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Debido a que nuestro tema vincula distintas temáticas de esta última parte de la materia,
nos pareció importante hacer un recorrido por estos ejes, para poder abordar de manera
más completa el análisis interseccional sobre las violencias sufridas por mujeres detenidas
en la dictadura. Para esto, usaremos de guía el texto titulado “Mala época para ser mujer”.
En el centro de ese sistema de representaciones se instala una figura nueva, la del testigo,
el sobreviviente, encarnación del pasado del cual es preciso mantener el recuerdo. En este
sentido, la figura del testigo es una que apela a la confianza de quienes lo oyen para
decirles “creéme, yo estuve ahí”. Esta será una figura central para la construcción de la
memoria colectiva acerca de la última dictadura. Así, el período de la reapertura
democrática fue efectivamente el telón de fondo del surgimiento de los primeros relatos que
intentaban narrar y explicar la historia oculta de la dictadura militar iniciada en 1976. En
estos discursos el eje articulador fue la necesidad de dar lugar al testimonio como forma
privilegiada de abordaje a ese pasado reciente.
Sin embargo, los testimonios de las mujeres y las violencias específicas que éstas vivieron,
no encontraron marcos de escucha adecuados, por lo que se trató de crímenes
invisibilizados. Además de esto, aquellas mujeres que sobrevivieron a las violaciones
sufridas durante su detención, se enfrentaron una vez concluida la dictadura con el peso de
un doble estigma: eran vistas para diversos actores sociales como putas y traidoras. Se
suponía y se afirmaba que habían sobrevivido a costa de colaborar con sus captores, epro
además de haber mantendio relaciones sexuales con sus victimarios, lo que les otorgó
privilegios. Así, de alguna forma, se reemplazaba el “algo habrán hecho para que se los
lleven” por el “algo habrán hecho para sobrevivir”
Como dijimos anteriormente, sus testimonios fueron retomados recién hacia el 2010,
cuando desde el campo del derecho y las ciencias sociales se comienza a poner atención a
sus experiencias.
Por otro lado, nos pareció importante remarcar que en el trabajo de Di Meglio se reconoce
la identidad como militantes políticas de las mujeres que fueron víctimas de la
dictadura, que en los años posteriores al fin de la dictadura, se mantuvo una idea de
victimas “inocentes” donde no tenían ninguna asociación con militancias políticas o
guerrilleras. Con esta forma de caracterizar a las víctimas se ignoraba el carácter universal
de los derechos humanos, y a la hora de realizar las denuncias se recalca su ajenidad de
la guerrilla y la militancia política.
La interseccionalidad se deriva de las perspectivas feministas relacionadas con la
ubicación de las desigualdades de género en un marco más amplio. Se utiliza para hablar
de los múltiples niveles de injusticia social que se superponen. El término combate
distintas formas de discriminación. A través de las lentes de la interseccionalidad los casos
judiciales, por ejemplo, pueden afrontarse de manera más justa y apropiada.
Kimberle Crenshaw, abogada y feminista negra, lo definió por primera vez en 1989 y
señalaba que toda conceptualización basada en un solo eje borra a las mujeres negras de
la identificación, limitando el análisis a las experiencias de miembros privilegiados de
cada grupo.
La interseccionalidad como tal, alude al hecho de que el género, la etnia y la clase operan
de manera simultánea en el proceso de generar y manifestar las desigualdades. Entonces,
cualquier análisis de las desigualdades será incompleto si no se tienen en cuenta las
múltiples dimensiones del fenómeno.
Ochy Curiel dice que para lograr una transformación social debemos tener una propuesta
política articuladora que permita concebir sistemas de opresión, exclusión y marginación
como sistemas de dominación articulados. Se comprende, entonces, que los sistemas de
opresión racial, sexual y de clase se encuentran solapados a tal punto que no son
escindibles.