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Conocimiento cierto
La filosofía pertenece al género de las ciencias. Aristóteles define ciencia como
“conocimiento cierto y evidente de las cosas por sus causas”. Recordemos que el
conocer las causas permite la certeza (seguridad subjetiva) ya que el objeto conocido
se manifiesta por ello como evidente. La filosofía es así ciencia y no un conjunto de
opiniones.
Ahora bien, toda ciencia se define por sus objetos y métodos. Se debe distinguir
entre objeto material y objeto formal: el primero es lo que una ciencia estudia, la cosa,
el ser sobre el que recae su consideración, mientras que el segundo se refiere al punto
de vista, la perspectiva, el ángulo o enfoque desde el cual considera a su objeto
material. Así muchas ciencias pueden coincidir en el objeto material pero diferenciarse
por su formalidad (por ejemplo el hombre es el objeto material de la antropología
cultural y de la antropología filosófica pero que mientras esta última estudia al hombre
desde su esencia o naturaleza, como una totalidad, la primera considera al hombre
como sujeto de costumbres, tradiciones, mitos, creencias y valores que conforman su
grupo social). Se llama método de una ciencia al “conjunto de procedimientos
empleados para llegar al conocimiento o a la demostración de la verdad” 1. El método
de una ciencia depende de sus objetos, en especial del objeto formal. Para la filosofía
realista esto es importante, no hay métodos a priori ni métodos universales.
1
Jolivet, R., Curso de filosofía. Club de lectores, Buenos Aires 1985, p. 11.
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2
Por eso estudiar la historia de la filosofía resulta tan importante. Así lo expresa M. Artigas en
Introducción a la filosofía. EUNSA, Pamplona 1990, p. 90: “El interés de la historia de la filosofía radica
en que facilita el acceso a la verdad, pues da acceso a lo que otros ya han pensado sobre cuestiones
semejantes a las actuales”. Y Santo Tomás de Aquino lo enseña en De caelo, I, 22 (228): “El estudio de la
filosofía no se hace para saber qué han opinado los hombres, sino cómo es la verdad de las cosas”.
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filosofía especulativa que busca conocer las cosas por sus principios y causas
últimas; aquí se incluye la filosofía de la naturaleza, la psicología y la filosofía del
hombre (antropología filosófica) y la metafísica (gnoseología, ontología y teología
natural o teodicea)
la filosofía práctica que puede referirse tanto al hacer, y así aparece la filosofía
del arte o al obrar con la filosofía moral (ética)
y la lógica como instrumento para determinar cómo llegar a la verdad con
certeza.
No obstante la común aceptación de estas tras partes principales de la filosofía, sin
embargo, siguiendo a Aristóteles al considerarla un conjunto de ciencias, hay que
afirmar “que cualquier ámbito de la realidad puede ser objeto del saber filosófico” y
que “para que una disciplina sea considerada como filosófica, no basta que plantee
cuestiones generales sobre algún tema, sino que ha de responder a un planteamiento
en el que se investiga acerca del ser de las realidades consideradas y se buscan sus
explicaciones últimas"3.
El término teología puede ser aplicado tanto a la parte de la metafísica que aborda
la cuestión de Dios como causa última de todo ser finito, esto es la teodicea o teología
natural, como al tratado de Dios desde la fe, teología sobrenatural, comúnmente
3
Ibidem p. 33.
4
Dado que la teología, como ciencia de la fe, responde a una religión concreta, haremos referencia aquí
tanto a la noción de fe como de teología tales como son entendidas desde la religión cristiana católica. Y
nos inspiramos en esta presentación en nuestro patrono Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia,
fraile dominico italiano del siglo XIII (1224/5-1274), que supo unir sin confundir todo el aporte de la
filosofía pagana más los desarrollos de la filosofía medieval y los suyos propios con las verdades de fe.
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teología a secas. Esta última, obviamente, es la ciencia que debemos presentar y poner
en relación con la filosofía.
Si la consideramos objetivamente, es decir, atendiendo al objeto de estudio, la
teología es la ciencia que estudia a Dios y su obra, es decir, a todos los seres en cuanto
creaturas de Dios.
Pero subjetivamente tomada, la teología como ciencia hecha por el sujeto hombre,
es la ciencia de la fe. En efecto, la fe es principio, norma y fundamento de la teología.
La teología se constituye al aceptar el hombre creer, en un acto de fe, lo que Dios
revela (manifiesta, da a conocer) del conocimiento que Él tiene de sí mismo, necesario
para el hombre y su salvación. Así la teología se ocupa de todas las realidades
considerándolas bajo la luz de la fe en la revelación de Dios5. El esfuerzo de la ciencia
teológica es penetrar con la inteligencia en el misterio de la fe.
5
“La fuente del conocimiento teológico es la Revelación, que se transmite por la Sagrada Escritura y la
Tradición, y es custodiada e interpretada de modo auténtico por el Maisterio de la Iglesia”. Artigas, M.
op. cit., pp. 104-105.
6
Saber del latín scire y de allí scientia, ciencia. Lo propio de la ciencia es demostrar, mostrar a partir de
principios evidentes aquello que sólo se vuelve evidente tras una argumentación demostrativa. Así por
el saber se conocen la mayor parte de las cosas.
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Debemos distinguir, siguiendo a Aristóteles, entre lo evidente o cognoscible en sí y lo evidente o
cognoscible para nosotros. La existencia de Dios, por ejemplo, es lo más evidente o cognoscible en sí
mismo (al ser Dios fuente de toda verdad y conocimiento, de toda inteligibilidad e inteligencia) pero
para nosotros no es inmediatamente evidente, sino mediatamente evidente después de un medio, de
0
una demostración racional). Otro ejemplo: que el punto de ebullición del agua sea a los 100 C es
evidente en sí pero no para todos sino para aquellos que pueden demostrarlo científicamente. Y otro
caso: que Dios sea uno y trino, es una verdad evidente en sí pero no para nuestra inteligencia, de
ninguna manera evidente, ni de forma inmediata ni mediata. Por eso es objeto del creer de la fe.
8
La gracia es un don, un auxilio, gratuitamente dado por Dios en orden a nuestra salvación. La gracia
habitual es recibida en el sacramento del Bautismo.
9
Maritain, J., Introducción a la filosofía. Club de lectores, Buenos Aires 1985, p. 102.
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Las famosas vías desarrolladas por Santo Tomás de Aquino constituyen las pruebas más lógicas y
aceptadas en la historia de la filosofía para demostrar la existencia de Dios, usando sólo la razón y
partiendo de efectos, evidentes en nuestro mundo, y que exigen una causa real para dar cuenta de su
innegable realidad de efectos. En ellas, Santo Tomás retoma algunos argumentos ya presentes en Platón
y en Aristóteles y otros son suyos propios. Se hallan en Suma de teología, I, c.2, a.3. Para una primera y
sencilla aproximación a esta vías, en este link se puede consultar el tema:
https://es.catholic.net/op/articulos/14619/cinco-vias-de-santo-tomas.html#modal
11
De lo contrario estas verdades serían patrimonio de muy pocos hombres: de aquellos que tuvieran
una determinada edad, capacidad de demostrar, gusto por los estudios y tiempo para ello.
12
De Veritate, c.XIV, a.2 ad 9.
13
Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma de teología,I-II, c. 85, a.3, que sigue a San Beda el venerable al
presenta cuatro grandes heridas en la naturaleza humana por efecto del pecado: la ignorancia en la
inteligencia; la malicia en la voluntad; la búsqueda desordenada del placer en el apetito concupiscible y
la debilidad en el apetito irascible.
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Ambos saberes se presentan, así, distintos pero no por ello opuestos. Por el
contrario, hemos dicho que tienen una relación armónica. En esta relación una ciencia
ayuda y complementa a la otra.
Por un lado, la filosofía coopera con la teología, aunque su función sea para ella
instrumental. En efecto, para penetrar en el misterio de la fe, el teólogo requiere de
conceptos de orden filosóficos. Así, por ejemplo, para referirse a Cristo, Dios y hombre
a la vez, necesita de los conceptos de persona y naturaleza (siendo Cristo una sola
persona pero con dos naturalezas).
Y, por otra parte, la teología ayuda a la filosofía actuando como norma negativa
para ésta: es decir señalándole a la filosofía cuando no hay coincidencia, cuando hay
oposición, entre lo que se sostiene desde el saber puramente racional y las verdades
de fe de la teología (todo esto, por supuesto, en el ámbito de los preámbulos de fe). El
filósofo creyente (porque si no fuese este el caso, no se plantearía la relación razón-fe)
debe proceder con sus argumentos puramente racionales, partiendo de la experiencia,
para llegar a determinadas verdades y para esto, no puede tomar como punto de
partida lo creído por la fe. Sólo al final puede comparar sus conclusiones con lo
afirmado desde la teología. Y si no hay coincidencia (por eso, regla negativa), el filósofo
creyente revisará sus demostraciones para ver por dónde pasó su error. Porque es
inadmisible la existencia de una doble verdad, una para la razón y otra para la fe. Se
podría decir, entonces, con J. Maritain, que “la teología juzga a la filosofía, del mismo
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modo que la filosofía juzga a las ciencias. Le corresponde, pues, sobre ella el oficio de
dirección, pero dirección negativa, que consiste en declarar falsa toda proposición
filosófica incompatible con una verdad teológica”14.
Esta relación armónica es negada por dos posturas extremas, reduccionistas, que
optan falsamente por una u otra de las ciencias.
La primera postura extrema es el naturalismo exagerado que opta por la razón,
como única facultad de conocimiento verdadero, negándole valor a la fe, y, por ende, a
la teología como ciencia. Aquí la filosofía, verdadera ciencia, reemplaza a la teología15.
El segundo reduccionismo está claramente manifestado en la postura del
reformador alemán Lutero (1483-1546). Se trata de un sobrenaturalismo exagerado,
una postura fideísta. Lutero considera, desde su defensa de la libre interpretación de
las escrituras, que tras el pecado original, la naturaleza quedó, no ya herida o
desordenada, como hemos sostenido, sino destruida, corrompida de tal modo que la
inteligencia no es capaz ya de conocer una verdad que trascienda el plano de lo
práctico de esta vida terrenal. Afirma que en las cosas espirituales sólo es “ceguera y
tinieblas”, “sólo puede blasfemar todo lo que Dios ha dicho y hecho”16. Dice Maritain al
respecto:
14
Maritain, J., op. cit., pp. 102-103. Y el autor aclara, sin embargo, que la filosofía no es dirigida
positivamente por la teología ya que ella es independiente de la teología porque tiene sus propios
principios y porque la razón, por la cual procede, es autónoma.
15
“Estaba, sin embargo, reservada a los tiempos modernos el difundirse de esa actitud: el racionalismo
(v.) es en efecto la forma característica del n. en la época contemporánea. Partiendo de la consideración
de la razón humana como una facultad que encuentra en sí misma la verdad, niega la necesidad de
ninguna ayuda de Dios (Revelación; v.) en orden al conocimiento. La razón humana es considerada
norma única y sólo cuenta lo que cae dentro de sus virtualidades. Al proyectarse sobre el pensamiento
cristiano, niega a éste todo valor o lo deja reducido a un cuerpo de doctrina sustancialmente natural; o,
finalmente, afirma que los dogmas una vez conocidos por Revelación, son susceptibles de demostración
filosófica”. En GER, https://mercaba.org/Rialp/N/naturalismo_teologia.htm.
16
Citado por Maritain, J., Tres reformadores. Club de lectores, Buenos Aires 1986, p. 42.
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De este modo, sólo queda para el hombre la gracia recibida por la incorporación a
Cristo. “Sólo la fe, sólo la gracia”. La fórmula luterana hace que la filosofía no tenga
ningún valor18 (llega a denominarla como prostituta): la teología la reemplaza. Sólo
queda la teología para referirse a las verdades últimas.
17
Ibidem, p. 44.
18
“Lutero asumió con respecto a los filósofos una postura completamente negativa: la desconfianza en
las posibilidades de la naturaleza humana de salvarse por sí sola, sin la gracia divina, debía conducir a
Lutero a quitar toda valora una búsqueda racional autónoma, o al intento de afrontar los problemas
humanos fundamentales basándose en el logos, en la mera razón. Para él, la filosofía no es más que un
vano sofisma o, aún pero, fruto de aquella soberbia absurda y abominable tan característica del hombre
que quiere basarse en sus solas fuerzas y no sobre lo único que salva: la fe. Aristóteles, desde este punto
de vista, es considerado como la expresión en cierto sentido paradigmática de esta soberbia humana”.
Reale, G. y Antiseri, D., Historia del pensamiento filosófico y científico, vol 2. Herder, Barcelona 1988, p.
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Bibliografía