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Primer gobierno de

Ramón Castilla

El primer gobierno constitucional de


Ramón Castilla en el Perú empezó el 20 de
abril de 1845 y terminó el 20 de abril de
1851. Con este gobierno se inició la etapa
de historia republicana peruana que el
historiador Jorge Basadre ha denominado
como «el apogeo republicano», que se
extendería hasta mediados de los años
1860. Fue también el primer gobierno
republicano del Perú que culminó su
periodo constitucional establecido.

Durante los seis años que duró lo que


sería su primer gobierno, Castilla organizó
al país y realizó muchas obras en todos
los campos, con el respaldo de las rentas
producidas por la riqueza guanera, cuyas
entradas a partir de 1849 representó un
rubro preponderante en las arcas fiscales.

En el plano económico inició el


ordenamiento financiero con la puesta en
práctica del régimen presupuestal, así
como el pago de las deudas interna y
externa. El pago de la deuda interna,
conocida con el
nombre de
Presidente
Consolidación, Constitucional de
acarrería en el la República
Peruana
gobierno siguiente
(1845–1851)
el primer caso de
mega corrupción de
la historia peruana.
La pago de la deuda
externa, contraída
desde el inicio de la Ramón Castilla y
Marquesado
República
Gobierno del Perú
principalmente con
Presiden Ramón
Inglaterra, la antigua te Castilla
Gran Colombia y
Período
Chile, se concluyó
en el gobierno Inicio 20 de
siguiente y ayudó a abril de
1845
cimentar la
Término 20 de
confianza abril de
internacional en el 1851
país. Cronología
Elección 1845
En el plano político
Predece Manuel
interno, Castilla sor Menéndez
promovió la Sucesor José
reconciliación Rufino
nacional después de Echenique

un largo periodo de
guerras y revoluciones, y se esforzó en
realizar un gobierno de unidad,
convocando a sus rivales políticos para
que colaboraran con su gobierno. Entre
ellos figuraban el escritor Felipe Pardo y
Aliaga y el general José Rufino Echenique.
No hubo rebeliones ni intentonas golpistas
de importancia, a excepción de la
protagonizada por el general José Félix
Iguaín. Al finalizar su gobierno, no intentó
prorrogarse en el poder y convocó las
elecciones de 1850, que fue el primer
proceso electoral verdadero de la
República, tras casi 30 años de iniciada
esta.

En el plano internacional, se organizó el


cuerpo diplomático y consular de la
República, condenó todo intervencionismo
de las potencias europeas en América y
reunió en Lima el primer Congreso
Americano de representantes
diplomáticos del continente, retomando
así el ideal americanista propugnado por
Bolívar. Denunció la Expedición Floreana
organizada desde Europa por Juan José
Flores para establecer una monarquía en
Sudamérica encabezada por un príncipe
borbón, denuncia que contribuyó a su
desmantelamiento. Con Bolivia,
gobernada entonces por José Ballivián,
enemigo personal de Castilla, hubo
disputas de tipo económico y una
amenaza de guerra en 1847, pero
finalmente se firmó un tratado comercial
que calmó momentáneamente los
ánimos.

En defensa, se modernizó al Ejército: se


adquirieron fusiles de percusión (en
reemplazo de los viejos fusiles de chispa),
cañones de mayor calibre y nuevas
unidades navales, y se fundó la Factoría
Naval de Bellavista. Como muestra del
poderío naval alcanzado, el gobierno envió
en 1848 al bergantín Gamarra, hacia las
costas de San Francisco en California,
para que protegiera a los inmigrantes
peruanos atraídos por la fiebre del oro.
También se inició del desarrollo de la
Amazonía, territorio muy descuidado
desde la época colonial.

En el plano educativo se dio el primer


Reglamento de Instrucción Pública de la
historia republicana del Perú, se fundaron
colegios y se mejoraron los ya existentes,
y empezó un auge de la enseñanza
superior, representado por el Convictorio
de San Carlos, el Colegio Guadalupe, el
Colegio de la Independencia (antiguo
Colegio de Medicina de San Fernando y
luego Facultad de Medicina de la
Universidad de San Marcos) y el Seminario
de Santo Toribio.
El Perú entró entonces en una etapa de
paz y progreso interno, así como de
poderío y prestigio internacional, lo que se
reflejó en su desarrollo material e
intelectual. Fue en este periodo en que se
construyó el ferrocarril de Lima al Callao,
que fue el primer ferrocarril del Perú y de
Sudamérica; se adoptó el primer telar
mecánico y la primera fábrica de papel; se
implantó el alumbrado a gas; se empezó la
construcción del Mercado Central de Lima,
en reemplazo de los anticuados e
insalubres mercadillos de la época
colonial; y por iniciativa privada, se
fundaron fábricas para abastecer al
mercado nacional de tejidos y de otras
industrias menores, como velas, cristales
y fósforos. Numerosas obras públicas se
realizaron también en el interior del país y
en los principales puertos.

En el plano intelectual, destacaron los


debates ideológicos entre el liberal
Colegio Guadalupe y el conservador
Convictorio de San Carlos, que se
trasladaron al Congreso, destacando
muchos oradores que enriquecieron así el
debate político. Destacaron los debates
sobre el voto de los indígenas y la elección
de los obispos.
Antecedentes

La revolución constitucionalista de
1843-1844

Antes de la llegada de Ramón Castilla al


poder, el Perú se debatía en una anarquía
militar, desatada luego de la muerte del
presidente Agustín Gamarra en la batalla
de Ingavi, el 18 de noviembre de 1841, en
plena guerra contra Bolivia. El sucesor de
Gamarra fue Manuel Menéndez, por ser el
presidente del Consejo de Estado (cargo
equivalente a vicepresidente), pero fue
derrocado en 1842, sucediéndose
entonces una serie de gobiernos militares
efímeros.[1] ​

El objetivo de la revolución
constitucional de 1843 fue la
restitución en el poder de Manuel
Menéndez, por ser el sucesor
legítimo del presidente Agustín
Gamarra muerto en la batalla de
Ingavi en 1841.

En 1843 se impuso el general Manuel


Ignacio de Vivanco, que estableció el
gobierno de facto del Directorio, de corte
conservador. Pero ello no puso fin a las
guerras de facciones. El denominado
«bando constitucional» se propuso
restablecer el imperio de la Constitución
de 1839, y reponer a la autoridad legítima,
es decir, a Manuel Menéndez. Este bando
constitucional lo encabezaban los
generales Domingo Nieto y Manuel de
Mendiburu, a los que se sumó después el
general Ramón Castilla.[2] ​

La «revolución constitucionalista» empezó


en Tacna el 17 de mayo de 1843. Las
primeras victorias de los constitucionales
se obtuvieron en Pachía, cerca de Tacna,
el 29 de agosto de 1843 y en San Antonio,
cerca de Moquegua, el 28 de octubre.[3] ​
Se constituyó el 3 de septiembre de ese
año una Suprema Junta de Gobierno
Provisorio la República en el Cuzco,
presidida por Domingo Nieto e integrada
por el general Ramón Castilla, el coronel
Pedro Cisneros, el doctor José M. Coronel
Zegarra y el coronel de la guardia nacional
Nicolás Jacinto Chocano.[4] ​Tras el
fallecimiento repentino de Nieto el 17 de
febrero de 1844, pasó a presidir la Junta el
general Castilla, y se sumó como nuevo
miembro el general José Félix Iguaín.[5] ​
Posteriormente , la Junta quedaría
reducida a Castilla, Iguaín y el general
Miguel de San Román.[4] ​
Vivanco marchó personalmente contra los
revolucionarios, dejando en Lima al
prefecto Domingo Elías. Avanzando desde
Ica, se dirigió al frente de sus fuerzas
sobre Ayacucho. Castilla, desde el Cuzco,
le salió al encuentro pero Vivanco hizo una
serie de movimientos esquivando a su
rival, hasta llegar a Arequipa donde
decidió defenderse, alentado por el apoyo
del pueblo arequipeño. Castilla lo
persiguió hasta allí y la batalla final se hizo
inminente.[6] [7]
​ ​

Mientras tanto, en Lima, el prefecto Elías


se alzaba contra el gobierno de Vivanco y
se arrogaba el mando supremo, al
considerar que los pueblos se habían
hastiado de las guerras civiles y que
ansiaban la paz. Elías anunció que se
mantendría en el poder hasta la
instalación de un Congreso que
restituyese la legalidad, y envió
comisionados ante Castilla y Vivanco para
invitarles a deponer las armas. Pero no
recibió respuesta, y más bien, desde
Huancayo, avanzaron sobre Lima las
fuerzas vivanquistas comandadas por
José Rufino Echenique. Elías organizó
entonces la defensa de la capital. Pero el
esperado ataque de Echenique no se
produjo porque Felipe Pardo y Aliaga le
avisó que Vivanco y Castilla se preparaban
para un encuentro definitivo cerca de
Arequipa, por lo que Echenique,
entendiendo que era inútil continuar la
lucha cuando la guerra se iba a definir en
otro campo, suspendió su avance. A todo
ese lapso en que la capital vivió alarmada
por un inminente ataque se conoce como
la Semana Magna.[8] ​

En efecto, tal como lo advirtió Pardo y


Aliaga, la batalla final se dio cerca de
Arequipa. Los constitucionalistas de
Castilla se enfrentaron a las fuerzas
directoriales de Vivanco en la batalla de
Carmen Alto, el 22 de julio de 1844.
Vivanco fue completamente derrotado.[9] ​
Gobierno de Manuel Menéndez

Tras un corto interinato de Justo


Figuerola, el 7 de octubre de 1844 fue
restablecido en el mando Manuel
Menéndez. Por su parte, Castilla declaró
en receso a la Suprema Junta que había
presidido durante la revolución, entregó
sus tropas y se alejó del mando. A decir
del historiador Jorge Basadre, Menéndez
realizó una administración ejemplar. Se
esforzó en lograr la reconciliación entre
los partidos y en recuperar el calamitoso
estado de la hacienda nacional. Pero su
principal misión fue hacer el traspaso
constitucional del poder a través de
elecciones generales.[10] ​

Elecciones de 1845
En esos años, las elecciones eran
indirectas, por medio de colegios
electorales. Figuerola ya había dado un
decreto para que los colegios electorales
hicieran nuevas elecciones para
presidente de la República, senadores,
diputados y otras autoridades. El
Congreso debía instalarse el 9 de
diciembre de 1844, pero cómo no llegaron
a reunirse todos los colegios electorales,
Menéndez dio el 14 de diciembre un
decreto a fin de que las autoridades
agilizaran la reunión de esos colegios para
hacer la elección de los representantes
ante el Congreso; éste, que tendría el
carácter de Extraordinario, se reuniría para
hacer el escrutinio de la elección
presidencial y proclamar al nuevo
presidente de la república. [11] [12]
​ ​

Indiscutiblemente, el candidato a la
presidencia que contaba con el favor
popular era el general Ramón Castilla,
veterano de la guerra de la independencia
y triunfador en Pachía, San Antonio y
Carmen Alto de la reciente guerra civil.
Domingo Elías presentó también su
candidatura, en representación de los
civiles, esperando contar con el apoyo del
norte. Pero los militares tenían entonces
mucho más poder y carisma en la
población, mientras que los políticos
civiles, los "hombres de levita y frac",
todavía eran una minoría. De modo que el
triunfo de Castilla fue categórico.[11] ​

El Congreso se instaló el 16 de abril de


1845, bajo la presidencia de Manuel
Cuadros Loayza. El presidente Menéndez
dio ante la representación nacional un
largo discurso donde expuso la situación
del país y sintetizó la anarquía que
recientemente había vivido el país,
señalando los defectos del Estado y
proponiendo los remedios adecuados. El
Congreso, luego de revisar las actas de los
colegios electorales, el día 19 proclamó
como vencedor a Castilla.[12] ​

Toma de mando

Retrato del mariscal Ramón


Castilla.

Castilla juramentó el cargo de presidente


constitucional el 20 de abril de 1845, ante
el Congreso de la República, para un
mandato de seis años, de acuerdo con la
Constitución de 1839.[13] ​

En su discurso ante el Congreso, Castilla


dijo que en aras de la unidad, era
necesario correr un velo sobre el pasado.
Yendo contra la costumbre republicana,
manifestó que no era necesario premiar
los servicios del ejército que él había
formado para restablecer el orden
constitucional. Prometió además velar por
la integridad del territorio nacional. En los
días siguientes fueron elegidos quince
miembros del Consejo de Estado, siendo
nombrado como su presidente el general
Miguel de San Román; y como su primer y
segundo vicepresidente, José Rufino
Echenique y Manuel Bartolomé Ferreyros,
respectivamente. Clausurado el Congreso
extraordinario el 2 de junio, se instaló el
ordinario el día 2 de julio, bajo la
presidencia de Manuel Salazar y
Baquíjano, el cual cerró sus sesiones el 22
de octubre de 1845.[14] ​

Este gobierno de Castilla, que sería el


primero bajo su mando, resultó ser
moderado y progresista.[15] ​Su
contrincante en las elecciones, Domingo
Elías, encabezó la oposición.
Aspecto político. Orden
interno

Gobierno de unidad nacional

Castilla hizo un gobierno fuerte y enérgico,


sustentado en su condición de caudillo
popular, pero respetando los demás
poderes del Estado. Impuso el orden en un
país recién salido de la anarquía y la
guerra civil, aunque sin llegar a la
arbitrariedad.[16] ​

Respetó la libertad de prensa, dentro de


los marcos permitidos por la ley,
impidiendo sus desbordes.[16] ​Toleró los
porfiados ataques que le hicieron los
periódicos El Zurriago y El Comercio,
especialmente por la supresión de las
municipalidades y por preferir a los
militares en el ejercicio de los cargos
públicos.[17] ​

Fue también este periodo en el que se


restableció la función parlamentaria,
después de las intermitencias que había
pasado en las dos décadas anteriores. En
total, durante el gobierno de Castilla, el
Congreso se reunió ocho veces, tanto de
forma ordinaria como extraordinaria. No
hubo ningún parlamentario que fuera
desterrado ni apresado, ni que fueran
reprimidas sus libertades.[18] ​

Castilla se propuso hacer un gobierno de


unión nacional, para lo cual realizó una
política de concordia. No se dedicó a
perseguir o castigar a los partidarios del
régimen anterior (el Directorio), como era
hasta entonces costumbre de los que
ganaban una guerra civil. Incluso fue más
atrás en el tiempo y derogó los decretos
de expatriación expedidos contra los
vencidos de la Confederación Perú-
boliviana en 1839, y aún más, les restituyó
sus derechos en 1847.[19] ​Al respecto, se
cree que siguió los consejos que el deán
Valdivia le diera luego de su triunfo de
Carmen Alto, en el sentido de que debía
mostrarse magnánimo con los
vencidos.[17] ​

Otra muestra de la política de concordia


de Castilla fue convocar en los puestos de
la administración a hombres más
competentes, sin importar que fueran sus
rivales políticos. Se sumaron así
vivanquistas como Felipe Pardo y Aliaga,
José Gregorio Paz Soldán y José Rufino
Echenique. Al hacer ello, demostró mucho
tino político, contrario al estilo de los
políticos de entonces e incluso los de la
actualidad.[16] [17]
​ ​
Los Ministros de Estado

Manuel de Mendiburu, fue


ministro de Guerra y Marina, y
luego de Hacienda y Comercio,
bajo el gobierno de Castilla.

Por decreto del 19 de mayo de 1845, y de


acuerdo a la Constitución, Castilla
estableció el número de los ministerios en
cuatro: Relaciones Exteriores; Gobierno;
Guerra y Marina; y Hacienda y Comercio.
Los ministros designados fueron los
siguientes:[20] ​

El doctor José Gregorio Paz Soldán


(Relaciones Exteriores).
El doctor Miguel del Carpio y Melgar
(Gobierno).
El coronel Manuel de Mendiburu (Guerra
y Marina).
El ciudadano Felipe Barreda (Hacienda y
Comercio).

Por otro decreto de 24 de mayo de 1845,


el ramo de Justicia y Negocios
Eclesiásticos pasó a estar adscrito al
Ministerio de Relaciones Exteriores, y los
ramos de Instrucción y Beneficencia
pasaron al Ministerio de Gobierno.[21] ​Hay
que señalar que por entonces no existía la
figura del Consejo de Ministros, ni de
presidente o premier del mismo.

Posteriormente, en el portafolio de
Relaciones Exteriores y Negocios
Eclesiásticos se sucedieron: Matías León,
Mariano José Sanz, Felipe Pardo y Aliaga,
Juan Crisóstomo Torrico, nuevamente
Mariano José Sanz, y Manuel Bartolomé
Ferreyros.

En el Ministerio de Gobierno, Instrucción


Pública y Beneficencia: José Gregorio Paz
Soldán, Juan Manuel del Mar.

En el Ministerio de Hacienda y Comercio:


Manuel de Mendiburu, Manuel del Río,
José Fabio Melgar.

En el Ministerio de Guerra y Marina: José


Rufino Echenique, Miguel de San Román,
José María Raygada.

Los incidentes con Inglaterra

Antes de iniciarse el gobierno de Castilla,


en plena guerra civil entre castillistas y
vivanquistas, ocurrieron incidentes con los
ingleses. En 1844, fuerzas castillistas
detuvieron en el puerto de Islay al vapor
inglés Perú. Esto fue considerado como
una afrenta por el jefe de la escuadra
británica, que procedió a detener y
embargar a la escuadra peruana que, ya
plegada a la revolución, se hallaba
fondeada en Islay (14 de agosto de
1844).[22] ​

Otro incidente ocurrió el 1 de septiembre,


cuando el buque inglés Cormoran llegó al
puerto de Arica para hacer su aguada. Al
no recibir el auxilio que precisaban, los
marinos ingleses, tras embarcar al cónsul
inglés, abrieron fuego sobre el puerto.
Arica se hallaba entonces bajo la
jurisdicción de Moquegua, cuyo prefecto
era el general José Félix Iguaín, que por
entonces era uno de los caudillos de la
revolución.[22] ​

A consecuencia de dichos incidentes y


bajo presión del gobierno británico, se
firmó el 30 de mayo de 1845 (a pocos días
de iniciado el gobierno de Castilla) un
protocolo entre el canciller peruano José
Gregorio Paz Soldán y el encargado de
negocios inglés William Pitt Adams, que
resolvió la destitución de los implicados
en las supuestas ofensas inferidas a los
súbditos ingleses, entre ello el general
Iguaín (prefecto y comandante de
Moquegua) y el coronel José de Arancibia
(gobernador de Arica).[23] ​

Ese protocolo fue una humillación para el


Perú, cuando apenas se iniciaba el primer
gobierno de Castilla, que después se
caracterizó por su decidido americanismo
opuesto al intervencionismo de las
potencias europeas, sin duda
escarmentado por este lamentable
episodio con los ingleses.

Sublevación de José Félix Iguaín

No hubo importantes rebeliones o


alteraciones del orden durante el gobierno
de Castilla. Solo merece mencionarse la
intentona revolucionaria del general José
Félix Iguaín, que fue rápidamente
sofocada.

De ser aliado y amigo de Castilla en la


revolución de 1843, el general Iguaín se
convirtió en su opositor. Había quedado
disgustado sobremanera por la política
seguida por Castilla con respecto al
incidente con Inglaterra. El 6 de febrero de
1846 protagonizó una intentona
revolucionaria en Tacna, que según
muchos indicios contó con el apoyo del
presidente José Ballivián de Bolivia.
Apresado, fue trasladado a Lima. Se le
acusó de tramar con Bolivia una secesión
de los departamentos de Moquegua,
Tacna y Tarapacá, para formar con ellos
un estado independiente que luego debía
federarse con el país altiplánico. En 1847
fue condenado en primera y segunda
instancia «a seis años de destierro en país
que no fuese ninguno de los limítrofes»,
pero gracias a la intercesión de amigos
importantes, la Corte Suprema suspendió
la sentencia. Luego, el Congreso, en vista
de la demora del proceso judicial, permitió
su salida del país (agosto de 1847). [24] ​

Refugiado una vez más en Chile, no dejó


Iguaín en planear descabelladas
intentonas subversivas. En 1848 apareció
en Tarapacá, nuevamente con el apoyo de
Ballivián, que por entonces vivía en Chile,
luego de haber sido derrocado por Belzú.
Su objetivo era Tacna, que en esos
momentos se hallaba convulsionada por
una revuelta. Pero tras una persecución de
pocos días, fue apresado el 29 de julio de
1848 y trasladado a Lima. Sometido a
proceso en el fuero militar, fue recluido en
un pontón anclado en la bahía del Callao,
donde permaneció hasta la dación de una
ley de amnistía, ya finalizando el primer
gobierno de Castilla (1850). Pero falleció
al poco tiempo.[25] ​
Legislaturas entre 1845 y 1848. El
Consejo de Estado

El mariscal Miguel de San Román,


fue ministro de Guerra y Marina y
miembro del Consejo de Estado,
cuya presidencia ejerció.

El Congreso de 1845, que legisló entre


abril y octubre de 1845, primero como
extraordinario y luego como ordinario, no
padeció de divisionismos partidarios y
actuó con prudencia y eficacia.[26] ​Otro
organismo con el que debió convivir el
Ejecutivo fue el Consejo de Estado, un
poder moderador y consultor, vigilante de
la norma constitucional. Sus miembros y
sus titulares eran elegidos por el
Congreso. Dependiendo de la situación,
este Consejo oficiaba de aliado del
Ejecutivo o bien se convertía en un centro
de intrigas en su contra.[27] ​

Ya mencionamos la elección de los


miembros del Consejo de Estado y los
nombramientos de Miguel de San Román
y José Rufino Echenique como presidente
y primer vicepresidente del mismo, cargos
que se correspondían con el de primer y
segundo vicepresidente de la República
(las vicepresidencias no estaban
contempladas en la Constitución de
1840). Todos los consejeros de Estado
eran amigos y partidarios de Castilla,
exceptuando Domingo Elías, que era el
jefe de la oposición.[26] ​

El gran acontecimiento político de


mediados de 1847 fue la discusión en la
comisión del Consejo de Estado de los
gastos del bienio 1846-1847 y la
aprobación del presupuesto de 1848-1848.
La comisión, integrada por Domingo Elías,
Francisco Quirós y Manuel de Mendiburu
mostró su disconformidad con las
cuentas presentadas por el gobierno, y el
asunto pasó al Congreso donde el
Ejecutivo logró ganarlo.[26] ​

El Congreso ordinario de 1847, que


continuaba siendo presidido por Manuel
Salazar y Baquíjano, funcionó de agosto
de ese año hasta enero de 1848.[26] ​En las
elecciones para miembros del Consejo de
Estado en 1847, perdieron los candidatos
presentados por el gobierno que estaban
encabezados por San Román. Ganó la
lista encabezada por José Rufino
Echenique, que fue apoyada por Domingo
Elías. San Román, como compensación,
pasó a ejercer el ministerio de Guerra,
aunque poco después debió renunciar
acusado de infidencia.[28] ​

El Congreso de 1847 se dedicó demasiado


a temas particulares, concedió muchos
ascensos y demoró en dar la ley de
presupuesto. Esto motivó una prórroga en
las sesiones y la convocatoria a una
legislatura extraordinaria que se instaló en
enero de 1848. Hubo un conflicto entre el
Ejecutivo y el Consejo de Estado con
respecto a los asuntos que debían tratarse
en esa sesión extraordinaria. En setiembre
de 1848 Domingo Elías hizo otra
propuesta para convocar a un Congreso
Extraordinario, pero no prosperó.[29] ​
Conspiración de febrero de 1849

El 21 de febrero de 1849, el gobierno


anunció que había descubierto un vasto
plan de conspiración. Según el informe
publicado, los conjurados habían planeado
asesinar al presidente durante uno de sus
habituales paseos por la Alameda de los
Descalzos en el que solía ir acompañado
por un solo ayudante. Pero fortuitamente,
Castilla se trasladó al Callao, y allí fue
donde se enteró del complot. Se cuenta
que él mismo, solo y con espada en mano,
fue al cuartel de Santa Catalina donde
estaban los cabecillas comprometidos, y
con su presencia los intimidó, debelando
así el motín. Entre los más altos oficiales
comprometidos se hallaba el mariscal
Miguel de San Román, miembro del
Consejo de Estado, que fue apresado en la
Plaza de Armas cuando salía de una
reunión de dicho organismo. Fue
embarcado en el bergantín Tumbes y
deportado con destino al Brasil, junto con
el general Agustín Lerzundi y otros
oficiales del ejército implicados en el
complot. Pero estando ya frente a las
costas de Chile, el capitán del navío
Ignacio Mariátegui se negó a continuar el
viaje y desembarcó a los prisioneros en
Talcahuano, aduciendo que eran
inocentes. Otro prominente desterrado fue
el general Juan Crisóstomo Torrico, uno de
los presidentes de facto de la Anarquía,
quien desde hacía tiempo se hallaba
distanciado de Castilla. Quedó en duda la
verdadera responsabilidad de esos
militares, en cuyo apresamiento y
destierro se cometieron varias violaciones
de las leyes; los afectados reclamaron
siempre su inocencia.[30] ​

Felipe Pardo y Aliaga, el escritor


costumbrista, fue ministro de
Relaciones Exteriores del gobierno
de Castilla.
En junio de 1849 se reunió el Congreso, y
ante él se presentó el ministro de
Relaciones Exteriores, Felipe Pardo y
Aliaga para presentar una memoria con
los documentos probatorios de la
conspiración de Torrico y San Román, la
cual, según su informe, había tenido un
alcance internacional, pues involucraba al
boliviano José Ballivián y al ecuatoriano
Juan José Flores. De otro lado, justificó
las medidas tomadas, orientadas a
resguardar el orden interno. Pardo ya
aquejaba por entonces de su enfermedad
de las piernas e hizo su exposición desde
su sillón de inválido.[31] ​
La mayoría del Congreso aprobó un voto
de amnistía e indemnidad a los
involucrados en la conspiración de 1849, y
fue promulgada como ley el 25 de agosto
de 1849.[32] ​

El atentado contra Domingo Elías

Domingo Elías era el jefe de la oposición


desde el inicio del gobierno de Castilla.
Según testimonio de Echenique, estuvo
conspirando permanentemente, pese a
que en ocasiones simuló actuar en apoyo
de Castilla, como en el caso de la rebelión
de Iguaín. El 12 de abril de 1849, mientras
caminaba por la Calle Afligidos, Elías fue
víctima de un atentado. Al menos, según
lo contó él. Dijo que un individuo le disparó
bandeándole el sombrero y que luego se le
acercó para apuñalarlo, logrando solo
rasgarle su ropa, y que su reacción ante el
ataque fue arrojarse al suelo y responder
disparando al individuo, que logró
escabullirse. La policía investigó el asunto
pero al no encontrar rastros de las balas
supuestamente disparadas, ni de indicios
del tirador, hubo la sospecha de que se
trató de una atentado simulado. Este
asunto desató una polémica periodística y
nunca se logró esclarecer.[33] ​
Legislaturas entre 1849 y 1850

La Legislatura Ordinaria del Congreso de


1849 se desarrolló de julio a diciembre de
ese año y en calidad de Extraordinaria
desde fines de diciembre de 1849 a marzo
de 1850. Eligió a nuevos miembros del
Consejo del Estado, cuya presidencia
recayó nuevamente en Echenique. Se
encargó de la consolidación y
amortización de la deuda interna, la deuda
con Inglaterra, la reforma de la ley de
elecciones, entre otros temas. Fue en esta
Congreso en que se dio el célebre debate
entre Bartolomé Herrera y Pedro Gálvez
sobre el voto de los indígenas, entre otros
asuntos relacionados con la reforma de la
Constitución (ver en la sección: Aspecto
ideológico).[34] ​

La primera caída de un ministro por


voto parlamentario

Por entonces, todavía no estaban


regulados constitucionalmente los
mecanismos de sanción política, como la
interpelación y la censura. Durante el
Congreso Ordinario de 1847 presentó el
diputado por Ica Pedro de la Quintana
(pariente de Domingo Elías) una moción
para remover de su cargo al ministro José
Gregorio Paz Soldán (23 de agosto de
1847). Fue rechazada por considerase
anticonstitucional; no obstante fue el
primer precedente de intento de censura
parlamentaria.[35] ​

Caricatura que representa a


Manuel del Río, de perfil, junto a
Francisco Quirós, de espalda.
Reproducción de una lámina de
Williez (1855).

Otra suerte tuvo el ministro de Hacienda


Manuel del Río, que se hallaba enfrentado
con el Congreso. Cuando la Comisión
parlamentaria de Hacienda autorizó al
Ejecutivo a que abriera un empréstito para
cubrir las deudas que tenía con los
empleados y pensionistas, el diputado De
la Quintana hizo un agregado al proyecto,
poniendo como condición que el Ejecutivo
nombrara a un ministro de Hacienda que
gozara de confianza. De la Quintana
propuso también que el Congreso tuviera
la potestad de obligar a dimitir a un
ministro, aún contra la voluntad del
presidente de la República. Esta propuesta
fue aprobada en la Cámara de Diputados,
pero rechazada en el Senado. Viendo que
era un obstáculo para una buena relación
entre Ejecutivo y Legislativo, Del Río
presentó su renuncia (agosto de 1849).
Castilla, deseando mantener una relación
cordial con el Congreso, envió un oficio a
la Cámara de Diputados, donde reconocía
implícitamente la facultad del Legislativo
de cuestionar a los ministros. Leyes
posteriores se encargarían de reglamentar
el voto de censura a los ministros.[36] [37]
​ ​

Servicio de policía

Para garantizar la seguridad interna,


Castilla mejoró el servicio de la policía,
que ascendía a 900 efectivos, tanto de a
pie como a caballo, los cuales dependían
de la Inspección General del Ejército.
Conjuntamente con el Ejército (que
Castilla redujo a 3000 efectivos), la policía
se encargaba de conservar la tranquilidad
pública en tiempos de paz.[38] [17]
​ ​Se
dictaron también reglamentos policiales
para cada departamento y provincia,
adecuándolos a su respectiva realidad
geográfica y social.[39] [17]
​ ​

Aspecto económico

Situación de la economía peruana

Cuando Castilla asumió el poder, la


situación económica del Perú era crítica.
Si bien la crisis venía desde los años
finales de la época virreinal, y la guerra de
la independencia la había empeorado,
durante los años iniciales de la República
se dieron otras situaciones que vinieron a
complicar más el panorama.[40] ​

En primer lugar, ocurrió una baja


considerable en la recaudación fiscal. Una
de las promesas de los fundadores de la
República había sido eliminar la brutal
carga tributaria que la Corona española
había impuesto sobre el pueblo,
mayormente indígena; por ello se abolió el
tributo indígena, y aunque poco después
fue restituido con el nombre de
contribución indígena, su monto se rebajó
entre un 10 y 20%. Esta contribución
representaba la mitad de las entradas del
erario y de allí su importancia para la
economía nacional; no sería abolida
definitivamente sino hasta 1855.[41] ​Pero
lo que si se llegó a suprimir en esta época
fue la contribución de castas, lo que
significó una merma de 500 000 pesos en
el presupuesto nacional.[40] ​

Cerro de Pasco, uno de los pocos


centros mineros que seguían en
actividad al iniciarse la era
republicana.

Otra promesa a favor del indígena había


sido la abolición total de la mita o trabajo
forzado en las minas y obrajes, lo cual se
llegó a cumplir y significó un gran alivio
para esa población, específicamente del
sur peruano, que empezó a crecer
demográficamente, luego de que en todo
el periodo colonial había ido en caída
continua, debido justamente al abuso y
maltrato deplorable que implicó ese
trabajo obligatorio. Pero esta política
humanitaria del gobierno republicano
originó a la vez que decayera la
explotación minera, debido a que la mano
de obra se encareció y para los
empresarios ya no resultaba muy rentable
el negocio, como si lo había sido bajo la
colonia, en la que se usó la mano barata o
esclavizada del indígena. Hubo sin
embargo otros factores que contribuyeron
a ese declive minero. Todavía se usaban
métodos artesanales heredados de la
colonia, escaseaban los capitales, así
como había poca producción de azogue o
mercurio en Huancavelica, metal
necesario para el tratamiento de la plata.
El panorama no era muy alentador para la
minería de metales preciosos, que
entonces se reducía a las minas de Cerro
de Pasco. El descubrimiento de los ricos
yacimientos de oro de Carabaya, produjo
por eso entusiasmo y avizoró un
renacimiento de la explotación aurífera.
Pero en líneas generales, la actividad
minera fue descuidada hasta finales del
siglo xix, cuando se retomó su
impulso.[42] [43]
​ ​
Tal era la crítica situación fiscal, que
cuando Castilla llegó al poder, los ingresos
de los ramos de moneda y aduana se
hallaban ya hipotecados. Pero para la
mentalidad política de la época, la
solución no constituía en reducir los
sueldos del sector público y en crear
nuevos impuestos, porque tales medidas
habrían frenado el desarrollo económico
del país, aparte que habrían sido muy
impopulares.[40] ​Había que buscar
recursos de otras maneras.

Otro problema para la economía era la


influencia perjudicial de la moneda feble
boliviana que había invadido el sur
peruano durante la etapa de la
Confederación (1835-1839), lo que afectó
gravemente las operaciones comerciales,
al ocasionar la baja del precio de las
mercancías, de los bienes raíces, de los
salarios y a una disminución en los
ingresos por concepto de impuestos.[40] ​

Otro tema muy complicado para el Estado


era la deuda interna y externa, cuyos
intereses anuales iban subiendo. Esas
deudas provenían de los préstamos
hechos durante la guerra de la
Independencia y los años iniciales de la
República.[40] ​Los acreedores internos
eran los particulares que habían aportado
a la causa independentista con dinero y
especies; los externos eran los países de
la antigua Gran Colombia y Chile, que
reclamaban pagos por el envío de sus
ejércitos libertadores y restauradores, así
como Inglaterra por dos empréstitos
realizados en 1822 y 1825, amén de
Estados Unidos y Francia, aunque estos en
montos mucho menores.[44] ​

La fiebre del oro de California y


Australia tuvo efectos en la
economía peruana. En la imagen,
cartel de invitación para un clipper
con destino a California.

Finalmente, otro acontecimiento que tuvo


repercusiones negativas en la economía
peruana, ya desde el ámbito internacional,
fue la fiebre del oro ocurrida en California
y Australia. Muchos peruanos emigraron
hacia esos ámbitos, en busca de un mejor
futuro, lo que llevó a que el país sufriera de
falta de mano de obra para los campos y
las industrias. A la vez, esa fiebre del oro
provocó una gran demanda de materias
primas de parte de esas regiones, lo que
ocasionó escasez en el Perú, y por ende
alza de los precios.[45]

Para enfrentar los graves problemas


económicos, Castilla abordó tres puntos
fundamentales:[46] ​
La reorganización de la hacienda
pública instaurando una política
presupuestal.
La explotación de la riqueza guanera por
el sistema de las consignaciones.
El pago de las deudas interna y externa.

Establecimiento del Presupuesto


Nacional

Al fundarse la República, quedó previsto,


por norma constitucional, que el Ejecutivo
debía presentar ante el Legislativo una
proyección de los ingresos y los egresos
públicos, es decir, el presupuesto, que
debía ser discutido y aprobado por los
parlamentarios. Las cinco primeras
constituciones lo establecían así, pero
hasta el momento de asumir Castilla eso
no se había cumplido debido a la
inestabilidad política vivida en las dos
primeras décadas de la República. Por
eso, la reforma fundamental de Castilla se
enfocó en la organización de la política
presupuestal del país.[47] [46]
​ ​

El 21 de octubre de 1845 y a través de su


ministro de Hacienda Manuel del Río, el
gobierno de Castilla presentó al Congreso
el primer presupuesto del Perú para el
bienio 1846-1847. Aunque el Congreso no
llegó a aprobarlo, pues se clausuró al día
siguiente, el Ejecutivo lo puso en práctica
pese a sus defectos. No obstante, es
considerado el primer presupuesto de la
República Peruana. Era de 5 961 639 de
pesos como egresos y 4 191 800 como
ingresos anuales.[47] ​

Para el bienio siguiente (1848-1849), el


Ejecutivo elaboró otro proyecto de
presupuesto, que, sometido al Congreso y,
debidamente discutido, fue el primer
presupuesto con aprobación legislativa
que tuvo el Perú (27 de marzo de 1848).
Este presupuesto establecía la cantidad
de 5 322 423 como ingresos anuales y de
5 315 310 como egresos anuales. Como
ingresos figuraban los de aduanas, la
contribución de los indígenas, las
patentes, el papel sellado, las alcabalas,
etc.; entre los egresos estaban el pago de
los ministerios y los gastos de
administración. Más de la mitad de
ingresos provenían de aduanas y la
contribución de indígenas, y la mayor
parte de los egresos era para el Ministerio
de Guerra y el de Hacienda. [48] ​

La explotación del guano por el


sistema de consignaciones

Castilla asumió el poder en el momento en


el que el Perú se veía poseedor de una
inesperada riqueza: los grandes depósitos
de guano de sus islas y litorales. El guano
es el excremento de millones de aves
marinas, que se van acumulando a través
de los siglos y que son un poderoso
fertilizante para las tierras de cultivo. Esta
propiedad se conocía ya desde la época
prehispánica, y fue redescubierta en 1827
por el sabio arequipeño Mariano Eduardo
de Rivero quien publicó un interesante
informe científico al respecto. Hacia 1840
quedó demostrado en los medios
científicos europeos ese poder fertilizante
y a partir de entonces empezó la venta de
grandes cantidades de guano a Europa,
cuyos desgastados campos de cultivo los
necesitaban urgentemente.[49] ​

Las islas Chincha, donde se


extraían las mayores cantidades
de fertilizante o guano durante la
era del guano.

En un inicio, el sistema para la explotación


del guano era por arriendo: el Estado
entregaba los yacimientos a empresarios
particulares para que lo explotaran a
cambio de un pago anual. El primero de
esos empresarios fue Francisco Quirós y
Ampudia, que recibió los yacimientos para
que lo explotara por el plazo de seis años
y contra el pago de 10 000 pesos anuales
(1840). Pero como el guano alcanzó altos
precios en el mercado internacional, el
Estado comprobó que el pago que recibía
era muy irrisorio comparado con las
ganancias enormes que se llevaban los
arrendatarios, por lo que tuvo que rescindir
esos contratos para reemplazarlos por un
sistema más conveniente de
explotación.[50] ​[51] ​

El nuevo sistema implantado fue el de las


consignaciones, que empezó bajo el
gobierno de Menéndez (1842). Este
sistema consistía en que el Estado
mantenía la propiedad fiscal del guano
pero encargaba a unos empresarios (los
consignatarios) todo su proceso de
extracción, transporte y venta. El
consignatario se encargaba de conseguir
un buen precio para el guano en el
mercado internacional, y luego de lograr la
venta, se le descontaba los gastos que
había asumido en todo ese proceso de
extracción y transporte, y recibía una
comisión equivalente del 12%.[52] [53] ​La
diferencia quedaba a favor del Estado, que
equivalía casi a las dos terceras partes o
un 60% de la ganancia líquida. De esa
manera, el Estado consiguió sumas
millonarias.[50] [53]
​ ​
El carguío de guano en las islas
Chincha.

El guano peruano, por su insuperable


calidad, fue imponiéndose en el comercio
mundial, relegando a los guanos de otros
países. En 1847 su valor por tonelada
llegaba a 10 libras esterlinas. El gobierno
peruano suscribió importantes contratos
de consignación, destacándose los
firmados con la Casa Gibbs, que durante
muchos años ejerció el monopolio en el
negocio. Fue precisamente en 1847, ya en
pleno gobierno de Castilla, cuando
empezó la verdadera bonanza económica
del guano, recibiendo el Estado sumas
cuantiosas, que se usaron mayormente
para la defensa nacional y el pago de las
deudas externa e interna. Fue una época
de prosperidad para el Perú, conocida
como la Era del Guano, aunque desde el
principio se señalaron algunos vicios y
defectos en el sistema de venta del guano.
El Estado, que andaba siempre urgido de
dinero, solía pedir adelantos a los
consignatarios sobre el dinero a cobrar, y
estos se lo daban con intereses de 4 a 6 %,
usufructuando así a costa del Estado.[54] ​
[51] ​
El pago de las deudas externa e
interna

Castilla encaró directamente el problema


del pago de la cuantiosa deuda interna y
externa que tenía el Estado. Al principio,
se usaron los fondos recaudados para
enfrentar dos amenazas internacionales
que no se concretaron, la Expedición
Floreana y la guerra contra Bolivia, pero
después fue necesario utilizar las pingües
ganancias del guano.[51] [40]
​ ​
El pago de la deuda interna

La deuda interna era la deuda que el


Estado tenía desde 1823 con los
particulares que habían prestado auxilios
al ejército, sea en especie o en dinero,
durante los primeros años de la República,
tanto en la guerra de la independencia
como en las guerras civiles. A todo ello se
sumaban los sueldos de los servidores
estatales que hasta la fecha continuaban
pendientes de pago. Para resolver este
problema se expidieron cuatro leyes, entre
1847 y 1850, fijándose las bases para el
reconocimiento de dichas deudas, pero de
una manera empírica. A esto se conoce
con el nombre de «consolidación de la
deuda interna». Al término del gobierno de
Castilla se habían pagado 4 320 400
pesos de un total de 6 o 7 millones de
pesos reconocidos como deuda interna.
[55] ​

Este pago de la consolidación originaría


un tremendo escándalo de corrupción en
el siguiente gobierno de José Rufino
Echenique, cuando inescrupulosos
falsearon documentos para atribuirse
deudas ficticias.
El pago de la deuda externa

La deuda externa del Perú era con varios


países: con Inglaterra (por los empréstitos
de 1822 y 1825 y sus intereses no
pagados, que la habían elevado
excesivamente); con la ya inexistente Gran
Colombia (contraída durante la guerra de
la independencia); con Chile, (por los
gastos que este país hizo al enviar el
Ejército Libertador de San Martín y los
Ejércitos Restauradores de 1838-39); con
España (según lo estipulado en la
Capitulación de Ayacucho). También tenía
pendientes sumas menores con Francia y
Estados Unidos.[44] ​
El gobierno de Castilla se propuso pagar la
deuda a todos los países, con excepción
de España, a la que impuso como
condición previa que reconociera la
independencia del Perú.[51] ​Hubo, sin
embargo, voces discrepantes dentro del
Perú, de quienes se oponían a realizar
tales pagos a Colombia y Chile por la
ayuda que estos países prestaron a la
independencia peruana, ya que esta
campaña fue una empresa mancomunada,
en la que cada nación aportó de su parte
en la consecución de un fin común, y el
Perú no debía dar ya más de lo que había
dado, pues su aporte en recursos
humanos y materiales había sido tan
importante como la del resto de los
países. Sin embargo, en el gobierno de
Castilla primó la idea de cancelar las
deudas, pues se debían honrar los
contratos firmados, ya que era una manera
de cimentar la confianza internacional en
el país

Joaquín José de Osma, el ministro


plenipotenciario peruano que se
encargó del arreglo de la deuda
inglesa.

Inglaterra, aprovechando el boom guanero


peruano, exigió al Perú el pago de su
deuda, que sumaba 3 736 400 libras
esterlinas (1 816 000 era la deuda
propiamente dicha, y 1 920 400 sus
intereses). Por ley de 10 de marzo de 1848
el Congreso peruano ordenó al Ejecutivo
liquidar de una vez este asunto. El
encargado para ese arreglo fue el ministro
Joaquín José de Osma, que celebró el 31
de enero de 1849 un contrato con los
tenedores de bonos de los empréstitos de
1823 y 1825. Coincidentemente, ese
mismo día el gobierno peruano firmó un
nuevo contrato de consignación con la
Casa Gibbs (firma inglesa) para la
extracción e importación del guano al
Reino Unido. Ambos contratos causaron
naturalmente críticas por su oscuro
trasfondo, y según José Arnaldo Márquez
a través de un famoso opúsculo publicado
en 1888, fueron el verdadero inicio de «la
orgía financiera en el Perú», en la que las
enormes ganancias del guano solo
beneficiaron a un grupo minoritario de
especuladores.[56] ​

Con Chile se firmó una convención el 12


de septiembre de 1848, en la que se
acordó como toda y única deuda el monto
de 4 millones de pesos, los que se fueron
pagando hasta 1856, con los intereses
correspondientes.[57] ​
Con Estados Unidos se firmó un convenio
el 27 de marzo de 1849, reconociéndose
una deuda de 300 mil pesos por daños y
perjuicios inferidos a sus propiedades.
Esta deuda se canceló definitivamente en
1853.[57] ​

Con respecto a la deuda con la antigua


Gran Colombia, cuyos herederos
acreedores eran las repúblicas de
Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, no
se llegó a un acuerdo durante este primer
gobierno de Castilla, correpondiéndole al
siguiente gobierno de Echenique resolver
el asunto.[58] ​
Se considera que este pago masivo de la
deuda externa fue una buena medida,
pues así se cimentaba la confianza
internacional en el país.

Otras medidas para conjurar la crisis

El puerto, entonces peruano, de


Arica. Año 1868.

Se declaró libre la exportación de la


quina.[40] ​
Se rebajó el monto de los derechos que
pagaba el tabaco producido en el norte
del país, específicamente en Jaén de
Bracamoros.[40] ​
Para paliar la escasez de alimentos en
zonas como el departamento de Ica y la
provincia de Moquegua, se permitió la
importación de esos productos, libre de
derechos, por los puertos de Pisco y
Arica, aunque por corto tiempo
(1846).[59] ​
Se redujo a la mitad los derechos que
pagaban las naves nacionales por
introducir mercaderías extranjeras en el
país a través del puerto de Iquique, de la
provincia de Tarapacá, donde ya se
explotaban las salitreras. Entre esas
mercaderías se hallaban materiales de
construcción y víveres.[59] ​
Entre 1845 y 1846 se dieron medidas
especiales para favorecer a la aduana
de Arica, en relación con las
mercaderías extranjeras que iban de
tránsito por dicho puerto. Esta zona
continuó siendo la principal puerta de
entrada de contrabando al país.[59] ​
Se abrió al comercio marítimo el puerto
de Tumbes, en el extremo norte del
Perú.[40] ​
Para estimular el desarrollo de la
pequeña industria del país, así como por
otras razones políticas, por decreto de 9
de noviembre de 1846 se elevó
drásticamente el monto de los derechos
de entrada a los productos
bolivianos.[40] ​Este asunto se trata más
ampliamente en la sección de Aspecto
internacional.

Optimismo del gobierno

Finalizando el gobierno de Castilla, el país


había logrado una aceptable recuperación
económica debido a la tranquilidad
interna, a la hipoteca del guano que
produjo el alza considerable de los bonos
de la deuda angloperuana, y al crédito de
que disfrutaba el país en el exterior.
También contribuyó a ello la Ley de la
Consolidación, que al principio fue vista
como una medida acertada para reactivar
el desarrollo interno del país, aparte de la
justicia intrínseca que significaba pagar
esos adeudos.[43] ​

Con optimismo excedido, Castilla se refirió


en su último mensaje presidencial a las
ventajas de la Ley de la Consolidación.[43] ​

"La Ley de la
Consolidación es un
principio fecundador
que ha brindado al país
incalculables beneficios:
es una ley de consuelo y
de sólidas esperanzas
para una multitud de
familias; una tabla de
salvación en el sufragio
de tantas fortunas; un
nuevo elemento de
bienestar y de orden."

Las consecuencias funestas de esa ley,


que desató el primer mega escándalo de
corrupción en el Perú, las enfrentaría el
gobierno siguiente, el de José Rufino
Echenique.[43] ​

Defensa nacional
Castilla puso mucha dedicación a la
defensa nacional, vista la dificil situación
geopolítica del Perú, que limitaba
entonces con cuatro países (ahora son
cinco), siempre agresivos y ansiosos de
arrebatarles territorios. El extenso litoral
peruano era también un flanco vulnerable,
por donde habían ocurrido las más
importantes invasiones extranjeras de la
historia peruana, como sucedió en la
guerra de la independencia y en la guerra
restauradora de 1838-39. Por eso Castilla
se enfocó en los dos campos de la
defensa: la naval y la terrestre.[60] [61]
​ ​
Política naval. Incremento de la
armada

El barco de guerra a vapor Rímac,


el primero de su tipo en el Perú y
Sudamérica.

Castilla fue un estadista consciente de la


importacia que era desarrollar una política
naval para darle al Perú la superioridad en
el Pacífico. La tradición popular afirma que
su política naval se resumía en esta frase:
«Si Chile construye un barco, el Perú debe
construir dos», aunque no hay registro
documental que confirme eso. Lo cierto es
que fue su gobierno el primero que se
preocupó eficientemente por esta arma de
la defensa nacional, desde la fundación de
la marina de guerra del Perú en 1822. Pese
a que en su momento se ridiculizó su
obsesión por la marina (el burlesco
Manuel Atanasio Fuentes le apodó el
«Nelson del Pacífico»), el tiempo le daría la
razón.[62] ​

Siguiendo esa política, Castilla dotó al


Perú de una escuadra eficiente,
adquiriendo la fragata Mercedes, los
bergantines Guise y Gamarra, las goletas
Peruana y Héctor, y el transporte Alaiza.
Adquirió también el primer barco de guerra
a vapor que llegó a Sudamérica, la goleta
mixta Rímac, de 1300 toneladas,
construido en los astilleros de Nueva York,
y que arribó al Callao el 27 de julio de
1847. Asimismo, contrató la construcción
de otro buque a vapor, la fragata
Amazonas, que llegaría durante el
gobierno de su sucesor José Rufino
Echenique. El Perú se convirtió así en la
primera potencia naval de Sudamérica.[62] ​
[63] [64]
​ ​

Con respecto a la marina mercante se


promulgó una Ley de Fomento y
Protección (18 de enero de 1848), entre
otros decretos y leyes para favorecerla,
tanto en el ámbito marítimo como en el
fluvial. Se construyó también el
apostadero naval de Paita.[65] ​

El viaje del bergantín Gamarra a


California

El Bergantín Gamarra, protegió a


los peruanos de la costa de
California durante la fiebre del oro.

Una demostración del poderío naval que


entonces tenía el Perú, se dio cuando unos
empresarios peruanos que enviaban
buques mercantes a California (que
entonces vivía la fiebre del oro), pidieron
protección al gobierno de Castilla. El
presidente atendió el pedido a fines de
1848 y envió al bergantín Gamarra, que
permaneció diez meses en la bahía de San
Francisco. La misión encomendada a su
capitán José María Silva Rodríguez era
proteger a todo buque mercante peruana
que llegara a esa costa (que hacía poco
había sido anexada por Estados Unidos
arrebatándola de México), auxiliarlos con
marinos en caso necesario y vigilar por su
manutención, así como recoger todo
informe que fuese considerado útil.
Cumplió toda esa labor con disciplina y
eficiencia.[66] [61]
​ ​
El Ejército, artillería y armamento

Por sendos decretos dados en 1845 y


1847, Castilla reorganizó al Ejército. Su
número, en tiempos de paz, debía ser de
3000 efectivos, con una brigada de
artillería, seis batallones de infantería y
tres regimientos de caballería.[67] ​

Si bien Castilla redujo el número de


efectivos del ejército, puso a la vez mucho
empeño en darle la capacidad técnica
necesaria y de dotarla de armamento
moderno. En junio de 1850 encargó la
reorganización del arma de artillería al
general Manuel de Mendiburu. Se realizó
un completo cambio en el sistema y el
equipo de la artillería de campaña. Los
viejos cañones de cuatro libras fueron
reemplazados con modernos obuses de
mayor calibre. Se implementó una
maestranza de armería y una oficina de
fundición, y se mejoró la fábrica de
pólvora.[67] [61]
​ ​

Para el cuerpo de infantería se adoptaron


los fusiles de percusión, que reemplazaron
a los antiguos fusiles de chispa.[67] ​
La Escuela Central de Marina y la
Escuela Militar

Por decreto del 25 de octubre de 1849 se


reabrió la Escuela Central de Marina, para
la formación de jefes y oficiales de la
armada, así como para los que tuvieran
vocación de pilotos. Su sede quedó
establecida en Bellavista.[68] ​Por otro
decreto de 7 de enero de 1850 se
estableció el Colegio Militar, en el que fue
refundida la Escuela Central de Marina.
También se creó un cuerpo de ingenieros
del Ejército.[67] ​
Dentro del plano legislativo, se dieron los
reglamentos de Guerra y Marina, así como
la Ley de Indefinidos, por la cual pasaban
a licencia indefinida los militares sin
colocación en el ejército y la marina. Por
otra ley se reglamentó en 42 artículos el
montepío militar, es decir la pensión que
correspondía a las viudas, huérfanos y
otros deudos de los militares fallecidos
estando en servicio, así como a los jefes y
oficiales que quedaran inválidos o
discapacitados en combate.[69] [61]
​ ​
Fundación de la Factoría Naval de
Bellavista

Fue el ministro de Guerra y Marina Manuel


de Mendiburu, el primero en sugerir la
necesidad de que el país contara con una
fundición de bronce y otra de fierro, es
decir, una factoría para el mantenimiento y
reparación de las unidades de la marina,
así como la fabricación de cañones y la
reparación de piezas del armamento. Uno
de los sucesores de Mendiburu en dicho
ministerio, el general José Rufino
Echenique, convenció al presidente
Castilla para que enviara a Estados Unidos
al ingeniero Jorge Rumwill con el fin de
que contratara la construcción de la
maquinaria y la compra de los materiales
necesarios para dicho establecimiento.
Para fines de 1849 esta ya operaba bajo la
dirección de Rumwill en el pueblo de
Bellavista, cerca al Callao.[68] ​

La factoría llegó a tener siete secciones:


[65] ​

Dibujo y modelería.
Fundición de fierro y bronce.
Maquinaria.
Fundición de cobre.
Plomería.
Herrería.
Calderería.

Tenía cincuenta máquinas y aparatos de


alta calidad para ejecutar cualquier obra
de su ramo. El movimiento de todas sus
maquinarias dependía de un solo motor a
vapor, vertical, de alta presión, de veinte
caballos de fuerza. El Estado se ahorró así
en la reparación y fabricación de
armamento, aparte de que la Factoría
generaba sus propios recursos, pues se
dedicó también a hacer servicios a la
industria de dentro y fuera de la República.
También dio trabajo a muchos peruanos
industriosos.[65] [63]
​ ​
La factoría de Bellavista llegó a ser la
mejor de Sudamérica y sería destruida por
los chilenos en 1881, durante la guerra del
Pacífico.[65] ​

Aspecto internacional

José Gregorio Paz Soldán (1808-


1862), jurista e internacionalista
peruano. Fue el primer ministro de
Relaciones Exteriores del gobierno
de Ramón Castilla.

La política internacional de Castilla estuvo


orientada a darle al Perú prestancia entre
los países de América y del mundo en
general.

Fundación de la diplomacia peruana

El ministro de Relaciones Exteriores José


Gregorio Paz Soldán preparó un proyecto
sobre la organización del cuerpo
diplomático y consular de la Repúnlica,
dando origen así al histórico decreto de 31
de julio de 1846, y a otro decreto
complementario sobre adjuntos a las
legaciones. El primero de ellos fue
convertido en ley por el Congreso. Fue la
base de la legislación peruana sobre la
materia y sirvió de modelo al resto de
países americanos.[70] ​

El gobierno de Castilla estableció


legaciones (embajadas) en Estados
Unidos, Inglaterra, Chile, Bolivia y Ecuador,
y abrió consulados en París y Bruselas.
Debido a ello, se considera a Castilla como
el fundador de la diplomacia peruana.[70] ​

Declaración sobre las reclamaciones


diplomáticas

Los penosos incidentes afrontados con


Inglaterra al inicio del gobierno de Castilla,
motivaron la dación del decreto supremo
de 17 de abril de 1846 conocido como
Declaración sobre reclamaciones
diplomáticas, expedido por Castilla y el
canciller Paz Soldán. En ella se
determinaba en qué casos el gobierno
peruano debía o no admitir reclamaciones
diplomáticas de otros países. Hasta
entonces, los cónsules o representantes
diplomáticos de países extranjeros solían
protestar directamente ante el gobierno
cuando consideraban que sus
connacionales habían sido víctimas de
abuso o despojo, exigiendo y logrando
reparaciones e indemnizaciones; en
adelante, los agraviados debían acudir
directamente a jueces o tribunales locales
y solo debían pedir ayuda a sus
consulados en caso de denegatorias o
retardos.[71] [72]
​ ​

Reacción peruana ante la Expedición


Floreana

El general Juan José Flores,


organizador de la llamada
Expedición Floreana cuyo
propósito era instaurar una
monarquía constitucional en
Sudamérica bajo un príncipe
borbón español.
En 1846, el general Juan José Flores, uno
de los fundadores de la República del
Ecuador, se encontraba en España luego
de haber sido despojado de la presidencia
de la República en su país. Este personaje,
que ya había evidenciado antes su plan de
instaurar monarquías constitucionales en
Sudamérica con el argumento de que el
sistema republicano había fracasado, se
dedicó en organizar una expedición militar
con destino a Sudamérica, contando con
la ayuda material y la aprobación de la
reina madre María Cristina de Borbón. Su
propósito era implantar un gobierno
monárquico en Ecuador para un príncipe
borbón español, que sería uno de los hijos
de dicha reina, habido en su matrimonio
morganático con el duque de Rianzares. A
esta expedición se la llamó Expedición
Floreana, por el nombre de su organizador.
Flores llegó a reclutar unos 1500 hombres
en España, incluyendo jefes y oficiales
retirados, atraídos por la oferta de fama,
fortuna, tierras, empleos y grados
militares. También reclutó gente en Irlanda
(allí se anunció como una empresa de
inmigración) y adquirió dos vapores y un
transporte, que fueron equipados en los
muelles de Londres.[73] ​

Informado el presidente Castilla de los


preparativos de la expedición, instruyó a
sus agentes en el exterior para que
formulasen una enérgica protesta y la
decisión del Perú de combatir cualquier
intento de intervencionismo en América. El
ministro peruano en Londres, Juan Manuel
Iturregui, se encargó de elevar la protesta
ante los gobiernos de Inglaterra y España,
y varios representantes diplomáticos del
resto de países sudamericanos siguieron
su ejemplo. El canciller peruano José
Gregorio Paz Soldán envió una circular al
resto de países americanos e instó a la
unidad continental ante la amenaza
floreana. Castilla se puso a la cabeza de la
defensa continental y los países de
Ecuador y Nueva Granada se mostraron de
acuerdo en ponerse bajo las órdenes del
presidente peruano en caso de guerra
contra la intervención extranjera.[74] ​

Finalmente, la pretendida expedición


Flores se desbarató. Los buques
destinados para ese fin fueron incautados
en Londres aduciéndose una violación de
la ley de alistamientos; los enrolados en
España empezaron a desertar y un nuevo
gobierno español se encargó de disolver
sus restos. Todo ello se pudo lograr
gracias a la actitud enérgica que el Perú
adoptó no bien se enteró del descabellado
proyecto.[75] ​
El primer Congreso Americano de
Lima

Manuel Bartolomé Ferreyros,


presidió el primer Congreso
Americano reunido en Lima en
1847.

El 9 de noviembre de 1847, el canciller de


Perú José Gregorio Paz Soldán envió una
circular a los gobiernos americanos para
invitarlos a enviar a sus ministros
plenipotenciarios a Lima con el fin de
celebrar un Congreso Americano. Su fin
sería, a la letra, sentar las bases de una
futura tranquilidad y seguridad para los
países del subcontinente. Ello se veía
necesario por contexto internacional
crítico que vivían varios países
hispanoamericanos. México enfrentaba
una guerra con los Estados Unidos. Río de
la Plata, encabezada por el dictador
Rosas, enfrentaba una intervención
francoinglesa. A todo lo cual se sumaba la
amenaza de la Expedición Floreana.[75] ​

Solo seis países, incluyendo el Perú,


aceptaron la invitación y enviaron a los
siguientes representantes: José Ballivián
(Bolivia); José Benavente (Chile), Pablo
Merino (Ecuador), Juan Francisco Martín
(Nueva Granada) y Manuel Bartolomé
Ferreyros (Perú). Los demás países
invitados (Río de la Plata, Centroamérica,
México, Estados Unidos y Venezuela) se
abstuvieron de enviar a sus
representantes por cuestiones de
distancia geográfica o de crisis interna.[75] ​

El Congreso Americano se instaló el 11 de


diciembre de 1847, presidido por Manuel
Ferreyros, y clausuró sus sesiones el 1 de
marzo de 1848. Se firmaron dos tratados,
uno de Federación y otro de Comercio, y
dos convenciones, una Consular y otra
Postal. Pero ninguno de ellos se logró
poner en práctica.[76] ​

La importancia de este Congreso es que


vino a ser la resurrección de aquel otro de
carácter continental que convocara Bolívar
en Panamá en 1826, con lo que se
mantenía en pie el ideal americanista tan
caro al Libertador. Dejó sentado el
principio que cualquier ataque extranjero
contra un país americano debía de
considerarse como un ataque a todos, y,
por lo tanto, todos debían sumarse a la
defensa. La política internacional del Perú
estuvo pues orientada hacia un sincero y
noble ideal americanista.[76] [77]
​ ​
Relaciones con Bolivia

José Ballivián, presidente de Bolivia


de 1843 a 1847, perturbó las
relaciones con Perú durante el
gobierno de Castilla.

Pese a la paz firmada entre Perú y Bolivia


en 1842, persistía los problemas entre
ambos países, en lo que respecta a los
límites geográficos y a otras cuestiones de
índole comercial y económica.[76] ​
Gobernaba entonces en Bolivia el general
José Ballivián, enemigo personal de
Castilla, a quien tras la derrota de Ingavi lo
había apresado haciéndole padecer de
malos tratos, injuria que Castilla nunca
perdonó. Ballivián continuó intrigando
contra el Perú, con el propósito de
arrebatarle Tacna y Arica, zona que
constituía la salida natural de Bolivia hacia
el oceano. Siguiendo esa política, se
entrometió en los asuntos internos del
Perú y apoyó a los opositores de Castilla.
Se le descubrieron intrigas con los
generales Torrico y San Román (que
fueron desterrados por Castilla), así como
una connivencia con el general Juan José
Flores del Ecuador, otro enemigo del
Perú.[76] ​

Ballivián envió a Lima un agente


confidencial, Domingo del Oro, para que
sondeara el ánimo del país sobre su
planeada incorporación de Tacna y otros
territorios del sur peruano a Bolivia. Del
Oro aconsejó a Ballivián que postergara su
proyecto al no comprobar ningún apoyo de
los habitantes de esa región a Bolivia.
Poco después, en mayo de 1845, Del Oro
alertó a su gobierno sobre un supuesto
plan secreto de Castilla para aliarse con el
tirano Rosas de Argentina con el fin de
repartirse el territorio de Bolivia. El asunto,
real o ficticio, no trascendió, pero en 1847
se vivió una verdadera tensión entre Perú y
Bolivia que estuvo a punto de
desencadenar una guerra; se hicieron
aprestos bélicos en el sur peruano y el
Consejo de Estado del Perú autorizó
secretamente al Ejecutivo a declarar la
guerra a Bolivia. Pero Castilla prefirió
dialogar con Ballivián a través de la
correspondencia.[78] ​

En realidad, la guerra no era popular en


ninguno de los dos países y el verdadero
problema entre ambos era de tipo
comercial y económico. Bolivia había
subido hasta un 40% los derechos de
introducción de artículos y manufacturas
peruanas a su territorio. En represalia, el
Perú aumentó los impuestos a los
artículos procedentes de Bolivia e
identificó el tránsito de mercaderías que
este país hacía para abastecerse desde el
puerto de Arica aplicándole las mismas
disposiciones.[78] ​Otro asunto que el Perú
reclamaba a Bolivia era la invasión de la
moneda feble o de baja ley boliviana en el
sur de su territorio, así como el pago de la
deuda de la independencia, por la ayuda
que había prestado en la independencia
del territorio del Alto Perú.
Ballivián, en represalia, llegó incluso a
prohibir totalmente el comercio con Perú
(interdicción comercial) y el paso de
ciudadanos peruanos a su país. La guerra
entre Perú y Bolivia parecía inminente en
1847, como ya vimos. Pero finalmente se
impuso la cordura. Los representantes de
ambos países, Domingo Elías, por el Perú,
y Manuel María de Aguirre por Bolivia,
firmaron el 3 de noviembre de 1847 el
Tratado de Arequipa, por el que se dio
libertad a Bolivia para que comerciara por
el puerto de Arica. Los productos que
Bolivia hacía ingresar a su territorio desde
Arica no pagarían derecho de tránsito, sino
solo el derecho de puerto. Bolivia, por su
parte, se comprometía a no poner en
circulación su moneda feble en el sur
peruano. En cuanto a la deuda de la
independencia, se acordó someterla a un
arbitraje de Nueva Granada o
Venezuela.[79] ​

Al ser canjeado y puesto en observación,


este tratado sufrió enmiendas y se redactó
otro en Sucre, en octubre de 1848. El canje
definitivo se celebró en Arequipa en 1849.
De esa manera quedaron normalizadas las
relaciones con Bolivia.[80] ​

Ballivián continuó sin embargo


interfiriendo furtivamente en los asuntos
domésticos del Perú, y dio su apoyo al
general Iguaín, el mismo que se había
rebelado contra Castilla en el sur peruano,
como ya vimos anteriormente. Tras el
derrocamiento de Ballivián por el general
Manuel Isidoro Belzú en diciembre de
1847, la situación cambió. Belzú se
mostró más cordial con el Perú y la
relaciones peruanobolivianas se
normalizaron totalmente. [81] ​

Repatriación de los restos de los


presidentes La Mar y Gamarra

Una ley de 1834 había ordenado repatriar


los restos del mariscal José de La Mar,
que se hallaban en Costa Rica desde
1830. En ese entonces no se llegó a
concretar ello, pero en 1843 los restos
fueron enviados al Perú por pedido de la
señora Francisca Otoya, que residía en
Piura. El gobierno ecuatoriano reclamó
también los restos, aduciendo que debían
estar en su patria, Ecuador, por ser La Mar
natural de Cuenca. En el Perú se inició
entonces una campaña publicitaria para
demostrar que La Mar se había
considerado siempre peruano y se
publicaron diversas cartas y escritos
como prueba de ello. Finalmente, la
señora Otoya decidió entregar en 1846 los
restos al gobierno peruano. Castilla
organizó solemnes pompas fúnebres y
depositó el ataúd en el Cementerio
General de Lima, donde se hizo un
mausoleo.[82] ​

En cuanto a los restos del presidente


peruano Agustín Gamarra, derrotado y
muerto en Ingavi de 1841, se hallaban
todavía en Bolivia al momento de asumir
Castilla al poder en 1845. El cuerpo de
Gamarra había sido vilmente profanado
por los vencedores y colocado bajo la
columna que Ballivián ordenó erigir frente
al campo de batalla en conmemoración a
la victoria boliviana. Tras la caída de
Ballivián en 1847, la población de la zona
destruyó dicho monumento, al considerar
que el odio al Perú había acarreado
muchos males a sus intereses
comerciales. Los restos de Gamarra
fueron conducidos a la Catedral de La Paz,
donde se le rindieron las honras
respectivas. Luego fueron devueltos al
Perú donde Castilla los recibió con gran
solemnidad. El 25 de noviembre de 1848
se realizaron la honras fúnebres en la
Catedral de Lima y finalmente el cuerpo
fue enterrado en un mausoleo del
Cementerio General de Lima. Como dato
anecdótico se dice que el carro fúnebre
construido para trasladar los restos de La
Mar, se usó también para los de Gamarra,
su rival.[83] ​

La pensión al Libertador San Martín

Don José de San Martín en 1848.

Es digna también de mencionarse la


actitud tomada por Castilla al reconocer y
pagar la pensión acordada por el Perú al
Libertador José de San Martín (1849),
quien por entonces se hallaba en su retiro
de Boulogne-sur-Mer, Francia, atravesando
penurias económicas. Fue así el Perú el
único país de Sudamérica que ayudó
materialmente en sus últimos días al
Libertador, quien falleció el 17 de agosto
de 1850. En Lima se hicieron exequias y
honores a quien fuera el fundador de la
República Peruana.[84] ​
El rechazo a la Misión Obando

El general colombiano José


María Obando fue acreditado
por su gobierno como ministro
plenipotenciario en Lima, en
1850, pero el presidente
Castilla se negó a recibirle
como tal.

El general José María Obando, uno de los


caudillos de Colombia (entonces llamada
Nueva Granada), se había refugiado en el
Perú en 1842, donde gozó de la protección
del gobierno de Juan Crisóstomo Torrico.
Pero tras el derrocamiento de este, fue
obligado a retirarse del Perú. Volvió al país
al producirse la restauración
constitucional de 1845, siendo acogido
por el presidente Castilla, quien incluso lo
ayudó económicamente. Desde Lima,
Obando hizo campaña periodística contra
su enemigo, el presidente de Colombia
Tomás Cipriano de Mosquera. Tras el
cambio de gobierno en Colombia y la
ascensión de José Hilario López, Obando
regresó a su patria en 1849. Al año
siguiente fue acreditado como ministro
plenipotenciario en Lima. Pero el gobierno
de Castilla se negó a recibir sus
credenciales, produciéndose así un
incidente diplomático con Colombia.[85] ​
Una versión muy difundida sobre la razón
de la negativa de Castilla, es que Obando
era sindicado como el asesino del
mariscal Antonio José de Sucre, suceso
ocurrido en 1830 en las montañas de
Berruecos. Como Obando protestase,
Castilla le respondió: «Puede ser que los
tribunales de su Patria no lo hayan
condenado, pero Ud. no ha sido absuelto
por la opinión pública de América».[86] ​

En realidad, no se sabe el verdadero


trasfondo del rechazo de Castilla a la
misión Obando. En un documento escrito
por el canciller Joaquín José de Osma, se
alude al episodio, afirmando que Castilla
consideró indecoroso recibir a un
personaje que, cuando había estado
asilado en el Perú, el gobierno colombiano
lo había reclamado con los calificativos
peyorativos de asesino alevoso e
incendiario, y que luego,
inexplicablemente, lo enviaba como
ministro, sin retirar esas notas cargadas
de insultos.[87] ​

Al producirse el cambio de gobierno en


Perú con la ascensión de José Rufino
Echenique (abril de 1851), el gobierno
colombiano insistió en acreditar a Obando
como su ministro en Lima. Pero Echenique
mantuvo la negativa de su antecesor.[88] ​
Política educacional
Desde el inicio de la República, no se había
contemplado implementar en el Perú una
política educativa integral. Castilla,
asesorado por expertos en el tema, abordó
directamente el asunto y de ese modo fue
el primer gobierno republicano en hacerlo.

La educación elemental o primaria

El Estado se encargó directamente de las


escuelas de enseñanza elemental y de la
asignación de rentas a los preceptores.
Una resolución legislativa de 8 de mayo de
1848 estableció, mientras se discutía un
plan general, los cuatro cuadernos para la
enseñaza elemental: lectura analítica,
ortología, caligrafía y ortografía. La
enseñanza era diferenciada, es decir, niños
y niñas no podían estudiar juntos y cada
grupo debía tener su escuela y enseñanza
propia.[89] ​Se fundaron escuelas primarias
en varios pueblos de provincias.[61] ​

Reorganización de los colegios

Castilla emprendió también la


reorganización y restablecimiento de los
colegios nacionales (educación media o
secundaria) en toda la República, pues
estos se habían visto seriamente
afectados, en sus rentas y personal, por
las guerras civiles e internacionales
ocurridas en las dos primeras décadas de
la vida republicana.[90] ​

Se reglamentó los cursos que debían


impartir los profesores, se dotó de rentas
adicionales a algunos colegios, se ordenó
la reorganización completa de algunos
planteles como el Colegio Nacional de la
Independencia Americana de Arequipa, se
dispuso la reapertura de varios colegios
como el Colegio San Miguel de Piura, el
Colegio de la Libertad de Huaraz y el
Colegio de Educandas del Cuzco. Empezó
el florecimiento de planteles como el
Colegio de Ciencias y Artes del Cuzco, el
Colegio de Ciencias y Artes de Cajamarca
y el Colegio de San Carlos de Puno, entre
otros. Y se fundaron el Colegio de
Educandas de Trujillo, el Colegio de San
Francisco de Arequipa, el Colegio San
Ramón de Ayacucho, el Colegio de Santa
Rosa de Puno, el Colegio de la Victoria de
Tacna y la Escuela Central de Minería de
Huánuco.[91] ​

Reglamento de Instrucción Pública de


1850

El 14 de junio de 1850 se dio un


Reglamento de Instrucción Pública,
rubricado por Castilla y su ministro Juan
Manuel del Mar. Fue el primer reglamento
orgánico de carácter general para toda la
República y por el cual el Estado asumía la
dirección y la administración de la
educación, que hasta entonces estaba
divididida entre la autoridad política,
beneficencias, municipalidades, colegios y
universidades. Se creó una Junta Central
de Instrucción Pública de doce miembros,
con filiales en las capitales de
departamento y de provincia, y que tenía
funciones de supervigilancia y
colaboración. Cualquier ciudadano podía
crear planteles de enseñanza, pero debía
someterse a las disposiciones del
Reglamento para que fuera validado
oficialmente. Quedaba así centralizada la
instrucción pública, diferenciada de la
privada y dividida en tres grados de
instrucción:[92] [93]
​ ​

Primero: Escuelas de primer y segundo


orden.
Segundo: Colegios Menores.
Tercero: Colegios Mayores y
Universidades

Los Colegios Menores se encargaban de


continuar la educación impartida en las
escuelas que seguía al segundo grado.
Los cursos debían ser lengua y literatura
castellana, nociones de lógica y ética,
rudimentos de química, física e historia
natural, elementos de matemáticas puras,
historia y geografía universal (con
extensión especial hacia la del Perú),
reglas de la Constitución Política, higiene,
dibujo y musica. Los Colegios Mayores se
encargaban de complementar la
instrucción científica y humanística; en
ellos se podían dar los examenes
correspondientes a los grados
universitarios, aunque una vez aprobados,
el graduado debía sostenerlo en la
Universidad. Se mantuvo así la antigua
estructura de los Colegios Mayores como
institutos de educación media y
profesional a la vez, persistiendo la
confusión existente desde la época
virreinal entre ambos niveles de
enseñanza.[94] [93]
​ ​

Escuelas de Artes y Oficios

Por ley de 23 de octubre de 1849 se


ordenó la fundación de escuelas de artes y
oficios en cada capital de departamento,
cuyos recursos se deducirían de los
sobrantes de las rentas municipales o de
otra fuente por determinarse. Esta ley
tenía como fin orientar la enseñanza al
desarrollo de la industria y la artesanía,
superando así la formación meramente
humanística que se daba en los colegios,
así como proponía becas para estudiantes
de escasos recursos. Pero no se llegó a
concretar y se quedó solo como una
buena intención.[95] ​

Desarrollo de la educación superior

Fue bajo el gobierno de Castilla en que


empezó un importante desarrollo de la
educación superior. Destacan
especialmente el Convictorio de San
Carlos, el Colegio de la Independencia
(antiguo Colegio de Medicina de San
Fernando y actual Facultad de Medicina
Humana de la Universidad de San Marcos)
y el Seminario de Santo Toribio. Este
desarrollo implicaba una mejora en la
calidad docente y en los programas de
estudio, así como el aumento de
presupuesto.[96] [61]
​ ​

Destacó también en el plano de la


educación superior el Colegio Nuestra
Señora de Guadalupe, institución privada
fundada en 1840, inicialmente destinada a
la educación primaria, aunque fue
ampliándose a la educación secundaria,
hasta llegar al nivel superior. Por entonces
contaba con maestros imbuídos de
ideología liberal. Su rector era entonces el
célebre educador español Sebastián
Lorente, que hizo una profunda renovación
en la metodología de enseñanza. Los
debates ideológicos que este centro de
estudios tuvo con el conservador
Convictorio de San Carlos influyeron en el
desarrollo intelectual del Perú, como
veremos más adelante.[97] ​Fue años
después, en 1855, cuando el Guadalupe
pasó a ser Colegio Nacional, quedando
limitado a impartir educación media o
secundaria.[98] ​

La Universidad Nacional Mayor de San


Marcos (al igual que las universidades de
provincias) permaneció por lo pronto
rezagada, sin adecuarse a los grandes
avances del mundo y solo empezaría a
mejorar con la reforma de 1855, ya bajo el
segundo gobierno de Castilla.[99] [100]
​ ​

Reforma de la educación médica.


Cayetano Heredia

Cayetano Heredia, reformador de


los estudios médicos en el Perú.

El médico Cayetano Heredia, al frente de


una comisión creada en 1842, se dedicó
en reorganizar y modernizar el Colegio de
la Independencia, nombre con que la
República bautizó al colonial Colegio de
Medicina de San Fernando, que a partir de
1855 se convirtió en la Facultad de
Medicina Humana de la Universidad de
San Marcos. Heredia puso su enseñanza
al nivel de los adelantos científicos que se
daban en Europa, especialmente de parte
de la escuela francesa. Gestionó la
contratación de destacados profesionales
médicos del extranjero para que se
dedicaran a la enseñanza, como el italiano
Manuel Solari, el francés Pedro Dunglas y
el guayaquileño José Julián Bravo.
Contrató también como docentes a los
italianos Antonio Raimondi (naturalista) y
José Éboli (químico), y al sabio español
Sebastián Lorente, que se encargaron de
dictar diversas materias relacionadas con
el ejercicio de la práctica médica. Y entre
los docentes peruanos figuraban los
destacados cirujanos Julián Sandoval y
Marcelino Aranda. Asimismo, Heredia
amplió los gabinetes de física e historia
natural; fundó el museo de anatomía
patológica y enriqueció la biblioteca con
libros de su propiedad; a varios de sus
alumnos destacados los envió a Europa
para que se perfeccionaran,
financiándoles con su propio peculio, ya
que el Colegio no tenía recursos
suficientes. Todos ellos se convirtieron
después en renombrados médicos, como
fueron los casos de José Casimiro Ulloa,
Francisco Rosas, Rafael Benavides y José
Pro.[101] [102]
​ [103]
​ ​

Por decreto de 30 de diciembre de 1848 se


abolió el Tribunal del Protomedicato, vieja
institución colonial encargada de cautelar
el ejercicio de la profesión médica. En su
reemplazo se creó una Junta Directiva de
la Facultad de Medicina compuesta por
siete miembros y con un presidente
elegido periodicamente de manera rotativa
entre ellos. Se encargaba de someter a los
graduados del Colegio o Facultad de
Medicina a las pruebas necesarias para
conferirle el grado de doctor, así como a
otras funciones relacionadas con el
ejercicio de la medicina.[104] ​

Importante hito en la práctica de la cirugía


fue la llegada de la anestesia por
inhalación de éter, que por primera vez se
aplicó en Lima el 20 de abril de 1847 por el
doctor Julián Sandoval. También renació
la enseñanza de la obstetricia, que había
decaído luego de la partida en 1836 de la
señora Paulina Cadeau de Fessel, pionera
de la práctica obstétrica en el Perú. En
1847 se inauguró un nuevo local de la
Maternidad, en forma de anexo del
Hospital Santa Ana.[105] ​

Política inmigratoria

Inmigración china

Trabajadores chinos extrayendo el


guano de islas en Chincha.

Ante la queja de los agricultores por la


falta de mano de obra en los campos, el
Ejecutivo, a través del ministro de
Gobierno Juan Manuel del Mar, envió al
Congreso un proyecto de inmigración para
traer del extranjero mano de obra. Se creó
también un fondo. El Congreso aprobó una
Ley General de Inmigración, que fue
promulgada el 17 de noviembre de 1849.
Para favorecer esta inmigración se
concedió una prima de 30 pesos al
empresario por cada uno de los
inmigrantes que introdujera, cuando
viniesen en partidas de más de cincuenta
y cuyas edades fuesen de 10 a 40 años.
Esta ley fue conocida popularmente como
la «ley china», ya que fomentó más que
nada a la inmigración de chinos o culíes
para las labores agrícolas y la extracción
del guano de islas. Los empresarios
Domingo Elías y Juan Rodríguez recibieron
la exclusiva para introducir chinos por
cuatro años; la primera partida, 75 chinos
en total, procedentes de Cantón, había
arribado al Callao antes de la
promulgación de la ley, el 15 de octubre de
1849. Hasta 1852 arribaron 2516
chinos.[106] [107]
​ ​

Inmigración europea

En el marco de la ley de 1849, llegaron


también colonos europeos, pero en menor
cuantía. Eran alemanes e irlandeses, estos
últimos huyendo de la hambruna que
asolaba entonces Irlanda. Hasta 1853
entraron 1096 alemanes y 320 irlandeses.
Pero a diferencia de otros países de
América, la inmigración europea no
prosperó en el Perú. Muchos irlandeses
que arribaron al Perú optaron luego por ir a
Australia. Por su parte, los alemanes
intentaron infructuosamente colonizar la
región selvática. Solo años después, ya
bajo el gobierno de Echenique, se
instalaría una colonia de austroalemanes
en Pozuzo.[108] ​
Aspecto intelectual

Debate entre liberales y


conservadores

Bartolomé Herrera, rector del


Convictorio de San Carlos, fue el
líder del pensamiento conservador
peruano.

La polémica entre liberales y


conservadores databa desde los inicios de
la República. Pero los adalides de cada
una de esas tendencias se hallaban ya en
el retiro, y en general habían visto fracasar
sus proyectos políticos ante el desorden y
la anarquía. El retorno del Perú a la vida
democrática en 1845, sumado al orden
interno y al progreso material que vivió el
país, propició el desarrollo de un gran
movimiento intelectual representado por
nuevas figuras descollantes de ambas
tendencias.[109] [100]
​ ​

Después de dos décadas de vida política


confusa, pudo al fin reanudarse con
mucha altura el diálogo ideológico entre
conservadores y liberales, es decir, entre
los defensores del orden y los defensores
de la libertad. Los conservadores estaban
liderados por el sacerdote Bartolomé
Herrera, rector del Convictorio de San
Carlos; entre los líderes del liberalismo
descollaban Benito Laso, Francisco de
Paula González Vigil y los hermanos Pedro
y José Gálvez; estos últimos curiosamente
se habían forjado en la ideología
conservadora del claustro carolino.[110]
[111] ​

Polémica entre Herrera y Laso

Bartolomé Herrera había sido nombrado


rector del Convictorio carolino en 1842,
después de que pronunciara un notable
sermón durante las exequias del
presidente Gamarra, que ha sido
considerado como un llamado al orden del
país. El 28 de julio de 1846, aniversario de
la independencia, Herrera pronunció otro
sermón en la Catedral de Lima, a solicitud
del presidente Castilla. Este sermón
marcó el comienzo de la lucha ideológica
entre conservadores y liberales.[112] [17]
​ ​

Herrera interpretó la historia peruana en


un sentido providencialista. Según él, los
incas habían cumplido su misión de
unificar y civilizar el mundo andino, pero al
caer en guerra civil, llegó España trayendo
el orden y la verdadera fe. Reconoció que
hubo excesos por parte de los españoles
pero que ello fue fruto de la injusticia
propia de los hombres de la época. Luego
llegó la independencia como algo
inevitable, pero trajo consigo principios
falsos e impíos de la revolución francesa y
que por eso era ya hora de reaccionar
contra ellos tal como se venía haciendo en
Europa.[112] [113]
​ ​

Según la visión de Herrera, existe una ley


natural o sea divina, que hace que algunos
estén más capacitados para mandar y dar
las leyes, por estar dotados de
inteligencia; es pues de Dios de quien
emana la autoridad y las autoridades son
sus mandatarios. El resto, que es el
pueblo, debe obedecer. La soberanía no es
pues sino la obediencia a las autoridades
conforme a la voluntad divina.[111] ​

Benito Laso, representante del


liberalismo peruano más extremo,
no obstante lo cual, no tuvo
reparos en servir como político a
los gobiernos conservadores.

Benito Laso asumió la labor de refutar la


tesis de Herrera, a través de la prensa
periódica. Este personaje se destacaba
por su liberalismo radical. Prócer de la
independencia, periodista, magistrado,
había sido también ministro de Estado
varias veces. Frente a la tesis de Herrera
de la «soberanía de la inteligencia», esto
es, que solo los mejores y más preparados
de la sociedad era quienes debían
gobernar y dar las leyes, Laso defendió
con ardor la «soberanía popular» emanada
del conjunto de ciudadanos libres y
capaces. Laso se retiró finalmente del
debate al considerar que había sido
insultado y ridiculizado, pero ello no puso
fin a la polémica, que continuó con otros
interlocutores. El debate esta vez giró
sobre si el consentimiento del pueblo para
que alguien les gobierne era o no el origen
de la soberanía.[114] ​
La rivalidad entre los Colegios
Guadalupe y San Carlos

Así como el Convictorio de San Carlos,


dirigido por Bartolomé Herrera era la sede
del conservadorismo, el Colegio
Guadalupe, dirigido por el español
Sebastián Lorente, se convirtió en el
bastión de los liberales. Entre los
profesores del Guadalupe descollaban los
hermanos Pedro y José Gálvez. En 1850,
ante la renuncia de Lorente por razón de
salud, Pedro Gálvez pasó a ser rector de
Guadalupe,[115] ​y cuando dejó dicho cargo
en 1852 fue reemplazado por su hermano
José Gálvez, el futuro ministro de Guerra y
héroe del Combate del Callao de 1866.
Bajo esta nueva dirección, el liberalismo
de Guadalupe se fue acentuando, mientras
que la intensidad de la prédica
conservadora de San Carlos, alejado ya
Herrera de su dirección, se amenguó.[116] ​

San Carlos defendía la soberanía de la


inteligencia, en tanto que Guadalupe era el
abanderado de la soberanía de la libertad.
Como lo resumió el historiador Jorge
Guillermo Leguía San Carlos representaba
el orden y Guadalupe la libertad.[117] ​
El debate parlamentario entre Herrera
y Pedro Gálvez

Pedro Gálvez Egúsquiza, profesor


y luego rector del Colegio
Guadalupe, fue el más destacado
de los voceros del liberalismo
peruano desde la cátedra y la
tribuna parlamentaria.

En 1849, Bartolomé Herrera y Pedro


Gálvez fueron elegidos diputados al
Congreso, por lo que llevaron a la tribuna
parlamentaria las discusiones ideológicas
realizadas hasta entonces desde la
cátedra. Se produjeron así interesantes
debates entre conservadores y liberales,
sobre diversos temas, siendo el más
memorable, el debate sobre el sufragio de
los indígenas. Naturalmente, Herrera se
oponía a que se otorgara el voto a los
indígenas y mestizos analfabetos, porque,
según él, tenían una incapacidad natural
para ejercer ese derecho. Lo cual fue
refutado por Gálvez, negando que la
capacidad sea el origen del derecho.[97] ​
[40] ​Otro debate interesante fue sobre la
ley de reforma de la elección de los
obispos, en la que intervino Herrera de
manera magistral, refutando que los
representantes del pueblo tuvieran algún
derecho al respecto. En este caso, uno de
sus interlocutores fue José Manuel
Tirado.[118] ​

Las críticas de Vigil a la curia romana

El clérigo tacneño Francisco de Paula


González Vigil representaba una corriente
liberal e ilustrada dentro de la Iglesia
católica. En 1849 terminó de escribir su
obra Defensa de la autoridad de los
gobiernos contra las pretensiones de la
curia romana, en seis tomos, en los que
defendió la existencia de iglesias
nacionales supeditadas a la autoridad civil
(lo que se llama tesis regalistas).[119] ​
Aspecto jurídico

Abolición de los mayorazgos

A pesar de que las leyes constitucionales


desde 1828 establecían normas más
democráticas con respecto a la propiedad,
subsistía todavía en el Perú los
mayorazgos, rezago colonial que consistía
en el derecho de la clase alta de poseer
bienes inalienables o no enajenables, es
decir, que solo se podían transmitir dentro
de cada familia por orden sucesorio,
favoreciendo especialmente al hijo mayor.
Esto era lo que había permitido a la
aristocracia colonial conservar y
acrecentar su poder económico durante la
época virreinal.[120] ​

Por ley del 4 de noviembre de 1849 se


abolieron definitivamente los mayorazgos.
Incluso la ley fue más lejos que la
Constitución, al declarar que todo bien era
enajenable, y se hizo extensiva a otro tipo
de vinculaciones, como las capellanías
eclesiásticas.[120] ​A partir de entonces fue
más fácil el reparto de la propiedad
(aunque no pudo evitarse la existencia del
latifundio) y se permitió el ascenso de
nueva gente a la alta vida social, en virtud
del privilegio de la riqueza y ya no del
abolengo aristocrático; esta nueva clase
es la llamada plutocracia republicana.[121] ​
[122] ​

Ley de Propiedad Intelectual

Por ley del 31 de octubre de 1849 se


introdujo en el Perú lo que hoy llamamos
Derecho de Propiedad Intelectual, sobre
escritos, cartas geográficas, obras
pictóricas y músicales, exceptuando
aquellas obras contrarias a la fe católica o
que ofendieran la moral y las buenas
costumbres, las cuales debían ser
perseguidas por la ley. El autor tenía el
derecho de vender y difundir sus obras
dentro y fuera del territorio de la República
y gozar de sus dividendos de por vida, y
sus herederos dentro de veinte años
después de su muerte, luego de lo cual
pasarían a dominio público. A decir de
Basadre, durante más de un siglo esta ley
se mantuvo inoperante.[123] ​

Reglamentación de las Sociedades de


Beneficencia

El 9 de septiembre de 1849 se dio el


Reglamento orgánico de la Sociedad de
Beneficencia Pública de Lima, que se
complementó el 28 de octubre del mismo
año con otro para las sociedades de
beneficencia de provincias. Quedó
establecido que dichas entidades debían
estar regidas en cada capital por juntas de
cinco miembros, subordinadas al poder
político. Sus funciones quedaron
detalladas. Esto marcó un hito en el
desarrollo de la beneficencia en el
Perú.[124] ​

Preparación de los Códigos civiles

Francisco Javier Mariátegui y


Tellería, formó parte de la
Comisión que discutió el proyecto
del Código Civil de 1852.
Durante la Confederación Perú-boliviana,
el protector Andrés de Santa Cruz había
impuesto a los Estados peruanos los
códigos de Bolivia, de inspiración
napoleónica. Tras la caída de Santa Cruz
en 1839, volvieron a regir en el Perú las
antiguas leyes civiles de la época colonial,
lo que implicaba un evidente atraso. El
gobierno de Castilla, a instancias del
Consejo de Estado, ordenó la preparación
de nuevos códigos republicanos que
debían proponerse ante el Congreso para
su aprobación. Se formó al respecto una
comisión técnica integrada por juristas de
distintas ideologías, como los
conservadores Manuel Pérez de Tudela y
Manuel López Lisson, y el liberal Francisco
Javier Mariátegui. La Comisión en el
Congreso la integraron Manuel Carrera,
Julio José Rospigliosi, José Luis Gómez
Sánchez y José Manuel Tirado.[125] ​

El proyecto del Código Procesal Civil


quedó aprobado en apenas medio año de
discusión, pero el del Código Civil desató
un debate enconado en lo que respecta al
tema del matrimonio, que los liberales
querían que figurase como contrato y los
conservadores como sacramento. No se
llegó a un consenso; mientras tanto, se
terminó de discutir otro proyecto de
Código, el de Enjuiciamientos en materia
civil. Castilla, en vista que se vencía el
plazo dado por ley, ordenó por decreto de
22 de noviembre de 1850 que se
publicaran de una vez ambos códigos, tal
como estaban y separando solo los
artículos en cuestión, pero el Congreso lo
impidió en junio de 1851.[126] ​El siguiente
gobierno de José Rufino Echenique
ordenó que ambos proyectos volvieran a la
discusión parlamentaria. Finalmente, el
Congreso los aprobó y fueron
promulgados por el gobierno el 28 de julio
de 1852. El Código Civil de 1852 se
mantendría vigente hasta 1936 y el de
Enjuiciamientos en materia civil hasta
1911.[127] [128]
​ ​
Reglamento de Tribunales

El 22 de septiembre de 1845 la Corte


Suprema del Perú promulgó un
Reglamento de Tribunales, que pese a sus
vacíos y defectos, era superior a otro dado
en 1822 que todavía se basaba en las
antiguas leyes españolas. Su finalidad era
detallar la organización y las facultades de
los juzgados y tribunales. Se mantuvo en
vigencia hasta 1853, cuando se promulgó
otro.[126] ​
Legislación sobre comunidades
indígenas

Faena agrícola de comuneros


indígenas en la sierra peruana.

Desde el inicio de la era republicana, la


clase dirigente criolla había impulsado la
conversión de los indígenas en
propietarios parceleros, yendo así contra
la herencia milenaria de la comunidad
indígena. Esta política, fruto del
pensamiento liberal, más que favorecer a
los indígenas, los había expuesto a que
sus tierras estuvieran sujetas a diferentes
formas de enajenación, mayormente en
beneficio de los latifundistas.[129] ​Durante
su primer gobierno, Castilla defendió los
derechos de las comunidades indígenas, y
como ejemplo de ello dio dos
resoluciones, el 15 de enero y el 30 de
abril de 1849, a favor de las comunidades
de la provincia de Huarochirí.[130] ​Pero al
no legislarse explícitamente sobre el
régimen de posesión de las tierras
comunales, este vacío fue aprovechado a
su favor por los terratenientes u otros
propietarios. Es más, el 6 de agosto de
1846, se promulgó una ley que establecía
una indemnización por las tierras
enajenadas en los gobiernos anteriores,
pero que más estaba orientada a
favorecer a los terratenientes que habían
adquirido esas tierras en el interior de las
comunidades, que a estas.[129] ​

Progreso material. Obras


públicas. Administración
En lo que respecta a las obras públicas y
al adelanto material, bajo el gobierno de
Castilla se alcanzó un progreso
notable.[45] ​
El primer ferrocarril del Perú y
Sudamérica

Estación San Juan de Dios en Lima, del


ferrocarril de Lima al Callao, hacia 1870.

Fue en el gobierno de Castilla en el que se


construyó el primer ferrocarril del Perú,
que fue a la vez el primero de Sudamérica
y de todo el hemisferio sur. Cubría la ruta
de Lima a Callao. Se hizo el contrato de la
obra con los acaudalados empresarios
Pedro González de Candamo y José
Vicente Oyague y hermano. La ceremonia
de inicio de la obra en la estación de Lima
se realizó el 30 de junio de 1850, presidida
por el mismo Castilla, quien, al recibir el
badilejo para colocar la primera piedra,
expresó las siguientes palabras: «Este
instrumento de la industria en manos de
un soldado republicano es para mí de
mayor importancia que el cetro del
universo». La inauguración de la línea se
dio el 17 de junio de 1851. El ferrocarril
contaba con pasajes de tres clases, según
sus categorías.[131] ​

La estación del ferrocarril en Lima se


llamaba San Juan de Dios, por haber
estado allí un antiguo convento colonial de
dicho nombre, en la zona que hoy ocupa la
Plaza San Martín.[132] ​

Existe la discusión de que si este


ferrocarril fue en realidad el primero del
subcontinente americano. Se dice que un
ferrocarril de la Guayana británica (de
Georgetown a Plaisance) es en realidad el
más antiguo del continente, pues fue
entregado al tráfico en 1849. También ha
entrado en la disputa el ferrocarril Caldera-
Copiapó, en Chile, inaugurado el 25 de
diciembre de 1851, pero cuya obra había
empezado antes que la del ferrocarril
peruano. Pero lo seguro es que el
ferrocarril de Lima a Callao tiene el mérito
de haber sido el primero en realizar el
servicio de transporte de carga y
pasajeros en la Sudamérica hispana (el de
Caldera-Copiapó era solo de carga). El
primer ferrocarril de Brasil se inauguró en
1854; y el de Argentina en 1857.[133] [134]
​ ​

Implantación del alumbrado a gas

Todavía en 1845 se seguían usando en las


calles de Lima los viejos faroles de
mechero de la época colonial, cuya
iluminación era muy débil. Por decreto de
12 de julio de 1845, Castilla autorizó a
Melchor Charón para el establecimiento
del sistema de alumbrado a gas en la
capital. Una demostración privada fue
hecha ante el presidente en la Casa de la
Moneda de Lima. El contrato se firmó el 25
de marzo de 1851, mediante el cual
Charón se comprometió a colocar
quinientas luces en el perímetro urbano de
Lima. El estreno del sistema se daría bajo
el segundo gobierno de Castilla, en
1855.[135] [45]
​ ​
Reorganización del servicio de
correos

José Dávila Condemarín fue


ministro de Gobierno, Instrucción
Pública y Beneficiencia del
gobierno de Castilla, además de
Administrador General de Correos.
Anteriormente, durante la anarquía
militar, fue varias veces ministro
de Relaciones Exteriores.

Castilla ordenó una reorganización total


del servicio de correos, que desde la
época colonial se hallaba en un estado
deplorable, careciendo de la debida
seguridad y garantía. En 1849 fue
nombrado administrador general de
Correos el abogado y erudito José Dávila
Condemarín; su gestión fue notable. Logró
conseguir fondos e impartió normas que
garantizaron la inviolabilidad de la
correspondencia. Promovió la adopción
del sistema de sellos y estampillas para el
franqueo.[136] ​

El Mercado Central de Lima

La primera gran obra del progreso urbano


de Lima fue la construcción del Mercado
Central de Lima, un moderno mercado de
abastos que debía reemplazar a los
anticuados e insalubres mercadillos de
herencia colonial. El decreto se dio el 19
de noviembre de 1846. Su sede quedó
fijada en el terreno donde hasta hoy se
mantiene: la manzana rodeada por los
actuales jirones Huallaga, Andahuaylas,
Ucayali y Ayacucho. Para tal obra se
expropió parte del Convento de la
Concepción, que originó la protesta de las
monjas, que fueron apoyadas por el
arzobispo de Lima Francisco Javier de
Luna Pizarro. El gobierno argumentó que
los bienes de los conventos eran de
dominio público, pero en aras de una
conciliación, se comprometió a
indemnizar.[137] ​Si bien empezaron las
demoliciones, la obra fue paralizada y
sería el sucesor de Castilla quien la
retomaría.

Otra novedad en lo que respecta a las


obras urbanas fue el asfaltado o empleo
de asfalto en las aceras aledañas a la
Plaza de Armas de Lima (1846). También
se empezó a hacer el enlosado de las
calles de Lima. Se dispuso que los
propietarios costearan la mitad del valor
de la obra realizada al frente de sus
propiedades (1847).[138] ​
Impulso a la navegación a vapor

Continuó el impulso a la navegación a


vapor, iniciada en 1840, la misma que
estaba a cargo de la Compañía inglesa de
vapores. La travesía ya no era solo del
Callao a Valparaíso, sino que se extendió a
Panamá, aumentándose el número de
vapores. Un pasaje del Callao a Valparaíso
costaba 120 pesos.[139] ​

Obras de salubridad en los puertos

Muelle de Chincha.
Hasta 1845, Lima era la única ciudad del
Perú que contaba con cañerías de hierro
para la conducción del agua potable. En
1846 el gobierno hizo contrato con William
Wheelwright para la instalación de dicha
obra en el puerto del Callao. Otros
contratos similares se hicieron en
beneficio de los puertos de Arica e
Islay.[140] ​

Obras públicas en provincias

El gobierno dispuso también que se


hicieran obras públicas en toda la
República. Se construyeron iglesias,
hospitales, colegios, mercados, aduanas,
cuarteles, prefecturas, así como caminos
de herradura y puentes que pusieron en
contacto a muchos pueblos del
interior.[141] [45]
​ ​

Es de destacar la reconstrucción del


puente de Izcuchaca sobre el río Mantaro
(1847) y la contratación del puente
metálico sobre el río Lurín, obra esta que
se inauguró en el gobierno siguiente.[138] ​
En cuanto a obras viales, se ordenó abrir
un camino de Pasco hacia la región
selvática de Pozuzo, y de allí a Mairo, que
eran territorio de misiones (1845).[39] ​Se
inició también la construcción de la vía
Cuzco-Santa Ana.[45] ​
También se hicieron estudios sobre
trabajos de irrigación para ganar tierras de
cultivo. Al respecto, se reinició el proyecto
de las Pampas de Uchusuma, en
Tacna.[45] ​

Estadística y censo

Por decreto del 29 de abril de 1848 se


fundó el Consejo Central de Estadística,
que dio un Reglamento de Estadística
Nacional. Su propósito era registrar una
estadística minuciosa de todos los ramos
del servicio público, lo que constituiría una
valiosa herramienta para el gobierno en su
labor a favor de las poblaciones. Debía
estar compuesta por siete secciones de
Estadística y por representantes de los
distintos ministerios, por las denominadas
Juntas Departamentales de Información y
las Juntas Provinciales de Estadística.[142] ​
Si bien no se cumplieron sus objetivos en
ese entonces, es un antecedente del
actual instituto de estadística del Perú
(INEI).

En 1850 el gobierno de Castilla efectuó un


censo de población, calculado en forma
indirecta, es decir, a través de los datos
contenidos en las matrículas de los
contribuyentes, lo que arrojó la cifra de
2 001 200 habitantes.[143] ​Sin embargo,
sería solo a partir de 1862 en que se
empezarían a realizar los censos de
población propiamente dichos, de carácter
directo.[144] ​

Desarrollo industrial

En el país empezó un importante


desarrollo industrial, aunque se tratara
solo de industrias ligeras y de consumo
interno.[45] [145]
​ ​

En 1846 se inauguró en el Callao una


fábrica de velas y estearinas,[146] ​que
aprovechaba derivados de la ballena. Era
de propiedad de Eugenio Rosell.
En 1847 se fundó una fábrica de cristales
en el Callao, de propiedad de los
hermanos José y Francisco Bossio, que ya
anteriormente habían tenido un local en
Lima, pero esta vez lo ampliaron
diversificando más su producción.[147] ​
También se fundó una fábrica de
destilación de ácido sulfúrico en Lima.[45] ​

En 1848, los propietarios del diario El


Comercio de Lima, señores Manuel de
Amunátegui y Alejandro Villota, instalaron
la primera fábrica de papel que hubo en el
Perú, traída de los Estados Unidos y que
era movida por una rueda hidráulica. Se
instaló en el llamado Molino de Deza,
cerca de la Portada de Guías, en el barrio
conocido como Abajo el Puente. Aparte de
fabricar papel para el diario, fabricaron
otro más áspero y de color marrón, para
uso comercial. Los propietarios ampliaron
también las instalaciones de su diario,
instalando una máquina a vapor para
mover sus prensas, traída también del
extranjero.[148] [149]
​ ​

En ese mismo año de 1848 se inauguró


una fábrica de fósforos, moda de
encendido de fuego que ya estaba
difundida en reemplazo de la antigua
pajuela. La fábrica, que se llamaba "La
Peruana", se instaló en la Alameda que va
al Callao. El precio de doce cajas de
fósforos era de medio real.[147] [150]
​ [146]
​ ​

Pero el proyecto más ambicioso de esos


años fue sin duda una fábrica de telas
denominada "Los Tres Amigos",
inaugurada en Lima el 27 de julio de 1848,
cuyos propietarios eran los señores Juan
Norberto Casanova, José de Santiago y
Modesto Herce, y que estaba financiado
con capitales aportados por los hombres
más ricos del Perú de ese entonces, Pedro
González Candamo y Domingo Elías. Su
sede estaba en la antigua casona colonial
del virrey Manuel de Amat y Junyent, en la
Alameda de los Descalzos, que fuera
habitada por Micaela Villegas, la Perricholi,
y que años después sería la sede de la
cervecería Backus & Johnston
(actualmente deshabilitada). Para su labor,
los empresarios adquirieron un costoso
telar mecánico, movido con una máquina
de vapor que aprovechaba la caída del
agua de las acequias cercanas. Daba
trabajo a más de 160 personas,
mayormente mujeres y comenzó la
fabricación en serie de los primeros
hilados y tejidos de algodón peruano
(tocuyos). Su inauguración fue apadrinada
por el mismo Castilla y su esposa.[151] ​
[146] ​La puesta en funcionamiento de esta
fábrica fue todo un acontecimiento que
provocó la gran curiosidad del público, a
tal punto que los dueños se vieron
obligados a fijar solo un día a la semana
para las visitas.[152] ​El 30 de octubre de
1848 se entregó al presidente Castilla la
primera pieza de tocuyo tejida en la
fábrica, que fue depositada en el Museo
Nacional. Lamentablemente, esta fábrica
no se mantuvo por mucho tiempo y cerró
en 1852. El libre mercado trajo productos
más baratos del extranjero, donde los
precios del algodón y los salarios eran
más bajos que en Lima; era pues,
imposible hacerles la competencia. Así
quedó arruinado este primer intento de
crear una industria nacional y no faltó
quien ha creído que hubo toda una
conspiración para favorecer al capitalismo
inglés con ese desenlace. La industria
textil peruana renacería sin embargo años
después, con la fábrica de Vitarte.[153] ​

La banda presidencial de Ramón


Castilla.

Es de mencionar también la fábrica de


tejidos de seda instalada en Lima, de
propiedad de José de Sarratea, un
acreedor del Estado de la época de la
independencia, que pidió como
compensación un edificio que servía de
aduana, en la actual avenida Abancay,
donde tiempo después se construiría la
sede del Ministerio de Hacienda
(actualmente es sede del Ministerio
Público - Fiscalía de la Nación). Sarratea
instaló allí su fábrica y trajo modernas
maquinarias. El primer trabajo que hizo
fue una banda presidencial, que fue
obsequiada al presidente Castilla, y unos
guantes para el arzobispo de Lima
Francisco Javier de Luna Pizarro.[147] [146]
​ ​

También se fundó una fábrica de tejidos


de algodón en Ica por obra de los
empresarios Pedro Lloyd, Juan José
Zambrano y Clemente Basilio Moyano.[45]
Proceso electoral de 1850

Los candidatos a la presidencia

Para las elecciones de 1850, se presentó


como candidato el general José Rufino
Echenique, con el apoyo de los sectores
conservadores del país. Echenique era uno
de los militares vivanquistas que Castilla
había asimilado a su gobierno. Había sido
dos veces presidente del Consejo de
Estado (cargo equivalente al de primer
vicepresidente de la República) y aunque
en algún momento Castilla sospechó que
había conspirado en su contra, ambos
acabaron por reconciliarse. Contaba
también Echenique con la ventaja de ser
aristócrata y poseer fortuna, además de
tener un carácter caballeroso, exento de
crueldad y rencor, lo que le atraía
fácilmente adeptos.[154] [155]
​ ​

También se presentó como candidato el


general Manuel Ignacio de Vivanco, el
antiguo titular del Directorio que fuera
derrocado por la revolución encabezada
por Castilla en 1843. Tras su derrota en
Carmen Alto, Vivanco había marchado a
Ecuador, donde se dedicó a la agricultura
en la región de Manabí. En 1849 retornó al
Perú al amparo de la ley de amnistía dada
en 1847. Contaba con el apoyo
incondicional del pueblo de Arequipa, de
sus antiguos partidarios del Directorio y de
un sector de los opositores al gobierno de
Castilla.[156] ​Obtuvo incluso autorización
para visitar en Palacio de Gobierno al
presidente Castilla, en el aniversario de la
batalla de Ayacucho. Los dos enconados
rivales de antaño se exhibieron juntos en
el teatro, sentados en el palco
presidencial, donde se hallaba también la
esposa de Castilla, la señora Francisca
Diez Canseco.[157] ​

Otro personaje que se presentó como


candidato fue Domingo Elías, el líder civil y
empresario agrícola iqueño, que había
irrumpido en la escena política con
ocasión de aquel episodio de resistencia
civil de la ciudad de Lima conocido como
la Semana Magna. Su candidatura fue
lanzada por el Club Progresista, el primer
ensayo de partido político que tuvo el
Perú, apoyado por hombres de negocios e
intelectuales liberales.[158] ​

Otra candidatura fue la del mariscal


Miguel de San Román, que había
regresado al país luego del voto de
indemnidad que favoreció a los
conspiradores de 1849. Enemistado con
Castilla, San Román, por el momento, no
volvió a tener relación con él y rechazó
toda propuesta de fusión o alianza que le
hicieron separadamente los demás
candidatos. Era el más debil de todos los
candidatos y así se reflejaría en el
resultado final.[159] ​

Finalmente, también postularon, aunque


con nula opción de triunfo, los generales
Antonio Gutiérrez de La Fuente, Pedro
Pablo Bermúdez y José Félix Iguaín.[160] ​
[155] ​

Principales candidatos a la presidencia


(1850)
José Rufino Domingo Elías Manuel Miguel de San
Echenique Ignacio de Román
Vivanco

El candidato con respaldo del gobierno era


Echenique. Él mismo relató en sus
memorias que las autoridades, en toda la
República, recibieron instrucciones de
apoyar su candidatura. [156] ​Pero la
campaña pronto se desató en insultos e
improperios entre echeniquistas y
vivanquistas. A Echenique se le acusó de
tener nacionalidad boliviana,
aprovechando el hecho de que se había
extraviado el libro que guardaba su partida
de bautizo en Puno. Al parecer, todo este
revuelo preocupó a Castilla, que acarició
entonces la idea de prorrogarse en el
mando, buscando alguna salida legal para
ello. Pero finalmente decidió continuar
brindando su apoyo a Echenique.[161] ​

El proceso electoral

A decir del historiador Jorge Basadre, las


elecciones de 1851 fueron el primer
proceso electoral verdadero de la historia
republicana del Perú.[162] ​Hubo varios
candidatos, exhibición pública de fuerzas,
formulación de programas, propaganda,
campañas periodísticas cargadas de
lisonjas al candidato propio y llenas de
denuestos hacia el rival. Y hubo también
serios indicios de malas maniobras de
parte del gobierno para favorecer a su
candidato preferido.

La elección era indirecta, a través de los


Colegios Electorales. Para asegurar el
triunfo de un candidato, había que
adueñarse a la fuerza de las mesas donde
los ciudadanos debían escoger a los
electores. Estos, reunidos en Colegio, en
las distintas circunscripciones,
designaban a su vez al presidente de la
República así como a senadores y
diputados. El 17 de febrero de 1850 se
realizaron las elecciones parroquiales de
Lima para el Colegio electoral de la
provincia. Llegaron a la capital hombres
"de acción" que ocasionaron reyertas
sangrientas para ganar los colegios
parroquiales; hubo hasta 40 muertos,
entre ellos el general Coloma, así como
numerosos heridos. El gobierno tuvo que
imponer el orden bajo amenaza de
suspender el proceso electoral. Los
Colegios electorales de provincia
sufragaron el 20 de diciembre de
1850.[163] ​
El asunto de los cien días

Antes del traspaso de mando, se


presentaron dos problemas muy serios: la
controvertida nacionalidad de Echenique y
el asunto de los cien días. Esto último se
refería a una polémica surgida sobre la
duración del periodo presidencial. El
mandato de Castilla, por ley, debía durar
seis años. Como había asumido el 20 de
abril de 1845, por interpretación lógica
debía terminar en 20 de abril de 1851.
Pero de acuerdo a la Constitución, el
presidente electo debía asumir el día 28
de julio, juntamente con el nuevo
Congreso elegido. Quedaba así un lapso
de cien días en que no quedaba claro
quién debía asumir el gobierno. Castilla
sostenía que a él le correspondía
completar ese periodo; otra posibilidad era
que el presidente del Consejo de Estado,
que oficiaba de primer vicepresidente,
fuese el que asumiera interinamente, pero
se daba el caso que Echenique, el
candidato al que se daba ya por triunfador
de las elecciones, era quien ejercía ese
cargo.[164] ​

Bartolomé Herrera, que por entonces era


el presidente del Congreso, advirtió a
Castilla que debía traspasar el mando el
20 de abril de 1851, lo que molestó mucho
al presidente, pues consideró que el ex
rector de San Carlos lo estaba tratando
como a un colegial. El Consejo de Estado,
por su parte, le dio la razón a Castilla, de
que él debía completar ese periodo de
cien días. Pero Castilla decidió seguir el
consejo de la oposición: convocar a un
Congreso Extraordinario que debía decidir
sobre ambos temas controversiales, la
nacionalidad de Echenique y los cien días.
Al aparecer, contaba con que ese
Congreso le daría la razón en el tema de
los cien días, lo que no ocurrió.[165] ​
El Congreso Extraordinario de 1851.
Traspaso del poder

El Congreso Extraordinario se reunió entre


el 20 de marzo y el 20 de abril de 1851.
Durante su inauguración, Castilla dio su
último mensaje en el que hizo una síntesis
de su labor gubernamental.[165] ​

En cuanto al tema de la nacionalidad de


Echenique, la comisión congresal rechazó
los cuestionaminetos a su nacionalidad
peruana. Consideraba que Echenique ya
había asumido dos veces la presidencia
del Consejo de Estado, y que en su
momento no se hizo algún
cuestionamiento de ese tipo; además
presentó documentos que lo sindicaban
como nacido en Puno, aunque
reconociendo que la partida de bautizo
estaba extraviada. Al respecto, el general
Iguaín consideró falsas o contradictorias
esas pruebas mostradas y retó a
Echenique a un duelo a muerte. Eso fue
motivo para que Iguaín fuera sometido a
proceso en el fuero militar y acabó por
morir en prisión, según ya nos referimos
anteriormente.[166] ​

En lo referente a los cien días, el Congreso


determinó que el periodo de Castilla debía
terminar el 20 de abril, día que debía
instalarse el nuevo gobierno,
conjuntamente con el nuevo Congreso.
También se encargó de revisar las actas
electorales. De acuerdo al cómputo oficial,
el total de electores fue de 3804. De ellos
2392 votaron por Echenique, 609 por Elías,
326 por Vivanco, 242 por San Román, 52
por Bermúdez, 33 por La Fuente, uno por
Iguaín y el resto fue voto nulo o viciado.
Fue así como Echenique, con respaldo del
gobierno de Castilla, obtuvo el triunfo
electoral.[160] ​

Echenique recibió pues el mando el 20 de


abril de 1851 y su gestión se convirtió de
alguna manera en la prolongación del
primer gobierno de Castilla.

Véase también
Era del Guano
Segundo gobierno de Ramón Castilla

Referencias
1. Pons Muzzo, 1986, pp. 216-217.
2. Basadre, 2005b, pp. 88-96.
3. Basadre, 2005b, pp. 97-99.
4. Basadre, 2005b, p. 100.
5. Basadre, 2005b, p. 103.
6. Basadre, 2005b, p. 104.
7. Vargas Ugarte, 1984a, pp. 288-289.
8. Basadre, 2005b, pp. 105-107.
9. Basadre, 2005b, pp. 108.
10. Basadre, 2005b, pp. 108-110.
11. Basadre, 2005b, p. 110.
12. Vargas Ugarte, 1984b, pp. 13-14.
13. Vargas Ugarte, 1984b, p. 14.
14. Vargas Ugarte, 1984b, pp. 14-15.
15. Basadre, 2005a, p. 225.
16. Pons Muzzo, 1986, p. 221.
17. Rivera, 1974, p. 73.
18. Basadre, 2005b, pp. 135-136.
19. Wiesse, 1939, p. 53.
20. Gálvez Montero y García Vega, 2016,
p. 58.
21. Gálvez Montero y García Vega, 2016,
p. 59.
22. Basadre, 2005b, p. 122.
23. Basadre, 2005b, p. 123.
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