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PROGRESISMO

La ‘idea’ de progresismo está necesariamente sustentada por otra que es


la de movimiento, fluidez. Y esta última es un asunto sobre el que se habla
poco porque se da ‘por hecho’, algo así como la aceleración de gravedad
(nadie, como dice Ortega y Gasset, se anda sosteniendo de la paredes por
si acaso). Desde ya digamos que la aceleración de gravedad es algo
mucho más ‘real’ que el movimiento, por lejos.

Para que tratemos de tematizar esto de un modo más o menos claro,


vamos a tener, nada menos, que empezar por entender de un modo claro,
en qué consiste el Idealismo Trascendental, sobre el que casi nadie se
refiere especulativamente, en justa forma y medida. Oímos desde jóvenes,
que Kant, luego de leer algo muy importante de Hume, “despertó de su
sueño idealista” y se percató de que tenía que plantear su idealismo pero
introduciendo unos elementos que se han llamado ‘a prioris’. Pero ¿por
qué? Y ahí viene el elocuente silencio. Se entiende este callar sobre
tremendo detalle, porque es por muy lejos lo más importante del Idealismo
Trascendental y significa, ni más ni menos, que no se puede asimilar o
concebir, el ‘paisaje’ de la realidad como lo percibe el hombre, si no
introducimos esas consideraciones, que, por no darse empíricamente, hay
que llamar ‘a prioris’ o, derechamente, ‘supuestos’.

Tiempo y espacio no se dan a la empiria (a los sentidos). No lo olvidemos.


Son fantasmas que el Hombre introduce irremediablemente a su
percepción (= no lo planea), lo que ‘arma’ casi automáticamente, la figura
de lo percibido así como el Hombre lo percibe. El Hombre percibe al
mundo como ‘desarrollándose’, como un gran evento constituido por otros
eventos, moviéndose, consecuencialmente, dentro de algo que sería el
“espacio”; y durando, lo que sería “un tiempo”. Todo esto no lo manejarían
las otras bestias porque no poseen lenguaje, memoria e imaginación.

¿Por qué, el Hombre, se enfrenta a una realidad así, que podríamos llamar
‘histórica’ (en la medida que es siempre una pequeña o gran situación
‘narrable’)? Muy claro: porque posee lenguaje; pero, sobre todo, porque
ese lenguaje se despliega en el terreno de la imaginación y de la memoria.
Todo esto ‘arma’ una forma de percibir inevitable en la que vemos venir los
eventos y les anticipamos un futuro. No nos podemos restar a ello. Es
interesante observar que ciertas enfermedades mentales borran ese
‘modo’ de ser del Hombre en el mundo (para parafrasear a un pensador
del siglo XX [en eso de “ser en el mundo”, que creyó ver en esa manera
de ser del Hombre, una situación de carácter ontológico [metafísico], muy
probablemente influído por su raigambre religiosa). Tal, digo, la
esquizofrenia crónica defectual (de patio) que es una ‘despersonalización’.

Nada de esa forma prescrita, construída, propuesta, por el Hombre (el


idealismo trascendental de Kant), trata de realidades “trascendentes”,
como se postula del “progreso” por parte de los que creen en él (para
“progesar” se requiere una meta ‘ajena’ al Hombre, “trascendente” [como
Dios, por ejemplo]), hacia la cual (o según la cual) ‘progresar’. La
presumible confusión que puede nacer aquí es la comprensible
equivocación de estimar “trascendente” como lo mismo que
“trascendental”. La primera palabra apunta a algo que tendría consistencia
real no importa si el Hombre participa o no (“lo trasciende”); mientras que
“trascendental”, en esta precisa materia que nos ocupa, es aquello que, a
la contraria, emergiendo del ‘modo de ser del Hombre’ se ensambla con lo
‘sabido’ de las ‘cosas’ del mundo, a través de la percepción sensorial, o
empiria y configura la realidad (la ‘realidad’, vemos, es como una
‘invención’ humana).

La “historicidad” de lo real, y del Hombre en sí mismo (eso de darse como


evento), no sólo es aprovechada por una feroz cantidad de “realidades”,
como por ejemplo, la posibilidad de que ese flujo se modificara de una
manera misteriosa y el Hombre gozara de Libertad en sus más variadas
formas, una de las cuales se enreda con el “libre albedrío”, sino que
fundamenta estructuralmente, una serie de aseveraciones optimistas, tal
como aquello que pretendemos criticar en esta ocasión, la posibilidad de
“progreso”. Creo que El Hombre no progresa, derechamente porque no
existe ningún referente hacia el cual progresar.

Si se piensa que estamos inmersos en un mundo en el que, taxativamente,


‘ocurren’ eventos que se despliegan y que duran, es legítimo
operativamente pensar que este movimento ‘histórico’ no es ‘fatal’ (cuando
es precisamente todo lo contrario = es ‘fatal’). Que se puede ‘hacer algo’
por modificar el curso de los acontecimientos (no aquí, al menos, en el
mundo real imparable). Pero, lo que es más contundente y atrevido, es
pensar que tenemos acceso a algo mejor que lo que se percibe. En esta
incomprensible percepción de que se podría ‘avanzar’ hacia algo mejor
radica la ‘idea’ infantil de “progreso”.

En esta atractiva postura de presumir que, primero, hay una complexión de


la realidad, ‘mejor’ que la actual; y que se puede llegar a ella, está
necesariamente enclavada la idea de un ‘ser trascendente’ que es el
responsable de aquel “mundo mejor” (falta nombrarlo no más; y que es un
ente que “brilla por su ausencia”). Y de esto al ‘creacionismo’ (¡¡¡¡Dios de
nuevo!!!!), no hay ni medio paso.

Lo más extraño de estos grupos que se hacen llamar “progresistas”, es


que ellos mismos han inventado o propuesto, formas de la estructura
objetiva de la vida, que serían progreso al compararlas con otras. Por
ejemplo, que hay que albergar y cultivar ciertos valores propuestos
arbitrariamente por ellos mismos, lo que tiene claro aire de totalitarismo
‘ordinario’. Generalmente, se trata de evaluaciones valóricas que apuntan
a propiciar un trastrocar los valores sociales vigentes, sistemáticamente en
un sentido que apunta a saltarse ciertas ‘convenciones’. No se necesita ser
un dechado de sagacidad para percibir el carácter, por un lado,
creacionista (en el que se supone un ente conocedor y factor de los
mejores valores), y, por otro lado (lo que tiene la mayor importancia
imaginable), que los progresistas, con absoluta seguridad que
‘inconscientemente’ (no estamos hablando aquí de pilatunadas
psicoanalíticas que de eso ya estamos más allá de la coronilla [el
Psicoanálisis es una doctrina esencialmente optimista y progresista, que,
por eso solamente, apesta]), propician la ‘deshumanización’ del Hombre.
Esta “deshumanización” se refiere a ‘desollar’ al mono funesto, de todas
las ‘formalidades’, ‘normas’, ‘artilugios’, elucubraciones, etc., que lo han
venido ‘inventando’ con el resultado de que, paradojalmente, se ha
mantenido por mucho tiempo como ‘el rey de la selva’ (si no fuera por su
fantasía, el Hombre habría desaparecido, comido por los perros salvajes
de la savana Africana). Estos progresistas se han autodenominado así
porque odian a quienes, aparentemente, se han dado cuenta en qué laya
de inventos, hipótesis y ficciones se sustenta la supremacía humana y no
miran con buenos ojos que se periclite aquella estructura objetiva de la
vida en cuyo seno se forjaron, asombrosamente para algunos, una
infinidad de personajes públicos y privados que están en plena extinción
(los conservadores). Y eso ha ocurrido meramente porque ha llegado
aquel desierto del que hablaba Nietzsche y que no es más que la pereza
maligna y la ordinariez en los estilos vitales (véase, por ejemplo, el quilate
del lenguaje procaz estadounidense, que en Chile ha prendido
intensamente, siendo el país en que más groseros y obscenos, son los
sujetos de categoría académica [como nos lo han comentado las visitas
latinoamericanas que hemos tenido]). Esto nos trae a la memoria un
pensamiento de un antropólogo del siglo XX (cuyo nombre he olvidado,
pero lo repararé) que afirmaba con verdadera adivinación matinalista que
“la civilización terminará con la especie”).

Pero ¡¡caramba!!, no nos entusiasmemos y tratemos de mantenernos en el


área del ‘progreso’ y del ‘progresismo’.

No es raro escuchar, no sólo entre los progresistas explícitos, esta extraña


idea, creencia o convencimiento, de que el solo mentar aquello del “siglo
XXI” (“¡¡¡Perom si ya estamos en el siglo Veintiuno!!!” ¿Y qué? -digo yo-) y
los por venir, implica, automáticamente, que aquello significa que cada vez
vamos a tener un mundo mejor, empezando por una mejor calidad de los
Hombres. Tal es la ‘magia’ de la percepción del mundo ‘en eventos’, que,
a muchos lleva a la convicción de que sólo es concebible el que este ente
extraordinario que sería el Hombre, no tiene otro futuro tolerable que el de
encaminarse en una senda de progreso. Esto es muy raro e insostenible
porque si hay algo claro, es que de lo que conocemos de la Historiografía,
desde lo más remoto, destaca la seguidilla de fracasos, refutaciones de
todo lo obrado, cataclismos bélicos, evaporamiento de valores que han
tenido cortísimas vigencias (como es el caso del Honor, durante ciertos
años de La Antigüedad), desvanecimiento de religiones aparentemente de
alta calidad valórica pero ineficaces, bancarrota de los más poderosos
imperios o estructuras políticas, etc., etc. Además, está el agregado, entre
que muy serio y sarcástico, que, los progresistas, muy probablemente, sin
ni notarlo (dada la liviandad de sus reflexiones), postularían que toda la
historia anterior habría tenido lugar para producirlos a ellos. Si no, quiere
decir que su progresismo, o es mentira, o se trataría de un fenómeno tan
raro, que dependería de que ellos lo despertara y lo echaran andar de aquí
en adelante. Y que ellos, en realidad, están anunciando una novedad
sobre la que, hasta la fecha, nadie había tenido la ocurrencia de propiciar.
¿Cómo no percibir la presencia de la arrogancia típica del “mono funesto”?

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