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Los latidos del tiempo

Había una vez, en un tiempo no muy lejano, un mundo donde los límites de la
ciencia y la tecnología se habían expandido más allá de cualquier expectativa. La
creación de órganos artificiales revolucionó la vida humana, otorgando a aquellos
que se sometían a los trasplantes una existencia prolongada, llena de posibilidades
y mejoras. Este avance no solo cambió la duración de la vida, sino también la
calidad de la misma.

La humanidad se dividía en dos clases: los trasplantados, seres mejorados con


órganos artificiales que duplicaban la esperanza de vida, y los no trasplantados, que
confiaban en sus órganos biológicos. Este avance revolucionario fue obra de la
familia Valero, quien llevaba décadas estudiando e intentando crear órganos
artificiales y mejoras al cuerpo humanos, hasta que el Dr. Samuel Valero logró
materializarse creando la empresa familiar, Innovaciones Valero, que se destacaba
en la creación y mejora constante de órganos artificiales.

La familia Valero siempre tuvo antecedentes familiares de cáncer, problemas en los


riñones y varias enfermedades, por tal razón el existir un reemplazo a dichos
órganos fue una inspiración para lograr su éxito.

Los trasplantados eran considerados la élite, individuos que por su prolongada vida,
eran genios y lideres en la ciencia, el progreso y la mejora constante de la
humanidad. Tomas, el hijo del Dr. Samuel, que tenía riñones artificiales
trasplantados por un problema médico de niño, heredó la fascinación y la
responsabilidad de continuar su legado, ya que había vivido toda su vida inmerso en
este mundo de innovación, pero su corazón latía por algo más.

La educación de Tomás siempre se basó en inculcarle que lo correcto siempre era


poner a la ciencia y educación como prioridad que sus deseos personales o
pasatiempos, por tal razón se dedicó por completo a la misma, no teniendo muchas
actividades más que su propio estudio. También se le inculcó lo importante y
necesario que era que cada miembro de su familia logrará llevar una vida larga por
medio de órganos artificiales para lograr sus proyectos más deseados y que
causarán más impacto.

A sus 28 años, Tomas alcanzó un nuevo hito científico al crear una máquina del
tiempo, pero prometió que nunca le revelaría a nadie su invención ya que pensaba
que igual que los inventos podría ocasionar daños irreparables, sino están en las
manos adecuadas.

Apenas terminó de construirla, emocionado por su logro, decidió probarla y se


aventuró al pasado, llegando a una fecha aleatoria del siglo XIV. Al regresar al
presente, el brillo de la exploración le llenó de alegría. Tomas decidió celebrar su
éxito dando un paseo por el parque, trotando y disfrutando de la libertad que su
invento le otorgaba.

En una cafetería, el destino le presentó a Lucy, una joven con la que chocó sin
querer y le rego el café que sostenía en sus manos. Tomas, caballeroso y
encantador, le ayudó a limpiarse, compró ropa nueva y compartieron una charla que
resonó en sus almas. En ese breve encuentro, el tiempo dejó de ser una constante
lineal; aunque solo habían compartido un momento fugaz, por la conexión inmediata
e indiscriptible que sintieron, ambos tuvieron el presentimiento de que hechos el uno
para el otro.

La relación de Tomas y Lucy floreció al seguir saliendo y conociéndose, pero la


felicidad fue efímera. Lucy comenzó a enfermar igual que y mucha gente no
trasplantada igual a ella, pronto los científicos se dieron cuenta de que un virus
desconocido estaba afectando a los no trasplantados. Tomás inquietado por esta
situación decide viajar al pasado para saber cómo había sido posible que este virus
había sido creado o se proliferó. Se dio cuenta que él mismo había traído el virus a
la población por medio de su primer viaje en el tiempo al pasado y que la primera
contagiada fue Lucy por su estrecho contacto con él. Sintió una sensación de culpa
tan fuerte que se aventuró a encontrar la cura de dicho virus y la desarrolló
rápidamente en psus propios laboratorios mediante una inyección. Se dio cuenta de
que dichas partículas de la inyección causaba un daño fatal a los trasplantados a
pesar de que no se les inyectara, desesperado, intentó buscar otras alternativas
para la cura pero fue en vano.
El dilema ético de Tomas lo envolvió en una tormenta de emociones. Cualquiera de
sus decisiones tendría consecuencias profundas. Si optaba por salvar a los no
trasplantados, sacrificaría a la élite de la sociedad, a la vanguardia del progreso. Por
otro lado, si elegía proteger a los trasplantados, considerando que la mayoría de su
familia y seres queridos lo eran, incluso el mismo, pero al elegirlos, condenaría a los
no trasplantados, quienes daban vida a la población e incluía a la persona que más
quería, incluso más que a sí mismo, Lucy.

Finalmente, luego de mucho pensar, Tomas se dio cuenta que los dos tipos de
población tenían derecho a seguir viviendo día a día. Se dio cuenta que tenía otra
opción y era devolverse al día en que trajo el virus y buscar una manera de acabar
con el virus él solo, así logra crear una máquina en la que puede meterse y le hace
un tipo de lavado, dicho lavado tenía un alto costo por las ondas que emite: le
quitaria la fuerza física, haciéndolo incompatible para trasplantes y dejándolo con
una vida más breve. Sin embargo, pensó que sería la mejor opción y que lo haría en
los próximos días.

Una noche mientras dormía con Lucy, la veía dormida mientras reflexionaba lo que
ella significaba para ella, así agradeció el haberla conocido porque empezó a amar
la vida, a valorar los instantes, se olvidó de ser una máquina de producir ideas y
empezó a tomar las riendas de su vida. La vida sorprendió una vez más a Tomas,
Lucy quien ahora era su esposa, le cuenta que va a ser papá, pero que por el virus
implantado en ella tenía miedo de que el bebé naciera enfermo o peor que no
naciera. A los días le notifican que Lucy tiene poco tiempo de vida, Tomas, abatido
por la peor noticia que le habían dado, toma una decisión crucial, decide eliminar el
momento en que conoce a Lucy, de esta manera la salva también a ella a pesar de
que eso signifique su infelicidad.

Con el pasar de los días, se apresura en tener lista la máquina que le limpiará el
virus, emprende el mismo viaje donde todo comenzó, cambiando así, el día en que
trajo el virus al mundo. De vuelta en el presente, Tomas se enfrentó con la realidad
de que el virus había desaparecido, logrando su intención, pero Lucy, el amor de su
vida, también, entristeciendo así su existencia. Decidido a luchar por ella, Tomas la
buscó incansablemente. Sin embargo, al encontrarla, descubre que ella ya tenía una
nueva pareja, llamada Alex.

Este giro del destino desconcertó a Tomas, quien reflexionó sobre las complejidades
del tiempo y las consecuencias impredecibles de sus elecciones. Sin embargo, no
se rindió y utilizó la máquina del tiempo para generar encuentros casuales entre
Lucy y él, hasta que logró que se enamorara de nuevo.

A lo largo de su travesía, Tomas experimentó una profunda transformación. Se dio


cuenta de que la ciencia, aunque crucial, no debe utilizarse a expensas de la ética y
el valor humano. Aprendió a valorar cada momento, cada relación, y a apreciar la
relatividad del tiempo.

También por la decisión que tenía que tomar respecto de su dilema ético, reflexionó
y entendió que toda la población, trasplantada o no, tenía los mismos derechos de
vivir, de amar, de enamorarse, de acceder a la mejor educación y a un buen trabajo,
ya que captó que todos tenemos las mismas capacidades, aunque no tengamos las
mismas ventajas, en este caso por el tiempo de vida y por un estatus social.

Al final, Tomas, aunque renunció a una vida prolongada y a su sueño de ser un


científico destacado, encontró la plenitud en una vida más corta pero intensa,
compartida con Lucy. Descubrió que no se trata de la cantidad de tiempo, sino de la
calidad de los momentos compartidos con quienes amamos. Su historia dejó una
huella en la humanidad, recordándonos que las decisiones éticas, el amor y la
valoración del tiempo dan forma a nuestras vidas y al tejido mismo del tiempo.

Autora: Vanesa Diaz

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