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Ahora tengo seis años. Duermo con mami debajo de la cama, ¡Ah! y con mi hermanita.

Mi papá
duerme metido en el closet. Estamos escondidos porque dicen que comemos gente, y ese miedo
terrible a los hombres de uniforme con la cruz en el brazo. Yo tengo una estrella. Mami dijo que
nos cuidaría, ¿Por cuánto tiempo? No lo imaginaba. Era terrible. En ocasiones nos escondieron en
los excusados para que no nos llevaran los hombres malos. Mi hermanita siempre me cuidó. Esa
noche, al acostarnos, mamá temblaba mucho y su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo. Al
observar por un largo ventanal que había en la habitación, al cual casi nunca debíamos asomarnos,
vi un gato sobre el tejado del edificio de en frente. Nosotros vivíamos en un edificio de tres pisos,
el edificio de enfrente tenía dos. Ese gato que yo observaba tenía los ojos grises, brillantes, y se
reflejaban en mí, en mis ojos; sí, eso era, se reflejaban en mí. Era de color negro, o gris, ya no
recuerdo porque han pasado tantos años. Solo recuerdo que la Luna no alumbraba, ni los faroles
de las calles ni nada. Solo recuerdo aquel gato sobre el tejado y un olor a humo que penetraban en
mi nariz y me hacía estornudar. Mami me tapaba la nariz y la boca para que no hiciera ruido
porque los hombres malos nos encontrarían.

A lo lejos se escuchaba un ¡Poh! ¡Poh! Gritos, lamentos y ahora se podían ver las llamas en los
otros edificios de la calle. Entonces él estaba allí. Sí, él. El gato sobre el tejado. Solo él, aún lo
recuerdo parándose sobre el tejado. De repente muchos ruidos que aún me aturden, me exasperan,
me encrespan los vellos de la piel, ¡Dios, qué ocurre!, Serán los hombres malos que llegan al
edificio, o soy yo con los ruidos de mi mente creados por el ruido de mi mente creados por el
ruido de este mundo que vivo.

¿Dónde está mi gato?, lo busco y está allí, sobre el tejado. Ruidos y más ruidos. Escucho las
puertas que se abren y gente que camina por el pasillo, sobre el piso de madera, escucho todo.
Mami no habla. Ahora son treinta pasos los que, rápidamente, se escuchan uno tras otro. No podría
ser otra cosa, estaban subiendo los hombres malos por las escaleras, ¿Por qué son malos, mami?
Dímelo, ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué nos buscan?, Nos quitaron nuestra casa, nuestras cosas, el
carro de papi, mis juguetes y hasta nuestra ropa, ¿Papi se portó mal? Dímelo por favor... Mami no
responde. La puerta estaba cerrada, y ¡Pum! Fue derribada. Un hombre con botas negras entró-
bueno no sé si eran negra, estaba oscuro, usted me entiende. Salió rápidamente. La gente corría,
gritaba- me aturde recordar esto-, sufrían, ¡Vaya!

El hombre de las botas negras volvió a entrar, se paró frente a la cama y la alzó. Estábamos
estupefactas, llenas de terror, yo lo sabía, algo malo nos ocurriría. Por eso, tan solo por eso, miraba
al gato sobre el tejado. Aquel hombre nos estiró la mano y nos levantamos todos, sin acercarnos al
ventanal- no me preocupaba porque desde donde estaba podía verlo. Preguntó por papi, o mejor,
dijo su nombre, lo conocía. Su voz no era la de un hombre, ni mucho menos la de un hombre
malo. Sacó a papá del closet y le dijo: "Vamos, por esta noche serán mis rehenes y harán lo que yo
les ordene".

Yo no quiero salir, ¿Quién cuidaría de mi gato?, lloraba por él, y el hombre me decía con la voz
más dulce: "Calla, ya conseguiremos uno para ti". Lloré y lloré- creo que ese fue mi error. Salimos
por aquel pasillo de piso de madera; bajamos los treinta peldaños de aquella sucia escalera,
bajamos, bajamos...
Al salir, mucha gente corría ¡bum! ¡bum!, ¡poh! ¡poh! Muertos, mujeres gritando, filas de hombre
con las malos en la cabeza, humo, fuego, desorden, caos. "Suban a este camión -nos dijo- no
salgan de allí". Echó un gran saco verde sobre nosotros, ¿Cómo lo hizo? No sé, no lo sé.
Ahora tengo más de cuarenta años. Estoy sentada sobre un cajón sucio, feo. La cama no existe, la
puerta, el clóset. Es tan extraño. El techo está totalmente destruido, solo vestigios de él se
conservan, al igual que el piso. Pero tan solo puedo observar el gran ventanal, y a través de él, el
gato sobre el tejado. No puedo bajar porque ya no existen los treinta escalones, sino veintiocho,
¿Cómo subí?, no me lo pregunten.
Solo recuerdo que al bajar de aquel camión el hombre nos dijo, "vayanse por allí, nadie los
encontrará" y nos entregó unos libritos. Se quitó su casco y así, entre sombras, pude ver su
hermosa cabellera. Lloré porque no tenía a mi gato. Cómo podría hallarlo en un bosque como ese.
Fue cuando escuchamos muchos pasos. Papi dijo: "Corran, los hombres malos". Corrimos,
corrimos, y al voltear, ellos no estaban allí.

Solo corrimos, mucho, mucho, mucho. Nunca los volvimos a ver. He soñado con mami y papi. Me
dicen que me aman a mí y a mi hermanita. Hoy en día puedo verlos, quiero verlos, sin embargo he
vuelto a este lugar a buscar lo que veo en este momento, mi gato sobre el tejado y tan solo
veintiocho peldaños para bajar

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