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El arte paleocristiano se refiere a las manifestaciones artísticas de los primeros siglos del
cristianismo, especialmente en el ámbito del Imperio romano de Occidente. Se divide en dos
etapas: la de persecución y la de libertad religiosa.
La segunda etapa comienza con el Edicto de Milán en el año 313, que otorgó la libertad de
culto a los cristianos. A partir de entonces, el arte paleocristiano se hizo público y se
construyeron las primeras iglesias. Estas se basaban en el modelo de la basílica romana,
con una planta rectangular, una nave central y dos laterales, un ábside y un atrio. También
se edificaron baptisterios, mausoleos y otros edificios religiosos. El mosaico se convirtió en
el principal medio de decoración, con escenas bíblicas y figuras de santos y mártires. La
escultura se redujo a relieves y se evitó la representación de la figura humana.
La basílica paleocristiana era el tipo de edificio más común para las iglesias, ya que permitía
albergar a una gran cantidad de fieles y facilitaba la celebración de la liturgia. La basílica se
originó como un edificio civil romano, donde se realizaban actividades judiciales,
administrativas y comerciales. Tenía una planta rectangular, dividida en tres o cinco naves
por columnas o pilares. La nave central era más ancha y alta que las laterales, y se
iluminaba por ventanas en el muro superior o claristorio. La nave central terminaba en un
ábside semicircular, donde se situaba el altar y el trono del obispo. El ábside solía estar
orientado hacia el este, la dirección del sol naciente y de Jerusalén. La entrada a la basílica
se hacía por un atrio o patio porticado, donde se encontraba la fuente bautismal o
cantharus. Algunos ejemplos de basílicas paleocristianas son la de San Juan de Letrán, la
de Santa María la Mayor y la de San Pablo Extramuros en Roma.
El arte bizantino se refiere al arte que se desarrolló en el Imperio romano de Oriente, con
capital en Constantinopla, desde el siglo IV hasta el XV. Se caracteriza por la fusión de
elementos del arte romano, griego, oriental y cristiano, con una fuerte influencia de la
religión ortodoxa. Se divide en tres etapas: la de esplendor, la de crisis y la de renacimiento.
La segunda etapa abarca desde el siglo VII hasta el XI, y se caracteriza por la pérdida de
territorios y la amenaza de los árabes, los búlgaros y los normandos. El arte bizantino de
esta época se vio afectado por la crisis iconoclasta, que prohibió el culto a las imágenes
entre el 726 y el 843. Se produjo una simplificación de las formas y una preferencia por la
geometría y la abstracción. Los edificios se hicieron más pequeños y se multiplicaron las
cúpulas. Los mosaicos se reemplazaron por frescos y se introdujeron nuevos temas, como
el Pantocrátor y la Deesis.
El mosaico fue el medio de expresión más característico del arte bizantino, ya que permitía
crear efectos de luz y color, así como transmitir el mensaje religioso y político del imperio. El
mosaico bizantino se realizaba con teselas de mármol, vidrio, oro y piedras preciosas, que
se colocaban sobre una capa de mortero. Los mosaicos cubrían las superficies curvas y
planas de los edificios, especialmente las cúpulas, los ábsides, los arcos y los muros. Los
temas más frecuentes eran las escenas bíblicas, los retratos de Cristo, la Virgen y los
santos, y las representaciones de los emperadores y sus familias. El estilo de los mosaicos
era hierático y simbólico, con figuras alargadas y rígidas, rostros inexpresivos, gestos
solemnes, fondos dorados y perspectiva invertida. Algunos ejemplos de mosaicos
bizantinos son los de Santa Sofía, San Vital y San Marcos.