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LOS ESTUDIOS DE IA CORTESÍA EN EL MUNDO HISPÁNICO.

ESTADO DE LA CUESTIÓN

SILVIA IGIESIAS RECUERO


Universidad Complutense de Madrid

1. El. ESTUDIO DE LA CORTESÍA EN EL MUNDO HISPÁNICO: ASPECTOS TEÓRICOS

Como ha ocurrido en todas las investigaciones teóricas y empíricas sobre


la cortesía, el modelo guía en los estudios hechos en el ámbito del mundo
hispánico ha sido el de Brown y Levinson (1978 y 1987; una buena presen­
tación en español es Escandell Vidal 1996: cap. 8 y Carrasco Santana 1999),
y ello tanto para la verificación de sus propuestas como para su falsación. Ello
no quiere decir que otras propuestas, como la pionera de Robin Lakoff
(1973) y las posteriores de Leech (1983: caps. 5 y 6) y Fraser y Nolen (1981)
y Fraser (1990: 232 y ss.), no hayan tenido cierta cabida en las investigacio­
nes, pero su influjo ha sido mucho menor. Las razones del predominio de
Brown y Levinson tienen que ver con la simplicidad de sus principios bási­
cos, la consistencia interna del desarrollo del modelo, la exhaustividad de las
estrategias de cortesía descritas y sus pretcnsiones de universalidad tanto
en el nivel explicativo como en el nivel heurístico. Pero, precisamente, son
tales características las que han sido severamente cuestionadas, aunque,
dado el carácter parcial de las críticas, no se ha llegado aún a constituir otro
modelo global que lo sustituya.
Como es bien sabido, la hipótesis de la universalidad de los principios que
subyacen a la cortesía surge de la concepción de que éstos son inherentes
(¿biológicamente?) al individuo, a la «persona modelo» [ model person} (1987:
58), en sus propias palabras1. Esta «persona modelo» tendría dos necesida­
des o deseos básicos en sus relaciones interpersonales: brevemente, el deseo
de no sufrir imposiciones de los demás (de conservar «su imagen negati­
va») y el deseo de ser aceptado por ellos (de conservar su «imagen positiva»).
A ambos aspectos es a lo que se denomina «componentes de la imagen». El
modelo de persona, a su vez, reconocería las mismas necesidades en los
demás, y sabría que el respeto a sus dos imágenes está estrechamente vin-

1 Es interesante observar las semejanzas de este modelo de persona con el hablante-oyen­


te ideal del modelo gramatical generativista; ambos responden al mismo deseo de universali­
dad de los principios propuestos.
ORAIJA. Vol. 4. 2001, págs. 245-298.
246 Silvia Iglesias Recuero

calado al respeto de las dos imágenes del otro. Por otra parte, sería consciente
de que la mayor parte de su actividad comunicativa supone una agresión
potencial a alguna de esas imágenes o a ambas, y que, paradójicamente, sus
posibilidades de éxito están sometidas a la eliminación o compensación de
tal agresión, por lo que deberá emplear, como ser racional que es, alguna
estrategia que repare o disminuya ese componente agresivo. Las estrategias
son múltiples y se pueden evaluar por su mayor o menor efecto reparador
o compensador. Se disponen, pues, en una escala cuyos extremos están ocu­
pados por la formulación explícita y directa de la intención del hablante (u
on-record) o la evitación de cualquier formulación. Entre tales polos se sitúan
en orden de menor a mayor cortesía: la formulación directa pero con pro­
cedimientos que apelan a la imagen positiva del interlocutor para establecer
lazos de solidaridad con él (estrategias de cortesía positiva), la utilización de
atenuadores de la imposición (estrategias de cortesía negativa) y la utiliza­
ción de formulaciones implícitas (estrategias off-recard, basadas en implicaturas
conversacionales). La selección de una u otra estrategia depende del cál­
culo que realiza el hablante sobre el Peso o la Gravedad de la ofensa; este cál­
culo está basado en la evaluación de tres factores: el Poder (o relación jerár­
quica que existe entre los participantes), la Distancia (o relación horizontal)
y el Grado {rank) de la imposición (este último subsume, en parte, la esca­
la coste-beneficio de Leech). Dado el carácter deductivo del modelo, la uni­
versalidad no atañe solo a los principios (las necesidades de imagen), sino
a cada uno de los pasos, de tal manera que tanto la escala de cortesía como
las estrategias que componen cada uno de los grados se postulan como uni­
versales. Para contrastar su hipótesis, Brown y Levinson se valen de la ejem-
plificación en tres lenguas no emparentadas: el inglés, el tzeltal y el tamil. La
variación observable en las distintas comunidades lingüísticas quedaría expli­
cada por la distinta importancia que se otorgaría en cada una de ellas a los
tres parámetros, Poder, Distancia y Grado, que regulan la selección de una
u otra estrategia.
El modelo de Brown y Levinson ha recibido críticas concernientes a
cada uno de los pasos de su despliegue interno (véase Kasper, 1990). La
primera de ellas atañe a la concepción pan-cultural del concepto de imagen.
Ligado al hecho de que la hipótesis aparentemente biologista de tal con­
cepción entra en conflicto con los estudios socio-antropológicos y psicoló­
gicos que hacen hincapié en la naturaleza social de la adquisición del con­
cepto de individuo (Janney y Arndt 1993: 17-18), se ha puesto seriamente en
duda la naturaleza pan-cultural o universal de los componentes de tal ima­
gen2. Tal crítica ha procedido fundamentalmente de estudios tanto sobre

2 Efectivamente, como señalan Janney y Arndl (1993), la universalidad de tal modelo se


encuentra más en la clasificación y denominación de los conceptos, que en la realidad sus­
tantiva que estos tratan de subsumir.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 247

comunidades lingüísticas no occidentales (Ide, 1989 e Ide el al., 1992;


Matsumoto, 1988 y 1989; Gu, 1990; Nwoye, 1992; Mao, 1994), como occi­
dentales (Wierzbicka, 1991; Sifianou, 1992; Kerbrat-Orecchioni, 1994: 5-
145), que han mostrado que la concepción de Brown y Levinson es excesi­
vamente anglocentrista en lo que se refiere a la importancia concedida al
individuo, y, consiguientemente, al deseo de no sentirse coaccionado por los
demás. Aun admitiendo el concepto de imagen como universal, los distin­
tos investigadores defienden que los contenidos que lo desarrollan pueden
ser distintos en cada cultura (o incluso entre distintos grupos culturales). En
lo que respecta al mundo hispánico, ésta parece ser la postura defendida por
Fant, Bravo y Placencia, fundamentalmente. Para Fant (1989, 1996 y 2000),
Haggkvist y Fant (2000) y Bravo (1998, 1999 y 2000b), las dos imágenes
-negativa y positiva- son dos necesidades humanas que conviven en toda
relación entre el Ego y el Alter y que podrían definirse como «autonomía»
y «afiliación» respectivamente: deseo de sei' percibido como individuo dife­
rente al grupo y deseo de sentirse integrado en él. En cada una de las culturas,
los comportamientos asociados al deseo de autonomía y afiliación podrían
ser diferentes y manifestarse también tanto en las estrategias lingüísticas
como en las más generales de la interacción. Por consiguiente, cada socie­
dad definiría un conjunto de valores que, a su vez, determinarían el com­
portamiento y permitirían explicarlo. Así, para Placencia (1996), en la socie­
dad ecuatoriana, más que el deseo de no imposición, sería fundamental el
respeto al lugar social que se ocupa y el respeto al honor personal, así como
el sentido de reciprocidad mutua. Bravo, en sus estudios contrastivos entre
hablantes españoles e hispanoamericanos y hablantes suecos, pone de mani­
fiesto las divergencias en las concepciones culturales y comportamientos
sobre las relaciones entre el individuo y el grupo; mientras que para los
españoles, la autonomía se concibe sobre todo como originalidad y deseo de
que no se cuestione el valor propio, los suecos favorecen la responsabilidad
y la independencia y la libertad de imposiciones; la afiliación al grupo entre
los españoles se basa en la confianza y el aprecio interpersonal; en cambio,
los suecos privilegian la coincidencia de opiniones y de comportamientos
(Bravo, 1998 y 1999); todo ello hace que los comportamientos de unos y de
otros en la interacción sean diferentes (lo que a su vez puede dar origen a
malentendidos interculturales). Tales diferencias pueden advertirse tam­
bién entre sociedades que comparten la misma lengua (Fant, 1996, para el
contraste entre españoles y mejicanos).
Ello podría explicar de manera más adecuada la existencia de «estilos de
cortesía» que, en el modelo de Brown y Levinson, quedaba reducido al
mayor o menor peso que se otorga a las estrategias de cortesía positiva o
negativa: según estos autores (1987: 238 y ss.), habría sociedades en que pri­
man más los valores de solidaridad, de comunión grupal que los valores de
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independencia o autonomía. Pero, si son los contenidos mismos los que


varían, si lo que difiere es la concepción misma de las relaciones entre el indi­
viduo y el grupo, tal perspectiva resulta demasiado restringida.
Si las concepciones de la imagen dependen de los valores culturales de
una sociedad, las estrategias utilizadas, aunque sean las mismas, no tienen por
qué deberse a las mismas razones, ni, consiguientemente, ser evaluadas de
la misma manera. La definición del comportamiento cortés estará ligado a
los presupuestos culturales de cada sociedad, por lo que la escala supuesta­
mente universal de Brown y Levinson dejará de serlo, y las estrategias debe­
rán ser analizadas en cada sociedad. En efecto, los primeros trabajos inter­
culturales pusieron de manifiesto diferencias de comportamiento verbal,
que, evidentemente y salvo en una perspectiva muy simplista, no podían
conducir, sin más, a definir las sociedades contrastadas como más o menos
corteses las unas respecto de las otras. Se puso de manifiesto, desde otro
camino, el componente social del comportamiento cortés, ligado ahora, no
tanto a los principios, sino a los procedimientos y la valoración de tales pro­
cedimientos. Los trabajos del equipo de Blum-Kulka (Blum-Kulka et al.
1988) y de García (1992a) o Curco (1994), han mostrado que distintas cul­
turas evalúan de manera muy diversa en la escala de cortesía una misma
estrategia; pero, lo que es también fundamental, que evalúan de manera
distinta los parámetros-externos e internos- que intervienen en la selección
de una determinada estrategia: los mismos roles sociales no son exactamente
los mismos en lo que se refiere a las relaciones de poder o de distancia entre
los participantes; tampoco la imposición se percibe con la misma gravedad
o peso en las diversas culturas. Por tanto, la definición de las situaciones no
es semejante, lo que complica los estudios trasculturales.
Por otra parte, aún dentro de la misma sociedad, la valoración como
cortés, no cortés o descortés de un comportamiento, depende del evento de
habla o tipo de interacción {speech event}. Esta es una dimensión ignorada en
el trabajo de Brown y Levinson. Blum-Kulka (1990) ha puesto de manifies­
to que, por el contrario, es una dimensión fundamental, no sólo en la medi­
da en que son configuraciones específicas de variables sociales significativas
(como el estatus respectivo de los participantes o la distancia/cercanía entre
ambos), sino porque «afectan a la expresión y a los significados ligados a la
elección de formas lingüísticas» (260-61). Determinan cómo se seleccionan
y se interpretan las estructuras lingüísticas, definen los patrones o normas de
cortesía. Son, por tanto, supuestos situacionales (Janney y Arndt, 1992: 32 y
ss.), y no parece que el cálculo meramente «sumativo» de Poder, Distancia
y Grado de imposición pueda dar cuenta de ello (véase a este respecto Lorés
Sanz, 1997-98). En este sentido, han surgido críticas al modelo de Brown y
Levinson que defienden, o están cercanas, al concepto de Fraser (1990) de
la cortesía como «contrato conversacional», o a la propuesta de sustituir el
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concepto de cortesía por el de «comportamiento político» (politic behaviour,


Watts, 1992), esto es, un comportamiento verbal o no verbal determinado
socioculturalmente3. Escandell Vidal (1995 y 1998) se hace eco de estas pro­
puestas de reconsideración de la cortesía como un conjunto de supuestos cul­
turales que los participantes conocen y emplean para la evaluación de los
enunciados.
Como ya señaló Lakoff (1989), hay actividades discursivas en las que la
cortesía no se considera el objetivo fundamental, si los objetivos finales de
tal actividad entran en conflicto con ella (por ejemplo, los juicios o la tera­
pia psicológica); en ellos, la interacción está impregnada de una especia de
«descortesía reglamentada», que puede convivir incluso con una «cortesía
formal-ritual», como ocurre en los tribunales. En otros contextos, como el
didáctico, ciertas estrategias consideradas no corteses pueden utilizarse para
fomentar el interés de los estudiantes (Rees-Miller 2000). En el ámbito del
español, Herrero (2000) ha estudiado el discurso polémico en debates tele­
visivos, y Martín Rojo (2000) el debate parlamentario. Este se revela espe­
cialmente interesante por, al menos dos motivos: el primero, por la impor­
tancia del marco institucional, reglado, que conforma la interacción, así
como el aspecto no solo persuasivo, sino realizativo de las prácticas discur­
sivas parlamentarias; el segundo, por la necesidad de realizar actos amena­
zadores de la imagen, de ser descortés, (oponerse a los argumentos del otro
deslegitimando su discurso, mediante la crítica, la desacreditación, etc.),
pero «cooperativamente descortés», también inscrito en la dinámica parla­
mentaria por la necesidad de «construir y poner en escena el enfrenta­
miento ideológico» y sus funciones de persuasión no sólo con respecto a
los miembros de la Cámara, sino también al público que recibirá la infor­
mación de lo ocurrido. Existe, no obstante, la necesidad -recogida en el
Reglamento de las Cortes, como obligación de respetar la «cortesía parla­
mentaria» (nota 4, pág. 124)- al mismo tiempo de compensar tales imáge­
nes mediante fórmulas de cortesía negativa (atenuadores, hedges') y positiva
(muestras de solidaridad intragrupal en tanto que responsables políticos y
de la política).
En otras situaciones, la descortesía, o mejor dicho, comportamientos
verbales y estrategias que podrían tratarse de descorteses, pueden ser refle­
jo, paradójicamente, del alto grado de cooperación y afecto entre los parti­
cipantes (Leech, 1983:144; Culpeper, 1996: 352). Es el caso de las interac­
ciones conversacionales que se establecen entre interlocutores con un alto
grado de intimidad y en situaciones de extrema informalidad, donde tanto
los insultos como los reforzadores del carácter impositivo o agresivo del

3 Parece también que los niños aprenden las fórmulas de cortesía como índices sociales,
más que como mecanismos de persuasión (Ervín-Tripp el al., 1990).
250 Silvia Iglesias Recuero

hablante se convierten en otras tantas marcas de afecto o solidaridad, y son


percibidas como muestras de la implicación conversacional e interpersonal
(Briz, 1998: 142).
En relación con esto último, también se han puesto en cuestión tanto el
concepto de estrategia como las estrategias mismas. El concepto de estrate­
gia, como se recordará, está ligado al razonamiento práctico: cómo conse­
guir los fines propuestos de la manera más eficaz posible. Ello implica que
el hablante hace una selección entre las distintas posibilidades que la lengua
ofrece. Pero, ¿la cortesía es realmente un comportamiento estratégico siem­
pre^ ¿o es más bien un conjunto de normas a las que se adecúan los hablan­
tes? ¿Hay algunas formas de cortesía prestablecidas -en el sentido de habi­
tuales o esperables- para diferentes tipos de interacción? Esto llevó a Ide
(1989) a distinguir entre cortesía formal (ligada sobre todo a honoríficos; en
nuestras sociedades el ejemplo serían los tratamientos codificados: Señoría,
Ilustrísima) y cortesía volicional (o estr atégica) y, en otro sentido, a Janney
y Arndt (1992) a distinguir entre «cortesía social «(en la que entrarían las fór­
mulas) y «tacto» (v. Escandell 1995). Pero incluso en aquella parte de la
cortesía que podemos considerar estratégica, surgen los dos problemas
siguientes.
El primero es el cálculo del Peso o la Gravedad de la ofensa: se ha pues­
to en duda la generalidad de los parámetros sociales de Poder y Distancia:
¿a qué -distintas- realidades sociológicas responden y cómo pueden influir
esas realidades sociológicas en la evaluación y utilización de los mecanis­
mos de cortesía? Así, por ejemplo, se ha señalado que bajo la etiqueta de
Distancia, Brown y Levinson hacen referencia a dos propiedades de las
relaciones interpersonales que no son, en absoluto, semejantes y pueden
tener diferentes efectos en el comportamiento verbal: la frecuencia de
trato y el afecto (Brown y Gilman, 1989; Spencer-Oatey, 1996, y Lorés,
1997-98).
El segundo son las estrategias mismas, pues su funcionamiento efecti­
vo presenta serios problemas. Por una parte, es muy frecuente lo que
Placencia (1996) denomina «embedded strategies», esto es, estrategias de
un tipo de cortesía que aparecen incluidas en estrategias de otro tipo,
fenómeno que según Brown y Levinson (1987: 230 y ss.) daría lugar a una
estrategia «mixta» y que no siempre responde a reajustes en la interac­
ción, sino que, al menos en español, parece ser un fenómeno frecuente.
Por otra parte, nos enfrentamos a la polémica, más general, sobre la for­
mulación indirecta de los actos de habla. Ya desde que Searle trazara la dis­
tinción entre actos de habla directos e indirectos, ha existido polémica
sobre su estatuto y sobre su clasificación. Brown y Levinson (1987: 132 y ss.)
trazaron una distinción entre dos tipos básicos: los indirectos convencio­
nales, que, precisamente por su naturaleza convencional, en realidad serían
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interpretados como si fueran directos, aunque su codificación haría explí­


cito el deseo de ser cortes; y los indirectos no convencionales (1987: 211
y ss.), para cuya interpretación habría que recurrir al cálculo inferencia!
a través de la aplicación de las máximas conversacionales y el recurso al con­
texto. La polémica afecta a dos cuestiones, íntimamente ligadas: en primer
lugar, determinar qué formulaciones indirectas deben considerarse con­
vencionales y hasta qué punto llega esa convencionalidad; y, en segundo
lugar, como Brown y Levinson postulan, comprobar si es cierto que cuan­
to más indirecta sea la formulación de un acto de habla más cortés resul­
ta. La primera cuestión desborda el ámbito concreto de los estudios sobre
cortesía, para entrar en el dominio de la interpretación de los enunciados4.
En lo que se refiere a los estudios realizados en el ámbito hispánico, exis­
ten desajustes en la clasificación de determinadas estrategias en los dis­
tintos autores: a este respecto, véanse Blum-Kulka y House (1989), Haverkate
(1994: 153 y ss.) y Mulder ( 1993 y 1994). La postura más extrema es la de
Escandell (1998), que, siguiendo la teoría de la relevancia, niega la validez
de la distinción directo/indirecto. la segunda cuestión ha sido abordada
en diversos estudios empíricos que han mostrado que no parece que las
estrategias off-record sean consideradas excesivamente corteses por los
hablantes de español (Blum-Kulka, 1987 y 1989; Blum-Kulka y House 1989;
García, 1993 y 1998; v. también Escandell, 1995).
Por último, se ha criticado que Brown y Levinson tratan tan solo estra­
tegias en el ámbito de los enunciados aislados, y casi tomando exclusiva­
mente como referencia un determinado tipo de acto de habla5 como son las
peticiones. Esto supone una focalización excesiva sobre ciertas estrategias,
así como una excesiva simplificación en la que se pierden de vista los deli­
cados equilibrios que supone el desarrollo de la interacción. Casi todos los
actos de habla no se limitan en la interacción a un enunciado, ni siquiera a
un turno o un intercambio, sino que constituyen verdaderas secuencias,
con varias fases, cada una de ella compuesta de varios movimientos, en los
que los participantes se van ajustando a los requerimientos de imagen recí­
procos y donde las estrategias pueden ir variando o mezclándose. Los estu­
dios realizados sobre interacciones conversacionales muestran la compleji­
dad de la negociación de las distintas identidas sociales e individuales (véanse
los estudios de García, de Bravo o de Fant y I lággkvist y Fant recogidos en
la bibliografía).

4 Véanse los trabajos, básicos para esta polémica, de Gordon y Lakoff (1971), Saddock
(1972) Morgan (1978), Clark (1979) Sperber y Wilson (1994 [1986]: 296yss.). Una última pro­
puesta, interesantísima, es la de Levinson (2000).
5 Un problema adicional es el de la comparabilidad de los actos de habla. De nuevo, las eti­
quetas comunes pueden esconder diferencias culturales en cuanto a la concepción de las accio­
nes designadas (Janney y Arndt, 1993).
252 Silvia Iglesias Recuero

2. El estudio de i a cortesía en el mundo hispánico: análisis y resultados

2.1. La cortesía en el desarrollo secuencial de la conversación

El estudio del desarrollo secuencial o lineal de las interacciones se ocupa,


fundamentalmente, del análisis del sistema de alternancia de los turnos de
palabra. Aunque se puede hablar de comportamientos corteses o descorte­
ses en relación con distintos aspectos de tal sistema (duración relativa de
los turnos, atención o desatención de las peticiones de cesión de turno,
aprovechamiento o no de la cesión), el fenómeno que más atención ha reci­
bido es el de la interrupción.
En un principio se consideró que toda interrupción suponía una viola­
ción de las reglas que regulan la alternancia de turnos en la conversación
(Brown y Levinson, 1987: 232). Ahora bien, estudios posteriores han pues­
to de manifiesto, por una parte, la complejidad del concepto mismo de inte­
rrupción -que no debe ser identificado sin más con el solapamiento- (Bennet,
1981; Murray, 1985, 1988; Kerbrat-Orecchioni, 1990: 171 y ss.; Goldberg,
1990) y, por otra parte, la diferente valoración que los participantes hacen
de los diversos tipos de interrupción. En general, los investigadores espa­
ñoles se hacen eco de estas propuestas (Gallardo Pañis, 1993; Cestero, 1994;
Briz, 1998: 58 y ss.; Bañón, 1997), y reconocen varias clases de interrupcio­
nes según sean voluntarias o involuntarias (por ejemplo, por una confusión
sobre la inminencia de un punto de transición pertinente),justificadas (por
factores externos o internos a la interacción) o injustificadas, cooperativas
o no cooperativas. Esta clasificación tiene su reflejo en el comportamiento
reactivo de los hablantes interrumpidos y en la evaluación que distintos
observadores pueden hacer sobre el comportamiento conversacional de los
participantes en la interacción: no todas las interrupciones son percibidas
como tales, sino más bien aquellas que se consideran injustificadas y no coo­
perativas, lo que convierte a la interrupción en un fenómeno cualitativo.
Bañón (1997: 107 y ss.) describe los factores que parecen influir en la valo­
ración de las interrupciones como más o menos descorteses. Asimismo,
como propone este autor, habría que realizar estudios sobre diferentes tipos
de interacciones, pues en los contextos familiares e informales parece que
se observa una mayor tolerancia hacia las interrupciones (también Briz,
1998: 63). Por otra pai te, parece que hay diferencias interculturales en la acep­
tabilidad de las interrupciones. Fant (1989: 258) señala, por ejemplo, que los
españoles son más propensos que los suecos a la interrupción y que lo con­
sideran en general un comportamiento menos agresivo. También ocurre
lo mismo en relación con los mejicanos, estos se muestran menos interrup­
tores que sus oponentes de negociación españoles (Fant, 1996).
Si nos acercamos a aspectos funcionales de la interacción, se puede
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 253

constatar la existencia ele los llamados «turnos de apoyo», que, aunque no


constituyan aportaciones al desarrollo temático de la conversación, son, sin
embargo, fundamentales para su funcionamiento, pues son indicio de que
los interlocutores están prestando atención al hablante y, por tanto, parti­
cipando activamente en ella (Cestero, 2000).En este sentido, constituyen
parte de la etiqueta conversacional (Haverkate, 1994: 63), si bien pueden ir
más allá, en la medida en que transmitan no solo atención, sino acuerdo
sobre lo dicho por el hablante que está en posesión del turno de habla
(Cestero, 2000: 33-7).

2.2. La cortesía y la organización de la interacción: los marcadores conversacionales

Las unidades incluidas bajo la etiqueta de marcadores conversaciona­


les, como es bien sabido, desempeñan funciones discursivas diversas (para
una visión global de tales unidades, véase Martín Zorraquino y Portolés,
1999; también Briz, 1993 ay b y 1998: caps. 7 y 8 o Cortés, 2000). La mayo­
ría de tales funciones afectan primordialmente a niveles distintos de la inte­
racción: podríamos así decir que los argumentativos y los ordenadores ejer­
cen su labor -diferente en cada caso- en el nivel del desarrollo de los
contenidos, mientras que los fáticos se han especializado en el señalamien
to de las funciones de los participantes, etc. Ahora bien, la misma pluralidad
de niveles que entra en juego en el discurso, repercute en la plurifuncio-
nalidad de los marcadores. Si pensamos en la negociación de las imágenes
o identidades de los participantes en la interacción, podríamos afirmar que
ningún marcador es neutro con respecto a ella, y, que, por tanto, todos ellos
están implicados, en mayor o menor medida, en las estrategias de cortesía
(de hecho, casi todos ellos podrían incluirse en alguna de las estrategias de
Brown y Levinson 1987). Desde argumentativos prototípicos como pero, que,
en cuanto tal, interviene en la negociación del acuerdo o desacuerdo entre
los interlocutores hasta ordenadores como en primer lugar, en segundo lugar,
etc., que, en la medida en que son instrucciones para la comprensión del dis­
curso, podrían entrar a formar parte de lo que de etiqueta conversacional
posee la máxima de manera de Grice. Pese a ello, y respetando la submáxi­
ma de la brevedad, nos limitaremos a reseñar aquellos marcadores que más
directamente están vinculados con la cortesía.
En primer lugar, se pueden citar los mal eadores de modalidad epistémica
y modalidad deóntica (Martín Zorraquino y Portolés, 1999) utilizados como
expresiones de acuerdo con la intervención anterior. En el primer grupo se
incluyen marcadores como claro, desde luego, por suspuesto, en efecto, efectivamente
y naturalmente, en el segundo, bueno, bien y vale. La búsqueda del acuerdo es
una de las estrategias incluidas por Brown y Levinson (1987: 113 y ss.) en la
254 Silvia Iglesias Recuero

cortesía positiva. Recuérdese que constituye la respuesta preferida para un


gran conjunto de movimientos iniciativos. Todos los autores que la han estu­
diado resaltan este aspecto. Muniz da Cunha (2000) habla de refuerzos fáti-
cos de los lazos con el interlocutor.
Las diferencias entre bieny bueno han sido señaladas por todos los auto­
res que los han tratado. Martín Zorraquino (1994 y 1999) ha puesto en guar­
dia sobre la importancia de la prosodia en la interpretación del valor inte­
ractivo de los marcadores. Aunque es más habitual que bueno se mueva
habitualmente en el terreno de la conformidad y del consentimiento (Fuentes
Rodríguez, 1993a: 209; Martín Zorraquino, 1994: 411; Bauhr, 1994: 115),
es posible utilizarlo para expresar la aceptación entusiasta. Lo mismo puede
ocurrir con bien. Es también general el acuerdo en que, por lo general, la acep­
tación con bueno es menos entusiasta que la aceptación con claro. Bauhr
(1994: 93) llega a decir que en ese sentido claro es más cortés (véase también,
Llórente Arcocha, 1996: 234). Las razones de esta diferencia hay que buscarlas
en la predicación léxica originaria que realizaba esta unidad (Martín
Zorraquino, 1999: 71). El efecto es que transmite la suposición de que la
aceptación era esperable, porque se basa en presupuestos compartidos por
hablante e interlocutor (como ocurre también con por supuesto, naturalmente,
etc.) (Fuentes, 1993b: 121 y 1993c: 131, 145 y 153).
Bueno también se utiliza como estrategia de cortesía positiva cuando pre­
cede a intervenciones reactivas que suponen cierto desacuerdo con la inter­
vención anterior (Bauhr, 1994: 97; Fuentes, 1995:154; Llórente Arcocha,
1994: 101, Serrano 1999; Martín Zorraquino y Portóles, 1999: 4166). L.a
estrategia consistiría en lo que Brown y Levinson (1987:114) llaman «expre­
sión de pseudo-acuerdo».
Sin ese valor de conformidad previa, pero también como aviso -y suavi­
zador- de una respuesta no acorde a las expectativas del interlocutor se uti­
liza también pues (unido frecuentemente a otros fenómenos paraverbales que
acompañan a las reacciones no preferidas, como la pausa o el alargamien­
to vocálico) (Portolés, 1989:131; Serrano, 1995:12, Llórente Arcocha, 1996:
222; Martín Zorraquino y Portolés, 1999: 4084). También la verdad se utili­
za para introducir una respuesta no esperada o que no se identifica con la
supuesta por su interlocutor (Serrano, 1995: 8).
El otro grupo de marcadores discursivos de función eminentemente
interactiva son los llamados «enfocadores de laalteridad» (Martín Zorraquino
y Portolés, 1999: 4172)6, porque constituyen estrategias de cooperación con
el interlocutor, de búsqueda de su implicación o complicidad con el hablan­
te. En este grupo se incluyen interjecciones que tienen su origen en formas
gramaticales con referencia al interlocutor: vocativos originarios como hom­

6 Cortés (2000: 544) habla de marcadores orientados al interlocutor.


Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 255

bre, antiguos imperativos como mira, oye, fíjate, imagínate, estructuras inte­
rrogativas con verbos en segunda persona: ¿sabes?, ¿ves?, ¿entiendes?
Mira/e, oye/oiga buscan la implicación del interlocutor en la interacción
(Fuentes 1990a: 176 y ss.). Martín Zorraquino y Portóles (1999: 4181 y ss.)
señalan que la diferencia entre ellos reside en la distinta dirección que supo­
ne la acción originariamente solicitada: en el caso del primero se intenta
aproximar al interlocutor, hacerse comprender por él; con el segundo es el
hablante el que expresa su intención de acercarse al oyente. Por eso, este últi­
mo, en posición final del enunciado, se suele emplear como estr ategia de bús­
queda de la complicidad. No obstante, de nuevo es fundamental, tanto la pro­
sodia como el contexto discursivo (Briz 1998: 226-7), porque pueden
tranformar a ambos marcadores en expresiones de agresividad hacia el alo-
cutario.
Con ambos contrasta (vamos) a ver. Montolío y Unamuno (2000) estudian
las funciones de ¡A ver! (y de su correlato catalán a veure) en las reacciones
a aserciones en la interacción conversacional y en ellas sirve, como había
señalado Beinhauer (1991: 204), para expresar un acuerdo completo, como
ocurría con claro. Pero en el discurso escolar-y en otros tipos de interacción
en que haya un participante privilegiado o dominante- se emplea para cam­
biar la orientación discursiva, bien en lo que se refiere al tema o a la secuen­
cia de turnos. En el discurso escolar, los maestros lo emplean en la tercera
intervención de la secuencia elicitadora de respuesta, y en esa posición con­
lleva una evaluación implícitamente negativa. Llórente Arcocha (1996: 129)
en su análisis de las intervenciones telefónicas en la radio, lo encuentra vin­
culado siempre a la reparación de fallos de interpretación, y a intervencio­
nes que funcionan como quejas, protestas o disconformidades que afectan
al interlocutor. En este sentido, sería menos empática como iniciadora que
mire.
Fíjate, imagínate (Fuentes, 1990a: 173-74) son una apelación al interlo­
cutor en busca de su implicación con lo dicho por el hablante, y, conse­
cuentemente, con él. También pudiera contribuir a ello el hecho de que en
el señalamiento de una información que el hablante considera especial­
mente sobresaliente, transmitieran la presuposición de que esa valoración
es compartida, lo que supone el deseo de contar con la complicidad del
in terlocutor.
Otro grupo de marcadores estaría formado por lo que Ortega Olivares
(1986) llamó «apéndicesjustificativos»: ¿sabes?, ¿ves?, ¿entiendes?, ¿comprendes?
(aunque sus funciones no se limitan a la aparición en posición final). Según
Boretti (1999), que trata específicamente su condición de estrategias de
cortesía lingüística, son instrumentos de la negociación de los significados
e intenciones con el interlocutor. A la búsqueda de la ratificación de la
información proporcionada (Fuentes, 1990 191; Christi, 1996: 133,
256 Silvia Iglesias Recuero

Chodorowska, 1997), se une su naturaleza mitigadora de actos de habla pro­


blemáticos o potencialmente conflictivos (directivos, críticas, quejas, etc.)
(Boretti, 1999). Servirían para señalar un supuesto «terreno común» entre
el hablante y el oyente, con lo que ayudaría a crear una relación interpersonal
de carácter cooperativo.

2.2. Las estrategias de cortesía: la referencia a los participantes

2.2.1. La referenda al destinatario: las formas de tratamiento

Se estudian bajo la denominación de formas de tratamiento las expre­


siones referenciales que emplea un hablante para referirse a su(s) destina-
tario(s). En general, las más habituales en las lenguas del mundo son tres:
los pronombres, los morfemas verbales, los sintagmas nominales. Pertenecen
al ámbito de la deíxis social (Levinson 1989: 80), por cuanto constituyen la
codificación lingüística de las identidades sociales de los participantes y de
la relación social que media entre ellos. La selección de una u otra forma de
tratamiento depende de la evaluación que hace el hablante de la naturale­
za de la relación que existe entre él y su destinatario en un determinada
situación comunicativa.
Las formas de tratamiento son un buen ejemplo de la expresión de la cor­
tesía (Braun (1988: 46). Ycllo, en un triple sentido. En primer lugar, desde
la perspectiva del sistema lingüístico, las lenguas que tienen distintas for­
mas de tratamiento normalmente diferencian entre formas que indican res­
peto -y que se suelen calificar de «corteses»- y formas que indican familia­
ridad. La selección de unas o de otras es señal de cómo concibe el hablante
la identidad social de su destinatario con respecto a la suya propia". En
segundo lugar, los hablantes reconocen la existencia de normas sociales
que sancionan el uso de distintas formas de tratamiento dependiendo de una
serie de parámetros contextúales, entre los cuales no solo cuenta la identi­
dad de los participantes. La cortesía entendida como comportamiento ade­
cuado a la situación (esto es, lo que señalamos en el primer apartado con el
nombre de politic behaviour o de cortesía social ) incluye la selección del tra­
tamiento adecuado o esperable. En tercer lugar, decantarse por un trata­
miento puede ser una estrategia interactional para compensar acciones ver­
bales potencialmente agresivas: la mitigación de la agresión puede producirse
tanto si el hablante manifiesta su afecto por el destinatario empleando for­
mas que indiquen familiaridad o solidaridad (estrategia propia de la corte­
sía positiva, Brown y Levinson 1987:107 y 127), como si adopta una actitud

7 Aunque, como indica Braun (1988: 42) y han señalado los estudios para el dominio his­
pánico (véase infra), no siempre el trato marcado como respetuoso o cortés lo es en la interacción.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 257

deferente, no impositiva, utilizando formas que señalen su respeto hacia él;


también es posible atenuar la intrusión del hablante en el territorio elimi­
nando la referencia directa tanto al destinatario como a sí mismo (estrate­
gias ambas pertenecientes a la cortesía negativa, Brown y Levinson, 1987:178
y 190 y ss.).
Las formas gramaticalizadas de tratamiento, esto es, el sistema pronomi­
nal y verbal, es uno de los temas más estudiados en español, tanto desde el
punto de vista diacrónico como sincrónico, aunque ello no quiere decir que
sea un tema en absoluto agotado. Las razones de este interés son dobles: por
una parte, impulsa a ello la coexistencia en el español actual de varios siste­
mas de tratamiento pronominal y verbal dependientes, básicamente, de su
repartición geográfica (aunque también estén sometidos a variación socio-
lingüística) ; en segundo lugar, es un terna clásico de interrelación entre sis­
tema lingüístico y relaciones sociales (o entre gramática y pragmática).
También han recibido atención, aunque en este caso más selectiva, las formas
nominales de tratamiento, sobre todo los sintagmas cuyo núcleo es un nom­
bre abstracto, y en especial la forma vuestra(s) merced(es), principalmente por
la relación diacrónica que guarda con las formas de tratamiento pronominal.
Los estudios más clásicos sobre la creación y evolución de los sistemas his­
pánicos de tratamiento a partir del latín (Cuervo, 1939; Fernández Ramírez,
1951 (1986); Lapesa 1970 [2000], ) han sido reinterpretados (véase, p.ej.
Fontanella de Weinberg el al. 1968; Fontanella de Weinberg, 1994, 1999) a
la luz del artículo de Brown y Gilman (1960), considerado fundamental
para la explicación de los sistemas de tratamiento, aunque sus pretensiones
de universalidad y cierta generalidad en la concepción de los criterios que
determinan el uso de las formas hayan recibido algunas críticas (Braun,
1988). Brown y Gilman (1960: 255 y ss.) explican la evolución del trata­
miento pronominal de algunas lenguas occidentales (francés, italiano, ale­
mán) caracterizado por la existencia de dos formas, una más informal y otra
formal (representadas respectivamente porT y V), de acuerdo con dos tipos
de relaciones: las relaciones de Poder y las relaciones de Solidaridad. Las rela­
ciones de Poder, que definen como el control que uno ejerce sobre otro y
que pueden tener distintos orígenes (edad, sexo, riqueza o papel institu­
cional, entre otros), son de naturaleza asimétrica: el hablante que ocupa la
posición de poder se dirige con T al subordinado, que le responde con V
(1960: 255-56). Esto se debe a que el trato con V8 tuvo su origen en la desig­

8 La utilización de la forma plural V (vous, voi, vos), que tales lenguas comparten con otras
muy diferentes (Brown y Levinson), puede ser explicada de varias maneras (Brown y Gilman,
1969: 255): como plural real para incluir a los emperadores de Oriente y Occidente en el trato
o para indicar que el emperador asumía la representación de su pueblo (en ambos casos podría
haber sido la forma paralela a la autodesignación con nos), o bien como simple metáfora del poder
(‘te consideramos más grande que uno’) (véase también Brown y Levinson 1987: 198-9).
258 Silvia Iglesias Recuero

nación deíctica al Emperador y se extendió posteriormente a alocutarios


que ocupaban la cúspide de la sociedad religiosa o civil, por lo que se con­
virtió en signo de poder. En el caso de que no existan relaciones de Poder,
el trato se convierte en simétrico, con V recíproco en la clase alta (al haber­
se convertido en índice de alto estatus por su introducción inicial entre los
elementos más poderosos) y T en la clase baja. El segundo tipo de relacio­
nes recibe el nombre de Solidaridad y tiene que ver con la apreciación de
similitudes o diferencias, esto es, con la posibilidad de considerarse miem­
bros de algún grupo (y también con la frecuencia del contacto). Es un tipo
de relación simétrica y las formas de tratamiento son recíprocas: T como
señal de solidaridad y V de no solidaridad. Este sería el sistema en una socie­
dad idealmente jerárquica y estable; y es el que parece predominar en la
Edad Media. Posteriormente, la imitación de las clases altas y la movilidad
social producen un progresivo descenso del V de respeto a las clases inferiores
(lo que puede llevar a la creación de otras formas que lo sustituyan), así
como una extensión del tratamiento solidario con T. Este es el camino que
han seguido históricamente las sociedades occidentales, y, dentro de ellas,
las pertenecientes al mundo hispánico.
En él los investigadores reconocen la existencia actual de cuatro subsis­
temas pronominales generales, que se diferencian entre sí por las siguien­
tes características: el empleo de tú o de vos o de ambos paradigmas prono­
minales como formas de familiaridad o informalidad en el eje de las relaciones
simétricas o de solidaridad y de posición inferior en el eje de las relaciones
asimétricas o de poder9, en contraposición a usted, que sería la forma de
deferencia con los superiores y de distancia y formalidad en las relaciones
horizon tales; y la conservación de vosotros para el plural de la forma tú fren­
te a la generalización del pronombre ustedes para toda la referencia a la
segunda persona del plural10 (véanse las visiones de conjunto de Fontanella
de Weinberg, 1999 y Carricaburo 1997).
Estos cuatro subsistemas, claro está, están sometidos a variación, tanto
geográfica (y no sólo por países, sino por regiones o áreas), como sociolin-
güística: inciden decisivamente en el uso variables como la edad, el sexo, la
clase social y el nivel educativo y la distinción urbano-rural. A ello hay que
sumar factores pragmáticos que van desde la distinta valoración del grado
de formalidad o informalidad de las situaciones de habla y, en consecuencia,
la distinta codificación de los papeles institucionales de los participantes; y fac­
tores socio-históricos como las relaciones históricas con la metrópolis, la suce-

9 Sobre las formas de tratamiento empleadas en las relaciones verticales, véase infra.
10 A ello habría que sumar dos variaciones más: la primera relacionada con los pronombres
objeto y las formas verbales que se utilizan con ustedes en algunas zonas (Andalucía occidental,
Mondéjar, etc.); la segunda la constituyen los distintos paradigmas verbales empleados para la
concordancia con la forma vos.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 259

siva valoración de los distintos focos de irradiación de las normas de presti­


gio y la evolución económica y social de las distintas sociedades y de sus dis­
tintas clases o grupos sociales. Iodo ello puede dar lugar a variaciones que caen
bajo lo que Brown y Gilman denominan «estilos de grupo» (1960: 269 y ss.).
La historia de la evolución de los tratamientos pronominales sigue pre­
sentando todavía lagunas y zonas de sombra. A pesar de los magníficos estu­
dios de conjunto de Lapesa (2000a y b) y de Fontanella de Weinberg (1977,
1993a y b, 1994), el paso del sistema dual medieval (tú/vos) al ternario y los
cambios posteriores sufridos en el español de España y América es un campo
de investigación aún abierto.
Las dificultades para el estudio son de varios tipos: a) cronológicas y
geográficas: estamos ante usos que se extienden a lo largo de tres siglos en
una extensión geográfica amplísima; a este respecto, sería absolutamente
fundamental la realización de investigaciones sobre el periodo que se extien­
de desde finales del siglo xvn y la primera mitad del xix, época en la que pare­
cen forjarse los cimientos básicos de los sistemas actuales (aunque para el
triunfo definitivo de algunas de sus formas haya que esperar hasta las primeras
décadas del XX); desde el punto de vista geográfico, hay amplias zonas de
América y España todavía no estudiadas para ese periodo; b) sociolingüísticas:
el tipo de documentación necesariamente empleado para la investigación
hace especialmente complicado determinar en muchos casos la «identidad
geográfica y social» del locutor (especialmente relevante en el caso del mate­
rial epistolar de los emigrantes a América); sería también conveniente deter­
minar el nivel de formalidad del registro empleado"; c) pragmáticas: es
necesario continuar con estudios, no solo documentales, sino interpretati­
vos que, contando con lo apuntado anteriormente, pongan en relación los
usos de tratamientos con otros indicios de contextualización discern ¡bles
en el texto y que determinen codificaciones propias de los tipos o géneros
discursivos12, así como la evaluación social de los distintos tipos de relacio­
nes interpersonales que están envueltas.

11 En este sentido, se pueden aducir como ejemplos la ausencia de la forma íw en docu­


mentos notariales medievales (Líbano Zumalacárregui 1991: 112) o la documentación en car­
tas de la conservación de vos como forma de sumo respeto aún en el siglo XVlli: es un resto de
su uso antiguo (Fontanella de Weinberg, 1999: 1412; también Seta de Conuino, 1993: 312).
12 Con respecto a los géneros discursivos, los investigadores siempre han sido conscientes
de estas restricciones para la investigación, especialmente si la fuente documental son obras lite­
rarias (especialmente en los géneros teatrales: Engelbert. 1973; Ly, 1981; Romera Castillo,
198;, Herrero, 1999; o en fragmentos dialogados otros géneros: Rogers, 1924; Enguita Utrilla,
198(5; I .loyd, 1997; de ellas también procede parte de la documentación de Lapesa 1970 (2000a)
y de Ebcrenz 2000); lo más importante es señalar que no siempre coinciden los tratamientos
empleados en ellas entre sí y con respecto a los géneros no literarios como las cartas (Fontanella,
1994, Castillo Mathieu, 1982), las actas de procesos (Ebcrenz, 2000), y las gramáticas de la
época (Salvador Plans, 199(5)
260 Silvia Iglesias Recuero

Con respecto a las características pragmáticas de la evolución actual de


los sistemas pronominales y verbales de tratamiento en el mundo hispánico,
y a pesar de la ausencia casi absoluta de estudios sobre el siglo XIX, las inves­
tigaciones hechas mediante encuestas a ambos lados del Atlántico han seña­
lado dos tendencias predominantes 13: en primer lugar, todos los investiga­
dores (Marín 1972; .Alba de Diego y Sánchez Lobato, 1980; Borrego Nieto
et al., 1984, Moreno Fernández, 1986a; Molina, 1993, Blas Arroyo, 1994 y 1994-
95) han señalado el aumento del uso de tú/vos a expensas del de usted.
7 u/w5 avanza, sobre todo en los grupos más jóvenes (hasta los 35 años), en
aquellas situaciones comunicativas en que la existencia de relaciones de
afecto o afinidad (en el sentido de pertenencia a un grupo) se sobrepone a
ciertas relaciones de jerarquía (familia, ámbito educativo) o a la ausencia de
intimidad (compañeros de trabajo, vecinos, etc.), sobre todo si el destinatario
aludido pertenece a ese mismo segmento de edad. No obstante, usted sigue
siendo ligeramente mayoritario en las interacciones con desconocidos fun­
damentalmente de carácter instrumental. En segundo lugar, como han seña­
lado Marín (1972) y Blas Arroyo (1994), en el caso de las relaciones jerár­
quicas se está produciendo una marcada preferencia por el trato simétrico,
esto es, por la utilización en ambas direcciones del usted (lo que no ha de
entenderse, según el último investigador citado, como índice de la desapa­
rición de la jerarquía, como parecen dar a entender Brown y Gilman)14.
Sigue, no obstante, habiendo diferencias importantes sobre todo por lo
que se refiere a los grupos de edad: las personas mayores, en general, siguen
utilizando el usted en mucha mayor medida en todos aquellos casos en que
predomina la ausencia de familiaridad; por otra parte, todavía hay restos
de trato asimétrico en las relaciones jerárquicas.
La pregunta que surge en relación con la cortesía es la siguiente: ¿es el
español actual menos cortés que el de épocas anteriores? Si partimos de
una visión sistemática de la cortesía (Braun, 1988: 44), esto es, si valoramos
la «cortesía» de una forma en relación con el lugar que ocupa dentro del sis­
tema de tratamientos, como usted se considera signo de respeto, funda­
mentalmente por ser el tratamiento tradicional dado a las clases superiores
y por ser el propio de las situaciones de formalidad, frente al tuteo/voseo,
tradicionalmente dirigido a las clases inferiores y sólo utilizado en contex­
tos de intimidad suma, la respuesta sería sí, y, de hecho, ha habido inter-

13 Evidentemente tales tendencias no se están produciendo al mismo ritmo en todos los paí­
ses, ni siquiera en todos los grupos en cada país. Son factores fundamentales en la velocidad de
la evolución las diferencias urbano/rural, in dustrial/agrícola, edad, etc. En general, las socie­
dades más uadicionales son más lentas, mientras que sociedades innovadoras son más rápi­
das.
11 Y como muestra el hecho de que la simetría del trato pronominal no siempre va acom­
pañada de una simetría en el tratamiento nominal que le acompaña (Fontanella, 1999: 1118).
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 261

pretaciones en este sentido: el avance de tu/vos en detrimento del usted ha


sido visto como un avance de formas de trato más informales y menos res­
petuosas (p.ej. Alonso, 1962).
Ahora bien, si partimos de una concepción de la cortesía como conjun­
to de estrategias que emplean los hablantes para mantener el equilibrio per­
sonal en la interacción, la respuesta se hace mucho más matizada, y, segu­
ramente, más iluminadora tanto de los usos reales como de las distintas
interpretaciones que los hablantes dan a tales usos. Blas Arroyo (1994-95: 40-
1) (siguiendo a Brown y Levinson) señala que se podría estar produciendo
un paso, lento y progresivo y cuyo final desconocemos, del predominio de
estrategias de cortesía negativa («sé deferente«), ligadas a la mayor apre­
ciación de las muestras de respeto y distancia, como lo sería el uso de usted,
a un aumento de la valoración de estrategias de cortesía positiva, con las
que los hablantes dan preferencia a la manifestación de sentimientos de
igualdad, de creación de redes de solidaridad con sus interlocutores, de lo
que sería signo el tuteo o el voseo. Ello podría explicar el hecho de que en
aquellas situaciones en que el tuteo/vosco se considera la forma de trata­
miento esperable, por más adecuada, el usted no se perciba como muestra
de cortesía, sino de «desabrida reserva o molesto deseo de conservar las dis­
tancias» (Marín, 1972: 906).
En relación con esto último, está documentada en todas las épocas
(Fernández Ramírez, 1986: 73-4, Lapesa 2000a: 320, Lloyd 1997, Herrero
1999: 224-6) cómo el cambio brusco en la forma de tratamiento habitual
de familiaridad o confianza entre dos participantes (el paso de tú a vos en el
español antiguo o de tú a usted en épocas más recientes) está vinculado al
enojo y a la reconvención, es decir, al cambio del tono de la interacción, y,
en este sentido, se convierte en un intensificador de la fuerza ilocutiva de actos
de habla como la crítica, la reprobación o el reproche. Podría citarse tam­
bién la situación inversa: el uso de tú, habitualmente unido a insultos y
reproches acerbos, cuando lo esperable es usted, como ocurre en las dispu­
tas entre desconocidos (Perret, 1968: 11).
Por otra parte, la preferencia del trato simétrico de usted en las situa­
ciones jerárquicas podría revelar la preferencia por una reinterpretación
de la distancia socio-económica en términos de distancia personal (esto es,
las relaciones de subordinación se evaluarían como instancias de perte­
nencia a grupos distintos, [Blas Arroyo, 1994] con lo que se sustituirían con­
ceptos como «superior» e «inferior», quizá poco acordes con los valores que
definen hoy lo políticamente correcto), pero al mismo tiempo, en lo que tiene
de comportamiento deferente o respetuoso, reflejarían una mayor consi­
deración con respecto al interlocutor.
Antes decíamos que el estudio del tratamiento pronominal todavía pre­
sentaba lagunas sincrónicas y diacrónicas, debidas básicamente a la enor­
262 Silvia Iglesias Recuero

me extensión temporal y geográfica que es necesario estudiar para llegar a


tener un conocimiento exhaustivo de este fenómeno. Pero además de su
codificación como cortesía social, es fundamental tener en cuenta una
dimensión que hace aún más complejo su estudio: su funcionamiento estra­
tégico en las interacciones (Blas Arroyo, 1994).
Junto con el tratamiento pronominal, el español, al igual que otras lenguas,
posee la posibilidad de utilizar sintagmas nominales para la referencia al des­
tinatario. Los tipos de nombres que pueden utilizarse para esta función son los
siguientes (seguimos aquí la clasificación de Braun 198815): nombres propios
(tanto nombres de pila como apellidos), hipocorísticos y apodos (José, Pepe, etc.)
términos de parentesco {madre, padre, hijo, tío, etc.), formas específicas como
señor, señora, caballero, don y doña, títulos {doctor, licenciado, marqués, etc.), nom­
bres abstractos {excelencia, señoría, alteza, merced, etc.), nombres de profesión
{camarero, profesor, etc.), nombres que indican relaciones personales {colega,
amigo, etc.), términos que indican afecto {délo, cariño, etc.)I6. Es bien sabida la
existencia de dos posibilidades gramaticales para el uso de las formas nominales
de tratamiento: integradas sintácticamente en la predicación oracional o inde­
pendientes de ella como vocativos: ¿ Qué desea la señora ?/ ¿ Qué desea, señora ?; ¿ Qué
desea Don Roberto hoy? /¿Qué desea, Don Roberto?^ el primer caso nos encon­
tramos ante un uso traslaticio de la referencia: el interlocutor es designado
mediante una tercera persona, lo que otorga a la construcción propiedades
pragmáticas distintas a las que posee en el caso de su empleo como vocativo.
En el caso de los vocativos, se han estudiado dos aspectos vinculados a la
expresión de la cortesía17: los valores que se asignan a los nombres emplea­
dos como tales en las escalas de poder y solidaridad y su función estratégi­
ca en la formulación de determinados actos de habla.
Al igual que ocurre con los sistemas nominales de tratamiento, los voca­
tivos codifican las relaciones sociales y personales existentes entre los parti­
cipantes, por lo que la selección de un vocativo está determinada, entre
otros factores, por la evaluación que hace el hablante de ellas (Perret, 1970);
en consecuencia, son indicadores, al igual que los pronombres, de respeto,
deferencia, familiaridad o afecto y, por tanto, pueden utilizarse como meca­
nismos de cortesía negativa o positiva. En líneas generales, en el primer
grupo se pueden incluir Sr.Sra + apellido, D./D~ + nombre de pila, honoríficos
(en general, codificados para destinatarios específicos) en tanto todos ellos
son señales de respeto ante un interlocutor al que se atribuye una posición
superior; en el segundo, el tratamiento por el nombre de pila, hipocorísticos,

15 Véanse otras clasificaciones en Beinhauer (1991: 60 y ss.), Rigatuso (1994: 21 )y


Carricaburo (1997: 50).
16 Para ios sustantivos de sentido axiológico, véase infra.
17 Para sus propiedades sintácticas, véanse I laverkate (1978), Bañón (1993) y Alonso Cortés
(1999a y 1999b: 146-54).
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 263

apodos y términos que indican relación interpersonal (amigo, colega) o afec­


to (cariño, corazón), por cuanto suponen intimidad, cercanía interpersonal
o familiaridad (Alonso Cortes, 1999b: 4039-40).
Por ello no es de extrañar que mantengan estrechas relaciones con los
tratamientos nominales18 y que, como ellos, estén también sujetos a evolu­
ción. Estas circunstancias hacen que hayan sido tratados al hilo de aquellos,
tanto en lo que respecta a cuestiones diacrónicas (Lapesa, 1970 [2000a];
Phipps Houck, 1937; Herrero, 1999; Eberenz, 2000; Romera Castillo, 1981;
Ly, 1981, etc.) como en la sincronía. En este último caso, la metodología
de las investigaciones ha sido diversa: las encuestas han sido el método más
utilizado y se ha aplicado preferentemente a los jóvenes (Alba de Diego y
Sánchez Lobato, 1980, Borrego Nieto et. al.,1978; Bañón, 1993), aunque se
han empezado a hacer trabajos a partir del análisis de su funcionamiento en
las interacciones (Rigatuso, 1986, Placencia, 1996).
Sin embargo, faltan más estudios en profundidad, tanto diacrónicos como
sincrónicos, sobre los tratamientos nominales, y su necesidad es tanto mayor
cuanto que los vocativos de tratamiento presentan un grado de complejidad
más alto que los sistemas nominales. En efecto, a esa complejidad contribu­
ye el hecho de que el inventario de formas posibles sea más abultado y de
que algunas de ellas se puedan combinar entre sí (ya de por sí un indicio de
diferencias sutiles), lo que permite que se entremezclen distintos paráme­
tros que coadyuvan a dotar a cada forma de valores específicos; también inter­
vienen decisivamente en la evaluación del tipo y grado de cortesía en el uso
de un vocativo parámetros sociolingüísticos (edad de los interlocutores, sexo,
clase social, nivel educativo) y pragmáticos (tipo de actividad, papeles inter­
activos c institucionales de los participantes, finalidad y tono de la interac­
ción comunicativa). Todo ello conduce a que no puedan separarse nítida­
mente ambas dimensiones de la cortesía en el uso de determinados vocativos
de tratamiento: por ejemplo, aunque ambos sean tratamientos respetuosos y
deferentes (y, por tanto, mecanismos ligados a la cortesía negativa), parece más
formal o distante Sr. oDr. Martínez, que D. Luis (que indicaría cierta relación
de familiaridad o afecto) y ambos, a su vez contrastan con Sr. Luis (que, por
su mayor uso entre las clases populares [Marín 1972] no sería considerado res­
petuoso en determinados contextos, aunque sí lo haya sido entre aquellas);
o, por poner otro ejemplo, en lo que respecta a los títulos, el nivel y tipo de
cortesía y, por tanto, su uso adecuado, parece depender de sus combinacio­
nes con otros nombres de tratamiento (Señor conde parece de respeto, pero conde
solo parece posible entre iguales o de superior a inferior y en situaciones de
cierta informalidad), faltan igualmente estudios sobre los nombres de pro­

18 Es casi innecesario a este res pccro recordar que el pronombre usted procede de la gra-
inalicalización del tratamiento nominal vuestra merced.
264 Silvia Iglesias Recuero

fesión: cuáles se emplean como vocativos de tratamiento y con qué valores en


qué contextos (compárese a este respecto camarero con laxista}.
Incide en la urgencia de realizar investigaciones más amplias el hecho de
que los tratamientos nominales sean los procedimientos más explícitos para dife­
renciar la naturaleza de la relación interpersonal cuando el tratamiento pro­
nominal es recíproco19. Así ocurre al menos en los tipos de interacción anali­
zados hasta ahora sobre este tema. En la comedia humanística, donde el tuteo
generalizado está codificado como rasgo de genero20, los distintos tratamien­
tos nominales reflejan las diferencias tanto en la posición social como en la rela­
ción personal (Herrero, 1999); en el periodo 1830-1930 en la evolución de
las relaciones amorosas desde la presentación de los interesados hasta su matri­
monio, el paso de unas etapas a otras tiene su correlato no tanto en el cambio
del tratamiento pronominal, sino en el nominal (Rigatuso, 1993).
Si los tratamientos nominales codifican, por tanto, las relaciones sociales
y personales, pueden utilizarse como estrategia de reforzamiento o mitigación
de determinados actos de habla (Haverkate, 1984; Bañón, 1993)21. La mues­
tra de deferencia y respeto o la apelación al afecto y a la proximidad, siem­
pre, ciat o está, unidas a la modulación prosódica adecuada, pueden servir para
compensar la potencial agresión de ciertos actos de habla, como la petición,
y, en este sentido, como «amortiguadores o endulzadores», convertirse en
recursos de la persuasión. Y, en una dirección inversa, la expresión de distancia
social o afectiva puede reforzar el desprecio del hablante por la imagen de su
destinatario y contribuir, junto con olios factores, a aumentar cl peso de la
agresión verbal. En los límites de ambas escalas, y en los límites también de
la función vocaliva, nos encontramos con lo que Fernández Ramírez (1986:
497) denominó «dicterios» y «requiebros», que oscilan en el vértice existen­
te entre la función apelativa y el carácter de actos de habla independientes.
Es bien conocido que algunos «dicterios» o «insultos» se emplean en
condiciones de extrema familiaridad, desgraciada bestia, animal, etc. (o casos
más extremos, como cabrón(cete/azo), hijoputa, capullo}, por lo que, siendo
en origen predicaciones insultantes, pueden convertirse en la lengua muy
coloquial en muestras de solidaridad y familiaridad grupal (Briz, 1998: 134;
han sido más estudiadas como formas de tratamiento entre jóvenes).

19 Piénsese en la frecuencia con qne, por ejemplo, en la relación jefe-subordinado el pri­


mero puede dirigirse al segundo con el apellido desnudo (Martínez) o con el nombre de pila
(Antonio), mientras que este ha de llamar a aquel con el sintagma don + nombre o Sr. + apelli­
do, a pesar de que los dos se traten de usted.
20 Aunque véase el mismo Herrero (1999) para las «desviaciones» de tal norma.
21 Recuérdese que pueden consi luir también actos de habla independientes, bien en el lla­
mado vocativo de apelación pura (o «summon» Schegloíl 1986: 366, attention-getting device,
Haverkate 1984: 68), bien en la formulación de actos de habla indirectos (función sustitutiva
la denomina Haverkate 1984: 68), y que, en tanto que actos de habla, están sujetos a la evaluación
sobre su repercusión en las «imágenes» del destinatario.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 265

En lo que respecta a las formas nominales de tratamiento integradas en


el ámbito de la predicación oracional, como señalamos, suponen la con­
versión del alocutor en una tercera persona, y, por tanto una estrategia de
evitación de la referencia directa, al igual que ocurre con otros procedi­
mientos, como la pluralización de la referencia o las construcciones imper­
sonales (Haverkate, 1984 los engloba todos bajo la denominación de estra­
tegias desfocalizadoras; véanse también Fernández Ramírez, 1986: 34; Lapesa,
2000a:332; Carricaburo, 1997: 67 y ss). Brown y Levinson las incluyen en
distintas estrategias de cortesía, pero su evaluación como tales presenta algu­
nas complejidades, como veremos a continuación.
La mención al destinatario en 3a persona es una de los mecanismos habi­
tuales de tratamiento cortés. No hay sino recordar que el pronombre de cor­
tesía usted supone la gramatical ización de tal mecanismo. Es también evi­
dente, y ha sido señalado por todos los estudiosos, el carácter deferencia!
del uso de las formas nominales específicas (el señor/ la señara), de cualidad
abstracta (su señoría, su excelencia, etc.) o los títulos y la cercanía afectiva de los
términos cariñosos (mi cielo, mi tesoro). Más complicada es la evaluación, por
más dependiente de la situación concreta de enunciación y del tono del dis­
curso, de la referencia mediante los nombres propios y nombres de profesión
o relación, o la ausencia de una referencia explícita nominal o pronominal
(Lapesa, 2000a: 333-6, para el trato de él, ella). Igualmente compleja es la
conversión del alocutario en un «delocutario» en su presencia, es decir, en
alguien de quien se habla a un otro real o ficticio (Kerbrat-Orecchioni, 1990:
95, Fernández Ramírez, 1986: 34 ): ¡Miren qué lista la chica!, estrategia muy fre­
cuente en la interacción conversacional y vinculada al humor, la ironía, etc.
En todos estos casos, se echan a faltar análisis sobre las distintas funciones que
tales construcciones tienen en el nivel interactional.
Otro de los procedimientos más extendidos de tratamiento es la plura­
lización de la referencia. De hecho, la forma de cortesía medieval vos tiene
su origen en él. Menos atención, en cambio, ha recibido la posibilidad de pre­
dicar en plural (vosotros o ustedes no inclusivo) de un destinatario singular,
es decir, considerarlo integrado en una clase. Fernández Ramírez (1986:
33) señala que suele emplearse «con intenciones descalificantes».
El uso del plural sociativo (también llamado plural «compasivo») se carac­
teriza porque en realidad la predicación solo puede hacerse del destinatario:
¿Nos hemos ya tomado las medicinas?, ¿Qué tal estamos hoy? (Fernández Ramírez,
1986:31; Lapesa, 2000a:313; I laverkate, 1984:87). La explicación del uso de este
plural reside en el valor inclusivo de la referencia de nosotros: el hablante se sen­
tiría solidario de su destinatario y se incluiría, por tanto, en la predicación. Pero,
si exceptuamos la relación padres-niños pequeños, donde es real la solidari­
dad simbólica que parece guiar la selección de este mecanismo de referencia
(Beinhauer, 1991: 87), en los demás casos, y a pesar de que por tal solidaridad
266 Silvia Iglesias Recuero

debería ser considerado como mecanismo de cortesía positiva, se suele producir


un cierto rechazo por parte de los destinatarios adultos ante este uso, que se
considera paternalista y un poco condescendiente, quizá por la mentira que
supone la predicación conjunta (y por la connotación derivada de las condi­
ciones de uso con niños pequeños). De ahí su ambiguo estatuto como meca­
nismo de cortesía. De hecho, es propio de situaciones jerárquicas, en las que
el hablante ocupa una posición de poder con respecto al interlocutor (muy fre­
cuente en las interacciones padres-hijos pequeños, profesor-alumnos, médi-
co/enfermera-paciente) (Haverkate, 1984: 87)
Otros mecanismos de evitación de la mención directa al alocutario son
las construccione; impersonales tanto léxicas (con el verbo haber, o con el
verbo tratarse) co no sintácticas: pasivas analíticas sin agente y estructuras
reflejas. En este caso, se ha tendido a considerar que, en calidad de tales, supo­
nen procesos de desfocalización corteses, cuando la referencia explícita a la
segunda persona podría resultar descortés (Brown y Levinson, 1987: 190 y
ss.; Haverkate, 1984: 104 y ss.; Carricaburo, 1997: 69) (frente a Usted no resol­
vió ese problema debidamente la construcción No se resolvió ese problema debidamente
| Haverkate, 1984: 104]).
Pero, como muy bien indica Haverkate (1984: 102-105), en otros casos,
la selección de una estructura impersonal está destinada primariamente «a
hacer explícita la posición superior del hablante con respecto al oyente». De
hecho, así suele suceder cuando se utilizan para la formulación indirecta
de actos directivos. La expresión con una impersonal -dada la interpretación
universal del agente de la predicación- dota al enunciado de un valor de máxi­
ma de conducta, reforzando así su naturaleza impositiva {Aquí no se puede
fumar; En esta casa se apagan las luces cuando no se está, en la habitación).

2.2.2. La referencia al hablante

Aunque los fenómenos de cortesía suelen asociarse a la referencia al


destinatario (o destinatarios), también las expresiones utilizadas por el
hablante para designarse a sí mismo pueden constituir un reflejo de su con­
cepción de la relación que mantiene con el destinatario.
La autorreferencia del hablante mediante la presencia explícita del pro
nombre de primera persona -yo- ha sido objeto casi exclusivamente de estu­
dios de corle gramatical o a lo sumo discursivos (en relación con la estructura
informativa de los enunciados); sin embargo, como ponen de manifiesto
Martín Rojo y Meeuwis (1993) y Martínez Ruiz (2000: 253-57), la alta fre­
cuencia de aparición del pronombre en la conversación invita a pensar en otras
funciones ligadas a la interacción, y, en consecuencia, a la cortesía. Así, el
primer estudio muestra que la presencia del pronombre está relacionada
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 267

con cuestiones de la negociación de los turnos de habla y de la imagen del


hablante y de los interlocutores, mientras que el segundo pone de relieve su
papel como intensificador de aserciones y de distribución de lo que nosotros,
siguiendo a Brown y Yule (1993: 117), llamaríamos «temas de los hablantes».
Pero, como es bien sabido, también en la referencia al hablante son fre­
cuentes las dislocaciones o desplazamientos deícticos, y tampoco estas son
neutras con respecto a la cortesía.
Los valores interpersonales de la auto-mención en 3a persona dependen
mucho del tipo de expresión referencial utilizada: según Haverkate (1984: 58
y ss.) pueden señalar una relación jerárquica en la que el hablante pretende
ocupar la posición superior. De hecho, él las trata bajo la denominación de
«expresiones egocéntricas» por la localización que suponen del hablante y de
su posición con respecto al oyente (véase también Carricaburo, 1997: 67 y ss.);
asigna tal función a los sintagmas nominales con un nombre común como
núcleo, cuyo contenido explícita tal posición (le lo dice tu madre/ una persona
con experiencia /un amigo) y también a los nombres propios.
Señala que, en general, estos usos están asociados, por una parte, a las
respuestas no preferidas: rechazo de una petición, expresión del desacuer­
do, y, por otra, a argumentaciones. En ambos casos, funcionarían como
reforzadores de ella. Pondrían en primer piano el papel del hablante en la
predicación, y, en gran parte de los casos, esa prominencia reflejaría un
posición -social, intelectual- supei ior a la del destinatario22. Pero también
acompaña, y ha acompañado, a otros tipos de actos de habla, como mues­
tra Lapesa (2000a: 315), (Señor, de aquesta coyta saca al lu arcipreste o ¿Por qué
te mostraste tan miel con tu viejo padre?), aunque en todos los ejemplos apor­
rados por este autor, parece que la predicación contenida en el sintagma
nominal siempre contribuye al reforzamicnto del acto de habla23.
De sentido contrario, son los sintagmas (un) servidor (o tu siervo, en la len­
gua antigua Lapesa, 2000a: 314), de origen y naturaleza deferencial y, por
tanto, propios de la cortesía negativa; hoy en desuso, quizá paralelamente a
la preferencia por el tratamiento simétrico en las relaciones jerárquicas.
Se han estudiado también, las expresiones «desfocalizadoras» (Haverkate,
1984: 79; Briz, 1998:154 las incluye en los mecanismos de «atenuación»)
empleadas por el hablante para la autorreferencia. Se ha puesto de manifiesto
que con ellas el hablante pretende reducir o eliminar cualquier menc ión
directa a su papel como agente de la predicación; en este sentido, se habla
de estrategias de «encubrimiento» (Fernández Ramírez, 1986) u «oculta­

22 También podría deberse a que como la 3a persona no es un interlocutor, quedaría blo­


queada o dificultada la posibilidad de una réplica (Francisco Aliaga, en comunicación personal).
23 Lo mismo se podría decir de' las expresiones coloquiales como niemla, mangue o cura, cuyo
empleo, hoy cada vez más escaso, depende de factores como la familia idad y el tono, humo­
rístico o desenfadado de la interacción, pero que son mecanismos localizadores.
268 Silvia Iglesias Recuero

ción» del yo (Calsamiglia y Tusón, 1999: 138), Para ello, se sirve normal­
mente de expresiones referenciales inespecíficas o implícitas, que cumplen
una función doble: sugerir que existe un consenso sobre el punto de vista
expresado en el enunciado y, de esta manera, impedir el ser atacado direc­
tamente por el destinatario u oyente. Como su misión fundamental es en la
mayor parte de los casos proteger la imagen del hablante, creemos que su
estatuto en relación con la cortesía es a menudo ambiguo.
Una de estas estrategias, bien estudiadas, es el uso de la primera persona
del plural (Fernández Ramírez, 1986:30; Lapesa, 2000a: 311-12; Haverkate,
1984: 84 y ss.; Carricaburo, 1997: 65). Referirse a sí misino como nosotros puede
ser una estrategia de reforzamiento del yo, y, por tanto, indicio de que se
exige de los demás el respeto y la deferencia (Brown y Levinson, 1987: 200),
tanto en lo que se ha llamado «uso mayestático», reservado tan solo a altas
jerarquías y dignidades eclesiásticas, como en el nosotros de inclusión en una
clase (Haverkate, 1984: 88-9): la utilización de la primera persona del plural
puede venir dado por el deseo del hablante de presentarse como miembro de
una clase, por lo que lo expresado en el enunciado aparece como comparti­
do por todos los miembros de ella; es muy frecuente en el discurso de los
negocios, o de la política (Brown y Levinson, 1987: 202 también señalan que
el reforzamiento del yo puede tener su origen en el deseo de transmitir la
información 'no estoy solo’). En tanto que reforzador del yo, es explicable su
abundante utilización en los discursos de naturaleza argumentativa y supone
un intensificado!’ de la posición del hablante con respecto al destinatario, lo
que no lo convierte precisamente en un mecanismo de cortesía.
Menos claro en cuanto a sus implicaciones a pesar de su nombre es el
llamado «plural de modestia» (o «pluralis auctoris»). Con él entramos en
los usos pseudo-inclusivos de la primera persona del plural (Haverkate, 1984:
84-7), puesto que el hablante parece incluir, al menos simbólicamente al
destinatario en la referencia. Propia de los discursos expositivos y argumen-
tantivos, esta inclusión virtual del destinatario, lector u oyente, en el ámbito
referencial de la primera persona del plural ha recibido interpretaciones
opuestas en lo que concierne a la expresión de la cortesía: como intento de
disolución del yo en un grupo indeterminado supondría la renuncia a la aser-
tividad de la presencia explícita de la primera persona, de ahí el especifica­
tivo «de modestia»; pero, por otra parte, como intento por hacer corres­
ponsable al receptor de la responsabilidad de la defensa de un punto de vista
o de una determinada acción, suponen más la preocupación del hablante por
defender su propia imagen y protegerla de un posible ataque por pai te de
aquel (Haverkate, 1984: 88) que la expresión de una posición de inferioridad.
Esa preocupación por la propia imagen tiene la primacía en un uso del
llamado «plural sociativo» mediante el cual el hablante parece querer invo­
lucrar al oyente en la responsabilidad de alguna acción (Nos hemos equivoca­
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 269

do de tratamiento, dicho por un médico al paciente Haverkate, 1984: 87)


Realmente, ejemplos como estos constituyen abusos discursivos de la estra­
tegia envuelta en el uso sociativo de nosotros. Más habitualmente lo que se
busca manifestar con él es la inclusión simbólica del destinatario en una
actividad (y, por tanto, manifestador de la cortesía positiva; Brown y Levinson,
1987: 127). Se convierte al hablante en participante del mismo estatuto que
el oyente al incluirlo en la realización de algo que, realmente, sólo va a eje­
cutar el hablante; por ejemplo, cuando el hablante realiza una acción que
le correspondería en principio realizar al destinatario. Así, cogiendo el abri­
go de un invitado, podemos decir: Ahora migamos el abrigo de una percha, o pode­
mos preguntar, aun a sabiendas de que seremos nosotros los que realizare­
mos la acción: ¿Abrimos una ventana'?, evitando de este modo el carácter
intrusivo que podría tener la acción realizada. En otros casos, es simple­
mente el valor implícito de que se toma en cuenta al interlocutor lo que
parece convertir en cortés la expresión de la co-pat ticipación ficticia, como
cuando en la cocina, vamos narrando en primera persona del plural las
sucesivas fases de la confeción de un plato: Ahora echamos la sal, y ya está listo.
Por el número relativamente abundante de estudios a ella dedicada, mere­
ce mención especial la autorreferencia del hablante con la segunda persona
del singular. Como han señalado todos los autores que la han estudiado, con­
viven en ella interpretaciones genéricas y deícticas de Ia persona24 (Fernández
Ramírez, 1986: 49; Llórente, 1977; Haverkate, 1984: 93-95; Lavandera, 1984;
Vila, 1987; Serrano, 2000:205)“ ’. Tal procedimiento puede deberse tanto a
un desdoblamiento psicológico como a una «intención comunicativa y efusi­
va» (Fernández. Ramírez, 1986: 49; Llórente, 1977, hablaba de «afectividad»),
en la medida en que con ellas el hablante da a entender que también el oyen­
te podría verse, o haberse visto, implicado en una situación similar (Haverkate,
1984: 94; Lavandera [1984: 118] habla de «proyección»). Para Vila, con el
uso de la 2a persona se «destaca de forma explícita la intersubjetividad del
lenguaje» porque «la conservación del significante garantiza la dialéctica inter­
personal propia de la comunicación» (1984: 60). Al mismo tiempo, al desa­
parecer la presencia de la primera persona del enunciado, se atenúa la sub­
jetividad del mensaje, por lo que es un mecanismo para objetivar, esto es,
para presentar «experiencias y reflexiones» con validez más general (Haverkate,
1984: 95-6, Lavandera, 1984; Vila, 1987). La función comunicativa es la de
persuadir al interlocutor acerca de un hecho o conocimiento, para lo cual el
hablante formula su mensaje en 2a persona a fin de que aquel se sienta invo­
lucrado (Vila, 1984: 64). En esto coinciden autores que han estudiado el fenó­

21 Véanse Hemanz (1990a y b) y Fernández Soriano y Táboas Baylín (1999:1732) y ss. para
las propiedades sintácticas que favorecen la interpretación genérica.
25 Para el mismo fenómeno en otras lenguas como el francés o el inglés, véanse Laberge
y Sankoff 1979 y Kitagawa y Lehrer (1990).
270 Silvia Iglesias Recuero

meno en otras lenguas (Laberge y Sankoff, 1979; Kitagawa y Lehrer, 1990:748


y ss.), quienes señalan que la formulación en 2a persona sin referencia deíc-
tica sirve para expresar lo que ellos denominan respectivamente «verdades
aceptadas» (truisms) o «conocimientos estructurales».
En este sentido, podrían ser mecanismos típicos de la cortesía positiva,
por cuanto se quiere contar con la implicación del oyente en aquello que se
está diciendo. Este carácter se ve reforzado porque, en su referencia a la
primera persona, son mecanismos propios de la interacción conversacional
(y de formas cercanas a ella, aunque no únicamente de contextos de coio-
quialidad extrema, dada la posibilidad del uso de la forma de distancia o res­
peto usted). Por otra parle, y como ocurre en los demás casos de usos «dis­
locados» de la referencia personal, cumplen una función de reforzadores
argumentativos (en el sentido de que prestan objetividad a lo enunciado
por el hablante) y son, por tanto, procedimientos de protección de la ima­
gen del hablante ante el interlocutor.
En esto coinciden con otras formas de objetivación por generalización,
como son las construcciones llamadas impersonales, formadas con uno o
con estructuras reflejas y otros procedimientos sintácticos de impersonali­
zación (Fernández Ramírez, 1986:54; Llórente, 1977; Haverkate, 1984: 97 y
ss.; Lavandera, 1984). Las principales diferencias observadas entre estos dos
últimos procedimientos son: la mayor «facilidad con que en und6 tiende a
sentirse alojado personalmente el que habla, en palabras de Fernández
Ramírez (1986: 54) y su carácter más coloquial27.
Es importante señalar que lodos estos procedimientos «objetivadores»
parecen mantener un estatuto ambiguo con respecto a las estrategias de
cortesía negativa, en la medida en que, al ser procedimientos de encubri­
miento del yo, suponen, según la teoría de Brown y Levinson, una imposi­
ción menos directa sobre el interlocutor, pero, al mismo tiempo, su fun­
ción objetivadora parece dotarlas de un mayor peso argumentativo. Sería muy
deseable el estudio de todos estos procedimientos de autorreferencia del
hablante en la interacción real, para determinar en qué tipo de actos de
habla se usan con preferencia 28, si es que existe tal preferencia, y qué fun­
ciones desempeñan en ella y en qué niveles.

26 Los gramáticos señalan a este respecto la posibilidad de utilizar el pronombre femeni­


no una cuando el hablante es una mujer.
27 Llórente (1977: 114) señala que las construcciones con uno tienen un «carácter emi­
nentemente subjetivo y afectivo»; ello, junto al tipo de situación comunicativa en que suelen ser
usadas, podría permitirnos considerarlas también mecanismos de cortesía positiva: uno sería el
representante de un grupo en el que el hablante considera que está incluido él mismo y, con
mucha probabilidad, su interlocutor.
28 Por ejemplo, Fernández Ramírez (1986: 55) señala que el uso de uno con referencia a
la Ia persona es más frecuente «en frases exclamativas, en las que expresamos la incomodi­
dad, el descontento personal, la perplejidad, el desaliento, la indignación, etc.».
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 271

2.4. Las estrategias de la cortesía: los actos de habla

Ninguno de los autores que abordan el análisis de los mecanismos de cor­


tesía en el estudio de la formulación de distintos actos de habla deja de
señalar la importancia crucial que en el español tienen los factores prosódicos.
A pesar de ello, son pocos los estudios que incorporan esta dimensión de
forma sistemática. La dificultad de los estudios sobre la prosodia -piénsese
que no solo hay que tener en cuenta las curvas melódicas, sino también la
intensidad, el ritmo, la velocidad del habla, los acentos de frase o nucleares
y los fenómenos de alargamiento segmental, y, en Lodos los casos, tratar de
separar características individuales y generales- hacen de este parámetro
fundamental una de las áreas menos estudiadas en este campo. Seguimos con­
tando con el estudio, pionero y magistral, de Navarro Tomás (1974), las
observaciones de Quilis (1981:434 y ss.) y de Fernández Ramírez (1986:463
y ss.), y, más cercanamente, con las aproximaciones renovadas de Hidalgo,
así como con análisis sistemáticos para algunas construcciones (Escandell
Vidal, 1999 y Montolío, 1998), pero el trabajo por hacer es aún inmenso.
Algo parecido ocurre con los mecanismos paraverbales. Los estudios
globales de Poyatos (1994) están a la espera de análisis concretos de inter­
acciones como pueden ser los de Bravo sobre la función y valores de la risa
en la negociación (1994) o sobre los gestos en una conferencia (2000a).
Así pues, lo más estudiado son los mecanismos verbales de la expresión
de la cortesía en la formulación de los actos de habla. Los objetos, los cor­
pus, las perspectivas y la metodología, como veremos, son muy diversos. I lay
estudios realizados sobre enunciados aislados y sobre secuencias conversa­
cionales; sobre actos de habla específicos (p. ej. la petición o la invitación)
o sobre construcciones que pueden servir para realizar distintos actos de
habla (p. ej. los enunciados interrogativos); hay estudios que se basan en la
intuición o el conocimiento del autor sobre la lengua y los hay basados en
el análisis de corpora de lengua oral y lengua escrita (y, dentro de esta últi­
ma, también de lengua escrita que «representa» lengua oral); existen estu­
dios inuaculturales e interculturales (y, en estos últimos, entre grupos de his­
panohablantes, de hispanoblantes bilingües, o de hispanohablantes y
hablantes de otras lenguas); algunos se basan en encuestas (y entre estas, las
hay de el ¡citación o producción de estructuras, de selección de estructuras
o de evaluación); otros en el análisis de un corpus previamente selecciona­
do (y obtenido, en el caso de los corpus orales, a partir de la grabación de
interacciones reales o de «juegos de rol»); algunos tienen una perspectiva emi­
nentemente sociolingüística, otros pragmática o pragmagramatical, otros
interacciona]; el objetivo puede ser descriptivo o didáctico o crítico. Todo ello
hace que los resultados no sean estrictamente comparables ni extrapolables
a todo el mundo hispánico (a todas las culturas y subculturas, a todos los tipos
272 Silvia Iglesias Recuero

discursivos ni a todas las situaciones comunicativas). Pero, por ello mismo,


son un acicate para la prosecución de las investigaciones en este campo
recién abierto para el español.
Los actos de habla más estudiados son los directivos, es decir aquellos
mediante los cuales el hablante pretende que el oyente lleve a cabo una
determinada acción: órdenes, peticiones, ruegos, consejos, etc. Esto ocurre
no sólo para el español: recuérdese que la mayor parte de las estrategias de
atenuación que detectan Brown y Levinson (1987) están ejemplificadas con
ejemplos de un tipo de directivas: las peticiones, que, por otra pai te, es el sub­
tipo privilegiado por las investigaciones. Las razones de este interés son evi­
dentes: es un tipo de actos de habla donde es más evidente la potencial
intrusión del hablante en el territorio del destinatario, y, dada su frecuencia
en las interacciones, puedan observarse y evaluarse todos los factores que afec­
tan al peso de tal intrusión. En consecuencia, lo esperable es que los hablan­
tes hayan ido habilitando, a lo largo de la historia de la lengua, mecanis­
mos lingüísticos que traten de compensar esa amenaza a la imagen negativa
del otro. De hecho, y esta es otra razón del interés despertado, las lenguas
suelen ofrecer procedimientos más o menos convencionalizados -y más o
menos variados en cuanto a los niveles lingüísticos que se ven implicados-
para la formulación cortés de los directivos. Todo ello hace que sean rela­
tivamente accesibles para su análisis pragmático, y que, por tanto, se hayan
convertido en campo de pruebas privilegiado tanto en lo que concierne a los
usos de cada comunidad lingüística, como para el análisis contrastivo y la dis­
cusión teórica.
Las primeras observaciones sobre la formulación de directivos en espa­
ñol las debemos a los gramáticos tradicionales. Son observaciones realizadas
desde planteamientos estilísticos-en el campo de lo que se denominó «valo­
res y funciones de los tiempos verbales»- pero que contienen los gérmenes
de análisis pragmáticos posteriores y, en algunos casos, una penetración no
superada. Sin duda, el mejor representante de este tipo de proceder puede
ser Fernández Ramírez (1986: capítulos Vy X, sobre todo), quien, como es
bien sabido, fundamentó sus reflexiones sobre documentación extraída de
textos. Es a esta escuela ^adicional a la que debemos términos como «imper­
fecto de cortesía» (1986: 270) o «futuro categórico» (1986: 289).
Ya desde planteamientos teóricos de la Pragmática hemos de citar los tra­
bajos de Haverkate (1979 y 1994a especialmente). En su primer libro, realiza­
do antes de que la versión inicial del trabajo de Brown y Levinson fuera gene­
ralmente conocido, realiza un examen exhaustivo de las distintas posibilidades
que el español pone a disposición de los hablantes para realizar actos directi­
vos29 atribuyendo a un nuevo componente de los actos de habla-el acto «alo-

29 Las estructuras analizadas son las siguientes: el imperativo (a cuyas propiedades gra­
maticales y semánticas) dedica todo un apartado (§3.1); estructuras asertivas con verbos de voli­
Los estudios de la. cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión '2.>73

cutivo» (allocutionary)- la estrategia de la interacción verbal. La alocución sería


«la selección que hace el hablante de aquellos mecanismos lingüísticos que
cree que pueden contribuir de la mejor manera al objetivo de provocar en el
oyente una reacción positiva a su acto de habla» (1979: 10). Tal selección esta­
ría determinada por un cálculo de los parámetros de la situación comunicati­
va, y, en particular, de su relación social con el oyente (1979: 13). No tiene, pues,
que extrañar que dichos mecanismos -que él divide en generales o aplicables
a cualquier acto de habla y específicos de un determinado acto- coincidan en
un alto grado con las estrategias de cortesía que hacia la misma época habían
desarrollado Brown y Levinson dentro de un marco teórico diferente. Y que,
en consecuencia, las conclusiones a las que había llegado el hispanista holan­
dés en esta primera investigación haya podido reformularlas en el marco de los
estudios actuales de cortesía, como muestra Haverkate (1994a). Es también
en aquella primera obra en la que propone la distinción, problemática, como
veremos después, entre directivos impositivos y no impositivos, según quién
sea el beneficiario principal de la acción predicada -el hablante o el oyente-
(1979: 32 y ss.), y justifica, a partir de las coordenadas de la situación, la dife­
rencia entre ódenes y peticiones o ruegos (1979: 69-91); asimismo, participa en
la discusión sobre qué se debe entender por formulación indirecta de los actos
de habla (1979: 101-10)30, cuestión que sigue siendo crucial y no sólo para la
asignación de valores de cortesía a los enunciados. Con respecto a ello, Haverkate
defiende la existencia de una escala gradual de indirección relacionable con la
especificación en el enunciado en el contenido preposicional de la acción pre­
tendida, del oyente como agente de tal acción y con la cantidad de cálculo
inferencia] que debe llevar a cabo el oyente si ninguno de los dos están espe­
cificados, coincidiendo así, en la práctica, con las investigaciones sobre los lla­
mados actos de habla indirectos convencionales y adelántadose a estudios de
campo posteriores (Blum-Kulka et al. 1989). Todas estas cuestiones las retoma
en su obra de conjunto (Haverkate, 1994a). En ella, los actos directivos impo­
sitivos son calificados, a diferencia de lo que postulan Brown y Levinson, de «no
corteses», es decir, neutros con respecto a la cortesía. El principal objetivo
ahora es el análisis de la manifestación de la cortesía negativa y positiva a tra­
vés de los distintos procedimientos que puede utilizar el hablante para profe­
rir actos de habla impositivos, en especial, según el grado de explicitud o impli-
citud de su formulación. Nosotros, en nuestra exposición, seguiremos la
clasificación de los actos directivos y su formulación que presenta este autor.

ción (querer), de expectiva (esperar) o de necesidad (impersonales con convienen hace falla)-,
estructuras asertivas con verbos de modalidad dcóntica; estructuras interrogativas con portero
querer, estructuras interrogativas en presente negativas y afirmativas; estructuras interrogativas
encabezadas con por qué; coletillas (¿teparece? ¿quieres?) y marcadores de petición (por favor)',
infinitivos; futuros y presentes progresivos y no progresivos.
30 Véase, por ejemplo, Morgan (1978).
274 Silvia Iglesias Recuero

Pocos estudios se han hecho sobre las órdenes. La razón puede ser que,
excepto en algunos contextos institucionales o situacionales muy específicos,
los hablantes que poseen autoridad sancionada, prefieren reformular sus
enunciados como peticiones, reformulación que es inherentemente más
cortés, porque tiene en cuenta la imagen negativa del interlocutor al evitar
que este se sienta amenazado por el poder del locutor. La fuerza de la orden
no resulta afectada precisamente por la conciencia que tienen los destina­
tarios de la relación asimétrica existente. Sim (1992) analiza la expresión escri­
ta de órdenes (o instrucciones) que proceden de las autoridades educativas
de Neuquén y van dirigidas a directores de escuelas, y destaca el juego sutil
entre enmascaramiento del enunciador y del destinatario y subrayado de
la imposición que se produce en ellas. La estructura más utilizada es la pasi­
va refleja en futuro o con verbo de obligación deóntica {Se hará X; se deberá
hacer X); esta estrategia mostraría, además de la seguridad del enunciador
oculto en el cumplimiento de la orden en virtud de su autoridad institu­
cional (lo que también se refleja en oü as selecciones lingüísticas como la mera
expresión de los deseos o de la voluntad del enunciador «Es intención de esta
institución...»), el deseo de bloquear, por medio de ese mismo enmascara­
miento, la posibilidad de la réplica. Mecanismos similares y efectos muy
similares se pueden observar en otros tipos de discurso burocrático (Martín
Rojo y Whittaker, 1998).
Como decíamos, el acto de habla directivo más estudiado, no sólo en
español, sino también en otras lenguas, es la petición o ruego. Ha sido pri­
vilegiado en los estudios sobre cortesía por reflejar el conficto entre los de­
seos del hablante y el respeto a la autonomía del destinatario, además de por
la existencia en las distintas lenguas de formas más o menos convencionales
que tratarían de «solucionar» tal conflicto.
Quizá lo más interesante, por sus implicaciones teóricas, es la consi­
deración de que la formulación directa con imperativo no es en español
inherentemente descortés (como podría desprenderse de su carácter direc­
to y explícito [Brown y Levinson, 1987: 95]), sino que depende, como ya
habían reconocido todos los gramáticos tradicionales, de factores forma­
les del enunciado: la prosodia, la aparición de elementos propios de la
cortesía positiva, como coletillas o vocativos-, de factores contextúales,
como pueden ser el tipo de intercambio -las interacciones rutinarias o, di­
ríamos nosotros-de función eminentemente instrumental (cliente-cama­
rero; cliente-vendedor), y del peso de la imposición: cuando las peticiones
no suponen un especial coste para el destinatario (Haverkate, 1994: 162 y
ss.). Estas afirmaciones han sido confirmadas en parte por estudios de
campo.
Así Blum-Kulka y House (1989) habían puesto de manifiesto, en su mag­
nífico estudio contrastivo sobre las peticiones en inglés australiano, alemán,
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 275

hebreo y español de Argentina31, que los hablantes argentinos emplean,


junto con los de hebreo, con mayor frecuencia el imperativo. Ahora bien, esta
preferencia debe explicarse no solo mediante los factores indicados por
Haverkate, como el grado de imposición, la obligación relativa que pesa
sobre el oyente para cumplir la petición, además de la relación de poder y dis­
tancia y la compensación con otros mecanismos, sino también por factores
culturales: existe variación intercultural tanto en la evaluación del peso que
tienen parámetros sociales en abstracto —poder, distancia y peso de la impo­
sición3-- como de la evaluación de esos mismos parámetros en una deter­
minada situación comunicativa; y, lo que es más relevante aún, existe varia­
ción en el significado social (más o menos cortés) que se atribuye a expresiones
lingüísticas similares: es posible que no se evalúe igual el imperativo en las cul­
turas hispánicas que en las inglesas (Blum-Kulka y House, 1989: 134 y ss.)33.
Es posible que, al igual que ocurre en la cultura israelí, la formulación direc­
ta de las peticiones se considere un rasgo positivo en la interacción, en con­
traste con formas más indirectas que pudieran evaluarse como «hipócritas»
o «desconfiadas». Por otra parte, el uso del imperativo, por la ausencia de cual­
quier marca de deferencia (y, por tanto, de distancia jerárquica) ha sido con­
siderado como marca de solidaridad (y en este, sentido de «cortesía positiva).
La preferencia por su uso podría achacarse a la preferencia por formas posi­
tivas de solidaridad en el mundo hispánico (Haverkate 1994a: 192, n. 7).
También Mulder (1994), que utiliza como fuente obras de teatro y guio­
nes de cine, señala la preferencia por el enunciado imperativo para los actos
directivos impositivos (1994: 271). No obstante, como Mulder no hace en nin­
gún momento referencia a la relación interpersonal que existe entre los inter­
locutores ni a factores como la gravedad de la imposición, sus resultados deben
ser manejados con precaución, a la espera de estudios más cualitativos.
A pesar de tal evaluación del imperativo, puede que existan variacio­
nes dentro del mundo hispánico. Así, el español de la zona norte de los
Andes parece considerar el imperativo como forma más impositiva que la
aserción en futuro (Bustamante-López y Niño-Murcia, 1995)34. Curco (1994)

31 El estudio de Blum-Kulka y House se basa en encuestas.


32 t.as diferencias en la evaluación en el peso de la imposición podrían estar implicadas en
las distintas estrategias utilizadas para responder a una petición. En el estudio contrastivo de
García (1992), aunque la lengua empleada en el experimento es el inglés, los hablantes que tení­
an como lengua nativa el español no utilizaron estrategias de cortesía negativa-minimizar la
gravedad de la petición que se les hacía-, y prefirieron un estilo de «camaradería e informali­
dad», más propias de la cortesía positiva.
33 Precisamente una de las dificultades en la enseñanza del imperativo español a estu­
diantes de habla inglesa reside en la incomodidad que estos sienten ante su abundante uso en
español.
31 Aunque el imperativo se puede utilizar como forma cortés en las perífrasis dejar o dar en
imperativo + gerundio (Bustamante-López y Niño-Murcia 1995: 890 y ss.).
276 Silvia Iglesias Recuero

es un estudio contrastivo entre hablantes mejicanos y españoles a través


del método de la encuesta35. Los resultados hallados parecen indicar que
el uso del imperativo es evaluado como menos cortés por los primeros que
por los segundos, lo que Curco explica por la existencia de diferencias
socioculturales en la evaluación de algunos parámetros de la interacción:
los hablantes mejicanos mostraron mayor sensibilidad a la jerarquía en
todos los escenarios de la interacción verbal [Curco 1994: 139, n. 3]), lo que
podría vincularse a la distinta configuración histórica de ambas socieda­
des.
Igualmente, García (1993), que estudia las formas de petición en la inte­
racción entre hablantes peruanos36, encuentra, en cambio, una marcada
preferencia por el empleo de formas indirectas típicas de la cortesía nega­
tiva: preguntas con podery alusiones indirectas en diferentes grados de impli-
citud. De hecho, la única estrategia que se podría considerar más directa es
el uso de la construcción quisiera que ud..... ; el imperativo está ausente por
completo. Y ello, a pesar de que la interacción trascurre entre supuestos
vecinos que mantienen una relación de cierta familiaridad. En este caso,
las conclusiones se orientan más bien hacia el predominio de la expresión
de la deferencia y el reconocimiento implícito de la intrusión en el terreno
del interlocutor.
¿Cuáles pueden ser las razones de estos datos supuestamente contra­
dictorios? Las razones son varias: en primer lugar, como señalamos al ini­
cio, los métodos empleados en los distintos estudios son totalmente dife­
rentes: intuición o competencia del investigador, encuestas de elicitación
de estructuras en unos casos, de evaluación en otros, análisis de interac­
ciones en textos que imitan el intercambio oral e interacciones «ficiticias»
como los juegos de rol. Tal diversidad metodológica podría dar resultados
no comparables. Por otra parte, se han investigado distintas comunidades
lingüísticas: español peninsular, español de Argentina, de México y de
Perú. Las situaciones podrían no ser idénticas en las distintas comunidades
estudiadas; también podría ser diferente el valor dado al imperativo en las
distintas culturas. Puede haber, además, variaciones individuales (véase
Ciliberti, 1993).

35 Hay que señalar que no son iguales los tipos de encuesta empleadas por Blum-Kulka y
House y por Curco (1994). En el primer estudio, se pidió a los sujetos que produjeran el enun­
ciado que consideraban más apropiado para una determinada situación, que se les presenta des­
crita en las dimensiones de poder y distancia, mientras que en el segundo se pidió que evaluaran
primero la situación a través de las dimensiones muy familiar /poco familiar, mucho poder /
ningún poder y fácil /difícil de realizar, y, porteriormente, que evaluaran en una escala de
cortesía, distintas formulaciones de actos directivos. F.n consecuencia, los resultados podrían
no ser comparables.
36 Aunque son interacciones controladas: se producen mediante el sistema del «juego de
roles», lo que podría arrojar diferencias con respecto a las interacciones «reales».
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión '2'77

El segundo procedimiento más utilizado es el de las estructuras inte­


rrogativas37 con verbos modales o semi-modales, procedimiento que perte­
nece a la categoría de los actos indirectos convencionales. Constituyen codi­
ficaciones de las condiciones preparatorias de la habilidad (y la posibilidad)
y de la disponibilidad (o voluntad) del oyente para llevar a cabo la acción soli­
citada. Se considera perteneciente a los mecanismos de cortesía negativa
(Brown y Levinson, 1987: 132 y ss., Blum-Kulka y House, 1989; Mulder,
1991:75; Haverkate, 1994a:172) por cuanto la estructura interrogativa impli­
ca una menor imposición sobre el destinatario: la estructura interrogativa otor­
ga explícitamente al destinatario la opción de elegir (e, indirectamente, en
caso de rechazo, la respuesta sería una especie de justificación al incidir
sobre la imposibilidad de cumplir)38; además, su formulación misma expre­
sa una cierta empatia por el interlocutor al tomar en cuenta sus circuns­
tancias (Haverkate, 1994a: 168).
En los estudios empíricos se observa que el enunciado interrogativo
modal es otra de las formas preferidas para la realización de impositivos.
Así lo señala Mulder (1994:2). También Blum-Kulka y House (1989), García
(1993), Koike (1994: 522-3) y Alba de Diego (1995). Su uso parece estar
determinado por dos motivos: el grado de obligación que supone la acción
solicitada, la posibilidad de que esta se cumpla, y el escaso derecho del
hablante a esperar tal cumplimiento. Blum-Kulka y House (1989:131) seña­
lan que son especialmente aptas cuando se pide «un favor»; y de hecho, de
tal se podría conceptuar el tema de la interacción analizada en García (1993);
igualmente son las preferidas en las peticiones de permiso (Alba de Diego
1995). Probablemente, el hecho de que pregunten -sobre todo las cons­
trucciones con el verbo modal poder- poi' condiciones previas, hace que fun­
cionen, en parte, como intervenciones previas a la petición que comproba­
rían la adecuación contextual de ésta (Blum-Kulka y House 1989:132; véase
también Haverkate ,1994a: 170)39. Refuerzos de la muestra de deferencia
es el uso del condicional (Haverkate, 1994a: 185-6).
También las construcciones interrogativas en presente, sin verbo modal,
(¿Abres la puerta"? ¿No abres la puerta?) han recibido alguna atención. Koike,
Haverkate (1979: 147-9, 1994a: 192^). Brown y Levinson y Leech afuman que
la formulación negativa es más cortés, pues a la deferencia expresada por la
estructura interogativa se une la no suposición de que la acción va a ser lle­

3/ Para el estudio de estructuras interrogativas en la realización de actos directivos, véase


Escandell, 1986, cap. 13: «La interrogación directiva».
58 Haverkate señala que en este caso las interrogativas con poder son más corteses que las
construidas con querer, por cuanto en las segundas el rechazo supondría la expresión explíci­
ta de la negación a cooperar, y en ese sentido, sería una respuesta sumamente descortés:
¿ Quieres cerrar la puerta ? No, no quiero.
39 Esta interpretación supone que el valor ilocutivo de tales estructuras sería múltiple: serían
preguntas y, a la vez, peticiones, lo que se opondría a su análisis como «fórmulas fijas» (idioms).
278 Silvia Iglesias Recuero

vada a cabo. Parece ser que, en este caso, la variante negativa es más utilizada
y considerada más cortés en la variedad mejicana del español que en la
peninsular (Curco, 1994: 159 y ss.). La explicación que da esta autora se
basa en las distintas inferencias que realizan los miembros de una y otra
comunidad lingüística: la interrogativa negativa podría comunicar a los des­
tinatarios peninsulares que el emisor da por supuesto que no están dis­
puestos a cooperar con sus deseos10, mientras que para los mejicanos, que
partirían del supuesto de la cooperación, sería una forma de mostrar que solo
sería relevante -por no esperable- la respuesta negativa.
Koike (1994: 521 y ss.), quien estudia igualmente el efecto de la negación
en las peticiones realizadas con interrogativas en las que se utiliza, además, un
verbo modal, en una encuesta «elicitadora» con hablantes también mejicanos
sólo documentó tres casos de aparición de la negación y no encontró dife­
rencias en la evaluación de cortesía de las variantes negativas y afirmativas. En
contraste con el inglés, en que este tipo de preguntas son descorteses, supone
que en la evaluación de sus sujetos intervienen factores como la cercanía afec­
tiva con respecto a los destinatarios (con lo que la suposición de que la petición
será llevada a cabo es muy alta) o la curva melódica con la que se emiten, por
lo que la negación no sería un elemento inherentemente mitigador.
También son frecuentes los enunciados aseverativos con el verbo querer
en primera persona. Las estrategias mitigadoras más empleadas en estos
casos son las dislocaciones temporales y modales: el uso del condicional,
del imperfecto de subjuntivo y del imperfecto de indicativo (Flaverkate,
1979 y 1994a: 185 y ss.; Mulder, 1994)
Tanto los enunciados imperativos como los interrogativos pueden ir acom­
pañados por mecanismos de mitigación, específicos o generales. Entre los
primeros, el uso de porfavor, marcador de la deferencia para con el hablante,
parece ser el más habitual (Molina Redondo, 1987: 151 y ss.; Koike, 1989;
Haverkate, 1994a: 200-3; Martín Zorraquino y Portolés, 1999: 4189-90; nomás
cumple similar función en algunas zonas del español, cf. Bustamante-López
y Niño-Murcia, 1995:889). Igualmente, los enunciados imperativos pueden
llevar apéndices interrogativos con los verbos querer o hacer elfavor (Escandell,
1986: 602, Haverkate, 1994a: 170 y ss.). Hay que mencionar también aquí las
llamadas condicionales regulativas (Montolio, 1993: 129-32, 1999: 3683-86): si
no te importa, si te parece bien, que tratan de paliar la imposición del directivo.
Entre los mecanismos generales de mitigación podemos citar el uso de
tratamientos nominales como vocativos (véase supra) y el uso de minimiza-
dores como los diminutivos (Curco 1993), aunque en este caso parece haber
diferencias de evaluación con respecto a su valor de cortesía entre hablan-

40 De esta manera, puede ser interpretada muy fácilmente como reproche (Haverkate,
1979: 115-6).
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 279

tes mejicanos y españoles41. También en el español del Norte de los Andes


parece ser mi mitigador habitual, adjuntado a los enclíticos del imperativo:
pasamelito (Bustamante-López y Niño-Murcia, 1995:889).
En cuanto a los actos indirectos no convencionales, a pesar de que en la
escala de cortesía de Brown y Levinson (1987: 211 y ss.) ocupan el nivel más
alto, su estatuto ha sido, con toda razón cuestionado, dado que el nivel de cor­
tesía puede depender en gran medida ele la entonación, del contenido pro-
posicional expresado y de factores contextúales (Escandell, 1995, Haverkate,
1994a: 182). Se han distinguido dos tipos de no convencionalidad, depen­
diendo de la mayor o menor accesibilidad de las implicaturas pretendidas: aser­
ciones de contenido específico y de contenido opaco (Haverkate, 1979 y
1994a:l 78 y ss.) o «strong hints» y «mild hints» (Blum-Kulka et al., 1989: 18).
Los dos trabajos empíricos que las han estudiado (Blum-Kulka y House, 1989
y García, 1993) ponen de relieve su escaso uso entre los sujetos estudiados,
y su relación con factores contextúales internos: grado alto de imposición, y
bajas expectativas de cumplimiento. Por otra parte, Blum-Kulka y House
(1989) indican que en evaluación directa, los informantes no les asignaron
el grado más alto de cortesía, en contra de las hipótesis de Brown y Levinson.
Cuando se consideran las peticiones en el contexto más amplio de la
interacción, nos percatamos de que, en muchas ocasiones, constituyen, más
que un acto de habla aislado, una secuencia conversacional, en el que la
formulación de la petición -explícita o implícita- solo es uno de los movi­
mientos -el principal, eso sí. La petición va acompañada de otros movi­
mientos previos y posteriores: movimientos preparatorios, discúlpatenos,
justificativos, cumplidos, etc. (Blum-Kulka el al., 1989: 17; Haverkate, 1994a:
67 y 76), que constituyen otras tantas estrategias bien para minimizar la
agresión, bien para tantear las posibilidades de cumplimiento y esquivar los
riesgos de las respectivas imágenes (sobre las condiciones que favorecen la
aparición de tales movimientos subordinados, véase Houtkoop-Steenstra
1990). Por otra parte, los estudios sobre la interacción son tanto más inte­
resantes por cuanto además de la «verificación» de los análisis sobre enun­
ciados aislados, revelan «una especie de ballet entre la cortesía de la deferencia
y la de la solidaridad» (García, 1992b: 211; la traducción es nuestra) y las reac­
ciones a las estrategias respectivas de los participantes. García (1993) estu-

11 Curco achaca las diferentes evaluaciones del diminutivo -alta en el caso de los infor­
mantes mejicanos, muy baja en el de los peninsulares- a la distinta fuerza de la asociación de
este mecanismo morfológico con la cortesía. Los españoles tienden, en cambio, a asociarlo a
la ironía. Sin embargo, al menos por lo que respecta a los ejemplos que da, la explicación
debería ser, en nuestra opinión, un poco más matizada. En el primer caso, porfavorcito es una
construcción extraña en español, salvo en contextos de mucha intimidad c incluso en que el
tono de la interacción sea un poco jocoso; en el segundo, en que un jefe se refiere a los erro­
res de su secretaria como errorcitos, los factores contextúales hacen extraño en la norma penin­
sular el uso del diminutivo.
280 Silvia Iglesias Recuero

dia tales movimientos en la interacción. Según los datos manejados, los más
utilizados son las justificaciones42, los preparatorios y los cumplidos.
Con respecto a las reacciones o respuestas del interlocutor a las peti­
ciones (García 1992a), las positivas se formulan directamente (todo lo más
hay movimientos que indican la inexistencia de la imposición), como era espe­
rable, dado que son las respuestas preferidas. Las respuestas negativas se
suelen expresar de forma indirecta, utilizando una justificación.
Los actos de habla directivos no impositivos43 han sido menos estudiados.
Dentro de esta categoría se incluirían la advertencia, el consejo, la suge­
rencia, la propuesta y la invitación44. En ellos, según la definición de Haverkate
(1979; 1994a) el beneficio de la acción recaería principalmente en el oyen­
te mismo. Su estatuto, con respecto a la cortesía, es, no obstante tal carac­
terización, ambiguo: aunque serían corteses por el beneficio que se supone
reportarían al destinatario si cumple la acción propuesta y son muestra del
interés del hablante por sus intereses, no dejan de constituir una intromisión
en su libertad de acción. Por tanto, no es del todo cierto que «estén valora­
dos positivamente» (Escandell, 1986: 60545), al menos no todos ni en igual
medida. En el caso de las sugerencias, parece clar o, por los estudios realizados,
que existe una preferencia por la formulación indirecta, convencional o no
(Koike, 1994a y 1994b). Koike (1994b), que estudia dos interacciones entre
jefas de estudios y profesores, atribuye esta preferencia, así como el abundante
uso de estrategias de mitigación, a la posibilidad de que se interpreten las suge­
rencias como reproches implícitos a comportamientos previos, y, por tanto,
que el hablante se sitúa en una posición de superioridad con respecto a su
destinatario4’’. Pero véase Mulder (1994), quien señala, en su corpus, el alto
uso de formas de 2a persona de verbos modales deónticos.

42 Brown y Levinson (1987: 128) asumen que las justificaciones son un procedimiento de
cortesía positiva porque son una forma de involucrar al oyente. García (1993: 141), en cambio,
las incluye en las estrategias deferenciales. Haverkate (1994a: 68-9) considera que afecta posi­
tivamente a las dos imágenes del oyente.
43 Escandell (1986: 604) los denomina «propositivos», porque proponen al oyente realizar
una acción.
44 La distinción entre algunos de estos actos de habla, sobre todo la advertencia, el consejo,
la sugerencia y la recomendación es compleja. Escandell (1986: 604-6) propone diferenciarlos
según una escala basada en el grado en que el hablante piensa que es necesario que el destina­
tario realice la acción. Koike (1994b), por el contrario, defiende una clasificación basada en el
peso de la fuerza ilocutiva y la posición adoptada por el hablante con respecto a su destinatario.
45 Sí parece ser éste el caso de las advertencias, cuando están ligadas a situaciones de peli­
gro; lo muestra el hecho de que se formulen directamente en imperativo, sin ni siquiera nece­
sidad de una curva melódica suavizadora (Escandell 1986: 607), pero también es cierto que en
esas mismas situaciones, se puede emplear un mitigador deferencial como «por favor»: Se ha
producido un aviso de bomba. Hagan el favor de salir.
46 No obstante, Koike pone de relieve en su estudio (1994b) la existencia de importantes
variaciones individuales.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 281

Las invitaciones han sido incluidas en la categoría de los directivos


(Escandell, 1986), aunque quizá encuentren un mejor acomodo en la de los
actos de habla compromisivos (Haverkate,1993 y 1994a:106 y ss.). En este caso
las relaciones con la cortesía parecen ser también complejas. El locutor se
inmiscuye en la libertad de acción del oyente, pero para proponerle una
acción que, por una parte, considera le puede resultar beneficiosa o agra­
dable, y, cuyo coste, por otra, recae sobre el propio hablante. Además, la
invitación presupone de por sí que el hablante tiene en buena consideración
al destinatario (García, 1998: 401). Es, por tanto, un acto cortés y descortés
al mismo tiempo (Brown y Levinson, 1987: 40, 99). Por tales características,
el estudio de las formas de interacción que se emplean en la formulación de
invitaciones puede resultar especialmente interesante. García (1998) ha
estudiado las secuencias de invitación en el español de Venezuela. Tales
secuencias suelen constar de tres etapas, si la aceptación de la invitación no
se produce de inmediato: invitación-respuesta, insistencia -respuesta y cie­
rre (García, 1998: 397). Sus resultados47 señalan el uso combinado de estra­
tegias supuestamente deferenciales (más respetuosas con la libertad del
oyente) y de solidaridad (más insistentes y agresivas), tanto en los movi­
mientos principales como en los subordinados, aunque con un mayor pre­
dominio de las primeras. Entre estas podemos citar la formulación indirec­
ta no convencional, la presencia de minimizadores de la imposición y
movimientos preparatorios; entre los segundos, formulaciones directas en
imperativo, con verbos performatives y con el verbo querer (García 1998:
397-401). Esta proporción cambia, aunque ligado al sexo del hablante, en la
segunda etapa: la insistencia en la invitación tras un primer rechazo. Los
hablantes varones parecen ser más agresivos que las mujeres, que siguen
empleando estrategias deferenciales. Por último, en el cierre de la interac­
ción, prevalecen las estrategias de solidaridad en ambos sexos (García 1998:
409).
Las respuestas negativas y positivas a las invitaciones también suponen un
juego de preservación y valoración de las respectivas imágenes. Así García
(1992b y 1998) pone de manifiesto el uso preferente de estrategias negativas (miti­
gación, fórmulas indirectas,justificaciones, etc.), aunque también se empleen
positivas (expresión del deseo de aceptar, promesas de intentar hacerlo, etc.)
en la primera etapa, y de estas últimas en la segunda (tras la insistencia del
interlocutor), lo que responde también al cambio de estrategia del interlocutor48.
Si pasamos a los actos aseverativos, encontramos que también se han cata­
logado como potencialmente agresivos para el destinatario. Por ello, la expre-

17 El estudio está realizado a partir de la grabación de interacciones en juegos de rol y


encuestas evaluativas del comportamiento posteriores.
is Parece qUe no hay diferencias signficativas en el comportamiento de los hablantes perua­
nos y venezolanos a este respecto.
282 Silvia Iglesias Recuero

sión de las opiniones y de las creencias suele estar mitigada por diferentes pro­
cedimientos. Haverkate (1994a) presenta una selección de ellos. Se trata, sobre
todo, de lo que en la tradición anglosajona se denominan «hedges», y entre ellos,
se pueden citar: la modificación modal de performativos o la sustitución de pre­
dicados epistémicos o doxásticos (es decir, la selección de predicados asertivos
débiles: creo, me parece) o la utilización de condicionales regulativas relativas a
las máximas de calidad (v. Montolío, 1993 y 1999: 3685). También hay estra­
tegias que parecen indicar un acuerdo parcial con el destinatario o con las
posibles objeciones que éste pudiera oponer: así explica Haverkate el valor
discursivo de las subordinadas concesivas (1994; ver también Garachana 1999
para un fundamento cognitive de tal función); en este apartado, se pueden
incluir también las condicionales semifactuales (Montolío 1993).
Otra forma de mitigación de los actos aseverativos es la utilización de
coletillas interrogativas o apéndices «comprobativos»: ¿no? ¿verdad? ¿no es
verdad) ¿no crees?, etc. Ortega Olivares (1985) los pone en relación con la
disminución de la aseguridad asertiva y del compromiso del hablante con lo
asertado. Por otra parte, suponen una apelación al interlocutor para que
confirme la opinión del hablante y, en este sentido, una búsqueda de coo­
peración (Haverkate 1998: 203-3),9. Podríamos incluir aquí la interjección
eh, usada como apéndice interrogativo, que también funciona como solici­
tud de confirmación (Blas Arroyo, 1995: 99), y que, además, puede ser una
marca de complicidad interaccional (Blas Arroyo, 1995: 101):’°.
La misma función podrían tener las interrogaciones negativas confir­
mativas (Escandell Vidal, 1986 y 1999), que tanta relación guardan con los
apéndices anteriores (Escandell Vidal, 1999: 3956). Todas ellas, desde luego,
responden a la estrategia atenuadora de preguntar en vez de aseverar y, por
tanto, de dar opciones al destinatario (Brown y Levinson, 1987: 145 y ss.)51.
Estructura interrogativa, y fuerza de aseveraciones, poseen también las
llamadas preguntas retóricas, pero su estatuto como estrategias de cortesía
es mucho más discutible. Brown y Levinson (1987: 223 y ss.) las incluyen
nada menos que en las estrategias off-record, que, según su escala, supondrían

19 Aunque, como señala este autor, los factores prosódicos son fundamentales para dis­
tinguir usos corteses ele usos irónicos o sarcásticos.
511 Ahora bien, como ocurre con ¿no? es fundamental tener en cuenta la prosodia, porque
puede convertirse en un instrumento de agresión (Blas Arroyo, 1995: 100). También el contexto
discursivo es relevante para su interpretación, especialmente con actos de habla directivos
(Blas Arroyo 1995: 103-5)
51 La aparición de la negación ha sido vinculada al carácter orientado y. por tanto, presu­
positivo de tales preguntas. Según Brown y Levinson (1987: 122) este tipo de negación y la
presuposición del acuerdo del destinatario es un mecanismo de estrategia positiva (se com­
parten las mismas actitudes y opiniones). Sin embargo, y como ocurre con las interrogativas retó­
ricas (véase infra), no está tan claro que tal presuposición sea inherentemente cortés al estar
originada, unilateralmente, en el hablante. Podría interpretarse también como una intromisión
y una cierta violencia sobre aquel.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 283

el máximo grado de la cortesía (porque el siguiente sería no realizar el acto


de habla), pero las consideraciones hechas en investigaciones sobre su fun­
cionamiento no parecen estar de acuerdo con esta observación Si, pol­
lina parle, se reconoce que el formato interrogativo proporciona ciertas
opciones al destinatario: por ejemplo, puede pretender no entenderla como
tal, sino como verdadera pregunta (Escandell, 1984: 36, 1994: 183, Igualada
Belchí, 1994: 341), por otra, parece que pesan masen su emisión los intereses
del propio hablante: el deseo de proteger su propia imagen, al mitigar, en
apariencia, su compromiso asertivo (Igualada Belchí, 1994: 341) y de refor­
zar su argumentación (Igualada Belchí, 1994: 342 y Haverkate, 1994b, 1998:
195). Quizá lo más conveniente sea estudiar con más detenimiento su fun­
cionamiento en las interacciones reales, ya que, como muestra Haverkate en
su estudio sobre las preguntas retóricas en La Celestina (1994b), no se utili­
zan mayoritariamente con el deseo de proteger al destinatario, y, como han
señalado Igualada Belchí (1994) y Martinell (1992), sus funciones pueden
depender, en gran medida, del tipo de actividad discursiva.
La reacción a los actos de habla aseverativos ha sido estudiada por Krüger
(1996). Dado el corpus estudiado, las encuestas realizadas para el estudio
sociolingüístico del habla popular de Sevilla, la mayor parte de las reaccio­
nes son las esperahles, es decir, la aprobación (el rechazo se da, sobre todo,
como rechazo de presupuestos del hablante sobre el destinatario). Los meca­
nismos empleados son muy variados: desde los paraverbales a los verbales,
pero, entre estos últimos predominan las señales fáticas de recepción, las eva­
luaciones positivas y la repetición, (216); también lo son los tipos de inter­
venciones de aceptación (214 y ss.).
Han sido estudiadas también otras estructuras habitualmente emplea­
das en las reacciones, y no sólo de actos asertivos, en la interacción conver­
sacional; entre ellas, la repetición desempeña un papel destacado y biva­
lente: así, mientras que la repetición léxica puede ser una marca de acuerdo
(Briz, 1998: 73; Haverkate, 1998: 201; Agudo Ríos, 2000), si se acompaña de
las propiedades prosódicas adecuadas, hay otras construcciones repetitivas
especializadas para la réplica: entre ellas se pueden citar las preguntas eco
«recóricas» (Dumitrescu, 1993: 74 y ss. y 1998: 301); las interrogativas con infi­
nitivo (Escandell, 1987); o las exclamativas-eco (Herrero, 1995). También vin­
culadas con la réplica refutativa se encuentran ciertas construcciones con­
dicionales: contrafácticas de indicativo (Montolío 1999: 3672-74), y las
independientes (Montolío 1998), y las estructuras formadas por ¡Ni que+ sub­
juntivo/ (Porroche, 2000), que se emplean para el rechazo vehemente de una
hipotética réplica del interlocutor.

:'2 Las estrategias oft-record de Brown y Levinson son cuando menos discutibles como
tales. Su inserción en este guipo parece responder a que todas ellas violan alguna máxima
conversacional de Grice, más que a su naturaleza como estrategias de cortesía.
284 Silvia Iglesias Recuero

A diferencia de la visión excesivamente centrada en la amenaza poten­


cial de todo acto de habla que parecen mantener Brown y Levinson, y que,
de ser la única posibilidad «le robaría a la interacción social todos los ele­
mentos de placer» (Nwoyc, 1992: 31153), otros autores (Lakoff, Leech,
Kerbrat-Orecchioni, 1992: 183 y ss.) han reconocido el valor inherente­
mente cortés, tanto desde el punto de vista social-ritual, como desde el punto
de vista individual o del «tacto», de otros actos de habla, destinados a favo­
recer las relaciones interpersonales (en este sentido, Beinhauer hablaba de
«cortesía desinteresada» 1991: 151).
De entre los actos rituales intrínsecamente corteses, destacan el agra­
decimiento y la disculpa. Ambos han sido poco estudiados en español. Véase,
no obstante, Haverkate (1994a: 93-7).
Con respecto a las disculpas, no conocemos ningún estudio de campo
dedicado explícitamente a este tipo de acto de habla y secuencia conver­
sacional en el ámbito hispánico54 (véanse las observaciones de Beinhauer,
1991:149-50). Esta sería una buena razón para emprender investigaciones
sobre ella, máxime cuando existen estudios teóricos y sobre otras lenguas
(por ejemplo, Óhlstcin, 1989; Holmes, 1989; Coulmas, 1979; Fraser, 1979;
Kerbrat-Orecchioni, 1994: 149-97), que han puesto de manifiesto, por una
parte, la similitud de la formulación: expresión lexicalizada de disculpa y
asunción de la responsabilidad, así como covariación con respecto al grado
de «daño» infligido, la posición social de la víctima y el sexo. También,
claro está, se pueden encontrar disculpas como introducción o sustitución
de las respuestas no preferidas. De hecho, Haverkate (1994a: 101 y ss.)
dedica parte de su análisis teórico de las disculpas a la utilización del enun­
ciado lo siento como respuesta negativa a un acto de habla previo del inter­
locutor. Santiago Barriendos (2000) se ocupa de las justificaciones intro­
ducidas por es que, que llevan implícito un elemento de disculpa (Santiago
Barrientos, 2000).
Otro aspecto de la cortesía interactional, en su condición de normas
sociales que definen el comportamiento verbal adecuado en determinadas
situaciones, son los llamados «rituales de acceso»: los saludos y las despedi­
das. (Goffman, 1973: cap. 3) En todas las sociedades se emplean para esta
función enunciados más o menos ritualizados (Laver, 1981) y así ocurre tam­
bién en español (Bainhauer, 1991:156-64; Moreno Fernández, 1986b; Arnaiz
Abad, 1992, y Haverkate, 1994a: 85). Los saludos cumplen la función inter­
personal de demostrar cordialidad y disponibilidad a la interacción, así

53 La traducción es mía.
M El artículo de García (1989) estudia a hablantes venezolanos pero en producciones en
inglés. Aun así, parece que las esuategias utilizadas difieren de los hablantes nativos de inglés,
porque los primeros tienden a reforzar la solidaridad y el afecto, frente a la mayor deferencia
mostrada por los segundos.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 285

como la función discursiva de permitir que ésta se desarrolle de la manera


más fluida posible en su fase inicial. El uso de tales formulas en español
-que además de las expresiones fijas de saludo comprende las preguntas
sobre la «salud», como ocurre en otras lenguas- ha sido abordado por
Beinhauer (1991: 162-3) Moreno (1986b), Arnaiz Abad (1992) y Haverkate
(1993 y 1994a)55. Del segundo estudio se desprende que la selección de
determinadas construcciones covaría con la edad, el sexo y la relación de dis­
tancia y solidaridad con el interlocutor, lo que confirmaría, en la medida en
que la población analizada lo permite, las reflexiones que al respecto hacen
los otros tres autores. A las mismas restricciones se sujetan las despedidas. Muy
interesantes son los valores asociados a la nueva forma de despedida venga
(Blas Arroyo, 1998)
Desde una perspectiva contrastiva e interaccional56, Placencia (1996)
pasa también revista a los rituales de acceso en la conversación telefónica,
poniendo de relieve la complejidad de estructuración de las respectivas
secuencias de saludo y despedida, las diferencias existentes entre culturas
como la inglesa y la ecuatoriana a este respecto, así como la naturaleza múl­
tiple de los valores de cortesía que se pueden atribuir a las estrategias selec­
cionadas por los hablantes, sobre todo cuando se «incrustan» unas en otras.
Los cumplidos son también intrísecamente corteses. No obstante, para
que cumplan su función «lubricadora» de las relaciones sociales y persona­
les, hay limitaciones sobre qué objetos y en qué momento de la interacción
se «puede» hacer un cumplido (véase Kerbrat-Orecchioni, 1994: 199-217;
Haverkate, 1994a: 88-92). Más problemáticas son las respuestas a ellos, por­
que, por una parte, las normas de cortesía conversacional aconsejan no
rechazar el cumplido, mientras que, por otra, no se considera adecuado
que el hablante acepte sin más un elogio. Por ello han recibido atención
en distintas culturas (Pomerantz, 1978; Kerbrat-Orecchioni, 1994: 230-267).
Además de las observaciones de Beinhauer sobre el agradecimiento pre­
sente en las respuestas españolas a los cumplidos (Beinhauer, 1991: 151-2),
contamos con el estudio contrastivo que llevan a cabo Valdés y Pino (1981)
entre mejicanos monolingües y mejicanos bilingües. Aunque los tipos de
respuestas no parecen diferenciarse mucho de las de los hablantes norte­
americanos estudiados por Pomerantz, sí parece que las respuestas de los
hablantes mejicanos monolingües son más complejas (unen varios proce­
dimientos) y covarían con el grado de cercanía o distancia interpersonal.
De nuevo desde perspectivas diferentes y con diferentes metodologías. Moreno Fernández
(1986b) lo hace desde una perspectiva sociolingüística y a través de encuestas selectivas a una
población rural española (Quintanar de la Orden), mientras que Amáiz adopta una posición
contrastiva y no señala qué fuentes ha utilizado. El de Haverkate (1993 y 1994a) es un estudio
más bien teórico. YBeinhauer (1991), como es bien sabido, parte de observaciones persona­
les y del análisis de corpus literario.
56 Y con consecuencias muy interesantes desde el punto de vista teórico.
286 Silvia Iglesias Recuero

También intercultural es el trabajo de Cordelia et al. (1995), que confirma


que las mujeres hacen más cumplidos que los hombres, y además estudian
las distintas funciones que pueden tener este tipo de actos en la interac­
ción.
Además de estudios sobre actos de habla concretos o secuencias con­
versacionales, hay otros trabajos que se ocupan de la clasificación, descrip­
ción y funcionamiento de los procedimientos de atenuación e intensificación
discursivas cu general (Beinhauer, 1991: cap. Ill; Meyer-Hermann, 1988;
Herrero, 1991; Briz, 1995, 1997 y 1998). Todos estos autores han puesto de
manifiesto que mientras que la atenuación, en general, es un tipo de estra­
tegia destinada preferentemente a mostrar que el hablante no desea impo­
nerse, sino que tiene en cuenta a su interlocutor, en busca de la cooperación
o el acuerdo, la intensificación supondría exactamente la intención o el
efecto contrario. Pero, como Briz (1998) señala repetidas veces, no puede
hacerse una equiparación simplista entre tales procedimientos y la cortesía
o la descortesía. Depende, en primer lugar, de qué se intensifique o se ate­
núe (piénsese en los efectos contrarios de la atenuación o intensificación de
una predicación que suponga un elogio sobre el alocutorio: o en el nivel dis­
cursivo, en la atenuación o intensificación del acuerdo y del desacuerdo); en
segundo lugar, depende también de la situación de comunicación: proce­
dimientos intensificadores que pueden resultar descorteses en una situa­
ción formal, donde la distancia interpersonal cutre los participantes sea
grande, pueden tener exactamente la función contraria en contextos infor­
males y de mucha familiaridad o intimidad.
Entre los procedimientos léxicos de atenuación e intensificación, destaca
el estudio de la sufijación apreciativa (Sanmartín Sáez, 1999; Gómez Capuz
2000)57; pero también puede reflejar la postura discursiva del hablante con
respecto a su interlocutor la selección del léxico: así se puede hablar de una
función cortés del eufemismo (Beinhauer, 1991: 172 y ss.) o de un léxico más
culto (Placencia, 1996)58; del valor intensiPicador de la metáfora (Gómez
Capuz y Sanmartín Sáez, 2000) o de la fraseología (Ruiz Gurillo, 2000); y de
la función de identificador de grupo del argot (Sanmartín, 1998). No obs­
tante, a pesar de los trabajos citados, es esta una dimensión de la cortesía que
aún está prácticamente por explorar.
Como se habrá podido comprobar, el análisis de la cortesía vinculada a
la formulación de distintos actos de habla, tanto en forma de enunciados ais­
lados, como en su desarrollo interaccional en secuencias, es un campo de cstu-

57 En trabajos ya clásicos sobre el diminutivo, con una perspectiva o predominantemente


sincrónica o diacrónica, ya hay intuiciones sobre su función discursiva (Montes Giraldo, 1972;
Alonso, 1974; González Ollé, 19(52; Nañéz Fernández, 1982).
58 Aunque en mucha menor medida que en las lenguas orientales, los distintos registros del
léxico pueden cumplir en español la función de honoríficos del destinatario.
Los estudios de la cortesía en el mundo hispánico. Estado de la cuestión 287

dio prometedor y necesitado de nuevas aportaciones. El volumen de traba­


jo por hacer es aún enorme, casi abrumador, tanto por la dificultad intrín­
seca de la investigación como por la complejidad de la discusión teórica
envuelta en ella. Queda, por otra parte, casi intacta la dimensión diacróni-
ca, sólo recuperable parcialmente a través de los documentos escritos, sin la
cual nunca podrá estar completa esta parte fundamental de la descripción
y hermenéutica del uso del español.
288 Silvia Iglesias Recuero

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