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MURMULLx
MURMULLx
En los barrios oscuros que componen la parte pobre de la ciudad, mientras las masas
trabajadoras van y vienen después de sus largas jornadas, moviéndose apenas, con pereza, con
cansancio, generando un leve susurro de pasos monótonos y desesperanzadores, nadie podría
escuchar aunque quisiese, unos lamentos casi imperceptibles que se cuelan entre el ruido de los
automóviles, de los vendedores ambulantes, entre los gritos y entre las risas. El lamento y la queja se
conjugan hasta crear un escalofriante eco que permanece bajo la inmensa gama sonora que inunda la
ciudad, y es solo un poco mas notable cuando esta entrada la madrugada, en su aparente calma, pero
nunca es suficientemente fuerte como para que alguien pudiera lograr identificar su origen o por lo
menos saber si esta cerca o lejos aquello que lo genera.
Nervioso, uno de los policías lo pateo con precaución, el bote volcó estruendosamente y el
lamento se apago, junto con el danzon. Ambos abandonaron el lugar en silencio, procurando no darle
sentido a lo ocurrido, pero mientras caminaban de vuelta a su patrulla recordaron algo particular: en
esa misma vecindad, hacia algunos años habían detenido a una mujer, una vendedora callejera que
cansada de los maltratos de su ebrio esposo había terminado con la vida de este para luego
desmembrarlo y ocultar sus retos en un bote en el que solía preparar los tamales que vendía, el caso
fue muy sonado, se volvió leyenda urbana, una tamalera que había preparado sus productos con la
carne de su esposo muerto, aunque esto nunca se comprobó.
Los vecinos montaron en cólera y la gente en particular estaba molesta, creyeron que había
sido una broma de mal gusto, poco a poco se fueron marchando, pero los estudiantes se negaban a
creer que no se hallaba nadie, casi atónitos decidieron seguir su camino aun bajo las miradas
acusadoras de la gente que presente; la molestia de los vecinos no era para menos, hacia poco un par
de chicas que regresaban de un concierto tuvieron un accidente en ese sitio, una de ellas cayo por la
coladera destapada y la hermana al querer ayudarle había caído también, ambas murieron.
A veces un automovilista logra escuchar el fúnebre lamento mientras espera en durante un alto
en la esquina, o la señora que saca a pasear a su perro por las tardes, pero prefiere pensar que su
mascota se ha cansado y regresa a casa; en las tardes lluviosas el sonido se enturbia aun mas junto
con el ruido de la lluvia en los techos, e incluso en los suburbios, lejos del ruido del centro a veces se
percibe como un eco hueco y reverberante, nadie sabe de donde viene, pero esta ahí, sale de todas
partes, de las cárceles y los templos, de bajo los puentes y de los estacionamientos, la ciudad misma
esta hecha de ese llanto, de esa queja, de ese murmullo de muerte, porque a diferencia de la campiña,
de los pueblo, del desierto, la ciudad entera suena a caos, suena a dolor, suena a muerte, por eso la
gente no calla, ni los autos paran, ni los gritos cesan, porque el silencio deja escuchar ese sonido
que , de no ser por el ajetreo de la ciudad misma, nos arruinaría a todos