigencias de un particu lar estadio histórico. Un
científico no es un sum iso tra b a ja d o r que obedece
piadosam ente a leyes básicas vigiladas p o r sum os
sacerdotes estelares (lógicos y /o filósofos de la cien­
cia), sino que es un oportunista que va plegando los
resultados del p asad o y los m ás sacros principios
del presente a un o u o tro objetivo, suponiendo que
llegue siquiera a prestarles atención 2. Los princi­
pios generales pueden desem peñar un papel, pero
son usados (y, todavía con m ayor frecuencia, a b u ­
sados) de acuerdo con la situación concreta de la
investigación. Es inútil intentar «explicar» o «justi­
ficar» o «presentarlos sistem áticam ente» y los cien­
tíficos q ue acab o de m encionar llam an realm ente
a sus invenciones «aperçus» u «observaciones m ar­
ginales» o incluso «jokes» (brom as) 3. Especial­
m ente, M ach rehusaba h ablar de «filosofía». En la
m edida en que el científico está interesado, hay
tam bién investigación, hay m étodos em píricos ilus­
trados históricam ente p ara científicos del futuro, y
no hay m ás que hablar.
Los e sq u em atism o s de la lógica form al y de la lógica
inductiva tienen sólo poca u tilid ad p a ra la investiga­
ción, p o rq u e la situación intelectual jam á s se repite de
la m ism a fo rm a. Sin em b a rg o , los ejem plos de los
g ran d es científicos son m uy estim ulantes, y así es
co m o se d a el in te n to de realizar experim entos m en ta ­
les a su m an era. E sta es, pues, la fo rm a en que gene­
raciones po sterio res han hecho a v an z ar a la ciencia [...]4.

2 E instein escribe (P. A. Schilpp [éd.], A lbert Einstein: Philo­


sopher Scientist, New Y ork, 1951, pp. 683 ss.): «Las condiciones
e xternas establecidas [p a ra el científico] p o r los hechos de la
experiencia no le p erm iten restringirse él m ism o d em a siad o en la
c onstrucción de su m u n d o conceptual a dhiriéndose a un sistem a
epistem ológico. P o r esta razón, a n te los ojos del epistem ologista
sistem ático debe a p are ce r com o un o p o rtu n ista sin e scrúpu­
los [...].»
1 «A perçus», en E. M ach, A nalyse der Empfindungen, Jen a,
1922, p. 39; «Jokes», en P hilipp F ra n k , Einstein, his L ife and
Times. L on d o n , 1948, p. 261.
4' M ach, E rkenntnis und Irrtum , Leipzig, 1917, p. 200.

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T odas las ciencias, psicología, fisiología incluida,
co lab o raro n en el exam en de categorías trad icio n a­
les, com o la categoría de una existencia objetiva, y
el estudio de la historia se ad a p ta al m ism o p ro p ó ­
sito 5. Incluso las leyes m ás fundam entales del pen­
sam iento pueden ser derribadas en el curso del
cam bio científico. Esto no fue p alab rería vacía; se
trató de ideas fecundas: la revolución de la física
m oderna hub iera sido im posible sin ellas 6. Surgió
entonces una física que no era ya un esquem a de
predicciones, sino una concepción filosófica, y esta
concepción, a su vez, no era sim ple verbalism o inte­
lectual: estaba llena de contenido concreto.
A hora bien, es interesante contem plar cóm o esta
fecunda colaboración entre pensam iento filosófico,
estudio histórico e investigación científica cesó
repentinam ente y fue sustituida por un nuevo prim i­
tivism o filosófico 1. C ircundados p o r descubrim ien­
tos revolucionarios en el cam po de las ciencias, por
interesantes p u n to s de vista en las artes, p o r sor­
prendentes desarrollos en política, los «filósofos»
del C írculo de Viena se retiraron a un estrecho y
mal construido bastión. Se rom pieron los lazos con
la historia; dejó de usarse el tra ta r tem as distantes
p ara solucionar problem as filosóficos; se im puso
una term inología ajena a las ciencias, así com o
problem as sin relevancia científica 8. D espués de un
largo p erío d o de tiem po, Polanyi y luego K uhn fue­

5 Se recuerda al lector cóm o usaba A ristóteles la historia para


a y u d a r a la filosofía y las ciencias e in te g rab a en el proceso
fisica, biología, psicología, filosofía política, retó rica, teoría de
las ideas y de la poesía.
6 El in te n to de Z ah a r de m o strar que E instein fue un p o p p e ­
rian o y que sólo M ach le h a b ría p o d id o fren a r en dicha ten d en ­
cia ha sido re fu ta d o en el vol. II, cap. 6, de m is Philosophical
Papers, C am bridge, 1981.
* Así es com o yo interpreté la situación de form a m uy dife­
rente a la de Ravetz.
8 Para detalles, cf. vol. II, cap. 5, de mis Philosophical Papers.

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ron los prim eros pensadores qué co m p araro n la
filosofía escolar resultante con su pretendido objeto
— la ciencia— y m ostraron así su carácter de ilu­
sión. E sto no m ejoró la situación. Los filósofos no
volvieron a la historia. N o a b a n d o n aro n las c h a ra­
das lógicas que eran su negocio actual. Las enrique­
cieron con nuevos gestos vacíos, la m ayoría to m a­
dos de K hun («paradigm a», «crisis», «revolución»,
etcétera), sin tener encuenta el contexto, y com pli­
caron su doctrina, pero no la acercaron más a la
realidad 9. El positivism o pre-kuhniano era infantil,
pero relativam ente claro (esto incluye a P opper que
es un positivista en todos los aspectos relevantes).
El positivism o post-kuhniano ha perm anecido sien­
do infantil, pero adem ás es muy oscuro.
Im re L ak ato s fue el único filósofo de la ciencia
que se enfrentó seriam ente con el desafío de Kuhn.
C o m b atió a K uhn sobre su propio fu n dam ento y
con sus p ro p ias arm as. A dm itió que el positivism o
y el falsificacionism o ni ilum inan al científico ni le
ayudan en su investigación. Sin em bargo, negó que
ad en trarse m ás en la historia fo rzara a u n a relativi-
zación de todos los estándares. Esa puede ser la
reacción de un racionalista confuso que se enfrenta
p o r p rim era vez a la historia en todo su esplendor.
Pero un estudio m ás p ro fundo del m ism o m aterial
m uestra que los procesos científicos com parten una
estru ctu ra y obedecen a reglas generales. H ay una
teo ría de la ciencia y, m ás generalm ente, u n a teoría
de la racio n alid ad p o r la que el pensam iento pene­
tra en la historia de una form a legítima.

9 Polanyi tiene sólo u n a influencia m enor: él era d em asiad o


difícil p a ra los cientos de jóvenes sociólogos y filósofos de la
ciencia que preferían fraseologías m ás m anejables y conceptos
aca b ad o s a un tip o de com p ren sió n que no puede com prim irse
en u n esquem a filosófico. A dem ás, él e stab a influido p o r Kier-
kegaard, u n o de los m ás radicales enem igos de u n a filosofía de
«resultados».

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En TCM, así com o en el capítulo 10 del volum en
II de mis Philosophical Papers (C am bridge 1981) he
in ten tad o refu tar esta tesis. Mi form a de proceder
fue parcialm ente ab stracta, consistiendo en una crí­
tica de la interpretación de la historia hecha por
L akatos, parcialm ente histórica. A lgunos críticos
niegan que mis ejem plos históricos apoyen mi causa
(abajo serán trata d as sus objeciones). Sin em bargo,
si estoy en lo ju sto — y me hallo b astan te seguro de
ello— , entonces es necesario volver a la posición de
M ach y Einstein. Entonces es im posible una teoría
de la ciencia. Sólo existe un proceso de investiga­
ción, y hay to d o tipo de reglas em píricas que nos
ayudan en n u estro in ten to de avanzar, pero que tie­
nen que ser siem pre exam inadas p a ra asegurar que
siguen siendo útiles 10.
C on esto tenem os una sencilla respuesta a las
diversas críticas que o me corrigen p o r oponerm e a
las teorías de la ciencia y p o r llegar a desarrollar yo
m ism o u na teoría, o me reprenden p o r n o d a r «una
determ inación positiva de aquello en que consiste
una buen a ciencia» (D iederich): si un conjunto de
reglas em píricas es llam ado «teoría», entonces,
desde luego, yo tengo una teoría —pero esto difiere
considerablem ente de los antisépticos castillos so ñ a­
dos de K ant y Hegel o de las perreras de C arn ap y
Popper. Por o tra p arte, M ach y W ittgenstein care­
cen de un im ponente edificio m ental, de un «sis­
tem a», com o les gusta decir a los alem anes, no p o r
carecer de potencia especuladora, sino p o r haberse

10 ¿C uáles son los criterio s que guían el proceso de c o m p ro ­


bación? H ay criterios que parecen m ás a p ro p ia d o s p a ra la situa­
ción a m an o . ¿C óm o p o d rá determ in arse su ad ecu ació n ? N os­
o tro s la constituim os en la m ism a investigación que realizam os:
los c riterios n o sólo enjuician sucesos y procesos; con frecuencia
q u e d an constituidos p o r dichos elem entos y deben ser in tro d u c i­
d o s de e sta fo rm a, o , de lo c o n tra rio , la investigación jam ás
p o d rá ser iniciada. Cf. TCM , p. 16.

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p ercatad o de que los «sistem as» po d rían ser la
m uerte de las ciencias (artes, religión, etc.) u . Y las
ciencias n aturales, especialm ente la física y la a stro ­
nom ía, introducen el argum ento, no porque yo esté
«fascinado p o r ellas», com o han no tad o algunos

" L ak ato s, W orral y L enk después de él h a n p re sen ta d o la


objeción de qu e, si esto p o d ría ser verdad en las reglas episte­
m ológicas que in te n tan guiar la investigación, n o p o d ría , en
c am bio, aplicarse a las p a u ta s con que se juzgan resultados.
A h o ra bien, tales juicios o lim itan la investigación, o son actos
verbales sin consecuencias prácticas. L akatos, W orral y L enk,
en reacción a an te rio re s observaciones críticas m ías y de M us-
g ra v e , e x clu y en la p rim e ra a lte rn a tiv a (cf. L a k a to s , e n C.
H ow son [ed.], M eth o d and A ppraisal in the P hysical Sciences,
C am bridge, 1976, pp. 15 ss.) e identifican la ho n estid ad cientí­
fica con el o frecim iento de descripciones correctas, en p a la b ras
de L ak ato s, de estadios tran sito rio s de la investigación sin afec­
ta r a los m ism os estad io s. P ero ¿cuál es la u tilid ad de u n a ética
d o n d e un lad ró n puede ro b a r to d o lo que qu iera, es a la b a d o
com o un h o m b re h o n ra d o p o r la policía y p o r el h o m b re de la
calle a co ndición de que él cuente a to d o s que es un ladrón? Si
éste es el se n tid o en que la m eto d o lo g ía de los p ro g ra m a s de
investigación difiere del « a narquism o», entonces yo estoy dis­
p u esto a con v ertirm e en un seguidor de los p ro g ram a s de inves­
tigación. P o rq u e ¿quién no p referirá ser a la b a d o a ser criticado
c u an d o to d o lo que tiene que hacer es d escribir sus a cto s en la
jerg a de u n a d e te rm in a d a escuela? Cf. mis Phil. Papers, vol. II,
cap. 10, n o ta 25.
E n su a u to b io g ra fía , que contiene la relación m ás c la ra sobre
la filosofía de P o p p er, he leído en algún sitio que G e ra rd R ad-
n itzky escribe que yo he «m alo g rad o el pro b lem a de la evalua­
ción de la teo ría ta n to com o antes lo hizo K uhn» (Philosophers
on their own work, ed. A . M ercier am d M. Svilar, vol. 7, Berne-
Las V egas, 1981, p. 167). El a rg u m e n to en el tex to m u estra que
n o hem os e stro p ea d o el p ro b lem a, sino que lo hem os a rtic u la d o
— n o existe un p ro b lem a de evaluación de teo rías con u n a so lu ­
ción, sin o que hay ta n to s p ro b lem as y tan ta s soluciones com o
teorías m ayores— y le hem os asignado a él, o, m ejor d icho, a
los m uchos p ro b lem as que han sido reem plazados p o r los sim ­
plistas cuentos de h a d as de los filósofos, su con tex to adecuado,
el de la investigación científica real: las filosofías q u e se o c u p an
de la evaluación de teo rías en fo rm a a b stra c ta e independiente­
m ente de la situación en investigación en que debería realizarse
la evaluación no son sino necios in ten to s de c o n stru ir un ins­
tru m e n to de m edida sin c o n sid e ra r lo q u e se va a m ed ir y en
qué circunstancias. Cf. C SL, p. 33.

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críticos, sino p o rq u e son el tem a en cuestión:
m atem áticas, física y astronom ía fueron las arm as
que u saro n los positivistas y sus angustiados a n ta ­
gonistas, los racionalistas críticos, p a ra asesinar
o tras filosofías; a h o ra esta arm a se vuelve co n tra
sus utilizadores y dispara contra ellos llfl.
T am poco h ab lo de progreso p o rq u e yo crea en él
o sepa lo que significa, sino con el p ro p ó sito de
crear dificultades a los racionalistas, que son, pues,
los am antes del progreso (utilizar una reductio ad
absurdum no im plica que el argum entante tenga que
acep tar las prem isas 12 [cf. TCM, página 12]). En lo
que concierne al lem a «todo sirve», sin em bargo el
asu n to es m uy sencillo. En TCM, esta consigna sólo
aparece u n a vez y yo explico lo que significa {TCM,
página 12):
A quienes co nsideren el rico m aterial que p ro p o r­
ciona la h isto ria y no intenten em pobrecerlo, p a ra d a r
satisfacción a sus m ás bajos in stin to s y a su deseo de
se g u rid ad in telectual con el p re te x to de c la rid a d , p re ­
cisión, «objetividad», «verdad», a esas p e rso n as les
p a rec erá que sólo hay un principio que puede defen­
derse bajo cualquier circunstancia y en todas las etap as
del d e sa rro llo h u m an o . M e refiero al p rin cip io todo
sirve.

E sta es u n a explicación en sí ya clara, pero puede


leerse to d av ía de dos form as: yo a d o p to dicho lem a
y sugiero se use com o base del pensam iento; yo no

110 A dem ás, cu alq u ier niño puede a ta c a r un racio n alism o a b s­


tra c to con m aterial sacado de las ciencias sociales o de las
hum anidades. Los rasgos irracionales de las ciencias n atu rales
son algo m u ch o m ás difícil de identificar, son m ucho m ás so r­
prendentes y — éste es el p u n to cen tral— tienen substancia.
12 Parece que u n so rp re n d en te n ú m ero de críticas no conoce
esta sim ple regla de arg u m e n ta c ió n que era ya a rc h isa b id a p o r
P la tó n , y que fue c odificada p o r A ristóteles en sus Tópicos: los
m ás cla m o ro so s d efensores del racio n alism o n o conocen el c o n ­
ten id o de su d o c trin a fa v o rita. P a ra m ás detalles, cf. C SL, pa rte
tercera («C onversaciones con analfab eto s» ), especialm ente
pp. 182 ss.

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lo ad o p to , p ero describo sim plem ente el destino de
un am an te de los principios que tom a en considera­
ción la historia: el único principio que le queda será
el «todo sirve». En la página 17 de T C M (y lo
repito en E F M y en C SL) he rechazado explícita­
m ente la p rim era in terp re tació n . Yo escribo ahí:
Mi in ten ció n n o es su stitu ir un c o n ju n to de reglas
generales p o r o tro c o n ju n to ; p o r el c o n tra rio , mi
intención es convencer al lecto r de que todas las m eto­
dologías, incluidas las m ás obvias, tienen sus lím ites u .

Un crítico irritad o , que desgraciadam ente no ha


sido bendecido p o r un exceso de inteligencia,
denom ina este co m entario un «intento de inm uniza­
ción». Pero un o , ciertam ente, debe distinguir entre
correcciones que dan nuevos significados a afirm a­
ciones an teriores y o tras correcciones que citan
afirm aciones ya hechas pero pasadas por alto por la
crítica. Mis com entarios son del segundo tipo y reve­
lan o u na falta de pensam iento claro o u n a conside­
rable falta de cu idado p o r p a rte de mis lectores
m enos am istosos 14.

13 El pasaje co n tin ú a: «La m ejor m anera de h acer ver esto


consiste en d e m o s tra r los lim ites, e incluso la irrac io n a lid a d de
alg u n a de las reglas que la m eto d o lo g ía o el lecto r g u sta n consi-
j d e rar com o básicas. En el caso de la inducción (incluida la
inducción p o r falsación) lo a n te rio r equivale a d e m o stra r que la
í co n train d u cció n puede ser defendida satisfactoriam ente con
! a rg u m en to s [...]»: la co n train d u cció n es una pa rte de la crítica
de m éto d o s trad icio n a le s, no el p u n to de p a rtid a de u n a nueva
m etodología com o parecen su p o n e r m uchos críticos.
14 U n ejem plo in teresan te, y ex trem o , en cierto m o d o , es la
! recensión de m is lib ro s en la New York R eview o f B ooks hecha
( p o r Jo ra v sk y . C ierta m e n te , a Jo ra v sk y no le gusta m i estilo, mi
form a de p re sen ta r, mis ideas; esto lo m anifiesta con clarid ad y
ab u n d an tem e n te . Sin em b arg o , m e pide que a p o rte criterios
p a ra preferir u n a teo ría o un p ro g ram a de investigación a otros.
Pero ésta es precisam ente la cuestión que yo p lan teo y respondo
en T C M y en C SL. En TCM , el con tex to es la investigación
científica y la respuesta es; los c riterio s p a ra la investigación
científica varían de un proyecto de investigación al próxim o.
In te n ta r d iscutirlos y fijarlos independientem ente de la situación

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La situación se clarifica aún m ás si se consideran
las siguientes circunstancias 15.
D espués de p ro d u cir la consigna «todo sirve»,
escribí: «Este principio debe ah o ra ser exam inado y
explicado en sus detalles concretos (TC M , pági­
na 12). Lo que quiere decir: el principio carece

q u e se presum e deb en g u iar ellos m ism os es algo tan necio


com o in te n ta r c o n stru ir un in stru m en to de m edida sin sa b e r lo
que u n o va a m edir. En C SL, el con tex to es u n a so cied ad libre,
y la respuesta: los resu ltad o s científicos son v a lo ra d o s p o r las
p au tas de la trad ició n a que se ofrecen, lo que n a tu ra lm e n te
p resupone una separación entre E stad o y ciencia. L a p re g u n ta
de Jo ra v sk y m u estra que él no ha pod id o e n c o n tra r estas res­
puestas, a u n q u e están explicadas a lo largo de a m b o s libros y
resum idas en las secciones in tro d u c to ria s. L o que h a pod id o
e n c o n tra r h a n sido tres líneas de n atu raleza a u to b io g ráfic a que
tra ta n del c o lo r de mi orina. O bviam ente, él p o d ría ser un exce­
lente c o rre c to r d e p ru e b as p a ra a nuncios de arabescos. U n o se
p reg u n ta q u é es lo que ha m o vido a los e d ito res p a ra c ree r que
él tam bién p o d ría recensionar libros.
15 El a nalfabetism o es u n a p a rte esencial de la historia de las
ideas: el tem a no existiría sin él. E scritores filosóficos, inclu­
y endo al c u id a d o so Sim plicio, m ucho tiem po p e n sa ro n que Pla­
tón y A ristóteles tenían la m ism a filosofía. En este caso se unían
p od ero so s m otivos teóricos. F uertes m otivos teóricos están
tam bién suby acen tes en la tesis d e que los filósofos, y tam bién
el m ism o A ristóteles, trab a ja n to d o s con un sistem a único y que
ja m á s cam b ian de m en talid ad . En el caso de A ristó teles esta
idea h a sido su p e ra d a sólo en el siglo xx, co m o re su lta d o del
incisivo análisis de W erner Jäger. Los m otivos teóricos se com ­
b in ab a n con v o racidad (de fam a) y la sim ple ignorancia tra n s ­
fo rm ó a M ach en u n filósofo de los d a to s sensibles (cf. vol. II,
cap. 6, de m is Phil. Papers p a ra una explicación m ás d etallad a).
Niels B ohr inventó una interpretación predisposicional de la
p ro b a b ilid ad y una in terp retació n objetiva d e los hechos c u á n ti­
cos sólo p a ra que P o p p er le criticara su subjetivism o, siendo
m uy interesante que el m ism o P o p p e r em plea una versión recor­
ta d a de la idea d e Bohr so b re la p ro p en sió n co m o su in stru ­
m ento de crítica (Phil. Papers, vol. I, cap. 16). T o d o holgazán
de la filosofía de la ciencia ha criticado, o p o r lo m enos a n a te ­
m atiza d o , a A ristóteles o a H egel, sin el m ás ru d im e n tario
co n o cim ien to de las ideas de am bos. Se em plean m uchos p rejui­
cios b asad o s, c iertam en te, en la ignorancia: «¿Q uiere usted que
v olvam os a A ristóteles?», escribió M ary H esse en una crítica a
u n o de m is prim eros trab a jo s (cf. TCM, p. 32, n o ta 36) e influyó
en m uchos lectores que jam á s han leído u n a sola línea de este

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to davía de contenido. Su contenido lo adquiere
m ediante un análisis de procesos concretos, lo
m ism o que el concepto de R enacim iento, p ara
to m ar un ejem plo histórico, recibe su contenido
desde la investigación histórica, que tra ta situacio­
nes m uy diferentes y com plejas. Los procesos h istó ­
ricos a que aludo son, desde luego, estudios de
caso. Estos estudios m uestran cóm o C opérnico,
New ton, G alileo, los presocráticos y Einstein logra­
ron lo que hoy es conocido com o sus éxitos. Los
d erro tero s que siguieron no carecían de dirección, y
todos ellos tenían ideas m uy concretas sobre sus
m étodos, aunque las ideas a las que llegaron fueron
muy distintas de sus puntos de partida. T am poco
p u d o preverse la dirección final de la investigación.
N adie conocía de antem ano los virajes y vueltas que
ten d ría que hacer; nadie preveía los m étodos que
ten d ría que utilizar en el curso del viaje, p ero nues­
tros viajeros no dudaron y se ad en traro n valerosa­
m en te en t i e r r a d e n a d ie . R e tro s p e c tiv a m e n te
podem os con frecuencia identificar itinerarios bien
definidos; podem os retrazarlos en detalle y con pre­
cisión (TC M , capítulo 11), pero estos itinerarios
difirieron considerablem ente de las heliografías de
los filósofos (ver las m alhum oradas objeciones de
D escartes a G alileo en TCM, página 53) y no eran
conocidos previam ente. O portu n id ad , actividad h u ­
m ana, leyes n aturales, circunstancias sociales; to d o
esto co n trib u y ó de la form a m ás curiosa y asom ­

filósofo. B runo y G alileo presentan objeciones de tal fo rm a que


se ad vierte que no cono cían o no q u e ría n ten er en c u en ta las
excelentes respuestas que A ristóteles d a a las m ism as objeciones.
L essing, el g ra n ra cio n alista y p o e ta a le m án , hace tiem p o que
re c o n o c ió e sta c a ra c te rís tic a de Ja h is to ria de la s id e a s e
in te n tó c o m b a tirla escribiendo «rehabilitaciones» («R ettungen»)
de gente que h ab ía sido c alum niada p o r crasa ignorancia y p o r
analfab etism o . D esgraciadam ente, su h u m an itarism o nunca fue
p o p u la r entre los «líderes» intelectuales cuya fam a y existencia
p arece d ep en d er de ru m o res desaprensivos.

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b rosa a llevarles a sus objetivos. P or esta razón, los
estudios de caso tienen un resultado positivo y o tro
negativo. El resu ltado negativo es que se violan y
hay que violar m uchos estándares si querem os
obtener lo que ah o ra consideram os ser logros de
im portancia. N o hay estándares que tengan un con­
tenido y den una explicación correcta de todos los
descubrim ientos hechos en las ciencias. El resultado
positivo es que m étodos que hoy parecen poseer
cierta racio n alid ad e integridad (estas cosas, sin.
em bargo, ten ían un aspecto muy distinto cuando se
las usó p o r prim era vez [cf. M argolis]) tuvieron
éxito y pueden ser considerados com o útiles reglas
em píricas p ara la investigación del futuro. (Estoy
muy lejos de recom endar la elim inación de todas las
reglas y m étodos de las que intento explicar cóm o
ayudaron a conseguir los éxitos pasados, es decir,
sobre qué acciones fueron posibles dichos éxitos; yo
solam ente hago n o ta r que los éxitos se dieron bajo
condiciones específicas prácticam ente desconocidas,
que n o sotros frecuentem ente no com prendem os a
dónde se dirigían y que su repetición no sólo no es
una cosa n atu ral, sino algo b astante im probable;
adem ás, que las ideas sobre éxito y progreso cam ­
bian de u n episodio de la investigación al próxim o.)
Sólo pocos lectores han escuchado mi advertencia
y han p restad o atención a los estudios de caso. La
m ayoría de los críticos parecen haber suspendido su
lectura después del prim er «todo sirve». P ara ellos,
los estudios de caso o han debido ser dem asiado
difíciles 16, o dem asiado detallados, o, si es que han
tom ado el vacío in terno en sus cabezas com o pauta,

16 Así, G ellner, en su crítica (cf. CSL, p a rte tercera, sec­


ción 2), adm ite su incom petencia en m aterias científicas y de
histo ria de la ciencia, p e ro escribe, sin em b a rg o , u n a recensión
su p o n ie n d o , co m o tam bién lo h a n hecho o tro s, que m is a firm a ­
ciones pueden ser criticadas independientem ente de los ejem plos
que elegí p a ra ilustrarlas.

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han debido pen sar que el vacío y el principio sin
explicar eran ya la m ism a cosa.
H ay o tra razón que justifica el que no se tom en
los ejem plos seriam ente. Se b asa en una idea que
desem peña un im p o rtan te papel en todas las trad i­
ciones racionalistas y que puede expresarse diciendo
> que lo que importaría en una argumentación no son
los ejemplos mismos sino sus descripciones abstractas.
D esde luego, las descripciones deben ser exam ina­
das co m p arán d o las con los ejem plos. Sin em bargo,
si son verdad, entonces su fuerza argum entativa es
independiente de una estrecha fam iliaridad con tales
ejem plos. La idea se viene abajo con las obras de
arte. P ara ju zg ar logros artísticos, uno tiene que
fam iliarizarse con ellos; no b astan las descripciones,
p o r «verdaderas» y «bien confirm adas» que sean.
A hora bien, un o de los principales p u n to s del análi­
sis de las ciencias en M ach, de la actitud de Einstein
an te la investigación científica, de la filosofía de
B ohr, así com o de los dos libros que ycr he escrito
p ara defender a estos pensadores, es que precisa­
m ente en esta problem ática es donde las ciencias se
asem ejan a las artes. O que, p a ra expresarlo de u n a
fo rm a algo p arad ó jica, la ciencia en su mejor
aspecto, es decir, la ciencia en cuanto es practicada
por nuestros grandes científicos, es una habilidad, o
un arte, pero no una ciencia en el sentido de una
empresa «racional» que obedece estándares inaltera­
bles de la razón y que usa conceptos bien definidos,
estables, «objetivos» y por esto también independien­
tes de la práctica. O, p ara utilizar una term inología
to m ad a del g ran d eb ate sobre la distinción entre
«G eistesw issenschaften» (Ciencias del espíritu) y
«N aturw issenschaften» (Ciencias de la naturaleza),
no existen «ciencias» en el sentido de nuestros racio­
nalistas; sólo hay humanidades. Las «ciencias» en
cuanto opuestas a las humanidades sólo existen en las
cabezas de ¡os filósofos cabalgadas por los sueños.

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Este resu ltad o ten d rá luego su im portancia cu an d o
trate de la política.
Los co m entarios de los tres últim os p árrafo s no
sólo se aplican a los críticos que se oponen al «todo
sirve», sino tam b ién a los au to res que lo siguen y
que quieren utilizarlo en provecho propio. En este
caso, mi objeción es que la ausencia de estándares
«objetivos» no hace la vida m ás fácil: la dificulta
aún más. Los científicos no pueden seguir ap o y án ­
dose en reglas de pensam iento y acción bien defini­
das. No pueden decir: nosotros poseem os ya los
m étodos y estándares p a ra u n a investigación correc­
ta; to d o lo que necesitam os es aplicarlos. P orque
según la visión de la ciencia defendida p o r M ach,
B oltzm ann y Einstein, y que yo he presentado de
nuevo en TCM, los científicos no sólo son respon­
sables de u na aplicación adecuada de los estándares
existentes, sino que además son responsables de esos
mismos estándares. Ni siquiera puede uno referirse a
las leyes de la lógica, p o rq u e pueden darse circuns­
tancias que nos fuerzan a revisarlas tam bién (p o r
ejem plo, la m ecánica cuántica analizada p o r Von
N eum ann y B irkhoff, p o r Jau c h y P irón, p o r Pri­
mas y otros). H ay que recordar esta situación
cuando consideram os la relación entre los «grandes
pensadores», p o r un lado, y los editores, benefacto­
res e instituciones científicas, p o r o tro . Antes, los
científicos con ideas inusitadas y las instituciones a
las que pedían ay u d a com partían ciertas ideas gene­
rales, y to d o lo que tenía que hacer un científico
que necesitaba dinero era m ostrar que su investiga­
ción, ap a rte de contener ciertas sugerencias origina­
les, estaba de acu erdo con estas ideas. Ahora, los
científicos y sus jueces tienen tam bién que argum en­
ta r acerca de principios; no pueden confiar ya en
tópicos establecidos (su intercam bio es «libre», no
«guiado» [CSL, p ágina 28]). En esta situación, la
petición de los científicos «anarquistas» de «m ayor

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libertad» puede interpretarse de dos form as: se la
puede considerar com o deseo de que se realice una
discusión científica libre no ligada a regla específica
alguna, pero que intenta (cf. de nuevo CSL,
pág in a 28) llegar a una base com ún. O puede in ter­
pretarse tam bién com o exigencia de que se acepten
ideas de investigación sin examen alguno sim ple­
m ente p a ra h acer la vida m ás fácil a grandes e in u ­
sitadas m entes (o en la m ayoría de las veces a gente
que pretende tener tales cabezas). Siguiendo la
arg u m en tació n de T C M y de CSL, el segundo tipo
de petición puede apoyarse en la puntualización de
que las ideas absurdas e inusitadas frecuentem ente
han llevado al progreso. La argum entación pasa
p o r alto que los jueces, editores, benefactores pue­
den utilizar la m isma fo rm a de razonar: el statu quo
tam bién ha llevado al progreso y el «todo sirve»
tam bién se aplica a sus defensores. P or esto es nece­
sario ofrecer algo m ás que la arrogante petición de
m ayor libertad. Los estudios de caso m uestran que
los científicos rebeldes verdaderam ente ofrecieron
m ucho m ás. G alileo, p o r ejem plo, no se contentó
con quejarse y resignarse: intentó convencer a sus
adversarios con los mejores m edios de que disponía.
Estos m edios frecuentem ente diferían de los proce­
dim ientos tradicionales —aquí se encuentra la com ­
ponente an arq u ística de la investigación de G ali­
leo— , pero con frecuencia tuvieron éxito. Y no
olvidem os que una plena dem ocratización de la
ciencia incluso h a rá m ás difícil la vida a los auto-
proclam ados descubridores de G randes Ideas. P or­
que éstos ten d rán que dirigirse a gentes que no
com parten precisam ente su interés p o r la ciencia.
¿Qué h arán nuestros «anarquistas» que am an la
libertad en tales circunstancias? Sobre to d o cuando
sus adversarios no son ya odiados personajes de
alto co turno, sino ciudadanos libres queridos por
todos.

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