«Tuve un sueño. En realidad, no lo pude comprender, pero
me parece que se trataba del cumpleaños de nuestro hijo, y en mi sueño, él era un príncipe muy importante....»
La gente estaba haciendo preparativos, con varias semanas
de anticipación. Adornaban sus casas de colores brillantes, estrenaban ropa, salían de compras muchas veces y volvían con muchísimos regalos. Era un tanto extraño, pues los regalos no eran para nuestro hijo. Los envolvían en hermosos papeles y los ataban con preciosos moños, y luego los ponían debajo de un árbol.
Era un ambiente muy acogedor. Todos estaban contentos y
sonrientes, emocionados por los regalos que se daban unos a otros. Pero, ¿sabes qué? No quedó ni un solo regalo para nuestro hijo. Me dio la impresión de que nadie lo conocía, ya que nunca mencionaron su nombre. ¿No te parece extraño que la gente trabaje y gaste tanto en los preparativos para celebrar el cumpleaños de alguien a quien ni siquiera mencionan?
«Tuve la extraña sensación de que, si nuestro hijo hubiera
estado en esa fiesta, lo habrían tratado como a un desconocido. Todo lucía hermoso y la gente se veía feliz; sin embargo, sentí muchas ganas de llorar. »
»Pensé: ¡Qué tristeza para Jesús, no ser invitado a su propia
fiesta de cumpleaños! Menos mal que sólo fue un sueño. ¿Te imaginas lo terrible que sería si eso se hiciera realidad?»
Si bien la Biblia no menciona la fecha exacta de su
nacimiento, existe una teoría histórica expuesta por el erudito judío Alfred Edersheim en su obra "La vida y los tiempos de Jesús el Mesías" donde analiza el orden sacerdotal de Zacarías (padre de Juan el Bautista) el 10 de Tishrei de 3,754 (es decir, el 13 de septiembre del año -7) según manuscritos hallados en Qumram, Mar Muerto; y establece la fecha de nacimiento de Jesús precisamente en Kislev del 3,755, que equivale al mes de Diciembre del calendario gregoriano.
Si bien no sabemos exactamente la fecha en que nació, él es
mucho más que el hijo de José y María, «el Hijo del hombre» profetizado en el Antiguo Testamento, el Cristo en los Evangelios, es también el Hijo de Dios. Dios nuestro Creador, que nos hizo a su imagen y semejanza, se humilló y tomó nuestra naturaleza humana, para que nosotros pudiéramos nacer de nuevo y algún día ser glorificados, asemejándonos a Él en su naturaleza divina.
¿Acaso la historia no le concede a Su nacimiento tanta
importancia que marca la división de la misma en «antes de Cristo» y «después de Cristo» y lo ponen de relieve como el personaje por excelencia de la Historia Universal?. Es como si todos, menos Cristo, cumpliéramos años ese mismo día.
Su nacimiento nos trajo salvación. Su vida nos trajo
esperanza y Su muerte nos dio Vida Eterna. ¿Has recibido el regalo de Vida Eterna de nuestro Padre Dios para ti? ¿Y si lo recibiste, lo estás atesorando como el regalo más precioso que alguna vez recibirás en tu vida?
Porque ESA es Su voluntad, que lo reconozcamos a Él como
Rey y Señor en nuestras vidas, atesorando cada día su maravilloso regalo de salvación.
“Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. Romanos 5: 8 - 10 “Pues si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?” Mateo 7:11
“Pues la paga que deja el pecado es la muerte, pero el regalo
que Dios dá es la vida eterna por medio de Cristo Jesús nuestro Señor”. Romanos 6:23 (NTV)
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TIRAR LA CASA POR LA VENTANA
A fines del siglo dieciocho y principios del diecinueve hubo
una costumbre muy curiosa que se popularizó en España a raíz de la lotería instaurada en 1763 por orden del rey Carlos III. Las personas que resultaban premiadas por la lotería tiraban por las ventanas todos sus muebles y enseres viejos. Con eso daban a entender que desde ese momento comenzaba para ellas una nueva vida de lujo y riqueza. La costumbre se fue extendiendo hasta penetrar en el reino de Nápoles, que en aquel entonces estaba bajo el dominio de los Borbones. Hoy se practica en muchos lugares del sur de Italia, donde en la noche de Fin de Año la gente arroja toda clase de objetos viejos como anuncio de fortuna y de bienestar para el nuevo año.
Así tuvo su origen la frase «tirar la casa por la ventana».
Entre los españoles se suponía que quienes la expresaban se habían ganado la lotería. En cambio, entre los napolitanos bastaba el solo deseo de ganarse la lotería o su equivalente en buena fortuna. Para ellos el acto de tirar objetos viejos por la ventana era como regar semillas de fe con la ferviente esperanza de que germinaran junto con el año que entraba y que les produjeran el año nuevo más próspero de su vida. Si bien estos dos pueblos latinos difieren en su manera de interpretar la frase, tienen en común la idea de despojarse de lo viejo a fin de revestirse de lo nuevo. Con ese simbolismo reflejan el deseo que todos tenemos de deshacernos de las cosas viejas y adquirir cosas nuevas en su lugar. Eso no tiene nada de extraño; es más, es común y corriente en la condición humana. Pero cuando lo enfocamos mal, nos salimos de los linderos establecidos por Dios para nuestro bienestar eterno.
Si este año 2020 de veras deseamos una nueva vida, no
haremos más que perder tiempo si la buscamos en cosas externas como el lujo y la riqueza, porque éstas, a la larga, no satisfacen. Lo único que de veras satisface es una renovación interna. Por eso a los efesios San Pablo les escribió «con respecto a la vida que antes llevaban,... que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza... y ponerse el... de la nueva, creada a imagen de Dios». ¿Por qué no tomamos la resolución de experimentar en carne propia esa misma renovación interna? De hacerlo así, cada nuevo año que pase podremos testificar que la vida nueva en Cristo, el Hijo de Dios, es la única lotería que tiene valor eterno.