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Laura tiene 9 años, va a segundo y tiene dificultades para aprender.

Ya repitió porque no
aprendía bien las letras, los números y además le costaba entrar en la dinámica de la clase,
estaba “como perdida”, “imitaba a la otras niñas” etc.
Cuando la veo por primera vez ella me transmite que no entiende bien qué se hace en ese sitio al
que va cada mañana en el que hay niños, hay clases, hay una señorita… Por otra parte la madre
de Laura se queja de que esta niña no quiere crecer, que le gustan las cosas de bebes y que habla
como si fuera más pequeña.

Un día en una sesión Laura me habla de un niño de su clase del que dice “no sabe aprender”.
Después averiguo que se trata de un niño con síndrome de Down. Me sorprende la formulación
de la frase “no sabe aprender”. De hecho es curiosa la modulación del verbo aprender que hace
esta niña: “me tienen que aprender” o “aprendo sola”.

Efectivamente lo que permite esta formulación es separar saber y aprender. De ella podemos
decir que no aprende pero ¿qué sabe? O mejor dicho ¿cuál es su relación al saber? (…)

En las sesiones conmigo ella siempre hace de maestra y a mí me otorga el papel de un bebé que
“no sabe nada” o “un niño que no sabe las letras al que frecuentemente llama hijito”. El saber en
este caso está del lado de la madre, “una madre sabe lo que necesita su hija” y efectivamente
lleva este saber hasta sus últimas consecuencias; ella “le da de leer”, le corrige cualquier cosa
que su hija le presente aunque sea un dibujo del que la niña sólo quiere saber si le gusta y
además esta mujer interviene en la escuela respetando poco las normas que allí rigen.

Laura “sacaba de quicio a su maestra, con esa cara de no enterarse de nada” y cuando
conversaba con ella se podía apreciar que le resultaba muy difícil mover a esta niña del lugar de
“no aprende nada”, o “siempre está perdida”. En un momento determinado vino una maestra
suplente y la conversación resultó más fructífera.
Descubrimos en este encuentro que Laura no llama a la maestra cuando quiere algo, sino que se
le acerca tímidamente y le estira de la bata cuando ha perdido el hilo de lo que se estaba
trabajando en la clase ¿”qué hago?” suele ser la pregunta de la niña. Ahí es, supongo, donde su
maestra se desquiciaba, (…)

Y “¿alguna vez te pide que le enseñes?”, le pregunto, “¿dice alguna vez que no sabe?” La
maestra se sorprende, “No, siempre es qué hago”, o “alguna vez ni lo dice, yo ya doy por
supuesto que se ha perdido”.

Una orientación para el trabajo se deriva a partir de aquí: tomar ese gesto de la niña y
transformarlo primero en palabras con las que tejer un acto educativo, traducirlo en un “no sé”,
“enséñame”, por ejemplo.

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