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Reflexión sermón de descendimiento

Un lugar, una audiencia y una verdad, son los tres elementos que se
requieren para componer una gran enseñanza; elementos que estuvieron
presentes en la último mensaje que nuestro amado Jesucristo nos dejó
como legado. Un lugar, una audiencia y una verdad.

El lugar del último mensaje de Cristo al mundo fue la cruz.

La audiencia: escribas y fariseos blasfemos; sacerdotes del templo judío


con sus ridiculeces; soldados romanos en juegos de azar; discípulos tímidos
y acobardados; la Magdalena, hecha un mar de lágrimas; Juan, el discípulo
amado y la Virgen María (con dolores en el alma, como sólo una madre los
puede sentir). La Magdalena, que representa la penitencia; Juan, que
representa al sacerdocio; y María, que representa la inocencia, son los tres
tipos de almas que siempre se encontrarán a los pies de la cruz de Cristo
como audiencia.

La verdad que esta audiencia escuchó, desde el lugar de la crucifixión de


Cristo, fueron las siete palabras. En su infinito amor, al momento de morir,
nuestro Señor Jesucristo nos dejó sus pensamientos. Las siete palabras
que nos dirigió fueron pronunciadas por Él y serán recordadas por siempre
como consuelo eterno.

Jamás se conoció a un predicador como Cristo moribundo. Jamás hubo una


audiencia, como la que se reunió alrededor de la cruz. En ninguna época
alguien pronunció las siete palabras de Cristo.

Aquellas palabras pronunciadas por Cristo, a diferencia de las palabras de


un moribundo, nunca murieron. Entraron en los oídos de una gran audiencia
y resuenan hoy en los laberintos de nuestra mente humana.

Aquí y ahora, esas siete palabras se anidan en nuestros corazones,


corazones que deben decidirse una vez más a dejarse tentar por el amor de
Jesús.

Acompañemos ahora a Cristo hasta el sepulcro, para resucitar luego con Él


mediante la única verdad que Cristo nos dejó desde el lugar de la
crucifixión, nos enseñó a amar, como Él amó.

Amén.

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