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EL MURMULLO

En los barrios oscuros que componen la parte pobre de la ciudad, mientras las masas
trabajadoras van y vienen después de sus largas jornadas, moviéndose apenas, con pereza, con
cansancio, generando un leve susurro de pasos monótonos y desesperanzadores, nadie podría
escuchar aunque quisiese, unos lamentos casi imperceptibles que se cuelan entre el ruido de los
automóviles, de los vendedores ambulantes, entre los gritos y entre las risas. El lamento y la queja se
conjugan hasta crear un escalofriante eco que permanece bajo la inmensa gama sonora que inunda la
ciudad, y es solo un poco mas notable cuando esta entrada la madrugada, en su aparente calma, pero
nunca es suficientemente fuerte como para que alguien pudiera lograr identificar su origen o por lo
menos saber si esta cerca o lejos aquello que lo genera.

En una noche de guardia una pareja de policías somnolientos lo escucharon, apagaron su


patrulla y silenciaron sus radios, tan quedo y lejano como parecía, el sonido era como un hechizo que
arrastraba a los corpulentos hombres a tientas a través de la calle, por una despintada vecindad, de
un deslavado color gris, por la desvencijada puesta de una casucha abandonada donde albergaba
muebles viejos y roídos por ratas y enseres polvosos, la queja que los abrumaba era cada vez mas
fuerte y desoladora, ya que ahora se mezclaba con una música vieja y melancólica, pues en una plaza
cercana aun sonaba el danzon de un baile nocturno, el sonido se hacia cada vez mas fuerte al llegar a
la cocina; en el piso se hallaba un oxidado bote de aluminio con una figura particular, pues era un
bote de aquellos para preparas tamales.

Nervioso, uno de los policías lo pateo con precaución, el bote volcó estruendosamente y el
lamento se apago, junto con el danzon. Ambos abandonaron el lugar en silencio, procurando no darle
sentido a lo ocurrido, pero mientras caminaban de vuelta a su patrulla recordaron algo particular: en
esa misma vecindad, hacia algunos años habían detenido a una mujer, una vendedora callejera que
cansada de los maltratos de su ebrio esposo había terminado con la vida de este para luego
desmembrarlo y ocultar sus retos en un bote en el que solía preparar los tamales que vendía, el caso
fue muy sonado, se volvió leyenda urbana, una tamalera que había preparado sus productos con la
carne de su esposo muerto, aunque esto nunca se comprobó.

En iguales condiciones, un grupo de studiantes de bachillertato que terminaban el turno


vespertino caminaban por una calle estrecha, entre juegos y risas canturreaban canciones del rock
mexicano a todo pulmón, cuando cansados se sentaron en una banqueta para compartir un cigarro
furtivo qu en ocasiones alguno conseguía; mientras fumaban la brisa se llevaba su humo y les traía el
sonido particular que hace el llanto, el rumos era bajo, pero constante , y la calle y su rumor de
pronto se calmo lo suficiente como para que los muchachos pudieran sentir escalofríos. Perturbados,
pero a la vez curiosos aguzaron sus oídos para definir la causa del murmullo, se movieron en
diferentes direcciones pegando las orejas a paredes y ventanas hasta que uno escucho los lamentos
salir por una coladera incrustada en el pavimento, rápidamente sus voces retumbaron por la calle
enunciando que alguien había caído por la rejilla y lloraba desde dentro, al estar iluminada por
farolas viejas de la delegación no se podía ver a quien emitía aquellos sonidos, pero los autos se
detuvieron y los transeúntes rodearon la escena que protagonizaban estos jóvenes asustados, los
vecinos desprendieron la coladera con palancas y herramientas y con un reflector iluminaron el
fondo de la cloaca, pero para sorpresa de los chicos y para decepción de todos, no había nadie ahí...

Los vecinos montaron en cólera y la gente en particular estaba molesta, creyeron que había
sido una broma de mal gusto, poco a poco se fueron marchando, pero los estudiantes se negaban a
creer que no se hallaba nadie, casi atónitos decidieron seguir su camino aun bajo las miradas
acusadoras de la gente que presente; la molestia de los vecinos no era para menos, hacia poco un par
de chicas que regresaban de un concierto tuvieron un accidente en ese sitio, una de ellas cayo por la
coladera destapada y la hermana al querer ayudarle había caído también, ambas murieron.

A veces un automovilista logra escuchar el fúnebre lamento mientras espera en durante un alto
en la esquina, o la señora que saca a pasear a su perro por las tardes, pero prefiere pensar que su
mascota se ha cansado y regresa a casa; en las tardes lluviosas el sonido se enturbia aun mas junto
con el ruido de la lluvia en los techos, e incluso en los suburbios, lejos del ruido del centro a veces se
percibe como un eco hueco y reverberante, nadie sabe de donde viene, pero esta ahí, sale de todas
partes, de las cárceles y los templos, de bajo los puentes y de los estacionamientos, la ciudad misma
esta hecha de ese llanto, de esa queja, de ese murmullo de muerte, porque a diferencia de la campiña,
de los pueblo, del desierto, la ciudad entera suena a caos, suena a dolor, suena a muerte, por eso la
gente no calla, ni los autos paran, ni los gritos cesan, porque el silencio deja escuchar ese sonido
que , de no ser por el ajetreo de la ciudad misma, nos arruinaría a todos

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