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LOS POETAS DE LA CACHIMBA

Por Roberto Retamoso

Desde hace más de veinte años, Jorge Isaías, Alejandro Pidello y Guillermo
Colussi -en su condición de realizadores de la revista-, junto con Raúl García Brarda,
Carlos Piccioni y Héctor Piccoli como autores que acompañaron ese proceso, comparten
el particular sino de haber brindado su nombre y su letra a la materialización de una de las
aventuras editoriales más fascinantes de la poesía escrita en Rosario.
Aventura que, por otra parte, no fue única, ya que "La Cachimba" nació en una
época en la que las revistas literarias y de poesía proliferaban: "El lagrimal trifurca",
"Setecientosmonos", "La Ventana", "El arremangado brazo", son algunos de los nombres
que han quedado como los vestigios brillantes de una efervescencia editorial actualmente
impensable.
Evidentemente, se trataba de otros tiempos, en los que la poesía ocupaba un lugar
mucho más protagónico en la cultura de la época, por lo menos a nivel de las
representaciones imaginarias con las que esa cultura se significaba. Se trataba de tiempos
en los que los discursos letrados todavía no habían sido arrinconados por los
audiovisuales, y por ello gozaban de un prestigio mucho mayor del que hoy puedan
aspirar. Pero además, esa cultura y esa época creían en la capacidad transformadora de las
ideas y las palabras: así, se pensaba que ciertos discursos podían ser instrumentos cuyos
efectos modificasen la realidad, coadyuvando al proceso de cambio social que se entendía
como inevitable e irrefutable. Y en ese contexto, el discurso poético aparecía como uno de
los discursos capaces de incidir revolucionariamente sobre el mundo, en una perspectiva
que aunaba las formas de las vanguardias estéticas con las de las vanguardias políticas.
Naturalmente, no se trataba de una concepción que sustentara la totalidad de las
prácticas estéticas, ya que muchas manifestaciones poéticas y artísticas no pretendían
inscribirse en esa perspectiva. Pero sí se trataba de una concepción capaz de situarse de
manera hegemónica en la cultura de la época, imponiendo sus efectos incluso en aquellos
espacios donde otras concepciones estéticas y políticas eran sustentadas.
En ese contexto político, cultural e histórico, situado entre los años sesenta y
setenta, nació "La Cachimba", como una criatura que comportaba las marcas más
significativas del momento y del lugar de su génesis. Marcas a las que, de todos modos,
habría que leer entre líneas, como si estuvieran inscriptas casi en filigrana, ya que "La
Cachimba" no era una revista de militancia y combate.
Pero tampoco era una revista que se ubicara en un sentido contrario respecto del
curso histórico dominante. Por ello, en varios de sus números aparecieron textos de poetas
centroamericanos de impronta revolucionaria, como así también textos de poesía
precolombina que pretendían leerse como las manifestaciones originarias de una cultura
autóctona e independiente. Esos textos, que trazaban las formas de una parábola donde la
cultura latinoamericana se significaba, constituían antes que el orden semántico
dominante, el horizonte sobre el cual los contenidos de la revista se dibujaban.
Contenidos caracterizados por su diversidad y heterogeneidad: porque si la poesía
de carácter político y social definía las formas posibles del contexto histórico de la revista,
la poesía lírica, elegíaca o amorosa definía las distintas alternativas que la significación
poética adoptaba en muchos casos. Desde ese punto de vista, podría decirse que "La
Cachimba" fue una revista a tono con su época, pero que supo conservar un espíritu de
autonomía estética respecto de lo político y social que las vanguardias artísticas
históricamente también habían propugnado.
"La Cachimba" entregó sus diez números entre l97l y l974. A lo largo de ese breve
lapso, sufrió un proceso de crecimiento y amplificación que le permitió pasar de su forma
originaria de plaqueta a la forma de revista que adoptara a partir del tercer número. A su
vez, ese proceso de transformación formal se correspondía con otro de transformación a
nivel de sus contenidos, ya que en ese plano la revista también produjo una apertura y una
expansión notables: si en los primeros números el material que se publicaba pertenecía
básicamente a los autores que integraban el núcleo central del grupo (Isaías, Pidello y
Guillermo Colussi), a partir del número tres se comienzan a publicar trabajos de otros
autores rosarinos, y a partir del número seis la revista produce su apertura hacia las
manifestaciones de poetas de otros países latinoamericanos. Así, "La Cachimba" fue
ampliando el espectro y el alcance geográfico de las producciones que tesoneramente
difundía, en un proceso donde las ponderaciones estéticas de los textos se privilegiaban en
la misma medida en que se adoptaba una perspectiva genéricamente "progresista" en el
plano de la política editorial.
Inevitablemente, las circunstancias políticas, históricas, económicas y sociales que
comenzaron a vivirse a partir de l975 volvieron casi imposible la continuidad de la
revista. La inflación, la inestabilidad institucional, la intolerancia política que cobró sus
expresiones más siniestras con el apogeo de la lucha armada en el marco de un estado -
por precario que fuere- de derecho, fueron creando las bases para el arrasamiento de las
manifestaciones y las prácticas culturales propias de aquellos años, que se consumaría
plenamente, como es público y notorio, a partir del golpe de estado de l976.
Pero si en semejantes condiciones la continuidad de la revista se volvía
impracticable, ello no fue obstáculo, de todos modos, para que "La Cachimba"
mantuviera una presencia significativa como editorial de poesía. Esa actividad ya había
sido asumida por Jorge Isaías durante los años de edición de la revista, quien le dio
continuidad en los años negros de la dictadura militar con la publicación de numerosos
libros de poetas rosarinos y argentinos. Así, el retorno de la democracia encontró la
permanencia de "La Cachimba" en el contexto de la restringida vida cultural que por
entonces pugnaba por "salir de las catacumbas", y la permanencia de "La Cachimba"
encontró en la restitución del orden democrático la posibilidad de enlazar lo más rico de
su experiencia histórica con este presente de restablecimiento de las instituciones republi-
canas.
No se trataba, obviamente, de períodos históricos análogos. Si los años sesenta y
setenta habían sido pródigos en experiencias y manifestaciones estéticas de carácter
gregario, los años ochenta y noventa estarían signados por las prácticas de carácter
individual, que negaban los valores de lo social y lo colectivo. Si los años sesenta y
setenta habían visto surgir concepciones que afirmaban el valor y la función
transformadores del arte, los años ochenta y noventa verían desarrollar perspectivas de
desencanto y nihilismo, que asumían cínicamente la impotencia de las prácticas estéticas
para producir cualquier atisbo de modificación a nivel del orden instituido en las cosas y
el mundo. Si los años sesenta y setenta representaban la persistencia y la permanencia de
los discursos letrados en la cultura de entonces, los años ochenta y noventa representarían
la irrupción avasallante de los nuevos lenguajes audiovisuales -fundamentalmente el de la
televisión- que desplazarían de manera irreversible a los discursos letrados, y sobre todo
al poético, del centro de la escena de la cultura contemporánea.
Pero a pesar de esas diferencias, y acaso también a causa de ellas, "La Cachimba"
continuó editando poesía. Se trataba posiblemente de una manera sutil de seguir
afirmando ciertos valores irrenunciables, más allá de la racionalidad imperante en las
sociedades contemporáneas, con su lógica utilitaria y su axiología de naturaleza contable.
Como un anacronismo quizás, pero en todo caso como un anacronismo altamente valioso,
"La Cachimba" se ha empecinado hasta hoy en difundir la obra de numerosos poetas que
insisten en hablar el lenguaje de los versos. Que insisten en hablar ese lenguaje, porque
seguramente creen que las posibilidades significativas que ofrecen las palabras articuladas
de manera estética, con su bagaje de musicalidad y sugerencia semántica, son
verdaderamente inimitables e insustituibles.
De esos poetas, cuyo número y calidad merecerían un tratamiento mucho más
extenso que el presente, hemos escogido cinco que posiblemente sean los más
representativos del grupo. Notablemente, ninguno de ellos encarna poéticas que remitan
de manera directa a los cánones dominantes en los años sesenta y setenta, ya que en su
caso no se trata de poesía "social" o "política", ni de poesía "regional", es decir, de alguna
de las formas de realismo estético vigentes por aquel entonces. Pero esta caracterización
merecería por lo menos dos precisiones, consistentes la primera en señalar que, asimismo
por aquel entonces, ninguno de ellos tampoco practicaba ese tipo de poesía, y la segunda
en advertir que, además, la escritura de cada uno de ellos ha ido sufriendo las mutaciones
y decantaciones que inevitablemente impone el paso del tiempo. Con lo cual querríamos
por lo menos sugerir que el grupo más representativo de los poetas de "La Cachimba",
pese a los cambios experimentados, desde sus orígenes fue un grupo que reivindicó la
autonomía estética de su obra, respecto de cualquier clase de imperativos o exigencias
exteriores en relación con ella. Del mismo modo, también querríamos esbozar la visión de
que esa actitud, lejos de entenderse como una suerte de desinterés por el destino social de
la poesía, suponía por el contrario una honda preocupación por él, que se expresaba en
las fidelidades y las consecuencias que verdaderamente cuentan para los poetas, y que son
las que está referidas a sus vínculos con el lenguaje. Valorar las palabras, respetar su
riqueza, trabajar su infinita superficie para lograr que en algún punto imprevisible esa
superficie estalle produciendo el advenimiento mágico del sentido, eran y son los
propósitos que ligan al grupo, como una forma de situarse respecto de su contexto y de
relacionarse con las vicisitudes y las contingencias que el devenir histórico de ese
contexto impone.
Así, tal vez podría decirse de una manera simplificadora que en la exploración de
las posibilidades significativas del lenguaje poético los poetas de "La Cachimba" han
definido su modo de vincularse con el mundo. Es obvio que este enunciado excede y
desborda la delimitación o la identificación posible del grupo, ya que podría ser afirmado
a propósito de cualquier poeta. Pero precisamente por ello resulta pertinente, porque los
poetas de "La Cachimba", lejos de reconocerse como un grupo vinculado por algún tipo
de afinidad estética, política o filosófica, solamente pueden reconocerse como un grupo
vinculado por lazos de amistad y contigüidades personales.
En tal sentido, podría decirse que se trataba simplemente de un grupo de amigos,
pero que comparten todos la condición de poetas. Esa condición, evidentemente, cobra
manifestaciones puntuales en cada caso. Porque así como en el caso de Raúl García
Brarda la condición de poeta pasa por la asunción de un decir tenue, casi "asordinado",
que se corresponde con una mirada tan lánguida como evocadora donde se registran los
desprendimientos y las pérdidas que impone el flujo del tiempo, en el caso de Jorge Isaías
se trata de practicar una lírica que apela a las formas "sencillas" del lenguaje, para hablar
del amor, el recuerdo, los orígenes o la propia escritura, que son los tópicos recurrentes de
su poesía.
Los poemas de Carlos Piccioni, por su parte, revelan una visión tan piadosa como
sarcástica del universo, que se expresa por medio de un estilo conciso y riguroso que
expone, al destacarlas visualmente, la riqueza inagotable de las palabras. Y si la poesía de
Piccioni se caracteriza por su precisa puntualidad, la poesía de Héctor Piccoli se
caracteriza por su escritura densa y compleja, que condensa sabiamente las formas de la
gran tradición poética universal con las formas modernas de dicha poesía. El rigor de la
forma, que se manifiesta tanto en la utilización magistral de los recursos poéticos del
lenguaje como en la explotación de sus vertientes etimológicas, es, visiblemente, una nota
distintiva de la poesía de Piccoli.
Alejandro Pidello, por último, probablemente sea el autor más "vanguardista" del
conjunto. La utilización de diversos registros lingüísticos, los recursos compositivos que
privilegian las imágenes sorprendentes, el sentido de mezcla y "collage" con que combina
los materiales poéticos, son características que remiten claramente a las poéticas de
vanguardia.
Como el lector advertirá, de esta breve e insuficiente enumeración de rasgos
distintivos se desprende fácilmente la heterogeneidad y la diversidad estética del grupo.
Heteregoneidad y diversidad que, finalmente, termina siendo la forma particular que su
configuración adopta. Se trata, así, de una conjunción de estilos y voces diferentes, que
inscriben distintas percepciones de las cosas y los hechos, produciendo seis modos
asimismo diferentes de hablar poéticamente, en una instancia de diálogo cuyo único
denominador común es la actitud de apertura hacia el mundo. Lo cual no es poco. Porque
si la cultura actual con la estridencia de sus mensajes icónicos impone las formas
ensordecedoras de lo uniforme y lo homogéneo, con ello también pretende confinar las
palabras divergentes al ámbito marginal de lo silencioso, para afirmar una única
perspectiva de inteligibilidad y reconocimiento sobre el universo.
Pero semejante programa, afortunadamente, no deja de engendrar respuestas
condignas. Porque frente a lo homogéneo y uniforme, frente a lo banal y empobrecedor
de los discursos socialmente dominantes, frente a una estética de la imagen prisionera del
sentido común, la poesía se exhibe como un habla que, a pesar de todo, es capaz de
generar enunciados que desafían, superándolos, los límites impuestos por tales programas.
Para ello, dice de modo singular las formas asimismo singulares con las que una
conciencia estética aprehende el mundo: como una visión que atraviesa la superficie
opaca y amorfa de las cosas.
De eso se trata en estos textos. Para el lector quedará la labor de juzgarlos, ya que
esta presentación no se propone semejante empresa. Sí se propone en cambio -y será
también el lector quien juzgue este propósito- reivindicar el sentido cultural, histórico y
político del acto por el cual estos textos se le ofrecen.

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