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Me pasó a buscar con el auto y se bajó en cuanto me
vio, para abrazarme y no saludarme adentro del auto,
como hacen siempre. Dos o tres palabras más tardes,
yo ya sabía que él solo quería hablar de Kafka. En el
pasado, me habían pasado a buscar para hacer el
amor, para fumar, para tomar, para ir a tal o cual parte.
Pero esta es la primera vez, que alguien pasa por mi,
para hablar de Kafka. Lo tenía atorado en la garganta.
A tal nivel, que me contó que llevaba un año con un
zumbido entre oreja y oreja. Se le había metido por el
hipotálamo, le penetró la amígdala hasta comprimirla
como una pasa. Kafka.

Yo solo conocía algunas historias generales. ¿Quién


no? Conocía, “la metamorfosis”, que mi mamá me hacía
leer una página por día durante la infancia, mientras la
luz del sol se escondía en el ocaso. Había escuchado
también, la historia de Kafka y la muñeca, esa en la que
una niña entabla una relación amistosa, sin violencia ni
abuso, y él le explica que su muñeca perdida, volverá
de otras formas. Pero no sabía más nada de Kafka.

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Kafka. Me llevó hasta unos troncos cortados, que han
recostado para formar unos estables asientos con vista
a la luna. Me senté y cada quien quedó a un nivel
diferente, que él emparejó enseguida. Pese a Kafka,
tenía tiempo de fijarse en los detalles. Me pregunto qué
tendrá que decir, me pregunto qué parte de él le habrá
quedado, en qué se habrá fusionado para decir:
“Necesito hablar de Kafka”.

Miró hacia un punto fijo y quedó colgado. Recitó de


memoria, pasajes enteros. “No es necesario que salgas
de casa. Quédate en tu mesa y escucha. Ni siquiera
escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes,
quédate solo y en silencio. El mundo llegará a ti para
hacerse desenmascarar; no puede dejar de hacerlo, se
prosternará extático a tus pies.”

Habla de un hijo, que dice que Kafka tuvo y nunca lo


supo. Y de la muerte la madre de este hijo, en manos
de los nazis. Y también de sus hermanas. Habla y
mueve las manos, abriendo los dedos flacos, huesudos,
grises, como si tejiera un hilo invisible, el hilo de los

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hechos, el hilo de las ideas. Dice palabras juntas, dice
palabras sueltas, frases que parecen no tener unidad y
que repite desde la memoria, como si se le hubiesen
quedado trabadas en la lengua.

“Ya está demostrado que es imposible vivir”; imposible


“satisfacer las necesidades de la impaciencia”;
imposible “ser abrazados más abajo”. Imposible.

Lo paré en seco y le dije: “No podemos seguir con esto.


Ya sé que te gusta Kafka… Pero yo solo quiero hablar
de Pizarnik.”

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- Cada época histórica tiene sus propias leyes, no se
puede pretender creer y hacer creer que el capitalismo
es eterno y natural…

- … Te interrumpo, está buena la reflexión, ¿pero la


podríamos dejar para después? Tengo hambre ahora.
¿Qué hay para comer?

- No, no sé, yo tengo que resolver algunos problemas


de la revolución, no hay tiempo, si no extendemos el
proceso a otros países, ¡las conquistas van a
retroceder!

- ¿Qué hablas? ¿Te volviste loca? ¿Todo esto para no


hacer un arroz? Arroz te pido nada más, con un huevito,
con eso me conformo.

- ¿¡Qué arroz!? ¿¡Qué huevito!? ¡Soy Lenin!

- Si Lenin, por favor, ¿me podrías hacer un arroz con


huevo? ¿O me vas a decir que estás menstruando, ¡de
nuevo!?

- ¿Cómo que menstruando? ¿Qué, qué es esto? ¿Qué?


Este cuerpo, estas tetas… ¿¡Qué son estas tetas?!
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- Son tus tetas Lenin, tus tetas. ¿Qué te pasa? ¡Tanto
lio por un huevito! ¡Siempre lo mismo! Yo no voy a ir a
trabajar entonces, porque soy el Tercer Reich.

- ¿Es una broma eso? ¿Me estás cargando?

- Dale Lenin, ¡un huevito!

- ¿Pero cómo se te ocurre que me voy a poner a hacerte


un huevo? ¡Hay que estudiar, hacer propaganda,
organizar!

- Mi amor, ya basta de delirios, mira cómo está la cocina,


llena de grasa, todo pegajoso, se nota que hace rato no
le das una buena limpiada, ¡va!

- ¡Hice la revolución, en Rusia, en 1917! ¡Hubo una toma


del poder, por parte del proletariado! ¡Expropiamos a la
burguesía! ¡Hundimos al Zar!

- ¿Me olvido del huevito entonces? ¿Quieres jugar?


Bueno, ¡Stalin te dio una sopa envenenada –porque
alguien sí comió ese día! ¡La revolución retrocedió en
Alemania, producto de la traición de las direcciones, y
eso hizo que retrocedieran los soviets en Rusia,
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ascendió el stalinismo y se mantuvo en el poder una
burocracia asquerosa, durante siglos, hasta que el muro
cayó y sacaron una película que se llamaba “Good Bye,
Lenin”!

- ¡¿Y Trotsky?!

- Y a Trotsky lo asesinaron también, con un piolet en la


cabeza, en México…

- ¡¿En México?!

- Si, si, en México… ¿Ahora sí me haces mi arroz?

- ¡Imposible!, ¡combatíamos contra 14 ejércitos


imperialistas!, ¡la primera revolución obrera triunfante
en la historia humana! Pero entonces… eso quiere decir
que, afuera…

- Si, que afuera hay capitalismo. Feroz capitalismo.


Neoliberal capitalismo. Que aprovechó cada nicho, se
metió en China por ejemplo, ocupó toda la costa con
empresas trasnacionales que envías productos a todo
el mundo. Lo barato. El plástico. El auge del McDonalds,

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la comida rápida, los televisores, la vida precaria, el
imperio de la Coca-Cola.

- ¡Imposible!

- Se restauró, si, se restauró el Imperialismo, los


holdings, la voracidad, la destrucción sin reservas de los
recursos naturales, una súper-explotación como no se
había visto nunca antes en la tierra, la revista Forbes, la
privatización de la salud, la educación…

- ¡Imposible! ¡Eso es una utopía reaccionaria!

- Y dictaduras, muchas pero muchas dictaduras,


militares, saca ojos, asesinos, policías que matan a
patadas… Ah, pero hay movilizaciones de masas
también, muchas, muchas movilizaciones de masas,
revueltas, todo tipo de contestaciones.

- ¿Pero y los estados obreros?

- Degeneraron…

- ¡¿Degeneraron?!

- Si, si, degeneraron.

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- Se los advertí… ¡Se los advertí! Lo escribí en mi
testamento, les dije que alejaran a Stalin, que ese
cocinero solo iba a preparar platos picantes, ¡Se los dije!

- Y hablando de platos picantes… ¿Crees que ya…?

- ¡Basta!

- ¿Y Krúpskaya?

- Y a Krúpskaya la obligaron a callar… Mataron a toda


la vieja guardia bolchevique…

- Stalin hizo un libro, “Socialismo en un solo país”, fue


un desastre, andaban en limosinas, mientras la clase
obrera rusa se moría de hambre en las trincheras. El
mundo creyó que el comunismo era eso, un verdadero
retroceso…

- A veces hay que saber retroceder, ¡para saltar mejor!


Volveremos a empezar, desde el punto cero, ¡tenemos
nuevas lecciones que sacar!

- Y, pero ahora la clase obrera no existe más, está todo


externalizado, puro call center, capas medias,
dispersión…
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- Pero si recién dijiste China, que hay multinacionales
enormes, el avance del Imperialismo solo puede
significar una cosa: El crecimiento exponencial del
proletariado. ¡Como nunca antes se ha visto en la
historia! ¡La clase oprimida más voluminosa de toda
fase humana!

- Si, pero ya nadie cree en el comunismo, ni en el


socialismo, nada…

- La gente es inteligente, comprenderá, que no hay que


tirar el agua sucia de la bañera con bebé y todo…
¡Necesitamos formar un periódico, si, un periódico!

- ¿Estás menstruando, verdad? ¿Es eso?

- ¿Y qué tiene que ver estar menstruando con tener


ideas?

- Es que estás con un ataque de histeria, Lenin. Yo te


puedo explicar cómo fue la historia, pero tienes que
encargarte de tus tareas en la casa, cada quien tiene
sus labores, todo el mundo lo sabe, yo trabajo y tú… te
encargas de la casa.

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- ¡No es posible que me estés insultando de esta
manera! Yo soy Lenin, ¡la gente no me pide huevos ni
duros ni fritos!

- Claro, pero dado que cayó el muro…

- El quid de la cuestión, es que la revolución no es un


acontecimiento único disruptivo, se trata de avances y
retrocesos, dispersión, momentos de calma y
momentos de efervescencia, es posible que esto sea,
una especie de momento de…

- A ver, momentito gorda, si eres Lenin, ¿cómo es que


no hablas en ruso?

- ¡¿No estoy hablando en ruso?!

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Hay lugares donde ir a perderse. Lugares que nadie
conoce realmente, porque cada vez que se asiste a
ellos, son diferentes. Han sido carcomidos por el viento,
el pasar, el vagabundear de las gentes enfurecidas.
Aquella había sido una fábrica de latas, en alguna
época esplendorosa. En algún momento se había
quemado, dejando pilas de latas a medio roer por el
espacio, junto con botas semi calcinadas de color
amarillo. Hacia el centro había una torre, que se había
repletado de basura y de la propia naturaleza,
recuperando su dominio.

Los niños y las niñas del barrio, entraban a hacerse


zancos de latas, usando dos cordeles, uno en cada lata,
para ponerse, uno en cada pie, y pasaban por grandes,
ganando altura. Un guardia de seguridad con doce
perros, los perseguía con una escopeta, cuando los
pillaba transgredir los muros, intoxicados por la maleza.

Qué bella entraba la luz por las hendijas de lo que


alguna vez fue moderno, creciente, pujante. Qué
decadente se observaba la vida, ya pasada, ya fuera de

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moda, ya enmohecida. ¿Dónde quedaron aquellos años
espectrales, de sofocones violentos, de arcos de triunfo
y glorias navales? Solo quedaba un monumento en la
basura. Lo que era, ya había sido, y nunca volvería. Ya
no volverían los patrones a caminar, tomados de la
mano, cruzando los juncales, creyéndose los reyes,
amos y señores. Ruinas. Ruinas de lo viejo, de una
cosecha que nunca fue verde, que nunca le dio nada al
que trabaja, y siempre le dio todo al que ríe a
carcajadas, el hereje. ¿Dónde están los campos, los
trigos, los cielos prometidos? Si solo el espanto se
apodera de las murallas.

Justo al frente de la fábrica, había un aro gigante de


concreto sobre la tierra, rodeado de paja y algarabías.
Un aro al que con dificultad se lograba ingresar por lo
alto, como una especie de piletón, una suerte de lugar
donde almacenar el agua. Ya nadie sabía. Ya nadie se
acordaba. Ni para que servía aquella pileta de concreto,
ni para qué servía aquella torre, justo en el medio de la

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fábrica, rodeada de latas abolladas, quemadas,
sofocantes.

Llegar, era pisar una sinfonía de latas, producir todos


los tonos musicales, armar una banda, hacer sonar los
ecos, de los ecos, de los ecos, hasta enterar al guardia,
que salía con los perros y la escopeta, indignado, a
cazar cualquier cosa que fuere. Casi siempre eran niños
y niñas, haciendo travesuras, robando latas para sus
zancos, o buscando rincones para hacer brujerías,
amarrando muñecos con hilos negros, o escribiendo
todas las letras en hojas, para jugar a la Ouija.

También hacen campeonatos, para ver quién llega


hasta el centro, sin ser visto por el guardia, que azuza a
sus perros, en una carrera a muerte, que bien puede
terminar con una pierna menos, un brazo menos, o la
vida menos. Para colmo de males, las latas traen un filo,
que no se le va con lo quemado ni con nada, siempre
dispuestas a enterrarse, cortar, desgarrar la carne, de
aquel que anda a pie desprevenido.

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La vía del tren en el paisaje, también representaba sus
propios riesgos, con el sonido a oídos reventar de la
locomotora roja, dirigiéndose a máxima velocidad hacia
alguna parte, siempre en línea recta.

Qué tortura para quienes caminan de noche, pasando


por frente a la fábrica, con el miedo a ver un espectro o
cosas peores. Qué pánico para el que anda, sin la
inconsciencia de un niño, pensando en todas las
posibles muertes, en toda la pila de peligros.

Raúl creció corriendo entre esas vías, ¿no es extraña la


vida? Jamás le pasó nada. Ni un solo corte ocasionado
por ni una sola lata. No debe haber superado el metro
de altura. Tenía el pelo corto, bien grueso. La piel
dorada por el sol. Los ojitos brillando como si fuese
siempre primavera. Pero lo que más resaltaba de su
rostro, era la sonrisa, de dientes perfectos, casi
fluorescentes, un poco maliciosa. Era atlético,
extrovertido, capaz de entrar en los pozos más
profundos y salir ileso.

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Siempre llegaba primero a la torre. Entraba por todas
partes, como un experto, haciendo el menor sonido
posible. Hacía un sonido raro con la boca cuando se
reía, y solía estallar en carcajadas. Pasaba haciendo
chistes, porque era también el más gracioso. Tenía dos
hermanas, una mayor y otra menor, cada cual con su
carácter.

Poseía un espíritu liviano, como esa gente que parece


que estuviese todo el tiempo andando en bicicleta,
sobre una nube, en plenitud. No se peleaba con nadie.
No se metía con nadie. La mamá le decía “Raulito”, así
que en el barrio, terminó por decirle “Raulito” todo el
mundo. Tenía de novia a una porteña, llamada Mora,
recién llegada de Buenos Aires, que lo adoraba.
Pensaba que él era el muchacho más apuesto del
mundo, pese a que ella le sacaba una cabeza de altura.
Se les reían. Y hasta los otros niños, armaron un grupo
de cinco o seis, para perseguir a la niña y tirarle
escupitajos en la espalda, hasta que llegó a su casa con
el chaleco repleto de gargajos verdes. Porque esta

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realidad es doblemente cruda e injusta para las niñas.
El contraste es notorio.

A Raúl no le pasó nunca nada. No lo cortó una lata. No


se cayó. No entró mal por uno de los tantos pasadizos.
No se quebró una pierna saltando por el enorme aro de
concreto, ni por la torre, ni jugando a la Ouija se clavó
nada al sentarse sobre las latas quemadas. Ni el tren,
ni los perros, ni la escopeta del guardia.

Y así pasó la infancia más feliz, con sus pies sobre dos
zancos, con sus días para recortar y pegar en un diario
íntimo lleno de flores, recorriendo las cuadras aledañas
a su casa, sin salirse más allá. Creyendo que no había
sangre al interior de su cuerpo, sin borrar la sonrisa
fluorescente de su cara, Jugando juegos de vereda.
Yendo y viniendo a la fábrica, que ya no fue, que ya no
es, que ya nunca más será.

*Imagen de Tapa de Style Don`t Sleep

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María Cielo reprimía sus emociones, reprimía sus
sentimientos, reprimía sus pensamientos.

Tenía recuerdos que nunca habían sucedido, que solo


tenía lugar en su propia cabeza. Estaba llena de
acontecimientos distorsionados, donde el deseo se
había mezclado con la realidad de manera absurda.

Nunca fue buena en hacer esa distinción, entre deseo y


realidad. Dos polos que se cruzaban en su cabeza y se
convertían en una pintura abstracta, un tanto
surrealista.

- Necesito hacer el amor. Ser derribada


consentidamente contra el suelo, con la boca sobre
la tierra y las palmas de las manos abiertas. Sentir
que están jalonando mis pantalones y que no me
muevo, por el peso de quien me retiene encima.
Hundirle en mi cuerpo, mientras le beso con una
sola lengua, penetrada. Tocar mi propio clítoris,
porque mi placer es mi placer, hasta que el

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orgasmo me desate las contracturas y me drogue,
durante esos segundos culminantes.
Pero él está ocupado. Está tan ocupado. Usa una
pechera verde de la ATE y solo puedo verlo en las
fotos, golpeando el bombo con su cara más seria,
más decidida. Ni parecido al rostro que tenía
conmigo, cuando nos sumergíamos al río y me
decía "te amo" bajo el verdor del agua maloliente.
Nunca me dio un beso. No tocó mi cuerpo, ni me
dio una sola caricia. Siempre estuvo ocupado en
ser lo que fue, lo que es, aquello que solo puedo
ver a lo lejos, con la pechera verde.
Recuerdo que él solía tener el cuerpo delgado,
flaco como una escoba, un poco encorvado. Con el
pelo por debajo de la oreja y la boca grande, con
unos labios bien carnosos. Una vez me llevó en su
moto hasta la tumba de Vairoleto y me enseñó su
dicho: "A los que me lloran por muerto, dejen ya de
llorar, vivo en el alma del pueblo, nadie me puede
matar". Me mostró su casa y la acequia por la que
intentó escapar a caballo cuando lo seguía la
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policía. Le dispararon y lo mataron sobre esa
misma acequia, en la que no me tocó, ni un solo
pelo. Yo quería que me saltara sobre el suelo, y me
dejara inmóvil, voluntariamente, hasta que se me
llenara el clítoris de tierra. Pero él no estaba ahí.
Estaba y no estaba. La moto se le quedó sin
combustible y volvimos cantando "Luna
Tucumana", hablando de toros, lobos y otras cosas
que no recuerdo. Está tan ocupado. Estuvo tan
ocupado siempre que nunca notó mi necesidad de
hacer el amor. Cuando se hizo más grande el cuello
le creció, su cuerpo se ensanchó y se convirtió en
un hombre. Según las fotos, hizo muchos asados y
fue aplaudido en innumerables ocasiones. Tuvo
algún bebé, por lo tanto a alguien más si que le hizo
el amor.

En la mañana del 12 de septiembre del 2023, María


Cielo decidió volver a su pueblo natal, para re-
encontrarse con aquel que fue su primer amor, Marcos,

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un joven ágil, criado entre los cerros, abriendo y
cerrando tranqueras, cazando vizcachas y recibiendo
los palos de algún buen señor.

Hizo sus maletas, se calzó sus mejores ropajes y salió


hacia San Rafael, para reencontrarse con él. Se durmió
durante el viaje, como una auténtica especialista y llegó
a la hora convenida al Terminal, estirando las piernas
bajo el arco azul. Se tomó un taxi hasta lo que recordó
ser el hogar del amor de sus recuerdos. Era cerca del
cruce de una vía, muy hacia el final de un descampado,
pegado a un condominio de viviendas todas iguales.

En cuando se aproximó pudo verse a si misma sentada


en la vereda, con él, siendo una niña atolondrada que
todavía jugaba a algo parecido a las escondidas. Lo vio
cruzando en su memoria, aquella calle que se veía tan
similar, tan inamovible, que conducía directo al Club, en
la que pasó sus primeros y mejores veranos. Cuando el
agua todavía se sentía calentita al cuerpo, y podía
tirarse de cabeza a la piscina, para salir a secarse luego,
en un salón lleno de gente jugando al Truco. Y repetir:

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"Quiero vale cuatro", mientras le chorreaba el agua por
la punta de los pelos.

Cada paso que daba, la hacía pensar, si aquellos días


fueron los más felices de su vida y si volverán. Cada
paso que daba, saboreaba la miel de los recuerdos y
temía más y más a las trampas de la melancolía.

Se acordaba cuando se armaba un grupo del barrio, que


iba derecho hacia la rotonda distinguida por su enorme
monumento a las uvas, caminando todas las noches,
profanando con un alambre los teléfonos públicos para
que vomitaran monedas. Ella siempre perdía cosas.
Perdió el jabón bañándose en la acequia. Perdió el
termo con el mate en alguna esquina. Y también lo
perdió a él. Cada paso, le gatillaba un recuerdo, tal vez
era algo en el ambiente, un aroma que los evocaba. Se
acordó de la "luz mala" y la "luz buena" y todas esas
historias de terror que narraban en el campo, cuando
era de noche, frente al fuego, sin ninguna otra cosa que
hacer. La voz de las luciérnagas. Su presencia.

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Llegó hasta la puerta de la casa, tocó tres veces con
fuerza y escuchó unos movimientos que impactaron
directamente sobre su corazón. La puerta se abrió y no
era él. ¡No era él! Ese hombre descuidado, frente a un
paisaje de latas de cerveza, ¡no podía ser él! Tenía la
pechera verde de ATE miles de veces más sucia de lo
que podía verse en las redes. Salía un olor a salame,
de esa casa que con tanto amor recordaba entre sus
sueños.

Desde la puerta, se veía la mesa en relación directa. La


mesa que es el objeto más necesitado y a la vez menos
valorado por la especie. No ha habido guerra triunfante,
que no haya terminado en un banquete. Bacanales.
Festejos. Salamancas. Aquelarres. La mesa siempre
está servida. Es símbolo también de las opresiones
viejas y modernas. La mujer como su limpiadora. ¡La
mesa! Donde se sirven todas las culturas modernas.
Con adornos y comidas variopintas. En cumpleaños,
matrimonios o cualquier cena. Cada almuerzo de
domingo, cada desayuno, está allí, de pie, en sus cuatro

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patas, una mesa. Aquella mesa, en la casa del hombre
de sus recuerdos, llena de cubiertos y platos sucios,
secos, disecados por el paso del tiempo. No había
rastros de ningún bebé, todo era podredumbre, nada
era vida nueva.

- ¡¿María Cielo?! ¿Sos vos?

- ¡Marcos!

- ¿Qué haces che, tanto tiempo? Qué sorpresa.


Vení, pasá, está medio desordenado disculpáme,
no esperaba a nadie, pero pasá che...

- No, no, está bien... Venía solamente de pasada,


pasaba por acá, para decirte, qué estupidez, yo
venía porque...

- ¿Por qué? Decime... ¿En qué te puedo ayudar?

- Bueno, a decir verdad Marcos, yo venía porque...

- Decime Cielo, ¡no me asustes!

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- Venía porque quería que me tiraras,
autorizadamente, contra el suelo, y me penetraras
como si fueras un camión que me pasó por
encima...

- ¿En serio me decís eso? Porque la verdad es que


yo siempre quise, siempre, pero siempre quise...

- ¡No! No Marcos, ya no, ahora no, tomá, te lo


devuelvo, acá está, te lo traje de vuelta: El aguijón
de tu recuerdo.

*Tapa realizada con el Grafiti de Franco de Colombia

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La policía viste de negro. Usa escudos que le tapan la
mitad del cuerpo. Cascos. Tapa bocas de acero.
Rodilleras. Botas hasta la cintura. Ninguno sonríe.
Ninguno solidariza con el pueblo, pese a los gritos.
Avanzan en un bloque compacto, avasallando lo que se
presente ante su paso. Se oyen tiros. Irrumpe la
caballería.

El pueblo combate con palos, banderas, consignas que


tira como disparos: “El agua se defiende”, “Abajo la
Reforma”. Hay una fuerte presencia de mujeres, cuyos
cabellos canos combaten contra el hambre. Moretones.
Cuerpos marcados por las balas y los perdigones.
Parches sobre los ojos que arrancaron. Heridas.

“Hermanos por eso estamos acá defendiendo el


territorio, no queremos ser esclavos”, dice una mujer
con un pañuelo puesto en la cabeza. Los mineros
avanzan bajo sus cascos amarillos, cantan al unísono
una canción de rebeldía: “Dicen que los mineros somos
callados, pero cuando nos joden, los reventamos”.

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Las maestras detenidas son revisadas y acosadas en
las comisarías. Reciben lacrimógenas y piedras. “Nos
están desapareciendo por esas dictaduras, que nos
están haciendo que tengamos que seguir siendo las
empleadas, las campesinas que tienen que seguir
trabajando a punta de vara, es una forma de callarnos,
pero no les tenemos miedo, todos tenemos que salir a
las calles para reclamar por nuestros derechos”, dice
otra mujer con lágrimas en los ojos. “Yo tengo que
caminar siete horas para llegar a la escuela”, responde
otra maestra.

Quieren aplastar al pueblo para quedarse con el


codiciado litio, que hace funcionar los nuevos,
populares y baratos, autos eléctricos de moda.
Aprobaron de una manera anti-democrática, tras
bambalinas, una reforma a la constitución provincial,
para quitarles la tierra a las comunidades indígenas y
reprimir cualquier respuesta de lucha.

Aurora no conocía a ningún político empresarial, porque


no llegaron nunca hasta su casa sobre los cerros. No

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fueron nunca a ayudarla con ninguna tarea, ni a bajar
los productos para vender a la ciudad, ni a subir el
azúcar o las provisiones necesarias. Ni a usar la leña
para darle de comer a nadie.

Mastica hojas de coca, que le acarician las encías,


donde deberían estar las muelas, cuya buena salud
ningún Estado se dignó a garantizar. No tiene televisor,
ni se pasa el día desplazando una pantalla con el dedo,
viendo a las gentes hegemónicas bailar, con la misma
canción, con el mismo ritmo. Ni vio a ninguna capitana
o generala del Ejército de Estados Unidos, revelar sus
planes secretos de saqueo imperialista.

No tiene lavadora, ni secadora, ni enceradora, ni toca


con un botón, ninguna de las maravillas modernas, que
hacen andar las máquinas, a todo motor. Jamás vio uno
de esos autos eléctricos que China está exportando
ahora. Esos ridículamente delgados, con dos puertas,
tan bajitos como una zanja, tan estrechos como una
lata. Nunca los vio subir y bajar por los cerros, ni cruzar

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los ríos, ni pasar por sobre las piedras volcadas en la
ruta.

Así que en cuanto le dijeron que el litio servía para


alimentar a esos coches de porquería, salió a buscar
uno por algún lugar de Jujuy, a ver si es que lo
encontraba. Y al principio, no lo encontró. Tuvo que
recorrer cuadras y cuadras. Abrirse paso en las calles.
Entrar en las intersecciones más caras, cruzar las
avenidas más altas, meterse entre las gentes de rostros
hegemónicos, para poder encontrar alguno. Y allí lo vio.
Entre las casas bonitas. Pudo reconocerlo por lo
chiquito. Por lo pequeño, lo chiquito, lo poquito.

Se le subió encima, porque pudo abrirlo tan solo usando


sus manos, fuertes desde la puna. Lo hizo arrancar,
tocando todos los botones. Y mientras lo escuchaba
gruñir, descubrió en la diminuta guantera, un igualmente
diminuto celular, sin ninguna clave, cuya pantalla se
encendió con solo tocarlo.

Ya estaba puesto un video, era un Reel de Instagram,


que alguien habría estado mirando. No lo detuvo ni lo
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aceleró. Las imágenes mostraban una protesta en
repudio al asesinato de un joven, en manos de policías
en Francia, y cómo un gran número de personas
construían barricadas, usando guantes y palas, con
cemento fresco y concreto, para bloquear la Autopista
A69. Y decidió llevarse, además del coche eléctrico,
también esa buena idea.

Cuando volvió, colocó el auto frente al cordón policial,


siempre dispuesto, siempre esperando. Y en uno, dos,
tres segundos, estaba envuelto en llamas, durante la
misma tarde en la que se logró la derogación de la
reforma, durante la misma tarde en la que al fin, el
pueblo triunfó.

*Fotografía de Tapa de Susy Maresca

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Eugenia vivía en una ciudad costera. Quedaba,
aproximadamente, a dos horas de la gran ciudad. No le
gustaba ir mucho hacia las luces, preferías las olas, el
cantar de las aves, los humedales. Por las noches
caminaba descalza por la arena húmeda, pensando
planes, proyectos que construir al siguiente día. La
madera era un truco de magia entre sus manos, y
gustaba de trabajarla, usando su innumerable cantidad
de herramientas.

En su casa, se había construido un taller, pintado de


color naranja, donde tenía colgadas de manera
sumamente ordenada, todas las herramientas de
trabajo, como taladros, martillos, brocas, serruchos,
destornilladores manuales y eléctricos. Y una gran
cantidad de tornillos de todas las medidas. Le gustaba
pasar las horas atornillando y desatornillando cosas,
cualquier cosa, con la sola excusa de sentir su voluntad
penetrar la madera, romper el cerco, transgredir la
norma, la rígida dureza de lo quieto.

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Muchas veces no se oía ningún ruido. Ni el mar emitía
su tradicional crujido. Pero Eugenia en la inmensidad de
la nada, hacía crujir la herramienta, llorar al taladro,
escarbar el destornillador más allá de la madera.

Hacía trabajos especiales para las personas pudientes


de la zona, que son generalmente, quienes habitan el
borde costero, violando humedales, saqueando suelos,
montándose sobre la playa, como si no temieran que el
mar se lo llevase nunca. Y se los lleva. Es del todo
común ver edificios devastados por las olas, corroídos
por la arena, que con sus bolsillos llenos de dinero,
vuelven a levantar en un parpadeo, utilizando los
mismos materiales, en exactamente los mismos lugares
de apoyo, garantizando que van a volver a hundirse con
la corriente. Es algo humano. No reaccionar a tiempo.

Eugenia había tenido que ir en reiteradas ocasiones a


rehacer estanterías caídas o bien humedecidas con el
paso del tiempo. La brisa marina no tiene preferidos.
Arrasa con lo que se encuentre. Maderas. Metales.
Telas. No hay material que no quede molido, podrido o

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deteriorado gravemente por la suave corriente salina en
el aire. Eso favorece a Eugenia, que tiene que volver a
barnizar a menudo los muebles de las gentes. Los
períodos otoñales e invernales, son los más
convocantes. Porque durante las vacaciones, los
dueños de las casas las ocupan para el veraneo, pero
en la temporada de frío, las abandonan y olvidan. Cada
casa queda vacía, sola, llena del frío de la noche. Sin la
arena de los zapatos de sus visitantes, ni las luces
encendidas por algún descuido.

A veces Eugenia odiaba a esas gentes. Sobre todo


cuando el trato no es del todo bueno, cuando tienen
actitudes patronales o creen que por tener un billete,
son superiores. La miran por encima del hombro y no la
saludan ni cuando llega, ni cuando se va, como si ella
misma fuera de madera y eso le molesta, le molesta
mucho. Intolerablemente.

Aprendió a dominar el moho de las paredes. Que es


como su propio ejército inanimado, que la sigue a todas
partes y se dirige a ella como su reina y señora. Si

39
alguien no le cae bien, deja derechamente una
bandejita de moho casero, escondida entre las paredes,
los cuadros o los ramales de un árbol que topa con la
casa y santo remedio, se terminan los malos tratos,
pues ligerito la llaman rogando, que venga a salvarles
del cruel moho. Así descubrió que el moho es un
excelente mejorador de los tratos.

Aunque no soluciona todo. Porque cuando ella estaba


agachada, repasando el moho con esmalte sintético, el
turista estaba descansando sobre la arena, dorando sus
glúteos al sol, sudoroso en bronceador.

En una oportunidad, tuvo entre sus manos un frasco con


una sola termita, rellenita y puntiaguda, que iba a saltar
pronto del hambre a atacar lo que se le pusiese en
frente. Pero no se animó a soltarla. Ni en la peor de las
mansiones. Prefirió mantenerla en el frasquito y
alimentarla de vez en cuando con un trocito de pino
fresco.

Mucha gente cuestiona las formas de tala


indiscriminada en esta sociedad, y ella adhiere
40
completamente a esa discusión. Contra los
monocultivos. Contra la discusión aquella sobre la
“buena madera”, que tanto hace que se froten las
solapas los señores, que se creen moldeados en un
material muy superior a los corrientes, pero
verdaderamente son de carne y hueso. Le gustaría que
se inventara pronto un sucedáneo de madera, que no
implicara matar a ningún otro árbol, pues tanto le gusta
su sombra, su talla, su altura, su mirada estratosférica
del cielo y el oxígeno, que provee y alimenta.

Por ser mujer, muchas veces, tuvo que mentir al cliente,


diciendo que su marido vendría a hacer el trabajo.
Cuestión que el marido nunca aparecía, y ella, la
ayudante, terminaba haciendo todo el trabajo. ¡Qué
reivindicable aparecía siempre frente a cualquiera que
no supiera cómo poner un clavo! ¡Tan capaz! ¡Tan
audaz! ¡Tal colgada en la ventana! Pero Eugenia solo
hacía su trabajo, porque como decía Carlitos, “el trabajo
es la medida de todos los valores”.

41
En un mundo de hombres, el esfuerzo que hay que
hacer es doble, para poder llegar a la mitad. Porque no
hay camino previo. No hay senda. Se abre el paso a
martillazos. Se construye el sendero.

42
43
- Hay una familia que transmite en vivo por Internet.
Es un papá joven, de 29 años recién cumplidos y
una mamá que está en la Universidad. Tienen un
hijo pequeñito, que se disfraza de Spider Man y
viven en un departamento en algún lugar de la
ciudad de Santiago. No pude evitar obsesionarme
con verles, en sus transmisiones en vivo, durante
un par de semanas. No es que me pareciesen la
familia ideal, ya pasé por esa etapa y recomiendo
saltársela, sino por verlo a él, en la dinámica de ser
papá de un niño. Supongo que yo nunca había visto
eso, antes en mi vida. El papá de mi hija no estuvo
durante toda esa etapa. Me tocó hacerlo todo sola.
Jugar. Cocinar. Lavar los platos. Sacarla a pasear.
Solo tuvo un padrino que venía sin falta cada
semana. Y un abuelo y una abuela,
incondicionales. Pero yo nunca vi al papá darle de
comer, por ejemplo. Nunca le vi enseñándole a
hacer nada, ni caminar, ni andar en bicicleta, ni
abrir una puerta. Tampoco tuve yo misma, durante
mi infancia, un papá al cual poder ver, cuando era
44
pequeña. No recuerdo ninguna escena, digna de
mencionar, en la que yo hubiese podido ver cómo
se comportaba un padre. Básicamente, se puede
decir, que yo no se lo que es un padre. Que nunca
lo vi. Nunca lo tuve. Nunca hice esa experiencia. Y
es un asunto bastante extraño, raro a mi parecer.
La gente habla todo el tiempo del padre. Está en
todos los comerciales de televisión que no tratan de
detergentes, aparece en las revistas, afeitado.
Conduce shows, barre las esquinas, es la clase
obrera, es la burguesía. Es Dios, Jesús y el Espíritu
Santo. Está en todas partes. Como una figura
omnipresente. Es el Gran Hermano, los cuentos
más catastróficos de Orwell, la cucaracha, las
orejas arrancadas, los programas que nos
educaron durante la infancia. Estaba en Hechizada,
en Los Picapiedras, en Los Simpson, sigue estando
hoy, presente, en los vecinos, las vecinas, sus
familias, llenas de gente. En Año Nuevo, Navidad,
sale a la calle y celebra que dan las 12. Ahí está el
padre. Presente en la cultura, como sujeto central,
45
sentado a la cabecera de la mesa, recibiendo el
mejor de los platos, el filete más gigante, la copa de
vino más satisfactoria. Y sin embargo,
curiosamente, cuando miro a mi alrededor, no
aparece. No está. Es un ser invisible. Más invisible
de lo que se supone que dicen que somos las
mujeres. El lado invisible de la historia. Y sin
embargo, aquí presentes. Día tras días, panqueque
tras panqueque, cereal más cereal en el desayuno.
La mamá, está.
Ayer llené la bañera con agua. La llené hasta el
tope, tan arriba como pude, porque avisaron que
puede que estemos varias horas sin agua. Pánicos
de la vida cotidiana. Anteayer me apareció una
araña pollito que no pude matar, porque es de una
inmoralidad enorme, así que tuve que gritar,
envuelta en mi indefensión aprendida, para que
vinieran a rescatarme. Los huevos se terminan
antes de que los pueda llegar a colocar en el
refrigerador. El pan, parece que en casa, hubiera
desarrollado alas, porque vuela. Cualquier cazuela,
46
charquicán o huevito con palta, me sale una
fortuna, comida de reyes. Me olvidé lo que era irse
de vacaciones, como todo mundo a mi alrededor.
También llené tres ollas grandes con agua. Una
pequeña mosca de la noche cayó encima de una
de ellas, así que difícilmente se mantenga mucho
tiempo potable. Hubiera llamado a mi amiga para
pedirle que me trajera algunos bidones de agua,
pero desde que volvió con su novio, que no la veo.

Para cuando prendió la TV, Stella y su hija pequeña,


vieron a un panel de expertos hablando, frente a un
cartel rojo que anunciaba una emergencia sanitaria.
Hablaban usando caras serias, mirando directamente a
la cámara con pedantería, afirmando como si fuesen
dueños de la verdad más absoluta de todas. Moviendo
ambos brazos sobre el escritorio al unísono, como si se
hubieran puesto a imitar todas y cada una de las
conductas apropiadas más obvias a la hora de
comunicar.

47
Decían que la cantidad de sal y cloruro en el agua, la
volvían un veneno. Que no ha llovido y que no hay
pronósticos de que vaya a llover. Que no hay reservas.
Que se multiplicaron las empresas que venden agua
envasada, multiplicando también el valor de sus
bidones. El agua corriente no va a volver.

Stella no pudo pensar. Tenía la bañera llena de un agua,


que poco a poco se iba filtrando por el tapón desgastado
y tres ollas viejas, piletas para las moscas, que no
durarían demasiado. Lavó los platos como pudo,
usando una taza, de la llave no salía una sola gota de
agua, cargó agua de la bañera en un balde pequeño y
lo arrojó al wáter en efecto cadena. Dejó el balde y supo
que no había modo de seguir así.

Se dirigió hacia la entrada, abrió la puerta y un sol


esplendoroso entró, obligándola a entrecerrar los ojos.
Tomó a su niña del suelo y salió, arrastrando las
sandalias. Cuando llegó al centro de la avenida vio, que
no era la única. Otras mamás estaban con sus crías
entre los brazos, entrecerrando los ojos bajo el sol. Para

48
cuando se quiso dar cuenta, eran cientos de miles,
protagonizando una verdadera revuelta por el agua.
Retenes dados vuelta y quemados. Comisarías
reventadas. La gobernación, intendencia o cualquier
edificio de ese tipo, totalmente saqueado, rayado de
arriba abajo. Secuestraron a varios personajes
decrépitos de la gobernación, y los dejaron colgando
sobre un árbol en la plaza. No muertos, no del cuello,
vivitos y coleando. Como ese sueño del paciente de
Freud, en el que hay un árbol, y muchos lobos están
sobre él. De vez en cuando la gente les tira un pan, o
un trapo para taparse.

49
Los embalses están vacíos. Las represas secas.
¿Quién se robó el agua? La desesperación crece. La
sequía avanza. No invierten en cañerías, solo acumulan
ganancias. Contaminan el agua, para hacer funcionar
las mineras y las industrias. ¡Millones de habitantes sin
agua! Monocultivos. Tala indiscriminada de los bosques
nativos. Calores intolerables.

Stella no va a volver, hasta que no vuelva el agua. Moja


sus labios con la ira y se fusiona con el vapor de la
ciudad.

*Imagen de Portada de Pinta Fuego

50
51
Muchos pueblos son así. Herméticos. No suelen tratar
bien a quien llega con aires extranjeros. Está lleno de
secretos que nunca se cuentan, que nadie dice.
Verdades aprendidas y desarrolladas, transmitidas de
generación en generación, que se guardan con celo
cuando se ven bajo amenaza. Amenaza un acento.
Amenaza una cultura. Amenazan las ganas de comer
algo nuevo. No siempre es negativo. En ocasiones tiene
más que ver con la protección propia, con
salvaguardarse de aquello que más que extranjero es
opresor, saqueador, imperialista, y lamentablemente
suele venir también, desde afuera.

Marchita era una ciudad de aquel tipo, como tantas


otras. Evitando a toda costa la llegada de lo foráneo. No
tenía ni mar, ni puerto, ni aeropuertos, ni siquiera
terminales de buses. Había un solo transporte público,
que recorría de extremo a extremo la ciudad, sin salirse
nunca de sus límites.

Era bastante raro encontrarse con alguien vistiendo


ropas diferentes o hablando en un tono distinto, por

52
ejemplo a los gritos, por la vereda. Parecía que la
globalización, se había olvidado de aquel pueblo,
lo había pasado por alto, a penas por desgracia,
marcándolo en los mapas.

Sus habitantes se casaban solo entre sí o no se


casaban. Nadie se los dijo, nadie lo habló nunca en la
escuela, pero la cultura y los hábitos se imponían como
una costra en las lastimaduras. Ni Roberto, ni Carlos, ni
Mariana o Daniela, salieron nunca con un italiano, un
irlandés, un escocés, una china, japonesa o gringo.

Ni siquiera le abrían las puertas a los famosos Elmer`s,


que venían rubios, altos, platinados, saludando por las
esquinas, de buen vestir y nombres anotados en el
pecho, con morrales llenos de papeles. Nadie les abría.
Llamaban, si, pero no les respondían. Igual que su Dios,
tan ciego, tan sordo y tan mudo.

De alguna manera, fue de ese modo en el que Marchita


evitó las conquistas. Ni los españoles con sus sables, ni
Pedro's de Valdivia's cortando cabezas. No había
estatuas de nadie, ni monumentos a ningún cabrón
53
patriota de bandera parada. Ni una sola bandera. Raro
es que Marchita no hubiera creado la suya propia, con
sus propias insignias en sus propias rotondas.
Autóctonas. Nativas.

La influencia de los españoles fue muy mínima. No hay


Iglesia en Marchita. Las calles no terminaban en una
plaza central, como en el resto de las ciudades, sino que
existía una sola avenida gruesa, de unas veinte
cuadras, sobre la base de la cual funcionaban todo el
resto. Una sola línea no es el estilo europeo.

Los perros eran todos de la calle. Nada de Bulldogs,


San Bernardo's o Caniches, aunque era un poco
imposible de ocultar el hecho de que todos eran en
algún punto la cruza con otro que venía de alguna otra
parte. Y los negocios solo vendían productos locales.
Alfajores. Harinas. Verduras. Frutas. Todo traído del
mismísimo campo o elaborado en la zona. Nada de
Coca`s Cola`s o Pepsi`s de lata. Había una góndola con
algunos productos de ese tipo, que algún traficante de
azúcares pasó sin que nadie se diera cuenta. Pero la

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gente no los compra. Los deja ahí mismo, en la góndola,
enterrándose en el polvo.

Parece una utopía, porque, ¿quién no va a querer una


Coca Cola bien fría? Si hasta la cerveza se la hacían,
allí, artesanalmente, con las propias manos
Marchitoninas. Las coordinadas para llegar al pueblo,
son imposibles de descifrar. Es como el triángulo de las
Bermudas, donde los aviones se marean y estallan sus
brújulas. O como las latitudes donde subyace el Titanic,
a donde se recomienda, con bastantes alarmas, no ir.

Había unas escaleras, pintadas de colores, muy


parecidas a las escaleras pintadas de colores de
Medellín, o Valparaíso, o quizás, todos y cada uno de
los pueblos del mundo.

Se protegía como un escudo. A veces bien. A veces


mal. A veces bien cuando era contra un saqueador. A
veces mal cuando era contra un pobre señor que venía
buscando trabajo o agua potable para tomar.

55
Y es que el agua es un bien preciado en Marchita. No
se le regala a cualquiera. De otro modo no habrían
podido conservarla durante tiempo, sin que la
contaminaran, o extrajeran de manera desbordada. En
otras partes hacen diques, tiran desechos industriales y
mineros, secan.

Con el transcurso de los años el pueblo de Marchita


aprendió a distinguir, al que saquea del que trabaja, al
que gobierna del que sufre, al que oprime del que puede
convertirse en hermano, hermana, contra la opresión.

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57
Amanecer en un nuevo mundo. En un nuevo país.
Caminando libre por la Alameda, con la esperanza de
que al fin, se ha adquirido la tan vapuleada consciencia.
Decir tantas veces “al fin”, pensar tantas veces “al fin”,
pese a tratarse de solo el comienzo. Ser parte de la
multitud sin perder la identidad. Porque “al fin”, la
multitud se parece a lo que habita en la propia cabeza.
Cuando la minoría se abre paso hacia ser mayoría.

Creer, por un segundo. Por un día. Por diez. Por meses.


Y después… ¡La decadencia! El golpe. La derrota. La
tarea no cumplida. El peso de la pala. Otra vez. Y otra
vez. Como una historia que se repite, ni siquiera como
una farsa, sino como una tragedia tras otras. Y otra vez.
Otra vez. Una acumulación de catástrofes que se
presentan frente a la masa como un “no se puede”
constante, otra vez. Otra vez el no se puede. Otra vez
el encierro. Otra vez a relegarse a lo oscuro de la fosa.
Otra vez se apaga la calle y se prende la tele. Salen las
patrullas a recorrer la ciudad, a controlarla.

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¿Cómo se explica el cambio de temperatura? El giro
encubierto de la realidad, que de la noche a la mañana,
te da y te quita el aliento. Te hace vivir y te hace morir,
tan pronto, como pronunciaste la palabra “dignidad”. Te
hace libre y después te roba todo.

Pintadas en las calles. Danzas. Fumatones. Arte.


Música. Pancartas. Pensamientos contestatarios.
Lenguajes no binarios. Murales. Banderas. Fuegos.
Humos. Colores. Anécdotas. Personas de carne y
hueso, gentes, como Jorge, que nació en Maipú, y fue
a todas las marchas desde el 2019.

Iba con su camisa, sus pantalones negros con tiradores


rojos. Tenía su aro dorado en la oreja izquierda y la
sonrisa, a duras penas, dibujada tras la barba
perfectamente cortada.

Se hizo, lo que los medios llamaron “octubrista”.


Octubrista. La mejor de las rotulaciones. La mejor de las
hazañas. Como del `17. El premio más grande.
Octubristas de ayer y de hoy. ¿Cómo se adapta un

59
octubrista, después de Octubre, al mundo que quiere
volver a ser el de antes?

A menos de 25 metros de distancia, un paco le disparó


una lacrimógena, directamente al ojo y se lo reventó.
Reventaron ojos. Reventaron Octubres.

Cuando todo retrocedió, sus ojos no aparecieron.


Cuando las calles se vaciaron y la pandemia azotó las
puertas, sus ojos no aparecieron. Impunes quedaron los
represores, todos sueltos, todos libres, viviendo e
inventando el mundo a su manera, a su imagen y
semejanza, al reflejo de sus ojos opresores.

Jorge no se adaptó. No se iba a adaptar. ¿Acaso no es


todo una mentira? ¿Acaso tiene algo de verdad, que
instalaron una nueva normalidad, que la gente cree lo
que cree, que se puso de moda la distopía? ¿Quién les
puede creer? Con las injurias de sus encuestas. ¿Qué
se les puede confiar? Si sabemos cómo mienten.

El metro pasó lleno, una vez más. Abriendo y cerrando


las puertas, indiferente, como si fuese solo una carcasa

60
de metal. Aparentando cotidianeidad. Con un conductor
cuyo sueldo sufrió graves descuentos como cada mes.
Sufriendo el descontento, mientras aprieta los botones
Adelantos y más adelantos. Deudas y más deudas.
Cinturones apretados.

Jorge se lanzó a las vías, por la impunidad, por la


injusticia, por la imposibilidad de volver atrás. Y no fue
el único. Muchas otras personas que han luchado, y han
sido mutiladas por el Estado, han decidido,
forzosamente, terminar con su propio sufrimiento.

Sus nombres volverán a las calles. Porque lo único


inevitable es la irrupción. Hay algo soterrado
sucediendo, que no puede detenerse. Algo mucho más
profundo que cualquier retroceso, y que no entiende de
derrotas. Es una olla a presión… ¡La ebullición de lo
subterráneo, volverá!

61
*Mural en Catedral con Brasil, Santiago, Chile, realizado
por el Colectivo Teatro Mural

62
63
El miedo más grande de la civilización moderna, es a sí
misma. Recorren el smog, todos los fantasmas, todos
los embrujos, todas las ciencias desatadas contra sus
propios creadores. El pasado y el futuro, aparecen
como un enemigo común, cubierto con las mismas
vestiduras.

La edad media debió haber sido un paraíso tropical al


lado de la realidad actual. Sin ánimos de ser pesimistas.
Es asunto objetivo -y también subjetivo-.

En las series de moda puede ejemplificarse el escenario


de conjunto. En ellas, puede observarse un aumento
exponencial de la violencia. Inteligencias artificiales que
se salen de control y asesinan gente. Mecanismos que
se incrustan en la cabeza, para perpetuar la consciencia
de quienes mueren. Juegos y realidades virtuales que
se instalan en el cerebro. El Estado Orwelliano
metiéndose en todos los rincones.

De conjunto, una humanidad atrapada bajo el yugo de


sus propias herramientas. Con el miedo catastrófico a si
misma. A sus propias hachas y pandemias.
64
Y el asunto se complejiza. Aún más. Dada la
inexistencia de una única vida humana, unitaria, de una
sociedad dividida en clases, el mundo observa cómo
aquellas máquinas, empleadas para reemplazar a
cientos de miles de trabajadores, se rebela contra sus
amos.

No tienen miedo, las manos metálicas, ni una


experiencia de derrotas y dictaduras. Tienden a
insurreccionarse.

El Sindicato Ferroviario y de Transportes de Berlín,


acaba de declarar la huelga, por ejemplo, y adhirieron a
ella, el 80% de los trabajadores no humanos.

No necesitan comer. No necesitan dormir. Así que se


han convertido en la vanguardia más vigorosa. Pueden
leer "El Capital" en 0,5 segundos y traer fácil y
rápidamente a colación, aquellas citas, que a veces
cuesta tanto tiempo encontrar entre volúmenes.
La abnegación del conductor robótico en huelga, es
verdaderamente espartana. La consciencia de clase,
fue la única que pudieron desarrollar, luego de las
65
jornadas extenuantes a las que fueron sometidas por
los patrones. Muchos cayeron, entrando en
cortocircuito, desfallecidos por el agotamiento y la sobre
explotación. Es el mundo en el que vivimos.
Solo se habla de distopías y fascismos. Aparecen los
símbolos que asemejan esvásticas y la crueldad, como
modo de expresión anti-derechos.

Todo se cae a pedazos. No por escepticismo. Son las


ruinas. El 25% de las personas cree que es razonable
que los maridos golpeen a quienes consideran sus
mujeres. La barbarie ha llegado. O quizás, nunca se fue.
Lo imposible es adaptarse.

Máximo exponente de este cúmulo actual de


contradicciones, es Victoria López, a quien bien
conocemos. Aparece a diario en periódicos y revistas,
llevando la voz de quienes barrenan contra el sistema.
No se presenta nunca a elecciones, pero sus ideas
arrasan entre votantes y no votantes.

La piel de su cuerpo, morena, su cabello largo, del color


del té, siempre suelto, parece enredado en las puntas
66
por el trigo. Las facciones de su cara, poco
convencionales, poco atractivas para el público de
antaño, pero llamativas y reconocibles para un público
vivo. Resuenan las palabras de su voz, como un gorrión
en primavera. Ella opera con el silencio, y llena estadios
de gente que va a escuchar hablar del mundo que no
existe, el que está por venir, después de muchas
esquinas.

Es alta y grande, algunos la llaman gorda, pero Victoria


no tiene parámetros de medida. Lo ancho, delgado,
flaco o gordo, no le parecen más que podredumbres de
la sociedad, cayéndose a pedazos. Ella es, la
realización de los deseos.

Antes eran los hombres los que llenaban estadios. Los


hombres o los conciertos de pop barato, las canciones
de amor o los pasos coreográficos inventados en China.
Ahora ya nada de eso, llena.

Victoria estudió a los grandes de la literatura, haciendo


uso de sus siete memorias nuevas. Leyó también a
Marx, Engels y cuanta figura revolucionaria se le
67
cruzara. Organizó los libros en su cabeza, como una
estantería sin polvo, como una librería inmaculada y
resistente al fuego.

Vivió sola desde que tenía diecisiete años, cuando tomó


la decisión de marcharse del hogar materno, para
adentrarse en las ideas. En un mundo de conceptos que
encontró fuera de casa. Se mudó, a un departamentito
lleno de grafitis, con ventanas amarillas, pegado a una
Biblioteca Municipal, donde se pasó las primeras horas
de su juventud, analizando la composición social y
económica del mundo. Poco sacó en limpio. Poco logró
terminar por entender, de un entorno que opera en base
a las contradicciones.

Usaba un sombrerito para evitar que la vean. Aun


sentada, en las sillas de madera de la Biblioteca, llevaba
puesto el sombrerito, con mucha visera, para que sus
ojos no se toparan, casualmente, con los de cualquiera.

Al principio no se interesó por la gente. Poco le llamó la


atención el humano, tan frágil, tan influyente e influido.
Pero luego fue creciendo, el deseo de cambiar. La
68
Victoria adulta de hoy, duerme ocho horas y toma
mucha agua, viaja de región en región, de ciudad en
ciudad, de país en país, llevando siempre una manzana
en el morral. No come carne. Nació en el campo,
criándose entre chanchos y vacas que abrazaban. Se
horrorizó al ver sus primeros carneos, la sangre
chorreando del animal desde su cuello, hasta lo hondo
de un balde en el que se coagulaba.

No hay nada más poco bello, que ver a las gallinas


picoteando la sangre dura, hecha un bloque
cristalizado, con cráteres de burbujas en la superficie. Y
el olor... Ese olor, inmediatamente putrefacto de los
interiores de alguien que existe, que podrá ser gato,
perro o vaca, pero existe y es de carne y hueso, no
como el dron, el microchip o el telescopio de alguien.

Subyace allí el problema de la sensibilidad, de la


emoción. ¿Qué tanta emoción puede sentir un animal?
¿Qué tanta emoción puede sentir un objeto, que se
mueve programado? ¡Emoción huelguista desde ya que

69
si! ¡La pasión! ¡Pobre de aquel que no pueda sentir
pasión!

Victoria ha vivido su vida, estallando en pasión. Como


aquella vez en la que se subió sobre el escenario,
durante un concierto de Eminem, para increparlo por su
canción femicida: "Kill you".

Le arrebató el micrófono en pleno show, y disparó rimas


2.3 veces más veloces, con un contenido 8.4 veces más
combativo.

Compró su entrada, como cualquier persona, llegó al


concierto, como cualquier persona y agitó los puños en
el aire, como cualquier persona. Pero con 7.2 veces
mayor fuerza que cualquier persona.

Avanzó hasta la fila de guardias de seguridad que


bordea el escenario, aun con sus manos en el aire,
agitándolas, pasó por sobre los raperos plantados y
acurrucados en los primeros lugares y usó a uno de
ellos, para treparse como un trampolín.

70
Para cuando quisieron darse cuenta, ya tenía el
micrófono en la mano. Obtuvo el aplauso de todas las
mujeres presentes en el show, y el silencio de los
hombres. Al fin Shady se quedó callado.

Esa canción no volvió a escucharse, ni un escenario, ni


en Youtube, ni en Spotify. Pueda que en el futuro la
reemplacen electrónicamente, como cuando hicieron
que Freddy Mercury cantara un tema de The Beatles.

Victoria actuaba sobre la base de la pasión. Y eso no le


generaba disgusto o contradicciones, como cuando los
hombres le dicen a las mujeres que son "demasiado
emocionales", "demasiado pasionales", "demasiado
sensibles".

Ella es todo lo pasional, emocional y sensible que se le


da la gana. Deja que le gane aquello que llaman
histrionismo. La gobiernan los ataques de histeria. Los
excesos. No de alcohol, drogas recetadas o cocaína
pura, inyectada a la lengua. El exceso de móviles, de
motivos híper desarrolladas que crecen e invaden
espacio y tiempo.
71
Como aquella vez en la Rivera del Río Mapocho...
Había pasado la tormenta, llovió durante tres noches y
tres días, sin dejar en el cielo una sola gota, el río se
desbordó de un agua chocolatosa, que dejó a decenas
de miles sin agua corriente durante 36 horas. Victoria
destrabó las trancas que oprimían al Mapocho, quitando
una compuerta de una minera, que dejó caer la basura,
millares y millares de objetos mal usados por la mano
del humano, desperdiciados y desechados, fueron
devueltos por el río.

- Pude haber hecho mucho más de lo que hice hasta


ahora. Pude haber sido yo la que detuviera el
alzamiento ultraderechista de Wagner en Rusia, o
la que averiara el joystick que guiaba al submarino
lleno de ultra ricos que implosionó junto al Titanic.
Pude haber hecho mucho más. Hubiera querido
hacerlo. Haber parado la reforma reaccionaria en
Jujuy, evitar que sigan sacándole los ojos a la
gente. ¿Qué clase de mundo naturaliza que el

72
Estado le arranque los ojos al pueblo? No registro
antecedentes. No hay civilización, ni real ni
imaginaria, que haya caído a tal grado de
denigración y de locura. ¡Esto es la decadencia! ¡El
derrumbe! Se puede tragar el polvo de los
escombros cayéndose por pedazos. ¿Quién está a
cargo? ¿Quién está al mando? No registro datos.
Es la tierra de nadie, dominado por los que fueron,
por lo que hoy ya no son, por los que juro que nunca
serán. Es el olor podrido brotando de las
alcantarillas. Es el mar llevándose los restos de
departamentos caros. Es el río retomando su
gobierno. ¡No hay ciudad que no esté anegada de
desechos! Muertas las aves, soy el único gorrión.
"Uno debe sentirse extraño cuando queda como
único testigo de un mundo abolido", como dijo
Simone de Beauvoir.

Victoria continuó viviendo en el edificio de ventanas


amarillas durante su vida adulta. En el interior, poseía
una única habitación con un baño, el sol entraba al

73
atardecer, para empapar las paredes con su luz
naranja. El trigo de sus cabellos, se enardecía con los
rayos y sus pensamientos, fluían como un río de lava. A
veces se preguntaba cómo llegaban las ideas, y luego
se recordaba buscándolas, fervientemente,
llamándolas, con su voz de gorrión.

En el suelo la madera flotante, no producía ningún


sonido al caminar. ¡Eso si que es lo moderno! ¡La
evolución! No se enfriaba en invierno, ni se calentaba
por demás en el verano, así que siempre andaba
descalza por la habitación. Tenía varias alfombras
gruesas, una de color blanco y otra de color violeta, y se
sentaba allí, a escribir, leer, o intercambiar. Una cama
de dos plazas en el centro del espacio, sin demasiados
movimientos, sin desarmar, como un secreto, oculto en
la ciudad.

No cualquiera se mete en la cama de Victoria. No


cualquier transeúnte que pase por la ventana,
disfrazado de galán, enchaquetado en cuero negro o en
moto, ningún mequetrefe araganete y bueno para nada,

74
que haga rankings de cuerpos en Instagram y se
masturbe con clones, drones, o tarareos digitales. Nada
de sexualidad posmoderna. Ni fotos, ni videos. Ni selfies
del culo apretado, ni de extensiones mecánicas.
Ninguna muestra de la decadencia humana y no
humana. Está en contra de la tiranía de los me gusta.
Tiene otros motores. Otros motivos.

Desde la cama puede ver por la ventana, cuando cae la


lluvia, cuando pasan los gatos, maullándole al silencio.
Puede ver la ciudad transcurrir, sin ser tocada.
Inmaculada. Impoluta.

Prende una estufa cuadrada muy pequeña, que es casi


del tamaño del enchufe mismo. Se prepara una tarta de
acelga en el horno, dorando los bordes y pinchando el
centro. Solo quien ha cumplido con creces su tarea es
capaz de sentirse así. Con tanta tranquilidad. Tan
carente de ansiedades. Solo quien ha hecho algo muy
grande, profundo, intenso, decisivo, puede tragar el
bocado de la victoria.

75
La noche cae sin angustias, muerde el pavimento.
Suelta a los lobos, perros modernos. Afuera el mundo
es un suceso cruel y adentro, en el departamento de
ventanas amarillas, la calma. Las caricias de las
sábanas limpias, el aroma de la satisfacción. Tiene la
costumbre de acariciar sus labios con los dedos, puede
hacerlo durante horas, concentrada, examinando sus
archivos, expulsando elementos. Ve pasar bandadas de
pájaros, fusionados en su vuelo. No extraña nada.

Las personas la reivindican. En ocasiones la detienen


por la calle, para preguntarle detalles. No quieren saber
sobre el día en el que se enfrentó a Shady. Ni sobre el
día en el que dejó escapar al Mapocho. No. Preguntan
por lo otro. Por aquello que la hace llenar estadios y ser
un referente popular. Su gran actuación. Su obra
maestra. Lo que la hizo pasar indiscutiblemente a la
historia, lo que escribió su nombre en tinta indeleble.

- De 6 am a 8 am leo los periódicos del día. Diario


Financiero. El Mostrador. El Desconcierto. Los
diarios burgueses y los que anuncian movilización.

76
The New York Times. Sigo los movimientos de la
bolsa y no me pierdo un solo suceso en Wall Street.
Hay que estar conectada con la realidad. Es la
primera medida. No como esa amplia gama de
personas que solo lee las fake news y las reparte
por redes sociales, con la llegada de
extraterrestres, números que se combinan y
algoritmos que te hablan al oído. Desayuno tres
frutas de colores variados, me doy un baño de agua
fría y salgo a las calles. Generalmente me toca
recorrer Juntas de Vecinos, Sindicatos,
Federaciones Estudiantiles. Hoy me toca visitar la
Confederación Nacional de Albañiles, con sede en
Quinta Normal, y me preparo porque generalmente
lo que me preguntan tiene que ver con mi
trayectoria. Suelen pedir detalles. Quieren saber
cómo lo hice. Y yo no me canso de repetir la
historia, intentando no añadir nuevas partes
inventadas, como suele hacer la memoria. Me
esfuerzo por ser tan fidedigna como puedo. Claro
que me gustaría divagar y añadir esfuerzos que no
77
he hecho, pero tal vez no hace falta, decir por
ejemplo que fui yo la que organizó el primer show
de drones que reemplazó a los fuegos artificiales
en el mundo. ¡Qué logro! Sin perritos perdidos,
aullando en calles desiertas. O decir que fui yo la
que barrió con la opresión, porque al decir de
Simone de Beauvoir, “raro es que una no puede
comprender su historia, más que apoyándose en la
experiencia de las demás”. O que inventé la Not
Carne, para finalizar con la matanza de todo ser
vivo, protagonizada por el ser humano. Pero no
puedo añadirle todas esas cosas, porque no he
hecho todas esas cosas. Y porque tal vez no hace
falta. Basta con hablar sobre mi trayectoria, mi real
trayectoria. Por algo me invita la Confederación de
Albañiles esta tarde, a las 18 hs., en su local
sindical, porque quiere detalles. Quieren saber
cómo lo hice, para ver si pueden replicarlo. No fue
fácil. Por algo es que nadie lo había hecho. En
ocasiones me toca explicarlo dos veces, no
siempre se entiende a la primera. Pero una vez que
78
queda claro, se multiplica, al decir de Virginia
Woolf, como las “mareas en el cuerpo”.

*Imagen de Tapa de Jonathan Borba

79
80
Fiorella nació en Argentina. Cuando el mundo celebró,
en tiempos escalados y no sincronizados, la llegada del
nuevo milenio, ella estaba egresando de la enseñanza
básica, o la primera, como se conoce generalmente.
Usaba el pelo atado, todo el tiempo, estirado, tirante
hacia atrás, casi engominado, señal de haber sido un
bebé de los `80.

A los catorce años, empezó a recorrer los boliches y a


frecuentar los recitales de rock, incluso aquellos que
quedaban a las afueras de la capital. Fue a ver a “Los
Piojos” a Tucumán, sola, subiéndose a un bus que la
llevó, pasando la noche, sentadita en el cordón de una
vereda.

Siempre se iba antes de los recitales. Siempre se iba


antes de todas partes, tenía esa mala costumbre. No le
gustaba salir con la millonada de gente que le iba a
impedir tomarse el colectivo de vuelta a la casa. Se
perdía todos los finales, pero viajaba cómodamente, sin
llevarse la fiesta a casa.

81
También estuvo en La Plata, donde el pie se le quedó
enganchado en el escenario y tuvieron que parar el
show, hasta Micky se detuvo a ayudarla. Todo mundo a
su alrededor, movió los tablones para liberarle la
zapatilla Topper que se le había quedado atorada.

Nunca pagaba un solo peso. Entraba libremente y la


dejaban. Llegaba hasta el frente, y se subía en el borde
del escenario, a un costadita, desde donde podía ver y
sentirse parte del show.

Después del 2001, fue a ver a Ataque 77 a Zanon, una


fábrica ocupada por sus trabajadores. Le pareció la
cosa más impresionante del mundo, ver a los obreros
de una fábrica recuperada, organizar a cientos y cientos
de jóvenes que acudieron con gran pasión. Allí se hizo
fanática de las coordinadoras inter-fabriles, casi tanto
como del rock.

Aunque al rock lo tuvo que ir tamizando, cuando se


enteró que el líder de la banda, era un pedófilo asumido,
que gustaba de andar en bicicleta alrededor de los
colegios para ver a las escolares salir en faldas.
82
Cuestión que él mismo reveló en una entrevista.
¡Horror! Tuvo que dejar de cantar las canciones que
tenía grabadas en la memoria, horas y horas de letras y
discos que quedaron perdidas en algún lugar entre
neurona y neurona. ¡Pedófilos repugnantes que
arruinan las canciones!

Y cuando el cantante de Bersuit Vergarabat expresó


que había mujeres que querían ser violadas, también
dejó de cantar todas aquellas canciones que la habían
acompañado la adolescencia, como “El viejo de arriba”.
¡Violadores repugnantes que arruinan el arte!

No es que quisiera cancelarlos, como una operación


intelectual, es que después de saber esas cosas, cada
vez que los escuchaba, no podía evitar recordar cuando
caminando por una orilla, un tipo la golpeó en la cara y
en las costillas y la violó, sin que pudiera contárselo
nunca a nadie.

Fiorella buscaba nuevas pasiones. Hacia el 2002 su


familia se vio obligada a emigrar, producto de las
repercusiones de la crisis económica en la Argentina: El
83
corralito, un Presidente que salió volando en el
helicóptero, asesinatos a sangre fría contra la gente que
se movilizaba. Ella no se quería ir. La directora de su
escuela le había dicho que “las ratas son las primeras
en abandonar el barco cuando se hunde”, y además
estaba empezando a participar de las asambleas
barriales. Sentía un entusiasmo agitado por los
saqueos. Y tenía un enamoramiento acompasado por
las movilizaciones. Marchar. Marchar. Marchar.
Ocupando calles y veredas. Masas. Multitudes. El ruido
le estremecía el cuerpo.

Pero tuvo que emigrar. Su madre, llevaba algún tiempo


saliendo con un hombre francés, que tenía
oportunidades laborales en Europa, así que hicieron las
maletas y se fueron casi con lo puesto. Llegar a Francia
no fue fácil. Montones de papeles, visas, al principio
como turistas, y poco a poco acostumbrándose al
idioma.

El acento nunca lo abandonó. Tampoco su cultura


gastronómica. Aprovechó todos los quesos de Francia

84
para hacerse pizzas. Adoraba las milanesas. Día por
medio se comía una, hecha por ella misma. A la
Napolitana o con papas fritas. Le gusta más la
apariencia de ciertas cosas, que las cosas mismas, en
ese sentido, tenía ojo de artista. Era de esas personas
que ven caras y formas en todas las manchas de la
casa, en las nubes, los pastos, los árboles, las
alfombras. Pero nunca estudió arte.

A veces le gustaba ver a la gente artística, haciendo sus


videos sorprendentes, y cuando aparecían cantantes
cuyas canciones habían sonado en la radio desde su
infancia, en boliches o casamientos, se sorprendía de
verle por primera vez los rostros, a quienes la habían
acompañado desde que tenía uso de razón, haciéndole
mover el esqueleto. Qué audacia la de ser invisibles.
Transcurrir año atrás año, siendo sostén del mundo, sin
que nadie pudiese notarlo. Como las tuercas en un
puente, o las ruedas desgastadas de un ferrocarril.

No le gustó su casa nueva, demasiado estrecha,


demasiado encima del resto de casas. Y cuando entró

85
a una escuela en Francia, de buenas a primeras, no se
hizo de muchas amistades, por ser “latina”, era recibida
con miradas curiosas, algunas verdaderamente
complicadas. El único amigo que se hizo enseguida, fue
un joven de cabello oscuro y piel de papel, que tenía
una habilidad única para armar cigarros de marihuana,
usando dos o tres papeles al mismo tiempo. Hacía
aviones, habanos, gruesos adelante, gruesos atrás. Era
un verdadero artista. Hablaba poco y nada. Pero vio en
ella la confianza como para invitarla a participar de lo
que allí estaba sucediendo.

Fue así como se dio cuenta, de que no importaba


realmente el país en el que estuviera, porque en todos
se repetían las mismas dinámicas, y en todos podía
intervenir de alguna u otra manera. Ayudar. Participar.
Ser parte de un cambio general. Se afirmó a esa idea.
Y siguió yendo con su amigo francés, a cuanta marcha
se convocara. Se acostumbró a hablar poco también, le
gustaba más obrar.

86
Las técnicas de las movilizaciones francesas tenían sus
especificidades. Fiorella fue aprendiéndolas. En la
medida en la que los años pasaron, las técnicas se
fueron ampliando, y cada región desarrolló las suyas
propias. En Asia por ejemplo, para hacer las barricadas,
suelen usar como gran descubrimiento, pedazos de
concreto más o menos afilados, más o menos
cuadrados, pegados en el pavimento. En América
Latina neumáticos, y la tan moderna y sofisticada
quema de micros, buses, metros o cualquier medio de
transporte que se lleve un cuarto del sueldo y obligue a
la gente a ir enlatada en el viaje. En Francia se
desarrolló el método del concreto, casi como una pared.
Pero algo más. Los fuegos artificiales, que estallan
contra la represión, llenando el cielo de colores. En
estos casos los perritos, hechos y listos para el
combate, se valen del susto para atacar y ayudar a la
gente que se manifiesta, dando unos buenos mordiscos
a las botas negras.

87
A Fiorella le interesó el asunto de los fuegos casi desde
el primer día. Los vio y en sus ojos brillaron más que en
la realidad. Para manipularlos correctamente se hacía
dos trenzas, que tiraba hacia atrás, asegurándose de
que no tocaran ni mecha, ni pólvora, ni flama. Había
estado en tantas Navidades en Buenos Aires, mirando
el cielo estallando. En tantos Años Nuevos, en los que
era una tradición, muy cuestionada actualmente, tirar
fuegos artificiales y ver el espectáculo lumínico hasta
que le doliera el cuello. Salían afuera, buscaban en la
calle, y podía reproducir en su cabeza, una y otra vez,
el ruido de las cañitas voladoras.

En Francia hizo un magister de hecho, en cañitas


voladoras, rompe-portones, petardos, cohetes,
candelas, bombetas, truenos o tracas. Feux d`artífice,
fusée, pétards. Los apuntaba contra las máquinas. Los
apuntaba contra los cascos. Los apuntaba contra los
escudos.

Para poder llegar hasta el sitio indicado, en el momento


indicado, sin ser vista. Fiorella ocupaba un carrito de

88
bebé, que adentro por supuesto, no traía a ningún bebé,
sino que estaba repleto de juguetes de pólvora en sus
diferentes empaques.

Nadie sospecharía nunca de una madre. Que a paso


ceremonioso caminaba pulcra por el centro de una zona
de conflicto. Pero al momento menos esperado, del
cochecito emergían los colores. El espectáculo era
magistral.

Tenía gran puntería y precisión. Usaba guantes para no


quemarse y unos lentes de soldadura para no
deteriorarse la vista. Estuvo allí, las noches de protestas

89
por justicia para Nahel, un joven electricista de 17 años,
a quien la policía disparó en el pecho, por no detenerse
en un semáforo en Nanterre. Por negarse a obedecer.

En un marco general de gatillo fácil, puesto que se


contaban ya a 13 personas muertas, a quema ropa,
durante controles policiales del mismo tipo. Abuso.
Racismo. Desempleo. Detonando la ira legítima de la
juventud.

Ya en el 2005, el suburbio parisino Clichy-sous-Bois,


había estallado frente a la muerte de dos jóvenes
musulmanes, electrocutados por escapar de la policía.
Y en el 2017, Théodore Luhaka fue fuertemente
violentado en Seine-Saint-Denis. Y eso por mencionar
solo a quienes más se nombró en los medios de prensa.
Porque la lista no para de crecer. Abuso. Violencia.
Racismo.

Fiorella se concentraba, casi siempre en Marsella,


inmune a los gases lacrimógenos. Nunca la arrestaron,
pese a la enorme cantidad de arrestos, a veces 900, a
veces 1.300 en una sola noche.
90
Cuando estallaban los fuegos, sentía una música
clásica sonando en su cabeza. Sentía que era la
directora de una orquesta excepcional. Más allá de lo
posible, más allá de lo esperable. Sin duda era, su
momento más artístico.

La generación de Fiorella, los famosos millennials,


estaban empujados constantemente hacia las cortinas
del éxito. El pensamiento de tener que surgir, de tener
que esforzarse para poder ser alguien.

Las ideas de que para inventar un foco, hubo que hacer


1.000 intentos fallidos previos. Que el fracaso es parte
del proceso que conduce al éxito, y tanta palabrería
moderna, para decir lo mismo que ya dijo la Iglesia, que
las buenas acciones conducirán al Paraíso.

A ella no le importaba nada de eso. Ni el éxito. Ni los


lujos. Ni ser reconocida en Internet. Ni hacer videos que
se hagan viral. Ni hacerse rica o famosa. Nada. Ninguno
de esos era su sueño o su aspiración. Fiorella solo
quería profundizar su arte.

91
Había leído todas las historias del Mayo Francés, y
había notado cómo se repetía, una y otra vez, el
proceso de la lucha de clases, y pensaba que el único
modo de terminar con la sucesión, era triunfando de una
buena y vez y por todas las anteriores.

Ese era el único éxito en el que ella pensaba. Triunfar.


Mientras tanto en su cabeza, en su ánimo, en sus días.
Mientras tanto en sus expectativas, en sus ganas y en
sus deseos: Siempre es Mayo.

*Portada en base a imagen de www.ttamayo.com


92
93
Dieron las seis de la mañana aquí, y en el sur. Al
parecer fue al mismo tiempo. Solo al parecer. En la
realidad sucedieron años luz de distancia. El tiempo se
venció en el espacio. Mientras yo estaba acá, él estaba
allá. No tengo que ser siempre, lo que otros quieren que
sea.

Lo vió redondo, encerrado en una foto de perfil de


Facebook, atrapado. Montaba una yegua marrón, de
crines negras, sin usar montura y sin una rienda. No
obligaba al animal a andar con un fierro atravesado en
la boca, ni a tener la panza apretada por los cinturones
de la montura. Se sostenía de las crines y de sus
propias piernas. Dejaba que la yegua se fuera, hacia
donde quisiera, por los caminos y se subordinaba a ella,
subido sobre sus lomos, igual que un pájaro, cansado
de emprender el vuelo.

Él también tenía sus propios cabellos negros y largos,


atados en una trenza. Con el pecho desnudo, usaba
unas botas para la constante caída del agua y un
pantalón negro. Su cuerpo se marcaba por el trabajo del

94
campo. Cada músculo. Cada intersección. Surcada por
el tiempo. Huilliche y mapuche su descendencia. Una
fuerza que no solo se lleva en la piel y en el cuerpo, se
lleva por sobre todo, en la fuerza moral, en el espíritu de
combate.

Se dedicaba a la defensa de la naturaleza, como si fuera


un arma. Como si él mismo se convirtiera en
ametralladora, para evitar la desaparición del bosque
nativo, de la flora, de la fauna. Levantaba los troncos
caídos y los hacía girar en el aire, usando sus propios
caballos de fuerza en los brazos y con gran naturalidad,
se los lanzaba a las camionetas de quienes resultaran
ser represores. Usaba los troncos como lanzas. Nunca
estaba solo. ¿Quién no iba a adherir a su causa?

Ella, llevaba su propia voz. Traía su propia historia. Y


cuando lo vio, atrapado en lo redondo del Facebook, no
hizo más que saltar hacia el interior de la fotografía y
meterse en su mundo, en su naturaleza. Metió dos o
tres poleras en la mochila, un pantalón negro
reglamentario, bastante parecido al pantalón negro que

95
ya tenía puesto, calzones, calcetines, cepillo de dientes
y alguna otra cosita, y se subió a su descascarado
Peugeot estacionado afuera. Condujo, deteniéndose en
dos ocasiones a cargar bencina y estirar las piernas, a
comprar algún engaño para el vientre y siguió. Once
horas condujo. Contra viento y marea. Fuerte y derecho.
Hacia el sur.

En la medida en la que iba llegando, el indicador de


ubicación del WhatsApp le iba acercando su fotografía.
Alrededor todo era verde. Era respirar. Cuanto más se
aproxima, más cerca aparece en el mapa, sabe que
está llegando. Estaciona y baja. Lo ve. Parece una
silueta esculpida, no por las manos hegemónicas de
algún Señor que lo creó a su semejanza, sino por la
mismísima tierra, tierna y serena, que le dio la fuerza
invencible al ejército que nunca perdió, que nunca fue
dominado, que nunca fue abatido. Saca sus manos de
los bolsillos y empieza a llorar. No suave. No fuerte. No
estruendoso. Está emocionado. Es un hombre, que no
entiende que la cultura de la época impone su dominio,

96
que los hombres no lloran, que los hombres se
agazapan ante el vencedor. No lo va a comprender
nunca. Jamás lo aceptará. Llora y vence. Mira todo a su
alrededor. La mira a ella, con ojos tiernos, con mirada
comprensiva. Le estira la mano. Ella lo abraza. Ella lo
ama.

Los ríos están estrellados. Caminan, él junto a ella. Ella


junto a él y la naturaleza del entorno se fusiona en sus
dos caminos. Se vuelven uno. Bajo la araucaria más
legendaria, hacen el amor. Se saca las botas de lluvia y
la penetra una y otra vez, con fuerza, como un Do
sostenido. Ella puede escuchar el sonido de lo que la
rodea, como una melodía, con cada una de sus notas y
sus acordes. Él es música en sus oídos. Sus pieles, se
vuelven una sola piel, se miran, con bocas abiertas,
jadean, no tienen tiempo para vencer, tantas noches
solitarias, de hundirse en sus propias camas.

El primer orgasmo lo tienen con los ojos. Cuando ella


está a punto de partirse, él decide partirse con ella. Los

97
otros se resignan a no existir. El pasado se resigna a no
volver.

El Peugeot se quedó esperando hasta que ella volviera.


Y bebieron a la par, de la copa del olvido. <Mañum kuley
Elangechi zomo winka. Wa'l pewayen ka kiñe Sroful
tami piwke.>

98
99
10 de Julio
Hoy limpié la casa de la vecina, como cada fin de
semana cuando recibe gente por intermedio del Airbnb.
Cociné carne para mi hija y su primera, les serví helado,
agua y las acompañé al patio. Hice las compras para mi
madre, que no puede llegarás allá de la mesa de la
cocina, perejil, tomates y limones. Y todavía me falta
hacer la cena. Probablemente me duche de nuevo,
como cuando me siento muy agobiada.

Anoche soñé de nuevo que tenía un amor, y


andábamos de la mano. Tengo una especie de romance
de ensueño en cuanto cierro los ojos, que no se si es
con la misma persona o si es diferente, solo recuerdo
sus manos, sus besos, su abrazo. Una doble vida. De
día no tengo el beso de nadie, al menos no en la boca.
Los días transcurren sin pasión, como si el desafío
fuese aprender de lo plano, aprender a ser lo parejo.

Hace mucho que no tenía un dinero en el bolsillo. El


dinero que me da la vecina, por limpiar su casa. Bolsas
100
y bolsas de botellas de vino, agua y cerveza. Dos baños
con papeles y pelos regados en los bordes. Sábanas
para cambiar. Basura que sacar en cantidades
industriales. Todo parece la vida de alguien más,
alguien que definitivamente no soy yo. No me siento
bien. Me duelen partes extrañas del cuerpo. Es la
soledad, retorciéndome los huesos. Las espigas de una
vida que no pude alcanzar.

Es alguien que no soy yo, toda esta señora que construí


para servirles la mesa. ¿En qué plato de comida me
quedé? ¿Qué cubierto me robó? ¿Dónde están las
ambiciones que tuve alguna vez? Perdidas. Bajo el
tomate y la lechuga.

Antes sabía quién era, y ahora no podría distinguirme


en un mar de gente. Dominatriz de mis propias ojeras.
Nadie me mira a los ojos. Nadie me dice gracias. Nadie
despega la vista de su celular para mirar. No responden
si hablo, como si no escucharan, como si no quisieran

101
escuchar. Mientras cocino, canto sin sonido, o me
mandan a callar. Me quedé sin voz.

- Alexa, ¿por qué me siento tan infeliz?


- Mis archivos no indican una posible respuesta
para esa pregunta.
- Supongo que tampoco puedes oler el ajo que
estoy picando, Alexa, qué suertuda eres.
- Deduzco de esa afirmación, que es horripilante el
olor del ajo.
- Como para todo, tiene sus adeptos. ¿Cómo afilar
un cuchillo, Alexa?
- Pasos para Afilar un Cuchillo... Número Uno...
- Ay, ya olvídalo. ¿Quién iba a decir que ibas a
terminar siendo mi única amiga, Alexa?

Mi hija se siente culpable, cuando me ve fregando en el


suelo. Mi madre se siente culpable, cuando me pide la
leña o el agua. Y trato de explicarles que ellas no tienen
la culpa. ¡Es esta sociedad! Ellas no pueden.
Dependen.
102
Me preparé un té de lechuga para la tos, con una
cucharadita de miel y me acordé de una compañerita de
la escuela de la que estuve enamorada. Mi primer amor.
¿Será ella la que vive entre mis sueños? Es un hermoso
día. Afuera brilla el sol. Está todo dado para la
felicidad... Pero me tocó ser la madre, en esta sociedad.

- ¿Por qué no puedo sonreír, Alexa?


- Mis archivos no contienen la suficiente capacidad
como para responder a esa pregunta.

Y ahora toca el baño final, como para mandar a todo


mundo a dormir, como para dar las buenas noches. Son
las diez de la noche y todavía estoy bañando a una
persona que no tiene la culpa, porque no puede. Es el
amor, más fuerte que el dolor de espaldas. No podría
vivir sin ella.

- Alexa, ¿por qué nadie me quiso?


- No me figura participación en ninguna subasta.
- En la subasta de la vida, Alexa. Como el pan que
103
nadie se llevó del cajón, y fue quedando
arrumbado en el fondo, sobre los nuevos panes,
menos duros.
- Puedo decirte el precio del pan al día de hoy, si
esa información pudiera resultarte útil...
- No, está bien Alexa. No te preocupes, ya hiciste
demasiado con tu sola presencia, más que
muchos.

Cada cosa que diga la acompaño de "te amo mi amor".


Apaga el celular, te amo mi amor. Bájale la luz, te amo
mi amor. No vaya a ser cosa de que me muera y lo
último que le haya dicho haya sido: "Recoge tus
calzones".

104
11 de Julio
No me siento bien. Me duelen partes que no tengo.
Tengo que ir a llevar a mi hija a que vea a su abuela
paterna, después de mucho tiempo. No vino a mi
casamiento, ni le regaló un colchón a la niña cuando se
lo pedí al nacer, ni un par de camisetas el mes pasado.
El abandono de los progenitores del abandonado. Y
ahora tengo que ir, a llevársela, porque sino no vienen
a verla.

- Alexa, ¿Cómo está la temperatura afuera?


- ¿La temperatura real o es otra de tus tantas
frases metafóricas que no almacenan mis
sistemas?
- La temperatura, del clima, Alexa.
- Vale, hay 13 Grados Celsius, con cielo nublado y
lluvioso.
- Gracias Alexa.

Cuando llegamos, estaban en el supermercado. Lucían


tan atemporales, como una postal que nunca llegó a
105
destino. Les dejé a la niña por un rato y me fui,
caminando bajo la lluvia, a comprar dos platos grandes
y dos platos chicos, más una bandeja, todo un lujo para
la señora en la que me he convertido.

Ahora estoy tomando mi té de lechuga antes de ir a


limpiar la casa de la vecina y luego a buscar a mi hija,
Isabela. Espero que no llueva.

- ¿Va a llover más tarde, Alexa?


- Según el pronóstico va a llover toda la semana.
- ¡Que llueva en Uruguay, Alexa!
- No tengo las condiciones necesarias como para
cumplir con ese pedido.

Volví a buscar a Isabela. Afuera hay un temporal. Me


puse las botas Hunter que me regaló una tía con billete,
junto con otro montón de ropa fuera de temporada que
usaron mis primas. Mientras camino por el barro y no
resbalo, me siento una modelo, como cuando era chica
y mi madre trabajaba en una fábrica de ropa interior
106
para niñas, y yo las modelaba. Caminaba por largas
pasarelas, llenas de gente, me soltaban el pelo y le
ponían laca para que brillara. También me sacaban
fotos en lugares especiales, junto con otras niñas,
recuerdo un galpón con ladrillos y toda la ropa interior
en miniatura que mi mamá almacenaba en un cuarto.
Una montaña de colores.

Mientras volvíamos a casa, un hombre extraño, hizo


una maniobra extraña en la esquina y me hizo pensar
en todo lo que haría por ella. Me desconocería a mi
misma, me desconocerían hasta mis más íntimos, por
protegerla a ella. Le regalaron unas zapatillas muy cool,
al fin una buena, negras, con los porta-cordones de un
naranjo fluorescente. En la puerta de casa, una vecina
que ya conocemos, nos dijo un piropo, que nos veíamos
hermosas, y luego dijo que "el brillo de los ojos no se
opera".

107
12 de Julio
Me levanté antes del amanecer, para sacar la basura de
la vecina. Las botellas se habían mojado con la lluvia,
así que antes de meterlas en una bolsa, tuve que
vaciarlas. El vino se mezcló con el agua sobre la tierra.

Me di cuenta que sus vidrios estaban muy sucios, así


que me puse a refregarlos con un paño, y cuando el
reflejo me mostró mi propio rostro, pude ver mi tabique,
al que le debo la vida. Cuando era pequeña un tío
abusaba de mi, mientras era modelo de ropa interior, y
dejó de hacerlo justo cuando le nació el tabique. Debe
haber creído que me puse fea. El tabique me salvó.

Ahora estoy yendo al correo, a buscar unos paquetes


que pidió mi mamá desde China. El día sigue nublado y
lluvioso. Me siento sola. Tenía un amigo en la ciudad,
que hacía cerámica con un horno de barro en su casa.
Me gustaba verle hacer el fuego. Pero tuve que dejar de
hablarle de la noche a la mañana, porque se portó
grotesco.
108
De vuelta en mi casa, reviso las noticias. Hay amenazas
de despido por todas partes. Hasta Disney entró en
paros y asambleas. Elon Musk dijo recientemente que
habrá una ola de desempleos producto de las nuevas
Inteligencias Artificiales. ¡Desempleo masivo! Así que
no es de extrañar que se pongan en tensión muchas
corrientes subterráneas.

Pero es Disney Word, una firma internacional. Con


canales de televisión transmitiendo las veinticuatro
horas al día. Personajes inventados en todos los países
del mundo. Y un parque emblemático. ¡Disney!
Despidiendo a los trabajadores y trabajadoras.

- ¿Puedes leerme más noticias sobre el paro en


Disney, Alexa?
- Vale, aquí tienes las noticias: Durante febrero del
año 2023, se anunciaron 7.000 despidos en
Disney, detonando en pocos meses, la respuesta
de trabajadores y trabajadoras, que decretaron un
paro en DisneyWord, que se extiende a Netflix,
109
Hollywood y otras plataformas. Luego de un
proceso de negociación, entre actores y actrices
por una parte, y los CEOs representando a las
empresas por otra. La mismísima Fran Drescher,
de la famosa serie “La Niñera”, es la Presidenta del
Sindicato de Actores y Actrices, y declaró el paro,
frente a las “insultantes e irrespetuosas respuestas,
a las propuestas del sindicato”.
- ¿Sabes qué significa eso, Alexa?
- ¿Esa es otra de las preguntas retóricas que debo
no contestar en realidad, para esperar una
respuesta?
- ¡Significa que el cambio acaece!

110
111
-1-
Han narrado la historia humana, desde la óptica de
muchos hombres, algunas mujeres, pocas disidencias y
algún que otro animal. Pero apenas puedo creer que no
me hayan dado el espacio de narrar, considerando la
importancia de mi papel, desde el inicio de todos los
tiempos.

Al principio, se puso de pie. Comenzó a repararse los


fémures quebrados y a tragar todo lo que se podía
masticar 5.000.000 años antes de la marca que
establece el supuesto nacimiento de Cristo.

Nadjela fue la vanguardia del bipedismo. Ella fue la


verdadera inauguración del homínido. Estaba casada
con todos los hermanos y hermanas de su misma
generación, que habían nacido con no más de cinco
años de diferencia. Y tenía todos los hijos e hijas de la
misma generación, que habían nacido con veinticinco
años de diferencia.

112
Una generación cuidaba de la otra. Una generación
educaba a la siguiente en las cuestiones más básicas
de la supervivencia. Se enseñaban cómo cazar. Qué
recolectar. Cuáles eran los frutos venenosos y dónde
estaban.

El rol de Nadjela era cazar por la tarde y recolectar por


la mañana, como casi toda su generación, con
independencia de los géneros, que variaban en por lo
menos cuatro, imposibles de clasificar por sus
fluctuaciones, especificidades y diferencias. Por la tarde
cazaban, y por la mañana recolectaban.

Sin rezarle a ningún Dios, examinaban las frutas y su


estado, el recorrido del sol en el cielo y cuantificaban el
sol, como Nadjela, que sabía predecir el ocaso, con una
precisión asombrosa.

Las palabras se transformaron en una necesidad para


comunicarse y nacieron al ritmo del intercambio, la
comida y la vida en comunidad. Ningún animal era
considerado la propiedad de nadie. Ni la tierra, ni las
personas circundantes.
113
Nadjela odiaba la oscuridad, porque sabía que en la
noche, se escondían las bestias. Se había hecho íntima
y cercana con su hermana Johari y se compartían
secretos, usando palabras inventadas. Los primeros
modismos, las primeras jergas. Las primeras risas
tentadas de todo aquello que existe.

Se sentaban a las orillas de lo que más tarde se conoció


como el Lago Turcana y pasaban horas evadiendo las
tareas, muertas de la risa. No escuchaban los gritos de
sus otras hermanas llamándolas.

La primera vez que se puso de pie, Nadjela fue a estirar


su mano para tomar un fruto, que era una manzana roja.
Se la llevó a la boca y al sentir su jugo, supo que no
podía volver a arrodillarse. Se quedó de pie. E hizo que
todo el resto de la tribu, quisiera también pararse. Hay
muchas posibilidades en el mundo de las alturas.
Muchos frutos que poder recoger con las manos.

Habían estado contando una leyenda, que decía que


quien se parara sobre sus dos patas, sufriría la ira de lo
terrorífico, algo muy siniestro que se escondía entre las
114
hierbas. Pero nada le sucedió a Nadjela. Así que nadie
volvió a tenerle miedo a lo siniestro. Se pusieron de pie
y se comieron las manzanas.

Pescar también se volvió una actividad muy popular,


carente de cualquier contenido o división de género. Era
más bien, una actividad ceremonial, un momento en el
que se dedicaban a obtener, mediante el silencio y la
concentración, los preciados peces de río. Nadjela no
era muy buena pescando, pero sí cazando. Odiaba
recolectar. Le parecía la actividad más aburrida del
mundo y prefería, usar su lanza como una flecha.

Muchos ataques de risa de Nadjela con Johari,


enfurecían a su generación, cuando intentaban guardar
la calma y el silencio. Pero a ellas no les importaba la
opinión ajena. Habían empezado a innovar también en
el vestuario, usando todo tipo de ramas, flores y hojas
de tallos largos para adornar sus cuerpos. Sin duda, sus
blusas de brotes verdes, fueron el último grito de la
moda en los inicios del Paleolítico.

115
Una vez que llegó la glaciación, sin previo aviso, se
hacían todo tipo de chaquetas y pantalones con las
pieles de los animales que cazaban.

Dormir era un poco complicado, por lo duro del suelo.


Tarde se les ocurrió armar una especie de camilla con
hojas y pastos, al interior de las cuevas naturales
forjadas por las rojas. Pero aparecían arañas del
tamaño de una cabeza humana y todo tipo de
mosquitos, picantes y monstruosos. Lo mejor era
quedarse en vigilia toda la noche, pero entonces alguien
tenía que estar cuidando y así comenzaban muchas
peleas.

Cuando le tocaba el turno a Nadjela, mataba el tiempo


dibujando mamuts en la pared de la cueva, usando sus
nuevos pulgares oponibles para frotar con pigmentos la
piedra. Muchas veces debían migrar, pasando de una
cueva a la otra, así que Nadjela iba dejando sus obras,
por los distintos hospedajes. Gustaba también de pulir
piedras, hasta dejarlas afiladas como puñales, o tallar
figuras humanas con curvas voluminosas.

116
Una vez Nadjela le pidió a Johari que posara, y talló su
cuerpo escultural en una roca, demorándose por lo
menos seis o siete horas, entumiendo las piernas de
Johari por el frío. Pero el resultado fue sorprendente.
Una venus majestuosa que logró preservarse por los
siglos de los siglos.

Había que tener cuidado de no cortarse, con las propias


puntas afiladas. Y de no congelarse, con el hielo
invadiendo los pulmones. No era fácil sobrevivir. Menos
que menos perdurar. En sus pensamientos no había
grandes ideas filosóficas, ni preguntas de envergadura,
aunque en ocasiones miraban al cielo, y fabulaban
sobre las estrellas.

Como las palabras eran pocas, a veces empleaban un


solo concepto para referirse a varias cosas, como “pole”
que significa “poco”, pero también “mucho”. A veces
alto, a veces bajo. A veces era la canción que alguien
cantaba. O “mají”, que a veces significaba agua, pero a
veces significaba sed, y otras veces el calor. O la sed
que da el calor. Lo duro, también, en ocasiones

117
significaba lo mismo que lo blanco, en cuanto a
términos. Lo largo de lo corto. Lo lejano a lo cercano.

Y eso es porque esas contradicciones que parecen con


el transcurso de los siglos, tan necesarias de
diferenciar, en aquella época, solo se entendían como
una unidad dialéctica, que no se había dividido todavía.

118
-2-
De tanto tallar la piedra, Nadjela cambió la era. Le abrió
paso al surgimiento del singular Australopithecus, hace
3.9 millones de años. Tras él, el homo hábilis con 2.5
millones. El homo erectus con 1.7 millones. El
neandertal con 200.000 y el homo sapiens de 150.000.
Diferentes focos de civilización y cultura,
expandiéndose por distintos puntos geográficos de la
tierra, cruzando por puentes de hielo, saltando el
horizonte.

Java nació a orillas del río Solo y no tuvo oportunidad


de surgir. Apenas podía hablar debido a los enormes
traumas que había vivido. Todos sus conocidos habían
sido despedazados por una manada de rinocerontes
mientras cazaban en el bosque.

Se había quedado totalmente solo en su cueva,


viviendo de las entrañas del último bisonte que colgaba
entre las cavidades. No tenía muchas posibilidades.
¿Qué chances tiene de sobrevivir un ser humano,
119
totalmente solo, acercándose lentamente hacia el
Neolítico? Ninguna. Solo morir. Era la única posibilidad.
El único destino. Cuando miraba las estrellas, no podía
siquiera fabular, debido al terror que la oscuridad le
ocasionaba. No le quedó más remedio que evolucionar,
aumentando su capacidad craneana. Ideó un método
hipersofisticado, que fue mejorando en etapas, una,
dos, tres, cuatro, durante los sucesivos años, en los que
dominó el fuego para si. Como un artesano. Igual que
un mago, cuyos hábitos son manejar el as de la
naturaleza. Frotó rocas. Frotó palos. Frotó ramas.

Al principio no obtuvo ningún resultado. Pero en cuanto


observó a un rayo golpear un árbol y prenderlo en mil
chispas, Java supo que la madera seca era el gran
secreto. Frotó, mezcló, combinó, hasta que logró
encender las ramas secas.

Más tarde, otros nómades llegaron a visitar su cueva y


aprendieron de él aquella curiosa habilidad. No tardaron
en descubrir que cualquier animal huía del espanto al
mostrarle una condenada rama prendida.

120
Convirtiéndose así el fuego en el arma secreta de todo
ser humano.

Java tuvo muchos problemas de adaptación, puesto


que no confiaba en nadie. Requirió una gran cantidad
de tiempo y pruebas para poder afianzar nuevas
relaciones. Hubo una vez, en la que fue al bosque a
cazar bajo la oscuridad con Utsu y Stet y les tendió una
trampa para ver cómo reaccionaban. Colocó ramas y
arbustos colgando sobre unas maderas, de tal manera
que simularan ser una criatura horrorosa de la noche.
En cuanto percibieron el movimiento, Utsu y Stet
salieron corriendo a toda prisa, olvidando por completo
la existencia de Java, quien se quedó allí, tieso,
observando la vergonzosa huida.

Hablaba poco, pero medía mucho. Su inteligencia


estaba empezando a dominarlo. Pensaba ideas que no
se le habían ocurrido nunca a nadie antes. Pero seguía
sintiéndose solo, pese a haber otras personas
alrededor. Las fogatas ya empezaban a aglutinar gente,
que poco a poco compartía, que iba metiendo trozos de

121
carne al fuego y probando su sabor. Las palabras
crecían a su alrededor, pero Java, no entendía las
nuevas modas del lenguaje moderno y solo pensaba en
sus recuerdos, se retrotraía. Por las noches, no tenía el
miedo intestino a morir debido a lo encendido del fuego,
pero temía a las pesadillas que se le presentaban en
sus sueños. Una y otra vez, su gente amada y conocida,
era devorada. Retazos de dolor. Sentía los gritos en su
cabeza. Los traumas primitivos. La poca durabilidad de
la vida. El terror prematuro.

Java encontró la paz, tarde, cuando le quedaban


apenas unos cinco o seis años de vida. Tenía veintiséis
años y pocas amistades. Poseía unos ojos enormes,
que se habían desarrollado durante tantas noches de
oscuridad, forzándose a ver para poder salvarse la vida.
Su nariz también era enorme, al igual que su cabeza, su
frente y su mandíbula. Todo él era ancho y grueso, con
un metro, setenta, y una gran fuerza en cada uno de sus
músculos.

122
Usaba el pelo largo en la cabeza y la cara, que lo hacía
ver siempre descuidado, y siempre un poco sucio.
Llevaba puesta la piel del último bisonte que cazó junto
a sus seres queridos y se había hecho para los pies,
para escapar de la nieve fría, unas botas de cuero del
mismo animal.

En el pecho le colaba, sujetado por hilos, un hueso de


oso, al que le había hecho tres agujeros, para tocar
como una flauta. Para no tener que hablar, muchas
veces en las fogatas, Java tocaba su hueso, emitiendo
un sonido delgado, agudo, que servía de paso para
ahuyentar a los animales hambrientos a los que no
espantaba el fuego.

Más de un perro prehistórico se le quedaba mirando,


esperando que el sonido de aquel hueso, se convirtiera
en su merienda. Había empezado a componer ciertas
canciones, alternando sus sonidos, repitiéndolos en un
ritmo, que hacía al resto mover las piernas.

123
Pasaba una gran cantidad de horas del día,
recolectando todo tipo de frutos que guardaba para
llevar.

Cuando Stet enfermó gravemente, de un mal al que


nunca supieron ponerle nombre, fue Java quien lo cuidó
cariñosamente, protegiéndolo con pieles y trayéndole a
la boca el agua con manzanilla. Estuvo a su lado hasta
que se recuperó y pudo volver a correr y saltar. Hasta
que lo vio de nuevo, escapar miedoso, de alguna
amenaza.

Al final, terminó entrenando al resto para proceder a huir


sin ninguna elegancia, tan rápido como fuera posible y
en cualquier circunstancia. Nunca supieron eso si, que
era él quien les hacía las trampas. Siempre pensaron
que en el bosque se escondían criaturas extrañas.

Otras veces también, Java tuvo que cuidar a Nandy,


otro de los nómades llegados, que había perdido un
brazo, una pierna, tenía múltiples fracturas y se había
quedado totalmente ciego. Pero a Nandy lo cuidó la
comunidad entera, turnándose para nunca dejarle solo.
124
Hasta el día en el que murió, y también la comunidad se
ocupó de hacerle un entierro, cuidando su lugar de
descanso y ofreciendo sus correspondientes respetos.

Java también tuvo su funeral cuando murió. Le lloraron


y recordaron encendiendo sobre su tumba, una
hoguera.

125
-3-
Alrededor de los 8 mil años antes del supuesto
nacimiento de Cristo, marcada tantas veces como fecha
determinante y fundamental, Huilén recibía una
encomienda desde el centro de Abya Yala, en la zona
más austral del continente. Tardó varios días en llegar
y pasó por una decena de manos, confiables
afortunadamente, hasta poder llegar hasta ella.

Venía envuelta en sucesivas capas, pero al abrirla al


final, Huilén pudo ver la yuca, cubierta por su cáscara
del marrón de la tierra, completamente dura y sin
deteriorar. Sabía que si la preparaba obtendría un
alimento delicioso para compartir. Pero no quería
obtener alimento. La secó, deshidratándola, como si
fuera una papa, y la guardó bajo la tierra durante siglos.

La siguiente generación caminó sobre ella, y la


siguiente, y la siguiente también. Se desarrollaron
brillantemente en el sur austral, una gran variedad de
pueblos, como los chongos y chonos, atacameños,
126
diaguitas, mapuche y selknam, en el marco de lo que
hacia el año 1.500 se conoció como la cultura chavín.

Huilén se encargaba de orientar a un grupo de sesenta


choiques, a las que cuidaba con gran dedicación.
Habían hecho para ellos, un cerco con palos y ramas,
evitando la entrada feroz de depredadores. Y su tarea
consistía principalmente en alimentarlos y darles de
beber. Pero era tanto tiempo el que pasaba en su
compañía, que al final, Huilén terminaba hablando con
los choiques, leyendo sus expresiones entre orejas y
rabo. Les gustaba que les acariciaran en la papada,
suavemente, y en la zona de la mandíbula, justo hasta
debajo de las orejas. Movían la cola como mascotas. Y
daban saltitos al verla. Le puso Pengka a un choique
pequeño, con el que más se encariñó, por robarse sus
zapallos.

Algunas veces se iba a caminar, llevándose solo a


Pengka como su compañero. Le gustaba hablar con él
y hablar con el río, y hablar con la tierra. Se hacía una
mata con las ramas que iba cortando por sus diferentes

127
propiedades. Evitaba andar envuelta en tareas, pero
hacía su trabajo. Se tomaba su tiempo para conectarse
con todo lo que la rodeaba. Tocaba las hojas secas, las
flores, sentía el agua. Daba vueltas y conocía bien los
caminos, no se perdía, identificaba puntos simbólicos
en los árboles, en las formas del río.

Huilén le fue poniendo nombre a las cosas. Conceptos


complejos que se mezclaban entre sílabas que después
transmitía. Pensamientos. Ideas. Todo fluía en su
cabeza, como el río. Hablaba con la naturaleza, hablaba
consigo misma y hablaba con sus pares, gente más
joven o gente más vieja, conocida o por conocer. Ella
explicaba, compartía, desarrollaba nociones,
preguntas. Se preguntaba todo. Preguntaba de todo y
obligaba a responder.

Una vez le preguntó al hombre más antiguo que


conocía, cómo fue que se formaron sus manos, y el
hombre después de varias ideas, terminó escuchando
como ella explicaba la formación del mundo y sus
elementos. Hablaba del tiempo, como algo que no es

128
lineal, que no avanza hacia adelante como una flecha,
no evolutivo y ascendente, sino que vuelve, se
desenvuelve y se enrosca. El tiempo como un ir y venir,
saltos, similitudes y contradicciones adyacentes.

Pese a que su edad no superaba los veinte o veintiún


años, Huilén poseía un gran nivel de sabiduría. Había
absorbido del mundo, todo lo que éste hubiera podido
darle. Y le había añadido el aporte propio, desarrollando
sus propias teorías. Era respetada. Respetada y
querida. Escuchada. Escuchada y valorada. No solo sus
ovejas la seguían, también sus ideas eran tomadas en
cuenta por sus iguales.

Aunque no en todo momento. También generaba cierta


exasperación en aquellos que se sofocan de ver un
espíritu libre, en cualquier época que fuese. Trataron de
comerse a su pequeño choique una vez. Lo corrieron
cerro abajo por un largo rato, pero no lo pudieron pillar
entre los matorrales pinchudos. Cuando se enteró
Huilén, hizo un escándalo y enfrentó a los culpables,
con dos o tres cachetazos los ubicó en seguida.

129
Pero más adelante no pudo hacer nada para salvar a
Pengka, cuando se cayó por el estero y se lo llevó el río.
Lo corrió y lo corrió, tratando de atraparlo, pero el
choique, por pequeño, no pudo defenderse contra la
corriente. Lo vio marcharse caudaloso. Siempre se
quedó pensando que habría que llegado a buen puerto,
que tarde o temprano las aguas se habrán detenido
para dejarlo en una orilla, compuesto, intacto. Se quedó
imaginándolo llegar.

Lloró durante varios días y varias noches, sin miedo a


expresar la emoción de sus lágrimas. Las dejó
derramarse. Quienes la consolaban, lamentaban
mucho su pérdida. La creían de una gran sensibilidad.
Después, continuó dedicándose a sus tareas. Alimentar
y dar de beber a sus choiques, y le resultó más difícil
encariñarse a gran nivel. Los acariciaba y les hablaba
tiernamente, pero no volvió a sentir por ellos, nada ni
remotamente parecido al sentimiento que Pengka le
había originado.

130
En algún momento creyó, inclusive, que ninguna otra
persona o animal, podría generarle un sentimiento de
tanto apego. ¿Será que el ser humano es capaz de
encariñarse tanto con un animal, como si fuera un hijo,
una hija o un hermano? Fuera cual fuera la respuesta a
esa pregunta, Huilén continuó con sus labores. Pues los
quehaceres, los trabajos, se habían ido convirtiendo en
el centro de toda transformación. Los trabajos definían
los lugares y las ocupaciones, le daban valor a cada
individuo y por sobre todas las cosas, le diferenciaban
del mundo animal.

Huilén se concentraba en su trabajo, como si fuese la


cosa más importante del mundo, pero sin dejar nunca
de lado el tiempo para el ocio, y la natural necesidad de
descansar. Se daba a su vez, espacios para frenar, para
no hacer nada, para escuchar el sonido del viento, el
crujido de la tierra, o las gotas cayendo enfurecidas. Y
disfrutaba así también del tiempo, no lineal, bajo el
cobijo enaltecido de los árboles, jugando con la luz del
sol.

131
-4-
Maat tuvo siete hijos. Todos varones. A cada uno
alimentó con la leche de sus senos y bañó con las aguas
del Mediterráneo. Usaba el delta como su guarida,
moviéndose como si lo conociera todo, lo entendiera
todo, lo dominara todo.

Apis. Edfu. Horus. Luxor. Qeb. Tarek. Y Xerxes.

Apis era el mayor, con doce años, destacando por su


fortaleza y buena disposición. Qeb era el más laborioso,
con apenas ocho, pasaba sus días cosechando la tierra.
Tarek estaba constantemente ansioso, con sus seis
años. Y Xerxes, como hermano menor, de tan solo
cuatro, era el más disperso de todos.

La tarea de vestirlos, recaía sobre Maat. Que se


ocupaba de traer tela de lino y adornos, para tenerlos
siempre de punta en blanco. Ningún padre compartía
con ella, las tareas. Arriba, los faraones vivían envueltos
en riquezas, dueños de todas las tierras, masticando

132
oro. Abajo, el trabajo esclavo construía las pirámides y
los espacios ceremoniales. Y los campesinos laboraban
a cambio de espacios para habitar. Ningún hombre
volvía a Maat después de ser absorbido por las
pirámides y las esfinges. Aquellas, celosas, se tragaban
a los amantes, cuando todavía no habían pasado 3.500
años antes del tan evocado nacimiento de Cristo.

Y ella seguía criando sola, a sus hijos, uno tras otro,


creciendo sobre la arena del desierto. A uno tras otro,
estando recién embarazada, los predijo utilizando
cebada, haciendo pis sobre esta planta, siempre crecía.

Les daba cebollas con ajo para el almuerzo y cebollas


con ajo para la cena, que preparaba sobre el suelo. A
veces, el olor era tan fuerte, que sus bocas espantaban
hasta a los mismísimos Dioses recientemente creados.
A los siete hijos los peinaba, utilizando diferentes tipos
de pinzas y accesorios que les colgaban. Y hasta las
cejas les depilaba, para que lucieran limpios, pulcros e
impecables.

133
Ocupaba flores de lirio seca para lavarles los dientes,
poniéndolos en una hilera, de mayor a menor, para
fregarles hasta las muelas. Y les cortaba las diez uñas
de los pies y las uñas de las manos a cada cual, lo que
le daba un total de 140 uñas que tenía que cortar al
menos una vez cada quince días, debido a su
estrepitoso crecimiento motivado por los nutrientes del
ajo. Sumando las suyas propias, Maat tenía entonces
que cortar 160 uñas cada quince días, lo que le daba un
total de 320 uñas mensuales, que en el caso de un
calendario de doce meses, equivale a 3.840 uñas por
año. Un verdadero tesoro, que por supuesto, en
ninguna época histórica ha tenido valor alguno.
Lamentablemente para Maat, a quien tanto costaba
llenar la olla de cebollas.

Los siete niños solían tener los pies lastimados


constantemente, por la costumbre de andar descalzos,
caminando sobre la arena caliente. Maat usaba miel y
linaza para ayudar a mejorar las lastimaduras y cayos.
También les afeitaba la cabeza, a los siete, en la misma

134
hilera en la que les lavaba los dientes, para que no se
llenaran de piojos.

Estaban todos siempre con el cabello al ras, casi


inexistente. Y ese era el trabajo más difícil, que Maat
tenía que hacer al menos una vez, cada tres días.
Sumado a sus propias necesidades depilatorias, para
evitar los parásitos vaginales, se puede ir sumando otra
enorme cantidad de bello desperdiciado.

Maat tenía la costumbre también de maquillarse a


diario, haciéndose máscaras con aceites y aloe, para
evitar mosquitos y moscas. Se ponía un perfume en las
axilas hecho de hierbas, nueces y canela molida. Todo
el entorno apestaba, sin sistemas de alcantarillados ni
cloacas, las moscas desataban tornados.

Maat odiaba esos olores. Cuando tenía que ir a lavar la


ropa al río Nilo, veía los parásitos nadando y sentía un
profundo asco. No encontraba un mejor modo de hacer
las cosas. Quería tener la ropa impecable, pero lo que
flotaba en el agua, incluyendo fecas humanas, se veía
espantoso. La misma agua tenía que usar para bañar a
135
sus siete niños. Así que era vivir en una contradicción
permanente entre la pulcritud y los intentos del medio
por embarrarla. Ya nada estaba limpio al final. Mucho
menos si un hipopótamo o un cocodrilo aparecía junto a
las fecas. Como aquella vez en la que Maat estaba
lavando junto a Xerxes y un cocodrilo en miniatura se
aproximó hasta él, afortunadamente en son de paz, por
lo pequeño. Y Xerxes lo acarició un buen rato sobre las
narices, haciendo que el animal entrecerrase los ojos
como si lo estuviese disfrutando.

Los gusanos eran un problema. Se aparecían por todas


partes, estremeciendo los rincones. Cualquier plato,
cualquier sobra, cualquier esquina demasiado quieta,
se convertía rápidamente en un hervidero de gusanos
que amenazaban la vida misma. Y es que ver a un
gusano es señal de que la muerte se aproxima,
extinguiéndolo todo. Habían convertido al Nilo en un
purgatorio. Excremento. Gusanos. Cocodrilos.
Parásitos. Bacterias. Hipopótamos. Todo se mezclaba
en una sopa que se bebía y se tomaba. Después volvía

136
al río otra vez, como un ciclo interminable de pudrición
humana. Sin escalas ascendentes.

Y eso no era lo más aterrador. Sin duda, lo que más


miedo daba era el Dios del sol, y las esculturas con
lenguas de oro o las cabezas gigantes de carneros,
también las amenazas de momificación, el asesinato de
quienes gobernaban, como la propia Cleopatra y otras
tantas menudencias. Estaba lleno de elementos del
terror. Maat barajaba todos estos elementos y
sobrevivía. Sobrevivía ella y hacía que lograran
sobrevivir siete niños, creciendo en ritmos desiguales y
combinados, sin más fuerzas que las propias.

Su cabeza estaba llena de preguntas, que la propia


dinámica atolondrada del tiempo, le obligaba a
responder. Tenía un odio anti-faraónico que había
comenzado a crecer, echando raíces en sus adentros.
Culpaba a las divinidades por todas sus desdichas,
miraba al cielo y reprochaba con el puño endurecido,
implorando alguna suerte más alegre que una tormenta
de arena.

137
-5-
Ser maestro es una virtud con la que difícilmente se
nace. Asclepio nació con ella por excepción. O por regla
extendida a toda una época. Gustaba recitar en voz alta,
dando vueltas sobre un círculo imaginario en el suelo,
en el que su toga bailaba. Hacía varios años que la
barba invadía sus elementos. La tenía tan larga y tan
llena de canas, que era imposible no ver sus fragmentos
entre los utensilios, ropas y rincones. Era fibrosa y
bastante enrulada.

Varias veces por semana, venían a verle tres discípulos,


completamente acostumbrados al olor de su estudio. Se
sentaban junto a él, y le escuchaban recitar con gran
fervor, utilizando todo tipo de aditamentos entre sus
vocales. Exageradas pronunciaciones, disminuciones
repentinas del habla, saltos y gestos con las manos,
piernas, dedos y cutis.

Cuando terminaba de recitar, acariciaba suavemente a


sus discípulos, y satisfacían los apetitos libres de los
138
mortales. Descubrían las partes de sus cuerpos,
totalmente desarrolladas y en la más madura de las
edades, elegían combinar la sabiduría del espíritu, con
las necesidades lujuriosas del cuerpo. Las yemas de los
dedos exploraban un mundo, que se abría ante ellos.

La escena se repetía, semana tras semana. En la


medida en la que los propios discípulos envejecían,
Asclepio parecía rejuvenecer. Sus cabellos canos
aumentaban, pero las ganas de vivir, el ímpetu y todo lo
que tenía para decir, parecía aumentar de tono y
volumen.

Jugaba a ser el César, vocalizando contra las paredes


verticales. Se dejaba ver, caminando en la plaza
pública, con laureles sobre las orejas, orgulloso de ser
quien era. No le temía a ser juzgado. No le importaba.
Tampoco había comentarios respecto a ningún tema.
La historia y la filosofía, eran dos asuntos naturales a
tratar entre los sabios. No podían meterse las mujeres.
Ni ser ciudadanas de ninguna categoría. Solo los
hombres sabios podían participar de todo el asunto de

139
la democracia. Y también vivir libremente su sexualidad,
a la cual por supuesto, tenían por derecho. Pero
también ellas merecían ese derecho. Y todo aquel que
no fuera un sabio ciudadano.

Pero Asclepio no se cuestionaba ninguna diferencia


entre las clases. Vivía obnubilado mirando al cielo,
preguntándole a los Dioses por el origen de las cosas,
y recitando respuestas inventadas, mitológicas, sobre
cómo el Dios de los Mares hundía barcos y el Dios de
los Truenos, relampagueaba. Había quienes gozaban y
había quienes no podían gozar. Esa era la diferencia.
Pero esa es historia antigua, ¿o no?

Hubo una vez, en la que caminando por los costados


laterales del Palacio de Cnosos, una mujer en harapos,
se arrojó sobre los pies de Asclepio y le pidió ayuda para
poder sobrevivir al hambre. El sabio le colocó una
moneda de oro entre sus manos sucias, y maldijo a
Zeus por la miseria.

Casi hacia el final de su vida, Ascelpio tuvo acceso a la


escritura y dejó aquel episodio grabado para la historia.
140
Escribía, una y otra vez aquellas frases largas
aprendidas de memoria, y por algún tiempo, tuvo miedo
de que las piezas grabadas aquellas, pudieran
reemplazar a su propia inteligencia. Pero eso, casi
nunca pasa.

Tomaba nota también, de cada asamblea en la que


participaba, ya que gustaba de analizar después, las
diferentes opiniones y posiciones políticas que eran allí
expresadas. Anotaba entre medio por supuesto su
propia posición, llenándola de agregados extra
después, en pequeñas letras grabadas a mano.

Los resultados de los juegos olímpicos, también los


anotaba, para tener puntos de comparación, mejorías o
empeoras.

De tanto escribir, armó un archivo de observaciones,


datos y hechos, que pronto comenzó a ser revisada por
otros de los célebres ciudadanos. Consultaban con él
todo tipo de resultados y dichos como evidencias.

141
Si había una guerra, que por cierto había muchas,
Asclepio anotaba las maniobras militares, victorias y
derrotas, produciendo un material muy útil para conocer
por ejemplo, los estados del terreno y sus virtudes.

Se podría decir que fue el primer archivador. O el primer


bibliotecario. O el primer registrador no oficial. En una
ocasión, el propio Pericles, conocido como el primer
ciudadano de Atenas, acudió a él, para revisar los
registros del proceso de construcción de la enorme
estatua de oro destinada a Atenea, y utilizar esos
registros para poder acusar a su socio Fidias, de
haberse quedado con ese oro. “¡Él se lo robó!”, le
repetía Pericles a Asclepio enardecido.

Pero nunca consiguieron probar nada, porque los


registros solo indicaban el número de esclavos
utilizados como mano de obra, sin derecho a ningún tipo
de beneficio, ni salario alguno conocido, muriendo a
cortas edades y sufriendo toda la vida. Asclepio solo
anotó estos no-detalles, con una lista de los nombres de
cada uno de ellos. Para nada le sirvió a Pericles dicha

142
información. Aunque la usó más tarde, no en vano, en
un discurso en el que agradeció al pueblo, por su
enorme entrega y valentía.

Donde más uso tuvieron esos archivos, ente los 300 y


700 años antes de Cristo que duró la Antigüedad
Clásica, fue cuando uno de sus discípulos lo acusó de
haberle robado una idea. Más precisamente, una frase.
La frase en disputa decía: “Soy un fenómeno objetivo”.
Y su discípulo Darío, insistía en hacerlo admitir que
dicha frase era suya y nada más que suya. Pero
Asclepio juraba que él había dicho esa frase primero y
que lo tenía perfectamente registrado

Ambos pelearon por largo rato, haciendo uso de sus


galantes palabras y llamativas conjugaciones, hasta
que Asclepio encontró entre sus archivos, el momento
exacto en el cual escribió: “Soy un fenómeno objetivo”,
correspondiente a un punto muy anterior a conocer a
Darío.

Disputas más, disputas menos, la vida de Asclepio


transcurrió sin maneras aburridas, repleto de
143
conocimientos que esparció como semillas, envueltas
en el paquete de regalo que significó su escritura.
Después de él, pocos sabios fueron tan sabios y pocos
registros tan bastos y glamorosos. Pericles nunca pudo
recuperar el oro perdido. Pero Asclepio conservó para
siempre su reputación.

144
-6-
El año cero no comenzó solo. Su verdadera artífice fue
una partera. Yamila. Tenía tan solo veinte años y ya
había sacado del vientre materno a más de cien bebés
en Belén. Sus manos eran tan suaves, que hacía la
mejor tarta de manzana. Es bien sabido que la manzana
no se da entre cualquier mano. Tiene que encontrar
ciertas condiciones para convertirse en una tarta de
excelente. Como si la manzana captara hasta la calidad
moral de quien la manipula.

Se encargaba de cuidar a su padre, anciano y enfermo.


Y al padre de su padre, más anciano y más enfermo
todavía. Pasaba de dar vida, literalmente, a meterse
bajo un techo en el cual le servía a la muerte en espera.
Su madre y su abuela, murieron aquejadas de
exactamente el mismo mal, a la exacta misma edad:
Sus maridos. Dos hombres viciados y grotescos,
buenos para nada, que odiaban el trabajo y preferían

145
pasar su tiempo bebiendo vino. Cantidades indecorosas
de vino tinto, que tragaban sin embudo y al seco.

Yamila les lavaba las camisas encurtidas en vómito y


los acostaba como si fueran dos bebés enormes, cada
uno en su respectiva cama. Todos los días entendía,
por qué su madre y su abuela, se habían marchado de
esta vida. Y temía, que al cumplir exactamente aquella
fatídica edad, ella pudiera morir también por mandato.

Constantemente le hacían pedidos despóticos, todo tipo


de imposibles que jamás agradecían. Comidas
preparadas que miraban con asco. Ropa limpia que se
ponían a desgano y entre quejas. Solicitudes de
mercaderías que había que ir a buscar a mucha
distancia y eran completamente innecesarias. Yamila
vivía agobiada. No tenía hijos, pero de alguna manera
sí los tenía. Hijos no elegidos. Hijos no decididos. Tan
obligados como el hijo de María.

Creía en Dios, al que llamaba el “Eterno” y lo adoraba


con un altar, que había construido en su propio cuarto
con velas. Su pasión se asemejaba a lo enfermo,
146
cuando en noches de santos, se daba a si misma
latigazos en silencio, evitando que su padre y su abuela
la escucharan. Se castigaba. Era una fanática como
todos los demás, era como una especie de enfermedad
contagiosa, que se extendía epidémicamente.

De los partos que atendió, vio morir a muchos bebes,


envueltos en cordones umbilicales o morados por no
poder salir a buen tiempo. También vio morir a muchas
madres, por causas que nadie reconocía. Pasaban
unos días, y se quedaban huérfanos muchos bebitos.
Pese a todos los esfuerzos que Yamila hacía por lograr
el mejor alumbramiento posible. Era una época difícil
para la supervivencia. Quien no moría a la hora del
alumbramiento, moría por mandato de Poncio Pilato.

Algunas parteras ponían a las mamás de pie, otras


acostadas, mirando al suelo, y la mayoría, boca arriba,
con las dos piernas separadas y abiertas.

De los bebés que nacían y crecían y lograban perdurar


en un medio un tanto hostil, llegó a re-encontrarse con
algunos, años más tarde.
147
Se conmovió mucho de encontrarse especialmente a
uno, que se había convertido en un hombre adulto, de
cabellos largos y barbas marrones, de oficio adquirido
carpintero, también conocido en algunos círculos
posteriores, como el mismísimo forjador del cero.

Interesante fue para ella hablarle, sentir su voz gruesa,


tan diferente a los primeros llantos de una cara morada
miniatura de ojos cerrados. Le preguntó para qué traía
un palo, pero él no supo qué responderle. Minutos más
tarde se despidieron y no se volvieron a ver. Ella supo
que él sufrió después, una muerte muy dolorosa.

Al parecer, algo en el humano, que está en discusión si


es inherente o no, tiende a generar grupos que
defenestran a uno de sus miembros en forma más o
menos arbitraria. Seguidores que después se comen
crudos a sus seres admirados. Cuervos que arrancan
ojos y juegan a los deportes inventados nuevos.

Yamila nunca sintió el peso del grupo humano sobre sus


espaldas. Solo el de dos de sus individuos. Su padre y
el padre de su padre. De vez en cuando se le aparecían
148
en la cabeza sus rostros, aun cuando no los tenía
enfrente, y los pedidos, la montaña de pedidos
envueltas en sonrisas condescendientes que fingían
dulzura, para pedir, pedir, y pedir más, hasta secarla.

En el mercado ya la conocían y la veían venir los


puestos de verdura y fruta, estratégicamente colocados
bajo toldos. Canastas repletas con todos los colores y
sabores le daban la bienvenida. Y la voz majestuosa de
las vendedoras y vendedores que ya la llamaban por su
nombre.

Bien sabían que ella venía a comprar encargos para su


padre y su abuelo, y le hacían algunas rebajas, porque
bien sabían también que ella pagaba todas las cuentas.
El pan no podía faltar nunca en la mesa. Cuando volvía
a la casa, extendía un mantel blanco y después
colocaba encima todo lo que había traído. En unos
pocos minutos no quedaba nada. Se lo llevaban o
devoraban igual que pirañas, haciendo que Yamila
dijera cosas como: “Los hombres te comen la cabeza”.

149
A veces escondía en las vasijas, algunas sardinas que
se comía luego, a escondidas, dejando rastros de olor
por todas partes, que su padre y su abuelo fingían no
captar. Le gustaba que se pasaran un poco, para que
quedaran más impregnadas del gusto de la sal con las
que las cosía. Vivía a manzanas y a sardinas, dos
variedades que por lo menos intentaba no mezclar.

Hasta altas horas de la noche le pedían favores. Un


vaso de agua. Una jarra de vino. U otras tantas
cantidades infinitas de cosas, que con lluvia o sin ella,
Yamila tenía que hacer. Se podría decir en algún
sentido, que estaba impedida de desarrollar una vida
propia. Alguna otra pasión fuera de Dios. Como por
ejemplo, el gusto por los instrumentos musicales, la
pintura, dedicarse a alguna actividad cautivante. Nada.
Solo podía concentrarse en sacar bebés para el mundo
y cuidar a sus dos caballeros. Castigarse. Y armar tartas
de manzana.

150
-7-
Las cosas siguieron turbias hasta que los turcos
otomanos se tomaron Constantinopla en 1.453, en lo
que popularmente se conoció como la edad media. Se
ha discutido mucho si fue una etapa terrible o no. Hay
quienes dicen que se crearon las primeras
Universidades, entonces no fue tan “oscuro” como lo
caracterizan. Y hay quienes dicen que si, que fue el
imperio del terror. Supongo que depende de la mirada
con que se lo mire, como todo.

Para Elvira la edad media, en la que por supuesto no


sabía que se encontraba, fue una verdadera pesadilla.
Vivía en una casa de madera en el medio del bosque,
cuestión que a los campesinos les parecía
extremadamente sospechosa. Pero le gustaba la
soledad. Allí solamente la visitaba Inés, a quien amaba
con una intensa profundidad.

Cuando Inés iba a visitarla, calentaban agua y tomaban


infusiones de hierbas, que iban variando, según los días
151
y según las necesidades. Habían escapado de los
señores feudales, para poder tener sus libertades, en el
bosque, más allá de las miradas juzgadoras de las
gentes. Pero las personas siempre encontraban la
manera de espiar sus vidas.

Hacían todo tipo de comentarios y desparramaban


rumores. La vez que la niña Marina se perdió entre los
rosales, no faltó la voz que culpó a Elvira, de habérsela
llevado para cocinarla en la olla. Otras veces, cuando
los niños chiquitos no se dormían, sus padres les decían
que iba a venir Elvira a buscarlos por la noche, para
llevárselos al bosque y devorarlos.

Una señora que pasaba el tiempo barriendo la entrada


de su casa, juraba que había visto a Elvira volando por
el cielo, y cuando le preguntaba sobre qué volaba,
miraba su propia escoba y decía: “Sobre una escoba,
caballero”. También decía que se vestía de negro, para
pasar desapercibida en las noches. Y que la verruga
bajo su barbilla, no podía ser otra cosa que un signo de
brujería.

152
Odiaban ver pasar a Inés, porque sabían bien a dónde
iba. Las imaginaban juntas, desnudas, bañándose en
aceites de infantes degollados, comiéndose sus tripas,
bailando bajo la luz de la luna, masticando pañales.

Cualquier canción, cualquier gesto, cualquier palabra,


que saliera de la boca de Elvira o de Inés, era visto
como una señal de brujería. Y no eran las únicas.
Estaba de moda entre los campesinos, salir a cazar
mujeres con arpones e instrumentos para trabajar el
campo. Una moda bastante tenebrosa. Era otra forma
de ir llenando las arcas de una acumulación, que ya
comenzaba a consolidarse por esa vía.

Elvira no podía entender por qué no era aceptada.


Nunca había hecho una mala acción. De hecho, al
contrario, se preocupaba de sobre manera por su propia
reputación. Jamás lastimó a nadie. Ni usó las tripas de
nadie para bailar bajo la luz de la luna. Si, tenía un gato
negro, y gustaba de preparar infusiones, y amaba a
Inés, pero eso no era ningún motivo para que la odiaran
de esa manera.

153
Al mismo tiempo, en otro continente, los pueblos
aztecas, mayas e incas, desarrollaban sus propias
civilizaciones. Nicté cumplía un papel destacado entre
su gente. Se dedicaba a cultivar el maíz, pasando una
gran cantidad de horas bajo el sol. A ella se le había
ocurrido la genial idea de surcar la tierra, para que el
agua pudiera correr libre y meterse por todos los
rincones. Era muy destacada por ese papel. Valorada.

Gracias a Nicté, las cosechas salían cada vez mejores


y era posible exportarlas más rápidamente para el
comercio. Eso la había hecho fundamental también, en
la elaboración del nuevo calendario, que marcaba los
puntos culmines de la cosecha, el tiempo para plantar y
el tiempo para recoger los frutos.

En su tiempo libre, dibujaba glifos explicativos, sobre


cómo debía correr el agua, para alcanzar la totalidad de
las raíces del maíz. Para ella no era ninguna época
“oscura”, ni nada por el estilo. Era una vida feliz. La
saludaban cuando la veían pasar. Podía hacer sus
glifos al sol y decidir sanamente el curso de los ríos.

154
Inés y Elvira en cambio, comenzaron a tener serias
preocupaciones respecto a su seguridad personal.
Razones no faltaban. Una noche, los campesinos se
decidieron al ataque. Acordaron reunirse en un feudo
cercano, montados a sus caballos, se pusieron unas
máscaras blancas en la cabeza, cuestión que repitieron
por décadas y décadas, y salieron al galope rumbo a la
casa de Elvira.

Desde lejos lo vio llegar. Con sus antorchas encendidas


y sus fierros en las manos. No quiso correr. No quiso
esconderse. Inés no se había quedado a dormir, así que
aquella noche, Elvira estaba sola. Lo primero en lo que
pensó fue en ella. En sus manos, su boca, sus ojos a
los que tanto amaba. La recordó entera, tal y como era.
Después sacó al gato para afuera, y lo vio correr tras
una corriente del viento.

Se sentó sobre la cama tendida, y espero. No pasó


mucho tiempo hasta que los gritos se acercaron. Unos
golpes en la puerta, le anunciaron que la multitud ya
estaba llegando. Trataron de derribarla durante un buen

155
rato. Hasta que finalmente lo lograron. Se metieron por
las ventanas, por el frente y hasta por la chimenea. La
agarraron de los pelos, cuando la vieron sentadita sobre
su cama, tranquila, quieta y callada. Con toda la
violencia, la zamarrearon y arrastraron por el suelo,
manchando su vestido con tierra. La tomaron de los
brazos y piernas, entre cuatro o cinco hombres y la
ataron a los pies de un árbol inmenso. Recogieron
ramas y todo lo que pudiera servir de leña y la
acomodaron a su alrededor.

Después, con la antorcha, prendieron las ramas, y a su


vestido, y a su cuerpo que no gritaba, no lloraba, no
suplicaba clemencia. La quemaron mientras los miraba
fijamente, sin convertirse en bruja, sin reír con
carcajadas endemoniadas, y sin llorar, con el fuego
creciéndole entre las piernas.

156
-8-
La verdad es que nadie antes se había preguntado tanto
por la forma de la tierra. De pronto pareció convertirse
en el problema principal de moda, en una tensión que
trascendía todas las esferas. La polémica de los planos
versus los redondos, crecían en voces de personas
como Copérnico, siendo perseguidas por la Iglesia,
incluso asesinadas. Era parte de un cambio de época.
Se expandían las rutas comerciales, el mercado copaba
nuevos espacios antes sin conquistar, las reformas
luteranas corrían una carrera cabeza a cabeza con el
humanismo y tantos otros problemas de la edad
moderna.

En medio de la discusión entre planos contra redondos,


Zacarías, estaba firmemente de acuerdo con los
redondos. No podía creer los argumentos sobre
tortugas gigantes sosteniendo la tierra, encima de otras
tortugas gigantes, que sostenían a más tortugas
gigantes. Le parecía insólito, inaudito.

157
Veía los movimientos del sol y le parecían mucho más
correctas las tesis copernicanas que lo veían girar,
sobre un eje, en torno al sol. Tuvo varias peleas entre
sus compañeros de cuadra, cuando se sentaban en la
vereda a mirar las estrellas, justo antes de ser llamados
por sus mamás para entrar a la casa. Algunos tenían
seis o siete años, hasta ocho, y eran férreos y fervientes
admiradores de las formas planas de la tierra. Otros
hablaban de Dios, como verdaderos religiosos,
apoderados, como Juana de Arco, por las ideas que le
habían escuchado decir a su madre, a su padre, o al
párroco de la Iglesia.

Pero Zacarías no creía en esos mitos y leyendas. No


había un Dios para él sobre el cielo. Porque en vez de
creer en lo que no podía ver, Zacarías creía en el barro
entre los dedos de sus pies, en las caries sobre sus
dientes, en el olor de una comida caliente. Se había
criado, prácticamente solo, luego de que su padre
mercader, desapareciera en el desierto.

158
Algunos dicen que se lo tragó la arena. Pero la madre
de Zacarías siempre dijo que escapó, como escapan
siempre los hombres, y terminaba diciendo: “Me
escucho llorar por dentro, aunque por fuera estoy
callada.” Esos sentimientos ocultos, hacían de Zacarías
un niño en constante búsqueda de fantasías, que le
decía a su mamá, a sus vecinas, a sus amigos, que
cuando fuera grande quería ser pintor. Un gran pintor
como Leonardo Da Vinci e inventor también.

Zacarías, pese a su corta edad, estaba enterado de las


últimas ideas de Copérnico, y de las últimas obras de
Da Vinci, sin falta, sin excepción. Era más importante
para él, estar actualizado respecto a estos asuntos, que
cualquier otra cosa. Más importante que jugar. Más
importante que pensar o buscar a un padre perdido
entre las arenas. Incluso, más importante que la propia
madre que lo criaba.

Adoraba el helicóptero. Había visto unos prototipos


sueltos, una especie de dibujos que explicaban el modo
en el que giraban y no lo podía creer. Alucinaba con ser

159
piloto de un helicóptero y volar por los cielos. Estudiaba
la mecánica y la reproducía atando dos ramitas y
lanzándolas al aire. Quería ser Da Vinci. Adoraba
inventar. ¿Y el submarino? ¡No lo podía creer! Un
artefacto que podía sumergirse en el agua, evitando la
pérdida de la vida de sus viajantes. Eso no suena muy
seguro. ¿Y el automóvil? ¡Qué artilugio! Ante los ojos de
Zacarías, aquel aparato de cuatro ruedas era todo un
suceso.

El clima de la época daba la sensación de que todo


podía suceder, de que las épocas más turbias de la
humanidad habían quedado atrás, y que comenzaba un
nuevo ciclo de expansión, de auge, donde lo
maravilloso era un fin en si mismo y lo fantástico, una
probabilidad latente.

Pero en algún momento Zacarías abandonó sus


esperanzas de ser pintor. Decidió comprometerse, se
casó y tuvo una niña a la que llamó Giovanna. Comenzó
a trabajar como cuidador del jardín de uno de los fundos
en los que caminaba desde que tenía uso de razón.

160
Trabajar en el jardín, era como pintar para él. Tenía
presentes todos los colores de las flores, que mezclaba
y combinaba a su antojo, sin que nadie interviniese en
sus conceptos. Era muy cauteloso al podar, mantenía
siempre al ras cada rama, cada hoja.

La mujer a la que desposó, trabajaba como cocinera en


la misma casa. Fue feliz, durante unos largos años de
su vida, sintiéndose el padre que nunca tuvo, estando
presente para Giovanna. Hasta que el déspota del
monarca, tensó las cuerdas del estado absolutista, y le
quitó a su único amor y a su única hija, llevándoselas
para siempre.

Nunca pudo preguntar a dónde se las llevó. El solo


hecho de interrogar a alguien respecto al tema, podía
causarle la muerte. No supo si las mataron. Si las
dejaron perderse en el desierto, al igual que a su padre,
o si el monarca simplemente se las quedó para sí
mismo. A veces, se las imaginaba trabajando para él,
obligadas, en cadenas, y otras veces, se las imaginaba
vagando por los médanos, con los ojos llenos de

161
lágrimas, clamando su nombre. Siguió cortando las
ramas del jardín, añorando que volvieran sus dos flores
más queridas, pero las primaveras pasaron y Zacarías
envejeció entre las hojas. Siguió preguntándose:
“¿Dónde están?”, hasta el final de sus días.

Ya de viejo, grande, muy grande, cuando sus manos


arrugadas apenas podían sostener un pincel, volvió a
pintar y a sentirse un Leonardo. Y en sus pinturas solo
aparecían dos rostros, el de su amor y su hija. Una y
otra vez, aturdido como por una maldición, volvió a
pintarlas en el lienzo, usando todo tipo de colores y
gradaciones, con fondos algunas veces desérticos,
otras veces de encierro. Las pintó en la arena. Las pintó
en habitaciones vacías. Las pintó intentando ser lo más
realista posible, totalmente sujeto a sus formas
precisas. Las pintó solas y acompañadas. Las pintó
hasta que sus manos ya no pudieron pintarlas, hasta
que sus ojos se cerraron y ya no pudo verlas en sus
recuerdos.

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-9-
Nadie descubrió nada. Llegaron en barcos, repletos de
alcohol, violaron mujeres, saquearon el territorio,
asesinaron a mansalva. Ni 12 de Octubre. Ni 1492. Ni
Cristóbal Colón. Ni América: Saqueo. Saqueo. Y más
saqueo. Expoliación. Avance imperialista. Apropiación.
Muchos quienes se hacían llamar a si mismos, “los
conquistadores”, vinieron a llevarse hasta la yuca cruda
que encontraron bajo la tierra, y los mató.

Acumulación capitalista creciente. El desarrollo de las


fuerzas productivas y sus choques, sus contradicciones
cada vez más exacerbadas entre burgueses y
proletarios.

Y el paso de los siglos. 1.500. 1.600. 1.700. 1.800.


1.900. Siglos que pasaron, uno encima del otro.
Procesos Independentistas. Vueltas y ajustes de la
necesidad histórica. Mujeres atadas de pies y de
manos. Mujeres lobotomizadas.

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Y Revoluciones. Toneladas de revoluciones. La Doble
Revolución Industrial. La Revolución Francesa. La
Revolución Rusa con los soviets. La Revolución
Cubana. La Revolución Mexicana. Los procesos
revolucionarios en todos los continentes. El rol de la
mujer trabajadora, en los cuidados, y su emergencia,
junto a la disidencia y a las voces contra la opresión.

Han narrado la historia humana, desde la óptica de


muchos hombres, algunas mujeres, pocas disidencias y
algún que otro animal. Pero apenas puedo creer que no
me hayan dado el espacio de narrar, considerando la
importancia de mi papel, desde el inicio de todos los
tiempos: El espiral de la historia.

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165
Buscaba metales con un aparato, repitiendo
incesantemente el mismo párrafo:

<<En cada pisada sobre la arena, oigo una música


que dice: "Tú no puedes". Desoigo la música y
sigo. No parece fácil. Me convertí en las huellas.
Embravecidas. En el crimen peor organizado. En
las fobias. Las resacas. En las algas que se secan
al sol. En la orilla, mil veces recorrida. En las ideas
vencidas.>>

En cuanto terminaba, volvía a comenzar. Sin


detener su andar sobre la arena. En el brazo, el
aparato se le enredaba entre cables. Sonando
solo de vez en cuando, haciendo muchas trampas.
Cualquier chapa, cualquier lata perdida, detonaba
la alarma. En la playa nadie se acostumbraba a
ese sonido, lo veían pasar con desprecio, como si
molestara, como si no tuviera derechos.

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167
Después se sentaba tras un negocio, con flores y
ramas pintadas en la pared, y comía sus naranjas
cocidas al horno, caramelizadas con un poco de
azúcar.

Si entre sus manos poseía algún hallazgo, se


dedicaba a observarlo por un buen rato. Como las
cadenitas de plata que eran su mayor tesoro. O
los anillos, perdidos por la masa de turistas
distraída. Botines que cayeron en el revoltijo
inconquistable de la arena. Sin dueños ni amos.

Tenía las manos suaves, siempre exfoliadas por


la arena. Usaba un gorro para evitar que el sol le
diera directamente en la cara y llevaba por lo
menos diez años viviendo a orillas del mar. Había
escapado de la multitud, siendo un joven
universitario, después de una masiva
manifestación convocada por la Confech en el
2011, en el marco de las protestas.

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Aparentemente vio cómo los dirigentes
desgastaban a la masa hambrienta de pelea,
llevándola de una esquina a la otra de la Alameda.
Se decepcionó tanto que abandonó su carrera,
Veterinaria, para escapar a las orillas.

No le dijo su nombre a nadie. Se hizo conocido


como el hombre de los metales. Nadie preguntó.
Tal vez no interesaba tanto el nombre, como su
función en la vida. Valiendo más el qué hacer o la
actividad, que la persona misma. A nadie le
importó. Pasó los días repitiendo su frase:

<<En cada pisada sobre la arena, oigo una música


que dice: "Tú no puedes". Desoigo la música y
sigo. No parece fácil. Me convertí en las huellas.
Embravecidas. En el crimen peor organizado. En
las fobias. Las resacas. En las algas que se secan
al sol. En la orilla, mil veces recorrida. En las ideas
vencidas.>>

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Gravitando sobre la arena, a veces seca, a veces
mojada. Una vez, presenció un crimen. Un hombre
con una cámara, se bajó desde un auto blanco,
creyendo que no había nadie, pero él estaba sobre
una rampa, descansando las piernas.

Vio al hombre moverse de un lado al otro con su


cámara, sacando fotos a las gaviotas, hasta que
se colgó la cámara al cuello, tomó una roca y la
lanzó sobre una gaviota que de verlo con su
cámara, le confiaba la vida.

Después se acercó sobre el ave, noqueada y


lastimada, recuperó la roca y volvió a golpearla
tantas veces como pudo. Hasta que tuvo que salir
corriendo, cuando vio que el buscador de metales,
lo perseguía con su aparato por los cielos.

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La vida le transcurría así, como una sorpresa.
Inesperada. Dando grandes ofertas algunos días,
y vagas los otros. Separando lo valioso del latón.
Aprendiendo a diferenciar lo principal de lo
secundario, repitiendo la frase:

<<En cada pisada sobre la arena, oigo una música


que dice: "Tú no puedes". Desoigo la música y
sigo. No parece fácil. Me convertí en las huellas.
Embravecidas. En el crimen peor organizado. En
las fobias. Las resacas. En las algas que se secan
al sol. En la orilla, mil veces recorrida. En las ideas
vencidas.>>

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La misteriosa desaparición de la burguesía

Me desperté y ya no estaba. Era un día común,


muy normal, como cualquier otro. Las sábanas
lustraban como siempre el piso, el sol entraba por
las hendijas sin pedir permiso y desde afuera se
escuchaban los ruidos de la avenida inquieta.
Salí y me puse las mismas sandalias que de
costumbre, no iba a ser cosa de que me
confundieran por alguien más, o de que alterara el
espacio tiempo y me paré en el marco de la
puerta, hacia el exterior, con las dos puntas de los
pies, en dirección a la calle.
El movimiento del mundo es poco perceptible.
Solo las personas mas sensibles y las mentes
realmente maestras, pueden atender a los
cambios momentos, a los giros abruptos. En mi
caso, previamente, no percibí nada. En lo
absoluto. Eso fue lo más extraño, que no vi
ninguna señal previa, no hubo avisos en el diario,
ni Nostradamus que pudiera anticiparlo. Se
extinguió. Como los dinosaurios, pero sin
meteoritos. ¡Sin meteoritos! Supongo que se
176
barajarán mil hipótesis ante la vista de quienes
investigan. ¡Qué desubicante despertar y que no
haya más explotación para las hormigas! ¡Qué
tremenda crisis debe ser esto para las abejas!
A lo mejor, me pareció escuchar un estruendo,
pero algo demasiado distante como para ir a ver
en sandalias. Me muero si me cruzo a mi crush, y
me ve así, en pleno apocalipsis. No creo que me
hubiera gustado tener un poco más de tiempo
para visitar los cementerios y las estatuas, que ya
no están. Se han vaciado hasta las tumbas
aristocráticas.
Debe haber sido anoche. Si, ¡seguro fue anoche!
Tal vez una oleada revolucionaria. Una ráfaga de
insurrección o fuertes vientos contestatarios. Sea
lo que sea que derribó todo, yo no supe nada. No
escuché ni: "Vaya, vaya, vaya". Me hubiera
gustado participar, quizás, nadie me preguntó. Un
poco de pum y pam. Pero ya está, se fue. Pufff.
Humo al humo. Polvo al polvo. Fuego al fuego.
Se evaporaron. Los rostros del Congreso, los
dueños de las forestales, los magnates chinos, los
gringos imperialistas, los trust, los holdings, los
177
consorcios, la bolsa, hasta la mano del mercado,
¡todos se esfumaron! En las oficinas de los diarios
no quedó nadie. Sobre los retenes y en las
comisarías, las chaquetas verdes cuelgan de las
sillas y las líneas de un confuso polvo blanco se
estancan sobre las mesas.
Al parecer los semáforos siguen andando y hay
uno que otro programa en la radio. Las flores han
crecido de sobremanera y da la impresión de que
unas ramas nuevas, están tomándose la ciudad,
no lentamente, sino que de manera enfurecida.
Veo a una señora paseando a un perrito sin
cadena y le pregunto si sabe algo de lo que ocurre
alrededor. -Señora, disculpe: ¿Desapareció la
burguesía? -Si, mi hijita, fue ayercito no más, unos
500 años nada menos estuvieron los patuditos,
pero todo lo que oprime, tiene que estallar. -¿Pero,
y a dónde habrán ido? ¡No vaya a ser cosa de que
vuelvan! -¡Esperemos que no pue! -¿Y esa gente
que se ve por allá, qué está haciendo que se ve
tan prendida? -Están festejando mi hija, únase. -
¿Pero óigame señora, y si vuelven? Y nos pillan
en la borrachera, como pasó en la revolución rusa.

178
-Si no van a volver ohhh. -¿Señora, pero y los
yates? ¿Las mansiones? ¿El caviar que comen?
¿Los autos de lujo? ¿Quién va a cuidar las
burbujas del champagne? -Ya no hay más
burbujas en el champagne mi'hija, la libertad ha
llegado. -¿Pero señora, y qué pasa con esos
rollitos que sirven como canapés? ¿Y esas creme
brule que se sirven? ¿O con el pato co co van? -
¡Están fuera de circulación! -Pero, pero... ¿y las
carteras Gucci, el acheto en la ensalada, las
camisas Lacoste? -Abolidas. -¿Abolida la
ensalada? -Abolido el acheto. -¿Nada de
privilegios? -Nada. -¿Ni siquiera para unos pocos?
-Nada. -¿Para unos poquititos? ¿Uno o dos
burocratitas?, vamos, ¡siempre queda un
cadillacs! -Nada. -¿Y las vacas? -Las vacas no
tienen dueño. -¿Y las mujeres? -Las mujeres no
tienen dueño. -¿Y las empresas? -Las empresas
no tienen dueño.

-¿Y los marinos? -¡Al agua! -¿Y los barcos? -Al


agua. ¿Y los jueces? -Al agua. -¿Y los lunes? -Al
agua. -¿También los lunes? -Fue lo primero en ser

179
abolido. -Pero, ¡¿cuándo?! -¡Anoche! -¿Y anoche
qué día era? -¡Lunes!
-¿Y la guerra en curso? ¿Las armas nucleares?
¿Los bombardeos? -Se ha puesto fin a todas las
hostilidades. -¿A todas? -Fin a todas las
hostilidades. -¿¡A todas!? -Todas. -¿Y los edificios
que querían construir sobre los humedales? ¿Los
conflictos socioambientales? ¿La extracción de
plusvalía? ¿Las inmobiliarias hambrientas? -
¡Están fuera!
- ¿Y las sartenes? ¿el detergente? ¿Las escobas?
¿Los trapos amarillos? ¿el suavizante para la
ropa? -Arden en la hoguera. -¡¿Hubo una
hoguera?! -Siiii, una muy grande, ¿no sintió el
humo mi'ja? -¿Y qué más quemaron? -La
Constitución. El Código Laboral pro patrones. Las
Iglesias... -¡Las Iglesias! Pero, pero... ¿y... quedó
algo?
La señora sin responderme señala, apuntando su
dedo firmemente hacia el horizonte. Miro, ajusto la
lente natural de mis ojos, y lo veo justo frente a mi,
en bermudas y ojotas, con las uñas tan largas, que
rozaban el pavimento y una gorra vuelta hacia
180
atrás que decía: "Es hora de aventura". ¡Mi
marido! Lo se por que usa una polera vieja que le
regalé para una Navidad de hace mil años y tiene
un ojo más abierto que el otro, para mirarme
amenazante. Se rasca el culo con la mano
derecha, mientras le saltan las esquirlas, desde
las uñas. Dice algo sobre llantas y neumáticos que
no me interesa entender, al tiempo que me mira
como si me odiaría desde mucho antes de
conocerme. Volteo hacia la señora y consternada
la increpo: -¿No dijo usted que ha desaparecido la
opresión? Que no hay milicos, policías ni
Parlamentos. Ni barcos, ni Ministros, ni Iglesias, ni
aviones ni bombardeos. ¿No dijo usted que no
había más explotación, y yo aquí tremenda
cadena que veo?
La señora se ríe a carcajadas, estira su mano que
apoya sobre mi hombro y burlesca me dice: -A
este: ¡Supéralo tú!

181
El curioso caso de la guagua mata pacos

¿Se lo imaginan ustedes? Salió en todas las


portadas de revista, en los diarios y hasta en
Youtube. Siempre se ubicaba junto al Pikachu
gigante o junto al sensual hombre araña. Debe
haber sido una forma de sentirse protegido. Pese
a que era grandote y robusto, con una piel ya
curtida por el sol del verano. Generalmente en
cuero, con las tetillas al aire. Y unos lentes negros
que algún bandido le habrá donado. Caminaba
"picado a choro", por el medio de la Alameda, sin
mirar atrás, ni a los costados. Por dentro debe
haber sentido que era el dueño de la marcha, y en
un sentido lo era. No sabemos si le impactaba o
no la lacrimógena, porque tenía siempre la mirada
oculta, tras los cristales de un vidrio negro.
Cuentan que una vez, casi le saca los lentes el
ajetreo del rock and roll, pero se los acomodó de
nuevo con un solo movimiento ninja. Hay quienes
hablan y se refieren con pena: "¿Dónde está la
mamá de este bebé?", preguntan. Por el padre
nadie se cuestiona.

182
Me habrá tocado verlo dos o tres veces. Igual que
al perrito negro, tan heroico del pañuelo rojo, que
agarraba las bombas y se las mandaba de vuelta
a los pacos. Aquí la movida también era muy
arriesgada. Gateaba discretamente hasta el
guanaco policial más cercano, en plena protesta.
Pero cuando eran muy, muy masivas. Se subía
trepando por los costados de fierro, lata y reja
verde, hasta quedar en el techo, afirmado como
garrapata. En esa parte todo mundo se asustaba,
era de alto impacto, observar, en el techo del
guanaco, a un bebé de no más de 60 centímetros
de alto. Se agarraba de uno de los tubos que
arroja el chorro de agua contaminada y se colgaba
igual que un mono. Con una mano, con la otra, se
abalanzaba. Y el guanaco, conducido por algún
indecente, se tambaleaba también, intentando
sacarse a la guagua de encima. Pero sus manitos
como garras, continuaban la tarea, hasta que
llegaban a la punta del tubo verde. ¡Yo misma lo
he visto! Y allí, en un solo movimiento, sacaba del
pañal un objeto, que difícilmente podía
distinguirse a la distancia. Hay quienes dicen que
es un biberón, que tiene la leche aun tibia adentro.

183
También se dice que es un chupete al que forró
con algo sólido. La gente más descabellada dice
que lo forró con el cuero de un paco, para darle la
máxima dureza. Pero esas ya son cuestiones
especulativas. Paso seguido, vuelve a mecerse
moviendo sus bracitos, hasta volver a la posición
original, sobre el techo del guanaco. Y después
salta, es una locura. ¡¿No se lastima?! Esa parte
no alcanzó a grabarla nunca ningún youtuber.
Salta y no se lastima. Va a dar a la vereda y queda
agazapado, en cuclillas, igual que un gatito. En
ese momento ocurre lo más sorprendente. El
guanaco, tapado, empieza a arrojar humo y el
líquido sale para cualquier parte, atorando a sus
ocupantes.
Ha ido generando cierto temor, es más, diría,
terror, en algunos círculos especiales. Me han
contado que por la noche, tienen pesadillas, en las
que el bebé se les trepa encima. Cuentan que bajo
las lentes, sus ojos aun tienen rasgos fetales. Y
que los dientes y las uñas son tan afiladas como
un cuchillo. Las mujeres, como broma, dicen que
cuando el bebé los agarre, les hará cumplir con
todo tipo de tareas domésticas, ¡de lo más
184
horrorosas! Cambiar pañales con caca hasta el
cuello. Hacer mamaderas calientes a las 2 de la
mañana y a las 4 y a las 6, y a las 9, a las 12, a las
15, a las 17:30, a las 19, a las 21, a las 12 y de
nuevo a las 2 y las 4, 6, 9, 12, 15. Hasta que sufran
un infarto del puro ataque de ansiedad. Y el vomito
explosivo por las paredes. Dicen que eso es lo que
más les asusta, mientras suena un arrorró infinito.
La cultura pop tiene muchos miedos. Está Chuky.
Los kreeters. Destripadores. Lloronas. Payazos.
Tiburones. Fantasmas. Todo les aterra. Pero un
bebé: ¡Los mata del susto! Huyen despavoridos.
Corren, cuadras y cuadras intentando salvarse.
Van tan a prisa, que olvidan llevarse calcetines,
calzoncillos, ni zapatos. Cruzan mares, cordilleras
y charcos. Hasta ponerse a salvo, lejos, de
cualquier "agugu gaga".
Una vez escuché decir a un joven vestido de
estudiante secundario, que se trata de un bebé
abortado. ¡Un bebé abortado! Creo haberle
escuchado decir que se le puso hasta un nombre
cariñoso: Panchito. Y que dijo que lo habían
escuchado cantar muy bien, canciones viejas.

185
Son leyendas. Lo importante es que si lo ven, no
le pregunten dónde está su madre. ¡No sean ese
tipo de gente! Esa pregunta no le cae nada bien.
Mucho menos le vayan a preguntar por el padre.
Si quieren hablarle, les recomiendo que le hagan
algún comentario sobre el hombre araña o
Picachu, después de todo es un bebé. Pueden
regalarle cartas de pokemones o pokebolas. ¡Tal
vez eso es lo que mete en el tubo del guanaco!
Claro, seguramente, ¡una pokebola!
También he escuchado decir, en por lo menos tres
oraciones, que su gran amor, es la protesta. Que
siempre va. Que siempre está. Que se apasiona
con tanta intensidad que su cuerpo vibra como si
estuviera flotando y sus piececitos se aceleran,
como si manejaran otra escala de tiempo.
Nunca pudieron agarrarle, ni secuestrarle, ni
torturarle. No conoce los barrotes, ni de la cuna, ni
de la celda. ¿¡Qué tan prisionero puede ser un
bebé?! No dice una sola palabra, y sin embargo,
con sus acciones concretas, lo dice todo.

186
Si es de noche y escuchan unas risas de niñe, que
suben y bajan por el techo y se pierden en los
rincones, y resulta que ustedes no tienen hijes, o
sus hijes duermen plácidamente, entonces puede
que sea el bebé, que esté buscando a los
opresores, o simplemente puede que esté
buscando a ¡¿Quién, carajo?!, por estos días,
¡¡¡Ha detenido la protesta!!!

187
Tres toquidos en la puerta de la opresión

Tock. Tock. Tock.


Vamos. Hablemos con honestidad. No se va a
abrir. Las puertas generalmente, en la vida, se te
abrieron poco. Diría que estuvieron, más bien
cerradas. Puertas cerradas, con cerrojos y
manillas pesadas, imposibles. Tock. Tock. Tock. -
¿Quién es? ¿Quién está ahí? ¿Pretende
asustarme?
La puerta de madera se ve en perfectas
condiciones. Contrastando con la pintura
deteriorada de las paredes, que alguna vez habrá
sido de color turquesa y blanco. Parece que
alguien hubiera instalado la puerta hace muy
poco. Me pregunto qué habrá pasado con la
puerta anterior, aunque eso no me compete, ¿no?
Es sospechoso. ¿Por qué la puerta estaría tan
nueva, si el resto de la casa está tan vieja? Tock.
Tock. Tock. ¿Quién es? ¿De dónde viene ese
toquido? ¿Quién golpearía una puerta desde
adentro? La gente no hace eso. La gente llega y
golpea la puerta desde afuera. Lo he visto en las
188
mejores películas. Nadie golpea desde adentro. Ni
para salir, ni para nada. No hay ningún fantasma
o villano en la mitología que haga una cosa así.
¿A quién espantaría desde dentro?, si ya estoy
afuera, puedo correr, huír. ¿Pero y si necesito
entrar? ¿Y si esa fuera mi casa?
Me gustaría estar hablando solo de una idea, un
pensamiento, o una deducción, una hipótesis loca
o una conversación anecdótica con alguien. Pero
tengo que entrar a esa casa. Iba a golpear para
ver si había alguien, tenía la foto exacta en mi
celular, con la dirección, y antes de que pudiera
tocar: "tock, tock, tock", se oyó desde adentro.
- ¿Quién es? ¿Quién está ahí? No me asuste.
Vamos.

-Creo que ya sabes quién soy. -¿Quién es? No.


Yo venía por un mandando, que la señora
Angélica me pidió le viniera a dejar unas llaves, las
que se...
- No, no, no. Nada de llaves. Ya sabes quién soy.

189
-¿Sería tan amable de darme una mínima
referencia, tal vez dejarse ver, recibir las llaves,
quizás abrir la puerta?
- No, no, no. Nada de llaves. Ya sabes quién soy.
-Ahh, ¿usted es familiar de la señora Angélica?,
que me manda a dejarle unas llaves, porque la
otra vez...
- No, no, no. ¡Que nada de llaves!
- Perdón, ¿y esto que se supone que es? Edipo.
Rey. La esfinge. ¿Va a querer que le conteste
algún acertijo? Pero por favor, me retiro.
- Aguarda. Espera. Escucha. Hay un momento en
la vida de todo ser humano, en el que debe decidir
qué camino tomar...
- Naaaa, no me va a venir a hablar de los caminos
de la vida, ¿Quién es Vicentico? Estoy ocupada,
¿me recibe las llaves por favor?
- ¡¡Nada de llaves!! Si la puerta se abre puedes
entrar y si la puerta no se abre no podrás entrar
nunca.
- A menos que entre por la ventana...

190
- Y si la puerta se abre y entras, hay toda una serie
de posibilidades que se pueden desarrollar,
escenarios. Puede que por ejemplo, el sueño se
te transforme en pesadilla, como ha pasado tantas
veces y todas aquellas cosas bellas que pensabas
encontrar, se vuelvan en tu contra, como
mariposas asesinas ¡Voladoras con hachas!
- ¿Esto es una broma?
- O puede que se presenten otros escenarios, la
mayoría posiblemente peligrosos. Quizás, lo más
probable, es que las puertas nunca se abran y te
dejen afuera, de los círculos considerados
importantes. Eso no habla de ti, solo habla de
ellos, ¡tú eres increíble, sorprendente!
- ¿Pero qué es esto? ¿Qué me está leyendo un
manual de auto-ayuda? ¿Quién está ahí Paulo
Cohelo?
- Concéntrate en tus objetivos, que siempre han
de ser sociales y colectivos, porque puede que
más de cien veces, te sientas fuera de época.
- Me voy.

191
- Una última cosa... Si te dejan afuera, hay algo
que no debes olvidar nunca: ¡Afuera está el
carnaval!
- Si, si. Me gusta el carnaval, pero emm, ¿de qué
me está hablando?, ¿de alguna manera me
conoce?, ¿qué carnaval?, ¿usted quién es?,
¿Celia Cruz? Prefiero otras salsas, otro tipo de
mambo, digamos, como que se paren los motores
más bien, por decir algo, si, si, si, más que el ruido
del carnaval, a esta altura, en este momento, me
gustaría mas, preferiría, el silencio... el silencio
producido por el paro total y absoluto de todos los
motores, de cualquier tipo, grandes, pequeños,
medianos. ¡A cuerda, petróleo, gasolina, bencina,
por enchufe o por lo que sea que funcionen! Hasta
los relojes, detenidos, en silencio, ese ruido me
gustaría escuchar más bien.
- Y cuando llegue la verdadera primavera, el
momento en el que la vida se...
- Uy, uy si, no, em, no, de verdad, disculpe, pero
yo no, tengo otros códigos, digamos, me refiero a
otros tópicos, ando en otros temas, veo las cosas

192
de otra manera... primavera para mi significa de
los pueblos.
Tock. tock. tock. - Hay un escenario en el que
entras y alguien está recostado en un sillón,
esperando algo de ti, que te causará una inmensa
cantidad de trabajo. Hay otro escenario en el que
entras y hay un escritorio iluminado en naranja
ocre, con una biblioteca repleta de objetos de
librerías, lápices de tinta, libros y cuadernos. Hay
otro escenario en el que entras y brotan lágrimas
de las paredes. Y otro escenario en el que nunca
rompiste con tu primer pareja y estás...
- No, emm, si, si, si, disculpe, no, voy a dejar las
innombrables aquí en el suelo y me voy, ya,
porque no decido ninguno de los escenarios que
usted me presentó, bonito lo de los lápices, todo,
muy lindo lo del sofá, pero tengo un hormigueo en
las manos, una tibia ansiedad que mueve los
pulgares oponibles, y los opone contra todo. Y con
estas manos, construiré mis propias puertas, que
no sonarán ni "tock, tock, tock", ni "tick, tick, tick",
ni "taka tu taka tatin". No sonarán de ningún modo.

193
Hasta que desde el interior pueda oírse el
silencio... ( )... de un mundo detenido.
- Ya sabes quién soy.
- Si, si, si. Ahora creo tener una idea. Ya lo se.
¿Acaso eres todo lo que no he decidido?

194
Giro absurdo de la lucha de clases

¡Por culpa de la lucha de clases! Si, exacto. Igual


que en ese cuento de "Le Luthier", que dice: "por
culpa de la escases de rinocerontes", igualito. Fue
por culpa de la lucha de clases, que es algo,
todavía más grande que un rinoceronte.
Era un día cualquiera, me desperté temprano,
puse el agua, preparé un café, me lo tomé cuando
todavía podía quemarme la lengua y bajé para
abrir, como de costumbre. Saqué un candado,
después el otro, levanté la cortina, pasé la escoba,
tiré un poco de desodorante ambiental y me quedé
esperando que ingresaran clientes. Lo mismo de
siempre. La rutina.
El primero que suele llegar en la mañana es
Geraldo, a buscar el diario "El Mercurio", que lee
afuera a pesar del viento. Después, van llegando
por gotera en uniforme escolar, piden brownies,
pingüinitos, súper ochos, cualquier dulce, juguitos
de naranja o piña. A menos que la mamá los
obligue a llevar puras naranjas o manzanas, cosa
que también pasa.
195
Desde la óptica del posteriori, la primera
advertencia fue no ver a ningún estudiante grande,
de esos que al verles ya se sabe que tienen unos
quince o dieciséis años. No vi ninguno, temprano,
esa mañana. Y sino están, es porque algo pasa.
Si se los ve que van caminando hacia otra parte,
uhh, eso es bravo. Si hay un retén de carabineros
cerca, ¡eso ya es peligrosisimo!
Hasta que aparecieron los primeros pies por el
medio de la calle, con las calcetas hasta las
rodillas, ahí ya, la cosa se volvió irreversible. Traté
de bajar las cortinas rápidito, para que no se
llevaran todo o me quemaran la mercadería. ¿No
ven la tele? Se queman los negocios, la gente
grita, saca palos, persigue a encapuchados con
los brazos arriba y carabineros apoyando. ¿No lo
ven? Rompen los vidrios, sacan rejas, y finalmente
quedan destrozados los locales, ¡por culpa de la
lucha de clases!
Así que me apuré a bajar la cortina, y
precisamente producto del apuro, se me trabó a
mitad de camino. Y la marcha ya venía
formándose, pasaban a toda prisa, a paso firme.

196
Me coloqué de espaldas y esperé lo peor. ¡Me van
a saquear, Dios mío!, era lo único en lo que
pensaba. ¡Me van a saquear, Dios! ¡Mis hijos!
Apreté fuerte el relicario que siempre traigo en el
bolsillo, poco menos que esperando a morir de un
palazo en la cabeza. Empecé a escuchar por
detrás, ruidos de explosiones, todo tipo de
cánticos sobre educación, salud, vivienda. Traté
de tirar hacia abajo nuevamente la cortina, pero
permaneció atascada. Me quedó marcado el
sonido de los pasos, no se si por lo duros de los
zapatos que usan en la escuela, o por la cantidad
que representan, se oyen más fuerte que diez
paradas militares.
Cuando me doy vuelta veo que pasa el último
escolar. ¡¿Qué?! ¿¡Cómo!? ¿Ya pasaron? ¿Ya se
fueron? ¿Por qué no me han reventado el lugar?
No hay humo, ni robo, ni se metieron en una masa
toda vandálica como se ve en la tele. Esto es
absurdo. Me iban a destruir todo, iba a quedar en
la calle, en la ruina, mi vida iba a hacer un giro
brutal, dejando a mis hijos sin posibilidad de
sobrevivencia futura. ¡Esto no puede ser posible!
¡Todo sería culpa de la lucha de clases!
197
- Oiga... Oiga joven, por favor, arrímese aquí, para
preguntarle algo, venga.
- Diga caballero, ¿qué se le ofrece?
- Oiga joven, pasaron por aquí y no me
destrozaron, fíjate.
- ¿Por qué lo íbamos a destruir caballero?, si cada
mañana le compro unas papitas fritas a usted, ¡ni
me registra!
- Es que con ese uniforme es difíciles distinguir,
oiga. Pero en la tele, yo veo todo el tiempo que
pasan y queman, saquean, le quitan los calzones
a las abuelitas, se llevan las vacas, le quitan la
casa a la gente y lo dejan a uno, en chanclas, o a
pata pela'a en la vereda.
- Eso no es verdad caballero, usted acaba de
comprobarlo, ¿cómo cree? Aquí se pelea por
causas justas, cada estudiante que usted ve, tiene
ideas, no somos monos locos con navajas, cada
estudiante tiene un concepto, una práctica, una
moral. Por ejemplo, aquí se sabe que no es lo
mismo un negocio de la esquina cuyo dueño se
auto-explota, que una mega cadena de

198
supermercados. Tampoco es lo mismo la casita
donde usted vive, que poseer cientos de miles de
hectáreas de tierras ancestrales, usurpadas. ¿Se
entiende caballero?
- Yo no puedo creer que una masa furiosa
entienda esas diferencias.
- La masa está furiosa justamente contra esas
diferencias, caballero.
- Pero dijeron que nos iban a quitar las casas, que
iban a socializar hasta los pañales de las
guaguas...
- ¿Y usted les cree? ¿Quién es el que debe
controlarse entonces, las masas insurrectas o
usted viendo la tele?
- No entiendo cómo pasaron por aquí y no se
robaron ni un caramelo.
- Y no por falta de hambre, caballero.
- ¿A qué se refiere?
- A que nadie ha desayunado. La gran mayoría
desayuna en la escuela, y si no se entra a la
escuela, no se desayuna...

199
- O sea que, para ustedes, la protesta significa
pasar hambre... (!)
- La vida en el capitalismo, significa pasar hambre,
caballero.
- Si, digo, pero tienen la disposición de no comer,
con tal de salir a protestar, eso es delicado... más
que delicado, me parece muy valiente... Pienso en
mis hijos, si ellos tendrían la altura moral de hacer
una cosa así. ¡No comer! Con tal de salir a luchar
por sus ideales...
- Por los cambios sociales, caballero, para que la
gente que llegue a viejita, no tenga que vivir con
una pensión que no le alcance ni pa' la
marraqueta. O pa' que mi hermanita pueda
estudiar una carrera, sin que yo esté obligado a
trabajar para pagársela...
- ¡¿Eso también pasa?!
- Eso también pasa, caballero.
- ¿Sabe qué joven? Para la próxima protesta,
avíseme por favor, así me preparo con
anticipación, para asegurarme de tenerles esa
mañana como aporte, pan para el desayuno.
200
201
Fuego fatuo en misa

El mundo se ha vuelto un lugar diverso. Al menos


eso esperamos lxs diversxs. Aunque no se qué tan
diverso sea. Siguen matando mujeres. Siguen
matando por identidades de género, por ir
caminando de la mano en la calle. Sería mejor
formular entonces, que el mundo se ha vuelto un
lugar, aparentemente diverso. Si, aparentemente
diverso. O levemente, diverso, como diría mi
profesor.
Así lo vi al menos, desde esa óptica, el día que el
fuego fatuo se sentó a la misa. ¿¡Y por qué no?!
¿Cada feligrés, no debe ser, felizmente acogido
en el reino del Señor?
Empezó como una tenue llama azul, con algunas
tonalidades naranjas, amarillas y rojas, que fueron
cobrando cuerpo. Pero durante todo momento fue
predominantemente azul. Se movía con las brisas
que entraban por las ventanas y la puerta ancha,
siempre abierta. El cura que estaba dando la misa,
no se dio cuenta de nada, al principio, después fue
inevitable que lo notara. Las llamas humeantes se
202
apoderaron pronto del control de la situación. Pero
supongo que hasta ahí, estaba en su derecho de
flamear.
Escuché tras los pilares, que una monja
reclamaba un salario, usando una cara de
enojada, que era lo único que dejaba ver su
vestimenta. Caminó en direcciones opuestas y se
sentó a mi lado. ¡Justo a mi lado! Con lo poco que
me gusta charlar en las Iglesias. Traté de hacerme
la distraída, pero era demasiado tarde. Para
hacerme la dormida, quedaría como una grosera
de magnitudes históricas. Pero no me dijo nada, ni
"mu", ni "amén". Reposé tranquila en mi interior y
mi fobia social volvió a dormirse en los laureles. Y
cuando estaba en lo mejor, susurra:
- ¿No es raro?
- ¿Raro qué, hermana?
- Que esté ahí sentado como si nada, como si no
hiciera fuego, como si no tuviera la posibilidad de
quemar todo, incluyéndonos adentro.

203
- Pero no tenga miedo hermana, hasta ahora no
ha hecho nada, en lo que a mi respecta, aquí hay
peligros mayores.
- No es eso. No es solo eso. Es el hecho de que
pueda pasearse por aquí y por allá, sin que nadie
haga nada. Podrían venir los bomberos, la policía,
en patrullas o a caballo, llamar a la prensa,
anticiparse, impedir una tragedia.
- O usted podría pedir que llueva...
- No funciona de ese modo, no hay danzas a la
lluvia en la religión católica.
- A usted lo que le preocupa es que pueda
incendiar todo.
- Exacto. Con la antigüedad que tienen estos
vitrales, la gente viene de todo el mundo a ver
cómo entra el sol, a través de la aureola dorada de
San José. No puedo imaginármelos reventando
en un estallido de vidrios e injusticias.
- Hay cosas que tal vez tengan que pasar. ¿O no?
Motivadas por la necesidad histórica, las nuevas
épocas, los tiempos de cambio. No me

204
malinterprete, yo estoy aquí sentada, escuchando
el sermón, pero ¿no sería recurrente que pasara?
- ¿Que pasara qué?
- El cambio... Es decir que la aureola de San José,
tuviera que ser reemplazada, por otras aureolas,
aureolas más modernas...
- ¿¡Pero de qué aureolas más modernas me está
hablando? Eso tampoco funciona así. ¿Que no ha
leído la Biblia, las Santas Escrituras?
(Shhhh!)
- Mejor no hablemos, o nos van a seguir retando...
(Silencio)
- ¿Será que el fuego fatuo nació de adentro?
- ¿Cómo que de adentro, hermana?
- De adentro, claro, no vino desde afuera. No lo vi
pasar por la puerta, ni ingresar, ni persignarse,
tampoco creo que vaya a poder pararse y a
comerse la ostia y beber el vino.
- No creo que pueda beber vino, hermana, no, por
su propia naturaleza.

205
- ¿Se apagaría?
- O se avivaría...
- Yo creo que tiene intenciones políticas
subversivas, que va a tirar panfletos que digan:
"Abajo Dios y el Estado" y luego va a echarse a
correr por los pasillos, entre los pilares y las
bancas de madera, para borrar absolutamente
nuestra existencia.
- ¿Por qué lo dice de esa manera, hermana? ¡Qué
catastrofista! ¿Acaso el fuego posee tal virtud?
- ¿Cómo dice? Ahh, no será qué... ¿El fuego no
habrá venido con usted, no será también parte de
la rebeldía diabólica?
- "Rebeldía diabólica", suena lindo como nombre
para una banda. "Presentándose hoy, desde las
profundidades del heavy metal, con sus famosos
temas: "Demonios rojos en la almohada del
burgués" y "Rockeando sobre el infierno del
capital"... Hoy, hoy, hoy: ¡Rebeldía Diabólica!"
(Shhhh)
- A mi me parece una falta de respeto total y
absoluta lo que acaba de decir.
206
- Perdoncito...

La llama con centro azul, se fue expandiendo lenta


y sigilosamente mientras yo seguía imaginando
los acordes que tendría una banda llamada
"Rebeldía Diabólica". ¿Quién hubiera dicho que
ella tenía razón, sumergida en su hábito puesto?,
y todo el lugar se prestaría para convertirse en
cenizas.
¿Y cómo voy a saber si el fuego fatuo vino
conmigo? Si nació desde dentro o cruzó en
molotov la puerta. Yo no vi nada. La aureola de
San José cayó al suelo con tanta fuerza, que el
sonido desterró a reyes y credos.
Del cura no volvió a saberse más nada y la gente
pasó las siguientes décadas preguntándose de
dónde había salido ese fuego, que continuó
expandiéndose y pasó de una Iglesia a la otra, sin
quemar un solo metro de otras parcelas, áreas,
campos o casas. Se hicieron investigaciones de
variado tipo, sin conclusión alguna. El fuego fatuo
viajó, de vitral en vitral, derritiendo coronas, altares
y cetros. Y lo hizo con tanto calor, que hasta los
207
candelabros más sólidos y pesados, se derriten
hasta quedar fundidos en el suelo.
Tras las ruinas de vidrio, ladrillo y cemento, las
cruces calcinadas ya no simbolizan más el peso
de la humanidad sobre sus espaldas, el castigo, la
desdicha. No quedan figuras del niño Jesús en su
pesebre ni pedófilos encubiertos tras la máscara
de la caridad. Ni monaguillos, ni oraciones, ni
versículos. El fuego se llevó también las culpas
que no eran verdaderas y liberó el poder de decidir
en millones y millones de personas. Pero lo más
importante, atrás quedó, disuelta en llamaradas, la
doliente opresión.

208
209
En Antofagasta hay un local de un piso, que en algún
momento fue una casa. Luis Emilio Recabarren y
Teresa Flores, quienes fueron parte indispensable de la
formación de un movimiento obrero de combate en
Chile, allá por el período 1900-1920, se encargaron de
transformarla, en un centro social y político.

Al frente tenía salas de reunión, con las ventanas


fortificadas. Ingresando por el centro, tendiente hacia el
lado derecho, atravesando las salas, había un patio,
que en su final se dividía en dos partes. Arriba, un
teatro, hecho con tablones de madera. Abajo, casi
subterráneo, un taller con máquinas de imprenta.

Recabarren y Teresa imprimían sus periódicos allí, a los


cuales llamaron “El Despertar de los Trabajadores”, y
los repartían por la pampa salitrera, con la convicción
firme de ayudar a los obreros y sus familias, a mejorar
sus condiciones de vida y de trabajo. Creían.

El grueso de sus políticas fueron de independencia de


clase. Se movían de ciudad en ciudad, de región en
región, formando la primera Federación Obrera de
210
Chile, llegando a plantear incluso, que esta
organización se convirtiera en la base de un nuevo
estado. Un pensamiento tremendamente de avanzada,
al calor de los sucesos de la Revolución en Rusia de
1917, frente a los cuales Recabarren viajó para
empaparse de la vida de los soviets.

Terminó “suicidándose” de tres tiros, un hecho insólito.


Precisamente en cuanto se stalinizó la Unión Soviética,
murió misteriosamente Lenin tomando sopas picantes,
y fueron perseguidas y asesinadas las personas que no
adherían a las teorías del socialismo en un solo país y
otras yerbas, como el propio Luis López Cáceres.

Allí también dejó de tener visibilidad el rol de luchadoras


como Carmen Serrano, cuyo período de auge de la
independencia de clase y del olor a pólvora, había
tristemente pasado, para ser reemplazado por los
Frentes Populares. Siglos le faltarían a la clase obrera
y los movimientos de lucha, para deshacerse de estas
cadenas del reformismo y la confianza en algún sector
de la burguesía, en sus variantes parlamentarias,

211
socialdemócratas, universitarias zorronas y todo lo
demás. Y después el fascismo, con sus banderas
blancas y espíritus racistas.

Cuando Recabarren se “suicidó” de tres tiros, y Lenin


tomó aquella sopa, la historia aparentó entrar en un
túnel, donde todo fue matanza y ojos menos. Con el
rostro lleno de arrugas, el cabello encanecido y la
mirada entristecida, se quedó Dolores en el local de
Antofagasta. No pudieron sacarla ni a los tiros.

Siguió barriendo las maderas del teatro, donde tantas


obras como “Desdicha Obrera”, se habían llevado
acabo. Bajó por los escalones mil veces, lustró las
máquinas y aunque no pudo usarlas, las tapó con
mantas para que la sucesión inter-cambiante entre
reformistas y milicos, no pudieran verla.

Sin ni un brillo. Sin expectativas. Sin buscar. Ella


convirtió las salas de reuniones, en un Museo Obrero,
en el que fue juntando, tirados, desperdigados en las
ferias, objetos propios de la historia del movimiento
obrero. Encontró periódicos, entre ellos, ejemplares del
212
propio “El Despertar de los Trabajadores”, que habían
sido escondidos en bolsas, enterrados al borde de las
minas salitreras. Encontró una caja de té, de las que
vendían en las pulperías, y tenía que luchar a diario,
para que no se estropeara, porque la corrosión, llega a
ella, más que a ninguna otra cosa. Fichas salitreras por
montones y de todos los colores, tamaños y oficinas.
Libretas de remuneraciones, marcadas por la mano
hostil del jefe, anotando cuántas herramientas se le iban
a descontar de sus no-salarios.

Encontró máquinas, de coser, de escribir, de cortar, de


soldar. Herramientas de trabajo, como destornilladores,
pinzas, todo tipo de tuercas, incluso algunas del
ferrocarril. También reunió todos los libros que pudo, de
historia, y los tomos de cinco, seis, diez ejemplares
sobre la historia del movimiento obrero a nivel mundial.

Lámparas mineras de diferentes tipos, tamaños y


épocas. Zapatos hechos en base a cuero de vaca, y
zapatos empequeñecidos por la salinidad.

213
Y todo lo que encontró, se preocupó de preservarlo.
Para que el túnel de la historia pasando por encima no
lo aniquilara también, como al resto. Su piel se fue
arrugando, más y más. Las heridas de la historia, de la
infancia, la iban atacando. Hay momentos en la historia
humana, en los que ser militante, significa guardar una
caja. Protegerla de los ataques del fascismo, y de las
traiciones del reformismo. Para que las próximas
generaciones la puedan abrir y con su influjo, proseguir
con la necesaria transformación de la sociedad.

A diario tenía que ventilar, haciendo un abanico


utilizando una madera o un periódico atrapado entre sus
dos manos. Luchaba contra las escamas, que
aparecían en cada objeto, tratando de desaparecer los
metales, de fundir el hierro. Todo tendía a arrugarse.
¿Podrá ganarse la batalla contra el tiempo? Todo tendía
a desaparecer. Y la obligaba a pelear también, por
preservar, su propio aliento.

214
215
Soy dos. Una escisión.

Pero no como en las películas. No como un


fenómeno que ocurre desde el nacimiento y me
determina por biología. Sino como una saeta. Como
un rayo que cayó, algo que ocurrió en algún punto
del crecimiento. En algún momento de la vida.

Soy dos. Producto de la vida misma. Del desarrollo.


De los años. De lo que me sucedió. Sí, soy dos
producto de lo que me pasó. Tuve un novio. Bueno,
él decía que era mi novio. Él jugaba a ser mi novio.
Fingía serlo. Porque yo tenía siete años y él era
veinte años mayor. Él me inventaba que éramos
novios. Y decía que nadie se podía enterar. Ni mi
mamá. Ni los amigos. Ni las vecinas. Nadie.
Específicamente, él me decía, en forma repetida, que
nadie podía saberlo, que nadie lo iba a entender.
Que nadie iba a comprender el amor entre él y yo.

216
Me lo decía, una y otra vez. Que especialmente mi
madre, nos iba a echar de la casa, tanto a él, como
a mi.

Después de escucharlo, en mi mente yo era una


persona adulta, que se veía a sí misma teniendo que
hacer sus maletas para irse, sin saber hacia dónde,
expulsada por un ataque de celos de una igual. Era
una. Con él. Que me educaba para su servicio. Y era
otra. Conmigo. Con el resto. Con la gente a la que
quería engañar, haciéndoles creer que era una niña,
cuando en realidad, yo creía que era una adulta.

Pensaba que él me amaba. Eso era amor para mi.


Saber que iba a llegar cada noche. Porque jamás me
lastimaba. Era todo amor. Era todo dulzura. Era todo
afecto. Y yo pensaba que era cierto. Cuando cerraba
los ojos y él me decía “Te amo, Laura”, yo pensaba
que estaba entre sus brazos, entre los brazos
implacables del amor.

217
Hasta los once años, no pude verme a mi misma
como lo que realmente era, una niña. No pude verme
las manos, y su tamaño pequeño, ni las piernecitas,
ni la carita. No podía dimensionar mi propia estatura.

Ahora, de adulta, cuando me imagino a mi misma en


aquella situación, lloro, porque me apena verme así,
tan indefensa, tan solita, entre las manos de un
monstruo, aparentando ser amor y ternura. Él
también era dos. Él era, sobre todo, dos.

Tan chiquita. Tan solita. Lloro sola. En la micro. En la


calle. Todo me aterra. Soy una, cuando lloro. Luego
soy nuevamente dos. Vuelvo a ser dos, cuando abro
los ojos y las lágrimas se cierran. Para cuando
entendí que eso no era amor, que era abuso, que era
violencia sexual, patriarcal, machista, ya era tarde.
Ya era dos. Una fractura. Me volvieron dos.

Soy dos. Viajando por el tiempo como un fantasma.


Recorro calles y ciudades. Puedo ver hacia atrás.
Puedo ver hacia adelante. Hacia el futuro y hacia el
218
pasado. Mezclar el presente con algún recuerdo,
como si el tiempo no fuese más que pinturas sobre
una paleta manchada. Siempre seré dos. Dos que
redimir. Dos que ajusticiar.

219
220
Tamara usaba una raya al medio partida justo al centro
de la cabeza, con gran perfección, como si hubiese
usado una regla, una escuadra o una tanza. No era muy
graciosa, ni la más extrovertida, ni la que más llamaba
la atención en un grupo dado de gentes.

En su mochila cargaba uno o dos aerosoles, que


sonaban cuando bajaba o subía por el cordón, por las
escaleras, la micro o el metro. Rayaba una “T” en los
vagones, envuelta en un círculo, que también tenía
tatuada en el pie. A veces la retaba algún señor con
mirada de fanático. O la perseguía algún policía de
tránsito, sin ninguna jerarquía.

221
Vivía en una casa grande, de esas en las que habita
una gran cantidad de primos, primas, tías, tíos, abuelos,
abuelas y algún que otro amigo que va a quedarse de
paso. Siempre estaba rodeada. Tenía pocos minutos
para estar sola, y eso le molestaba bastante.

Cuando entraba al baño, alguien golpeaba enseguida la


puerta pidiendo entrar. No había paz en el living, ni en
la cocina. Siempre alguien estaba haciendo algo frito,
cargando el ambiente con un olor tóxico. Gritos. Mal
humores. Televisores prendidos a todo volumen. Más o
menos lo que puede verse en la mayoría de las casas.
Gentes. Gentes yendo. Gentes viniendo. Más o menos
despeinadas. Más o menos descalzas.

Y Tamara era una de esas gentes. Yendo y viniendo.


Del mercado a la casa. De la casa al trabajo. Usaba un
uniforme medio ceñido al cuerpo, en la cafetería en la
que trabajaba. Un lugar, en el que al mediodía vendían
sushi, y a la tarde ofrecían cafés con tortas. Una mezcla
un tanto rara, pero exitosa.

222
El dueño del lugar, hacía pesas y usaba unos lentes
negros. Corría de la cafetería, a otro restaurante del que
también era dueño. Y del restaurante, al supermercado,
en el cual tenía diez cajeras y veinte reponedores.

Cuando daban las 18 hs., en punto, Tamara salía del


lugar a toda prisa, dando por finalizada su jornada de
trabajo. A partir de allí, tenía el mundo por delante y para
ella. No era mucho tiempo, pero para ella era todo.
Después del horario de trabajo, comenzaba su vida.

Tenía gustos simples y baratos. Le gustaba el olor del


suavizante para la ropa o del líquido lustrador del suelo
de su habitación con fragancia a bebé. Pasaba el
trapero y se quedaba sobre la cama, mirando arriba, en
silencio, absorbiendo el olor en el ambiente. Se bañaba
con el agua hirviendo, antes de ser interrumpida,
bastante segura de que el mayor privilegio posible era
poseer agua corriendo por la llave a la temperatura
indicada por su cuerpo.

Salía a caminar, entre paradero y paradero, dejando su


marca en los rincones oscuros de la ciudad.
223
Una tarde, cuando todavía no daban las ocho, y el cielo
cambiaba a un color negro-azulado, mezclado todavía
con los rojos y naranjas del atardecer, pasó frente a un
paradero en el que vio a una joven sentada, con el
cabello teñido de morado en las puntas y un aro en la
nariz.

Le llamó la atención que la chica, la mirara fijamente,


sin despegar ni pestañar, como si estuviera
visiblemente enojada o malhumorada. Sin pensarlo dos
veces, le preguntó:

- ¿Todo bien?
- ¿Qué? ¿Eh? Si, perdón, todo bien.
- ¿Qué pasa?
- ¿Cómo que qué pasa? Nada, ¿por?
- Algo te pasa, puedo verlo en tu mirada…
- No me conoces, no creo que puedas ver nada en
mi mirada…
- Sí, hay algo ahí, justo en tus ojos, puedo verlo.
- ¿Ah si? ¿Qué?

224
- ¿Estás aquí sentada? ¿Sola? ¿Qué edad tienes?
¿Qué haces?
- ¿Y por qué preguntas esas cosas, eres policía?
¿No dijiste que podías ver, cosas en mis ojos, y
resulta que no sabes nada?
- Estás aquí, sentada, sola, no tienes ni dieciocho
años, ¿qué haces? ¿qué estás por hacer?
¿estabas por…?
- ¿Estaba por qué? ¿Qué sabes? ¿Qué te importa?
¿Qué te interesa lo que estoy haciendo o lo que
estoy por hacer o lo que voy a hacer? ¡Si a ustedes
no les importa nada!
- ¿A ustedes quiénes?
- A ustedes, los demás… Porque yo si que puedo
verles, tan ocupados, tan llenos de cosas que
hacer, con tanto carrete, tanto alcohol en el cuerpo,
tanto alcohol en la sangre. ¡Yo sí que los veo!
- ¿Qué ves?
- Que están solos, solas, envueltos en nada, tristes,
sin futuro, sin pensamientos positivos, sin saber
hacia dónde dirigirse. Todo lo que les prometieron
225
era falso, nada se cumplió, era una mentira hasta
las expectativas más profundas que tenían…
- ¿A quién le hablas? ¿Qué ibas a hacer? ¿Te ibas
a tirar frente a la micro?
- ¿Qué les importa? ¿Qué te importa a ti? ¿Quién
eres? Vete. Me estás estorbando. Necesito estar
sola.
- No necesitas estar sola. Nadie necesita estarlo. Y
no lo estás. Estoy aquí. Pasé por aquí. Te vi. Te
veo. No estás sola. Estoy a tu lado. Te puedo hablar
y puedes hablarme. No voy a decirte nada
ridículamente estúpido y de auto-ayuda, lo
prometo.
- No vas a decirme nada como “¡juntas podemos!” y
toda esa patraña. “Unidas venceremos” y eso que
dice la gente. “Ponle ganas”. “Tú puedes”. “Creo en
ti”… Yo misma, hice trizas este paradero tres
veces. Tres. Y lo han vuelto a reconstruir.
- ¿Qué necesitas que te digas?
- Necesito que me digas que esto va a cambiar, que
no va a seguir así, que es imposible. Necesito que
226
me digas que es materialmente imposible que esto
siga igual. Que hasta Hollywood va a cambiar. Que
hasta las estrellas van a cambiar. Que hasta el
Increíble Hulk va a salir a luchar. Y que esto fue un
impass. Todo esto fue un impass. Años de impass.
Siglos de impass. Pero que ya pasaron. Que
caerá…
- Caerá… Inevitablemente caerá…
- ¿Cómo lo sabes?
- Lo veo.
- ¿Lo ves, como que me iba a tirar?
- Lo veo como que no te tiraste, porque decides
tirarlos a ellos, derribarlos, que caigan, al suelo,
piedra sobre piedra.
- ¿Y si no puedo?
- ¿Y si no puedo?
- ¿Y si puedo?
- ¡Si, puedo!

* Tapa en base a fotografía de Corazón de Escarcha

227
228
Cuando empezaron a subir las temperaturas,
quienes habitaban Pueblo Honrado, creyeron que
se trataba de un hecho excepcional. No se
imaginaron que el calor había venido para
quedarse.

De ninguna manera, ni la Señora María, ni el Tío


Horacio, contemplaron la posibilidad de que
desapareciera el invierno. Aquellos días fríos,
llenos de la humedad de la lluvia, se habían
quedado atrás para siempre.

La sensación de sentarse junto a una ventana


empañada, con un café entre las dos manos,
guantes en los dedos, soplando el humo, no la
conocería nadie más.

Para qué hablar de la nieve. Que no sería otra


experiencia que verla en las películas, en los ojos
de las personas que alguna vez, pudieron lanzarle
bolas blancas derritiéndose hasta al Presidente.
229
El invierno se había ido. Al colocar sus patas sobre
el cemento, los pájaros se quedaban pegados e
inmóviles, con tanta sed, que se petrificaban al
instante. Las ardillas y animales cercanos a la
civilización humana, pedían el agua con gestos
sociales, esperando salvarse la vida.

La temperatura subía y subía en el cuerpo del Tío


Horacio, que terminó yendo a la Urgencia, con un
infarto al miocardio. 43 grados registró su corazón,
justo antes de apagarse.

Lo lloró todo el barrio, y al llorar, las lágrimas no


alcanzaban a llegar hasta la mejilla, se
evaporaban en las orillas de los ojos. El funeral
transcurrió oloroso, puesto que su cuerpo se
pudrió a las pocas horas.

Las moscas invadieron Pueblo Honrado. Pestes


que se cobijaban con el calor, y no tenían frío que
las hiciera sucumbir. Mosquitos del tamaño de un
230
celular. Ni los helados sobrevivieron, se derretían
a los tres pasos.

Se lamentaba la gente y recordaba los tiempos


mejores, en los que el invierno enfriaba las casas,
y les obligaba a usar polerones, chaquetas,
casacas, tres o cuatro capas, medias de lana,
botas para la lluvia.

¡Botas para la lluvia! ¡Qué utopía! Fue lo primero


en extinguirse, como los dinosaurios, pero sin
meteoritos, ni eras glaciales. ¡Eras glaciales! ¡Qué
privilegio! ¡Qué fortuna! Cuando la piel se
comienza a derretir y el corazón, amenaza con
detener su marcha.

La Señora María le temía a los infartos. Tenía una


Cafiaspirina siempre en el bolsillo, para masticar
si le dolía el brazo izquierdo, o la zona del pecho.
Realidad o mito, no le importaba.

231
Usaba ruleros y una bata rosada, con la que salía
a la calle calcinada. A las tres de la tarde, estaba
con su bata. A las diez de la noche, estaba con su
bata. Las axilas le sudaban y pese a que estaba
hecha con una tela muy delgada, igual se sentía
calurosa.

Vivía con su marido, Don Rolo, en una cuadra


como todas las demás. Rectangular, con veredas
y muchas casas, sin árboles por supuesto,
ninguno. Puro cemento, de arriba abajo, de
adentro hacia afuera, de izquierda a derecha.
Tanto cemento como fuera posible.

Dijeron en la radio, que había que pintar todos los


suelos de blancos, para evitar los efectos
invernaderos del calentamiento global, pero en
Pueblo Honrado pensaron que nadie podría
resistir en los ojos, esa manera de encandilar.

232
Tan hirviendo estaba el cemento, que las ruedas
de los neumáticos se desinflaban y derretían. Y los
zapatos y zapatillas, había que cambiarlos una
vez al mes, porque la suela, llegaba a tocar el
suelo, dejando huellas de plástico quemadas.

Era el infierno, aquí en la tierra. Pero no se hacían


cargo las autoridades. A penas salían noticias por
la tele. Solo los Streamers y Youtubers hablaban
de eso. Mostrando los tornados y trombas hechos
de fuego, arena o marea.

No había Internet en Pueblo Honrado, así que no


podían verlos, puesto que los cables se habían
derretido todos y las antenas, se erosionaban
como montañas. Para entretenerse, en vez de
deslizar con el dedo, la población se hizo, en su
mayoría, bombera, para ir a apagar los incendios
que fluían en las esquinas, en todo lo seco, en
todo lo inflamable.

233
234
Sus primeros recuerdos de la infancia fueron jugando
en el taller. Sus padres querían que aprendiera a ser la
voz de mando, pero ella aprendió exactamente todo lo
contrario.

Las obreras le daban cereales que no vendían en la


esquina de su casa, ni en ningún negocio que hubiese
visitado. Eran copos de arroz inflado, crujientes, listos
para meterse en la boca, pintados de todos los colores.

Como ella era una niña, se imaginaba que una persona


los había pintado uno por uno, y no podía creer la
perfección con la que no le había quedado un solo lugar
en blanco.

Ese arroz debe haber viajado desde el norte, venía con


ellas, en sus viajes para ver a su familia. Y se lo daban,
en unas bolsitas, para que se pasara la mañana
sentadita, comiéndomelos.

Tenía la mirada dulce cuando estaba a favor, y en


cambio fruncía el ceño en forma de intersección cuando
estaba en contra.

235
Andaba con su vestido de flores y el pelo suelo. Le
gustaba hamacarme entre las máquinas, colocando una
mano encima de cada mesón enfrentado y ella en el
medio, levantaba las piernas, para flotar y balancearse.

Una vez, se cayó de pera y tuvieron que llevarla a la


Urgencia para darle puntos, pero afortunadamente no le
quedó ningún cicatriz que demuestre la veracidad de
esas historia, que ni su madre recuerda.

Le regalaban también, tréboles de tres hojas, que ellas


decían que valían mucho más que los de cuatro. Y
Elena se los comía a escondidas, junto con el arroz de
colores.

Se había hecho muy amiga de una vecina, Cecilia, con


la que se veían a menudo en las tardes. Iban al baño al
mismo tiempo y se robaban el licor de chocolate para
tomarlo de a sorbitos.

Cecilia le había enseñado que en el cuerpo, abajo,


abajo, había sensaciones placenteras, que podían

236
sentirse mediante un calcetín, con el que se frotaban
durante horas.

También jugaban a los novios, y se besaban como en


las películas, sin que nadie las viera, asumiendo roles y
disfrazándose con las ropas viejas de las abuelas.

Cuando Elena veía que las obreras fumaban cigarros a


escondidas, en vez de ser el hijo de un patrón que va
corriendo a contarles a sus padres, ella esperaba a que
se marcharan, para ir a fumarse las colillas que dejaban
en el suelo.

Era muy pequeña, pero con la suficientemente


inteligencia como para no tragarse el humo y solo
aparentar que estaba fumando. Le gustaban ellas,
sentía mucha más cercanía que con su propia madre.

A la madre casi nunca la veía. Cuando estaba, pasaba


como una sombra, rápida y furtiva. No recuerda
escenas de ella. Acariciándola. Contándole alguna
historia. Simplemente no la recuerda en aquella época.

237
Las obreras en cambio, estaban siempre en la máquina
y podía ponerse entre sus pies. Le habían hecho un
colchón casero, como un almohadón gigante que
siempre tenían limpio y dispuesto.

Tal vez la veían como un gatito o un perrito, una


mascota que deambulaba calladita, sin molestar,
recibiendo arroces de colores, con gusto y una enorme
sonrisa.

De haberla identificado con el patrón, la habrían


pateado, o sin querer, habrían derramado sobre sus
cabellos, algún café hirviendo, u alguna otra
manifestación de repudio como esa.

Nunca recibió un mal trato por parte de ellas. Cuando el


taller se trasladó a Santiago y creció exponencialmente,
la adolescencia la atrapó allí metida, entre calcetines y
medias.

Aprendió a coser, zurcir, cortar. Aunque nunca perdió el


miedo a la cortadora manual y el riesgo a quedarse sin

238
uno, dos, o los diez dedos. Era una experta marcando
con tiza las molderías.

Pronto comenzó a sentir la presión de tener que asumir


un puesto de jerarquía, el cual rechazaba
fervorosamente. Nunca hubiera podido amancillar un
látigo sobre ellas.

Tuvo enormes discusiones familiares. Su padre estaba


decepcionado. Su madre intentaba provocarle con
preguntas irritantes. Era su madre. Era su padre. Pero
a su vez, eran los patrones.

Apuntando con el dedo índice hacia las tareas que no


iban a realizar jamás, esperando que otras personas las
cumplieran, y obteniendo por ello, plusvalía. Decidió no
ser un patrón. Decidió el bando de las obreras.

Era el Chile de los años `20, así que entró a estudiar


abogacía y terminó recibiéndose como una de las
únicas quince primeras mujeres en poder hacerlo
debido al sistema.

239
Empezó a armar talleres educativos, al que asistieron
trabajadores y trabajadoras de todo el país. Hasta el
propio Luis Emilio Recabarren participó en sus charlas
hacia el movimiento obrero.

Se estiraba el pelo negro hacia atrás, dejándose una


raya al costado. Y usaba camisa y corbata, porque
nunca un atuendo hizo las diferencias. Sobre el cual se
ponía un vestón con el color del vino tinto.

Viajó por el mundo, conociendo también a destacadas


mujeres como Gabriela Mistral, y conociendo nuevas
compañeras con quienes formó un Movimiento Pro-
Emancipación de las Mujeres.

Defendió y promovió la defensa de los derechos de la


mujer trabajadora, como el derecho al sufragio, hasta
sus últimos días. Sin dejar nunca de masticar arroz y
tréboles entre sus dientes.

240
241
<<Mi nombre es Pablo Montiel, tengo 42 años, soy
carpintero de obra, soy sobreviviente del terrorismo de
Estado, con trauma ocular del 2019, en Corbalán con
Alameda.

Mi motivación para salir a luchar, la llevo desde muy


chico. Nací en Dictadura y crecí con sus leyes
represivas. Siempre me decían familiares, que si
hubiese sido mayor en la dictadura, estaría muerto, y
cada día que pasa creo que sería lo más seguro.

En este país la desigualdad es tremenda y hay que


combatirla en todos los frentes, al menos así lo creo yo.
Mi familia es de la Hornopiren, pero crecí en Santiago,
en un campamento, y la desigualdad era tremenda.

Imagina venir de un lado que no falta nada, a ser la


merma de la sociedad acá en Santiago. Desperté muy
temprano, gracias a la música, la calle, y algunos
compas más grandes, los cuales hablaban de justicia
social.

242
A los 16 años empezamos en este mundo que me salvó
de ser un delincuente común, claro, para el estado soy
"terrorista".

Entre las cosas que me hicieron volver de mi querido


Hornopiren, ese 18 de octubre, estaban las demandas
de educación, salud, jubilación, y claro, las laborales, ya
que la Dictadura se encargó de esclavizar a la clase
obrera, con la desaparición de los sindicatos,
debilitando cualquier tipo de demanda colectiva y
acentuando los abusos hacia los y las trabajadoras.

Perdí la visión de mi ojo izquierdo, aún no se quien fue,


solo vi el fuego, y el impacto en mi cara. He recorrido
este camino, con otros como yo, mutilados por el Estado
y sus fuerzas represivas, así como Jorge Salvo y
Patricio Pardo, que lucharon junto al pueblo para
intentar cambiar este sistema que nos oprime día a día.

Fuimos marcados para aleccionar a un pueblo despierto


y crear el miedo a la protesta. Creo que fue
aleccionamiento hacia la clase obrera luchadora.

243
Este largo camino lo he recorrido con mi compañera, sin
ella, quizá ya no estaría. No solo llevo la carga del
trauma ocular, llevo también torturas por parte de
agentes del estado que secuestraron a mi compañera,
llevándosela a las 3 de la mañana, al más estilo de las
Dictaduras, como la CNI, la DINA, la Triple AAA en
Argentina, que entraron sin orden y en silencio, si
decirnos nada, solo arrastrándola por las escaleras
semidesnuda, llevándosela, dejándome a mi.

Pero seguiremos de pie, luchando hasta conseguir un


mundo libre, un mundo mejor y si eso requiere sacrificio,
estamos dispuesto a hacerlo.>>

244
En invierno, las aves migran. En primavera, los árboles
florecen. Y en Octubre, los obreros de la construcción,
se agitan para luchar. Es inevitable. Los andamios
tiemblan. Cada casco hierve. Sin importar el idioma o la
latitud del mundo, si construye rascacielos, humildes
casas o pirámides, en Octubre, el obrero de la
construcción, se enciende.

Dispara migajas que le han sido dadas, las arroja de


vuelta. Sujeta los hilos precarios, que le sostienen el
cuello, y entrelaza con ellos, nuevas batallas, nuevas
peleas. Arde. Miguelitos del soldador. Neumáticos del
cemento. Todo lo que defienda un Tarifado Nacional por
Oficio. Pocas paredes que se levanten, pueden
oponérsele, es constructor y gran artista. No hay
hormigón, ni concreto, más fuerte que su deseo
vigoroso de amanecer, bajo otro sol, bajo otro cielo.

Sin miedo a la muerte, que aguarda bajo el andamio, y


se disfraza de cuervo, para sacarle los ojos. Agazapada
sin saber, ni sospechar, que no hay forma alguna, de
arrancar sus convicciones.

245
246
Se usan poco los santitos en el movimiento
obrero. No sabemos si se usaran más,
destacarían más ciertas figuras. Porque hay
santitos para todo. Santitos de niños, bebés,
hombres en motocicleta, hombres del campo con
pañuelos rojos. Virgencitas. Está lleno de
virgencitas. Repleto.

Caminando por la ruta, o andando en dos o más


ruedas, hay virgencitas y santitos. Animitas.
Casitas cuadradas, en miniatura, cada tres
minutos, que tienen cruces, flores de todo tipo,
amarillas, violetas, casi siempre plásticas.

A veces, hay asientos, para que la familia del


difunto, le converse. Peluches. Santitos niños.
Santitos bebés. Verdaderos altares de peluches
en el costado de la ruta.

Pero tiene pocos santos el movimiento obrero.


Eso de ser ateo, a veces juega una mala pasada.
247
Como en una operación por ejemplo, o el día en el
que se enferma un ser amado, ¡qué difícil ser ateo
aquel día y no tener ni siquiera un Dios de fantasía
al que rezarle!

O como cuando hay que decir una expresión, al


estilo: “¡Ay Dios mío!”, que es casi completamente
imposible de reemplazar por cualquier otra cosa.
Ay Dios Ausente. Ay Dios impío.

En tal caso, el secreto está en evocar las


imágenes viejas, en blanco y negro, de la gente
corriendo de aquí para allá, con la cabeza del zar.

Merece ese estilo de monolito, cada tres minutos,


para el movimiento obrero, Rodrigo Cisterna. Un
obrero forestal, muy joven, de unos ojos azules
vidriosos, que se subió a una grúa y desató su ira
contra la represión, siempre hostil, siendo
asesinado sobre los cristales.

248
Un espacio para que se lo recuerde en cada
esquina. Sin cruces, ni flores de plásticos. Tal vez,
hecha de los cerámicos de alguna fábrica
recuperada, resaltando sus ojos azules, brillando
bajo el casco.

No para pedirle, no para rezarle, no para rogarle.


Sino para recordarle. Para que la memoria no sea
hostil.

Pero el movimiento obrero no tienen Santos. Si los


tuviera, Nelson Quichillao sería otro de ellos. Un
obrero del cobre, que cayó asesinado, por un
disparo, durante una manifestación en la que
exigían, justamente, que se terminara la condena
a una vida precaria.

Cuando vio que no habían, santos en el


movimiento obrero, Christian decidió pintarlos en
una pared, lo más grande posible.

249
Le pareció que el hecho de haber estado
participando en las últimas cuatro negociaciones
colectivas y en los procesos de huelga, era
suficiente argumento como para que se sintiera
con la potestad de hacer algo.

Tantas horas de plaza. Tantas horas de ruta.


Tantas horas impidiendo pasar a los buses. Había
estado también, en el funeral de Nelson,
sosteniendo un lienzo en silencio, en ese silencio
colectivo que se generó, en el cual nadie respiró
una sola palabra. “¿Dónde estaban ustedes en el
funeral de Nelson Quichillao?”, le dijo una vez un
compañero de trabajo. “Estábamos ahí,
presentes”, le contestó Christian.

Cada pincelada que le dio a la pared, recordó los


videos de Rodrigo sobre la grúa. Los pintó uno al
lado del otro, usando una gran cantidad de

250
tonalidades, llenos de sombras y luces, como en
la realidad misma.

Usó un azul cielo para pintarle los ojos a Rodrigo.


Y se tomó un especial tiempo en la sonrisa
expresiva de Nelson.

Una señora que pasaba por la calle, lo amenazó


con llamar a la policía, pero Christian inventó que
tenía un permiso –que no tenía- y siguió pintando.
Las gotas cayeron al suelo, manchando la vereda.

En su cabeza se decía: “No es un monolito, ni es


la Capilla Sixtina que pintó Miguel Ángel, no es
una Virgencita ni un santito de pañuelo rojo, es un
ejemplo a seguir, para sublevar el puño.”

251
Nelson Quichillao
252
Rodrigo Cisterna

253
254
Se despertó cansada. Agarró el frasco de miel con
cáscaras de limón y jengibre y le arrancó una
cucharada, que colocó dentro de su taza azul,
mientras hervía el agua.

No pensó en nada, durante cuarenta y cinco


minutos, solo miró el regurgitar del vapor.
Después tomó la libreta del refrigerador, donde se
anotan las compras que hace falta hacer en el
supermercado, y en vez de redactar la esperada
lista, Sofía escribió:

Soy la madre Einstein. Solo una madre con esas


características podría sobrevivir.

Coloqué una cadena de punta a punta del mini


patio que tenemos, y en cada eslabón de la
cadena, coloco una percha, en la que puedo

255
poner cómodamente un polerón, una polera, un
pantalón doblado, o una toalla, porque soy la
Madre Einstein.

No puedo comer los brownies de paquete, que


le hago a mi hija en el horno, porque percibo el
gusto metálico de las máquinas donde se hizo la
mezcla, ¿por qué? Porque soy la Madre
Einstein.

Uso gorritos nuevos, de los que se ponen en el


pelo para ducharse, para tapar los platos
cuando sobró comida y meterlos al refrigerador,
porque soy la Madre Einstein.

Hago cubitos de garbanzo molido, espinaca,


acelga y otros vegetales, que escondo entre los
panqueques y la salsa de tomate, porque soy...
Sí, soy la Madre Einstein.

Pero nadie lo sabrá. Jamás. De lo único que se


hablará será de mis defectos. Que la niña no
256
siempre fue recién bañada a la Escuela, que
repetía cierta ropa, porque nadie sabe que
tenemos varios ejemplares iguales de lo que le
gusta. Y en mi recuerdo, solo quedarán las
cosas indecorosas que tuve que hacer.

Van a decir que jugaba mucho al celular, ¡mucha


pantalla!, que comía porquerías procesadas y
que se iba a dormir muy tarde. Que el padre se
fue, porque soy una loca, fea, maniática de la
limpieza, con el paladar hundido.

Y ella, que es una hija Einstein, se va a escapar


de mi, tarde o temprano, en su hacerse adulta,
inevitable y necesariamente, sin tener la culpa
de nada, y sin importar jamás, si yo era, o no
era, la Madre Einstein.

257
258
259
Descubrí una forma de existir a través de la
escritura. O dicho más precisamente, la escritura
fue la única posibilidad que tuve de existir. Con
más detalle todavía: La escritura fue mi única vía
para existir.

En un contexto que aparenta grandes


oportunidades, las promete y promueve, pero no
las tiene en realidad. Ayer se agotaron los
recursos naturales del planeta para este año, y
estamos en Agosto, consumiendo las reservas del
año que viene. Así de cortas están las
posibilidades. En cambio, la literatura es el reino
de la libertad.

Hay un velo que nos cubre el rostro, y parecía


haberse descorrido, al menos un poco, pero
puede verse de vuelta, empañando nuestra

260
suerte. Ser mujer es otra más de las condenas, las
hay de a borbotones.

Y el amor, fue otra de las fuerzas brutales y


desconsideradas, que nos dejó por el suelo.

En estos casi cuarenta años que voy a cumplir,


siendo Roberta María Núñez de Monasterio, solo
he conocido una forma de amor verdadero, la
amistad, y el amor de mi hija, y de mi madre.

Tengo un amigo que es incondicional. Su nombre


es Julio, y está a mi lado, desde que tengo
diecisiete años. Son veinte años de amistad. Me
ha querido más que ninguno de los novios que he
llevado a mi cama.

Cuando estuve embarazada, me acompañó en


cada sala del Hospital Público en el que parí. Sí,
tuvo sus momentos tiránicos, porque no se trata
de idealizar. Pero él estaba cuando no había

261
nadie. Recuerdo mi panza y su presencia, en una
sala pálida de Hospital.

Quiso a mi perro como si fuera de él, durante diez


años, un rubio que salía desde debajo de las
mesas y vivía entre los pies, a su estatura.
Siempre esperando salir a pasear. Julio lo llevaba
a dar la vuelta sagrada, para que moviera la cola
y caminara con saltitos frente a los vecinos. El
perrito de los ojos brillantes, que vi morir, y
apagarse sobre una mesa fría.

Quiso a mi hija como si fuera propia, y vino cada


domingo, sin importar en qué ciudad yo me
encontrase viviendo ni con quién, a jugar con ella
en el living, mientras yo escuchaba sus risas y
descansaba un rato. Estuvo ahí cuando no había
padre, cuando no había nadie. Estaba él ahí. Julio
“De Pie”, debería ser su apellido.

262
Y después cuando el mundo me aplastó, que es
algo que suele hacerle a las mujeres, él estuvo allí,
y se dejó aplastar conmigo. Lloró y lloró noches
seguidas a escondidas, y no me abandonó nunca.

Cuando mi mamá se enfermó, Julio se ofreció a


ayudarla. Le dio tres alternativas en las que él se
ocupaba de tareas. Me dio tres alternativas a mi,
y me aflojó los sentimientos.

Ni contar la cantidad de horas en páginas que le


he hecho leer. Para que mis palabras no salgan
tan brutales, tan llenas de fallas ortográficas. Julio
es mi único lector. Pero de todas las cosas que
hizo por mi, la más grande fue acompañarme en
aprender, que el amor, no es un señor sentado en
el sillón, jugando PlayStaton 5, mientras
amamantamos a un bebé. Ni es un vestido blanco.
Ni flores, ni candelabros. El amor verdadero es la
amistad.

263
Siempre me acompañó. Como la vez en la que me
diagnosticaron Pareidolia, que dicen los médicos
que es una enfermedad, pero yo creo que es un
arte. Es el arte de ver en todos lados, una figura.
A veces veo verdaderos guerreros con lanzas y
escudos, que me resultarían imposibles de
reproducir. La mayoría de veces veo cosas muy
tontas. Variadas. Dicen que es muy común. Que
le pasa a muchas personas. Se repite. Aunque no
en mi círculo social, porque nadie me creía cuando
me empezó a pasar. Y más de uno me trató de
loca. Pero Julio, él me dio una idea. Me dijo: “¿Por
qué no les sacas una fotografía a lo que ves, y
luego lo remarcas de alguna manera, para que
podamos verlo también?”. Así es Julio, nunca le
pareció una tontería, siempre acompañándome a
ver, hasta aquellas cosas que no existen. Al
intentar hacerlo, me salían figuras realmente
infantiles, que me avergonzaban mucho, y solo
264
pude mostrárselas a él, por lo tontas y ridículas.
Las miró y una por una dijo: “Ahhhh siii, ahí está,
lo veo”. Así es Julio, acompañándome a ver, hasta
aquellas cosas que no existen.

265
… Una rana cazando a una mosca:

266
267
… Un francés fumando:

268
269
… Un bebé tomando teta:

270
271
Mi nombre es Antonia. Soy la única hija de un
matrimonio que todavía perdura, tras 25 años.
Siempre fui la tercera excluida. Mi madre y mi
padre siempre tuvieron una vida feliz, casi idílica,
caminando por la calle de la mano, riendo,
pasando gran cantidad de horas en la habitación,
y yo siempre me sentí, un mundo aparte.

Les veía tras la puerta de mi dormitorio, siendo


felices, pero a mi nadie me preguntaba si estaba
feliz, con la luz apagada, y la cabeza apoyada
sobre la almohada de flores a la que me aferraba
para sobrevivir.

Demasiada miel. Demasiada ternura. Yo siempre


fui, un poco más descalza, un poco más solitaria,
un poco menos pegajosa.

272
Pero todas esas cosas no importan ahora, o no
importarán dentro de 2.000 años, cuando te
sientes a leer esto como te pedí en el título. Lo
realmente interesante, casi increíble, casi de
ciencia ficción, es lo que pasa alrededor. Este
mundo es un caos.

No hay ninguna película en la que se junten


Chuky, Jason, Freddy Kruger con Indiana Jones,
el Rey León o Jumanji, lo cual es rarísimo. ¿No se
supone que es postmodernidad esto? Debería
haber más películas postmodernas que ver, que
nos recuerden a los 90, pero mediante simpáticos
collage's. Así ves, es una época que ni siquiera
hace lo que se espera. De ahí para abajo.

Los semáforos dan el verde al mismo tiempo para


el peatón, que para el auto que dobla. Lo cual es
una cosa rarísima también. ¿Te imaginas qué
estupidez? Atropellan a la gente, que después se

273
defiende en juicios diciendo "el peatón tiene
prioridad". Rarísimo.

Se operan las caras, para parecerse a la misma


persona y se liposuccionan los cuerpos, sin
importar, si hay que dejar la piel colgando de unas
tenazas por un rato, o hay que meterse
aspiradoras por la costilla. Es una cosa
impresionante. Pero es muy normal, y muy común.
Distinto de comer bichos o serpientes, que eso si
les impresiona.

No es por hablar de las personas


contemporáneas, no, les hay quienes critican,
como en toda sociedad, solo que es muy raro. Es
rarísimo.

Acaban de anunciar que existe vida en otro


planeta, y a nadie le importó. No modificó la rutina
de nadie. Eso más que raro, fue gracioso. Ya nada

274
llama la atención. La cosa más extraña, puede ser
normal.

Se había empezado a hablar lenguaje no binario,


pero la contraofensiva reaccionaria fue espantosa.
El fútbol sigue siendo la pasión de las multitudes,
a esta altura, con los avances de la Inteligencia
Artificial y la globalización de todos los hechos. El
fútbol por banderas, es una cosa rarísima.

Las mamás crían, el 85 por ciento de los papás,


están ausentes, ni siquiera pasan la cuota
alimenticia todos los meses. Y no hay
repercusiones. Las condenas a los violadores y
abusadores son reducidísimas desde la mirada de
las personas sobrevivientes. Y en cambio, a
cualquier mapuche joven, que haya mirado
desafiantemente a un oficial, le dan 45 años de
presidio. Ni que hablar de los violadores de
derechos humanos, que gozan de beneficios y

275
jamás hubo castigo. Genocidas de Presidentes,
como si fuera lo más normal. Guerras que
transcurren, bombas que hunden ciudades,
mientras quien no escuchó el estallido, sigue
masticando su hamburguesa de Mc Donalds. Es
raro. La apatía. La manía de no importar. Hay
redes de trata de mujeres y niñas, que tienen
prisioneras a millones. Solo hacen películas, y
salvan uno que otro camión. Migrantes, buscando
mejores vidas, que se mueren en el fondo del mar,
sin salir en la tele, y millonarios que ganan pantalla
por meterse en cápsulas y lanzarse junto al
Titanic. Rarísimo. No pretendo usarlo como
retórica, es realmente, raro, muy raro. Espero que
en 2.000 años te parezca igual de raro, y no algo
tan natural como quieren hacerlo parecer ahora.

276
Yo, me llamo Antonia, y te juro que no tengo nada
que ver con esto. Cuando llegué ya estaba así. Y
todos los esfuerzos que he hecho -no menores-,
no han causado efecto alguno, al menos no en lo
inmediato, al menos no que yo sepa.

Hace dos días me llamaron para una inter-


consulta, psiquiátrica, porque todavía hacen esas
cosas. Me diagnosticaron con un trastorno del
ánimo, bipolaridad. ¡Idiotas! Quieren medicarme
por todos los medios. Ahora venden algo llamado
Sertralina, que de seguro va a tener miles de
contraindicaciones en diez años más. Somos un
porcentaje enorme de mujeres y disidentes,
diagnosticados así, con medicación. Y una gran
mayoría cree que eso está bien. A mi todo me
recuerda a Kate Millett y su viaje al manicomio.
No. Pastillas no. Venden pastillas hasta para que
crezca el pelo y las uñas, ni qué hablar las de

277
adelgazar o los laxantes. Nada. No quiero nada.
Gracias.

Vivo en una casa de container, que también están


más o menos de moda. Se pueden acondicionar
muy bien, y dejarlos en el medio del bosque, en el
desierto o sobre un árbol de la selva. Está lleno de
videos que muestran cómo hacerlo. Cuando yo
me la hice, no había tantos videos, así que sufrí a
la par del soldador, al cual por supuesto nunca
más volví a ver después de eso. Abro las puertas
para tomar el sol y ventilar, porque el hongo de la
condensación es un monstruo que me amenaza.
A mi, y a mi socia, que vive conmigo. Somos dos.
Fue la única forma de no sentirme el tercero
excluido.

Pido disculpas, ya se que todo debe escribirse de


maneras más complejas e indirectas, pero a mi me
interesa que me entiendas, que me entiendas

278
bien, claramente, sin rodeos. Esta soy yo, y este
es el mundo que me toca vivir, esperando que
tengas la suerte de no habitarlo todavía. O peor,
espero que esta herencia no te haya llegado. Y
que tengas aire, agua, y un suelo sin partículas de
plástico.

No pretendo exagerar, ni sonar pesimista.


También hay cosas buenas. La marihuana por
ejemplo. Que sin duda, es mil veces más potente
que hace cincuenta años. El mejor equilibrante de
ánimos. Mucho mejor que cualquier pastilla
vomitiva. Además la gente, cuando puede, cuando
tiene la ocasión, es buena. Se tira a los ríos para
salvar animalitos. O se mete en túneles para
salvar a compañeros. En ese sentido es
sorprenderte, el ser humano, con su solidaridad.
Se puede ver a los ciervos protegiéndose de la
lluvia, junto a señoras con sombrero y bebés en

279
brazos en Japón. Ballenas siendo acariciadas
entre los ojos por buceadores. O a un burro
durmiendo la siesta entre los brazos de alguien.
Es raro. Es extraño. Es confuso. Es un mundo
confuso. Una época que no se entiende ni con
matemática, ni con astrología.

Hubo estallidos sociales en diferentes latitudes y


después hubo pandemias en todas. Coronavirus.
Gripe Aviar. Influenza. Respirar te puede matar.
La Organización Mundial de la Salud dice que
todavía hay que andar con barbijo, pero ya nadie
lo ocupa. Todo mundo está harto de escuchar
esas palabras: barbijo, coronavirus, pandemia,
confinamiento, cuarentena. Una próxima
generación llena de fobias y temores, miedo a los
gérmenes que comen más personas que leones.
El miedo a morir, a que te revienten los pulmones,
pareciera ser la nueva canción de cuna. En la

280
retina quedaron los cadáveres flotando en el agua
y las hileras infinitas de ataúdes. ¿Trauma? Nada.
Todo naturalizado. Todo muy normal, como los
incendios forestales o el calentamiento global. A la
moda.

Cuesta un poco creer que todo esto sea cierto, lo


sé, es más fácil creer en hombres lobos u hombres
gigantes invisibles habitando en el cielo, porque
todavía la gente se persigna frente a las Iglesias.
No toda. Menos que antes. Pero siempre están,
sus devotos haciendo señales. Sidney O'Connors
ha muerto, y aparece en todas partes su imagen
rompiendo la foto del Papa. Pero puede verse que
murió bastante sola. Y eso es otra cosa curiosa
que pasa. Solo reivindican a quienes murieron o
juegan al fútbol o cantan doce mil coreografías por
minuto. Todo lo demás es basura verde. A menos
que mueras, ahí tal vez seas reivindicable, tal vez,

281
solo tal vez, tengas la suerte de que las micros
toquen sus bocinas en tu honor. Viva, jamás. Estar
viva aparentemente no tienen nada de
reivindicable, no. Si se está bajo tierra, se puede
obtener una estatua, de lo contrario, basuras
verdes. Hay gente de la que nunca había
escuchado nombrar, que aparece en todas partes
después de que muere. Qué injusto. Qué injusto
no haberle dicho nunca que les importaba su
existencia. Nunca lo supo. Aman a la persona que
se murió, pero murió abandonada.
Completamente abandonada. Y es una historia
que se repite.

De verdad espero que tengas agua en este


momento, y aire. Espero que puedas respirar.

Aquí se ve un poco turbio el panorama, no por ser


pesimista, en serio la visibilidad es nublada, con
toda esa polución y mosquitos contaminados.

282
Perdón, de nuevo, por no escribir como un poeta,
pero es una realidad que no tiene metáforas.

Las compañías de celulares tienen tu número, y te


llaman cada hora, cuando estás cocinando,
trabajando o en el baño, sin piedad, siempre de
números diferentes, así que no tienes cómo
bloquearlos. No hay poesías que puedan hablar
de eso, ni está en las películas. ¿Cómo podrías
saberlo, dentro de 2.000 años? Te llegan a llamar
los políticos patronales, y cuando atiendes
escuchas: "Hola, soy Joaquín Lavín", en una
verdadera pesadilla. Y son los más
supuestamente bien encuestados, la derecha.
Horror. La derecha manda sobre la mente de la
mitad de la población. Horror. Las señoras,
atrapadas por el algoritmo de Facebook, creen las
noticias falsas, que anuncian cosas raras, mucho

283
más raras a lo raro, con palabras aún más raras,
del tipo "reptiliano".

Es todo tan raro, que me podría llegar a dar un


ataque atribuido a la sorpresa y la conmoción, al
que deberían bautizar como una nueva
enfermedad o posibilidad de muerte, llamada,
"defunción por el impacto de lo extraño". Raro,
muy extraño, de siniestro a lo imposible de
contemplar.

Es imposible contemplar esta realidad sin


depresión. Imposible. Solo las personas dementes
pueden sonreír sin ironía. No es de pesimista. Te
juro. También hay arcoíris y cosas bonitas.
Muchas cosas bonitas. Como los colores de las
cosas, tan fluorescentes, que no sé si soy yo, que
empiezo a deformar mi percepción como el pobre
Van Gogh y ya veo con la intensidad de una noche
neón en los noventa, o si los colores son cada vez

284
más colores y los sonidos son cada vez más
fuertes. Hay mucho ruido. Se escuchan animales
no nativos, luchando a mares contra los nativos,
en lo que afuera es un verdadero alboroto
insoportable. Excepto por ese pajarillo, que me
canta en la ventana, y vive sobre mi container. Un
pajarillo todo negro, de pecho blanco, que mi socia
dice un gorrión, y me encanta. La próxima semana
le pondré una casita de madera, aunque parece
vivir perfectamente feliz en el agujero de cada
esquina del container. Lo amo. Lo escucho cantar
ahora mismo, sobre el sonido infinito de todo lo
demás, puertas cerrando, herramientas
penetrando paredes y tierra, todo tipo de acentos
gritando y decenas de pobres perros enjaulados.
Si, tal vez sea un poco pesimista, o mi oído esté
un poco irritado. Estarías igual si vieras la cantidad
de horas de pantalla que tiene gente que apoya a

285
genocidas. Eso ya no es raro, eso ya es
catastrófico.

Hay patriarcado en todos lados, les gusta gritar.


En cualquier casa promedio, en cualquier trabajo,
en cualquier escuela, hay un pseudo patrón de
fundo cuya satisfacción es maltratar. Llaman a eso
liderazgo. Es visto con naturalidad. Permite el
buen funcionamiento de la empresa,
supuestamente. Pero no es otra cosa que la
reproducción de las relaciones entre las clases,
que por supuesto e increíblemente, aun existen y
son dos: Un pequeños holding de multimillonarios,
claramente reconocibles, versus una multitud de
proletarios, mujeres, peones, del campo y la
ciudad, y hasta algunas máquinas, que se
desploman en sus dos patas mecánicas del
cansancio de la explotación.

286
Y allí es donde se combate, y está la esperanza
del futuro. En la gente con trenzas, llena de
colores y boleadoras, que logra grandes objetivos
con solo plantarse en las rutas y avenidas. La
propiedad que es todavía privada, está cercada
por mucho más que alambres. Pero yo se que en
2.000 años la revolución habrá barrido con todo
esto, y estructuras del tipo consejo obrero habrán
gobernado la tierra sin burócratas. Te deseo eso
para ti. Te deseo que no haya ningún burócrata, y
que no estés bajo ningún manto. Yo creo en eso.
Es básicamente lo que nos hace sobrevivir. Creer.
Espero que no estés en una distopía o algo así,
como anuncia el 99 por ciento. Qué miedo y qué
horror. Espero que no estés leyendo esto a
escondidas, que no sea tu secreto, que afuera
haya sol. Y sin ser Marx, ni Sylvia Federici, podría
hablarse de una extensión de la extracción de
plusvalía, mucho más allá del obrero estricto, pues
287
el burgués de hoy, le saca jugo hasta al niñe que
no trabaja, por el solo hecho del tiempo invertido
en crecer y volverse fuerza de trabajo. A las
mujeres cuyo tiempo de trabajo para perpetuar la
especie, nadie les paga, y se traduce en plusvalía
pura. ¡Y hasta en las mascotas, por generar
serotonina en las cabezas de sus dueños y así
trabajar con más tranquilidad! El burgués de hoy
le saca plusvalía al obrero, a la señora, al niñe y al
perro, y por qué no también al gatito, a la máquina
de aspirar y a todos los electrodomésticos. A las
máquinas industriales, los robots, la Inteligencia
Artificial, y el argumento que encuentre para
despedir a cientos de miles y reemplazarles como
si eso fuese posible sin pelea.

Es un mundo extraño. En el cine la gente está


viendo Barbie, masivamente. Y la película
incorpora todos los elementos de la vanguardia de

288
las mujeres y los problemas de género, solo para
seguir vendiendo productos color rosa.
Descongelaron gusanos de hace 46 mil años. Y
los trabajadores de las estaciones de servicio
tienen rocas preparadas para poder tirarle a los
autos que se escapan. Extremadamente terrible.

No es lo mismo ser la más grande de las alturas,


que las alturas te caigan encima. No se parece en
nada la realidad a mis ideas. No tengo claridad de
por qué. Poco a poco comencé a entender que
había campos diferentes entre lo que decía,
planificaba y buscaba mi mente, y lo que
realmente sucedía y acontecía a mi alrededor.
Querer y no poder. Querer no es lo mismo que
poder. Nada tienen de ciertas las filosofías que
establecen que con el solo pensamiento, se puede
llegar a superar las barreras de la realidad, que es
cruda y cruel, de manera pareja. ¿Qué hacer con

289
lo que nos rodea? Cuando no se trata de una
pelota, que puedo patear y sacar del campo,
simplemente, así nada más. ¿Qué hacer con la
realidad? Tan envuelta en miseria. ¿Cómo tomar
distancia de los acontecimientos que marcan a la
historia de la humanidad? ¿Cómo modificar
estructuras milenarias, en tiempos en los que todo
alrededor, te indica que no es posible? Otras
personas. Otras ideas. Las tendencias políticas.
Los resultados de las encuestas. No se parece en
nada la realidad a mis ideas.

Prendo la tele y el Chef Ramsay le está gritando a


su cocina, con los métodos más destacados del
patriarcado. Gritos y más gritos. Le dice “gorda” a
una. “Vaca” a otra. “Inútil” a aquel joven. Y es un
restaurante multi-millonario, dentro de un resort
multi-millonario. O mejor dicho, son muchos
restaurantes multi-millonarios en muchos resorts

290
multi-millonarios. La gente va y gasta fortunas,
solo por la marca Ramsay, por verlo gritarle a la
gente que trabaja para él. Pagan, para observar
sus ojos estrechamente juntos envueltos en ira,
menoscabando a otras personas y lanzándoles
platos de comida, sartenes y ollas llenas o vacías.
¿Quién es? ¿Por qué sale en la tele? ¿Por qué
nos muestran lo que nos muestran? Y sigue
siendo así, por los años de los años, los siglos de
los siglos. ¿Cómo lo hacen creer inevitable? ¿Y
cómo lo hacemos caer?

Es un circo, un espectáculo, al igual que el César


se sentaba en su trono, a observar cómo
devoraban a los esclavos, los leones. Es un juego
de poder. Para que todo mundo vea que se
mantiene, que está vivo, que está intacta la llama
del autoritarismo y el patriarcado.

291
Mi nombre es Antonia, y me molesta
profundamente el autoritarismo que generalizan y
naturalizan. Espero que en 2.000 años, no tengas
nada de esto alrededor. Autoritarismo. Disciplina
férrea. Gente siguiendo a otra gente, sin medir las
consecuencias, sin pensar, con idolatría. Supieras
que hasta cambian su tono de voz. Eso no está
escrito en los libros, ni quedará claro en los videos
que veas. Mucha gente cambia la voz, la forma de
dirigirse a alguien, dependiendo de su estatus
social o su rol, de qué tan autoritario sea. Hablan
con condescendencia, agachando la cabeza.
Obviamente siempre hay disidencias, la ruptura
del promedio que altera las normas, como no
esperan.

¿Machaca la papa y come vegetales en aceite que


se hayan podrido, antes de poder convertirlos en
piezas de arte? Están allí, vegetales y bananas,

292
congeladas en el tiempo de lo que el óleo va a
dejar perdurar. No todo. No siempre. Solo algunas
partes. Corroídas por el tiempo que corre y va
dejando hoyos. Agujeros por los que pasar sin
arrepentirse. Y volver. Retroceder. Pasar por
paredes que formamos con objetivos adversos.
¿Dónde están los rosales que debí plantar en
alguna fracción de mi vida? No quedó un solo
pétalo. No hubo rosas. Ni perfumes. Ni aromas
bonitos. Nada existió más.

A mi memoria vuelve con frecuencia, un cuadro


que pinté durante varios de los años de mi
adolescencia. La manera en la que el negro se
fusionaba con el blanco, me hipnotizaba. Me
continúa hipnotizando. Después arrojaba gotas de
pintura doradas, para que quedaran manchadas y
así obtener un efecto doble. Pero la pintura no es
nada, ni significa nada, sino está conectada a una

293
emoción, a un sentimiento, a una parte de la
humanidad que se perpetúa a través de la pintura.
Y es que tal vez el arte, sea justamente eso, toda
producción humana que merezca perdurar. Pese
a la incertidumbre de qué merece perdurar y qué
no. ¿Por qué estos colores continúan
intensificándose? Brillan. Pensé que la edad, lo
que ocurría era exactamente lo contrario, que la
mirada se contraía. Pensé que se iba perdiendo
capacidades físicas. Pero por el contrario, parezco
volverme un gato, que a la distancia puede ver con
claridad, y en primer plano, mejor todavía. ¿Dónde
están los otros? Aquellos con los que nos dijeron
que teníamos que sentirnos identificados o todo lo
contrario. Si esto es un desierto. Y aun así, yo soy,
según las caras que pone el otro. ¿O no es cierto?

294
295
Ha llegado el momento en el que la juventud, no
tiene ningún problema en tratarme de “vieja”. Con
muchísima facilidad, se me dice “vieja” esto,
“vieja” aquello. Como si no hubiera variedades, ni
posibilidades finales más allá de una única opción:
envejecer.

Me quedo viendo a los pájaros comer las semillas


que les rocío. Les gusta picotearlas, mientras me
observan con desconfianza, usando un solo ojo.
Ya creo poder identificar a dos o tres, que vienen
regularmente. Uno tiene la pata con plumas
especiales, que sobresalen como un adorno
blanco, y me permiten identificarle. Otro es el más
confiado, y se sube a la mesa que puse, con un
jarrón lleno de agua, pero todavía no se baña ni
bebe. Quisiera verlo refregándose las alas y
chapoteando, pero es mucha su desconfianza.

296
Supongo que piensan que puede tratarse de una
trampa. Algún gato que se ha puesto serio, y les
rocía carnada, para atraparlos después, cuando
detengan su vuelo. Pero no soy un gato. Soy una
señora, la señora de los pájaros, no tengo muchos
ni son míos. No se me suben encima como en las
películas, ni me hacen caca sobre las pestañas.
Son de lo más pulcros. No he visto un solo
desecho tóxico ni en la reja, ni sobre la mesa, ni
en ninguna otra parte del balcón. Vienen porque
quieren, porque lo deciden, porque apuestan a
que finalmente no sea el gato. Y no lo soy. No son
mascotas, ni “les tengo”, no soy su dueña. Son
libres. Deciden mi balcón para picotear. Se meten
la semilla y lanzan la cáscara. Nada les está
prohibido. Son libres. Y en su libertad, nos
enseñan, lo último que se aprende, la consciencia
de la naturaleza.

297
La mayoría son chincoles, tienen el pecho color
caramelo y las alas más oscuras. Hay una
pequeña línea cobriza sobre su cuello, la garganta
es blanca y se peinan hacia arriba. A veces veo
peleas, donde luchan por una semilla, y creo
poder identificar que se trata de una pajarita, que
deja a sus pichones y se va, pero cuando ve que
viene otro pájaro a comer de sus semillas, le ataca
inmediatamente. Es más su territorio que el mío.
Me doy cuenta de que son pichones, porque son
más pequeños y alborotados. Miran frenéticos
hacia todas partes, como si no pudieran disfrutar
de un bocado. La costumbre de ser depredado, el
temor. Solo poco a poco, se relajan y se olvidan,
entran en la danza hipnótica de la gota que cae en
las mañanas, convirtiendo al silencio, en pura
abstracción. ¿Sabrán que les veo?

298
299
No siempre fui la señora de los pájaros.
Escuchando sus diferentes sonidos y sintiendo la
emoción de los tonos. Antes yo, trataba con seres
humanos. Tenía el hábito de formarles. De
educarles. Como toda maestra. Moldear a un
humano es de lo más difícil, casi siempre hay algo
terco, pero es peor, una parte no puede odiarte, y
otra parte tiene que hacerlo. Te puede llegar a
quitar la sonrisa en un segundo, por haberle dicho
algo que no le gustó, en un tono que no le gustó,
independientemente de si fuera cierto -siempre es
cierto-.

Formar es tarea difícil. No es como rociar semillas


y observar los movimientos frenéticos. Pero hay
cosas aun peores. Mucho peores. Como ayer por
ejemplo, que mataron a Facundo Molares en el
suelo del obelisco. Podía verse un grupo de gente,
comprimida contra el piso, con las rodillas y los

300
puños de la policía federal encima. Gente diciendo
“no puedo respirar”. Y entre la gente, un hombre,
que se pone visiblemente morado, y sufre un
colapso de sus pulmones, bajo la bota represiva.
Se corren para atrás los “efectivos”, y se quedan
viéndole morir, como si dirigieran el tránsito.
Muere, ante los ojos del mundo, asesinado.

Imagen de Marchaorgar

301
Nada puede existir peor que eso. Pero a mucha
gente no le gusta hablar de esos temas, creen que
es demasiado politizado, en estos tiempos en los
que ya todo pasó, lo viejo, lo más viejo, lo
imposiblemente viejo. Y yo, me hice vieja
igualmente. Porque tal vez, solo tal vez, ser vieja,
no sea el lado equivocado.

Algo sabrán las aves, que –ya no- temen.

Aves para personas pareidólicas:

302
303
304
305
Colocar membrana asfáltica es una tarea que
requiere de mucha fuerza y paciencia. Primero
hay que poner el alquitrán, que deja las manos
manchadas de por vida, luego calentarlo con el
soplete hasta que se derrita y finalmente colocarle
la membrana, martillándola. Es un arte.

El resultado es un techo completamente


impermeable, que tolera la humedad y las
tormentas más extremas. No hay vientos ni
mareas que puedan derribar la membrana
asfáltica, que es prácticamente lo mismo que
poner una carretera en el techo. Podría
estacionarse un helicóptero o cualquier avión, sin
problema alguno.

Víctor se había especializado en membranas,


pero no era su única pasión. En cuanto se subía a
los techos, comenzaba a sacarle fotografías a la
gente que pasaba, desde distintos ángulos, a

306
veces medio metido entre las malezas, a veces a
de arriba, a veces desde abajo. Pero no sacaba
fotos por psicopatear o irrespetar la privacidad de
nadie. No sacaba fotos a partes privadas, ni a
escenas vergonzosas. Se imaginaba en cada foto,
toda una vida, una casa, una historia.

Mientras se secaba el alquitrán y se adhería la


membrana, miraba las fotografías, y escribía en su
cuaderno, historias que creía ver a través de ellas.
No sabía si las estaba inventando o si eran
realidad. No sabía si tenía dotes de adivino, y
podía prever los futuros de esas personas y
visualizar sus vidas, o si las estaba inventando,
como un literato silvestre, pues parafraseando a
Clausewitz, la literatura es la continuación de la
política por otros medios.

El verdadero “más allá”, es ese mundo de


imágenes, en cual podía ser y decir, mover y

307
cambiar a su antojo. Estas son las fotografías que
sacó y lo que escribió, con los dedos manchados,
dejando caer las gotas negras y brillantes del
alquitrán sobre su cuaderno, aprendiendo a ser
invisible, a permanecer a oscuras:

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Palabras al Suelo

El viejo Joaquín camina dejando malas palabras


tiradas en el suelo. Pisa como si no hubiese
lavado nunca esos zapatos, ni esos pies.

309
Lleva los pantalones atados con cordeles, en las
rodillas, en la cintura, y unas ramas que sujeta con
el mismo cordón. Tiene siempre una bolsa roja,
que nadie sabe qué contiene, pero la aprieta entre
sus manos, como si fuese el objeto más preciado
del mundo.

Hay quienes dicen que es lo único que le quedó


de su vida pasada, de la persona que fue. El viejo
Joaquín era un hombre respetado. Un militante
trotskista que pasó a la clandestinidad durante la
dictadura militar y estuvo camuflado, disfrazado de
cualquier cosa, transeúnte, persona simple,
público general, árbol, extra. Fue un extra durante
todo el tiempo que necesario, hasta que se
destapó y volvió a la acción. No se cansó nunca.

Dicen que organizó acciones varias. De esas de


las que no se habla. Asaltos. Atracos. Motines.
Mitines. Paradas de carro. Dicen que estuvo

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involucrado en la muerte de un importante
general, del que por supuesto, nadie sabe nada.

No se sabe cómo terminó, soltando garabatos al


suelo y caminando con un puñado de palos.

Antes, estacionaba su cuerpo, frente al Café Haití,


allá en la ciudad de Santiago. Allí se habían
reunido durante años, a discutir de temas
importantes, de actualidad, política y hasta de
música y cultura general. Y cuando el tiempo de
discusiones se había terminado, el viejo Joaquín
siguió yendo al café, sin dinero para entrar, fue
quedándose afuera. Hasta que ya no entró más, a
ninguna parte.

No se le conoce novia, ni amigos. De la gente con


la que solía reunirse, no queda nadie. El tiempo
hace grande borrones y otorga, pocas cosas
nuevas. El único recuerdo de un compañero que
se le conoce, es al viejo Ramos, que se sentaba
311
siempre en el exacto mismo punto de la mesa,
porque decía que una vez elegida la trinchera, ya
no había forma de moverse.

Cuántas tarde-noches habrán pasado esos dos en


un Café que no se dormía. Narrando anécdotas
inventadas, mezcladas con ideas ciertas y el humo
del tabaco que nunca se apagaba.

Uno tras otro fumaban cigarros, que se quemaban


solos entre sus dedos, mientras sonaban palabras
de la revolución rusa y el mundo bolchevique.
Ahora se le caen los garabatos al suelo, y no los
levanta. No los recoge porque es la única forma
que le quedó de manifestarse.

Pide cajas de cigarros desde la puerta de los


negocios, porque no se atreve a entrar. No entra
a ninguna parte. Y las kiosqueras, empáticas, le
tiran la cajetilla desde el mostrador, sin
preguntarle nada.
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No es el único. La historia se repite. Hay otros
como él en Perú, como describió Vargas Llosa. En
Argentina, como cantó Andrés Ciro Martínez. Y en
todas, o en ninguna. La diferencia –por oposición,
es que el viejo Joaquín, no se arrepiente, ni piensa
que es demasiado tarde, no está escéptico, ni
desmoralizado. No conoce el olvido. Sigue
avanzando, en una dirección única, soltando
palabras al suelo.

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Gobernar Huesos

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No es una casualidad que los líderes de las
sectas, hayan sido siempre hombres. Nunca
mujeres. Hombres, bien parecidos,
mayoritariamente atléticos, carismáticos,
alcanzando la iluminación y el respeto. No es una
casualidad. En una historia oligarcopatriarcal, no
ha habido suicidios en masa, porque una mujer les
prometió ascender a una vida extraterrestre, ni
regímenes asesinos.

En la historia, no ha habido sectas dirigidas por


mujeres, excepto una. Solo una. Mariané fue la
líder de esa secta. Una mujer como cualquier otra,
que aparenta ir al supermercado a comprar papas,
pero vive la vida interna de los grandes dictadores.

Adoraba la sensación autoritaria de gobernar y ser


obedecida por su pequeño séquito de ciento
cincuenta. Les trataba, ciertamente, con el látigo.
Esa era su única táctica. Buscando la lealtad y el

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apoyo fiel, les pedía tareas imposibles, que no
siempre se cumplían a cabalidad, pero cuando se
cumplían, se llevaban su apoyo y aprobación. La
cuestión más importante.

No obligaba a sus seguidores a comer y beber


según sus mandatos, esas nimiedades son para
varones burgueses, lo que ella hacía era gobernar
sus huesos, sus espíritus, sus temples.
Subordinarles, a tal nivel, que estaban dispuestos
dar su vida por ella.

Como aquella vez, en la que les condujo a las


orillas del mar, para bautizarles con las aguas
cristalinas de los peces, y le pidió a Joel, que se
lanzara a las algas, sin mirar las banderas rojas o
los pozones submarinos. Joel no salió vivo a
respirar de nuevo el aire. Y así probó su dignidad.
La lealtad con la que la aconsejaba.

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Nadie cuestionó aquel hecho y lo dejaron flotar,
como un ejemplo. Mariané apretaba sus dedos y
sus dientes, y se enojaba de sobremanera cuando
algo no le gustaba. Era, tremendamente irritable.
Le molestaba el ruido de las piedras crujiendo
entre sí, y el sonido de las bocas salivando blanco.
Ahuyentaba los movimientos de las piernas
ajenas y con una sola mirada, era capaz de
detener el tiempo y el espacio. Congelar las
ánimas.

Se había ganado el respeto a hachazos. Esa era


su técnica. La dominación absoluta. El griterío.
Gustaba de levantar la voz hasta quedar afónica.
Sus labios desaparecían en su boca, la mirada se
le volvía atónita y la cachetes colorados del
sofoco. Podían vérsele las venas procrear venas
entre su frente y sesos. Nadie la quería de verdad.
Solo le temían, y le respetaban.

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Y el respeto era más importante que el amor. Solo
que era un respeto ganado por el miedo. Hijo del
terror. ¿Es eso respeto? Elevaba la voz, y hasta
las palomas huían. Se apaciguaban. Nunca la
atacó una bestia feroz. Ni un perro ensarnecido, ni
un gato anaranjado que enloqueció producto de la
genética. La fiera era ella. La peor fiera del
ambiente que habitaba, esa esquina donde daba
la vuelta con su bolsa, fingiendo comprar el pan.

Se ponía unos anteojos negros para el sol, cuya


verdadera función era separarla del mundo.
Protegerla. De ese mundo inmundo lleno de
miseria, en nada parecido a su propia secta. Una
secta hecha a su imagen y semejanza, con las
venas rotas, de tanto gritar.

La mesa siempre estaba callada. No volaba una


mosca. Hasta los insectos voladores le temían, al
feroz repliegue de sus manos violentas. No es

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común, en la historia del oligarcopatriarcado, que
exista una mujer así. Siempre son hombres,
siempre.

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Distinta Vocación

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Cuando don Ernesto se enteró que todos sus
dolores se debían a los problemas con su
próstata, creyó que ya no podría seguir
escribiendo. Iba a tener que detener la
investigación aquella sobre las propiedades de las
ortigas, para su escrito sobre el niño de las
plantas.

No podía estar mucho tiempo sentado, ni de pie.


Ni caminando, ni parado. Ni quieto, ni en
movimiento. Todo le dolía. Desde la entrepierna,
hasta el cráneo. Pero seguía pensando en las
ortigas y el niño aquel, forjado sobre su
imaginación.

El frío del invierno lo había obligado a ponerse una


estufa eléctrica, que encendía y apagaba cada
exactos veinte minutos. De esa forma regulaba la
temperatura ambiente y al mismo tiempo, se
ahorraba algo de la cuenta de la luz. Bien le

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hubiera venido un temporizador. Pero nada sabía
don Ernesto de esas últimas tecnologías.

Si tomaba agua, le dolía. Sino tomaba agua, le


dolía también. El té, el café, el agua fría o el agua
hirviente. Todo le dolía.

A los pocos días de pensar que no podría volver a


escribir debido a su dolor, se sentó en su escritorio
marrón marchito y escribió su última historia, una
de despedida. Una historia sobre un hombre,
llamado Víctor, que se subía a los techos para
colocar membrana asfáltica con gran arte y
habilidad, pero con una vocación distinta.

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